Marcas Tatuaje Mirada Anzieu Winni
-
Upload
nancy-medina -
Category
Documents
-
view
202 -
download
3
Transcript of Marcas Tatuaje Mirada Anzieu Winni
LAS MARCAS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA SUBJETIVIDAD
SU RELACIÓN CON LOS TATUAJES Y EL JUEGO EN EL ANÁLISIS DE
NIÑOS Y ADOLESCENTES.
Lic. Marta Lewin
Lic. Florencia Tchina
“El cuerpo psicoanalítico, es fantasmatico. El deseo se dirige hacia el cuerpo
fantasma y no hacia el cuerpo real. Es en el nivel de la representación donde
desfila la caravana erótica”
Rodrigué, E
Introducción
Tatuarse, hoy en día, parece un lugar común, diríamos que extraña encontrarse
con un adolescente no tatuado. Nuestro objetivo en este trabajo es acercarnos a
ciertas hipótesis que explican los motivos inconscientes que llevan al tatuaje.
Deseamos abrir una comparación entre el tatuaje adolescente y ciertos
fenómenos observados en la clínica con niños.
Estamos frente a una escritura en el cuerpo, se trata de una escritura que en
general toma la característica de irreversible. Entonces nos preguntamos, ¿se
trata de una marca indeleble, una nueva escritura, de algo no inscripto que pulsa
por inscribirse, o se trata de una acción sin sostén simbólico que falla en el
intento de cualquier inscripción psíquica?
Tatuajes en la adolescencia
Vanesa, 23 años, presenta múltiples tatuajes, acerca de ellos dice: yo de chica
me cortaba los brazos con una aguja, me escribía los nombres de los tipos con
los que curtía, ahora se me frunce todo cuando te lo digo, jamás podría, no sé
por qué no sentía el dolor antes, lo sentía pero tenía más pelotas, ahora tengo
pánico quizás ahora estoy más humana, tengo tatuajes que no me gustan
quisiera tapármelos con otros más grandes, cuando me puse de novia con S
a los 14 años él me dijo: “sueño que una mujer se tatue mi nombre, entonces
me hice escribir su nombre en el hombro, después me hice una V y una S
en el omóplato, ese lo tapé después con un duende y una luna que me hice con
M él me acompañó y me tenía de la mano, después me hice las estrellas
debajo de las orejas, me lo tatuó R, me pasaba algo con él, no estaba
enamorada, era como un papá que lo tenía ahí, nadie te tatúa como él, después
me hice los ojos en la nuca, me hice un tatuaje en cada local de R
Vanesa, muestra una compulsión a tatuarse, primero el nombre de su novio,
luego una V, una S, un duende, una luna, estrellas debajo de las orejas, los
ojos en la nuca. Podemos pensar que se trata de un cuerpo en disolución que
usa el tatuaje como marco de sostén. Se destaca la importancia del vínculo con
la figura del tatuador que desplaza al tatuaje en sí mismo, y pone en primer
plano la necesidad de contacto con el otro a través de la piel. El tatuaje expresa
la fantasía de un vínculo eterno indisoluble, del cual nadie podría despojarla.
Bick (1970) con su concepto de “segunda piel ”, explica este fenómeno como
una falla en el armado de la función psíquica de contención, la piel entonces,
obra como un límite. La autora desarrolla una hipótesis sobre la función de la
piel-continente relacionada con la fortaleza del yo, dice: “en su forma más
primitiva las partes de la personalidad se sienten como carentes de una fuerza
que las una y deben entonces reunirse en una forma que es vivenciada por ellas
pasivamente, como la piel que funciona como un límite. Pero esta función
interna de contener partes del sujeto depende inicialmente de la introyección de
un objeto externo que se experimenta como capaz de llevar a cabo esta
función”. En este sentido la búsqueda de tal objeto externo podría conducirnos
hacia la figura del tatuador. Continua la cita: “Mientras las funciones continentes
no hayan sido introyectadas, el concepto de un espacio dentro del sujeto no
puede emerger. La introyección, es decir la construcción de un objeto en un
espacio interior está en consecuencia reducida”…. “En el estado infantil de falta
de integración la necesidad de un objeto continente parecería producir la
búsqueda frenética de un objeto, una luz, una voz, un olor u otro objeto sensual,
capaz de sostener la atención y, por consiguiente, ser vivenciado, al menos
momentáneamente, como manteniendo unidas las partes de la personalidad. El
objeto óptimo es el pezón en la boca, junto con el olor familiar de la madre que
sostiene y habla ……”. “Este objeto continente es experimentado como una piel.
El desarrollo defectuoso de esta función primaria de la piel puede considerarse
como el resultado de fallas en la adecuación del objeto real…..”
Pensamos al tatuaje no sólo como una modificación de la imagen corporal sino,
con una incidencia directa en la propia identidad. Recordemos que el primer
tatuaje de la paciente (acto fundante de inscripción) fue un nombre, seguido de
iniciales, la propia como condensación de su identidad y la de su pareja: V y
S, ¿expresión figurada de la presencia del par?.
Así todo aquello que no alcanza a ser procesado mentalmente requiere de un
elemento visual a modo de ligadura representacional, en éste caso a través de
los dibujos en la piel. “El dibujo, dice el Dr. Levín, continúa esa función de la
madre que llamamos mirada pero tendiendo y dando posibilidad a una mayor
autonomía de ella” de este modo ante la falla de un espacio psíquico continente,
( la mirada materna), el escenario de la piel va tomando el lugar de inscripción
como intento de reedición de fantasías, afectos o situaciones no elaboradas de
características básicamente inconscientes. Podemos pensar que la imagen
congelada que conlleva todo tatuaje intenta controlar muy especialmente la
fugacidad del mundo interno.
El tatuarse como acto multideterminado es trabajado por la Dra. Marilú Pelento
(1997) como enigma: “ todo tatuaje es un enigma o enmascara un enigma y
requiere un trabajo interpretativo….. Si nació de fuerzas pulsionales
desorganizadas y desorginazantes o si es el producto de un intento de
semiotizacion o si fue propulsado por vínculos sociales alienantes o impuesto
por una situación política genocida; o por un acto violatorio; o por algún pacto de
naturaleza social o antisocial o sectario. También es necesario observar si
permitió cierta simbolización o el despliegue de un acto singular creativo, ya sea
individual o grupal. O si es el producto de una combinación de fuerzas que
seguramente son específicas para cada sujeto”.
En el tatuarse de Vanesa nos confrontamos a fuerzas pulsionales
desorganizantes, corte en sus brazos, escritura de nombres en su piel, y en
intentos fallidos de semiotización.
Sabemos que el cuerpo es primero, cuerpo sostén de la mente y de los afectos.
Explica Velleda Cecchi (2003): “…. al principio todo es Cuerpo. Cuerpo
anatomo – biológico que es el sostén de la mente y la escenografía de las
emociones y de los afectos.
El encuentro con el cuidador delineará sus formas y su destino. Las marcas de
las vivencias le otorgarán su espesura y sus contornos. El esquema corporal, la
imagen corporal y de sí mismo, dependerá entonces del cuerpo biológico, con
sus atributos, su integridad o sus déficits y del encuentro con el asistente ajeno
experimentado. Ambos, a su vez, situados en un mundo de espacios y tiempos.
Este cuerpo será libidinizado y se convertirá en cuerpo erógeno. Tendrá
sensaciones que, convertidas luego en sentimientos, le otorgarán esa cualidad
que hace de un humano un ser humano.
En este encuentro con el asistente ajeno experimentado y a través de las
vivencias de satisfacción y de dolor, se establecerá la relación con el objeto, su
búsqueda o su rechazo, las huellas mnémicas, los recuerdos, el juicio, el
pensamiento; es decir el sujeto. Se instalará el deseo. La asistencia adecuada
de sus necesidades corporales y el plus de la seducción convertirá a ese cuerpo
de la mera necesidad en cuerpo erotizado, en cuerpo deseante”
Consideramos en este caso, que la falla de la eficacia de lo simbólico, donde
las representaciones no terminan de inscribirse, generan marcas en la piel.
Nos manejamos aquí en terreno imaginario, lo “que se ve” se vuelve prioritario,
no hay interiorización de sentido, se va en búsqueda de la superficie (nos
recuerda la noción de yo, planteada por Freud en El Yo y el Ello (1923), como
proyección de la superficie).
La necesidad de delimitar a través del tatuaje los bordes corporales frente a
vivencias de desintegración proporcionan otro sentido al material. Escuchemos
a la paciente: ayer no trabajé, me quedé en casita con la estufa, estoy tan
resfriada, ni me puedo sonar la nariz, estaba en carne viva. Empecé con la
manteca de cacao, y la boca….tengo un tic permanente, me gusta chuparme la
sangre, hasta que no me saco sangre no paro, si no me duele no me sirve, con
las uñas me saco la pielcita desde que era así de chiquitita, hasta el día que no
sepa por qué no voy a dejarlo. La terapeuta interroga acerca de si desearía
dejarlo, responde: sí, quisiera tener una boca sana, hermosa así con huellas
digitales (se refiere a los surcos naturales que tienen los labios) mi boca son
todas cicatrices, a veces digo bueno basta pero no puedo, necesito sentir eso,
pellizcarme y arrancármelo. Necesito sentir el dolor, y ahí busco otro lugar,
porque no tengo más cuerito, cuando tengo la boca bien, lisita, empiezo a
arrancar de adentro.
Nuevamente aparece el tema de la identidad a través del significante “huellas
digitales”, identidad que no logra consolidarse, abierta al modo de una herida no
cicatrizada.
Nos confrontamos a las fallas en las funciones del yo – piel desarrolladas por
Anzieu (1987): “la función psíquica se desarrolla por interiorización del holding
materno. El yo – piel es una parte de la madre – especialmente sus manos- que
ha sido interiorizada y que mantiene el funcionamiento del psiquismo. … lo que
aquí está en juego no es la incorporación fantasmática del pecho nutricio, sino la
identificación primaria con un objeto soporte …. es más bien la pulsión de
agarramiento o de apego la que encuentra mayor satisfacción que la libido”.
El mismo autor describe las funciones que tiene la piel: la primera se caracteriza
por la capacidad de contener lo mejor que la lactancia, los cuidados y las
palabras han operado sobre ella. La segunda, de contención de la agresividad
que proviene del mundo exterior, la tercera, como vehículo de comunicación con
el semejante y de superficie de inscripción.
Así vemos en esta paciente cómo se alteran estas funciones: carece de
contención, la piel es usada como receptáculo de experiencias traumáticas,
alejadas de aquellas que se relacionan con los cuidados corporales. V parece
estar en contacto directo con la agresividad, sin que parezca haber
mediatización alguna. Es agresivo el acto de tatuarse en tanto intención, más
allá de las consecuencias de daño en la superficie del cuerpo.
La conducta de V revela una carencia de la función contenedora del yo – piel
que deja traslucir la angustia ante una excitación pulsional difusa, permanente,
buscando una “corteza” sustitutiva a través del dolor físico y del tatuaje
( morderse, tatuarse), que le permite envolverse, resguardarse en el
sufrimiento. De este modo el dolor actúa como soporte y límite corporal de una
deficitaria representación psíquica.
Marcas indelebles en la niñez
Mariela cinco años, entra al consultorio con su madre, se trata de su segunda
entrevista , dice:
vamos a hacer lo mismo que ayer, necesitábamos lápices….a ver….a ver ¿qué
me falta?
Revisa la caja de juegos, saca plastilina roja, saca plastilina amarilla:
Yo era la maestra, se dirige a la madre, vamos a actuar, yo era la maestra.
M se dispone a trabajar con plasticola, se ensucia las manos. Se la nota
resfriada. La madre en actitud distante, alejada físicamente del campo de juego,
interrumpe:
¿querés un pañuelo?.
Tras limpiarse la nariz con el pañuelo de papel, lo deja sobre la mesa de juego.
Toma plastilina, pega un trozo sobre la mesa, toma cinta scotch, pega la cinta
sobre la plastilina, luego saca el sobrante, es decir saca todo lo no cubierto por
la cinta. Toma una hoja, pega el pañuelo usado dice:
ahora necesitábamos los papelitos, vamos a cortar en formas.
Agrega en la hoja dos círculos de papel glasé amarillo, un ovillo de hilo piolín, un
cuadrado de plastilina roja. Hacia el extremo superior derecho, intenta escribir
letras, no lo logra. Reintenta en espejo en el sector inferior.
Dirigiéndose ahora a la madre: mamá, necesitamos cinta scotch, vamos a
pegar el cuadro. Pide ayuda en la tarea de abrir la cinta scotch, cuando lo logra,
se dirige a la pared diciendo: mirá cómo queda.
M cuelga el dibujo en la pared, toma un trozo de plastilina, lo agrega al dibujo
colgado, como no logra pegar bien la plastilina toma plasticola que agrega a la
plastilina, dice: que no se nos caiga; la madre sorprendida mira a la terapeuta.
Por su peso el dibujo cae, en consecuencia la pared queda marcada pues una
parte de la pintura se ha desprendido. La terapeuta sorprendida, responde a la
mirada interrogativa de la madre y dice:
parece que M ha dejado una marca en el consultorio.
Es de destacar que Mariela elige como lugar privilegiado para colgar su dibujo,
la pared ubicada detrás del sector en el que la terapeuta habitualmente se
sienta, a la altura de su cabeza. ¿ Cómo pensar esta marca?, ¿ como llamado
de alarma, como intento de juego que no logra consolidarse como tal?, ¿cómo
marca que hace uso del espacio físico del consultorio como si se tratase de una
extensión del propio cuerpo configurando una suerte de cicatriz en la piel-
pared?.
Anzieu (1987) explica que la piel envuelve al cuerpo tal como la conciencia
envuelve al aparato psíquico, “ sabemos que la búsqueda de contacto corporal
entre la madre y el niño es esencial para su desarrollo, afectivo, cognitivo y
social, dice el mismo autor:” con ocasión de la lactancia y de los cuidados, el
bebé realiza una tercera experiencia concomitante a las dos precedentes: se le
tiene en brazos, estrechado por el cuerpo de la madre cuyo calor, olor y
movimientos siente; se siente llevado, manipulado, frotado, lavado, acariciado, y
todo ello acompañado generalmente de un baño de palabras y de canturreos.
Encontramos aquí las características de la pulsión de apego descritas por
Bowlby y Harlow”
.
La noción de yo-piel y sus funciones nos brindan un marco de referencia para
pensar la conducta de M en sus primeros encuentros con su terapeuta.
Podríamos así, siguiendo a Anzieu, ver la presencia de una envoltura corporal
interrumpida por agujeros. Caídas frecuentes vividas como agujeros en su
cuerpo, enfermedades a repetición, movilizan la consulta.
El material impacta en el sentido de la necesidad de apego – pegoteo que se
revela a través de los recursos elegidos: plastilina, cinta scotch, plasticola, piolín,
que combinados en forma indiscriminada dan cuenta de intentos fallidos de
fusión, expresando con desesperación la necesidad de ser sostenida,
recurriendo así, hasta sus propios fluidos corporales (mocos), para dejar una
marca imborrable, marca registrada – identificatoria de su paso por el
consultorio. Marca que trascienda los límites espacio – temporales del momento
puntual del “estar con” la analista, marca que desafíe la decisión de sus padres
respecto del futuro probable de ese encuentro, expresada con esperanza en sus
palabras: “que no se nos caiga”, ¿la piel, la esperanza del nuevo vínculo, la
posibilidad de encontrar sostén?.
Pensamos en cómo podrían homologarse ambas experiencias: los tatuajes de
los adolescentes, las marcas que dejan los niños.
Los niños no concurren a tatuarse, si bien la cultura los viene presionando de
cerca (a través por ejemplo de productos de consumo habituales en los niños,
que traen “de regalo” tatuajes “de jugando”). En cambio podemos pensar de
qué maneras artesanales los niños dejan marcas para quienes pueden verlas.
Creemos que el encuentro con el analista constituye una experiencia
privilegiada dado que en el desarrollo progresivo de la construcción de un
lenguaje compartido la clínica de la mirada puede venir en nuestro auxilio.
Haciendo nuestras las palabras de la
Dra. Alicia Sirota (2001): “ el analista de niños escucha lo que ve” la clínica de
la mirada, de las marcas que un niño imprime, constituye un modo privilegiado
de expresión hasta tanto, la palabra venga en su auxilio y acerque a analista y
niño al terreno de lo verbal compartido.
Consideramos al tatuaje como marca, también como búsqueda de
reconocimiento. En este sentido nos preguntamos si es posible hallar un
correlato del mismo en la infancia. ¿Tal vez la búsqueda de reconocimiento sea
un puente entre ambas?
En el acto de tatuarse está implícita la búsqueda de un vínculo estrecho,
primario, con la figura del tatuador, a la espera de recibir una marca a través del
tacto, de la mirada. El tatuador opera como reemplazante del holding materno,
sus manos reemplazan las manos de la madre.
Las marcas que dejan nuestros pacientes niños son diversas. Pensamos estas
marcas, por otra parte habituales en el trabajo con niños, como intentos de
comunicación, de toma de posesión, posesión del consultorio, de sus juegos y
de la mente del analista.
RESUMEN
Partiendo de dos viñetas clínicas, una de una adolescente con múltiples
tatuajes, y otra de una niña en entrevistas diagnósticas intentamos establecer un
correlato entre el fenómeno del tatuaje en la adolescencia y ciertas marcas
comunes a la práctica con pacientes niños. Para ello tomamos aportes de E.
Bick, con su concepto de segunda piel, y de D. Anzieu, a partir de la noción de
yo- piel y sus funciones, entre otros autores investigados.
Desarrollamos la idea de fenómenos que pulsan por inscribirse y tomar así una
categoría simbólica. Dichos fenómenos constituirían intentos de reconocimiento
y de simbolización a través de las marcas en la piel o marcas en el consultorio
vivido como extensión del propio cuerpo.
PALABRAS CLAVES
Cuerpo erógeno - Tatuaje - Marcas - Yo-piel - Inscripción - Simbolización
Bibliografía:
Anzieu, D : El yo- piel. Biblioteca Nueva Madrid 1987
Bick, E: “ La experiencia de la piel en las relaciones de objeto tempranas”
Revista de Psicoanálisis, 1970, XXII, 1
Cecchi, V y otros: “Análisis de un adolescente con síndrome autista”. AEAPG
2003
Leivi, Miguel: “Historización actualidad y acción” [APdeBA] Vol XVII , 3
1995
Mandet, Elsa : “La fascinación de los significados, una problemática acerca de la
noción de cuerpo en psicoanálisis” AEAPG 1991
Mesa redonda: “El juego en la sesión psicoanalítica” Departamento de Niñez
y Adolescencia APdeBA 1996
Pelento, Marilú: “Los tatuajes como marcas” Revista de Psicoanálisis, LV,2
1997
Rodrigué, Emilio: El siglo del psicoanálisis Editorial Sudamericana Buenos
Aires 1966
Sirota, Alicia: “Lo esencial de la transferencia y la contratransferencia en el
análisis con niños” APdeBA 2001