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ISBN 987- 9225 - 01 – 5 1 Maestría en Gestión de Proyectos Educativos Tecnologías de la Información y la Comunicación Año 2013 Módulo 11 Módulo 11: Tendencias en tecnología, educación y trabajo Jorge E. Grau En realidad, nada es gratis. La cuestión es definir quién paga. Alieto Guadagni Este Módulo –el último– apunta a caracterizar parámetros tecnológicos globales. Ya es costumbre que la tecnología influya sobre nuestras vidas cada vez más aceleradamente, sea por razones económicas como por razones académicas, o porque: 1) es invasiva (y excluyente), 2) es predominantemente utilitarista, 3) deteriora al sistema ecológico, y 4) requiere capacitación…Pero aún así, en los tiempos que nos toca vivir, como nos dicen, la tecnología es uno de los factores condicionantes de la producción, del desarrollo y del progreso. Pero en el otro extremo, se omite decir que la mayor angustia de los jóvenes hoy pasa por su futuro –social, económico, laboral–. Y no sólo porque no hay trabajo estable para ellos sino también porque un alto porcentaje de esos jóvenes “sabe” que no cuenta con las habilidades laborales que requiere el actual mundo del trabajo. Si bien es un problema casi planetario, entendemos que cada país debe definir e implementar las políticas que ayuden a resolver este problema. Tanto en plena globalización –donde un dólar = un peso– como en los primeros embates de esta crisis que avanza por todo el planeta, es bueno preguntarse: - ¿Qué van a exigir las empresas? - ¿Qué van a exigir las personas (empleados, técnicos, profesionales)? - ¿Qué va a exigir la sociedad? - ¿Se puede exigir, hay que pedir, o hay que esperar? Porque la repercusión por los efectos sociales y políticos del desempleo juvenil –o la falta de trabajo en todas las edades– lleva a imaginar respuestas estrechas, como la postergación de los despidos, o los programas de trabajo transitorio, que son meros paliativos y que en muchos casos llevan a incrementar la marginalidad. Obviamente hasta ahora, la única respuesta eficaz y duradera –por lo menos desde la gestión de un proyecto educativo– es una adecuada capacitación para el trabajo. Por último, analizaremos si estos grandes cambios tecnológicos y organizativos en las empresas –cada vez mas rápidos– son los que motivan a los gobiernos, las organizaciones sociales y los organismos internacionales a plantearse el problema tecnología-educación-trabajo, entendido como la necesidad de establecer algún mecanismo de regulación que asegure que el sistema educativo brinde respuestas adecuadas –con suficiente agilidad y flexibilidad– a las necesidades de calificación de estos sistemas productivos, o si debe superar esos requerimientos –enseñar destrezas y competencias– del mundo del trabajo, e insertarse en un marco conceptual más amplio de las intervenciones sociales y educativas que tienen lugar dentro y fuera del sistema de educación formal y que van más allá del mundo del trabajo.

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Maestría en Gestión de Proyectos Educativos Tecnologías de la Información y la Comunicación

Año 2013 Módulo 11

Módulo 11:

Tendencias en tecnología, educación y trabajo

Jorge E. Grau

En realidad, nada es gratis. La cuestión es definir quién paga.

Alieto Guadagni

Este Módulo –el último– apunta a caracterizar parámetros tecnológicos globales. Ya es costumbre que la tecnología influya sobre nuestras vidas cada vez más aceleradamente, sea por razones económicas como por razones académicas, o porque: 1) es invasiva (y excluyente), 2) es predominantemente utilitarista, 3) deteriora al sistema ecológico, y 4) requiere capacitación…Pero aún así, en los tiempos que nos toca vivir, como nos dicen, la tecnología es uno de los factores condicionantes de la producción, del desarrollo y del progreso. Pero en el otro extremo, se omite decir que la mayor angustia de los jóvenes hoy pasa por su futuro –social, económico, laboral–. Y no sólo porque no hay trabajo estable para ellos sino también porque un alto porcentaje de esos jóvenes “sabe” que no cuenta con las habilidades laborales que requiere el actual mundo del trabajo. Si bien es un problema casi planetario, entendemos que cada país debe definir e implementar las políticas que ayuden a resolver este problema.

Tanto en plena globalización –donde un dólar = un peso– como en los primeros embates de esta crisis que avanza por todo el planeta, es bueno preguntarse:

- ¿Qué van a exigir las empresas?

- ¿Qué van a exigir las personas (empleados, técnicos, profesionales)?

- ¿Qué va a exigir la sociedad?

- ¿Se puede exigir, hay que pedir, o hay que esperar?

Porque la repercusión por los efectos sociales y políticos del desempleo juvenil –o la falta de trabajo en todas las edades– lleva a imaginar respuestas estrechas, como la postergación de los despidos, o los programas de trabajo transitorio, que son meros paliativos y que en muchos casos llevan a incrementar la marginalidad. Obviamente hasta ahora, la única respuesta eficaz y duradera –por lo menos desde la gestión de un proyecto educativo– es una adecuada capacitación para el trabajo.

Por último, analizaremos si estos grandes cambios tecnológicos y organizativos en las empresas –cada vez mas rápidos– son los que motivan a los gobiernos, las organizaciones sociales y los organismos internacionales a plantearse el problema tecnología-educación-trabajo, entendido como la necesidad de establecer algún mecanismo de regulación que asegure que el sistema educativo brinde respuestas adecuadas –con suficiente agilidad y flexibilidad– a las necesidades de calificación de estos sistemas productivos, o si debe superar esos requerimientos –enseñar destrezas y competencias– del mundo del trabajo, e insertarse en un marco conceptual más amplio de las intervenciones sociales y educativas que tienen lugar dentro y fuera del sistema de educación formal y que van más allá del mundo del trabajo.

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Expectativas de logro Visualizar los aspectos conceptuales vinculados a las tendencias de la

tecnología y su repercusión en el sistema educativo y las demandas del mundo del trabajo a la educación.

Comprender las limitaciones y posibilidades de las relaciones tecnología-educación-trabajo en el contexto de las tendencias socio-económicas y tecnológicas.

Generar criterios sobre las relaciones entre educación, formación, trabajo e inserción social.

Índice Temático:

1. Usuarios, consumidores y clientes

1.1. Usuarios

1.2. Consumidores

1.3. Clientes

1.4. Concretando

2. Escenarios técnico-económicos internacionales de los 90

2.1. Hacia empresas diferentes

2.2. Efectos sobre el mundo del trabajo

2.2.1. Cambios y desaparición de oficios y tareas

2.2.2. Del trabajador especializado al polivalente

3. Los nuevos escenarios laborales del Siglo XXI

3.1. Gestión y comercialización de conocimientos tecnológicos

3.2. Los nuevos escenarios laborales

3.3. El trabajo en el mundo

3.4. Algunos datos

4. El mundo del trabajo

4.1. Características de la inserción laboral

4.2. Trabajo decente

4.3. Algunos datos

4.3.1. Generación ni-ni

4.3.2. Desempleo juvenil

4.4. La precarización del trabajo

5. Tendencias

5.1. Tecnologías “apropiadas”

5.2. Otras percepciones

6. Conclusiones

6.1. En concreto

7. Síntesis Final del Curso

8. Bibliografía

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1. Usuarios, consumidores y clientes

La ciencia descubre, el genio inventa, la industria aplica y el hombre se conforma

Guía de la Exposición de Chicago (1933) Veamos primero la cara visible de los procesos productivos y del mundo del trabajo: adquirir un producto o un servicio. En principio, en términos tecnológicos ideales, para adquirir un producto o recibir un servicio, es necesario que valoremos:

1) su utilidad: cuáles son las tareas que voy a realizar con ese producto, o las prestaciones que voy a recibir con ese servicio,

2) su calidad: qué producto u servicio ofrece cada marca o empresa, si lo que me ofrecen es de dudosa calidad u origen desconocido, y

3) su precio: ya que no todos los productos y servicios de igual calidad y prestación, por distintas razones, cuestan lo mismo.

Pero esta propuesta no es suficiente en la realidad socio-económica actual.

Por eso hablamos de usuarios, consumidores y clientes. Cada denominación implica una concepción de: 1) la sociedad, 2) la educación, 3) la tecnología y 4) quién da y/o recibe el producto o servicio. Cuando hablamos de consumidor, de usuario, o de cliente, debemos tener en cuenta que cada denominación implica una concepción sociocultural diferente. Cada denominación implica una concepción tecnológica de la producción, del mercado, de los criterios de marketing, de la gestión de conocimiento tecnológico y del modo de caracterizar a quien recibe el producto o el servicio.

1.1. Usuarios Desde este punto de vista –entendiendo por usuario a la persona que, de acuerdo a su capacidad económica y sus gustos personales, adquiere libre y racionalmente los productos–, adquirir un producto o un servicio significa que ello se realiza de acuerdo con sus necesidades y deseos, cuando lo requiere, en la cantidad demandada y, casi obviamente, al menor costo posible. Esto implica, como usuario:

1) satisfacer una necesidad en condiciones ventajosas, 2) tener conciencia de la calidad del producto que desea adquirir, 3) conocer las variantes existentes del producto, 4) relacionar la calidad del producto con su precio, y 5) saber que lo anterior no garantiza la defensa de sus derechos.

Como puede apreciarse, este sería el modelo ideal donde el usuario –actuando libremente sabe qué producto necesita y accede a un mercado con productos que estipulan claramente qué prestaciones ofrecen a determinado precio.

Desde el “otro lado”, todas las organizaciones, empresas, profesionales y comerciantes necesitan vender sus productos y servicios. Por eso promocionan distintos productos y variantes en diversos medios publicitarios –radio, televisión, Internet, diarios y revistas: la publicidad nos informa las características de los productos e intenta convencernos para que los compremos.

Pero hoy, el mercado y el “progreso tecnológico” nos inundan con una apabullante hiper-oferta de productos y servicios muy sofisticados, y a veces inútiles, que desbordan nuestra capacidad de comprensión y posible utilización, muchas veces al margen de las posibilidades socio-económicas de las mismas: como si sólo interesaran dos perfiles: los consumidores compulsivos, o los usuarios sumisos.

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1.2. Consumidores

Obviamente, los bienes se producen, se distribuyen y se comercializan para ser consumidos en un mercado mundial con múltiples protagonistas, diferentes intereses y metas, pero buscando rentabilidad. Para ello se utilizan diversas disciplinas como el marketing –que investiga necesidades sociales–, la publicidad y la propaganda –que genera imágenes, símbolos y relaciones y puede inducir diversos requerimientos–. Pensemos en ejemplos cotidianos. Las empresas no siempre nos venden un producto, también nos venden esperanza, alegría, futuro, ilusiones.

El consumidor es la persona a la que el marketing dirige sus acciones para orientar e incitar la compra de productos y/o servicios, estudiando el proceso de toma de decisiones del comprador. Lo importante no es el primer consumo sino su repetición sucesiva, ya que ello permite incentivar el consumo de esos individuos que componen elemento fundamental para maximizar los beneficios de esa empresa (y/o dinamizar la economía de ese país).

En un sistema de mercado libre, la propaganda comercial es absolutamente indispensable, en todos los medios. Pero cabe tener en cuenta que el sistema de producción y comercialización no sólo se limita a ofrecer múltiples productos, sino que también “regula” la información que ofrece: a) la selección de los productos, b) la forma de agruparlos, c) el modo de presentarlos, y d) la forma de sugerir y comentar.

Otro punto digno de análisis es la obsolescencia de los productos –la salida de servicio de un producto– por:

a) superar su vida útil (aunque funcione razonablemente), b) mejoras en la tecnología del producto, o c) ofrecer más y mejores prestaciones (aunque no se usen),

Si bien es tecnológicamente aceptable, es necesario llamar la atención sobre el “envejecimiento acelerado” de los productos y la obsolescencia forzada de los mismos: la discontinuidad en el producto comprado hace seis meses, las pequeñas modificaciones no significativas que lo convierten en un nuevo modelo, sólo por razones de comercialización.

La experiencia muestra múltiples condicionamientos para que el usuario se convierta en consumidor de productos, en un mercado que no siempre estipula claramente qué prestaciones ofrecen determinados productos –que tienen apariencia similar– a determinados precios. El objetivo de esas empresas –no importa cuanta retórica y sofisticación haya en la formulación de sus definiciones publicitarias– no siempre es satisfacer al usuario, y esto se comprueba cuando no se aceptan reclamos, o afirman que no existen, ni se reconocen fallas ni prestaciones incumplidas.

Más allá de la frustración de expectativas personales por un producto que no cumple con las funciones ofrecidas, recordemos que las empresas luchan por la conquista del mercado. Consecuentemente, siempre existirá otra persona, o empresa, que busque los mismos beneficios en los mismos espacios, y para ello ofrecerá productos iguales o similares a precios iguales o inferiores y de variable y dudosa calidad, con el fin de obtener clientes y mercado y operar, idealmente, sin competencia. 1.3. Clientes

La propuesta de calidad de los años 90, publicitada para diversos productos, introduce fuertemente la noción de cliente, entendiendo por tal a la persona que cumple con todas las condiciones de un usuario y, de acuerdo a su capacidad económica y sus

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gustos personales, adquiere libremente los productos o los servicios ofrecidos en el mercado por determinadas empresas. Por ello se entiende por cliente a la persona que, de acuerdo a su capacidad económica y sus gustos personales, adquiere libre y racionalmente determinados productos. Para que ese cliente compre tranquilo, debe tener cierta confianza en determinado producto, lo que requiere continuidad en la relación comprador-vendedor. Otro punto a tener en cuenta es lo que se conoce como satisfacción del cliente: para ello el producto debe ser funcional a sus necesidades, no tener defectos, ofrecer un adecuado servicio de mantenimiento, rápida disponibilidad de repuestos, etcétera. Esta interpretación producto-cliente depende de factores no siempre explícitos, tales como la capacidad adquisitiva del comprador, las opciones de supervivencia (comercial) de la empresa, la naturaleza del producto o servicio, los procesos que incluye el mismo y las necesidades a satisfacer de los clientes.

Si la calidad es el resultado de comparar las expectativas del cliente con su propia percepción de la realidad, también depende de la comparación que hace entre las expectativas previas y la valoración del servicio recibido. Como el cliente va a hacer esta comparación, la empresa debe averiguar sus expectativas y necesidades para adecuar el servicio. Pero la calidad también depende de la comparación que hacen los productores entre las expectativas previas y la valoración del producto o servicio ofrecido: por lo tanto, esa valoración debería tener en cuenta, siempre, el grado de satisfacción de “casi” todos los clientes.

Dentro de esta modelo conceptual hay que destacar que el mercado, como todo mercado, no es homogéneo. La demanda no es una sola, por lo que el mercado está segmentado –un segmento es un conjunto de personas que comparte su concepto de cuál es el producto o servicio ideal–. Detectados los segmentos, si no se diseña un producto o servicio especial para cada uno de los segmentos, o se elige uno o algunos, se corre el riesgo de equivocar el sector socio-económico al que quiere proveerle ese producto o servicio. La estrategia es la diferenciación –cómo se diferencia la empresa para triunfar en ese segmento contra sus competidores–. Las empresas eligen segmentos y tratan de diferenciarse, especializándose en algún enfoque, liderando en precios, etcétera.

A su vez, los mercados demandan cada vez más opciones y cada segmento socio-económico espera una mayor satisfacción acorde a sus necesidades particulares y se esperan más y mejores opciones. Cada uno de los segmentos socioeconómicos espera un mejor producto o servicio acorde a sus necesidades específicas y a sus posibilidades económicas: están interesados en los mejores productos o servicios al valor económico más bajo posible.

¿Cómo interpreta el cliente –a igualdad de precio– la diferenciación propuesta?

Lo hace, en principio, en función de dos elementos extremos:

1) por comparación con su expectativa de producto o servicio ideal, y

2) por oposición a las demás empresas: ¿qué beneficios básicos, ventajas diferenciales o ventajas competitivas le atribuye a cada producto o servicio, que lo haga preferible a otros?

Esto nos remite al cliente que adquiere lo que necesita a un determinado precio y que, según su capacidad de pago, puede exigir determinada calidad. Pero un cliente sólo puede exigir contraprestaciones acordes al dinero que paga, con independencia de los problemas de accesibilidad y/o deterioro y de las garantías de regularidad y continuidad de los productos o servicios, que quedan sometidos al criterio de la rentabilidad empresarial y a los vaivenes del “mercado”. Como es de inferir, esta relación

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empresa-producto-cliente solo puede generarse dentro de ciertas condiciones socioeconómicas y culturales.

¿Cuál es la dimensión social de este cambio?

Actualmente, nuestras vidas y nuestros hábitos se han vuelto muy dependientes de la confiabilidad de los productos y servicios; sea el de los servicios eléctricos en la ciudad; el de un lavarropas automático un domingo por la mañana; el del automóvil utilizado para ir a la escuela en la semana, o el de una sala de terapia intensiva de un sanatorio: esto implica un determinado nivel socio-cultural y económico en el individuo y la correlativa responsabilidad del vendedor del producto, o prestador del servicio.

Para que estas características puedan darse, es decisiva la adecuada formación de recursos humanos que tengan conciencia, tanto como usuarios-consumidores-clientes como productores-vendedores, de esa situación y de sus posibilidades.

1.4. Concretando

¿Qué entendemos por publicidad?

Aquellos mensajes destinados a hacernos comprar...

Sin embargo, este conjunto de mensajes ha crecido tanto actualmente, en extensión y complejidad, que la publicidad ha dejado de ser una distribuidora de mensajes para convertirse en uno de los mecanismos de regulación y fomento del consumo y a la vez, en un complicado sistema de comunicación –tanto transmisor como receptor de modas culturales–.

En toda publicidad hay un objetivo fundamental: vender un producto o un servicio, una determinada marca, una determinada concepción del mundo. Cualquiera sea el objeto publicitado, la finalidad que mueve este proceso es su venta.

Un dato: El análisis realizado por el Consejo Nacional de las Mujeres y la Universidad Nacional de Quilmes, realizado durante enero y febrero de 2011, mostró que en el segmento horario que va de 9 a 24 horas, en los cuatro canales de aire se realizaron 11.958 emisiones de avisos –que repetían 392 spots publicitarios–, en un total de 900 horas monitoreadas.

La publicidad desempeña, desde el punto de vista económico, un importante papel en la sociedad: contribuye a garantizar que los productos industriales encuentren a su clientela dispuesta a adquirirlos y consumirlos.

Entonces: ¿Compramos lo que nos gusta, lo que necesitamos, o lo que nos venden? ¿Lo que nos gusta? ¿es lo que necesitamos? ¿Sólo compramos lo que necesitamos? ¿Cuándo buscamos lo que necesitamos, nos fijamos qué compramos? ¿Cuándo deseamos comprar alguna cosa, qué conviene preguntarse?

Entendemos que una mejor percepción de lo tecnológico debe ayudarnos –como usuarios críticos, o como buenos clientes– a tener claro los siguientes puntos:

1) saber que cuando compramos algo el objetivo es satisfacer alguna necesidad y no quedar atrapado frente a la publicidad, o una oferta con algo que desconocemos;

2) interesarse en satisfacer esa necesidad en condiciones razonablemente ventajosas, o apelará a otras alternativas más imaginativas;

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3) tener conciencia de la calidad del producto que desea adquirir, y sabe cómo orientar futuras decisiones;

4) averiguar las características técnicas y ventajas del producto antes de preguntar su precio, y también pregunta por las otras variantes existentes del producto: gustos, colores, tamaños, presentación, accesorios, prestaciones;

5) averiguar el precio antes de demostrar interés por el producto, sabe que la compra es un recurso posible, pero que también existen el reciclaje, el préstamo y el canje;

6) analizar cuidadosamente diversas formas de pago y elige la mejor para su economía: efectivo con descuento, cuotas, tarjeta, e incluso hace una contraoferta –que no es regateo– siempre en defensa de sus intereses;

7) saber que el cumplimiento de los puntos anteriores no es garantía suficiente para la defensa de sus derechos.

Hoy, mayo 2013, toda persona –niño, joven o adulto– que desee realizar una actividad cotidiana y habitual en este mundo tecnologizado –o insertarse en el mundo del trabajo– necesita manejar estas nociones básicas. Porque en ese mundo condicionado por la tecnología, la utilización de cualquier dispositivo, artefacto o mecanismo, es tan necesaria como saber leer, escribir y contar. Ello requiere familiarizarse no sólo con el dispositivo, sino lograr la capacidad para realizar la serie de acciones que se artefacto indica, y poseer cierta “cultura” tecnológica para utilizar ese dispositivo ventajosamente, sin maltratarlo ni destruirlo.

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2. Los escenarios técnico-económicos internacionales de los años 90

Ustedes en economía pueden hacer todo lo que les dé la gana..., pero lo único que no pueden hacer es, precisamente,

evitar las consecuencias de lo que hicieron. J. M. Keynes (1942)

Veamos ahora cómo se entrelazan, en tiempo y espacio, las tecnologías, los procesos productivos, los países y las personas.

Desde 1990, América Latina ha experimentado un cambio profundo de modelo de desarrollo económico. Este modelo está basado en economías nacionales abiertas a la competencia internacional, la inversión extranjera, la innovación tecnológica y el equilibrio macroeconómico. Como consecuencia, se ha evolucionado hacia la publicitada globalización de la economía pero, paralelamente, sin dar indicaciones de cómo operar en los espacios regionales y locales a nivel de diseño curricular y de elaboración de propuestas de inserción laboral en ese mundo del trabajo.

Un rasgo económico a tener en cuenta es la globalización económica: la concentración y centralización del poder económico, financiero, tecnológico y político, en un número más bien pequeño de personas y de países. El presente está caracterizado por las condiciones de la economía de mercado de grandes y poderosos bloques, donde se tiene que competir mediante calidad y precios y sin importar dónde se produzca. El sistema mundial de producción, comercialización y financiamiento está cada vez más internacionalizado y el mundo se está convirtiendo progresivamente en un gran mercado.

No hay inserción en el comercio internacional para aquellas naciones que no puedan incorporar valor agregado a sus productos. Eso exige tecnología, conocimientos, empresas capaces de incorporar conocimientos a su proceso productivo e instituciones educativas –escuelas y universidades– capaces de incorporar conocimientos actualizados y transferirlos a las personas y a las empresas. 2.1. Hacia empresas diferentes

En el contexto de los años 90, subidos a la ola de la globalización, los empresarios reformularon las bases de sus estrategias y decisiones: el conjunto de sistemas y formas de producción, organización y comercialización de la empresa fueron sometidos a claras transformaciones para adecuar su funcionamiento a los nuevos requerimientos del mercado globalizado (CEPAL, 1992, 1995):

1) de la línea de montaje a la automatización flexible, 2) de la producción en gran escala a las pequeñas series, 3) de la política de stock a la producción “justo a tiempo”, 4) del consumo masivo al consumo estratificado, 5) del costo de producción al diseño y la calidad total, y 6) de la empresa integrada a las formas flexibles de producir.

1) De la línea de montaje a la automatización flexible: La fabricación tradicional en gran escala se basa en los rendimientos de los equipos, sistemas y trabajadores con una rígida y repetitiva vinculación a un proceso, o a una tarea, invariable. Por lo contrario, la aplicación de tecnologías de control automático permite sustituir la línea tradicional de montaje por sistemas de diseño y producción asistidos por computadora, y con ello alcanzar

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altos rendimientos en productos diferentes.

2) De la producción en gran escala a la pequeña serie: Con estos cambios de organización, la productividad y el rendimiento en la producción no siguen condicionados a la fabricación de un gran número de unidades iguales, sino que se basan en una gran variedad de modelos a “colocar” en mercados más diversificados.

3) De la política de stock a la producción “justo a tiempo”: Desaparece el alto costo financiero que significa mantener grandes existencias de un producto en espera de potenciales demandantes. La producción “justo a tiempo” –just in time– supone la eliminación de depósitos con productos terminados, y también se puede aplicar a las fases intermedias del proceso de producción.

4) Del consumo masivo al consumo estratificado: La estrategia de comercialización apunta a una creciente diversificación del consumo de bienes y servicios hacia mercados estratificados. Ambos aspectos obligan a rediseñar los sistemas de comercialización, promoción y propaganda, así como la relocalización de las plantas respecto a los mercados de consumo.

5) Del costo de producción al diseño y la calidad total: La producción de pequeñas series incrementa la importancia del diseño y la calidad de los productos, así como los sistemas de comercialización oportuna y los servicios técnicos pos-venta: la capacidad de adaptación de los sistemas productivos a las modificaciones permanentes del perfil de la demanda constituye un factor esencial para competir en el mercado.

6) De la empresa integrada a la empresa flexible: La alta rotación de los productos promueve sistemas flexibles en las plantas de producción, transfiriendo a otras empresas parte de la actividad productiva y los servicios complementarios.

2.2. Efectos sobre el mundo del trabajo

Las modificaciones del sistema productivo implican cambios significativos en todos los factores que participan del mismo: los equipos y bienes de capital, la organización de las unidades productivas, el uso de las materias primas, la vinculación con el medio ambiente, el uso de los recursos naturales, los sistemas de financiamiento, la naturaleza de los servicios, las formas de comercialización y, básicamente, del trabajo. Ello genera dos situaciones:

1) Cambios y desaparición de oficios y tareas, y 2) Convertir al trabajador especializado en el trabajador polivalente.

2.2.1. Cambios y desaparición de oficios y tareas

Como consecuencia de estos cambios, algunas actividades tienden a ser reemplazadas por sustitución de materias primas o procesos, eliminando ciertos oficios tradicionales. El cambio de materiales y procesos tradicionales por la creciente utilización de nuevos materiales requeridos por las exigencias del mercado, implica la desaparición de los oficios vinculados a ellos. Los cambios mencionados afectan también a los oficios y actividades que, aunque subsistan a los cambios tecnológicos, deben adecuar sus contenidos a las nuevas condiciones productivas.

Todo esto plantea la necesidad de establecer sistemas de educación, formación y

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capacitación permanente para el reciclaje, reconversión y/o actualización de profesionales, técnicos y trabajadores, en función de los cambios que experimenta el perfil de sus ocupaciones. Los elementos a tener en cuenta en estos sistemas, son:

1) la alta rotación de los productos, 2) el cambio en las funciones, y 3) la incorporación de nuevos conocimientos.

Estos factores son parte de la transformación que afecta los contenidos mismos de los oficios, especialidades y puestos de trabajo. 2.2.2. Del trabajador especializado al polivalente

A partir de los años 70 se produce la incorporación masiva de mano de obra con certificaciones académicas al mercado laboral. Pero al mismo tiempo, van caducando los conocimientos técnicos que poseen los profesionales, los técnicos y los trabajadores en un sistema productivo que continuamente incorpora nuevos medios tecnológicos y cambios organizativos. Por eso se han afianzado dos fenómenos laborales inéditos:

1) la desmaterialización de la producción, y

2) la automatización creciente del trabajo. La desmaterialización de la producción permite lograr la misma unidad productiva

con menos equipamiento, infraestructura y materias primas, provocando una disminución del valor de éstas. A su vez, la automatización creciente del trabajo productivo y de los servicios, tiende a disminuir el valor y la necesidad del trabajo humano. Esto genera la modificación de oficios, especialidades y puestos de trabajo e incorpora las condiciones de ductilidad, polifuncionalidad y polivalencia en las funciones.

El concepto de polivalencia en el trabajo proviene de la Psicología Social inglesa de los años sesenta: la posibilidad de realizar intercambios entre puestos especializados o calificados, fundada en la flexibilidad de las adaptaciones, capacidades y conocimientos y en las necesidades de los sistemas de producción.

La organización basada en la tradicional línea de montaje, en la capacitación especializada de cada trabajador, en el aumento de los rendimientos, la mayor productividad por el carácter repetitivo de las tareas y la reducción de costos sustentada en la producción en gran escala de bienes idénticos, ha dejado su lugar a:

1) la automatización flexible, 2) la alta rotación de las personas en el lugar de trabajo, y 3) las pequeñas series de productos diferenciados.

Esta circunstancia constituye el factor más significativo desde el punto de vista de la relación educación-trabajo, pues afecta la concepción de la organización de los sistemas de producción.

Sin poner en duda los efectos de la capacitación sobre la calidad, diseño, creatividad, innovación, el replanteo de las formas de organización del rol de la empresa llevan a revisar las formas de la educación para el trabajo y permitir que se satisfagan, adecuada y oportunamente, las necesidades de capacitación, reciclaje y reconversión que esta situación genera.

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3. Los nuevos escenarios laborales del Siglo XXI

El oro destruye más que la pólvora

Osvaldo Bayer Para comprender estas transformaciones en marcha, es preciso analizar una

serie de factores que inciden desde hace aproximadamente dos décadas y cuya influencia creciente puede dar cuenta de los cambios registrados y esbozar su dirección futura. Sólo vamos a considerar:

1) La comercialización creciente del conocimiento en la actual economía.

2) la gestión del conocimiento tecnológico. 3.1. Gestión y comercialización creciente de conocimientos tecnológicos

Los orígenes del proceso de internacionalización en la generación, difusión y comercialización del conocimiento resultan evidentes a partir de (R. Barnett, 2001):

- La velocidad de crecimiento de los volúmenes de conocimiento generado.

- La necesidad real de circulación y difusión del conocimiento generado.

- El creciente número de investigaciones, docentes y alumnos.

- Las posibilidades de las tecnologías de la información.

- La integración socio-económica internacional.

Por otro lado, los miles de científicos y profesionales que trabajan para laboratorios de empresas son un ejemplo de que se investiga y produce conocimiento en ámbitos que ya no son estrictamente universitarios. Las empresas han desarrollado una serie de estructuras de capacitación y buscan cada vez más el reconocimiento académico de esos saberes y capacidades. Es decir, no sólo el conocimiento se ha expandido a estructuras exteriores a la universidad, sino que la misma educación superior –en algún sentido– también se desarrolla fuera de ella. Esto significa que la universidad ya no ejerce el monopolio de la transmisión del conocimiento experto a la sociedad (R. Barnett, 2001).

Estos cambios en la gestión del conocimiento han sido caracterizados por M. Gibbons (1994) como la evolución de un Modo 1, o modo “clásico” de producción de conocimientos, a un nuevo Modo 2, o modo “heterodoxo” de producción de conocimiento. En una aproximación muy esquemática, el Modo 1 es el predominante de la ciencia “académica”, organizada por disciplinas, mientras que el Modo 2 se vincula con la producción de conocimiento –predominantemente tecnológico– en función de requerimientos empresarios. En el modo “clásico”, los problemas son situados y resueltos por los intereses académicos de una comunidad específica. En el modo “heterodoxo” de conocimiento, esto se produce en lo que se conoce como contexto de aplicación.

Pero las empresas no requieren del conocimiento "por el conocimiento mismo", sino para obtener beneficios y, si es necesario, dejarlo y reemplazarlo por otro que sea más conveniente tan pronto como genere beneficios. Como dice R. Barnett (2001), estamos en una sociedad de lo descartable, también en lo cognitivo.

La llamada "economía del conocimiento" se distingue por el papel que asigna al conocimiento como valor económico, En ese contexto, en los últimos años el mundo desarrollado se ha caracterizado por una avalancha constante de innovaciones –algunas valederas, otras no– en las tecnologías y las comunicaciones, gracias a lo cual hoy

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manejamos con facilidad volúmenes sorprendentes de información, tanto para realizar las más complejas tareas en cualquier actividad profesional, como para tomar la más simple de las decisiones en la vida cotidiana. La variedad y el impacto de esos resultados han sido muy amplios y profundos, y en pocos años han dado lugar al surgimiento de nuevas formas de comunicación social, nuevas formas para generar y distribuir productos y servicios y, también, nuevas formas de proveer conocimiento.

Estos avances no se limitan a los sectores de alta tecnología y de la información, ni a los de servicios de comunicación, sino que se expanden gradualmente a todos los campos económicos: la economía de los países industrializados se ha inclinado hacia las actividades que requieren un alto grado de conocimiento.

Simultáneamente, una nueva clase de organización encabeza este fenómeno: las empresas basadas en el conocimiento –redes de personas que luchan por producir nuevos conocimientos y que trabajan para compañías no sólo distintas, sino incluso rivales– (P. A. David y D. Foray, 2002).

A su vez, en la actualidad se suele hablar de gestión por competencias –sin dar demasiadas explicaciones– sobreentendiendo que es una manera de operar vinculada al concepto de competencia, ya sea en el sentido de competir –intención de disputar y ganar–, o en el sentido de ser competente –disponer de un repertorio de respuestas frente a una situación–. Consecuentemente, en el mundo del trabajo una persona competente es la que sabe, tiene la experiencia y los modos de saber hacer para actuar de manera apropiada en las actividades en las que debe desempeñarse.

Como hemos visto en un módulo anterior, la noción de competencia no implica sólo la posesión de un conocimiento, sino también la experiencia y el saber hacer para actuar de manera apropiada. Consecuentemente, ser competente significa: saber, saber hacer, querer hacer y poder hacer…

¿Cómo se adquieren las competencias?

Actuando, usando materiales y herramientas, operando dispositivos, mejorando procedimientos, probando soluciones alternativas.

Sin embargo, las competencias y conocimientos tecnológicos que en una determinada situación laboral en un determinado momento son claras y deseables en las grandes empresas, en la situación siguiente, horas después –en la misma empresa– son cuestionadas y desechadas. La volatilidad de los “mercados” y los cambios de actividades de las empresas dan lugar a “nuevas” competencias con sorprendente facilidad y rapidez, sin tener en cuenta la inercia propia de los diseños curriculares, incluso los más flexibles.

A la luz de lo señalado en el punto anterior y para avanzar en el análisis, es necesario hacer una distinción entre “competencia auténtica”, basada en proyectos tecnológicos coherentes, a nivel empresarial, para difundir el progreso técnico e incorporarlo al sistema productivo, y “competencia espuria”, que se funda en la sobreexplotación de la fuerza del trabajo y/o en la depredación de los recursos naturales.

Como es de inferir, este enfoque tiene un mensaje no demasiado sutil: aprender o correr el riesgo de quedarse afuera del mercado laboral(sin que el aprender le asegure la permanencia en el mercado laboral). Ya en 1994, J. J. Brunner indicaba que un título universitario tenía una “vida útil” de 5 a 7 años, al cabo de los cuales quedan obsoletos. En 2003, L. Ross, de la empresa Ford, estimaba que la vida útil de un título universitario oscilaba entre dos y tres años.

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Otra constatación es que la incorporación de tecnología no elimina necesariamente puestos de trabajo. Pero sí cambia los requisitos para el desempeño en los nuevos puestos de trabajo y esto marca una tendencia en la economía. En este contexto es creciente el número de autores y la cantidad de informes que coinciden en insistir en el papel estratégico que va adquiriendo la formación para el trabajo en relación con las posibilidades de crecimiento de una economía.

La importancia creciente de la tecnología en la producción de bienes y servicios, sumada a la velocidad con que se agregan innovaciones, genuinas o no, y se empuja a la obsolescencia a los procesos anteriores, indica que los trabajadores del futuro próximo deberán agregar al conocimiento y al control de máquinas y procesos complejos habilidades y destrezas de los tipos siguientes:

capacidad de razonamiento lógico

comprensión y comunicación verbal, oral y visual

capacidad para el autoaprendizaje y la disposición al cambio

capacidad para tomar iniciativas

habilidades para el trabajo colectivo (comunicarse, respetar, colaborar, articular iniciativas...)

3.2. Los nuevos escenarios laborales

En los discursos de políticos, economistas, planificadores y funcionarios universitarios de distintas ideologías, las expresiones mundialización, o globalización, tienen diferente sentido, aludiendo la primera preferentemente al campo económico y la segunda mundo socio-cultural.

Para el mundo del trabajo, los nuevos escenarios pueden caracterizarse por tres procesos principales: globalización, privatización y desregulación.

La globalización significa que las economías nacionales están más relacionadas a los vaivenes de la economía internacional y que dicha vinculación afecta no solo los mercados de bienes y servicios y de capitales, sino también a las personas y, principalmente, a las comunicaciones. Aparentemente, la globalización abre nuevas oportunidades de crecimiento y creación de puestos de trabajo, pero al mismo tiempo afecta las condiciones del empleo y el nivel de los salarios, por lo cual requeriría regulación para evitar la competencia espuria, internacional y nacional, y asegurar que los beneficios sean equitativamente distribuidos entre países y grupos sociales dentro de ellos (V. E. Tokman, 2002).

La privatización es la segunda característica distintiva del nuevo escenario. El Gobierno disminuye sus funciones de gestión y cambia su forma de intervención, transfiriendo responsabilidades al sector privado y a los “mercados” –relaciones financieras inter-empresarias– en la administración y distribución de los recursos. Consecuentemente, el Gobierno deja de contribuir a la creación directa de empleo.

Junto con estas dos características siempre aparecían dos temas: la competitividad y la productividad. La competitividad [de calidad y de precios] es la capacidad de generar la mayor satisfacción de los consumidores al menor precio, o sea con producción al menor costo posible, y depende especialmente de la calidad del producto y del nivel de precios que, a su vez, están relacionados con la productividad, la innovación y la inflación diferencial entre países. La productividad es la capacidad de producir más satisfactores (sean bienes o servicios) con menos recursos. Depende de la tecnología (capital físico) usada y la calidad de los trabajadores (capital humano). Una

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mayor productividad redunda en una mayor capacidad de producción a igualdad de costos, o menores costos a igual producto. Un costo menor permite precios más bajos (importante para las empresas) o presupuestos menores (importante para las organizaciones de Gobierno o de Servicio Social).

Por último, la tercera característica –la desregulación– que lleva a un menor control e intervención en los “mercados” y a una disminución en los niveles de protección, tanto en los mercados de bienes como en el de trabajo. Estos dos procesos –se supone– tienden a aumentar la eficiencia económica al suponer que el sector privado es más eficiente que el Gobierno y que los mercados asignan mejor los recursos que la administración pública.

El trabajo tradicional “en blanco”, mensurable, cuantificable, con atributos para ser valorado en el mercado laboral, hoy es la expresión de una práctica social que se reduce paulatinamente. Pero también existe la mano de obra “en negro”, no sólo en las empresas que operan bajo condiciones de subcontratación sino también como política de empleo. En estos casos, las personas deben soportar inestabilidad en el empleo, flexibilidad en los horarios y decisiones arbitrarias en relación con la asignación de puestos y funciones, así como la pérdida de prestaciones sociales.

La fuerza de trabajo queda así fracturada en dos categorías principales: un contingente integrado por asalariados que trabajan en condiciones de estabilidad y a tiempo completo, aptos para la movilidad interna y la polivalencia profesional, y una amplia masa de trabajadores “periféricos” donde predominan todas las formas del empleo precario y de la subocupación, los bajos salarios, la carencia de cobertura asistencial y la desprotección sindical.

La multiplicación de obreros, técnicos y profesionales que prestan servicios por tiempo determinado o mediante contratos por obra –destajistas, pasantes, free-lance, cuentapropistas, monotributistas u otros eufemismos– ocupando incluso el espacio doméstico para desarrollar sus tareas, constituyen una amplia masa de trabajadores que han hecho de la precariedad laboral y de la inestabilidad existencial un modo de vida (V. E. Tokman, 2002).

Este triple proceso –globalización, privatización y desregulación– tiene lugar en un entorno que se caracteriza por la generalización de problemas económicos y sociales. Los problemas de empleo y exclusión social no son privativos de los países en desarrollo, sino que también constituyen un problema en los países desarrollados, que registran niveles de desempleo altos, incluso más que el promedio latinoamericano, donde además dichos niveles se han mantenido por largos periodos adquiriendo características de permanente en grupos vulnerables –como los jóvenes–, y donde uno de cada cinco –como veremos– carece de empleo.

Obviamente, hoy debemos incorporar a la crisis económico-financiera que se abate sobre el planeta y de la cual todavía no tenemos demasiados datos concretos, excepto las reiteradas recomendaciones de la prensa a que esperemos lo peor, que nunca se sabe…

Para el mundo del trabajo, los nuevos escenarios laborales que genera la crisis económico-financiera pueden caracterizarse por tres procesos principales: despidos masivos, reducción de las actividades y desinterés por la capacitación profesional. 3.3. El trabajo en el mundo

La rápida evolución tecnológica que está viviendo la electrónica, la informática y las comunicaciones, marca definidamente a nuestro tiempo. Esta “revolución” ha

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provocado que el eje de la evolución mundial esté centrada, solo por razones económicas, en lo que se ha dado en llamar intensidad del conocimiento, y no tanto en los recursos materiales, o en el volumen del capital productivo –o incluso financiero–, como lo era hasta hace poco tiempo atrás.

Aún así, el mundo cambia día a día. Como se ha repetido en numerosas ocasiones, cualquier información, invento, o descubrimiento, puede ser conocido por la comunidad tecnológica internacional casi en el mismo momento que se produce. Las bibliotecas del mundo entero están abiertas, y accesibles, a través de la computadora. La informatización de los procesos de producción está en la puerta de la industria, o del taller, que sepa aprovecharla. El acceso a esa información se logra mediante Internet y está prácticamente al alcance de todos, … de todos aquellos que tengan Internet y hayan percibido estos cambios.

Este nuevo contexto exige no solo a las empresas, sino también a los profesionales, los técnicos y a los operarios. Por supuesto, exige mucho al sistema educativo y muchísimo más a la interacción entre ambos sistemas. Como planteara M. A. Gallart (1994): no alcanza con tener buenas empresas y buenas escuelas, además, deben ser capaces de trabajar juntas.

Porque en este contexto fuertemente competitivo, se afirma, hacen falta no sólo directivos, gerentes, ingenieros, técnicos, supervisores, capataces y operarios que sepan y sepan hacer, sino también personas que sepan qué tienen que hacer: gente que sea capaz de aprender a partir de su propio criterio.

Estos cambios vienen cuestionando fuertemente a muchas de nuestras “seguridades” pedagógico-didácticas del maltrecho sistema de Formación Profesional y nos obliga a indagar en campos desconocidos hasta ahora.

Hoy, en la gestión de proyectos educativos con contenidos tecnológicos nos enfrentamos con los desafíos de la globalización que tienen un factor común: alcanzar niveles de competitividad en la producción de bienes y servicios, compatibles con las exigencias de costos, calidad y oportunidad que plantean los nuevos mercados internacionales. A partir del tipo de transformación que se está produciendo, y de sus efectos previsibles, cabe preguntarse con qué instrumentos cuenta la Educación para facilitar a nuestros jóvenes una inserción satisfactoria en el mundo del trabajo de esta nueva configuración internacional (Fig. N° 1).

Fig. Nº 1: Relaciones entre el conocimiento tecnológico, el trabajo y la economía

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Las relaciones entre el conocimiento tecnológico, las competencias para actuar eficazmente en el mundo del trabajo, las empresas y la economía se dan –idealmente– en el esquema que sigue, que no contempla los sucesivos cambios de las competencias y conocimientos tecnológicos que se van produciendo en las grandes empresas y que, horas después –en las mismas empresas– son cuestionadas y desechadas. Tampoco contempla la volatilidad de los “mercados” y los cambios de actividades de las empresas dan lugar a “nuevas” competencias con sorprendente facilidad y rapidez.

Ya en 1992, el informe de la CEPAL "Educación y conocimiento: eje de la transformación productiva con equidad" exponía argumentos y líneas de acción concretas que tenían en cuenta la creciente evolución de la Tecnología, y que permitían explicar los cambios que conducían a:

a) la globalización de la economía, b) la concentración de los flujos de producción y comercialización, c) la segmentación técnica y geográfica de los procesos, y d) las especializaciones productivas nacionales o regionales.

Por ello, la CEPAL sugería como algo muy necesario y/o conveniente:

I) Desarrollar el núcleo estratégico de las empresas de modo que fuese de improbable imitación, o reproducción, por parte de la competencia, con:

a) actividades de mayor valor agregado, y

b) mayor contenido de conocimientos (“core skill”).

II) La reestructuración y “achicamiento” en las empresas, la “tercerización” y la subcontratación de servicios (“downsizing”).

La CEPAL aclaraba, en 1992, que ello implicaba:

1) La reducción de la relación de dependencia, con un posible agrupamiento de profesionales independientes con emprendimientos propios (“cuentapropismo”).

2) Desocupación semipermanente, aún cuando se solicitaran cada vez más profesionales.

3) La demanda de profesionales y técnicos sería realizada sólo por grandes consultoras y empresas industriales y de bienes de capital.

4) La aparición de empresas de alta tecnología, con un crecimiento económico dinámico y una sostenida demanda de sus servicios.

5) La utilización intensiva de las TIC´s, con una oferta de servicios variada y competitiva: CAD/CAM, sistemas expertos, “engineering workstations”, teletrabajo, etc.

6) Los grandes proyectos requerirían menos profesionales de origen local: la demanda de profesionales y técnicos estará sesgada por la coyuntura.

7) El “talento” personal, el manejo de idiomas y de las TIC´s incidirían en las decisiones de contratación.

8) Los profesionales ampliarían su campo de acción en el ámbito de los servicios, en actividades como administración, marketing, seguros, bancos, finanzas, calidad, control ambiental, etc.

9) Habrá diversas formas de recalificación frecuente (“skill upgrading”), en áreas alejadas de la calificación profesional de origen.

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10) Subsistirían:

Mercados segmentados

con

una creciente diferenciación económica interna

11) Los modelos de inserción laboral –con mayor desocupación–, tendrían las siguientes características:

Adaptabilidad y flexibilidad (reducción de la relación de dependencia y desocupación semipermanente)

Inserción recalificación reinserción

(desocupación semipermanente capacitación ocupación semipermanente)

Como se aprecia, la CEPAL –ya en 1992– sugería como necesario y/o conveniente desarrollar procesos de recalificación laboral frecuente –skill upgrading–, incluso en áreas alejadas de la calificación laboral de origen, de modo de facilitar las etapas de inserción–recalificación–reinserción que requeriría el mundo del trabajo. Esta circunstancia constituye el factor más significativo desde el punto de vista de la relación educación-trabajo, pues afecta no sólo la concepción de la organización de los sistemas de producción sino también la organización de los sistemas de capacitación para ese cambiante mundo del trabajo, que variará tantas veces como las necesidades del “mercado”, las empresas y las finanzas lo requieran. 3.4. Algunos datos

En 1990, del Producto Interno Bruto Mundial el 80% correspondía a los países industrializados y sólo el 20 % a los países en desarrollo: que en éstos últimos vivía el 80% de la población mundial. En 1996, el Informe sobre Desarrollo Humano indicaba la tendencia a la concentración de la riqueza: en Estados Unidos, el 1% de las personas más acaudaladas disponían en 1990 el 36% de la riqueza del mundo. En 1999, los activos de tres multimillonarios superaban el Producto Nacional Bruto de todos los países menos adelantados y de sus 600 millones de habitantes, y el ingreso del 41% de la población mundial (PNUD, 1999). La fortuna de esos 358 multimillonarios superaba el ingreso conjunto de 2.300 millones de personas (el 45% de la población mundial). Las fortunas en conjunto de todos los que poseen grandes patrimonios aumentaron, en 2012, hasta alcanzar la cifra récord de 46,.2 billones de dólares (Revista Forbes, 2013).

En la contracara, 1.300 millones de personas viven con menos de un dólar diario, según el PNUD. En 2001, la Organización Internacional del Trabajo –OIT– consideró que era necesario crear más de mil millones de puestos de trabajo para incorporar a esos nuevos trabajadores y reducir el desempleo (P. Egger y W. Sengenberger, 2002). En el año 2020, en el mundo subdesarrollado se estiman 3.000 millones de pobres, de los cuales más de 800 millones sufrirán hambre y otros cientos de millones estarán desempleados o subempleados.

Decía V. Forrester (1997): “Las estadísticas hablan por sí solas: en los países del G-7 (los más ricos del planeta), entre 1979 y 1994, el número de desempleados pasó de 13 a 24 millones. Esas cifras no toman en cuenta a los 4 millones que ya dejaron de buscar trabajo y dejan a un lado a los 15 millones de condenados a aceptar empleos de medio tiempo. Esas cifras, además, son oficiales, es decir, maquilladas. Son, de alguna manera, artificiales: no reflejan cabalmente la tragedia de estos millones de destinos humanos arruinados. Están rebasadas: entre 1994 y 1996 la situación empeoró y sabemos que va a ir de mal en peor. Así lo exigen quienes rigen la economía

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mundializada. Debemos dejar la ceguera: estas estadísticas no son meros síntomas de una crisis coyuntural, como lo pretenden nuestros gobernantes, sino una mutación brutal de la civilización occidental, cuyas consecuencias pueden ser aún peores que lo que sufrimos hoy".

Analizando la última crisis, A. Zaiat (2011) dice: “Cuando estalló la crisis en las potencias mundiales en 2008, con epicentro en Estados Unidos extendido a Europa, la primera reacción fue rescatar al sistema financiero e impulsar la demanda con incentivos fiscales. Se hablaba del regreso del keynesianismo en las políticas públicas. Con inyecciones al mercado de millonarios fondos se salvó a los bancos. Luego de preservar el negocio financiero con tibios intentos de regulación del sistema, se empezó a recomponer la corriente ortodoxa que exigió y logró imponer la necesidad de la austeridad en las cuentas fiscales. (…) El resultado fue la profundización de la crisis en las economías más vulnerables, con tasas de desempleo que se mantienen en niveles elevados por un tiempo prolongado”.

Y agrega más adelante: “Pese a los costos sociales que se agudizan a medida que se extiende la crisis, los abanderados de la austeridad argumentan que los recortes del gasto se traducirán en beneficio para la sociedad por el supuesto aumento de la confianza de los inversores, que revertiría así los impactos negativos en el crecimiento y el empleo. Nada de eso sucede. En realidad, los ajustes fiscales sirven para dar tiempo a los inversores financieros que quieren fugar sus capitales de economías en crisis y también a los bancos para obtener salvatajes estatales para cubrir los agujeros negros de su frenesí especulativo con préstamos inmobiliarios y bonos de deuda de países”.

Estas relaciones han sido admitidas como naturales y científicas desde siempre por las distintas corrientes económicas, pero el nuevo escenario de globalización y privatización condicionó seriamente el tipo y la forma de crecimiento social (V. E. Tokman, 2002). Ello configuró hechos diferentes: el desempleo, que en las tres décadas previas a los años 80 se mantuvo entre 6% y 7% en promedio, alcanzó valores que lo triplicaban, descendiendo actualmente, con alguna correlación, con la evolución económica. Pero el desempleo no llegó a cifras mayores al 20% porque la informalidad, la tercerización y la precarización de la estructura del empleo contribuyeron a “ocultar” la insuficiente generación de plazas productivas de trabajo.

Los tres procesos –la informalidad, la tercerización y la precarización del trabajo– se superponen y configuran una pérdida de calidad del empleo, al concentrarse en puestos de trabajo de baja productividad e ingresos, alta inestabilidad y escasa protección. Esta tendencia se acentúa por la necesidad de supervivencia de las personas, y se promovió con las reformas laborales que facilitaron formas contractuales atípicas y el aumento de los trabajadores sin contrato. Ello aumentó la precariedad laboral, con su inestabilidad y desprotección. Por último, los salarios también se contrajeron. Aparece entonces un nuevo componente: el alto índice de incertidumbre acerca del futuro laboral.

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4. El mundo del trabajo

El error y la verdad se mezclan íntimamente y se nutren entre sí: hay verdades que mienten y mentiras que dicen la verdad

Jacques Maritain

El sistema clásico de formación profesional es un sistema donde el joven comienza su educación temprana en una rama común de educación básica y continúa en esta rama común hasta los 16 a 18 años. A partir de ahí puede tomar la opción de una especialización entre un abanico de posibilidades educativas, o bien pasar al mercado de trabajo. Este ciclo se vuelve a repetir para los que siguen estudiando: una vez terminada su especialización de grado se le vuelven a presentar una serie de opciones educativas que le conducen a una especialización de grado superior, o bien a la posibilidad de ingresar al mercado de trabajo.

Este esquema parte del supuesto de que las profesiones son muy estables y de que una vez que el individuo ha realizado su esfuerzo en formarse en una profesión, queda capacitado para ejercerla, al nivel a que ha llegado en sus estudios, para el resto de su vida. Para satisfacer esta demanda clásica de formación todos los países tienen grandes sistemas educativos que atienden la formación básica, el bachillerato, la formación profesional, la formación universitaria, etcétera. Sin embargo, este supuesto básico de que las profesiones y los trabajos son muy estables ha desaparecido, debido principalmente a las transformaciones continuas que aparecen en el sistema productivo por la incorporación de nuevas tecnologías. Como se aprecia, esta época se caracteriza por un aumento en su complejidad:

I) los conocimientos se multiplican,

II) los servicios educativos se vuelven obsoletos rápidamente, y

III) vivimos con buenos niveles de incertidumbre.

Como correlato, en la demanda de formación se producen tres fenómenos de distinta configuración y origen:

1) la obsolescencia de los conocimientos,

2) la falta de interrelación de conocimientos, y

3) el desajuste educación-trabajo

El primer fenómeno lo producen los avances tecnológicos continuados en todas las ramas, realizado por una pequeña franja de especialistas de alto nivel. La formación de estos súper-especialistas, si no está bien cubierta, al menos está contemplada en todos los sistemas educativos.

El segundo fenómeno que se produce es la falta de vinculación e interrelación de esos conocimientos: el avance de la interdisciplinariedad genera un proceso significativo no resuelto. El problema mayor es en la zona intermedia entre los especialistas puros y los profesionales y técnicos del gran mundo del trabajo. Existe una demanda creciente de perfiles intermedios que sepan llevar las nuevas tecnologías a las aplicaciones que demandan las diversas empresas. Estos profesionales, llamados de “doble capacitación”, deben hacer de puente entre conocimientos y especialidades de diverso tipo. Por ejemplo: especialistas de informática aplicada a la sanidad, o a la gestión de empresas, etc. El camino de la capacitación de estos profesionales de “doble capacitación” no es fácil, más cuando hay que satisfacer requerimientos de empresas grandes y de PYMES, no sólo orientadas a la producción sino también a la prestación de

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servicios de todo tipo.

El tercer fenómeno que se produce es el de desajuste que generan los dos fenómenos anteriores. Para atender la demanda clásica de educación, la mayoría de los países ponen en marcha grandes centros de educación, que requieren de grandes inversiones en recursos humanos y materiales. De forma que su planificación educativa es necesariamente lenta. Este desfasaje produce una proporción importante de jóvenes que acceden al mercado de trabajo sin la capacitación esperada, y no encuentran trabajo, mientras que al mismo tiempo las empresas demandan perfiles laborales que no encuentran. Este es el de desajuste entre la formación de los profesionales, técnicos y trabajadores y los requerimientos de un mundo laboral en permanente cambio.

Debe considerarse muy especialmente el hecho de que un estudiante que actualmente curse el primer año de la Educación Media, o de la universidad, egresará después del año 2016 y llegará a una actividad laboral adecuada alrededor del 2018. A su vez, un estudiante que actualmente curse el primer año de la universidad, egresará después del año 2018 y llegará a estructurar su aporte profesional después del 2020.

Son precisamente estos grandes cambios tecnológicos y organizativos en las empresas –cada vez mas rápidos– los que motivan a los gobiernos, las organizaciones sociales y los organismos internacionales a plantearse el problema tecnología-educación-trabajo, entendido como la necesidad de establecer algún mecanismo de regulación que asegure que el sistema educativo brinde respuestas adecuadas –con suficiente agilidad y flexibilidad– a las necesidades de calificación de estos sistemas productivos.

La formación profesional podría definirse en términos de proceso orientado a permitir a las personas que aprendan las habilidades o capacidades necesarias para realizar una actividad específica posterior, es decir que permita a las personas aprender habilidades que desarrollen hábitos conductuales y respuestas automáticas a situaciones específicas. Entre las principales diferencias que es posible establecer entre educación y formación profesional, se encuentran las siguientes:

• La formación es un tanto más específica y concreta, mientras que la educación se enfoca hacia el desarrollo de conceptos y teorías.

• La formación construye habilidades o capacidades prácticas, mientras que la educación se orienta a la creación de conocimiento y habilidades analíticas.

• La formación se orienta a situaciones específicas, mientras que la educación puede ocurrir antes o durante el trabajo –educar para la vida, ó formar para hacer algo–.

Todo esto nos lleva a reconceptualizar la problemática de la enseñanza de contenidos tecnológicos y establecer con mayor precisión sus posibilidades, y sus límites. Más allá de los problemas propios de la Educación Media aparece su vinculación con el mundo del trabajo, que es crucial para la mayoría de los jóvenes, pues constituye la última etapa antes de incorporarse definitivamente a la realidad cotidiana del trabajo. 4.1. Características de la inserción laboral

El trabajo humano había adquirido, en los últimos años, una configuración cultural con tres acciones, ya que permiten (J. B. Mosqueira, 2006):

- conseguir dinero, ya que para vivir hay que comer: los alimentos se adquieren mediante dinero. El dinero se obtiene legalmente a través de un trabajo remunerado, por rentas, jubilación o por caridad. Las otras

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opciones -prostitución, robo, etcétera- están penalizadas. Por lo tanto, quien no cuente con ninguna de las alternativas legales, evitando delinquir, debería morirse;

- lograr un vínculo social: la trama de la convivencia estructura y aporta al bien común. El carecer de actividad laboral diluye a la persona, la despoja de identidad frente a los otros, incluyendo su familia;

- crear, transformar y/o modificar la realidad: siempre se realiza mediante algún esfuerzo físico o intelectual. Para ello es necesario contar con un lugar y una tarea. Si esa posibilidad no existe, desaparece también el sentido de muchas acciones humanas, incluso el porqué y el para qué vivir: la carencia de trabajo no es asunto trivial ni siquiera para aquellos que tienen empleo.

Como se infiere, si colocamos a una persona sin trabajo –sin preguntarnos todavía si es joven o viejo– en el medio de esas situaciones, tendremos una situación si no trágica, por lo menos compleja. Pero aún así, desde hace años siempre estamos saliendo de alguna crisis, que son variadas:

1) de los gobiernos, a las que les resulta muy difícil dar pleno empleo a sus ciudadanos, adultos y jóvenes (ya en 1965 se hablaba de crear 120.000 fuentes de trabajo por año para los varones que salían del servicio militar);

2) de las economías, a las que les resulta natural que haya tasas de desempleo “estructural”, también denominado de largo plazo, o involuntario, que no disminuye ni desaparece mediante simples medidas de ajuste económico;

3) de las empresas, donde sus sistemas de producción variarán tantas veces como las necesidades del “mercado” lo requieran;

4) de los especialistas en educación –especialmente en educación y trabajo– donde los gobiernos no los aceptan como especialistas y acuden, en cambio, al consejo y orientación de los grupos empresariales:

5) de la educación universitaria y sus alternativas profesionales clásicas, donde sus orientaciones y especializaciones corren, primordialmente, detrás de su supervivencia profesional, y

6) de la educación para el mundo del trabajo, donde gobiernos, empresas y especialistas no pueden (y/o no quieren) y/o no saben cómo ponerse de acuerdo, etcétera, etcétera.

La creación de trabajo está determinada, llamativamente, por lo que ocurre fuera del mundo del trabajo. El empleo depende del crecimiento económico, el que a su vez depende de una “combinación apropiada” de la inversión, el ahorro, la tecnología, el tamaño de las empresas, las inversiones de los distintos sectores, la promoción de las exportaciones, los perfiles de consumo de la sociedad, los intereses de las empresas nacionales y multinacionales, las políticas globales del gobierno nacional, etcétera. La reciente crisis mundial y las distintas experiencias socioeconómicas –americana, europea, asiática e iberoamericana– de ajuste reiteran, eufemísticamente, que sin crecimiento no hay posibilidades de generar empleo productivo.

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4.2. Trabajo decente

El concepto de trabajo decente –respetable, apropiado, conveniente, aceptable, satisfactorio, bueno, justo, honrado, digno, que permite vivir sin pobreza ni indigencia– se presenta, alternativamente, como un anhelo de la gente, como una meta que se han impuesto las sociedades, los países y la comunidad internacional, y como un marco para crear las políticas que conduzcan al objetivo de trabajo decente para las mujeres y hombres de todo el mundo (OIT, 1999). Estas tres dimensiones –anhelos, metas y marco político– están fuertemente interrelacionadas (P. Egger y W. Sengenberger, 2002).

Un anhelo básico de la gente en todo el mundo es el de poder obtener empleo, para así sustentarse a sí mismos y sus familias en condiciones de libertad, equidad, seguridad y dignidad humanas, ya sea por:

1) Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), el Pacto Internacional sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966),

2) Declaración Mundial Social Cumbre y sus Compromisos (1995),

3) Declaración OIT sobre Principios Fundamentales y Derechos al Trabajo (1998).

Los criterios que definen el trabajo decente –un empleo satisfactorio– incluyen los siguientes conceptos (Declaración de OIT sobre Derecho al Trabajo, 1998): 1) Acceso al empleo, 2) Trato justo y equitativo en el empleo, 3) Remuneración laboral decente, 4) Condiciones laborales justas, 5) Ámbito de trabajo seguro, 6) Protección en caso de desempleo, 7) Protección social y empleo, 8) Oportunidades de empleo y formación, 9) Participación y motivación, y 10) Voz en la participación colectiva.

La combinación de estas diez dimensiones conforman el concepto de trabajo decente para todos los hombres y mujeres. La combinación y la ponderación otorgada a cada dimensión dependerán, como siempre, de las circunstancias particulares del país, la región y la empresa. 4.3. Algunos datos actuales

La pobreza muestra un comportamiento diferenciado, aumentando el deterioro de las clases medias y su incorporación al grupo de los “nuevos pobres”. Esto también interrumpe el mecanismo tradicional de homogeneización social y movilidad ascendente (V. E. Tokman, 2002).

En Argentina, según algunas fuentes y de acuerdo con los datos recientes, contar con un empleo estable y de calidad es un derecho al que pueden acceder pocas personas. En efecto, sólo 4, o 5 ó 6, de cada 10 trabajadores tienen actualmente un empleo decente en los términos definidos por la OIT, es decir, afiliados a la seguridad social, gozar de relativa estabilidad laboral y percibir un ingreso que garantice la subsistencia básica familiar: no estar en negro, o en gris...

Los datos que siguen no sólo son efímeros en el tiempo, sino también estimativos y sesgados según sea la fuente de información.

4.3.1. Generación ni-ni:

Tienen entre 18 y 30 años. A esta generación, los especialistas la denominan ni-ni –ni estudian ni trabajan–. Crecieron rodeados de tecnología, consumo y publicidad. No creen en el trabajo para toda la vida, ni en la política. Para ellos el trabajo perdió su valor de estabilidad, pero valoran más el consumo que acumular bienes, que quieren ser dueños de su propio tiempo y que quieren ser reconocidos como adultos sin dejar la

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casa de sus padres...

En la Argentina, la generación ni-ni es la que pertenece a la franja socio-económica media y media alta, con un capital económico y educativo que le permite, por ejemplo, vivir sin trabajar y postergar la salida de la casa paterna hasta terminar la universidad. Parte de este grupo pasan cierto tiempo conviviendo con una pareja sin casarse, y el matrimonio llega más tarde que nunca. En 1970, la edad promedio para el casamiento era de 21 años para las mujeres y 23 para los hombres. En 2009, ese promedio trepó a 26 para ellas y 28 para ellos. Este grupo –según algunos investigadores– no superaría el 20 por ciento de los jóvenes de argentinos de esa generación.

Según los expertos, “para esta generación, las consecuencias, serán miedo al futuro y una clara falta de motivación y, por supuesto, una larga dependencia del hogar paterno”. 4.3.2. Desempleo juvenil

La Organización Internacional del Trabajo –OIT– advertía, en 2008, que en el mundo 152 millones de jóvenes debieron conformarse con una entrada de apenas 1,25 dólar por día, lo que corresponde al 28 por ciento de la cuota mundial de desocupados. En África y en Medio Oriente la mayoría de la juventud no tiene trabajo. En Sudáfrica, el 45 por ciento de la juventud no tiene trabajo, y en Namibia, el 75 por ciento.

Según nuevos datos de la OIT (2010), hay 20 millones de jóvenes en América latina que ni trabajan ni estudian. De este total de la generación ni-ni, 16 millones ni siquiera están buscando trabajo, en muchos casos porque han perdido toda esperanza de hallar empleo.

A nivel de naciones, el porcentaje de jóvenes entre 15 y 24 años que ni trabajan ni estudian es del 28% en Colombia, 24% en El Salvador, 21% en México, 20% en Perú, 17% en Chile y 19% en la Argentina (los funcionarios de la OIT indican que en el caso de nuestro país, la cifra probablemente sea mayor, porque las estadísticas nacionales sólo miden el desempleo juvenil urbano).

La OIT (2010) también señala que en Europa, si bien la tasa de desempleo general en la Unión Europea es del 9,6%, la tasa de jóvenes desocupados aumentó del 13,1 por ciento, en 2008, al 18,7 % en 2009, y al 20,6% en 2010. En España, la tasa de desocupación juvenil es del 40,3 % en los jóvenes menores de 25 años, una cifra superior a la de Egipto y Túnez. En 2007, esa cifra llegaba apenas al 17,5 por ciento. En Italia el desempleo de los ronda el 29% (cifra récord desde 2004); en Inglaterra, 18,3%; en Grecia, 37%; en Portugal, supera el 22%; en Irlanda, el 29%; en Eslovaquia, el 37% y un promedio de más del 18% en el resto de los países desarrollados. Pero en Alemania, gracias a buenos planes educativos, el desempleo de los jóvenes es sólo del 9 %

Sólo una región ha hecho un trabajo razonablemente bueno para preparar a su juventud para una dura competencia global: Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia y Alemania. En estos países, la educación pública es muy buena, y la transición de la escuela al trabajo suele ir de la mano de programas como las becas por las cuales Alemania es particularmente famosa.

Según el Departamento de Trabajo del Gobierno de EE.UU. (2009), la desocupación juvenil –jóvenes comprendidos entre 16 y 19 años–, llega al 25.5% y entre 19 y 25 años es del 19 %. La tasa de desempleados jóvenes de raza negra, entre 16 y 19 años, afecta al 34.7% de la población de ese grupo, aún cuando la tasa promedio de desocupación de Estados Unidos es del 9,5 %. (J. D. Sachs, 2011).

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La escasez de trabajo “estructural” crece muy rápidamente. Los niveles actuales de escasez laboral son preocupantes, como también lo son las direcciones hacia las cuales apuntan los cambios socioeconómicos. La pobreza mundial sigue siendo un tema perturbador. Casi 3.000 mil millones de personas viven con menos de 2 dólares diarios y el avance de la pobreza es creciente. En muchos países, la mitad de esas personas son menores de 24 años (P. Egger y W. Sengenberger, 2002).

La cantidad de jóvenes en el mundo está comenzando a ser la mayor de la historia. En el presente, más del 50% de la población está por debajo de los 25 años de edad, es decir, tres mil millones de personas son jóvenes y niños. De acuerdo con las Naciones Unidas (Fondo de Población de las Naciones Unidas, 2005):

1) Entre 15 y 24 años de edad, hay más de 1.300 millones de jóvenes en el mundo. Esto significa que aproximadamente, una persona de cada cinco tiene entre 15 y 24 años, o, lo que es lo mismo, el 17% de la población mundial es joven.

2) El 89% de los jóvenes viven en países en vías de desarrollo. La proyección para el año 2010 era del 92%. Las implicaciones por inestabilidad social, representada por este escenario, son alarmantes y probablemente persistan.

3) La mayoría de estos jóvenes viven en condiciones de pobreza, tienen limitado -y en algunos casos negado en forma total-, el acceso a los servicios básicos de agua e higiene, cuidado de la salud y educación.

4) Más de 153 millones de jóvenes son analfabetos; de los cuales 96 millones son mujeres. Un alto porcentaje de jóvenes nunca completan la escuela, y dos de cada 3 deserciones son de mujeres jóvenes.

5) La mayoría de estos jóvenes se desenvuelven en el sector informal y tienen limitadas oportunidades de ganarse la vida decentemente y romper el círculo de la pobreza.

En términos de oportunidades de empleo y medios de vida, el escenario es alarmante y no sólo está estrechamente vinculado con el crecimiento demográfico. Cada vez más jóvenes están entrando al mercado laboral, en una cantidad nunca antes dada en la historia. Entre 2007 y 2010, más de 700 millones de jóvenes entraron al mundo laboral en los países en vías de desarrollo.

Tal como lo planteara Margaret Mead en 1970: “No hay adultos que sepan más que los mismos jóvenes acerca de lo que éstos experimentan”. 4.4. La precarización del trabajo

Vamos a acercarnos, ahora, a la situación de nuestro país.

En 2001, según el análisis de la Encuesta Permanente de Hogares –EPH, INDEC, 2001– en el Área Metropolitana de Buenos Aires –Buenos Aires y los partidos del conurbano bonaerense–, la tasa de desocupación alcanzaba el 22% para toda la población en condiciones de trabajar. Pero este índice no era el mismo en todos los estratos: era del 13,9% entre quienes no eran pobres y del 34,2% entre quienes se ubicaban por debajo de la línea de pobreza.

En 2002, el desempleo no era sólo un problema que afectaba a los adultos: no trabajaba ni estudiaba más de un millón de jóvenes (Tasas de desocupación por nivel de edades, EPH. Mayo 2002). Como consecuencia de la crisis socioeconómica, había en el país más de un millón de jóvenes de entre 15 y 24 años que estaban en inactividad

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absoluta: no trabajaban, no estudiaban y no buscaban empleo.

En 2005, de acuerdo con la Encuesta Permanente de Hogares –4to trimestre–, la fuerza laboral en Argentina era de 15,6 millones de personas, de los cuales eran asalariados el 70% –el resto era cuentapropista–. La tasa de desempleo era del 15,7%, con 2,5 millones de desempleados.

La recuperación de la actividad económica que se verificó en la Argentina desde fines de 2003 reflejó una mejora para el mercado laboral disminuyendo la tasa de desocupación del 11 al 9% en los últimos trimestres de 2006. En marzo 2009, según el INDEC, la tasa de desocupación mantuvo el mismo valor –8,4%– que en el primer trimestre del 2008. Según el INDEC, el desempleo juvenil llega al 15% en los varones menores de 29 años y al 21% para las mujeres del mismo grupo de edades. En 2007 –último período para el cual se dispone de datos del INDEC–, la desocupación joven era del 24 por ciento, más del doble de la general (10%) y tres veces la de los adultos (7%).

Como se aprecia, del total de desempleados urbanos que existen en el país, la mayor parte –más del 55%– se concentra en la población de 15 a 29 años de edad. También deben incluirse unos 230.000 adolescentes entre 13 y 14 años que están obligados, por razones familiares, a llevar algún ingreso a casa.

Esta situación de vulnerabilidad sigue: actualmente la tasa de desocupación de jóvenes hasta 19 años es 3,3 veces superior a la de los adultos, dato que está sesgado por la influencia del Plan Jefes y Jefas de Hogar (que otorga subsidios a adultos, a los que se considera ocupados cuando declaran hacer una contraprestación laboral, lo que a su vez reduce la tasa de desempleo global). Como se infiere, la mera y tradicional publicación de la tasa de desempleo no permite visualizar por sí sola el fenómeno de la falta de oportunidades de trabajo para los jóvenes.

Los datos provisionales del Censo 2010 dan un total de población de 40.091.359 habitantes. De este total, según los datos del INDEC, entre octubre y diciembre de 2010, 833.000 personas buscaron trabajo y no lo encontraron.

En febrero de 2010, la Comisión de Pastoral Social señalaba, según estadísticas de la CEPAL y la OEI, que “900.000 jóvenes de 13 a 19 de todo el país que no estudian ni trabajan". Un porcentaje similar es el que registra un estudio del CEDLAS de la Universidad de La Plata. Según el trabajo, que usa datos oficiales, el 17% de los argentinos de 15 a 24 son generación ni-ni (1.340.000 individuos). El 8% no estudia, pero busca trabajo; el 2,6% está inactivo, pero formó una familia, y el 8,4% no está cerca ni de los libros, ni del empleo ni de los hijos.

En la Ciudad de Buenos Aires, de acuerdo con un sondeo realizado a fines del año 2010 por la Dirección de Políticas de Juventud del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA) el 5% de las firmas radicadas en la ciudad cree que los jóvenes de entre 15 y 29 años están muy, o bastante, preparados para el trabajo. Pero el 40% dice que a los jóvenes les falta formación práctica, el 28% cree que desconocen el mundo laboral y carecen de competencias profesionales, y el 22% señala que deberían desarrollar mejores habilidades personales y su conocimiento sobre las tareas de las empresas. La misma repartición indica que el 34% de los jóvenes porteños estudia y trabaja, el 28% sólo trabaja, el 26% sólo estudia y el 12% restante no estudia ni trabaja.

En cuanto a la generación ni-ni de la ciudad de Buenos Aires –residentes de 13 a 19 años–, al momento del relevamiento de la Encuesta Anual de Hogares del INDEC (octubre-noviembre 2008) no asistía a la enseñanza y era inactivo –no trabajaba ni buscaba trabajo– el 3,8%; si se agregan a los activos pero desocupados, el valor asciende al 5,4%, valores bajos con respecto al resto del país.

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Del último informe del Barómetro de la Deuda Social Argentina 2004-2006 (A. Salvia, 2006), con base en datos oficiales de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, surge que el 58% de la población ocupada no accede a estas condiciones mínimas: un 34% presenta un empleo precario, es decir, no dispone de seguridad social ni cuenta con estabilidad laboral, y un 24% de los trabajadores sufre de un subempleo de indigencia, es decir, no tiene tales beneficios.

Sin embargo, es revelador observar que casi la mitad de los desocupados en el nivel urbano tiene menos de 30 años, y del total de los nuevos empleos juveniles creados durante el último año el 65% se desempeña en trabajos asalariados informales o en actividades por cuenta propia no registradas. A esto debe sumarse que hay más de 600.000 adolescentes de entre 13 y 18 años que no estudian.

Pero esto se debe a varios factores ya conocidos por los especialistas:

1) entre los 16 y los 25 años se genera una significativa salida hacia el mercado de trabajo que produce un fuerte impacto en materia de oferta laboral. Este proceso, que se produce todos los años, no es rápidamente absorbido por la demanda de empleo, incluso, en condiciones de expansión económica, y mucho menos en contextos recesivos.

2) la falta de experiencia laboral de los jóvenes retrasa sus primeras inserciones ocupacionales, debiendo éstos aceptar trabajos más precarios para lograr su primera experiencia laboral.

3) un factor hasta ahora no considerado, y no menos relevante, está asociado con la necesidad de los niños, adolescentes y jóvenes de los sectores pobres de adelantar su inserción en actividades que generen ingresos para ayudar a la economía familiar,

Según la Encuesta del Observatorio de la Deuda Social Argentina- UCA (2010), en los grandes centros urbanos del país el 63% de los jóvenes de entre 18 y 29 años (excluidos los inactivos) están desocupados, hacen trabajos de indigencia o tienen un trabajo no registrado. En los barrios de los niveles medio y medio profesional no acceden a un empleo 4 de cada 10 de esos jóvenes (39%); en los barrios urbanos bajos no acceden 6 de cada 10 (59%) y, por último, en villas o asentamientos, incluso con secundaria completa, no acceden 9 cada 10 jóvenes (88,3%), es decir, sólo 1 de cada 10 consigue una inserción relativamente aceptable.

Un informe del IERAL (2011), en base a datos del INDEC y de FIEL, de una tasa de desempleo para jóvenes entre 14 a 25 años del 34,5 % que, en números reales, son unos 2.600.000 jóvenes. Entre ellos, los que no estudian ni trabajan suman 992 mil –el 13,1 % del total del grupo–, de los cuales el 44,2 % son pobres y el 17,6 %, indigentes.

Como dice A. Salvia (2010), el actual modelo de inversión, crecimiento y consumo no necesita a una parte importante y socialmente segregada de los jóvenes para seguir generando buenos negocios. Los jóvenes pobres sobran para este capitalismo globalizado sin que existan políticas integrales de desarrollo social ni acciones educativas y laboralmente efectivas e inclusivas.

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5. Tendencias Los problemas de la educación argentina

no se solucionan con tecnología

Beatriz Sarlo

Lo rescatable de las crisis es el aprendizaje que puede obtenerse de ellas.

Si para el descalabro financiero y económico en que ha caído el mundo hay aprendizajes posibles, también tiene sentido que nos preguntemos lo mismo en la gestión del conocimiento tecnológico:

¿Cuáles serán las tecnologías, los conocimientos, las destrezas y las actitudes que se requerirán en los próximos diez, o quince años?

¿Cuál puede ser el aporte de la gestión de contenidos tecnológicos para aumentar la eficacia en la enseñanza de esos contenidos?

En un mundo que por un lado demanda cada vez más versatilidad de conocimientos y mayor capacidad de resolución de problemas, y por el otro omite la creación de fuentes de trabajo para los jóvenes, cabe preguntarse

¿Desde la gestión de contenidos tecnológicos, qué podemos hacer para enfrentarnos con el desempleo “estructural”, con el subempleo y el elevado desempleo de los jóvenes?

¿Cuál puede ser el aporte de la Educación Tecnológica, para aumentar la productividad, para lograr una distribución más equitativa de la misma, y para que disminuya el desempleo que tanto afecta el nivel de pobreza?

La educación para el trabajo aparece como una necesidad, donde lo que se entiende por tecnología, por conocimiento tecnológico, por educación tecnológica y la enseñanza de esos contenidos, tienen una serie de interacciones que incluyen a la escuela, al sistema educativo y al sistema social (Fig. N° 2).

Fig. Nº 2: Relaciones entre el conocimiento y el sistema social

La formación actual del joven nos lleva a plantear:

1) qué papel debe verificar la gestión de conocimientos tecnológicos con respecto a la adquisición de capacidades para el mundo del trabajo, y

2) qué papel puede asumir esta gestión en un marco conceptual más amplio de intervención socio-educativa, que pueden tener lugar dentro y fuera del sistema de educación formal y que van más allá del mundo del trabajo.

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En primera instancia, las respuestas y las recomendaciones de los organismos internacionales, apuntan a la potenciación y dignificación de los estudios de formación profesional. Pero de esa primera propuesta surgen rápidamente problemas que plantean su dificultad estructural, como consecuencia de las aceleradas mutaciones del sistema productivo, que lo hace cada vez más imprevisible.

Son necesarias opiniones con fundamento y con visión prospectiva, que pongan en tela de juicio los modelos típicos que han orientado la organización de los sistemas de formación profesional. A partir del tipo de transformación tecnológica y socioeconómica que se ha producido, y de sus efectos conocidos y otros previsibles en el mediano plazo, también cabe preguntarse con qué capacitación debe contar el joven para una posible inserción, o re-inserción, en este mundo del trabajo con esta nueva configuración. Aún así, hay claras diferencias entre:

1) lo que se dice, 2) lo que se planifica, y 3) lo que se hace realmente...

Se revisan las estrategias, pero resulta muy difícil implementar los cambios. 5.1. Tecnologías “apropiadas”

En términos ideales, una tecnología “apropiada” es aquella que optimiza todos los recursos que utiliza –maximiza aprovechamiento de materias primas, ocupación de mano de obra y beneficios, y minimiza costos– en función de necesidades sociales, en cada situación concreta en espacio y tiempo.

Pueden considerarse como tecnologías “apropiadas” a aquellas que producen bienes y/o servicios con (J. Sábato, 1982):

a) la mínima inversión de capital y la mínima (o máxima) especialización profesional,

b) mayor (o menor) uso posible de mano de obra, c) mayor (o menor) utilización de materiales locales disponibles, d) mínima polución ecológica.

Clasificando a las tecnologías en función de los recursos disponibles, tendremos:

1) Tecnologías “intensivas en capital”: se basan en la utilización de sistemas de producción de alta complejidad –automática, robótica, teleprocesamiento– que requieren grandes inversiones de capital.

2) Tecnologías “intensivas en mano de obra”: se basan en la utilización de sistemas de producción que operan, predominantemente, con mano de obra con distinta calificación.

3) Tecnologías “intensivas en materias primas locales”: se basan en la mayor utilización de materiales locales disponibles, que no siempre requieren grandes inversiones de capital y admiten mano de obra con distinta calificación.

Ejemplo: Si lo que nos interesa es una rápida inserción laboral de los jóvenes teniendo en cuenta la realidad socio-económica argentina, debemos priorizar la capacitación en tecnologías que ya están instaladas en el país, de manera de satisfacer demandas reales de trabajo.

Para ello, el orden de prioridades puede ser el siguiente:

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1º) capacitar rápidamente –para el tiempo social que vivimos– con aquellas tecnologías “intensivas en mano de obra” que generen una rápida disminución de la tasa de desocupación, ya que utilizan sistemas de producción que operan, predominantemente, con mano de obra de baja calificación,

2º) capacitar rápidamente con aquellas tecnologías “intensivas en materias primas locales”, ya que utilizan materiales locales disponibles, y no requieren grandes inversiones de capital y admiten mano de obra con distinta calificación, y

3º) capacitar, complementariamente, con aquellas tecnologías “intensivas en capital”, que utilizan sistemas de producción de muy alta complejidad tecnológica –automática, robótica, teleprocesamiento– que ya están instaladas en nuestro país, para lo cual no se requieren grandes inversiones de capital (inversiones extranjeras que difícilmente se concreten hasta que nuestro país tenga claras intenciones de salir de la crisis).

Esto requiere tener en cuenta, además, que los posibles objetivos simultáneos de los distintos proyectos en los diversos sitios de nuestro país:

1) no son intercambiables unos por otros,

2) no son reducibles a una misma unidad por dinero –es “esa” capacitación, es “ese” docente, es “ese” material didáctico–, a la manera de las teorías usuales de la utilidad, relación costo-beneficio o de preferencias del consumidor.

Es decir, la capacitación tecnológica para la reinserción laboral no es reemplazable por una buena capacitación en inteligencia artificial u otra similar –para una tecnología que no sabemos si tendremos–, o por la mejor conexión a Internet –si no sabemos en qué vamos a utilizarla– si no hace una clara contribución a la solución que nos hemos propuesto; ni la tan manoseada igualdad de oportunidades es reemplazable por un aula informática en el medio del campo, sin electricidad ni teléfono.

Como existe en nuestro entorno educativo el riesgo de un excesivo culto a la tecnología y una sobrevaloración de sus virtudes, queremos remarcar y reiterar una vez más la necesaria vinculación de la tecnología con los procesos de enseñanza-aprendizaje y resaltar la inutilidad del uso de poderosas tecnologías de punta –como ya se ha visto– si no están insertas en la realidad socio-económica del contexto en las que serán utilizadas. 5.2. Otras percepciones

También la educación superior genera graduados con habilidades para manejar conocimientos tecnológicos de manera determinada. Sin embargo, los objetivos que hace muy pocos años atrás eran claros y deseables, en la “globalización” pasan a ser rápidamente reemplazados por otros que, a su vez, son reemplazados por otros, y así sucesivamente. A su vez, las nueva formas de conocimiento tecnológico y las competencias asociadas que se consideran válidas dan lugar a nuevas definiciones con una facilidad sorprendente: las cambiantes definiciones sobre el concepto de competencias necesarias para el manejo de conocimientos tecnológicos requieren algún análisis más profundo que los “no siempre claros” requerimientos laborales.

Tal como lo decíamos al iniciar el módulo, competencias y conocimientos tecnológicos que en una determinada situación laboral son claras y deseables en las grandes empresas, en la situación siguiente, horas después –en la misma empresa– son

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cuestionadas y desechadas. Es muy difícil, por no decir prácticamente imposible, vincular los diseños curriculares, incluso los más flexibles, a la volatilidad de los “mercados” y a los cambios de actividades de las empresas, que dan lugar a “nuevas” competencias con una llamativa facilidad y rapidez.

Como plantea R. Barnett (2001), la educación superior, si bien no fabrica el conocimiento como tal –esto es función del área de investigación–, produce competencias, es decir genera graduados con habilidades para manejar los conocimientos de modos determinados. Aún así, conviene analizar ciertas ideas que están desapareciendo del sistema universitario o que han sido dejadas de lado porque “aparentemente” no valen la pena, por ejemplo, el pensamiento crítico, la complejidad, la incertidumbre, la interdisciplinariedad, la multidisciplinariedad, la intervención ambiental, el estudio de los sistemas no descomponibles, etcétera. Es decir, la competencia académica está siendo desplazada por la competencia operativa.

Las dos tendencias dominantes respecto de las ideas contemporáneas sobre la competencia –la académica y la operacional– reflejan mundos e intereses limitados, ya sea el mundo de lo académico o el mundo del trabajo. Esto lleva a preguntarnos si podemos llegar a una concepción universitaria que no esté restringida por intereses económicos, que contenga una idea del conocimiento que no sea meramente instrumental.

¿La competencia profesional debe ser desplazada por la competencia operativa?

Como dijimos, tanto el aprendizaje basado en la experiencia como el basado en problemas tienen un fuerte sustento: el primero busca validar el conocimiento adquirido fuera del ámbito académico y el segundo es un medio para ejercer algún control sobre las experiencias de aprendizaje.

Otro de los grandes temas de la gestión y aplicación del conocimiento tecnológico es la actualización y obsolescencia de dispositivos, equipos y sistemas, así como el elevado pago de licencias y patentes. La rapidez con que evoluciona el conocimiento tecnológico y el elevado costo de la obsolescencia –la razonable y la “forzada”– es un grave problema práctico para la gestión del conocimiento tecnológico. Esto debe tenerse muy en cuenta a la hora de tomar decisiones sobre los posibles entornos de capacitación.

Obviamente, nada de lo que estamos describiendo y sugiriendo impide la ininterrumpida aparición de nuevos métodos, nuevas tecnologías, nuevas técnicas y nuevos recursos. Pero deberá tenerse en cuenta que los ciclos de innovación son cada vez más cortos y volátiles, y cada vez es más reducida la expectativa de vida de los niveles de servicio y, por extensión, de los entornos tecnológicos.

Sobre esta base, sólo cabe recordar los eufemismos con los que el mercado incide en la vida del trabajo juvenil –flexibilización, trabajo temporal, etcétera–, que reduce a una gran parte de nuestros jóvenes a un trabajo temporal muy precario. Muchísimo empleo se crea en estas características. Esto supone no sólo una precarización del trabajo, sino de la vida entera. Los jóvenes actuales son dependientes de sus padres básicamente por necesidad, y tienen un futuro que se avizora difícil, violento y con pocas oportunidades genuinas.

El concepto de "globalización" –uno de los elementos característicos de esta época– no se limita al aspecto puramente económico y financiero; es un proceso multidimensional que incluye a la educación, la cultura, las comunicaciones, la ciencia y la tecnología, la política, etcétera, y donde la polarización económica, a nivel planetario, se incrementa constantemente. Como advierte F. Mayor Zaragoza (2001): "la

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globalización implica globalizadores y globalizados. Unos cuantos globalizadores y muchos globalizados. Es un fenómeno que nos preocupa precisamente porque no es global, porque representa tan solo a una capa de la sociedad y no a su conjunto". Agregaríamos nosotros: “la globalización antes, y la crisis actual, generan desocupación que, a su vez, generan marginación y desesperanza en los jóvenes.

Un dato: en las distintas mediciones que publicó el INDEC a fines de 2009, al 10 por ciento de la población con mayores ingresos per cápita por familia le correspondió el 32,6 por ciento del total, mientras que la misma porción de la población más pobre recibió el 1,2 por ciento. Esto implica que los primeros se llevaron 27,1 veces lo que les llega a los últimos. (1,2 * 27.1 = 32,6). A fines de 2008 la diferencia era de 23 veces y en el 2004 llegó a 60 veces.

Estamos transitando por una sociedad marcada por fuertes dicotomías: por un lado la población humana que carece de bienes y servicios básicos, a las que habrá que proporcionar agua potable, alimentos, energía eléctrica, servicios sanitarios, medios de comunicación, transporte, etcétera, y por el otro, la que ya disfruta de los beneficios y rentabilidades del mencionado progreso. Esto divide a los hombres con una “brecha tecnológica” entre los que son beneficiados por los nuevos recursos y los que viven marginados.

Pero aún así, entendemos que nos corresponde explorar y valorar cómo interactuará la tecnología con el aprendizaje, qué efectos producirá en los alumnos, cómo elegir las experiencias más adecuadas para su utilización como "herramienta" en situaciones laborales. Esto configura el núcleo que nos interesa destacar: cómo incide e incidirá la capacitación en tecnologías que generen una rápida inserción laboral teniendo en cuenta la realidad socio-económica argentina, ahora, en el 2020 y en el 2025. Somos conscientes que en esta temática no se puede plantear ningún aporte que dure mucho tiempo. Como ya dijimos:

1) no sabemos qué tecnologías y recursos dispondremos en pocos años,

2) qué pasará con las que hoy nos capacitamos, y

3) cómo será la metamorfosis de las tecnologías.

Y conviene precisar el significado de lo que afirmamos en el contexto que estamos operando: es la idea –fuerte y definitoria– de que el futuro está “abierto" y que en él podemos imaginar diversas configuraciones probables. Sólo que esta época se diferencia de las anteriores en que hasta ahora, frente a las posibilidades vertiginosas que ofrece la realidad, ha aumentado extraordinariamente la responsabilidad social de aquellos que se consideran líderes frente a un futuro que se percibe complejo, violento y con pocas oportunidades, lo que propone un verdadero desafío a la imaginación, a la inteligencia y a la responsabilidad social.

¿Qué nuevos requerimientos para el mundo del trabajo debe desarrollar el sistema educativo en los jóvenes para aportar a objetivos significativos de mejora social?

¿Qué estrategias hay que impulsar para detener la mayor desocupación en los jóvenes, el empobrecimiento progresivo de cada pueblo, de cada provincia, de las distintas regiones, y del país?

¿Cuáles son las tecnologías, los conocimientos, las destrezas específicas y las actitudes que se requieren ya, para una rápida reinserción laboral de los jóvenes, y las actitudes que se requerirán en los próximos cinco, o diez años?

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6. Conclusiones Una tecnología desbocada, cuya única ley es el beneficio,

ha envenenado nuestro aire, destrozado nuestra tierra,

desmantelado nuestros bosques y corrompido nuestros recursos de agua durante años.

Vance Hartke

Adelantándose a estos tiempos –en 1970–, D. Ribeiro decía:

“Jamás la ciencia y la técnica han demostrado sus poderes con tanta amplitud y fuerza: la actividad inusitada e insólita de principios de siglo se profesionaliza y se convierte en la ocupación sistemática de casi un millón de personas en nuestros días. Este vértigo permitirá suponer que la progresión del poder y de los poderes del hombre está solo en sus comienzos, y que tiende a acelerarse cada vez más.

Como contraparte, comienzan a acumularse los efectos de los nuevos procesos productivos sobre las relaciones de trabajo. Sus consecuencias más “sencillas” son los complejos desfasajes de carácter técnico entre las fuentes de energía y máquinas cada vez más complejas, que obligan a la sustitución periódica de sectores de plantas productoras.

Más graves son las desconexiones humanas productos de la conversión de operarios “manipuladores de herramientas” en “operadores de máquinas súper-automáticas y finalmente “supervisores” de sistemas productivos ultracomplejos que exigen cada vez menos trabajadores, consumen muy poca energía muscular y no requieren casi ningún adiestramiento profesional. En compensación, exige de esos “supervisores” una capacitación educacional cada vez más alta. Este conjunto de desconexiones mecánicas y humanas requieren no solo “ajustes” en las plantas industriales y en la utilización de las fuerzas de trabajo, sino también un “cambio” de los sistemas de educación de previsión social”.

Dada su importancia en el momento actual, cabe tener en cuenta las condiciones que genera la incorporación de tecnologías cada vez más depuradas, dentro de un sistema socio-económico que, se sospecha, ofrecerá cada vez menos oportunidades.

También cabe reflexionar si los gobiernos, las organizaciones sociales y los organismos internacionales deben superar esos requerimientos –enseñar destrezas y competencias– del mundo del trabajo, e insertarse en un marco conceptual más amplio de las intervenciones sociales y educativas que tienen lugar dentro y fuera del sistema de educación formal y que van más allá del mundo del trabajo.

6.1. En concreto

Como se puede inferir, el objetivo de este Módulo no ha sido sólo “sistematizar” la relación evolución de la tecnología-mundo del trabajo-gestión de proyectos educativos, sino también rescatar algunas ideas y valores que pueden orientar nuestro enfoque.

Con estos elementos conceptuales tratamos de plantear si la gestión de proyectos educativos debe convertirse en un instrumento eficaz del desarrollo de los recursos humanos, no debe limitarse a los requerimientos –competencias y aptitudes– del mundo del trabajo, sino que deberá insertarse en el marco más amplio de las intervenciones sociales y educativas que tienen lugar dentro y fuera del sistema de educación formal.

Con la complejidad de las demandas laborales actuales es imposible pensar un modelo de capacitación único, ya que en este tema tampoco existen soluciones

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mágicas, o de aplicación universal. En nuestro país, más allá de las urgencias, deben darse las condiciones para repensar la relación tecnología-educación-trabajo con toda la seriedad necesaria. Por ello también debe tenerse en cuenta el conjunto de factores externos que condiciona a estos proyectos:

1) tendencias socio-económicas y socio-culturales, tendencias de la estructuración del empleo (o desempleo),

2) obsolescencia razonable, y “forzada", de infraestructura y equipamiento, y

3) situaciones complejas, muchas de ellas no educativas –pobreza, indigencia, familias monoparentales, menores de edad, discapacitados–.

Estos factores requieren una determinada propuesta, con un nivel tecnológico y métodos específicos, con determinado equipamiento escolar y sus requerimientos, todo lo cual implica rendimientos y demandas sociales y económicas de personal y exigencias financieras también específicas.

La última crisis económico-financiera mundial nos dió una nueva oportunidad para entender dos efectos igualmente graves que se derivan de la concentración de poder económico como un hecho inexorable (A. Zaiat, 2009):

- Genera una desigualdad distributiva y de oportunidades, donde los perdedores no solo tienen menos sino que ahora muchos no tienen nada.

- Concentra excedentes en pocas manos, que en lugar de aplicarse a la producción y a una mejor redistribución se derivan a casinos financieros más y más sofisticados.

Quienes creemos que es necesario acceder a una sociedad más justa y equitativa, tenemos un flanco débil en relación a quienes construyen y disfrutan la inequidad. Ellos no necesitan esforzarse para ser coherentes. Les basta con buscar el lucro. En cambio, nosotros tendemos a redefinir el camino a partir de cada crisis, asignando a los problemas diversas causas, enfocando los problemas desde la complejidad, la incertidumbre o la solidaridad, lo que muestra que no tenemos claras las razones de los que construyen y disfrutan de la inequidad.

Así como ocurre en medicina y en psicología, creemos que es insoslayable evaluar seriamente a los requerimientos del mundo del trabajo que serán utilizados con personas. Estamos convencidos que no sirve cualquier medio para obtener un buen fin: menos que en otros ámbitos, en educación el fin nunca justifica los medios.

La influencia del pensamiento de Maquiavelo se nos ha introducido de contrabando, casi sin darnos cuenta, de manera que con frecuencia justificamos los medios que utilizamos, si creemos que con ello conseguimos el fin noble de enseñar...

Antes de comenzar ciertos análisis conviene preguntarse si uno se encuentra en la corriente que quiere que las cosas cambien o, por el contrario, si se siente cómodo en la corriente que quiere que las cosas sigan como están. Porque en función de esa posición frente a las personas y al mundo hay distintas preguntas e interpretaciones...

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7. Síntesis Final del Curso Si usted piensa que puede o que no puede,

siempre tiene razón.

Henry Ford

La realización del Curso nos ha permitido apropiarnos de algunas percepciones y capacidades como para:

1) Comprender y configurar razonablemente el papel de la Tecnología.

2) Diferenciar a las distintas tecnologías de la información y de la comunicación –TICs– en función de los procesos de enseñanza.

3) Visualizar las tecnologías de gestión y sus efectos en el sistema educativo.

4) Imaginar las tendencias básicas de la gestión de proyectos educativos con contenidos tecnológicos –educación a distancia, gestión de la información, u otros afines– a nivel mundial, y

5) Comprender las limitaciones y posibilidades de las relaciones tecnología-educación-trabajo en el contexto de las actuales tendencias socio-económicas y tecnológicas.

Seguro que todos pensamos que la informática, la electrónica y las máquinas automáticas, son “tecnología”. Pero será bueno recordar que también lo son la agricultura y la preparación y conservación de alimentos, la construcción de viviendas, de medicamentos y todos los productos y servicios –como enseñar y curar– que hacen a la supervivencia de la especie humana.

La identificación de la tecnología sólo con los automatismos informáticos no sólo es estrecha, sino perjudicial. Muchos aspectos de nuestra vida seguirán condicionados por técnicas que no tienen la brillantez de las TICs, pero que son indispensables para vivir: potabilización de agua, cloacas, producción de alimentos (sanos), viviendas (habitables), transportes eficaces, hospitales satisfactorios y educación de calidad.

El problema más importante, a nuestro juicio, es qué entendemos por comprender la realidad tecnológica.

Si bien sólo percibimos algunas características de los sistemas productivos actuales, parece quedar claro que preparar a personas que trabajarán durante cuarenta años, sólo para lo que ahora existe, es una imprudencia. La educación tecnológica ya no puede ser una disciplina orientada al aprendizaje de una actividad en un puesto de trabajo determinado. Por su función social, se debería convertir en un instrumento eficaz de formación cultural y supervivencia personal.

Coincidimos con Igor Ansoff (2001) cuando afirma que: "La ciencia y la tecnología no pueden arreglar los problemas del mundo: simple, estos problemas no son consecuencia de falta de conocimiento sino que se generan en conflictos de intereses de grupos económicos. Creer que la tecnología disolverá los conflictos económicos y sociales es optimismo ingenuo, o cinismo".

La búsqueda de una interpretación clara de los requerimientos del mundo del trabajo requiere de la experiencia y esfuerzos de muchos especialistas. Como ha dicho W. E. Demming (1993): “En lugar de competitividad, necesitamos colaboración”.

Sin embargo, vemos que todavía no es tan así… Posiblemente por ello tiene sentido compartir el escepticismo de H. Marcuse (1978) cuando preguntaba:

¿Qué problema se suponía que iba a resolver la tecnología…?

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