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DOCUMENTO Los toros en la Literatura Por José Antonio Trujillo Ruiz El relato de la expresión literaria de la fiesta de los toros constituye la base del discurso de ingreso en la Asociación de Médicos Escritores y Artistas del Dr. José Antonio Trujillo. Se trata de un texto, literariamente muy bien construido, que se basa de manera especial en la evidencia de que la Fiesta es un arte y que, como toda manifestación artística, luego se refleja en los diferentes géneros literarios, especialmente en la poesía. Su recorrido histórico por las páginas de literatura condensa con especial acierto la variedad de formas y de contenidos que la Fiesta ha protagonizado a lo largo de los tiempos. Por eso, constituye un documento de un especial valor, que conviene rescatar, pasados los años, de las hemerotecas. Como resulta evidente con su lectura, detrás de este texto necesariamente se encuentra un excelente aficionado, con una especial sensibilidad para descubrir ese conjunto de misterios que se esconden en el Arte del Toreo.

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Los toros en la Literatura Por José Antonio Trujillo Ruiz El relato de la expresión literaria de la fiesta de los toros constituye la base del discurso de ingreso en la Asociación de Médicos Escritores y Artistas del Dr. José Antonio Trujillo. Se trata de un texto, literariamente muy bien construido, que se basa de manera especial en la evidencia de que la Fiesta es un arte y que, como toda manifestación artística, luego se refleja en los diferentes géneros literarios, especialmente en la poesía. Su recorrido histórico por las páginas de literatura condensa con especial acierto la variedad de formas y de contenidos que la Fiesta ha protagonizado a lo largo de los tiempos. Por eso, constituye un documento de un especial valor, que conviene rescatar, pasados los años, de las hemerotecas. Como resulta evidente con su lectura, detrás de este texto necesariamente se encuentra un excelente aficionado, con una especial sensibilidad para descubrir ese conjunto de misterios que se esconden en el Arte del Toreo.

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INTRODUCCIÓN

Es mi intención que desde el primer momento todos ustedes se sientan interpelados por el tema que voy a desarrollar. A la vez quiero despertarles su interés por este magnífico mundo que es el de los toros. De esta manera haremos ciertas las palabras del poeta Manuel Montero:

Por un instante la vida depende de lo que cante un hombre en Andalucía. Comenzaremos diciendo que el toro no piensa, da que pensar. Desde que el hombre se relaciona con el toro bravo, se han producido muy distintos encuentros entre ambos. De una parte se han establecido lazos entre el hombre y el toro bravo que han girado en torno a la bravura del toro y a la inteligencia del hombre por someterlo, por mostrar a la naturaleza y a nosotros mismos que es la inteligencia y no la fuerza la gran arma que poseemos en relación a los demás seres vivos.

En este tipo de relaciones el peligro, el miedo, el valor han sido denominadores comunes de los mismos, y ahí, justamente ahí, es donde se encuadra el toreo como lo conocemos en nuestros días. Pero no ha quedado a lo largo de la historia la cosa en ese punto. También, alrededor del hombre que se enfrenta con el toro bravo, se han podido destacar una serie de características que han hecho de este encuentro una manifestación artística. Así lo han sentido y sienten los toreros, y no los perdamos de vista, los espectadores, los que nos acercamos a esta gran fiesta artística. Estos espectadores también participan de las maravillas de la lidia de un toro bravo, y comienzan a pensar sobre ello, y pueden convertirse de esta forma en artistas que participan de este gran espectáculo.

Este cúmulo de vivencias y relaciones pueden generarse porque participantes y observadores de una corrida de toros se emocionan. Utilizando la terminología de Sartre [este pensador desarrolló toda una “Teoría de la emoción”, que a grandes rasgos puede utilizarse en la descripción de lo que siente un torero o un espectador en una corrida de toros], conocemos como emoción a esa brusca caída de la conciencia en lo mágico. Podemos decir que el mundo de lo útil, de lo determinado, desaparece bruscamente, apareciendo en su lugar el mundo mágico. La emoción en este caso no debe entenderse como un accidente, sino como un modo de existir de la conciencia, una de las maneras como la conciencia comprende su estar o su ser en el mundo en determinados momentos.

El arte mágico y prodigioso de torear no está simplemente rodeado de emoción, sino que también tiene su música, y según Bergamín

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[Recomendamos la lectura de “La música callada del toreo” de José Bergamín, pequeño libro pero sabrosísimo de Ediciones Turner de 1994, donde el autor expresa de una forma delicada sus reflexiones en torno al toreo], es lo mejor que tiene. Música para los ojos del alma y para el oído del corazón; que es el tercer oído del que nos habló Nietzsche, que además es el oído que escucha las armonías superiores. El mismo Bergamín escribió estos versos sencillos:

Cante y canto es el toreo: Es cante en Rafael de Paula Y canto en Curro Romero. Desde la constatación de los dos hechos relevantes que rodean al mundo de los toros, la emoción y su música callada, queremos acercarnos a él. Nuestra aproximación será como la del chiquillo que se siente ilusionado y convocado por algún suceso nuevo para él; o sea, con discreción, poco conocimiento, pero con muchas ganas de llegar a él.

Son muchos los motivos que nos obligan a hablar en este foro de los toros y de su reflejo en la literatura. De una parte la enorme influencia que ha ejercido sobre mí la ciudad de Ronda, cuna del toreo. Por otro lado la constatación de la antigua relación entre los médicos y los toros. Y en último lugar las semejanzas que existen entre la profesión del médico y la del torero, que siempre pivotan sobre el hecho cierto de la existencia de la soledad de las personas y de la muerte. Intentaremos analizar con mayor detalle cada una de estas razones.

Con Ronda estaré siempre en deuda. En primer lugar en ella conocí a la que espero sea pronto mi mujer, Esther. En esta ciudad he aprendido gran parte de la Medicina que conozco, y me he dedicado con entusiasmo a atender a toda la gente que he podido. Pero si Ronda ha sido para mi escuela de ciencia y humanidad, ha sido cátedra del toreo, no en vano es su cuna. Podemos comenzar a hablar de su plaza de toros, propiedad de la Real Maestranza de Caballería, joya del siglo XVIII, época de consolidación del toreo a pie. Proseguir con sus dinastías de toreros, los Romero y los Ordóñez. Pedro Romero revolucionó el toreo como se conocía hasta entonces, lo saco al torero de un mero peón en la fiesta para convertirlo en un artista profesional. De Antonio Ordóñez qué decir, posiblemente fuese el mismo toreo. Así le cantó Gerardo Diego:

Antonio Ordóñez, hondo, Manda y cimbrea. Va y viene el lance jondo. La luz torea. También es en Ronda donde tengo la oportunidad de conocer a una de las personas que más saben de crítica taurina, que no es otro que Santiago Orozco [Todos los sábados a partir de las 11:00 de la mañana en Radio

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Coca- Cadena Ser se puede sintonizar en el 88.3 de FM su programa taurino “Capote de Paseo”]. A través de su programa radiofónico “Capote de paseo”, dicta semanalmente lecciones sobre el mundo de los toros. Él ha tenido a bien distinguirme con su amistad y mostrarme su interés por enseñarme algo de este maravilloso mundo. Otro de los grandes personajes rondeños a los que le debo tanto es a don Francisco Garrido [Francisco Garrido es sin ninguna duda el mejor escritor e historiador rondeño de los últimos veinticinco años. Recomendamos la lectura de su libro “La plaza de toros de la Real Maestranza de Ronda”]. Leyendo su obra he podido profundizar en este arte y en su historia.

En estos últimos meses estamos orgullosos en Ronda de que haya iniciado su camino su Escuela Taurina, de la que sin duda surgirán nuevos protagonistas de la fiesta. Su Junta Directiva, capitaneada por don José Morales, tuvo a bien contar conmigo como médico de la misma. Por todos estos motivos rondeños comprenderán que yo en esta ciudad no podía hablar de otra cosa que no fuera de toros. Así lo dejó ya escrito Antonio Gala [Este escritor andaluz aunque no es un defensor a ultranza de la fiesta, sí que reconoce en ella u valor artístico indudable y ha escrito páginas de gran plasticidad sobre este mundo]: “Mientras quede de Ronda una piedra sobre otra; mientras haya un toro de lidia que golpee sus pezuñas contra esta piel de toro de la Patria y rompa su aire limpio con la punta de un asta; mientras sobre la arena de una plaza crezca la flor de un pase de muleta, no temas que tu nombre se pierda en el olvido”.

En algunas ocasiones las personas más cercanas a mí me han preguntado con cierta insistencia si esta afición mía por el mundo de los toros es extensible a otros compañeros médicos. Rotundamente siempre respondo que sí, y que además grandes médicos han sido y son grandes conocedores del tema además de aficionados. En este momento debemos citar al profesor doctor Fernando Claramunt [El doctor Claramunt es sin duda el mayor exponente de médico escritor de temas relacionados con los toros. Ha publicado numerosísimos libros, de entre los cuales recomendamos “La mirada del torero”, deliciosa obra en la que se aúna el conocimiento profundo de la psicología humana y la de los toreros], psiquiatra de reconocido prestigio, autor de numerosos libros relacionados con el mundo de los toros, además de miembro de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas, al que tengo el gusto de conocer. Eso sí sólo a través de las ondas radiofónicas. Muchos cirujanos taurinos, como don Máximo y su hijo de la Plaza de las Ventas, comparten su pasión por los toros y los enfermos. Por ejemplo, el doctor Vila, cirujano de la Real Maestranza de Sevilla, es tan querido, que hasta la afición le abre paso como a un torero cuando acude al coso sevillano. Confiemos que también el Dr. Ángel Rodríguez Cabezas [El Dr. Ángel Rodríguez Cabezas es un magnífico escritor y conocedor de la literatura. Sí que se siente muy atraído por el mundo del flamenco, llegando hasta a publicar un libro con el título “La salud en las coplas flamencas”. He de decir que siempre me sentiré en deuda con él por responder siempre a todas las demandas de

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colaboración que le he hecho. La revista “AllegrO” ha publicado algunos artículos suyos y recomendamos vivamente su lectura] se convierta en un gran aficionado y estudioso de nuestra fiesta. La tradición de los países mediterráneos de contar en sus filas con muchos médicos humanistas, hay que hacerla extensible a la de médicos aficionados a los toros.

Decíamos que el torero y el médico se enfrentan con demasiada frecuencia a la muerte. En el primer caso siempre a la propia y en el segundo casi siempre a la de otros. En los toros y la medicina se evidencia que el binomio vida- muerte se mantiene. En esta relación antes o después aparece el miedo. Este miedo es un gran condicionante tanto en el torero como en el médico, es más , el médico debería aprender como el torero se enfrenta a él. El miedo es el condicionante básico del toreo. Sin miedo no existe el valor, que se impone para superarlo. Sin miedo este arte resultaría banal. Los diferentes estilos de torear son, a la postre, las distintas maneras de someter el miedo, y transmutarlo en arrojo, templanza, gracia , gravedad ...El verdadero valor se cubre púdicamente con la capa del arte, la soberanía de la destreza y la relajación de un cuerpo dormido al servicio de una mente despierta. Nuestra profesión de médicos también es y debe ser profesión de valor, de ciencia, pero también de arte, ya que éste es sólo propio de personas. Los toreros y los médicos sabemos mucho de soledad, de autenticidad, y por este motivo posiblemente nos reconozcamos mutuamente en tantas ocasiones, y busquemos el temple. El temple lo introdujo Belmonte, aunque lo consolidó Domingo Ortega, cuyo desarrollado sentido de las distancias le permitía situarse en la exacta, según las condiciones de los toros, y dejar así el engaño en la justa para que no lo prendieran. Este torero fue el que acuñó la expresión taurina tan extendida de “parar, templar y mandar” [Recomendamos la lectura del libro “La fiesta del siglo XXI” del magnífico periodista y torero Juan Posada, que realiza una serie de consideraciones críticas a propósito de esta expresión]. Esa filosofía considero que también nos vendría muy bien a muchos médicos para enfrentarnos a las diferentes situaciones que a diario se nos dan.

Por todas estas razones, y seguramente otras, entenderán ustedes que es para mi obligación hablar y escribir de toros, desde mi humilde posición de médico, y relacionándolos con otra de mis pasiones que es la literatura.

LA LIDIA SE CONVIERTE EN POESÍA

Antes de comenzar el recorrido por la relación que se ha establecido desde hace muchos siglos entre la literatura y los toros, quisiera poner en versos de diferentes poetas las partes que componen una corrida actual de toros, para poder así mostrar que la poesía y el toreo se reconocen y encuentran en el arte.

Comenzaremos por el paseíllo con versos de Francisco Villaespesa:

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Y cuando las cuadrilla riman su paso al son de un pasodoble, vivo y sonoro, alegre como el vino de Andalucía, cada traje es un iris de seda y raso, que a los besos d e llamas de un sol de oro se derrite en un iris de pedrería. Posteriormente el torero va a comenzar la lidia y solicita permiso al presidente, así como lo hacía Pedro Romero y como le cantó Nicolás Fernández de Moratín [De su poema “Vida y Gloria de Pedro Romero”]:

¡Con cuánto señorío! ¡ Qué ademán varonil!¡Qué gentileza! Pides la venia, hispano atleta, y sales En medio, con braveza Que llaman y alas trompas y timbales.

Ahora comienzan los lances con la capa, al son de versos primero de Rafael Alberti [Estos versos son de su poema “Corrida” escrito en Roma en 1970] y después de Claudio Rodríguez:

El torero acompaña con el capote al viento el raudo movimiento del toro fiel que pasa. Es esta sinfonía del capote, que suena, ¿a qué? He aquí el misterio...

Tras el encuentro del toro con el caballo, momento en el que el toro puede expresar su bravura y fiereza, llegan las coloristas banderillas con versos de Manuel Machado [De su poema “La fiesta nacional”]:

Por encima de las astas, que buscan el pecho, las dos banderillas milagrosamente clavando..., se esquiva ágil, solo, alegre, sin perder la línea.

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En el final de la lidia llega el embrujo de la muleta y la muerte certera del toro, que nos muestra con sus versos Rafael Alberti [Estos versos son también de su poema “Corrida”]:

El pase de muleta es el arco glorioso que al fin rinde el acoso que la muerte sujeta. Y cuando atravesada siente el toro su vida, piensa que la corrida vale bien una espada. RECORRIDO LITERARIO POR EL MUNDO DE LOS TOROS

Comencemos este recorrido con las palabras sabias de nuestro poeta universal Federico García Lorca: “Los toros son la fiesta más culta que hay hoy en el mundo”, que nos sitúan ante la auténtica relevancia de esta fiesta que es nacional para todos nosotros. Los toros son fiesta pero son manifestación artística y que ha sido resaltada por otros artistas, por el componente humano que tiene. No lo vemos así sólo los españoles, sino que también muchas personas foráneas que se acercan a este mundo. Así Lisa Loft, del Dansk Toro Club de Copenhague, dice: “Para nosotros la fiesta de los toros es un homenaje a la inteligencia, al valor y al arte humanos; es, en el fondo, un homenaje al hombre”.

Desde estas premisas podemos comprender que a lo largo de varios siglos la literatura se haya hecho eco de la hondura artística del fenómeno de los toros.

Realizaremos un recorrido por la relación del mundo de los toros con el teatro, la novela y la poesía. Debemos decir que la representación del tema taurino en nuestro teatro clásico ha sido escasa y poco significativa. Ramón María del Valle-Inclán llegó a comentar: “si nuestro teatro tuviese el temblor de las fiestas de toros, sería magnífico. Si hubiese sabido transportar esa violencia estética, sería un teatro heroico como La Iliada... Una corrida de toros es algo muy hermoso”. Pero desgraciadamente no ha sido así.

Lope de Vega, escritor que abre la gran época del teatro español, reflejó en su obra la vida y saber de los españoles de su época, y por tanto el tema taurino aparece de soslayo en diferentes obras suyas. Nunca fue un entusiasta de la fiesta, pero sí escribe sobre ella en “Los Vargas de Castilla” o en su comedia “El marqués de las Navas”.

Con posterioridad, Tirso de Molina sí que escribe una importante comedia en la que la fiesta de los toros tiene un importantísimo lugar, la obra se titula “La lealtad contra la envidia”. De cualquier forma, tampoco es el

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tema taurino el central de la obra, y es más, parece que Tirso de Molina no era muy partidario de nuestra fiesta. Sí que es más notable la relación entre los toros y la literatura dramática, que aparece en la comedia de Juan Ruiz de Alarcón “Todo es ventura”.

Hemos de decir que los temas taurinos en el teatro de Calderón de la Barca son escasamente aludidos y apenas pueden encontrarse en su gran obra. En una sola de su producción, “Guárdate del agua mansa”, aparece una ligera referencia al tema taurino, en las bodas de Felipe IV y Mariana de Austria.

Entre los muchos entremeses del siglo XVII, se encuentra uno de Francisco de Quevedo, “El zurdo alanceador”, en el que se hace alguna referencia al tema que tratamos.

Con la decadencia del teatro costumbrista español del siglo XVIII, se agudiza la poca presencia del mundo taurino en este género literario. Al entrar en el siglo XIX, el teatro español se mantiene vivo gracias al sainete y la combinación con la música en sus representaciones. En este tiempo se hace famoso el monólogo “Curro Cúchares” de Granés y Navarro. Es en la segunda mitad de este siglo donde el tema taurino irrumpe de una forma más influyente de la mano de la zarzuela. Es en 1864 cuando se estrena, por ejemplo, en Madrid la zarzuela “Pan y toros”, de José Picón, con música de Francisco Asenjo Barbieri. Llamar la atención sobre la fecha de 1875, donde Bizet estrena su ópera “Carmen”. Inicialmente tuvo un éxito escaso, ya que todavía no interesaban mucho estos temas, pero posteriormente ha gozado del favor del público a través de varios siglos. Cuando hablamos de teatro en el siglo XX indudablemente debemos comenzar por nuestro gran genio dramático, Jacinto Benavente, que se alzó con el domino total de la escena española por lo menos durante cuarenta años. El tema taurino aparece tangencialmente en su comedia de 1901 “La gobernadora”. En 1905 volvería a reincidir Benavente en el tema taurino, estrenando el sainete lírico con música de Chapí, “La sobresaliente”. A la vez que Benavente irrumpen en la escena española los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero. En dos sainetes suyos se toca el tema taurino, en “El traje de luces”, a la que pusieron música el maestro Caballeo y Hermoso, que se estrenó en Sevilla, y “Palmas y pitos”, pieza de dos actos, que corresponde a la época de mayor madurez de los autores, y que puso música el maestro Alonso. Por el teatro variadísimo de Carlos Arniches, pasan a veces todo tipo de toreros y personajes afines. Así en su excelente sainete “Las estrellas” , el mundo de los toros es el tema dramático de laobra.

Debemos resaltar el bellísimo romance que se describe en una corrida en la plaza de toros de Ronda, en la obra de Federico García Lorca, “Mariana Pineda”.

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En la segunda mitad del siglo XX, hay que hacer notar que el número de obras teatrales de cierta importancia que abordan el tema taurino es escaso. En 1954 Miguel Mihura estrenó su obra “El caso del señor vestido de violeta”, en la que hace la caricatura de un torero “intelectual”. También se acercó al tema taurino Alfonso Sastre en su obra “La cornada”, estrenada en 1960, que se centra en la relación de dominio de un apoderado sobre su torero.

En Mayo de 1975 se estrenó la obra “Tauromaquia” de Juan Antonio Castro, en la que intentaba profundizar en las raíces míticas de la fiesta. Francisco Nieva estrena en 1982 “Coronada y el toro”, que sin ser una obra taurina, sí intervienen el torero y la fiesta. Según él, pretendía hacer una liquidación irónica de la España negra. A Andrés Amorós le complace mucho el hecho de que este autor tan renovador e inteligente, conserve el tema taurino ensu obra.

Decir que en 1990, Jaime de Armiñán estrenó en Málaga como director la obra “Ramírez”, pieza de personajes y ambientes taurinos de José Luis Miranda.

Por la relación que ha tenido con Ronda, debemos decir por último, en el apartado referido a las artes escénicas, que el autor andaluz Salvador Távora, ha introducido como un elemento escénico más en su obra al toro. Así, tanto en su obra adaptada “Carmen”, como “El don Juan en los ruedos”, se da muerte a un novillo en el transcurso de ambas. En nuestra opinión, estas obras que basan su puesta en escena en la exaltación vulgar de los tópicos del mundo de los toros y del pueblo andaluz, distorsionan la auténtica esencia de este mundo mágico al que nos estamos intentando acercar [Para todo aquel que esté interesado en el teatro musical (zarzuelas, sainetes y revistas”, existe un extenso estudio de este tipo de obras en el tomo 6 de “El Cossío”, en sus páginas 114 an 117].

Cambiamos de género literario y nos introducimos en el mundo de la novela. Por tanto, cambiamos de tercio. El tema taurino ha sido ampliamente tratado en la narrativa a lo largo de los siglos, aunque la mayoría de los críticos literarios coinciden en decir que su tratamiento ha sido muy tradicional y casi siempre de una forma externa, atento más a lo pintoresco, por su enorme plasticidad y por lo cercano de la tradición de todo un pueblo. No ha tenido la novela en España la fortuna de ser el género más favorecido por el tratamiento del tema taurino, que como veremos más adelante sin ninguna duda ha sido la poesía.

Para aquellos que quieran conocer en detalle las múltiples novelas del siglo XIX y XX que han tenido relación de alguna forma con el mundo de los toros, aconsejamos la obra de Alberto González Troyano, “El torero, héroe literario” [Esta obra se publicó en el año 1988, y es casi un trabajo de investigación donde se da una relación pormenorizada de todas las

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novelas que en esos siglos tuvieron relación con el mundo taurino]. Nos serviremos en nuestra exposición de los grandes periodos que han existido en la novela española. El primero coincidente con el que se ha llamado siglo de oro de nuestras letras, que para la novela puede considerarse caducado al final del primer tercio del siglo XVII. El segundo periodo comprende el siglo XIX, en el que el genial realismo español se desarrolla de una forma esplendorosa. El espectáculo taurino era diferente en la época del siglo de oro que en el siglo XIX, por tanto, los temas así como la influencia de los toros en la literatura ha sido diferente en estos dos periodos. Hay que decir que ya en la novela “La celestina” de Fernando de Rojas, se toca el tema taurino, únicamente utilizando los personajes expresiones propias de ese mundo.

En el siglo XVI, periodo en el que la novela morisca está en pleno apogeo, en donde se tratan normalmente romances fronterizos, luchas e intrigas entre los bandos existentes en España, también existen referencias a lo taurino en las descripciones de algunos fastos celebrados para determinadas ocasiones. Así aparecen referencias por ejemplo en la novela “Guerras civiles de Granada” de Ginés Pérez de Hita. En 1618 publica el rondeño Vicente Espinel su “Vida de Marcos de Obregón”, en la que se ofrece un episodio taurino, como incidente normal de los caminos españoles, que trata del encuentro con un encierro de toros, relatado con mucho humor e intención. Un hecho semejante también fue relatado por Miguel de Cervantes en su obra universal “Don Quijote de la Mancha”.

Para acabar con este periodo literario, debemos citar el libro “Amor con vista” de Juan Enriquez de Zúñiga. Es la primera vez que entra un lance taurino en la novela como elemento realista y parte del conjunto de circunstancias reales que han de constituir el fondo de la relación novelesca. El siglo XIX comienza con las obras de diferentes viajeros románticos foráneos que describen no sólo el espectáculo sino su ambiente, como hecho representativo de un pueblo. Un primer ejemplo es la obra “Le toréador” de la duquesa de Abrantes, que fue el precedente inexcusable de la más famosa novela propiamente taurina del romanticismo francés, “La Militone” de Teófilo Gautier, conocida en España como “Los amores de un torero”. El nombre de Cecilia Bo ̈hl de Faber, que firmaba con el pseudónimo de Fernán Caballero, abre sin duda el ciclo de nuestra novela de costumbres. Como hecho anecdótico decir que estaba casada en terceras nupcias con el rondeño Antonio Arrom y Morales de Ayala, primer cónsul español que ejerció como tal en la lejana Australia [El escritor Francisco Garrido en el número 9 de la revista “AllegrO”, editada en Ronda, hace un estudio muy interesante de este rondeño universal que fue Antonio Arrom, y de su relación con su esposa. Recomendamos vivamente su lectura]. En “La Gaviota” la autora cumple un ambicioso proyecto de retratar a todas las clases españolas, así como sus costumbres. De esta forma se topó con la fiesta taurina. Debido al desconocimiento que tenía de ella, sus descripciones carecen de valor técnico, aunque si refleja con la fidelidad a las gentes de los toros.

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En el vasto panorama español descrito en los “Episodios Nacionales” por Benito Pérez Galdós, no podían faltar alusiones o pasajes de la fiesta taurina, si bien no de una forma profusa, debido consideramos a que el autor no era aficionado a nuestra fiesta nacional. En 1897 publicó Arturo Reyes su novela “Cartucherita”, que sobre la base de un triángulo amoroso, describe minuciosamente las costumbres malagueñas populares.

La única novela taurina realista importante en estos años es “Un buscador de oro”, publicada en 1911, original del escritor taurino Juan Guillén Sotelo, que utilizó el pseudónimo de El Bachiller González de Ribera. Trata de un joven de familia adinerada y distinguida, que busca en el toreo la notoriedad que no había sabido conseguir con una profesión acorde con su cultura, posición y educación [En Agosto de 1913 en Granada se celebró un homenaje a este autor, Juan Guillén Sotelo].

Dentro de lo que se conoce como novela naturalista, dos obras españolas tratan de temas taurinos. Por una parte está “Luis Martínez, el espada” de Eduardo López Bago de 1886, y por otra, “Sangre y arena” de Vicente Blasco Ibáñez de 1908. Nos detendremos por su importancia en esta segunda. El plan de la novela es tan exiguo de trama como ambicioso en el afán de retratar la totalidad del ambiente taurino. En toda ella se sigue rigurosamente la técnica naturalista, con una prolija minuciosidad en las descripciones.

Al gran periodo realista del siglo XIX, sucede una crisis en la novela. La llamada generación del 98 no ofrece para el tema taurino contribución alguna importante en el terreno de la novela, al contrario de lo que ocurre con los hermanos Machado en la poesía. Pío Baroja o Azorín sólo pasan de puntillas por el tema.

Citaremos dos novelas posteriores con poco valor literario, pero que tuvieron una enorme difusión ya que ambas fueron llevadas al cine. La primera es “El niño de las monjas” de Juan López Núñez, y la segunda es “Currito de la Cruz” [La novela fue llevada al cine en el año 1965 de la mano de Rafael Gil. Fue interpretada por Manuel Cano “El Pireo”, Francisco Rabal, Arturo Fernández, Soledad Miranda, Manuel Morán, Julia Gutiérrez Caba y Adrián Ortega. Tuvo un enorme éxito, y aún se vende en forma de película de vídeo entre los amantes del mundo de los toros] del revistero Alejandro Pérez Lugin.

Lugar aparte y singular debe ocupar la novela de Ramón Gómez de la Serna, “El torero Caracho”. En ella las costumbres taurinas están aludidas y transfiguradas poéticamente.

En la segunda mitad del siglo XX, destaca entre todos, nuestro escritor universal Camilo José Cela, que se ocupó del tema taurino en su obra debido a su gran afición, hecho que analizaremos en el siguiente apartado. Una novela que alcanzó una gran popularidad fue “Los clarines

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del miedo”, finalista del Premio Nadal de 1956, que consagró a su autor, Ángel María de Lera.

En el año 1958 se concedió el Premio Ateneo de Valladolid a la novela corta “Blanquito, peón de brega” de Jorge Cela Trulock. Citar por último tres novelas más. “La gran temporada” de Fernando Quiñones de 1960, “Topical Spanish” de Antonio Burgos de 1973 y “De miedo y oro” de Rafael Herrero Mingorance del año 1980.

No podríamos finalizar este recorrido por la novela, sin acercarnos a algunas obras y autores extranjeros. Nos detendremos en tres autores: Peter Viertel, Jean Cau y Ernest Hemingway.

En 1964 Peter Viertel publica su novela “Love Lies Bleeding”. El autor, marido de la actriz Deborah Kerr, que era guionista cinematográfico de éxito, acompañó a Luis Miguel Dominguín durante un tiempo, y esa experiencia es la que refleja en su novela.

El francés Jean Cau acompañó a Jaime Ostos durante la temporada de 1960 y de ahí surgió su libro “Las orejas y el rabo”, traducido al castellano en 1964.

No podemos dejar de recordar a Ernest Hemingway y su novela “Fiesta”. Gracias a ella se ha dado a conocer nuestra fiesta nacional a todo el mundo. Presenta los Sanfermines de Pamplona, poco después de concluir la primera guerra mundial. El torero rondeño Niño de la Palma (en la novela Pedro Romero) tiene entonces diecinueve años, es una promesa y encandila al autor norteamericano. Posteriormente publica “El verano sangriento” en 1959, en la que describe la competencia entre dos grandes maestros Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, hijo del Niño de la Palma que años atrás ya le había cautivado. Esta obra apareció como libro póstumo del autor, en el que se reunían una serie de artículos que escribió para la revista Life que después se ampliaron. El autor norteamericano ha sido ampliamente criticado desde muchos sectores taurinos acusándole de poco conocimiento del mundo del toro, así como de su excesiva parcialidad a la hora de describir y tomar partido por determinado torero. Andrés Amorós [Andrés Amorós ese mismo verano en el que Hemingway acompañaba a Antonio Ordónez, él lo hacía al lado de su padre con Luis Miguel Dominguín] señala que en “El verano sangriento” no reflejó la verdad de la rivalidad de dos astros del toreo, sino la que él quiso ver [El autor norteamericano se suicidó en Julio de 1961, un año después de concluir ese libro, de ahí que algunos piensen que en esa obra él toma un excesivo protagonismo y desvirtua en exceso la realidad taurina que observó ese verano. Podemos decir que si hubiese ocurrido así, su reacción puede definirse de lógica y humana.] Su mérito hay que buscarlo en la gran capacidad narrativa que tiene Hemingway, que en muchas ocasiones nos hace sentir hasta sensaciones físicas con la lecturas de sus libros, y no en su conocimiento mayor o menor del mundo de los toros.

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También es de entender que sintiera una inicial predilección por Antonio Ordoñez, ya que conocía a su padre y viajaba con él en coche y avión [El escritor y el torero rondeño tuvieron un gran amistad. En la ciudad de Ronda, hay incluso uno de los más bellos paseos que lleva el nombre del escritor, por sus visitas a la “ciudad soñada”]. Por tanto, quedémonos con sus valores narrativos, y no pongamos el acento en la realidad taurina que él describe, porque seguramente nos pueda incitar al error.

Sólo nos resta lidiar con lo que ha supuesto la fiesta nacional en la poesía. Decir que nuestros poetas supieron darse cuenta desde bien pronto de las posibilidades artísticas que la inspiración taurina podía proporcionarles, sobre todo los poetas contemporáneos.

La apasionada afición que el pueblo siente por la fiesta taurina le hace asunto predilecto de inspiraciones populares poéticas.

Dentro de la poesía medieval, los poemas que encontramos en la “Crónica general” integran la primera corriente de la poesía narrativa taurina. Por ejemplo, el “Poema del Mio Cid” no menciona en ninguna de sus partes tema taurino alguno, sí que aparece alguno en su prosificación. La mención de la fiesta de los toros en el siglo XV es corriente en muchos textos poéticos. El pasaje más importante es el que se encuentra en la poesía de Lope de Vega , “La hermosura de Angélica”. También aparecen algunos romances moriscos con esta temática, por ejemplo en “Flor de varios romances nuevos” de Pedro de Moncayo. Ya en el siglo XVII, no hizo Góngora, que fue muy aficionado a los toros, relaciones taurinas en verso, pero su estética influyó decisivamente en el carácter de ellas. Así sucede con la obra del granadino Pedro Soto de Rojas, “Elogio a las fiestas que se hicieron en Granada por Septiembre de 1609”.

El siglo XVIII había de dar la composición más importante de toda la poesía taurina de la época. Nos referimos a la obra de Nicolás Fernández de Moratín, “Carta histórica sobre el origen y progresos de la fiesta de toros en España”. Este autor era un auténtico enamorado de la fiesta y así lo reflejó en su obra. Anteriormente hemos leído unos versos de él.

Siguiendo el hilo conductor de la poesía morisca nos encontramos en el siglo XIX, dos poemas narrativos bellísimos. Por una parte, “Los toros” del Duque de Rivas, y por otra, “Toros y cañas”, de José Velarde.

Dentro de la tendencia realista del siglo XIX, encontramos la descripción de una corrida de toros en el poema “Poema Nacional”, del autor malagueño Salvador Rueda.

Desde finales del siglo XIX, mientras una corriente poética se mantiene en las maneras tradicionales de hacer poesía, ya se atisban movimientos en otro sentido, en un nuevo modo de expresarse con versos. Así aparece el modernismo, con Ruben Darío y su poema “Gesta del coso”. También aparecen los hermanos Manuel y Antonio Machado. Manuel ve la fiesta con

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un puro interés estético en su obra “La fiesta nacional”. De diferente carácter son las alusiones a la fiesta de su hermano Antonio, en cierta manera como elemento de crítica a la generación que le precedió.

La sensibilidad excepcional de Juan Ramón Jiménez, le lleva a que en ocasiones aparezca el tema taurino en su obra, considerando al toreo como la personificación del garbo y la legendaria galantería española.

Con posterioridad nos encontramos frente a la llamada “Generación del 27”, tan unida al diestro Ignacio Sánchez Mejías, como estudiaremos en el siguiente apartado. A algunos poetas de esta generación les debemos quizás los versos más sentidos que se han escrito a propósito de la fiesta nacional.

Hay pocos amantes de la poesía que no conozcan los versos que dedicó Federico García Lorca a su amigo Ignacio Sánchez Mejías cuando éste murió tras complicársele una herida por asta de toro. Su obra se llamó “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías”. ¡Qué espléndida elegía para un amigo! Recordemos algunos versos:

No hubo príncipe en Sevilla que comparársele pueda, ni espada como su espada, ni corazón tan de veras. Qué gran torero en la plaza, qué gran serrano en la sierra, qué blando con las espigas, qué duro con las espuelas, qué tierno con el rocío, qué deslumbrante en la feria, qué tremendo con las últimas banderillas de tinieblas. Si siempre recordaremos los versos de Lorca, el mundo de los toros le debe mucho a la pluma del poeta universal Gerardo Diego. Posiblemente el que más se prodigara con el tema taurino entre los de su generación. Tiene obras como la elegía a la muerte de “Joselito”, “ Las largas de Rafael el Gallo”, “Oda a Belmonte”, y muchas más. Llaman la atención la frescura de sus versos dedicados a Manolo Bienvenida:

Es más azul el cielo para las golondrinas, desde que juega al toro Manolo Bienvenida. La profundidad de la poesía de Gerardo Diego puede percibirse en los versos dedicados a Belmonte:

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Ya retumba y resuena la hueca palma y el vivaz jaleo, cuando de pronto surge el centelleo de un dios chaval pisando la arena... Allá va el robinsón de las Españas, raptor de ninfas, vengador de Europas, sin más armas ni ropas que un leve hatillo, incólume del río. Rafael Alberti también gozó de la amistad del torero malogrado Sánchez Mejías, y también introdujo el tema taurino en muchas de sus composiciones, como ya hemos podido observar. Son conocidas sus obras “Verte y no verte”, “Palco” o “Corrida de toros”.

Mención especial hay que hacerle al gran conocedor del mundo taurino que fue Miguel Hernández, que en su obra “El rayo que no cesa”, dejó constancia de la misma [Miguel Hernández fue colaborador habitual de la obra “Los toros” de Cossío].

La generación de poetas denominada del medio siglo XX, también se prodigó en el tema taurino. Destacan autores como Fernando Quiñones, Francisco Brines o Claudio Rodríguez, del que reproducíamos unos versos con anterioridad.

Hay que decir con cierta alegría que en la actualidad, los temas taurinos también están siendo fecundos en los nuevos poetas, y confiemos que siga siendo así.

Finalizamos nuestro breve recorrido por la interelación que ha existido a lo largo de los siglos entre la literatura y el mundo de los toros. Sin lugar a dudas, nos hemos dejado autores y obras, algunas relevantes, en nuestra descripción, pero en aras de que ésta no fuese tediosa, hemos renunciado a la exhaustividad.

PROTAGONISTAS DE LA AVENTURA DE LOS TOROS EN LA LITERATURA

Tras realizar el sucinto recorrido de la influencia que ha tenido el mundo de los toros en la literatura de diferentes siglos, y muy especialmente de la del siglo XX, nos vemos obligados a detenernos en tres personajes muy importantes: Juan Belmonte, Ignacio Sánchez Mejías y Camilo José Cela. Por motivos diferentes, como vamos a poder comprobar, estas tres grandes personalidades pueden encarnar en sus vidas esta bonita simbiosis de manifestaciones artísticas, como son la tauromaquia y la literatura.

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Juan Belmonte García fue el creador del toreo actual. Algunos autores, como Marceliano Ortiz [Es el autor del magnífico “Diccionario de la Tauromaquia” de la editorial Espasa, en el que el buen aficionado puede encontrar una buena ayuda], consideran que fue el primer torero con estilo, ya que fue el primero que se quedó quieto ante el toro y el primero que en verdad mandó con los engaños, templando la embestida como nadie. Nació en Sevilla y formó con Joselito la pareja más famosa de todos los tiempos, y algunos reconocen a esta época como la de oro del toreo. Joselito encarnó la perfección, representó fielmente los ideales que las lógicas y antiguas leyes taurinas habían dictado. Belmonte, por el contrario, fue un torero de arte. Posiblemente propició que el toreo como se entiende en la actualidad se considerara un arte.

Juan Belmonte fue uno de los primeros toreros que acercó a la intelectualidad a los toros, a principios del siglo XX. En 1912, tras su debut como novillero en Madrid, un grupo de intelectuales, entre los que se encontraban Valle- Inclán, Pérez de Ayala, Romero de Torres y Sebastián Miranda entre otros, le ofreció una comida en un restaurante madrileño del parque del retiro. Definieron el toreo en el texto de la convocatoria como una “manifestación estética de alto rango nada despreciable”. Valle-Inclán posiblemente era el autor que consideraba más a Belmonte como genio artístico. En un momento dado, llegó a decirle al maestro: “no le falta más que morir en la plaza”. La respuesta del torero fue genial:”se hará lo que se pueda don Ramón” [Esta anécdota la cuenta el fantástico Juan Posada en su libro “La fiesta del siglo XXI” en su página 93].

El torero trianero asistió a lo largo de su vida a muchas tertulias de intelectuales de la época, ya que figuraba como gran figura del toreo además de persona interesada por las letras. Escribió prólogos de libros, e incluso dictó conferencias. Esto hizo que no todos estuvieran de su parte, y defendieran el clasicismo de Joselito a toda costa. Sus detractores solían acusarle precisamente de no tener afición.

Sin duda, Juan Belmonte fue el torero que construyó con su arte y su mentalidad los primeros puentes de encuentro con los intelectuales y escritores que estaban fascinados con la fiesta.

Unos años más tarde, el torero Ignacio Sánchez Mejías, acercó el mundo de las cosos taurinos y el de las letras como nadie lo había hecho antes. Fue una figura de los toros, aunque no de las mayores, en una época en la que la fiesta alcanzó, como decíamos anteriormente, su edad de oro con Joselito y Belmonte. Sánchez Mejías estaba casado con una hermana del primero, y fue espectador de su muerte en Talavera de la Reina en 1920. No fue un torero artista ni de época, pero le caracterizó siempre su enorme arrojo y valor para enfrentarse al toro. En Julio de 1927 , dueño de una fortuna considerable, se retiró de los toros. Para entonces era muy amigo de escritores y poetas, y había dado muestras de su afición a la

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literatura. Procedía de una familia acomodada, su padre y un hermano suyo eran médicos, y él había cursado unos años de bachillerato.

Unos meses antes de su retirada entabló amistad con Alberti, a través de José María de Cossío. Tuvo conocimiento de que una serie de poetas jóvenes españoles proyectaban hacerle a Góngora, poeta que admiraba, un homenaje en el tercer centenario de su muerte y ayudó a que este se organizara lo mejor posible y fuese posible su celebración. Gracias a su generosidad, este homenaje se celebró en Sevilla el 11 de diciembre de 1927. A su costa viajaron a Andalucía, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Chabás, José Bergamín, García Lorca, Jorge Guillén y Dámaso Alonso. Luis Cernuda y el ganadero y poeta Fernando Villalón recibieron a los viajeros. Este homenaje ha tenido una repercusión muy grande en la historia de la poesía castellana del siglo XX, ya que al grupo de poetas que se reunieron en ese foro en Sevilla, se les denominó con posterioridad la Generación del 27, tan relevante y decisiva en nuestra poesía. Alberti recordaba aquellos actos con mucho cariño, y sobre todo le llamó mucho la atención la pasión con la que el público presente aplaudía las intervenciones de los jóvenes poetas [En el libro de Rafael Alberti “La arboleda perdida”, editado por Seix Barral, podemos encontrar las referencias a los recuerdos de lo que sucedió en el homenaje a Góngora en 1927 en Sevilla en su Ateneo].

La amistad que fraguó Sánchez Mejías con esta generación de poeta posiblemente hizo que se escribieran muchos de los mejores versos que se han escrito sobre el mundo de los toros jamás. No podemos dejar de lado, como en el apartado anterior hemos glosado, la impresionante influencia que han ejercido los versos de Federico García Lorca en su “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” sobre las generaciones posteriores tanto de aficionados, como de toreros y de escritores. La fiesta le debe mucho a esos versos, que han identificado por muchos años a la poesía con el toreo [Volvemos a señalar lo interesante de la lectura de la edición del “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías” de Federico García Lorca realizada por Miguel García-Posada en Clásicos-Castalia, en la que hace una magnífica labor de investigación histórica acerca de los orígenes e influencias de estos versos eternos].

No debemos olvidar que este diestro, escribió tres obras de teatro: “Sinrazón”,” Zaya” y “ Ni más, ni menos”. Fueron estrenadas en el teatro Calderón de Madrid por la compañía teatral Guerrero-Mendoza. El periodista de la época, Francisco Lucientes, lo presentaba como el torero que mientras derrochaba coraje con los toros, leía a Freud y se disponía a conseguir otra gloria más serena que la de las plazas.

Para entender el reflejo de la fiesta de los toros en las letras, es irrenunciable el leer y releer los versos que nuestro poeta universal, Federico García Lorca, le escribió a Ignacio Sánchez Mejías.

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Por último, también nos gustaría acercarnos a una faceta de nuestro escritor universal, Camilo José Cela, que es poco conocida, y que no es otra que la de su relación con el mundo de los toros.

Nuestro académico de la Lengua, Premio Nobel de Literatura 1989 y Premio Cervantes 1995, desde su juventud se sintió atraído por el mundo de los toros, e incluso practico el noble arte de torear por diferentes pueblos de la geografía española como becerrista, con peor éxito que el que le iban a deparar las letras. En la biografía escrita por su hijo [Camilo José Cela Conde “Cela, mi padre”, 1989], da fe de la afición de su padre e incluso reproduce diferente fotografías en diferentes momentos de su relación activa con los toros, como las de una tienta con Luis Miguel Dominguín.

Son variadas y numerosas las obras que tiene Cela de tema estrictamente taurino, que no hace muchos años se han recogido todas en un volumen denominado “Torerías”, ilustrado por Fernando Vinyes [Este libro está editado por Espasa Calpe, cuenta con una presentación de Andrés Amoros, y está en la Colección La Tauromaquia]. En 1951 publicó “El gallego y su cuadrilla”, con claros trazos autobiográficos. Después en 1963, “Toreo de Salón”, y así un número considerable de otros títulos. No debemos olvidar sus prólogos de diferentes obras taurinas, como “El torerillo de invierno” de Mariano Tudela, o el “Diccionario ilustrado de términos taurinos” de Luis Nieto Manjón.

Andrés Amorós ha estudiado la relación de la obra de Cela con el mundo de los toros, la influencia que ha ejercido en él, y afirma que nuestro admirado escritor ve la fiesta como lo que sin duda es, además de un espectáculo: una gran metáfora de la vida [Andrés Amorós analiza en su libro “Escritores ante la Fiesta” la figura de Cela y su relación con los toros de una forma amena y muy rigurosa, desde la perspectiva del conocedor de la literatura y la tauromaquia].

Acercarnos a estos tres personajes considero que nos brinda una perspectiva más cercana de lo próximo que han estado y estarán siempre las letras y las verónicas.

SALUDAR DESDE EL TERCIO

Cuando un torero acaba la lidia de un toro y ha cuajado una gran faena, y se le han saltado las lágrimas con cada pase como le ocurrió en una ocasión a Rafael el Gallo, el prólogo y epílogo de su obra se superponen, sus sueños mejor guardados son en ese momento una viva realidad.

Que extraña sensación será la que siente el torero artista, que sólo le es dada a él, y que tantos han soñado con ella. Nuestro gran Ortega y Gasset llegó un día a decir: “hubiera cambiado mi fama por esa otra gloria que

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sólo es dable a los matadores de toros”. Que se debe sentir cuando después de siete meses sin torear en ninguna plaza, en el Domingo de Resurrección en la Maestranza de Sevilla, se abre su Puerta del Principe por derecho y por dibujar unas manoletinas que serán el sueño de mucho de los aficionados a este mundo, como ha ocurrido en este año con José Tomás [El diestro de Pegalajar abrió la Puerta del Principe de la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla el Domingo de Resurrección del año 2001, tras cortar primero una oreja a su primer toro, y al segundo de su lote arrancarle literalmente sus dos preciados apéndices. Nunca antes José Tomás había salido por esa puerta en el coso sevillano. He de decir que posiblemente sea el torero al que más devoción tengo, y no me cabe la menor duda de que será un torero de época]. La literatura ha intentado expresarlo como hemos podido observar a lo largo de muchos años. Pero ¿lo ha conseguido?.

Considero que uno de los profesionales que mejor puede conocer esa sensación, es precisamente el médico. El torero sueña con pases, quites; el médico sueña con enfermos, con su consuelo. Son ambos protagonistas de sus profesiones por vocación, por esa llamada interior a la que no pueden renunciar. En su día a día saben mucho de sacrificio, de renuncias. Aunque viven de su técnica, ambos pueden elevar a ésta a las cotas del arte. No son esquivos a la afrenta a la muerte y saben de los terrenos cercanos y más íntimos en los que se mueve el hombre.

El buen médico y médico bueno, como los buenos toreros disfrutan con la gloria efímera que significa saludar desde el tercio, sólo unos segundos y después desaparecer tras las tablas. Dijo un día Juan Belmonte que se torea como se es, y ese le ocurre también al médico, su medicina es un reflejo de su alma.

No me cabe duda que muchos médicos anónimos han tenido el sueño de abrir la puerta grande, pero la vida les ha hecho ver que lo suyo es sólo saludar desde el tercio, y disfrutar en su fuero interno de esa música callada, que no es otra cosa que la satisfacción de realizar un trabajo bien hecho, y que cantó para el mundo de los toros Rafael Alberti [El poema se llama “La música callada del toreo”, y reproducimos sus dos últimas estrofas. El poema se lo dedicó Alberti a su amigo Bergamín, y éste lo utilizó para un libro suyo muy conocido sobre el mundo de los toros], con una dedicatoria especial a José Bergamín, que dice así:

Un prodigioso mágico sentido, un recordar callado en el oído y un sentir que en mis ojos sin voz veo. Una sonora soledad lejana, fuente sin fin de la que insomne mana la música callada del toreo

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Querida cuadrilla, pleguemos los capotes, despidámonos del público, y salgamos de esta plaza sin hacer ruido.

© José Antonio Trujillo Ruíz

El autor JOSE ANTONIO TRUJILLO RUIZ Natural de La Carolina (Jaén), cursó los estudios de Medicina en la Universidad de Navarra, finalizándolos el año 1994. Posteriormente ha realizado estudios posgrado, doctorándose en Medicina por la Universidad de Málaga, así como realizando un Master en Salud Pública y Gestión Sanitaria en la Escuela Andaluza de Salud Pública. Es Médico de Familia, realizando su formación en la Unidad Docente de Málaga, tanto en la ciudad de Ronda como en

la de Marbella. Autor de numerosas publicaciones y organizador de múltiples eventos que se relacionan con la medicina humanista, es director de la revista "AllegrO", que también posee una versión electrónica en la dirección: www.allegro.es.org. Es el médco titular de la Escuela Taurina de Ronda. Actualmente se dedica profesionalmente a la gestión de centros de Atención Primaria en la comunidad andaluza. Es autor de 5 libros relacionados con la gestión, la investigación y la medicina y otros 6 de naturaleza estrictamente literarios.