lucanor rebeca vizarro

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En esos instantes vagaba un hombre refunfuñando por el camino. Paraba, se giraba y buscaba una respuesta en el aire a sus dilemas. Como último recurso, recurrió a golpear una roca que se movía lentamente por el suelo. Lanzada tres metros más allá, preguntó el hombre: - ¿Desde cuándo puedes moverte, Roca? - Pues si no lo sabes tú.-respondió irónica. Discutieron leyes de física durante horas, lo que acabó siendo una charla de parientas y problemas en la cama. El hombre, hallado en confianza, le confesó finalmente sus preocupaciones: - Verás, estoy en una situación algo complicada. Trabajo en un proyecto desde hace ya algún tiempo, de gran calibre. Pues éste, últimamente, anda de capa caída y he perdido respeto como director. Además, mi hijo, que intentó formar parte de la compañía hace años, le salió bastante mal y desde entonces insiste en que ponga fin al susodicho. El caso es que… Pienso que puede ir a mejor, pero me asaltan las dudas. ¿Qué debería hacer? - Oh, vaya. Esto me recuerda a una vieja historia de marineros. Calla y escucha.-el hombre asintió perturbado. La Roca, procedió. Por mares de aguas cálidas surcaban galeones de oscuras banderas. En uno de ellos, el Capitán se lamentaba de la desdichada economía que los abordaba desde hacía meses. No atinaban a robar fortunas ni a estafar burgueses. Perseguido por la demanda de su tripulación, sus pesadillas llenas de confusión y un frecuente dolor en la entrepierna, se decantó por echar el ancla a aquella tropa de bucaneros que antaño fue tan próspera. El Capitán se ahogó en licores y concubinas. Un día de octubre murió echado en el empedrado de la ciudad. - ¿Y de aquí, que saco?- preguntó el hombre decepcionado. - Nunca creí que fueras de pocas luces.-río la Roca.- Presta atención. El Capitán se precipitó en su decisión de tal manera que no hubo más futuro en sus días. Quién sabe realmente cómo podría haber terminado si por un momento, hubiese apostado por luchar en lo que creía y amaba. Los malos tiempos llegan, al igual que se van y dejan regresar de nuevo a los buenos. El hombre quedó satisfecho y volvió a su hogar a transmitir sus nuevas. Días después, la Roca recibió un correo telepático de remitente desconocido, el cuál decía: “Estimado Roca. Dejo constancia del aprecio que sentí por tus consejos y tu compañía en un momento para mí difícil, pero finalmente decidí renunciar tal como aquel Capitán hizo. Mi hijo se empeña en recordarme día tras día lo mucho que le tocaron las castañuelas unas criaturas, según él, “deformes al andar y cortos de vista”. Me tiene frito. Así que… Destruiré la Tierra en tres o cuatro días, lo que tarden los fontaneros en arreglar la lavadora.

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En esos instantes vagaba un hombre refunfuñando por el camino. Paraba, se giraba y buscaba una respuesta en el aire a sus dilemas. Como último recurso, recurrió a golpear una roca que se movía lentamente por el suelo. Lanzada tres metros más allá, preguntó el hombre:- ¿Desde cuándo puedes moverte, Roca?- Pues si no lo sabes tú.-respondió irónica.Discutieron leyes de física durante horas, lo que acabó siendo una charla de parientas y problemas en la cama. El hombre, hallado en confianza, le confesó finalmente sus preocupaciones:- Verás, estoy en una situación algo complicada. Trabajo en un proyecto desde hace ya algún tiempo, de gran calibre. Pues éste, últimamente, anda de capa caída y he perdido respeto como director. Además, mi hijo, que intentó formar parte de la compañía hace años, le salió bastante mal y desde entonces insiste en que ponga fin al susodicho. El caso es que… Pienso que puede ir a mejor, pero me asaltan las dudas. ¿Qué debería hacer?- Oh, vaya. Esto me recuerda a una vieja historia de marineros. Calla y escucha.-el hombre asintió perturbado. La Roca, procedió.

Por mares de aguas cálidas surcaban galeones de oscuras banderas. En uno de ellos, el Capitán se lamentaba de la desdichada economía que los abordaba desde hacía meses. No atinaban a robar fortunas ni a estafar burgueses.Perseguido por la demanda de su tripulación, sus pesadillas llenas de confusión y un frecuente dolor en la entrepierna, se decantó por echar el ancla a aquella tropa de bucaneros que antaño fue tan próspera. El Capitán se ahogó en licores y concubinas.Un día de octubre murió echado en el empedrado de la ciudad.

- ¿Y de aquí, que saco?- preguntó el hombre decepcionado.- Nunca creí que fueras de pocas luces.-río la Roca.- Presta atención. El Capitán se precipitó en su decisión de tal manera que no hubo más futuro en sus días. Quién sabe realmente cómo podría haber terminado si por un momento, hubiese apostado por luchar en lo que creía y amaba. Los malos tiempos llegan, al igual que se van y dejan regresar de nuevo a los buenos.

El hombre quedó satisfecho y volvió a su hogar a transmitir sus nuevas.

Días después, la Roca recibió un correo telepático de remitente desconocido, el cuál decía: “Estimado Roca. Dejo constancia del aprecio que sentí por tus consejos y tu compañía en un momento para mí difícil, pero finalmente decidí renunciar tal como aquel Capitán hizo. Mi hijo se empeña en recordarme día tras día lo mucho que le tocaron las castañuelas unas criaturas, según él, “deformes al andar y cortos de vista”. Me tiene frito. Así que… Destruiré la Tierra en tres o cuatro días, lo que tarden los fontaneros en arreglar la lavadora.

Atentamente, Dios.