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LUTO EN CASTILLA Y CUANTO SUCEDÍA EN 1235 FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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LUTO EN CASTILLA

Y CUANTO SUCEDÍA EN 1235

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

NOS ADENTRAMOS EN 1235

Nos adentramos en el año 1235, que empezó en lunes. Relataré resumidamente cuanto

fue sucediendo, siguiendo mi estilo cronístico habitual. Recojo los óbitos de los que par-

tieron de este mundo dejando alguna significación señaladamente histórica, aunque te-

niendo en cuenta que dicha significación la tiene la gente en general, el pueblo que

compone toda una trayectoria y deja tantas aportaciones, no por calladas o silenciosas

menos destacadas.

Al constatarse en este tiempo, muy particularmente en la Corona de Aragón, cuanto

concierne a la regulación de la vestimenta, muy destacadamente de las prendas lujosas,

indicándose la clase social correspondiente a sus usuarios, aprovecho para remitir al

lector, además de a las aportaciones de historia de la indumentaria (que compuse), a

estudios (que aporto) como el de Juan Vicente García Marsilla (2014: El lujo cam-

biante. El vestido y la difusión de las modas en la Corona de Aragón –siglos XIII-XV–);

de Alba Gutiérrez Molinero (2015: La Indumentaria medieval en el siglo XIII: estudio a

partir de los restos materiales del Monasterio de Santa María de las Huelgas); y otras

dos aportaciones: Guía de Indumentaria Medieval Femenina. Mujeres en los Reinos

Hispanos (1170-1230) y Guía de Indumentaria Medieval Masculina. Peones ricos o

acomodados (1168-1230).

Hubo fallecidos de quienes amplío su relato correspondiente, pero también otros óbi-

tos de lo que me hago eco aquí. Por ejemplo, ocurrió el óbito de María Hohenstaufen de

Suabia; y poco después el de su suegro Enrique I de Brabante, siendo sucedido por su

hijo Enrique II. Fue también la muerte de Esteban II Radoslav de Serbia.

Ya casi para remontarse el año murió Robert Fitzwalter, líder de la oposición de los

barones ingleses contra el rey Juan I o Sin Tierra y uno de aquellos veinticinco firman-

tes de la Carta Magna del año 1215.

Robert Fitzwalter estuvo implicado en la conspiración de 1212. Según su propia de-

claración, el rey había intentado seducir a su hija mayor, pero las quejas de Robert se

trocaron más tarde en sentimientos favorables. Parece que estaba irritado por sospechar

que el rey Juan no consideraba óptima su adquirida nueva baronía. Fitzwalter escapó de

un juicio huyendo a Francia. Permaneció algún tiempo fuera de la ley, pero volvió bajo

una amnistía especial tras su recuperada avenencia del rey con la Santa Sede.

Con todo, Fitzwalter continuó tenso con el rey y llevó la iniciativa en la agitación no-

biliaria contra el rey, estallando aquello en 1215. Fue elegido con el rimbombante título

y rol de “Mariscal del Ejército de Dios y la Santa Iglesia”. Fue por su influencia en

Londres por lo que su partido obtuvo el apoyo de la ciudad y él lo utilizó como en sus

operaciones. La cláusula de la Carta Magna que prohíbe las sentencias de exilio, salvo

como resultado de un juicio lícito, se refería más particularmente a su caso. Su agresiva

autoridad propició una de las causas de la guerra civil en Inglaterra en aquel año 1215.

Fue realmente ese incompetente liderazgo agresivo de Fitzwalter el que hizo necesario

que los rebeldes invocaran la ayuda de Francia. Fue uno de los enviados que invitó al

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príncipe Luis de Francia a Inglaterra, y fue el primero de los barones en rendirle home-

naje cuando dicho príncipe entró en Londres. Despreciado por los franceses como un

traidor a su señor natural, sirvió a Luis con fidelidad hasta que fue capturado en la ba-

talla de Lincoln (mayo de 1217). Liberado en la conclusión de la paz, se enroló en la

quinta cruzada, regresando pronto y haciendo las paces con la regencia inglesa. El resto

de su vida transcurrió sin incidentes y murió pacíficamente en este año 1235, contando

con el calor familiar (un hijo y dos hijas), siendo recordado como paladín de la liberad

en general y religiosa en particular.

También fue defunción en este año la de Ibn al-Farid o Ibn Farid, un reconocido poeta

árabe. El padre de Ibn al-Farid era juez y destacado hombre de gobierno, de mucha rele-

vancia política en El Cairo. Siendo joven, Ibn al-Farid realizó retiros en oasis próximos

a la ciudad de El Cairo. Asistió a una escuela de derecho islámico. Vivió algún tiempo

en La Meca, donde se convirtió en maestro de hadiz y poeta, aunando así ética y esté-

tica; rechazó propuestas para escribir cantos ideológicos o de propaganda política.

Su poesía es enteramente de inspiración sufí y fue estimado como el más importante

poeta místico de los árabes. Se estima que varios de sus poemas fueron escritos en esta-

do de éxtasis espiritual y son considerados como el pináculo de la denominada poesía

árabe.

Las dos obras maestras de Ibn al-Farid son la Oda al vino, una meditación sobre el

vino de la bienaventuranza divina, y el Poema del camino sufí, una exploración pro-

funda de la experiencia espiritual a lo largo del camino sufí y quizás el poema místico

más largo compuesto en árabe. Ambos poemas han inspirado comentarios a lo largo de

los siglos y todavía son reverentemente memorizados por los sufíes y otros musulmanes

devotos en la actualidad.

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Puede destacarse también la muerte de Thomasin von Zirclaere o Tommasino di Cer-

claria un poeta alemán (bávaro) e italiano, del que se conserva el poema épico Der

Wälsche Gast (original Der welhische gast o El desconocido romance, merecedor de

acercamiento y estudio lingüístico).

Compuso para enseñanza de jóvenes nobles sobre valores medievales, de amor cortés,

caballerosidad, etc.

Hubo sucesos en latitudes de las que no se notifica mucho en este cronicón, como por

ejemplo la batalla de Kirina, con la que comienza el africano Imperio de Malí. Baste

con que aquí quede brevemente señalada dicha batalla.

Fue una confrontación entre el rey Sumanguru Kanté de Sosso y el príncipe Sundiata

Keïta de Manden (actual Guinea). Las fuerzas de Sundiata Keita derrotaron totalmente a

las de Sumanguru Kanté, garantizando la preeminencia del nuevo Imperio de Malí de

Keita sobre el oeste de África.

En el siglo XII, el antes dominante Imperio de Ghana se había derrumbado debido a

las repetidas invasiones de los almorávides durante el siglo precedente. Los pequeños

estados vecinos guerrearon para llenar el vacío de poder, incluyendo a los sosso de la

región de Takrur y a la gente del Manden del Níger superior. Bajo el gobierno de Su-

manguru Kanté, los sosso invadieron Kumbi Saleh, la capital del Imperio de Ghana, y

se extendieron conquistando, entre otros, Manden.

Sin embargo, el príncipe exiliado Sundiata Keita de Manden organizó una coalición

de reinos pequeños para oponerse al poder cada vez mayor de los sosso. Los ejércitos se

enfrentaron en la región de Koulikoro (en el Malí actual), en este año 1235, y las fuerzas

de Sundiata Keita resultaron victoriosas. La fecha se cita a menudo como el principio

del Imperio de Malí, que controlaría la mayoría de África Occidental durante los dos

siglos siguientes, en un territorio que se extendería desde la desembocadura del río Se-

negal hasta las orillas del río Níger, y desde Walata en Mauritania, importante ciudad

comercial por ser lugar de paso de caravanas, hasta las montañas del sur. Sundiata pasó

a ser mansa (emperador) de todos los malinkas y tomó el nombre de “príncipe León”.

La historia de la batalla se cuenta en la Epopeya de Sundiata, considerada la epopeya

nacional de Malí y cantada por los griots (narradores de historias) hasta hoy. En ella,

Sumanguru Kanté es un malvado hechicero rey o chamán soberano que oprime a gente

de Manden. Sin embargo, cuando Sundiata descubre que su animal sagrado es el gallo,

puede herirle con una flecha curvada con un martillo. El rey sosso huye del campo de

batalla, desapareciendo en las montañas de Koulikoro.

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AÑO 1235

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REINO DE CASTILLA

FUNERALES DE REALEZA: DE LA INFANTA MARÍA

Y DE SU MADRE LA REINA BEATRIZ DE SUABIA

En otoño de este año 1235, sin llegar tan siquiera a cumplir uno de edad, murió la in-

fanta María, que hizo número 10 de la prole nacida de los reyes Fernando III y Beatriz

de Suabia, resultando que Doña Beatriz murió también, unos días después, el 5 de no-

viembre, en Toro.1 Tenía 30 años de edad.

La infanta difunta recibió sepultura en el Panteón Real de la Colegiata de San Isidoro

de León.2 Sobre su tumba puede leerse este epitafio:

H. R. MARIA, FILIA FERNANDI HISPANIORUM, FILIA BEATRICIS REGINAE,

QUAE ROMANORUM IMPERATORUM PROLES FUIT. MCCLXXIII

En cuanto a la Reina Doña Beatriz fue llevada a enterrar a una regia sepultura en el

Real Monasterio de Santa María de las Huelgas en Burgos.3

Recordemos que, el 30 de noviembre de 1219, se casaron Fernando III y Beatriz de

Suabia, en la catedral de Burgos.4 Fue muy interesante este matrimonio, como ya hemos

1 Provincia de Zamora.

2 Siendo la última persona que recibió sepultura en este regio mausoleo. Además de su ajuar funerario, se

ha conservado el cuerpo momificado de la infanta. Fue en 1997 cuando se extrajo y se examinó el con-

tenido del sepulcro en piedra donde fue enterrado el cuerpo de la infanta. El ataúd que mantenía sus res-

tos, colocado en el interior del pétreo sepulcro, es de madera forrada en su parte exterior con piel curtida y

adornada con motivos geométricos. El ajuar funerario que se extrajo se compone de almohadón, pellote,

camisa y calzas. Los forros del ataúd, el pellote y el almohadón son tejidos hispanomusulmanes del siglo

XIII, al igual que la camisa, confeccionada en algodón, y las calzas de la infanta, siendo éstas de lino.

Tras ser extraído del sepulcro, el ajuar funerario de la infanta María de Castilla fue restaurado por la Di-

rección General de Patrimonio y Promoción Cultural de la Junta de Castilla y León.

3 De donde en 1279 fueron trasladados los restos a la catedral de Sevilla, en la capilla real, por disposi-

ción de su hijo el rey Alfonso X el Sabio, sucesor de Fernando III, cuya urna funeraria ocupa el centro de

la mencionada capilla.

4 A mediados de 1219, una comitiva castellana presidida por Don Mauricio, obispo de Burgos, llegó a la

corte del emperador Federico II Hohenstaufen, tutor de Beatriz, probablemente en Hagenau (Alsacia),

donde se negoció la contratación matrimonial. Fernando III entregaría como dote villas y castillos, con los

derechos reales, sobre Carrión de los Condes (Palencia), Logroño, Belorado (Burgos), Peñafiel (Valla-

dolid), Castrogeriz y otros varios emplazamientos castellanos. Beatriz, con la comitiva de hombres nota-

bles de Castilla, emprendió el camino desde Alsacia a Burgos, pasando por la corte parisina para saludar a

Blanca de Castilla, esposa del delfín Luis (luego rey Luis VIII de Francia) y madre de Luis IX (San Luis),

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destacado. Nacieron de estos cónyuges 10 hijos, como también queda dicho y resalta-

do, siendo María la más pequeña.

Beatriz (que había sido bautizada como Isabel) fue la cuarta hija del duque Felipe de

Suabia, rey de Romanos (muerto en 1208),5 y de Irene Ángelo (muerta poco después, en

ese mismo año 1208), hija de Isaac II Ángelo, emperador de Constantinopla.6 Como

acabamos de señalar, fue bautizada como Isabel, sin embargo adoptó en Castilla el

nombre de su hermana mayor, Beatriz, la emperatriz del Sacro Imperio Romano Ger-

mánico,7 muerta en 1212 sin descendencia.

siendo Blanca hermana de Berenguela de Castilla, quien habría de ser suegra de Beatriz. El 27 de noviem-

bre de aquel año 1219, previamente a la boda, se tuvo el solemne nombramiento de Fernando como ca-

ballero en el monasterio burgalés de Las Huelgas.

5 Asesinado, como podemos recordar.

6 Muerto en 1204, asesinado en la cárcel.

7 Consorte de Otón IV de Brunswick (muerto en 1218).

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REINO DE CASTILLA Y

ADELANTAMIENTO DE CAZORLA

AVANCES Y HECHOS DE RECONQUISTA CRISTIANA

En este año tan de luto para el rey Fernando III de Castilla hubo avance de reconquista

y repoblación desde Castilla hacia el sur y en relación al ya conocido adelantamiento de

Cazorla, señorío del arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada.8 Ya en los primeros

días del mes de febrero, culminando en el día 5, reconquistaron las fuerzas de Fernando

III, las plazas y fortalezas de Chiclana de Segura, Sorihuela del Guadalimar e Iznatoraf,9

concediéndosele a ésta el fuero de Cuenca. Sin embargo, fracaso de nuevo Fernando III

en su tercer asedio a Jaén.

Sí fue también reconquistada Beas de Segura, asistiendo allí al monarca su canciller

Juan, obispo de Osma. A éste le concedió el monarca el castillo y la villa por “juro de

heredad”, el 12 de abril.10

El rey otorgó también a Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, como parte

de sus dominios en cuanto adelantado de Cazorla, la villa y término real de Iznatoraf,

con todas sus dependencias de Sorihuela, La Moraleda11

y Torre Mingo Prieto.12

Tam-

8 Provincia de Jaén.

9 Iznatoraf mantiene aún todo el carácter o aspecto de una importante medina islámica, ya que pocas po-

blaciones de la época presentan el incomparable emplazamiento geográfico y estratégico que allí se des-

cubre. Alberga un importantísimo patrimonio histórico que nos traslada a la época más musulmana de Al-

Ándalus. Las huellas arquitectónicas y artísticas que se conservan de aquel tiempo lo atestiguan, huellas

como los restos de su fortaleza árabe, que da nombre a la población, así como su urbanismo, con un casco

antiguo rebosante de calles estrechas y serpenteantes por las que hoy en día es imposible que circule nin-

gún automóvil. La belleza de sus calles, con antiguas casas medievales, colmadas de flores, plantas, ma-

cetas y fuentes evocan el esplendor de su pasado musulmán y medieval.

Puede visitarse su parroquia, antigua mezquita, que alberga ricos o históricos tesoros, siendo también

destacable la ermita de la Vera Cruz.

10

Por “juro de heredad” quiere decir a título personal, no como dominio eclesiástico. De este modo, se

retuvo esta propiedad bajo el dominio de Juan hasta 1239. El obispo Juan de Osma continuó acompa-

ñando al rey hasta 1236, cuando se reconquista Córdoba. Años más tarde, a 30 de noviembre de 1239,

Juan de Osma permutará la villa de Beas (y Chiclana de Segura) con sus castillos y términos por otras vi-

llas de Soria y de Segovia a la Orden de Santiago. Entre otras cosas, se fraguó así la bien privilegiada En-

comienda de Beas de Segura. 11

Actual Villanueva del Arzobispo, de merecida visita.

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bién la Orden de Santiago fue recibiendo localidades, castillos y encomiendas. A Úbeda

entregó el monarca el castillo de Olvera.13

Por primavera, concretamente en el mes de mayo, Pelay Pérez Correa14

corrió con la

reconquista del castillo de la Yedra y su villa anexa que se conoce como Torres de

Albánchez,15

pasando todo ello a los dominios de la Orden de Santiago por donación de

Fernando III otorgada en Malagón.16

También reconquistaron los caballeros de Santiago

los castillos de La Puerta de Segura y Bujalamé, convirtiéndose en dependencias san-

tiaguistas y de Segura de la Sierra.

12

Actual Villacarrillo, población también digna de verse.

13

En Rincón de Olvera (Jaén). El castillo es actualmente un cortijo en ruinas.

14

O Pedro Pérez Pelay Correa, caballero de la Orden de Santiago, de origen portugués, que llegará a ser

su Gran Maestre entre los años 1242-1275. Ya lo iremos viendo.

15

Seguimos en la provincia de Jaén.

16

Provincia de Ciudad Real.

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REINO DE ARAGÓN

BODA REAL EN BARCELONA

A propuesta del Papa Gregorio IX,17

el 8 de septiembre se celebró en la catedral de

Barcelona la boda (segundas nupcias) del rey Jaime I de Aragón con Violante de Hun-

gría,18

hija del rey Andrés II de Hungría y Croacia. Ciertamente se sienten los novios

muy felices y enamorados, gustándose y yendo muy a gusto a su boda y tras ella.19

Sucedió luego, en poco tiempo, el 21 de septiembre, que murió el rey Andrés (después

lo contamos), sucediéndole su hijo Béla IV20

(hermanastro de Violante).21

17

Histórico y legítimo señor feudal de la Corona de Aragón.

18

El 6 de febrero de 1221, como podemos recordar, se celebraron en Ágreda (Soria) aquellos desposorios

o propiamente boda entre Jaime I de Aragón y Leonor de Castilla (hija de Alfonso VIII y de Leonor

Plantagenet). Ese matrimonio fue anulado por el Papa Gregorio IX a petición del rey Jaime, que alegó pa-

rentesco, aunque parece ser más bien que Jaime no era feliz con Leonor, resultando difícil la convivencia

conyugal. Leonor se retiró al real monasterio de las Huelgas, en Burgos, falleciendo allí en 1244 (se con-

serva su sepulcro). Por eso vinieron estas segundas nupcias de 1235 con Violante de Hungría, matrimo-

nio del que habrá 4 hijos y 5 hijas. La ruptura matrimonial del primer desposorio supuso inseguridades en

las relaciones entre Castilla y Aragón, dificultades que no se resolverían de nuevo hasta otro matrimonio

de entre reinos: el matrimonio entre Alfonso X de Castilla y Violante de Aragón, hija de Jaime I y Vio-

lante de Hungría.

19

Este matrimonio fue propuesto y arreglado o amañado por el Papa para evitar un enlace de Jaime I con

alguna princesa de un país occidental poderoso, lo que amenazaría los intereses pontificios, y a la vez im-

plicaba a Jaime I en la política del Imperio Latino de Oriente. También era deseo del Papa acercar la Co-

rona de Aragón al linaje regio y aristocrático de Francia, de donde eran destacados los Courtenay. Hay

que recordar que Violante (o Yolanda) era prima del rey Luis IX (San Luis). Para Jaime I la boda era un

motivo de prestigio, ya que, como cuenta en su Crónica (o Memorias) prefirió casarse con la hija de un

rey y nieta de un emperador de Oriente. Se firmó el contrato matrimonial en Barcelona, siendo embaja-

dores del rey de Hungría el obispo de Fünfkirchen y el conde Bernardo. La dote de Violante fue de

10.000 marcos de plata, 200 marcos de oro, su parte en el condado de Namur, los señoríos de su casa en

Francia, más otros territorios que tenía en Hungría y Borgoña, pero la soberanía sobre estos territorios de-

bía de ser tan vaga que Jaime I nunca llevó su título ni los dejó en testamento a algún heredero. Los mar-

cos nunca fueron pagados, tal como reconocía la reina en su testamento (año 1251). El rey Jaime I le dio

el 11 de diciembre de 1235 en arras el señorío de Montpellier y cuanto queda dicho en otra nota siguiente.

El viaje a Barcelona para el encuentro de los novios debió de durar al menos dos meses y no se sabe

dónde se vieron por vez primera los novios. Violante desembarcó en septiembre de 1235. La boda se cele-

bró en la catedral de Barcelona el 8 de septiembre. Jaime I tenía entonces 26 años de edad. Violante fue

una mujer hermosa y de gran inteligencia e influyó mucho en el ánimo del monarca, actuando como pru-

dente consejera y excelente compañera, en la paz como en la guerra. Violante acompañó a Jaime a me-

nudo en sus conquistas, siendo muy atenta y cariñosa.

20

Reinando hasta 1270.

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SANTA SEDE ROMANA

APROBACIÓN POTIFICIA

En este año 1235, el 17 de enero, el Papa Gregorio IX, estando en Perugia, aprobó

definitiva y oficialmente la Orden de Santa Eulalia,22

fundada en 121823

por Pedro

Nolasco24

y rigiéndose por la Regla de San Agustín.25

Se compuso institucionalmente

por religiosos y caballeros a modo de frailes legos o coadjutores que recibieron la regu-

lación del muy notable obispo de Barcelona (Berenguer de Palau) y la investidura mi-

litar del rey Jaime I de Aragón.26

Iremos viendo el desenvolverse de esta Orden, muy

apoyada en estos momentos por Raimundo de Peñafort.27

Efectivamente, la invasión o conquista de los musulmanes por la Península Ibérica en

711 y todo cuanto fue derivando posteriormente, como ya sabemos, produjo batallas y

razias, choques guerreros ente moros y cristianos, provocando eso que se hicieran pri-

21

La dote que habría de aportar Violante consistía en una suma de dinero y territorios que nunca se hicie-

ron efectivos, por lo que fue Jaime I quien se obligó a mantener su casa, otorgándole el señorío de Mont-

pellier, la baronía de de Omeladès y el vizcondado de Millau, heredados de su madre (María de Montpe-

llier, muerta en 1213).

22

Posteriormente y hasta hoy Orden de la Merced. Se mantuvo sólo como rama masculina hasta la década

de los sesenta del siglo XIII, cuando ya se dieron también las religiosas mercedarias.

23

En la catedral románica de Barcelona.

24

San Pedro Nolasco. Será su muerte en 1245. Se conmemora en el santoral el 6 de mayo (el 29 de enero

en el vetus ordo). En 1248 veremos a Pedro Nolasco acompañando a Fernando III de Castilla en la recon-

quista de Sevilla. Ya antes estuvieron los mercedarios en las reconquistas de Baleares y Valencia, reci-

biendo muchos beneficios y favores del rey Jaime I de Aragón.

25

Por eso, hasta 1246, existió la denominación de Magister ordinis Sancti Agustini domus sancte Eulalie

Barchinone et eciam Mercedis Captivorum.

26

Los mercedarios se comprometieron a los votos religiosos y a un cuarto voto, el de entregarse como

rehenes para la liberación de los cautivos si no tenían el dinero necesario para su rescate, estando dis-

puestos a ello. Muchos eran cuando se fundaron los cristianos capturados y vendidos como esclavos a los

musulmanes de África, lo que siguió ocurriendo hasta que desapareció la piratería. Los mercedarios, con

gran peligro de sus vidas, cumplieron con la promesa hecha y en su historia constan, perfectamente docu-

mentadas, 344 redenciones y más de 80.000 redimidos. Evitaban así, incluso con el martirio, que los cap-

turados renegaran de la fe, sobre todo siendo ésta de todo punto débil.

San Pedro Nolasco y sus frailes mercedarios, muy devotos de la Virgen María, supieron tenerla como

guía luminosa y patrona, honrándola como Madre de la Merced (Misericordia) o Virgen Redentora.

27

San Raimundo de Peñafort, dominico, muerto en 1275. Se conmemora en el santoral el 7 de enero.

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sioneros y cautivos por ambos bandos. Fue por eso por lo que la autoridad cristiana creó

maneras e instituciones de redimir. La misma Iglesia se sentía concernida, llegando a

ofrecer las indulgencias de cruzada a quienes defendieran a los cristianos cuando eran

atacados por los musulmanes.28

28

Por ejemplo el Papa Clemente III a los defensores de Tarragona en 1188.

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REINO DE ARAGÓN

AVANCES Y ASUNTOS DE RECONQUISTA

En mayo, el día 11, el rey Jaime I donó a Blasco de Alagón, noble caballero y capitán

principal o general del reino, los castillos de Culla y Les Coves de Vinromà (Las Cue-

vas de Vinromá),29

que Blasco había reconquistado en 1233, así como también la loca-

lidad y tierras de Adzaneta.30

Gil de Azagra y Benito de Torres, oficiales de Blasco de Alagón, conquistaron algu-

nas alquerías y aldeas musulmanas, entre ellas Forcall.31

Jaime I conquistó el conocido como Castrum de Huyturam.32

El monarca otorgó enn

su momento carta de privilegios a la villa de Almazora,33

donándola al monasterio y

hospital de Santa Cristina de Somport.34

Recibieron cartas pueblas Cervera del Maestre (8 de octubre) y Traiguera (23 de

diciembre).35

29

Ambos en la provincia de Castellón.

30

Igualmente en la provincia de Castellón. El noble aragonés cedió esta población a su hija Constanza,

casada con el noble catalán Guillem d’Anglesola, un militar y noble caballero que participará muy desta-

cadamente en la reconquista de Valencia.

31

Provincia de Castellón.

32

Actual Altura (Castellón), siguiendo luego la reconquista de Moncada (Valencia).

33

O Almassora (Castellón).

34

En la provincia de Huesca. Ir a Epílogo I.

35

Localidades ambas de la provincia de Castellón.

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~ 16 ~

AL-ÁNDALUS

IBN HUD SE IMPONE A SU RIVAL IBN NASR AL-AHMAR

A lo largo de este año 1235 fue pasando en Al-Ándalus lo que aquí contamos ahora:

Muhammad ibn Nasr Al-Ahmar, sultán de Arjona,36

firmó alianza con Muhammad al-

Bayi, sultán de Sevilla, quien se hizo con el poder que le arrebató al hermano de Ibn

Hud. Ibn Nasr y Al-Bayi lograron derrotar a Ibn Hud cuando éste intentaba adueñarse

de Sevilla. Pero luego Ibn Nasr hizo asesinar a Muhammad al Bayi y nombra goberna-

dor de Sevilla a su pariente Alí ibn Asquilula, quien sólo duró un mes en el poder, pues

los sevillanos le obligaron a huir, haciéndose de nuevo Ibn Hud con la ciudad de Se-

villa, cuando además terminaba de reconquistar Córdoba. Las pérdidas territoriales de

Ibn Nasr y el respaldo político logrado por su rival Ibn Hud, al ser reconocido mucho

más como gobernador indiscutible e indiscutido de Al-Ándalus, obligan a Muhammad

ibn Nasr a rendir homenaje a Ibn Hud, reconociéndolo como emir y prestándole vasa-

llaje a cambio de seguir siendo reconocido como señor de Arjona, Jaén y Porcuna.

36

Provincia de Jaén.

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REINO DE ARAGÓN EN LAS ISLAS PITIUSAS

DE IBIZA Y FORMENTERA

RECONQUISTA (CATALANA) DE YABISAH

Por los cristianos de la corona catalana-aragonesa fue invadida y conquistada la me-

dina Yabisah (Ibiza), el 8 de agosto de este 1235.37

Contamos ahora desde cuándo, có-

mo y por quiénes se fueron sucediendo los hechos.

Tras las ya muy pasadas ocupaciones de vándalos y bizantinos durante los siglos VI-

VIII, las islas Baleares, entre ellas la de Ibiza, se vieron en prolongados tiempos con-

vulsos, revueltos, anárquicos, de extraños y raros dominios. Los musulmanes del cali-

fato de Córdoba se aposentaron por allí38

en el año 902. Y fueron llegando colonos be-

reberes desde el norte de África, de modo que se islamizó la isla.

Recreación de la ciudad de Ibiza en su época musulmana (Paul R. Davies)

En estas fechas de reconquistas que emprenden desde el reino de Aragón las tropas

del rey Jaime I, muy incentivado el combate por este soberano y sus nobles, le fue

ofrecida la conquista de Ibiza al arzobispo electo de Tarragona Guillermo de Montgrí,

37

Día 22 del mes Dhul-Qa’da del año 632 de la Hégira.

38

En Dalt Vila, la parte alta de la ciudad de Ibiza.

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~ 18 ~

de quien ya fuimos haciendo mención anteriormente. Para la reconquista también de

Formentera (que con Ibiza e islotes forma el archipiélago de las Pitiusas)39

actuaron aso-

ciados Guillermo de Montgrí, el conde Nuño Sánchez de Rosellón y Pedro de Portugal

(viudo de la condesa Aurembiaix de Urgel). Las tropas cristianas que conformaron ocu-

paron la fortaleza de Ibiza y se apoderaron de la misma. Se fue procediendo luego a la

deportación o expulsión en masa de los musulmanes y al aporte de nuevos pobladores

cristianos, muy particularmente desde Gerona. De este modo, Ibiza se fue incorporando

al recién fundado reino de Mallorca, incluido en la Corona de Aragón, como podemos

recordar según transcurren estos años. El reino de Mallorca se plantea como sin unas

Cortes, de modo que el rey de Mallorca, Pedro, tenga que acudir a las de Aragón para

prestar o rendir homenaje y vasallaje al rey Jaime I, que poseyó el condado de Urgel.

Mucho antes de estas fechas de 1235, ya hubo batalla y combate de cruzada contra

Yabisah, en 1114. No es imprescindible tener que recordarlo, pero no está de más, al

menos para hacer constar cómo viene de lejos la proyectada y deseada reconquista de

Ibiza.40

39

Que en ya vieja denominación quiere decir “donde crecen o abundan los pinos”.

40

Resumiendo lo ocurrido en 1235 (y ciertamente con anterioridad), tenemos que Jaime I planteó y desa-

rrolló un contrato de infeudación o vasallaje con Guillermo de Montgrí para que se efectuara la conquista

de Ibiza y Formentera en un periodo de poco menos de diez meses. A esta iniciativa se unieron Pedro de

Portugal y Nuño Sánchez. Así se llevaron a cabo estas conquistas. Ambas islas se reparten posteriormente

entre los tres señores, divididas, como ya fuimos señalando, en cuatro partes denominadas cuarteradas,

según las tropas aportadas a la batalla. Además, la ciudad y el castillo se dividieron también entre los tres

y para el uso del monarca. Guillermo de Montgrí aportó la mitad de los hombres, el infante una cuarta

parte y la otra cuarta parte el conde de Rosellón. También se repartieron las ganancias producidas por

las salinas de Ibiza, salinas que tan prodigiosa e industriosamente habían montado los musulmanes. Gui-

llermo de Montgrí se quedó con la señoría de la cuarterada de las salinas y la cuarterada de Balansat en

Ibiza y la cuarterada de La Mola y la cuarterada del Carnaje en Formentera. Posteriormente los derechos

de Nuño Sánchez pasaron al rey Jaime I y el arzobispo aprovechó para comprarle al monarca las cuarte-

radas del conde de Rosellón, la cuarterada de Portmany en Ibiza y la cuarterada de Portossalé en Formen-

tera. Las cuarteradas ibicencas de Santa Eulalia y las formenteranas de Es Cap pasaron al infante, Pedro

de Portugal.

Se ha de señalar que los señoríos de Ibiza y Formentera eran un título personal. Así, cuando Guillermo

renunció a la archidiócesis de Tarragona se aseguró su dominio a cambio de que las islas pasasen al arzo-

bispado de ésta cuando muriese y de este modo lo hizo constar en su testamento. Por este motivo durante

el período que no fue arzobispo de Tarragona hasta su muerte, fue el señor de Ibiza y Formentera en lugar

de los arzobispos de Tarragona. Mientras era señor de Ibiza cedió a los ibicencos las salinas y éstas fueron

la principal fuente de riqueza natural para los isleños durante siglos. Las salinas fueron administradas por

la Universidad de Ibiza desde su creación hasta los Decretos de Nueva Planta (que ya fuimos explicando),

que pasaron a pertenecer a la monarquía. También se inició la construcción de la iglesia de Santa María

de Ibiza, antecesora de la actual iglesia catedral de Ibiza, remodelada sobre santuarios de las previas civi-

lizaciones ibicencas.

La catedral de Ibiza está dedicada a Santa María la Mayor o la Virgen de las Nieves. Es del siglo XIII

en estilo gótico catalán, siendo barroca su nave. Ha de tenerse en cuenta que la diócesis de Ibiza no se

creó sino hasta 1782, de modo que esta iglesia no fue catedral hasta entonces. En cuanto a la advocación,

se explica por la proximidad de la fecha (8 de agosto, fecha de la conquista, fiesta de San Ciriaco) a la

fiesta de la Virgen de las Nieves o Santa María la Mayor (5 de agosto). No está de más conocer esta igle-

sia. Puede apreciarse su Museo en la Sacristía.

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REINO DE HUNGRÍA

MURIÓ EL REY ANDRÉS II

Como ya indicábamos antes, cuando contábamos la boda del rey Jaime I de Aragón

con Violante de Hungría en Barcelona, a poco ciertamente de aquella celebración murió

el rey Andrés II de Hungría, padre de Violante. Ahora lo contamos.

Ha sido el decimonoveno rey de Hungría, de la Casa de Árpad.41

Tenía 63 años de

edad y era el de su muerte el año trigésimo de su reinado, desde 1205, cuando heredó y

sucedió a Ladislao III, de brevísimo reinado entre los años 1204-1205.42

Andrés II de Hungría, el Hierosolimitano como apodo, fue hijo de Béla III (muerto en

1196) y de Inés de Châtillon (muerta en 1184). Como podemos recordar, participó en la

quinta cruzada (1217-1222), manteniendo en ella un numeroso y destacado ejército:

12.000 caballeros y 12.000 guardias de fortalezas.43

Pero Andrés no tardó en echarse

atrás.

Tuvo su rebelión contra su hermano el rey Emerico (1196-1204), pese a lo cual

Emerico le designó para el cargo de la regencia habida tras su muerte durante la minoría

de edad del sobrino Ladislao III, a quien Andrés sucedió plenamente al morir, en 1205,

sin que debamos elogiar o alabar la tarea de aquella regencia, cierto que ejercida mala-

mente.

Como cruzado –volviendo ahora a este asunto–, recordemos que, en 1217, el Papa

Honorio III (1216-1227) instó al rey Andrés II de Hungría a encabezar con decisión la

quinta cruzada (de donde le vino el apodo de Hierosolimitano). Andrés se implicó

41

Ir a Epílogo III.

42

Ladislao III fue el decimoctavo rey de Hungría, habiendo sido hijo de Emerico I (muerto en 1204) y de

la infanta Constanza de Aragón y Castilla (muerta como emperatriz del Sacro Imperio Romano Germáni-

co en 1222). Emerico y Constanza se habían casado en 1198.

Ladislao nació en 1199. Fue coronado en vida de su padre cuando aún podría tener 4 años de edad, el 26

de agosto de 1204, entendiéndose este hecho para que se asegurase la sucesión al trono. El hermano de

Emerico, el ahora difunto Andrés II, prometió proteger al niño y desempeñar la regencia hasta que al-

canzara la mayoría de edad. Sin embargo, cuando Emerico murió (con 30 años de edad), Andrés acaparó

todo el poder, siendo evidente lo que ya venía pasando: que en no pocas ocasiones y en muchas de las

oportunidades que tuvo ya se había enfrentado a su hermano mayor por el trono húngaro.

Pasó pues que Andrés fue coronado como rey Andrés II de Hungría en 1205, ante lo cual la reina viuda

se llevó al pequeño Ladislao III yéndose huyendo a Viena, refugiándose en la corte del archiduque Leo-

poldo VI. Allí en Viena murió Ladislao poco después, siendo no obstante enterrado en Székesfehérvár

(Hungría). Constanza, sin volver nunca más a Hungría, se casó con Federico II Hohenstaufen.

43

El ejército real más grande en toda la historia de las cruzadas.

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~ 20 ~

pensando en que así podría ser elegido emperador de Constantinopla. Pero la cruzada no

fue popular ni realmente respaldada en Hungría. Andrés logró reunir 15.000 hombres

que fueron llevados a Venecia para emprender la marcha a Tierra Santa. Pasó que, para

poder financiar la cruzada, el monarca tuvo que situar en importantes cargos económi-

cos a hombres de negocios musulmanes, tanto que el rey fue acusado de entregar su rei-

no a los musulmanes, poniéndolo prácticamente en sus manos. Tras lograr apaciguar las

quejas de los húngaros en Zadar,44

las dos terceras partes de los cruzados fueron embar-

cados hacia San Juan de Acre, a la representativa y costera franja territorial del reino de

Jerusalén.45

Recordemos que, tras una batalla con los turcos en el río Jordán (10 de no-

viembre de 1217), una batalla para nada honorable, a la que siguieron infructuosos asal-

tos al monte Tabor y a unas fortalezas en el Líbano, Andrés fue regresando a Hungría,

desde el 18 de enero de 1218, a través de Antioquía, Konya o Iconio, Constantinopla y

Bulgaria.

A su retorno en 1222, se encontró el monarca con el ascenso o incremento de poder de

los nobles o barones del reino, y también con éstos la pequeña nobleza le obligó a sus-

cribir la Bula de Oro, documento fundamental de la historia húngara en adelante, a

modo en cierta manera a como lo fuera la Carta Magna en el reino de Inglaterra, que

también podemos recordar.

En resumen, podemos ir concluyendo que el reinado de Andrés II de Hungría ha sido

más perjudicial que beneficioso para su reino, habiéndose destacado por imprudencias y

temeridades. Valeroso, emprendedor y piadoso pudo haber sido, pero todas estas cuali-

dades fueron arruinadas o desmejoradas por su naturaleza temeraria, por su carácter y

modo de actuar haciendo que nunca pensara en el futuro. Declaró y decretó mucho de

modo poco previsor, y con mucho de mezquino; que la generosidad de un rey habrá de

ser ilimitada; siguió este principio de dispendio durante su reinado. Dio dinero, villas,

dominios, condados enteros, hasta que empobreció el tesoro y la corona dependió46

de

la gran nobleza y hasta de la pequeña. El de Andrés II de Hungría se quedó en un reina-

do debilitado y torpe47

En 1213, tras la muerte por asesinato de su primera esposa Ger-

trudis de Merania, tuvo que intervenir, con amargura y militarmente, en la Galicia de

Europa Central.

Andrés invitó a su reino a los caballeros teutónicos y les ofreció tierras en Transilva-

nia para defender las fronteras de los cumanos nómadas. Sin embargo, tuvo que expul-

sarlos en 1225 debido a que intentaron organizar un principado independiente. Su últi-

44

Croacia.

45

De unos 1.036 km2 de extensión.

46

Por primera vez en la historia húngara.

47

En todos los asuntos de gobierno fue igualmente temerario y descuidado. Fue el responsable directo de

los comienzos de la anarquía feudal que condujo a la extinción de la Casa de Árpad a finales del siglo

XIII.

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~ 21 ~

mo gran éxito fue la derrota de la invasión perpetrada por el belicoso Federico II de

Austria48

en 1234.

Andrés II de Hungría –resumimos ahora su vida matrimonial y familiar– se casó en

tres ocasiones, siendo la primera (antes de ser coronado rey) con Gertrudis de Merania,

muerta, como ya dijimos en 1213. De este matrimonio hubo cinco hijos: Ana María

(1203-1221),49

Béla (nacido en 1206 y ahora sucesor en el trono de Hungría como Béla

IV),50

Isabel (1207-1231),51

Colomán (nacido en 1208)52

y Andrés (nacido en 1210 y

muerto, siendo rey de Galitzia, en 1234).

En 1215 fue la segunda boda del rey Andrés II de Hungría, contraído este segundo

matrimonio con Yolanda de Courtenay (muerta en 1233), de la cual nació la llamada

Violante de Hungría,53

nacida en el mismo año 1215, casada en este año 1235 con el rey

Jaime I de Aragón, en Barcelona.

La tercera boda de Andrés II de Hungría fue en 1234, siendo entonces la esposa

Beatriz de Este, italiana.54

Deteniéndonos un tanto en el ahora rey de Hungría, Béla IV, puede decirse que, a

petición del Papa Inocencio III (1198-1216), los eclesiásticos y los dignatarios tem-

porales del reino de Hungría hicieron un juramento ante su nacimiento de aceptarlo co-

mo sucesor de su padre.

El infante Béla, con 7 años de edad, estaba presente55

cuando un grupo de conspira-

dores asesinó a su madre el 28 de septiembre de 1213. Después del asesinato, su padre

ordenó solamente la ejecución del cabecilla de los conspiradores y perdonó a los demás

miembros del grupo, lo cual no hizo sino incrementar la antipatía de Béla contra su

padre.

A principios de 1214, Béla fue comprometido con una hija del zar o emperador Boril

de Bulgaria (1207-1218). Poco después, fue coronado rex iunior (rey joven). Cuando su

padre partió como cruzado en 1217, su tío materno, el arzobispo Bertoldo de Merania,

llevó a Béla a la fortaleza de Steyr, en Estiria, y volvió a Hungría un año después, tras el

regreso de su padre de la cruzada.

48

Duque de Austria y de Estiria (1230-1246).

49

Casada con el zar Iván Asen II de Bulgaria, cuya muerte será en 1241.

50

Hasta su muerte, en 1270.

51

La recordada y venerada Santa Isabel de Hungría, casada con el landgrave Luis de Turingia-Hesse, de

quien enviudó. Se celebra en el santoral el 17 de noviembre.

52

Duque de Eslovenia. Su muerte, heroica, será en 1241.

53

Pudo haber nacido en el mismo 1215. Su muerte será en 1251.

54

De ella nació, en 1236, como hijo póstumo de Andrés II de Hungría, Esteban, cuya muerte será en

1271. Será el padre del rey Andrés III de Hungría (1290-1301). Ya iremos viendo esta historia.

55

Probablemente.

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En 1220, Béla se casó con María Láscarina, hija del emperador Teodoro I Láscaris de

Nicea (muerto en 1222), y su padre (Andrés II) le confió el gobierno de Eslovenia. Sin

embargo, el rey (Andrés II), que había arreglado el matrimonio de Béla durante su

regreso de la Cruzada, persuadió a Béla de la conveniente separación de su esposa en

1222. Sin embargo, el Papa Honorio III (1216-1227) se negó a declarar nulo y sin efecto

ese verdadero matrimonio, por lo cual Béla tomó de nuevo a su esposa sin rechazarla y

ambos escaparon a Austria, temiendo la ira del padre. Finalmente, el rey Andrés II pactó

un acuerdo con su hijo, contando con la mediación del Papa, y Béla recuperó de nuevo

el gobierno de Eslavonia, Dalmacia y Croacia.

Como gobernador, Béla comenzó, con la autorización del Papa, a recuperar los

dominios reales que el rey Andrés II había concedido a sus partidarios durante la

primera mitad de su reinado. Puso sitió a Klis, la fortaleza de un turbulento barón cro-

ata que tuvo que rendirse. En 1226, su padre le confió el gobierno de Transilva-

nia, donde Béla ayudó la obra misionera de los dominicos entre las tribus cumanas que

se establecieron en los territorios al oeste del río Dniéster. Como resultado de su trabajo

misionero, dos jefes cumanos, Bartz y Membrok, fueron bautizados y reconocieron a

Béla como su señor, en 1228, mientras Béla organizaba y administraba los territorios.

En 1228 ya estaba revisando a fondo las “innecesarias e infructuosas donaciones”

que su padre había ido haciendo. Sin embargo, su fracaso militar en la ucraniana

Halych, ayudando a su hermano menor, Andrés, debilitó su influencia y sus empeños,

de modo que el rey Andrés II puso fin a la revisión de sus donaciones anteriores. A

principios de la década de 1230, Béla participó en las expediciones militares de su padre

contra Halych y Austria. Su relación con su padre empeoró aún más cuando el rey

Andrés II se casó, el 14 de mayo de 1234, con Beatriz de Este, la italiana que era 30

años más joven.

Cuando murió su padre, el 21 de septiembre de este año 1235, Béla ascendió al trono

sin oposición. El arzobispo Roberto de Esztergom efectuó la ceremonia de su corona-

ción en Székesfehérvár, el 14 de octubre. Poco después, acusó Béla a su joven ma-

drastra Beatriz y al principal asesor de su padre, Dénes, de adulterio56

y ordenó prisión.

El principal objetivo de Béla IV es el de restaurar el poder real que él ve deteriorado y

mermado. Ordenó quemar los asientos de sus consejeros, disponiendo que nadie pudiera

estar sentado ante la presencia del rey. Y queriendo fortalecer la posición de las ciuda-

des y robustecer la propia autoridad va tomando medidas o decisiones al respecto. Ya

iremos viendo el desenvolverse de su reinado.

56

Para que Esteban, el hijo que habría de nacer de Beatriz en 1236 no fuera considerado póstumo de su

padre el rey Andrés II.

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LOVAINA (DUCADO DE BRABANTE)

ÓBITO DE MARÍA HOHENSTAUFEN DE SUABIA

El Lovaina,57

ducado de Brabante, murió María Hohenstaufen de Suabia, el 29 de

marzo de este año 1235. Estaba a 5 días de cumplir sus 30 años de edad.58

Y unos meses

después su esposo sucedió a su padre como duque Enrique II de Brabante.59

Huérfana de sus padres cuando tenía 7 años de edad, en 1208, acabó casada en agosto

de 1215 con Enrique II de Brabante. Tuvieron 7 hijos.60

57

Importante ciudad belga.

58

Había nacido en Arezzo (Italia) el 3 de abril de 2001.

59

Enrique II de Brabante, nacido en 1207 (y muerto en 1248), fue duque de Brabante y de Lothier o Lo-

taringia (ducado de Baja Lorena) a la muerte de su padre, Enrique I, en este año 1235. Enrique II era aún

muy niño cuando fue comprometido en matrimonio con María Hohenstaufen de Suabia, hija del rey de

Romanos y gibelino Felipe de Suabia, asesinado en 1208, enfrentado, como podemos recordar a Otón IV

de Bruswick, güelfo.

60

Que están en los ancestros de todas las familias reales de Europa.

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EPÍLOGO I

EL MONASTERIO Y HOSPITAL DE SANTA CRISTINA DE SOMPORT

El Monasterio y Hospital de Santa Cristina de Somport es, actualmente, un yacimiento

arqueológico que recoge los restos de lo que fue una hospedería situada en el término

municipal de Aísa (Huesca), en el alto del puerto de Somport, cerca de Candanchú, en

el Pirineo Aragonés (España). Está considerado como un Bien de Interés Cultural por el

Decreto 69/2006, de 7 de marzo, del Gobierno de Aragón, en la categoría de conjunto

de interés cultural. El monasterio y hospital de Santa Cristina nació con la función asis-

tencial de atender a los necesitados: proporcionar a pobres, enfermos, viajeros y a los

peregrinos del Camino de Santiago un lugar donde encontrar refugio y cuidados. Su

origen puede datarse hacia finales del siglo XI pudiéndose considerar el siglo XII el de

su consolidación como institución y siendo su mayor expansión en el siglo XIII.

La documentación que acredita su existencia en el siglo XII viene, entre otros, del

famoso Codex Calixtinus, atribuido a Aymeric Picaud,61

sobre todo el Liber peregrina-

tionis (capítulo III), donde entra a considerarse el complejo monástico y hospitalario de

Santa Cristina de Somport como uno de los más señalados: “lugares santos, templos de

Dios, lugar de recuperación para los bienaventurados peregrinos, descanso para los

necesitados, alivio para los enfermos, salvación de los muertos y auxilio para los vi-

vos”.

61

Un monje benedictino de Parthenay le Vieux, en la histórica región francesa de Poitou, que vivió en el

siglo XII. Tradicionalmente, se le ha atribuido la autoría del Codex Calixtinus o, al menos, de su quinto

libro, la Guía del Peregrino del Camino de Santiago, escrito, aproximadamente, en 1140.

Aymeric Picaud peregrino a caballo hasta Santiago de Compostela, visitando un gran número de san-

tuarios o iglesias, y fue describiendo rutas detalladamente resaltando diversos aspectos de pueblos y san-

tuarios visitados en los mismos o en campos, anécdotas, caminos, itinerarios...

No obstante, la autoría de la Guía del Peregrino ha sido puesta en duda. La mención del nombre Ayme-

ric Picaud por dos veces en dicho texto ha justificado durante mucho tiempo que se le considerara como

su autor, pero hay estudios y aspectos considerados que demuestran que no.

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~ 25 ~

Además, en la misma fuente se le cita como uno de los tres hospitales más importan-

tes del mundo, a la altura de los de Jerusalén y el de Mont-Joux, en el paso alpino del

Gran San Bernardo, denominándolo por ello Unum Tribus Mundi.

Otro documento muy antiguo en que se habla de Santa Cristina data de los primeros

años del siglo XII (año 1100) y se refiere a una donación de rentas al Hospital por parte

el rey de Pedro I de Aragón y Pamplona (1094-1104), y otros documentos hacen refe-

rencia a otras donaciones por parte de otros nobles aragoneses como la de los vizcondes

de Bearne, Gastón y Telesa, así como a la protección que siempre le dedicaron. La deca-

dencia del monasterio-hospital comenzó en el siglo XIV, cuando de una parte se pro-

ducen las disputas entre los miembros de la comunidad religiosa que lo regentaba (cuan-

do la comunidad de canónigos regulares de San Agustín, fue sustituida por la de domi-

nicos) y, de otra parte, la dispersión y reducción de las rentas concedidas. Esta situación

llevó a que los peregrinos eligieran otras rutas, desplazándose el paso más concurrido

por los Pirineos a Roncesvalles (Navarra).

La importancia del hospital en su época de más vigencia se dio por la afluencia de

muchos peregrinos que cruzaban el Sommus Portus o Somport para llegar a Santiago

de Compostela, tomando la rama del camino jacobeo vía Toulouse y por el valle de

Aspe, en vez de tomar la que entra en la Península por Mauleón-Licharre y Ronces-

valles. Uno de los puntos más difíciles del camino era el paso de los Pirineos, por la du-

reza de los montes y las malas condiciones climatológicas. Cuando los peregrinos ha-

bían subido el puerto, a menudo cansados, hambrientos y enfermos, el hospital era un

buen lugar para descansar. Según cuenta el Codex Calixtinus y el Liber Sancti Iacobi,62

libro en el que se recogen las cuatro rutas oficiales del Camino que cruzaban Francia, a

los peregrinos se les daba hospedaje gratuitamente tres días, dándoles de comer y cenar.

Si estaban enfermos se les cuidaba hasta que se recuperasen. Si moría un peregrino, se

le enterraba en la pequeña fosa junto a la capilla.

La fundación de este monasterio y hospital es contada en sus orígenes de manera bas-

tante legendaria. Se cuenta que dos caballeros anónimos decidieron hacer un pequeño

refugio en Somport para hospedar a los peregrinos que a menudo morían en este punto

del Camino de Santiago por hambre, por la nieve y por las bestias alimañas de los

montes. Cuando estaban discutiendo sobre el mejor lugar para levantar el refugio, apa-

reció una paloma blanca que llevaba en su pico una cruz de oro que dejó en el sitio en el

que Dios –según ellos– había señalado que debía hacerse la iglesia. Así, la noticia se

extendió cundiendo por toda la tierra y se hicieron tantas donaciones que los caballeros

no hicieron un pequeño refugio como habían pensado, sino un gran hospital. Así, desde

62

Una compilación de varios escritos procedentes de la primera mitad del siglo XII, que incluyen ser-

mones, misas, oficios, cantos y milagros en honor al Apóstol Santiago o relacionados con él. Se cree que

la idea de realizar la compilación partió del obispo compostelano Diego Gelmírez, alrededor del año

1120, como parte de sus iniciativas de ampliación de la catedral compostelana y para dar a conocer al pú-

blico la creciente importancia de la figura del Apóstol Santiago y de la ciudad de Santiago de Compostela

albergando sus restos o reliquias. La compilación fue redactada en diversas épocas y de forma indepen-

diente en sus textos. El análisis del manuscrito más importante gestado del Liber, el Codex Calixtinus,

nos sugiere que la compilación podría estar ya configurada hacia el año 1140.

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ese momento, el emblema del hospital fue una paloma blanca con una cruz dorada en el

pico.

Gracias a las excavaciones arqueológicas y a las crónicas que dan noticia sobre la dis-

tribución de los edificios, se ha podido conocer el aspecto que tuvo el hospital en su

época de esplendor. El complejo constaba de varias edificaciones entre las que destaca-

ban:

La iglesia con su sacristía y su anexa fosa o cementerio.

La ermita, dedicada a Santa Bárbara (para retirarse y orar).

La casa de los monjes.

El palacio o dependencia prioral.

El hospital y el mesón.

Las dependencias secundarias o auxiliares necesarias para el desenvolverse de

las actividades tanto religiosas como asistenciales.

La iglesia vino a ser un edificio no muy grande y de estilo románico, de entre los

siglos XII y XIII. Presenta una sola nave con ábside semicircular situado hacia el este.

Junto a la iglesia se alzaba la taberna, del siglo XVIII, donde comían los peregrinos. Al

otro lado de la iglesia se encontraba el recinto de enterramientos, donde aún se pueden

ver las sepulturas de piedra. El monasterio también estaba situado junto a la iglesia, del

lado más cercano a Francia, lugar en el que antes del siglo XVIII se encontraba la ta-

berna. Más abajo se encontraría el palacio del prior y la ermita de Santa Bárbara.

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1.- Hospital y taberna

2.- Iglesia

3.- Lugar de enterramientos

4.- Monasterio

Se estima que los peregrinos que se encaminaban cada año de los siglos XI-XIII a

Santiago de Compostela desde todos los puntos de la cristiandad vendrían a ser entre

200.000 y 500.000.

En la parte central del conjunto de edificios aparece la planta de la pequeña iglesia ro-

mánica con su ábside semicircular orientado al este. Se construyó un contrafuerte por el

lado del río para conjurar el peligro de la grieta que todavía es visible en la zona sureste

del ábside. En el interior de la nave, donde se aprecian los cimientos del mesón del siglo

XVIII, se conservan in situ las basas de las columnas que sustentaban los arcos.

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La iglesia monástica y del hospital de Santa Cristina no fue un simple santuario de

peregrinos edificado en un lugar inhóspito o de condiciones adversas. Tuvo cripta bajo

su cabecera, hecho ya de por sí inusual. El arranque de las columnas que delimitaban

tramos de la nave, posee basas que a pesar de su deterioro muestran su delicado trabajo.

La edificación se llevó a cabo con sillarejo y cantos rodados del cercano río Aragón.

Sólo en algún punto muy concreto de la iglesia se usó sillar bien escuadrado. Debió de

estar enfoscada exterior e interiormente y su decoración escultórica pudo ser interesante.

Canónicamente orientada, la iglesia cierra al este por su ábside cilíndrico del que resta

el arranque de la cripta sobre varias hiladas sobresalientes de sillarejo a modo de podio.

En las excavaciones se puso de manifiesto un ventanal aspillerado en el lado sur absidal,

que estaba cegado. Tiene su correspondiente aspillera derramada al interior, también ce-

gada; pero evidente.

Las hiladas de sillarejo original se han recrecido con otras de similar hechura, lo que

además de hacer más comprensible el edificio protegen a las originales, de las que se

hallan bien delimitadas mediante una sucesión de pequeñas losas de pizarra que hacen

de frontera entre original y añadido.

Por delante del muro de cierre de la cripta, y separado apenas por 40 cm, hay otro

muro, de una edificación posterior asentada en el interior de la cabecera de la iglesia.

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Dejando a un lado las cuestiones arqueológicas, digamos que por Santa Cristina de

Somport siguen transitando peregrinos en dirección a Santiago de Compostela. Cuando

ya van rebasando los Pirineos tienen todavía por delante 800 kilómetros para llegar al

destino. El monasterio y hospital de Santa Cristina era realmente reconfortante y brinda-

ba mucha seguridad.

Cuenta el padre fray Francisco Lalana, dominico jaqués e historiador del lugar,63

que

escribió del mismo entre los años 1765-1772, que sobre la imagen de Santa Cristina64

que presidía el altar mayor de la iglesia había dos ángeles, uno a cada lado, con un tar-

jetón que se daban, y decía en letras de oro muy grandes: Unum de Tribus Mundi (uno

de los tres [hospitales] del mundo). Los otros dos eran, como ya dijimos, el de Jerusalén

y el de Mont-Joux, según se especifica en el Codex Calistinus.

La leyenda de la “piadosa y milagrosa” fundación de Santa Cristina, a falta de docu-

mentos mejores, quiere ilustrarnos acerca de que unos caballeros, compadecidos de los

“innumerables pasajeros que en este puerto perecían, ya consumidos de la hambre, ya

sepultado en la nieve, ya comidos por las fieras”, determinaron construir allí un peque-

ño refugio. Cuando abrían los cimientos del edificio “se apareció una muy blanca palo-

ma con una cruz de oro que traía en su pico” y la depositó, antes de desaparecer, sobre

el lugar donde se construiría la iglesia. Señala el padre Lalana que “corrió la fama de

63

Siguiendo ahora en este trabajo al historiador y arqueólogo José Luis Ona González.

64

Se conmemora el 24 de julio (aunque hay otras santas con este nombre).

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esta maravilla por toda la tierra” y con las numerosas limosnas que se ofrecieron se

construyó, no el pequeño refugio proyectado, sino “la magnífica y sumptuosa obra”

que fue en su avanzado tiempo (finales del siglo XVIII).

Aunque hay ciertas suposiciones históricas de que vía romana atravesando por allí,

camino de Zaragoza y el Ebro, parece ser que vinieron a consolidarse las comunicacio-

nes caminales por estos parajes entre Francia y España durante los reinos y dominios

del siglo X en adelante, debidas también a cuestiones orográficas. En cualquier caso,

cuando las peregrinaciones a Compostela toman mayor auge, a fines del siglo XI, la

porción de peregrinos procedentes del sur de Francia e Italia que, andando la llamada

Vía Tolosana (de Toulouse), tomaban la decisión de atravesar por el Pirineo central,

contaban ya con un camino trazado y transitado. Tal vez el único abierto incluso en

pleno invierno gracias al derecho de rota o montazgo de Canfranc (Huesca), mediante el

cual estaba la villa obligada a tener expedito de nieves el camino, a cambio de la per-

cepción de determinadas cantidades cobradas a los viajeros, ganaderos y mercaderes.

Este privilegio, junto con su complementario de porta o portazgo, posiblemente se otor-

garía al momento de la fundación de la villa, y duró hasta 1876.

Con todo, las temidas y terribles ventiscas invernales, las frecuentes nieblas y la pre-

sencia de lobos hacían penosísimo el paso por el puerto de Somport. Fue por eso por lo

que en aquella a veces soleada vertiente pirenaica aragonesa, en la proximidad del

Bearne vasco-francés, se construyó, en el ya avanzado siglo XI, el refugio monástico y

hospital de Santa Cristina. Los poderes aragoneses y de Bearne favorecieron tan enco-

miable iniciativa, que fue celebrada por toda Europa.

La rápida expansión de las posesiones de Santa Cristina en Bearne señala a la casa

vizcondal de allí (tal vez en la persona de Gastón IV) como responsable o protagonista

de su creación, si bien fueron monarcas aragoneses, como Pedro I y Alfonso I, quienes

otorgaron y confirmaron derechos territoriales y fueros a los fratres et caseros del

hospital. La especial ubicación de la casa, junto a la misma frontera, más las excelentes

relaciones políticas del vizcondado bearnés y el reino aragonés en los tiempos funda-

cionales propiciaron la peculiaridad transfronteriza de Santa Cristina, cuyas posesiones

y ámbitos de influencia se extendían por ambas vertientes. No es de extrañar que el

primer prior del que se tiene noticias, Guillermo de Lafita, fuera de origen gascón o

bearnés. Además, según parece documentado, de los diez canónigos o frailes cuyos

nombres resultan entre los años 1107-1141, siete son bearneses y de los otros tres no

consta su procedencia.

Durante su primera etapa, la economía de Santa Cristina se basa, casi en exclusiva, en

la potencialidad ganadera del territorio que controla (de Canfranc a Etsaut, en el valle de

Aspe), terrenos poco propicios para la agricultura. De tal forma que en el organigrama

de la pequeña comunidad aparece la figura del maior vaccarum o mayoral de vacas,

función inédita en otras comunidades religiosas aragonesas. No eran suficientes, sin

embargo, las estivas o pastos de verano que poseía el hospital en lo más alto de las cum-

bres.

La obligada trashumancia de sus rebaños, por tanto, se realizaba hacia los piede-

montes bearneses, hasta que la conquista del valle del Ebro ofreció grandes extensiones

de pastos de invierno a los ganaderos montañeses. En 1127, Alfonso I concedió a Santa

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Cristina tierras en la Ribera navarra; en 1131 les donó la iglesia de Bisimbre (Zaragoza)

y al año siguiente una heredad en Soria y, mediante sucesivas compras, los frailes prosi-

guieron su política de expansión en el valle. Estas y otras adquisiciones permitieron al

hospital ampliar su base económica, esencial para el sostenimiento de la comunidad y la

correcta asistencia de pobres viajeros y peregrinos, razón de ser de su fundación. A

principios del siglo XIII, Santa Cristina había alcanzado su máxima expansión terri-

torial. La bula emitida o despachada en Perusa (o Perugia) por el Papa Inocencio III el 4

de junio de 1216 nombra las encomiendas, iglesias, villas y haciendas pertenecientes a

Santa Cristina. En Francia destacan los hospitales de Aubertin, Gabás, San Cristóbal,

Mifaget y Espinalba. En Navarra, además de otras heredades, poseían la iglesia y hos-

pital de Roncesvalles. Y en Aragón el lugar de Arañones, las casas o palacios de Can-

franc y Jaca, las de Bailo, Artieda, Tiermas, Zaragoza y Tarazona, entre otras, o el hos-

pital de Secotor, junto a Sallent. En Castilla tenían la casa de Cuenca y el hospital de

Soria. Dice Lalana que todas las encomiendas o casas nombradas en la bula eran a modo

de “hospicios o conventicos dependientes de Santa Cristina, a donde había a lo menos

dos sacerdotes y cinco o seis donados, empleados en el servicio de Dios, cuidando de

los pobres, asistir a los enfermos y otras obras de misericordia, y en recoger los de-

rechos del monasterio”.

¿Pudo ser el hospital de Somport fundación de la Orden del Santo Sepulcro? Hay

quienes sostienen que si, o que pudo ser posible, aunque es extraño que de ellos no

aparezcan menciones por ningún sitio. Lo que sí está claro es que la comunidad se rige

desde el principio (finales del siglo XI) por la Regla monástica de San Agustín. En el

siglo XIII hablan los documentos de la “Orden de Santa Cristina”, con jerarquía de

comendadores y frayres.

Los peregrinos, ciertamente, recibían atención. Pero, ¿qué movía a algunos peregrinos

a preferir el paso del Somport al más llevadero puerto de Ibañeta, en Navarra? Está

claro que la “Vía Tolosana” que describe Aymeric Picaud, fuerza un desvío notable al

adentrarse por el valle de Aspe y seguir, por Santa Cristina y Jaca, hacia Puente la Reina

(Navarra), donde entroncaba con el camino de Roncesvalles. Un seguro refugio, comida

abundante y gratuita o la atracción de ciertas piadosas reliquias eran razones bastantes

para que el peregrino eligiera este camino.

Además, la red de hospitales bearneses dependientes de Santa Cristina, estratégica-

mente distribuidos a lo largo de la ruta, encaminaba eficazmente a los viajeros rumbo al

famoso hospital. El último de aquéllos por el valle de Aspe, el de Peyranera, se tuvo la

inteligencia de construirlo en la vertiente norte del Somport, a tan sólo 2 km. de la cima

del puerto, justo donde comienza el último repecho. Superada la cima, y a pocos minu-

tos de suave descenso, el viajero entraba, al fin, exhausto y hambriento, en Santa Cris-

tina. Allí se daba “posada franca [gratuita], con almuerzo [desayuno], comida y cena”

a “los pobres, pasajeros, pelegrinos y enfermos”. Y a fe que se reconfortaban en lo ma-

terial, al menos durante la época de esplendor del hospital. Según refiere Lalana el

almuerzo consistía en “sopa y dos vasicos de vino”; para la comida se daba “sopa, car-

ne con legumbres y tres vasos de vino”, y para cenar “legumbres y carne con tres vasos

de vino”. (Sobre la preferencia del vino al agua, el propio Lalana lo justifica diciendo

que “las aguas [de Santa Cristina] son muy fuertes, como engendradas en tales montes

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y de nieves, pero corrigen esta fortaleza los moradores de tales puertos con el vino, que

ahí se mejora, porque hay experiencia que el vino que estaba apuntado en Jaca, puesto

en Santa Cristina sabía como bálsamo”).

Los viajeros con poder adquisitivo dormían en la alberguería o mesón, donde algo

pagaban, mientras que los enfermos, pobres y peregrinos tenían reservado el edificio

denominado hospital, donde había cuartos diferentes para cada una de esas tres cate-

gorías de viajeros, “y separados los hombres de las mujeres”, todos encerrados bajo

llave y al cuidado del “donado hospitalero”. En estas condiciones tenían derecho a per-

manecer tres días y, si necesitaban de más tiempo, con permiso de los canónigos hos-

pitalero y enfermero, podían prolongar su estancia. Para aquellos viajeros necesitados

tenía el hospital dos caballerías y dos sillas de mano con el fin de conducirlos hasta

Canfranc (donde existía un hospital secundario) o hasta Peyranera y Urdós, en el valle

de Aspe, que también contaban con hospicios dependientes de Santa Cristina. Según

cuenta Lalana que encontró escrito en viejos documentos, el año de 1350 gastó Santa

Cristina 15.000 sueldos jaqueses en atender a los viajeros, “que en este año [tal vez

1770, cuando lo refiere Lalana] serían cinco mil duros, y aún es poco”.

En el siglo XVI, cuando se perdieron las posesiones de Bearne, se resintió la hospi-

talidad a los “pobres pasajeros” –ya no se habla por entonces de peregrinos–, aunque el

mesonero que allí había la ejercía, muy disminuida, por delegación de los canónigos.

Los dominicos, que recibieron el hospital en 1613 con la carga “de sustentar la hospi-

talidad con los pasajeros”, la ejercieron también a través del arrendatario del mesón –a

quien llamaban “hospitalero”–, el que se obligaba mediante escritura notarial a “dar

francamente fuego para calentarse a los que fueren pobres pasajeros y darles aloja-

miento franco para dormir en el pajar”. Lejos quedaban los tiempos gloriosos de las

peregrinaciones jacobeas y la veneración de aquellas reliquias de la lengua de Santa

Cristina y la varilla de San Juan Bautista,65

pues el peregrino medieval buscaba con afán

visitar lugares santos, basílicas renombradas por albergar reliquias, cuya fama y mila-

gros corrían de boca en boca por todo el mundo cristiano. De ahí que los caminos ja-

cobeos estuvieran jalonados de multitud de centros religiosos que atraían los pasos de

los peregrinos en su largo periplo hasta Compostela. Tanto es así que un entero capítulo

del libro V del Codex Calixtino se dedica a nombrarlos. “Cuerpos de santos que des-

cansan en el Camino de Santiago y que han de visitar los peregrinos” se titula el ca-

pítulo VIII. Así, en Arlés se recomienda visitar los cuerpos de San Trófimo, San Cesá-

reo, San Ginés y San Gil en sus respectivos santuarios.

Es bien sabido el deseo de contar con reliquias de santos afamados, lo cual dio lugar a

un extendido tráfico de restos, o a su simple “falsificación” en sucedáneos. Ya lo ad-

vierte el autor del Códice, para aviso de incautos, sobre el “verdadero” cuerpo de San

Gil: “Avergüéncense pues, los húngaros que dicen poseen su cuerpo; avergüéncense

los monjes de Chamalières que sueñan tenerlo completo; que se fastidien los sansequa-

nenses que alardean de poseer su cabeza; lo mismo que los normandos de la península

de Cotentin que se jactan de tener la totalidad de su cuerpo, cuando en realidad, sus

65

Enseguida, más adelante, se explican.

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sacratísimos huesos no pueden sacarse fuera de su tierra, como muchos han atestigua-

do”. Así eran las cosas en el siglo XII, y aún después. No dice el Códice Calixtino pa-

labra de las reliquias custodiadas en el Hospital de Somport, pero las hubo.

Santa Cristina, virgen y mártir, era natural de Tiro, aunque “no el antiguo del mar de

Fenicia” sino de otro Tiro situado en Toscana. Su delito fue destruir y deshacer los ído-

los de plata y oro que adoraba su pagano padre “y de los pedazos de ellos hizo una gran

limosna a los pobres de Cristo”. Quiere la tradición que, tras sufrir crueles y repetidos

tormentos, fue finalmente martirizada durante el primer año del imperio de Juliano, año

365 según el Martirologio Romano. Relaciona Lalana el nombre dado al Hospital con la

gran devoción que a la mártir profesaron los canónigos regulares de San Agustín, que

cuando les fue encomendada la casa se trajeron sus reliquias, aunque no consta que el

cuerpo entero. Vino con ellos, además de varios “güesos grandes” de la santa, su len-

gua, valorada reliquia que todavía “se conservaba fresca el año 1618”, pero que en

1632 había desaparecido. “Y dando [reliquias] aquí y acullá se fueron despojando los

canónigos y luego los frailes dominicos” de la mayor parte de los restos de Santa Cristi-

na. De ellos conservaron los dominicos en su convento de Jaca “la canilla del brazo de

Santa Cristina” y “un tobillo o parte de él”, guardados en sus correspondientes relica-

rios. Y el mismo destino tuvo la famosa “varilla” (uno de los dos huesos largos de la

quijada) de San Juan Bautista, que el rey Pedro II, a comienzos del siglo XIII, donó al

hospital procedente del monasterio oscense de Sigena. Se estimó como la mejor y más

valiosa de las donaciones –que fueron muchas, en forma de privilegios y heredades–

hechas por el monarca a la casa. “Reliquia preciosa”, “cosa inestimable”, que es “una

varilla con tres muelas” que alcanzó gran devoción y causaba “ternura y, a muchos,

temor”. Pero a fines del siglo XVIII sólo quedaba de ella “dos pedacitos”. También he-

redaron los dominicos de la antigua casa un “lignum crucis” y “la reliquia de la Santa

Espina del Señor que está engastada en plata y con un cristal hueco en donde, incli-

nándolo, aparece de color de sangre, reliquia preciosísima”.

Fue, por cierto, gran honor para el hospital poder albergar entre sus muros el cadáver

de Pedro II, muerto en la batalla de Muret el 13 de septiembre de 1213, hasta que su-

bieron las monjas de Sigena para llevarlo a enterrar a su monasterio.

En cuanto a cargos y dignidades, la máxima autoridad de la casa era el “prior”, al que

podía sustituir, en caso de ausencia, su vicario general. La segunda dignidad la osten-

taba el “canónigo hospitalero”, que tenía a su servicio dos o tres “donados” para aten-

der a los que se acogían a la hospitalidad de la casa. Seguía en importancia el “canónigo

enfermero”, que llevaba la cura de almas, administrando los sacramentos; predicaba y

confesaba y, con la ayuda de un donado, cuidaba a los viajeros enfermos. El canónigo

“sacristán” tenía a su cargo el mantenimiento de la iglesia y sacristía, con la ayuda de

otros dos “donados” y cuatro “infantillos”, a modo de monaguillos, que también ayu-

daban en el coro.

El “procurador” era elegido por el capítulo por mayoría de votos, durando su cargo

cinco años. Llevaba el gobierno económico de la comunidad, rindiendo cuentas dos

veces al año. Cinco donados le ayudaban en su tarea, “uno para las cosas de casa, dos

para las de Francia y dos para las de España”.

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Durante los buenos tiempos de la casa un día cualquiera comenzaba al amanecer, con

la misa cotidiana para los viajeros y sirvientes. A “media mañana” era la misa para los

donados. Y a las nueve iban los canónigos al coro y tenían su misa conventual. A las

once comían en comunidad y hasta las dos de la tarde se les permitía salir. A esa hora se

decían vísperas y completas y concluidas se cenaba. Al ponerse al sol se cerraban las

puertas. Sólo al hospitalero y al enfermero se les permitía salir en caso de necesidad.

Los días de fiesta había sermón y el “canónigo hospitalero” acudía en dos ocasiones

al hospital, para “alentar a los pasajantes, pelegrinos y pobres”. A su vez el “canónigo

enfermero” pasaba a visitar a los enfermos.

Y fue llegando, con el tiempo, el largo y paulatino declive del hospital. Tras agrias

disputas entre el prior y los canónigos, por sentencia arbitral dada en 1374 se dividieron

las rentas y comenzó lo que Lalana llama la “declinación” de la casa. Ese año, recuerda

el padre dominico Ramón de Huesca, “se dividieron las mensas Prioral y Conventual,

repartiéndose el Prior, Dignidades y Canónigos las rentas que hasta entonces habían

estado unidas”; y esto fue, según el dominico, “el origen y principio de todas sus des-

venturas”. Porque –seguimos sus argumentos– los priores, viéndose con pingües rentas

a su disposición, se instalaron en “pueblos regalados a donde, con delicia y libertad,

pudiesen comer lo que antes no les era permitido” y ya no se acercaban por Somport; si

acaso “a alguno le remordía la conciencia”, lo más cerca que estaba era en Jaca.

Los canónigos que quedaron, “ora fuese por ser la tierra tan áspera y horrible en el

invierno, ora que como era gente tan poco disciplinada” ante la ausencia de su prior,

“se fueron destruyendo y aún pervirtiendo, olvidándose de sus estatutos, no cuidando

de decir los oficios divinos a sus tiempos y quizás dándose algunos desenfrenadamente

a vicios” preciándose “más de bandoleros que de religiosos, pues andaban armados y

vestidos muy a lo profano, habiendo entre los mismos notados de comilones, jugadores

y otros vicios que los visitadores lamentan en sus visitas”. Paralelamente a esta situa-

ción se siguieron grandes pérdidas de patrimonio, pues se enajenaban propiedades a

favor de parientes de los canónigos, como ese hospitalero, Guillén Gari, que hacia 1464

entregó a un familiar suyo los lugares oscenses de Lerés, Layés y Jabarrella por tan sólo

50 sueldos de treudo66

anual. Se lamenta Lalana de que en esta época de declive ya no

66

Enfiteusis, que se refiere a un derecho real que supone la cesión temporal del dominio de un inmueble

a cambio del pago anual de un canon o rédito y, así mismo, de un laudemio o canon por cada enajenación

de dicho dominio en su caso. En algunos ordenamientos jurídicos esta cesión puede tener carácter perpe-

tuo.

Es también especie de concesión de tierras, un arrendamiento vitalicio, respecto del dominio útil de una

finca. Estuvo vigente a consecuencia del latifundio (explotación agraria de grandes dimensiones, caracte-

rizada además por un uso ineficiente de los recursos disponibles).

La enfiteusis o censo enfitéutico es un régimen compartido de tenencia de tierra que lleva consigo la di-

sociación del dominio entre el dominio directo, correspondiente al propietario, y el útil, el de la persona

que usa y aprovecha la finca. La falta de pago del canon por parte del titular del dominio útil puede llevar

consigo el comiso de ese dominio por el titular del dominio directo, que vuelve a la situación de la pro-

piedad anterior a la institución de la enfiteusis. El dominio útil implica que el enfiteuta podía decidir so-

bre el destino económico de la tierra y modificarlo cuanto quisiera siempre y cuando abonara el canon

anual.

El enfiteuta podrá hacer valer su derecho frente a cualquier persona que perturbe su dominio útil. Esto

incluye, como es lógico, la eventual perturbación proveniente del propietario de la cosa, con lo que gran

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encontraron los priores y canónigos el favor de los monarcas, “y por esto y tal vez su

mala conducta no pudieron recobrar casi nada de lo usurpado”. Sin embargo, el mayor

de los daños ocurrió a mediados del siglo XVI, cuando se perdieron todas las enco-

miendas de Francia “en la persecución que movieron los herejes de Bearne contra la

Iglesia Católica”; entonces “les ocuparon las rentas, encomiendas y beneficios que allí

poseían, despojando las iglesias, asolando las casas de devoción y usurpando los bie-

nes de los hospitales”.

Todos estos acontecimientos eran como un feo presagio de lo que había de venir. En

1569 (refiere Pierre de Marca)67

los canónigos abandonaron el Hospital del puerto, a

ruegos del gobernador Juan de Gurrea, trasladándose a la casa que el Hospital poseía en

el barrio Burnao de Jaca. Lo había ordenado el propio Felipe II para mejor defensa del

paso del Somport con motivo de la incursión del conde de Montgomery por el Bearne.

Los canónigos dejaron en Santa Cristina a un clérigo francés “para decir misa” y le

dieron “4 ó 6 cahíces de trigo para limosna y a esto se redujo ya la hospitalidad”. Una

vez acomodados en Jaca, acudieron con memoriales al rey para que remediase su situa-

parte de la doctrina considera que las facultades del enfiteuta no nacen con la constitución de la enfiteusis,

sino que son una mera transmisión de parte de las facultades que conlleva el dominio.

No entrando aquí en detalles históricos sobre todo esto, cabe señalar que el sistema de régimen feudal y

señoríos dio lugar a que la posesión de la tierra fuera la principal fuente de riqueza y, por tanto, una de las

principales bases para la organización de la sociedad.

La propiedad de la tierra estaba dividida en virtud de diversas fórmulas de explotación de la tierra y que

vinculaban a campesinos y señores. La fórmula más frecuente en la Península fue la del arrendamiento,

pero en los territorios de la Corona de Aragón fue frecuente la fórmula enfitéutica, que aún perdura en el

derecho civil catalán. Como fórmula para facilitar la repoblación de las tierras reconquistadas a los mu-

sulmanes, se aplicó la enfiteusis en los territorios que, a partir del siglo XII, se iban dominando el nombre

de cens en Cataluña y de treudo en Aragón.

Sobre este asunto de derecho medieval y su aplicación actual todavía en Cataluña, ir a Epílogo II.

67

Político, eclesiástico e historiador bearnés (1594-1662), formado e instruido con los jesuitas y en dere-

cho por la Universidad de Toulouse, fue nombrado miembro del Consejo Soberano de Bearne en 1615.

Era el único católico, siendo calvinistas todos los demás.

Pierre de Marca se convirtió allí en una pieza clave para el restablecimiento del catolicismo y de la pos-

terior anexión de Bearne a Francia. Formó parte de la delegación que trató infructuosamente de negociar

con Luis XIII (1610-1643) durante su expedición militar sobre Bearne en 1620. Se sospecha que pudo

jugar un papel de agente doble durante estas negociaciones.

Como recompensa por sus acciones, en 1622 fue nombrado presidente del Parlamento de Navarra, cá-

mara desprovista de poder que había sucedido al Consejo Soberano tras la anexión.

En 1642, tras la muerte de su mujer, fue ordenado sacerdote. Fue obispo de Couserans y más tarde obis-

po de Toulouse (1652). También formó parte del Consejo de Estado en Francia. Llegó a ser nombrado

arzobispo de París, pero murió antes de tomar posesión.

Como historiador se esforzó por desmentir que Bearne hubiera sido una República en la Edad Media,

insistiendo en que los vizcondes siempre habían conservado el poder.

En 1656 recibió, junto al obispo de Orange, la misión de formalizar el trazado de la frontera entre los

reinos de Francia y España. Para ello compiló documentos de los archivos de los principales monasterios

y registros señoriales de la región y plasmó los resultados en una obra llamada Marca hispanica sive li-

mes hispanicus, hoc est, Geographica & histórica descriptio Cataloniae, Ruscinonis, & circum jacentium

populorum, publicada en París en 1668. Esta obra sigue siendo muy utilizada por los historiadores porque

la mayor parte de los documentos originales han desaparecido.

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ción. Pero nada obtuvieron. Antes al contrario, llegó el año 1592 y con motivo de las

alteraciones promovidas por Antonio Pérez68

y el intento de invasión por el pirenaico

valle de Tena, Felipe II determinó fortificar el Pirineo con diversas torres y castillos,

“entre otros fue el famoso y costosísimo que hoy vemos en esta Ciudad [de Jaca], digno

por cierto del ingenio que lo trazó, y del ánimo de aquel invencible rey que cuando con-

venía no reparaba en gastos por excesivos que fuesen”, refiere Lalana. A los de Santa

Cristina, definitivamente, les había abandonado la suerte. Se decidió alzar la fortaleza

jaquesa, precisamente, en el Burnao [el 11 de mayo de 1592 se empezaron a abrir los

cimientos]. Y aunque las obras no afectaban al “palacio” ni a su iglesia, el ingeniero

militar, Angelo Baguto, estimó que aquellos “podrían ser grandes padrastros para el

nuevo castillo y que el enemigo podría allí pertrecharse”. Así que se decidió derribar-

los y aprovechar sus piedras para la nueva obra. A cambio prometieron a los atribulados

religiosos “que se les daría todo muy mejorado, pues Su Magestad, como tan católico

Príncipe, les edificaría otra iglesia y palacio y convento mucho más magníficos” y “hu-

bieron de bajar las cabezas y callar”, pasando a vivir de alquiler a una casa intramuros

de la ciudad.

Y se asiste a la extinción de la comunidad. El último prior de Santa Cristina, Blasco

de Vera, se encaminó hacia la Corte, con intención de dar cuenta al monarca, pero mu-

rió en Miralrío (Guadalajara), camino de Madrid, y muerta con él la esperanza de la

comunidad “todo se acabó”.

El 15 de febrero de 1596 el rey les envió una misiva en la que anunciaba el nom-

bramiento del dominico fray Gerónimo Xavierre como visitador apostólico, rogándoles

que no pusieran impedimentos a su traslado al monasterio oscense de Montearagón,

“que de todo quedaré muy servido”. Vino en abril de 1597 el futuro cardenal Xavierre a

Jaca y de resultas de su visita tres de los canónigos fueron trasladados, en efecto, a

Montearagón (que era también de canónigos agustinianos); otro fue destinado a la vi-

caría de Artieda (Zaragoza), que era propia de Santa Cristina; el hospitalero quedó en

Jaca y el canónigo Luis Veguería fue apresado por oponerse tenazmente, y con es-

cándalo público, a la disolución de la comunidad.

En junio subió Xavierre a Somport y encontró la casa a cargo de mosén Arnau, el

clérigo francés. En su lugar puso como capellán al dominico fray Agustín García, na-

tural de Épila (Zaragoza) y “acérrimo perseguidor de herejes”, que llegó a Somport el

27 de octubre de 1597; aunque de fuerte constitución, fray Agustín enfermó ese mismo

invierno y fue sustituido por fray Lucas Cercito.

Finalmente, un ciudadano de Jaca, Juan de Villanueva, fue nombrado “secuestrador”

con el cargo de administrar el patrimonio de Santa Cristina entre tanto se resolvía su

destino definitivo.

Xavierre, al tiempo que proponía a Felipe II la supresión del priorato de Santa Cris-

tina, recomendaba su sustitución por un convento de su propia orden, aprovechando sus

rentas y con la inclusión del deber de ejercer la hospitalidad a los viajeros. Murió el

monarca al año siguiente y la solución se demoró.

68

De histórica traición, que vivió entre los años 1540-1611.

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El 4 de mayo de 1607 el Papa Pablo V (1605-1621) autorizaba, a instancias de Felipe

III (1598-1621) –como patrón del monasterio “real” de Santa Cristina–, la institución

del nuevo convento de Predicadores adjudicándole los bienes adscritos a la mensa

conventual, mientras que los de la mensa prioral se aplicaron a la Seo de Zaragoza,

donde se estableció una nueva dignidad denominada “Prior de Santa Cristina”. Por

diversas dificultades –entre las que pesó la tenaz resistencia de Veguería, el canónigo

rebelde– la fundación se retrasó hasta el 7 de diciembre de 1613, cuando tomó posesión

de la antigua casa el padre fray Juan de España, prior del convento de Predicadores de

Zaragoza, acompañado, entre otros testigos, por el padre fray Juan Blásquiz, que era

capellán en Somport desde 1599. Pero los dominicos, acostumbrados como estaban a

sus conventos urbanos, nada más poner los pies en aquel desierto trataron por todos los

medios de bajarse a Jaca. Y lo consiguieron, con apoyo de la ciudad y el cabildo epis-

copal –que al efecto les cedieron la antigua iglesia de San Jaime– en mayo de 1614, con

pacto expreso de que el convento o colegio de Jaca fuera “uno mismo” con el de Santa

Cristina. Como recuerdo de sus orígenes, la antigua iglesia de Santiago se dedicó a

Santa Cristina, cuya imagen ocupaba el centro del altar mayor. Además, el escudo del

Hospital antiguo –la paloma con una cruz de oro en el pico– presidió la puerta del con-

vento jaqués.

Pero en eso quedó todo, en una simple evocación, porque el mismo año de 1614 se

consiguió autorización del rey para dejar en el antiguo hospital de Somport –“por ser

inhabitable dicho sitio”– a sólo dos frailes (uno de ellos el padre fray Juan Blásquiz,

que le había cogido cariño al puerto). En 1802 informa el padre Ramón de Huesca que

toda la comunidad residía en Jaca, y “para cumplir con los oficios de la hospitalidad

mantiene el Convento en Santa Cristina un secular con título de Hospitalero, que reside

allí todo el año”. Y así debió de ser, con los altibajos propios de los tiempos, hasta la

exclaustración.

Evocándolo, ¿cómo era el viejo hospital? A orillas del cercano nacimiento del río

Aragón, encontró acomodo aquel hospital, a unos 1.520 metros de altitud, junto al ca-

mino real y rodeado de los amplios pastizales de Candanchú. Poco más arriba se en-

contraba el puerto, donde existió la famosa cruz llamada de “San Port”, curiosa sa-

cralización de “Summus Portus”. A partir de 1613 también hubo allí una horca, que

plantó la ciudad de Jaca para señalar su jurisdicción o, según las malas lenguas, para

atemorizar a los franceses que entraban a España.

Aquel lugar se reputaba como malsano, “humidísimo” por las aguas que destilaban

los montes y casi siempre rodeado de “densísima” niebla (la famosa “raca”). Lo peor

era el invierno, pues “carga tanto la nieve que los más años se ha de entrar al mesón

por la ventana, y año ha habido que fue tanta la nieve que cayó que pasaban por

encima de la iglesia las caballerías, por estar toda cubierta de nieve helada y a un piso

con el camino”.

Santa Cristina, hasta comienzos del siglo XVIII, aparecía ante los ojos del viajero

como una modesta agrupación de edificios, presidida por la iglesia, a modo de minús-

cula aldea pirenaica. No hubo allí, pese a la fama del Hospital, grandes ni vistosas cons-

trucciones; todo se construyó bajo los parámetros de la más sencilla arquitectura del

país. Las excavaciones arqueológicas se han encargado de contradecir a Lalana –que no

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alcanzó a ver en pie el viejo Hospital–, cuando escribe que “todo el edificio antiguo era

de cantería muy bien labrada”. Lo cierto es que se emplearon sillares en lugares muy

concretos –el interior de la vieja iglesia, por ejemplo– y en lo demás, como en el vecino

Canfranc el Viejo, domina la mampostería de cantos rodados, eso sí, trabada con sólida

“calcina” para neutralizar los efectos de la humedad. La abundante utilización de ma-

deros y tablones, en la estructura interna y en los tejados de los edificios, fueron causa

de suceder varios incendios de los que se guarda noticia y que dejaron rastro arqueo-

lógico en forma de niveles de cenizas y carbones. Achaca Lalana a estos incendios la

pérdida de algunos privilegios reales del archivo y que las piedras de las paredes se

deshicieran “como la cal”.

Dada la función asistencial de Santa Cristina, dos eran los edificios que allí existieron

al momento de su fundación: la iglesia y el hospital de peregrinos. Como residencia que

fue de una orden monástica también hubo el llamado “monasterio”. Más tarde debió de

habilitarse el “mesón”, parada y fonda de viajeros y comerciantes. Se guarda noticia de

la existencia del palacio del prior y ermita de Santa Bárbara en el “prado bajo”, aunque

comunicado con lo demás del monasterio. Añádase a todo ello alguna otra pequeña

construcción (cuadras, corrales y cobertizos) y ya estará completo el cuadro de aquel

Hospital famoso.

La iglesia, sencillo edificio románico, contaba con dos coros, “alto y bajo”, y sacristía

anexa, a un lado del presbiterio. Tenía “muy decentes capillas”, y en especial la del al-

tar mayor, que “era de mucha habilidad, dorados las santas imágenes, columnas y res-

tante mazonería; el titular era Santa Cristina, y encima de la santa había dos ángeles,

uno a cada lado [...]. Al remate del retablo estaba la pajarica con la cruz en el pico,

que son las armas de Santa Cristina”. Dice Lalana que este retablo lo mandó hacer el

prior Don Álvaro Fernández de Heredia, que lo fue por los años de 1464. Al último in-

cendio sólo sobrevivió una imagen de Santa Ana, que los dominicos trasladaron al con-

vento de Jaca.

En 1613, al tomar posesión de la casa los hijos de Santo Domingo, les fue necesario

“poner mano en el reparo de muchas cosas”, por su estado de abandono, y en especial

a “los tejados y cubiertas de la iglesia, que como eran todas de madera, y de madera

vieja, se les entraba la nieve y ventiscas por ellas como si estuvieran en el mismo puer-

to”. Había “pila de bautizar”, pues la iglesia era parroquia, y se cuenta que muchos

franceses de los valles de Aspe y Ossau se cristianaban en Santa Cristina para poder

obtener oficios en España o ir a Indias. La iglesia tuvo pórtico, con “un famosísimo re-

jado de hierro” que fue expoliado a principios del siglo XVIII. La sacristía fue remo-

zada en 1614 cuando se sustituyó el suelo de madera, que estaba “podrido y muy viejo”.

En el cementerio anexo, localizado en las excavaciones de 1987, se enterraban los via-

jeros y peregrinos fallecidos en el camino o en el hospital y, posiblemente, los “do-

nados” y criados de la casa. El derecho de enterramiento en Santa Cristina fue confir-

mado por la bula de Inocencio III (1198-1216), en la que se autoriza que si algún

canónigo falleciera en Jaca pudiera ser enterrado en su monasterio. Los dominicos

siguieron con la costumbre secular de enterrar en el camposanto a los que morían en el

puerto.

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El “hospital”, en su origen, debió de ser un edificio espacioso aunque sencillo y fun-

cional. Los de época medieval que se han conservado en el Camino de Santiago suelen

tener planta rectangular. Ya se ha dicho, siguiendo a Lalana, que estuvo dividido en

“cuadras” o habitaciones, separadas por sexos y categorías de viajeros. Cuando el flujo

de peregrinos aminoró, al tiempo que los canónigos desatendían las obligaciones de

hospitalidad, en el lugar en que estuvo el hospital debió de acomodarse el “mesón”,

mucho más rentable para la comunidad. Tal vez por entonces se habilitó, algo más sepa-

rado, un pequeño edificio “con dos camas apartadas para los pobres, en un aposento

desabrigado, bien que en el mesón tienen un cuarto reservado con cuatro camas cerra-

das para los pobres”. Esto sucedía hacia el año de 1550, cuando visitó Santa Cristina el

inquisidor Moya por orden del rey. En la relación que escribió el visitador sugería que

hicieran el hospital “separado del mesón y con comunicación al monasterio”, “como

estaba antes”. Pero, ya lo vimos, en el siglo XVII a los pobres pasajeros se les dejaba

dormir por caridad en el pajar, triste remedo del ínclito hospital medieval. El “monas-

terio” era el conjunto de estancias donde estaban las celdas y “oficinas” de la comuni-

dad religiosa. Había doce celdas en 1550, aunque se estimaba que era “de poco apo-

sento para monasterio de canónigos”. Hacia 1613, cuando se entregó a los dominicos,

“no había sino siete u ocho celdas desabrigadas”. El Padre Provincial de la Orden de

Predicadores, fray Gerónimo Bautista de Lanuza, en el memorial que elevó al rey en

diciembre de 1614 relataba que “aquel sitio de Santa Cristina era más habitación de

fieras que de hombres que no fueran unos santos”, pues la “casa” (el antiguo monas-

terio de canónigos) “es cortísima en sí, que si han de vivir religiosos se ha de hacer ha-

bitación competente para ellos”, y “es humidísima, que está casi la mitad de ella bajo

tierra”. Los dominicos, en cualquier caso, acondicionaron la casa mientras duró y cons-

truyeron sobre la sacristía un “solanar con sus puertas y ventanas muy buenas, para

que pudieran gozar con regalo del sol y estar defendidos de los vientos”. Entre las es-

tancias del monasterio destacaba, por su significación, el “capítulo” o sala capitular,

donde tenían sus reuniones comunitarias los canónigos y, cuando tocaba, los Capítulos

Generales de la Orden. Al morir o cesar el prior, allí se reunía la comunidad, en pre-

sencia de notario y testigos, y se elegía a quien tuviera más de la mitad de los votos;

estaba junto a la iglesia, al otro lado de la sacristía.

Las “oficinas” llamaba Lalana a las habitaciones de servicio doméstico, como la coci-

na y el refectorio. El inquisidor Moya se lamentaba que los canónigos, hacia 1550, co-

mían “indecentemente en particular y en común, en una cocina con huéspedes bando-

leros, a discreción y sin moderación”, en consecuencia les mandó que comiesen en el

“refitorio, de común y con silencio y ninguno de fuera con ellos”. Estas “oficinas” fue-

ron el lugar de trabajo de fray Juan de Larraga, el lego que vino en 1614 a integrarse en

la primera comunidad dominica de Santa Cristina “para acudir a los ministerios que su

profesión pide, que es para amasar, guisar y otras cosas humildes”.

El “mesón” ya existía en tiempos de los canónigos y solía arrendarse bajo ciertos pac-

tos. Estaba al servicio de los arrieros y viajeros que transitaban por el camino real. No

hay que olvidar que el Somport era el paso del Pirineo aragonés más utilizado durante

siglos en las transacciones comerciales con Francia. Allí se hospedaban, a condición de

pagar, los que no se consideraban pobres viajeros.

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Ya se ha visto que en el siglo XVI el mesón ocupaba, seguramente, el lugar del viejo

hospital de peregrinos y que reservaba un cuarto con cuatro camas para los pobres. El

mesón estuvo en la parte baja del “prado alto”, adosado al monasterio. En 1615 los

dominicos lo dieron en treudo a Juan Sánchez de Mercader, vecino de Canfranc, y

cuando los frailes recibieron órdenes reales de deshacer el contrato resolvieron dejar-

selo, en atención a ciertos favores que les había hecho el canfranqués. El contrato, aun-

que resultara fallido, conviene referirlo. El día 8 de mayo de aquel año se formalizó la

escritura de tributación ante el notario de Jaca Juan Cristóbal Pioca. Era entonces

“prior” de Santa Cristina fray Jerónimo Fusset, rector también del colegio de Santiago

de Jaca. La casa llamada “el mesón de Santa Cristina” confrontaba “por la delantera”

con el camino real “que va de España a Francia”, por la “parte alta” con la iglesia y el

monasterio y por la otra parte con el río Aragón y “patios” del convento. El treudo se

quería perpetuo, a razón de 180 sueldos jaqueses y dos quintales de heno, pagaderos

cada año por Santa Cruz de mayo. Las condiciones eran: que no se pudiera dividir el

edificio y que se habría de mantener en buen uso, reparándolo con paredes de “piedra

calcina” y no de “calzadura de lodo”, bien cubiertos los tejados y con “buenas y fir-

mes” puertas y ventanas de madera. Los mesoneros podrán ser despedidos “al punto”

caso de tener cuentas con la justicia; y se les prohíbe albergar fugitivos ni gentes repu-

tadas de mal vivir. Previo inventario se le deja al mesonero usar el ajuar existente, como

arcas, camas, asadores y “otras cosas del servicio de cocina”. A los pasajeros venderá

pan, vino y cebada a los precios que le indique el prior, y “no a otros precios”. A los

pobres dará leña gratis para calentarse y les dejará dormir en el pajar. A los dominicos,

siempre que “no excedieren de uno o dos frailes”, les guisará la comida, amasará pan y

les hará las camas gratis. A costas de los frailes retejará los tejados del monasterio y de

la iglesia siempre que hubiera necesidad. A cambio de tales servidumbres se le permite

al mesonero usar y usufructuar los “fenares” y todas las hierbas de alrededor de la casa

para sus ganados propios. Pero a pesar de aquellas prevenciones, el mesón se cayó al

poco y hubo de rehacerse.

Con el tiempo le llegó a todo su destrucción. El Hospital de Santa Cristina, que había

sobrevivido a varios incendios y, en especial, a las guerras de religión en el cercano

Bearne, no pudo hacerlo –si hemos de creer a Lalana, nuestra única fuente para este

episodio– a una oscura escaramuza que ocurrió a principios del siglo XVIII, durante la

Guerra de Sucesión Española (1701-1713). Aunque el dominico no refiere la fecha, pu-

diera muy bien estar relacionada con el asedio de las tropas del archiduque Carlos a la

plaza de Canfranc, que tuvo lugar el 5 de octubre de 1706.

Desde el inicio de las hostilidades, los canónigos habían tomado partido por el pro-

clamado Felipe V y consideraron natural agasajar a una partida de franceses, partidarios

del Borbón, que llegaron a Santa Cristina. En represalia por su actitud, una cuadrilla de

“miqueletes” (guerrilleros francotiradores de las montañas pirenaicas españolas) subió

hasta el Hospital y “quemaron y abrasaron paredes, convento, que aún duraba, hospi-

tal, mesón, y se llevaron todo lo que pudieron, de modo que ni los altares, ni santos

quedaron libres, sólo una señora Santa Ana quedó entre las ruinas sin quemarse”.

Se dio noticia de lo sucedido a Felipe V y, como la casa se consideraba de “patronato

real”, el monarca concedió 100 doblones para la reconstrucción. Los dominicos, lejos

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de considerar la restauración de los edificios arruinados, vieron la oportunidad de hacer

tabla rasa del viejo Hospital y determinaron construir un solo edificio sobre el sitio don-

de estuvieron el monasterio y la iglesia. Mientras que se dejaron como “fenares” (para-

dos cercados) los solares restantes de “la antigua fábrica”, esto es, mesón y hospital.

Para mantener el derecho de parroquia se reservó un pequeño oratorio en el interior de

la nueva casa (oratorio que estuvo en lo que luego fue zaguán y después sufrió traslado).

Allí fue enterrado Tomás Urbez, mayoral de la casa, que se había ofrecido como “do-

nado” a la comunidad y había muerto en Santa Cristina. Esta pequeña capilla se adornó

con una imagen de la titular procedente del convento de Jaca y la Santa Ana que sobre-

vivió al incendio de 1706. Parte de la antigua pila bautismal servía, como credencia,

para poner las vinajeras. Una vulgar venta en el camino fue el triste epígono de “uno de

los tres hospitales del mundo”: los arrieros comiendo en el solar de la iglesia que fun-

dara Gastón IV y el ganado pastando sobre lo que fue el hospital de peregrinos. Como

recuerdo de la antigua hospitalidad, los mesoneros de Santa Cristina, a fines del siglo

XVIII, todavía estaban obligados a dar cobijo a los pobres, llevar a los impedidos hasta

Peyranera o Canfranc, y entregarles alguna limosna si la necesitaban, todo ello por

encargo y a expensas de los dominicos. Pero ese auxilio era similar al que ofrecían otros

“hospitales” pirenaicos (los de Benasque, Bujaruelo, etc.), propiedad de valles y con-

cejos.

Queda el recuerdo. Aquella posada construida por los dominicos, que el decimonóni-

co Diccionario de Pascual Madoz llama “venta de Santa Cristina”, todavía se mantuvo

en uso durante la primera mitad del siglo XIX, pero el detallado mapa de Don Rai-

mundo de Soto ya no la cartografía para el año de 1851. Debió de abandonarse y sus

restos acabaron confundidos con los del Hospital medieval. Es precisamente en el Dic-

cionario de Madoz (en torno a 1845) donde se ofrece la primera descripción “moderna”

de sus ruinas, a modo de noticia para eruditos viajeros: “…Ya en lo más alto del Pirineo

[se ven] las ruinas del antiguo y celebrado hospital y monasterio de Santa Cristina, que

ya era memorable en el año de 1078, siendo rey Don Sancho Ramírez, y que en el año

de 1623 se adjudicó al orden y convento de Predicadores de Jaca; en los principios no

era otra cosa que un hospital o albergue y se dice, que dos caballeros lo ampliaron y

engrandecieron hasta aquel estado, al ver la mucha gente que perecía en aquel espan-

toso sitio tan lleno siempre de peligros”.

El erudito Ricardo del Arco (1888-1955) publicó en 1914 un artículo sobre el Hospital

de Santa Cristina y eso movió a R. Maussier, en 1920, a localizar sus ruinas que,

efectivamente, encontró donde siempre habían estado. Poco después, el 22 de agosto de

1928, un grupo vinculado a Montañeros de Aragón (el comandante Almarza, el Sr.

Cativiela y Pascual Galindo Romeo) hizo unas modestas catas exploratorias. Cativiela

consiguió un oportuno reportaje fotográfico y se levantó nuevo croquis, algo diferente al

que había publicado Maussier. Buena parte de lo que allí quedaba a la vista (columnas,

sillares, restos decorativos, etc.) se empleó al poco tiempo en la construcción del que

llamaron “Refugio de Santa Cristina”, uno de los primeros edificios alzados en el

“nuevo” Candanchú. Nuevo olvido hasta que en la década de los años sesenta una bri-

gada de trabajadores forestales acometió, por encargo de cierto ingeniero de montes,

una extensa excavación, exhumando la práctica totalidad de la planta, pero sin afectar al

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interior de las estancias. Los materiales arqueológicos encontrados, al parecer, se disper-

saron.

En 1986, la publicación que efectuó Don Antonio Durán Gudiol69

de su estudio sobre

los dos primeros siglos de vida del Hospital consiguió concitar la atención de las auto-

ridades públicas. La recuperación pasaba por el estudio arqueológico y así, el 10 de

agosto de 1987, se iniciaba la primera excavación que, aunque corta, consiguió la loca-

lización del lugar de enterramiento medieval.70

Adosadas al ábside de la iglesia apare-

cieron varias tumbas antropomorfas y, entre lo hallado, una concha que portaba algún

pobre peregrino que vino a morir junto a Santa Cristina. El nivel arqueológico corres-

pondiente a los siglos XVI-XVII ofreció abundantes restos de comida (huesos de oveja

y vaca), cerámicas vidriadas en verde de los talleres de Jaca y algún fragmento de cerá-

mica de Muel (Zaragoza). En años sucesivos se prosiguieron las excavaciones en forma

de “campos de trabajo”, pero se interrumpieron, aunque hubo intención de reempren-

der las tareas…

69

Sacerdote e historiador medievalista catalán (1918-1995), claramente representante del nacionalismo

catalán.

70

Los arqueólogos lo suelen denominar necrópolis.

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EPÍLOGO II

CATALUÑA AÚN PAGA A SUS SEÑORES FEUDALES

Lo que sigue es artículo periodístico, de Ivanna Vallespín, aparecido en la edición

impresa del diario El País a 7 de febrero de 1010, domingo.

Para muchos compradores –así viene a poder encabezarse el artículo– resulta esto

sorprendente: adquieren una propiedad y se encuentran con que deben abonar un

“peaje” a un noble. Es el derecho real de censo, figura de origen medieval que resiste el

paso del tiempo en Cataluña.

Gemma Fruitós vendió hace unos años su piso en Sentmenat (Barcelona). Fue enton-

ces cuando se encontró con la sorpresa de que sobre la vivienda pesaba la carga de un

censo enfitéutico, palabro que no dejó de intrigarle. Significaba que Gemma tuvo que

pagar a la familia del marqués de Sentmenat el 4% del valor de venta de la vivienda, es

decir, 6.000 euros. A esta cifra hubo de añadir 400 euros más en concepto de tasa en el

Registro de la Propiedad para poder borrar definitivamente la carga de este censo sobre

la finca. “Es totalmente injusto”, se queja. Aunque la experiencia de Gemma parezca

excepcional y digna de cuando Robin Hood se echó al monte para cazar los ciervos del

coto real de Sherwood, se pueden encontrar casos como el suyo en los territorios cata-

lanes que antiguamente fueron marquesados o propiedad de algún terrateniente.

Y es que el derecho real de censo, también conocido como censo enfitéutico o mar-

quesado, todavía está reconocido por la ley catalana y permanece muy vigente. Así lo

indican las estadísticas. Según el colegio de registradores de Cataluña, que se remite al

Anuario 2007 de la Dirección General de Registros y del Notariado […], se abonaron

más de 27 millones de euros por los censos redimidos ese año en la provincia de Barce-

lona. A esta cifra hay que añadir dos millones en concepto de renta o pensión que algu-

nos propietarios pagan todavía religiosamente cada año a marqueses, señores o titulares

de estos censos. En Cataluña existen entre 1.500 y 2.000 censalistas, según las estima-

ciones que para EL PAÍS hace el barón de Vilagaià, Eduardo de Delás, quien subraya

que sólo una parte de ellos son nobles. El barón es titular de 120 censos en Vilagaià

(Barcelona) y de una cincuentena más en Barcelona. De los censos que pesan sobre

terrenos agrícolas cobra aproximadamente unos 400 euros anuales. Pero donde se saca

una gran tajada es de las fincas urbanas. La guinda para un censalista son las viviendas

de la parte alta de Barcelona, que pueden llegar a costar unos seis millones de euros. De

esta venta, se puede llegar a embolsar 600.000 euros, aunque fincas como éstas “no

abundan”, se lamenta el barón.

El censo enfitéutico es una figura que proviene del derecho romano y que, notable-

mente modificado, se prolongó durante la época medieval. Entonces era habitual que un

señor feudal cediera terrenos a los payeses para que cultivaran y cuidaran las tierras, e

incluso se pudieran construir una vivienda. Eso sí, el payés debía pagar una pensión

anual (que podía ser dinero, una cabra o una parte de cosecha, etc.). Si más adelante el

payés decidía vender dichos terrenos, entonces tenía que pagarle al señor feudal el lla-

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~ 45 ~

mado laudemio.71

“Como en la época no existían los Registros de la Propiedad, era

una forma de que el propietario reconociera que aquellas tierras provenían del señor”,

comenta la abogada María Dolors Savall, representante de varios titulares de estos dere-

chos reales.

Los siglos pasaron y en 1837 se derogaron las leyes de señorío y los censos feudales,

pero se abrió una excepción para los pertenecientes a los señores jurisdiccionales. Es el

caso del marqués de Sentmenat, que además de poseer las tierras, ejercía de juez en sus

territorios. En este caso, la ley obligaba a estos señores jurisdiccionales a realizar un

proceso judicial para actualizar y convalidar sus censos.

En 1909 se aprobó la Ley Hipotecaria, que establecía que los señores y marqueses te-

nían dos años para traspasar al registro los censos inscritos en las antiguas Contadurías

de Hipotecas (un antecedente del Registro de la Propiedad). En ese momento, mar-

queses como el de Sentmenat (que entonces era también senador) registraron los censos.

Se permitieron porque no fueron considerados derechos feudales, sino un contrato entre

privados, en que el señor cede una finca a otra persona pero a cambio le impone el dere-

cho de censo sobre esta propiedad. De algún modo es como si el marqués ejerciera de

entidad financiera de la época.

La normativa [más reciente] que regula los censos enfitéuticos es el Libro 5º del

Código Civil de Cataluña de 2006. Los censos no son perpetuos, es decir, que se pueden

“redimir” o eliminar. Para ello, hay que pagar. Eso sí, sólo se paga una vez y el censo

queda extinguido.

Lo habitual es pagar el censo aprovechando una compraventa o una herencia. Enton-

ces, el propietario o censatario debe abonar al marqués o al censalista un porcentaje

sobre el precio de la venta, que varía entre el 2% (en la mayoría de municipios) y el

10% (aplicado en la ciudad de Barcelona). El censatario también puede redimir el censo

en otro cualquier momento, opción más económica, ya que este porcentaje se aplica en-

tonces sobre el valor catastral. Desde 1990, una modificación legislativa permite que el

censalista pueda reclamar el pago del censo en cualquier momento.

El proceso de extinción del censo se realiza mediante un acuerdo entre las partes y

ante notario, que elimina la carga censal de las escrituras de la finca. Pero aquí no se

acaba el proceso, ya que también hay que borrar el censo en el Registro de la Propiedad,

cosa que implica el pago de una tasa de entre 100 y 400 euros, dependiendo del valor de

la finca, que el censatario debe pagar. El laberinto de impuestos es aún más enrevesado,

ya que en última instancia hay que rendir cuentas con Hacienda. Y es que la Agencia

Tributaria entiende que una propiedad gravada con un censo tiene un valor inferior y

que “cuando se redime el censo se está subiendo el valor de la finca”, según fuentes del

Departamento de Economía de la Generalitat. Entonces, el censatario debe pagar a

Hacienda un 7% de esta plusvalía generada con la extinción del censo.

Esto es precisamente lo que le sucedió a la familia Tantiñà de Castellar del Vallès. El

señor de Fontcuberta les reclamó [hace tres años] 3.000 euros en concepto de censo.

71

Derecho que se paga al señor del dominio directo cuando se enajenan las tierras y posesiones dadas a

enfiteusis (cesión perpetua o por largo tiempo).

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~ 46 ~

“Pasaron a cobrar”, afirman resignados, ya que conocían de la existencia del grava-

men. Lo que no entienden es que ahora se les reclamen 500 euros más, alegando el au-

mento de valor de la finca. “Es muy injusto”, exclaman indignados.

También le pasaron a cobrar a la familia de Ferran Lozano por una casa en el centro

de Terrassa. Recibió una citación judicial para asistir a un acto de conciliación con el re-

presentante del señor de Fontcuberta. Le reclamaban el 2% del valor catastral, en total,

3.000 euros. Ferran se queja del desamparo y de la desinformación en estos casos.

Como él, decenas de afectados de la comarca asistieron [en diciembre pasado] a una jor-

nada informativa sobre censos reales que se celebró en Castellar del Vallès. El acto lo

promovió la plataforma Sentmenat sin Censos, una agrupación ciudadana creada [hace

cuatro años] para acabar con los censos que pagan al marqués. La plataforma considera

este gravamen “injusto” y “anacrónico”. La consellera de Justicia, Montserrat Tura, se

desmarca defendiendo que el censo “es un acuerdo entre privados y aquí no participa

la Administración pública”.

Pese a la antigüedad de la existencia del censo, nadie es capaz de establecer el por-

centaje de población afectada por el gravamen. Existen muchas fincas gravadas, incluso

en Barcelona ciudad. En todo caso, la mayoría de fincas era perteneciente a los antiguos

dominios de familias nobles catalanas como los Sagnier (marqueses de Sentmenat), los

Villalonga (marqueses de Castellbell) o los Fontcuberta.

Una visión opuesta a la de la plataforma es la que tienen los censalistas. El barón de

Vilagaià sostiene que “las personas que tienen una casa con un censo significa que no

han pagado nunca por el terreno” y defiende que la existencia de este tipo de censo

“ha permitido el acceso a la vivienda a miles de personas”. Según el barón, el importe

que se paga por redimir la carga censal es muy bajo. Además, considera que por los

terrenos se han estado pagando “unos alquileres ridículos” como pensión anual. A ve-

ces, ésta consistía en algo tan simbólico como un vaso de agua o una peseta.

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~ 47 ~

EPÍLOGO III

LA CASA DE ÁRPAD

La Casa de Árpad (o Árpád), que en húngaro se dice Árpád-ház, es el nombre de una

noble dinastía de origen magiar que gobernó la que se formó como federación de tribus

húngaras durante los siglos IX-X resultando el reino de Hungría de entre los años 1000-

1038 ó 1044-1301. La denominación de esta dinastía como de Árpad surgió en honor al

gran príncipe de la mencionada federación cuando los magiares ocuparon la cuenca o

región correspondiente a los Cárpatos allá por el año 895. La dinastía Árpad es conocida

también como Turul, por el ave de este nombre en la mitología magiar, tratándose de un

enorme halcón o águila, de legendaria proveniencia asiática occidental.

Según Simón Kézai, autor de la Crónica húngara (siglo XIII),72

la imagen del Tu-

rul habría formado parte del escudo de armas de los húngaros desde Atila el huno (434-

453) hasta la época del príncipe Géza de Hungría (972-997), y el término provendría de

“togrul” o “turgul” para designar al águila o halcón en el idioma turco.

Según la mitología húngara previa al cristianismo o propia del paganismo en su con-

texto, el ave Turul vivía en la cima del árbol de la vida, el mismo que contenía el uni-

verso. El ave cuidaba de las almas de los recién nacidos en forma de pequeños pájaros

que vivían en la copa del árbol. El Turul era el mensajero entre los dioses y los huma-

nos, el guardián como ecológico del orden y del equilibrio en el universo.

Cuando el príncipe húngaro Ögyek y su esposa Emese esperaban un hijo, sería el

Turul el ave que se le aparecería en sueños a Emese y le auguraría gran nobleza y éxito

a su esperado hijo, como nuevo jefe y guía de suerte de los húngaros. Por esto, el hijo de

Emese sería conocido como Álmos (que en húngaro significa “el del sueño”, o “el so-

ñado”). Álmos (858-895) conduciría a los húngaros hacia Europa oriental, y su hi-

jo Árpad (895-907) se convertiría en el Gran Príncipe húngaro fundador de la Casa que

lleva su nombre o de la dinastía de los Árpádes.

Tanto el primer gran príncipe de los magiares (Álmos) como el primer rey de Hun-

gría (Esteban I, San Esteban) eran miembros de la dinastía Árpad. Otros Árpádes rei-

naron ocasionalmente en el principado (más tarde reino) de Halych73

(en años que van

de 1188 a 1234)y en el ducado de Estiria (1254-1260). Sus descendientes reinaron en

72

Simón Kézai (o de Kéza), el más célebre o famoso cronista húngaro del siglo XIII, era sacerdote o

presbítero capellán y secretario en la corte real de Ladislao IV (1272-1290). Su obra más importante es la

Gesta Hunnorum et Hungarorum, escrita en latín allá por el año 1282, ofreciéndonos una vívida descrip-

ción de la historia de los hunos y de los húngaros (muy emparentados), desde sus inicios legendarios has-

ta el período medieval contemporáneo. Como secretario personal del rey, Simón trabajó en los archivos

reales, recogiendo su material de crónicas más antiguas allí conservadas. La crónica resultante fue publi-

cada por primera vez a imprenta en 1782, en Viena. En el siglo XIX fue traducida al húngaro y se con-

virtió en una lectura popular que ayudó al desarrollo de la conciencia nacional.

73

Al oeste de Ucrania, en la región de Galitzia.

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~ 48 ~

Hungría hasta la extinción de la dinastía con la muerte de Andrés III, como podremos

considerar, en 1301.

Árpad

Siete miembros de la Casa Árpad fueron beatificados o canonizados por la Iglesia

Católica Romana, por lo que esta dinastía ha sido a menudo conocida como la medieval

de los reyes santos (szent királyok családja, en húngaro). Además hubo también dos

canonizados por la Iglesia Ortodoxa de Oriente.

Tres reyes santos: Ladislao, Emerico y Esteban

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~ 49 ~

Haciendo nuestro recorrido por los siglos IX y X, el primer miembro de la dinastía

mencionado por una fuente escrita contemporánea fue Álmos. El emperador bizantino

Constantino VII (913-920 y 945-959) registró en su obra (De Administrando Imperio)

que Álmos fue el primer gran príncipe de la federación de las siete tribus magiares (me-

gas Turkias Arkhon). Álmos probablemente aceptó la supremacía del khan de los jáza-

ros en el comienzo de su gobierno, pero en 862 la federación tribal magiar se separó del

Khanato Jázaro.74

Álmos era o bien el líder espiritual de la federación tribal (Kende) o

su comandante militar (Gyula).

Las tribus magiares ocuparon todo el territorio de la Cuenca de los Cárpatos gradual-

mente entre los años 895 y 907. Entre 899 y 970, los magiares hacían frecuentes incur-

siones en los territorios de la actual Italia, Alemania, Francia y España y en las tierras

del Imperio Bizantino. Estas actividades de movilización continuaron hacia el oeste has-

ta que ocurrió la batalla de Lechfeld o del río Lech (año 955), cuando Otón, rey ger-

mano y futuro emperador Otón I (muerto en 983), derrotó a aquellos invasores. Los

ataques contra el Imperio Bizantino sólo terminaron en el año 970.

La lista de los grandes príncipes de los Magiares en la primera mitad del siglo IX es

incompleta, que también puede ser notada la falta de gobierno central dentro de su

federación tribal. Las crónicas medievales mencionan que el gran príncipe Árpád fue

seguido por su hijo Zoltán, pero fuentes contemporáneas sólo se refieren al gran prín-

cipe Fajsz (de hacia el año 950).

El gran príncipe Géza fue bautizado en 972 y, aunque nunca se convirtió en un cris-

tiano convencido, durante su reinado comenzó a propagarse la nueva fe entre los hún-

garos. Se las arregló para expandir su dominio sobre los territorios al oeste del Danubio

y el Garam (hoy Hron, afluente del Danubio, en Eslovaquia), pero gran parte de la

cuenca de los Cárpatos aún quedaba bajo el dominio de los jefes tribales locales.

Géza fue sucedido por su hijo Esteban (originalmente llamado Vajk), que había sido

un seguidor convencido del cristianismo. Esteban tuvo que enfrentar la rebelión de su

pariente, Koppány que reclamaba la herencia de Géza basándose en la tradición magiar

de antigüedad agnática.75

Esteban fue capaz de derrotar a Koppány con la ayuda de la

comitiva alemana de su esposa, Gisela de Baviera.

74

Los jázaros fueron un pueblo búlgaro (de la antigua Gran Bulgaria centroasiática). El nombre parece

derivar o estar relacionado con el término turco que significa errante (“gezer”, en turco moderno).

En el siglo VII, los jázaros fundaron un kanato independiente, el Kaganato de Jazaria o Kaganato jáza-

ro, en el Caucaso Norte a orillas del mar Caspio, donde con el paso del tiempo el judaísmo se convertiría

en religión oficial. En su tiempo de máximo esplendor, los jázaros y sus tributarios controlaron buena par-

te de lo que hoy es el sur de Rusia, Kazajistán occidental, este de Ucrania, una parte importante del Cáu-

caso (Daguestán, Azerbaiyán, Georgia…) y Crimea.

Los jázaros fueron importantes aliados del Imperio Bizantino contra el Imperio Sasánida, además de

constituir una significativa potencia regional en su momento de máximo esplendor. Emprendieron una se-

rie de guerras, todas victoriosas, contra los califatos árabes, evitando así posiblemente la invasión de la

Europa oriental. A finales del siglo X, su poder declinaría frente al de la Rus de Kiev, desapareciendo

misteriosamente de la historia.

75

En Derecho romano, la agnación, lo agnático o de parentesco agnaticio, es el parentesco jurídico que

se fundamenta en la potestad del paterfamilias y no supone, necesariamente, relación de sangre. Así, los

agnados son aquellas personas que están sometidas a la potestad del pater o que lo estarían si viviese to-

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Llegamos al siglo XI. El gran príncipe Esteban fue coronado el 25 de diciembre de del

año 1000 (o tal vez el 1 de enero de 1001), convirtiéndose en el primer rey de Hungría

(1000-1038) y fundador estatal propiamente dicho. Él unificó la conocida como cuenca

de los Cárpatos hacia el año 1030, sometiéndose los territorios de los denominados

magiares negros76

y los dominios que habían sido gobernados por algunos casi indepen-

dientes caciques locales. Esteban introdujo el sistema administrativo del reino, basado

en los condados (comitatus) y fundó una organización eclesiástica con dos arzobispados

y varios obispados. Tras la muerte de su hijo Emerico (2 de septiembre de 1031), el rey

designó al hijo de su hermana, el veneciano Pedro Orseolo, como su heredero, lo que se

tradujo en una conspiración liderada por su primo, Vazul, que había vivido encerrado en

Nyitra (hoy Nitra en Eslovaquia). Vazul, como podemos recordar, fue cegado por orden

del rey Esteban y sus tres hijos (Levente, Andrés y Béla) fueron exiliados.

davía el paterfamilias. La mujer no es agnada de sus hijos sino en el caso de hallarse unida al paterfami-

lias en matrimonio cum manus, caso en el cual su condición es la de hermana agnaticia de sus hijos.

El matrimonio cum manu era la forma de esponsales según la cual la esposa (uxor in manu) se hacía

filiusfamilias y quedaba sometida al nuevo pater. Ocupaba el lugar de hija (loco filiae), si su cónyuge era

el pater, y de nieta (loco neptis) si el marido era filius, y en caso de muerte del pater le sucedía en la

manus maritalis.

Para que exista agnación no es necesario que exista un vínculo de sangre. Por la adoptio o el matrimo-

nio cum manus se crea la patria potestas mediante un negocio jurídico. El resultado es la subordinación a

un mismo pater.

De esta forma tenemos que el parentesco agnaticio está determinado por el matrimonio cum manus en

relación con la mujer y mientras aquella subsista, y por la patria potestad en relación con los descendien-

tes legítimos, legitimados, arrogados y adoptados.

Conviene destacar que el parentesco agnaticio sólo se transmite por vía de varón, per virilem sexum,

siendo la mujer, en este sentido, finium familia. Se trata de un sistema estrictamente patriarcal; sólo el pa-

rentesco por línea paterna cuenta en derecho.

El parentesco agnaticio tuvo mayor importancia en los aspectos religioso y político que en el derecho

privado, en el cual fue muy pronto suplantado por el parentesco cognaticio. Por otra parte, la muerte (a la

que se equipara la pérdida de ciudadanía y la de la libertad) del pater no disuelve la agnación entre quie-

nes fueron sus sometidos (la Familia comune iure estaba conformada precisamente por todas las personas

que habían estado sometidas a la potestad del pater fallecido), pero las personas libres que encontraban

inmediatamente sometidos a su potestad pasan a constituir distintas familias, aunque sigan viviendo jun-

tas. Lo mismo ocurre con el que es emancipado, pues también éste, al hacerse independiente, tiene su pro-

pia familia.

El sistema agnático es una forma de sucesión al trono, por el cual el reino no podía pasar a manos del

mayor de los príncipes herederos de la segunda generación hasta que moría el último de los príncipes he-

rederos de la primera generación, es decir, tenían primacía en heredar el trono los hermanos del rey antes

que sus propios hijos. Ejemplos de este sistema de sucesión los encontramos en algunos de los pueblos

bárbaros después de la caída del Imperio Romano, como en el reino vándalo o el visigodo y entre los ma-

giares.

76

Las tribus nómadas asignaban colores a los puntos cardinales: el norte era negro, el oeste era blanco, el

sur es rojo y el este azul. De este modo, los magiares negros son mencionados en unas pocas fuentes con-

temporáneas (algunas veces en oposición a los magiares blancos); ninguna de las fuentes se extiende so-

bre la naturaleza exacta de la relación entre los magiares negros y los húngaros principales, ni su origen ni

el significado claro de su nombre. Hacia el año 1008, el rey San Esteban I de Hungría los conquistó, pro-

bablemente erigiendo allí por entonces, en 1009, la diócesis húngara de Pécs.

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El gran príncipe Álmos

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Bautismo de Vajk (rey San Esteban de Hungría)

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Cuando murió el rey Esteban I (15 de agosto 1038) Pedro Orseolo ascendió al trono,

pero tuvo que luchar con el cuñado de Esteban, Samuel Aba, entre 1041 y 1044. El go-

bierno del rey Pedro terminó en 1046 cuando estalló una extensa revuelta de los hún-

garos paganos siendo capturado por los mismos.

Con la ayuda de los paganos, el hijo del duque Vazul, Andrés, que había estado vi-

viendo en el exilio y había sido bautizado, tomó el poder y fue coronado; así, un miem-

bro de una rama colateral de la dinastía se apoderó de la corona. El rey Andrés I (1046-

1060) logró pacificar a los rebeldes paganos y restaurar la posición del cristianismo en

el reino. En 1048, el rey Andrés invitó al reino a su hermano menor, Béla, y le concedió

en infantazgo una tercera parte de los condados (Tercia pars regni). Esta división dinás-

tica del reino, mencionada como la primera en el Chronicon Pictum (prima regni huius

divisio), fue seguida por varias divisiones similares durante los siglos XI al XIII, cuando

partes del reino fueron gobernadas por diferentes miembros de la dinastía de Árpád.

En el siglo XI, los condados encomendados a los Árpádes no formaban una provincia

independiente dentro del reino, sino que se organizaron en torno a dos o tres centros.

Los duques que regían la Tercia pars regni aceptaron la supremacía de los reyes de

Hungría, pero algunos de ellos (Béla, Géza y Álmos) se rebelaron contra el rey a fin de

adquirir la corona y se aliaron con los gobernantes de los países vecinos.

Andrés I fue el primer rey que, en vida, hizo coronar a su hijo, Salomón, con el fin de

asegurar su sucesión (1057). Sin embargo, el principio de primogenitura patrilineal no

fue capaz de superar la tradición de antigüedad y, luego del rey Andrés, su hermano,

Béla I (1060-1063) adquirió el trono a pesar de los reclamos del joven Salomón. Desde

1063 hasta 1080 hubo frecuentes conflictos entre el rey Salomón (1057-1080) y sus

primos Géza, Ladislao y Lampert que regían la Tercia pars regni. El duque Géza se

rebeló contra su primo en 1074 y fue proclamado rey por sus partidarios, de confor-

midad con el principio de antigüedad. Cuando Géza que murió en 1077, sus partidarios,

sin tener en cuenta a sus hijos jóvenes, proclamaron rey a su hermano Ladislao. Éste

logró persuadir el rey Salomón, que había estado gobernando en algunos condados del

oeste, a abdicar del trono. Durante su reinado, el reino de Hungría se fortaleció y tam-

bién ampliaría su dominio sobre la vecina Croacia (1091), que se convirtió en una

provincia de Hungría. Ladislao I confió el gobierno de la nueva provincia a su sobrino

menor, Álmos.

El 20 de agosto de 1083 dos miembros de la dinastía, el rey Esteban I y su hijo, el du-

que Emerico, fueron canonizados en Székesfehérvár por iniciativa del rey Ladislao I. Su

hija Irene, esposa del emperador bizantino Juan II Comneno, es venerada por la Iglesia

Ortodoxa Oriental. Cuando el rey Ladislao I murió, su sobrino mayor Colomán fue

proclamado rey (1095-1116), pero tuvo que conceder la Tercia pars regni en infantazgo

a su hermano Álmos.

Y así llegaremos al siglo XII.

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El rey Colomán

El rey Colomán privó a Álmos de su ducado (Tercia pars regni) en 1107. Habiendo

encontrado a su segunda esposa, Eufemia de Kiev, en adulterio, se divorció de ella, que

fue enviada de vuelta a Kiev hacia el año 1114. Eufemia, en Kiev, tuvo un hijo, Boris;

pero el rey Colomán se negó a aceptarlo como hijo suyo. Alrededor de 1115, el rey dejó

ciegos al duque Álmos y al hijo de éste, con el fin de garantizar la sucesión de su propio

hijo, el futuro rey Esteban II (1116-1131).

Esteban II no tuvo hijos y el hijo de su hermana, Saúl, fue proclamado heredero al

trono en lugar del ciego Béla. Cuando el rey murió el 1 de marzo de 1131 su primo cie-

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go logró sin embargo asumir el trono. El rey Béla II (1131-1141) fortaleció su gobierno

al derrotar al supuesto hijo del rey Colomán, Boris, quien se esforzó en privarle por

todos los medios del trono, con la ayuda militar extranjera. Béla II ocupó algunos terri-

torios de Bosnia y concedió el nuevo territorio en infantazgo a su hijo menor, Ladislao.

En adelante, los miembros de la dinastía Árpad gobernaron provincias del sur o del este

(es decir, Eslavonia, Croacia y Transilvania) del reino en lugar del Tercia pars regni.

Durante el reinado de Géza II (1141-1162), el obispo Otto de Freising (importante

cronista, como podemos recordar) registró que todos los húngaros “son tan obedientes

al monarca que no sólo le irrita la oposición abierta, sino que incluso lo ofenden los su-

surros ocultos que serían considerados delitos graves por ellos”. Su hijo, el rey Esteban

III (1162-1172) tuvo que luchar por su trono en contra de sus tíos, los reyes Ladislao II

(1162-1163) y Esteban IV (1163-1165), quienes se rebelaron contra él con la ayuda del

Imperio Bizantino. Durante su reinado, el emperador Manuel I Comneno ocupó las pro-

vincias del sur del reino pretextando que el hermano del rey, Béla (el déspota Alejo)

vivía en su corte. Como prometido de la única hija del emperador, el déspota Alejo fue

su presunto heredero durante un corto período (1165-1169).

Tras la muerte de Esteban III, subió al trono el rey Béla III (1173-1196), pero había

encarcelado a su hermano Géza con el fin de asegurar su gobierno. Béla III, que había

sido educado en el Imperio Bizantino, fue el primer rey que usó la patriarcal “doble

cruz” como símbolo del reino de Hungría. En 1188, Béla ocupó Halych, cuyo príncipe

había sido destronado por sus boyardos, y concedió el principado a su segundo hijo,

Andrés, pero su gobierno se hizo impopular y las tropas húngaras fueron expulsadas de

Halych en 1189.

El rey Béla III legó su reino intacto a Emerico (1196-1204), su hijo mayor; pero este

nuevo rey tuvo que conceder Croacia y Dalmacia en infantazgo a su hermano Andrés,

que se habían rebelado contra él.

Y estábamos ya en el siglo XIII. El rey Emerico casó con Constanza de Aragón, de la

Casa de Barcelona, y pudo haber seguido los patrones catalanes cuando eligió su escudo

de armas que se convertiría en el emblema familiar Árpad (fajado de gules y de plata en

ocho piezas). Su hijo y sucesor, el rey Ladislao III (1204 a 1205), murió en la infancia y

fue sucedido por su tío, Andrés II (1205-1235).

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El reinado de Andrés II se caracterizó por permanentes conflictos internos: un grupo

de conspiradores asesinó a su reina consorte, Gertrudis de Merania, en 1213; nobles

descontentos le obligaron a emitir la Bula de Oro de 1222 estableciendo sus derechos

(incluido el derecho a desobedecer al rey) y peleó con su hijo mayor, Béla, que se es-

forzó en recuperar los dominios reales que su padre había concedido a sus seguidores.

Andrés II, que había sido príncipe de Halych (1188-1189), intervino con regularidad en

las luchas internas de aquel principado e hizo varios esfuerzos para garantizar el go-

bierno de sus hijos más jóvenes (Colomán o Andrés) en el país vecino. Una de sus hijas,

Santa Isabel de Hungría, se convirtió en la cuarta persona Árpad canonizada. Los hijos

mayores del rey Andrés renegaron de su hijo póstumo, Esteban, que había sido educado

en la ciudad italiana de Ferrara (hijo de Beatriz de Este).

Santa Isabel de Hungría

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El rey Béla IV (1235-1270) restauró el poder real, pero su reino fue devastado durante

la invasión de los mongoles (1241-1242). Tras la retirada de las tropas mongoles, or-

denó que se construyeran más fortalezas y se restablecieran otras. También concedió

privilegios de ciudad a varios asentamientos en su reino, por ejemplo, Buda, Nagys-

zombat (hoy Trnava en Eslovaquia), Selmecbánya (ahora Banská Štiavnica en Eslova-

quia) y Pest recibieron sus privilegios de él. Béla IV logró ocupar el ducado de Estiria

durante un breve período (1254-1260), pero después tuvo que abandonarlo en favor del

rey Ottokar II de Bohemia. Durante sus últimos años, estuvo luchando con su hijo, Es-

teban, que fue coronado durante su vida y obligó a su padre a ceder la parte oriental del

reino para él. Dos de sus hijas, Margarita y Kinga, fueron canonizadas (en 1943 y 1999,

respectivamente) y una tercera hija, Jolenta, fue beatificada (en 1827). Su cuarta hija,

Constanza, también fue venerada en Lviv.

Cuando el rey Esteban V (1270-1272) subió al trono, muchos de los seguidores de su

padre lo dejaron por Bohemia. Regresarían durante el reinado de su hijo, el rey Ladislao

IV el Cumano (1272-1290), en período que se caracterizó por conflictos internos entre

los miembros de diferentes grupos aristocráticos. Ladislao IV, cuya madre era de origen

cumano, prefería la compañía de los cumanos nómadas y medio paganos, por lo que fue

excomulgado varias veces, pero fue asesinado por sicarios de aquel pueblo. La desinte-

gración del reino comenzó durante su reinado, cuando los aristócratas trataron de ad-

quirir posesiones por cuenta de los dominios reales.

Cuando el rey Ladislao IV murió, la mayoría de sus contemporáneos pensaban que la

dinastía de los Árpádes llegaba a su fin, porque el único descendiente por línea paterna

de la familia, Andrés, era el hijo del duque Esteban, hijo póstumo del rey Andrés II, que

había sido repudiado por sus hermanos. Sin embargo, el duque Andrés “el Veneciano”

fue coronado como Andrés III con la Corona Santa de Hungría y la mayoría de los

barones aceptaron su gobierno. La línea masculina de la Árpádes terminó con su muerte

(14 de enero de 1301), llegando a ser mencionado como “la última rama dorada”. Su

hija Elisabeth (Isabel), el último miembro de la familia, murió el 6 de mayo de 1338,

siendo venerada por la Iglesia Católica Romana como Beata Isabel de Töss.

En adelante, todos los reyes de Hungría (con la excepción del rey Matías Corvino)77

eran descendientes cognaticios (por combinación de vinculaciones femeninas y masculi-

nas) de los Árpádes, aunque no Árpádes directos. Aunque los Árpádes agnáticos (patri-

lineales) se han extinguido, sus descendientes matrilineales y parentales por segundas lí-

neas viven en toda familia aristocrática europea.

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Rey de Hungría y Croacia entre los años 1458-1490.

Page 59: LUTO EN CASTILLA Y CUANTO SUCEDÍA EN 1235franciscosuarezsalguero.es/wp-content/uploads/2017/11/Siglo XIII/Anyo 1235.pdfen La Meca, donde se convirtió en maestro de hadiz y poeta,

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La Santa Corona de Hungría