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Manuel Antonio Bonilla Rebellón

Manuel Antonio Bonilla Rebellón

Por: Hernando Bonilla Mesa

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Por honrosa invitación de la Universidad de Ibagué me corresponde el honor de elaborar un bosquejo biográfico de Manuel Antonio Bonilla Rebellón, na-cido en La Victoria el 21 de junio de 1872, fruto del matrimonio de Néstor Bonilla Rebellón y Dolores Rebellón Rebellón, quienes pronto se trasladan a Cartago donde el joven Bonilla comienza sus estudios que culmina en el Colegio Académico, institución fundada en la segunda administración del general Francisco de Paula Santander.

Finalizada la escolaridad, Bonilla se dedica a los estudios e investigacio-nes de índole gramatical, literaria y poética; en compañía de algunos carta-güeños de intelecto inquieto funda el Centro Literario Rufino J. Cuervo, ente académico donde hace las primeras incursiones, autodidactas, en el dominio de las letras. En los primeros meses de 1899, además de contraer matrimo-nio con Sara María Ramírez, acude al llamado de la Guerra de los Mil Días, en la que funge como secretario del doctor y general José Antonio Pinto, el célebre caudillo conservador del antiguo Cauca.

Terminada dicha contienda civil, asume las labores docentes en el men-cionado Colegio Académico, del que pocos años después se retira debido a desacuerdos que, sobre los obsoletos y confesionales métodos educativos, tuvo con los Hermanos Cristianos. Bonilla, entonces, busca nuevos horizon-tes. Antes de abandonar Cartago, vende sus bienes y se dirige a las dos ciu-dades que, alternativamente, serían los epicentros de su posterior actividad intelectual: Ibagué y Bogotá.

Manuel Antonio Bonilla fallece en Bogotá el 7 de abril de 1949, después de una meritoria vida dedicada a la política, la poesía, la filología, la gramá-tica, la crítica literaria, el periodismo y la enseñanza.

Pero ¿qué hizo el maestro Bonilla en el transcurso de su parábola vital para que hoy merezca la grata memoria, no solo de los ibaguereños, sino la de los colombianos? Debido a los nexos familiares que me unen al home-najeado, como también para no incurrir en la hipérbole y el ditirambo, en este escrito, hablarán más que el autor de esta torpe prosa, como lo notarán

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los lectores, las personas que con mucho criterio aquilataron su legado cul-tural: Miguel de Unamuno, Porfirio Barba Jacob, Antonio Gómez Restrepo, Baldomero Sanín Cano, Daniel Arango Jaramillo, Mario Carvajal Borrero, los padres Rafael Gómez Hoyos y José J. Ortega Torres; Luis López de Mesa, Hernando Márquez Arbeláez y otros no menos destacados, tendrán la pala-bra en esta reseña biográfica.

Igualmente, los lectores de este texto advertirán que nos referiremos más a su obra que a su vida; pero es que con Bonilla sucede lo mismo que con las personas que fueron objeto de su devoto estudio (Bello, Cuervo, Caro y Suárez): Sus vidas se encarnan en sus obras. Entonces, vamos por partes.

El políticoEn el campo político, que no podemos divorciarlo del periodístico, en los que militó convicta y confesamente, sin sectarismo ni odio, en el Conserva-

Manuel Antonio Bonilla en Cartago (1894). Archivo fotográfico de Hernando Bonilla Mesa.

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tismo, Bonilla inició su carrera a la sombra del general José Antonio Pinto, el legendario caudillo vallecaucano, ya aludido.

Llegó a Ibagué en 1907 como Inspector Escolar del Tolima, en re-emplazo de José Eustacio Rivera. En los primeros años del segundo de-cenio del siglo pasado funda el periódico El Orden, con la colaboración de ilustres personalidades del mencionado partido, como los generales Maximiliano Neira Diago, Luis V. González, Antonio Pineda V., el doctor Edmundo Vargas Ruiz y otros; publicación que canalizaría las inquietu-des políticas del conservatismo tolimense, defendiendo el Republicanis-mo, primero, y luego el ideario conservador propiamente dicho, a partir de 1918.

En 1920, al dejar la Rectoría del Colegio San Simón, de la que hablare-mos más adelante, se traslada a Bogotá y reanuda su actividad político–pe-riodística, llamado por Ismael Enrique Arciniegas, para desempeñarse como editorialista y director de la página literaria de El Nuevo Tiempo. En este medio informativo asume inmediatamente la defensa valerosa, casi solitaria, del presidente Suárez, uno de sus maestros. Este, al respecto, en uno de Los sueños de Luciano Pulgar (El sueño de los gatos) anotó gratamente: “Manuel Antonio Bonilla, escritor eminente y amigo insuperable, cuya deuda he de-bido pagar hace mucho tiempo, habiendo sido el señor Bonilla el primer amigo que metió el hombro a mi cruz, cuando empecé a defenderme…”. Suárez se refería a los violentos ataques de los que fue objeto por parte de Laureano Gómez, los que ocasionaron su renuncia a la Presidencia en 1921. Igualmente, en dicho periódico realiza las campañas presidenciales y la de-fensa de las administraciones de Pedro Nel Ospina y Miguel Abadía Méndez, su amigo personal.

En 1928 regresa a Ibagué, llamado por el doctor Félix María Reina para ocupar la Secretaría de Educación, cargo que desempeñó hasta el fin de la hegemonía conservadora. Durante su gestión se revive, luego de un prolon-gado letargo, el Centro de Historia del Tolima, germen de la actual Academia de Historia del Tolima.

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Homenaje a Laureano Gómez en El Círculo de Ibagué. Manuel Antonio Bonilla con Laureano Gómez, acompañados por el notablato conservador (1928). Archivo fotográfico de Hernando Bonilla Mesa.

Durante esta estadía en Ibagué, Bonilla se vincula nuevamente al Cole-gio de San Simón de sus afectos como profesor de Castellano.

Además, Bonilla fue representante a la Cámara por el departamento del Valle del Cauca, diputado en la Asamblea del Tolima en varias legislaturas, magistrado de la Corte de Cuentas, jefe de Impuestos y superintendente de Obras Públicas.

Asimismo, fue colaborador de periódicos como El Norte del Valle con Miguel Abadía Méndez, en Cartago; El Derecho, de Ibagué; La Nación, El Debate y Gil Blas de Bogotá.

El gramático y filólogo¿Qué podemos decir de las ejecutorias del maestro Bonilla en el área de la gramática, la filología y la preceptiva literaria? En los albores de la déca-da de 1930, viviendo nuevamente en Bogotá, desilusionado de la política, y

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después de haber asimilado y sedimentado las doctrinas de Bello, Cuervo, Caro y Suárez, sus verdaderos maestros, Bonilla acomete la escritura de sus renombrados textos (libros y artículos sueltos) sobre estos temas.

Fue la época de Orientaciones literarias (1936), obra que sería objeto de tres ediciones. El Congreso de la República, mediante la Ley 74 de 1937, decretó la compra de dos mil ejemplares de este libro “con destino a las bi-bliotecas oficiales y a los Colegios de segunda enseñanza”. Antonio Gómez Restrepo, el destacado poeta, académico y erudito historiador de la literatura colombiana, al comentarle al autor sus impresiones sobre esta obra, expre-saba: “He estado recorriendo las páginas de su libro, y por donde quiera he encontrado la huella del docto profesor, que es también un eminente cul-tivador del arte. Habla usted de lo que conoce por propia experiencia, de ahí el calor comunicativo de sus doctas enseñanzas. El libro de usted es de lo más completo que conozco en la materia; y estoy seguro de que el joven que lo estudie a conciencia y haga propias sus lecciones, saldrá perfectamen-te armado para entrar en la vida literaria y en las luchas que ella ocasiona. Puede usted estar satisfecho de su obra, fruto de largos años de meditación y experiencia didáctica… No dudo que estas ‘orientaciones’ tan llenas de sabia doctrina tendrán entre nosotros el feliz éxito que merecen…”.

En 1939, y también con un criterio eminentemente pedagógico, Bonilla publica Apuntaciones sobre el leguaje, el cual es prácticamente un homenaje, como lo sugiere su título, a Rufino J. Cuervo; texto presurosamente agotado, que ameritó una segunda edición en 1948, a cargo del Gobierno departa-mental de entonces, presidido por el coronel Hernando Herrera Galindo, con la eficaz y criteriosa colaboración del director de Educación Pública, el médico Abel Jiménez Gómez. Sobre este texto, el propio Bonilla advirtió: “Esta obra es la recopilación de algunas apuntaciones sobre nuestro lenguaje publicadas por su autor en varios diarios de esta ciudad, desde hace unos tres años: son el fruto de largos estudios de la materia, y están respaldados con la autoridad de nuestros grandes maestros Bello, Cuervo, Caro y Suárez, y en algunos puntos con la Academia Española de la Lengua… Será una especie de prontuario donde puedan buscar el profesor, el maestro, el estudiante y el

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estudioso la puntualización y explicación de muchos casos interesantes que atañen a nuestra lengua y que, en buena parte, no han sido tenidos en cuenta por los gramáticos…”.

Orientaciones literarias y Apuntaciones sobre el lenguaje, son las obras que proyectaron su valor allende a las fronteras patrias, y que le hicieron merecedor del noble título de “Maestro”, el que según su amigo y admira-dor, Juan Lozano y Lozano, las sociedades solo dispensan “a quienes se le-vantan notoriamente sobre el común y la mediocridad del entorno cultural e intelectual”.

Como suele suceder con frecuencia en nuestro país, fue en el extranje-ro, particularmente en España, donde las obras de Bonilla hallaron notable resonancia y, por consiguiente, de allí le llegaron los primeros honores y re-conocimientos. En 1934, contando con el enaltecedor padrinazgo de don Manuel Machado, Eugenio D`Ors y Vicente García de Diego, fue acogido como miembro correspondiente de la Real Academia Española.

Luego, en 1940, a raíz de la muerte del académico Martín Restrepo Mejía, la Academia Colombiana de la Lengua lo recibe en calidad de miem-bro de número, presentado por Antonio Gómez Restrepo y José Joaquín Casas. Además, le correspondió el honor de ocupar la silla que otrora fuera de Rufino J. Cuervo. Daniel Arango Jaramillo, el connotado humanista, en la Revista de las Indias (marzo de 1941) comentó la llegada de Bonilla al mentado ente académico en los siguientes términos: “El ingreso del doctor Manuel Antonio Bonilla a la Academia Colombiana de la Lengua cons-tituye, además de un vasto suceso cultural, el reconocimiento justísimo de una labor intelectual perdurable. Continuador de la obra de Cuervo y Caro, el maestro Bonilla sintetiza el tipo cabal del humanista, del filólogo, del investigador cuidadoso… El doctor Bonilla ha gastado parte de su vida en la enseñanza. Sus libros no son otra cosa que la recopilación de sus lec-ciones cotidianas durante años. Fecundo escritor, su obra anda dispersa en revistas y otras publicaciones. Pero el maestro ha entregado ya al tesoro de la historia literaria dos libros fundamentales que señalan la más generosa contribución de esta época: Orientaciones literarias y Apuntaciones sobre el

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lenguaje… Al recibir como miembro de número al doctor Manuel Antonio Bonilla, la Academia Colombiana de la Lengua se enriquece con el más completo humanista y con uno de los más meritorios varones del espíritu colombiano”.

En 1944 publica La palabra triunfante, obra que con las dos anteriores conforma una trilogía perfecta de textos, en los que se conjugan de mane-ra genial y didáctica la gramática y la preceptiva literaria, que le propor-cionan al futuro escritor las armas para triunfar en el campo de las letras. Sobre este libro hay poco que decir después de lo expresado por Baldo-mero Sanín Cano, el gran señor de la crítica literaria, en la Revista de las Indias (agosto de 1944), en un extenso escrito: “El señor Manuel Antonio Bonilla, académico de la lengua, profesor en sus tiempos de idiomas y de otras espinosas materias, pulcro y ameno escritor, cuyo saber está diaria-mente a la vista de quienes apacientan su curiosidad en el diario matinal, ha escrito un libro lleno de excelentes noticias sobre el estilo en general y muy especialmente sobre las bellezas de la lengua castellana. La obra es además una especie de antología, de lo cual resulta su incomparable ame-nidad, en nada inferior a sus cualidades como obra de útil y provechosa lectura. A los preceptos o sabias disquisiciones sobre el arte de escribir, el señor Bonilla agrega el ejemplo con trozos escogidos en prosa y verso de escritores castellanos, españoles unos y americanos otros. Salvo el caso del presente escritor, las elecciones merecen perdurar y muchas de ellas se distinguen por el buen gusto que precedió a su escogencia y especialmente por lo atinado de cada una en su calidad de ejemplo… De otro punto de vista es también digna de alabanza la obra del señor Bonilla. Quiero poner de relieve mi admiración ante la generosidad y amplitud características del juicio y el gusto que han precedido a la composición de la obra. El autor ha recorrido todos los grados de lo bueno y de lo excelente sin llegar a los campos de la medianía”.

En 1947, la Academia Venezolana de la Lengua convoca a un concurso conmemorativo del centenario de la publicación de la Gramática de la len-gua castellana de Andrés Bello. Bonilla, ya en el ocaso de su vida y a pesar

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de haber sufrido un accidente cerebro–vascular, participa y sale triunfante con su Ensayo sobre la gramática de la lengua castellana de Andrés Bello, pu-blicado en 1948 por el Gobierno venezolano. El padre José Joaquín Ortega, salesiano y miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua, se permitió señalar: “No vacilo en afirmar que estas páginas, con las Notas de Cuervo y Los estudios gramaticales de Suárez, constituyen el comentario más profundo y sagaz que sobre aquel tema se ha escrito”.

El maestro Bonilla en el ocaso de su vida (1947). Archivo fotográfico de Hernando Bonilla Mesa

En 1948 aparece el libro Caro y su obra, dedicado al doctor Eduardo Santos Montejo, en el que profundiza en cada una de las descollantes facetas intelectuales del autor del Tratado del participio. Permitamos que Bonilla presente su escrito: “Ni estruendos marciales, ni relucir de aceros, ni piafar

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de corceles, ni combates cruentos e insanos hallaréis en este hombre hecho sólo para el pensamiento y para el sentimiento, para el vivir silencioso pero activo, para la fe, para la poesía, para el amor, para la patria. Como Buffon, pudo decir: ‘he pasado cincuenta años en mi bufete’; y así como él tenía la vista corta, que contrastaba con su potencia visual interior, lo mismo el señor Caro, de quien puede repetirse lo que Montesquieu afirmó de Tácito: ‘lo compendia todo porque lo ve todo’. Por eso ahondó tanto espiritualmen-te, por eso dominó con suprema eficacia los horizontes del pensamiento, dando a la patria el caso admirable y raro de reunir en sí magistralmente las dotes del poeta, del traductor, del académico, del filólogo y del gramá-tico, del periodista y del polemista, del crítico, del filósofo, del moralista y del teólogo, del historiógrafo, del político, del legislador y del jurista, del orador parlamentario y del hombre de Estado… Debiendo considerar al señor Caro en cada uno de los aspectos ya indicados, enderezaremos a ese fin nuestro empeño; y si en obra de tanto momento podemos siquiera fijar los contornos que, aunque de manera imperfecta, sirvan para determinar la unidad de la vida de aquel hombre superior, que eso sea la recompensa del esfuerzo que a este ensayo consagramos: es arduo pero honroso; inten-témoslo al menos y que el espíritu de la patria, que inflamó y marcó para siempre con sello de gloria el alma de don Miguel Antonio Caro, sea un momento con nosotros”.

Ese mismo año vería la aparición de La lengua patria, que como se ano-tó, constituía una nueva edición de Apuntaciones críticas sobre el lenguaje, pero con considerables adiciones.

La editorial Jackson de Buenos Aires le encargó la elaboración de un nuevo texto gramatical: El castellano sintético, que fue publicado póstuma-mente (1952), circunstancia que dilató en el continente el prestigio intelec-tual de Bonilla.

En este aspecto de la obra de Bonilla solo me resta agregar que ante la gentil invitación del doctor Eduardo Santos, escribió, hasta su deceso “Las Notas del Lenguaje”, en el diario El Tiempo, columna que tanto evocara el padre Rafael Gómez Hoyos.

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El poetaLa vida poética de Manuel Antonio Bonilla nace en 1905 cuando fue galar-donado con La Flor de Lis de Plata en Los Juegos Florales de Cali, por su composición En la Rivera.

Ya instalado en Ibagué, Bonilla obtuvo el primer premio en el concurso organizado por La Junta del Centenario, en 1910, con su poema Oda a Es-paña, que tuvo eco internacional, ya que de manera amplia y laudatoria fue comentado por personajes de la talla de Miguel de Unamuno y José Enrique Rodó. Aquel, a quien dedicó el poema, le agradeció epistolarmente así: “Mil gracias, señor, por la dedicación de su noble oda, en la que predica con el ejemplo, pues al dirigirla a España se la dirige en un robusto y castizo len-guaje español y en el alma española. Cierto es que ésta, en lo que tiene de más universal y más eterno, en su parte más tenaz y más humana, parece haberse refugiado en esa bendita Colombia, que cada vez me resulta más el depositario de la raza… No sabe usted bien cuánto le agradezco el que haya unido mi nombre al de mi patria y el que al ocurrírsele un canto haya sido un canto a España…”.

Parte apreciable de la obra lírica de Bonilla, en la que hay que incluir las traducciones de poetas franceses, quedó dispersa en publicaciones de su época: El Gráfico, Cromos, Santafé y Bogotá, El Nuevo Tiempo Literario y otros. Dentro de su poemario cabe destacar La balada del céfiro, el soneto Ibagué, Nocturno épico y el conjunto de sonetos Por los cielos del arte, entre otras poesías.

Sobre su estilo poético, Mario Carvajal Borrero, el insigne vate valle-caucano, comentó en su libro La emoción del paisaje en los poetas del Valle del Cauca, lo siguiente: “Manuel Antonio Bonilla representa la tendencia clásica en el grupo de poetas del Valle del Cauca. Es clásico en el verdadero, en el noble sentido de esta denominación tan traída y llevada. Manifiesta a las claras que su lectura más constante ha sido la de los autores españoles del Siglo de Oro. Más porque vierta en idénticos moldes, con desdén de los posteriores, su emoción de hombre moderno, vaya a creerse que su espíritu,

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solicitado por inquietudes que entonces hubieran sido incomprendidas, no responde a su sensibilidad, evolucionada a través de los tiempos y las razas. Al contrario, en la producción de Bonilla se encuentran mezcladas formas tradicionales con formas de reciente aclimatación. Y así vemos que canta en liras al río de su villa natal, y canta a la villa misma en un soneto de corte francés; que escribe en elogio de la madre España una vibrante oda endeca-sílaba y anuncia el porvenir de América en sonoros pareados alejandrinos. Pero aun en las formas de estirpe gala surge el espíritu clásico, legítimamente castizo del poeta”. El connotado crítico literario Javier Arango Ferrer se ad-hiere a estas apreciaciones de Carvajal.

Por su parte, Daniel Arango Jaramillo señala: “La obra poética de Bo-nilla, no recopilada aún, acentúa la tradición lírica de los grandes clásicos colombianos. Allí el lejano recuerdo de la tierra caucana, alzada entre sus brazos de las palmeras; la oculta fisonomía de las ciudades patrias; el fino hilo de meditación; la encendida loa de España. Su poesía logra la armoniosa perfección, el equilibrio entre el fondo y la forma que caracteriza a los más altos poetas. Como quería Chenier, el maestro ha logrado verter en los más puros recipientes formales ese caudal de reflejos, imágenes y sugerencias, que constituye la conquista del modernismo…”.

Quizá, por todo lo anterior, Rogelio Echavarría honró la inspiración poética de Bonilla al incluirlo en su reciente antología de poetas colom-bianos.

*Como crítico literario, labor que no podemos separar de la de publi-

cista, el maestro Bonilla se inició en Ibagué, en 1907, cuando en asocio de ilustres letrados de esta villa fundó la Revista Tropical, la que podríamos considerar como el primer intento serio y sistemático de difusión cultural en Ibagué. En esta publicación, y esto vale la pena destacarlo, se conocieron por primera vez poemas de Porfirio Barba Jacob (en esa época su seudónimo era Ricardo Arenales) y de nuestro poeta Martín Pomala. Barba Jacob, ya instalado en Monterrey como director de la célebre Revista Contemporánea, le escribía a Bonilla, en noviembre de 1908: “En Barranquilla recibí su última

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carta, la que no me fue posible contestar por las adversidades que me sobre-vinieron después. No he visto más su revista ni encuentro en la prensa de ese país nada que nos indique si vive o murió. ¿Querría sacarme de la duda?... Después de darle mi abrazo de compatriota, pongo a su disposición las pá-ginas de la Contemporánea, llamada a ser la más bella revista de México. Espero que tendrá usted la bondad de enviarme sus versos inéditos que les daré lugar preferente…”. El último número de Tropical salió en 1911.

Entrega número 4 de la Revista Tropical, julio de 1907. Archivo fotográfico de Hernando Bonilla Mesa

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Un año después, avecindado en Bogotá, como se anotó, ejercita su plu-ma, paralelamente a sus actividades políticas, como crítico literario en El Nuevo Tiempo, El Tiempo, El Espectador, Cromos, El Gráfico, El Siglo y Gil Blas. Autores como Quevedo, Mario Carvajal, Antonio Gómez Restrepo, Diego Fallon, José E. Rivera, Miguel Antonio Caro, Rufino J. Cuervo, Carlos Arturo Torres y Marco Fidel Suárez, entre muchos, fueron objeto de su cer-tero y autorizado análisis crítico.

En 1934 regresa a Ibagué llamado por el maestro Alberto Castilla Bue-naventura, su contradictor político de antaño, para que se haga cargo de la Dirección de la Revista Arte, el órgano de difusión cultural del Conser-vatorio de Música del Tolima. En esta publicación, y con la decisiva cola-boración de Castilla, Bonilla realizó la más ambiciosa tarea cultural em-prendida en el Tolima en todos los tiempos, que ubicó a Ibagué en un sitio privilegiado de la geografía de la cultura de entonces. Luis López de Mesa no vaciló en afirmar en el diario El Tiempo: “Y aún en ciudades de más dis-creto renombre como Ibagué, tenemos una labor editorial que es oportuno aplaudir calurosamente: allí Manuel Antonio Bonilla nos ofrece una revis-ta de divulgación literaria que es un deleite por el sabio escogimiento del material que reproduce y por las frecuentes contribuciones originales que de su propia pluma y de otras ya ilustres presenta. Este educador sabe muy bien su gramática, escribe muy nobles poesías y entiende de crítica: es un mentor clásico y un buen campeón de nuestras letras, aunque esté metido en un recodo del paisaje nacional y sujeto a graves limitaciones materiales, pues así su mérito alcanza más notoria cumbre…”. En Arte se dieron cita destacados poetas y prosistas del ámbito hispanoamericano de entonces. Esta revista tuvo dos épocas: La primera, de 1934 a 1937; y la segunda, de 1945 a 1946. En este último año Bonilla tuvo que retirarse debido a incon-venientes de salud ya aludidos.

No sobra agregar que durante parte de este período (1934–1938) Boni-lla retorna a la docencia en San Simón, para desempeñarse nuevamente en la mencionada cátedra de Castellano.

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Entregas 41 y 42 de la Revista Arte, 1937. Archivo fotográfico de Hernando Bonilla Mesa

El educadorDe manera deliberada dejé como última parte de este escrito un breve esqui-cio sobre la faceta del maestro Bonilla como educador, labor que inició en el Colegio Académico de Cartago, como se registró, donde tuvo como com-pañero al inolvidable Ignacio Durán Gutiérrez. Por inconvenientes, igual-mente comentados, abandona Cartago y se dirige al Tolima como Inspector Escolar, y en 1904 se le nombra rector del Colegio Santo Tomás del Guamo (hoy desaparecido). En 1908, el abogado y general Luis V. González, como

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rector de San Simón, lo llama para que asuma la Vicerrectoría del histórico claustro. Pero es en el siguiente año cuando Bonilla es elegido rector de di-cho colegio santanderino.

Manuel Antonio Bonilla R., rector de San Simón, con su familia: Su esposa Sara María Ramírez de Bonilla y sus hijos Luis Ernesto, Camilo, Manuel Antonio, Jorge, Sara María, Leonor y Emelia Bonilla Ramírez (1918).

Archivo fotográfico de Hernando Bonilla Mesa

Hernando Márquez Arbeláez, el precoz pero criterioso historiador, jus-tiprecia el desempeño de Bonilla en la Rectoría de San Simón en su libro San Bonifacio de Ibagué (1936), en la siguiente tónica: “Manuel Antonio Bonilla, académico y escritor, marca con su presencia al frente de la Rectoría una nueva época, que designaremos con el nombre de época de oro del Colegio. Nueve años estuvo este distinguido y eminente letrado desempeñando tan difícil misión y fueron nueve años de progreso para San Simón. Durante su permanencia allí, el profesorado mejoró notablemente, los métodos edu-cativos fueron puestos de acuerdo con la capacidad de los educandos y de acuerdo también con la época que vivió el mundo científico en ese entonces.

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El doctor Manuel Antonio Bonilla vinculado a esta tierra por caros afectos, desde la Dirección de Educación Pública del Departamento y desde la cá-tedra de profesor ha servido con decidida voluntad su apostólica vocación educadora”. Como se registró, Bonilla en sus diferentes estancias en Ibagué consideró prioritario vincularse al claustro simoniano.

Como se afirmó, si Bonilla descolló, nacional e internacionalmente, en las disciplinas intelectuales reseñadas, fue en la docencia en la que encontró su vocación y apostolado verdaderos; y si en la gramática, la poesía y la precep-tiva literaria fue considerado un maestro, en la educación lo fue mucho más. El mismo lo pregonó orgullosamente en 1946, cuando en el homenaje que organizó en su honor Joaquín Piñeros Corpas, expresó: “En verdad me ufano de haber sido el maestro de muchas generaciones de cartagüeños, ibaguereños y bogotanos, por eso el único título que he granjeado, el más limpio, el más puro, y el que puede darme el derecho a que se me llame hombre bueno sin jactancia, por quienes saben que la bondad no reside tanto en los que se ape-llidan magnánimos, sino por los que hacen el bien por medio de la educación”.

Fachada sobre la Carrera Tercera del antiguo claustro simoniano de dos pisos: Lado derecho hacia arriba. Archivo fotográfico de Hernando Bonilla Mesa

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Su fructífera semilla docente también la hallaremos en los colegios Jor-ge Isaacs, La Presentación, El Gimnasio Femenino y las Normales (masculi-na y femenina), de Ibagué; y en la Escuela Militar, el Gimnasio Moderno, el Colegio Aragón y la Universidad Javeriana de Bogotá.

EpílogoCon motivo de su muerte, el 7 de abril de 1949, los ibaguereños pidieron que los restos del maestro Bonilla fueran inhumados en esta ciudad. El presiden-te de entonces, el ingeniero Mariano Ospina Pérez, dispuso que un avión de la Fuerza Aérea Colombiana trasladase el cadáver del maestro a Ibagué, el que fue enterrado en el entonces flamante cementerio de San Bonifacio. Sus cenizas reposan hoy en el osario de la iglesia de los Padres Pasionistas en Bogotá.

Años después, cuando se construyó el edificio de la nueva Alcaldía de Ibagué, las autoridades de entonces dispusieron que el recinto del Concejo estuviese ilustrado con frescos de doce personas que hubieran dejado posi-tiva y progresista obra en esta ciudad; uno de estos frescos fue el de Manuel Antonio Bonilla Rebellón, pintado por el maestro Alberto Soto Jiménez.

En 1972, con motivo del centenario del nacimiento del maestro Boni-lla, el Concejo de Ibagué, presidido por el doctor Augusto Trujillo Muñoz, ordenó la ejecución e instalación de una placa en su honor en la casa donde residió en este “solar abierto al mundo”, que él evocó e idealizó en su célebre soneto.

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Tolimenses que dejan huella

Fresco de Manuel Antonio Bonilla R. en el Concejo de Ibagué (1953), elaborado por el maestro Alberto Soto Jiménez

Page 20: Manuel Antonio Bonilla Rebellónrepositorio.unibague.edu.co/jspui/bitstream/20.500...Por honrosa invitación de la Universidad de Ibagué me corresponde el honor de elaborar un bosquejo

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Manuel Antonio Bonilla Rebellón

Guía complementariaLas siguientes son preguntas sugeridas para desarrollar en el aula. Se reco-mienda complementarlas a criterio de docentes y estudiantes.

1. Escriba una reseña de no más de diez líneas para presentar el personaje a alguien que no ha leído el texto; destaque en su escrito los rasgos que a su juicio son más relevantes porque definen mejor al personaje y cons-tituyen un buen ejemplo para los jóvenes.

2. Mientras Manuel Antonio Bonilla se desempeñó como Secretario de Educación le dio impulso al Centro de Historia del Tolima, hoy Aca-demia de Historia del Tolima. Consulte alguna información sobre este centro. ¿A qué se dedica, qué servicios presta y en dónde se ubica? Por qué es importante que haya un centro dedicado a la historia regional?

3. En 1940 se hace miembro de la Academia Colombiana de la Lengua. Consulte sobre las funciones que cumple esta institución. El doctor Bo-nilla fue un destacado estudioso de la lengua castellana. Consulte ¿qué estudian la Filología, la Preceptiva literaria y la Gramática? ¿Por qué estas disciplinas son importantes para la sociedad?

4. ¿Qué significó para el doctor Bonilla su papel como educador? ¿Qué dicen quienes lo conocieron, de su labor en la rectoría del Colegio San Simón? ¿En qué otros colegios desarrolló su labor docente?

5. Como poeta, el doctor Bonilla se destacó en la escritura de muchos ti-pos de textos literarios: odas, sonetos y loas. Consulte sobre cada uno de estos géneros poéticos y busque ejemplos. ¿Por qué cree usted que es importante la poesía? Busque un poema que le guste y describa lo que siente al leerlo.