Los poemas vascos de Blas de Otero

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4 PEICOA Los poemas vascos de Blas de Otero Jugando al frontón, Orozko 1933 Blas de Otero en el Arenal bilbaíno, 1950 A lo lai^o de toda una vida, desde aquel leja- no 1940 en que com- puso el soneto “Al- dea” en homenaje a sus antepasa- dos matemos, Blas de Otero fue dejando testimonio poético del lu- gar privilegiado que ocupaba en sus sentimientos la tierra de sus orígenes, donde se gestaron las primeras experíencias que habían de marcar tan profundamente su carácter. Consciente de la importancia de estos poemas para entender a toda una generación de bilbaínos naci- dos en la etapa de entreguerras y testigos de un tiempo histórico conflictivo, Ángel Ortiz Alfau concibió el proyecto de editarlos en un libro, y así se lo propuso a Blas de Otero allá por finales de los 50. En la correspondencia cm- zada entre los dos amigos, no fal- taba nunca la postdata “Blas, de los poemas vascos, ¿qué?”. Trans- currido casi medio siglo desde fuellas primeras cartas, al fin, Angel, poco antes de su muerte, pudo ver concretado en una bella edición, el sueño que había perse- guido con implacable insistencia. Al abrir el libro, la primera sor- presa es el gran número de poe- mas recogidos; setenta y una com- posiciones son muchas más de las que un lector fiel a la poesía ote- riana conocía y podría esperar. ÜL sl « Frente a los acantilados de Punta Galea en 1948 También asombra la variedad de temas y la ambivalencia del senti- miento, que trasciende el sombrío panorama de sus poemas más co- nocidos sobre Bilbao para llegar a la alegría infantil vivida en el huerto de la abuela y en el frontón de la plaza de Orozko, o a la atrac- ción abismal del Cantábrico. A mediados de los 70, el poeta ha completado la selección de sus poemas vascos y así se lo comuni- ca a Ortiz Alfau. Por entonces tie- ne en preparación un nuevo libro. Hojas de Madrid, que dejó inédito en el momento de su muerte, pero del cual ya habían aparecido algu- nos poemas en varias antologías. De estas carpetas del futuro Hojas de Madrid proceden también los inéditos que incluyó en los Poe- mas Vascos. Blas de Otero organizó los poe- mas de su tierra en tres capítulos, atendiendo a tres núcleos temáti- cos: Bilbao con la ría y los pue- blos de sus márgenes; Orozko, la aldea matemal y el mar. En la edi- ción definitiva se han añadido dos nuevos capítulos (el I y el V), se- parando del conjunto selecciona- do por el poeta varios poemas que no encajaban exactamente en los temas anteriores, pero podían a r p a r s e en tomo al reconoci- miento de sus raíces vascas (for- man el capítulo I). El último grupo (capítulo V) tiene sólo una prosa y im soneto, que cierran en paz ima vocación y una vida entregada a realizarla. Los poemas del capítulo II (“Cuánto Bilbao en la memoria”) desarrollan el conflicto vital de Blas de Otero, común al de otros jóvenes que insistieron también “hasta lo inversosímil para no ser engullidos por el entomo desal- mado de un mundo materialista, cultivador del provecho económi- co, con el que no podíamos transi- gir sin traicionar a todo lo que queríamos”, en palabras de uno de sus íntimos amigos de juventud. Antonio Elias Martinena (1). Es de aquí, al describir aquella socie- dad marcada por la hipocresía, de donde brotan los adjetivos más duros de los poemas de Bilbao y parte la rebelión, único camino hacia la autenticidad: “Eso me sal- vó. Rompí la puerta y me fui”. Es- ta elección de la libertad y el aleja- miento es, en su origen, de natura- leza literaria. Supone una elección que, si en un primer momento es vocacional, genera bien pronto im cambio ideológico, expresado en los poemas de la margen izquierda de la ría, ese mundo del proletaría- do con el que convivió en 1954 en la mina de La Arboleda. Porque sólo “xm hombre ancho de espal- das y de alma, / un hombre hundi- BLAS DK OTERO

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4 PEICOA

Los poemas vascos de Blas de Otero

Jugando al frontón, Orozko 1933 Blas de Otero en el Arenal bilbaíno, 1950

A lo lai^o de toda una vida, desde aquel leja­no 1940 en que com­puso el soneto “Al­

dea” en homenaje a sus antepasa­dos matemos, Blas de Otero fue dejando testimonio poético del lu­gar privilegiado que ocupaba en sus sentimientos la tierra de sus orígenes, donde se gestaron las primeras experíencias que habían de marcar tan profundamente su carácter.

Consciente de la importancia de estos poemas para entender a toda una generación de bilbaínos naci­dos en la etapa de entreguerras y testigos de un tiempo histórico conflictivo, Ángel Ortiz Alfau concibió el proyecto de editarlos en un libro, y así se lo propuso a Blas de Otero allá por finales de los 50. En la correspondencia cm- zada entre los dos amigos, no fal­taba nunca la postdata “Blas, de los poemas vascos, ¿qué?”. Trans­currido casi medio siglo desde fu e lla s primeras cartas, al fin, Angel, poco antes de su muerte, pudo ver concretado en una bella edición, el sueño que había perse­guido con implacable insistencia.

Al abrir el libro, la primera sor­presa es el gran número de poe­mas recogidos; setenta y una com­posiciones son muchas más de las que un lector fiel a la poesía ote- riana conocía y podría esperar.

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Frente a los acantilados de Punta Galea en 1948

También asombra la variedad de temas y la ambivalencia del senti­miento, que trasciende el sombrío panorama de sus poemas más co­nocidos sobre Bilbao para llegar a la alegría infantil vivida en el huerto de la abuela y en el frontón de la plaza de Orozko, o a la atrac-

ción abismal del Cantábrico.A mediados de los 70, el poeta

ha completado la selección de sus poemas vascos y así se lo comuni­ca a Ortiz Alfau. Por entonces tie­ne en preparación un nuevo libro. Hojas de Madrid, que dejó inédito en el momento de su muerte, pero

del cual ya habían aparecido algu­nos poemas en varias antologías. De estas carpetas del futuro Hojas de Madrid proceden también los inéditos que incluyó en los Poe­mas Vascos.

Blas de Otero organizó los poe­mas de su tierra en tres capítulos, atendiendo a tres núcleos temáti­cos: Bilbao con la ría y los pue­blos de sus márgenes; Orozko, la aldea matemal y el mar. En la edi­ción definitiva se han añadido dos nuevos capítulos (el I y el V), se­parando del conjunto selecciona­do por el poeta varios poemas que no encajaban exactamente en los temas anteriores, pero podían a r p a r s e en tomo al reconoci­miento de sus raíces vascas (for­man el capítulo I). El último grupo (capítulo V) tiene sólo una prosa y im soneto, que cierran en paz ima vocación y una vida entregada a realizarla.

Los poemas del capítulo II (“Cuánto Bilbao en la memoria”) desarrollan el conflicto vital de Blas de Otero, común al de otros jóvenes que insistieron también “hasta lo inversosímil para no ser engullidos por el entomo desal­mado de un mundo materialista, cultivador del provecho económi­co, con el que no podíamos transi­gir sin traicionar a todo lo que queríamos”, en palabras de uno de sus íntimos amigos de juventud.

Antonio Elias Martinena (1). Es de aquí, al describir aquella socie­dad marcada por la hipocresía, de donde brotan los adjetivos más duros de los poemas de Bilbao y parte la rebelión, único camino hacia la autenticidad: “Eso me sal­vó. Rompí la puerta y me fui”. Es­ta elección de la libertad y el aleja­miento es, en su origen, de natura­leza literaria. Supone una elección que, si en un primer momento es vocacional, genera bien pronto im cambio ideológico, expresado en los poemas de la margen izquierda de la ría, ese mundo del proletaría- do con el que convivió en 1954 en la mina de La Arboleda. Porque sólo “xm hombre ancho de espal­das y de alma, / un hombre hundi-

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PERGOLA 5

Blas de Otero en Madrid, 1931

do hasta los codos / en la desgracia y la fortaleza” puede sacrificar la existencia personal a un proyecto colectivo. Sólo a partir de ese mo­mento puede identificarse con su ciudad y sentirla y aceptarla en to­da su plenitud: “Bilbao soy yo de cuerpo entero”.

El capítulo III está dedicado al mar. No hay ninguna duda respec­to a qué mar le sirve a Blas de Ote­ro como vehículo simbólico. Es la “airada mar de los acantilados”, el Cantábrico furioso, vehemente, poderoso y verdadero.

En ios sonetos de sus primeros libros, el mar será el silencio pode­roso y terrible de un Dios sordo al dolor del hombre. Incluso será el mismo Yavé cuyas manos “horri­bles, nuestros cuellos / hiñesen sin

la madre, la abuela, la niña de ios amores adolescentes. El valle de Orozico aparece velado por la nie­bla y por la fina lluvia que hume­dece el huerto de la abuela. Es el rincón amado en el que se demora Blas de Otero, en donde encuentra algunas de las descripciones más originales de su poesía. Unas ve­ces es el feliz hallazgo de una adje­tivación antepuesta que desvela la realidad escondida. He aquí, por ejemplo, esta imagen en movi­miento que acompañará para siem­pre nuestra imagen de im pinar; “los castaños de fruncida sombra / las rápidas laderas de pinares”. Es cierto que las copas redondeadas parecen contener las laderas, en tanto que las ramas afiladas de los pinos precipitan !a caída del mon-

^Asombra la variedad de temas y la ambivalencia del sentimiento,

que trasciende el sombrío panorama de sus poemas más conocidos sobre Bilbao”

piedad, y nos ahogasen”. Mas si el mar es la muerte, grandiosa en su poder destructor y en su infinitud, es también la vida “que uno ha en­vuelto y desenvuelto / como / olas / sonoras”. Y es la verdad “que ha­bla adelantándose a las maravillo­sas palabras / de los poetas”, la voz del pueblo “que no sabe leer, de la que el poeta se reconoce sólo co­mo un eco: “Voz del mar, voz del libro. / Así termina / una mano que empieza en uno mismo, / un silen­cio que el mar impone y dicta”. Este es el programa de vida de un escritor comprometido con su tiempo, que pone el valor educati­vo de la belleza en la “mayoría” como creadora, además de recep­tora, de la poesía.

Los poemas del capítulo IV bus­can el calor de los orígenes a la sombra de las figuras femeninas:

te. Otras veces es la comparación insólita, con una deslumbrante ca­pacidad descriptiva: “Yo quiero cerrar los ojos, ver una fuente ma­ravillosa huyendo llena de luz co­mo el atracador de una joyería tro­pezando en los adoquines resbala­dizos del fondo...”

Y siempre la lluvia. La lluvia desencadenante de la memoria, uniendo pasado, presente y futuro, sosegando el pensamiento, cal­mando la angustia: “Llueve contra las torres de la quinta parroquia, y qué le vamos a hacer si llueve in­sistentemente / y, debes decirlo, delicadamente”.

(1) “Ética y poética en la voca­ción de Blas”, Zurgai (Bilbao, no­viembre de 1988, p. 10).

Sabina de la Cruz

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Egiazkoak eta alegiazkoak: Blas de Oteroren istorioak

E^ GIN kontu. Olerka-

riak berba lauaren bi­de malkartsuan jarri

J nahi izan du bere lu­ma. Hartara, egiazkoak eta ale­giazkoak erabili ditu, zein bere kasuan, idaztemolde berríak as- matu nahían. Lerro fina, zehaz- gabea da bi-bion artekoa. Txan- dan dator harén gogoa: "Horixe da kontua: idatzi, izkiriatu as~ ko, arin eta bat-batean; itxuraz, behinik behin. Beharrezko ba- litz ere. bizitasunaz idatzi, erre- kasto, haizearen eredura eta zer esanik ez, aurretiaz sorturiko ideiarik gabe. Harako Keysto- neren film baten madura: gidoi- rik gabe eta lanerako, elkarriz- ketarako, harridurarako gogo- arekin. Neke-neke eginda Jausi arte idatzi eta hura irakurtzean, besteak arinak, apurño bat hun- kituak, bete-beteak sentiarazi

“Hitzak amasa behar du eta inprenta da bat-batean lerroetako burdin hesietan hitzak

atxilo jartzen dituena”

egokienak, irribarretan hasiko bainaiz. Bizitzari samatik hel- tzeko inor ez da gauza

Idazkeraren aldetik burutsu dabil, artega jartzen du idazle- tza arranditsu eta antzuak. Hi- tza, ahozkoa du lehen-lehena: “Badakizu bi idazkera mota di- rela, ahozkoa eta liburuzkoa. Hitz egiten den bezala idatzi be­har ez bada, hitz egiten ez den bezala idaztea ere egokia ez da. Soledades idatzi zuen Góngora hark Teresa Cepedakoaren esa- netara garamatza. Horren urrunera Joan gabe, hitzak ar- nasa behar du eta inprenta da

^Neke-neke eginda jausi arte idatzi eta hura irakurtzean, besteak arinak, apurño bat

hunkituak, bete-beteak sentiarazi^*

Berba lauaren esparruan jada, olerkariak, barridura handiaz, bertsoaren nondik-norakoak al- darriicatu ditu: “Errealitatearen eta berba lauaren artean ber- tsoa dugu, xake jokalariaren abantaila guztiekin. Ez, osterà, harén lauki zoroak. Sonetoa be- ra ere ez, horren bildua, horren beso gurutzatuen itxurakoa. Norbaitek amildu zuen, barne- barnetik egokitu, harén muga- rriak puztu, historia osoa sar zedin berba-molde triste horre- tan. Doinurik gabeko bertsoa da, bertsoa bera beraren bai­tan, ahoarekin ukitu ahala doi- nuka beti, dzpi-doinuaren ger- taera bitxi, ageriko eta luzea bada ere".

Bizitzaren eta Hburuaren arte­koa ere laburtu nahi du: "Oro dira liburu eta nik ikasi nahi dut ñola labur daitekeen bizitzaren eta liburuen arteko distantzia. Ez iezadazue esan hauek dire- nik ñire bizitzaren adierazpenik

bat-batean lerroetako burdin hesietan hitzak atxilo jartzen di- tuena. Olerkaria juglar hutsa da edo ezereza. Kardantxilo di- sekatuentzat kaiola politen arti- saua

Kezka biziz dihardu berea duen hizkuntzaren peskizan: "A bai, hauxe da loriatzekoa, esti­mulan jartzekoa eta maitatze- koa, ñire mintzaira berezkoa eta halaber, berezko eskubideaz, ñi­re gaztelania eta ñire hizkera kordobarra eta, ororen gaine- tik, ñire euskara ezkutarazia, eta ñire galegoa, eta ñire Extre- madurako elea eta ñire ¡catala­na eta ez datozkidala antipodak eta aberrigabeak sortu ninduen hizkuntza aipatzera, berori bai- tut ganorazkoa, barru-barru- koa, bizitzan, heriotzean zein jaiotzan bertan ere ”.

Estetikaren hegoetan, pinto- reak ere adiskideak ditu. Haien- gan atsedena hartu, haiekin hiz- ketan jardun eta egon: "Zaldu-

naren bularrean eskua. Fusila- menduak delakoaren alkando- ra. Bi-biak jasanezinak, deia- dar ozena egin gabe. Besoak gora, askatasun deiadarra edo gaua urratzen dueña, mozoloa- ren deiadar berbera. Gorula- riak. Erritmo zehatza. Argiia-ia gizatiarra. Zapitxoa, beso hur- bila, lepoa doi-doi. Ez dago ba­lio duen deiadarrik, ez isil bete- garririk. Grekoarengana burre­ra naiteke; Goyarekin hizketan jardun: egon, bakar-bakarrik, Velazquez berberarekin”.

Olerkaria, oraingoan, geldiu- nean dago eta irakurlea, arine- ketan, Hburuaren titulura doa. Istorioak, alegiazkoak zein egiazkoak, halaxe dio azalak. Gero, hantxe bertan, behinolako bilbotar baten sinadura. Blas de Otero zituen harek izen-deitu- rak. Ñor zen ere ez badakizu, irakur dezakezu, horren hurren- go, harén oroitarria:

FINI DA

Ni hiltzen naizenean, posta- riak gutunak ekarriko dizktí, egun batzuetan zehar behinik behin. Eta nik gutun horiei erantzungo diet, data aizera- tuarekin.

N i hiltzen naizenean, haizea kalera irten eta ni harén etxera joango naiz hura ikustera; esango didate inor ez dagoela.

Ni hiltzen naizenean, mun- duak zeresana soríuko du bere gertaera txiki eta arazo han- diekin, eta nik lur azpian xu- xurlatuko dut: konponbidea atzo.

N i hiltzen naizenean, azke- nean, poema gehiago egiteko premiarik ez dut ¡zango, eta horrek ekarriko dit, seguru, at- seden ßnigabea.

Ander Urrutìa

La Conchako hondartzan (1920ko uda). Blas Mademoiselle Isabelen eskuetan