Los Niños Que Sabían Que La Historia No Era Un Cuento
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Ajetreada en la cocina con los quehaceres domésticos disponía todo lo que encontraba en un
orden y una elegancia cortesana. Esta es la señora de la casa y la amada esposa del Dr. Horacio
Quiñonez, físico respetado de la ciudad, de genial habilidad para el cálculo.. El cocido con leche
aderezado con pan tostado y dulce de guayaba había repuesto las energías de Marco. En los
desayunos siempre se permitía un cierto abuso. Su papá Horacio, leía el libro de investigación
sobre los Humedales de Ñeembucú del Dr. Aurelio Lerinni, un prominente catedrático de una
Universidad al norte de Italia. Este, leyendo en la editorial del periódico: “El sentido del honor en
las nuevas generaciones se ha perdido” hacía reposar su desayuno, porque nunca le gustó
caliente.
Lerinni era un académico italiano, invitado por la Universidad Nacional de Pilar para impartir una
conferencia magistral por el Día Mundial del Agua en el salón de actos del ayuntamiento de la
ciudad. Ya la conferencia se había realizado ayer en la noche y era ahora cuando se preparaban
para visitar el Museo del distrito de Humaitá, un lugar de especial mística por su importancia
histórica.
Lo bocina del auto repercutió en la casa y alcanzó desprevenido a Marco con un pan tostado en la
boca. Desde el auto provinieron dos apremiantes bocinazos por orden de su papá. Antes de que
su mamá abra la boca, Marco se ciñó su boina colorada y dejando escuchar un sonoro C-h-a-u M-
a-m-á!!! cerró la puerta con grosero estrépito.
El estruendo fue tan fuerte que su papá estuvo tentado a reprenderlo. Él es tan… es tan… se
quedó murmurando en suspenso, mientras pensaba, la gente educada se ahorra los adjetivos
cuando estos son ingratos.
Oficiaba de chofer, Valerio, un adulto joven auxiliar de la oficina del Prof. Horacio. Un tipo
silencioso, eso sí, pero risueño y muy voluntarioso.
Si Horacio Quiñones era un empedernido hombre de física, Marco no mostraba ningún interés por
las ciencias exactas. La pasión de él se inclinaba más por las artes y las letras. Sin embargo, Marco
ya era dueño, pese a su temprana edad de un mundo conceptual y estético que él había
construido dedicando las mejoras horas de su notable inteligencia.
Se sentó a lado de Gonzalo, el hijo de Valerio, Marco se molestó porque al subirse al auto él no se
percató de que Gonzalo estaba y no solo por eso, también porque este no lo saludó como se
debía. Pero de Gonzalo no se podía decir nada: tenía una personalidad extraña pero agradable y
una atención aguda sin apelaciones. Parecía tardar una eternidad para contestar lo que se le decía
pero también valía la pena esperar la respuesta que casi siempre era memorable por su vivacidad
desestabilizadora.
El viaje transcurrió entre diálogos con notas de humor espontáneo y anécdotas personales, y en la
parte de atrás respondiendo a su naturaleza infantil mostraron con belicosa complicidad las
novedades de la tecnología que cada uno cargaba en su mochila.
El camión al llegar frente a las ruinas de Humaitá realizó una frenada seca que hizo que una
bandada de palomas emprendiera vuelo hasta perderse en el cielo gris.
Horacio, Lerinni y Valerio paseaban por los lugares de atractivo turístico riendo y charlando a
partes iguales. A Marco Valerio le pareció una persona que podía ser útil como una buena
compañía pero como buen conversador no tanto. Sin embargo, se explayó por espacio de diez
minutos, tiempo suficiente como para convencer a Marco con su intervención ágil, clara y precisa,
que Valerio estaba consciente de todo. E incluso para concluir alabó la investigación realizada por
el Dr. Aurelio sobre los Humedales. Y Lerinni sobre el halagador comentario sobre su trabajo
académico respondió con modesto silencio.
Los chicos con ansías de aventura se precipitaron hacia una caballeriza a las afueras del pueblo
donde arrendaban caballos.
En la plaza sentado en un banco tomando tereré se encontraron con el amigo de Horacio, dueño
de un hospedaje que les ofreció su servicio.
-Cuantos hijos tiene? preguntó Lerinni.
-Catorce, respondió el posadero.
-Y de una sola mujer?- preguntó Valerio, jocoso.
-Si, de una sola mujer, respondió para la risa y el alivio de todos.
Por encima de la puerta de entrada del museo colgaba un cartel con luces de neón que rezaba:
Museo de Humaitá Ex-Cuartel General Mcal. Francisco Solano López.
Y los tres entraron sorprendidos por la evidencia. Se podía observar una habitación construida con
elegancia colonial nutrida con objetos antiguos de la época de la guerra: balines de hierro, jarras
rotas, lanzas, cañones, espadas, platos, baúles, monedas de la época partidos en dos y hasta en
cuatro partes.
Los caminos sinuosos de arena hacían infructuoso el recorrido por el interior porque por alguna
razón no existía preocupación gubernamental por facilitar la conexión entre los diferentes
distritos. Sin embargo, el Sr. Diriachi tenía su fastuoso hogar y base de operaciones en uno de esos
distritos. Hablamos de un soberbio rascacielos de vidrio y cemento de 47 pisos dotado en su
interior con todo lujo imaginable. Frente al insólito edificio se extendía una amplia y rectangular
explanada de asfalto. En medio del perímetro se encontraba una gigantesca fuente de agua y luces
que interactuaban de manera sincrónica, ofreciendo un maravilloso espectáculo.
Empotrados sobre la inmensa pileta con hechura de mármol y ubicados de manera contrapuesta
un delfín despedía violentamente de su hocico un chorro de agua que desde lo alto caía
perfectamente en el circular respiradero de una ballena. Se podía observar en el fondo de las
aguas, monedas de oro arrojadas con profana devoción al azar.
El hogar de ensueño de Diriachi recibía visitas internacionales y muy pocos de la zona tenían
acceso a ella, en un lugar donde el personal de seguridad tenía la orden militar de eliminar a
cualquiera que ingresara al territorio sin autorización.
Esa desmesurada exposición de opulencia en medio de la campiña ñeembuqueña no era tanto una
peligrosa muestra pública de riqueza como de campante autoridad. Todo ese predio reverberaba
en la cultura popular como el área 51 de Roswell, algo completamente ajeno a la idiosincrasia local
se había incrustado en el lugar de un súbito golpe. Ese algo estaba encubierto por los poderes
terrenales y revestía un secretismo que permitía vivir con paz, pero esa paz fundada en la
ignorancia que no era otra cosa que una verdadera bomba de tiempo para la gente pensante.
Curiosamente, no había ni prensa ni denuncia ciudadana alguna contra ese paraíso arquitectónico,
ni tampoco tal cosa ya no provocaba indignación ni asombro en los habitantes de los alrededores.
Era un gato moral, no importaba como lo sorprendieras ni con cuanta fuerza lo empujaras,
siempre caía bien parado.
Huascar Diriachi hombre público, político de profesión, e hijo del último mártir de la dictadura
Stronnista poseía un rostro enjuto, manos rápidas y una mirada fría. La razón del éxito de su doble
vida, además de sus métodos siniestros, descansaba en un salón repleto de cien computadoras y
cien operadores que las veinticuatro horas del día monitoreaban la circulación de información en
la radio, la televisión y el internet. El control era estricto y la censura inmediata. Y la minuciosa y
febril actividad estaba enfocada sobre cualquier indicio de conspiración contra la serpentina rosca
mafiosa continental, que él lideraba.
Su padre fue reprimido, oprimido y suprimido por la dictadura. El ahora convertido en una oscura
y carismática personalidad de la arena política no tendría nada que rabiar contra el régimen que
le arrebató a la única persona del mundo a quien respetaba. Lo respetaba a tal punto, que solo
para él se hubiese esforzado con el fin de que estuviese orgulloso de él, si seguía vivo. Y
probablemente la ausencia de esa persona era la causa por la cual hoy por hoy era lo que era.
Ninguna influencia espiritual de parte de su padre lo alentaba para ser un hombre de causa noble.
No. Él era un hombre pragmático.
Lejos -todavía- de saberse aquejados de dolor por la dura caída se echaron a reír a carcajadas. El
caballo alquilado se había desbocado como resultado del gran latigazo que Marco propinó en un
arranque de adrenalina. Sumamente mareado hundió una pala como aprendió de los Boys Scouts,
procedimiento que debía realizar cada vez que sentía ganas de ir de cuerpo en un lugar acampado.
Estando en una relativa profundidad, la excavación se entorpeció, con cierta intriga y mucha
molestia tanteó la solidez con la punta de la pala y constató una cosa brillante con forma circular y
una resonancia metálica.
Con un grito azorado, Gonzalo prohibió que extrajese de la tierra lo encontrado.
No, eso no se toca si no se sabe de Historia!!! Exclamó con entusiasmo didáctico.
Relatando en perfecto orden y un conocimiento absoluto, de repente se detuvo:
Te estoy mareando? preguntó
No, acaso pensás que si..? respondió Marco- y como no distinguió si lo dijo con el orgullo herido o
ironía, entonces sentenció:
No pienso, percibo.
Y sin más, Marco reanudó su búsqueda y feliz con lo que halló fue consciente de lo que tal
hallazgo representaba. El relato histórico de su efusivo amigo cobró abrumador sentido.
El vendedor lo sorprendió con una cordialidad inapropiada y el más amistoso que amigo accedió a
unas escuetas palabras para hacer saber su interés por los pintorescos objetos exhibidos en el
mostrador. Le pareció ofensivo el precio, pero eso no impidió que Lerinni comprara a
regañadientes y se mostrara ligeramente perturbado. Y en efecto, un pícaro comerciante le vendió
un souvenir más caro de lo normal. Nunca iban a aprender que ese enriquecedor método era en
realidad una treta contraproducente. Era costumbre aprovechar la visita de los extranjeros.
Generosos extranjeros que con un consejo realista de un amigo, podrían dejar de serlo.
El auto de Valerio los alcanzó hasta donde estaban. Marco imbuido se olvidó del motivo de la
excavación y en un estado parecido al silencio dimensionaron juntos la magnitud de lo que tenían
en la mano hasta que Gonzalo susurró diciendo: Vendremos otro día, pero esto sin decirlo a
nadie, porque posiblemente existan más cosas enterradas.
Nadie pensaría que el Dr. Aurelio Lerinni era un espía encubierto para realizar un estudio
hidrográfico de la zona. Y de ser cierto, era la prueba del manifiesto interés de Europa para
hacerse con el Acuífero Guaraní, una de las mayores reservas de agua dulce del mundo.
Las aguas subterráneas pertenecían a tierras fiscales. En lo posible, su misión secreta no pretendía
llegar al recurso extremo de la guerra sino acordar con las autoridades la compra de las susodichas
tierras.
Una caravana de patrullas de la FOPE se acercó hasta el auto de Valerio que ya se alistaba para
regresar. El oficial ordenó con tosquedad que el Dr. Aurelio Lerinni abandonara el rodado. Todos
conmocionados no podían dar crédito a lo que veían y solo el trabajo previo de inteligencia pudo
perdonar a los ocupantes del vehículo a que permanecieran en sus lugares.
Al escuchar la razón del arresto, el Dr. Horacio, habló fuerte al Dr. Lerinni, diciendo que no se
preocupara, que verían que se podía hacer y que irían a verle.
Los chicos desconcertados se sumieron en un mutismo de tristeza.
Marco recordó el detalle que lo hacía feliz. Abriendo el cierre de su mochila de un tirón sacó con
sigilo y un juramento simultáneo y secreto asaltó sus corazones por todo lo que representaba
aquel objeto descubierto y a lo que podía llegar a conducir.
Una ligera llovizna empezaba a caer y gracias a que Gonzalo arrebatando de la mano de Marco el
medallón de plata iba limpiándose de una gruesa cubierta de barro hasta recobrar su aspecto
original.
Mientras un numeroso grupo de guardias estratégicamente ubicados en la inmensidad de la
propiedad, permanecían indiferentes al trabajo arrullados por la brisa como esos arqueros
adormilados en un partido sin amenazas, una sombra difusa avanzaba por en medio del predio
con gracia atlética. Al toparse con el alto edificio inició su trepada ascendente con rítmico
desparpajo. Una luna tardía se divisaba en el horizonte mientras millones de estrellas titilaban con
casi musical concierto.
El magno edificio estaba al margen sur del río. Y él encontrándose distante y pensativo, mirando
por la ventana norte en una tibia noche, de repente se fijó en un águila enorme y hermosa que
aleteaba con dignidad imperial. Le pareció maravilloso ver a un animal de porte y figura tan
excelsa. El juego de sombras del aleteo, un instante dibujó una especie de peluca viviente en la
calva cabeza de Huascar. Que maravillosa ave- insistió- realmente. Hasta que le desconcertó la
revelación de que la presencia de un águila en cielos de Sudamérica no podía ser cierto. A no ser
que se haya desorientado de su rumbo o que debió haber escapado de un circo. Dándose vuelta
hacia su habitación vió con horror como el pelo impecablemente cuidado de Hasper se hinchaba
como si con un campo electromagnético estuviese teniendo contacto, algo extraño e imprevisible
estaba por ocurrir o ya estaba sucediendo. Sus ojos de animal intuitivo se le hicieron a Huascar
terriblemente humanos, cuando súbitamente el gato irrumpió con un agudo y largo aullido de
alarma que le erizó el pelo del cuerpo como esas minúsculas plantitas que se enderezan antes de
caer la lluvia. Diriachi sobreponiéndose al susto corrió con vértigo e hizo a un lado a Hasper
llegando a la otra ventana solo para observar las ondas concéntricas de agua que se expandían en
el río. El sospechoso signo de intromisión, sin duda obedecería al peso de un cuerpo. Tenía que ser
un espía que logró burlar la guardia. La sola idea le pareció insoportable, él que gozaba de la
sobreprotección maternal de los sistemas de seguridad más avanzados. Diriachi movilizó a su
legión de seguridad para realizar una operación de rastrillaje por toda la comarca tras una pista.
Una multitud de preguntas se agolpó en la mente de Huáscar Salomón Diosnel Diriachi Gómez.
Que fuerzas estaría tras él? Aquella escurridiza visita fue un mensaje de advertencia? De quien? Si
fácilmente entró y salió de su casa, que le impediría regresar cuando quisiera y con qué
intenciones?
Dentro de las cosas que dejó el intruso y que descubriría más tarde Diriachi: una espléndida Biblia
enfundada en cuero sobre su mesita de luz.
Con la cabeza pesada se tendió sobre la cama y cerró sus ojos. Entre sueños, después de haber
dormido largas horas, amenazó con letal precisión: Si yo me hundo, todos irán tras de mí.
Abrió los ojos, aún inconsciente. El dorado resplandor que se colaba a través de la ventana no le
permitió saber si la anaranjada y tímida luz indicaba que atardecía o estaba amaneciendo.