Memoria del II Foro de Arqueología, Antropología e...
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Memoria del
II Foro de Arqueología, Antropología e Historia de Colima
Juan Carlos Reyes G. (ed.)
Colima, México; Gobierno del Estado de Colima, Secretaría de Cultura, 2006.
COLIMA Y LOS CENTROS DE PODER MESOAMERICANOS
Ma. Ángeles Olay Barrientos
Centro INAH Colima
El tema que nos convoca a esta reunión no sólo es
un reto magnífico sino también una suerte de provocación.
El reto deriva de la dificultad que significa para los
arqueólogos que estudiamos al Occidente mesoamericano
el romper con la idea que “el centro del poder” de hoy fue
siempre “el centro de poder” del pasado.La provocación
invita, en todo caso, a la construcción de herramientas
metodológicas con las cuales aventurar hipótesis
susceptibles de ser contrastadas con los datos
provenientes de las, afortunadamente cada vez más
abundantes, exploraciones controladas.
No traeré a cuento la tan socorrida imagen de
Occidente fabricada a través de la conocida lista de
ausencias la cual significó el que durante mucho tiempo se
2
1. Phil Weigand, “La zona transtarasca de
Mesoamérica occí-dental en vísperas de
la conquista”, Sonia Lombardo y Enrique
Nalda (coord.), Temas Mesoamericanos,
México, INAH/CNCA (Colección Obra Diversa), 1996a.
le considerara como un área marginal. Su desempeño
histórico aunado al bajo nivel de investigación que le
caracterizó hasta hace poco, dio pie a las dos principales
posiciones de interpretación con respecto a su desarrollo
cultural: por un lado la tesis de Otto Schöndube señalaba
que en la región se encontraba “la cara rural del mundo
mesoamericano” y, por el otro, Phil Weigand postulaba la
existencia de “fogones de civilización” en diversas zonas
de la región en las cuales podían encontrarse parte de las
raíces de la propia civilización mesoamericana cuyos
impulsos culturales habrían permitido el desarrollo de
sociedades complejas no sólo en el Posclásico sino,
incluso, en el Clásico y el Formativo. En el medio de estas
visiones -a las cuales posteriormente Weigand denominó
como minimalistas y maximalistas1- se encuentran autores
diversos que señalan la imposibilidad de normar con un
solo criterio la índole de las expresiones culturales
presentes en una área que vio surgir tanto al poderoso
Estado tarasco como a numerosas sociedades a las que
difícilmente se les podría aplicar el adjetivo de complejas.
No puede negarse por otro lado, que buena parte de
la dificultad de orientar la discusión se debe a la escasa o
nula información respecto a numerosos espacios de la
región, a la insuficiencia de fechamientos absolutos –
responsable de la escasa certeza cronológica de eventos-
y, en fin, al conocimiento altamente fragmentario de tan
enorme área cultural. El diagnóstico elaborado por Joseph
Mountjoy hacia 1989 (el cual por cierto no ha cambiado
tanto como pudiera pensarse), enumera las carencias que
explican el estado que guardaba la investigación
arqueológica en la región:
3
2. En Ricardo Ávila Palafox, (comp.), El
Occidente de México. Arqueología, historia, antropología. Guada-
lajara, Editorial Univer-sidad de Guadalajara, Laboratorio de Antro-
pología, (Colección Fundamentos), 1989,
pp.28-29.
En el Occidente de México nos hacen falta
estudios de superficie con mapas y con
recolección de superficie; nos hace falta un
control cronológico sobre los sitios y sus restos;
[...] la tarea más importante a realizar, para mí,
es la de registrar, elaborar mapas y conservar lo
que tenemos.
A modo de agenda Mountjoy enunció seis problemas
cuya resolución le resultaban imprescindibles como base
de una estructura destinada a construir un conocimiento
posterior relativo al pasado indígena de la región. Los
problemas eran: 1. El estudio de los restos prehistóricos,
en el entendido de que la prehistoria mesoamericana ha
sido definida como una período fundamentalmente
preagrícola. 2. Investigar el porqué de la poca presencia de
remanentes prehistóricos en el Occidente. 3. Profundizar
en el estudio del Formativo en la región, básicamente su
proceso de colonización a partir del complejo Capacha-El
Opeño. 4. Esclarecer el sistema de hegemonía cultural
representado por la tradición Aztatlan en el posclásico
temprano en el Occidente así como su papel en el Clásico
tardío a partir de la caída de Teotihuacan en el altiplano
central y el desarrollo de la tradición Posclásica tolteca. 5.
Ampliar el conocimiento de las culturas indígenas al tiempo
del contacto. 6. Estudiar el proceso de desarrollo
económico por medio de la intensificación agrícola,
artesanal y de los sistemas de extracción e intercambio de
recursos; así como de la relación que este desarrollo tuvo
con la estabilidad demográfica y la expresión religiosa en el
Occidente de México.2
A 15 años de haber sido enunciadas estas claras
4
líneas de investigación no puede negarse que la visión
sobre el Occidente mesoamericano se ha transformado
paulatinamente dejando entrever el enorme potencial
interpretativo que sus contextos arqueológicos guardan. En
estos 15 años sin embargo, hemos sido testigos de su
rápida destrucción a partir del incesante crecimiento
demográfico del país y de la expansión de sus zonas
urbanas. Esta variable ha permitido, sin duda de manera
paradójica, la posibilidad de explorar sitios y contextos que
al ser sujetos de rescates y salvamentos arqueológicos,
han propiciado la recuperación de datos cuya aleatoriedad
difícilmente hubiera sido lograda desde una investigación
arqueológica ortodoxa.
En el caso que nos ocupa, Colima, y de manera
específica, su valle, la información que se ha recuperado
da cuenta de elementos que pueden inscribirse en por lo
menos en 3 de los problemas enunciados por Mountjoy:
ampliar el conocimiento sobre el Formativo temprano a
través de la exploración de un mayor número de contextos
Capacha; bordar sobre cómo se presenta el sistema de
hegemonía Aztatlan en la región y recuperar indicios
referentes a los proceso de intensificación agrícola,
artesanal y de los sistemas de extracción e intercambio de
recursos.
El profundizar sobre cada uno de estos temas, sin
embargo, nos enfrenta a una suerte de asincronía temporal
respecto al momento en el cual los fenómenos enunciados
se manifiestan en otras regiones. Esto es, lo Capacha es
mucho más temprano en el valle de Colima que en otros
valles de Jalisco o Sinaloa; lo Aztatlan por otro lado
muestra un origen temprano en Nayarit y tardío en Colima;
5
a la vez los referentes de intensificación artesanal y de los
sistemas de extracción e intercambio de recursos suele
presentar etapas de auge y decadencia no sólo en Colima
sino a todo lo largo y ancho del desarrollo cultural en
Occidente. De algún modo, estos parámetros lo que hacen
es plantearnos preguntas relativas a la existencia de
centros de creación (innovación cultural) y fenómenos de
difusión. La definición y ubicación de estos lugares ha
llevado a numerosos investigadores a realizar proyectos de
largo aliento destinados a dilucidar las trayectorias
culturales de ciertas regiones, aquéllas que conjuntan en sí
mismas una serie de elementos que las hicieron altamente
propicias al desarrollo social.
Esta visión se encontró altamente influenciada por
una interpretación evolucionista unilineal en la cual los
grupos humanos involucrados debían seguir las mismas
pautas de desarrollo. Si tomamos en consideración que el
estudio del valle de México fue tomado como el ejemplo
típico de una región mesoamericana, queda clara la razón
por la cual se buscaron aquellos rasgos que definían cada
uno de los horizontes en los cuales fueron organizado
aquéllos eventos que definieron la etapa de las aldeas (el
Formativo o Preclásico); el fenómeno urbano y la
proliferación de los denominados “centros ceremoniales”
(el Clásico) así como el arribo del militarismo y la
expansión de “imperios” al estilo de Tula y Tenochtitlan (el
Posclásico).
No debe soslayarse que la utilización del
evolucionismo unilineal como una herramienta heurística
impulsó de manera sólida el estudio de la organización
social de nuestras sociedades prehispánicas. Diversos
6
3. Adolph F. Bande-lier, en Jaime Labas-tida (ed), México An-tiguo, México, Siglo
XXI, Concaculta, INAH, 2003.
4. Pedro Carrasco, “Introducción”,Jesús
Monjarás, Rosa Bram-bila y Emma Pérez
Rocha (Recopilado-res), Mesoamérica y el centro de México, Mé-xico, INAH, (Colección
Biblioteca del INAH), 1989, p. 11.
5. Manuel M. Moreno, La organización polí-
tica y social de los az-tecas, México, UNAM,
1962.
autores reconocen en la obra de Adolph F. Bandelier
(1877)3 los primeros intentos por explicar la índole de la
organización social existente entre los aztecas en la etapa
previa a la llegada del conquistador español. Bandelier,
utilizando el esquema de Morgan, los clasificó en el nivel
superior de la barbarie, toda vez que concluyó que su
estructura social ostentaba una base gentilicia y un sistema
político de democracia militar. La piedra angular de este
sistema era el calpulli, identificado como un clan con
propiedad comunal de la tierra. Este autor concluyó que las
sociedades del México antiguo se ubicaron en el nivel de
sociedades organizadas con base en el parentesco y no en
el nivel de civilización en donde existe el Estado, las clases
sociales y la propiedad privada.4 Fue Manuel M. Moreno,
un abogado apasionado de la historia mexicana, quien
llevó a cabo una crítica a esta interpretación y propuso a la
vez la hipótesis relativa a la existencia de clases sociales
en un sistema político estructurado como una oligarquía
teocrática militar.5
Si bien el conocimiento sobre el tema fue creciendo
gracias a un puntual estudio de las fuentes históricas
impulsado por personajes como Alfonso Caso y Wigberto
Jiménez Moreno, fue Paul Kirchhoff el que introdujo una
suerte de revisión de las ideas de Morgan y Engels a
través de un marxismo crítico en el cual tuvo un peso
significativo Karl Wittfogel y su extensa obra relativa al
despotismo oriental. En esta discusión no puede eludirse el
impacto de las ideas de Pedro Armillas con relación al
concepto de formación económica social como una
herramienta para comprender el desarrollo evolutivo
mesoamericano a partir del esclarecimiento de las bases
7
6. Pedro Carrasco, op. cit. p.15.
7. Lawrence Krader, “Reflexiones sobre el modo de producción asiático”, en Susana
Glantz (comp.), La heterodoxia recupera-
da en torno a Ángel Palerm, México, Fondo
de Cultura Económi-ca, 1987, pp. 119-125.
8. Maurice Godelier, Sobre el modo de pro-ducción asiático, Bue-
nos Aires, Editorial Quintaria (Cuadernos
de informe 1), 1971, p. 28.
materiales de las sociedades prehispánicas. No puede
negarse sin embargo que los estudios más acuciosos
sobre la organización social a partir de temas como el
parentesco y la organización económica y política se
basaron fundamentalmente en trabajos etnohistóricos.6
Es claro que la mayor parte de los estudios relativos
a este tema han privilegiado a las sociedades
prehispánicas de los altiplanos centrales no sólo por su
importancia y por el papel desempeñado en el periodo
virreinal, sino precisamente por que a causa de ello, la
información disponible proviene no sólo de códices y
fuentes tempranas, sino también de la abundante
documentación administrativa generada durante la colonia.
No puede pasarse por alto además, que buena parte de la
discusión relativa al modelo que mejor pudiera explicar el
tipo de organización social existente en el México
prehispánico cruzó por la poca o mucha aplicación que
pudiera tener el concepto de modo de producción asiático.
Como se sabe el mismo fue enunciado por Carlos Marx en
escritos elaborados alrededor de 1850 así como en las
renombradas Grundrisse.7 No obstante, Marx nunca definió
con claridad el concepto, ni lo exploró o aplicó en algún
ejemplo concreto. Si bien Engels en El origen de la familia,
la propiedad privada y el Estado propuso, basándose en
los planteamientos de Morgan, un esquema de la evolución
general de la humanidad desde la sociedad sin clases
hasta la sociedad de clases, no retomó la noción de modo
de producción asiático en razón de que consideró a la
historia occidental como la fórmula típica del desarrollo
general de la humanidad.8
Para Maurice Godelier el trabajo de Engels pretendió
8
dilucidar las leyes y las relaciones de correspondencia
entre las evoluciones particulares de tres conjuntos de
estructuras: los sistemas de producción, los sistemas de
parentesco y los sistemas políticos. El asunto, como se
puede comprobar a través de la inmensa literatura
generada al respecto, es que la fórmula típica del
desarrollo general de la humanidad ha resultado
insuficiente para explicar el desarrollo social de numerosos
pueblos. Es en este tenor que el concepto modo de
producción asiático pareció el indicado para explicar a las
sociedades englobadas en el enorme espectro de los
otros, los no occidentales.
Fue claro que el interés por dilucidar las
características de la sociedad prehispánica se manifestó
en estudios sobre las estructuras enunciadas por Godelier:
el sistema productivo (tenencia de la tierra y tecnología
agrícola), el sistema de parentesco (familia, linajes,
derecho sobre la tierra, terminología de parentesco) y los
sistemas políticos (territorialidad, comercio, tributo,
aparatos represivos e ideológicos).
Con relación a los estudios arqueológicos, el modo
de producción asiático se encontró sumamente ligado al
estudio de las sociedades hidráulicas toda vez que el
control del agua habría significado el desarrollo de una elite
que necesariamente habría controlado tanto el derecho a
la misma, como organizado el trabajo inherente a su
manejo a través de infraestructura de índole diversa.
Andrés Fábregas señala al respecto, sin embargo, que el
concepto fue conjurado en la antropología mexicana de la
década de los sesenta, tanto por efectos de la escuela
reconstructiva –entre los arqueólogos-, como por el control
9
9. Andrés Fábregas, “El modo de produc-
ción asiático en la obra de Ángel Palerm”, Su-sana Glantz (comp.), La heterodoxia recu-
perada en torno a Ángel Palerm, México,
Fondo de Cultura Económica,1987,
pp.147-169.
10. Román Piña Chán, Un modelo de evolu-ción social y cultural
del México precolom-bino, México, INAH,
Monumentos Prehis-pánicos, (Serie Ar-
queología 2), 1976, p. 21.
ideológico ejercido sobre el pensamiento de una izquierda
sovietizada –entre los antropólogos.9
Como resultado de los numerosos acontecimientos y
cambios que marcaron a la antropología mexicana en la
década de los setenta, la misma constituyó una etapa en la
cual se llevó a cabo una suerte de evaluación del
conocimiento que se tenía sobre el pasado prehispánico.
Fue así que en el año de 1976 Román Piña Chán publicó
su modelo de evolución social y cultural del México
precolombino, modelo que parte del hecho de que las
sociedades mesoamericanas:
Han evolucionado de formas sencillas a formas
cada vez más complejas, sin que necesariamente
todas ellas hayan progresado igual o hayan tenido
que pasar por una serie sucesiva de formas de
desarrollo.10
A partir de asumir la diversidad cultural del área, Piña
realiza una breve síntesis de su desarrollo evolutivo:
Los primeros pobladores del territorio mexicano
fueron recolectores y cazadores nomádicos que
vivían de la recolecta o apropiación de plantas y
animales; que algunos se volvieron cazadores
especializados de animales pleistocénicos y otros
fueron recolectores especializados; que algunos
comenzaron a experimentar con el cultivo de
ciertas plantas nativas, lo cual les llevó a la
agricultura y surgieron las aldeas sedentarias,
luego los centros ceremoniales, las ciudades
urbanas y la teocracia; finalizando con la creación
de señoríos militaristas que sucumben con la
conquista española. Esta evolución brevemente
10
11. Ibidem.
12. Por comunidad en-tendemos la existencia
de una congregación de personas que viven unidas y observan cier-tas reglas; aldea es un lugar pequeño de corto vecindario o de pobla-ción reducida; pueblo
es un lugar mayor, centro o ciudad, con
población concentrada y aumento demográ-
fico; centro es el punto más concurrido de una población local y forá-
nea, donde se radica la organización adminis-trativa, política y reli-
giosa; en tanto que ciu-dad es el lugar donde
habita una gran pobla-ción, el cual tiene con-
juntos de edificios intercomunicados,
subcentros o barrios, algunos servicios públi-
cos y otros progre-sos.Por teocrático
entendemos un go-bierno ejercido por los sacerdotes; por cere-
monial queremos decir un lugar donde se lle-van a cabo los cultos religiosos, las festivi-dades y otros actos
públicos; urbano impli-ca planeación de un
pueblo o ciudad, lugar populoso y con servi-
cios públicos, edificios, plazas, mercados,
calles, etc., dentro de una traza premeditada;
por señorío entende-mos el lugar o territorio que gobierna un señor,
cacique o jefe, por lo general una jurisdic-
bosquejada, considero que se adapta bastante
bien a la dinámica cultural del México
precolombino, constituye en sí un modelo de
desarrollo sociocultural que puede ser aplicado
por la arqueología y sólo necesita ser formulado
con términos claros y precisos.11
El esquema articula dos grandes épocas, una inicial
en la cual los grupos humanos se apropian de los
alimentos y una posterior caracterizada por su producción.
La primera es la etapa más prolongada (del 20,000 al
5,000 a.C.) pero la menos conocida. La segunda se divide
en etapas las cuales definen el paso del nomadismo al
sedentarismo, de las bandas a las comunidades, aldeas,
pueblos y Estados. Estas etapas se encuentran
diferenciadas por períodos los cuales indican el tipo de
poblamiento de los grupos (cuevas, campamentos
temporales, aldeas, centros, ciudades y metrópolis).Cada
uno de los términos utilizados por Piña es descrito a través
de definiciones puntuales que denotan una carga teórica
implícita.12
El esquema estrictamente especificado por Piña fue
puesto en práctica en el proyecto México: panorama
histórico y cultural. Del nomadismo a los centros
ceremoniales publicado por el INAH hacia 1975.13 El texto
fue importante toda vez que otorgó un cuerpo teórico a la
investigación realizada desde el INAH la cual permeaba sin
duda, la interpretación oficial del México prehispánico a
través de sus espacios museográficos y de los libros de
texto de educación básica. No deja de ser revelador el
hecho de que la propuesta era, ante todo, un modelo
descriptivo. No obstante lo anterior, resalta el hecho de que
11
ción o provincia; Esta-do es un territorio
cuyos habitantes se rigen por leyes, sujeto
a un gobierno central y constituido por cabece-
ras, pueblos, centros, provincias y aún nacio-
nes; provincia es la división territorial de un
Estado, sujetas ad-ministrativamente a
una autoridad; en tanto que militarista indica el
predominio del ele-mento militar o gue-
rrero en el gobierno de una provincia o Esta-do; y por imperialista entendemos ser par-
tidario de extender por medio de la fuerza de las armas el dominio de un Estado sobre
otros pueblos, aunque el jefe de gobierno no
sea emperador”, Ibidem, pp.23-24.
13. Román Piña Chán, México: panorama his-
tórico y cultural. Del nomadismo a los cen-
tros ceremoniales, Mé-xico, Secretaría de Educación Pública, INAH, vol. VI, 1975.
14. Román Piña Chán,
“Un modelo de evolu-ción social y cultural
del México precolom-bino”, en Jesús Monja-
rás, Rosa Brambila y Emma Pérez Rocha
(recopiladores), Meso-américa y el centro de
México, México, INAH, (Colección Biblioteca
del INAH), 1989, p. 78.
Piña haya introducido una crítica al concepto de horizonte
cultural pues, señala, el desarrollo cultural mesoamericano
fue dispar y heterogéneo tanto en el espacio como en el
tiempo:
Esta evolución sociocultural así resumida no
puede ser visualizada en un cuadro cronológico-
cultural de tipo horizontal, es decir, encasillando a
las fases y períodos locales de los arqueólogos
simplemente en relación temporal y dentro de
rubros como Preclásico, Clásico y Posclásico,
pues no dan el verdadero sentido de la dinámica o
evolución de las sociedades y culturas
estudiadas.14
El concepto de horizonte fue por entonces
seriamente cuestionado por Jaime Litvak pues, si por un
lado se definió por el hallazgo sistemático -en varias
regiones- de materiales o características diagnósticas
similares, su empleo pasó de ser inductivo a deductivo al
aceptarse de facto elementos no comprobados
metodológicamente. Así, se llegó a usar el nombre de cada
horizonte para etiquetar materiales que aparecían en una
fase con otras a partir de meras comparaciones formales:
El resultado de estos procesos es claramente
imperfecto y en general no toma en cuenta
elementos tan importantes como la presencia de
sitios que son focos culturales y centros
receptores de cambio; a veces simultáneamente,
de rutas intra o interzonales; de la acción de
barreras y aceleradores y, más directamente, de
la velocidad diferencial de la transmisión
aceptación y adaptación del cambio en
12
15. Jaime Litvak King, “Los patrones de cam-
bio de estadio en el valle de Xochicalco”, Anales de Antropolo-gía, México, UNAM,
Instituto de Investiga-ciones Históricas,
1973, vol. X, pp. 93-110.
condiciones variadas tanto en estadio como en
tiempo y distancia.15
La propuesta esbozada por Litvak tenía que ver con
la dificultad que supone definir el intersticio que marca el
cambio de un horizonte a otro y que, pareciera, se sucede
de manera inmediata. Su estudio regional instrumentado
en el valle de Xochicalco le permitió percibir que a través
de valores otorgados a las cerámicas analizadas (definidas
como materiales diagnósticos), los cambios percibidos en
23 sitios mostraban comportamientos distintos ante las
transformaciones sucedidas del Preclásico al Clásico y de
éste al Posclásico.
Esta búsqueda de herramientas teóricas que le
permitieran explicar el desarrollo evolutivo de esta región le
llevó a proponer una novedosa interpretación de
Mesoamérica en virtud de que el modelo de Paul Kirchhoff
(1943) le pareció altamente descriptivo y poco analítico.
Desde su perspectiva la descripción permite sistematizar
información primaria pero el análisis permite configurar un
instrumento con poder de conclusión.
Algunos autores han trascendido esta etapa
llegando a formular modelos más penetrantes [….]
posiblemente la más importante, antes de la
estandarización del término Mesoamérica, haya
sido la de Kroeber (1939) quien después de llegar
a estudiar una serie de características de las
culturas indígenas de Norteamérica, llegó a
establecer un valor, que llamó intensidad cultural
que, al aplicarse al mapa de regiones naturales,
da para México central y sur, una serie de
subdivisiones que, en su conjunto, se asemejan a
13
16. Jaime Litvak King, “Sobre una definición
de Mesoamérica”, Anales de Antropo-
logía, México, UNAM, Instituto de Investi-gaciones Antropo-
lógicas, 1975, vol. XII, pp.171-198.
17. Wendell C. Benn-ett, “The Peruvian co-
tradition”, American Antiquity 13, núm 4,
1948.
18. Wigberto Jiménez Moreno, Historia Anti-gua de México, Méxi-
co, Sociedad de Alum-nos de la Escuela Na-cional de Antropología
e Historia, 1956.
19. Kent V. Flannery, “Archaeological
systems theory and early Mesoamerica”,
Mesoamérica como es definida comúnmente. Es
interesante observar que el Occidente de
México no entra, con las demás regiones, en
esta área de alta intensidad.16
La revisión teórica le llevó a sugerir que un modelo
altamente flexible es el propuesto por Wendell Bennett17
para la zona andina, en el cual el concepto de co-tradición
permite enlazar la diversidad regional, de modo tal que el
proceso de desarrollo cultural sucedido en una de ellas,
sólo puede ser entendido en función de lo que ocurre en
las demás. Ante esta propuesta Litvak recuerda el modelo
expuesto por Wigberto Jiménez Moreno en diversas
conferencias:
Mesoamérica se explica como una relación entre
dos ambientes materiales generalizados, la costa
y el altiplano, cuyos productos culturales están
constantemente en un contacto que es la mayor
parte de las veces conflictivo.18
Jiménez Moreno señalaba que la tensión generada
entre un centro concentrador de poder y las márgenes
separatistas y divergentes explicaba en buena medida la
dinámica histórica de Mesoamérica toda vez que ambas
fuerzas (una centrífuga y otra centrípeta) derivaban en
escenarios progresivamente más complicados. En este
tenor, Litvak introdujo el modelo ecológico de Kent
Flannery relativo a la idea de que en Mesoamérica la
adaptación ecológica no habría sucedido en un solo
ambiente sino en varios, dando pie a un complejo sistema
compuesto de múltiples subsistemas que se influyeron
mutuamente y que promovieron la diversificación de sus
componentes.19 Así pues, fue a partir de la diversidad
14
Betty J. Meggers (ed.), Anthropological Archa-
eology in the Americas, Washington, Anthro-pological Society of
Washington, 1968, pp. 67-87.
20. “Las dos circuns-tancias anteriores son
las que permiten y quizá determinan un sistema de intercam-bio. Este, en Mesoa-
mérica, donde los gru-pos se asientan en
regiones generalmente discretas y no (como en el caso de la zona
andina) a través de distintos pisos ecológi-
cos, resulta en un in-tercambio interétnico,
contrastando con el sistema intraétnico que posiblemente originó la
co-tradición surameri-cana”, Jaime Litvak
King, “Sobre una definición de Mesoa-
mérica…, op. cit. p. 181.
ambiental y de las relaciones establecidas entre las
regiones de la superárea que Litvak estableció un modelo
interétnico de intercambio:
Al hablar de un sistema de intercambio hay que
aclarar que, a pesar de que se haya estereotipado
tal concepto, no se debe entender de ninguna
manera como limitado al comercio, aunque no lo
excluye. Puede ser de este tipo, en cualquiera de
sus aspectos desde el trueque hasta los más
complejos modos de mercadeo y moneda, o
bélico, de saqueo, etc., o varios de ellos al mismo
tiempo, sin excluir complicadas formas de
ritualización en la religión y organización social
que actúan como manifestaciones de la
adaptación de la sociedad a diversas
situaciones.20
Para el autor el mero proceso de intercambio supone
un efecto multiplicador, toda vez que un grupo, en el
momento de establecerlo, se introduce en un sistema
formado por el agregado de otros grupos y sus respectivos
aprovechamientos ambientales. La consecuencia
inmediata de la interacción conlleva a una suerte de
aculturación. Otro efecto del intercambio señalado por
Litvak es el aspecto selectivo:
Es clara la determinación de rutas de intercambio
por factores geográficos, pero debe insistirse en
que también otros aspectos restringen los canales
del contacto, costumbre, inercia, compatibilidad de
distintos aspectos en la cultura, convierten el
campo de intercambio de libre en selectivo y, si se
agregan los tamaños, fuerzas y potencialidades,
15
21. Ibidem, p. 182.
22. Ibidem.
distintos en magnitud, muchas veces se [….]
llegan a formar sistemas en los que cada par de
sus asentamientos componentes actúan a niveles
que varían desde la equivalencia hasta la
satelización de uno de ellos.21
El sistema simple de intercambio se va tornando
complejo en la medida en que se extiende a regiones
mayores, pues los factores que intervienen suponen
niveles de integración extraregional:
Al llegar a una magnitud determinada, cuando
abarca más de dos regiones mayores,
ecológicamente definidas, la formación de un
sistema como el propuesto resulta en una red de
contacto mutuo que abarca una gran extensión
geográfica. Esto supone, como parte del proceso,
dos mecanismos que operan simultáneamente: la
especialización y la jerarquización de sus
asentamientos. De este modo las localizaciones
determinan cuáles puntos actuarán como focos
generales, centros aceleradores regionales, zonas
locales de distribución, focos menores, receptores
de rutas principales, sitios de participación
canalizada a través de otros, etc. Dándoles a cada
uno una posición específica en una escala de
jerarquía.22
Salta a la vista que el modelo propuesto por Litvak es
totalmente distinto al enunciado por William Sanders y su
equipo, que consideran que los elementos visibles del
asentamiento (sus dimensiones y su relación con el centro
rector) son evidencia de modalidades que corresponden a
etapas sucesivas de la evolución de las comunidades y
16
23. William Sanders y Barbara Price, Meso-
america. The evolution of a civilization, Nueva York, Random House,
1968.
producto, a la vez, de un desarrollo tecnológico destinado a
un mejor aprovechamiento del medio ambiente, cada vez
más presionado por una demografía en expansión.23 La
caída de los centros rectores y sus asentamientos
satélites, según Litvak, no sería consecuencia de un
cambio en la organización social del grupo sino, matizando
el aserto, causado por la adaptación de ese centro a las
modificaciones del sistema de intercambio.
A partir de este esquema el autor procede a postular
la dinámica del intercambio en el territorio mesoamericano
del Formativo al Posclásico a través de seis mapas. Es de
resaltarse como dato curioso que, al igual que en el
esquema de Piña, el Occidente permanece al margen del
desarrollo temprano del área. El esquema sin embargo,
como se verá más adelante, empata con modelos
posteriores que a partir de este elemento, intentarán
explicar el peculiar desarrollo cultural no sólo del Occidente
sino también del Noroeste. El mismo es sintetizado por el
autor de la siguiente manera:
Mesoamérica puede definirse como un sistema
espacial de intercambio normal, (en) donde cada
región componente, además de su dinámica
interior, tiene relaciones de ese tipo con todas las
demás regiones que la conforman, que varían en
el tiempo y que presentan entre sí estados de
equilibrio siempre cambiantes. Esta definición,
basada en la interacción entre zonas en un
principio caracterizadas ecológicamente y luego
como partes componentes de una red, difieren de
la idea de co-tradición de Bennett en cuanto a que
sus partes no tienen una acción intraétnica en un
17
24. Jaime Litvak King, “Sobre una definición
de Mesoamérica…, op. cit. p.183.
25. Sociedad Mexicana de Antropología, XIX Mesa Redonda de la
Sociedad Mexicana de Antropología, La vali-
dez teórica del concep-to Mesomérica, Méxi-co, INAH / Sociedad
Mexicana de Antropo-logía, (Colección Cien-
tífica 1998), 1990.
26. Estas etapas (subdivididas ambas
en dos periodos) abar-caban lapsos prolon-
gados (la etapa Ia iba del 2,400 al 1,500 a.C.,
la 1b de 500 a.C. al 600 d.C. La etapa II a del 600 al 900/1,000 d.C. y la IIb del 900/
1,000 a la llegada de los españoles). La
etapa I tendría más bien una tradición cul-
tural con sabor sud-americano y la etapa II un carácter ya, definiti-
vamente mesoameri-cano. En un trabajo
posterior Schôndube afinaría esta periodifi-
cación nombrando a la etapa I como tradición pacífica y a la etapa II
ámbito regional, de la co-historicidad de Kirchhoff
puesto que sus líneas propias de desarrollo en el
tiempo pueden variar considerablemente y del
juego de pares dialécticos de Jiménez Moreno en
cuanto a que supone una relación de unidades, de
número cambiante, siempre múltiples.24
No se necesita ser muy observador para reconocer
que los planteamientos elaborados por Litvakhan tardado
en ser utilizados como un eje metodológico destinado a
comprender el heterogéneo desarrollo mesoamericano.
Algunos han querido ver en el propio término de
Mesoamérica un elemento que contiene la discusión al
enunciar un escenario estático en el cual se colocan
aquéllos rasgos que definen la pertinencia o no a esta área
cultural. Estas incomodidades fueron largamente discutidas
al interior de la XIX Mesa Redonda de la Sociedad
Mexicana de Antropología desarrollada en Querétaro
(1985).25
En cuanto al Occidente, sabida es la posición de Otto
Schondube en relación a los horizontes mesoamericanos.
Ya en su trabajo sobre Tuxpan, Tamazula y Zapotlán había
señalado que en el Occidente se apreciaban dos etapas,
no tres.26 A la distancia se ha tornado común la aceptación
de que en el Occidente puede hablarse de dos grandes
dinámicas culturales, pero también cada vez son menos
aceptados los parámetros utilizados entonces para haberla
llevado a cabo. El mismo Schôndube en su participación
en la señalada XIX Mesa Redonda afirma:
Si antes se tomó a lo olmeca como lo distintivo y
característico de Mesoamérica en el Formativo,
ahora en el Clásico el prototipo es Teotihuacán y
18
como nueva tradición. Otto Schôndube, Tux-pan, Tamazula, Zapo-
tlán. Pueblos de la frontera septentrional de la antigua Colima, México, Escuela Na-
cional de Antropología e Historia, tesis de
maestría, 1973; Otto Schôndube, “La etapa
prehispánica”, José María Muriá (coord.)
Historia de Jalisco, México, Gobierno del
Estado de Jalisco, Instituto Nacional de
Antropología e Histo-ria, 1980, t. 1, pp.113-
257.
27. Otto Schôndube, “El Occidente de
México, ¿marginal a Mesoamérica?, XIX
Mesa Redonda de la SMA, La validez teó-
rica del concepto Me-soamérica, México,
INAH, (Colección Científica 198), 1990,
pp.129-134.
los centros ceremoniales mayas. Para mí, en esta
etapa, mucho del Occidente es mesoamericano,
aunque a nivel más modesto [….] debemos tomar
en cuenta como importante la base conceptual de
lo mesoamericano y no tanto lo meramente formal
o monumental[…] el Occidente durante el Clásico
continúa con un patrón aldeano con pleno sabor al
Formativo, mientras que en los valles centrales y
en el área sur, sí se llenan plenamente los
requisitos del Clásico.27
Es claro que los requisitos del Clásico se refieren al
fenómeno urbano. Lo que se discute entonces es si en el
Occidente existieron asentamientos que permitieran
sustentar la existencia de una organización social
estructurada económica, política e ideológicamente, la cual
hubiera plasmado su complejidad a través de
emplazamientos planificados. Los datos que se tenían
hacia el comienzo de la década de los ochenta indicaban
que no, que el Occidente mantenía un patrón aldeano con
economías limitadas, eficaces y estables (esto es, sin una
dinámica de crecimiento) y con una gran polarización
política. Esta visión enfatiza que el Occidente tanto
arqueológica como etnográficamente se caracterizó por su
enorme diversidad cultural causada, en gran parte, por una
geográfica heterogénea. Esta polarización de pueblos
siguiendo esta línea interpretativa, actuó en contra de la
construcción de una unidad cultural que propiciara una
mayor complejidad en sus formas de organización social
dando pie, por lo tanto, a desarrollos limitados.
Afortunadamente, a partir de la década de los
noventa los proyectos de investigación arqueológica se
19
incrementaron de manera notable en la región. Acaso el
que mayor impacto ha tenido han sido las propuestas de
Phil Weigand respecto a la vertiente de la tradición de
tumbas de tiro desarrollada en las faldas del volcán de
Tequila y los alrededores de la laguna de La Magdalena
conocida como tradición Teuchitlán. Este autor ha
sostenido desde hace muchos años, que los portadores de
esta tradición –cuya característica más conocida es su
patrón de asentamiento circular llamados guachimontones-
lograron consolidar una organización social compleja
expresada a través de claros procesos de jerarquización
social, del mejoramiento de sus estrategias de producción
agrícola, de un palpable crecimiento demográfico, de un
incremento en la producción de bienes destinados al
intercambio, de una creciente expansión comercial y
derivado de ello, una marcada influencia de sus
peculiaridades culturales en otras regiones del Occidente.
La ocurrencia del fenómeno urbano en el Occidente
mesoamericano los primeros siglos de nuestra era ha
terminado por modificar enormemente la percepción sobre
su “limitado” desarrollo social. El impacto de esta tradición
recién se ha comenzado a explorar en Colima, si bien se
tenía ya conocimiento sobre un sitio sorprendentemente
conservado en las cercanías de Comala –y conocido
arqueológicamente precisamente como Comala (o Potrero
de la Cruz)-, el cual no sólo muestra el típico patrón de
asentamiento de la tradición Teuchitlán sino también una
evidente monumentalidad arquitectónica que parece
indicar la existencia de un temprano centro rector en el
valle de Colima. Los hallazgos que se realizan en estos
días en el sitio La Herradura (en el camino a La Capacha),
20
dan cuenta de que hacia el Formativo tardío y el Clásico
temprano existió una clase dirigente empeñada en
establecer pautas de control ideológico a través de un
patrón constructivo circular pues, no debe perderse de
vista, la organización espacial refleja en buena medida las
estructuras sociales predominantes.
Lo que quiero resaltar, en este sentido, es que si bien
el Occidente fue no sólo ignorado, sino excluido de la
dinámica de desarrollo mesoamericana durante sus etapas
tempranas, las nuevas exploraciones están abriendo líneas
interpretativas que abonan en el conocimiento de las
regiones más conocidas desde perspectivas poco
abordadas.
En todo caso, es claro que aún no podemos
establecer con certeza la existencia de centros de poder
plenamente estructurados en la región hacia el Formativo
tardío o el Clásico temprano (aún cuando las
investigaciones que se realizan en el área nuclear de
Teuchitlán apuntan al respecto).Como dije también, los
hallazgos en el valle de Colima tienden a configurar un
fenómeno al parecer equivalente al desarrollado en el área
de Etzatlán aún cuando, la ausencia de un proyecto marco
destinado a orientar esta investigación, hace que el
conocimiento sobre el problema avance con lentitud.
No deja de ser importante, en este tenor, señalar que
los problemas puestos sobre la mesa por Mountjoy han
permitido atisbar la dinámica tanto al interior como al
exterior de las regiones. Respecto a los procesos de
desarrollo económico por medio de la intensificación
agrícola, artesanal y de los sistemas de extracción e
intercambio de recursos que caracterizaron a la etapa en la
21
28. “Hemos podido identificar en la tumba la utilización distintiva
de ciertos artículos co-mo ejemplo de jerar-
quía, lo cual nos permi-te hablar de un tipo de
orden social en particu-lar: el cacicazgo. La
calidad y cantidad de las ofrendas demues-
tran claramente un consumo desigual de bienes, esto nos dice
algo de la importancia y posición social de los
individuos enterrados ahí”. López Mestas, Lorenza y Jorge Ra-mos, “La excavación
de la tumba de Huitzi-lapa”, Richard F. Tow-nsend (ed.), El antiguo Occidente de México. Arte y arqueología de un pasado desconoci-
do, México, The Art Institute of Chicago,
Gobierno del estado de Colima, Secretaría de
Cultura Gobierno de Colima, 2002, p. 65.
29. Ibidem.
30. Ver: Eduardo Wi-
lliams y Phil Weigand, “Introducción”, Eduar-do Williams (ed.) Bie-
nes estratégicos del antiguo Occidente de México. Producción e intercambio, Zamora,
El Colegio de Michoa-cán, 2004, pp. 13-31.
31. Lorenza López, “La ideología: un punto de acercamiento para el estudio de la interac-
ción entre el Occiden-te, el centro de México
y el resto de Mesoa-mérica”, Dinámicas
culturales entre el Occidente, el Centro-Norte y la Cuenca de México del Preclásico al Epiclásico: trabajos
recientes, México, Centro de Estudios Mesoamericanos y
que predominó la tradición de las tumbas de tiro, se puede
decir que los dos últimos han podido ser vislumbrados a
través del intercambio de aquellos bienes que otorgaban
prestigio a las élites. En este sentido, la exploración de las
tumbas de Huitzilapa proveyó de un peculiar catálogo de
elementos que dan cuenta de su gran valor simbólico.28
El contenido de las tumbas -6 individuos en las 2
bóvedas-, permitió registrar la existencia de un personaje
relevante (el entierro N1) al cual le fueron ofrendadas
diversas esculturas de barro, así como objetos de cuarzo,
pizarra, obsidiana, concha y piedra verde.29 Estos
elementos no sólo son reconocidos como materiales
exóticos y valiosos –dada su escasez y la dificultad de
acceder a ellos- sino también, como símbolos de poder y
prestigio.30 Es justo a través del estudio de algunas de las
variadas expresiones del imaginario simbólico como
Lorenza López ha continuado trabajando sobre dos temas
cuyo abordaje se había dificultado por la carencia de datos
duros: la legitimación del poder a través de una ritualidad
plasmada en ciertos materiales arqueológicos y, desde
esta perspectiva, la clara pertenencia del Occidente a los
cánones ideológicos mesoamericanos desde etapas
tempranas, asunto polémico pues como se ha visto a lo
largo de este trabajo, numerosos autores lo han puesto en
tela de juicio.31
La espectacularidad de los hallazgos de Huitzilapa
(cuyo asentamiento se ubicó entre el 300 a.C.- 200 d.C.)32
han oscurecido, hasta cierto punto, los logros obtenidos
por Ma. Teresa Cabrero en la zona de la Cañada de
Bolaños (Jalisco-Zacatecas) lugar en el cual excavó tres
tumbas de tiro con cámara sin saqueos previos, mismas
22
Centro Americanos (en prensa).
32. Jorge Ramos y
Lorenza López, “Inves-tigaciones arqueoló-gicas en Huitzilapa,
Jalisco”, El Occidente de México: arqueolo-gía, historia y medio
ambiente. Perspectivas regionales, Guadalaja-
ra, Actas del IV Colo-quio de Occidenta-
listas, Universidad de Guadalajara, Instituto Francés de Investiga-ción Científica para el
Desarrollo en Coopera-ción, 1998, pp.157-
166.
33. Ma. Teresa Cabre-ro y Carlos López,
Civilización en el norte de México. Arqueolo-gía en la parte central
del Cañón de Bolaños, Jalisco, México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Antro-
pológicas, 2003;Ma. Teresa Cabrero, “La producción y el inter-
cambio de concha marina en el Cañón de
Bolaños, Jalisco”, Eduardo Williams (ed.) Bienes estratégicos del
antiguo Occidente de México. Producción e intercambio, Zamora,
El Colegio de Michoa-cán, 2004, pp. 261-
282.
que pudieron ser fechadas entre el 135 y el 440 d.C. La
diferencia palpable entre el contenido formal de las tumbas
de ambas regiones fue que las de Bolaños tuvieron un
empleo más intensivo –en una de ellas se contabilizaron
hasta 86 individuos de ambos sexos y edades diversos- los
cuales incluyeron tanto restos de individuos articulados
(anatómicamente completos) como desarticulados. El
bagaje mortuorio registrado incluyó ofrendas típicas como
las consabidas esculturas antropomorfas, hasta objetos
fabricados con materiales de difícil acceso como coral
negro y conchas marinas. Su identificación ubicó su origen
en la costa del Pacífico, con especies características tanto
del Golfo de California, como ejemplares con rangos de
distribución más amplios.33
Es claro que a partir del hallazgo de materiales
foráneos al interior de las tumbas –y no sólo las de tiro-,
asociadas a contextos registrados por trabajos
arqueológicos en regiones distintas, se han podido abordar
fenómenos tales como la explotación de recursos, el
desarrollo tecnológico, la organización del trabajo, la
construcción de un imaginario ideológico colectivo, la
apertura de caminos y accesos y, en fin, la paulatina
emergencia de necesidades –reales y construidas- que
impulsaron la consolidación de mercados y de redes de
intercambio. El desarrollo de conceptos como esferas de
interacción, sistema mundial o comerciantes errantes han
permitido a los arqueólogos sugerir el empleo de modelos
destinados a esclarecer el funcionamiento de antiguas
tramas que expliquen no sólo el intercambio entre regiones
sino, a la vez, los complejos procesos sociales que los
impulsaron y los mantuvieron.
23
La ubicación geográfica de Colima sin duda
determinó la índole de recursos a explotar, en este sentido,
su valle desplegado en las faldas sureñas del volcán de
Fuego, constituyó un espacio en el cual confluyeron
productos y bienes procedentes tanto de las tierras bajas
de la costa (sal, conchas, caracoles, plumajes finos, perlas)
como los procedentes de las tierras altas (ixtle, piedras
verdes, obsidiana), esto es, el valle de Colima fue un
enclave en el cual confluyeron variadas redes de
intercambio.
Como en otros casos, la información a la mano es
aún poco consistente y la que existe debe ser sustentada
no sólo con fechamientos absolutos sino, también, con
datos que ilustren sobre su dinámica de desarrollo y su
relación e importancia respecto a los sistemas de
intercambio que dominaron tanto en etapas tempranas (en
ellas aludo al período ubicado entre el Formativo tardío y el
Clásico) como en las tardías (del Clásico tardío al
Posclásico).
En este sentido se debe señalar que el fin de la
etapa de las tumbas de tiro en Colima ha propiciado
numerosas interpretaciones. Esta se sucede hacia el 600
d.C. cuando los pueblos de la región se sumergen en un
profundo proceso de cambio. Las razones detrás de este
fenómeno parecen haber sido de índole variada entre las
cuales se puede mencionar la creciente explosión
demográfica, la presión sobre las tierras abiertas hasta
entonces al cultivo y la creciente dificultad de mantener los
antiguos privilegios sobre los productos de una economía
limitada, fenómenos que socavaron los tradicionales
mecanismos de legitimidad social. A estas manifestaciones
24
locales se agregaron, a la vez, eventos de orden regional
de mediano y largo alcance como el eventual desplome de
la ciudad de Teotihuacan como centro rector de
Mesoamérica a la cual sucedió una lucha por el por el
control de los recursos y sus rutas comerciales y con ello,
la irrupción de novedosos actores sociales.
A pesar de que esta etapa ha sido poco estudiada
por los investigadores, las exploraciones efectuadas en lo
que constituyó la etapa más temprana del sitio
arqueológico de La Campana (fase Armería) resume una
parte de estos procesos. Este poblado se erigió en un
centro rector destinado a ser el escenario en el cual se
llevaron a cabo las ceremonias que legitimaban al poder
político y, consecuentemente, en el lugar donde se
delinearon las directrices económicas de lo que, para esas
épocas, era ya un vasto conjunto de aldeas agrícolas en
pleno crecimiento demográfico mismas que se extendían
hacia ambas márgenes del río Armería y de los
innumerables arroyos que, hacia las parte altas del valle de
Colima, vertían sus aguas en el mencionado río.
El crecimiento económico derivó en un mayor
intercambio comercial. El valle de Colima se erigió en un
espacio en el cual confluían productos procedentes del
mar, de las planicies costeras y de las tierras altas. Es en
esta etapa cuando se da un nuevo impulso a la economía
de los pueblos costeros (Playa del Tesoro, Morett) mismos
que habrían continuado sus relaciones comerciales con los
navegantes provenientes del sur. Los nuevos tiempos
estarán dictados por el incesante intercambio de productos
no solo en esferas regionales sino en todo el espacio
mesoamericano e incluso, más allá de su ámbito de
25
34.Ángel Palerm, "Secuencia de la
Evolución Cultural Prehispánica de
Mesoamérica: del Arcaico a fines del
Clásico", Agricultura y Sociedad en Mesoa-mérica, (sepsetentas
55), Secretaria de Educación Pública.
1912, pp.34-81.
influencia.
Es precisamente este rompimiento con un orden
antiguo el que llamó la atención de Ángel Palerm en su
modelo explicativo de Mesoamérica, para este autor el fin
del mundo Clásico y la irrupción de las nuevas sociedades
de la época tolteca e histórica constituyó un cambio
profundo de dirección, que implicó una reestructuración
completa de la configuración total de la cultura existente
hasta entonces en Mesoamérica.34 Como se ha venido
documentando cada vez con mayores datos, la idea
plasma sintéticamente la multitud de fenómenos que, en
cada región, debieron transformar sus dinámicas internas
de desarrollo a partir de poderosos impulsos económicos
externos generados por un creciente mercado de bienes
de prestigio.
No puede dejar de señalarse que en la imposición de
esta dinámica fue realizada por grupos de ascendencia
náhuatl que, provenientes de territorios norteños,
terminaron no sólo por imponer sus pautas económicas,
sino también las políticas, las sociales y, en numerosos
casos incluso, su propia lengua.
El Occidente de México no pudo sustraerse a esta
dinámica pues las primeras oleadas de estos grupos se
hicieron sentir primero en su ámbito más cercano -
Teuchitlán-, y posteriormente en todos aquellos lugares a
los cuales se podía llegar siguiendo el curso del río Lerma
y sus afluentes. La llegada a los espacios mesoamericanos
permitieron conocer a los recién llegados, las enormes
posibilidades de intercambio comercial de aquéllos
productos que eran tan apreciados en lugares ubicados en
una lejanía poco vislumbrada por las elites de numerosas
26
regiones. Seguramente fue la claridad de metas la que se
encontró detrás de la paulatina expansión de estos grupos
hacia aquellos lugares de donde provenían productos y
bienes con alto valor de intercambio.
Es muy probable que los grupos que fueron llegando
a través de la cuenca del Naranjo-Salado-Coahuayana
hayan sido hablantes de náhuatl. Ello explicaría en buena
medida las hipótesis de Leopoldo Valiñas respecto a que
su forma dialectal en Colima muestra elementos “arcaicos”
con relación al náhuatl utilizado en otras regiones de
Jalisco y Michoacán y que, incluso, sus elementos
constitutivos encuentren un fuerte paralelo con las hablas
nahuas de lo que el autor denomina periferia oriental, esto
es, las regiones ubicadas al oriente del valle de México.
Ello estaría indicando que el náhuatl de Colima fue
introducido a la región a partir de las primeras oleadas
migratorias procedentes ya no del Norte, sino del Bajío,
mismas que alcanzaron hacia la misma época, a ciertos
valles ubicados en la Sierra Madre Oriental.
La ausencia de datos y la escasa sistematización de
los existentes caracterizan el período conocido como
Armería (750-1,100).Sabemos, sin embargo, que durante
esta etapa se expandió poco a poco una tradición
alimenticia basada en la elaboración de tortillas y salsas.
Sabemos también que bajo la égida de los nuevos grupos
comenzaron a proliferar los emplazamientos organizados
alrededor de patios y plazas de planta rectangular, los
cuales permitían las concentraciones colectivas en
espacios previamente delimitados y ritualizados. Al mismo
tiempo, la arquitectura da cuenta de espacios restringidos
a los que, posiblemente, sólo tenían acceso el grupo en el
27
poder. Estos parecen reproducir algunos elementos
constructivos provenientes del Bajío –como el patio
hundido o patio cerrado encontrado en La Campana.
Es muy probable que fuera en esta etapa cuando, al
incrementarse sensiblemente la población, se hayan dado
los primeros pasos para la intensificación agrícola que
caracterizó al periodo siguiente.
Esta etapa se significó, para el Occidente, en el
momento en el cual se desarrolló la conocida como
tradición Aztatlan. El hallazgo de sus peculiaridades fue
realizado inicialmente por Sauer y Brand en la lejana
primavera de 1930. Lo Aztatlan puede definirse (siguiendo
la síntesis de Mountjoy realizada en agosto de 2001), como
una cultura cuyo origen se encuentra en la costa central
norte de Nayarit a partir de una tradición cultural con raíces
en Centro y Sudamérica. Si bien no se ha terminado por
esclarecer su origen, se sabe que tuvo un auge en la costa
nayarita hacia el 750-900 d.C. Su poderío fue eficazmente
construido a partir del control de regiones en las cuales
existían las condiciones necesarias para llevar a cabo una
explotación agrícola que privilegiaba el cultivo de plantas
con alta rentabilidad como el algodón, el tabaco y el cacao.
El control que lograron inicialmente sobre su región y,
posteriormente, sobre una creciente área de influencia, fue
logrado mediante el manejo de poderosos símbolos de
prestigio y en la imposición de una religión
institucionalizada en donde los elementos solares eran
centrales y en la cual se practicó el sacrificio humano.
A partir de una organización social altamente
jerarquizada, los grupos de tradición Aztatlan lograron
extender su dominio sobre numerosos valles y cuencas
28
lacustres a partir de enlaces matrimoniales con las elites
locales a través de las cuales, por supuesto, se llevó a
cabo la explotación de los recursos naturales de cada
región a la que llegaron. Lo interesante de este esquema
es que las tradiciones locales no requirieron ser
transformadas. Fue tal la eficacia de este esquema que J.
Charles Kelley aventuró la existencia de un sistema
mercantil Aztatlan mediante el cual explica las relaciones
existentes entre el Centro de México, el Occidente y el
Noroeste hasta el área de Paquimé; en suma, la ruta a
Cíbola estudiada acuciosamente por Sauer. No obstante,
Mountjoy mismo encuentra prematuro, en base a los datos
conocidos hasta ahora, el dar por sentado al fenómeno
como un sistema.
El asunto es que lejos de ser acotado el problema, el
mismo cada vez se torna más complejo pues si bien antes
se aceptaba que Aztatlan habría colapsado hacia 1,000-
1,2000 en su área de origen, se ha ido paulatinamente
aceptando que la tradición permaneció viva en muchos
otros lugares en los cuales se desarrolló el esquema
referido a lo largo de todo el Posclásico tardío. Para ello se
esgrime la presencia de los mismos elementos
enumerados: control de recursos, jerarquización social,
cultivo de plantas destinadas a la fabricación de bienes y al
intercambio comercial, imposición de una religión en la que
predomina el sacrificio humano y un panteón específico de
deidades.
Es precisamente uno de estos grupos de elite de
tradición Aztatlan los que toman el poder del valle de
Colima hacia el Posclásico tardío. Fue así que entre el
1,100 y el 1,460 se desarrolló en el valle de Colima un
29
asentamiento cuyas dimensiones exceden las de cualquier
poblado conocido hasta entonces. La ciudad prehispánica
de El Chanal congregó en su momento de mayor
expansión –un área de poco más de 200 ha- a una
población por demás abundante. Esto fue posible a través
de una intensificación agrícola que permitió el crecimiento
demográfico y, con ello, la posibilidad de contar con una
mayor mano de obra destinada a mantener en activo las
obras que los campos requerían para conservar un alto
nivel de productividad y permitir la manufactura de bienes
destinados al intercambio.
Si esta breve síntesis deja en claro que La Campana
y El Chanal se reconocen como sitios rectores al interior
del valle de Colima entre el 750 y el 1,450 d.C., se debe
señalar que, siguiendo el espíritu de la propuesta de Litvak,
aún falta mucho trabajo que permitan develar los sistemas
de intercambio que operaban en términos del área
geográfica que impactaban. Si como se propone en
párrafos arriba, el balcón serrano en el cual se ubica el
valle de Colima fungió como un espacio que articulaba el
intercambio comercial entre regiones ecológicas bien
diferenciadas (costa/altiplano), las nuevas investigaciones
deberán poner énfasis en determinar si los citados centros
rectores fungieron como aceleradores regionales, si los
impulsos económicos y políticos permitieron organizar
jerárquicamente los asentamientos a través de su
especialización en la obtención de productos o la
transformación en bienes; a través del control de accesos y
caminos, y a partir de la organización de centros de acopio
y distribución. En lo personal creo que hasta ahora y a
partir de los datos y materiales arqueológicos recuperados,
30
sólo El Chanal conjunta varios de los elementos citados.
Antes de concluir quisiera señalar que en la
actualidad los estudios sobre el Occidente mesoamericano
parecen centrarse en sí mismos en un intento por paliar el
conocimiento fragmentario sobre la región. De algún modo
esta actitud es contraria a lo que predominó durante
décadas: el de explicar su dinámica cultural a partir de los
eventos que caracterizaron el desarrollo evolutivo de lo que
algunos llaman la Mesoamérica nuclear. Fue justo esta
mirada la que construyó la región a través de rasgos
negativos.
Al respecto, es claro que llegará el momento en que
ambas vertientes confluyan y den cuenta de procesos
sociales que integraron no sólo las heterogéneas
dinámicas locales sino, también, los poderosos impulsos
culturales provenientes de las estructuradas
organizaciones sociales que se desarrollaron en los
altiplanos. Esta visión sintética sin duda expresará el
espíritu de las propuestas de Flannery, el de que
Mesoamérica fue, ante todo, un sistema complejo
compuesto de múltiples subsistemas que se influyeron
mutuamente y que permitió, por esta vía, la notable
diversificación de sus componentes culturales.
31
1. El cuadro publicado por Piña en 1976 sintetiza la visión evolucionista que ha privado en
la arqueología mexicana. En ambas columnas se aprecia como a lo largo del tiempo (establecido en horizontes) se suceden organizaciones sociales a las cuales les
caracterizan ciertos rasgos culturales.
Perí
odos
Fechas R
ela
tivas
Rasgos Culturales
Señorí
os y
M
etr
ópolis
Im
perialis
tas
1500
Escritura, Códices, Literatura; Poesía.
1400 Medicina y Farmacopea herbolaria
1300
Templos gemelos; Acueductos; Plumaria.
Conquistas; Tributos; Leyes; Ordenes militares
Ciu
dades y
S
eñorí
os
Mili
tarista
s 1200 Comercio organizado; Metalurgia; Mercados
1100 Cerámica plomíza, anaranjada fina y mazapa
1000 Coatepantils; Tzompantlis; Templos circulares
900
Arte militarista; Colosos; Chacmoles.
Inicio de las conquistas y tributos.
Centr
os y
Ciu
dades U
rbanas
800
Estilo artístico Maya - Yucateco
Culto a Quetzalcoatl y difusión
700 Apogeo de ciudades tipo Puuc y Chenes
600 Yugos; Palmas; Hachas; Figurillas sonrientes.
500 Astronomía; Matemáticas; Calendario; Estelas
400 Tablero Teotihuacano; Doble escapulario; Nichos
300
Cerámica polícroma; Naranja delgada; Fresco
Arquitectura, escultura y pintura mural
200 Ciudades y centros teocráticos.
Ald
eas y
Centr
os C
ere
monia
les 1000
Inicio del calendario, escritura y numeración
100 Escultura Olmeca y arte Pre - Maya.
200
300 Tumbas para personas importantes
400
500 Dios viejo del fuego; Pre - Tláloc; Cocíjo.
600 Cultivo en terrazas; Sencillos canales de riego
700 Soportes Mamiformes; Tipo carrete; Asa vertedera
800
900 Cerámica con negativo; Rebordes basales.
1000 Economía de excedentes; Artesanos; Sacerdotes.
32
1100 1200
Inicio de la arquitectura; Centros ceremoniales.
Agrí
cola
Ald
eano 1300
1400 Festividades agrícolas; Juego de Pelota.
1500 Brujos o Chamanes; Acróbatas; Músicos
1600
1900 Magia; Totemismo; Culto a la tierra y agua
2000 Apogeo de la cerámica y figurillas de barro
2200 Aldeas dispersas o concentradas; Autosuficiencia.
2400
Agrí
cola
In
cip
iente
2600 Entierros; Telas; Petates; Sandalias, Bolsas.
2800 Ocupación de cuevas; Viviendas semi subterráneas.
3000 Metates, morteros, manos, recipientes de piedra.
4000 Maíz, frijol, calabaza, chile, zapotes, etc. Perro.
5000
Protoagrícola
6000 Agricultura incipiente. Inicio del tejido.
7000 Caza, pesca, recolección. Nomadismo estacional.
Pre
agrí
cola
8000
Recolectores especializados. Vida en cuevas. 9000
10000 Lanzadardo; Puntas Lerma, etc. Fuego; Pieles
12000 Cazadores de mamut, caballo, bisonte, etc.
14000 Microbandas. Artefactos indiferenciados.
16000 Economía de apropiación o recolecta.
18000 Recolectores y cazadores nómadas.
20000
33
2. Los mapas publicados por Litvak (1975) muestran con claridad como la dinámica
cultural de Mesoamérica parece no tocar al Occidente de México en el largo periodo que va del Formativo temprano al Clásico.
34
3. A la vez, los notables mapas elaborados por Jiménez Moreno (1958-59) en su clásico
trabajo “Síntesis de la historia pre-tolteca de Mesoamérica”,dan cuenta de cómo, a partir del estudio de las fuentes etnohistóricas, el desarrollo cultural del Occidente permanece oscurecido por la falta de información. Wigberto Jiménez Moreno, “Síntesis de la historia
pre-tolteca de Mesoamérica”, Esplendor del México Antiguo, México, Editorial del Valle de
México, (Serie Centro de Investigaciones Antropológicas de México), tomo 2, 1978, pp.1019-1108.
36
4. El mapa de Weigand (2,000) sintetiza, así sea de manera tentativa y general, la
dinámica cultural que caracterizó al Occidente a partir del desarrollo y expansión de la tradición Teuchitlán cuyo clímax, se ha sugerido, ocurrió hacia el Clásico Medio. De algún
modo esta propuesta lo que hace es esclarecer los eventos sociales no plasmados en las interpretaciones tradicionales de Mesoamérica.
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