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Módulo I
Historia Antigua de Hispania
Hispania durante el Alto Imperio. La
transformación cultural. La Romanización
[10.1] ¿Cómo estudiar este tema?
[10.2] La integración de Hispania en la sociedad imperial
[10.3] Onomástica y ciudadanía
[10.4] Los ejércitos
[10.5] La religión romana y el culto imperial
10
TE
MA
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 10 – Esquema
Esquema
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 10 – Ideas clave
Ideas clave
10.1. ¿Cómo estudiar este tema?
Debes leer tres capítulos de la tercera parte del manual de la asignatura: el capítulo 9
‘La integración de Hispania en la sociedad Imperial’ (pp. 413-419), el
capítulo 11 ‘Los ejércitos’ (pp. 431-437), y el capítulo 14 ‘La religión romana y
el culto imperial’ (pp. 477-484).
No olvides leer las ideas clave del tema ya que en ellas se amplía información que
no encontrarás en el manual de la asignatura.
En este tema se abordarán las transformaciones culturales, sociales y
religiosas que fue experimentando la población de la Península Ibérica a
medida que se completaba su integración en el Imperio Romano.
Las manifestaciones más evidentes de esa integración ya se han mencionado en temas
anteriores: participación en los grandes conflictos del estado romano, presencia de las
elites hispanas en la alta política romana, etc.… Una constante que se mantuvo y se
acentuó tras la instauración del ordenamiento imperial. Pero este proceso gradual de
integración, que se desarrolló durante varios siglos, tuvo unas manifestaciones
mucho más sutiles en los ámbitos más íntimos de la vida de sus habitantes.
La lengua, la onomástica y el mundo de las creencias cambiaron a partir del
siglo I a.C., y estas transformaciones, mucho más difíciles de percibir a simple vista,
deben rastrearse por vías indirectas, especialmente a través de la epigrafía.
10.2. La integración de Hispania en la sociedad imperial
Como había ocurrido en época republicana, los principales personajes de la alta política
romana procuraron extender sus clientelas entre las prósperas aristocracias
provinciales hispanas. El establecimiento de redes sociales de dependencia permitía,
entre otras cosas, aumentar la capacidad de influencia en la alta política de los
senadores y caballeros. Este deseo coincidía con el de los decuriones, miembros de
los senados locales, que buscaban, entre los principales senadores y caballeros
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TEMA 10 – Ideas clave
romanos, patronos que pudieran defender sus intereses frente a los gobernadores
provinciales, los funcionarios imperiales o los propios hispanos adinerados, cuyas
ambiciones podían llegar a perjudicar a la economía de las ciudades.
El nombramiento de patronos por parte de las ciudades de la Península
continuaba así una larga tradición hispana, que tenía su origen, en opinión de los
expertos, en la práctica de la devotio de los pueblos prerromanos. En éste, como en
tantos otros aspectos de la sociedad hispana, una vieja práctica, anterior a la
conquista, había cambiado de forma para adaptarse a las necesidades y
formalismos de la nueva sociedad romanizada.
De forma paralela a este proceso de creación de clientelas y búsqueda de patronos se
produjo un fuerte proceso de ascenso social. Muy pronto, ya desde época de César,
como demuestra el ejemplo de los Balbos, los aristócratas hispanos no se
limitaron a prestar su apoyo a las elites romanas, sino que además
comenzaron a formar parte progresivamente en esas mismas élites. El
ascenso de los hispanos a la cúspide del poder imperial comenzó en el siglo I a.C., se
desarrolló a lo largo del siglo I d.C. y culminó el año 98 con la llegada al poder de
Trajano.
La capacidad de las provincias hispanas para ofrecer candidatos al trono imperial tuvo
ya una primera manifestación en la breve guerra civil del 68-69 d.C. Los múltiples
errores de Nerón a lo largo de sus más de tres lustros de reinado habían enfrentado al
emperador con gran parte del senado, de la oligarquía económica y de la plebe urbana
de Roma. La situación era completamente insostenible ya a mediados del año 68,
cuando el gobernador de la Citerior, Servio Sulpicio Galba, se levantó en contra
de Nerón y fue proclamado emperador en su provincia.
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Una vez más, el destino de Roma se decidía en tierras hispanas, aunque en este
caso el movimiento de Galba fue claramente fruto de la precipitación. Galba contaba
apenas con una legión, la VI Victrix acuartelada en Legio (León), y tuvo que reclutar a
toda prisa un nuevo cuerpo militar en Hispania, la legio VII Gemina (Gemela). Sin
embargo, dos legiones no eran suficientes para garantizar el poder en Roma; los
gobernadores de Germania, con Vitelio a la cabeza, contaban con cuatro legiones cada
uno, y el de Siria, que apoyaba a Vespasiano, con otras cuatro.
Con un apoyo militar insuficiente, y pocos partidarios en el senado y la oligarquía
romana, no es de extrañar que Galba fuera asesinado apenas unos días después de
inaugurar el año 69 como emperador. Su asesino fue uno de sus principales
colaboradores, Otón, un viejo amigo de Nerón al que el emperador había
proporcionado un exilio dorado nombrándole gobernador de la Lusitania.
Aún peor colocado que el anciano Galba, Otón apenas pudo permanecer unos meses
en el poder, hasta que fue derrotado por uno de los gobernadores de las bien armadas
provincias germanas, Vitelio. La guerra civil continuó aún durante todo el año 69,
hasta que Vespasiano, apoyado por los ejércitos de Oriente, pudo hacerse
definitivamente con el poder.
Sin embargo, el fracaso y la muerte de los dos emperadores provenientes de las
provincias hispanas no significaron en modo alguno un freno a la progresión de las
aristocracias peninsulares.
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Numerosos hispanos participaron en la contienda, en uno y otro bando, y esos dos
años de inestabilidad ofrecieron excelentes oportunidades de promoción a
los novi senatores, descendientes de indígenas enriquecidos o de itálicos emigrados
a Hispania, que aprovecharon la época flavia para medrar en la alta sociedad romana.
Esta promoción culminó tras la llegada al poder de Vespasiano. Por un lado, la muerte
de numerosos senadores y caballeros durante la breve, pero sangrienta, guerra civil,
dejó numerosos huecos en la administración romana que tuvieron que ser completados
por novi senatores provenientes de las nuevas aristocracias provinciales. Por otro, la
nueva dinastía de los flavios, que había llegado al poder por la fuerza de las armas y que
no descendía de la más rancia nobleza romana como los julio-claudios, sino de un
comerciante adinerado del norte de la Península Itálica, necesitaba ganar apoyos entre
todos los sectores de población del Imperio.
En este deseo de ganar nuevos apoyos para la causa de la dinastía flavia debe
encuadrarse el célebre edicto de latinidad de Vespasiano. Mediante la concesión del
rango de municipio a las ciudades no privilegiadas de la Península, el emperador no
sólo mejoraba la economía y la capacidad de contribuir al fisco imperial de estas
localidades, sino que ganaba además el favor de las oligarquías urbanas de las nuevas
ciudades privilegiadas.
10.3. Onomástica y ciudadanía
Cuando, por concesiones anteriores o merced al edicto de latinidad de Vespasiano,
una ciudad se convertía en municipio de derecho latino, podía recibir el Latium
maius, o el Latium minus.
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Por tanto, a pesar de que el edicto de latinidad aumentó enormemente el número de
ciudadanos romanos, la ciudadanía romana era, a finales del siglo I d.C.,
todavía un privilegio muy preciado, al que no todos tenían acceso, y que ofrecía
importantes ventajas a los que disfrutaban de él. Por este motivo, lo habitual era que
aquellos que contaban con este privilegio aprovecharan todas las ocasiones que se les
brindaban para hacer pública manifestación de su posición ventajosa con respecto a los
no ciudadanos.
Una de las manifestaciones más evidentes de la posesión de la ciudadanía romana era
la onomástica del personaje. Y el ejercicio de examinar con cuidado el nombre de una
persona puede aportar muchísimos datos acerca de su condición social y el origen de su
familia.
Sólo los ciudadanos romanos podían tener tria nomina y estar adscritos a
una tribu. El tria nomina era la fórmula más habitual del nombre romano en época
tardorepublicana y altoimperial, porque en época republicana no había sido nada
extraño que un ciudadano romano solo tuviera dos nombres.
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La filiación era un elemento importante, pues daba a entender que también el padre
disfrutaba de la ciudadanía romana, y por lo tanto, que ésta pertenecía a la familia
desde hacía al menos una generación.
Como se ha señalado, aquellos que eran ciudadanos romanos podían tener además una
tribu, esto es, un distrito de voto para votar en las elecciones romanas.
Recordemos que por más que hubieran nacido y residieran en cualquier ciudad alejada
en un rincón del Imperio, los ciudadanos romanos llevaban ese calificativo
precisamente por ser ciudadanos de Roma, y que por tanto tenían derecho a
participar en las elecciones de los magistrados de la administración
central, como los cuestores, pretores, y cónsules, que se celebraban anualmente en la
capital del Imperio. La mención de la tribu se solía colocar entre la de la filiación y el
cognomen: M. Valerius M. f. Gal. Septimus (Marco Valerio, hijo de Marco,
perteneciente a la tribu Galeria, Séptimo).
Normalmente, cada ciudad, sin importar en la provincia en la que se encontrara, estaba
adscrita a una tribu, y los ciudadanos romanos de esa ciudad solían compartir la misma
tribu. La adjudicación a un municipio o a una colonia de Hispania de una tribu
determinada dependía de muchos factores, pero a grandes rasgos, pueden darse
algunas directrices generales.
Por eso, al encontrar en la Península Ibérica a un ciudadano con la Sergia o la
Galeria podemos pensar que su familia disfrutaba de ese privilegio desde hacía
mucho tiempo, y que probablemente era ciudadano de algunas de las ciudades que se
habían convertido en colonias o municipios durante la época de César y Augusto. Sin
embargo, la pertenencia a la Quirinia, suele indicar que ese personaje había
accedido a la ciudadanía tras el edicto de latinidad de Vespasiano, y que provenía de
una de estas ciudades de derecho latino nuevo. Naturalmente esto no se cumple en
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todos los casos de forma automática. Un personaje con cualquiera de estas tribus podía
haber sido adoptado por otro ciudadano y haber perdido su tribu originaria, o provenir
de otro lugar del Imperio, etc.…
Era importante ser ciudadano de una determinada localidad porque implicaba
disfrutar de los derechos a los que daba acceso disponer de la ciudadanía de esa
localidad.
Por ese motivo, y por una cuestión de arraigo personal, no era extraño que los
ciudadanos originarios de una ciudad hispana hicieran notar este particular, al lado de
su nombre, en la distintas inscripciones que erigían: Tarraconensis, Pompelonensis,
Cirtensis... Así, P(ublius) Aelius P(ublii) f(ilius) Gal(eria tribu) Secundus Vrsonensis,
era un Publio Aelio, hijo de otro personaje llamado Publio Aelio, que pertenecía a la
tribu Galeria, tenía el cognomen Secundo, era originario de la localidad de Urso, que
precisamente tenía la tribu Galeria.
Todas las observaciones precedentes se aplican a la onomástica de los individuos que
disfrutaban de la ciudadanía romana. Sin embargo, a comienzos de nuestra era, era
muy habitual que muchos habitantes de la Península Ibérica no disfrutaran de este
privilegio. Aquellos que habían nacido en un entorno poco romanizado usaban un
sistema onomástico muy básico, heredado de la etapa anterior, en el que hacían
constar simplemente el nombre y la filiación: Betunnus Abisunhari f., esto es,
Betunno, hijo de Abisunhar. Habitualmente se trataba de nombres parcial o totalmente
indígenas, con elementos propios de las lenguas de la zona y filiación céltica, íbera o
vascoaquitana.
Otros, sin embargo, aunque no disfrutaran del privilegio de la ciudadanía, vivían en
entornos plenamente romanizados, usaban el latín como lengua vehicular y
habían adoptado una organización social basada en la familia romana. La mayoría
de los personajes que pertenecían a este grupo onomástico vivían en una de las muchas
ciudades no privilegiadas que había en la Península Ibérica hasta la concesión del
edicto de latinidad por parte de Vespasiano.
Estos personajes, con frecuencia llevan dua nomina, dos nombres, que podían ser un
nomen y un cognomen. De hecho, había algunos cognomina especialmente frecuentes
en Hispania, como Paternus o Maternus. Iulius Maternus, por ejemplo, era uno de los
nombres más habituales en la Península entre los no ciudadanos romanizados.
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Sin embargo, al encontrar un nombre de estas características en una inscripción nunca
podemos estar seguros de si se trataba de un ciudadano romano que no había querido
incluir el resto de su onomástica en el epígrafe, o si, como es más frecuente, se trataba
de un indígena romanizado que tenía una onomástica latinizada, pero no disfrutaba de
la ciudadanía romana. Sólo sabremos con certeza que nos encontramos ante un
ciudadano cuando encontremos mención completa del tria nomina y la tribu.
Por último hay otros dos grupos sociales con una onomástica claramente diferenciada,
los esclavos y los libertos. Durante la época republicana, la Península Ibérica fue
sobre todo productora de esclavos, especialmente prisioneros de guerra, fruto de las
guerras de conquista, que eran llevados a la Península Itálica como esclavos o
enrolados a la fuerza en las unidades auxiliares de las legiones.
A partir del siglo I a.C., cuando la Península fue quedando definitivamente pacificada, y
comenzaron a explotarse todas sus riquezas agrícolas, mineras o comerciales, este
proceso se invirtió, e Hispania se convirtió en receptora de esclavos provenientes de
otras guerras y otras regiones del Imperio (Germania, Britania, la Dacia, Oriente...).
Desde el punto de vista onomástico es bastante fácil distinguir a un esclavo en una
inscripción, porque normalmente sólo tiene un nombre, que con mucha frecuencia
presenta un aspecto oriental. Epafroditus, Pallas o Helphis son nombres bastante
habituales entre los esclavos. Eso no significa en modo alguno que esos esclavos fueran
griegos o que provinieran de alguna de las provincias orientales. Con frecuencia, los
dueños de los esclavos los cambiaban de nombre y la costumbre era ponerles uno de
origen oriental, por más que el sujeto fuera originario de cualquier otro rincón del
Imperio.
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Cuando un esclavo era liberado y pasaba a convertirse en un liberto, se convertía en
un ciudadano romano, por lo que necesitaba un tria nomina y estar adscrito a una tribu
electoral. Para obtener estos tres nombres tomaba el praenomen y el nomen de su
patrono y conservaban como cognomen su antiguo nombre. En el lugar de la
filiación no incluirían el praenomen de su padre, sino el de su antiguo amo, indicando
que no eran hijos suyos, sino libertos. Así un liberto de un M. Antonius, que recibía el
nombre de Pallas mientras era un esclavo, pasaría a llamarse como liberto M. Antonius
M. l. Pallas (Marco Antonio, liberto de Marco, Pallas). Por lo que respecta a la tribu, el
liberto podía recibir la de su antiguo amo, pero también era muy frecuente que los
antiguos esclavos se encuadraran en la tribu Palatina.
En cuanto a las mujeres que habían sido esclavas, normalmente tomaban el nomen de
su amo y usaban su antiguo nombre como cognomen. No necesitaban un praenomen,
pues la onomástica femenina no solía incluir este elemento. Así, una Pelagia, liberta de
un L. Annius Piso, pasaba a llamarse: Annia L. l. Pelagia. Los hijos de los libertos, que
ya se consideraban de nacimiento libre, disfrutaban de una onomástica totalmente
romana, y podían indicar la filiación con el praenomen de su padre.
10.4. Los ejércitos
A lo largo del siglo I d.C., una vez que se consideró que la fachada cantábrica había
quedado definitivamente pacificada, las distintas legiones destacadas para la conquista
fueron abandonando el territorio peninsular. Y durante la mayor parte de la época
imperial Hispania contó con una única legión establecida en su territorio, la legio
VII Gemina, estacionada en la zona de la actual ciudad de León.
La legión vigilaba las últimas conquistas romanas en la Península Ibérica, los
territorios de los cántabros y los astures, y sobre todo, los prósperos yacimientos de
metales del noroeste, de explotación imperial.
Su presencia en el campamento de León durante varios siglos tuvo una considerable
influencia en la región, que comenzó con la urbanización del propio campamento
legionario. Legio comenzó por rodearse de murallas de piedra, poco a poco se fue
dotando de edificios de carácter civil, y los legionarios que se licenciaban comenzaron a
recibir tierras en los alrededores para su explotación. Muchos contrajeron matrimonio
con jóvenes de la zona, junto a las que se asentaban para formar una familia. No es el
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único caso de un campamento legionario que acabó convertido en una ciudad próspera;
este pudo ser el origen de Asturica Augusta (Astorga), de Petavonium (Rosinos de
Vidriales) o de Iuliobriga (Retortillo).
Sin embargo, aunque esta era la única legión de la Península, eso no significaba que el
resto de los territorios no contaran con la presencia de algún cuerpo armado
constituido por tropas auxiliares, muchas veces reclutadas entre los propios
indígenas.
Estas tropas, que rara vez superaban los pocos centenares de hombres, solían estar a
disposición de los gobernadores y magistrados provinciales para el
mantenimiento del orden, pero también podían vigilar algunos puntos
especialmente delicados, como las zonas mineras, y llevar a cabo labores de ingeniería y
de construcción de infraestructuras.
La mayor parte de estas tropas auxiliares indígenas se reclutaron entre los pueblos de la
Citerior y la Lusitania. Algunas, como se ha señalado, permanecieron en la
Península, pero otras fueron enviadas a lugares diversos del Imperio, para participar en
la defensa de las fronteras o en nuevas guerras de conquista.
Con el paso del tiempo y la extensión del derecho de ciudadanía entre los
habitantes de la Península, los hispanos comenzaron a enrolarse en los cuerpos
regulares del ejército romano, como las legiones, a las que sólo tenían acceso los
ciudadanos romanos, o en unidades auxiliares que excepcionalmente estaban formadas
por ciudadanos. Por eso, en el nombre de las unidades normalmente se indicaba
este particular: Ala II Flavia Hispanorum Civium Romanorum. Este fenómeno
comenzó a producirse, sobre todo, a partir del edicto de latinidad por parte de
Vespasiano, que extendió considerablemente la ciudadanía romana por toda la
Península.
Bien como miembros de unidades auxiliares o como legionarios regulares, los hispanos
encontraron en el ejército una excelente vía de promoción social. Aquellos no
ciudadanos que se integraban en las unidades auxiliares obtenían la ciudadanía
como recompensa al terminar su servicio regular, que solía durar unos
veinticinco años.
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Al finalizar este período, el emperador les entregaba dos tablillas de bronce selladas, en
las que se recogía la concesión de ciudadanía y los derechos que ésta comportaba. Estas
tablillas reciben el nombre de diplomas militares. Por lo que respecta a los
ciudadanos, tenían abierto el cauce habitual de promoción en las legiones, que
podía llevarles a convertirse en centuriones de primer grado. En calidad de oficiales, su
ascenso personal solía concluir en ese escalón, pero servía para facilitar la promoción a
sus descendientes, a los que los méritos de su progenitor podían abrir, por ejemplo, el
acceso al ordo ecuestre.
10.5. La religión romana y el culto imperial
Por lo que respecta a las creencias de los pueblos prerromanos y la religiosidad en la
Península Ibérica tras la romanización, nos encontramos con una curiosa paradoja.
Las divinidades, sus centros de culto y algunas de sus características nos son conocidas
sólo después de que los pueblos indígenas tomaran contacto con fenicios, griegos y
púnicos y sobre todo, con los romanos.
Contamos con bastantes datos sobre la religiosidad prerromana de la fachada
mediterránea, muy influida por sus tempranos contactos con fenicios y griegos. Así,
está bien documentado el culto a Melkart y Hércules, de origen fenicio-púnico, en
Gades, o el culto a Artemis y Asclepio en otros centros de influencia griega. Pero apenas
tenemos datos de la religiosidad de los pueblos de la Meseta y de las fachadas
atlántica y cantábrica.
Estos pueblos apenas han aportado testimonios propios de su religiosidad antes
y durante la conquista romana, y los datos que ofrecen los autores latinos son muy
escasos, siempre mediatizados por sus prejuicios hacia una zona periférica y
considerada salvaje. Por ejemplo, Estrabón llegó incluso a señalar que los salvajes del
norte de la Península ni siquiera tenían un nombre para sus dioses, y que se limitaban a
celebrar oscuras ceremonias en honor de la luna.
Sólo a partir del siglo I a.C., cuando los indígenas empezaron a adoptar formas
de culto propias de Roma, como la costumbre de erigir aras votivas en honor de
una divinidad, comenzamos a conocer los nombres de sus divinidades y los
lugares en los que se les rendía culto.
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Sin embargo, en este momento ya no se trata de la misma religiosidad de siglos
pasados, sino que constituye una realidad en transformación que se está
adaptando a los patrones latinos. Es una religión nueva, con nuevos dioses y nuevas
formas de culto, que mezclan lo indígena con lo romano en una fórmula no siempre
fácil de distinguir.
De hecho, uno de los fenómenos más conocidos de esta fusión entre las religiones
romana e indígena es la interpretatio. Este fenómeno significa que los indígenas
podían adorar a un dios prerromano bajo una forma romana, en el caso de
que consideraran que esa divinidad romana reunía las mismas características que
su dios autóctono.
La antigua deidad indígena recibe ahora el nombre y la apariencia de un dios
romano, pero continúa existiendo para sus adoradores con las mismas
características que poseía antes del contacto con Roma. Por eso, es muy posible
que muchas de las innumerables inscripciones votivas dedicadas a Júpiter a lo largo y
ancho de toda la Península fueran en realidad dedicatorias a dioses indígenas que se
habían identificado con el principal dios del panteón romano.
Y otro tanto ocurría con otros dioses muy populares, como Marte. La amplia extensión
del fenómeno de la interpretatio viene a complicar todavía más nuestro
conocimiento del panorama religioso en la Península durante los primeros siglos
de nuestra era.
Este panorama, naturalmente, es muy diferente en la fachada mediterránea, donde
el tradicional contacto con formas religiosas fenicias, púnicas y griegas había dado
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origen, siglos antes de la conquista romana, a unas representaciones de las
divinidades y unas formas de culto mucho más similares a las romanas.
No es de extrañar por tanto que en Hispania se constate el culto a casi todas las
divinidades del panteón romano, en una proporción similar en algunos aspectos a
la del resto del Imperio. El dios con más manifestaciones de culto es Júpiter, seguido
de Marte, a los que se debe sumar, por su enorme importancia en todo el territorio, el
culto imperial. Relacionado con el culto imperial está el de la diosa Venus, pues se
consideraba a esta divinidad antepasada de la gens Iulia, la familia de Julio César, y por
tanto (aunque fuera a través de la adopción) antepasada de toda la familia imperial.
Sin embargo, la Península también presentaba algunas particularidades propias del
territorio. La importancia de la agricultura, ocupación principal para la mayor parte de
sus habitantes, se traslada en una presencia significativa del culto a las divinidades
protectoras de esta faceta de la actividad: Ceres y Tellus, así como a Liber Pater, el
dios que protegía la fertilidad.
El culto a Diana se superpone en la costa levantina con el de Artemis, con la que se
identifica, como protectora de la caza, pero también se la relaciona con la luna y con los
cultos prerromanos que se celebraban en honor del satélite, con ciertos componentes
vinculados a la fertilidad y a los ritos funerarios. También está bastante extendido en la
Península el culto a Baco/Dionisio, Mercurio, como dios protector de las actividades
artesanales y el comercio, y los Lares Viales, divinidades protectoras de los viajeros.
Las viejas divinidades prerromanas de las fuentes y los arroyos se identifican con
frecuencia con el culto a las ninfas romanas, y también aparecen numerosas
dedicatorias a Esculapio, protector de la salud.
Sobre todo este panorama, tremendamente diverso (todavía aparecen inscripciones con
nombres de divinidades indígenas que hasta el momento eran desconocidas para
nosotros), la romanización introdujo lentamente un elemento de
homogenización.
Uno de los rasgos más importantes de la religión romana, que se extiende a partir
del siglo I a.C. por todo el territorio peninsular, era su carácter eminentemente
público. Los sacerdotes eran los encargados, no de regular la relación entre el
individuo y los dioses, sino los vínculos entre la comunidad y sus dioses. Por este
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motivo la religión tenía un fuerte carácter urbano y de pertenencia a un
colectivo, dos características que pueden observarse con claridad en todo el territorio
peninsular.
La religión de la ciudad
Al margen de las creencias prerromanas que pudieran mantenerse y que, sabemos que
se mantienen en gran parte del territorio al menos hasta el siglo II d.C., cuando siguen
apareciendo dedicatorias a divinidades indígenas.
En Hispania, el culto a los emperadores divinizados tuvo una fuerte y rápida
extensión, en parte favorecida por ciertas prácticas prerromanas que preveían la
consagración de los individuos a sus jefes (devotio). De hecho, las localidades
hispanas se contaron entre las primeras que levantaron altares en honor de Augusto,
aún antes de su muerte y divinización: Tarraco le erigió uno el 26 a.C., y Emerita
Augusta levantó el suyo apenas una década después, el 15 a.C. Tras el fallecimiento de
Augusto, el 14 d.C., Tiberio autorizó que uno de los primeros templos en honor del
emperador divinizado se erigiera también en Tarraco.
El culto al monarca llevaba aparejado además el de ciertas características
teóricamente propias del monarca, ciertas virtudes que se personificaban, y así,
encontramos por toda Hispania altares dedicados a la Pietas Augusta, Fortuna
Augusta o la Salus Augusta. En otras ocasiones, el culto imperial incluía también
actos en honor de su familia, su esposa y sus hijos, a los que se erigían estatuas y
por cuya salud se dedicaban sacrificios.
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Aunque los magistrados de la ciudad, como los Ilviri, debían participar en muchas de
las ceremonias para conducir los actos de culto, las leyes municipales estipulaban
cuidadosamente la existencia de ciertos colegios sacerdotales, cuyos miembros
debían cumplir unas características determinadas. Estos colegios, como ocurría con el
resto de magistraturas y cargos públicos de las ciudades hispanorromanas, se
adaptaban completamente a las necesidades y el tamaño de cada ciudad.
Generalmente encontramos colegios de pontífices, encargados de dirigir la mayoría
de las ceremonias y de decidir sobre los aspectos relacionados con la religión en la
ciudad. Pero, en algunas de las localidades más grandes, también se documentan
colegios de augures, encargados de tomar los auspicia, esto es, de determinar la
aprobación de los dioses, normalmente Júpiter, sobre la elección de un magistrado
o la conducción de una empresa determinada.
En cuanto al culto imperial, estaba a cargo de un sacerdote llamado flamen,
mientras que el culto a las emperatrices corría a cargo de una sacerdotisa llamada
flaminica. Estos flamen y flaminica normalmente ejercían en una única ciudad, pero
también podían nombrarse nuevos flamines y flaminicae para articular el culto
imperial a nivel provincial y conventual.
El puesto de flamen era un cargo extremadamente prestigioso, que con frecuencia
permitía al que lo desempeñaba iniciar una carrera política exitosa.
En las ciudades más ricas, donde abundaban los libertos enriquecidos por el comercio y
las actividades preindustriales, existía otro colegio sacerdotal, los VIviri Augustales.
Los integrantes de este colegio eran antiguos esclavos liberados, libertos, que tenían
vetado el acceso a cualquier otro sacerdocio, así como a todas las magistraturas
municipales.
Para estos hombres, que con frecuencia acumulaban enormes fortunas pero carecían de
prestigio social, el sevirado o colegio de los VIviri Augustales ofrecía la única
posibilidad de tomar parte en ceremonias públicas, levantar estatuas en honor
de los dioses o en el suyo propio, celebrar banquetes e introducirse en la alta sociedad
de su ciudad.
El sacerdocio de los VIviri Augustales, que se encargaba de algunos aspectos del
culto imperial, constituía por tanto un importantísimo elemento de
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integración social que ofrecía a los libertos enriquecidos una oportunidad única de
autorrepresentación, al tiempo que permitía que sus considerables riquezas pudieran
redistribuirse en parte entre sus conciudadanos a través de banquetes públicos y otras
actividades evergéticas.
La religiosidad privada
El fuerte componente público de la religión romana podría hacernos pensar
que a pesar de su participación en la religión de la ciudad, los hispanorromanos debían
de conservar sus antiguas creencias en los cultos privados, que se celebraban en
la intimidad del hogar.
Sin embargo, los hallazgos arqueológicos han revelado que, al margen de la pervivencia
del culto a algunas viejas divinidades prerromanas, la religiosidad romana
impregnó todos los aspectos de la vida de los habitantes de Hispania, incluido el culto
privado y familiar. Así, en las casas hispanas se documenta profusamente el
extendidísimo culto a los Lares, las divinidades protectoras del hogar, de un modo
muy similar a como se documenta en la Península Itálica.
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exposición. pp. 73-87. Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales. Madrid.
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En este artículo Almagro Gorbea hace un recorrido del arte y las lenguas existentes en
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El artículo está disponible en el aula virtual o en la siguiente dirección web:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01338320855359965080680/0
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RODRÍGUEZ COLMENERO; A. (eds.). Los orígenes de la ciudad en el noreste
hispánico. Actas del congreso internacional (Lugo 15-18 de mayo 1996). pp. 249-275.
Diputación provincial de Lugo. 1998.
En este artículo Rodríguez Colmenero hace un repaso al sincretismo en las religiones
de la Hispania Antigua. El autor nos ofrece numerosos ejemplos de cómo los dioses
presentes en Hispania pueden equipararse a los dioses romanos.
El artículo está disponible en el aula virtual o en la siguiente dirección web:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01316131922804746757680/025
649.pdf
No dejes de ver…
Templo de Diana
Breve vídeo dedicado al templo de Diana, Foro
municipal de Emerita Augusta. Al principio se
puede observar una reconstrucción ideal
realizada por el Consorcio de Mérida. El señor
de Villamesías, más tarde convertido en Conde
de los Corbos, utilizó la estructura del templo
de Diana para construir su casa palacio.
El vídeo está disponible en el aula virtual o en la siguiente dirección web:
http://www.youtube.com/watch?v=dPh97Hlo6sk
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 10 – Lo + recomendado
Tríada capitolina
Vídeo con una reconstrucción virtual de los
templos en honor de la tríada capitolina en
Baelo Claudia, situada en la actualidad en la
Ensenada de Bolonia, en la pedanía tarifeña,
en la provincia de Cádiz.
El vídeo está disponible en el aula virtual o en la siguiente dirección web:
http://www.youtube.com/watch?v=nNf8jLJdvGY
Dioses romanos
Este documental recoge los orígenes de los
dioses romanos. Los romanos arrebatan la
cultura griega a los etruscos tras derrotarlos.
Así adoptan los dioses griegos, a los que
cambian habitualmente de nombre. El vídeo
muestra también los diferentes templos o
construcciones para el culto. La saturación de
dioses lleva a la instauración, con el reinado de Constantino, del cristianismo. Roma se
convierte así en una ciudad de templos dedicados al nuevo dios y en el cementerio de
los dioses olvidados.
Los vídeos están disponibles en el aula virtual o en las siguientes direcciones web:
http://www.youtube.com/watch?v=Itf2sypgnM4
http://www.youtube.com/watch?v=IEkt8ORKRCk
http://www.youtube.com/watch?v=xfGqMNF8UOw
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 10 – + Información
+ Información
A fondo
Ataecina
VV.AA. (eds.). Religiões da Lusitania. Loquuntur saxa. Catálogo de la exposición. pp.
53-60. Lisboa. 2002.
Abascal Palazón nos habla de Ataecina, una de las tantas divinidades prerromanas que
mantuvieron su culto después de la romanización. El artículo se centra en los
testimonios de culto de esta divinidad, en las diferentes variedades de su nombre, en
las características del culto y la sede del mismo.
El artículo está disponible en el aula virtual o en la siguiente dirección web:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01394920877137736312802/013
706.pdf
Programas epigráficos augústeos en Hispania
Anales de la Arqueología cordobesa. pp. 45-82. 1996.
Abascal Palazón reúne en este artículo las evidencias de epígrafes en honor a la familia
de Augusto durante su reinado, haciendo un recorrido por los diferentes enclaves de
Hispania.
El artículo está disponible en el aula virtual o en la siguiente dirección web:
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12159401999103740754846/014
700.pdf
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 10 – + Información
Webgrafía
Historia Antigua
Página web del área de Historia Antigua de la
Universidad de Zaragoza, una de las más
completas de las universidades españolas. En ella
se puede encontrar una enorme cantidad de
información: textos, mapas, gráficos, bibliografía,
etc. de gran calidad y rigor histórico.
http://www.unizar.es/hant/
Bibliografía
ABASCAL PALAZÓN, J.M. Los nombres propios en las inscripciones latinas de
Hispania, Universidad de Alicante.
GONZÁLEZ ROMÁN, C. El esplendor de la España romana. El Alto Imperio en la
Península Ibérica. Historia 16. Madrid. 1995.
RODRÍGUEZ COLMENERO, A. Augusto e Hispania. Universidad de Deusto. Bilbao.
1979.
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 10 – Actividades
Actividades
Estrabón
En el enlace que te facilitamos al final de la actividad puedes encontrar una descripción
realizada por Estrabón de las costumbres de los pueblos de la fachada cantábrica de la
Península Ibérica.
Entre las referencias del autor latino hay varias alusiones a las prácticas religiosas de
los habitantes de estas regiones. Debes realizar un comentario de texto comentando los
aspectos relacionados con la religión de los indígenas que pueden deducirse de este
texto.
Tal vez te resulte de ayuda plantearte las siguientes cuestiones mientras lees el
documento:
¿Cuál es la opinión general de Estrabón sobre los pueblos de los que habla?
¿Crees que conoce bien sus costumbres?
¿Cuál crees que puede ser el origen de la información de Estrabón?
¿Cuáles podrían ser las características generales de los dioses indígenas a juzgar por
este texto?
¿Encuentras en el texto alguna referencia a fenómenos como el de la interpretatio?
¿y a otras prácticas romanas?
¿Crees que las costumbres que describe Estrabón permanecieron mucho tiempo?
El enlace está disponible en la siguiente dirección web:
http://www.unav.es/hAntigua/textos/docencia/hispania/textos/estrabon4.html
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 10 – Test
Test
1. La adscripción a una tribu de un personaje indicaba que el portador:
A. Pertenecía al patriciado romano.
B. Era ciudadano romano.
C. Era un esclavo.
D. Pertenecía al ordo decurionum.
2. Al indicar su filiación, los libertos:
A. Usaban el cognomen de su padre.
B. A los libertos no se les permitía indicar su filiación, pues habían sido esclavos.
C. Usaban el praenomen de un familiar que fuera libre.
D. Usaban el praenomen de su antiguo amo.
3. Por norma general en la onomástica latina las mujeres…
A. Carecían de praenomen
B. Carecían de cognomen
C. Al indicar la filiación usaban el praenomen de su madre
D. Tomaban el nomen de su esposo al casarse
4. Con cierta frecuencia se cambiaba a los esclavos su nombre originario por otro:
A. De origen oriental.
B. De origen romano.
C. Relacionado con el nombre de su amo.
D. Relacionado con su actividad.
5. Durante gran parte del Alto Imperio, la única legión estacionada en Hispania fue:
A. La legio VI Victrix
B. La legio XIV Galbiana
C. La legio XIV Pia Fidelis
D. La legio VII Gemina
Historia de España de la Edad Antigua y la Edad Media
TEMA 10 – Test
6. El culto a los dioses indígenas en el interior y la fachada atlántica:
A. Se celebraba normalmente en grutas.
B. Se celebraba en los poblados, en pequeñas construcciones circulares.
C. Se celebraba sobre todo al aire libre, en la cima de montañas, bosques o
fuentes.
D. Se celebraba en el centro de los poblados en pequeños altares al aire libre.
7. La rápida adopción del culto imperial en la Península se relaciona, entre otras cosas:
A. Las largas presencias de César en Hispania.
B. El viaje de Tiberio a la Península el 27 a.C.
C. La rápida promoción de senadores de origen hispano.
D. La práctica indígena de la devotio.
8. El colegio de los seviros augustales estaba integrado exclusivamente por:
A. Libertos.
B. Antiguos magistrados.
C. Extranjeros que residían temporalmente en la ciudad.
D. Itálicos emigrados a Hispania desde Roma.
9. Los flamines se ocupaban sobre todo:
A. Del culto a la tríada capitolina.
B. Del culto a Venus genetrix, madre divina de la familia imperial.
C. Del culto al emperador divinizado.
D. Del culto a las divinidades indígenas.
10. La amplia extensión del culto a Liber Pater tiene mucho que ver con:
A. La belicosidad de los pueblos del interior.
B. La importación de cerámica ática.
C. El carácter eminentemente agrícola de la mayoría de las poblaciones hispanas.
D. La amplia difusión del culto imperial.