Luis Suárez Cuarta Clase Del Curso Utopías de La Revolucion Cubana

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1 Ella está en el horizonte —dice Fernando Birri. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar Eduardo Galeano La Habana, 7 de junio de 2010 Año del 52 Aniversario de la Revolución Cubana Estimadas y estimados estudiantes: Ante todo un saludo, tan o más acalorado que el de la clase anterior. Sigue sin llover en la mayor parte del archipiélago cubano (sólo hubo algunas precipitaciones significativas en algunas provincias orientales), lo que demostró que el mes de mayo ya no es uno de los meses más lluviosos del año, como hace mucho tiempo consideraban los meteorólogos cubanos. Pero para no introducirnos en el tema del negativo impacto que están teniendo y que en el futuro previsible tendrán los cambios climáticos globales sobre todos los Estados nacionales (incluida Cuba) y sobre los 17 territorios aún colonizados del Caribe insular, así como sobre todo el mundo, vamos al contenido de nuestro curso. Cual indica el programa, en la clase de hoy –titulada La proyección externa del “primer Estado Socialista del hemisferio occidental”— nos corresponde entregarles de la forma más breve y lógica posible las informaciones e indicaciones bibliográficas necesarias para que ustedes puedan elaborar vuestros criterios acerca de cómo se convirtieron en realidades o se reelaboraron las “utopías fundacionales del primer territorio libre de América” en el oncenio que se inicia con la realización en La Habana de la Primera Conferencia Tricontinental (3 al 15 de enero de 1966) y concluye con la constitución de la Primera Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) el 2 de diciembre de 1976: veinte aniversario del “naufragio” del yate Granma. Y, un día después, con la elección por parte de esa asamblea del Consejo de Estado y de Ministros de la República de Cuba. Es en ese momento que Fidel Castro deja de ser Primer Ministro del Gobierno Revolucionario y

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Sobre las utopías en la revolución cubana

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Ella está en el horizonte —dice Fernando Birri. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.

Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré.

¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar

Eduardo Galeano

La Habana, 7 de junio de 2010Año del 52 Aniversario de la Revolución Cubana

Estimadas y estimados estudiantes:

Ante todo un saludo, tan o más acalorado que el de la clase anterior. Sigue sin llover en la mayor parte del archipiélago cubano (sólo hubo algunas precipitaciones significativas en algunas provincias orientales), lo que demostró que el mes de mayo ya no es uno de los meses más lluviosos del año, como hace mucho tiempo consideraban los meteorólogos cubanos. Pero para no introducirnos en el tema del negativo impacto que están teniendo y que en el futuro previsible tendrán los cambios climáticos globales sobre todos los Estados nacionales (incluida Cuba) y sobre los 17 territorios aún colonizados del Caribe insular, así como sobre todo el mundo, vamos al contenido de nuestro curso.

Cual indica el programa, en la clase de hoy –titulada La proyección externa del “primer Estado Socialista del hemisferio occidental”— nos corresponde entregarles de la forma más breve y lógica posible las informaciones e indicaciones bibliográficas necesarias para que ustedes puedan elaborar vuestros criterios acerca de cómo se convirtieron en realidades o se reelaboraron las “utopías fundacionales del primer territorio libre de América” en el oncenio que se inicia con la realización en La Habana de la Primera Conferencia Tricontinental (3 al 15 de enero de 1966) y concluye con la constitución de la Primera Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP) el 2 de diciembre de 1976: veinte aniversario del “naufragio” del yate Granma. Y, un día después, con la elección por parte de esa asamblea del Consejo de Estado y de Ministros de la República de Cuba. Es en ese momento que Fidel Castro deja de ser Primer Ministro del Gobierno Revolucionario y es electo, por primera vez y por un período de cinco años, como Presidente de la República.

Previamente y luego de que el Consejo de Ministros hubiera aprobado una nueva división política-administrativa del país (3 de julio de 1976), así como siguiendo todos los pasos establecidos por la primera ley electoral sistematizada en las condiciones de la Revolución (Ley No. 1305 del 7 de julio de 1976) , todos los Diputados a esa asamblea, al igual que todos los miembros del Consejo de Estado (incluido Fidel Castro), habían sido electos sobre la base de lo establecido en la primera y hasta ahora única Constitución socialista de la República de Cuba. Para remarcar su continuidad histórica con las luchas del pueblo cubano frente al colonialismo español y contra las apetencias expansionistas de Estados Unidos, ésta había entrado en vigor el 24 de febrero de 1976: 81 Aniversario del Grito de Baire y, por tanto, como vimos en nuestra segunda clase, del inicio de la “guerra necesaria” organizada por el Partido Revolucionario Cubano, fundado en 1892 y encabezado, hasta su caída en el campo de batalla (19 de mayo de 1895), por José Martí.

Esa Carta Magna –ahora denominada: “la Constitución de 1976, reformada en el 1992 y en el 2002” (los contenidos de esas reformas los veremos en las clases correspondientes)—, al igual que la Ley de Tránsito

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Constitucional habían sido aprobadas el 15 de febrero del primero de esos años mediante un referéndum en el que participaron el 98% de las ciudadanas y los ciudadanos de 16 años o más, residentes permanentes en el país (incluso los que temporalmente se encontraban en el exterior) que gozaran de sus facultades mentales y no estuvieran cumpliendo sanciones de privación de libertad o de limitación de sus derechos políticos impuestas por los tribunales competentes. De ellas y ellos, el 97, 6% expresó su aprobación a esa constitución mediante su voto universal, libre, directo y secreto.

No obstante los “errores de idealismo” cometidos en los años anteriores (a ellos volveremos después), como una demostración de la madurez que había adquirido la democracia popular y participativa que se había venido edificando en Cuba en los tres lustros precedentes, el ante proyecto de esa Constitución fue previamente discutido “por 6 216 000 ciudadanas y ciudadanos en asambleas libres y abiertas. De esa cifra, 5 500 000 aprobaron el ante proyecto tal y como estaba, 600 000 hicieron algunas propuestas de modificación, 68 votaron en contra y 983 se abstuvieron”.1

Algunas de esas propuestas de modificación fueron asumidas por la Comisión encargada de redactar el proyecto final que, en uso de las facultades que disponía hasta ese momento, había sido nombrada por el Consejo de Ministros el 23 de octubre de 1974; pero otras fueron desechadas. En esos casos, el presidente de la Comisión encargada de preparar el proyecto constitucional, el veterano dirigente comunista Blas Roca, explicó a través de los medios públicos de comunicación masiva las razones que habían determinado esas decisiones. De manera que, cuando se realizó el referéndum, se había logrado alcanzar un nivel superior en la formación de la conciencia político-jurídica del sujeto popular cubano y, por tanto, en la realización de su utopía de construir una democracia socialista diferente a las preponderantes en el cada vez más ensanchado, pero a su vez divido “campo socialista”.

Para que ustedes elaboren sus propios criterios al respecto les recomendamos leer las páginas 12 a la 18 del ensayo de Julio Antonio Fernández Estrada y Julio César Guanche que aparecen en la bibliografía general con el código BG06, al igual que las páginas 12-14 del ensayo de Michel Fernández Pérez identificado con el código BG07. En ellas ustedes podrán encontrar algunas reflexiones que les permitan aquilatar la importancia histórica de esa constitución, al igual que sus niveles de coincidencias y discrepancias con vuestra propia concepción del deber ser de una democracia y, en particular, de una democracia socialista.

Para estimular sus lecturas al respecto, les adelantamos que para los dos primeros autores mencionados en el párrafo anterior, pese a los varios defectos de contenido y forma que identifican en la constitución de 1976 (una parte de ellos se subsanaron en la reforma constitucional de 1992), la aprobación de esa Carta Magna representó un importantísimo avance de la República de Cuba “hacia un Estado socialista de Derecho, que habilitaba procedimientos legítimos para la elaboración de las normas de funcionamiento del sistema y proclamaba su voluntad de someterse a ellas”. Mientras que, sin negar lo antes dicho, para Michel Fernández: “La dogmática constitucional asumida desde el punto de vista formal […] y la organización del cuerpo social [eran] casi idénticas al constitucionalismo de los países de Europa del Este”. Como verán, esa perspectiva analítica es compartida por el ya desaparecido doctor en Ciencias Jurídica Hugo Azcuy en su ensayo La reforma de la Constitución socialista de 1976 que la semana pasada colocamos en la Bibliografía General con el código BG20.

Por consiguiente, sin negar que, efectivamente, en ese texto constitucional se copiaron diversos enunciados e instituciones del posteriormente llamado “socialismo real europeo” (a ello volveremos en la sexta clase), en nuestra consideración no se puede decir lo mismo respecto a la manera en que esa Carta Magna preservó en todo momento la soberanía popular. Por consiguiente, el respeto a esa soberanía alumbró la ya referida Ley No.

1 José Cantón Navarro y Martín Duarte Hurtado: Cuba: 42 años de Revolución. Cronología Histórica 1959-2000, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2006. T. 1, p. 263.

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1305 del 7 de julio de 1976. Esta, como indicamos, reguló los comicios que condujeron a la elección por parte de todas y todos los ciudadanos que voluntariamente decidieron ejercer su derecho al voto de los Delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular, quienes, hasta la reforma constitucional de 1992, se constituyeron en “los grandes electores” de los Delegados a las Asambleas Provinciales del Poder Popular, al igual que de los Diputados a la ANPP. Como sistematizó el profesor coordinador de este curso en el ensayo que aparece en la Bibliografía General con el código BG19, todas esas asambleas son “los órganos superiores del Estado en sus respectivas instancias”. Por ende, entre 1976 y 1992:

La conformación y renovación constantes de los órganos elegibles del Estado seguía una lógica conformada por sucesivas representaciones e intermediaciones de la soberanía popular. Los delegados a las Asambleas Municipales del Poder Popular electos a través del voto voluntario, universal, igual, libre, directo y secreto de los electores de una circunscripción (la unidad básica de todo el sistema) conformaban cada dos años y medio las Asambleas Municipales de Poder Popular. Estas, de entre sus miembros, elegían a su Comité Ejecutivo y, a propuesta de este, a su presidente (alcalde), vicepresidente y secretario. También elegían en una votación directa y secreta de segundo grado (voto indirecto) a los delegados a las Asambleas Provinciales del Poder Popular. Estos podían ó no ser delegados a las Asambleas Municipales. Los delegados a las Asambleas Provinciales del Poder Popular, a su vez, elegían de entre sus miembros al Comité Ejecutivo Provincial y, a propuesta de este, al presidente (gobernador), vicepresidente y secretario de este órgano colegiado.

Cuando este proceso coincidía con las elecciones generales que se efectuaban cada cinco años [como ocurrió en 1976, 1981 y 1986], los integrantes de las Asambleas Municipales de Poder Popular [es decir los representantes directos de la ciudadanía] también elegían mediante el voto secreto y directo de segundo grado […] a los Diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Estos, entre sus miembros, en votación directa y secreta, elegían a las propias autoridades de la Asamblea (un presidente, un vicepresidente y un secretario), así como a los integrantes del Consejo de Estado. Este consejo es considerado por la constitución como [un] órgano de la Asamblea Nacional ‹‹entre uno y otro de sus periodos de sesiones›› y como ‹‹suprema representación colegiada del Estado y el gobierno cubano››. La Asamblea nacional del Poder popular también elegía en votación directa y secreta al presidente, [los] vicepresidentes y al secretario del Consejo de Estado y, a propuestas del presidente del Consejo de Estado (Presidente de la República), nominaba al Consejo de Ministros (el poder ejecutivo), así como a los integrantes del Poder Judicial: el presidente, vicepresidente y demás jueces del Tribunal Supremo Popular, el Fiscal General y a los vice fiscales de la República.

Como señala Hugo Azcuy en el trabajo antes mencionado, tal sistema electoral poco tenía que ver con las experiencias de otros países del campo socialista. Entre otras cosas que ustedes podrán revisar en el ensayo del profesor coordinador de este curso antes mencionado, porque la Ley No. 1305 del 7 de julio de 1976 establecía una intensa participación popular en la conducción y administración del proceso electoral e inhabilitaba al PCC para proponer sus candidatos e ningún órgano elegible del Estado. Estos, a nivel municipal eran (y todavía son) propuestos directamente por la ciudadanía y, a nivel provincial y nacional, por una Comisión de Candidatura integrada por las organizaciones sociales y de masas, encabezada por un representante de la Central de Trabajadores del Cuba. Y sus propuestas carecen de validez hasta que no son aprobadas por los órganos del poder popular correspondiente en cada caso. Por otra parte:

La soberanía popular quedó preservada […] por la exigencia de que todos los elegidos rindan de un modo sistemático cuenta a sus electores, pero sobre todo, en el principio de que estos pueden revocar a sus representantes a cada nivel en cualquier momento del mandato. Ningún elegido tiene a priori un término fijo de permanencia en su investidura.

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De esa manera […] se puede iniciar un proceso de revocación de un delegado a la Asamblea Municipal del Poder Popular siempre que así lo demande la asamblea a que pertenece o un 20% de los electores de la circunscripción por la que resultó electo. Procedimientos semejantes se establecen para iniciar procesos de revocación para los integrantes de los Comités Ejecutivos, [los Delegados a las Asambleas Provinciales] y [los] diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular. Esta última, a su vez con el voto del 20% de sus integrantes e incluso a propuestas de un solo diputado, puede iniciar igual tramite de revocación sobre otros diputados, sobre cualquiera de los integrantes de los órganos de dirección de la Asamblea y del Consejo de Estado, incluido [su] presidente.

En cualquier nivel en que se desarrolle un proceso de revocación éste será efectivo siempre que lo aprueben la mayoría simple de los electores de primer y segundo grado que produjeron la elección del potencial revocado. Solo se exceptúa de esta normativa a los integrantes del Consejo de Estado, cuya revocación se decidirá por los dos tercios (2/3) del voto de los diputados asistentes a la sesión./ Las plazas que queden vacantes por estas u otras causalidades se vuelven a cubrir mediante los mismos mecanismos de elección que según el cargo de que se trate prevé la ley y siempre que la vacante se produzca seis meses antes del próximo proceso electoral.

Por último, el sistema electoral cubano también estableció como forma suprema de ejercicio de la soberanía popular la realización de referendos dirigidos a producir aquellos cambios en la Constitución que lo ameriten, así como sobre cualquier asunto que acuerde la Asamblea Nacional del Poder Popular. En caso de referendo (a diferencia de las elecciones parciales o generales) podrán emitir su voto todos los ciudadanos residentes permanentes en el territorio nacional independientemente de si se encuentran o no en el país o en su lugar de residencia en el momento de su realización. Para ejercer el derecho al voto, el único requisito es presentar ante los colegios electorales, debidamente actualizado, su documento de identidad o su identificación como miembro de las FAR o, si se encuentra en el exterior, el pasaporte nacional. El asunto sometido a referendo se considerara aprobado siempre que así lo defina con su voto positivo la mayoría absoluta de los ciudadanos y cuando hayan participado del acto más del 50% de los ciudadanos.

Otro elemento que en nuestra consideración diferencia la constitución de 1976 de “la dogmática constitucional” de los países de Europa del Este, es la manera en que la Carta Magna cubana reflejó las interrelacionadas utopías fundacionales de la Revolución vinculadas a su “integración económica y política” en América Latina y el Caribe, así como a las vías e instrumentos para tratar de institucionalizar un sistema internacional democrático, justo y multipolar. Cual ustedes podrán ver en las bases constitucionales de la política exterior de Cuba que aparece en la bibliografía básica de este clase con el código C401, en el espíritu y la letra de esa Carta Magna se reflejaron los principios que habían guiado la teoría y la praxis de la política exterior cubana en los tres lustros precedentes y, en particular, luego de la aprobación por el pueblo cubano de la Segunda Declaración de La Habana.

En efecto, junto a su declaración de pertenencia a la entonces llamada “comunidad socialista mundial” (Artículo 11), en el encabezado del Artículo 12 de la constitución de 1976 se indica expresamente que: “La República de Cuba hace suyos los principios del internacionalismo proletario y de la solidaridad combativa de los pueblos”, precepto que –como vimos en la clase anterior y veremos más adelante no coincidía con la proyección externa de la mayor parte de los países de “comunidad socialista mundial”. A su vez, en el inciso a del propio artículo se “condena al imperialismo, promotor y sostén de todas las manifestaciones fascistas, colonialistas, neoco-lonialistas y racistas, como la principal fuerza de agresión y de guerra y el peor enemigo de los pueblos”. Acto seguido, en el inciso d, se “reconoce el derecho de los pueblos a repeler la violencia imperialista y reaccionar con la violencia revolucionaria y a luchar por todos los medios a su alcance por el derecho a determinar libremente su propio destino y el régimen económico y social en que prefieren vivir”. Además, en el inciso h, se señala que Cuba “aspira a integrarse con los países de América Latina y del Caribe, liberados de dominaciones externas y de opresiones internas, en una gran comunidad de pueblos hermanados por la tradición histórica y la

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lucha común contra el colonialismo, el neocolonialismo y el imperialismo en el mismo empeño de progreso nacional y social”. Como ustedes podrán ver a partir de la página 17 (subrayada en rojo) del discurso pronunciado por Fidel Castro el 22 de abril de 1970 en ocasión del centenario del natalicio de Vladimir Ilich Lenin (aparece en la bibliografía complementaria de esta clase con el código C408), esa formulación tenía sus raíces en la política desplegada por el Gobierno Revolucionario cubano en el lustro precedente. En efecto, actualizando los contenidos de la Declaración de Santiago de Cuba de 1964, en ese discurso su Primer Ministro había reiterado que el desarrollo de las relaciones bilaterales o multilaterales de Cuba con uno u otro gobierno latinoamericano o caribeño estaría totalmente condicionado a que estos abandonaran su apoyo a la política de bloqueo y agresiones de Estados Unidos contra el pueblo cubano, así como a la manera que esos gobiernos se distanciaran de los principales órganos del Sistema Interamericano. También había expresado que “mientras haya imperialismo, mientras haya luchadores dispuestos a combatir por la liberación de sus pueblos de ese imperialismo, la Revolución Cubana les dará apoyo”.

No obstante, tomando en cuenta las variadas formas que –a partir de fines de la década de 1960— estaban asumiendo las luchas populares, democráticas y antiimperialistas en el continente americano, al igual que las nuevas fuerzas políticas, sociales e ideológico-culturas que se estaban incorporando a esas luchas, inmediatamente aclaró: “Cuando nosotros hablamos de apoyo al movimiento revolucionario, debemos decir que ese apoyo no tiene que expresarse exclusivamente en favor de movimientos guerrilleros, sino incluso en el caso de cualquier gobierno que sinceramente adopte una política de desarrollo económico y social y de liberación de su país del yugo imperialista yanqui, sea cual fuere la forma en que ese gobierno haya llegado al poder”; ya que “no hay dos casos iguales en la historia del mundo, no hay dos circunstancias exactamente iguales, y no habrá dos revoluciones que se desarrollen exactamente iguales”.

Como ha planteado el profesor coordinador de este curso en la sinopsis de los capítulos 2 y 3 de su inconcluso libro La Revolución Cubana en nuestra Mayúscula América: Una mirada desde sus utopías (BG12), esas definiciones contribuyen a explicar las continuidades y los cambios de la proyección latinoamericana y caribeña de esa revolución durante la década de 1970, respecto al lustro 1965-1970. Para las y los que quieran profundizar en ese tema les recomendamos la lectura de las páginas 224 a 408 de la antología (inédita) titulada Fidel Castro: Las luchas por la segunda independencia de América Latina, que aparece en la Bibliografía General con el código BG03. Igualmente, la lectura de las páginas 67 y 85 de la antología titulada Fidel Castro: Las crisis de América Latina: Diagnósticos y soluciones (BG02).

En esas páginas podrán ver cómo el máximo líder de la Revolución Cubana condicionó la integración de Cuba en América Latina y el Caribe al positivo desenlace de las luchas democráticas, así como por la liberación nacional y social de ese continente. O sea, al avance de la Revolución Latinoamericana. A pesar de los cambios que ya se apreciaban en la situación de ese continente, así como de la decisión que –con mayor o menor consentimiento de la OEA— habían adoptado algunos gobiernos de la región de restablecer sus relaciones oficiales con Cuba (a esto volveremos después), esa posición fue reiterada por el líder de la Revolución Cubana y, desde 1965, Primer Secretario del Comité Central del PCC en su Informe Central al Primer Congreso de ese partido (17 al 22 de diciembre de 1975). Algunos de los fragmentos de ese informe aparecen entre las páginas 197 y 208 de la antología titulada Fidel Castro: Latinoamericanismo vs. Imperialismo, ubicada en la Bibliografía General de nuestro curso con el código BG01.

En esa ocasión, luego de pasar revista a los contradictorios cambios que se habían producido en la situación internacional y hemisférica, así como en las relaciones interestatales de Cuba con diversos gobiernos del mundo, incluidos algunos latinoamericanos y caribeños, indicó, entre otras cosas: “Nuestro pueblo ha cumplido en este período histórico, con firmeza y sin vacilación alguna, y seguirá cumpliendo en el futuro, con los principios del internacionalismo proletario y sus deberes con el movimiento revolucionario mundial”. Y agregó: “Es evidente que para la realización de esta política internacional tiene un papel señero nuestra participación en

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el movimiento comunista internacional y la alianza con aquellas fuerzas antiimperialistas y progresistas que en Asia, África y América Latina, así como en los países capitalistas desarrollados, trabajan hoy por la liberación nacional, la paz y el progreso democrático de la humanidad”.

Esa posición había sido reiterada por la delegación del PCC que participó en la Conferencia de Partidos Comunistas de América Latina y el Caribe realizada en La Habana del 9 al 13 de junio de 1975. No obstante, las discrepancias que existían entre esos partidos, dicha conferencia aprobó un llamamiento “al combate por la completa liberación nacional y la plena independencia de nuestras patrias, por la democracia y el bienestar popular, por la paz mundial y el socialismo”.2 En consecuencia, en la Plataforma Programática del PCC que se aprobó en su primer congreso (C401), quedó expreso el propósito de la vanguardia política unitaria del pueblo cubano de “luchar decididamente por la futura integración económica y la unidad política de los pueblos de América Latina y del Caribe, que están llamados a construir una gran comunidad revolucionaria que, por sus grandes recursos humanos y naturales, habrá de ocupar un lugar digno y honroso en el mundo del mañana”.

También quedó consignada la subordinación “de los intereses de Cuba a los intereses generales de la lucha por el socialismo y el comunismo, de la liberación nacional, la derrota del imperialismo y la eliminación del colonialismo, el neocolonialismo y toda forma de explotación y discriminación de los pueblos y los hombres”. Cual podrán ver en el artículo del Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, titulado “Operación Carlota” que aparece en la bibliografía complementaria de esta clase con el código C404, en el momento en que el Primer Congreso del PCC aprobó esa Plataforma Programática, ese principio de la proyección externa del “primer Estado socialista del Hemisferio Occidental” se estaba materializando nuevamente en la decisión absolutamente soberana de la máxima dirección de ese partido y del Gobierno Revolucionario cubano de emprender una audaz acción solidaria con el pueblo angolano –y en particular con su vanguardia político-militar: el Movimiento para la Liberación de Angola (MPLA)— entonces enfrascado en los difíciles momentos finales de la obtención de su independencia frente al vetusto colonialismo portugués.

Como se relata en el propio artículo, esa independencia estaba amenazada por las agresiones provenientes de las poderosas fuerzas militares del oprobioso régimen del apartheid entonces instalado en la República de Sudáfrica y por las fuerzas derechistas angolanas respaldadas por los gobiernos más reaccionarios de esa región y por el imperialismo estadounidense. Las indagaciones históricas que se ha realizado tanto dentro como fuera de Cuba sobre esos acontecimientos, han revelado que la Operación Carlota –llamada así en honor a una negra que en 1843 encabezó una de las insurrecciones de esclavos africanos que se produjeron en la actual provincia de Matanzas, Cuba— fue sólo el comienzo de uno de los más gloriosos y victoriosos empeños internacionalistas emprendidos por la Revolución Cubana en todo el mundo. Asimismo –como indicó Fidel Castro en su discurso de clausura del Primer Congreso del PCC (aparece en la bibliografía complementaria de esta clase con el código C412)—, fue una solución de continuidad con la multiforme solidaridad demostrada por esa revolución en los tres lustros precedentes con los movimientos de liberación nacional, así como con los gobiernos anticolonialistas, anti neocolonialistas y antiimperialistas de África y del Medio Oriente.

Para que puedan aquilatar el respaldo del pueblo cubano y de sus organizaciones sociales y de masas a esa política, basta decir que, entre 1975 y 1991 (año en que se retiraron las últimas fuerzas militares cubanas que habían luchado victoriosamente por la independencia de Angola y de Namibia, así como contra el ya carcomido régimen del apartheid), cerca de 430 000 cubanas y cubanos (de ellas y ellos, poco más de 377 000 militares) de manera voluntaria combatieron junto a las tropas angolanas y namibias o cumplieron diversas tareas civiles en diferentes países africanos; entre ellos, Etiopía, cuyo pueblo y gobierno revolucionario habían sido agredidos por tropas somalíes apoyadas por Estados Unidos y otras potencias imperialistas. Según indicó el general de Ejército y entonces vice-presidente primero del Consejo de Estado y de Ministros de la República de Cuba, Raúl Castro, en un discurso que pronunció el 26 de mayo de 1991, de ellos y ellas, “2 077 […] no sobrevivieron

2 Ídem, p. 257.

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para ver la victoria que fecundaron con su sangre”. Y añadió: “De esta vocación internacionalista se sentirían orgullosos los padres fundadores de nuestra nacionalidad”.3

Pero antes de que se entusiasmen a emprender otras lecturas sobre esos apasionantes capítulos de la historia de las luchas por la liberación nacional y social de todo el mundo, les recomendamos que retomen el estudio de la bibliografía básica y, si tienen tiempo, complementaria de este clase revisando las páginas 19 a la 49 del segundo capítulo del libro inconcluso del profesor coordinador de este curso incluido en la clase anterior con el código C304. Entre otras cosas, en esas páginas se relatan brevemente las contradicciones que, desde 1965, ya existían entre el liderazgo político-estatal de la Revolución Cubana y el de la RPCh. También las diferencias que, en los años posteriores a la celebración en Cuba de la Conferencia de Partidos Comunistas de América Latina de 1964, comenzaron a expresarse entre las direcciones de algunos de esos partidos (respaldados por el PCUS y por otros partidos comunistas de Europa central y oriental) y la dirección del PCC.

Al igual que ya había ocurrido durante e inmediatamente después de la Crisis de Octubre de 1962, algunas de esas contradicciones se ventilaron de manera discreta durante la preparación y la celebración de la Primera Conferencia Tricontinental y, por tanto, sólo aparecen reflejadas de manera implícita en su Declaración General, incluida en la bibliografía complementaria de esta clase con el código C414; pero –teniendo como antecedentes algunos discursos de Fidel Castro (como el pronunciado el 13 de marzo de 1966) y la ácida polémica que se desató entre el PCC y la Liga de los Comunista Yugoslavos)— se hicieron totalmente explícitas en el Mensaje del Che a todos los pueblos del mundo a través de la revista Tricontinental que aparece en la bibliografía complementaria de esta clase con el código C415. En ese mensaje, elaborado antes de su segunda y definitiva salida clandestina de Cuba (23 de octubre de 1966), pero publicado el 17 de abril del año siguiente (sexto aniversario del inicio de la derrotada invasión mercenaria de Playa Girón y días después que, bajo su dirección, ya se había iniciado la lucha armada en Bolivia), el Che indicó entre otras cosas:

Hay una penosa realidad: Vietnam,4 esa nación que representa las aspiraciones, las esperanzas de victoria de todo un mundo preterido, está trágicamente solo. Ese pueblo debe soportar los embates de la técnica norteamericana, casi a mansalva en el sur, con algunas posibilidades de defensa en el norte, pero siempre solo./ La solidaridad del mundo progresista para con el pueblo de Vietnam semeja a la amarga ironía que significa para los gladiadores del circo romano el estimulo de la plebe. No se trata de desear éxitos al agredido, sino de correr su misma suerte; acompañarlo a la muerte o la victoria./ Cuando analizamos la soledad vietnamita nos asalta la angustia de este momento ilógico de la humanidad./ El imperialismo norteamericano es culpable de agresión; sus crímenes son inmensos y repartidos por todo el orbe. ¡Ya lo sabemos, señores! Pero también son culpables los que en el momento de definición vacilaron en hacer de Vietnam parte inviolable del territorio socialista, corriendo, sí, los riesgos de una guerra de alcance mundial, pero también obligando a una decisión a los imperialistas norteamericanos. Y son culpables los que mantienen una guerra de denuestos y zancadillas comenzada hace ya buen tiempo por los representantes de las dos más grandes potencias del campo socialista.

De ahí el título que él escogió para el que las circunstancias posteriores convirtieron en su virtual testamento político: “Crear dos, tres... muchos Vietnam”. La historiografía aún no ha podido determinar si el Che analizó ese estremecedor llamamiento con otros miembros de la máxima dirección del PCC y, en particular, con Fidel Castro; pero ya se conoce que éste autorizó su difusión en la edición especial inaugural de la revista Tricontinental, publicada en La Habana por el Secretariado Ejecutivo de la OSPAAAL, en el cual –dicho sea de paso—no figuraba ningún representante del PCCh, ni de los partidos comunistas europeos . En cualquier caso,

3 Citado según aparece en Miguel A. D’Estéfano Pisani: Política Exterior de la Revolución Cubana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002, p. 329

4 La ortografía en español del nombre de ese país que aparece en este texto es distinta a la que se utilizaba en los años 60. Tal cual verán en el mensaje del Che, entonces se escribía: Viet-Nam del Norte y Viet-Nam del Sur.

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ese llamamiento acusador se divulgó en casi todo el mundo y aceleró la organización de la primera y única conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) celebrada en La Habana en los primeros días de agosto de 1967.

Atendiendo a la voluntad unitaria de la dirección del PCC y de su Comité internacional Organizador, en ella participaron (en algunos casos, con representaciones conjuntas) diversos partidos comunistas y socialistas, así como los más importantes movimientos y organizaciones político-militares de 27 países de ese continente; incluidos los de algunos territorios colonizados por las potencias imperialistas europeas y por Estados Unidos. Luego de varios días de deliberaciones (no exentas de contradicciones), sus representantes aprobaron una Proclama en la que, además de respaldar expresamente los enriquecidos contenidos de la Segunda Declaración de La Habana y de indicar que “la Revolución Cubana, como símbolo del triunfo del movimiento revolucionario armado, constituye la vanguardia del movimiento antiimperialista latinoamericano”, indicaron, entre otras cosas:

Que constituye un derecho y un deber de los pueblos de América Latina hacer la revolución.

Que la revolución en América Latina tiene sus más profundas raíces históricas en el movimiento de liberación contra el colonialismo europeo del siglo XIX y contra el imperialismo en este siglo. La epopeya de los pueblos de América y las grandes batallas de clase contra el imperialismo que han librado nuestros pueblos en las décadas anteriores constituyen la fuente de inspiración del movimiento revolucionario latinoamericano.

Que el contenido esencial de la revolución en América Latina está dado por su enfrentamiento al imperialismo y a las oligarquías de burgueses y terratenientes. Consiguientemente, el carácter de la revolución es la lucha por la independencia nacional, emancipación de las oligarquías y el camino socialista para su pleno desarrollo económico y social. [Y]

Que los pueblos directamente colonizados del continente por las metrópolis europeas o sujetos a dominación colonial directa a Estados Unidos en su camino para la liberación tienen como objetivo inmediato y fundamental, el luchas por la independencia y mantenerse vinculados a la lucha general del continente como única forma de ser absorbidos por el neocolonialismo norteamericano.5

Como señaló el profesor coordinador de este curso en los capítulos 1 y 2 de su libro inconcluso que aparece en la bibliografía de la tercera clase con el código C303 y C304, todas esas definiciones y otras excluidas en aras de la síntesis eran consistentes con las utopías nuestra americanas y con la proyección externa del “primer territorio libre de América” o, si ustedes prefieren llamarlo así, del “primer país socialista del Hemisferio Occidental”. Para las y los que quieren profundizar en el ambiente político internacional y hemisférico que rodeó la realización de la antes referida conferencia de la OLAS, les recomendados la lectura de los fragmentos del discurso que el 10 de agosto de 1967 pronunció Fidel Castro en la clausura de ese evento. Estos aparecen entre las páginas 147 y 188 de la ya mencionada antología titulada Fidel Castro: Latinoamericanismo vs. Imperialismo (BG01).

De más está decir que –en los años posteriores— no todos los partidos, movimientos y organizaciones firmantes de la mencionada Proclama de la OLAS fueron consecuentes con sus radicales enunciados. Incluso algunos de ellos (por no referirnos a los destacamentos de “la izquierda” que no asistieron a esa conferencia, como fueron los casos de los partidos marxistas-leninistas-maoistas y de las organizaciones vinculadas a la IV Internacional) dejaron de referirse a Cuba como “el primer Estado socialista del Hemisferio Occidental” o como “el primer

5 Ulises Estrada y Luis Suárez (editores): Rebelión Tricontinental: Las voces de los condenados de la tierra de África, Asia y América Latina, Ocean Sur. Melbourne, New York, La Habana, 2006, p. 403.

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territorio libre de América”. Sobre todo después de la caída en combate del Che (6-9 de octubre de 1967) y de que, en los últimos días de agosto de 1968, la dirección del PCC y el Gobierno Revolucionario cubano ofrecieron su apoyo crítico a la ocupación de Checoslovaquia por parte de las tropas del Pacto de Varsovia, encabezadas por la URSS.6

Para algunos analistas, ese fue el momento en que la transición socialista cubana comenzó a perder la autoctonía que la había caracterizado en los años precedentes. Sin negar las implicaciones que tal definición tuvo en la futura proyección externa de la Revolución Cubana, ese no es nuestro criterio. Por eso, coincidiendo con lo indicado por la doctora Mayra Espina en las páginas 115 y 116 de su libro que aparece en la bibliografía general con el código BG18, consideramos que “el modelo de socialismo nacional o autóctono” emprendido desde los primeros años de la década de 1960 estuvo vigente hasta 1975. Es a partir de ahí y, en particular, luego de la realización del Primer Congreso del PCC que pudiera sustentarse “la institucionalización” del que Mayra Espina denomina “modelo de socialismo internacional”; entendido como “la predominancia de un modelo general y universal de socialismo, que es este caso se [correspondía] con la experiencia soviética, del que [dimanaban] las acciones a seguir”. Aunque con otras palabras, un criterio parecido aparece expresado en el ensayo de Hugo Azcuy antes referido, al igual que en el capítulo 5 del libro de Sergio Guerra Vilaboy y Alejo Maldonado colocado en nuestra Bibliografía General con el código BG08.

De manera que ese es uno de los problemas en los que, por su importancia para los objetivos de nuestro curso, les sugerimos concentrar vuestra atención en esta clase. Para que puedan avanzar en esa dirección, les recomendamos que revisen los registros del oncenio que abarca esta clase que aparecen en la cronología de la Revolución Cubana elaborada por Sergio Guerra Vilaboy (GC09). Igualmente, que lean las páginas 122 a 128 de su libro conjunto con Alejo Maldonado antes referido. Como verán, en esas páginas ellos se refieren muy brevemente a la llamada “ofensiva revolucionaria”, oficialmente anunciada por el Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, Fidel Castro, en un discurso que pronunció el 13 de marzo de 1968: 21 aniversario del frustrado asalto al Palacio Presidencial y de la muerte del destacado líder estudiantil y político José Antonio Echevarría.

Por consiguiente, esa “ofensiva revolucionaria” se inició poco más de cinco meses después del asesinato en Bolivia del comandante Ernesto Che Guevara, así como de otros de sus compañeros de lucha y, por tanto, del perdurable estremecimiento que esa infausta noticia provocó en la conciencia colectiva del pueblo cubano y en otros pueblos del mundo. Igualmente, unas diez semanas después de la celebración del Congreso Cultural de la Habana (4 al 12 de enero de 1968) en el que –con la presencia de más de 400 intelectuales de diferentes países del mundo y de un elevado número de intelectuales cubanos— se habían analizado temas de tanta trascendencia como “la cultura y la independencia nacional; la formación integral del hombre; [la] responsabilidad del intelectual ante los problemas del mundo en desarrollo; cultura y medios de comunicación masiva y problemas de la creación artística y del trabajo científico y técnico”.7 El impacto ideológico y cultural de ese congreso dentro de la sociedad política y civil cubana –incluida la intelectualidad— fue enormemente positivo.

Mucho más porque 16 días después de la terminación de ese congreso, la máxima dirección del PCC divulgó la existencia de una “micro fracción” dentro de esa organización política, encabezada por el ex secretario de Organización del PSP y de las ORI, Aníbal Escalante; quien ya había cumplido la sanción política que se le había impuesto por los errores de “sectarismo” que había cometido en 1962. Aunque pequeña en número (los

6 Las respuestas implícitas o explícitas a los que adoptaron esas posiciones pueden encontrarlas en su “introducción necesaria” al Diario del Che en Bolivia. Algunos fragmentos de esa introducción aparecen en las páginas 295 a la 310 de la Antología (inédita) que aparece en la Bibliografía General con el código BG03.

7 José Cantón Navarro y Martín Duarte Hurtado: Ob. cit., p. 185.

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tribunales competentes sólo sancionaron a 17 personas, incluido al propio Escalante), esa “micro fracción” tenía estrechas vinculaciones con importantes funcionarios de la Embajada soviética en La Habana, lo que creó un nuevo momento de tensión en las relaciones bilaterales entre ambos países.

Fue en el contexto político e ideológico referido en los párrafos anteriores –galvanizado por la continuidad de las agresiones del imperialismo estadounidense contra el pueblo cubano y contra otros pueblos latinoamericanos y caribeños,8 así como por la cada vez más cruenta guerra de Vietnam— que se emprendió la ya referida “ofensiva revolucionaria”. Como indicó el profesor coordinador de este curso en el trabajo que aparece en la bibliografía básica de esta clase con el código C407, a lo dicho hay que agregar lo siguiente:

[A] pesar de sus notables avances en el terreno político, social, económico y cultural, el primer socialismo nuestro americano que se estaba construyendo en Cuba no había logrado su auto-sustentación económica. Entre otras razones, por el subdesarrollo heredado de más de cuatro siglos de dominación colonial y neocolonial, por las multiformes agresiones perpetradas por sucesivos gobiernos demócratas y republicanos estadounidenses, respaldadas o consentidas por casi todos los gobiernos latinoamericanos y caribeños entonces integrantes de la OEA. Asimismo, a causa de los errores cometidos por la dirección revolucionaria cubana en el diseño y la aplicación de las sucesivas estrategias de desarrollo económico-social emprendidas en los años precedentes. Estas no habían logrado la sustitución eficiente de importaciones, ni la modificación del carácter primario-exportador de la economía cubana. Tampoco los niveles de ahorro interno necesarios para fortalecer la base industrial y agro-alimentaria del país, ni los sostenidos niveles de crecimiento del Producto Interno Bruto que permitieran sustentar el relativamente rápido crecimiento de la población y la ingente obra social de la Revolución.

Con vistas a superar esas y otras insuficiencias económicas (como la dependencia energética y los negativos saldos de su balanza comercial y de pagos) y simultáneamente formar “la conciencia” imprescindible para “la construcción simultánea del socialismo y el comunismo” preconizada por Fidel Castro, Che Guevara y otros dirigentes políticos y estatales (entre ellos, el presidente Osvaldo Dorticós), el […] gobierno revolucionario –con el apoyo del PCC y de las demás organizaciones de raigambre popular que actuaban en la sociedad civil y política— emprendió en 1968 la llamada “ofensiva revolucionaria”. Como parte de ella, fueron nacionalizadas más de 50 000 pequeñas y medianas empresas que permanecían en manos privadas o familiares y se convocó al pueblo a luchar contra “el egoísmo y demás manifestaciones de la ideología individualista”. También a impulsar la producción y los servicios, a “elevar la eficiencia del trabajo diario en todos los frentes; a desarrollar la cooperación y el espíritu comunista”; a garantizar “el control efectivo y la orientación eficaz de las organizaciones estatales, políticas y de masas, y a desarrollar un mejor trabajo de dirección en todas ellas”.9

Un año después el gobierno cubano también anunció nuevas medidas dirigidas a la “redistribución comunista” de los ingresos (entre ellas la igualación “hacia abajo” de los salarios, el incremento del salario mínimo y de las pensiones, así como diversas gratuidades en el disfrute de los servicios públicos) y un ambicioso plan inversionista que –a costa de la drástica disminución de los fondos estatales destinados al consumo de la población y de la reducción de las importaciones [de bienes de consumo]— tenía como meta y, a su vez, como eje la producción de 10 millones de toneladas métricas de azúcar. Según se indicó, tomando en cuenta la disposición de los países socialistas –en particular de la URSS— de adquirir mayores cantidades de azúcar y a mejores precios que los entonces existentes en el mercado mundial, el cumplimiento de esa meta permitiría desarrollar la base agro-industrial del país, incrementar de manera sostenida los ritmos

8 Las y los interesados en profundizar en esta afirmación y en otras que se realizarán más adelante, pueden ver el trabajo de Luis Suárez Salazar: “Los crímenes del trío Nixon-Ford-Kissinger” que aparecen en la bibliografía complementaria de esta clase con el código C416.9 José Cantón Navarro y Martín Duarte Hurtado: Ob. cit., p. 187.

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de crecimiento de la economía cubana e insertarse de una mejor manera en la que dos décadas después Immanuel Wallerstein denominó la “economía-mundo”.

Para profundizar en los problemas que le dieron origen, así como en los desiguales resultados obtenidos por esas estrategias, les recomendamos la lectura de las páginas 6-11 del artículo del economista Omar Everleny Pérez incluido en la Bibliografía General de este curso con el código BG11. Igualmente, de las páginas 12-15 de la conferencia del doctor Miguel Alejandro Figueras que aparece en esa bibliografía con el código BG17. Como ustedes verán, este último indica que: “El año 1970 fue un punto de inflexión en la curva de desarrollo económico de Cuba. Si bien la meta de los Diez Millones de Toneladas de azúcar no se alcanzó, el nivel logrado de 8.5 millones de toneladas, daba fe de lo que era capaz la joven Revolución”. Sustenta ese criterio en los crecimientos que obtuvo la economía cubana entre 1971 y 1975, jalonados por los favorables cambios que se produjeron en sus relaciones políticas y económicas internacionales cubanas, incluyendo el ingreso en 1972 de la República de Cuba al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), estructurado desde 1949 alrededor de la URSS. Como podrán ver en el trabajo de Omar Everleny arriba referido, esto propició un significativo crecimiento del PIB, así como un constante ascenso de la inversión estatal bruta. Sin embargo, agregó:

Los resultados del período [1970-1975] muestran un comportamiento semejante al anterior: se aprecian adelantos sustanciales en el ámbito social, de indiscutible trascendencia en el mejoramiento de la calidad de vida de la población cubana, mientras que en el orden económico las metas planteadas en la estrategia no logran alcanzarse plenamente […]./ En este período la dinámica de la economía cubana se hizo más dependiente de un producto primario de exportación, no solo por lo que su ingreso significó en el total de los ingresos por exportaciones, sino también por la consolidación de esta rama de producción como «locomotora» del resto de la economía.

Por su parte, en el ensayo que aparece en la Bibliografía General con el código BG05, el doctor Julio Díaz Vázquez señala, entre otras cosas: “Los grandes saltos productivos esperados no se consiguieron. […] El Producto Social Global (PSG) en la década de 1960-1970 tuvo un comportamiento muy dispar. En el quinquenio 1961-1965 creció a un ritmo del 1,9%; y en 1966-1970 al 3,9%”. Y añade:

Así, entre 1971-1975, se estructura una política económica que, con amplios objetivos, acentúo el esfuerzo principal en la elevación de la eficiencia, eliminar los grandes desajustes en las finanzas internas, hacer corresponder el salario con el aporte del trabajo realizado, y mejorar el nivel de consumo de la población. La economía logró una tasa de incremento del PSG del 10%; con la salvedad que las cifras de partida (1970) eran muy deprimidas. La etapa, además, sirvió para crear los cimientos que ordenaron las formas de poder que adoptó la Revolución, así como introducir los métodos y mecanismos que dieran carácter sistémico a la gestión y el desempeño de la economía.

Sobre la base de estos datos, Fernando Martínez Heredia apunta: “Hacia inicios de la década de los 70, a Cuba se le tornó imposible sostener una posición suficientemente autónoma en sus relaciones económicas internacionales y [en] su estrategia de desarrollo”, por lo que “sus relaciones con la URSS se volvieron entonces mayores y más profundas”.10 Y añade: “Cuba ingresó en el CAME (1972) y sujetó su vida económica y sus proyectos de desarrollo a esa asociación. La férrea necesidad rigió esa elección, pero ella obligó a Cuba a adoptar un modelo que [prospectivamente] cerraba puertas a un desarrollo económico armónico, autónomo y sostenido. La práctica y la ideología económicas fueron influidas cada vez más por el llamado socialismo real, lo que afectó negativamente a la dirección económica, la eficiencia de los actores, el papel de la actividad económica en las transformaciones socialistas de los individuos, de las instituciones y la sociedad en su

10 Fernando Martínez Heredia: Desconexión, reinserción y socialismo en Cuba (1959-1992). Este trabajo aparece en la Bibliografía General del curso con el código BG11.

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conjunto, y al proyecto socialista nacional”.11

En nuestra comprensión, en esa “férrea necesidad”, al igual que en la manera burocrática y dogmática en que –a diferencia de los años anteriores— se trataron de resolver las contradicciones previamente existentes (mencionadas en las clase anterior) entre las “dos concepciones y posiciones distinguibles dentro del campo revolucionario referidas al alcance que podía permitirse el proceso [cubano], su rumbo, sus vías y medios, y los objetivos del socialismo”, es que el propio autor encuentra las causas esenciales de las deformaciones en la política cultural e ideológica del país y de los maltratos de que fueron objeto por parte de las autoridades de algunos organismos políticos y estatales diversos y, en algunos casos, prestigiosos intelectuales cubanos durante el período que el destacado ensayista y escritor cubano Ambrosio Fornet tempranamente denominó “quinquenio gris” (1971-1975).

Aunque otros intelectuales cubanos consideramos que, por muchas razones, esa denominación limita excesivamente el espacio temporal en que se presentaron las deformaciones antes mencionadas y otras excluidas en aras de la síntesis, el inicio de ese “quinquenio” ha quedado históricamente asociado a algunas de las resoluciones del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura (23 al 30 de abril de 1971),12 a la designación del “abogado, periodista y escritor Luis Pavón Tamayo al frente del Consejo Nacional de Cultura” (6 de abril del propio año), 13 al igual que a la clausura, cuatro meses después, de la prestigiosa revista Pensamiento Crítico que, a partir del último trimestre de 1966, había comenzado a publicar el posteriormente disuelto Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana.

A su vez, la finalización de ese “quinquenio” se asocia a la institucionalización en 1975 del Ministerio de Cultura, encabezado durante más de dos décadas por el prestigioso intelectual y destacado dirigente político cubano Armando Hart Dávalos. Sin dudas, bajo su conducción ese ministerio –junto a la UNEAC— desarrolló una paciente y cuidadosa labor dirigida a resanar algunas de las heridas que la estética y políticamente sectaria, así como homofóbica práctica del ya disuelto Consejo Nacional de Cultura y de otras instituciones culturales (incluido el Instituto Cubano de Radio y Televisión) habían dejado en importantes sectores de la intelectualidad artística y literaria cubana. Sin embargo, esas sanaciones no tuvieron un comportamiento semejante en las instituciones vinculadas a la enseñanza y a la investigación de las diferentes disciplinas de las ciencias sociales. En ellas, continuaron prevaleciendo enfoques dogmáticos y escolásticos del marxismo que –como bien han indicado Fernando Martínez, Hugo Azcuy y otros científicos sociales cubanos— lastraron durante los años posteriores el desarrollo del pensamiento social y político de la Revolución Cubana.

Tenemos conciencia de que a ustedes les resultará difícil formarse un juicio mediamente documentado de las complejas causas internas y externas que determinaron esos errores, así como de los sufrimientos que ellos produjeron en un importante número de escritores, artistas, pensadores, profesores y científicos sociales cubanos (algunos de ellos fueron alejados de la actividad docente y editorial hasta la segunda mitad de la década de 1980). No obstante, convencidos de que esas deformaciones nada tenían que ver con las utopías fundacionales de la Revolución Cubana abordadas en nuestra clase anterior, al igual que reconociendo las diversas afectaciones que esas pifias causaron en su proyección externa (en particular hacia la intelectualidad latinoamericana y caribeña, así como en otros segmentos de la opinión pública internacional), decidimos incorporar a la bibliografía de esta clase el testimonio de Arturo Arango nombrado “Con tantos palos que te dio la vida”: Poesía, censura y persistencia (C402); la intervención que, con el título El “quinquenio gris”: revisitando el término, realizó Ambrosio Fornet en un ciclo de conferencias al respecto que se desarrolló hace

11 Ibídem

12 José Cantón Navarro y Martín Duarte Hurtado: Ob. cit., p. 209. 13 Ídem, p. 210.

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tres años en la prestigiosa Casa de las América de La Habana (C403) y las reflexiones del escritor cubano Reynaldo González tituladas Una pesadilla sin perdón ni olvido (C405). Esos trabajos se complementan con el ensayo de Néstor Kohan titulado “Pensamiento Crítico” y el debate por las ciencias sociales en el seno de la revolución cubana (aparece en la bibliografía de esta clase con el código C406) y la ya referida conferencia de Fernando Martínez incluida en la bibliografía de nuestra clase anterior con el código C301. Cualesquiera que sean los juicios que a ustedes les merezcan esos textos u otros que puedan leer y que no hayamos incluido en la bibliografía digitalizada, lo cierto fue que antes de que se produjeran esos lamentables fenómenos “dentro de la Revolución”, el incumplimiento de la meta de producir diez millones de toneladas métricas de azúcar, más los diversos problemas económicos, sociales, políticos e ideológicos-culturales que se había creado antes, durante e inmediatamente después de la “ofensiva revolucionaria” conllevaron el emprendimiento de un proceso de análisis crítico y autocrítico de la política interna y externa desarrollada por la Revolución Cubana en los años precedentes.

Aunque ese proceso se desarrolló en diferentes momentos del quinquenio 1971-1975, sólo concluyó durante la discusión de las tesis y resoluciones del Primer Congreso del PCC. Además de los militantes y aspirantes del PCC y la UJC, en la discusión de algunas de esas tesis –y, en particular, del proyecto de Plataforma Programática del PCC ya mencionada— participaron cientos de miles de integrantes de las diversas organizaciones sociales y de masas que entonces actuaban en la sociedad política y civil cubana. Esa consulta con “las masas” (que ya se había aplicado en el proceso de construcción del PCC y seguía aplicándose en la selección de sus nuevos militantes y aspirantes) y la exigida ejemplaridad de su militancia y sus dirigentes fortaleció su carácter de vanguardia política unitaria del pueblo cubano. En su percepción, esos conceptos y prácticas diferenciaban al PCC y a su organización juvenil (la UJC) de la experiencia de otros partidos comunistas del mundo, incluidos los partidos comunistas que gobernaban en la mayor parte de los países socialistas europeos o asiáticos.

Cual está indicado en las primeras seis páginas del trabajo del doctor Julio Díaz Vázquez ya referido, a lgunas vertientes del análisis crítico y autocrítico referido en las páginas anteriores tuvieron que ver con los serios problemas que se habían generado en el funcionamiento, la dirección y la gestión de la economía del país. Sin embargo, también se abordaron los problemas que habían generado en el funcionamiento de la democracia socialista, las decisiones que en los años previos se habían tomado con relación a la estructura y actividad de importantes organizaciones sociales y de masas, cual fue el caso de la CTC, de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) y de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES).

Como nos recuerdan Sergio Guerra y Alejo Maldonado, a partir de agosto de 1966, el movimiento sindical fue sustituido por el llamado Movimiento de [trabajadores de] Avanzada y las actividades de la FEU y la UES fueron asumidas por la UJC. A decir de Jorge Luis Acanda, esto acentuó el “esquema verticalista desde el punto de vista económico y político” que –por las necesidades de la defensa frente a las agresiones imperialistas— ya se había venido institucionalizando desde los años anteriores.14 Criterio que también es compartido por otros estudiosos de esa etapa incluidos o no dentro de nuestra bibliografía básica.

Por consiguiente, no obstante las contradicciones antagónicas y no antagónicas, internas y externas, que siguieron caracterizando la transición socialista cubana, esos análisis críticos y autocríticos de las prácticas de los años precedentes tuvieron efectos benéficos para la organización y el funcionamiento del sistema político cubano, incluido el aparato estatal, los órganos de dirección del PCC a todos los niveles y las más importantes

14 Jorge Luis Acanda González: Cambios en la sociedad civil cubana y su reflejo en el pensamiento cubano desde los 90’s al momento actual. Este texto está colocado en la bibliografía de nuestra primera clase con el código C101.

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organizaciones sociales y de masas que actuaban en la sociedad política y civil cubana. Mucho más porque –como indicó Fidel Castro en el discurso que pronunció el 15 de noviembre de 1973 en el acto de clausura del XIII Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (C409) y, dos años más tarde, en su Informe Central al ya referido primer congreso del PCC— en ese proceso participaron de manera destacada esas organizaciones; y en particular el movimiento obrero y sindical (de hecho se emprendió una profunda reestructuración de la CTC), así como las organizaciones infantiles, juveniles y estudiantiles.

En efecto, en 1971, se fundaron como organizaciones autónomas de la UJC la Unión de Pioneros de Cuba (UPC) y la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM), sucesora de la UES, al igual que se fortaleció la labor de la FEU. Todos esos hechos –junto al profundo análisis previo de sus tesis y resoluciones— propiciaron el exitoso desarrollo del Segundo Congreso de la UJC, realizado a fines de marzo y comienzos de abril de 1972. Entre sus resoluciones, ese congreso aprobó una profunda reforma de sus Estatutos y “dos documentos de gran trascendencia: una declaración final y un llamamiento a los jóvenes de América Latina”.15

En esta última se recogieron algunas de las ideas expresadas por Fidel Castro durante el prolongada visita que realizó a Chile entre el 10 de noviembre y las primeras horas del 4 de diciembre de 1971, (en ésta se estrecharon aún más las relaciones inter solidarias que desde fines de 1970 se mantenían con el gobierno de la Unidad Popular chilena, encabezado por el compañero presidente Salvador Allende), al igual que en la “escalas técnicas” que realizó en Perú y Ecuador. Entre esas ideas, las vinculadas a la que el líder la Revolución Cubana comenzó a denominar “alianza estratégica entre los cristianos y los marxistas” y sus referencias al positivo papel que podían desempeñar “los militares progresistas” en las multiformes luchas por la genuina independencia y el desarrollo económico y social de América Latina. Los más lúcidos representantes de esos militares progresistas ya venían conduciendo, desde octubre de 1968, los gobiernos de Panamá y Perú. También –como se sabe ahora— se estaban preparando para asumir la conducción del gobierno de Ecuador, encabezado entre de 1972 y 1976 por el general nacionalista Guillermo Rodríguez Lara. En apoyo al reconocimiento de esos nuevos actores, el líder de la Revolución Cubana recordó más de una vez el siguiente enunciado de la Segunda Declaración de La Habana:

En la lucha antiimperialista y antifeudal es posible vertebrar la inmensa mayoría del pueblo tras metas de liberación que unan el esfuerzo de la clase obrera, los campesinos, los trabajadores intelectuales, la pequeña burguesía y las capas más progresistas de la burguesía nacional. Estos sectores comprenden la inmensa mayoría de la población, y aglutinan grandes fuerzas sociales capaces de barrer el dominio imperialista y la reacción feudal. En ese amplio movimiento pueden y deben luchar juntos, por el bien de sus naciones, por el bien de sus pueblos y por el bien de América, desde el viejo militante marxista, hasta el católico sincero que no tenga nada que ver con los monopolios yanquis y los señores feudales de la tierra. Ese movimiento podría arrastrar consigo a los elementos progresistas de las fuerzas armadas, humillados también por las misiones militares yanquis, la traición a los intereses nacionales de las oligarquías feudales y la inmolación de la soberanía nacional a los dictados de Washington.

Merece recordar que, casi un mes después de concluido el Segundo Congreso de la UJC, partió hacia la República de Guinea (conocida como “Guinea Conakry”) el Primer Ministro cubano como primera escala de un recorrido que, por primera vez, lo llevó “a Argelia, Bulgaria, Rumania, Hungría, Polonia, República Democrática Alemana, Checoslovaquia y, [nuevamente], a la URSS”.16 Según ha demostrado la indagación histórica, en ese viaje –al igual que en los realizados posteriormente a Cuba por los Jefes de Estado de esos países— se registraron importantes avances en las interrelaciones de todo tipo que se desarrollaban con la URSS y con la mayor de los países socialistas del Este Europeo; las que objetivamente contribuyeron a los ya

15 José Cantón Navarro y Martín Duarte Hurtado: Ob. cit., p. 218. 16 Ídem, p. 220

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mencionados avances en la economía cubana, así como al despliegue de sus relaciones políticas y económicas internacionales; incluidas, las que se desarrollaban con los gobiernos de diversos países de Europa Occidental, África y Asía.

Las interacciones con buena parte de los gobiernos de estos dos últimos continentes, al igual que con los gobiernos de América Latina y el Caribe que recientemente se habían incorporado a sus filas (Argentina, Guyana, Jamaica, Perú y Trinidad y Tobago) recibieron un notable impulso luego de la participación, por primera vez en la historia, de Fidel Castro en la IV Cumbre del Movimiento de Países No Alienados realizada en Argelia a comienzos de septiembre de 1973. El discurso que pronunció en esa cita (aparece en la bibliografía complementaria de esta clase con el código C410), lo comenzó recordando que Cuba era “un país socialista, marxista-leninista, cuya meta final es el comunismo”. Y, para remarcar otras polaridades existentes durante la guerra fría, agregó: “Para nosotros el mundo se divide en países capitalistas y países socialistas; países imperialistas y países neocolonizados; países colonialistas y países colonizados; países reaccionarios y países progresistas; gobiernos, en fin, que apoyan al imperialismo, al colonialismo, al neocolonialismo y al racismo, y gobiernos que están contra del imperialismo, del colonialismo, del neocolonialismo y del racismo”.

Desde esa premisas abogó por la calidad –en vez de la cantidad— de la membrecía del MPNOAL “si queremos realmente tener una fuerza moral y política ante los pueblos del mundo”; criticó la tesis de los “dos imperialismos” difundida, entre otros, por el PCCh y por gobierno de la RPCh, y defendió el positivo papel que entonces desempañaban la URSS y otros países socialistas europeos en las relaciones internacionales. Concluyó afirmando:

Todo intento de enfrentar a los países no alineados con el campo socialista, es profundamente contrarrevolucionario y beneficia única y exclusivamente a los intereses imperialistas. Inventar un falso enemigo solo puede tener un propósito: rehuir al enemigo verdadero. El éxito y el porvenir del Movimiento No Alineado estarán en no dejarse penetrar, confundir ni engañar por la ideología imperialista. Solo la alianza más estrecha entre todas las fuerzas progresistas del mundo nos dará la fortaleza necesaria para vencer las todavía poderosas fuerzas del imperialismo, el colonialismo, el neocolonialismo y el racismo, y luchar exitosamente por las aspiraciones de justicia y de paz de todos los pueblos del mundo.

Ese enfoque lo reiteró el 19 de marzo de 1975 en la clausura de la Tercera Reunión Ministerial del Buro de Coordinación de los Países No Alineados realizada en La Habana (C411). En el discurso que pronunció en esa ocasión, además de pasar revista a los cambios que se habían producido en la situación internacional desde la Cumbre de Argel, así como de analizar el impacto negativo que estaba teniendo en los países subdesarrollados no petroleros la profunda crisis que había comenzado a afectar al sistema capitalista mundial señaló:

El Gobierno Revolucionario de Cuba sigue una política de principios en su conducta internacional, por eso […] se expresa franca y honestamente sobre los errores que puedan cometerse en el seno de los propios países subdesarrollados, ratifica su determinación de estrechar filas junto a los No Alineados, los países de la OPEP [Organización de Países Exportadores de Petróleo] y el resto del mundo económicamente atrasado para realizar unidos una política correcta frente a la crisis económica, el intercambio desigual, el saqueo de nuestros recursos naturales, las amenazas y el chantaje imperialista y exhorta a todos los Países No Alineados a trabajar en esta dirección.

Acto seguido demandó la “solidaridad más firme” del MPNOAL con la “lucha abnegada por la libertad” de Puerto Rico, con los reclamos del pueblo y del gobierno panameño de “sus derechos soberanos sobre el territorio usurpado del Canal”, con la Revolución peruana acechada por las “conspiraciones imperialistas” y con la nacionalización del hierro y el petróleo por parte del gobierno de Venezuela, entonces presidido, por primera vez, por el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez. Cabe recordar que esa demanda era consistente con la decisión previamente tomada por el Gobierno Revolucionario cubano de restablecer sus relaciones diplomáticas

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y comerciales con Argentina, Barbados, Colombia, Chile (hasta el sanguinario golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973), Guyana, Jamaica, Panamá, Perú, Trinidad Tobago y Venezuela; cuyos gobiernos, de una u otra forma, habían desconocido o impulsado exitosamente importantes modificaciones de la resolución de la OEA que en 1964 había compulsado a sus Estados Miembros a romper sus relaciones diplomáticas, comerciales y consulares con Cuba.17

En los años previos a la derogación de esa resolución (esto se produjo a mediados de 1975), el creciente cuestionamiento de varios gobiernos latinoamericanos –en primer lugar del de México— de esas y otras decisiones anticubanas del Sistema Interamericano también había propiciado la incorporación en 1971 del gobierno cubano al contingente de gobiernos latinoamericanos y caribeños que ya integraban el llamado Grupo de los 77 y, dos años más tarde, a participar en la fundación de la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE). Como solución de continuidad con todas esas acciones, en 1975, el gobierno cubano también participó en la fundación en 1975 del Sistema Económico de América Latina (SELA).

Acciones que –junto con su respaldo a la Declaración de Derechos y Deberes Económicos de los Estados (impulsada el presidente de México, Luis Echeverría)— confirmaron el compromiso de Cuba de contribuir al complejo proceso que algún día conducirá a la integración económica y política de Nuestra América, al igual que su radical rechazo a las principales instituciones del Sistema Interamericano. Posición que se reiteró durante las visitas realizadas a Cuba en 1976 por los primeros ministros de Guyana, Jamaica y Trinidad y Tobago, así como por en antes mencionado presidente de México y por el mandatario panameño Omar Torrijos, respectivamente. Los principales fragmentos del discurso que pronunció Fidel Castro en esta última ocasión pueden encontrarlo en las páginas 393-408 de la antología identificada con el código BG03.

Todos los avances antes referidos tanto en el orden interno, como en el desarrollo de las relaciones políticas y económicas internacionales cubanas fueron ventilados –como ya vimos— en el Primer Congreso del PCC; evento que también analizó críticamente los que Fidel Castro llamó “errores de idealismo” en la conducción de la economía del país. En consecuencia, en los años sucesivos se abandonaron casi totalmente los conceptos referidos a la gestión de la economía cubana que había impulsado el Che antes de su salida hacia el Congo y Bolivia. Igualmente las simplificaciones de sus ideas sobre “la construcción simultánea del socialismo y el comunismo” y sobre el Sistema Presupuestario de Financiamiento que habían prevalecido en el segundo lustro de la década de 1960 y, en mucha menor medidas, en los tres primeros años de la década de 1970. A decir de Julio Díaz Vázquez:

Al aplicarse uno de los acuerdos del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) se adoptó, desde 1976, un Sistema de Dirección y Planificación de la Economía (SPDE), en versión restringida del cálculo económico, consagrado en la práctica socialista europea; pero, recogida “de manera realista esa experiencia y [tratando] de adaptarla a las condiciones nuestras, haciéndolo además con mucho cuidado y con [un] criterio más bien conservador”.18/ El calificativo de restringido lo apartó, tanto de la versión original soviética de los años 20, las implementadas en el centro-este europeo, así como de aquellas variantes introducidas por las reformas de los años 60 del pasado siglo, en esas latitudes. Sin embargo, los principales elementos estructurales y bases organizativas de gestión y dirección, es decir, su núcleo duro partían de los principios que distinguió la práctica económica de los países socialista y, en particular, de la URSS.19

17 El contexto hemisférico en que se produjeron esos cuestionamientos y sus implicaciones en los tres lustros posteriores pueden encontrarlo en algunas de las páginas (muy difíciles de delimitar) de la Lección Siete del libro Las relaciones interamericanas: continuidad y cambio que aparece en la bibliografía general de este curso con el código BG15. 18 Castro Ruz, Fidel, Informe Central al I Congreso del PCC, Departamento de Orientación Revolucionaria, La Habana, 1975, pág. 111. 19 Díaz Vázquez, Julio A., La aplicación y perfeccionamiento de los mecanismos de dirección en la economía cubana, Revista Economía y Desarrollo, Nro. 78, enero-febrero de 1984, pág. 87.

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En cualquier caso la aplicación de esa “versión restringida del cálculo económico”, junto a las contradictorias implicaciones que tuvo para las utopías fundacionales de la Revolución Cubana su incorporación al CAME y los acuerdos quinquenales que comenzó a suscribir con la URSS y otros países socialistas este-europeas, la adaptación de las estructuras de dirección del PCC a las de otros partidos comunistas europeos, el “calco y la copia” de algunas instituciones político-jurídicas provenientes del posteriormente llamado “socialismo real”, así como el retroceso que se produjo en el desarrollo del “marxismo cubano” constituyen algunas de las evidencias que justifican las tesis que indican que, a partir del primer lustro de la década de 1970, se produjo una marcada inflexión en el “modelo socialista nacional y autóctono” que en los años previos se había venido impulsado en la Mayor de las Antillas.

Al análisis de esos y otros temas colindantes, así como de las rectificaciones que comenzaron a producirse en la segunda mitad de la década de 1980, estará dedicada nuestra sexta clase (21 al 27 de junio); pero recuerden que previamente colocaremos en el espacio de la quinta clase las cinco preguntas de control correspondientes a las cuatro clases precedentes. Les recordamos que esas preguntas deben de responderse individualmente. En espera de sus dudas o comentarios críticos de esta clase, las y los saludan,

Los profesores