Macedonio Fernandez, Maestro de Borges - José Isaacson
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7/23/2019 Macedonio Fernandez, Maestro de Borges - José Isaacson
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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). José ISAACSON. Macedonio Fernández, maestro de Borges
Macedonio Femández maestro de Borges
José Isaacson
BUENOS AIRES
MACEDONIO FERNÁNDEZ FUE
UN
de las figuras más singulares de las letras argentinas:
filósofo, novelista, poeta y hombre de ideas sociales, que pueden resumirse en su
adhesión a una sociedad donde fuera posible la existencia del Individuo Máximo en un
Estado Mínimo.
Tras su adolescencia europea, Borges regresa a Buenos Aires imbuido del ultraísmo
español y de las benéficas lecciones de Cansinos Assens, cuyo magisterio estético e
intelectual reconoce reiteradamente. Gracias a Macedonio, con quien se identifica
espiritualmente y de quien hereda no pocas modalidades estilísticas y preferencias
temáticas, se reencuentra con lo argentino. «Definir a a c e d o n i ~ s c r i b e p a r e c e una
empresa imposible: es como definir rojo en términos de otro color; entiendo que el
epíteto genial, por lo que afirma y por lo que excluye, es quizá el más preciso que pueda
hallarse».
De ningún modo la ponencia intenta presentar a Borges como epígono del autor de
No toda es vigilia la de los ojos abiertos. Solamente convalida una expresión del propio
Borges: «Cada cual elige a sus predecesores».
En Los Martinfierristas
dice Eduardo González Lanuza: «Macedonio Femández,
de mucha más edad, se acerca al grupo
de
muchachos, siendo acaso el de mentalidad más
joven, y ejerce en su formación literaria una influencia decisiva». Esta breve proposición
concentra la juventud espiritual de Macedonio y el magisterio que ejerció sobre el ala
martinfierrista de la generación del 22.
Por su parte, Córdoba Iturburu, en
La
revolución martinfierrista, sólo cita a
Macedonio Femández en una nómina de colaboradores de la revista
Martín Fierro
2
•
El
hecho de limitarse a una mención revela una escasa percepción de los valores filosóficos
y literarios del autor de Papeles de recienvenido.
Puede afirmarse que salvo algunas notas eventuales o algún ensayo los martinfierris-
tas no le dedicaron el estudio que indudablemente le debían.
Solo años más tarde se agudiza el interés por la obra macedoniana. Siendo Borges
1
Eduardo González Lanuza,
Los Martinfierristas,
Buenos Aires: Ediciones Culturales
Argel]tinas, 1961.
Cayetano Córdoba Iturburu, La revolución martinfierrista, Buenos Aires: Ediciones
Culturales Argentinas, 1962 cf p. 165.
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JOSÉ lSAACSON
el martinfierrista que más cerca estuvo de Macedonio fue quien con mayor claridad
expuso
3
en las palabras que pronunció ante la bóveda que guarda los restos de Macedonio
en la Recoleta. Dijo en esa ocasión:
Un filósofo, un poeta y un novelista mueren en Macedonio Fernández, y esos
términos aplicados a él recobran un sentido que no suelen tener en esta República.
Filósofo es entre nosotros el hombre versado en la historia de la filosofia, en la
cronología de los debates y en las bifurcaciones de las escuelas; poeta es el hombre
que ha aprendido las reglas de la métrica (o que las infringe, ostentosamente) y que
sabe, también, que puede versificar su melancolía, pero no su envidia o su gula,
aunque tales pasiones sean fundamentales en él; novelista es el artesano que nos
propone cuatro o cinco personas (cuatro o cinco nombres) y los hace convivir,
dormir, despertarse, almorzar y tomar el té hasta llenar el número exigido de páginas.
A Macedonio, en cambio, como a los hindúes, las circunstancias y las fechas de la
filosofia no le importaron, pero sí la filosofia. Fue filósofo porque anhelaba saber
quiénes somos (si es que alguien somos) y qué o quién es el universo. Fue poeta,
porque sintió que la poesía es el modo más fiel de transcribir la realidad [
.
.]. Fue
novelista porque sintió que cada yo es único, como lo es cada rostro, aunque razones
metafisicas le hicieron negar el yo. Metafisica de índole emocional, porque he
sospechado que negó el yo para ocultarlo de la muerte, para que, no existiendo, fuera
inaccesible a la
muerte[
.. ].
Tras señalar que Macedonio había sido íntimo amigo de su padre, agrega:
Hacia 1921, de vuelta de Suiza y de España, heredé esa amistad. La República
Argentina me pareció un territorio insípido, que no era ya la pintoresca barbarie y
que aún no era la cultura, pero hablé un par de veces con Macedonio y comprendí
que ese hombre gris, en una mediocre pensión del barrio de los Tribunales, descubría
los problemas eternos como si fuese Tales de Mileto o Parménides[ .. ].
Los historiadores de la mística judía hablan de un tipo de maestro, el
Zaddik,
cuya doctrina de la ley es menos importante que el hecho de que él mismo es la ley.
Algo de
Zaddik
hubo en Macedonio. Yo
por aquellos años
lo
imité hasta la
transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio
4
.
La transcripción casi total de lo que dijo Borges en tan singular ocasión queda
sobradamente justificada por la densidad del testimonio que, además de su valor
intrínseco, proporciona la base para el desarrollo de esta ponencia. Las afirmaciones del
autor de
El Aleph
suelen ser tomadas con reparo, pues es bien conocida la habilidad
estilística con que aparenta elogiar lo que en realidad está demoliendo. Pero no es éste el
caso: las palabras de Borges que acabamos de citar exceden su carácter circunstancial y
3
El texto fue reproducido en: Jorge Luis Borges, «Macedonio Fernándew,
Sur,
núm. 209/
210, ~ b r i l - m a y o 1952.
bid.,
el subr. es mío.
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MACEDONIO FERNÁNDEZ, MAESTRO DE BORGES
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se erigen en la confesión de un estado de deuda.
Si en su momento Ramón Gómez de la Serna detectó en Macedonio el estilo de lo
argentino, Borges, «recienvenido» de una prolongada residencia europea, se encuentra
con lo argentino gracias a este porteño universal, gracias a este argentino de las
profundidades, que lo fue en forma raiga y no según los cánones chauvinistas.
Esta modalidad de Macedonio es absorbida y heredada por Borges, tan profunda-
mente hincado en lo argentino, pues solo los ingenuos son incapaces de comprender que
lo
específicamente argentino resulta imposible sin la inserción en la cultura universal que
nutre nuestras raíces y a la cual , a nuestra vez, debemos remitimos en la medida de las
posibilidades de nuestro aporte.
En un medio como el nuestro, en donde todos pretenden ser hijos de sí mismos,
resulta ejemplificador que Borges reconociera el amplio magisterio de Macedonio. No
pocas modalidades estilísticas macedonianas han sido heredadas por Borges, especial-
mente la modulación de su humor. Cuando Macedonio cumple medio siglo de vida
escribe: «¡Lo cierto que nunca he cumplido tantos años en un solo día », aserto que
podría haber sido suscripto por Borges sin que nadie advirtiera la sustitución. O esta otra
expresión de Macedonio, tan borgesiana: «Creo que salvo pocos renglones felices no
aporto novedad
..
». La influencia se percibe nítidamente en las peculiaridades de la
adjetivación: «Los diarios de Morón,
sobresaltados
de noticias»
5
.
Ciertas ocurrencias de
Macedonio podrían ser de Borges: «No compraba antigüedades si no las veía hacer».
En Macedonio y en Borges alienta una inocultable atracción por la paradoja. Pero
mientras en Macedonio la paradoja constituye la piedra angular de su «Humorística», el
humor de Borges asoma prevalentemente en la sutileza de sus ironías. Macedonio fue un
humorista en el sentido profundo de la palabra, y la Humorística macedoniana se
convirtió en herramienta para aprehender y comprender la realidad. Tal vez no esté de
más acotar que de ningún modo pretendemos identificar escrituras tan disímiles y menos
señalar epigonismos falaces.
Es bueno no olvidar que el estilo de un escritor no depende solamente de sus
preferencias formales sino de los temas que dan sentido a su escritura.
El vínculo establecido por Macedonio con los martinfierristas, especialmente con
Borges, son simultáneamente de orden formal y espiritual. Si enfatizamos coincidencias
no es para complacemos en la mostración de sumisiones, sino para hacer más evidente
que sin la continuidad literaria no existe la literatura. Dentro de esa línea de parentesco
espiritual subrayaremos lo que Borges llama
la irreverencia de Macedonio,
que no sólo
amplió sino que la llevó a niveles casi insuperables. Y en cuanto a la burla contra viejas
cosas ilustres
para no correr el riesgo de
desdeñar o ignorar la divinidad inmediata,
coincide con la exaltación del presente, que es una de las constantes del pensamiento de
Macedonio. Así, el texto que titula «Cirugía psíquica de extirpación»
6
,
en
el
que relata
la historia del herrero Cósimo Schmitz,
El
subrayado es
mío.
Macedonio Femández, Papeles de recienvenido, Buenos
Aires:
CEAL
1966
p. 204.
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JOSÉ ISAACSON
aquel en quien en célebre sesión quirúrgica, ante inmenso público le fue extirpado
el sentido de futuridad, dejándosele prudencialmente, es cierto (como se hace ahora
con la extirpación de las amígdalas luego de reiteradamente observada la nocividad
de la extirpación total), un resto de perceptividad del futuro para una anticipación de
ocho minutos [ ..].
En esta página de notorio aire kafkiano seguimos leyendo: «Sacuden fuertemente la
puerta y la abren con ruido de llaves y aparécensele tres carceleros o guardias y se
apoderan violentamente de él [ .. ]». En una nota de pie de página que vale la pena
recordar Macedonio sentencia: «Lo que hacen los cuentos son las
y».
Prosigue el relato de las desventuras de Cósimo diciendo que
el
cirujano «no había
logrado producir el olvido, pero sí reducir el futuro a un casi presente. Y Cósimo andaba
por el mundo sin sentido de la esperanza pero también sin sentido del temor».
El solipsismo de Borges, su adicción al eterno retomo, su sentido circular de la
historia y en definitiva, su actitud ahistórica coinciden con esta exaltación del presente
practicada por el doctor Desfuturante, seudónimo según Macedonio «del bien conocido
médico Extirpio Temporalis»
En «Hasta los codos>/, taxativamente afirma: «No soy humanista sensiblero ni
progresista (lo que autoriza a dolerse de todo), soy solitario y presentista, creo que el
Presente y lo Nuestro son lo primero venerable [
..
]».
En Borges, sobre todo el de las declaraciones periodísticas con que tanto se lo ha
abrumado en sus últimas décadas, encontramos enunciados «antiprogresistas» que , en
más de una ocasión, parecen paráfrasis de ciertas formulaciones macedonianas. Así, en
«El bobo inteligente», leemos: «Medite el lector que un retroceso de 4 a 6.000 años es
la única salvación de la presente humanidad». Sobre el mismo tema, en Una novela que
comienza
8
, nos dice: «El hombre
..
con sus juguetes de la ciencia, del arte, del progreso
(la más estúpida de sus ideas), de la reforma social [
..
]». Cuántas veces hemos leído
similares declaraciones de Borges, quien igualmente ha atacado al periodismo, aunque
nunca con la dureza utilizada por Macedonio: «Para los diarios el aviso es Literatura
Suprema»
9
•
Aproximación a las ideas sociales y políticas
En el caso de Borges, las ideas sociales y políticas asoman raramente. Mejor dicho,
coyunturalmente. Como ejemplo, todos conocen su actitud frente al
Martín Fierro.
El
libro de Hemández adquiere su verdadera dimensión si el lector, incluso un lector tan
genial como Borges, está dispuesto a efectuar una lectura social del texto. Siguiendo con
el tema, sólo gracias a su incomparable ironía puede olvidar que está ante un texto
literario y dictaminar que «los versos de Ascasubi son más valerosos que los versos de
Hemándew. Con su habitual agudeza Borges sustituye el adjetivo <valiosm por
~ b i d . , cf.
p.
302.
Macedonio Femández, na
novela que comienza, incluida en un mismo volumen con
Pape{p
de Recienvenido, Buenos Aires: CEAL, 1966, cf. p. 184.
bid., cf. p. 179.
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<valeroso>. Como sobresaliente catador de textos literarios no podía dejar de advertir el
valor intrínseco de las obras que califica: su habilidad verbal no aquilataba el valor de los
poetas sino al unitario Ascasubi y al federal Hemández. Asimismo sería injusto no
señalar la valentía civil del hombre Borges cuando, en una época en la que muchos, fuera
por creencia o por oportunismo, declaraban su adhesión a los delirios de Herr Schikelgru-
ber, escribió
el
prólogo a
Mester de judería
de Carlos M. Grunberg declarándose
descendiente, por los Acevedo, de judíos portugueses. Actitud coherente con sus textos
l Aleph, Vindicación de la Cábala
y
l Golem,
entre otros.
En el caso de Macedonio Femández, los problemas sociopolíticos fueron parte
fundamental de su obra. Por eso Adolfo de Obieta
10
sostiene:
Las siluetas o semblanzas por Gómez de la Serna, Borges, Scalabrini Ortiz,
Bemárdez, Canal Feijóo .. ayudan a ver a Macedonio durante años como se lo veía
desde el observatorio literario o exterior.
Yo preferiría hablar menos de literatura y más de vida, de ser, de ideas[
.. ].
Fue un ser humano al que le costó vivir. Quiso comprender la vida desde dentro
y desde fuera, la observó infinitamente.
La vida como dimensión biopsicosociológi-
ca,
pero sobre todo como dimensión metafisica, sinonimia del Ser.
Si el diálogo es un discurso que ha eliminado el modo imperativo, esta cláusula
coincide en su espíritu, ya que no en su letra, con la actitud antiestatista que es el
denominador común de los textos de Macedonio: «El grado de
civilización-afirma-
de ennoblecimiento de la humana convivencia se muestra en su mínimum de Coerción,
es decir, de Estado [ .. ]»
.
Macedonio Femández ve con claridad el metódico deterioro experimentado por el
individuo debido al creciente «proceso de inflación de las facultades del Estado, mejor
dicho de anomia, decapitación del individu0>P.
Ninguna lectura, y menos una lectura de Macedonio Femández, puede ser maniquea.
Leer a Macedonio significa reescribirlo. La riqueza de su escritura permitirá-y eso
dependerá de su lector--distintas interpretaciones. Por esta razón resulta imposible
pretender situarlo en el espectro político según las envejecidas designaciones «derecha»,
«centro», «izquierda». Lo que sí podemos decir es que Macedonio Femández siempre
apunta hacia «arriba» con la no-coerción como horizonte.
No puede pensarse que las personalidades de Macedonio y de Borges fuesen
rectilíneas.
Hemos transcripto más arriba parte de la oración fúnebre pronunciada por Borges
al despedir a Macedonio. En esa oportunidad sostuvo además: «Macedonio perdurará en
JO Adolfo de Obieta, Macedonio. Memorias errantes, Buenos Aires: Corregidor, 1999, pp.
306 y
1
?09. El subr. es mío.
Macedonio Femández, «Teoría del Estado», Teorías, en Macedonio Femández, Obras
completas, Tomo III, Ordenación y notas de Adolfo de Obieta, Buenos Aires: Corregidor,
1974
p.
1592
bid., p.
132.
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su obra y como centro de una cariñosa mitología. Una de las felicidades de mi vida es
haber sido amigo de Macedonio, es haberlo visto vivir».
Es dificil comprender que nueve años después, en un libro publicado por Ediciones
Culturales Argentinas, haya proclamado: «Macedonio no nació para la escritura». Las
opiniones de Borges suelen ser fluctuantes, lo cierto es que Macedonio fue el maestro del
maestro más notable que tuvimos los escritores argentinos contemporáneos.
Resultan sugestivas las palabras que años después escribe Macedonio a Gómez de
la Serna y que Luis Alberto Sánchez recoge en el prólogo a la edición chilena de na
novela que comienza. Refiriéndose a los jóvenes martinfierristas sostiene: «Me
desvalijaron por aquel entonces con tanta prolijidad e inmenso provecho de mi estética
pasatista, que hasta la fecha no he podido recuperar mi ignorancia». A la luz de esta
declaración, podemos reiterar nuestro aserto: más allá de los valores literarios y estéticos
las personalidades de Borges y de Macedonio no eran precisamente rectilíneas. Creemos
que tampoco lo pretendían.
Resumiendo
lo
expuesto, digamos que el magisterio de Macedonio, explícitamente
aceptado por Borges, más allá de lo formal se manifiesta en ciertos temas y actitudes,
pero, y esto es lo que más nos importa, se acentúa en una identificación espiritual que los
reúne en un contexto cultural de perfiles netamente argentinos resultante de un clima tan
dificil de definir como fácil de percibir. Mostrar, y esto lo sabía Macedonio, puede ser la
mejor forma de demostrar. De allí que no hayamos ahorrado las citas cuando las
juzgamos imprescindibles para llegar a inferencias distanciadas de las meras divagacio-
nes.
En el
<<jardín
de los senderos que se bifurcan» Borges y Macedonio recorrieron sus
propios caminos. Pero a pesar de ser aparentemente tan diversos convergen en que
ambos, cada cual a su modo, enarbolaron la bandera libertaria. La misma que sostenía
Macedonio cuando el joven Borges descubrió en él una Argentina secreta que iluminaba
la realidad como el fuego de Prometeo.