Los Ultimos Dias de Peron

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NELSON CASTRO Los últimos días de EVA Historia de un engaño VERGARA GRUPO ZETA Barcelona • Bogotá • Buenos Aires • Caracas • Madrid • México D. F. Montevideo • Quito • Santiago de Chile

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para un buen Peronista

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NELSON CASTRO

Los últimos días de

EVA Historia de un engaño

VERGARA GRUPO ZETA

Barcelona • Bogotá • Buenos Aires • Caracas • Madrid • México D. F. Montevideo • Quito • Santiago de Chile

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PRÓLOGO

Todo intento de describir con precisión hechos sucedi-dos tiempo atrás, por poco que haya transcurrido, resultauna tarea casi imposible. Esta dificultad se acentúa cuan-do se trata de un acontecimiento al que el devenir de losaños y la trascendencia de sus actores, le han otorgado uninnegable carácter histórico. Contradicciones entre losprotagonistas, versiones interesadas, imprecisiones en lainformación, percepciones instaladas con fuerza en la opi-nión colectiva, alejan insensiblemente de la verdad a quiense propone reconstruirla.

Precisamente, el singular valor del trabajo que ha reali-zado el doctor Nelson Castro en torno a la enfermedad deEva Perón que culminó con su muerte hace más de mediosiglo, reside en el hecho de que el autor ha logrado sortearcon éxito esos múltiples obstáculos que fueron surgiendo ensu camino. Ha ido reuniendo retazos de esta apasionantetrama con una persistencia y una rigurosidad destacables asícomo con un conocimiento profundo tanto de los aspectos

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médicos del caso como de las circunstancias políticas en lasque se desarrolló este turbulento proceso. Si bien describeun drama privado, esta trágica historia ocupó el centro dela atención del país y del mundo y ambas esferas, la públi-ca y la privada, se influyeron mutuamente para determinarel curso que siguieron los hechos hacia su final inexorable.

Es muy abundante el material documental que relata laenfermedad de Eva Perón ya que muchos de los protagonis-tas han dejado testimonios de su visión de lo que sucediódurante esos días, a veces ajustados a la realidad, otras refle-jando el “recuerdo” que intentaban legar a la posteridad. Laficción también ha imaginado lo sucedido, confundiendoaún más la ya imprecisa frontera entre lo que realmente pasóy lo que se ha construido en torno a esos sucesos. Al recorrerese camino hacia la verdad, jalonado por las acechanzas de lofalso, Castro ha reunido una asombrosa información, enmuchos casos expuesta en estas páginas por primera vez, alcabo de una investigación rigurosa que llevó al autor a con-sultar protagonistas y fuentes originales tanto en la Argenti-na como en los Estados Unidos de América. La visión calei-doscópica que construye, arroja una luz inesperada sobremuchos aspectos oscuros de esta apasionante historia. Perotambién, como toda reconstrucción del pasado, deja plantea-dos nuevos interrogantes para futuras investigaciones.

Como lo hace notar el autor en su introducción, la his-toria que despliega ante nosotros, con una pluma ágil yvivaz manteniendo el ritmo característico de los relatos desuspenso, enlaza el material documental que describe suce-sos que parecen ser producto de la imaginación. Pero no loson, ya que allí están testimonios orales, escritos autobiográ-ficos y noticias periodísticas que prueban que esos hechos

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ocurrieron. También parece pertenecer a la ficción la des-cripción de la manera en la que se realizó la investigación,suma de casualidades, intuiciones felices y, sobre todo, deese espíritu de cazador alerta en espera de su presa que es loque define a todo buen periodista. La historia de la investi-gación pasa a ser una “novela” dentro de la “novela”, aun-que ni el relato ni la búsqueda que permitió concretarlosean productos de la imaginación.

Tal vez uno de los aspectos más interesantes de esta atra-pante saga resida en el conjunto de circunstancias que con-dicionan el comportamiento de los médicos cuando sus pa-cientes están estrechamente vinculados al poder o, en gene-ral, cuando son celebridades. Se trata de una cuestión que hasido ya motivo de numerosos estudios académicos que handado origen a la descripción del “síndrome VIP”, es decir, laenfermedad de la gente importante. Efectivamente, el con-junto de opiniones e intereses, de consejos requeridos o no,de posiciones divergentes que se mueven en torno a los po-derosos —todo esto favorecido por el carácter intrínseca-mente incierto de la medicina— puede tener como resulta-do que el tratamiento del paciente se demore o se condicio-ne a circunstancias ajenas a las buenas prácticas médicas. Elescrutinio público de las actividades que los profesionales dela salud desarrollan en relación con las “celebridades”,mucho más evidente en nuestros días que en la década de1950 cuando transcurrieron los hechos aquí relatados, llevanmuchas veces a que los médicos pierdan la imprescindibleobjetividad en relación a juicios y conductas.

En este sentido, tal vez uno de los aspectos centrales deeste relato sea el vinculado con el rechazo que parecen haberdemostrado la paciente y su entorno familiar ante el consejo

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que le diera el doctor Oscar Ivanissevich quien, luego de ope-rar a Evita de una apendicitis inexistente en enero de 1950,insistió en que debía realizarse estudios ginecológicos, indi-cación que fue desoída. Castro se pregunta si Evita podría ha-berse salvado en caso de haberse diagnosticado y tratado en-tonces del cáncer de cuello uterino, cuyos síntomas se advir-tieron en septiembre de 1951 y que finalmente causó sumuerte. Es un interrogante que jamás podrá respondersepero que resume muy acertadamente la idea del autor quiensostiene que, no pocas veces, “el poder mata”, conclusiónapoyada por diversos estudiosos de las circunstancias que ro-dean a este tipo de pacientes. Tal vez, de no haberse tratadode una figura de la relevancia de Evita, quien según todos losrelatos se negó a seguir siendo estudiada por los médicos, unapersona en esas condiciones se hubiera operado mucho antes.

Mezquindades, intrigas palaciegas, búsqueda de notorie-dad, puja por acercarse al poderoso, vanidades heridas, pres-tigios amenazados, son todos elementos que rodean la ac-tuación de quienes de uno u otro modo participaron en elcaso. Pero, sobre todo, queda en evidencia la buena disposi-ción y la entrega con que muchos grandes maestros de lamedicina de nuestro país acudieron desinteresadamente a laconvocatoria que se les hizo para asistir a una enferma que,en esos años, monopolizaba con su marido el centro de la es-cena nacional. Con la caída del gobierno, no pocos de susmédicos debieron pagar precios muy altos por haber brin-dado su ciencia a quien la requería, dando estricto cumpli-miento al Juramento Hipocrático que todo médico prestacuando se incorpora a la profesión. Dice en uno de sus pá-rrafos: “Juro hacer caso omiso de credos políticos y religiosos,nacionalidades, razas y rangos sociales, evitando que éstos se

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interpongan entre mis servicios profesionales y mi paciente.”Muchos de los protagonistas de esta historia vieron inte-rrumpidas sus carreras profesionales y académicas por cum-plir con esa promesa, como resultado de una intoleranciaque hoy, a la distancia, felizmente nos resulta inexplicable.

En fin, son innumerables las reflexiones que sugerirán allector estas páginas. Resulta llamativo el hecho de que Evitanunca supiera que fue operada por un médico al que jamásconoció, con quien nunca intercambió una palabra. La pre-sencia en nuestro país de ese médico, el afamado cirujano on-cológico estadounidense George Pack, se mantuvo ocultacomo secreto de Estado y para explicar la operación, se es-tructuró una mentira, la “historia de un engaño” que describeel libro, con la complicidad de varios participantes, situaciónque, en algunos momentos del relato, adquiere un caráctergrotesco. La trama de intereses políticos y diplomáticos querodea a esta participación de Pack, muchos develados por pri-mera vez en estas páginas, resulta apasionante. A propósito deesta intervención se plantean reflexiones sobre el alcance delsecreto médico en los casos en los que la información médicapuede adquirir dimensión política —los médicos tambiénprometemos “Guardar y respetar los secretos a mí confiados”—así como sobre otros aspectos vinculados con las relacionespersonales entre los colegas que intervinieron en el caso.

El relato que sigue tiene la virtud de ceñirse a la des-cripción desapasionada de los hechos concretos, tal comoNelson Castro los ha reconstruido pacientemente más demedio siglo después de sucedidos. No formula juicios de valoracerca de un personaje sobre el que ya tanto se ha escrito ytrasunta una mirada comprensiva sobre la actuación de losprofesionales. Esta actitud demuestra un cabal entendimiento

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de las dificultades que surgen en circunstancias políticas tur-bulentas al ocuparse de la salud de personas tan conocidas,tan controvertidas, tan escrutadas por la sociedad y, también,tan agudamente concientes de su destino histórico.

Es precisamente la sensación de estar ingresando a esahistoria, que los protagonistas de esta verdadera novela realponen de manifiesto en cada uno de sus actos. Esa actitudconstituye el atractivo que encierra para nosotros que ahorasabemos que ellos no se equivocaron y que, aunque inscri-bieron sus nombres en la historia de nuestro país debido asu reconocida actividad profesional, su participación en estecaso contribuyó a que lo hicieran.

Este libro de Nelson Castro será fuente obligada de con-sulta para todos aquellos que quieran conocer un período yatan transitado de la historia contemporánea de nuestro país.Pero, además, ayudará a comprender a políticos y a profesio-nales de la salud la complejidad que pueden adquirir sus rela-ciones ante determinadas circunstancias así como la responsa-bilidad que cada uno tiene de asumir con humildad su papel.

Al lector, atrapado por estas páginas, sigilosamente se leabren a continuación las puertas de una mansión, que la-mentablemente ya no está. Eso le permitirá recorrer sus ha-bitaciones como testigo mudo del drama que se desarrollóen ellas hace tantos años. Su guía, Nelson Castro, los haráparticipar de la tragedia de los últimos días en la vida deuna joven mujer que sin duda alguna, más allá del juicioque su actuación merezca a cada uno, fue una protagonistaindiscutida de la Argentina del siglo XX.

Guillermo Jaim EtcheverryDiciembre, 2007

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PRÓLOGO DEL AUTOR

El caso Evita: una investigación de “novela”

Toda obra tiene una historia. Y a ésta no le falta la suya.Este libro es hijo directo de Enfermos de Poder y del docu-

mental La muerte secreta de Evita. Y así comenzó su historia…

Una mañana de abril de 2006 recibí en mi correo elec-trónico de radio Del Plata un email de la colega Alba Piot-to. Allí me contaba que su madre había trabajado como ad-ministrativa en el entonces Policlínico Presidente Perón(hoy Hospital Presidente Perón) de Avellaneda en el mo-mento en el que Evita fue internada para ser operada de sucáncer de cuello de útero. Me decía, también, que habíasido asignada a la tarea de recibir a las miles de personasque, por esos días, se acercaban al hospital para hacerle lle-gar a Evita, mortalmente enferma, sus mejores deseos deuna pronta y total recuperación. Finalmente, me expresabala posibilidad de que entrevistáramos a su madre para in-corporar el tema de la enfermedad de la segunda esposa del

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general Perón como un capítulo de una posible segundaparte de Enfermos de Poder.

Casualmente, y en el transcurso del mismo mes, duran-te la presentación de Enfermos de poder en la Feria del Libro,tanto Magdalena Ruiz Guiñazú como Joaquín Morales Solá—mis queridos amigos y colegas— me preguntaron si nopensaba incluir el tema de la enfermedad de Eva Perón.

Fue entonces que recordé una obra que había llegado amis manos allá por el año ‘97 o ‘98. Era —y es— un libroescrito por el doctor Jorge Albertelli titulado Los “cien días”de Eva Perón, en el que el autor relata su rica e impactanteexperiencia como jefe médico del equipo que atendió aEvita, responsabilidad que lo llevó a mudarse e instalarsedurante cien días en la residencia Unzué, situada en dondehoy se encuentra la Biblioteca Nacional y, por entonces, lamorada oficial del Presidente de la República. Años mástarde, aquella residencia fue demolida por la Revolución Li-bertadora en un acto de evidente e increíble intolerancia.

Con un poco de paciencia y mucha suerte, rescaté eselibro y, mientras lo releía, supe inmediatamente que allí habíauna historia que reconstruir, que investigar y que contar. Ellibro del doctor Albertelli, además de presentar anécdotas deindiscutible interés, aporta información de gran valor tantosobre el engaño como sobre la intriga que se tramó alrededorde la enfermedad de la entonces primera dama. Por otraparte, constituyó un excelente punto de partida para nuestrabúsqueda, dado que en él hallamos los nombres de las perso-nas —médicos y enfermeras— que participaron tanto de laatención como del cuidado de la enferma.

Puestos a la búsqueda de esas personas para saber si al-guna de ellas aún vivía, Guido Baistrocchi, uno de mis

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productores periodísticos, logró tres hallazgos significativos:el primero fue que en el hospital Presidente Perón, su direc-tor, el doctor Jorge Trainini, le informó que el doctor AníbalBordone, el médico de guardia durante el día en que Evitase operó, todavía se desempeñaba como consultor del hos-pital y hacía recorridas de sala con los médicos tres veces porsemana; el segundo se produjo cuando, a través de la guía te-lefónica, pudo dar con el doctor Joaquín Carrascosa, el mé-dico radioterapeuta que tuvo a su cargo el tratamiento ra-diante que se le hizo a Evita, y, finalmente, el tercero se pro-dujo cuando, gracias a la ayuda del Museo Eva Perón, logrórastrear y ponerse en contacto con Nilda Cabrera, una de lasintegrantes del equipo de enfermeras que cuidó a Evita enaquellos últimos días. Además, logró encontrarse con el doc-tor Jorge Albertelli hijo quien, con agradable predisposición,aceptó ser entrevistado. Su relato nos permitió conocer as-pectos anecdóticos de la participación de su padre en el casoque dieron mayor precisión a lo narrado en su libro.

Con todos estos hallazgos y con el entusiasmo de unahistoria que se desplegaba frente a nosotros, hablamos conCarlos de Elía, Gerente de Noticias de Canal 13 y TN, parapresentarle el tema. La posibilidad de realizar un documen-tal era muy atractiva pero, para lograr rearmar el rompeca-bezas, aún faltaban muchas piezas. La idea interesó a DeElía, por lo que, en ese instante, nació un desafío: buscar yencontrar los documentos y los testimonios que, hastaahora, habían permanecido ocultos y secretos, y sin los cua-les este libro no tendría historia.

Fue en ese momento de la investigación en que se incor-poraron al proyecto Ricardo Ravanelli y Cinthya Ottaviano.Y, a partir de allí, los hechos transcurrieron a la manera de

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una verdadera novela. La entrevista con el doctor Bordone,en el Hospital Presidente Perón, a cuyas autoridades agra-dezco toda su colaboración, se hizo en la misma habitación,convertida hoy en museo, que ocupó Evita durante su inter-nación. El recuerdo que tuvo de esas horas fue de una nota-ble precisión. Uno de los momentos más impactantes ocu-rrió cuando, al visitar el quirófano en donde la operaron,que también está intacto y en uso, el doctor Bordone re-construyó perfectamente la escena del acto quirúrgico.

Allí nos enteramos, además, de que la historia clínica deEvita, que había sido guardada en los archivos del Hospital,fue quemada por la Revolución Libertadora. Era un docu-mento extremadamente importante para la investigación y,por lo tanto, debimos comenzar a buscar alguna otra histo-ria clínica que hubiera podido ser escrita por alguno de losmédicos que habían atendido a la joven esposa de Perón.Fue una búsqueda incesante que desembocó en un inespe-rado y feliz final que la posteridad debe al médico que pri-mero atendió a Evita por su problema ginecológico, el yafallecido doctor Humberto Dionisi, destacado profesional yprofesor de Ginecología de la Facultad de Medicina de laUniversidad Nacional de Córdoba. Uno de sus hermanos,el doctor Jorge Dionisi, también médico ginecólogo, vive.Luego de haber dado con él, viajamos a Córdoba, dondenos recibió en su casa una mañana de diciembre de 2006.Dueño de una memoria intacta, recordó cuál había sido laparticipación de su hermano durante la enfermedad de Eva.

Ya habíamos terminado con la entrevista, cuando elyerno del doctor Humberto Dionisi se acercó a nosotroscon unos papeles que demostraban haber sido objeto de

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silencioso y celoso cuidado. Al escribir estas líneas, nopuedo dejar de recordar las palabras exactas con las que melos mostró: “Mire, sabiendo ya que moría, mi suegro abrió undía la caja fuerte de su casa y me entregó estos papeles dicién-dome que, una vez que hubiera fallecido, hiciera con ellos loque me pareciera más conveniente. Yo no tenía idea de qué setrataba pero, producido el deceso de mi suegro, los abrí y me dicuenta de que eran papeles que algún día podían significaralgo para la historia. Pienso que, tal vez, ese día sea hoy”. Fueun pensamiento premonitorio porque, efectivamente, esospapeles tienen un valor histórico enorme dado que, paranuestro asombro, eran —y son— nada menos que el únicoresumen existente de la tan buscada historia clínica de Evita.

Como el lector apreciará durante la lectura del libro,otro de los puntos a investigar fueron las relevantes partici-paciones en el caso de los doctores Abel Canónico y GeorgePack. El doctor Canónico falleció el 23 de octubre de 2000.Para diciembre de 2006, le sobrevivía su esposa quien gen-tilmente nos abrió las puertas de su casa. Su testimonio nospermitió conocer detalles de cómo su esposo manejó la si-tuación que lo llevó a contactar al doctor Pack y a tomarparte en el operativo organizado para que su presencia enBuenos Aires pasara inadvertida. También nos habló de susrecuerdos, de las vivencias de su esposo y el desencuentroque, como consecuencia de su intervención y la del doctorPack en el caso, se generó con el doctor Albertelli así comotambién nos mostró el original de la famosa carta que eldoctor Pack le mandó a su esposo tiempo después de pro-ducido el deceso de Evita. Lamentablemente, la señoraEdith de Canónico no llegó a ver la conclusión de toda esta

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investigación ya que falleció en julio de 2007. Su relato fuemuy valioso para el documental y, dada la cantidad de de-talles que nos proporcionó, nos permitió comprender lasentrelíneas del artículo escrito por el doctor Canónico pu-blicado en La Nación en 1991 y de la entrevista que le con-cediera a la colega Ana D’Onofrio en julio de 2000.

Mientras todo esto sucedía, Cinthya Ottaviano conti-nuaba con su trabajo para acceder al material desclasificadode la CIA relacionado con el caso. A esta altura de la inves-tigación, la figura del doctor Pack se había instalado en elcentro de la escena y se hacía indispensable conocer los de-talles de su participación.

Fue a principios de enero de 2007 que el profesor doc-tor Guillermo Jaim Etcheverry me hizo llegar el excelenteartículo acerca de la enfermedad de Evita publicado en laprestigiosa revista médica The Lancet. Es un trabajo sobreel cual el doctor Canónico habla en el reportaje de AnaD’Onofrio. Su título es “La enfermedad y la muerte de EvaPerón: cáncer, política y secreto” y su autor, el doctor Barron Ler-ner, profesor de Ética e Historia Médica de la Escuela de Me-dicina de la Universidad de Columbia, en los Estados Unidos.

Junto con la revisión del caso, de la lectura del artículosurgieron citas bibliográficas de un valor precioso ya quemostraban, claramente, que el doctor Lerner se había en-trevistado con la segunda esposa del doctor Pack, quien fa-lleció en 1969, lo que le permitió acceder a documentosque permanecieron ocultos y que tenían que ver con la vi-sión de los hechos que tenía el doctor Pack y con sus con-tactos con funcionarios del gobierno de los Estados Unidos,ávidos de saber la verdad sobre Evita y su salud.

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Nos reunimos, entonces, con mi gran amigo, el doctorJohn Salazar Schicchi, profesor de Neumonología de laUniversidad Columbia, para rastrear al doctor Lerner. Suartículo era del año 2000 y desconocíamos si él continuabasu labor en la Universidad o no. Grande fue nuestra alegríacuando obtuvimos respuesta del doctor Lerner en la que semostró totalmente dispuesto a colaborar con la investiga-ción. Lo entrevistamos en mayo de 2007 en su oficina de laUniversidad, en la ciudad de Nueva York. Su aporte fuetambién valiosísimo por lo que nos contó de sus conversa-ciones con la viuda del doctor Pack y por los documentosque nos permitió transcribir en los que se revelan los con-tactos del doctor Pack con la Embajada de los Estados Uni-dos en Buenos Aires y que hasta hoy habían permanecidoen el más absoluto de los secretos. Gracias a los datos quenos ofreció, logramos dar con el hijo médico del doctorPack, George Pack (h), quien reside en una pequeña ciudaddel Estado de Ohio. Luego de las tres conversaciones tele-fónicas que mantuvimos con él y, en las que se mostróabierto a dialogar sobre el tema, comprobamos que, efecti-vamente, lo que recordaba era escaso y difuso. Según nosdijo, su padre siempre había hablado muy poco de este casocon él. Lo que más recordaba es que le había dicho queEvita era una paciente con un pronóstico irreversiblementefatal. Finalmente, nos confesó que la persona a quien supadre más le había hablado sobre el caso de Eva Perón,había sido su segunda esposa, Helen Pack, a quien no veíadesde hacía años, por lo que no nos podía asegurar si aúnvivía o no. Y agregó que la última vez que había tenidonoticias de su madrastra, supo que vivía en el Estado deNueva Jersey. El rastreo que hicimos de Helen Pack en

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Nueva Jersey, último domicilio que se le conoció, no noscondujo a ella. Desconocemos si aún vive.

La búsqueda bibliográfica nos permitió, también, hallarun artículo dedicado a la enfermedad de Evita en la serie de“Casos de personalidades célebres de la política y el arte”publicados por el doctor Pack, algunos de cuyos párrafos sereproducen en este libro.

Paralelamente a este viaje hacia la verdad, el trabajo per-severante e inteligente de Cinthya Ottaviano arrojó un resul-tado trascendente: la respuesta de la Embajada de los EstadosUnidos con los documentos desclasificados de la CIA en losque se hace referencia a la enfermedad de Evita. Documen-tos total y absolutamente desconocidos para la opinión pú-blica y demostrativos de la importancia política del caso y delas especulaciones que se hacían acerca del futuro del generalPerón. Agradezco mucho a Cinthya el que nos haya permiti-do la inclusión en el libro de dichos documentos.

Ya en junio de 2007 contábamos con documentos y tes-timonios esenciales para terminar de armar el documental.Fue entonces que recibimos la propuesta de Ediciones B paraconvertir esta apasionante historia en un libro y, en este sen-tido, vaya mi agradecimiento a Carlos de Elía quien com-prendió que el volumen y la calidad del material obtenidodurante esta larga, intensa y casi novelesca investigación so-brepasaba la posibilidad que un documental permite y que,por lo tanto, requería convertirse en páginas impresas.

El documental se emitió por Canal 13, en Telenoche, endos emisiones los días 25 y 26 de julio de 2007, y por el canalde cable TN en una única emisión el día 26 del mismo mes.La repercusión fue enorme y uno de los hechos más intere-santes fue el impacto que tuvo en jóvenes y adolescentes.

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Como siempre pasa con este tipo de realizaciones, unavez que se emiten o se editan, aparecen nuevos testimoniosque, con sus aportes, terminan de consolidar y confirmar lavalidez y la seriedad de su contenido. Y, este caso, no fue laexcepción. Así fue que entonces surgieron dos nuevos testi-monios. Uno, el del doctor Taquini hijo que nos relató cuálhabía sido la participación de su padre, el doctor AlbertoTaquini, en la atención de Evita desde marzo de 1952 hastasu muerte. El otro testimonio, impactante, fue el de MaríaEugenia Álvarez, nada menos que la jefa del equipo de en-fermeras que atendía a Evita quien, hasta ahora, nuncahabía aceptado hablar sobre el caso. María Eugenia fue,además, una de las últimas personas con las cuales Evitahabló, en la madrugada del 26 de julio de 1952, antes deentrar en el coma final que precedería a su muerte.

Finalmente, otros dos reconocimientos. A Rogelio GarcíaLupo que con su conocimiento acerca de la historia políticaargentina y de sus fuentes bibliográficas nos permitió hallarlibros y publicaciones periodísticas en las que se desarrolla eltema y que, en algunos casos, han aportado datos ciertos yvaliosos mientras que, en otros, han mostrado inexactitudesde nombres, fechas y hechos atinentes a la enfermedad deEvita tales como quien fue el médico que la operó de su cán-cer, el papel del doctor Ricardo Finochietto, el grado de co-nocimiento que la paciente tenía sobre su enfermedad o eldesarrollo de sus últimas horas. El otro reconocimiento espara Carolina Di Bella, ya que sus observaciones críticas mepermitieron darle al texto mayor claridad y dinámica.

Ésta es la “novela” de la investigación para reconstruiruna trama que, aunque ciertamente real, contiene todos los

25Prólogo del autor

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ingredientes y el ritmo propios de la mejor de las ficciones.Aun así, este libro es una reconstrucción histórica. Es decir,todos los hechos que se exponen son absolutamente verda-deros. No hay ningún elemento de ficción. La narraciónestá basada en los dichos de los protagonistas y, a la mane-ra de un documental, mi relato cumple la función de serun elemento conductivo que ensambla y articula los dis-tintos testimonios que sostienen este entretejido de enga-ño, secreto y fatalidad. Sin duda, los últimos meses de vidade Evita, signados por el peor de los pronósticos, resultanun claro ejemplo de novela real.

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CAPÍTULO UNO

La oportunidad perdida

9 de enero de 1950.Evita nunca olvidaría esta fecha. El doctor Oscar

Ivanissevich tampoco. Y el general Perón la recordaría parasiempre. La historia argentina también porque, ese día, sinque nadie lo imaginara, Eva Perón comenzaba a morir.

El verano porteño se hacía sentir sobre Buenos Aires. Enla tarde de aquel día hacía calor. Y en el salón de actos del Sin-dicato de Conductores de Taxis el clima era agobiante. Seinauguraba el nuevo edificio del gremio en Puerto Nuevo.

Evita asistió al acto aunque no se sentía bien. La acom-pañaban el ministro de Educación, Oscar Ivanissevich, y eldiputado José Astorgano. En el salón se congrega una mul-titud. Todos quieren verla y ella, a medida que transcurrenlos minutos, se siente cada vez peor.

El padre Virgilio Filippo tiene a cargo la bendición de lasnuevas instalaciones. Evita comienza a tener dolores en laingle que van en aumento. Se le hace difícil prestar atencióna las palabras del diputado Astorgano quien deja inaugurada

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una escuelita para los hijos de los inmigrantes italianos quese llamará “Evita”. También anuncia una donación de20.000 pesos para la Fundación de Ayuda Social y entregauna medalla dedicada al ministro de Asuntos Técnicos,Raúl Mendé, por su labor en favor de los peones de taxisdurante su gestión al frente de la Secretaría de Cultura y Po-licía Municipal. Cuando le llega el turno de hablar, Evita lohace con gran esfuerzo tratando de abreviar el acto.

Al entrar a la residencia presidencial se dispone a ser exa-minada por el doctor Ivanissevich quien llega acompañadopor el doctor Carlos Puig. Le diagnostican apendicitisaguda. Se le administran entonces anti inflamatorios y seprepara la intervención quirúrgica para el día siguiente.

El doctor Oscar Ivanissevich fue un destacado cirujano,profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad deBuenos Aires. Debido a su relevante actuación profesionalobtuvo importantes distinciones nacionales e internaciona-les. Fue, además, diplomático, habiéndose desempeñadocomo embajador de la Argentina en los Estados Unidos.

Evita pasa la noche sin mayores molestias y el 10 deenero, a primera hora de la mañana, se interna en el Institu-to Argentino de Diagnóstico y Tratamiento, situado en la en-tonces calle Charcas al 2.300. La operación se programa paralas 11.30. Según las crónicas, Evita “que conservaba una granpresencia anímica, se encaminó por sus propios medios a la salade operaciones”.1 La intervención quirúrgica, realizada por

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1. Democracia, 13 de enero de 1950.

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29La oportunidad perdida

Ivanissevich con asistencia de Carlos Puig, es presenciada porPerón y se extiende por alrededor de media hora.

La operación, que transcurre sin ninguna complicación,depara una sorpresa. Efectivamente, Ivanissevich encuentraque el apéndice está perfectamente sano y que, por lo tanto,su inflamación no es el origen de los dolores que sufrióEvita el día anterior. Acto seguido le realiza una exploraciónmanual del abdomen y de la cavidad pelviana. Y es enton-ces cuando lo inquieta la ominosa sospecha de un cáncer. Yesa sospecha crece mucho más cuando, en ese minuto clave,recuerda que dos años antes había operado a Juana, lamadre de Evita, de una afección similar.

Nada de esto consta en el primer parte médico que seda a conocer a las dos menos cuarto de la tarde, cuyo textorelata: “La esposa del primer mandatario, doña María EvaDuarte de Perón, fue sometida a una operación de apendici-tis aguda, sin complicaciones. Su estado general es satisfacto-rio”. Tampoco el segundo parte médico dirá nada de loocurrido en la operación: “Es satisfactorio el estado de la es-posa del Excmo. Señor Presidente de la República, señoraMaría Eva Duarte de Perón, luego de la intervención qui-rúrgica a la que fue sometida hoy a las 11.30. Su pulso esnormal y no hay temperatura”.2

La reacción popular es enorme e inmediata. Quienesadoran a Evita se acercan al Instituto de Diagnóstico parasaber algo más que lo que se escucha en la radio y se lee enlas pizarras de los diarios de la ciudad. Los embarga, en esas

2. Democracia, 13 de enero de 1950.

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horas, una sensación de angustia. Por el contrario, aque-llos que no la quieren, se alegran y alimentan el rumorsobre la existencia de una enfermedad diferente y de peorpronóstico. No imaginan que, un año y medio después,esa sospecha se haría realidad.

Ministros y secretarios del Poder Ejecutivo, legisladores,líderes sindicales, altos mandos militares y embajadores seacercan al sanatorio para enterarse de las novedades del casoy, también, para dejarse ver. Ivanissevich se retira del Insti-tuto alrededor de las siete de la tarde de ese día 10 de enero.Perón y Juan Duarte lo hacen un rato después. Esa noche,la paciente es acompañada por María Elena Caporale deMercante, esposa del gobernador de la provincia de BuenosAires, y Georgina Acevedo de Cámpora, esposa del presi-dente de la Cámara de Diputados.

Por esas horas, la Confederación General del Trabajo lehace llegar el siguiente telegrama:

“En estos momentos de prueba, el corazón de todos los desca-misados de la Patria vela junto a vuestro lecho de dolor. Bien sa-bemos que vuestro físico puede haber sido momentáneamenteabatido, pero vuestra fortaleza no. Esta fortaleza que guió a losargentinos de verdad en las horas inciertas para la argentinidad,cuando supiste enarbolar la bandera de Perón para darnos la pa-tria libre, justa y soberana de la que hoy nos enorgullecemos.

”La Comisión Administrativa y el Secretariado General dela Confederación General del Trabajo interpretando el senti-miento de todos los trabajadores, que hasta en el último rincónde la República elevan sus voces por vuestro pronto restableci-miento, os acompaña a vos y al Líder esclarecido, en la espe-ranza de que pronto estéis junto a nosotros, para infundirnosnuevamente la fe que vuestra presencia irradia en los destinos

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de la Revolución Nacional y de la Justicia Social. Nuestro es-píritu y nuestra alma están con vos, señora, y vuestro dolor esel dolor de todos los que os aman y respetan.” 3

El post operatorio de Evita es bueno y, finalmente, el 14de enero es dada de alta. En aquel momento, nadie le pres-taría mucha atención a la trama de esas horas. Deberá trans-currir mucho tiempo, casi quince años, para que Ivanisse-vich cuente su verdad en respuesta al interrogante de la his-toria: ¿le advirtió a Evita que debía someterse a una opera-ción para tratar un incipiente cáncer de cuello uterino? Subreve relato de entonces fue el siguiente:

“Le pedí que se sometiera a una nueva revisación y, una vezestablecido el mal, sugerí una operación de matriz (útero). Noquiso saber nada y se puso furiosa conmigo.

” —Es la misma operación que le hice a su madre —dijoIvanissevich.

” —Usted a mí no me toca, porque yo no tengo nada. Loque pasa es que me quieren eliminar para que no me meta enpolítica. ¡Y no lo van a conseguir! —le contestó gritando Evita.

” —Pero, señora, nadie quiere eliminarla, lo que queremoses salvarla... insistió el médico.” 4

Sobre este momento que, a la postre, resultaría ser decisi-vo para el futuro de Evita, el doctor Abel Canónico, de cuyaparticipación en el caso el lector conocerá más a medida quese adentre en la lectura del libro, difiere en su recuerdo:

3. Democracia, 14 de enero de 1950.4. Primera Plana, Historia del Peronismo, Nº 210, p. 38.

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“Ivanissevich contó que cuando le sacó el apéndice [aEvita] tocó algo raro en el útero. Pero nadie se atrevió a apro-vechar ese momento para poner un espéculo vaginal y hacerun análisis. Ivanissevich sólo refirió lo que había notado algrupo de médicos que lo rodeaba.

”—¿Cómo puede ser que alguien no se haya atrevido aadvertir tamaño peligro, cuando de haberlo hecho le habríasalvado la vida?

”—Es que Eva no era fácil, era una mujer muy tempera-mental. Le tenían mucho respeto. No querían que se hicieranada que ella no hubiera previsto. El PAP (Test de Papanico-lau) existía y se usaba en el país pero con Eva Perón no se podíamanejar eso. Lástima que se perdió la oportunidad de haberfrenado todo el proceso… Ése era el momento de actuar. Perole faltó convicción [a Ivanissevich] y además ella no queríasaber nada. Era como una autodefensa… Hubo negligenciapor parte del paciente y algo de pasividad por parte del am-biente. Eva no estaba predispuesta a hacer controles médicoscon la perseverancia de las señoras de hoy.”5

Varias crónicas señalan que, luego de esa discusión,Evita le arrojó su cartera al atribulado y azorado Ivanisse-vich. Otros niegan la existencia de este hecho. Ésta es laevocación del doctor Jorge Albertelli, otro de los médicosprotagonistas de esta historia, en relación con el episodio:

“Evita había sido operada de apendicitis hacía seis o sietemeses por el doctor Oscar Ivanissevich. Éste, al conversar con-migo, me contó que cuando la operó, el apéndice estaba sano

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5. Entrevista de Ana D’Onofrio al Dr. Abel Canónico, La Nación, 23 de juliode 2003.

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y que pensaba que la dolencia podía asentarse en otro lado.Le sugirió entonces a Evita que se hiciera ver por un ginecó-logo. Ella rechazó la idea de manera violenta, con un carte-razo al doctor Ivanissevich”.6

Finalmente, en una carta de la hermana de Ivanissevich,que se reproduce en el capítulo “La polémica médica in-conclusa”, ésta refiere que el cirujano alertó a Perón sobre elorigen del mal que afectaba a Evita y de lo imperioso queera convencerla para que se sometiera a una nueva opera-ción para extirparle el útero. A pesar de esto, Perón, cono-cedor del carácter de su esposa, no hizo nada al respecto.

¿Desde cuándo Perón conocía la enfermedad de su mujer?En su propia evocación, Perón afirma que fue a fines de

1949 cuando se manifestaron los primeros síntomas. En ellibro en el que reunió sus diversos escritos durante el pro-longado exilio que siguió a su derrocamiento, escribió queya “a fines de 1949 una fuerte anemia la obligó a someterse aintensas curas”. “La veía pálida —prosigue Perón— y cadadía me parecía más delgada, más consumida. Insistía en quereposase, pero ella no atendía razones. Reaccionaba contra ladebilidad que la postraba, obligaba a las pocas fuerzas que aúnle restaban y a su inextinguible fuerza de voluntad.”7

Esa discusión le costó a Ivanissevich su cargo de minis-tro de Educación, al que debió renunciar el 12 de mayo deese año, y a Evita, la vida.

6. Entrevista de Odille Barón Supervielle al Dr. Jorge Albertelli, La Nación,21 de mayo de 1994.7. Juan Perón, “Cómo conocí a Evita y me enamoré de ella”, en Los libros delexilio, Corregidor, Buenos Aires, 1966.

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Como afirmó Ivanissevich: “Pudo salvar su vida, de ha-berme hecho caso: su madre sufría del mismo mal y todavíavive. Inconscientemente, se suicidó.”8

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8. Primera Plana, Historia del Peronismo, nota de Hugo Gambini, Nº 210,3 de enero de 1967, p. 39.

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