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Los Cazadores de Microbios (Paul de Kruiff) Para comenzar vamos a hablar un poco de aquel holandés, fiel creyente y que por allá del año 1963, nació en una pequeña ciudad adornada mayormente por molinos azules y que pasados sus cuarenta años comenzó su labor como investigador, el llamado primer cazador de microbios: Anton van Leeuwenhoek. Debido a su recién adquirida afición a tallar lentes, que le ayudaban a ver en mayor tamaño las cosas que a simple vista ya le parecían interesantes, se convirtió en el desarrollador de la observación a través de microscopios que el mismo creaba y que celosamente guardaba para sí mismo, sus técnicas de tallado de lentes y de montaje de muestras, que era tan pura y original. Sin embargo una asociación europea llamada “La real sociedad” al principio le tomó por un hombre de poco fiar, pero con el paso del tiempo le pedía, casi rogándole, les enseñará sus técnicas para la elaboración de microscopios. También le pedían les explicará sus métodos de obtener muestras ya que había sido el primero en ver microbios en una gota de agua que recolecto de un cacharro que estaba en su patio, sin embargo se adentro en el origen de estos animalillos que ni por un momento pensó que eran producto del cielo y que llegaban a su patio con la lluvia. Pocos años después de la muerte de Leeuwenhoek, otro cazador de microbios también se dedicó a observar los hábitos de estos pequeños seres y se dio cuenta de que no aparecían de la nada, que todos ellos tenían un predecesor, que no propiamente se podría llamar madre ya que no paría o ponía huevo para dar vida a su prole, sino que se dividía por su parte media y finalmente eran dos nuevos seres y de estos dos en poco tiempo serian cuatro y así consecutivamente; para descubrir esto, tuvo que aprender a cultivar a los microbios, en un medio adecuado para evitar que murieran y fue así como

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Los Cazadores de Microbios (Paul de Kruiff)

Para comenzar vamos a hablar un poco de aquel holandés, fiel creyente y que por allá del año 1963, nació en una pequeña ciudad adornada mayormente por molinos azules y que pasados sus cuarenta años comenzó su labor como investigador, el llamado primer cazador de microbios: Anton van Leeuwenhoek.

Debido a su recién adquirida afición a tallar lentes, que le ayudaban a ver en mayor tamaño las cosas que a simple vista ya le parecían interesantes, se convirtió en el desarrollador de la observación a través de microscopios que el mismo creaba y que celosamente guardaba para sí mismo, sus técnicas de tallado de lentes y de montaje de muestras, que era tan pura y original. Sin embargo una asociación europea llamada “La real sociedad” al principio le tomó por un hombre de poco fiar, pero con el paso del tiempo le pedía, casi rogándole, les enseñará sus técnicas para la elaboración de microscopios. También le pedían les explicará sus métodos de obtener muestras ya que había sido el primero en ver microbios en una gota de agua que recolecto de un cacharro que estaba en su patio, sin embargo se adentro en el origen de estos animalillos que ni por un momento pensó que eran producto del cielo y que llegaban a su patio con la lluvia.

Pocos años después de la muerte de Leeuwenhoek, otro cazador de microbios también se dedicó a observar los hábitos de estos pequeños seres y se dio cuenta de que no aparecían de la nada, que todos ellos tenían un predecesor, que no propiamente se podría llamar madre ya que no paría o ponía huevo para dar vida a su prole, sino que se dividía por su parte media y finalmente eran dos nuevos seres y de estos dos en poco tiempo serian cuatro y así consecutivamente; para descubrir esto, tuvo que aprender a cultivar a los microbios, en un medio adecuado para evitar que murieran y fue así como creó los caldos de cultivo a base de agua mezclada con semillas, y también desarrollo los medios para mantener a una sola especie de microorganismo libre de la invasión de otros que los pudieran devorar. Desafortunadamente no fue tarea fácil demostrar a la comunidad “científica” europea sus hallazgos, ya que a cualquier anuncio que hacía a “La real sociedad”, le seguían refutaciones por parte de aquellos hombres de ciencia tradicionalistas, que no daban su brazo a torcer para aceptar que sus postulados no eran ciertos, así fué como Spallanzani logró tan significativos avances para la microbiología.

Todos hemos escuchado el termino pasteurizado, incluso los más pequeños de la casa, al aprender a leer, pueden reconocer esta palabra en cualquier bote de leche o jugo, que durante la merienda se sitúe frente a sus ojos, y afortunadamente para nosotros, el autor de este método de purificación de líquidos que comúnmente ingerimos fue otro de los llamados cazadores de

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microbios, Luis Pasteur, fue un científico que ayudo a mejorar las maltas para las cervecerías de la época que estaban en decadencia debido a que sus fermentos estaban enfermando, también ayudo a la industria de la seda cuando detecto a un microbio que estaba enfermando a los pequeños gusanos productores.

Durante el tiempo que duraron las hazañas de Pasteur, también surgió otro bacteriólogo de profesión médico, que por su tenacidad logró descubrir al bichito de la enfermedad de la tuberculosis, ese pequeño escurridizo, que antes de Robert Koch ningún científico lo había podido ver y mucho menos cultivar para demostrar que era el causante de tal padecimiento y que indudablemente llevaría a la muerte a cualesquier persona que le diera hospedaje. Poco después de haber caído una peste de cólera asiático sobre Europa, Koch fue a la India con uno de sus discípulos, para encontrar a aquel nuevo espécimen que hacía enfermar de cólera y llevar a la muerte a sus portadores. Desafortunadamente un discípulo de Pasteur también enviado a la India por la misma razón, no tuvo la suerte de regresar a su hogar y pereció en su búsqueda.

Encontrar la muerte a manos de algunos de sus cultivos o al manipular los órganos infectados de los cadáveres que estudiaban, e incluso al tomar las muestras de agua que contenían millones de seres microscópicos capaces de matar a todo un pueblo, era el mayor de los riesgos que tenían que aceptar los cazadores de microbios, en su frenética búsqueda de encontrar la manera de salvar a sus semejantes y evitar los enfrentamientos que inevitablemente perderían y que muy probablemente llevarían a la muerte a más de un miembro de su familia. Para Roberto Koch esto era una guerra que quería ganar y entonces se arriesgo con todo y logró establecer que cada enfermedad es causada por un cierto tipo de microbio.

Volviendo con Pasteur podemos darnos cuenta que aunque opacado por Koch y sus descubrimientos, y quizás esto lo motivo, se esforzó para encontrar uno de los más valiosos aportes para la medicina, la inmunización. Esto lo llevó a cabo con vacas, de ahí que comúnmente le llamemos “vacuna”, a las cuales enfermaba con carbunco intencionalmente, un carbunco cultivado por el mismo y que habiendo envejecido y debilitado en el caldo de cultivo, no era capaz de matar a su anfitrión, solo lo llevaba a padecer levemente los síntomas pero pronto se recuperaba, no sucedía lo mismo con las vacas que inoculaba con carbunco joven y agresivo, que sin más terminaban sus días. Probó lo mismo con el virus de la rabia, infectó a perros sanos en distintas áreas del cuerpo y se dio cuenta que los animales solo morían cuando el virus llegaba a alojarse a la medula espinal o al cerebro, sin embargo al inyectar el virus atenuado, repetidamente durante 14 días, debajo de la piel y lejos del sistema nervioso era muy probable que tal virus no atacará con tanta ferocidad y que antes que matar al canino, logrará inmunizarlo,

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haciéndolo resistente para nuevos ataques del mismo virus. Gracias a Pasteur hoy en día existen tantas “vacunas” para las distintas enfermedades y que nos proporcionan inmunidad al recibirlas, desde la primera semana de nacidos hasta llegar a la pubertad e incluso algunos adultos seguimos recibiendo inmunizaciones ante la influenza u otras enfermedades que se ponen de moda repentinamente.

Toca conocer un poco de un par de microbiólogos que se empeñaron en descubrir no solo al bacilo de la difteria, sino un modo de curarla o mejor aún de prevenirla, para esto utilizaron cantidad inimaginable de conejillos de indias y conejos que enfermaban a propósito y a los cuales después de infectarlos, se dedicaban a inyectarles químicos, buscando una cura, que descubrieron en el suero de aquellos especímenes tratados con tricloruro de yodo y que sobrevivieron a tal tratamiento, a este suero le llamaron el suero antitoxina, debido a que el bacilo no era quien mataba, pero si la toxina que secretaba dentro de su anfitrión que desafortunadamente eran niños en su mayoría y fue entonces que ese empeño de evitar las muertes de los infantes, dio los frutos esperados y se comenzó a inmunizar con suero antitoxina que obtenían de aquellos conejillos que soportaban ser infectados y tratados con el químico. Roux, discípulo de Pasteur y Behring, ayudante de Koch fueron los encargados de obtener la vacuna que prevenía la difteria.

A finales del siglo XIX, un ruso que no tenía la mas mínima intención de vivir debido a su tortuoso pasado, se transformó repentinamente en un nuevo cazados de microbios observando larvas de estrellas de mar durante su proceso de digestión, y logró ver a través de los transparentes cuerpos de estas larvas, que había una especie de cuerpecitos que viajaba de un lado a otro y que se aglomeraba cuando algún objeto extraño penetraba el cuerpo de la pequeña estrella de mar, como si quisieran devorar aquella cosa extraña y ajena, por esta razón los llamo fagocitos (célula que come), y comenzó a elaborar teorías de que nuestro cuerpo también contaba con una especie de células que realizaban la misma tarea, sin embargo su falta de afición a realizar experimentos le llevó a solicitar quien le ayudase y junto con sus discípulos llevó a cabo experimentos que en teoría el planteaba pero en la práctica era la tarea para sus aprendices, descubrió un tratamiento para la sífilis y estudió el endurecimiento de las arterias, lo que le llevó a conocer a tantos ancianos que deseaban la muerte más que seguir viviendo y fundó la ciencia de la tanatología (ciencia de la muerte), al investigar sobre los ancianos más longevos de Europa encontró en Bulgaria que la costumbre de sus habitantes de ingerir leche agria, les hacía superar la edad promedio y dedicó estudiar al bacilo búlgaro y como influía en la sana digestión de los habitantes de este país europeo, lo que les hacía llegar a superar los cien años

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de vida. Este ruso, en principio lleno de pensamientos suicidas y que al llegar al ocaso de su vida quería seguir viviendo, se llamó Elias Metchnikoff.

También a finales del siglo XIX, pero en la región de Norteamérica, Teobaldo Smith, un nuevo cazador de microbios, dio la explicación de porque el ganado del norte llevado al sur perecía al poco tiempo de llegar, y sucedía lo mismo con los vacunos que se mezclaban con los novillos y terneras llevados al norte, la causa se descubrió en un insecto parasito del ganado que a su vez alojaba un microbio con forma de pera que atacaba a los glóbulos rojos de la sangre y los carcomía dañando el aparato circulatorio de las reses y llevándolas a una muerte segura.

Para lograr esto se ingenió de un laboratorio al aire libre, dicho laboratorio consistía en un par de corrales donde mezcló ganado del norte con ganado del sur infestado de garrapatas, en un corral; y en otro mezclo ganado que no contenía parásitos, y después de examinar a la primera víctima, del corral número uno, afirmó que las causantes de las bajas eran las garrapatas y que esto podía evitarse si bañaban a las vacas con soluciones antisépticas que eliminarán a la garrapata. Esto representó un gran alivio no solo para los vacunos, sino también para los propietarios de tan importantes ranchos ganaderos.

Los científicos comenzaban a darse cuenta que en ocasiones los microbios son transportados a su víctima por otros animales de mayor tamaño, insectos en su mayoría, y fue lo que el médico David Bruce quería demostrar al buscar la razón de la enfermedad de la nagana que atacaba a gran cantidad de mamíferos incluyendo al hombre, durante su servicio en el ejercito inglés, fue enviado a la isla de Malta, donde conoció la enfermedad “fiebre de Malta” que causaba muchas bajas en las filas militares que ahí acampaban, empezó por investigar a los animales enfermos, caballos en su mayoría, los cuales comenzaban a presentar síntomas como si sufrieran de depresión, se veían desganados, débiles, cabizbajos, dejaban de comer para terminar sus días como si fuera un suicidio. Lo mismo sucedía con los soldados que enfermaban, parecía no importarles nada más que dormir, como si fuera una “enfermedad del sueño”, entonces llegaron a los oídos de Bruce los rumores de que antes de enfermar o presentar los síntomas citados, cualquier animal o persona infectada, había sido picada por una mosca típica de la isla, la mosca tse-tse.

Fue entonces que dirigió sus investigaciones a este insecto y al microbio que, seguramente alojaba y transportaba a su nueva morada dentro de aquel mamífero que le serviría y al encontrarlo lo bautizó como tripanosoma y a la afección que origina también se le conoce actualmente como brucelosis.

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Básicamente la mejor medida preventiva para no contraer la infección, es evitar la picadura de las moscas aunque no siempre sean portadoras del bicho.

Simultáneo a las investigaciones de Smith y Bruce, estaban Grassi y Ross, el segundo un médico hindú que no tenia nada de científico, más bien era un artista mayormente interesado en la poesía, en la música, en teorías matematicas, hasta que un día al conversar con un colega suyo en Inglaterra, el cual era fiel seguidor de los mosquitos y sus aficiones por transportar enfermedades, dio un giro a su vida y se dedicó a buscar al mosquito transportador del microbio que hacía enfermar de paludismo a gran parte de la población de la India, fue entonces que después de muchas decepciones dio con un mosquito que contenía puntos pardos en su estomago y que indudablemente el sabía que era el microbio del paludismo, sin embargo no encontró el medio para demostrarlo y es entonces cuando entra Grassi en acción y mediante sus experimentos demuestra que los mosquitos que han picado a cualquier enfermo de paludismo son los que transmiten la enfermedad y la propagan entre la población susceptible a su picadura, y también demostró que las crías de las hembras infectadas no tenían manera alguna de transmitir el padecimiento a menos que hubieran picado a algún enfermo.

Después de conocer sobre los avances científicos anteriores al siglo XX, llegamos a los primeros años de 1900 y con ellos llega Walter Reed a Cuba para tratar a los pacientes de la fiebre amarilla que había matado a tantos, junto con Reed llegan sus cómplices en esta cacería por descifrar el origen de tal enfermedad. En esta cruenta batalla hubo decesos de los mismos investigadores e incluso se ofrecieron como conejillos de indias para inocularse y demostrar que el transmisor también era un mosquito, tal parece que fue una moda investigar a esta clase de insectos para encontrar los medios de propagación de muchas enfermedades, y efectivamente se demostró, después de muchas bajas y experimentos inhumanos que el medio de contagio de la fiebre amarilla, es un mosquito que lleva el virus de un hombre enfermo a otro sano, para hacerlo recaer con fiebre, problemas hepáticos que lo llevan a tomar ese color amarillento e incluso un vómito negro característico.

Pero no basta con descubrir el origen de las enfermedades, es necesario encontrar la manera de no ser atacado o en su defecto, la manera de eliminar los bichejos que nos regalan los malestares propios, y esto es lo que se proponía el alquimista Ehrlich, encontrar una “bala mágica” que destruyera a los microbios que atacaban sin piedad y que en la mayoría de los casos terminaban con la muerte del paciente, para esto dedicó parte de su vida a localizar el colorante que además de teñir la sangre acabará con la infección; utilizó el azul de metileno, que actualmente se utiliza para esterilizar acuarios de agua dulce, y demostró que

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atenuaba el dolor y hacía desaparecer ciertas bacterias, pero dejaba un rastro azulado que no era muy agradable para los pacientes en recuperación, y durante casi una década se enfoco en descubrir esta sustancia, pero fueron demasiados los fracasos hasta que un buen día, la llamada sustancia 606 se integró a su colección de químicos, sin importar que una de sus bases era arsénico, un veneno muy poderoso, logro manipularlo de tal manera que este arsénico era mortal para los causantes del mal de cadera, pero era inofensivo para el cuerpo humano, convirtiéndose en un aliado en su lucha por sobrevivir.