Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

44

Click here to load reader

Transcript of Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

Page 1: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO

Carlo María Martini SJEE. Por radio

1. LA PRÁCTICA DE LA «LECTIO DIVINA

En la carta pastoral a la diócesis para el bienio 1987-1989, con el título Dios educa a su pueblo, escribí que el Espíritu Santo—el que «habló por los profetas» e inspiró la Escritura — nos sigue hablando hoy a nosotros. Y añadí que la educación en la escucha del Maestro interior tiene que pasar por el ejercicio de la meditación orante sobre la Palabra de Dios, por la práctica de la lectio divina. Me gustarle ahora, como introducción, exponer el método de la lectio divina que propuse en los Ejercicios a los jóvenes para leer el relato de Caná del evangelio de Juan. Luego intentaré captar sus relaciones con el método clásico de oración que utiliza la triple fórmula: memoria, entendimiento, voluntad.La lectio divina es un acercamiento gradual al texto bíblico y se remonta al antiguo método de los Padres, que a su vez son herederos del uso rabínico.La subdivisión clásica en memoria, entendimiento y voluntad es muy antigua y la desarrolló especialmente san Agustín en lo que respecta al tema de la memoria. Más tarde esta triada pasó a ser sinónimo de un proceso meditativo sobre la Escritura o sobre una verdad de fe.Recordaré también, brevemente, el método de la «contemplación evangélica», término que se emplea ordinariamente para indicar el modo de meditar una página del evangelio; tenemos un ejemplo significativo en el librito de Los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, que a partir de la Segunda Semana habla de «contemplación», ya que el trabajo del entendimiento va dejando sitio, prevalentemente, a la implicación existencial y orante en la escena evangélica.Todo esto nos resultará útil para comprender mejor cual es la característica específica de la oración cristiana.La «lectio divina»El método patrístico de la lectio divina es simplicísimo y se lo recomiendo siempre a los jóvenes para entrar en la oración. Fundamentalmente comprende tres grandes pasos o momentos sucesivos:—La lectio consiste en leer y releer la página de la Escritura, poniendo de relieve sus elementos fundamentales. Para ello aconsejo leer con la pluma en la mano, subrayando las palabras que me impresionan o bien marcando con signos gráficos los verbos, las acciones, los sujetos, los sentimientos expresados o la palabra clave.De esta forma se estimula nuestra atención y se ponen en movimiento la inteligencia, la fantasía y la sensibilidad, haciendo que un trozo, considerado quizá como archiconocido, se nos muestre como nuevo. Después de llevar muchos años leyendo el evangelio, me sucede, por ejemplo, que, al volver sobre él, siempre

descubro cosas nuevas, precisamente mediante el método de la lectio.Este primer trabajo puede ocupar bastante tiempo si estamos abiertos al Espíritu: se coloca el relato leído en el contexto más amplio, bien sea de los trozos próximos a él, bien del conjunto de un libro, bien de toda la Biblia, para comprender qué es lo que quiere decir.—La meditatio es la reflexión sobre los valores perennes del texto. Mientras que en la lectio asumo las coordenadas históricas, geográficas y hasta culturales del pasaje, ahora se plantea la pregunta: ¿Qué me dice a mi? ¿Qué mensaje, referido al aquí y ahora, propone este pasaje con la autoridad que le da el ser Palabra del Dios vivo? ¿De qué modo me provocan los valores permanentes que subyacen a las acciones, las palabras, los temas…?—La contemplatio resulta difícil de expresar y de explicar. Se trata de demorarse con amor en el texto; más aun, de pasar del texto y de su mensaje a la contemplación de Aquel que habla a través de cada página de la Biblia: Jesús, Hijo del Padre, dador del Espíritu. La contemplatio es adoración, alabanza, silencio ante Aquel que es el objeto último de mi oración, el Cristo Señor vencedor de la muerte, revelador del Padre, mediador absoluto de la salvación, dador de la alegría del Evangelio.En la práctica, los tres momentos no son rigurosamente distintos, pero la subdivisión es útil para los que necesitan comenzar o reanudar esta práctica. Nuestra oración es como un hilo que va enlazando nuestras jornadas una tras otra, y puede suceder que, sobre un mismo texto de la Escritura, un día nos detengamos especialmente en la meditatio, mientras que al día siguiente pasamos en seguida a la contemplatio.Sin embargo, esta triple distinción sólo expresa bastante rudimentariamente el dinamismo de la lectio divina, que en algún otro libro he explicado en toda su amplitud. Una amplitud que, de hecho, prevé ocho pasos progresivos: lectio, meditatio, oratio, contemplatio, consolatio, discretio, deliberatio, actio. Creo que será oportuno una breve alusión a cada uno de ellos:—La oratio es la primera plegaria que nace de la meditación: ¡ Señor ¡Hazme comprender qué valores permanentes dc este texto me faltan! ¡Hazme comprender cuál es tu mensaje para mi Vida!Y en un momento determinado, esta plegaria se concentra en adoración y en contemplación del misterio de Jesús, del Rostro de Dios. La oratio puede expresarse también en petición de perdón y de luz o en ofrecimiento.—La consolatio es muy importante para nuestro camino de oración, y san Ignacio de Loyola habla muchas veces de ella en su libro de los Ejercicios Espirituales. Sin este elemento la oración pierde sal, gusto. La consolatio es el gozo de orar, es el sentir íntimamente el gusto de Dios, de las cosas de Cristo. Es un don que ordinariamente se produce en el ámbito de la lectio divina, aunque

Page 2: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

evidentemente el Espíritu Santo es libre de concederlo cuando quiera.Sólo de la consolatio brotan las opciones valientes de pobreza, castidad, obediencia, fidelidad, perdón, porque es el lugar y la atmósfera propia de las grandes opciones interiores. Lo que no viene de este don del Espíritu dura poco, y fácilmente es fruto de un moralismo que nos imponemos a nosotros mismos.—La discretio manifiesta con mayor claridad aún la vitalidad de la consolatio. En efecto, mediante el gusto del Evangelio, mediante una especie de olfato espiritual para las cosas de Cristo, nos hacemos sensibles a todo lo que es evangélico y a lo que no lo es. Se trata, por tanto, de un discernimiento importante, porque no estamos llamados tan sólo a observar los mandamientos en general, sino a seguir a Jesucristo. Y el seguimiento no conlleva una evidencia inmediata en las opciones de cada día si no hemos entrado, por así decirlo, en la mente de Jesús, si no hemos saboreado su pobreza, su cruz, la humildad de su nacimiento, su perdón.Esta capacidad de discernir en las emociones ordinarias y en los movimientos del corazón la marca evangélica es un don tan grande que san Pablo lo pedía para todos los fieles: «Que recibáis abundancia de sensibilidad—páse aisthései, en griego—para que podáis distinguir siempre lo mejor, lo que agrada a Dios y lo que es perfecto» (cf. /Flp/01/09-10; /Rm/12/02). Hoy la Iglesia tiene una enorme necesidad de la discretio, ya que sus opciones decisivas no se refieren tanto al bien o al mal (no matar, no robar), sino a lo que es mejor para el camino de la Iglesia, para el mundo, para el bien de la gente, para los jóvenes, para los niños.—La deliberatio es un paso sucesivo. De la experiencia interior de la consolación o de la desolación aprendemos a discernir y, a continuación, a decidir según Dios. Si analizamos atentamente las opciones vocacionales, nos damos cuenta de que siguen, aunque sea insconscientemente, este proceso. La vocación es, efectivamente, una decisión tomada a partir de lo que Dios ha hecho sentir y de la experiencia que de ello se ha tenido según los cánones evangélicos.También la deliberatio, como la discretio, se cultiva de manera especial mediante el dinamismo de la lectio divina.—Finalmente, la actio es el fruto maduro de todo el camino. Por eso la lectio y la actio, la lectura bíblica y la acción, no son ni mucho menos dos vías paralelas. ¡No leemos la Escritura para conseguir la fuerza que nos permita realizar lo que hemos decidido! Mas bien leemos y meditamos para que broten las debidas decisiones y para que de consolación del Espíritu nos ayude a ponerlas en práctica.No se trata, como muchas voces pensamos, de orar más para obrar mejor, sino de orar más para comprender lo que debo hacer y para poder hacerlo a partir de una opción interior.Relación con la memoria, el entendimiento y la voluntad

Examinando los términos de la metodología patrística de la lectio divina, vemos que guardan una perfecta correspondencia con los términos agustinianos de memoria, entendimiento y voluntad.—En efecto, la memoria consiste en recordar, en el caso de la meditación bíblica, un trozo de la Escritura o un episodio o un versículo de un salmo. Se habla de memoria, y no de lectio, por el simple motivo de que en otros tiempos no abundaban los libros y, una vez escuchado un texto, había que recordarlo. El trabajo de memorización, entre otras cosas, pone en contacto con la multiplicidad del texto en sus mil ramificaciones. Así pues, la verdadera memoria, rectamente entendida, no sólo reflexiona sobre los elementos básicos de la página bíblica, sino que recuerda otras relacionadas con ella. Pues bien, para quien conoce la Biblia—y al menos un poco deberían conocerla todos los cristianos—no hay palabra que no esté relacionada con otras. Reflexionamos sobre los hechos, sobre las palabras de Jesús, sobre las páginas de los profetas, sobre los versículos de un salmo, ensanchando con la memoria la exploración de todas sus afinidades. Para hacerlo, hoy utilizamos las concordancias. En realidad, se trata de un verdadero ejercicio de memoria, y es otro modo de expresar el momento de la lectio; si queréis, se trata de dar vueltas a los acontecimientos con el corazón, como lo hacia María El término memoria nos invita a comprender mejor que lectio significa no sólo recordar otros hechos bíblicos parecidos al pasaje que estamos leyendo, sino además recordar otros hechos de la vida.—El entendimiento corresponde a la meditatio; se trata de intentar comprender el sentido de los acontecimientos. No basta con la memoria; se necesita la comprensión. «¿No entendéis, no comprendéis todavía?—dice Jesús—… ¿Y no os acordáis, cuando repartí los cinco panes entre cinco mil personas, cuántas cestas llenas de trozos sobraron?.. ¿No comprendéis todavía?» (Mc 8,17-21).Jesús invita a recordar, invita a tener memoria, a la lectio, y luego invita a tener la inteligencia de los hechos, a comprender su significado.—La voluntad designa todo lo que en el hombre es don de si mismo, amor y, por tanto, también la oración como expresión de afecto, de impulso, de deseo La voluntad es, en otro modulo cultural, la oratio y la contemplatio, con lo que de ellas se sigue. Por consiguiente, el método clásico de la oración es una forma distinta de considerar el dinamismo de la lectio divina, considerándola menos como lectio y mas como hechos objetivos y dichos que se recuerdan.La contemplación evangélicaLa contemplación evangélica, de la que habla san Ignacio de Loyola en la Segunda Semana de los Ejercicios Espirituales, es simplemente un resumen de cuanto hemos dicho sobre el método patrístico y sobre la subdivisión clásica, con una mayor insistencia en el aspecto oración-contemplación que surge a medida que avanza la capacidad y el camino de la oración

Page 3: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

Poco a poco, pasan rápidamente las preguntas de la lectio y de la meditatio, casi de corrida, mientras que crece la exigencia de estar ante el misterio, alabando y adorando, de saborear la presencia de CristoIgnacio habla de «ver», «oír», «tocar», «gustar. y «oler», dejándose envolver en la contemplación incluso con los sentidos espirituales (cf Ejercicios Espirituales, un 122-125) El dinamismo universal del conocimientoUna última indicación Los métodos de la oración que hemos considerado se corresponden entre si, porque representan el dinamismo universal del conocimiento En efecto, el hombre parte de la experiencia, de la toma de contacto con las cosas; y la lectio, como la memoria, es experiencia de Cristo que fundamenta y contiene todas las realidades.Luego, en el camino del conocimiento humano, nace de la experiencia la intuición o la hipótesis interpretativa, la comprensión de los datos acumulados; es el momento de la meditatio, del entendimiento.El acto cognoscitivo tiende, pues, a desembocar en una opción, en un compromiso del corazón, en una entrega; es la contemplatio, la voluntad, con todo lo que de ella se deriva. Me parece interesante subrayar que la oración no hace más que reproducir, en la dinámica de las relaciones con la Palabra de Dios, la dinámica de fondo del obrar humano.Carácter específico de la oración cristianaNaturalmente, el Espíritu guía nuestra oración de maneras distintas, y cada cual tiene que buscar la suya; tiene que buscar, sobre todo, la manera que mejor corresponda a lo que está viviendo.La rica terminología patrística y clásica subraya, sin embargo, una experiencia fundamental común a todos los siglos cristianos y tiene unas características bastante precisas.Por eso no podemos confundirla con la meditación hindú, budista o trascendental; ni debemos confundirla con los variados métodos de oración que hoy se nos proponen, ya que en su base está la lectio o la memoria, o sea, el hecho de Cristo. Nuestra oración es oración cristiana, porque parte de Cristo. En algunos momentos podrá alcanzar formas casi atemáticas: Cristo resucitado está presente sin que yo tenga que contemplarlo con los ojos de la fantasía. Pero fundamentalmente—y lo subrayo—la meditación cristiana está movida por el Espíritu y está siempre vinculada a Jesucristo; más aún, es participación de la oración de Jesús al Padre.Aquí se plantea el problema tan interesante de las relaciones entre la oración, por así llamarla, crística y la de las otras religiones.Existen, sin duda, formas de oración auténticas, de las que podemos aprender; pero es muy difícil comprenderlas mientras no se haya recorrido un camino serio y profundo de oración cristiana, mientras no se haya descubierto la perla preciosa que es el misterio de Jesús.En cambio, quienquiera que (mediante el ejercicio asiduo y, sobre todo, la gracia del Señor—pues no en vano la oración es don—) haya realizado esta

experiencia, podrá captar cuanto hay de justo y de verdadero en la oración de otras religiones. «A quien tiene, se le dará; pero al que no tiene, hasta lo que tiene se le quitará» (Lc 19,26) A quien tiene el verdadero sentido de la oración crística, se le dará comprender las otras formas de oración; a quien no lo tenga, se le quitará incluso ese poco de oración que tiene, porque lo confundirá con una especie de tranquilidad interior que transforma tan escasamente la vida que existe el peligro de que no sea más que culto a los propios ídolos, culto a si mismo.Recuerdo a un viejo monje budista, de más de ochenta años, que me decía, durante una visita que hice a un monasterio de Hong-Koog: «Nosotros buscamos la nada; el objetivo de nuestra vida es la nada».¿Qué quería decir? ¿Es la suya verdadera oración? Y, si lo es, ¿qué relación tiene con la nuestra?Si conocemos con claridad el dinamismo activo de la oración cristiana, puede ser importante, como Iglesia, establecer el valor de la meditación sin objeto, el significado del encuentro con la nada.La oración crística es entrega, actio, es estar crucificados con Cristo, entregados a los más pobres.Cuando estamos privados de la luz de Cristo, las formas de oración de las otras religiones, por muy bellas que sean, son peligrosas y corren el riesgo de convertirse en autojustificación mental, en encastillamiento en las propias opciones, en autelegitimación. Y no hay nada tan terrible en el camino ascético o en el camino, entre comillas, «espiritual» como el repliegue en la satisfacción de uno mismo.Pienso aquí en las personas que rezan, que rezan mucho y que, sin embargo, se las arreglan para hacer siempre lo que quieren y para legitimar sus propias opiniones, sin entrar nunca en un clima de Iglesia y de verdad. Quizá no se las ha ayudado a ejercitarse de veras en la lectio divina y a pasar, de la experiencia de la reflexión meditativa, a la contemplación y a sus sucesivas etapas que, por el poder del Espíritu Santo, transforman la Palabra de Dios en vida vivida, en acción evangélica. •MARTINI-6. Págs. 13-23

2. LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO

¿Por qué estos Ejercicios?Saludo cordialmente a todos los presentes y a los que, a través de la radio, me están escuchando en las diversas iglesias de la diócesis. Es un gran don del Señor, a la vez que un compromiso para los que estamos aquí, el vivir una comunión de oración aunque estemos físicamente distantes.Son tres, fundamentalmente, los motivos que me han impulsado a proponeros cinco tardes seguidas de reflexión y meditación:1. En primer lugar, el centenario de san Juan Bosco, el amigo de los jóvenes. Al principio se pensó en traer a esta catedral los restos mortales del santo, como para escuchar su mensaje reunidos en torno a su cuerpo.

Page 4: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

De todas formas, don Bosco está espiritualmente presente, especialmente con su mensaje de alegría: «Laetari et bene facere»: estad alegres y haced el bien. Pidamos al Señor, por su intercesión, el don de acoger este mensaje de alegría que el santo supo llevar de forma tan eficaz a tantos jóvenes de su tiempo y que sigue llevando hoy a todo el mundo.El segundo motivo es la preparación para la Jornada mundial de la Juventud, que se celebrará el próximo domingo y que anticiparemos en la vigilia del sábado con la Traditio Symboli.Queremos unirnos a las intenciones del Papa; por eso el título de los Ejercicios repite la invitación que él propuso para la Jornada de la Juventud: «Haced lo que El os diga. (Jn 2,5)Esta expresión, como sabéis, está tomada del episodio de Caná que nos narra el evangelista Juan. En este relato, María actúa para la alegría de los convidados, para la alegría de los esposos, para la alegría de la gente; y Jesús actúa para la alegría de los hombres.Así pues, nuestros Ejercicios tendrán como tema fundamental la pregunta que nos planteamos ya en esta primera meditación, pero que recogeremos las otras tardes: ¿Qué le falta a mi alegría? ¿Y qué aumento de alegría quiere darme el Señor para la vida a que me ha destinado?La pregunta tendrá que brotar de nuestro corazón. Mi alegría se ve perturbada por muchos problemas personales, por muchos acontecimientos sociales—pienso en el hecho tan triste de Belfast, de dos soldados linchados por la gente, por ejemplo—, por problemas de la comunidad.¡Señor ¿Cómo quieres infundirnos tu fuerza, tu gracia, para que sirvamos a la alegría y a la paz de los hombres?3. El tercer motivo por el que os pedí la asistencia a estos Ejercicios es mi convicción profunda de que todos necesitamos un mayor arraigo contemplativo. Tenemos necesidad de entrar más en nosotros mismos, de escuchar en el corazón la Palabra de Dios, de revisar con valentía las heridas interiores que perturban nuestra alegría y de exponerlas a la medicina de la Palabra del Señor. Tenemos necesidad de hacer sitio al Espíritu Santo dentro de nosotros, para un obrar más constante, más perseverante, para ser constructores de paz, para superar nuestras inquietudes y las de nuestras comunidades, las rencillas, los temores, los prejuicios.Hoy, en este momento particular de la Iglesia, tenemos necesidad, sin duda, de un mayor arraigo contemplativo.Se habla con frecuencia de la fragilidad actual de los jóvenes; pero queremos confesar que todos, jóvenes y menos jóvenes, somos frágiles, y lo somos tanto mas cuanto menos arraigados estamos en la fe. Y estamos poco arraigados en la fe porque no perseveramos suficientemente en la escucha silenciosa de la Palabra.Así pues, ¿qué nos pide el Señor a cada uno en estas tardes? Me parece que nos pide, sobre todo, cuatro actitudes:

— El silencio, que tendrá su culminación en los diez minutos de silencio que seguirán a mi exposición de la Palabra. Procurad vivirlos como el momento más precioso y rico de toda la sesión. No será un tiempo vacío si nace del asombro y del respeto ante la venida del Espíritu Santo que quiere invadir nuestro corazón.— La escucha de la Palabra de Dios proclamada en el evangelio; la escucha de mis reflexiones sobre el texto y del pensamiento final de don Bosco (Cada tarde, un padre salesiano concluía la reunión actualizando para el día de hoy una enseñanza de san Juan Bosco).— La perseverancia contra el cansancio, ya que el ejercicio que queremos hacer es fatigoso y requiere una victoria sobre nosotros mismos, aun a pesar del frío, el sueño, la inquietud, el nerviosismo y la ansiedad.— Finalmente, el Señor nos pide que recemos a partir de la Palabra escuchada, que hablemos con El y con María, nuestra Madre, que nos dirijamos al Padre hablándole de nosotros, de la sociedad en que vivimos, de nuestra poca alegría, de lo que nos falta, de lo que nos gustaría tener…

EL RELATO DE CANÁ

El evangelista Juan tiene una habilidad especial para concentrar en unas pocas líneas un montón de símbolos y de significados, resumiendo en un solo texto la sustancia de todos los demás. Desde este punto de vista, si aprendemos a penetrar en un solo episodio, podremos penetrar en todo el resto del cuarto evangelio y de la historia de la salvación. Empecemos a releer, muy sencillamente, el episodio de Caná que habéis escuchado, a fin de comprenderlo en su globalidad, como si nos pusiéramos en lo alto de un monte para contemplar un panorama.Ante todo, hemos de considerar que el relato es mucho más amplio de lo que cabria esperar. Si lo hubiese referido Marcos, por ejemplo, se habría limitado a decir lo siguiente: «Estando Jesús en un banquete de bodas, sucedió que escaseaba el vino, y Jesús transformó en vino el agua que allí había, y todos bebieron hasta hartarse». Estas pocas palabras son suficientes para dar el meollo del episodio.Pero, si Juan prefirió detenerse en tantos detalles concretos, como veremos, significa que nos quiere decir muchas más cosas que la simple narración de un hecho. Por tanto, conviene profundizar en la lectura para poner de manifiesto las intenciones del evangelista.Preguntémonos, entonces, quiénes son los personajes que actúan; cuáles son los símbolos que Juan pone de relieve; cuales los valores que evoca.El texto dice:«Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, le dice a Jesús su madre: ‘No tienen vino’. Jesús le responde: ‘¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora’ Dice su madre a los sirvientes: ‘Haced lo

Page 5: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

que él os diga’. Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: ‘Llenad las tinajas de agua’. Y las llenaron hasta arriba. ‘Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala’. Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, si que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: ‘Todo el mundo sirve primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora’. Así, en Caná de Galilea, dio comienzo Jesús a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaún con su madre y los hermanos, pero no se quedaron allí muchos días. (/Jn/02/01-12).

LOS PERSONAJES

— La madre de Jesús es el primer personaje que se menciona. No se dice su nombre en todo el evangelio de Juan.En nuestro texto se habla varias veces de ella: la madre de Jesús estaba en las bodas; al faltar el vino, la madre se lo indica al Hijo; luego Jesús interpela a su madre con el nombre de mujer y, a pesar de su respuesta, la madre dice a los sirvientes que hagan lo que El les diga.Al final del episodio se menciona de nuevo a la madre, que bajó con Jesús y los demás a Cafarnaún.El relato de Caná está, ante todo, bajo el signo de la madre de Jesús. El Papa lo comenta ampliamente en la encíclica Redemptoris Mater, que ha dirigido a toda la Iglesia para el Año Mariano.María es llamada por Jesús «mujer»; ese mismo título volverá a aparecer en el evangelio de Juan solamente en el momento de la cruz, es decir, cuando Jesús le presenta al evangelista diciéndole: «Mujer, he ahí a tu hijo» (Jn 19,26). Esto significa que Caná tiene que leerse en relación con el episodio de la cruz, y que en este episodio de las bodas se nos anuncia veladamente el misterio de la Redención.— El segundo personaje destacado es Jesús; invitado a la boda, llega con sus discípulos, escucha a la madre que le invita a poner remedio, le responde primero con unas palabras que suenan como un rechazo; luego da órdenes por dos veces a los sirvientes.Su presencia vuelve a recordarse al final del episodio: «Así dio comienzo Jesús a sus señales y manifestó su gloria». Es un pasaje cristológico muy importante: aquí Jesús manifiesta su gloria.Recordáis cómo, en el prólogo, el evangelista Juan resume todo el misterio de la encarnación en la expresión: «Hemos visto su gloria» (Jn 1,14) Por tanto, subrayar que Jesús la manifiesta en Caná sugiere un misterio grande.— El tercer personaje está representado por una categoría de personas: los discípulos, que son invitados a la boda, presencian el hecho y «creyeron» en Jesús. Evidentemente, es un

momento muy importante también para el camino de los discípulos. Los discípulos no son los Doce, como se nos ocurriría pensar a primera vista. En este momento del evangelio de Juan son solamente los dos primeros discípulos (el propio evangelista Juan y Andrés) que habían seguido al Señor por invitación de Juan Bautista, y luego Simón, con el que ya se había encontrado Jesús, Felipe y Natanael.Cinco hombres que, tímidamente, le acompañan y que al principio no se dan mucha cuenta de lo que acontece, pero después sienten un estremecimiento y a sus ojos se revela la gloria de Jesús.— Los sirvientes son también personajes destacados: tienen la valentía de creer en la palabra de María; tienen la valentía de ejecutar, sin plantearse muchos problemas, las órdenes de Jesús, y de esta forma se convierten en los que saben lo que ha pasado. Son de las poquísimas personas que comprenden el hecho.— El maestresala es otro personaje del relato. Representa un papel algo mezquino, ya que no cae en la cuenta de que falta el vino, y luego, al encontrarse frente a la novedad, no sabe cómo explicarla e inventa una ocurrencia graciosa para reprochar al esposo.El maestresala no se da cuenta de que ha habido una manifestación de Dios. Representa al hombre rodeado por algo superior a él, pero que cree poder dominar la situación, siendo así que en realidad se queda al margen.— El esposo es el último personaje del relato; es una figura apenas esbozada, evanescente, que permanece en el fondo de la escena. Beneficiario de un gran don del poder divino, no cae en la cuenta de ello.Una serie de personas muy diversas: María, Jesús, los apóstoles, los sirvientes, el maestresala, el esposo y, naturalmente, la gente. Hombres y mujeres, con sus capacidades e incapacidades, con sus problemas, con sus preocupaciones cotidianas, pueblan este episodio. Podemos decir que es una pequeña multitud sorprendida en un momento típico de la vida cotidiana—la fiesta, la alegría, el banquete—y que aprovecha Jesús para su intervención de amor y de alegría.Los símbolosEl pasaje es también rico en símbolos: indicaciones de tiempo y de situaciones que, a la luz de toda la Escritura, asumen un significado de realidades más altas.— Los esponsales son esa realidad humana en la que se lee el misterio de Cristo y de la Iglesia. Como sabemos por la Escritura, son el símbolo de la alianza, del amor de Dios con el hombre.— «Tres días después» es la frase con que comienza el relato. Para el Nuevo Testamento tiene un sentido muy concreto: en efecto, el tercer día es el de la Resurrección. Con esta mención misteriosa, Juan nos lleva al tema determinante, decisivo: la Pascua de Jesús. Es interesante el versículo que sigue inmediatamente al episodio, porque dice: «Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a

Page 6: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

Jerusalén. (Jn 2,13). No es posible dejar de leer nuestro pasaje a la luz de la Pascua.Más aún. El capítulo primero del evangelio de Juan está plagado de indicaciones cronológicas: «al día siguiente» (Jn 1,26) Juan Bautista ve venir a Jesús; «al día siguiente» (Jn 1,3S) Juan Bautista se encontraba con dos de sus discípulos; «al día siguiente» (Jn 1,43) Jesús partió para Galilea. Sumando todos estos días, comprobamos que el evangelista ha construido el arco—llamémoslo así—de la primera semana del ministerio de Jesús, que culmina en la manifestación de Caná. Pero también la ultima semana del ministerio de Jesús culminará en la manifestación definitiva del Señor, del vino nuevo, de la alegría nupcial, de la humanidad renovada; es decir, culminará en la Resurrección.En Caná tenemos, por así decirlo, el primer síntoma de que Jesús ha venido a renovar la alegría del hombre, enturbiada por las dificultades y contratiempos cotidianos.— «Todavía no ha llegado mi hora» es otra mención cronológica rica en símbolos. Desde el principio, Jesús nos invita a mirar hacia su hora, aquella en la que, «sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre…, se levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñó… y se puso a lavar los pies de los discípulos. (cf. Jn 13,1-5).El milagro de Caná anticipa la hora definitiva de la muerte de Jesús, de su resurrección, de su manifestación a la humanidad— El vino es un elemento simbólico muy importante para la Escritura. Está en el centro del episodio: primero, porque falta; luego, porque se constata su falta; más tarde, porque se intenta remediar dicha falta; y, finalmente, porque la falta es suplida por la abundancia.El vino, como meditaremos mañana por la tarde, es una imagen bíblica fundamental: «Tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan el trigo y el vino nuevo., canta el salmista (Sal 4,8). El vino es el símbolo de la alegría de Dios, del entusiasmo, de una vitalidad exuberante. Por tanto, el vino es lo que se opone a la tristeza, a la monotonía cotidiana, a la repetitividad, al aburrimiento. Es el salto alegre del hombre que abandona las precauciones, los temores, los reparos, las reservas, y se lanza…Es un tema simbólico fundamental para comprender el significado del relato.— Las seis tinajas de piedra son descritas cuidadosamente por Juan. Tinajas de piedra vacías, incapaces de dar lo que deberían dar; deberían contener aceite o vino para el banquete; pero, al estar vacías, constituyen una realidad pesada, molesta, un estorbo. Son símbolo de una religiosidad seca, vacía, sin contenido, formalista, de una religiosidad que Jesús viene a transformar.— Así, el agua vertida con abundancia en las tinajas, capaz de convertirse en una realidad nueva, es símbolo de la riqueza y la abundancia de la vida del Espíritu, evocada precisamente en el agua que una fuente inagotable derrama sobre la tierra.

Como veis, son muchos los signos y los símbolos de esta página de Caná que recuerdan otras páginas de la Escritura y que convierten el relato en una verdadera mina de enseñanzas para quien lo medita con amor, en un condensado de los misterios divinos.Los valoresEspecialmente en la última parte del relato, el evangelista Juan subraya expresamente algunos valores:— «Jesús dio comienzo a sus señales»,— «Jesús manifestó su gloria»,— «Creyeron en El sus discípulos»Como ya hemos recordado, las señales o milagros, la gloria, la fe, la Pascua, son los valores de gran significado teológico que están presentes en nuestro episodio. Os invito a meditar, durante unos minutos de silencio, en todo lo que hemos dicho, dejando que empiecen a entrar en vosotros todos los personajes, las situaciones, los símbolos…En efecto, meditar bíblicamente significa masticar bien el texto hasta que consigamos saborearlo en toda su profundidad y sentir que el Espíritu Santo de Dios—que nos presenta en Jesús la fuerza de su acción histórica—está en nosotros.ConclusiónHemos visto así las diversas realidades de las personas que nos ha presentado el evangelista. Se nos ha presentado la humanidad, no sólo en sus situaciones personales, sino también en las colectivas; los grupos (sirvientes, discípulos) y las grandes instituciones que la componen. Las instituciones naturales—el matrimonio, la fiesta, el banquete—y las instituciones religiosas: una religiosidad seca, vacía, petrificada, gris, incapaz de saciar al hombre, y una religiosidad nueva, traída por Jesús: la atención de María, las ganas de hacer el bien a los demás, la capacidad de llenar de alegría el corazón del hombre.«Concédenos, Señor, contemplar la riqueza de tu revelación en estas sencillas palabras del evangelista. Concédenos dejarnos invitar a las bodas de tu Palabra, para que podamos gustar abundantemente el vino del Espíritu y llenarnos de la revelación, de la riqueza de las Escrituras, con la que quieres alimentarnos todos los días de esta semana. Concédenos penetrar en algunos momentos fundamentales y en algunas enseñanzasdecisivas de este pasaje evangélico, que es como una síntesis de tu misterio de amor, de redención, de gracia, de atención al hombre, de ofrecimiento de alegría a tu Iglesia».Intentad plantearos, con paz y serenidad, las dos preguntas que hicimos al principio:—Señor, ¿qué le falta a mi alegría?; ¿qué turba mi alegría?; ¿qué le falta a nuestra alegría, como grupo, como Iglesia, como sociedad?—Señor, ¿qué aumento de alegría quieres darnos?; ¿qué alegría tienes reservada para mi, para hacerme participar de esta fiesta, para sacarme de mis apuros y de mi aridez, de mi religiosidad quizá un tanto cansina, fatigosa, estancada, de la religiosidad de nuestro grupo

Page 7: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

que gira un poco en torno a si misma, de nuestra pesantez de Iglesia?«¡Señor! Creo en Ti, espero en Ti, cuento contigo, porque Tú, a través de la escucha de tu Palabra evangélica, nos quieres llenar del vino nuevo de tu Espíritu. Y tú, María, causa de nuestra alegría, ayúdanos a entrar en esta Palabra y a prepararnos a meditar las enseñanzas y exigencias que contiene para cada uno de nosotros».

3. NO TIENEN VINO NO TIENEN VINO

«Señor, queremos ponernos a la escucha de tu Palabra, fuente inagotable de vida; a la escucha de María, que nos dice: ¡No tienen vino! Concédenos, María, que comprendamos lo que quieres sugerirnos, porque sabemos que tú pronunciaste esa palabra en una situación determinada y que nos la repites a nosotros en el hoy de nuestra Iglesia».En su mensaje para la Jornada mundial de la Juventud, que celebraremos el próximo Domingo de Ramos, Juan Pablo II escribe que María expresó, en las palabras pronunciadas en Caná, «el secreto más profundo de su vida».Por consiguiente, es muy importante para nosotros conocer también a la Virgen a través de su afirmación llena de preocupación: No tienen vino. Ya hemos visto cómo el texto de san Juan que estamos meditando es una fuente profunda en la que podemos distinguir tres niveles distintos: primero, el nivel de los sucesos que se narran, es decir, el de las personas, los grupos, las situaciones, los símbolos que nos presenta el evangelista en la realidad histórica del episodio. Está luego el nivel de la profecía eclesial: Juan y la Iglesia primitiva reflexionaron sobre el texto, sintiéndolo como profecía sobre la Iglesia. Y el tercer nivel es el de la profecía cósmica, en el sentido de que este trozo es profecía sobre el mundo, sobre la historia considerada desde la perspectiva del Dios que salva.Esta tarde deseamos comprender qué significa la falta de vino a nivel de nuestra experiencia de Iglesia y de sociedad. El versículo del Salmo: «Tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan el trigo y el vino nuevo» (/Sal/004/08), habla de la alegría del trigo, que es la alegría de todas las realidades necesarias para sobrevivir. Todavíapodemos hoy comprender esto si miramos a algunos países del tercero y del cuarto mundo, sobre todo a los países sometidos a la sequía y a las grandes calamidades naturales; en Bangladesh, que visité hace algunas semanas, podemos llamarlo «la alegría del arroz», que es el alimento base de la región. Cuando la estación es buena y se cosecha cierta cantidad de arroz, la alegría de la gente es enorme, ya que el espectro del hambre desaparece para algunos meses, a no ser que sobrevenga un aluvión o un tifón. Así pues, para aquellas poblaciones significa que Alá les ha asegurado el puñado diario de arroz, y estalla la alegría.

¿Pero en que consiste la alegría del vino? Es algo todavía mayor; no solamente la alegría de sobrevivir, sino la alegría de la fiesta, de la amistad, del banquete, de las bodas, del amor, de la vida nueva, de la victoria.La alegría del vino es señal del entusiasmo, de la sencillez, de la agilidad interior; es símbolo de la superación de las inhibiciones, de los temores que impiden la comunicación mutua. En la Biblia, como por otra parte en la historia de las culturas, el vino es símbolo de la vida que se desborda, que se expande libremente, que se expresa. En cambio, la falta de vino, en la simbología cultural y bíblica, es todo lo que cierra, lo que endurece, lo que crea sospechas, tristeza, susceptibilidad, irritabilidad, malhumor, pesimismo, critica corrosiva, envidia.Una cierta vergüenza del EvangelioEn la Carta a los Romanos (1,16) san Pablo se expresa en estos términos: «No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación». Son palabras que pueden ayudarnos a comprender la apurada afirmación de María: «No tienen vino». Preguntemos, pues, al apóstol: ¿Qué motivo podrías tener para avergonzarte del Evangelio? ¿Por qué dices: «No me avergüenzo», en vez de decir: «Estoy orgulloso del Evangelio; doy la vida por el Evangelio»? ¿Qué es esa vergüenza del Evangelio que alejas decididamente de ti? ¿Quizá con tu negación nos quieres dar a entender que nosotros podríamos avergonzarnos? ¿Qué significa hoy avergonzarse del Evangelio? Creo que debería aplicarse no sólo al renegar de Jesús, como le ocurrió a Pedro, sino también a ciertas formas sutiles de vergüenza que a veces se dan en nuestra existencia contemporánea, incluso de Iglesia. Pienso concretamente en tres situaciones:1. La primera se refiere al llamado diálogo. Pablo VI, en su primera encíclica, Ecclesiam suam, escrita en 1964, después de un año de pontificado, es decir, después de una larga meditación, habló de forma maravillosa del diálogo, e introdujo en la Iglesia este tema, que el Concilio recogió convirtiéndolo desde entonces en un tema clásico. Sabemos cuales son las condiciones del diálogo: que se aprecie el parecer del otro, que se considere que hay algo bueno en las posiciones de cada uno, que se acepte como posible no sólo enriquecer a los demás, sino también ser enriquecido por ellos. Sin embargo, ¿qué puede nacer del ejercicio del diálogo hecho en condiciones no del todo correctas? Puede nacer una especie de incertidumbre sobre las propias opiniones, una falta de seguridad en sí mismo, porque, si el otro tiene razón, quizá yo esté equivocado. Embarcándome en el diálogo, puedo llegar a perder mi identidad, a confundirla, a mezclarla. De ese modo puede ocurrir que yo sienta vergüenza del Evangelio. Recuerdo que en una conferencia de prensa, hace algunas semanas, con representantes de las Iglesias cristianas europeas (ortodoxas, protestantes y católicas), reunidos en Milán, una periodista nos habló de una experiencia que había tenido en un encuentro ecuménico. Decía, entre otras cosas:

Page 8: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

eran todos tan amables, de tal manera intentaban todos decir lo que podía agradar a los demás, que al final ya no se sabia exactamente cual era la posición de cada uno.Este es el riesgo del dialogo: en un momento determinado, sin quererlo, me encuentro avergonzándome un poco del Evangelio, de mi certeza, de mi convicción profunda, e intento—aunque sólo sea tácticamente—prescindir de él.2. La segunda situación se refiere a la valoración de las otras religiones. En todas las religiones hay valores, y el Concilio lo afirmó vigorosamente en la declaración Nostra Aetate sobre las relaciones con las religiones no cristianas. Es verdad que todas las religiones pueden ayudar a los hombres a buscar a Dios. Pero puede plantearse de nuevo el problema de la timidez en el anuncio. A veces he oído a los misioneros plantearse la pregunta: si esas personas tienen sus valores religiosos, ¿por qué voy a perturbarlas? Quizá pueda ayudarlas a comprenderse mejor, pero ¿con qué derecho proclamo el Evangelio, si tienen ya los instrumentos de la salvación, aunque sean imperfectos?Por subrayar unilateralmente importantes y valosisimas conclusiones del Concilio, se puede llegar a una especie de vergüenza del Evangelio.3. La tercera situación, análoga a la anterior, viene determinada por la atención a los grandes valores humanos.Con toda justicia, la Constitución conciliar Gaudium et Spes reconoce que pueden darse en todas partes fragmentos de valores cristianos, incluso en sistemas de pensamiento muy alejados del cristianismo.Pero en el deseo de encontrarlos corremos el peligro de relativizar nuestra fe y de no saber ya muy bien lo que significa «anunciar el Evangelio». De ahí la tristeza, la incertidumbre, la timidez en el anuncio, la confusión de ideas -¡Verdaderos retos a nuestra conciencia contemporánea!-. De ahí la falta de alegría: falta el vino del Evangelio, porque ha sido aguado, silenciado, puesto entre paréntesis. El reto es de tal categoría que entran ganas de renunciar al diálogo, de no aceptar los valores de las otras religiones, de exorcizar todo valor humano existente fuera del cristianismo, por miedo a perder ese tesoro tan precioso que es la alegría del Evangelio. No podemos negar que en nuestra apoca la falta del vino del Evangelio se nota abiertamente; nunca se ha hablado tanto de evangelización y, al mismo tiempo, nunca ha habido tan poco coraje para evangelizar. Entre nosotros, en el mismo mundo misionero, se advierte el cansancio que provocan estos razonamientos, estos interrogantes: ¿Que es hoy la misión? ¿Qué sentido tiene hoy misionar? Ved cómo adquiere entonces significado la frase de María: «No tienen vino», les falta la alegría del Evangelio. No tienen vino o están a punto de agotarlo. Cuando en un banquete llega a faltar algo, enseguida hay alguien que corre a buscarlo a otra mesa; la gente se irrita, se pone nerviosa, se enfada, y al final se dan cuenta de que, en realidad, a todos les falta algo. Entonces empiezan a decir: ¿Quién

es el culpable? ¿Quién ha organizado esta fiesta o esta excursión y cómo no ha preparado suficiente para todos? ¿Por qué hemos malgastado lo que teníamos y ahora no tenemos lo que necesitamos?Surgen discusiones parecidas a las del relato de las vírgenes necias y las vírgenes prudentes: al llegar el esposo, nos preguntamos quién ha sido tan poco previsor que ha dejado que falte el vino de la alegría del EvangelioAcusamos entonces a ciertas teorías, a ciertas teologías que han creado esa situación de falta de alegría, de entusiasmo, de coraje. Buscamos al culpable y hacemos un proceso a la historia; nos preguntamos quién ha escondido el vino, quién lo ha desperdiciado, quién ha dejado caer por distracción alguna botella al llevarlo a la despensa, quién ha actuado indebidamente.La fuerza incisiva de las palabras de María, «¡Pobrecillos, no tienen vino!», fotografía con toda exactitud nuestra situación contemporánea.Vivir la alegría del Evangelio«María, Tú que diste alegría abundante a la familia de Caná, da también a nuestra familia el vino del Evangelio y, sobre todo, haznos comprender en qué consiste esta abundancia de alegría».Hay dos parábolas muy útiles en este sentido: «El Reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. También es semejante el Reino de los cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que al encontrar una de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra» (/Mt/13/44-46). La alegría del Evangelio es como la alegría de aquel que, habiendo encontrado un tesoro, se vuelve loco de alegría, vuelve a casa y vende todos sus bienes, incluso los malvende, para poder comprar el campo en cuestión. Los vecinos piensan que se ha vuelto loco, sospechan que quizá está siendo chantajeado por alguien y necesita dinero, o que tal vez lo haya perdido todo en una casa de juego. Pero aquel hombre sabe muy bien adónde quiere llegar, y no le importa lo que digan de él. No le impresionan las palabras ni los juicios de los demás, porque sabe que el tesoro que ha encontrado vale más que todo cuanto tenía.También el mercader que ha encontrado la perla preciosa lo vende todo, y la gente piensa que quiere cambiar de oficio o que no está en sus cabales. Pero él sabe que, cuando tenga la perla preciosa, tendrá un bien mucho mayor que todas las demás perlas juntas y que, si quiere, podrá incluso volver a comprarlas todas.La alegría del Evangelio es propia de aquel que, habiendo encontrado la plenitud de la vida, se ve libre, sin ataduras, desenvuelto, sin temores, sin trabas. Ahora bien, ¿creéis, acaso, que quien ha encontrado la perla preciosa va a ponerse a despreciar todas las demás?¡Ni mucho menos! El que ha encontrado la perla preciosa se hace capaz de colocar todas las demás en una escala justa de valores, de

Page 9: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

relativizarlas, de juzgarlas en relación con la perla más hermosa. Y lo hace con extrema simplicidad, porque, al tener como piedra de comparación la perla preciosa, sabe comprender mejor el valor de todas las demás.El que ha encontrado el tesoro no desprecia lo demás, no teme entrar en tratos con los que tienen otros tesoros, puesto que él está ahora en condiciones de atribuir a cada cosa su valor exacto.También resulta a propósito aquella palabra evangélica: «A quien tiene se le dará; pero al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará» (/Lc/19/26) A quien tiene la alegría del Evangelio, a quien tiene la perla preciosa, el tesoro, se le concederá el discernimiento de todos los otros valores, de los valores de las otras religiones, de los valores humanos existentes fuera del cristianismo; se le dará la capacidad de dialogar sin timidez, sin tristeza, sin reticencias, incluso con alegría, precisamente porque conocerá el valor de todas las demás cosas. Al que tiene la alegría del Evangelio se le dará la intuición del sentido de la verdad que puede haber en otras religiones.Por el contrario, al que no tenga se le quitará aun lo poco que tenga. Al que posee poca alegría del Evangelio se le irá de las manos la capacidad de diálogo y se obstinará en la defensa a ultranza de lo poco que posee, se cerrará dentro de sí mismo, entrará en liza con los demás por temor a perder lo poco que tiene. Este es nuestro drama, el drama de nuestra sociedad. La poca alegría del Evangelio es causa de mezquindad y de tristeza en todos los terrenos de la vida eclesiástica y social, produce corazones encogidos y es causa de absurdas discusiones sobre auténticas nimiedades.Es la Virgen la que nos dice: si no tenéis la alegría del Evangelio, moriréis en vuestra tristeza.«María, tú que haces el diagnóstico de nuestra sociedad y de lo que a veces nos aflige como cristianos, advirtiendo desconsolada a tu Hijo: ‘No tienen vino’ concédenos abrir nuestros corazones a la verdadera alegría del Evangelio. Concédenos, Madre, comprender lo que vale de verdad, ya que la alegría del Evangelio es, precisamente, del Evangelio, no una alegría cualquiera, sino la que viene de la acogida sin limites de la iniciativa divina de amor por nosotros, en Jesús crucificado».El que busca la alegría en seguridades humanas, en ideologías o en extravagancias no puede encontrar esta alegría. La alegría del Evangelio es Jesús crucificado, que llena nuestra vida, perdonando nuestros pecados, dándonos la señal de su amor infinito, llenándonos noche y día de su profunda alegría.La alegría de Caná es María, que invade nuestro corazón con su ternura, con su bondad, con su compasión, con su misericordia.Cuando nos falta agilidad, cuando estamos asustados, cuando somos perezosos, recelosos, agobiados por el futuro de la Iglesia y de nuestra comunidad, significa que no tenemos la alegría del Evangelio, sino sólo una sombra, cierto eco

lejano, intelectual, abstracto, del Evangelio. Porque —subraya san Pablo—el Evangelio no es doctrina, teoría, sino «fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree». Acoger el Evangelio es acoger su fuerza.Así pues, María nos invitar a acoger la fuerza del Evangelio, a examinarnos sobre la alegría, a aspirar a ella; nos invita a confiar en Cristo crucificado que quiere llenarnos de su alegría.Preguntas para la meditaciónPara concluir, me gustaría proponer algunas reflexiones prácticas para el tiempo de silencio que, como he dicho, es la perla de toda nuestra actividad. Aunque nos resulte fatigoso, estoy seguro de que experimentaremos un gran beneficio para nuestra vida. Preparémonos para eso con las siguientes preguntas:1. ¿Tengo dentro de mi la alegría del Evangelio? ¿He probado de veras alguna vez esta alegría? ¿Qué es y cómo se manifiesta en mi? ¿Cómo es una alegría que supera a todas las demás y no reniega de ellas, sino que las valora, las comprende, las acoge, las juzga, las reordena?Concédeme, Señor, la alegría del Evangelio, porque no hay tesoro mayor que ella, no hay nada que se le pueda comparar, y vale la pena venderlo todo para alcanzarla.2. ¿Qué paso hacia adelante tengo que dar para abrirme a la alegría del Evangelio, para saborear ese poco o ese mucho que ya tengo?Porque la alegría del Evangelio no es sólo como una perla; es verdad que Jesús la compara con ella, pero también la compara con el agua que brota a borbotones y que, por tanto, no es algo que pueda conservarse en el frigorífico. La alegría del Evangelio o actúa o desaparece; o despunta como un retoño o se marchita. A menudo se nos da, pero nosotros no la secundamos enseguida, no damos los pequeños pasos que nos sugiere, y entonces desaparece del corazón.¿Qué paso quiero dar, Señor, para hacer sitio a esta alegría?El primer paso es el que estamos dando en estos Ejercicios, mediante el sacrificio, la voluntad y la perseverancia con que los hacemos. Señor, te damos todo esto con alegría. Gracias, Señor, por habernos llamado a hacer este gesto. Pensemos luego, en nuestro corazón, en algún otro paso que tengamos que dar: pensémoslo ahora, no mañana. Porque los pasos se dan, ante todo, en el corazón y, si esta tarde tomamos una decisión, la alegría comenzará ya ahora a florecer. Me permito haceros una sugerencia. Todos vivimos en nuestro entorno—en casa, en la escuela, en el trabajo, con los compañeros, con las personas que deberían ser nuestros amigos—tal o cual situación de malestar. Una situación que nos pesa, una persona que no acabamos de aceptar, un hecho que nos disgusta. Pongámonos delante de esa situación diciendo: Señor, te doy gracias porque, a través de esa situación que me resulta un tanto hostil, incómoda o difícil, Tú me das una ocasión providencial para vivir el Evangelio de la amistad, del perdón, de la resignación, del sacrificio, de la renuncia, de la paz Si damos este paso, si tomamos la decisión de orar de esta

Page 10: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

manera, atraeremos sobre nosotros la alegría del Evangelio, y la alegría del Crucificado invadirá nuestra vida«¡María! Abre nuestro corazón para que no seamos sordos a esta palabra tuya: ¡No tienen vino! Abre nuestro corazón para que nos dejemos amonestar por ti como merecemos, y podamos de este modo obtener el don de la reconciliación y de la alegría que Jesús prepara para nosotros». •MARTINI-6. Págs. 37-47

4. «MANIFESTÓ SU GLORIA» «MANIFESTÓ SU GLORIA»

Esta tarde vamos a contemplar el misterio de la cruz a partir de las palabras que se encuentran al final del relato de Caná: «Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria y creyeron en él sus discípulos» (Jn 2,11). María, que estuvo al pie de la cruz del Señor, nos obtenga la gracia de conocer el corazón de este misterio y comprender cómo Jesús manifestó su gloria con el milagro del agua transformada en vino.En efecto, al leer este trozo, observamos a primera vista una cierta desproporción entre ese pequeño hecho doméstico, conocido solamente por unas pocas personas, y la interpretación del evangelista que afirma: «Manifestó su gloria».La alegría de la cruzAyer tarde intentamos explicar la palabra de María: «No tienen vino». LaVirgen—decíamos—lanza este grito de alarma, indicándonos que el vino es la alegría del Evangelio y que nos falta con excesiva frecuencia. Falta en muchos bautizados que viven arrastrándose pesadamente, renqueando bajo el peso de la vida, con más amarguras que satisfacciones.Falta la alegría en la gestión eclesiástica ordinaria del culto y de la pastoral, y nuestras asambleas y comunidades denuncian a veces esa escasez de alegría. Falta también la alegría en no pocos grupos y realidades, como me ha escrito uno de vosotros después de la reflexión de ayer: «Falta en nosotros, los cristianos de un Occidente en tantos aspectos cansado, débil y desilusionado, la locura del enamorado, la alegría del justo. Aumenta así la sospecha, resucita la caza de brujas, se multiplican palabras y reuniones, mientras disminuyen la pasión y el compromiso».La Virgen sabe todo esto y está cerca de nosotrosSin embargo, de una conversación que hoy he tenido me ha quedado la duda de que quizá no todos los que han seguido la meditación—en particular los que la han seguido por radio, fuera de la atmósfera de oración que estamos viviendo—han comprendido de veras lo que significa la alegría del Evangelio. No es la alegría de leer las palabras de la Escritura, aun cuando al leerlas podamos experimentar cierta alegría.La alegría del Evangelio, que Pablo define como «fuerza deDios para la salvación de todos los creyentes» (Rm 1,16), es la alegría de saber que Dios se me comunica. Porque Tú, Dios mío, me amas a pesar de todo; porque amas a esta humanidad; porque

la redimes; porque nos amas dándonos a tu Hijo; porque no nos abandonas; porque eres para mi un Padre y te comunicas conmigo en una ininterrumpida cascada de gracias.La alegría del Evangelio es la alegría por la buena noticia de que Dios ama a los pecadores, a los desesperados, a los dispersos, a los extraviados, y nos vuelve a conducir a su intimidad. Y esta alegría del Evangelio, misteriosamente, tiene su culmen en la cruz.No es casual el que esta tarde contemplemos la cruz mirando también la reliquia ante la cual rezaron san Carlos Borromeo y todos nuestros padres en la fe.La buena noticia de que Dios se comunica conmigo con amor indefectible y misericordioso tiene su culmen en la cruz.Naturalmente, pueden pasar muchos años antes de que, en el camino cristiano, se comprenda de verdad la relación que existe entre el Evangelio y la cruz, aunque lo proclamemos desde el comienzo de la vida de fe. El propio Apóstol comenzó la predicación afirmando la cruz, pero necesitó años de experiencia y desilusiones para llegar a la intuición existencial de su carácter central.También para nosotros pueden transcurrir muchos años de vida cristiana, y hasta de vida sacerdotal o religiosa, antes de vernos realmente iluminados sobre ese carácter central del misterio de la cruz, sobre la identidad entre la cruz y la gloriaAl meditar las palabras de Juan: «Manifestó su gloria», pidámosle a María que nos disponga a recibir este don.La gloria de DiosLa afirmación del evangelista—como he dicho—nos sorprende, porque nos parece desproporcionada en relación a la modestia del suceso, que, por otra parte, no recuerdan los Sinópticos, por lo que podemos suponer que el hecho pasó un tanto desapercibido para la tradición.Pero nos sorprendemos más aún cuando, al proseguir la lectura del cuarto evangelio, nos damos cuenta de que en el capítulo 7 Juan indica: «Todavía Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,39). Sólo a partir del capítulo 12 se empieza a hablar de la glorificación de Jesús: «Ha llegado la hora—dice el Señor—de que sea glorificado el Hijo del hombre» (Jn 12,23); y después del lavatorio de los pies, cuando se anuncia la traición de Judas, y éste sale del cenáculo para realizar su delito, Jesús exclama: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre» (Jn 13,31). Finalmente, en la última oración durante la cena, Jesús reza diciendo: «Padre, glorifica a tu Hijo» (Jn 17,1).Así pues, esta gloria de Jesús se manifestó al final de su vida: en la traición, en la muerte, en la cruz. Así lo entiende el mismo prólogo del evangelio de Juan: «El Verbo se hizo carne y puso su tienda entre nosotros—se vino a vivir con nosotros, en nuestras pobres tiendas de campaña, para hacerse accesible—, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14)

Page 11: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

Juan vio esta gloria en el momento en que Jesús, clavado en la cruz, después de haber gustado el vinagre, dijo: «Todo está cumplido»; en el momento en que uno de los soldados le traspasó el corazón con la lanza y salió de él sangre y agua (cf. 19,30-37).Solamente podemos comprender la manifestación de la gloria de Jesús en Caná a partir de la contemplación del crucificado traspasado, a partir de su muerte dolorosa en la cruz.La gloria, de la que tantas veces habla la Escritura, es el esplendor de Dios, el desbordamiento de su poder, la riqueza, la bondad, la ternura de Dios, que invade la historia. Esto es la gloria: el esplendor divino que invade la historia y se hace visible.En el Antiguo Testamento, la gloria divina es percibida por el hombre en grandiosas manifestaciones de la naturaleza: pensemos en los truenos, los relámpagos, la tempestad, el terremoto y el fuego del Sinaí.¿Cómo es posible que la plenitud desbordante de Dios se haya concentrado toda ella en Jesús y en su cruz? ¿En qué sentido su muerte se manifiesta como gloria? ¿Por qué llamamos «gloria» al fluir de la sangre y el agua del costado de Jesús después del último golpe con que se ensañan en su cuerpo torturado? ¿No es, más bien, una ignominia, una crueldad, una injusticia o, todo lo más, el silencio de Dios sobre la historia?Nosotros comprenderemos el misterio de la gloria del Señor partiendo del episodio de Caná y releyendo todo el evangelio como una sucesión de pequeños signos de la gran gloria de Dios en el Calvario.La manifestación de la gloria en CanáEn Caná, Jesús, gratuitamente, multiplica el vino para alegría de los hombres Y poco después cura al paralítico, multiplica los panes, cura a un enfermo, devuelve la vista al ciego de nacimiento, resucita a Lázaro.Así pues, la gloria de Dios consiste en que el hombre viva, en que no muera, en que goce, en que no sufra ni esté triste. La gloria de Dios es la alegría del hombre. Dios es Aquel que se compromete hasta el fondo por nuestra alegría; es el que se entrega por completo para rescatarnos de nuestra tristeza, el que toma sobre si nuestros dolores, el que carga con ellos, el que no pone limites a la manifestación de su amor por nosotros, por cada uno de nosotros.Por eso podemos intuir algo del misterio de la gloria contemplando a Jesús que muere en la cruz. El momento culminante de la gloria de Dios, el momento en que su gloria se revela de manera luminosa, insuperable, es cuando Jesús acepta voluntariamente la muerte por amor al hombre, para comunicarle el Espíritu, para salvarlo del pecado, para devolverle la vida y la paz. Ahora ya no podemos dudar de que Dios nos ama hasta el fin. La cruz es el signo supremo de la ternura de Dios y, por tanto, de su gloria.«Concédenos, Señor, comprender que precisamente en la cruz, en la derrota, en la humillación, se manifiesta tu gloria de amor gratuito al hombre, se manifiesta tu naturaleza

más íntima. Porque Tú eres el que se da sin limites, y tu entrega no se muestra en el trueno, en el viento, en la tempestad, en la victoria sobre los enemigos. Se insinúa ya en la curación de la enfermedad, en el vino de Cana y en el paralítico que vuelve a caminar. Pero, sobre todo, aparece cuando Tú, Señor, lo das todo hasta el fondo, cuando no tienes ya nada que no hayas dado por mi.Esta es tu gloria, aunque no logremos expresarla con palabras adecuadas».La gloria de Dios se manifiesta en toda la actividad de Jesús como dador de vida, pero alcanza su máxima expresión en la cruz.Caná es el primer anuncio; efectivamente, allí se percibe la atención del Señor por el hombre, su ternura, su acogida benigna de la invitación de María, aun cuando no había llegado todavía la hora de la cruz.Caná es manifestación de la gloria, porque es amor de Dios al hombre.La gloria de Dios se manifiesta en las cosas grandes, aunque no sean deslumbrantes a los ojos del mundo, evidenciando un superávit de amor y de gratuidad. Un superávit increíble, insuperable, de amor y de gratuidad, que consiste en su saber perderlo todo por nosotros, en su saber perdonarlo todo en el momento de la muerte de su Hijo en la cruz.La gloria de Dios se manifiesta también en las cosas pequeñas, en los hechos cotidianos, en Caná. Es la misma gloria la que aparece en la cruz y la que vive el momento cotidiano de entrega gratuita.Por eso cada uno de nuestros pequeños gestos de gratuidad manifiesta la gloria del Señor. Y lo mismo que tu, Jesús, al manifestar tu gloria en Caná obtuviste que los discípulos creyeran en ti, así también nosotros nos hacemos creíbles cada vez que manifestamos con alegría tu gloria en actos de entrega gratuita y auténtica.En nuestro modo de orar esta tarde, en nuestro modo de saludar a una persona y estrecharle la mano, en nuestro modo de interesarnos por otro y de prestarle atención, de no pasar distraídamente frente a las necesidades de los hermanos, manifestamos la gloria de Dios.Poco a poco nos haremos capaces de manifestarla en pruebas particulares, en momentos graves de nuestra existencia, porque ya desde el principio, en las cosas pequeñas de cada DIA, hemos escuchado, como Jesús, la sugerencia de María.El sendero de la pazPara concluir, me gustaría sacar una última consecuencia de la meditación sobre Jesús que en Caná manifiesta su gloria. Esta gloria se manifiesta hoy de una manera especial, en nuestra sociedad eficacista, predicando la paz.El reconocimiento de la gloria de Jesús en la cruz, acogido en el corazón del hombre, produce realmente una práctica de no violencia activa y generosa que trae al mundo la victoria de la cruz. La no violencia cristiana evangelice es una traducción de la gloria de la cruz en medio del

Page 12: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

eficacismo y la tensión producida por el miedo en nuestra sociedad.Señor, Tú nos llamas a dejarnos educar por la gloria de la cruz, a través de los pequeños gestos de Caná, para que reeduquemos a una sociedad enferma de tensiones, de agresividad y de guerra, mediante la descontaminación y la desinfección que los gestos de paz, de no violencia, producen en la vida cotidiana.Cada renuncia a la agresividad, al deseo de venganza, a la susceptibilidad exasperada, a la honrilla vana, es quitarle hierro a la violencia, es una victoria de la cruz de Jesús, es educar seria y progresivamente a la humanidad para la gloria de la paz«María, reina de la paz, purifica nuestros corazones de todas las agresividades que los ofuscan y concédenos que realicemos cada día gestos de perdón».Y en el momento de silencio, que será a la vez tiempo de adoración de la cruz, oremos diciendo:«Señor, haz que comprendamos el misterio de tu alegría, de tu gloria y de tu cruz. Haz que pueda comprender cuánto hay en mi de agresividad, de resistencia a los otros, de desconfianza, de miedo. Líbrame, Señor, depura en mí todo cuanto me enfrenta a los demás y hazme caminar por el sendero de tu paz». •MARTINI-6. Págs. 49-56

5. «HACED LO QUE ÉL OS DIGA»

He recibido la carta de una joven que participa en estos Ejercicios y que me ha señalado un paralelismo entre su experiencia de oración y el atletismo que practica. Es un escrito muy sabroso; os voy a citar algunas líneas para que os animéis a vivir bien nuestro itinerario:«El comienzo del atletismo. Alguien me dijo que debería ponerme a hacer deporte. No es que tuviera especiales cualidades, pero podría servirme de ayuda en el futuro. También me dijo alguien que la oración es una experiencia maravillosa, que podría ayudarme a crecer.Los primeros pasos. Cuando empecé a hacer deporte, fue bastante duro. El cuerpo no siempre respondía a lo que le pedía; parecía que no me aportaba nada; sólo algún dolor muscular. Cuando empecé a hacer oración, también fue duro: el orar me resultaba fatigoso. Me cansaba físicamente estar allí concentrándome, guardando silencio, recogiendo mis pensamientos en Dios. Parecía tiempo perdido; me parecía que no recibía nada. Después de cierto tiempo, tras un periodo de entrenamiento, el cuerpo empieza a reaccionar, se cansa menos, consigue ponerse mejor en movimiento, resistir el cansancio. Las exigencias de antes parecen ahora fáciles. Quizás es posible aumentar un poco más el esfuerzo. La oración: después de cierto tiempo ya no cansa estar allí, sentada, encontrándote contigo misma, dialogando con Dios. Ahora sientes que alguien habla dentro de ti, consigues estar más rato; el tiempo pasa aprisa; parece poco lo que ya tienes».Me detengo aquí, deseando que al final de nuestros Ejercicios os parezca que el tiempo pasa

deprisa, incluso en los momentos de silencio, y que en todo caso cada uno de nosotros tenga la constancia de perseverar en el ejercicio del espíritu, lo mismo que tenemos la constancia y el afán de perseverar en los ejercicios corporales, aunque resulte fatigoso.Vamos a reflexionar ahora en aquellas palabras de María que figuran como título en el Mensaje del Papa para la Jornada mundial de la Juventud: «Haced lo que El os diga» (Jn 2,5)Ayer por la tarde intenté mostrar que la gloria de Jesús que se manifestó en Caná es la que brilla en la cruz, y que de ella se derivan consecuencias decisivas sobre el sentido de la vida y de las pequeñas cosas de cada día, sobre el modo de situarnos en la sociedad. Me hubiera gustado detenerme más despacio sobre el vino de nuestra alegría, que derrama en los corazones el amor de Jesús crucificado por el hombre, amor que brilla soberanamente en la cruz. Paradójicamente, la alegría del hombre nace de la cruz de Jesús y, al contemplar al Crucificado, se nos ofrece la alegría del Evangelio, la alegría de sentirnos amados de Dios.Me doy cuenta de que no he logrado expresar todo el montón de pensamientos que me bullían por dentro. Esta tarde volveremos sobre el tema desde otro punto de vista; en concreto, desde las palabras tan sencillas que dirigió la Virgen a los sirvientes del banquete de Caná.¿De dónde nacen las palabras de María?El Papa escribe: «‘Haced lo que El os diga’. Con estas palabras expresó María, sobre todo, el secreto profundo de su misma vida. Tras de estas palabras está toda ella» (cf Mensaje para la III Jornada mundial de la Juventud, n. 2).¿En qué sentido, María, expresaste el secreto más profundo de tu vida en esta invitación a los sirvientes de Caná?¿De qué profundidad de experiencia brotan tus palabras? Recordamos que una frase parecida a la tuya aparece en el libro del Génesis, cuando los egipcios, al encontrarse sin comida debido a la carestía que sufrían, se dirigen al Faraón, que les responde: «Id a José; haced lo que él os diga» (/Gn/41/55). Son, pues, palabras que tienen ya toda una historia de providencia en tiempos especialmente difíciles y duros.1. En María nacen, ante todo, de una situación de prueba. No habla a partir de un momento de entusiasmo, de euforia, sino de un momento de dolor, aunque encubierto.Porque María, mientras presenta la invitación con toda tranquilidad, esconde un sufrimiento análogo al sufrimiento de la mujer siro-fenicia de que nos habla el evangelio según Mateo. Jesús se había dirigido hacia la región de Tiro y Sidón, y la mujer, natural de aquel país, pidió a Jesús la curación de su hija. El Señor, después de que los discípulos le pidieran que la atendiese, respondió: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel». En este momento la pobre madre le dijo: «También los perrillos se alimentan de las migajas que caen de la mesa de sus amos» (cf Mt 15,21-28). La mujer había experimentado, ciertamente, una sensación de

Page 13: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

malestar, de sufrimiento; se había sentido rechazada. Pero, a pesar de ello, había tenido una enorme confianza en Jesús También el centurión había acudido a Jesús para suplicarle que curase al siervo gravemente enfermo, y Jesús le respondió con unas palabras que podemos leer de forma interrogativa: «¿Acaso voy a ir yo a tu casa?», haciéndole ver que un judío no entraba en casa de un pagano. Pero el hombre tuvo coraje para decir: «Yo no soy digno de que vengas a mi casa; pero di tan sólo una palabra y mi siervo quedará sano» (cf. Mt 8,5-13).Otra situación nos recuerda también la de María. Se trata del episodio del funcionario real; Jesús había ido de nuevo a Caná de Galilea, y el funcionario, que tenía un hijo enfermo, le apremia para que vaya a curarlo. Jesús le dice: «Si no veis signos y prodigios, no creéis». El hombre, dolorido, insiste: «Señor, baja antes de que mi niño muera» (Jn 4,46-54).Pues bien, María había escuchado esta respuesta de su hijo: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4). Los exegetas interpretan de diversas maneras estas palabras de Jesús, las cuales, sin embargo, en ningún caso reflejan una aceptación entusiasta de la propuesta de la madre, y ésta podría haberse echado atrás. Muchas veces nosotros, en ocasiones semejantes, nos sentimos despechados y decidimos lavarnos las manos y dejar que las cosas sigan su curso. Pero María sabe que se trata de una prueba: la prueba de la fe.Ella no se siente despechada ni se disgusta, sino que persevera y dice a Jesús: A pesar de las apariencias, yo me fío plenamente de ti, hijo mío, e invito a los demás a que te obedezcan sin vacilar.Así pues, sus palabras manifiestan la superación de una situación de prueba, de silencio de Dios.En la encíclica Redemptoris Mater el Papa indica varias veces que la Virgen se vio probada en su fe.2. En segundo lugar, la invitación a los sirvientes nace de una inclinación profunda del corazón de María. Sus palabras traducen el «sí» primordial de la Anunciación. «Tras de estas palabras está toda ella. Su vida fue realmente un gran ‘sí’ al Señor, un ‘sí’ lleno de alegría y de confianza. María, llena de gracia, Virgen Inmaculada, vivió toda su vida en una apertura total a Dios, incluso en los momentos más difíciles, que alcanzaron su apogeo en la cima del monte Calvario, a los pies de la cruz. No retira nunca su ‘sí’» (cf. Mensaje del Papa para la Tercera Jornada mundial de la Juventud, n. 2).Aquí, en Caná, el «sí» de María se traduce con la frase: Estad también vosotros dispuestos a hacer lo que El os pida, todo lo que Dios os diga, ya que el hombre encuentra su verdadero bien en hacer la voluntad de Dios.3. Pero la Virgen no sabe lo que Jesús piensa decir a los sirvientes; no sabe si realizará un milagro o si les mandará a comprar vino; no sabe nada. En efecto, en el texto griego la palabra suena de forma muy indeterminada: «Haced cualquier cosa que os diga»; Dios no abandona a

sus hijos que se encuentran en apuros, aunque se trate de un apuro de poca monta.En el corazón de María que pronuncia estas palabras anida la certeza de que hay que fiarse de Dios, habita la gran esperanza que no engaña, porque Jesús es la solución de las situaciones aparentemente cerradas de la historia.Así pues, también de la esperanza nace la invitación de María a los sirvientes.4. Finalmente, la frase «Haced lo que El os diga» nace de un espíritu muy práctico.María no pide a los sirvientes que consideren atentamente el problema, que busquen las causas y que traten de averiguar quién tiene la culpa de que falte vino, sino que dice simplemente: Haced, obrad.Ella sabe que no son los que dicen: «Señor, Señor», sino los que hacen la voluntad de Dios, los que entrarán en el reino de los cielos; el que escucha las palabras y las pone en práctica se parece a un hombre prudente que construye su casa sobre piedra (cf. Mt 7,21-27).María sabe muy bien que son «bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28), no los que la estudian o discuten de ella en mesas redondas: «Haced lo que El os diga».Las palabras de María nos interpelanAhora propongo que retomemos los cuatro motivos profundos de donde nacen las palabras de la Virgen, a modo de meditación (el segundo escalón de la lectio divina), es decir, poniéndonos en lugar de María y preguntándonos: ¿Vivimos nosotros esta actitud? ¿Nos habríamos expresado en su situación del mismo modo que se expresó ella?1. La prueba del silencio de Dios. Ante todo, nos preguntamos si somos capaces de superar la prueba de una aparente negativa de Jesús. Vivimos a veces momentos en que advertirmos el silencio de Dios, en que parece que no nos responde, o nos responde negándonos lo que le habíamos pedido. ¿Qué sentimientos nos asaltan en tales situaciones?Nace en nosotros la tristeza y la desconfianza en Dios. No sólo a nivel personal, sino también a nivel social: las amarguras, las injusticias, las crueldades de la situación social de la humanidad—pienso, por ejemplo, en las que describe la última encíclica del Papa, Sollicitudo rei socialis— llevan a muchos hombres a la conclusión de que Dios no existe, o de que ha abandonado al mundo.Esta prueba del silencio de Dios roe el espíritu moderno y lo hace suspicaz: ¿Querrá Dios de veras nuestro bien?Se trata de una tentación muy sutil del hombre contemporáneo, que no sabe reconocer la prueba de la fe, que se atrinchera en el silencio de Dios como si fuera definitivo.¡Qué distinta es el alma de María, que supera la prueba inmediatamente, sabiendo que Dios no engaña, que tiene el corazón más grande que el suyo¡Qué distinta es el alma bíblica, tal como se expresa, por ejemplo, en el libro de las

Page 14: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

Lamentaciones de Jeremías, que he releído precisamente en estos días, porque me parece rico en indicaciones respecto de algunos de los grandes sufrimientos de la Iglesia y de la sociedad! Las Lamentaciones contienen frases muy fuertes, que a primera vista suenan como blasfemias y recuerdan las protestas de Job: «Ha quebrado mis dientes con guijarros, me ha revolcado en la ceniza. Mi alma está alejada de la paz, he olvidado la dicha. Dije: ¡Han fenecido mi vigor y la esperanza que venían de Yahvéh!. (Lm 3,16-18).De este modo, el hombre se siente perdido frente al silencio de Dios, como cantamos en el salmo 66: «Tu nos probaste, oh Dios, nos purgaste como se purga la plata; nos prendiste en la red, pusiste carga en nuestros lomos; dejaste que un cualquiera a nuestra cabeza cabalgara, por el fuego y el agua atravesamos» (vv. 10-12).Pero el libro de las Lamentaciones continúa: «Esto (estas pruebas, estas humillaciones, esta soledad) lo daré vueltas en mi corazón: quiero recobrar la esperanza. Que el amor de Yahvéh no se ha acabado, ni se ha agotado su ternura; cada mañana se renuevan: ¡grande es su fidelidad… Bueno es Yahvéh para el que en El espera, para el alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Yahvéh» (La». 3,21-23 25-26).Preguntémonos: mi reacción ante la prueba, ante el silencio de Dios, ante el cielo cerrado sobre mi, ¿se asemeja a la reacción de María o a la reacción del hombre bíblico?2. La actitud del corazón humano. Hemos dicho que la frase «Haced lo que El os diga» nace de una inclinación profunda del corazón de María a hacer lo que Dios quiere, con la convicción de que en eso consiste el bien del hombre.En realidad, el hombre contemporáneo—como, por lo demás el hombre de siempre cuando está encadenado a su propia mundanidad—tiene la actitud espontánea totalmente opuesta: yo sé dónde está mi bien, mi ganancia, mi provecho; el tiempo es mío, el vientre es mío; mi bien no es lo que Dios quiere de mi.El hombre cree, incluso, que puede comprar su bien: ¡Te pago y eres mío!El «sí» de María es, por tanto, un programa revolucionario: «Hágase en mi según tu palabra»; tu bien es el mío; mi bien es el tuyo. Ella «respondió con todo su ‘sí’ humano, femenino, y su respuesta de fe incluía una perfecta cooperación con la gracia de Dios que previene y socorre y una perfecta disponibilidad a la acción del Espíritu Santo» (Redemptoris Mater, n. 13, citada en el Mensaje para la Tercera Jornada mundial de la Juventud).Intentemos, en el tiempo de silencio que tendremos dentro de poco, ponernos en sintonía con la palabra de María diciendo: «Señor, Tú eres mi proyecto»Y preguntémonos: ¿Qué suscitan en mi estas palabras? Quizá me den miedo, porque no acabo de fiarme hasta el fondo del Señor.Pero el miedo es natural, porque estas palabras sólo puedo decirlas por la gracia, por don de Dios. Es un don suyo el que pueda confiar en El; y, sin

embargo, sólo así me encontraré a mi mismo. Porque la expresión «Tú, Señor, eres mi proyecto; ¡hágase en mí según tu voluntad!» representa la convicción de que el bien es querido por Dios, de que Dios no puede querer más que mi bien.¿En qué consiste, por otra parte, el pecado original? En pensar que tal vez Dios no quiera nuestro bien, que quizá nos manda cosas que no son útiles para nosotros.«Tú eres mi proyecto» es exactamente todo lo contrario de la duda. Y ésa es la palabra de Jesús en la cruz. El recibe sobre sus hombros el árbol de la cruz para cumplir el mandato de Dios, abrazando hasta el fondo el proyecto del Padre, el de querer todo el bien para cada uno de los hombres y el de rescatar de todo mal a todo el hombre; el de amar a la humanidad sin echarse nunca para atrás. Yo podría—dice Jesús—llamar a doce legiones de ángeles, pero entonces no seria fiel al mandato del Padre.Así pues, Jesús identifica su bien con el querer del Padre e identifica mi bien con el suyo. El se identificó, por amor, con mi bien. Se trata de un proceso admirable de identificación amorosa, de transfert podríamos llamarlo, por el que mi bien es el suyo, y morir por mi es su bien, ya que se identificó con mi bien, de manera que yo sepa identificarme con su voluntad, con lo que El sabe que es un bien para mi.La frase de María, «Haced lo que El os diga», Tú eres mi proyecto, toca a la concepción fundamental de la vida, entiende la vida como don, como tarea, como entrega de si. María tiene una confianza substancial en la vida en todos sus momentos, incluidos los más dramáticos, los más obscuros.Aun cuando nos viéramos afectados por una enfermedad mortal, podríamos seguir diciendo: «Tú eres mi proyecto». Porque Jesús, golpeado por la condena a muerte, dijo esa misma palabra al Padre por mi, y murió por identificarse con mi bien.¡Qué consecuencias tan formidables tienen estas palabras! ¡Jesús, acércalas a nuestra vida, porque nuestra vida cambia cuando nos sentimos de esa forma identificados contigo, en tu entrega en la cruz!3 Nuestros desasosiegos En el corazón de María hay una tercera actitud: la gran esperanza de que Dios nunca engaña. «Haced lo que El os diga» indica la certeza de que Dios acabará diciendo algo, de que Dios nunca nos deja sin salida.En realidad, nosotros perdemos a menudo la esperanza de encontrar una salida; basta con dos o tres sucesos desgraciados para que nos desalentemos, para que nos sintamos metidos en una trampa. La percepción de haberse equivocado o de haber entrado en una situación sin salida es una de las más amargas de la vida. Quizás está equivocada la opción de vida que he hecho, o bien me equivoqué en ciertos gestos que me comprometieron y me siento ahora como maniatado por los demás; de todas formas, me parece que ya no hay una salida para mí.La frase de María es todo lo contrario: Haced lo que El os diga, porque hay una salida Hay una

Page 15: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

solución para todas y cada una de nuestras situaciones, para el mundo que a nosotros nos parece condenado a la guerra, al hambre, al desastre ecológico.De esta certeza nacen las energías de renovación. Por eso la gran asamblea de todos los cristianos de Europa—ortodoxos, protestantes, católicos—, que estamos preparando para el 1990 y que tratará el tema «Paz, justicia, salvaguardia de la creación», será una formidable proclamación del hecho de que, siguiendo la voluntad de Dios, se puede salir de la amenaza atómica, nuclear, bélica; se puede salir del hambre y del subdesarrollo.La reciente carta de Juan Pablo II sobre el Milenio del bautismo de Rusia está llena de esta esperanza: hay una vía de solución a las divisiones entre las Iglesias y a las divisiones entre los grandes bloques. La Virgen, a la que invocamos en el milenio del bautismo de Rusia, tiene para nosotros esa vía de solución.4 El espíritu discursivo. Hemos dicho, finalmente, que la invitación de María a los sirvientes subraya su espíritu prácticoSus palabras van orientadas a la praxis: Haced (no dice: pensad, cavilad o reflexionad), y contrastan con el espíritu excesivamente teórico y discursivo que a veces encontramos en la Iglesia. El espíritu de los que piensan que los problemas no están nunca suficientemente claros, que es menester ahondar cada vez más en el problema antes de ponerse a actuar, que es preciso examinar las cosas de nuevo, programar mesas redondas, reuniones, asambleas.Evidentemente, es importante la reflexión, la meditación como actitud contemplativa; pero se convierte en simple coartada cuando se emplea para diferir indefinidamente la acción.El verdadero espíritu mariano contemplativo es el espíritu que, a través de una contemplación afectiva y práctica, tiende a la compasión, a la ternura, al gesto inmediato del buen samaritano, el que ella realiza en Caná y nosotros contemplamos en estos Ejercicios.«Concédenos, María, que participemos de tu compasión práctica, fruto del espíritu contemplativo. Concédenos también que participemos de tu fuerza en la prueba, de tu obediencia a la voluntad de Dios, de tu confianza en el Señor y en la vida. Concédenos que adoremos ahora a tu Hijo en la Eucaristía, para poder escuchar su palabra y hacer lo que El nos diga». •MARTINI-6. Págs. 57-68

6. LA VIRGEN MISIONERA

«Ave, por ti la gloria resplandece;Ave, por ti el dolor se extingue…Ave, tú eres la guía hacia el celestial consejo;Ave, tú eres la prueba del arcano misterio».Estas y otras palabras del maravilloso himno bizantino Akathistos que hemos cantado, nos acompañarán en la fiesta de la Anunciación, la primera de las fiestas marianas, el comienzo de todas las solemnidades litúrgicas en su honor; la que nos recuerda ese Año Mariano que el Papa

quiso comenzar hace un año; finalmente, la que pone fin a nuestros Ejercicios, durante los cuales hemos rezado juntos meditando en el misterio de María y de Jesús en las bodas de Caná.El itinerario recorridoAntes de reflexionar en el carácter misionero que María quiere enseñar a la Iglesia en el misterio de Caná, me gustaría resumir brevemente lo que hemos vivido hasta ahora. La elección de un texto del evangelio de Juan ha sido ciertamente un poco atrevida. En efecto, el cuarto evangelio es el libro del cristiano maduro, del cristiano contemplativo; supone, por tanto, el conocimiento práctico y el camino recorrido según las etapas de los otros evangelios—de Marcos, Mateo y Lucas—. En Juan se contempla todo en su unidad, y cada uno de los episodios, en cierto modo, apela a todos los demás episodios evangélicos, recuerda el misterio completo de Dios, esto es, al Padre que revela al Hijo, al Hijo que da su vida en la cruz, a la Iglesia que nace de la cruz de Jesús, a la humanidad salvada.Por eso, para meditar el episodio de Caná hemos tenido que referirnos al prólogo, a la pasión, al costado abierto de Jesús, a María al pie de la cruz del Hijo que muere por amor.—El evangelio de Juan nos obliga a una mirada contemplativa y global, como intenté subrayar la primera tarde, al presentar el conjunto del relato y exponer la multiplicidad de las personas, de los signos, de los símbolos, de las realidades evocadas, para disponernos con la mente y el corazón abiertos ante la riqueza de revelación expresada en unas pocas líneas. Si Juan no nos hubiera transmitido el episodio de Caná, nos habría privado de una de las páginas más bellas de la Escritura.—La segunda tarde nos centramos en un símbolo particular, pero central, de este episodio: el vino. El vino que llega a faltar, el vino que María se da cuenta que escasea, el vino que después abunda.Nos preguntamos cuál era el significado simbólico del vino según Juan, y respondimos que era la alegría del Evangelio.Podríamos haber respondido también que era la fe, que era la gracia del Nuevo Testamento. Todo esto significa el vino.Con el deseo de comprender mejor por qué escogió el símbolo del vino, que de suyo no representa lo puramente necesario, sino que es algo que centellea, chisporrotea, destellea, da entusiasmo, dijimos que no se trata de la mera fe, de la fe necesaria para salvarse. El vino no es la mera gracia, en el sentido de que nos libre de morir en pecado grave e ir al infierno. Es mas bien la alegría de la fe, el entusiasmo de la fe, la vivacidad, la vida cristiana en cuanto que es alegría y vivacidad.Vimos entonces que a la Iglesia de hoy le falta el vino, le falta la alegría del Evangelio. Hay ciertamente embriones de vida cristiana, intentos de vida comunitaria; pero falta el aliento, el entusiasmo. Y luego fijamos nuestras miradas en ese don preciosísimo, en esa perla, en ese tesoro que es la alegría del Evangelio.

Page 16: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

—La tercera tarde nos preguntamos de dónde venia esa alegría; por qué no se la compra en el mercado, por qué no se la encuentra leyendo libros o asistiendo a un cursillo de verano, ni siquiera participando en unos Ejercicios espirituales.Recuerdo a este propósito una frase muy hermosa de Pascal: «Reconozco, Dios mío, que mi corazón está tan endurecido y tan lleno de ideas, preocupaciones, inquietudes y apegos a este mundo, que ni la enfermedad, ni la salud, ni los discursos, ni los libros, ni tus Escrituras, ni tu Evangelio, ni tus más santos misterios, ni los milagros, ni los sacramentos, ni el sacrificio de tu cuerpo, ni todos mis esfuerzos, ni los del mundo entero, pueden absolutamente nada para dar comienzo a mi conversión, si Tú no acompañas todas estas cosas con una asistencia extraordinaria de tu gracia».En nuestra meditación hemos comprendido que la alegría del Evangelio viene de la gloria de Dios que se derrama sobre nosotros, y no de la lectura de los evangelios ni de estar mucho tiempo de rodillas ni de nuestros esfuerzos.El origen de la alegría del Evangelio es Dios mismo en cuanto que se comunica y se manifiesta como amor, vida, vitalidad; es su gloria. Gloria que Jesús manifiesta en el misterio de Caná, fuerza de Dios comunicada al hombre. Podemos decir también: la fuente de nuestra alegría es el Espíritu Santo, que es la gloria de Dios irradiada sobre la humanidad.Si nos falta la alegría, es inútil buscarla en los libros o por la calle. Hemos de abrir el corazón a la plenitud del don de Dios que nos atrae hacia Sí, que nos une a la gloria de Cristo, que hace de nosotros una sola cosa con Jesús comunicándonos el Espíritu en abundancia¿Cómo y a través de qué medios se nos comunica el Espíritu, la gloria de Dios, la alegría del Evangelio? No mediante un simple contacto místico con lo divino, no por una especie de compenetración del misterio de Dios con la pobreza de nuestra vida, sino a través de la cruz. La cruz es el camino preciso y concreto a través del cual nos da Dios la alegría del Evangelio. Porque la gloria de Dios se manifiesta y estalla en la historia—por así decirlo—, en la muerte de Jesús en la cruz. En la cruz se nos comunica como don, como vida, lo mismo que la sangre y el agua que brotan del costado de Jesús crucificado empapan el mundo entero.El vino de la alegría del Evangelio pasa necesariamente y tan sólo a través del amor del Crucificado, que nos amó hasta el fin y resucitó por nosotros. Por tanto, es ahí donde podemos alcanzarla. Cuando decimos que Jesús resuelve todos nuestros problemas, que El es nuestra vida, tenemos que entender siempre a Jesús crucificado y resucitado. Las palabras «Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mi» (Jn 14,6) las refiere Jesús a Si mismo, que murió por nosotros, que nos salva desde la cruz, que en este increíble misterio de debilidad, de pobreza, de ignominia, manifiesta el poder, la gracia, la misericordia infinita del Padre. Esa es la

gloria de la cruz de la que la Iglesia recibe la alegría del Evangelio.—La cuarta tarde nos preguntamos cómo actúa en nosotros, concretamente, esta gloria de la cruz. Y comprendimos por las palabras de María, «Haced lo que El os diga», que actúa a través de la obediencia a Jesús, a través de la aceptación del proyecto de Dios sobre nosotros.Cuando consigo decirle a Jesús crucificado, resucitado, glorioso: «Tú eres mi proyecto», entonces la gloria de la cruz entra en nosotros y la alegría nos transforma, nos vivifica, vivifica a nuestras comunidades, a nuestra Iglesia, a la humanidad. Después de haber intentado contemplar, poco a poco, este admirable fresco de la Redención que es el suceso misterioso de Caná, nos queda por comprender de qué modo se difunde la gloria de la cruz, que a través de la aceptación del proyecto del Crucificado sobre nosotros se convierte en alegría del Evangelio, en alegría de nuestro corazón. Es decir, de qué modo la Iglesia se hace misionera.Es una pregunta que con frecuencia me hacen los jóvenes, cuando me encuentro con ellos en las parroquias: ¿Cómo puede hacerse misionero nuestro grupo? Y a veces los jóvenes añaden: Nos sentimos un poco cerrados, parece que nos gusta dar vueltas sobre nosotros mismos, ser prisioneros de nuestros problemas, pero nos gustaría ser más misioneros, mas expansivos.Y nosotros le hacemos a la Virgen esta pregunta: ¿Cómo eres tú, María, misionera de la alegría de Cristo crucificado, de la gloria, del don del Espíritu Santo que alegra el corazón del hombre?La Virgen nos presenta, precisamente en el episodio de Caná, el modelo de una Iglesia misionera, de una Iglesia llena de atención a la falta de fe y de alegría que aflige a gran parte de la humanidad.La primera raíz de la Iglesia misionera«Y, como faltara vino, le dice a Jesús su madre: ‘No tienen vino’» (Jn 2,3). Me gustaría que comprendierais que el relato evangélico es realmente extraño e improbable. Nosotros, siguiendo la probabilidad de lo ocurrido, lo habríamos compuesto de esta manera: Durante un banquete, sucedió que faltó vino; los sirvientes se dieron cuenta de ello y avisaron preocupados al maestresala. Este fue a hablar con el esposo, y ambos se dijeron: ¿Qué vamos a hacer? Y dándose cuenta de la presencia de Jesús, que al parecer era un gran profeta, sin atreverse a pedirle directamente ayuda, fueron a María y le dijeron: Intercede por nosotros, para que tu hijo nos saque del apuro.En realidad, la descripción del evangelista es muy diferente. Nadie se da cuenta de que el vino escasea: ni los sirvientes, ni el maestresala, ni los invitados, y mucho menos el esposo. Cosa extraña. Sólo una persona, María; sólo ella.¿Por qué te das cuenta, María, de que va a faltar la alegría en el banquete? ¿Por qué te das cuenta de que en nosotros, en el mundo, falta la alegría del Evangelio? Simplemente, porque la Virgen tiene esa alegría. Y al tenerla en sí misma, tiene una sensibilidad instintiva para captar dónde

Page 17: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

falta. Llena de Espíritu Santo, advierte instintivamente cuándo y dónde le falta al hombre la alegría del Espíritu ¿Qué conclusión podemos sacar para la Iglesia? Que cuando la Iglesia está llena de la alegría evangélica, se siente inmediatamente movida hacia quien no la tiene. Este es el secreto del espíritu misionero. No sirve preocuparse mucho de los demás y quizá no saben luego qué es lo que hay que darles, y preguntarse: ¿Qué hemos de hacer para llevar el Evangelio?Es fundamental tomar conciencia de la alegría que nos falta, de la alegría de la fe, y pedírsela a Dios por intercesión de María: Señor, dame de ese vino; Señor, dame la plenitud de tu Espíritu.Pero también hemos de tomar conciencia de la alegría que tenemos por gracia de Dios, porque cuando la sintamos en nosotros, instintivamente nos daremos cuenta de dónde falta, y surge entonces en nosotros el deseo de ayudar, de transmitir esa alegría. Todo el que ha recibido una buena noticia, un hecho que lo llena de entusiasmo, siente el deseo de hacer participes de él a los demás.Pero si uno no tiene esta buena noticia, no tiene nada que decir a los hermanos. La primera raíz de una Iglesia misionera, de una comunidad misionera, es, por consiguiente, estar, como María, llena del Espíritu Santo, llena de la alegría del Evangelio. Una Iglesia que prepara el caminoLa Virgen, cuando advierte que falta el vino, la alegría, y se da cuenta de que va a explotar la tristeza, se dirige a Jesús: «No tienen vino». No se pone ella en el centro, sino que hace intervenir a Jesús, instintivamente. Igualmente, no es la Iglesia la que da la salvación. Tampoco yo me hago misionero empeñándome en pensar por mi mismo. Hemos de pedir a Jesús que intervenga; hemos de poner a los otros en contacto con El.El espíritu misionero pone a otros en contacto con la fuente que primero le ha llenado a uno de alegría. Quiero hacerte participar de la amistad que llena mi vida, que transformó en alegría mi tristeza, que me reveló el Amor.Observemos otro hecho curioso en el relato de Caná. Jesús está ya allí, invitado a la boda, pero hasta aquel momento es como si no estuviese; es uno de tantos, un desconocido; su poder divino no brilla, no es utilizado, pero está presente. La Iglesia se hace misionera no introduciendo a la fuerza el mensaje evangélico en el corazón del hombre, porque Jesús ya está allí, se ha invitado El mismo a la jornada de cada uno, a la fiesta de la vida, al banquete cotidiano. Jesús está allí como esperanza y como promesa, como germen, como gracia actual. Espera que alguien lo mueva, como hizo María; que alguien le haga sentir presente, le deje sitio.La Iglesia es misionera en la medida en que descubre que Jesús está ya esperando en el corazón de cada hombre, de cada mujer, de cada niño que nace; y le permite obrar y actuar haciendo que se le deje sitio, despertando a su presencia.A menudo la vida misionera de nuestras comunidades es pesada, incapaz de moverse,

porque queremos hacerlo todo nosotros; creemos que se nos pide quién sabe qué, siendo así que es Jesús el que cambia el agua en vino, el que da la alegría del banquete. La Iglesia, como María, es la que urge, la que empuja, la que habla con los sirvientes, la que prepara el camino. Jesús está ya realmente allí, y su fuerza está ya dispuesta.Una Iglesia que sabe comprometerPara poner en movimiento el poder de Jesús, María se dirige a los sirvientes. En el texto griego la palabra es «diáconos»; es una palabra muy hermosa: «La madre dice a los diáconos: Haced lo que El os diga».Estos diáconos ponen manos a la obra: llenan de agua las tinajas, luego sacan de su contenido y se lo llevan al maestresala.Podría haber ido la Virgen a buscar agua. Pero no; ella suscita colaboradores, suscita la actividad de la gente, la mueve, de forma que todos entren lo más posible en ese movimiento en el que Jesús da el vino de la gracia, de la alegría, de la plenitud. El secreto de una Iglesia misionera, de una Iglesia misionera también en medio de nosotros, donde muchos sólo tienen una gota del vino del Evangelio y están a punto de agotar lo poco que queda en su jarra y morirán luego de sed o de inanición, es multiplicar los colaboradores, hacer que cada uno de nosotros se encuentre con algunos de ellos. Pobre de aquella parroquia cuyo párroco dijese: «¿Cómo voy a ser misionero con todo el trabajo que tengo? ¡Es imposible»A veces me preguntan: ¿Cómo consigue llevar el peso de los cinco millones de personas que viven en Milán? ¿Qué hace con todos los que no van a la iglesia? Pero sería absurdo y blasfemo pensar que el Señor nos carga con tal peso. Tampoco María llevó ella sola el peso de aquellos pocos invitados de Caná, porque buscó colaboradores, personas a las que involucrar. Y entonces, de uno nacen cinco, de cinco nacen veinticinco y, a través de las personas de buena voluntad, se multiplica la actividad misionera de la Iglesia.Jesús empezó exactamente así, no haciéndolo El todo, sino llamando a los Doce, que a su vez involucraron y comprometieron luego a otros.Iglesia misionera es la que sabe comprometer; a menudo nuestras comunidades no son misioneras, porque ponen todo el trabajo en manos de unos cuantos que se atribuyen todas las prerrogativas, todo el peso, todo el heroísmo.«Haced lo que El os diga»: María tiene el secreto de hacer que cada uno haga algo. Es poco ir a buscar agua; pero el Señor hará lo demás.Así pues, la Virgen nos ofrece realmente un camino para la apertura misionera, evangelizadora, que el Papa nos recuerda tantas veces afirmando la necesidad de una nueva evangelización en Europa. No la realizaremos por el esfuerzo heroico de unos pocos, sino que hemos de comprometernos en un movimiento gradual, simple, cotidiano, cada uno en su propia realidad, en el lugar donde vive, en su propio ambiente, ayudándonos unos a otros y haciendo con sencillez esos gestos auténticos que consisten en dejar que desborde la alegría del

Page 18: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

Evangelio, en colaborar para dejar sitio a Jesús que ya está presente.El buen vino por sí solo se recomiendaDe esta página del evangelio se deduce una última característica misionera, cuando se dice que el maestresala, después de probar el vino, llamó al esposo y le dijo: «Todo el mundo sirve primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno, hasta ahora». (Jn 2,10). ¿Qué me sugiere este detalle, casi humorístico, del relato?Me sugiere que el vino bueno se recomienda a sí mismo; no porque tenga etiquetas polvorientas ni señales de marca, ni porque proceda de colinas privilegiadas. Se recomienda a sí mismo porque es bueno; es bueno hasta el punto de que todos lo saborean con agrado.Nosotros, en nuestra vida misionera, no somos personas que tengan que malvender, con temor, un material deteriorado, rogando tímidamente a los clientes que tengan paciencia y que lo acepten hasta que haya otra cosa mejor.El vino bueno se recomienda por sí mismo; la alegría del Evangelio es buena para todos, tiene un sabor inconfundible, y quien lo gusta no pregunta de qué fábrica viene, de qué grupo, de qué realidad. Es sabroso por sí mismo, si es la verdadera alegría del Evangelio. Y nuestra misión—sobre todo la misión del obispo—es difundir el gusto de esa alegría que no es privilegio de nadie, ni de esta o aquella realidad, ni de este grupo; es igual para todos; es el mismo vino evangélico, y lo importante es que sea auténtico, genuino. Entonces todos pueden involucrarse, todos y cada uno pueden tener su propia parte. Luego cada uno lo difundirá según sus carismas, sus dones, pero no como producto propio, como etiqueta reservada, porque es la alegría de Jesús, una alegría que pertenece a toda la Iglesia, a todos los grupos, a todas las latitudes. Alegría de Jesús, en la que me encuentro con un cristiano en China, en Corea, en Méjico, y me doy cuenta, al rezar juntos, que tiene la misma calidad, el mismo sabor, la misma fuerza, la misma capacidad de entusiasmarnos a mi y a él.Lo que le importa, sobre todo, a la Virgen, a la Iglesia, al obispo, es, por tanto, que la alegría auténtica del Evangelio nos llene el corazón y la vida con toda su verdad. De lo contrario, seríamos como los que venden un producto sin conocerlo bien, sin apreciarlo; seríamos como los que intentan «colar» algo casi a traición, porque ellos no lo han gustado y valorado primero.En realidad, derramar sobre otros la alegría del Evangelio es, simplemente, el desbordamiento de la alegría que hay dentro de nosotros.Por eso mismo deseo que otros muchos puedan realizar como vosotros, en nuestra Iglesia, la experiencia del contacto silencioso, adorante, con el misterio de Jesús, con el misterio de María, para saborear aunque sólo sea una pizca de la alegría evangélica, que se convierte en el motor, el fermento, la semilla, el germen que rompe la piedra, que florece en todas partes, que no teme los diversos climas, que pasa a cualquier ambiente, que sabe emigrar a cualquier realidad,

porque la vivifica desde dentro, con la fuerza misma que viene de la gloria de Cristo, del amor del Padre, del sacrificio do Hijo, de la energía del Espíritu Santo. Energía que llenó, ante todo, el corazón de María con aquella alegría, con aquella grandeza, con aquel esplendor que ahora nos disponemos a cantar, honrando en Ella el primer gran prodigio de la gloria de Dios. •MARTINI-6. Págs. 69-80

7. ESTAR CON JESÚS

«Abre, Señor, nuestro corazón a la escucha de tu Palabra, y haz que nos liberemos para ello de nuestra agitación interior y nos dejemos invadir, en cambio, por el deseo de conocerte como Tú nos conoces.Concédenos, por la gracia de tu Espíritu, que dejemos brotar las preguntas verdaderas que Tú mismo nos pones en el corazón».La Escuela de la Palabra es un ejercicio para aprender a orar personalmente a partir de la Sagrada Escritura. No es, por consiguiente, sólo una introducción a la lectura o la comprensión de la Biblia, sino una introducción a la contemplación de Jesús, que nos habla a través de las páginas inspiradas por Dios, y a la contemplación del Padre en Jesús, que está presente aquí y está haciendo algo por nuestra vida, por la vida de cada uno de nosotros.En los encuentros de este año estáis siguiendo la lectura del evangelio según Marcos a través de algunos pasajes que ponen de relieve los momentos decisivos, los saltos cualitativos en el camino educativo cristiano. En efecto, la acción educativa de Dios avanza también a través de momentos de ruptura, el principal de los cuales es la conversión cristiana.Esta conversión se nos vuelve a proponer en diversas edades de la vida y en diversas situaciones de nuestro itinerario humano personal.Los textos del evangelio que se han elegido presentan claramente todo esto en el camino de los apóstoles que siguen a Jesús.En el anterior encuentro reflexionasteis sobre el deseo de cambiar como condición fundamental para la educación en la fe, a partir del capítulo 1 de Marcos (vv. 14-20). Esta tarde proponemos una página del capítulo 3, y nos preguntaremos: ¿Qué profundización en la conversión expresa para los apóstoles? ¿Qué arduo desfiladero exige pasar?Intentaré ayudaros a responder a estas preguntas con el ejercicio de los tres escalones de la lectio divina: la lectura; la meditación y reflexión; y la oración o contemplación—La lectura estimula nuestra atención a las palabras escritas, para captar con una mirada global lo que se nos dice en el pasaje; qué otros episodios del evangelio nos recuerda este texto; qué circunstancias de lugar y de tiempo aparecen en él; cuál es la acción fundamental del relato.—La meditación es el segundo escalón y consiste en preguntarnos: ¿Qué fue lo que ocurrió aquí con

Page 19: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

los Doce que ocupan el centro del episodio? ¿Y qué supone esto para mi?, ¿qué me dice a mi?—La contemplación u oración la haremos en silencio, con la ayuda de tres breves preguntas que os sugeriré. Esta oración podría profundizarse luego, para el que así lo desee, en el sacramento de la Penitencia.

EL SALTO QUE JESÚS OBLIGA A DAR: LECTURA DE /MC/03/13-21

Leemos el texto: «Subió al monte y llamó a los que El quiso; y se fueron donde El. Instituyó Doce, para que estuvieran con El y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce: Simón, a quien dio el nombre de Pedro; Santiago el de Zebedeo y Juan, hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó. De vuelta a casa, se aglomeró de nuevo tanta gente que no le dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a echarle mano, pues decían que no estaba en sus cabales»s.—En su globalidad, el pasaje consta de dos escenas que contrastan entre si. La primera, del versículo 13 al 19, refleja un acercamiento a Jesús, un movimiento hacia El: Jesús llama a algunas personas, las cuales van y se quedan con él.La segunda, versículos 20 y 21, presenta un movimiento de distanciamiento, de alejamiento de Jesús, que es considerado como fuera de sí y de la realidad, fuera de la racionalidad humana.Mientras que en el centro de la primera escena destaca la importancia del estar con Jesús, en el centro de la segunda encontramos la exclamación: No conseguimos entenderlo.Ahora bien, ¿qué es la conversión cristiana?; ¿en qué consiste el salto cualitativo expresado en este punto del camino?Es la diferencia entre el primero y el segundo modo de relacionarse con Jesús. Fijaos en que en ambos casos se trata de personas amigas, de personas que quieren aJesús; los Doce, que lo seguirán durante toda la vida; y los «suyos», o sea, sus parientes, sus hermanos, que no son ciertamente adversarios suyos.Pero, mientras que los primeros dicen: «Estamos contigo», los segundos concluyen: «No te comprendemos».El paso del no entender al Señor, del no comprender qué es lo que quiere decir, a la expresión: «Queremos estar contigo», constituye el salto especifico de la conversión cristiana que aquí se hace visible.En el evangelio de Marcos hay, sin embargo, una escena anterior que conviene tener presente. Al comienzo del capítulo 3, Jesús se ve tan estrujado por la muchedumbre que tiene necesidad de subir a una barca para que no lo aplasten (v. 9). Tras la escena del lago viene la del monte, que

constituye la primera parte de nuestro pasaje, donde Jesús llama a los Doce. Viene finalmente la escena en casa (v. 20), con el alejamiento de El.En el centro de los tres episodios (el lago, el monte, la casa) se recoge la lista de los Doce: desde Simón hasta Judas Iscariote.Es una lista sagrada, antiquísima, porque la Iglesia está fundada sobre los Apóstoles y, de hecho, nosotros repetimos sus nombres en el canon de la Misa para afirmar nuestra comunión con ellos.En la meditación del mes pasado conocisteis y meditasteis en la figura de Simón y de su hermano Andrés—los dos primeros llamados—, y luego en la de Santiago y la de Juan. Por tanto, ya conocéis, mientras que los otros se mencionan por primera vez en este párrafo—Después de esta mirada global, nos preguntarnos si esta página nos recuerda otras. Ciertamente recordamos el capítulo 1, donde se describe la llamada de Simón y de su hermano Andrés, la de Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan. ¿Qué diferencia hay entre las dos llamadas? ¿En qué consiste la «novedad» de la llamada de los Doce? ¿Cuál es el arduo desfiladero que obliga Jesús a pasar a los que le siguen, el salto cualitativo que les exige dar?En el capítulo 1 se trataba de dejar las redes y de seguir con confianza al Señor, con la esperanza un tanto vaga de hacerse pescadores de hombres.Pero es necesario que el primer entusiasmo se solidifique. De hecho, el texto evangélico dice que Jesús instituyó a los Doce. Les dio un modo de ser estable, haciéndoles participes de lo que El hacía; los instituyó para que estuvieran con El, para enviarlos a predicar, para que tuviesen el poder de echar los demonios—Esta es precisamente la acción fundamental de este pasaje. Jesús hace posible el salto cualitativo en la fe, instituyendo a los Doce para que estuvieran con El y también para que fuesen a predicar y tuvieran el poder de echar los demoniosLos Doce se deciden por una opción, por una responsabilidad estable frente a los demás, por una nueva experiencia de madurez cristiana.Si el primer acercamiento a Jesús podía tener todavía el carácter de intento, de búsqueda, quizá de un poco de curiosidad, de una cierta prueba (¡vamos a ver qué pasa!), ahora se trata de una auténtica opción de fondo.—Veamos finalmente, las circunstancias de la narración. Subrayo los tres lugares que ya he recordado: LAGO-MONTE-CASAEl lago donde Jesús estaba predicando, en medio de una gran muchedumbre de gente venida de toda Palestina. Jesús se ve obligado a subir a la barca.El monte, al que—según el relato paralelo del capítulo 6 del evangelio de Lucas—se había retirado a pasar la noche en oración, antes de llamar a los Doce.La casa, que hace suponer que Jesús volvió al lago, lugar habitual de vida de la gente.

Page 20: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

Estos tres lugares son particularmente significativos.En efecto, el lago indica el lugar de la predicación y de la caridad (Jesús curó junto al lago a muchos enfermos); el monte indica el lugar de la oración, de la opción, de las grandes decisiones; la casa es el lugar de la vida cotidiana.El Señor pasa del uno al otro; podríamos decir: del púlpito al altar y a la vida de cada DIA; del momento de la escucha de la Palabra al momento de la oración profunda, de la Eucaristía; de la oración al momento de la decisión de cada DIA. Pasa de una a otra de estas realidades santificándolas, encontrándose con la gente, dejándose provocar por las dramáticas situaciones humanas que se le presentan y provocándolas, a su vez, él mismo. Podemos decírselo en la oración:«Señor, ¡provócanos también a nosotros! Pasa por en medio de nosotros, estemos donde estemos: ya sea que nos encontremos entre la gente, o en el lugar de oración, o en las realidades de la vida cotidiana. Haz que no haya diferencias entre unas cosas y otras, que no reneguemos en la vida cotidiana de Aquel a quien hemos querido conocer en el monte. Haz que haya unidad entre los diversos momentos de nuestra existencia».

ENAMORARSE DE JESÚS: PUNTOS PARA LA MEDITACIÓN

Hemos dicho que la meditación consiste propiamente en hacerle preguntas al texto. Podemos interrogar a los Doce, podemos preguntar a Pedro o a Juan: ¿Qué significó para ti aquel paso? ¿Qué supuso en tu vida y qué puede suponer para la MIA? Creo que los apóstoles nos responderían: para nosotros significó ponernos definitivamente de parte de Jesús, desafiando incluso la incomprensión de quienes no lo comprendían, a pesar de quererlo. Para vosotros podría equivaler a salir un poco fuera de vosotros mismos, de vuestra forma de concebir la vida y de planear vuestra existencia, y asumir una tarea eclesial, una tarea de servicio a la comunidad, una tarea de compromiso para toda la vida.Si quisiéramos interrogarles un poco más cordialmente, pidiéndoles que trataran de describirnos la experiencia que les hizo estremecerse por dentro, creo que insistirían en la experiencia de salir de si, incluso de perder el juicio, y lo explicarían como un enamoramiento, como un sentirse irresistiblemente atraído por alguien. Antes teníamos cierta estima de Jesús y lo veíamos con cierta curiosidad; ahora estamos con El, de su parte, sentimos que lo amamos, que ha conquistado nuestro corazón. «El enamoramiento —dicen los apóstoles—, estrictamente hablando, no es algo que se decide, sino que ocurre, sucede, acontece…; al menos, este fue nuestro caso, porque fuimos elegidos, sin decidirlo nosotros. Sin embargo, tuvimos la sensación de ir libremente detrás de Jesús, de caminar con libertad y alegría, movidos por el amor.

La experiencia que viven los apóstoles, el nuevo salto cualitativo, es el que va del seguimiento respetuoso al enamoramiento, a la dedicación, al dejarse tomar, al dejarse agarrar sin condiciones.

PREGUNTAS PARA LA ORACIÓN PERSONAL

Para vuestra contemplación silenciosa, os sugiero yo también tres preguntas, a partir de la experiencia de Pedro, de Juan y de los otros:1. - ¿Acepto, deseo dejarme agarrar de ese modo? Si, delante del Señor, El me preguntase: «¿Quieres dejarte agarrar por mi amor?», ¿cómo le respondería yo? Tratad de ver lo que sentís en vuestro interior y de qué modo respondéis a la pregunta.2. - ¿Me dan miedo las consecuencias de dejarme agarrar? Es fácil imaginar enseguida algunas consecuencias de este tipo: si de verdad me dejo agarrar, quién sabe las opciones que tendría que tomar. Quizás hacerme sacerdote, religiosa… Estoy bastante asustado. ¿Adónde me llevarías, Señor? Creo que el Señor responderá: Te llevaré a ser cristiano, a estar conmigo. De hecho, ser cristiano es, simplemente, estar con Cristo. Lo demás es fácil; lo demás vendrá según las llamadas concretas que cada cual reciba.Lo que yo quiero—dice el Señor—es que tú aceptes, que no tengas miedo a las consecuencias de dejarte agarrar de ese modo, de dejarte invadir por dentro.3. - ¿Has probado alguna vez algo parecido? ¿Has intentado alguna vez estar con Jesús? Quizá nos demos cuenta de que ya hemos sido agarrados por él, aunque no nos demos cuenta de las consecuencias afectivas globales que esto supone; pero otras veces sí nos damos cuenta, y son entonces los momentos de la alegría desbordante.

DEJEMOS QUE ESTA EXPERIENCIA NOS INUNDE.

¿He intentado alguna vez estar con Jesús? ¿Quiero intentarlo ahora? La experiencia que Jesús te pide que hagas es que estés con él ahora. Jesús quiere que lo mires (releyendo el pasaje evangélico), que escuches sus palabras que llaman (¿y si entre los Doce nombres estuviera el tuyo?), que reflexiones sobre lo que puedes hacer en tu vida para estar más con él.«Te doy gracias, Señor, porque me llamas ahora; porque la llamada bautismal es para estar contigo; porque tú, a través de la vida de la Iglesia, con el Concilio, con el Sínodo de los laicos, me llamas a dejarme agarrar por ti.¿De qué tengo miedo aún, Señor? ¿Qué deseo? ¿Qué debo superar?¿Cuáles son las dificultades que me asustan?Concédeme, Señor, el gusto de estar en silencio contigo». •MARTINI-6. Págs. 83-91

8. SUPERAR EL MIEDO Y FIARSE DE JESÚS

El evangelista Marcos nos presenta esta tarde el relato de la tempestad calmada (Mc 4, 35-41),

Page 21: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

que viene inmediatamente a continuación del discurso en parábolas.Podemos decir que la escena de la tempestad calmada por Jesús es una parábola «en acción», que hace visible la experiencia que nos describe la parábola del sembrador (Mc 4,1 ss.), en la que se habla de la semilla que cae en terreno pedregoso, o sea, de los que acogen la palabra «con gozo, pero no tienen raíces, son inconstantes, y por eso, cuando llega alguna tribulación o persecución por causa de la palabra, enseguida sucumben» (v. 17).Ahora los apóstoles, que quizá creían «tener hondas raíces», sienten miedo y comprenden que, si no se supera este umbral, no se entra de veras en el camino cristiano. El tema central de nuestro pasaje es, por tanto, la superación del miedo. En términos más laicos, podría decirse: el problema de la timidez. ¿Por qué nunca tomamos ciertas decisiones que, sin embargo, son importantes? ¿Por qué, después incluso de haberlas tomado, nos asalta la angustia y nos echamos atrás? ¿Que es lo que hay dentro de nosotros y qué es lo que tiene que vencer Jesús para proponernos que nos libremos de ese miedo?El miedo a fiarse: lectura de /Mc/04/35-41En la relectura de un episodio es importante saber dividir mentalmente los momentos de la acción.En este episodio hay tres momentos:— el momento preparatorio, en el que se señalan las condiciones de tiempo y de lugar en que sucede el hecho;— el momento central, el hecho mismo: la tempestad, la reacción de Jesús y de los discípulos;— el momento final, la conclusión del relato. Considerémoslos pormenorizadamente.1. El momento preparatorio: «Ese DIA, al atardecer, les dice (Jesús): ‘Pasemos a la otra orilla’. Despiden a la gente y lo llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con él» (vv 35-36).La circunstancia de tiempo se describe con la expresión «Ese DIA». ¿Qué DIA? El de las parábolas, en que Jesús había hablado de ciertas realidades que ahora hace experimentar a los discípulos.«Al atardecer»: la tarde es el momento de la soledad, de la Palabra. Recordad a los dos discípulos de Emaús, que dirán a Jesús: «Quédate con nosotros, Señor, que atardece» (Lc 24,29).La tarde es el momento en que a uno le gusta quedarse tranquilo, en la intimidad y en la paz.Pero Jesús les dice: «Pasemos a la otra orilla». Mientras que a los discípulos les habría gustado dormirse en los laureles, sin tener que tomar decisiones comprometedoras, el Señor les obliga a cambiar de lugar.El evangelista añade: «Lo llevan en la barca, como estaba». No es fácil comprender lo que quiere decir. Quizá pretende indicar que Jesús estaba cansado. Según la descripción del mismo capítulo 4, v. 1, había subido a la barca al comienzo de la jornada, había hecho que lo

alejaran un poco de la orilla y se habla puesto hablar a la gente. Al atardecer, por tanto, estaba agotado y quería marcharse como estaba, sin tener que volver a casa. Dejan una situación tranquila, de un cierto prestigio conquistado ante la gente, y se van. Quizá los discípulos pensaran que se trataba de una rareza de Jesús; de todas formas, lo toman y se lo llevan consigo.Señor, también yo te acojo tal como eres, porque también yo estoy muchas veces cansado, rendido, y puedo comprenderte.2. El momento central. «En esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de suerte que ésta se anegaba» (v. 37).El hecho central es descrito, ante todo, como una tempestad.Luego el evangelista nos dice de qué modo lo vive Jesús: «El estaba en popa, durmiendo sobre un cabezal» (v. 38a).Y, finalmente, cómo lo viven los apóstoles: «Le despiertan y le dicen: ‘Maestro, ¿no te importa que perezcamos?’» (v. 38b).Examinemos cada una de estas palabras: la «borrasca» indica un vendaval, un temporal, un torbellino tormentoso que sacude las aguas. Si lo hemos experimentado alguna vez, podemos pensar en lo que se siente cuando el mar está agitado o cuando, en el avión, se entra en un torbellino de viento que hace que todo vibre y se estremezca. En cualquier caso, no es difícil imaginar el miedo que debieron experimentar los discípulos: la barquilla se ve sacudida por las olas, entra el agua, intentan achicar con las manos para no hundirse, les tiemblan las rodillas, cunde el pánico, la tragedia es inminente… Por eso se atreven a despertar a Jesús.Pero ocurre algo extraño: ¿por qué duerme Jesús? La barca debía de tener una especie de cubierta en popa, y él se había acurrucado allí dentro, donde no se sienten las olas; duerme sobre un cabezal, porque está rendido de cansancio y no se da cuenta de nada. La figura de Jesús durmiendo nos recuerda el episodio bíblico de Jonás, sumido en el sueño durante la tempestad, en la bodega del barco. Pero Jonás estaba en la bodega para ocultarse, para huir de Dios. Jesús, por el contrario, es la presencia misma de Dios, es la ausencia de temor incluso en el ojo del huracán. Sin embargo, los discípulos todavía no comprenden nada de esto e incluso se irritan, como nos irritamos a veces nosotros cuando vemos a alguien bromear y sonreír ante el peligro.Y los discípulos lo despiertan con una frase de reproche: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». La expresión es muy dura y nos recuerda aquella queja de Marta a Jesús: «¿No te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo?» (Lc 10,40). Los apóstoles parecen decir: «No sólo no te comprendemos, sino que no podemos entender cómo tú, en esta situación sigues durmiendo». No piden tan sólo un apoyo moral, sino que les eche una mano, que se ponga también él a achicar agua.Hemos llegado al momento cumbre del episodio: «El, habiéndose despertado, increpó al viento y

Page 22: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

dijo al mar: ‘ Calla, enmudecer’. El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza» (v. 39).«Despertarse», en el texto griego, es el verbo que recuerda la resurrección, el resurgir, el alzarse de Jesús del sueño.Increpa al viento como si realizara un exorcismo contra un poder maligno al que hay que hacer frente directamente.Le dice al mar, sacudido por el viento, que se calle, que se calme. «El viento se calmó y sobrevino una gran bonanza»: vienen a la mente algunos salmos que hablan del poder de Dios: Dios amenaza al mar Rojo, lo sacude (Sal 106,9); Dios hace callar el estruendo del mar, aplaca el tumulto de los pueblos (Sal 65,8); Dios domina el orgullo del mar (Sal 89,10);Dios reduce la tempestad a la calma y callan las olas del mar (Sal 107,29) En este instante en que Jesús se enfrenta con el viento y el mar, debemos tratar de verlo, a la luz de la Escritura, enfrentado a todo lo que es poder enemigo del hombre. El mar es enemigo del hombre, porque crea asechanzas, muerte, angustia, cuando es agitado por el viento. Jesús vence a todas las fuerzas del mal y su capacidad de hundir al hombre en la desesperación. Jesús sale al encuentro del hombre que grita: «¡Ya no puedo más!». Es el Cristo resucitado el que sale a nuestro encuentro, metidos como estamos en el torbellino de la historia.Pero Jesús se dirige a los discípulos: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Todavía no tenéis fe?» (v. 40). Literalmente, el texto griego dice: «¿Por qué sois tímidos? ¿todavía no tenéis fe?».La pregunta nos parece extraña. ¡La verdad es que hay motivos para temblar ante la tempestad! Además, la pregunta equivale a un reproche: «¿Por qué sois tan tímidos?». Evidentemente, algo debe haber tras este vocablo, que significa miedo, timidez, cobardía, y que a nosotros nos parece, todo lo más, una debilidad, una reacción natural. ¿Cómo reprocha Jesús tan enérgicamente este miedo, relacionándolo incluso con la fe?. La palabra «tímidos» sólo aparece otra vez en el Nuevo Testamento: en el pasaje final del libro del Apocalipsis, donde, ante la gloria de la Jerusalén celeste, se dice a modo de contraste: «Pero los tímidos (traducido generalmente por «cobardes», que es también una traducción exacta), los incrédulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre. Esta es la segunda muerte» (Ap 21,8).Esta dramática descripción recuerda el infierno del Dante: en el primer circulo de los condenados están los pusilánimes, los cobardes «ni agradables a Dios ni a sus enemigos. (cf. Divina Comedia, Infierno, III, 60ss.). Entre ellos ve el Poeta la sombra de «aquel que por villanía cometió el gran rechazo», el que tuvo miedo de pronunciarse (quizá Celestino V, o tal vez Pilato). Un miedo, el suyo, que no fue un episodio marginal de su vida, sino algo decisivo para su no-realización.

Por eso el pasaje del Apocalipsis pone a los tímidos con los incrédulos, con los impuros, con los homicidas, con los inmorales, con los idólatras, con los mentirosos. Y observad cómo encontramos también en Jesús la misma relación del Apocalipsis entre los tímidos y los incrédulos: «¿Todavía no tenéis fe?».Lo que hemos de comprender esta tarde es que el miedo de los discípulos no es sólo miedo físico, timidez, sino el miedo a fiarse de Jesús.Los discípulos tienen miedo de fiarse hasta el fondo, y vuelven a contar con sólo sus propias fuerzas; pero en seguida constatan que eso no basta, y les invade el miedo. Hasta entonces no lo habían experimentado: habían dicho «sí» al Señor, poniéndose entre sus oyentes, cuando estaban con el Bautista; luego le dieron otro «sí» a Jesús cuando éste les propuso: «Venid conmigo. Seguidme».Sin embargo, en este momento de su vida, se ven sometidos a prueba, y una prueba seria. Su «sí» no tenía raíces profundas, y era preciso que se viera sacudido y pasado por el tamiz de la tribulación. Porque cada «sí» de la vida, cada «sí». que quiere ser serio (sí a Jesús, sí a un amigo, sí a una mujer, sí a un hombre, sí a un compromiso exigente), tiene que pasar a través de la prueba, a pesar del cansancio, la burla, el desdén, la soledad o el rechazo de los demás.Tenemos que saber entrar en la turbulencia del miedo; tenemos que saber que llega un momento en que las propias fuerzas no bastan. Decir: «no me bastan mis propias fuerzas», es una actitud mucho más grave de lo que nos parece, y tanto más grave cuanto más cierto parece ser. Si me detengo y vuelvo a casa, ya he caído. Si me olvido de la confianza que puse en Jesús; si me olvido del misterioso atractivo que me llevó a escoger un compromiso, una persona, una amistad, o que me movió a hacer una promesa; si olvido que la vida depende de que me fíe o no me fíe, entonces estoy perdido.Esta situación de miedo, si se cultiva y acepta, va unida a la incredulidad—cuando se trata de Jesús y de las realidades serias de la vida relativas a las decisiones existenciales—, porque la fe, por su propia naturaleza, ahuyenta el miedo.El miedo y la confianza no van juntosLa timidez es signo de poca fe, y proviene del repliegue en nuestra naturaleza calculadora y desconfiada, del agazaparse en sí mismo; por eso hace abortar el movimiento de confianza con que se había dicho «sí».Es un momento peligroso, de paso, aunque necesario, en el que conviene que tengamos muy claro que, si no superamos ese miedo y nos fiamos, entonces retrocederemos y no seremos ya capaces de tomar ni esta ni, tal vez, otras grandes decisiones de la vida. Si queremos ahondar más en el significado de las palabras de Jesús: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?», podemos decir que la incredulidad es la comprensión inadecuada de la historia escondida del Reino de Dios: la que nos describen las parábolas. El Reino de Dios está ahí, pero no se ve; Jesús duerme, pero está ahí, y no hay por

Page 23: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

qué temer si uno confía en él. Quien no comprende esta historia escondida del Reino de Dios, tampoco comprenderá el camino de Jesús hacia la cruz, como le ocurrió a Pedro. No comprenderá que Dios está presente con nosotros en todos los momentos misteriosos, difíciles y escondidos de nuestra existencia.Se trata, por tanto, de comprender o de no comprender el modo de la presencia de Jesús en nuestra historia.3. El momento de la conclusión. «Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: ‘Pues, ¿quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?’. (v. 41). Estamos de nuevo en el temor, pero ya no es el miedo; en efecto, la palabra griega es totalmente distinta. Antes era «tímidos», ahora es «temor grande», es decir, temor reverencial, religioso, temor que cae en la cuenta de hallarse ante un misterio. Por una parte, se experimenta este «respeto» y, por otra, la plenitud de confianza ante la ternura de Dios.Lo contrario a la timidez —nos advierte la palabra evangélica—no es ni la presunción, ni la desfachatez, ni la temeridad, sino el temor reverencial ante el gran cariño con que Dios está cerca de nosotros y que, debidamente experimentado, ahuyenta la timidez y el miedo, produciendo paz, calma, serenidad, alegría. Se siente que alguien está presente y que es mucho mayor que nosotros; que las pequeñas cosas que estamos viviendo nos llevan realmente mucho mas allá de nuestra experiencia, hacia la degustación de una presencia santa, tierna, afectuosa, capaz de no abandonarnos jamás.

HACIA LA MEDITACIÓN Y LA CONTEMPLACIÓN

Me gustaría sugeriros, llegados a este punto, una pregunta que puede serviros para vuestra meditación, para una reflexión más especifica sobre vuestra vida. ¿Cómo y cuándo se manifiesta en mí ese miedo? ¿Lo advierto alguna vez en mi camino de fe? ¿Cómo y cuando se manifestó en mis acciones, tal y como las veían y juzgaban los demás, de forma que llegó a impedirme quizá realizar alguna cosa que yo consideraba justa? ¿Cómo y cuándo se manifestó ese miedo en mi corazón, allí donde yo sólo puedo ser juez, de forma que llegué a sentirme mal por haberme dejado vencer por él? Esta pregunta fundamental tiene que convertirse luego en contemplación; tiene que transformarse en un simple hablar con Jesús. Mirar a Jesús desde la perspectiva de los discípulos, desde mi propio punto de vista personal, desde el punto de vista del mismo Jesús. Y decir:«Señor, a través de la contemplación de Ti, que, despertándote del sueño y resucitando de la muerte, me das confianza, te pido que disipes mis temores, mi miedo, mis indecisiones, mis bloqueos en las opciones importantes, en las amistades, en el perdón, en las relaciones con los demás, en los actos de coraje para manifestar mi fe. ¡Rompe mis bloqueos y ataduras, Señor!».Os invito a continuar todo el mes esta reflexión, dedicando a ella algunos momentos, ya sea

personalmente o en los grupos parroquiales. Os invito a que sigáis ejercitándoos en la contemplación que hemos introducido, poniéndoos a mirar a Jesús, guardando silencio delante de él o intercambiándoos las reflexiones que él mismo os sugiera.Podéis pensar también en realizar algún gesto de coraje a partir de la fe. No un gesto de desfachatez, de arrogancia, sino un gesto, personal o grupal, que nazca de la certeza de que Jesús libera el corazón y hace espontáneo y gozoso el acto de coraje en la fe.La Virgen María—que no tuvo miedo y se fió de Dios diciendo: «Señor, que se haga en mí tu Palabra»—nos conceda participar, en todo momento de nuestra vida, en la alegría de su fe sin condiciones. •MARTINI-6. Págs. 93-102

9. AFRONTAR LA CONTESTACIÓN

«Se marchó de allí (Jesús) y vino a su tierra, y sus discípulos le acompañaban. Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: ‘¿De dónde le viene esto y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?’ Y se escandalizaban a causa de él. Jesús les dijo: ‘Un profeta, sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa, carece de prestigio’. Y no pudo hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos Y se maravilló de su falta de fe.Y recorría los pueblos del contorno enseñando. Y llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja; tan sólo un par de sandalias, y una sola túnica. Y les dijo: ‘Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si en algún lugar no os reciben y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de vuestras sandalias en testimonio contra ellos’» (Mc 6,1-11).IntroducciónLa página del evangelio según Marcos que proponemos para nuestra meditación necesita una introducción.Todos estamos condicionados por el juicio de los demás, y a veces estos condicionamientos son tan fuertes que se convierten en respeto humano. Es un fenómeno grave, porque pone en crisis la autenticidad del camino de conversión. Por eso, en el itinerario cristiano es esencial el coraje de afrontar la contestación por la fe. ¡Cuántas veces he escuchado a chicos y chicas hablarme de sus dificultades para vivir como cristianos en el ambiente de la escuela o del trabajo, y de sus dificultades para seguir participando en grupos de vida cristiana, debido a las opiniones de sus compañeros sobre la fe y la práctica cristiana!De ahí nace, pues, la pregunta que sirve de base a la reflexión de este encuentro: ¿Cómo

Page 24: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

afrontaste Tú, Jesús, el condicionamiento de los juicios negativos de los demás? ¿Cómo nos enseñas a que lo afrontemos nosotros? ¿Cómo educas a los apóstoles y a nosotros mismos para superar estos obstáculos? ¿Cómo nos educas para una nueva conversión al coraje y a la intrepidez en la fe?Me gustaría observar que también Jesús es sensible a todo lo que se dice de él. En Cesarea de Filipo, por ejemplo, preguntará a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?», y luego preguntará de nuevo: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (cf. Mc 8,27-30 y paralelos).Por lo demás, no es socialmente posible prescindir de lo que los demás dicen de nosotros. Para hacerlo, tendríamos que encerrarnos en una cartuja, y aun entonces también nos acompañarían los juicios de la gente sobre nuestro comportamiento. Por tanto, el problema no es cómo no recibir ningún condicionamiento del juicio de los demás, sino cómo no ser esclavos de ellos.Jesús se nos muestra en este episodio influido profundamente y de forma negativa por las reacciones de la gente; se da cuenta de que sus palabras y sus gestos no son comprendidos, de que lo rechazan; y siente estupor por ello, sufre, se extraña. Se dice, incluso, que Jesús «no pudo hacer allí ningún milagro» (v. 5), dando así la impresión de que hasta su poder taumatúrgico se veía afectado por la mala acogida de la gente. Algo por el estilo nos ocurre también a nosotros. Por ejemplo, si hablamos en público y notamos cierta hostilidad o indiferencia, a las palabras les cuesta salir, perdemos incluso el hilo del discurso y decae nuestro ánimo. Jesús, cuya fuerza prodigiosa de curar se vio en aquellos momentos como bloqueada, nos comprende, y podemos dirigirnos a él diciendo: Jesús, Tú que nos comprendes en nuestros condicionamientos respecto al juicio de los otros sobre nuestra conducta, ayúdanos a leer el pasaje de esta tarde, para que podamos sentirnos iluminados por la forma en que Tú actuaste.La reacción de Jesús ante las críticas:Lectura de /Mc/06/01-11En el texto de Marcos distingo cuatro momentos sucesivos:— Jesús enseña;— la gente se asombra;— Jesús reacciona;— consecuencias que tiene para los apóstoles la actuación de Jesús.Repasemos cada uno de estos momentos, que más tarde recogeremos en el silencio de la meditación y de la adoración eucarística.1. Jesús enseña. Escribe el evangelista: «Se marchó (Jesús) de allí y vino a su tierra» (v. 1).Esta indicación es importante, porque muchas veces es más difícil el coraje de la fe en donde uno es muy conocido y la gente, por así decirlo, lo ha encasillado con un juicio ya cerrado, haciéndole sentirse menos libre. Pienso en los grupos de jóvenes que no logran crecer, debido a cierto enrarecimiento del ambiente en torno a ellos que los condiciona. Por el contrario, en un

ambiente extraño somos más desenvueltos, más libres. Jesús nos da ejemplo, precisamente, en un problema que se le presenta en su patria, en medio de los suyos, en su país. Y el texto añade que «sus discípulos le acompañaban». También ellos se ven afectados y perturbados por lo que ocurre.«Cuando llegó el sábado, se puso a enseñar en la sinagoga» (v 2a). Jesús se atiene al programa de unirse a la tradición del pueblo, según la cual el día del sábado todos tenían que reunirse en la sinagoga. Sin ningún tipo de ruptura y ningún gesto llamativo, va, se sienta en el suelo con la gente y escucha en silencio la lectura de Isaías, hecha con gran solemnidad (cf. Lc 4,16 ss.). Luego, una vez enrollado el pergamino el jefe de la sinagoga, dándose cuenta de la presencia de Jesús, que había asistido a la escuela de Juan Bautista, le pide que dirija unas palabras de exhortación. El se levanta y empieza con el sermón que conocemos por el evangelio de Lucas: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que habéis oído» (Lc 4,21).2. La gente se asombra. Estamos en el segundo momento del episodio.«La multitud, al oírle, quedaba maravillada» (v. 2b). El verbo griego significa sentirse impresionado por algo grande, inesperado. Se usa, por ejemplo, para describir el asombro de María y de José cuando encontraron a Jesús en el templo: «¿Cómo has hecho esto? ¡No nos lo esperábamos!» (cf. Lc 2,41 ss.).Así pues, la gente se asombra y expresa su admiración con exclamaciones, aunque de ordinario se guardaba silencio en la sinagoga «¿De dónde le viene esto y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?» Intentemos examinar las palabras que susurra la gente, mientras que la atmósfera, antes tranquila, empieza a alterarse, y Jesús se da cuenta de ello. Evidentemente, había hablado de una forma sencilla, porque todos lo habían comprendido, pero al mismo tiempo de un modo tan original, tan fresco, tan espontáneo, tan nuevo, tan poco repetitivo de ideas ajenas, que la gente se preguntaba dónde había aprendido lo que enseñaba, de quién lo había oído.Podemos hacer enseguida una reflexión. Es muy hermoso preguntarse sobre Jesús:«¿De dónde le vienen estas cosas?». En efecto, la primera característica del coraje cristiano, la característica de expresar libremente en público la propia fe, viene de que se tiene algo dentro; las palabras que se dicen no son fruto de una lectura, de un sermón que se ha oído, sino palabras vividas, palabras que hemos escuchado antes, pero que se han hecho nuestras a través de la fe.Esta primera característica del coraje cristiano hace que nuestro testimonio sea realmente nuestro, que nos brote del corazón como una fuente en la montaña, como un manantial de agua viva. Por eso el salto cualitativo anteriormente requerido era el de estar con Jesús, meditar su palabra, escucharla, contemplarle a él, a fin de que arraigue en nosotros como la semilla en la tierra. Entonces el coraje de la fe despunta automáticamente, ya que de esa semilla, cuando

Page 25: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

está bien arraigada en la tierra, nace irresistiblemente el brote.Es fundamental estar con Jesús, contemplar en silencio su Evangelio, fiarse de él, venciendo los propios miedos, realizando pequeños actos de confianza en él. También de mí se podrá decir: ¿De dónde le vienen estas cosas? ¿Cómo es que saca de su interior esa fuerza, esa sencillez, esa sabiduría?Pero en el episodio de Marcos la gente pasa enseguida de la admiración a la critica y a la desconfianza: «¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» (v. 3). La gente se ha hecho ya un juicio sobre Jesús: es un pobre hombre como los demás, ha llevado la misma vida que los demás, no puede salir de él nada nuevo. Si fuese un gran profeta que viniera de Jerusalén, si hubiera estudiado en las escuelas de la capital, sería distinto; pero, siendo uno del pueblo, es inútil escucharle.Jesús ya ha sido pesado y encapsulado en un juicio obtuso, mezquino, que le ofende, que no lo comprende, que lo menosprecia, que cierra los ojos ante la verdad. Aparece aquí la estupidez de los juicios pronunciados con la presunción de criticar nuestra fe o nuestro compromiso cristiano, encapsulando nuestra autenticidad e impidiéndonos crecer.Finalmente, el relato evangélico dice: «Y se escandalizaban a causa de El». Palabras muy fuertes, puesto que el escándalo es lo que bloquea el camino moral y el camino de fe. Jesús se convierte incluso en un obstáculo, porque la gente no se arriesga a creer que Dios, grande e inmenso como es, actúe con instrumentos débiles y pobres. Es éste el gran escándalo que se achaca al Evangelio: Dios no puede actuar mediante los pobres, los humildes, los sencillos, los hombres sin apariencia. El obrar de Dios debe ser forzosamente distinto. En los juicios de la gente se revela, por tanto, la ignorancia de Dios; se revela un ateísmo de fondo: el no comprender quién es Dios y el querer reducirlo a la propia medida. Los juicios que tienden a asustar, a meter miedo, a condicionar, a encerrar, son toda una serie de falsedades, de interpretaciones equivocadas que, si se toman en serio, nos hacen correr el peligro de confundirnos, de encogernos, de enjaularnos, de no dejar que surja la verdad de nosotros mismos.3. Jesús reacciona. Ya indicamos al principio cómo Jesús se enfrenta con la contestación. Volvemos ahora sobre ello, comentando las palabras del relato evangélico a partir del versículo: «(Jesús) se maravilló de su falta de fe» (v 6a). Ante todo, Jesús reacciona con un asombro dolorido, con una admiración llena de pena; en efecto, se encuentra ante la actitud más terrible que se puede imaginar, es decir, la incapacidad de fiarse de Dios, de creer que Dios puede hacer algo grande en nuestras realidades pequeñas, que Dios se manifiesta incluso en las humildes circunstancias de cada día.

Jesús se encuentra con esa tremenda frustración existencial que es la raíz de los juicios negativos sobre aquellos que, por otra parte, creen y se fían de él.Después de la admiración, experimenta una especie de bloqueo: su amor, su deseo de curar, de sanar, se ve impedido. Debió ser un sufrimiento terrible para El.Por eso precisamente busca una razón: «Les dijo: ‘Un profeta sólo en su tierra, entre sus parientes y en su casa, carece de prestigio’» (v. 4). La razón que se da Jesús es la misma que hemos intentado captar al oír a la gente: la mezquindad de los corazones y del ambiente. Los corazones y los ambientes cerrados a la verdadera actuación de Dios, que no es la que pretende el hombre falsamente religioso que sólo ve actuar a Dios en los grandes hechos, en los grandes fenómenos, en las cosas llamativas y estrepitosas. La verdadera actuación de Dios se manifiesta también en la sencillez, en la pobreza, en la humildad, en la apariencia sencilla y amable de Jesús de NazaretDándose una razón de aquella actitud, Jesús da su verdadera dimensión a los juicios negativos, se desvincula de ellos, se libera de ellos.Finalmente, continúa actuando como antes y más aún que antes: «Recorría los pueblos del contorno enseñando» (v. 6b). La contestación, lejos de obligarle a cambiar su programa, de sugerirle que se presentase de otro modo y que buscase formas más pomposas y solemnes para dar a entender a la gente que venía de arriba, le hace continuar como antes. Sigue adelante con su manera evangélica, apostólica, sencilla, profundamente seguro de su misión.Jesús reacciona, pasando así por cuatro momentos: la admiración, el sufrimiento de sentirse bloqueado en su amor al hombre, la búsqueda de una razón que da su verdadera dimensión a los juicios, la certeza de tener que seguir enseñando como siempre lo había hecho.4. Las consecuencias del obrar de Jesús para los discípulos. La contestación no sólo lleva a Jesús a proseguir en su enseñanza, sino que le estimula también a enviar a los Doce, porque ha aumentado su coraje.Empieza a enviar a los discípulos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos (cf. v. 7). Los manda a hacer el bien y quiere que actúen como él, sin apariencia, sin boato, sin mucho aparato «Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja» (v. 8).Pobremente y con gran libertad de corazón: «Si en algún lugar no os reciben y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de vuestras sandalias, en testimonio contra ellos» (v. 11).Jesús, ante las criticas, no se encerró en si mismo, sino que multiplicó su capacidad de actuación.Sería bueno, a este propósito, recordar los testimonios de la Iglesia sufriente y perseguida que escuchamos en el último Sínodo de los obispos. Allí pudimos intuir cuán grande es la fuerza que le viene a la Iglesia y a los fieles de la contestación y del martirio. La alegría de los

Page 26: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

testimonios llegados de los obispos de Iglesias en donde los cristianos viven con dificultad, contagió a todos los demás obispos y constituyó uno de los momentos más hermosos de la comunión católica vivida en la Asamblea Sinodal.

PREGUNTAS PARA LA MEDITACIÓN Y LA CONTEMPLACIÓN

Después de la relectura que hemos hecho de este episodio, comienza el tiempo de la meditación y de la contemplación de Jesús en la Eucaristía, el momento de preguntarle a partir de la página evangélica, dejando que resuene su mensaje para cada uno de nosotros. Para ayudaros, os sugiero cuatro sencillas preguntas, útiles para un examen de conciencia y para la oración:— ¿Dónde y cuándo me siento condicionado por lo que dicen de mi por causa de mi fe? Podemos recordar los lugares y las situaciones en que nos sentimos más condicionados por los juicios y las criticas que los demás hacen de nuestras actuaciones.— ¿Cómo solemos reaccionar en estos casos? ¿Me encierro dentro de mi, me irrito, me indigno, me callo? ¿O bien me asusto, dejo de hacer lo que quería hacer, cambio mi programa? ¿Actúo como Jesús?— ¿Cómo valoro ahora, en oración ante la Eucaristía, mis reacciones a la luz de las de Jesús en el pasaje del evangelio que hemos leído?— Señor, ¿qué me gustaría hacer en la próxima ocasión? ¿Qué me sugieres para que en la próxima ocasión pueda comportarme como deseo?

10. AFRONTAR Y ACOGER EL DISCURSO DE LA CRUZ

Esta tarde vamos a reflexionar sobre una página central del evangelista Marcos, que podemos compendiar en las palabras: afrontar y acoger el discurso de la cruz.Después de haber dicho sí al seguimiento de Jesús, después de haber pasado con él algunas pruebas y haber superado el miedo, tiene lugar una concreción del camino, que no se identifica necesariamente con la vocación en sentido estricto, y que suele llegar a todos los que se han comprometido, por el bautismo, en la vida de fe.Afrontar y acoger el discurso de la cruz significa afrontar el discurso de Jesús sobre el Reino de Dios y acogerlo como lógica divina, no simplemente como un mero hecho.Por eso es tan importante el pasaje de Marcos que encontramos en el capítulo 8, vv. 27-33. Y me gustaría recordar, además, lo que escribe san Pablo a los Corintios: «La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan—para nosotros—es fuerza de Dios» (/1Co/01/18). Se trata, por tanto, de un discurso capaz de dividir a la gente, de hacer que algunos se encojan de hombros y lo rechacen, mientras que otros terminan por afirmar: «Aquí está actuando Dios».En nuestro texto, al comienzo Pedro es de los que se encogen de hombros; no acepta el discurso de

Jesús; pero más tarde sí lo acogerá, convirtiéndose en apóstol, en mártir, en santo, en piedra de la Iglesia. La dificultad que experimentó Pedro es símbolo de todas nuestras dificultades ante el discurso de la cruz. Dificultades que también experimentó el propio san Pablo: cuando comenzó a predicar, se limitaba a hablar de Jesús como de un hombre extraordinario, que hacía el bien a todos, dejando de lado el discurso de la crucifixión. Efectivamente, en Atenas, lugar de cultura refinada, se expresa de forma erudita, filosófica, sin mencionar nunca la cruz. Pero su discurso fue un fracaso, y el apóstol tuvo que dejar Atenas y dirigirse a Corinto con el corazón triste y desilusionado, diciendo:¿Qué pasa? ¿Cómo es posible?Entonces se da cuenta de que se ha equivocado al dejar de lado el discurso de la cruz y escribe, bajo esta impresión, la primera carta a los Corintios, que es un himno espléndido a la sabiduría de la cruz.El salto cualitativo: el camino de la cruz (/Mc/08/27-33)«Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: ‘¿Quién dicen los hambres que soy yo?’. Ellos le dijeron: ‘Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas’. El, entonces, les preguntó: ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?’. Pedro le contestó: ‘Tu eres el Cristo’. Jesús les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él. Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente. Entonces Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle. Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: ‘¡Quitate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres’. (Mc 8,27-33).El episodio se divide claramente en dos partes: la primera comprende las preguntas de Jesús a los discípulos; la segunda, el discurso de la cruz que hace Jesús y la reacción negativa de Pedro.Vamos, antes que nada, a analizar los diversos momentos del episodio, releyendo el texto.Luego sugeriré algunos puntos para la meditación, intentando comprender qué significa para nosotros el discurso de la cruz.Finalmente, haré algunas preguntas que os ayuden en vuestra oración.El objetivo de la Escuela de la Palabra—lo subrayo una vez más—es hacer que cada uno entre en contacto vivo con la persona de Jesús, que nos sigue hablando hoy a nosotros a través de las páginas evangélicas y que está presente entre nosotros mientras escuchamos su Palabra.— El contexto geográfico del pasaje lo describe Marcos rápidamente: Jesús parte con sus discípulos hacia las aldeas que rodean a Cesarea de Filipo. Una zona que no se nombra en otros lugares de los evangelios y que, al parecer, está poblada por paganos.

Page 27: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

Jesús no es conocido en aquellos parajes, y nadie se preocupa de El. Por eso puede ocuparse tranquilamente de sus discípulos, dedicándose a su formación.— La pregunta. Jesús los forma no sólo a través de sus enseñanzas, sino con ejercicios prácticos, haciendo surgir de cada uno de los apóstoles algo importante. Aquí les hace una pregunta decisiva: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (v. 27).— La respuesta se da evocando algunas figuras de hombres de Dios, de personas que hablaron en nombre del Señor, como por ejemplo Juan Bautista, Elías y los demás profetas La gente interpreta correctamente a Jesús, según una categoría religiosa y profética: es un hombre que está entre nosotros en nombre de Dios.— La réplica. Jesús, sin embargo, insiste: «Pero vosotros ¿quién decís que soy yo?» (v. 29). Es decir, ¿hasta dónde llega el conocimiento que tenéis de mi? Podemos pensar que a esta nueva pregunta siguió un silencio embarazoso, temeroso, por parte de los discípulos. Pero en un momento determinado llega el fogonazo de Pedro: «Tú eres el Cristo» Los otros son profetas parciales, mediadores en determinados momentos pasajeros de la historia; Tú eres el mediador absoluto, Tú eres la clave de la historia; Tú eres quien resume en Si toda la historia anterior y explica la que ha de venir.La respuesta de Pedro es muy elevada, es un gran acto de fe. Pero Jesús no se queda satisfecho. No niega la afirmación, pero quiere que no se hable de El antes de aclarar debidamente qué debe entenderse al decir «el Cristo». Viene a la mente el sermón de la Montaña: «No todo el que me diga: Señor, Señor, entrara en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre del cielo» (Mt 7,21). El que me proclama como Cristo, que no piense por ello estar a salvo si no comprende el significado de esa palabra.— Comenzó a enseñar. Entramos en la segunda parte del episodio, que queremos meditar más atentamente. Jesús comienza una nueva enseñanza que jamás se había oído, una enseñanza que continuará después. Pronuncia este discurso en el capítulo 8 de Marcos, lo recogerá en el capítulo 9 y, con palabras casi idénticas, lo repetirá en el capítulo 10. De otras maneras volverá sobre este tema cuando vaya a Jerusalén y se acerque el tiempo de la pasión.— «Comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho» (v. 31).El corazón de los apóstoles se siente desconcertado, ya que «Hijo del hombre» es un título sacado de una famosa página del profeta Daniel, en la que el Hijo del hombre aparecería viniendo de las nubes del cielo, como el término glorioso del camino del pueblo de Dios, como la resolución de todas las tragedias históricas en la glorificación de la obra divina (cf. Dn 7,13-14).Pero, según Jesús, este Hijo del hombre «debe sufrir mucho». La expresión es dura, aunque sea un tanto vaga, y evoca dolor; el Cristo no tiene, ante todo, un destino de éxito, de capacidad de trastocarlo todo en su favor.

Y a continuación se especifica este sufrimiento: sufrirá en el sentido de que será reprobado. Es duro para un hombre sentirse rechazado; podemos tener enfermedades dolorosas, pero los demás están a nuestro lado, nos aceptan. El sufrimiento de Jesús es más doloroso, porque se trata de experimentar la división, el ostracismo, el rechazo de la gente.Un rechazo, no de parte de los pecadores, de personas distraídas que no conocen a Dios, sino de parte de tres categorías de hombres: los ancianos, los sumos sacerdotes, los escribas. O sea, en términos comprensibles para nosotros: de parte del poder político, religioso, intelectual y cultural. Será reprobado por todo lo que representa el prestigio, la responsabilidad pública y civil.Se trata, por tanto, de palabras que turban profundamente a los apóstoles.Y «luego, ser condenado a muerte». No es sólo un contraste parecido al del profeta Jeremías, que luego fue rehabilitado, tenido en consideración. Jesús llega a ser eliminado y su misión se cierra con la muerte.«Y resucitar a los tres días». Ahora el discurso es más difícil todavía y va más allá de todas las experiencias posibles. ¿Por qué sufrir tanto para resucitar luego? ¿Qué significa resucitar?— Jesús «habla de esto abiertamente» (v. 32). Las palabras que Jesús ha vertido en los corazones desconcertados de los discípulos, les dan a entender que quizás el Maestro había aludido ya antes veladamente al tema. Empiezan a comprender, por ejemplo, las parábolas anteriores: el Reino de Dios es como una semilla que es pisoteada por la gente, ahogada por las espinas, picoteada por los pájaros. Jesús hablaba de la Palabra, pero hablaba también de sí, de su camino hacia la cruz. El Reino de los cielos es como un grano de mostaza, en el que nadie se fija, que quizá se tiene en nada, pero que de pronto empieza a crecer, inesperadamente. Jesús hablaba de sí (cf. Mc 4,1-7.30-32).El discurso del Reino de Dios empieza a aclararse: es el discurso del Cristo, Mesías, Señor, Salvador, que pasa a través de la pobreza y de la insignificancia interpretadas en relación con el Reino.Jesús repetirá continuamente, en el resto de su vida, este tema, y lo volverá a tratar después de su muerte, especialmente en el evangelio de Lucas, cuando hable con los discípulos de Emaús: «¡Insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera esto y entrara así en su gloria? Y empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras» (/Lc/24/25-27).Así pues, no es un discurso de pocas palabras: sufrir, ser rechazado, ser condenado a muerte, resucitar. Es una síntesis, y se puede prolongar recordando la enseñanza de Moisés y de los profetas. Es el discurso cristiano por excelencia: leer toda la Biblia como resumida en Jesús crucificado y resucitado. «Estas son las palabras que os hablé cuando todavía estaba con vosotros:

Page 28: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mi’. Y entonces abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras y dijo: ‘Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer DIA’. (/Lc/24/44-46). Esta es la manera en que las escrituras presentan a Jesús. Esto es lo que significan las palabras «Hablaba de esto abiertamente.La Iglesia primitiva recogerá este tema, Pablo lo repetirá, y constituye la afirmación central del Credo: «Por nosotros bajó del cielo, se hizo hombre, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, murió, fue sepultado, resucitó según las Escrituras».Cuando decimos: Jesús es la solución de todos los problemas humanos, quizá no lo comprendamos de verdad. Jesús resuelve los problemas humanos mediante su sufrimiento, su muerte, su resurrección, y sólo si lo seguimos por este camino con confiada entrega podemos decir esa expresión con toda verdad.— «Pedro, tomándolo aparte se puso a reprenderle». Que Jesús sea reprochado por un apóstol es un caso único en los evangelios. Un episodio parecido ocurre también en la casa de Betania, cuando Marta se queja al Maestro de que su hermana no la ayude; pero Marta, en aquellos momentos, está nerviosa, irritada, y dice lo primero que le viene a la boca. Pedro, en cambio, no; Pedro ha hecho una confesión de fe muy clara… Pero no hasta ese punto.¿Qué le diría Pedro a Jesús en aquel aparte? Pienso en los argumentos que podemos encontrar, por ejemplo, en el libro de Job: «¿Por que me sacaste del seno materno? ¡Ojalá hubiera muerto y ningún ojo me hubiera visto jamás!» (Job 10,18). O bien, en las palabras de los discípulos de Emaús: Esperábamos que seria él el que iba a librar a Israel, el que iba a dar la victoria, el triunfo, el éxito; pero no ha ocurrido nada de eso… (cf. Lc 24,21).Pedro le diría a Jesús que estaba perdiendo amigos, que hablando de esa forma jamás se daría a conocer, que estaba presentando una imagen de Dios y de sí mismo que los apóstoles no podrían aceptar. Dios, decía Pedro, es el Dios de la gloria, el Dios de la capacidad de derribar a los enemigos, mientras que Tú hablas de ser rechazado, de perder.Estamos en el momento dramático del discurso de la cruz, porque el hombre, incluso el hombre eclesiástico como Pedro, quiere un Dios que sea sólo éxito, triunfo; y no acepta la semilla que cae en tierra y muere, no acepta el fermento en la masa, no acepta el grano de mostaza.— «Pero Jesús, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole: ¡Quítate de mi vista, Satanás!» (v. 33).Es inaudito que en los evangelios el Señor llame a alguien Satanás. Nunca lo había hecho, ni siquiera con los más grandes pecadores, ni siquiera con los escribas y los fariseos. Dice una palabra increíble, tajante.

¿Qué quiere decir? Quiere decir que Pedro, al rechazar el discurso de la cruz, se niega a abrir a la humanidad los caminos de la vida. Lo mismo que Satanás, que no quiere el bien de los hombres, porque desde el principio es homicida, envidioso, el que abre al hombre los caminos de la muerte.Más aún: tú, Pedro—continúa Jesús—crees que interpretas a Dios; pero mi Dios, mi Padre, ama al hombre hasta dar a su Hijo en la muerte. Dios Padre ama tanto al hombre que entrega a su Hijo, aunque el hombre lo rechace; ama tanto al hombre que le ofrece también el perdón.Aquí está en juego la imagen misma de Dios; una imagen que en Pedro está aún un poco falseada, caricaturizada, confusa, y que también en nosotros, de hecho, está un poco falseada y a menudo nos lleva a conclusiones equivocadas sobre la vida.Nosotros, que profesamos en el Credo: «Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra», no tendremos la verdadera imagen de Dios mientras no hayamos dado ese paso cristiano-evangélico de la acogida del camino de la cruz— «Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». Se recogen aquí las grandes palabras de Isaías: «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, vuestros caminos no son mis caminos» (Is 55,8).Pedro quiere alterar los caminos de Dios; le dice cómo tiene que ser, cómo se espera que sea Dios. Pero es Dios el que se revela al hombre: Yo soy para ti, yo soy contigo; yo soy Jesús crucificado y resucitado.Dios se identifica con la figura del Crucificado resucitado, no con ninguna especie de ídolo victorioso, con ninguna especie de símbolo del bienestar, con ninguna especie de promesa seudo-mesiánica. Dios se identifica sólo con Jesús crucificado, muerto y resucitado.El Resucitado es el victorioso, el que ha superado todas las pruebas, el que ha vencido de veras la batalla de la vida mediante su pasión y su muerte.Puntos para la meditación: el discurso cristiano fundamentalDespués de releer la página de Marcos, os sugiero algunos pensamientos para vuestra meditación personal.¿Qué es este discurso sobre la cruz, que Jesús considera tan importante y en el que no cede ni un milímetro, ni siquiera para complacer a Pedro, al que quiere tanto?Es el discurso a través del cual pasa nuestra felicidad, nuestra alegría.Jesús quiere nuestra felicidad, y Dios hace todo lo posible para que seamos felices. Por tanto, el discurso de la cruz no tiene que identificarse con algo que ponga en primer plano simplemente la mortificación, la renuncia, el fracaso como tal, la humillación, la derrota como una mística del perder.Todo parte del amor que Dios nos tiene, del hecho de que Dios quiere para nosotros el camino de la vida y nos quiere llenar de sus bienes. Pero

Page 29: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

el camino de la vida se ve amenazado por el camino de la muerte, el camino del pecado, el de Caín asesino de Abel, el de la torre de Babel, el camino que separa al hombre de Dios y del prójimo; el camino de la muerte destruye la sociedad, amenaza con la degradación y el hundimiento colectivo del hombre, tal como se nos describe en los primeros capítulos del libro del Génesis.El camino de la vida es el de Jesús frente a los caminos desviados del pecado, del hambre, de la injusticia, de la degradación social y política; y se transforma en el camino de la fe, de la conversión, de la cruz: fiarse de Jesús con los ojos cerrados, fiarse de su plan de salvación, creer que él murió porque ama al hombre hasta el fondo, para hacer incontestable el amor salvífico que Dios nos tiene. Fiarse de Jesús que, queriéndonos cerca de él, capaces de caminar con él, nos hace participar un poco de su cruz, que es en realidad el camino de la vida.El camino de la cruz no reniega de la razón para entrar en los meros sentimientos o en lo absurdo; es el camino de la vida de Dios, que Jesús nos ayuda a recorrer a través de los senderos de una humanidad injusta, fragmentada, dividida; por los meandros de una cultura decadente y de una sociedad corrompida.El camino de la cruz es el camino de la salvación en medio de esta sociedad; es el camino de salida de la esclavitud de Egipto, es el camino de Abrahán, el camino del pueblo que vuelve del desierto.Es el camino de la felicidad de seguir a Cristo hasta el fondo, en las circunstancias, a menudo dramáticas, del vivir de cada día; es el camino que no teme fracasos, dificultades, marginaciones, soledades, porque llena el corazón del hombre de la plenitud de Jesús.Es el camino de la paz, de la alegría, de la serenidad, del dominio de sí mismo. El único que lleva a la humanidad hacia la justicia.Cuando lo asumimos conscientemente, nos permite ser realmente cristianos, encontrarnos con todos los mensajes de vida que, a pesar de la oscuridad del mundo, resuenan en la historia, y fundirlos entre si, creando un río inmenso de paz y de justicia que alegra a la ciudad de Dios.Este es, pues, el discurso fundamental de la vida cristiana, que reconstruye el cuadro de la existencia haciéndonos pasar ilesos a través del fuego y de las llamas de la corrupción y de la persecución. Es el discurso cristiano único, esencial, y la Iglesia lo repite continuamente en la Eucaristía, que constituye el centro del Año Litúrgico, junto con la Pascua.Iniciación al silencio contemplativoTerminamos con tres preguntas que pueden ayudaros para reflexionar en silencio ante el Señor.1. - ¿Se dan en mí signos de escasa comprensión del discurso de la cruz? Es decir, ¿me siento algo así como Pedro que no acepta, que no puede comprender? ¿Cuáles son estos signos? No sólo, como es lógico, los de escasa comprensión intelectual, ya que lo importante es comprender

con el corazón, fiarse de Dios. Pienso más bien en esos estados de ánimo característicos que podemos encontrar en nuestra vida; por ejemplo, el descontento difuso de mí mismo y de los demás; el pesimismo general sobre la existencia; la irritabilidad fácil. Son signos de que no hemos aceptado el discurso de la cruz.2. - ¿Advierto en mí signos de comprensión del discurso de la cruz? Esos signos son: la paz a pesar de las dificultades; la alegría a pesar de la soledad; la disposición para mortificarse; la alegría en renunciar a algo sin miedo a perder. En una palabra, la capacidad de entrar en el camino de la cruz como camino de la vida, de la felicidad. ¿Predominan en mi estos signos?3. - ¿Qué signo, qué renuncia queremos proponernos para afirmar que acogemos el camino de la cruz de Jesús?El haber venido aquí a orar y a reflexionar en silencio indica ya que estéis siguiendo el camino de la cruz, que queréis vivir bien la Cuaresma.«Concédenos, Señor, comprender qué otros signos nos pides en nuestra vida para no ser, como Pedro, reacios a tu Palabra, sino para convertirnos, al igual que Juan, en oyentes deseosos de seguirte, por el sendero de la cruz, hasta el camino de la Pascua». •MARTINI-6. Págs. 113-125

11. «Y CONFIRMABA LA PALABRA»

Me alegra ver cómo, para el último encuentro de la Escuela de la Palabra de este año pastoral, habéis venido aquí, a la Catedral, todos los jóvenes que en los primeros jueves de los meses anteriores habéis meditado en el camino educativo que Jesús, según el evangelio de Marcos, hace recorrer a sus discípulos.Pues bien, todos juntos vamos a contemplar el final de Marcos. Propiamente hablando, este final no se le puede atribuir al mismo evangelista, sino que fue redactado por la primera comunidad cristiana con el deseo de ofrecer un compendio catequístico de la Pascua y también de la Iglesia de entonces y de la Iglesia de todos los tiemposEste pasaje nos interesa de una forma especial. En efecto, mientras que las otras páginas del evangelio se refieren a sucesos del pasado, ésta describe la historia de la Iglesia de siempre a partir de la resurrección de Jesús.Lectura de Marcos 16,9-20 /Mc/16/09-20Ante todo, leamos el texto, dividiéndolo en sus partes fundamentales«Jesús resucitó en la madrugada del primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en

Page 30: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

cara su incredulidad y su terquedad, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado.Y les dijo: ‘Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará’. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos, y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se curarán’.Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que le acompañaban».No es difícil observar que esta larga narración se compone de tres partes:— la primera presenta un sumario de las apariciones de Jesús después de su muerte y resurrección: a María de Magdalena, a dos discípulos, a los once;— la segunda refiere las palabras del mandato del Señor, la misión y los signos de la misión. Esta parte es el punto central de todo el pasaje, especialmente el mandato: «Proclamad la Buena Nueva»;— la tercera describe los acontecimientos conclusivos.Estamos, como decía, ante un pequeño catecismo de la Resurrección que remite a otros relatos más amplios, por ejemplo el final de los evangelios según Lucas y Juan. Pensemos en las apariciones de Jesús a María Magdalena (Jn 20,11-18); en el episodio de los dos discípulos de Emaús (Lc 24,13-35); en la aparición del Señor a los apóstoles (Lc 24,36ss.).También las palabras de Jesús tienen un paralelo en el evangelio de Mateo: «Id, pues, y haced discípulos de todas las gentes, bautizándoles en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19-20)Así pues, nuestra página nos recuerda otras muchas y es una síntesis de las palabras de Jesús que todavía hoy constituyen a la Iglesia en estado de misión. Jesús, como Señor definitivo de la historia, señala aquí su camino y su direcciónLas tres aparicionesPasemos a considerar ahora más específicamente cada una de las partes de este párrafo, intentando comprenderlas mejor, haciéndonos preguntas sobre ellas.Las tres apariciones siguen el mismo proceso: el Resucitado se aparece a María Magdalena, pero, cuando ésta se lo anuncia a los discípulos, ellos no quieren creer; se aparece a dos de ellos, y tampoco les quieren creer; se aparece a los once y les reprocha su incredulidad.Se condena su tardanza en creer, su no creer.¿Por qué el evangelista, que intenta narrar a todas las generaciones de la Iglesia algunas de las principales apariciones del Resucitado, indica en cada una de ellas que los seguidores de Jesús no creyeron, y sólo en la última su incredulidad se

ve sacudida por un fuerte reproche del Señor? ¿De qué incredulidad se trata?«Les reprochó su incredulidad y su terquedad, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado» (v. 14).Es la incredulidad propia de un corazón duro, esclerótico, rígido. Lo contrario a esta incredulidad es el corazón dócil, disponible, atento a los signos de Dios; el corazón que alimenta una gran atención de amor a lo que Dios está realizando en la historia. En otras palabras, es la prontitud para fiarse, la certera intima de que el Señor nos ama y se nos manifestará. Es la prontitud interior para comprender los designios del Padre en el camino de Jesús.Al joven rico que, a pesar de haber sido mirado con complacencia y amado por Jesús, se había ido entristecido por sus palabras, porque tenia muchos bienes (cf. Mc 10,1722), le faltaba esa prontitud. Deseaba saber y, sin embargo, estaba privado de docilidad, de atención amorosa, de confianza en que Jesús se le había manifestado a él de la mejor manera.Se subraya aquí positivamente la importancia de la aceptación de todo lo que el Señor nos dice y nos propone; la importancia de la disponibilidad a fiarse del misterio de Dios. Sin esta confianza por anticipado, nuestro acto de fe será frágil e inoperante en la vida.¿Pero dónde se alimenta la disponibilidad del corazón para poder apreciar la presencia de Dios en nuestra vida, en la de la Iglesia, en la historia? Se alimenta en la oración, en la lectio divina, en la capacidad de gratitud.Así, ante la triple repetición de esta primera parte del párrafo («no creyeron…, tampoco creyeron a éstos…,.les echó en cara su incredulidad»), podemos preguntarnos:«¿ Y nosotros, Señor? No tenemos miedo de decirte que a veces nos pasa como a tus primeros discípulos. Nuestra fe va ciertamente acompañada, muchas veces, de poca disponibilidad, de dureza de corazón, de rigidez, de incapacidad para comprenderte. ¡Repróchanos, Señor, para que nuestro corazón te acoja! Haz que no nos asustemos de nuestra dureza de corazón, sino que, perseverando en la oración, lleguemos a captar los signos de tu presencia».En el silencio y en la meditación orante, queremos pedirle a Jesús el don de no resistirnos a su manifestación en nosotros y en la historia.

EL MANDATO DE JESÚS Y LOS SIGNOS DEL CREYENTE

1. Estamos en la parte central del pasaje: «Jesús les dijo: ‘Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación’» (v. 15).Estas palabras nos impresionan, porque en las vigilias misioneras las hemos oído dirigidas a muchos amigos nuestros que hoy se encuentran en diversas partes del mundo. Son todas las personas que han recibido en depósito el Crucifijo y que, atendiendo al mandato de Jesús, han dejado nuestra diócesis y han marchado a tierras lejanas.

Page 31: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

Dentro de pocos días, el Señor repetirá su mandato a cuarenta y seis jóvenes diáconos que consagraré como sacerdotes, y a algunos de ellos como sacerdotes misioneros. Ellos lo acogerán de forma solemne por la imposición de mis manos, y os pido que recéis intensamente por ellos./Mc/16/15: «Predicad el Evangelio» es el anuncio fundamental de Jesús, que quizá no convenga traducir con el verbo «predicar», que tiene sabor a sacristía. De hecho, su sentido real es el de «gritar el Evangelio, proclamarlo». No gritar una simple fórmula, sino el señorío de Cristo, su fuerza, como muerto y resucitado, sobre el mundo de hoy y sobre mi vida: gritar la fuerza que Jesús tiene de transformar el universo entero.Es el mandato que el Señor nos confió a cada uno y que requiere silencio, atención amorosa, capacidad de acogida.«Concédeme, Señor, escuchar estas palabras tuyas y proclamar tu señorío sobre mi vida, sobre el mundo y sobre todas las realidades».2. El señorío de Jesús sobre el mundo se expresa por medio de cinco signos, que a primera vista nos parecen extraños, un tanto peregrinos: «En mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos, y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se curarán» (w 17-18)Cuando yo era un muchacho y escuchaba este pasaje del evangelio, me sentía interiormente asustado, porque me decía: «Puesto que no soy capaz de hacer estas cosas, es que no tengo fe».Todavía hoy, al escucharlo, siento cierto temor, pero ha crecido mi confianza, porque he aprendido a ver que los signos prometidos por Jesús se realizan en nosotros los creyentes, en vosotros, en muchos jóvenes que tengo el gozo de conocer. En efecto, la capacidad de soportar dificultades, contrastes, criticas e incluso burlas, y soportarlas con paz y coraje, es una traducción de aquellas palabras: Aunque beban veneno, no les hará daño».Y la capacidad de enfrentarse a la complejidad social y cultural de hoy sin asustarse, sin sentimientos de inferioridad, sino con la certeza de que Dios está siempre con nosotros, verifica el «tomarán serpientes en sus manos», no tendrán miedo en situaciones que, de suyo, pueden asustar a cualquiera.Los signos que «acompañarán a los que crean» no son directamente religiosos (ir a la iglesia, rezar), sino signos civiles, humanos, sociales, que se refieren al conjunto de la vida como opción no violenta. Expresan la capacidad de enfrentarse a realidades adversas, no superándolas de forma ofensiva o polémica, sino en la totalidad de la paz, en la indefensión de la paz.Por eso son un signo formidable de nuestro tiempo las vocaciones a ser agentes de paz, a escoger la mansedumbre evangélica, a no devolver mal por mal, a no ofender a quien nos ofende o pudiera ofendernos. Es la vida nueva en Cristo, el testimonio de que Jesús es Señor de la historia y produce una generación de hombres y de mujeres nuevos, cuya característica es la paz,

la capacidad de perdonar empezando por las más pequeñas circunstancias de la vida; no la agresividad y la polémica. Son los signos de la profecía de paz, de un obrar que neutraliza las guerras; son los signos de la profecía del desarme, que demuestra la inutilidad de las armas; son los signos de la confianza en la fuerza de la verdad pacificadora, no belicosa; de la curación de los corazones envenenados por la violencia. Así pues, nosotros, aun reconociendo que no sabemos tomar en la mano las serpientes o que no tenemos el coraje de beber veneno, sabemos que nos hemos hecho fuertes por la indefensión de Cristo, por la fuerza de su cruz. Por eso podemos preguntarnos sobre los signos que acompañan a los que creen en Jesús:— ¿Devuelvo mal por mal, ofensa por ofensa, crítica por crítica? ¿Soy antipático para quienes lo son conmigo?; ¿soy agresivo por temor a que me ataquen primero los otros?; ¿me esfuerzo en lograr una posición para no verme superado por los demás?— O bien, ¿voy por el mundo confiando en la fuerza del amor, del perdón, de la paz, de la misericordia, de la mansedumbre evangélica, de la compasión de Dios por el hombre? ¿Soy capaz de curar en torno mío —imponiendo las manos del amor, de la caridad, del servicio— las heridas de la violencia que causan estragos en nuestra sociedad, creando generaciones de personas frustradas, amargadas, agresivas unas contra otras? ¿Soy capaz de llevar la paz, de imponer mis manos a estos enfermos y devolverles la salud?Si podemos reconocer que, a pesar de nuestra debilidad y fragilidad, se nos ha dado algo de estos signos, hemos de decir:«Señor, Tú reinas en nosotros y nos das la gracia de proclamar tu Evangelio, de predicar tu gloria».«Y confirmaba la palabra».Finalmente, meditemos unos momentos en los hechos conclusivos que se describen en la tercera parte del pasaje: «Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban. (vv 19-20).Se sintetiza aquí todo lo que la Iglesia primitiva vivió y lo que leemos más ampliamente en el libro de los Hechos de los apóstoles. Naturalmente, se sintetiza también lo que nosotros, como continuadores de aquella Iglesia, seguimos viviendo y realizando: predicar por todas partes, a todos los ambientes, en todas las situaciones, sin considerar a nadie perdido ni olvidado de Dios, la certeza de que el Señor actúa con nosotros y confirma la palabra con los prodigios. No ya los prodigios del sol, de la luna, de las estrellas, sino los prodigios de nuestra vida humilde, de nuestra capacidad de amar, de perdonar, de hacernos constructores de paz.Es la vida de la Iglesia que tenemos el don de poder contemplar y a la que somos llamados al final de nuestros encuentros de la Escuela de la Palabra; terminamos, pues, con este mandato y

Page 32: Martini, Carlo María - La alegría del evangelio

con esta certeza de que el Señor está con nosotros. Y también con un recordatorio del camino que hemos recorrido hasta aquí:

CONCLUSIÓN SOBRE EL CAMINO RECORRIDO

Os voy a proponer dos preguntas que considero de especial importancia:1. ¿He aprendido a leer el evangelio?En las reuniones de la Escuela de la Palabra ¿he aprendido a hacer la lectio de los párrafos del evangelio, sin esperar a que el predicador me lo diga todo, sino sacándolo yo mismo de las santas palabras evangélicas, que nos traen la gracia del Espíritu Santo, la palabra de Jesús, de los apóstoles y de los profetas de la Iglesia primitiva?Si puedo responder con sinceridad afirmativamente, le daré gracias al Señor. Por el contrario, si creo que todavía he aprendido poco, puedo pedirle que me dé la sobreabundancia del Espíritu, para que se me abra el conocimiento de las Escrituras.«Tú, Señor resucitado, que abriste la mente a tus discípulos para conocer las Escrituras, ábrenosla también a nosotros como fruto de la perseverancia en esta Escuela de la Palabra».2. ¿He aprendido a interrogar al evangelio a partir del análisis de mi situación, de la reflexión sobre mi propia vida?A lo largo de estos encuentros habéis tratado de ver, leyendo los pasajes de Marcos, el camino educativo que el Señor nos hace recorrer y los saltos cualitativos que conlleva, las conversiones que el Señor nos pide y los momentos de desgarro que nos ha propuesto y nos propone. Hemos intuido que sólo mediante ciertos saltos cualitativos valientes, mediante desgarrones sucesivos, llegamos a captar la fuerza de su misión y a recibirla de la Iglesia primitiva para ofrecérsela a nuestro tiempo.¿Qué es lo que Jesús me pide en estos momentos?Tendremos oportunidad de comprenderlo, incluso simbólicamente, porque, dentro de poco, algunos jóvenes de diecinueve años que han seguido durante el año un animoso itinerario, realizarán la «redditio symboli»1 ante nosotros, mientras todos proclamamos que Jesús es el Señor. Así pues, su gesto nos ayudará a preguntarnos: Señor, ¿qué hago por Ti y por tu Iglesia? ¿Qué desgarrón exiges de mi para que pueda ser constructor de paz y estar dispuesto a creer en tu presencia en mi vida?«Concédenos, Jesús, vivir estos momentos de silencio en estrecha comunión entre nosotros y Contigo, volviendo una y otra vez sobre tus palabras, recorriéndolas, interrogándote, invocando la luz por intercesión de María, virgen de la fe. Concédenos, Señor, vivir este último momento recogiendo de tu Evangelio la alegría de vivir la fe, que Tú has querido enseñarnos este año a través de nuestro camino de la Escuela de la Palabra».(1) El gesto de la redditio symboli se realizó, en esta ocasión, mediante la entrega al Arzobispo de

una carta personal con la regla de vida espiritual de cada joven.