MEHRING FRANZ Carlos Marx Historia de Su Vida Por Ganz1912

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FRANZ MEHRING CARLOS MARX Historia de su vida m 1P 11 4 ? Jrl QUINTA EDICION BIOGRAFIAS GANDESA EDICIONES GRIJALBO, S. A. BARCELONA-BUENOS AIRES-MEXICO D. F. 1975

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Biografía clásica sobre Carlos Marx

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  • FRANZ MEHRING

    CARLOS MARXHistoria de su vida

    m1P 11 4 ? JrlQUINTA EDICION

    BIOGRAFIAS GANDESA EDICIONES GRIJALBO, S. A.

    BARCELONA-BUENOS AIRES-MEXICO D. F. 1975

  • Traduccin del alemn por W. R o c e s

    ISB N : 84-253-0150-5

    GRAFICAS RO M A N ,

    1967, EDICIONES GRIJALBO, S. A.

    Deu y Mata, 98 - Barcelona-14 (Espaa)

    Quinta edicin

    Reservados todos los derechos

    Impreso en Espaa Printed in Spain

    Depsito legal: B . 13.465 - 1975

    1. A. - CASA OLIVA, 82 AL 88 - BA RC ELO N A -5

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    I N D I C E

    Aos de juventud ....................................

    El discpulo de Hegel ............................

    Desterrado en P a r s ....................................

    Federico E n g e ls ...........................................

    Desterrado en Bruselas ...

    Revolucin y contrarrevolucin ...........

    Desterrado en Londres ............................

    Engels-Marx ..................... .....................

    La guerra de Crimea y la c r is is ...........

    Conmociones dinsticas ............................

    Los primeros tiempos de la Internacional

    El Capital .............................................Apogeo de la Internacional ...................

    Ocaso de la Internacional ...................

    Los ltimos diez aos ............................

  • 1Aos de juventud

    1. Familia y primeros estudios

    Carlos Enrique Marx naci en Trveris el 5 de mayo de 1818. De sus antepasados es muy poco lo que sabemos, pues los aos de trnsito del siglo xvm al x ix fueron en el Rin aos de azares guerreros que dejaron su huella en el desbarajuste y asolamiento de los registros civiles de aquella comarca. Todava es hoy el da en que no ha podido llegarse a una conclusin clara respecto a la fecha de nacimiento de Enrique Heine.

    Afortunadamente, Carlos Marx vino al mundo en un perodo de mayor calma y, por lo menos, el ao de su nacimiento lo sabemos con certeza. Pero, como hace unos cincuenta aos, hubiese fallecido, dejando un testamento nulo, una hermana de su padre, no fue posible averiguar, a pesar de todas las indagaciones judiciales que se hicieron para encontrar los herederos legtimos, la fecha del nacimiento y la muerte de sus padres, o sea de los abuelos paternos de Carlos Marx. El abuelo se llamaba Marx Lev, nombre que luego redujo al de Marx, y fue rabino en Trveris. Debi de morir hacia el ao 1798; por lo menos, ya no viva en 1810. Su mujer, Eva Moses por su nombre natal, viva todava en 1810, y muri, por lo que puede conjeturarse, alrededor del ao 1825.

    Entre sus muchos hijos, hubo dos que se dedicaron al estudio: Samuel y Hirschel. Samuel hzose rabino, ocupando el puesto de su padre en Trveris, y tuvo un hijo, llamado Moses, que hubo de ser trasladado a Gleiwitz, villa silesiana, como aspirante a la misma dignidad. Samuel naci en 1781 y muri en 1829. Hirschel, el padre de Carlos Marx, naci en 1782, curs la carrera de Jurisprudencia y se hizo abogado y luego Consejero de justicia en Trve-

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  • ris, donde en 1824 se bautiz, convirtindose al cristianismo con el nombre de Enrique M arx ; muri en el ao 1838. Estaba casado con Enriqueta Pressburg, una juda holandesa, entre cuyos antepasados se contaban, a lo largo de los siglos, segn nos dice su nieta Eleanor Marx, toda una serie de rabinos. Muri en 1863. Este matrimonio dej tambin una descendencia numerosa, si bien en el momento de las particiones hereditarias, a cuyo expediente debemos estas noticias genealgicas, no vivan ms que cuatro hijos: Carlos Marx, nico varn, y tres hermanas suyas: Sofa, viuda de un abogado de Mastricht llamado Schmalhausen; Emilia, casada en Trveris con un ingeniero llamado Conrady, y Lisa, casada con un comerciante de la Ciudad del Cabo apellidado Juta.

    A sus padres, cuyo matrimonio haba sido muy feliz, debi Carlos Marx, que era con su hermana Sofa el hijo mayor de la familia, una infancia gozosa y libre de cuidados. Sus magnficas dotes naturales despertaban en su padre la esperanza de que se pondran algn da al servicio de la humanidad; y su madre deca de l que era un nio de suerte, a quien todo le sala derecho. Pero Carlos Marx no fue, como Goethe, hijo de su madre, ni como Les- sing y Schiller, hijo de su padre. Su madre, velando cariosamente por el esposo y los hijos, viva consagrada por entero a la paz de su hogar; no lleg, en todos los das de su vida, a hablar el alemn a derechas, ni tuvo la menor parte en las batallas del espritu reidas por su hijo, como no fuese para dolerse maternalmente de que su Carlos, con todo el talento que Dios le haba dado, no siguiese en la vida el camino derecho. Andando el tiempo, parece que Carlos Marx lleg a entablar relaciones bastante ntimas con sus parientes maternos de Holanda, sobre todo con su to Felipe, de quien habla repetidas veces con gran simpata, llamndole un magnfico soltern, y que debi de acudir ms de una vez a sacarle de apuros.

    Tambin el padre, a pesar de que muri cuando acababa Carlos de cumplir los veinte aos, parece que miraba alguna que otra vez con secreto temor aquel demonio que llevaba dentro su hijo favorito. Pero lo que a l le atormentaba no eran los cuidados mezquinos y penosos de la pobrecita madre por la carrera y el bienestar material del hijo, sino el vago presentimiento de un carcter duro como el granito, sin la menor afinidad con el suyo, dulce y blando. Enrique Marx, que como judo, renano y jurista parece que deba estar acorazado con triple coraza contra todos los encantos de aquella Prusia de hidalgos rurales, era, a pesar de todo, un patriota prusiano; no en el sentido inspido y necio que hoy damos a esta palabra, sino un patriota prusiano por el estilo de aquellos que nosotros, viejos ya, alcanzamos todava a conocer en

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  • hombres como Waldeck o como Ziegler: un hombre nutrido de cultura burguesa, creyente con la m ejor fe del mundo en el viejo racionalismo fridericiano; un idelogo, en una palabra, de aquellos que tanto, y con razn sobrada, odiaba Napolen. Lo que ste entenda por ideologa, esa necia palabra, era precisamente lo que alimentaba el odio del padre de Marx contra aquel conquistador que haba dado a los judos renanos la plenitud de sus derechos civiles y a los territorios del Rin el Cdigo de Napolen, aquella joya tan celosamente guardada por ellos y tan insaciablemente atacada por la reaccin prusiana.

    Su fe en el genio de la monarqua prusiana se mantuvo inclume hasta cuando el Gobierno de Prusia le forz a cambiar de religin si quera conservar su empleo. Esta coaccin ha sido aducida repetidas veces, y aun por conducto autorizado, sin duda para justificar o excusar lo que no necesita justificacin ni siquiera excusa. Aun examinada su actitud por el lado exclusivamente religioso, un hombre como l, que confesaba, con Locke, Leibniz y Lessing, su fe pura en Dios, no tena ya nada que buscar en la Sinagoga, y era natural que acudiese a refugiarse en la Iglesia nacional prusiana, donde entonces reinaba un racionalismo transigente, una especie de religin racional, contra la cual no haba podido prevalecer ni el edicto prusiano de censura de 1819.

    Pero, adems, la abjuracin del judaismo no era tan slo, en los tiempos que corran, un acto religioso, sino que entraaba tambin y primordialm ente, un acto de emancipacin social. Los judos no haban tomado parte en las prestigiosas tareas del espritu de los grandes pensadores y poetas alemanes; en vano la luz modesta de un Moses Mendelsohn pretendi alumbrar a su nacin la senda hacia la vida intelectual del pas. Idntico fracaso experimentaron un puado de judos jvenes de Berln al querer reanudar las aspiraciones de su precursor precisamente por los mismos aos en que Enrique Marx abrazaba el cristianismo, aunque entre ellos se encontrasen hombres del calibre de Eduardo Gans y Enrique Heine. El primero, capitn de la aventura, vindose fracasado, arri bandera y se pas al cristianismo. El propio Heine, que tan duramente le maldijo ayer todava un hroe, y hoy nada ms que un canalla, haba de verse forzado, y muy pronto, a tomar tambin billete para la funcin de la cultura europea.Y ambos tuvieron su parte histrica en la obra del espritu alemn del siglo xix, mientras que los nombres de sus camaradas que, fieles a la causa, siguieron cultivando el judaismo, se han esfumado sin dejar huella.

    Durante muchos aos, el trnsito al cristianismo fue para los espritus libres de la raza juda, un progreso en la senda de la ci

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  • vilizacin. As ha de interpretarse tambin el cambio de religin abrazado por Enrique Marx con su familia en el ao 1824. Es posible que las circunstancias contribuyesen tambin, ya que no a inspirar el hecho, por lo menos a apresurar el momento de su realizacin. Las persecuciones contra los judos, que tomaron un giro tan violento durante la crisis agrcola de aquellos aos, desataron tambin las furias antisemitas en las provincias del Rin, y un hombre de .honorabilidad intachable como era el padre de Marx no tena deber, ni tampoco por miramiento hacia sus hijos derecho a afrontar aquella marejada de odio. Tambin pudo ocurrir que la muerte de su madre, que debi de acontecer por aquel entonces, le eximiese de ciertos escrpulos de respeto y piedad filial, muy propios de su carcter, como pudo tambin haber influido el hecho de que su hijo mayor cumpliese, precisamente, en el ao de la conversin, la edad escolar.

    Cualesquiera que las causas fuesen, lo indudable es que el padre de Marx posea ya esa cultura del hombre libre que le emancipaba de todas las ataduras judas, y esta libertad era la que haba de transmitir a su hijo Carlos como precioso legado. En las cartas, bastante numerosas, que dirige a su hijo, siendo ste ya estudiante, no encontramos ni una sola huella en que hable la progenie semita; son todas cartas escritas en aquel tono patriarcal, prolijamente sentimental, y en aquel estilo epistolar del siglo xvm , en que el autntico alemn gustaba de soar cuando amaba y en que descargaba sus furias cuando la clera le acometa. Exentas de toda pedantesca cerrazn de espritu, saben comprender y acatan de buen grado los intereses y las aspiraciones intelectuales del h ijo ; nicamente contra su ventolera de hacerse un vulgar poetastro muestran una aversin franca y perfectamente legtima. Cuando sus pensamientos abstrados se parasen a soar en el porvenir que le estaba reservado a su Carlos, aquel buen seor viejo del cabello plido y el espritu un tanto rendido tendra seguramente sus dudas acerca de si el corazn del hijo respondera a su cabeza. Habra en l realmente pensara el padre cabida para esos sentimentos, terrenos pero dulces, que tanto consuelo procuran al hombre en este valle de lgrimas?

    Y sus dudas no eran seguramente infundadas, dado su modo de ver ; aquel amor entraado con que llevaba a su hijo en lo ms recndito de su corazn no le cegaba, antes al contrario, le haca penetrar el porvenir. Pero as como el hombre no alcanza nunca, por lejos que vea, a atalayar las consecuencias ltimas de sus actos, Enrique Marx no pensaba, ni poda tampoco pensar, en que al transmitir a su hijo aquellos raudales de cultura Lurguesa como

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  • la riqueza ms slida con que le equipaba para la vida, no haca ms que contribuir a dar vuelos en l a aquel temido demonio, del que no saba si haba de ser fustico o celeste. Carlos Marx super ya en el hogar paterno, como jugando, mucho de aquello que a un Heine o a un Lassalle costaran los primeros y ms duros combates de su vida y de cuyas heridas no llegaron nunca a reponerse.

    Y a la escuela, qu debe a la escuela, a sus primeros aos de estudio, Carlos Marx? Esta aportacin es ya mucho menos fcil de deslindar. Marx no habla nunca de sus compaeros de escuela, ni sabemos tampoco de ninguno que registrase sus recuerdos de l. Hizo sus estudios de bachiller clsico en el Gimnasio de su ciudad natal y pronto le vemos graduado de bachiller; el ttulo lleva la fecha del 29 de agosto de 1835, y es lo que suelen ser estos diplomas; vierte sobre la cabeza de aquel joven de brillante porvenir sus votos de triunfo y formula unos cuantos juicios esquemticos acerca de su rendimiento y valer en las diversas ramas del estudio. Hace resaltar, sin embargo, que Carlos Marx saba traducir y glosar muchas veces hasta los pasajes ms difciles de los viejos clsicos, sobre todo aquellos en que la dificultad no resida- tanto en el lenguaje como en la materia y en la trabazn del pensamiento; y que sus ejercicios de composicin latina revelaban, en cuanto al fondo, riqueza de ideas y gran penetracin para el tema, si bien aparecan recargadas con frecuencia por digresiones intiles.

    En el momento del examen, el examinando pareca no andar muy fuerte en religin ni en historia. En el ejercicio de composicin alemana, sus jueces descubrieron una idea que les pareci interesante y que a nosotros hoy, tiene que parecrnoslo mucho ms. El tema que le haban dado era este: Consideraciones de un joven antes de elegir carrera. La calificacin deca que el ejercicio de Carlos Marx se distingua por su riqueza de ideas y su buena distribucin sistemtica, aunque el alumno segua incurriendo en el vicio, que le era peculiar, de rebuscar exageradamente hasta encontrar expresiones raras y llenas de imgenes. Y en seguida, se hace notar, reproducindola literalmente, esta observacin del muchacho: No siempre podemos abrazar la carrera a la que nuestra vocacin nos llam a; la situacin que ocupamos dentro de la sociedad empieza ya, en cierto modo, antes de que nosotros mismos podamos determinarla. As apuntaba en l ya, en su adolescencia, el primer chispazo de la idea que de hombre, haba de completar y desarrollar en todos sus aspectos y que, corriendo el tiempo, iba a ser mrito inmortal de su vida.

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  • 2. Jenny de Westfalia

    En el otoo de 1825, Carlos Marx matriculse en la Universidad de Bona, donde pas un ao, dedicado no tanto seguramente a estudiar Jurisprudencia como a hacer vida de estudiante. Tampoco acerca de este perodo de su vida poseemos noticias directas, pero, a juzgar por lo que de l se refleja en las cartas de su padre, parece que este ao fue un ao de expansin para su juventud. Ms adelante, en un momento de indignacin, el padre haba de hablar de aquella vida salvaje; por el momento, limitbase a quejarse de las cuentas a lo Carlos, sin ilacin ni fruto. Y no nos extraa, pues la verdad es que a este gran terico del dinero jams ni en ningn momento de su vida le salieron bien las cuentas.

    A su regreso de Bona, Carlos Marx, con sus benditos dieciocho aos, entr en relaciones formales con una compaera de juegos de su niez, amiga ntima de Sofa, su hermana mayor, la cual allan todos los obstculos que se alzaban ante la unin de aquellos dos corazones jvenes. Y aquella hazaa del estudiante que acababa de pasar un ao divirtindose, fue, a pesar de todas las apariencias de muchachada caprichosa que tena, el primer triunfo serio y el ms hermoso que haba de lcanzar este hombre nacido para triunfar sobre los hombres: un triunfo que incluso al propio padre se le haca imposible de creer, hasta que se dio cuenta de que tambin la novia tena sus genialidades y era capaz de sacrificios que no afrontara cualquier muchacha vulgar.

    En efecto, Jenny de Westfalia, adems de ser una muchacha de extraordinaria belleza, tena un talento y un carcter tambin extraordinarios. Le llevaba a Carlos Marx cuatro aos, sin haber pasado de los veintids; su hermosura joven y en plena sazn vease festejada y cortejada por una plyade de pretendientes; hija de un alto funcionario de elevada posicin social, le esperaba un brillante y seguro porvenir. Y he aqu que de pronto sacrificaba todas estas perspectivas a un porvenir en opinin del padre de Marx inseguro y lleno de zozobras; tambin en ella crea percibir el buen padre, de vez en cuando, aquel temor cargado de augurios que a l le inquietaba. Pero estaba seguro, segursimo, de la angelical muchacha, de la encantadora, y le aseguraba a su hijo que nadie, ni un prncipe, se la arrebatara.

    Los peligros y las zozobras del porvenir confirmaron con creces los temores que el viejo Marx pudiera concebir en sus sueos ms desesperados, pero Jenny de Westfalia, de cuyos retratos juveniles irradia una gracia infantil, supo ser digna, con su indomable valor de herona, en medio de las torturas y los sufrimientos ms atroces, del hombre a quien haba elegido. No es que le ayudase a sobre

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  • llevar la pesada carga de su vida en el sentido domstico de la palabra, pues ella, que haba tenido una infancia y una juventud risueas, acostumbrada a la abundancia desde su cuna, no poda estar siempre a la altura de las pequeas miserias de cada da, como lo hubiera estado una proletaria azotada por la vida, sino en un sentido mucho ms elevado, comprendiendo y abrazando dignamente la obra que haba de llenar la vida de su marido y la suya propia. En todas sus cartas, de las muchas que se conservan, alienta un soplo de autntica fem inidad; esta mujer era una naturaleza en el sentido que Goethe da a esta palabra, sin asomo de falsedad en ninguna de las fibras de su nimo, lo mismo en el delicioso tono de cuchicheo de los das alegres que en el dolor trgico de la Niobe a quien la miseria arrebata un hijo sin tener siquiera una pobre cajita en qu enterrarlo. Su belleza era orgullo de su marido, y cuando, a la vuelta de los aos, unidos ya en matrimonio desde ms de una generacin, Marx hubo de trasladarse a Trveris, en 1863. para asistir al entierro de su madre, le escriba desde la ciudad natal: No queda da en que no pasee hacia la vieja casa de los Westfalias (en la calle de los Romanos), mucho ms interesante para m que todas las antigedades de Roma, porque me recuerda los tiempos felices de mi juventud, aquellos en que sus muros albergaban mi mejor tesoro. Adems, todos los das me estn preguntando, cundo unos cundo otros, por la muchacha quondam ms hermosa de todo Trveris, por la reina de sus bailes. No sabes lo endiabladamente agradable que es, para un hombre, ver que su mujer sigue viviendo en la fantasa de una ciudad entera como una especie de princesa encantada. Y en su lecho de muerte, 61, que jams haba sido un sentimental, recordaba con un tono i'stremecido de melancola aquellos das, los ms hermosos de su vida, que la suerte le haba deparado junto a esta mujer.

    Los chicos formalizaron sus relaciones sin dar cuenta de ello por el momento, a los padres de la novia, cosa que no dej de i quietar al concienzudo padre de Carlos. Poco tiempo despus, tambin ellos daban su consentimiento a la unin. Luis de West- falia, consejero alico de gobierno, no proceda, aunque otra cosa parezcan indicar su nombre y su ttulo, ni de la nobleza rural de las orillas del Elba ni de la vieja burocracia prusiana. Su padre era aquel Felipe Westfalia que se cuenta entre las ms notables figuras de la historia guerrera. Secretario particular para asuntos civiles del duque Fernando de Braunschweig, que en la guerra de los Siete aos, a la cabeza de un ejrcito formado por las ms diversas gentes y pagado con dinero de Inglaterra, protegi victoriosamente el Oeste de Alemania de los antojos conquistadores de Luis X V y de su Pompadour, el de Westfalia fue poco a poco

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  • subiendo hasta convertirse en generalsimo efectivo del duque, a despecho de todos los generales alemanes e ingleses de su tropa.Y tan sealados eran sus mritos, que el rey de Inglaterra quiso nombrarle general-ayudante de sus ejrcitos, favor que Felipe rechaz. Slo se avino a domar su espritu de hombre civil accediendo a recibir un grado de nobleza, por razones idnticas a las que obligaron a un Herder o a un Schiller a doblegarse y soportar la misma humillacin: para poder unirse en matrimonio a la hija de una familia de barones escoceses que se present en el campamento del duque Fernando a visitar a una hermana casada con un general de las tropas auxiliares inglesas.

    De esta unin naci Luis de Westfalia. Y su padre le haba legado un nombre histrico, la lnea de sus antepasados maternos evocaba tambin recuerdos histricos que se remontaban hasta un remoto pasado; uno de sus ascendientes por lnea directa de madre haba muerto en la hoguera, luchando por implantar la Reforma en Escocia; otro, el conde Archibaldo de Argyle, haba sido decapitado por rebelde en la plaza pblica de Edimburgo, combatiendo contra Jacobo II desde el bando de las libertades. Estas tradiciones de familia inmunizaban a Luis de Westfalia desde el primer momento contra las jactancias de la nobleza rural prusiana, con su orgullo de mendigo, y contra la presuntuosa burocracia del Estado. Sirvi desde muy pronto al duque de Braunschweig y no tuvo inconveniente en continuar al servicio de este Estado cuando Napolen incorpor el pequeo Ducado al reino de Westfalia, ya que, evidentemente, a l no le importaba tanto al gelfo de estirpe a quien serva como las reformas con que la conquista francesa pona remedio a los males de su pequeo pas natal. Mas no por eso dej de mantenerse reacio al yugo extranjero, y en el ao 1813 hubo de conocer la mano dura del mariscal Davoust. Desde Salzwedel, donde era consejero territorial y donde el 12 de febrero de 1814 naci su hija Jenny, fu trasladado, dos aos ms tarde, al gobierno de Trveris, como consejero; en el calor de su arrebato, el Canciller del Estado prusiano, Hardenberg, tuvo todava discernimiento bastante para comprender que haba que destinar a los territorios del Rin, recin conquistados y que, en el fondo de su corazn, suspiraban todava por Francia, a los espritus ms capaces y ms Ubres de los pujos aristocrticos de la nobleza indgena.

    Carlos Marx hablaba siempre de este hombre con la mayor devocin y gratitud. Su afecto hacia l era ms que de yerno, y le llamaba su caro amigo paternal, testimonindole su filial cario. Westfalia poda recitar cantos enteros de Homero de cabo a ra b o ; se saba de memoria la mayor parte de los dramas de Shakespeare, lo mismo en ingls que en alemn. En la vieja casa de

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  • los Westfalias pudo recoger Carlos Marx muchas sugestiones que no le brindaban la suya propia ni las aulas. El padre de Jenny, por su parte, siempre haba sentido gran predileccin por Carlos, y seguramente al autorizar la formalizacin de sus relaciones con ella tendra presente el matrimonio feliz de sus propios padres; a los ojos del mundo, tambin la hija de aquella antigua familia noble de barones haba elegido un mal partido al casarse con el pobre secretario burgus.

    En el hijo mayor de Luis de Westfalia no haban de perdurar las tradiciones espirituales del padre. Result ser un burcrata arribista, y algo peor; durante los aos de reaccin que sobrevinieron en Prusia despus del 48, mantuvo, como ministro del Interior, las pretensiones de aquella aristocracia acartonada hasta contra el jefe de gobierno, Manteuffel, que era a pesar de todo, un burcrata ingenioso. Entre este Fernando de Westfalia y su hermana Jenny no mediaban relaciones ntim as; a ello contribuira tambin, acaso, el hecho de llevarle a Jenny quince aos y de no ser ms que medio hermano suyo, ya que su padre haba estado casado antes en primeras nupcias.

    En cambio, tuvo un autntico hermano en Edgar de Westfalia, que se desvi hacia la izquierda de la senda de su padre, lo mismo que Fernando se desviaba hacia la derecha. Este Edgar firm alguna vez los documentos comunistas de su cuado Marx. No le fue, sin embargo, un camarada constante; cruz el Ocano, corri en Amrica diferentes vicisitudes, retorn a Europa y anduvo de ac para all, sin encontrar asiento en parte alguna; por todo lo que sabemos de l, deba de ser un verdadero desordenado. Pero siempre conserv un gran cario y una fidelidad inquebrantable hacia su hermana y Carlos Marx, que dieron su nombre al primer hijo que tuvieron.

    2 - MARX

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  • 2El discpulo de Hegel

    I. El primer ao en Berln

    Antes de que Carlos Marx formalizase las relaciones con Jenny de Westfalia, haba dispuesto su padre que prosiguiese sus estudios en la capital; el documento, que an se conserva, en el que Knrique Marx, no slo' da su consentimiento, sino que declara ser mi voluntad que su hijo Carlos curse el prximo semestre en la Universidad de Berln, continuando en ella los estudios de Jurisprudencia y Ciencias camerales comenzados en Bona, lleva fecha de 1. de julio de 1836.

    Las formalizadas relaciones de su hijo antes contribuan a reforzar que a menoscabar esta decisin tomada por el padre; es seguro que, ante las largas perspectivas de aquel noviazgo, su natural cauto creyese aconsejable tener separados a los novios durante algn tiempo. Aparte de esto, puede que tambin influyese en la r leccin de Berln su patriotismo prusiano, as como el hecho de

  • Adase a esto su gran alejamiento de la mujer amada. Cierto es que la haba prometido contentarse con el s para el maana, renunciando para el presente a toda otra prueba externa de amor. Pero, aunque sea entre criaturas del temple de stas, los juramentos de amantes tienen siempre la ventaja especfica de que se los lleva el viento. Carlos Marx contaba ms tarde a sus hijos que su amor por la madre era en aquellos aos el de un Rolando furioso, y se explica que su corazn joven y ardiente no descansase hasta que le autorizaron para escribirse con su novia.

    Pero la primera carta de ella no lleg a sus manos hasta que ya llevaba un ao entero en Berln, y acerca de este ao estamos, en cierto respecto al menos, m ejor informados que acerca de ninguna otra poca de su vida anterior ni posterior, gracias a una minuciosa carta dirigida a sus padres con fecha 10 de noviembre de 1837, al cumplirse el ao de mi estancia aqu, para exponer ante sus ojos la labor realizada. En este singular documento, vemos ya en el adolescente al hombre entero que lucha hasta el agotamiento de sus fuerzas fsicas y morales por alcanzar la verdad; su sed insaciable de saber, su inagotable capacidad de trabajo, aquella crtica inexorable de s mismo y aquel espritu batallador que, aunque pareca extraviar a veces el corazn, no haca ms que aturdirlo un poco.

    Carlos Marx qued matriculado en la Universidad de Berln el 22 de octubre de 1836. De ls explicaciones acadmicas, no parece haberse preocupado gran cosa; en nueve semestres, no se inscribi ms que en doce cursos, enseanzas jurdicas obligatorias la mayora de ellas, sin seguirlas todas, ni mucho menos. Entre los profesores oficiales, no debi de influir un poco en su formacin ms que Eduardo Gans. Sigui sus explicaciones sobre Derecho criminal y Cdigo nacional prusiano, y el propio Gans dej testimonio del magnfico celo con que Marx asista a los dos cursos. Pero ms fuerza probatoria que estos testimonios, en los que la benevolencia suele abundar, tiene la despiadada polmica que Marx entabla, en una de sus primeras obras, contra la Escuela histrica del Derecho, contra cuya cerrazn y falta de sentido, contra cuyo funesto influjo sobre la legislacin y el desarrollo del derecho haba alzado su elocuente voz el jurista Gans, de formacin filosfica.

    Sin embargo, Marx, segn l mismo nos dice, no cursaba los estudios profesionales de Jurisprudencia ms que como una disciplina secundaria al lado de la Historia y la Filosofa, y en estos dos campos no se preocupaba para nada de seguir las lecciones de ctedra, aunque se hubiese matriculado, como era de rigor, en el curso de Lgica, que profesaba Gabler, sucesor oficial de Hegel, y el ms mediocre entre sus mediocres adoradores. La mentali

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  • dad de Marx trabajaba ya en la Universidad por cuenta propia, y domin en dos semestres una cantidad de saber que en veinte semestres no hubiera llegado a asimilarse con aquel sistema de pienso y pesebre de las lecciones acadmicas.

    Al llegar a Berln, lo primero que reclam sus derechos fue el nuevo mundo del amor. Ese mundo, embriagado de nostalgias y vaco de esperanzas, se descarg en tres cuadernos de poesas, dedicadas todas ellas a mi cara, eternamente amada Jenny de Westfalia, a cuyas manos llegaron ya en diciembre de 1836, saludadas como su hermana Sofa le comunicaba con lgrimas de alegra y de dolor. Un ao despus, en la extensa carta dirigida a sus padres, el poeta haba de juzgar bastante desdeosamente aquellas criaturas de su musa. Sentimientos volcados a sus anchas y sin forma, nada natural, todo construido como si se cayese de la luna, la ms perfecta anttesis de lo que es y debe ser, reflexiones retricas a falta de ideas poticas. De todos estos pecados se acusa a s mismo el joven poeta y, aunque aada como circunstancia atenuante que acaso pueda invocar tambin un cierto calor en los sentimientos y su pugna por remontarse y cobrar impulso, estas plausibles cualidades slo concurran en el sentido y en la medida, acaso, de las canciones a Laura de Schiller.

    En general, sus versos juveniles respiran un romanticismo trivial en el que rara vez resuena una fibra autntica. Adems, la tcnica del verso es torpe y desmaada, ms de lo que fuera lcito cuando ya haban publicado sus poesas Keine y Platen. Tales fueron los primeros caminos extraviados por los que empez a desarrollarse el rico talento artstico de Marx, de que sus obras centficas son el mejor testimonio. La fuerza plstica de su lenguaje entronca con los primeros maestros de la literatura alemana; l no era de esos espritus ramplones que creen que el escribir insoportablemente es la primera prenda de toda obra erudita, sino que daba gran importancia al equilibrio esttico de sus obras. Y sin embargo, hay que reconocer que entre las ricas ofrendas con que las musas le haban adornado no se contaba el talento versificador.

    No obstante, como l mismo deca a sus padres en aquella extensa carta de 10 de noviembre de 1837, la poesa slo deba ser quehacer accesorio; su deber era estudiar jurisprudencia, aunque se sintiese acuciado ante todo y sobre todo por el afn de debatirse eon la filosofa. Trabaj sobre Heinecio, Thibaut y las fuentes, tradujo al alemn los dos primeros libros de las Pandectas y pugn por construir una filosofa jurdica sobre los dominios del derecho. De esta desdichada obra, dice que tena el propsito de haberla extendido hasta trescientos pliegos, cifra que probablemente es una errata. Al final, se dio cuenta de la falsedad de todo y se

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  • ech en brazos de la filosofa, para construir un nuevo sistema metafsico y convencerse tambin, a la postre, una vez ms, de lo descaminadas que iban sus aspiraciones. Adems, tena la costumbre de sacar extractos de todos los libros que lea, como hizo con el Laocoonte de Lessing, el Erwin de Solger, la Historia del Arte de Winckelmann, la Historia alemana de Luden, etc., registrando de pasada sus reflexiones. A l mismo tiempo, entretenase en traducir la Germania de Tcito y los cantos fnebres de Ovidio, y se puso a estudiar por su cuenta, es decir, con ayuda de gramticas, el ingls y el italiano, sin conseguir por el momento nada; lea el Derecho criminal de Klein y sus Anales y las ltimas cosas de literatura, pero esto de pasada. El semestre volva a cerrarse con danzas de las musas y msica satrica, cuando, de pronto, vio destellar a lo lejos, como un palacio de hadas inasequible, el reino de la verdadera poesa, y todas sus creaciones se vinieron a tierra.

    Haciendo el balance de este primer semestre de estudios, resultaban muchas noches pasadas en vela, muchos combates librados, muchas sugestiones de dentro y de^ fuera padecidas, pero sin grandes resultados positivos; la naturaleza, el arte y el mundo haban quedado abandonados y muchos amigos repelidos. Adems, el organismo juvenil hallbase resentido por el exceso de trabajo, y, siguiendo el consejo mdico, Marx hubo de trasladarse a descansar a Stralau, que por entonces era todava un tranquilo pueblo de pescadores. Pronto se repuso, para volver de nuevo a las contiendas del espritu. En el segundo semestre, asimil tambin una masa grande de las ms diversas materias de conocimiento, pero cada vez se iba destacando con mayor claridad la filosofa de Hegel como polo inmvil en medio de aquel desfile de fenmenos. A l principio, cuando Marx empez a trabar conocimiento con ella por la lectura de algunos fragmentos, no le hizo ninguna gracia su grotesca meloda ptrea; pero, aprovechando el descanso de una nueva enfermedad, la estudi de cabo a rabo, y fue a dar, adems, a un club doctoral de jvenes hegelianos, donde, a fuerza de discutir entre opiniones encontradas, se vio encadenado cada vez ms a la actual filosofa del m undo; claro est, que sin que por ella enmudeciese del todo la gran riqueza de sonidos que haba en l, ni dejase de asaltarle de vez en cuando una verdadera furia irnica ante tanta negacin.

    Todo esto pona de manifiesto Carlos Marx a sus padres en la mentada carta, y terminaba con el ruego de que le autorizasen para volverse a casa entonces mismo, sin aguardar a la Pascua del ao siguiente, que era la fecha indicada por su padtfe. Quera cambiar impresiones detenidamente con ste acerca del constante vaivn de su nim o; estaba seguro de que no podra vencer aque-

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  • los fantasmas soliviantados ms que estando cerca de sus queridos padres.

    Esta carta, que tan preciosa es hoy para nosotros como espejo en que vemos proyectarse de cuerpo entero al Marx de los aos juveniles, produjo, al recibirse en su casa paterna, una malsima impresin. El padre, ya achacoso, vio alzarse ante s aquel demonio que siempre haba temido en su hijo, y que ahora tema doblemente desde que amaba como a una hija ms a cierta persona, desde que una familia honorabilsima se haba visto movida a autorizar unas relaciones que, a juzgar por las apariencias y segn los derroteros del mundo, estaban llenas de asechanzas y de tristes perspectivas para aquella amada criatura. l no se haba obstinado nunca en trazar a su hijo la senda de la vida, aunque slo haba una, la nica que poda llevarle a cumplir con sus sagradas obligaciones ; pero lo que ahora tena ante sus ojos era un mar tempestuoso y embravecido sin el menor puerto de refugio.

    Por todas estas razones, se decidi, a pesar de su debilidad, que l mejor aue nadie conoca, a mostrarse por una vez duro, y en su respuesta de 14 de diciembre mostrbase duro a su modo, exagerando desmedidamente las cosas y dejando escapar aqu y ull un suspiro de melancola. Cm o haba cumplido aquel hijo con su deber?, se preguntaba. Y l mismo se daba la contestacin, en los trminos siguientes: Slo Dios sabe c m o !!! Viviendo en

  • do sistemas nuevos y derribando los antiguos a cada ocho o cada quince das, iba a ocuparse en tales pequeeces? Todos metan la mano en su bolsillo y todos le engaaban.

    Y as, en el mismo estilo, segua durante un gran trecho la filpica de su padre, para acabar desechando inexorablemente la peticin de Carlos. Venir en este momento sera un absurdo. Y aunque s de sobra que no te preocupas gran cosa de las lecciones sin perjuicio, naturalmente, de pagarlas, quiero, por lo menos, guardar el decoro necesario. Yo no soy, ni mucho menos, esclavo de la opinin ajena, pero no me gusta tampoco que se murmure a costa ma. Y decale que podra venir a casa por las vacaciones de Pascua o diez das antes de comenzar stas, pues tampoco quera ser, en esto, ningn pedante.

    Por debajo de todas estas quejas, percbese el reproche de que su hijo no tiene corazn, y como este reproche haba de hacrsele a Carlos Marx repetidas veces, conviene que aqu, donde por vez primera nos sale al paso y donde ms derecho tena a formularse, digamos lo poco que acerca de ello se puede decir. Con ese tpico tan a la moda del derecho a vivir su vida, que una civilizacin degenerada por los mimos ha inventado para disfrazar su cobarde egosmo, no saldramos, naturalmente, ganando nada; como tampoco ganaramos mucho con acudir a la vieja frase del genio a quien no puede medirse por el mismo rasero que a los dems mortales. Lejos de eso, en Carlos Marx la pugna incansable por conquistar la verdad suma brotaba de los pliegues ms profundos del corazn; Marx no era, como l mismo hubo de decir en una ocasin, con frase ruda, lo bastante buey para volver la espalda a los dolores de la humanidad, o para decirlo con las palabras con que Hutten expresaba el mismo pensamiento: Dios le haba dotado de ese nimo en quien los dolores comunes hacen ms dao y calan ms en el corazn que en la sensibilidad vulgar. No ha habido nadie en ningn tiempo que hubiese hecho tanto como l por extirpar las races de esos dolores de la humanidad. La nave de su vida no dej de luchar ni un solo momento con tormentas y temporales, siempre bajo el fuego de sus enem igos: y aunque en lo alto del mstil ondease alegremente la bandera, a bordo de este barco no fue nunca placentera la vida, para el capitn ni para su tripulacin.

    Jams se mostr Marx duro e insensible con los suyos. El espritu batallador poda dominar acaso los sentimientos del corazn, pero no ahogarlos, y, siendo ya hombre maduro, Marx quejbase muchas veces amargamente de que aquellos a quienes tanto quera hubiesen de sufrir ms que l mismo en persona bajo la carga frrea de la vida que le haba tocado en suerte. Mas tampoco el estudiante joven era sordo a los gritos de angustia de su padre;

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  • no slo prescindi de aquel viaje a Trveris que tanto acariciaba, sino que renunci incluso a pasar all las vacaciones de Pascua, con K'ran pena de su madre, pero con gran contento del padre, cuyo malhumor contra el hijo empezaba a calmarse. Aunque siguiera lamentndose, abandonaba ya sus exageraciones. En el arte de razonar lo abstracto decale no poda competir con Carlos, y para estudiar la terminologa antes de poder aventurarse en aquel sagrado, era ya demasido viejo. Slo en un punto no serva de nada todo lo trascendente, y ante l guardaba prudente y elegante silencio el h ijo: en lo tocante al vil dinero, cuya importancia para un padre de familia pareca seguir ignorando. Pero el buen padre, cansado ya, renda las armas, y esta frase tena un significado mucho ms serio de lo que poda parecer, juzgando por el suave humorismo que volva a deslizarse entre lneas en aquella carta.

    La carta lleva fecha de 10 de febrero de 1838. Acababa el padre de Marx de dejar el lecho, despus de una enfermedad de cinco semanas. La mejora no fu ms que pasajera; la dolencia, que pareca estar en el hgado, retorn, y fue en aumento hasta que, a los tres meses justos, el 10 de mayo de 1838, le ocasion la muerte. Esta vino a tiempo para evitar a aquel corazn de padre las decepciones que le hubieran ido despedazando poco a poco.

    Carlos Marx guard siempre un sentimiento de gratitud hacia lo que para l haba sido su padre. Y as como ste le llevara siempre en lo ms hondo del corazn, el hijo guardaba siempre junto a l un retrato del padre, que, al morir, le acompa a la sepultura.

    2. Los neohegelianos

    Desde la primavera de 1838, en que perdi a su padre, Carlos Marx pas tres aos ms en Berln, movindose dentro de la rbita de aquel crculo doctoral en cuyo ambiente se inici en los misterios de la filosofa hegeliana.

    La filosofa de Hegel era considerada todava, por entonces, como la filosofa oficial del Estado prusiano. El ministro de Instruccin Altenstein y su asesor, el consejero Johannes Schulze, la haban tomado bajo sus auspicios. Hegel glorificaba al Estado como encarnacin de la idea moral, como la razn absoluta y el absoluto fin en s, y por tanto supremo derecho contra el individuo, cuyo < k;ber supremo era ser miembro de ese Estado. Esta teora poltica I* vena de perlas a la burocracia prusiana, pues en sus rayos trans- I juradores quedaban baados hasta los pecados de la batida contra los demagogos.

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  • Hegel, al formularla, no incurra en ningn gnero de hipocresa : su formacin poltica explicaba que la monarqua, en que los servidores del Estado se vean obligados a rendir su m ejor esfuerzo. se le antojase la forma de gobierno ideal; a lo sumo, consideraba necesaria una cierta colaboracin indirecta en el rgimen de las clases dirigentes, aunque siempre sujeta a restricciones fija s ; de una representacin popular con caracteres generales en un sentido constitucional moderno, no haba ni que hablar. En esto, coincida con el rey de Prusia y con Metternich, su orculo.

    Lo malo era que este sistema poltico, constituido por Hegel para su uso personal, estaba en abierta e irreconciliable contradiccin con el mtodo dialctico que como filsofo profesaba. El concepto del ser lleva aparejado el de la nada, y de la lucha entre ambos surge el concepto superior del devenir. Todo es y a la par no es, pues todo fluye y se transforma sin cesar, sujeto a un proceso constante de gnesis y caducidad. Por eso la historia no era ms que un proceso de evolucin sujeto a eternas conmociones, proceso ascensional que iba desde lo ms bajo hasta lo ms alto y que Hegel se propona poner de relieve con su cultura universal en las ms diferentes ramas de la ciencia histrica, aun cuando slo fuese bajo la forma que cuadraba a su posicin idealista; es decir, para demostrar que en todas las vicisitudes histricas se manifestaba la idea absoluta, que era para Hegel, aunque no supiese decirnos ninguna otra cosa acerca de ella, el alma vivificadora del universo.

    Planteadas as las cosas, se comprende que la alianza pactada entre la filosofa de Hegel y el Estado de los Federicos y los Guillermos no poda ser ms que un matrimonio de conveniencia, en que los lazos maritales duraron mientras ambas partes vieron salvaguardados en ellos sus intereses. La ficcin pudo sostenerse en los das de los acuerdos de Karlsbad y de las persecuciones contra los demagogos, pero ya la revolucin de julio de 1830 imprimi a la poltica europea un empujn tan fuerte hacia adelante, que el mtodo filosfico de Hegel se demostr mucho ms resistente y slido que su sistema poltico. Tan pronto como se hubieron ahogado las salpicaduras, dbiles ya de suyo, de la revolucin de julio en Alemania y restablecida la paz de los cementerios sobre el pueblo de los poetas y pensadores, la nobleza prusiana se apresur a seguir explotando el manoseado baratillo del romanticismo medioeval contra la moderna filosofa. Poda hacerlo con tanto ms desembarazo cuanto que la adoracin rendida a Hegel, no era cosa suya, sino de la burocracia semiculta y, adems, Hegel, aun glorificando el Estado burocrtico, no haca nada por conservarle al

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  • pueblo la religin, que era el alfa y el omega de la tradiccin feudal, como, en el fondo, de todas las clases explotadoras.

    Y aqu, en el terreno religioso, fu precisamente donde sobrevino el primer choque. Hegel haba sostenido que las historias sagradas de la Biblia deban ser consideradas como profanas, pues a la fe no le compete el conocimiento de la historia real y corriente.Y David Strauss, un joven suavo de la escuela, tom en serio e hizo buenas estas palabras del maestro, exigiendo que la historia evanglica se entregase a la crtica histrica y abandonando la razn de sus pretensiones con una Vida de Jess que apareci en 1835 y que provoc una enorme sensacin. Strauss entroncaba en su obra con el racionalismo burgus, acerca del cual tan despectivamente se pronunciara Hegel. Pero el don de la dialctica le permita plantear el problema de un modo incomparablemente ms profundo que lo haba hecho el viejo Reimanus, el Innominado de Lessing. Strauss no vea ya en la religin cristiana un fruto del engao, ni en los apstoles una cuadrilla de estafadores, sino que explicaba los elementos mticos del Evangelio como obra inconsciente de las primeras comunidades cristianas. Pero reconociendo una gran parte de los Evangelios como relato histrico de la vida de Jess, viendo en ste un personaje de la historia real e intuyendo siempre, en los puntos ms importantes, un ncleo de verdad histrica.

    Polticamente, Strauss era perfectamente inofensivo, como lo sigui siendo durante toda su vida. Un poco ms recia resonaba la nota poltica en los Anales de Halle, fundados en el ao 1838 por A m oldo Ruge y Teodoro Echtermeyer como rgano de los neohegelianos. Y aunque tambin esta revista tuviese su terreno propio en la literatura y en la filosofa y no se propusiese otra cosa, en un principio, que contrarrestar la obra de los Anales berlineses para la crtica cientfica, rgano enmohecido de los hegelianos viejos, A m oldo Ruge, que no tard en hacer pasar en seguida a segundo plano a su compaero Echtermeyer, muerto prematuramente, haba militado ya en las Juventudes, purgando la atroz locura de la batida contra los demagogos con seis aos de prisin en las crceles de Kpenick y Kolberg. Cierto es que no lo haba tomado en trgico, sino que, habindose incorporado como docente libre a la Universidad de Halle, disfrutaba, gracias a un matrimonio afortunado, de una existencia apacible, que le permita reconocer, a pesar de todo, la libertad y la justicia reinantes en el Estado prusiano. Y no hubiera tenido nada que objetar si en l se hubiese realizado aquel dicho malvolo de los mandarines prusianos viejos de que en Prusia, para hacer una rpida carrera, no

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  • haba como ser un demagogo resellado. Pero, desgraciadamente para l, no fue as.

    Ruge, sin ser ningn pensador original, ni mucho menos un espritu revolucionario, tena, sin embargo, la cultura, la ambicin, el celo y el ardor combativo que hacan falta para dirigir bien una revista o un peridico cientfico. l mismo se calificaba una vez, bastante acertadamente, de comerciante en espritu al por mayor. Sus Anales' se convirtieron en centro de reunin de todos los espritus inquietos, que entre otras virtudes tienen alejados como estn, en inters, del rgimen del Estado , la de pasarse la mayor parte de la vida metidos en el chamizo de la prensa. Los artculps de David Strauss cautivaban a los lectores bastante ms de lo que hubieran podido hacerlo todos los telogos del reino debatindose con ganchos y tenazas para demostrar la infalibilidad divina de los Evangelios. Y por mucho que Ruge asegurase que sus Anales seguan siendo cristianos, hegelianos y prusianos de Hegel, Altens- tein, a quien ya la reaccin romntica traa acosado, no dio crdito a estas palabras, ni se prest a colocar al servicio del Estado a Ruge en reconocimiento de su labor, como ste tan encarecidamente le suplicaba. Gracias a esto, los Anales empezaron a darse cuenta de que era necesario ir desatando las ataduras que tenan prisioneras, en Prusia, a la libertad y a la justicia.

    Entre los colaboradores de los Anales figuraban aquellos neo- hegelianos de Berln, entre los que pas Carlos Marx tres aos de su juventud. En este club doctoral haba docentes, profesores y escritores de edad juvenil. Rutenberg, a quien Carlos Marx, en una de las primeras cartas a su padre, llamaba el ms ntimo de sus amigos berlineses, haba enseado Geografa en la Academia de cadetes de Berln, de donde le expulsaron bajo pretexto de que le haban encontrado una maana borracho, tendido en la cuneta; la realidad era que recaan sobre l sospechas de haber publicado ciertos artculos malignos en peridicos de Hamburgo y Leipzig. Eduardo Meyen haba pertenecido a la redaccin de una efmera revista en la que Marx public dos de sus poesas; las nicas, afortunadamente, que llegaron a ver la luz. No ha podido saberse con fijeza si ya por aquellos aos en que Marx estudiaba en Berln, perteneca a este cenculo Max Stirner, profesor en un colegio de seoritas; nada hay que permita afirmar que llegaron a conocerse personalmente. La cuestin no tiene tampoco gran inters, ya que entre Marx y Stirner no medi nunca la menor afinidad espiritual. En cam bio; fue muy fuerte la influencia que ejercieron sobre Marx los dos miembros ms destacados de aquel c lu b : Bruno Bauer, a la sazn docente libre en la Universidad de Berln, y Carlos Federico Kppen, profesor de Instituto.

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  • Carlos Marx no haba cumplido an los veinte aos cuando se incorpor a este grupo, pero, como tantas veces haba de acon- tecerle a lo largo de su vida siempre que se pona en contacto con un nuevo sector de personas, acab por convertirse en el centro animador del club. Bauer y Kppen, que le llevaban unos diez aos, se dieron cuenta en seguida de la superioridad espiritual del nuevo afiliado, y no saban apetecer alianza mejor que la de aquel muchacho que tanto poda aprender de ellos, como en efecto aprendi. A su amigo Carlos Enrique Marx, de Trveris, reza la dedicatoria de aquella turbulenta obra de polmica publicada por Kppen en 1840, en el centenario del rey Federico de Prusia.

    Kppen tena un extraordinario talento histrico, como todava hoy lo acreditan sus artculos de los A nales; a l se debe el primer estudio verdaderamente histrico del terror rojo en la Gran Revolucin 'francesa. Sus crticas contra los historiadores de la poca, los Leo, Ranke, Raumer, Schlosser, etc., no pueden ser ms felices ni ms certeras. Prob su talento en los ms variados campos de la investigacin histrica, desde una introducin literaria a la mitologa nrdica, que no desmerece de las investigaciones de Jacobo Grimm y de Luis Uhland, hasta una magna obra sobre Buda, alabada por el propio Schopenhauer, a pesar de que no senta grandes simpatas hacia el antiguo hegeliano. No tenemos ms que fijarnos en cmo una mentalidad como Kppen imploraba al ms terrible de los dspotas de la historia de Prusia, llamndole espritu redivivo y conjurndole a pulverizar con su espada de fuego a todos los adversarios que se interponen ante nuestro pas y le cierran el paso a la tierra de promisin, para transponernos inmediatamente a la realidad del ambiente en que vivan estos neohegelianos berlineses.

    Conviene, sin embargo, que no olvidemos dos cosas. La reaccin romntica, con todo su cortejo, laboraba tenazmente por ensombrecer la memoria del viejo Fritz. Era, como deca Kppen, una verdadera cencerrada: trompetazos del Viejo y del Nuevo Testamento, redobles morales de tambor, gaitas edificantes, flautas histricas y otros pitidos discordados, y, de cuando en cuando, algn que otro himno a la libertad, mugido en esa voz de bajo prototeu- tn repleto de cerveza. Adems, no exista ni una sola investigacin de ciencia crtica en que se juzgase con cierta imparcialidad la vida y la obra del rey de Prusia, ni poda tampoco haberla, no siendo accesibles todava, como no lo eran, las fuentes ms importantes y decisivas para su estudio. La figura de Federico el Grande apareca envuelta en la fama de un racionalismo que desencadenaba los odios de unos y la admiracin de otros.

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  • En realidad, Kppen proponase volver a impulsar, con su obra, el racionalismo del siglo x v m ; Ruge deca de Bauer, Koppen y Marx que su caracterstica era empalmar con el racionalismo burgus, escribiendo, como nuevo partido filosfico de la Montaa, el m ene mene tekel upharsin en el cielo tormentoso de Alemania. Koppen rebata las necias declamaciones contra la filosofa del siglo xvm y afirmaba que era mucho lo que se deba a los racionalistas alemanes, con toda su pesadez; que su nica tacha era no haber sido bastante racionalistas. Koppen lanzaba este reproche ante todo a los devotos incondicionales de Hegel, a aquellos cenobitas del concepto, a los viejos bramanes de la lgica, que, sentados en cuclillas sin que nada turbase su descanso eterno., se pasaban la vida leyendo con montono sonsonete nasal, una vez y otra, los tres sagrados Vedas, sin alzar la vista ms que de tarde en tarde para echar una sensual mirada al mundo danzarn de las bayaderas. No es extrao que Varnhagen, desde el rgano de los hegelianos viejos, repudiase el libro de Koppen por asqueroso y repugnante; sentase especialmente aludido, sin duda, en aquellas rudas palabras en que Koppen hablaba de las ranas de charca, aquellos gusanos sin religin, sm patria, sin convicciones, sin conciencia, sin corazn, sin fro ni calor, sin alegras ni dolores, sin amores ni odios, sin Dios y sin diablo, aquellas almas mseras que rondaban a las puertas del infierno, sin mritos siquiera para entrar en l.

    Koppen no ensalzaba en el gran rey ms que al gran filsofo, Pero, al hacerlo, incurra en un desliz mucho mayor del que, aun dentro de los conocimientos de la poca, poda tolerarse. Escriba: Federico no tena, como Kant, una doble razn, una razn terica que se alzaba con bastante sinceridad y valenta a decir sus escrpulos y sus dudas y sus negaciones, y una razn prctica, tutelar, funcionara pblica, encargada de corregir todos los entuertos y de disculpar todas las muchachadas en que aqulla incurra. Slo un estudiante en ciernes, inseguro de lo que dice, podra sostener que la razn filosfica-terica de Kant se le antojaba demasiado trascendente a la razn prctica del rey, y que el viejo Federico se olvidaba con harta frecuencia del solitario de Sanssouci. Jams desapareci en l el filsofo detrs del rey. Cualquiera que hoy se atreviese a repetir esta afirmacin se ganara, aun entre los historiadores prusianos, el reproche de estudiante en ciernes poco seguro de lo que dice. Pero no hace falta llegar a estos tiem pos; ya en 1840 era un poco exagerado postergar la obra racionalista que llena la vida de un Kant a los chistes ms o menos racionalizadores de aquel dspota prusiano con los ingenios franceses que se prestaban a servirle de bufones palatinos.

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  • Todo esto no revela ms que la indigencia singular y el gran vaco de la vida berlinesa, fatal para los neohegelianos arraigados all. Y era natural que estos peligros se destacasen ms que en nadie en el propio Kppen, el que a la postre antes haba de reaccionar contra ellos, y que se acusasen sobre todo en una obra polmica escrita con el corazn. A Berln le faltaba an el fuerte espinazo que la industria, ya bastante desarrollada, daba en el Rin a la conciencia burguesa de s propia; la capital prusiana, en cuanto se vio apuntar prcticamente el combate de la poca, no slo quedaba por debajo de Colonia, sino de Leipzig e incluso de Ko- nigsberga. Se creen terriblemente libres escriba Walesrode, un prusiano oriental, hablando de los berlineses de la poca por pasarse el da sentados en el caf derrochando ingenio sobre los ciervos, el granizo, el rey, los sucesos del da, etc., etc., a la manera de los desocupados plantados en la esquina y en el mismo y consabido tono. Berln no era, por el momento, ms que una corte y vida militar, cuya poblacin pequeoburguesa se vengaba con murmuraciones malignas y mezquinas del servilismo cobarde que en pblico testimoniaba a los carruajes y cortejos palatinos. El verdadero hogar de esta oposicin era el saln murmuratorio de aquel Varnhagen que se santiguaba slo con or hablar del racionalismo fridericiano a la manera como lo entenda Kppen.

    No hay ninguna razn para dudar que el joven Marx compartiese las ideas de aquella obra en que su nombre sali honrado por vez primera a la publicidad. Llevaba con su autor ntimas relaciones y se asimil no poco del estilo de escritor de su viejo camarada. Siempre conservaron una buena amistad, aunque sus caminos en la vida se separasen rpidamente; al volver de visita a Berln, unos veinte aos despus, Marx encontr en Kppen al de siempre, y pas con l unas cuantas horas gozosas y lmpidas. Poco despus, en 1863, mora su amigo.

    3. La filosofa de la propia conciencia.

    Pero el verdadero je fe de los neohegelianos de Berln no era Kppen, sino Bruno Bauer. Cuando ms fervorosamente se le consagr como discpulo legtimo y maestro fue cuando, con un gesto de soberbia especulativa, se alz contra la Vida de Jess del suavo, provocando una ruda rplica de Strauss. Altenstein, ministro de Instruccin de Prusia extendi su mano protectora sobre aquella estrella henchida de esperanzas que empezaba a lanzarse en el firmamento.

    Mas, a pesar de esto, Bruno Bauer no era ningn arribista, y Strauss no se acreditaba de buen profeta cuando pronosticaba que

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  • acabara tomando tierra en el escolasticismo fosilizado del cabecilla ortodoxo Hengstenberg. Lejos de eso, Bauer, en el verano de 1839, hubo de reir un duelo literario con este personaje, obstinado en erigir en Dios del cristianismo aquel Dios colrico y vengativo del Antiguo Testamento, duelo que, aun sin salirse de los lmites de una polmica de tipo acadmico, bast para que el senil y asustadsimo Altenstein sustrajese a su pupilo a las miradas recelosas de la tan vengativa como ortodoxa escuela. En el otoo de 1839, mand a Bruno Bauer a la Universidad de Bona, como docente libre por el momento, pero con la intencin de nombrarle cuanto antes profesor en propiedad.

    Mas ya por entonces haba tomado Bruno Bauer, como revelan sobre todo sus cartas a Marx, un rumbo intelectual que haba de remontarle por encima de Strauss. Inici una crtica de los Evangelios que le llev a limpiar los ltimos escombros que Strauss haba dejado en pie. Bruno Bauer demostr, en efecto, que en los Evangelios no se contena ni un tomo de verdad histrica, que todo en ellos era obra de la inventiva potica de los evangelistas; y demostr, asimismo, que la religin cristiana, religin secular de la antigedad, no le haba sido impuesta, como se pensaba, al mundo greco-romano, sino que era el ms genuino producto de-este mundo. De este modo, abra la senda nica por la que podan investigarse cientficamente los orgenes del cristianismo. Se comprende perfectamente que ese telogo palaciego, de moda y de saln, llamado Harnack, especializado en recomponer los Evangelios en inters de las clases gobernantes, dijese no hace mucho, en tono insultante, que el camino iniciado por Bruno Bauer era una tontera.

    Cuando estas ideas comenzaron a madurar en el espritu de Bauer, era Carlos Marx su inseparable camarada, en quien aqul vea, a pesar de ser nueve aos ms joven que l, el aliado ms capaz. Apenas haba tenido tiempo para establecerse en Bona, cuando ya intentaba llevarse consigo a Marx, hacindole llamamientos llenos de nostalgia. Un club profesoral de Bona, decale, era filis- tesmo puro comparado con el club doctoral de Berln, en el que soplaba siempre, a pesar de todo, un inters intelectual; y le deca que aunque en Bona se rea mucho, no haba vuelto a rerse nunca con tantas ganas como en aquellos das de Berln, con slo atravesar la calle con l. Aconsejbale que acabase de una vez con el despreciable examen para el que fuera de Aristteles, Spinoza y Leibniz, no haba nada en el mundo, y que no siguiese consagrando tanto tiempo y tanta paciencia a aquella farsa absurda. Aada que con los filsofos de Bona no iba a serle difcil lidiar, pero que crea inaplazable la publicacin de aquella revista radical

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  • que ambos haban de dirigir. Que no haba manera de seguir soportando las murmuraciones y charlataneras berlinesas, ni la languidez de los Anales de H alle; que Ruge le daba pena, pero por qu no acababa de matar el gusano en su peridico?

    Aunque estas cartas tengan a veces un tono revolucionario, conviene advertir que slo se trataba de una revolucin filosfica, para la que Bauer contaba ms con la ayuda que con la oposicin del Poder pblico. Acababa casi de escribirle a Marx, en diciembre de 1839, que Prusia pareca destinada a no avanzar ms que por medio de una nueva batalla de lena, batalla que sin duda no habra de librarse, por fuerza, en un campo sembrado de cadveres, cuando, pocos meses despus muertos ya, casi a un tiempo, su protector Altenstein y el viejo re y , conjuraba a la suprema idea del Estado prusiano, al espritu familiar de la dinasta de los Hohenzollerri, que desde haca cuatro siglos haba puesto sus mejores fuerzas en esa empresa, a reglamentar las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Bauer afirmaba que la ciencia no se cansara de defender la idea del Estado contra las intromisiones de la Iglesia, y aunque el Estado se equivocase alguna que otra vez y se mostrase receloso con la ciencia, acudiendo contra ella a medidas de fuerza, estaba demasiado consustanciado con la razn, para que sus equivocaciones fuesen duraderas. El nuevo rey agradeci el homenaje nombrando para ocupar la vacante de Altenstein al reaccionario ortodoxo Eichhorn, el cual se apresur a sacrificar a las intromisiones de la Iglesia la libertad de la ciencia, all donde sta apareca ms entroncada con la idea del Estado: en la libertad de ctedra.

    La inconsistencia poltica de Bauer daba quince y raya a la de Koppen, pues ste poda equivocarse respecto a un Hohenzollern determinado y concreto, cuya talla descollaba por sobre el resto de la familia, pero nunca en lo tocante al espritu familiar de la dinasta. Koppen no se haba adentrado como Bauer, ni mucho menos, en la ideologa hegeliana. Pero no debe perderse de vista que la miopa poltica de Bauer no era otra cosa que el reverso de su agudeza de visin filosfica. Haba descubierto en los Evangelios el precipitado espiritual de la poca en que se crearon, y esto llevbale a pensar, con bastante lgica, desde un punto de vista puramente ideolgico, que si la religin cristiana, con su turbia fermentacin de filosofa greco-romana haba conseguido superar la cultura antigua, a la crtica libre y clara de la dialctica moderna le haba de ser mucho ms fcil sacudir la pesadilla de la cultura cristiano-germnica.

    Qu era lo que le infunda esta imponente seguridad? La filosofa de la propia conciencia. Bajo este nombre se haban agru-

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    3 - MARX

  • pado en la antigedad las escuelas filosficas griegas que brotaron de la decadencia nacional de Grecia y contribuyeron ms que ninguna otra a fecundar la religin cristiana: los escpticos, los epicreos y los estoicos. En punto a hondura especulativa; no podan competir con Platn, ni compararse con Aristteles en saber universal; Hegel los haba tratado con bastante desdn. Su meta comn era hacer al hombre individual, separado por un terrible cataclismo de cuanto hasta entonces le haba vinculado y sostenido, independiente de todo lo exterior a l, retrotrayndole a su vida interior, llevndole a buscar su dicha en la paz del espritu y del nimo, asilo inconmovible aunque el mundo se derrumbase.

    Pero, al encontrarse solo entre las ruinas de un mundo derruido, este yo agotado razonaba Bauer haba sentido miedo de s mismo y de su suprema potencia, y este miedo habale llevado a enajenar y ceder la conciencia de s propio, erigiendo lo que era su propio poder universal como un poder ajeno y superior: el del soberano universal de Roma, del que irradiaban todos los derechos y que llevaba en sus labios la cifra de la vida y la m uerte: el Seor de los Evangelios, que con el solo hlito de su boca subyugaba las rebeldas de la naturaleza o abata a sus enemigos y que ya se anunciaba sobre la tierra como Seor y juez del m undo; en l, la conciencia del hombre se haba creado un hermano, enemigo sin duda, mas no por ello menos hermano. La humanidad continuaba razonando Bauer haba sido educada en la esclavitud de la religin cristiana, para de este modo preparar ms concienzudamente el advenimiento de la libertad y abrazarla con tanta o mayor fuerza cuando por fin ese da llegase: la propia conciencia del hombre, al recobrar la conciencia de s misma, comprendindose y ahondando en las races de su ser, recobrara un poder infinito sobre todos los frutos de su renunciamiento.

    Si prescindimos del ropaje del lenguaje filosfico de la poca, veremos de un modo bastante sencillo y claro qu era lo que encadenaba a Bauer, a Kppen y a Marx a aquella filosofa griega de la propia conciencia. En el fondo, era el mismo nexo que los una a la era del racionalismo burgus. Las viejas escuelas griegas cultivadoras de aquella idea estaban muy lejos de ostentar representantes tan geniales como los que en Demcrito y Herclito poda ostentar la antigua escuela de los filsofos de la naturaleza o las que en Platn y Aristteles haba de revelar ms tarde la filosofa de los conceptos; pero no obstante, haban dejado una huella bastante profunda en la historia. Haban abierto al espritu humano nuevas perspectivas, rompiendo las fronteras nacionales del helenismo y las fronteras sociales de la esclavitud, en que- todava se movieran Platn y Aristteles; haban fecundado de un modo

  • decisivo el cristianismo primitivo, la religin de los dolientes y los oprimidos, que en mano de Platn y Aristteles se trocaba en la Iglesia explotadora y opresora de los dominadores. Y aunque He- gel se expresase en trminos bastante desdeosos acerca de esta filosofa de la propia conciencia, no por ello dejaba de poner de relieve todo lo que la libertad interior del sujeto haba representado para la dicha del hombre en medio de aquel gran infortunio del Imperio romano, en que el puo de hierro arrebataba al espritu individual todo lo noble y todo lo bello. Los racionalistas burgueses del siglo xvm haban movilizado tambin, al servicio de su idea, a la filosofa griega de la propia conciencia: la duda de los escpticos, el atesmo de los epicreos, la conviccin republicana de los estoicos.

    Koppen haca resonar esta misma nota cuando, en su obra sobre el hroe del racionalismo cuyo culto abrazaba, Federico el Grande, deca: El epicureismo, el estoicismo y el escepticismo son las fibras nerviosas y las entraas del organismo antiguo cuya unidad natural y directa determinara la belleza y la tica de la antigedad y que, al morir sta, se desperdigaron. Federico el Grande supo asimilarse y practicar con una fuerza maravillosa estas tres virtudes, que son otros tantos momentos capitales de su ideario, de su carcter y de su vida. Marx atribua una profunda importancia, por lo menos, a lo que Koppen dice en estas lneas acerca de la sntesis o unidad orgnica de los tres sistemas con la vida griega.

    Pero Marx, a quien este problema interesaba tanto por lo menos como a sus amigos, lo atacaba de otro modo. l no buscaba la propia conciencia del hombre como suprema y nica divinidad ni en el espejo cncavo y deformador de la religin ni en los ocios filosficos de un dspota, sino remontndose hasta las fuentes histricas de esta filosofa, cuyo sistema era tambin para l la clave de la verdadera historia del espritu helnico.

    4. La tesis doctoral

    Cuando Bruno Bauer, en otoo de 1839, insista sobre Marx para que terminase de una vez el despreciable examen, no dejaba de asistirle cierta razn, pues ya llevaba cursados ocho semestres. Pero no es que supusiese en l miedo al examen, en el ms deplorable sentido de esta palabra, pues de ser as no le hubiese Incitado a lanzarse de sopetn contra los profesores de filosofa de Bona.

    El carcter de Marx y su afn acuciante e insaciable de saber, que le impulsaba a atacar apresuradamente los problemas ms di

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  • fciles, unido a aquel espritu crtico inexorable que le impeda resolverlos atropelladamente, imprima ya entonces, como haba de imprimir a lo largo de su vida, un ritmo de lentitud a sus trabajos. Fiel a esta manera de ser, tuvo que hundirse, antes de comenzar a escribir, en las simas ms profundas de la filosofa griega ; adems, la exposicin de aquellos tres sistemas de conciencia no era materia que pudiera despacharse en un par de semestres. Bauer, que produca con una rapidez asombrosa, demasiado asombrosa, no poda comprender la lentitud con que Marx trabajaba, y se impacientaba ms todava de lo que, andando el tiempo, haba de impacientarse alguna que otra vez Federico Engels, cuando Marx no encontraba medida ni tope para su afn crtico.

    Adems, el despreciable examen tena su pro y su contra, que Bauer no vea, pero que vea Marx. ste habase decidido, ya en vida de su padre, por la carrera acadmica, sin que por ello se esfumase totalmente, all en el fondo, la idea de abrazar una profesin prctica. Ahora, despus de muerto Altenstein, comenzaba a desaparecer el mayor encanto de la carrera universitaria, el nico que compensaba sus muchos inconvenientes: la relativa libertad que se reconoca a las enseanzas de ctedra. Y Bauer no se cansaba de describir, bastante pintorescamente, desde su puesto de Bona, lo deplorable que era aquel mundo de las pelucas acadmicas.

    Pronto el propio Bauer haba de tener ocasin de ver por s mismo que las prerrogativas de investigacin cientfica de un profesor prusiano tenan tambin sus lmites. Al morir Altenstein, en mayo de 1840, qued encargado del ministerio, durante varios meses, el director general Ladenberg, que fue lo bastante piadoso para con la memoria de su difunto jefe para no olvidarse de la promesa hecha por ste de confirmar a Bauer con carcter definitivo en su ctedra de Bona. Pero, apenas sentarse Eichhorn en la poltrona ministerial, la facultad teolgica de Bona, a la que Bauer perteneca, se opuso a su confirmacin con el pretexto de que perturbara la cohesin de la Facultad, con ese herosmo admirable que despliegan los profesores alemanes cuando estn seguros de interpretar los recnditos deseos de sus superiores jerrquicos.

    Bauer supo la decisin tomada cuando se dispona a regresar a Bona despus de las vacaciones de otoo, que haba pasado en Berln. En el cenculo de amigos se deliber acerca de si no deba darse ya como realidad una ruptura insoldable entre las tendencias religiosas y las cientficas, ruptura que incapacitaba a quien abrazase las segundas para seguir perteneciendo, en conciencia, a la Facultad teolgica. Pero Bauer, obstinado siempre en su opinin optimista del Estado prusiano, no quiso ceder, ni acept tampoco

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  • la propuesta oficiosa que se le hizo de dedicarse a sus tareas de escritor, para lo cual contara con la ayuda financiera del Estado.

    Retorn, lleno de ardor combativo a Bona, donde confiaba en provocar la crisis y hacerla culminar, en unin de Marx, que habra de seguirle de all a poco.

    El plan de una revista radical editada por ambos, segua en pie, pero Marx no poda cifrar ya grandes esperanzas en la carrera acadmica que se le abra en la Universidad renana. Como amigo y cmplice de Bauer tena que dar por descontada, desde el primer momento, una acogida hostil por parte de las comadres profesionales de Bona, y nada estaba ms lejos de su nimo que insinuarse zalameramente a Eichhorn o a Ladenberg, como Bauer le aconsejaba, en la esperanza, perfectamente infundada por otra parte, de que una vez en Bona, todo se arreglara. En cuestiones de estas, Marx mostraba siempre un gran rigor. Pero aunque se hubiese prestado a dejarse ir por este camino resbaladizo, puede asegurarse con toda certeza que no habra conseguido nada. Eichhorn haba de demostrar en seguida quin era y cmo pensaba. Trajo a la Universidad de Berln al viejo Schelling, que se haba hecho creyente en la revelacin^ para dar con l, por si todava hiciera falta, el golpe de muerte a aquel tropel senil de hegelianos fosilizados y castig a los estudiantes de la Universidad de Halle, que en un respetuoso memorial dirigido al rey, como rector honorario suyo, se permitieron pedir que se diese una ctedra a Strauss en aquella Universidad.

    Ante perspectivas tan poco alentadoras, Marx, con sus ideas neo- hegelianas, no tena ms remedio que renunciar al examen prusiano para el profesorado. Pero, aunque decidido a no dejarse maltratar por los fciles cmplices de un Eichhorn, no por ello se retir de la lucha. Todo lo contrario. Decidi doctorarse en una pequea Universidad y publicar luego la tesis doctoral como testimonio de sus dotes y de sU capacidad de trabajo, acompaada de un prlogo retadoramente audaz, para luego instalarse en Bona y editar all con Bauer, la proyectada revista. Adems, la Universidad no podra cerrarle tampoco sus puertas, por mucho que quisiese; por lo menos, segn sus Estatutos, no tena, como doctor promotus de una Universidad extranjera, ms que llenar unos cuantos trmites formales para que se le permitiese profesar desde la ctedra enseanzas libres.

    Marx llev a trmino estos planes. El 15 de abril de 1841 recibi la investidura de doctor por la Universidad de lena, sin su presencia personal, previa presentacin de una tesis que versaba sobre el tema de las diferencias entre la filosofa de la naturaleza en Demcrito y en Epicuro. No era ms que un fragmento de aquella

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  • obra magna en que se propona estudiar, en su totalidad, el ciclo de la filosofa epicrea, estoica y escptica, ponindolo en relacin con toda la filosofa griega. Por el momento, se limitaba a exponer sobre un ejemplo aquellas relaciones, circunscribindose adems a la filosofa primitiva.

    Entre los antiguos filsofos griegos de la naturaleza, Demcrito era el que con ms rigor lgico haba desarrollado el materialismo. De la nada no sale nada; nada de cuanto existe puede ser destruido. Toda transformacin no es ms que una unin y separacin de partes. Nada acaece casualmente, sino respondiendo a un fundamento y con una ley de necesidad. Nada existe fuera de los tomos y del vaco del espacio; todo lo dems es slo figuracin. Los tomos son infinitos en nmero y de una variedad infinita de formas. Arrastrados eternamente por un movimiento de cada en el espacio infinito, los grandes, que ruedan con velocidad mayor, se precipitan sobre los pequeos; y los movimientos laterales y los torbellinos que esto produce son el comienzo de la creacin del mundo. Infinitos mundos se forman y tornan a desaparecer, simultnea y sucesivamente.

    Epicuro hizo suya esta concepcin de la naturaleza de Demcrito, pero introduciendo en ella ciertas alteraciones. La ms clebre de todas consista en la llamada declinacin de los tom os; Epicuro afirmaba que los tomos declinaban en su ca da; es decir, que no caan en lnea recta, sino desvindose un poco de la perpendicular. Esta imposibilidad fsica le haba valido las burlas de muchos de sus comentadores, desde Cicern y Plutarco hasta Leib- niz y K ant: todos se mofaban de l, sin ver en esta figura ms que al discpulo desfigurador de las doctrinas del maestro. A l lado de esta corriente, discurra otra para quien la filosofa de Epicuro era el sistema materialista ms acabado de la antigedad, debido a la circunstancia de haber llegado a nosotros en la poesa erudita de Lucrecio, a diferencia de la filosofa de Demcrito, de la que slo se conservaban unos cuantos fragmentos insignificantes, arrancados a la tormenta de los siglos. Aquel mismo Kant que daba de lado a la declinacin de los tomos como una descarada invencin, vea en Epicuro, a pesar de todo, el filsofo ms destacado de los sentidos, por oposicin a Platn, el ms destacado filsofo del intelecto.

    Marx, por su parte, no entra a discutir en modo alguno la equivocacin fsica de E picuro; antes bien, reconoce su inmensa impericia en la explicacin de fenmenos fsicos, haciendo ver que para Epicuro la perfeccin de los sentidos es la nica piedra de toque de la verdad, y si los sentidos le decan que el sol no .tena ms que dos pies de dimetro, no le reconoca otra magnitud. Pero

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  • Marx no se contentaba con despachar estas torpezas manifiestas dndoles un ttulo honorfico cualquiera, sino que aspiraba a indagar la razn filosfica que andaba detrs de aquella sinrazn fsica. Y procedi ajustndose a aquella hermosa frase suya estampada en una de las notas de la tesis, en honor de su maestro He- gel, a saber: que la escuela de un filsofo que incurriese en una acomodacin, no deba proponerse por cometido recelar del maestro acomodaticio, sino explicar su acomodacin por las imperfecciones del principio que la inspira o debe inspirarla, convirtiendo de este modo en un progreso de la ciencia lo que se quiere hacer pasar por un progreso de la conciencia.

    Lo que para Demcrito era el fin, no era, para Epicuro, ms que el medio para este fin. No se trataba, para l, de conocer la naturaleza, sino de formarse una visin de la naturaleza que su sistema filosfico pudiese apoyar. Si la filosofa de la propia conciencia, tal como la formara la antigedad, se haba escindido en tres escuelas, los epicreos representaban, segn Hegel, la autocon- ciencia abstracto-individual, mientras que los estoicos daban expresin a la abstracto-general, ambos como dogmatismos unilaterales, frente a los cuales tena que alzarse inmediatamente, por su misma unilateralidad, el escepticismo. Un historiador moderno de la filosofa griega ha expresado esta misma concatenacin del modo siguiente: en el estoicismo y el epicureismo se enfrentaban irreconciliablemente el lado individual y el lado general del espritu subjetivo, el aislamiento atmico del individuo y su entrega pantestica al todo, con idnticas pretensiones, y esta contradiccin vena a cancelarse en el campo neutral del escepticismo.

    Pese a su meta comn, entre los epicreos y los estoicos mediaban grandes diferencias, informadas por su distinto punto de partida. La entrega al todo converta a los estoicos, filosficamente, en deterministas, para quienes la necesidad de cuanto acaeca comprendase por s misma, y polticamente en decididos republicanos, mientras que en el terreno religioso no acertaban a emanciparse de un misticismo servil y supersticioso. Se acogan a Herclito, en (|uien la entrega al todo haba adoptado la forma de la ms brusca autoconciencia y con quien, por lo dems, procedan con el mismo desembarazo que los epicreos con Demcrito. Estos, en cambio, llevados de su principio del individuo aislado, veanse convertidos filosficamente en indeterministas, que profesaban el libre arbitrio de cada hombre individualmente, y en lo poltico en mrtires pacientes el apotegma bblico : someteos a la autoridad que tiene poder sobre vosotros, es un legado de Epicuro ; en cambio, los libertaba de todas las ligaduras de la religin.

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  • En una serie de agudas investigaciones, Marx expone cmo se explica la diferencia entre la filosofa de la naturaleza en Dem- crito y en Epicuro. Para Demcrito, se trata tan slo de la existencia material del tom o; en cambio, Epicuro pone de relieve el concepto del tomo al lado de su realidad, la forma al lado de la m ateria; no le basta la existencia; investiga tambin la esencia, y no ve en el tomo solamente la base material del mundo de los fenmenos, sino que ve tambin el smbolo del individuo aislado, el principio formal de la propia conciencia individual y abstracta.Y si Demcrito deduca de la cada perpendicular de los tomos la necesidad de cuanto acaeca, Epicuro los desviaba un poco de la lnea recta, pues dnde quedaba si no como en su poesa didctica dice Lucrecio, el ms autorizado intrprete de la filosofa epicrea el libre arbitrio, la voluntad arrancada a los hados de ios seres vivos? Esta contradiccin entre el tomo como fenmeno y como esencia se nos revela a travs de toda la filosofa de Epicuro y la arrastra a aquella explicacin ilimitadamente arbitraria de los fenmenos fsicos que ya fuera objeto de burla en los tiempos antiguos. Slo en los cuerpos celestes se resuelven las contradicciones todas de la filosofa epicrea de la naturaleza, pero contra su existencia general y eterna se estrella tambin el principio de la autoconciencia abstracta e individual. ste principio no tiene ms remedio que abandonar todo disfraz y toda envoltura, y Epicuro, el ms grande racionalista griego, como Marx le llama, lucha contra la religin, que con su mirada amenazadora atemoriza desde lo alto del cielo a los mortales.

    Ya en su obra primeriza se nos revela Marx como espritu original y creador, aun cuando y precisamente por ello tengamos que discutir en ciertos respectos su interpretacin de Epicuro. Pero de lo nico de que podemos protestar es de que Marx, llevando a sus ltimas consecuencias lgicas con gran agudeza, el principio fundamental de Epicuro, llegase a conclusiones ms claras que su propio autor. Hegel haba llamado a la filosofa epicrea la vaciedad en principio, y es posible que su autor, que, como autodidacta que era, daba gran importancia al lenguaje llano de la vida, no fundamentase sus principios en el ropaje especulativo de la filosofa hegeliana con que Marx lo explica y comenta. Con este estudio, el discpulo de Hegel se extiende a s mismo el cer tificado de mayora de edad: su pulso firme domina el mtodo dialctico, y el lenguaje acredita esa fuerza medular de expresin que haba tenido, a pesar de todo, el maestro, pero que haca mucho tiempo que no se vea en el squito de sus discpulos.

    Y sin embargo, en estas pginas Marx sigue mantenindose todava de lleno en el terreno idealista de la filosofa hegeliana. Lo

  • que al lector actual ms choca, a primera vista, es el juicio desfavorable que formula sobre Demcrito. Dice de l que no hizo ms que aventurar una hiptesis que era el resultado de la experiencia, pero no su principio energtico, una hiptesis que no cobra realidad ni informa la investigacin real de la naturaleza. En cambio, ensalza a Epicuro como creador de la ciencia de la atomstica, a pesar de su arbitrariedad en la explicacin de los fenmenos naturales, y a pesar de su autoconciencia abstracto-individual, que, como el propio Marx reconoce, da al traste con toda verdadera ciencia, con toda ciencia real, all donde la individualidad no impera en la naturaleza de las cosas.

    Hoy no necesita ya demostrarse que, en la medida en que rige una ciencia de la atomstica, en la medida en que la teora de las molculas elementales y de los orgenes de todos los fenmenos por su movimiento ha pasado a ser la base de la fsica moderna y nos permite explicarnos las leyes del sonido, de la luz, del calor, de las transformaciones fsicas y qumicas de las cosas, esta teora tiene por precursor a Demcrito y no a Epicuro. Pero, para el Marx de entonces, la filosofa, y, ms concretamente, la filosofa de los conceptos, era hasta tal punto la ciencia por antonomasia, que esto le llev a una concepcin que hoy apenas comprenderamos, si en ella no se revelase la esencia de su ser.

    Para l, vivir fue, siempre trabajar, y trabajar luchar. Lo que le alejaba de Demcrito era la ausencia de un principio energtico ; era, como l mismo haba de decir ms tarde, el defecto capital de todo el materialismo anterior, a saber: que el objeto, la realidad, la sensoriedad, no acertaban a captarse ms que bajo una forma corporal o intuitiva, no subjetivamente, no como prctica, no como actividad humana sensible. Por lo que Epicuro le atraa era por aquel principio energtico con el que este filsofo se alzaba contra el peso oprimente de la religin y osaba desafiarlo:

    Sin que los rayos le aterrasen, ni los gruidos de los dioses,Ni la sorda clera del cielo...

    Es maravilloso el indomable ardor combativo que llamea en el prlogo con el que Marx se propona publicar su estudio, dedicndolo a su suegro. La filosofa, mientras por su corazn absolutamente libre y domeador del mundo circule una gota de sangre, gritar siempre a sus adversarios, con Epicuro: No es ateo el que desprecia los dioses del vulgo, sino quien abraza las ideas del vulgo acerca de los dioses. La filosofa no puede silenciar la confesin de Prometeo:

    4!

  • Dicho en pocas palabras, odio a todos los dioses.

    Y a aquellos que se lamentan de que su posicin burguesa ha empeorado, replica lo que replicaba Prometeo a Hermes, servidor de los dioses:

    Jams por tu servidumbre trocara yo Mi desdichado sino, puedes estar seguro.

    Prometeo es el santo y el mrtir ms sublime del calendario filos fico : as terminaba este altanero prlogo de Marx, que hasta a su amigo Bauer infundi miedo. Pero lo que a ste se le antojaba un exceso de petulancia no era ms que la confesin sencilla y recogida del hombre que haba de ser con el tiempo, otro Prometeo, as en la lucha como en el martirio.

    5. Ancdota y Gaceta del Rin

    Apenas se haba graduado Marx de doctor, cuando los planes que se haba forjado a base de esto para su vida se vinieron a tierra, ante los nuevos desafueros de la reaccin romntica.

    En el verano de 1841, Eichhorn azuz desde el Ministerio a todas las Facultades de Teologa de Prusia, en una intriga infame contra Bruno Bauer, por su crtica, de los Evangelios; con excepcin de Halle y Konigsberga, todas ellas traicionaron el principio protestante de la libertad de ctedra, y Bauer no tuvo ms remedio que abandonar el campo. Con ello se le cerraba tambin a Marx toda perspectiva de actividad acadmica en la Universidad de Bona.

    A la par que esto ocurra, hundase tmbin el plan de sacar a luz una revista radical. El nuevo rey era partidario de la libertad de prensa, y mand preparar un decreto de censura ms suave del que rega; el nuevo decreto fue promulgado a fines del ao 1841. Pero poniendo por condicin que la libertad de prensa no se saldra por el momento, de los cuadros de su capricho romntico. Por si no estaba bastante claro todava, lo aclar ms, durante el verano de 1841, en una orden de Gabinete, por la que se conminaba a Ruge a redactar en lo sucesivo bajo la censura prusiana sus Anales, editados e impresos en Leipzig (ed. Vigahd), pues de otro modo seran retirados de la circulacin dentro del pas. Con esto, Ruge pudo ya saber a qu atenerse respecto a su libre y justiciera Prusia, y decidi trasladarse a Dresde, donde su revista reapareci el 1. de julio de 1841, con el nombre de Anales Alemanes. A partir de este momento, empez a emplear el tono enrgico que

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  • Bauer y Marx haban echado de menos en l hasta entonces, y ambos se decidieron a colaborar en su rgano, en vez de fundar una revista propia.

    Marx no lleg a publicar su tesis doctoral. La finalidad inmediata que con ello persegua no tena ya razn de se r ; y, segn indic ms tarde su autor, decidi esperar para refundirla con su estudio de conjunto sobre la filosofa epicrea, estoica y escptica, propsito de cuya ejecucin le tenan apartado una serie de ocupaciones polticas y filosficas de ndole muy diversa.

    Entre estas ocupaciones contbase, en primer trmino, la de demostrar que no slo el viejo Epicuro, sino tambin el Hegel de los viejos tiempos haba sido un ateo arquetipo. En noviembre de 1841 se public en las Prensas de Vigand un Ultimtum con este ttulo: Los trompetazos del Juicio final sobre Hegel, el ateo y el anticristo. Bajo la mscara de un autor creyente, este planfleto annimo se lamentaba en un tono de profeta bblico del atesmo de Hegel, demostrndolo de la manera ms convincente por medio de citas tomadas de sus obras. El panfleto produjo una gran sensacin, sobre todo porque nadie, ni el propio Ruge, supo ver en principio lo que haba debajo de aquella careta ortodoxa. Los Trompetazos haban salido de la pluma de Bruno Bauer, que se propona continuarlos, en colaboracin con Marx, para demostrar sobre otros aspectos de la obra de Hegel, la esttica, la filosofa del derecho, etc., que el verdadero espritu del maestro no viva en los hegelianos viejos, sino en los jvenes.

    Pero, entretanto, fueron prohibidos los Trompetazos, y el editor puso dificultades para continuar su publicacin; adems, Marx cay enfermo, y su suegro hubo de guardar tambin cama, presa de una enfermedad que le llev a la tumba despus de tres meses, el 3 de marzo de 1842. En estas condiciones, era imposible, para Marx, hacer nada derecho. No obstante, envi a Ruge una pequea colaboracin el 10 de febrero de 1842, a la par que se pona a disposicin de su revista, en cuanto sus fuerzas se lo permitiesen. El artculo de Marx versaba sobre el novsimo decreto de censura, en que el rey ordenaba mtodos ms suaves. Este artculo inicia la carrera poltica de Marx. Punto por punto, va poniendo al desnudo, con una crtica tajante, el contrasentido lgico que se ocultaba en aquel decreto bajo el ropaje de un romanticismo confuso, apartndose bruscamente de aquellos filisteos seudo- liberales, llenos de jbilo, y hasta ms de un neohegeliano que ya vea remontarse el sol en el cnit, ante las nuevas intenciones reales a que daba expresin el citado decreto.

    En la carta que acompaaba al artculo, Marx rogaba que lo publicasen cuanto antes, si es que la censura no censura mi cen

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  • sura, y sus temores no eran infundados. Ruge le contest con fecha 25 de febrero, dicindole que sobre los Anales Alemanes se haba desencadenado la. censura ms despiadada: imposible publicar su artculo. Decale tambin que con los artculos rechazados por la censura haba ido reuniendo una seleccin de cosas muy bonitas y picantes que quisiera publicar en Suiza con el ttulo de Ancdota philosophica. Marx contest el 5 de marzo dando su consentimiento entusiasta. Dado el sbito renacimiento de la censura sajona, decale que no haba que pensar en que se publicase su estudio sobre el arte cristiano, que habra de aparecer como segunda parte de los Trompetazos. En vista de esto, se la brindaba a la Ancdota modificando su redaccin, y le brindaba tambin una crtica del Derecho natural en Hegel, en lo que afectaba a la constitucin interior del pas, con la tendencia a combatir la Monarqua constitucional como algo hbrido que se contradeca y destrua a s mismo de medio a medio. Ruge se prest a publicarlo todo, pero lo nico que recibi fue el artculo contra e) decreto de censura.

    El 20 de marzo, Marx se decidi a arrancar el artculo sobre el arte cristiano a1 tono de los Trompetazos y a la gravosa servidumbre a que lo tena sujeto el estudio de Hegel, trocndolo por una exposicin mas libre y, por tanto, ms concienzuda; prometa tener listo el artculo para mediados de abril. El 27 de abril escriba diciendo que estaba casi terminado, que Ruge le perdonase unos pocos das ms, aadiendo que el artculo que mandara no sera ms que un extracto sobre el arte cristiano, pues, sin darse cuenta, se le hab ido con virtiendo entre las manos casi en un libro. El 9 de julio, Marx volva a escribir diciendo qu