Manuel González Prada

40
Manuel González Prada (1844 - 1918)

Transcript of Manuel González Prada

Manuel Gonzlez Prada

(1844 - 1918)

Nuestros indios

Escrito: En 1904.Primera edicin: En 1908, en Horas de lucha.Esta edicin: Marxists Internet Archive, 2001.

I

Los ms prominentes socilogos consideran la Sociologa como una ciencia en formacin y claman por el advenimiento de su Newton, de su Lavoisier o de su Lydell; sin embargo, en ningn libro pulula tanta afirmacin dogmtica o arbitraria como en las obras elaboradas por los herederos o epgonos de Comte. Puede llamarse a la Sociologa no slo el arte de dar nombres nuevos a las cosas viejas sino la ciencia de las afirmaciones contradictorias. Si un gran socilogo enuncia una proposicin, estemos seguros que otro socilogo no menos grande aboga por la diametralmente opuesta. Como algunos pedagogos recuerdan a los preceptores de Scribe, as muchos socilogos hacen pensar en los mdicos de Molire: Le Bon y Tarde no andan muy lejos de Diafoirus y Purgn.

Citemos la raza como uno de los puntos en que ms divergen los autores. Mientras unos miran en ella el principal factor de la dinmica social y resumen la historia en una lucha de razas, otros reducen a tan poco el radio de las acciones tnicas que repiten con Durkheim: "No conocemos ningn fenmeno social que se halle colocado bajo la dependencia incontestable de la raza". Novicow, sin embargo de juzgar exagerada la opinin de Durkheim, no vacila en afirmar que "la raza, como la especie, es, hasta cierto punto, una categora subjetiva de nuestro espritu, sin realidad exterior"; y exclama en un generoso arranque de humanidad: "Todas esas pretendidas incapacidades de los amarillos y los negros son quimeras de espritus enfermos. Quien se atreva a decir a una raza: aqu llegars y de aqu no pasars, es un ciego y un insensato".

Cmoda invencin la Etnologa en manos de algunos hombres! Admitida la divisin de la Humanidad en razas superiores y razas inferiores, reconocida la superioridad de los blancos y por consiguiente su derecho a monopolizar el gobierno del Planeta, nada ms natural que la supresin del negro en Africa, del piel roja en Estados Unidos, del tgalo en Filipinas, del indio en el Per. Como en la seleccin o eliminacin de los dbiles e inadaptables se realiza la suprema ley de la vida, los eliminadores o supresores violentos no hacen ms que acelerar la obra lenta y perezosa de la naturaleza: abandonan la marcha de la tortuga por el galope del caballo. Muchos no lo escriben, pero lo dejan leer entre lneas, como Pearson cuando se refiere a "la solidaridad entre los hombres civilizados de la raza europea frente a la Naturaleza y la barbarie humana". Donde se lee "barbarie humana" tradzcase "hombre sin pellejo blanco".

Mas, no slo se decreta ya la supresin de negros y amarillos: en la misma raza blanca se operan clasificaciones de pueblos destinados a engrandecer y vivir y pueblos condenados a degenerar y morir. Desde que Demolins public su libro A quoi tient la supriorit des Anglo-Saxons, ha recrudecido la moda de ensalzar a los anglosajones y deprimir a los latinos. (Aunque algunos latinos pueden llamarse tales, como Atahualpa gallego y Motezuma provenzal.) En Europa y Amrica asistimos a la florescencia de muchas Casandras que viven profetizando el incendio y desaparicin de la nueva Troya. Algunos pesimistas, creyndose los Deucaliones del prximo diluvio y hasta los superhombres de Nietzsche, juzgan la desaparicin de su propia raza como si se tratara de seres prehistricos o de la Luna. No se ha formulado pero se sigue un axioma: crmenes y vicios de ingleses o norteamericanos son cosas inherentes a la especie humana y no denuncian la decadencia de un pueblo; en cambio, crmenes y vicios de franceses o italianos son anomalas y acusan degeneracin de raza. Felizmente Oscar Wilde y el general Mac Donald no nacieron en Pars ni la mesa redonda del Emperador Guillermo tuvo sus sesiones en Roma.

Nos parece intil decir que no tomamos en serio a los dilettanti como Paul Bourget ni a los fumistes como Maurice Barrs, cuando fulminan rayos sobre el cosmopolitismo y lloran la decadencia de la "noble raza francesa", porque la hija de un conde sifiltico y de una marquesa pulmoniaca se deja seducir por un mocetn sano y vigoroso pero sin cuarteles de nobleza. Respecto a Monsieur Gustave Le Bon, le debemos admirar por su vastsimo saber y su gran elevacin moral, aunque representa la exageracin de Spencer, como Max Nordau la de Lombroso y Haeckel la de Darwin. Merece llamarse el Bossuet de la Sociologa, por no decir el Torquemada ni el Herodes. Si no se hiciera digno de consideracin por sus observaciones sobre la luz negra, diramos que es a la Sociologa como el doctor Sangredo es a la Medicina.

Le Bon nos avisa que "de ningn modo toma el trmino de raza en el sentido antropolgico, porque, desde hace mucho tiempo, las razas puras han desaparecido casi, salvo en los pueblos salvajes", para que tengamos un camino seguro por donde marchar decide: "En los pueblos civilizados, no hay ms que razas histricas, es decir, creadas del todo por los acontecimientos de la historia". Segn el dogmatismo leboniano, las naciones hispanoamericanas constituyen ya una de esas razas, pero una raza tan singular que ha pasado vertiginosamente de la niez a la decrepitud, salvando en menos de un siglo la trayectoria recorrida por otros pueblos en tres, cuatro, cinco y hasta seis mil aos. "Las 22 repblicas latinas de Amrica," dice en su Psychologie du Socialisme, "aunque situadas en las comarcas ms ricas del Globo, son incapaces de aprovechar sus inmensos recursos. . . El destino final de esta mitad de Amrica es regresar a la barbarie primitiva, a menos que los Estados Unidos le presten el inmenso servicio de conquistarla. .. Hacer bajar las ms ricas comarcas del Globo al nivel de las repblicas negras de Santo Domingo y Hait: he ah lo que la raza latina ha realizado en menos de un siglo con la mitad de Amrica".

A Le Bon le podran argir que toma la erupcin cutnea de un nio por la gangrena senil de un nonagenario, la hebefrenia de un mozo por la locura homicida de un viejo. Desde cundo las revoluciones anuncian decrepitud y muerte? Ninguna de las naciones hispanoamericanas ofrece hoy la miseria poltica y social que reinaba en la Europa del feudalismo; pero a la poca feudal se la considera como una etapa de la evolucin, en tanto que a la era de las revoluciones hispanoamericanas se la mira como un estado irremediable y definitivo. Tambin le podramos argir colocando a Le Bon el optimista frente a Le Bon el pesimista, como quien dice a San Agustn el obispo contra San Agustn el pagano. "Es posible" afirma Le Bon, "que tras una serie de calamidades profundas, de trastornos casi nunca vistos en la Historia", los pueblos latinos, aleccionados por la experiencia. . . "tienten la ruda empresa de adquirir las cualidades que les falta para de ah adelante lograr buen xito en la vida. . . Los apstoles pueden mucho porque logran transformar la opinin, y la opinin es hoy reina. . . La Historia se halla tan llena de imprevistos, el mundo anda en camino de sufrir modificaciones tan profundas, que es imposible prever hoy el destino de los imperios." Si no cabe prever la suerte de las naciones, cmo anuncia la muerte de las repblicas hispanoamericanas? Lo que pueden realizar en Europa los imperios latinos, no podrn tentarlo en el Nuevo Mundo las naciones de igual origen? O habr dos leyes sociolgicas, una para los "latinos" de Amrica y otra para los "latinos" de Europa? Quizs; pero, felizmente, las afirmaciones de Le Bon se parecen a los clavos las unas sacan a las otras.

Se ve, pues, que si Augusto Comte pens hacer de la Sociologa una ciencia eminentemente positiva, algunos de sus herederos la van convirtiendo en un cmulo de divagaciones sin fundamento cientfico.

II

En La lucha de razas, Luis Gumplowicz dice: "Todo elemento tnico esencial potente busca para hacer servir a sus fines todo elemento dbil que se encuentra en su radio de potencia o que penetre en l". Primero los Conquistadores, en seguida sus descendientes, formaron en los pases de Amrica un elemento tnico bastante poderoso para subyugar y explotar a los indgenas. Aunque se tache de exageradas las afirmaciones de Las Casas, no puede negarse que merced a la avarienta crueldad de los explotadores, en algunos pueblos americanos el elemento dbil se halla prximo a extinguirse. Las hormigas que domestican pulgones para ordearlas, no imitan la imprevisin del "blanco, no destruyen a su animal productivo".

A la frmula de Gumplowicz conviene agregar una ley que influye mucho en nuestro modo de ser: cuando un individuo se eleva sobre el nivel de su clase social, suele convertirse en el peor enemigo de ella. Durante la esclavitud del negro, no hubo caporales ms feroces que los mismos negros; actualmente, no hay quiz opresores tan duros del indgena como los mismos indgenas espaolizados e investidos de alguna autoridad.

El verdadero tirano de la masa, el que se vale de unos indios para esquilmar y oprimir a los otros es el "encastado", comprendindose en esta palabra tanto al cholo de la sierra o mestizo como al mulato y al zambo de la costa. En el Per vemos una superposicin tnica: excluyendo a los europeos y al cortsimo nmero de blancos nacionales o criollos, la poblacin se divide en dos fracciones muy desiguales por la cantidad, los "encastados" o dominadores y los indgenas o dominados. Cien a doscientos mil individuos se han sobrepuesto a tres millones.

Existe una alianza ofensiva y defensiva, un cambio de servicios entre los dominadores de la capital y los de provincia: si el gamonal de la sierra sirve de agente poltico al seorn de Lima, el seorn de Lima defiende al gamonal de la sierra cuando abusa brbaramente del indio. Pocos grupos sociales han cometido tantas iniquidades ni aparecen con rasgos tan negros como los espaoles y encastados en el Per. Las revoluciones, los despilfarros y las bancarrotas parecen nada ante la codicia glacial de los encastados para sacar el jugo a la carne humana. Muy poco les ha importado el dolor y la muerte de sus semejantes, cuando ese dolor y esa muerte les ha rendido unos cuantos soles de ganancia. Ellos diezmaron al indio con los repartimientos y las mitas; ellos importaron al negro para hacerle gemir bajo el ltigo de los caporales; ellos devoraron al chino, dndole un puado de arroz por diez y hasta quince horas de trabajo; ellos extrajeron de sus islas al canaca para dejarle morir de nostalgia en los galpones de las haciendas; ellos pretenden introducir hoy al japons (cuando en el Per se habla de inmigracin, no se trata de procurarse hombres libres que por cuenta propia labren el suelo y al cabo de algunos aos se conviertan en pequeos propietarios: se quieren introducir parias que enajenen su libertad y por el mnimum de jornal proporcionen el mximum de trabajo.) El negro parece que disminuye, el chino va desapareciendo, el canaca no ha dejado huella, el japons no da seales de prestarse a la servidumbre; mas queda el indio, pues trescientos a cuatrocientos aos de crueldades no han logrado exterminarle; el "infame" se encapricha en vivir!

Los Virreyes del Per no cesaron de condenar los atropellos ni ahorraron diligencias para lograr "la conservacin, buen tratamiento y alivio de los indios"; los Reyes de Espaa, cediendo a "la conmiseracin de sus nobles y catlicas almas" concibieron medidas humanitarias o secundaron las iniciadas por los Virreyes. Sobraron los buenos propsitos en las Reales Cdulas. Ignoramos si las Leyes de Indias forman una pirmide tan elevada como el Chimborazo; pero sabemos que el mal continuaba lo mismo, aunque algunas veces hubo castigos ejemplares. Y no poda suceder de otro modo: oficialmente se ordenaba la explotacin del vencido y se peda humanidad y justicia a los ejecutores de la explotacin; se pretenda que humanamente se cometiera iniquidades o equitativamente se consumaran injusticias. Para extirpar los abusos habra sido necesario abolir los repartimientos y las mitas, en dos palabras, cambiar todo el rgimen colonial. Sin las faenas del indio americano, se habran vaciado las arcas del tesoro espaol. Los caudales enviados de las colonias a la Metrpoli no eran ms que sangre y lgrimas; convertidas en oro.

La Repblica sigue las tradiciones del Virreinato. Los presidentes en sus mensajes abogan por la redencin de los oprimidos y se llaman "protectores de la raza indgena"; los congresos elaboran leyes que dejaban atrs a la "Declaracin de los derechos del hombre"; los ministros de Gobierno expiden decretos, pasan notas a los prefectos y nombran delegaciones investigadoras, todo "con el noble propsito de asegurar las garantas de la clase desheredada"; pero mensajes, leyes, decretos, notas y delegaciones se reducen a jeremiadas hipcritas, a palabras sin eco, a expedientes manoseados. Las autoridades que desde Lima imparten rdenes conminatoria a los departamentos, saben que no sern obedecidas; los prefectos que reciben las conminaciones de la Capital saben tambin que ningn mal les resulta de no cumplirlas. Lo que el ao 1648 deca en su "Memoria" el Marqus de Mancera debe repetirse hoy, leyendo "gobernadores y hacendados" en lugar de corregidores y caciques: "Tienen por enemigos estos pobres Indios la codicia de sus Corregidores, de sus Curas y de sus Caciques, todos atentos a enriquecer de su sudor; era menester el celo y autoridad de un Virrey para cada uno; en fe de la distancia se trampea la obediencia, y ni hay fuerza ni perseverancia para proponer por segunda vez la quexa." ("Memorias de los Virreyes del Per, Marqus de Mancera y Conde de Salvatierra", publicadas por Jos Toribio Polo. Lima, 1889). El "trampear la obediencia" vale mucho en boca de un virrey; pero vale ms la declaracin escapada a los defensores de los indgenas de Chucuito (La Raza indgena del Per en los albores del siglo XX, pgina VI, segundo folleto. Lima, 1903).

No faltan indifilos que en sus iniciativas individuales o colectivas proceden como los Gobiernos en su accin oficial. Las agrupaciones formadas para libertar a la raza irredenta no han pasado de contrabandos polticos abrigados con bandera filantrpica. Defendiendo al indio se ha explotado la conmiseracin, como invocando a Tacna y Arica se negocia hoy con el patriotismo. Para que los redentores procedieran de buena fe, se necesitara que de la noche a la maana sufrieran una transformacin moral, que se arrepintieran al medir el horror de sus iniquidades, que formaran el inviolable propsito de obedecer a la justicia, que de tigres se quisieran volver hombres. Cabe en lo posible?

Entre tanto, y por regla general, los "dominadores" se acercan al indio para engaarle, oprimirle o corromperle. Y debemos rememorar que no slo el "encastado" nacional procede con inhumanidad o mala fe: cuando los europeos se hacen rescatadores de lana, mineros o hacendados, se muestran buenos exactores y magnficos torsionarios, rivalizan con los antiguos encomenderos y los actuales hacendados. El animal de pellejo blanco, nazca donde naciere, vive aquejado por el mal del oro: al fin y al cabo cede al instinto de rapacidad.

III

Bajo la Repblica sufre menos el indio que bajo la dominacin espaola? Si no existen corregimientos ni encomiendas, quedan los trabajos forzados y el reclutamiento. Lo que le hacemos sufrir basta para descargar sobre nosotros la execracin de las personas humanas. Le conservamos en la ignorancia y la servidumbre, le envilecemos en el cuartel, le embrutecemos con el alcohol, le lanzamos a destrozarse en las guerras civiles y de tiempo en tiempo organizamos caceras y matanzas como las de Amantani, Ilave y Huanta (Una persona verdica y bien informada nos proporciona los siguientes datos: "Masacre de Amantani.Apenas inaugurada la primera dictadura de Pirola, los indios de Amantani, isla del Titicaca, lincharon a un gamonal que haba cometido la imprudencia de obligarles a hacer ejercicios militares. La respuesta fue el envo de Puno de dos buques armados en guerra, que bombardearon ferozmente la isla, de las 6 de la maana a las 6 de la tarde. La matanza fue horrible, sin que hasta ahora se sepa el nmero de indios que ese da perecieron, sin distincin de edad ni sexo. Slo se ven esqueletos que an blanquean metidos de medio cuerpo en las grietas de los peascos, en actitud de refugiarse."Ilave y Huanta se consumaron en la segunda administracin de Pirola).

No se escribe pero se observa el axioma de que el indio no tiene derechos sino obligaciones. Tratndose de l, la queja personal se toma por insubordinacin, el reclamo colectivo por conato de sublevacin. Los realistas espaoles mataban al indio cuando pretendan sacudir el yugo de los conquistadores, nosotros los republicanos nacionales le exterminamos cuando protesta de las contribuciones onerosas, o se cansa de soportar en silencio las iniquidades de algn strapa.

Nuestra forma de gobierno se reduce a una gran mentira, porque no merece llamarse repblica democrtica un estado en que dos o tres millones de individuos viven fuera de la ley. Si en la costa se divisa un vislumbre de garantas bajo un remedo de repblica, en el interior se palpa la violacin de todo derecho bajo un verdadero rgimen feudal. Ah no rigen Cdigos ni imperan tribunales de justicia, porque hacendados y "gamonales" dirimen toda cuestin arrogndose los papeles de jueces y ejecutores de las sentencias. Las autoridades polticas, lejos de apoyar a dbiles y pobres, ayudan casi siempre a ricos y fuertes. Hay regiones donde jueces de paz y gobernadores pertenecen a la servidumbre de la hacienda. Qu gobernador, qu subprefecto ni qu prefecto osara colocarse frente a frente de un hacendado?

Una hacienda se forma por la acumulacin de pequeos lotes arrebatados a sus legtimos dueos, un patrn ejerce sobre sus peones la autoridad de un barn normando. No slo influye en el nombramiento de gobernadores, alcaldes y jueces de paz, sino que hace matrimonios, designa herederos, reparte las herencias, y para que los hijos satisfagan las deudas del padre, les somete a una servidumbre que suele durar toda la vida. Impone castigos tremendos como la "corma", la flagelacin, el cepo de campaa y la muerte; risibles, como el rapado del cabello y las enemas de agua fra. Quien no respeta vidas ni propiedades realizara un milagro si guardara miramientos a la honra de las mujeres: toda india, soltera o casada, puede servir de blanco a los deseos brutales del "seor". Un rapto, una violacin y un estupro no significan mucho cuando se piense que a las indias se las debe poseer de viva fuerza. Y a pesar de todo, el indio no habla con el patrn sin arrodillarse ni besarle la mano. No se diga que por ignorancia o falta de cultura de los seores territoriales proceden as: los hijos de algunos hacendados van nios a Europa, se educan en Francia o Inglaterra y vuelven al Per con todas las apariencias de gentes civilizadas; mas apenas se confinan en sus haciendas, pierden el barniz europeo y proceden con ms inhumanidad y violencia que sus padres: con el sombrero, el poncho y las "roncadoras", reaparece la fiera. En resumen: las haciendas constituyen reinos en el corazn de la Repblica, los hacendados ejercen el papel de autcratas en medio de la democracia.

IV

Para cohonestar la incuria del Gobierno y la inhumanidad de los expoliadores, algunos pesimistas a lo Le Bon marcan en la frente del indio un estigma infamatorio: le acusan de refractario a la civilizacin.. Cualquiera se imaginara que en todas nuestras poblaciones se levantan esplndidas escuelas, donde. bullen eximios profesores muy bien rentados, y que las aulas permanecen vacas porque los nios, obedeciendo las rdenes de sus padres, no acuden a recibir educacin. Se imaginara tambin que los indgenas no siguen los moralizadores ejemplos de las clases dirigentes o crucifican sin el menor escrpulo a todos los predicadores de ideas levantadas y generosas. El indio recibi lo que le dieron: fanatismo y aguardiente.

Veamos qu se entiende por civilizacin? Sobre la industria y el arte, sobre la erudicin y la ciencia, brilla la moral como punto luminoso en el vrtice de una gran pirmide. No la moral teolgica fundada en una sancin pstuma, sino la moral humana, que no busca sancin ni la buscara lejos de la Tierra. El "summum" de la moralidad, tanto para los individuos como para las sociedades, consiste en haber transformado la lucha de hombre contra hombre en el acuerdo mutuo para la vida. Donde no hay justicia, misericordia ni benevolencia, no hay civilizacin; donde se proclama ley social la struggle for life, reina la barbarie. Qu vale adquirir el saber de un Aristteles cuando se guarda el corazn de un tigre? Qu importa poseer el don artstico de un Miguel Angel cuando se lleva el alma de un cerdo? Ms que pasar por el mundo derramando la luz del arte o de la ciencia, vale ir destilando la miel de la bondad. Sociedades altamente civilizadas mereceran llamarse aqullas donde practicar el bien ha pasado de obligacin a costumbre, donde el acto bondadoso se ha convertido en arranque instintivo. Los dominadores del Per han adquirido ese grado de moralizacin? Tienen derecho de considerar al indio como un ser incapaz de civilizarse?

La organizacin poltica y social del antiguo imperio admira hoy a reformadores y revolucionarios europeos. Verdad, Atahualpa no saba el Padrenuestro ni Calchuima pensaba en el misterio de la Trinidad; pero el culto del Sol era quiz menos absurdo que la Religin catlica, y el gran Sacerdote de Pachacamac no venca tal vez en ferocidad al padre Valverde. Si el sbdito de Huaina-Capac admita la civilizacin, no encontramos motivo para que el indio de la Repblica la rechace, salvo que toda la raza hubiera sufrido irremediable decadencia fisiolgica. Moralmente hablando, el indgena de la Repblica se muestra inferior al indgena hallado por los conquistadores; mas depresin moral a causa de servidumbre poltica no equivale a imposibilidad absoluta para civilizarse por constitucin orgnica. En todo caso, sobre quin gravitara la culpa?

Los hechos desmienten a los pesimistas. Siempre que el indio se instruye en colegios o se educa por el simple roce con personas civilizadas, adquiere el mismo grado de moral y cultura que el descendiente del espaol. A cada momento nos rozamos con amarillos que visten, comen y piensan como los "melifluos caballeros de Lima". Indios vemos en Cmaras, municipios, magistratura, universidades y ateneos, donde se manifiestan ni ms venales ni ms ignorantes que los de otras razas. Imposible deslindar responsabilidades en el "totum revolutis" de la poltica nacional para decir qu mal ocasionaron los mestizos, los mulatos y los blancos. Hay tal promiscuidad de sangres y colores, representa cada individuo tantas mezclas lcitas o ilcitas, que en presencia de muchsimos peruanos quedaramos perplejos para determinar la dosis de negro y amarillo que encierran en sus organismos: nadie merece el calificativo de blanco puro, aunque lleve azules los ojos y rubio el cabello. Slo debemos recordar que el mandatario con mayor amplitud de miras perteneci a la raza indgena, se llamaba Santa Cruz. Lo fueron cien ms, ya valientes hasta el herosmo como Cahuide; ya fieles hasta el martirio como Olaya.

Tiene razn Novicow al afirmar que "las pretendidas incapacidades de los amarillos y los negros son quimeras de espritus enfermos". Efectivamente, no hay accin generosa que no pueda ser realizada por algn negro ni por algn amarillo, como no hay acto infame que no pueda ser cometido por algn blanco. Durante la invasin de China en 1900, los amarillos del Japn dieron lecciones de humanidad a los blancos de Rusia y Alemania. No recordamos si los negros de Africa las dieron alguna vez a los boers del Transvaal o a los ingleses del Cabo: sabemos s que el anglosajn Kitchener se muestra tan feroz en el Sudn como Behanzin en el Dahomey. Si en vez de comparar una muchedumbre de piel blanca con otras muchedumbres de piel oscura, comparamos un individuo con otro individuo, veremos que en medio de la civilizacin blanca abundan cafres y pieles rojas por dentro. Como flores de raza u hombres representativos, nombremos al Rey de Inglaterra y al Emperador de Alemania: Eduardo VII y Guillermo II merecen compararse con el indio Benito Jurez y con el negro Booker Washington? Los que antes de ocupar un trono vivieron en la taberna, el garito y la manceba, los que desde la cima de un imperio ordenan la matanza sin perdonar a nios, ancianos ni mujeres, llevan lo blanco en la piel mas esconden lo negro en el alma.

De slo la ignorancia depende el abatimiento de la raza indgena? Cierto, la ignorancia nacional parece una fbula cuando se piensa que en muchos pueblos del interior no existe un solo hombre capaz de leer ni de escribir, que durante la guerra del Pacfico los indgenas miraban la lucha de las dos naciones como una contienda civil entre el general Chile y el general Per, que no hace mucho los emisarios de Chucuito de dirigieron a Tacna figurndose encontrar ah al Presidente de la Repblica.

Algunos pedagogos (rivalizando con los vendedores de panaceas) se imaginan que sabiendo un hombre los afluentes del Amazonas y la temperatura media de Berln, ha recorrido la mitad del camino para resolver todas las cuestiones sociales. Si por un fenmeno sobrehumano, los analfabetos nacionales amanecieran maana, no slo sabiendo leer y escribir, sino con diplomas universitarios, el problema del indio no habra quedado resuelto: al proletariado de los ignorantes, sucedera el de los bachilleres y doctores. Mdicos sin enfermos, abogados sin clientela, ingenieros sin obras, escritores sin pblico, artistas sin parroquianos, profesores sin discpulos, abundan en las naciones ms civilizadas formando el innumerable ejrcito de cerebros con luz y estmagos sin pan. Donde las haciendas de las costas suman cuatro o cinco mil fanegadas, donde las estancias de la sierra miden treinta y hasta cincuenta leguas, la nacin tiene que dividirse en seores y siervos.

Si la educacin suele convertir al bruto impulsivo en un serrazonable y magnnimo, la instruccin le ensea y le ilumina el sendero que debe seguir para no extraviarse en las encrucijadas de la vida. Mas divisar una senda no equivale a seguirla hasta el fin; se necesita firmeza en la voluntad y vigor en los pies. Se requiere tambin poseer un nimo sin altivez y rebelda, no de sumisin y respeto como el soldado y el monje. La instruccin puede mantener al hombre en la bajeza y la servidumbre: instruidos fueron los eunucos y gramticos de Bizancio. Ocupar en la Tierra el puesto que le corresponde en vez de aceptar el que le designan: pedir y tomar su bocado; reclamar su techo y su pedazo de terruo, es el derecho de todo ser racional.

Nada cambia ms pronto ni ms radicalmente la psicologa del hombre que la propiedad: al sacudir la esclavitud del vientre, crece en cien palmos. Con slo adquirir algo, el individuo asciende algunos peldaos en la escala social, porque las clases se reducen a grupos clasificados por el monto de la riqueza. A la inversa del globo aerosttico, sube ms el que ms pesa. Al que diga: "la escuela", respndasele: "la escuela y el pan".

La cuestin del indio, ms que pedaggica, es econmica, es social. Cmo resolverla? No hace mucho que un alemn concibi la idea de restaurar el Imperio de los Incas: aprendi el quechua, se introdujo en las indiadas del Cuzco, empez a granjearse partidarios, y tal vez habra intentado una sublevacin, si la muerte no le hubiera sorprendido al regreso de un viaje por Europa. Pero cabe hoy semejante restauracin? Al intentarla, al querer realizarla, no se obtendra ms que el empequeecido remedo de una grandeza pasada.

La condicin del indgena puede mejorar de dos maneras: o el corazn de los opresores se conduele al extremo de reconocer el. derecho de los oprimidos, o el nimo de los oprimidos adquiere la virilidad suficiente para escarmentar a los opresores. Si el indio aprovechara en rifles y cpsulas todo el dinero que desperdicia en alcohol y fiestas, si en un rincn de su choza o en el agujero de una pea escondiera un arma, cambiara de condicin, hara respetar su propiedad y su vida. A la violencia respondera con la violencia, escarmentando al patrn que le arrebata las lanas, al soldado que le recluta en nombre del gobierno, al montonero que le roba ganado e bestias de carga.

Al indio no se le predique humildad y resignacin, sino orgullo y rebelda. Qu ha ganado con trescientos o cuatrocientos aos de conformidad y paciencia? Mientras menos autoridades sufra, de mayores daos se liberta. Hay un hecho revelador: reina mayor bienestar en las comarcas ms distantes de las grandes haciendas, se disfruta de ms orden y tranquilidad en los pueblos menos frecuentados por las autoridades.

En resumen: el indio se redimir merced a su esfuerzo propio, no por la humanizacin de sus opresores. Todo blanco es, ms o menos, un Pizarro, un Valverde o un Areche.

La anarqua

Escrito: En 1907.Primera edicin: En 1907, en el peridico anarcosindicalista Los Parias, Lima - Per. Luego se lo incluy en la antologa de sus obras, Anarqua, publicada en 1936 en Chile.Esta edicin: Marxists Internet Archive, 2001.

Si a una persona seria le interrogamos qu entiende por Anarqua, nos dir, como absolviendo la pregunta de un catecismo: "Anarqua es la dislocacin social, el estado de guerra permanente, el regreso del hombre a la barbarie primitiva". Llamar tambin al anarquista un enemigo jurado de vida y propiedad ajenas, un energmeno acometido de fobia universal y destructiva, una especie de felino extraviado en el corazn de las ciudades. Para muchas gentes, el anarquista resume sus ideales en hacer el mal por el gusto de hacerle.

No solamente las personas serias y poco instruidas tienen ese modo infantil de ver las cosas: hombres ilustrados, que en otras materias discurren con lucidez y mesura, desbarran lastimosamente al hablar de anarquismo y anarquistas. Siguen a los santos padres cuando trataban de herejas y herejes. Lombroso y Le Bon recuerdan a Tertuliano y San jernimo. El autor de El hombre criminal no lleg hasta insinuar que los anarquistas fueran entregados a las muchedumbres, quiere decir, sometidos a la ley de Lynch? Hay, pues, sus Torquemadas laicos, tan feroces y terribles como los sacerdotes.

Quienes juzgan la Anarqua por el revlver de Bresci, el pual de Caserio y las bombas de Ravachol no se distinguen de los librepensadores vulgares que valorizan el Cristianismo por las hogueras de la Inquisicin y los mosquetazos de la Saint-Barthlemy. Para medir el alcance de los denuestos prodigados a enemigos por enemigos, recordemos a paganos y cristianos de los primeros siglos acusndose recprocamente de asesinos, incendiarios, concupiscentes, incestuosos, corruptores de la infancia, unisexuales, enemigos del Imperio, baldn de la especie humana, etc. Cartago historiada por Roma, Atenas por Esparta, sugieren una idea de la Anarqua juzgada por sus adversarios. La sugieren tambin nuestros contemporneos en sus controversias polticas y religiosas. Si para el radical-socialista, un monrquico representa al reo justiciable, para el monrquico, un radical-socialista merece el patbulo. Para el anglicano, nadie tan depravado como el romanista, para el romanista, nadie tan digno de abominacin como el anglicano. Afirmar en discusiones polticas o religiosas que un hombre es un imbcil o un malvado, equivale a decir que ese hombre no piensa como nosotros pensamos.

Anarqua y anarquista encierran lo contrario de lo que pretenden sus detractores. El ideal anrquico se pudiera resumir en dos lneas: la libertad ilimitada y el mayor bienestar posible del individuo, con la abolicin del Estado y la propiedad individual. Si ha de censurarse algo al anarquista, censresele su optimismo y la confianza en la bondad ingnita del hombre. El anarquista, ensanchando la idea cristiana, mira en cada hombre un hermano; pero no un hermano inferior y desvalido a quien otorga caridad, sino un hermano igual a quien debe justicia, proteccin y defensa. Rechaza la caridad como una falsificacin hipcrita de la justicia, como una irona sangrienta, como el don nfimo y vejatorio del usurpador al usurpado. No admite soberana de ninguna especie ni bajo ninguna forma, sin excluir la ms absurda de todas: la del pueblo. Niega leyes, religiones y nacionalidades, para reconocer una sola potestad: el individuo. Tan esclavo es el sometido a la voluntad de un rey o de un pontfice, como el enfeudado a la turbamulta de los plebiscitos o a la mayora de los parlamentos. Autoridad implica abuso, obediencia denuncia abyeccin, que el hombre verdaderamente emancipado no ambiciona el dominio sobre sus iguales ni acepta ms autoridad que la de uno mismo sobre uno mismo.

Sin embargo, esa doctrina de amor y piedad, esa exquisita sublimacin de las ideas humanitarias, aparece diseada en muchos autores como una escuela del mal, como una glorificacin del odio y del crimen, hasta como el producto morboso de cerebros desequilibrados. No falta quien halle sinnimos a matoide y anarquista. Pero, slo contiene insania, crimen y odio la doctrina profesada por un Reclus, un Kropotkin, un Faure y un Grave? La anarqua no surgi del proletariado como una explosin de ira y un simple anhelo de reivindicaciones en beneficio de una sola clase: tranquilamente elaborada por hombres nacidos fuera de la masa popular, viene de arriba, sin conceder a sus iniciadores el derecho de constituir una lite con la misin de iluminar y regir a los dems hombres. Naturalezas de seleccin, rboles de copa muy elevada, produjeron esa fruta de salvacin.

No se llame a la Anarqua un empirismo ni una concepcin simplista y anticientfica de las sociedades. Ella no rechaza el positivismo comtiano; le acepta, despojndole del Dios-Humanidad y del sacerdocio educativo, es decir, de todo rezago semiteolgico y neocatlico. Augusto Comte mejora a Descartes, ensancha a Condillac, fija el rumbo a Claude Bernard y sirve de correctivo anticipado a los Bergson nacidos y por nacer. Si el darwinismo mal interpretado pareca justificar la dominacin de los fuertes y el imperialismo desptico, bien comprendido llega a conclusiones humanitarias, reconociendo el poderoso influjo del auxilio mutuo, el derecho de los dbiles a la existencia y la realidad del individuo en contraposicin al vago concepto metafsico de especie. La Ciencia contiene afirmaciones anrquicas y la Humanidad tiende a orientarse en direccin de la Anarqua.

Hay pocas en que algunas ideas flotan en el ambiente, hacen parte de la atmsfera y penetran en los organismos ms refractarios para recibirlas. Hasta Spencer, hasta el gran apstol de la evolucin antirrevolucionaria y conservadora, tiene rfagas de anarquismo. Los representantes mismos del saber oficial y universitario suelen emitir ideas tan audaces, que parecen tomadas de un Bakunin o de un Proudhon. Un profesor de la Universidad de Burdeos, Duguit, no vacila en repetir: "Pienso que est en camino de elaborarse una sociedad nueva, de la cual han de rechazarse tanto la nocin de un derecho perteneciente a la colectividad para mandar en el individuo como la nocin de un derecho del individuo para imponer su personalidad a la colectividad y a los dems individuos. Y si, atendiendo a las necesidades de la exposicin, personificamos la colectividad en el Estado, niego lo mismo el derecho subjetivo del Estado que el derecho subjetivo del individuo". (Las transformaciones del Estado, traduccin de A. Posada).

No quiere decir que nos hallemos en vsperas de establecer una sociedad anrquica. Entre la partida y la llegada median ruinas de imperios, lagos de sangre y montaas de vctimas. Nace un nuevo Cristianismo sin Cristo; pero con sus perseguidores y sus mrtires. Y si en veinte siglos no ha podido cristianizarse el mundo, cuntos siglos tardar en anarquizarse?

La Anarqua es el punto luminoso y lejano hacia donde nos dirigimos por una intrincada serie de curvas descendentes y ascendentes. Aunque el punto luminoso fuese alejndose a medida que avanzramos y aunque el establecimiento de una sociedad anrquica se redujera al sueo de un filntropo, nos quedara la gran satisfaccin de haber soado. Ojal los hombres tuvieran siempre sueos tan hermosos!