Microficción
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Pasaje en dirección única
Mención de honor Universidad San Buenaventura de Cali
En el sueño hay una ventana por la que se observa el Mediterráneo. Apunto con letra
infantil y desmesurada mi nombre al final de una frase: Más grato se hace el sueño
cuando se debe despertar. El mar enmudece y sobre las suaves olas una balandra se
aproxima a la orilla. Observo. Sobrecogido por el aroma del mar, salgo de la habitación
y al tiempo que abordo la barca siento la mirada cansada con que me observo desde la
ventana. Lentamente sin que nadie lo note me alejo del puerto. La otra orilla me espera.
Él me mira y así evitamos despertar.
.
El libertador
Hay marcas que trazan en su rostro el camino a la derrota. Marcas más efectivas que las
de una traición. El resplandor se ha marchado de su voz y son necias las palabras que
brotan de su boca. Los sueños que en la noche le asaltan parecen ahora lamentables
alucinaciones y no vienen a socorrerlo las célebres anécdotas ni los firmes ideales que
llenaron el corazón pueblos a los que sirvió.
Recostado en su lecho nadie escucha sus últimas palabras.
Fieles dolientes
Estaban solos. Ella trabajaba en el escritorio como de costumbre. Él permanecía en la
sala. Caminaba impaciente. Cuanta paz le procuraría verter esas gotas en el agua.
Apretó con remordimiento el frasco en uno de sus bolsillos. Las discusiones matinales,
el reproche a sus esfuerzos, el silencio en la cama, la mirada de asco. El resultado de eso
reposaba en su mano. En la cocina sirvió un vaso de agua, vertió las gotas y lo dejó
sobre el escritorio. Sonrió al sentir su mirada sorprendida por el gesto. Dijo gracias y
volvió los ojos sobre los papeles. El se retiró para observarla agonizar desde la sala.
Tomó el vaso y el efecto fue en tiempo y medida el esperado. Hubo silencio. Abrió los
ojos. Acomodó la sabana, besó su mejilla y volvió a dormir.
Gauguin en el espejo
De un trazo hizo la luz y dio un paso atrás. Mezcló el amarillo y otro tazo dio más luz al
patio. Varios arbustos, cada uno seguido por otro, rodean tres árboles grises que fueron
plantados años atrás por el padre de Tehemana. Sobre el prado cae el sol del trópico.
Allí Matahi dejó su caballo. Lo sujetó de una horqueta que clavó frente a la casa. Subió
los escalones de madera y ya en el pasillo de entrada se quitó el sombrero. Ni el perro
ni Tehemana sintieron su presencia. Ella acababa de llegar del pueblo con unos
guisantes para el almuerzo. El perro, cansado, se había echado en la sombra atrás de la
casa. Mahati se acercó por la espalda y la tomó del brazo, al tiempo que pronunció el
nombre de la mujer de carnes ardientes que lo hizo prometer cosas imposibles.
Tehemana al sentir su presencia se giró para acercar su cuerpo al de él. El calor del
trópico nunca la haría arder como cuando se aferró en el primer rincón, a la cintura de
Mahati. Deslizó las hombreras de su vestido blanco y dejó los pechos al aire. Mahati
quiso alargar la mano, pero Tehemana descubrió en esos ojos el arrepentimiento que
habría de suspender la mano de Mahati en el aire, para hacer imposible tocar sus
pechos. Lárgate, le gritó la mujer mientras volvía las hombreras al lugar. El perro atento
a los gritos, de un salto estaba en la casa. Reconoció a Mahati y permaneció tranquilo.
Ella no dijo más. Mahati volvió a su caballo. El perro lo acompañó a los escalones y
Tehemana se sentó en la sala, se sirvió caldo en un cuenco y con la cara apoyada sobre
su mano izquierda no esconderá la tristeza que le produce el destino adverso a sus
deseos. Agregó un poco más de verde y malva para darle profundidad a la escena.
Gauguin entonces se inclinó para firmar el lienzo, pero la luz que entraba desde el patio
hizo brillar el barniz obligándolo a ver sus ojos en el reflejo.
Sakountala
El libro llegó envuelto en un papel violeta adornado con una gruesa cinta blanca y una
tarjeta donde se leía Camille. La inspección del obsequio era apresurada. Le motivaba
más descubrir el contenido que el nombre de quien lo enviaba. Deshizo los pliegues del
envoltorio y a sus ojos había quedado desnudo un libro de fina tapa color crema que
tenía por titulo Poemas y dramas de Kalidasa. Volvió los ojos a la tarjeta y reconoció
la caligrafía. Una sonrisa de complicidad se dibujó en su rostro. Caminó apresurada al
escritorio, tomó una hoja y una pluma del tintero. Escribió unas líneas y al tiempo que la
mano danzaba esculpiendo palabra tras palabra la carta con que respondería, otra
sonrisa surgía en su rostro. Selló el sobre y en él escribió: Auguste.
El tiempo adivinará el odio en el duro mármol de sus vidas. Ahora Auguste está solo en
la sala donde exhiben algunas obras de Camille. Su pesada humanidad tiembla ante el
arrepentimiento. El rey Dusyanta hunde su rostro en el seno de Sakountala. Sus brazos
no quieren, no pueden apartarse de ella hasta conseguir de sus labios el perdón. Ella no
es indiferente. El brazo izquierdo descansa sobre la cabeza del hombre arrodillado. La
escena es triste y el perdón difícil. El rey negó al hijo que creciera en el vientre de su
amada. Viajaron a Londres meses después de que Auguste recibió la carta y Camille
tuvo que abortar. En ese momento una grieta echó a perder el mármol en que ella
construía.
La nueva enciclopedia
Dijo que era tarde y que el plan, por de más ambicioso, era o estaba destinado a ser −no
lo recuerdo bien y usted sabrá dispensarme− un arca de alto valor histórico, comentario
al que repuse que mi intención no sólo abarcaba la historia sino que pretendía reproducir
el tejido de los acontecimientos bajo el influjo de una estética prístina que no me
permitiera –hecho que habría sido desastroso desde la primera línea− una teatral caída
en el amarillismo. Si bien iniciamos nuestra larga travesía tres días después de ese
encuentro casual, cada uno por su lado empezó a abordar los temas de su dominio. Él la
matemática, la economía y yo las ciencias humanas. Sí, sí señor. Al poco tiempo
empezamos a tener nuestros disgustos. Como en cualquier iniciativa conjunta nuestras
opiniones se encontraron y parecían irreconciliables –eso es normal señor juez.− Digo
parecían porque nos dimos a la tarea de discutir y sopesar nuestros argumentos. No
hubo vencedores pero yo siempre me sentí vencido. Poco a poco la razón se escapaba de
mis explicaciones y fui testigo de cómo mi voz perdía fuerza ante su voz mezquina y
arrogante al punto de obligarme a guardar silencio. Fue por esa conmoción y no por otra
que alegué justicia y una noche me sorprendí ante el escritorio meditando el modo más
efectivo de poner fin a su voz arrancando las paginas del tomo en que aparecía para que
no hubiera nada sobre esta tierra que él y yo compartiéramos, mas cuánta no fue mi
angustia al reconocer que la suya era la mía y que él y yo estábamos unidos por la
pagina mil doscientos sesenta y seis de la enciclopedia y el irremediable azar de
compartir el día y la noche en las bibliotecas.
Historia universal
Yo vi el dorso de los hechos pero luego leí el verso y los llamé acontecimientos, mas
pronto percibí que perdía el ritmo y no lo llamé dorso sino anverso, y sin embargo,
después que los reveses en la historia cayeran en desuso y se desprestigiara al
versificador, negué tres veces, como es debido, que fuera en un verso y aseguré que
había sido un discurso y no invoqué perdida de ritmo sino alteración de la lógica
discursiva, al poco tiempo se desconfió del orador y las masas reclamaron hechos y
entonces dije que lo había visto todo en un antiguo libro y no hablé del verso ni del
discurso y no afirmé que fue por cadencia del ritmo, al que llamé peligroso, y que no
había sido alteración de la lógica, de la que dije era pantagruélica y alegué un dogma,
ratificando la existencia de una muestra prístina de fe y no dije en ritmo ni lógico
discurso sino en símbolo y acusé perdición y reclamé para el perdón de sus culpas
silencio y aceptación.