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Miedos en la ciudad Verónica Filardo 1 y Sebastián Aguiar 2 Este trabajo se concentra en la “ciudad vivida”, en la experiencia urbana. Se sostiene que esta perspectiva complementa y aporta a los estudios más frecuentes, elaborados desde una mirada de corte administrativo. En particular, se aborda el “miedo urbano”, que aparece en investigaciones antecedentes (Filardo 2006, 2008, 2009) como uno de los factores más relevantes en el uso de la ciudad, concretamente en tanto freno o inhibidor del mismo. Tras una breve presentación conceptual relativa al enfoque adoptado, que remite tanto a la ciudad vivida como al miedo urbano, se muestran resultados provenientes de la Investigación “El juego urbano: posiciones, movimientos, piezas y reglas” llevada adelante por el Grupo de Estudios Urbanos y Generacionales (GEUG- DS-FCS) entre el 2007 y el 2009 3 . Distinguiendo los conceptos: inseguridad, delitos y “miedo urbano”, se coloca el miedo local como aquel referido a los espacios públicos del barrio de residencia y se muestran las diferencias que éste adquiere en las ocho regiones en que se dividió la ciudad de Montevideo. Asimismo se describen las distancias en el miedo local promedio que se obtienen por sexo y clase de edad en general y para cada región. El miedo adquiere intensidades diferentes según regiones de la ciudad y atributos de los sujetos; las políticas públicas relativas a la inseguridad no sólo deben enfocarse en los delitos, sino también en “los miedos”. La ciudad vivida El concepto de ciudad vivida alude a la perspectiva del habitante, o a la forma en que los ciudadanos significan, viven, y habitan la ciudad. Parte de la premisa de que no existe correspondencia necesaria ente la “mirada administrativa” -lo que normativamente se estable- ce- y el nivel vivencial, simbólico y representacional de los habitantes de la urbe. Este marco 1 Doctora en Sociología. Profesora Agregada del DS de FCS. Coordinadora del Grupo de Estudios Urbano Gene- racionales (GEUG). [email protected] 2 Magíster y doctorando en Sociología. Profesor Asistente del DS de FCS. Investigador del GEUG. saguiar@fcs. edu.uy 3 La investigación estuvo bajo la responsabilidad de Verónica Filardo y Sebastián Aguiar, el equipo de trabajo es- tuvo integrado por un amplio conjunto de investigadores y fue financiada por CSIC, a partir del concurso 2007 del programa I&D. Más información en www.geug.edu.uy

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Miedos en la ciudad

Verónica Filardo1 y Sebastián Aguiar2

Este trabajo se concentra en la “ciudad vivida”, en la experiencia urbana. Se sostiene que esta perspectiva complementa y aporta a los estudios más frecuentes, elaborados desde una mirada de corte administrativo. En particular, se aborda el “miedo urbano”, que aparece en investigaciones antecedentes (Filardo 2006, 2008, 2009) como uno de los factores más relevantes en el uso de la ciudad, concretamente en tanto freno o inhibidor del mismo.

Tras una breve presentación conceptual relativa al enfoque adoptado, que remite tanto a la ciudad vivida como al miedo urbano, se muestran resultados provenientes de la Investigación “El juego urbano: posiciones, movimientos, piezas y reglas” llevada adelante por el Grupo de Estudios Urbanos y Generacionales (GEUG- DS-FCS) entre el 2007 y el 20093.

Distinguiendo los conceptos: inseguridad, delitos y “miedo urbano”, se coloca el miedo local como aquel referido a los espacios públicos del barrio de residencia y se muestran las diferencias que éste adquiere en las ocho regiones en que se dividió la ciudad de Montevideo. Asimismo se describen las distancias en el miedo local promedio que se obtienen por sexo y clase de edad en general y para cada región.

El miedo adquiere intensidades diferentes según regiones de la ciudad y atributos de los sujetos; las políticas públicas relativas a la inseguridad no sólo deben enfocarse en los delitos, sino también en “los miedos”.

La ciudad vivida

El concepto de ciudad vivida alude a la perspectiva del habitante, o a la forma en que los ciudadanos significan, viven, y habitan la ciudad. Parte de la premisa de que no existe correspondencia necesaria ente la “mirada administrativa” -lo que normativamente se estable-ce- y el nivel vivencial, simbólico y representacional de los habitantes de la urbe. Este marco

1 Doctora en Sociología. Profesora Agregada del DS de FCS. Coordinadora del Grupo de Estudios Urbano Gene-racionales (GEUG). [email protected]

2 Magíster y doctorando en Sociología. Profesor Asistente del DS de FCS. Investigador del GEUG. [email protected]

3 La investigación estuvo bajo la responsabilidad de Verónica Filardo y Sebastián Aguiar, el equipo de trabajo es-tuvo integrado por un amplio conjunto de investigadores y fue financiada por CSIC, a partir del concurso 2007 del programa I&D. Más información en www.geug.edu.uy

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conceptual permite acercarse a una mirada diferente a la administrativa y normativa de “orde-namiento” y de “funcionamiento” de la ciudad; se considera necesario recalar en el “sentido” que los habitantes construyen de la ciudad, que se propone al menos cómo un complemento necesario para la mirada del planificador y el urbanista.

Las personas, nosotros, vivimos en la ciudad. La vemos, la conocemos, la habitamos y ella a su vez nos habita. Las perspectivas administrativas operan en cambio desde otro nivel: toman la población como su sujeto y el objeto de sus análisis. Pero la ciudad en tanto “lugar de lo social”, debe ser comprendida también como un espacio vinculado con procesos más amplios y más pequeños que la población; lo que ocurre efectivamente en ellas es el resultado de una multitud de decisiones más o menos estructuradas, negociaciones llevadas a cabo de manera formal e informal por diferentes actores y fuerzas contrapuestas, organizados con ma-yor o menor éxito en un set up institucional que intenta controlar los conflictos emergentes. En este sentido, la vida de las ciudades es un proceso continuo e inacabado en el que incluso los actores que forman parte del juego varían.

La distinción (ciudad vivida-ciudad administrada) se apoya en las críticas a la perspectiva ecológica y planificadora de los análisis de la ciudad, desarrollada por H. Lefebvre y M. Castells en los años 60 y 70, la crítica de D. Harvey a la geografía estadística y el trabajo de M. Foucault sobre la perspectiva de la “población”.

En este marco, suele considerarse una piedra fundamental en el acercamiento socio-lógico a la vida en las ciudades el corto artículo de G. Simmel de 1903: “La metrópolis y la vida mental” (2005), que sigue siendo una de las exposiciones más claras de la perspectiva del habitante en los estudios urbanos. La base de su planteo es similar a la de otros autores clásicos: la división del trabajo, la creciente especialización funcional, convierten a la persona “en un simple engranaje de una enorme organización de poderes y cosas que le arrebata de las manos todo progreso, espiritualidad y valor para transformarlos a partir de su forma subjetiva en una forma de vida puramente objetiva”1. Pero el foco de su interés es distinto; la máquina no obsta que Simmel siga manteniendo su interés centrado en el engranaje: ¿cómo viven las personas esta alteración? El trabajo concluye con una invitación: “dado que tales fuerzas de la vida se han integrado tanto a las raíces como a la coronación de la totalidad de la vida histórica a la que nosotros –con nuestra existencia pasajera- pertenecemos como una parte, como una célula, no es nuestra tarea la de acusar o perdonar sino sólo la de entender”.

Esta propuesta de entender la vida en la ciudad tuvo múltiples continuaciones. Entre las más ilustrativas suele citarse el también breve artículo de 1938 del sociólogo estadounidense L.Wirth. Sus planteos de fondo son similares a los de Simmel; también son parecidas sus con-clusiones: la primacía de la indiferencia urbana y el incremento de las libertades posibles. Sin embargo durante el texto aparece claramente un clivaje; trabajar sobre traducciones al español puede opacar el ejemplo, pero es ilustrativo: en el artículo de Simmel la palabra “población” no aparece. En el de Wirth es usada hasta la redundancia: 40 veces.

Desde que en el siglo XVIII la estadística aplicada a la administración del estado descubre y muestra que la población tiene sus propias regularidades, que entraña efectos propios de su

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agregación, se pone de relieve un cierto nivel de pertinencia, una manera de poner en juego la relación colectivo/individuo, totalidad del cuerpo social/fragmentación elemental, que va a actuar en un personaje político nuevo: la(s) población(es). Aparece una cesura fundamental entre el nivel adecuado para la acción económico-política del gobierno, el nivel de la población y otro nivel, el de la serie, la multiplicidad de individuos, que no será pertinente o sólo lo será en cuanto, manejado como es debido, mantenido como es debido, alentado como corresponde, permita lo que se procura en el nivel que sí es pertinente (M. Foucault, 2003). Y esto es particu-larmente claro en la sociología urbana. En esta distinción estriba el hiato que separa Simmel de Wirth y el posterior empiricismo funcionalista dominante en la sociología urbana.

Al decir del geógrafo E. Soja (2000), uno de los principales exponentes de la perspectiva del habitante en la actualidad, el sentido de la espacialidad es trialéctico y contiene: lo perci-bido, lo concebido y lo vivido. Éstos son los tres elementos indispensables y necesarios para dar cuenta de la forma en que el “urbanita” (Delgado, 2005) se apropia de la ciudad.

Para Soja el espacio percibido consiste principalmente en el espacio formal concreto; cosas que pueden ser empíricamente mapeadas, a la vez que socialmente producidas como medios y resultados, de actividad humana: comportamiento y experiencia. Materializado, “físi-co” socialmente producido, el espacio empíricamente medible puede ser directamente sentido y descrito.

El espacio concebido es el espacio construido de forma mental o cognitiva (para Le-febvre el espacio “imaginado”). Es expresado en sistemas organizados intelectualmente por símbolos y signos, en palabras escritas o dichas. En este espacio mental “dominante” (Lefebvre 1979) se encuentran las representaciones del poder y la ideología.

El espacio vivido (el tercer espacio de Soja) consiste en prácticas sociales y espaciales reales, el mundo material inmediato de la experiencia y la realización. El espacio vivido se su-perpone al espacio físico, haciendo uso simbólico de sus objetos, y tiende a ser expresado en sistemas de símbolos y signos no verbales. Para Lefebvre el espacio vivido se distingue tanto del espacio físico como material: los trasciende. El espacio vivido se apropia de lo real y lo imaginado en el mundo de vida, en las experiencias, emociones, eventos y elecciones políticas. Como Soja lo describe “este espacio es directamente vivido”, el espacio habitado y usado; con-tiene también lo real y lo imaginado simultáneamente. Cambia entonces el sentido y la sustan-cia. Es simultáneamente el espacio real y el imaginado y más” (Arentsen, Stam y Thuijs, 2008).

Miedo urbano

Pero desde la perspectiva del habitante, la inseguridad aparece asociada a una experien-cia, a una vivencia: el miedo urbano. Se hace necesario distinguir los fenómenos para construir nuestro objeto.

La inseguridad ciudadana es un tema recurrente en la sociedad contemporánea: permea el discurso público, político y mediático, modula las campañas electorales. Se presenta en la vida cotidiana, interfiriendo en la forma de vivir, transitar, y usar la ciudad y sus espacios públi-cos.

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El término percepción de inseguridad ciudadana traduce (imperfectamente) el miedo, fun-damentalmente urbano, que tiene múltiples facetas y variados rostros, configurando diferentes estrategias para enfrentarlo, trasversalizando los diferentes barrios de la ciudad, encarnándose en cada ciudadano.

El miedo a la violencia en la ciudad, corresponde a la esfera de lo social y cultural. Operan en la producción del miedo factores múltiples que van desde experiencias vividas (encarnadas por los sujetos), procesos de socialización (internalización de pautas sociales y culturales), construcciones discursivas y mediáticas (productoras de realidad), y adquieren contenidos di-ferenciados según género, lugar de residencia, posición en el espacio social y edad de los ciudadanos.

Inseguridad; miedo y delitos

Los cernidores o coladores son instrumentos que permiten diferenciar lo que en principio aparece mezclado, son útiles también analíticamente. Intentamos aquí, “colar” varias cuestio-nes que en principio se entreveran, pero que tienen densidades, naturalezas y estados diferen-tes: inseguridad, miedo y delitos.

Robert Castel, sociólogo francés contemporáneo, en un trabajo donde examina la so-ciedad actual, afirma que “vivimos en las sociedades más seguras que jamás hayan existido”. (2004:11). Propone que, pese a ello “los programas protectores pueden cumplirse completa-mente y producen decepción y aún resentimiento (…) la seguridad nunca está dada, ni siquiera conquistada, porque la aspiración a estar protegido se desplaza como un cursor y plantea nuevas exigencias a medida que se van alcanzando sus objetivos anteriores” (2004: 15). Esto es: por una parte en buena parte del planeta hay garantías y una mayor cobertura del aparato estatal que en muchos otros momentos históricos; por otra parte, la seguridad total es inalcan-zable, de “dimensión propiamente infinita”.

El autor diagnostica el fracaso de la promesa esgrimida por el liberalismo: aplicar al con-junto de la sociedad los principios de la autonomía del individuo y de la igualdad de derechos. Una sociedad no puede fundarse exclusivamente en un conjunto de relaciones contractuales entre individuos libres e iguales, pues entonces excluye a todos aquellos cuyas condiciones de existencia no pueden asegurar la independencia social necesaria para entrar en paridad en un orden contractual. El clivaje propietarios/no propietarios se traduce en un clivaje sujetos de derecho/sujetos de no derecho si se entiende también por derecho el de vivir en la seguridad civil y social. ¿Cómo se consiguió vencer la inseguridad (social) asegurando la protección (so-cial) de todos o casi todos los miembros de la sociedad moderna?: concediendo protecciones fuertes al trabajo o construyendo un nuevo tipo de propiedad concebida y puesta en marcha para asegurar la rehabilitación de los no propietarios, la propiedad social.

Tras el debilitamiento del estado nacional-social, capaz de garantizar un conjunto cohe-rente de protecciones en el marco geográfico, la inseguridad envuelve a las personas.

Una lectura posible (y sugerente) a partir de los planteamientos de Castel es considerar la inseguridad urbana como una de las dimensiones en que se expresa la “inseguridad social”.

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La demanda por la “seguridad social” como un producto de la sociedad industrial, actualmente lleva la paradoja de no poder cubrirse desde ningún Estado ni tampoco desde ningún ámbito privado. La “necesidad” de seguridad ha expandido según este autor su campo de influencia y el individuo contemporáneo requiere tener garantizado y minimizar a tal punto la incertidumbre que no hay dispositivos capaces de lograrlo. Esta paradoja, permite pensar que la inseguridad se ha vuelto un síntoma de una nueva etapa civilizatoria, o que marca signos distintivos en la sociedad contemporánea, estableciendo diferencias con fases históricas anteriores. Supone un “problema” que requiere soluciones de un orden diferente a las que se encontraron en el pasado y convoca a académicos políticos y sociedad civil a tematizar reiteradamente sobre este objeto. Sin embargo la inseguridad hace referencia a múltiples dimensiones: inseguridad laboral, inse-guridad afectiva; inseguridad sanitaria, etc.

La misma idea se presenta en Norbert Lechner (2002) “los miedos de la gente tienen una expresión sobresaliente: el miedo al delincuente. La delincuencia es percibida como la principal amenaza que gatilla el sentimiento de inseguridad”.

Por tanto, al hablar de inseguridad habitualmente todas estas dimensiones se terminan “condensando” en el miedo a la violencia en las ciudades. Pero es conveniente discriminar am-bos conceptos y utilizar el término miedo urbano para hacer referencia exclusiva al miedo de violencia en la ciudad, e inseguridad como el término que alude a todas las dimensiones que suponen incertidumbre.

La primera distinción es entre inseguridad -referida a múltiples dimensiones- y miedo en la ciudad -estrictamente referido a la percepción del riesgo de ser víctima de violencia y/o delitos en la ciudad. Resta aún distinguir que el miedo no siempre se corresponde con el hecho, en este caso con delitos.

No debe asumirse que las tasas de delitos se correspondan con los miedos a ser víctima de los mismos. De la misma forma las tasas de desempleo no “indican” sobre el miedo a ser o quedar desempleado. Otro ejemplo que puede ilustrar esta idea: el miedo a tener un bebé con malformaciones congénitas es universal, aunque las tasas de ocurrencia sean eventualmente bajas.

Con ello, lo que queremos mostrar es que no es lógicamente necesario el hecho y miedo al hecho. Por eso es ineficiente (e improcedente también) la vinculación de las tasas de delitos con el miedo a la violencia. No hay relación necesaria entre ambos.

Estudios antecedentes van en esta dirección de diferenciar “percepción de inseguridad” o miedo a la violencia, con los delitos, trabajarlos como fenómenos que tienen dinámicas dife-renciadas y con dudosa (o desconocida) correspondencia entre sí.

“Sin ignorar las altas tasas de delitos en todas las urbes latinoamericanas, llama la aten-ción que la percepción de violencia urbana es muy superior a la criminalidad existente. Por ende, no parece correcto reducir la seguridad pública a un “problema policial”. Probablemente la imagen del delincuente omnipresente y omnipotente sea una metáfora de otras agresiones

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difíciles de asir. El miedo al delincuente parece cristalizar un miedo generalizado al otro. Varias razones alimentan esa desconfianza en las relaciones interpersonales” (Lechner, 2002: 137).

En consecuencia, el término “inseguridad ciudadana” no es sinónimo de delitos, dado que la inseguridad puede hacer referencia a muchas otras dimensiones, aunque se “condense” en ésta. Tampoco es sinónimo del miedo a ser víctima de violencia en la ciudad.

Ahora bien, el hecho que la percepción de inseguridad no sea equivalente a delitos, e incluso, se pueda argumentar la existencia de una inflación del miedo respecto a los riesgos de ser víctima, esto no significa que no sea “real”. Al decir de Thomas, W. (1923) “Si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias”. Siguiendo este razonamiento, el miedo es real, y a su vez es causa de conductas individuales y sociales. El cambio de conductas respecto al uso de la ciudad (no ir a determinados lugares, encerrarse en casa, colocar rejas y portones, no salir de noche, contratar guardias de seguridad, alarmas, se-guros y cámaras, cercas eléctricas, etc, son conductas “reales” que afectan la vida cotidiana de todos los ciudadanos. Es por tal motivo, que independientemente de la relación (o la no relación) que el miedo tenga con el delito, es relevante trabajar con el miedo. No sólo para demostrar la no correspondencia con las probabilidad de ser víctima sino con lo que éste tiene de real, es decir, con los mecanismos que lo producen y lo re-producen, si se pretende intervenir en ellos.

En consecuencia, postulamos aquí la existencia de dos fenómenos diferentes, aunque ambos reales: los delitos, y el miedo a ser víctima. Es tan necesario para asegurar la calidad de vida de los ciudadanos diseñar políticas, programas y estrategias para combatir y bajar las tasas de delitos, como para amortiguar el miedo y sus consecuencias. Pero al ser fenómenos distintos, de diferente naturaleza y orden, se requiere dar cuenta de ambos. Actualmente, am-bas cosas se confunden y entreveran, cuestión que no ayuda a enfrentar las especificidades de uno y otro.

El miedo urbano impacta en el derecho al uso de la ciudad, en la integración y cohesión social y en la calidad de vida de los sujetos. Radica allí la pertinencia de su estudio desde la perspectiva de la ciudad habitada, atendiendo a los discursos, representaciones y estrategias que despliegan los ciudadanos para enfrentarlo.

Miedos urbanos en Montevideo

En trabajos anteriores hemos mostrado como Montevideo, sin demasiada originalidad (al comparar estudios similares en otras ciudades), construye su enemigo urbano (“los sujetos peligrosos”) en base a tres marcas predominantes: “ser joven”; “ser pobre” y “ser varón”. Producto de la investigación “Usos y apropiaciones de los espacios públicos de Montevideo4” realizada entre el 2005 y 2007, utilizando como técnica de relevamiento de información grupos de discusión en que participaron más de 300 habitantes de Montevideo de diferentes estratos sociales y barrios de residencia, de diferentes tramos de edad y sexo, se lograron desentrañar los mecanismos discursivos y retóricos que implican la versomilitud de la asociación de juven-

4 Investigación realizada en el Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, GEUG. Financiada por el programa I&D CSIC-UDELAR, coordinada por Verónica Filardo.

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tud y pobreza con marginalidad y violencia sin necesidad de mediar argumentación. (Filardo et al, 2007) La tipificación que opera para los pobres, para los varones jóvenes, y en particular para aquellos que conjugan en sí mismos las tres marcas (son varones jóvenes pobres).

Sin embargo, enfocaremos aquí, otras cuestiones sobre la construcción cultural del mie-do urbano y sus mecanismos de reproducción, así como las variaciones del sentido que adquie-re en diferentes sujetos (en particular sobre varones y mujeres) del mismo. En la medida en que sea posible deconstruir estos mecanismos es que podrán diseñarse dispositivos adecuados para evitar su continuidad y eventualmente su incremento.

Al hablar de las raíces del miedo Bannister y Fyfe (2009) hablan de tres teorías: la primera de ellas establece que el miedo a la violencia en la ciudad es producto de la victimización. Se supone entonces que el miedo crece en la medida en que se ha sido víctima de actos violentos, o se percibe como probable el serlo.

No es menor que en otros contextos se afirme que esta hipótesis no se sostiene dado que quienes tienen más miedo son sectores que no son los de mayores riesgos a sufrir actos de violencia en la ciudad. En particular se señalan investigaciones realizadas en otras ciudades que muestran que son las mujeres de mayor edad quienes manifiestan mayores miedos, siendo los hombres jóvenes los de mayor riesgo a ser victimas de violencia urbana. No obstante para Montevideo, no hay datos oficiales ni de victimización por grupos de sexo y edad; ni mediciones sistemáticas sobre el miedo. De esta teoría puede desprenderse que el uso de la ciudad y de los espacios públicos depende en gran medida del riesgo a ser victimizado. No obstante, a partir de nuestra investigación se detectan otros mecanismos de abandono al uso de la ciudad para disminuir el riesgo personal no sólo en los espacios públicos. El temor a “dejar la casa sola”, no radica en consecuencia en las probabilidades de sufrir violencia urbana en espacios públicos, sino de ser víctima de delitos contra la propiedad privada. Es innegable que esta estrategia de defensa –quedarse en casa- tiene consecuencias inmediatas en el (des)uso de la ciudad, aunque los riesgos no remitan al “fuera de casa” sino a “qué sucede en casa” durante el tiempo en que se está afuera.

La segunda teoría que pretende explicar el miedo es la del autocontrol individual (para enfrentar los peligros, o las consecuencias de la victimización”, o de los lazos comunitarios. Así ”fear of crime is correlated with, or caused by, some kind of community deterioration” (Bennet, 1990)5

Esta postura teórica tiene implicancias en las condiciones de vida urbana y la incidencia del miedo.

La tercera posición, mencionada por los autores, respecto al miedo es la “hipótesis del entorno”, aludiendo que el miedo resulta de cómo los sujetos experimentan e interpretan el espacio urbano y no sólo directamente a partir de experiencias de victimización. La idea que subyace es que los individuos “leen” el espacio y calibran los factores protectores, así como los de riesgo. En esta postura es donde con mayor claridad se ancla el miedo a la ciudad, o

5 Citado de Bannister and Fyfe (2001).

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al espacio urbano, no en el crimen, sino en el significado que al espacio urbano le otorgan los sujetos que la habitan.

Estas tres posturas no son secuenciales. Coexisten, se conjugan, articulan y retroalimen-tan. Una de las premisas quizá más relevantes del trabajo de Bannister y Fyfe, es que el miedo urbano se ancla tanto en el crimen y la violencia, como en lo urbano.

Mapas de miedo

Es en la intersección de dos líneas que se inscribe este trabajo: por un lado en la pers-pectiva del habitante y por otro en los miedos en la ciudad. Se delimita así un objeto, que puede ser estudiado a partir de cómo los sujetos vivencian el miedo en la ciudad. En tal sentido, la estrategia de técnicas y metodología aplicada capta los discursos de los habitantes. En esta perspectiva importa lo que los individuos (representando posiciones sociales) dicen sobre lo que les produce miedo: a quienes perciben como sujetos peligrosos, dónde se sienten insegu-ros, o, en qué situaciones, momentos o circunstancias.

Trabajamos entonces con los “decires” de los habitantes de la ciudad. El material empíri-co que se utiliza proviene de la investigación “El juego urbano piezas, posiciones, movimientos y reglas” (Filardo & Aguiar, 2009).

Miedo local

Se construyó el índice de miedo “local” que considera tres indicadores referidos a los es-pacios públicos del barrio. La intención es determinar si el miedo es diferencial en las diferentes regiones de Montevideo al considerar los espacios públicos inmediatos al lugar de residencia. Los indicadores devienen de las siguientes preguntas de la encuesta:

1. En una escala de 0 (totalmente inseguro) y 10 (totalmente seguro) las plazas y parques de su barrio (sin ser el Parque Rodó) le parecen…?

2. En una escala de 0 (totalmente inseguro) y 10 (totalmente seguro) las ferias de frutas y verduras de su barrio le parecen…?

3. Cuán de acuerdo está Ud. en una escala de 0 (totalmente en desacuerdo) a 10 (totalmen-te de acuerdo) con la siguiente frase: Los espacios públicos de mi barrio están apropia-dos por gente que da miedo”.

El índice varía de 0 a 30 –una vez transformados los recorridos de las variables en el mismo sentido- donde 0 es el valor mínimo de miedo y 30 el máximo. Indica sobre el miedo vivido en los espacios públicos del barrio de residencia.

Al observar estos indicadores agrupados por REGIONES vemos que en promedio, el índice de miedo local toma valores que van desde 9,54 a 16,80. Las regiones comprendidas en la franja costera tienen un valor relativamente menor en el índice de miedo local, mientras aquellos que viven en las regiones periféricas, tienen valores más altos.

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Mapa del miedo local por región

Fuente: Datos de Filardo & Aguiar 2009

Interesa determinar si existen factores que afectan el comportamiento del índice de mie-do local (en espacios públicos del barrio) según atributos de los sujetos que responden. En tal sentido se trabajará con tramos de edad de los individuos y con el sexo de los respondentes .

Considerando dos tramos de edad: jóvenes (menores de 30 años) y adultos (30 y más años) el índice muestra los siguientes valores promedio por región:

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Índice de miedo en espacios públicos del barrio por clase de edad, sexo según región

MVD Edad Sexo

Región Media Jóvenes Adultos Dif (adultos-jóvenes) Varones Mujeres

1 15,66 14,5 16,06 1,56 14,99 16,192 14,54 12,51 15,45 2,94 14,71 14,393 11,84 12,4 11,64 -0,76 11,67 11,944 12,71 11,98 13,26 1,28 11,08 14,325 9,87 8,78 10,49 1,71 10,17 9,66 9,54 7,17 10,56 3,39 8,52 10,677 14,78 14,76 14,79 0,03 14,63 15,258 16,8 16,74 16,85 0,11 16,63 16,9

Fuente: Datos de Filardo & Aguiar 2009.

En general el miedo local es mayor en adultos que en jóvenes, situación que se verifica con diferencias en la magnitud en las regiones 1, 2, 4, 5, y 6, siendo la diferencia de mayor magnitud la correspondiente a la región 6.

No se presentan diferencias entre jóvenes y adultos en las regiones 7 (Malvín Norte) y 8 (Cerrito). En ambas regiones se verifican los valores máximos de miedo local para los menores de 30 años.

En el único caso que la diferencia es negativa (el miedo local adquiere un valor promedio mayor para los jóvenes) es en la Región 3 (Aires Puros, Reducto, Jacinto Vera, etc.) aunque no llega a una unidad en el índice.

En cuanto al sexo, las mujeres tienen más miedo que los varones en Montevideo. El valor promedio para ellas del índice de miedo en espacios públicos del barrio en que residen es de 13,88, mientras el resultado para los hombres alcanza 12,80.

Los valores promedio del índice de miedo local por región también varían para varones y mujeres. En las regiones 1, 4, 6 y 7 el índice tiene valores promedios mayor para mujeres que para varones; en las regiones 2, 3 y 8 las diferencias son mínimas y sólo en la región 5 la inseguridad promedio es mayor en varones que en mujeres.

La región más urbanizada de la ciudad, aquella comprendida por los barrios Ciudad Vieja, Centro, Cordón, Palermo, es la que manifiesta una diferencia mayor (3 puntos del valor del índice de miedo local) entre mujeres y varones a favor de las primeras.

La región 8 (barrios Cerrito, Piedras Blancas, Manga, Villa Española, etc.) es aquella en que los valores del índice de miedo local promedio es mayor, e independiente de atributos de la población (edad, sexo).

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Notas finales

En trabajos anteriores hacíamos referencia a las múltiples consecuencias que sobre la vida de los sujetos en la ciudad tiene el miedo urbano. Desde el punto de vista individual por ejemplo, el repliegue de la vida urbana y como freno al uso de espacios públicos, y desde el punto de vista social remarcábamos el riesgo sobre la cohesión social, a partir del reforzamien-to de tipificaciones y estereotipos sociales, sobre sujetos, grupos y lugares, la conformación de representaciones colectivas que consolidan fronteras simbólicas, “marcando” barrios y es-pacios.

En esta oportunidad y como primer aproximación, distinguimos el “miedo local” como aquel que remite a los espacios públicos más cercanos, los que pertenecen al entorno inmedia-to, del barrio en que se reside. La escala del miedo local, es diferente “al miedo en la ciudad”, que también refiere a espacios poco frecuentados, lejanos, eventualmente desconocidos, sim-plemente imaginados, habitados por “otros” lejanos. En el miedo local, la escala es menor, la cercanía mayor y las consecuencias de este miedo anclan fuertemente en la vida cotidiana de los urbanitas.

Si bien los datos se presentan agrupados en ocho regiones de la ciudad de Montevideo, se permite avanzar en las diferencias que se presentan en ellas, mostrando que la intensidad del miedo local no es homogéneo en la ciudad. Tampoco lo es entre jóvenes y adultos, ni entre varones y mujeres.

Las consecuencias del miedo local tienen especificidades; hablan del entorno inmediato de la población, cómo se evalúa el riesgo a ser víctima de violencia urbana en su propio barrio. El miedo local impacta de forma directa en las estrategias de los habitantes de la ciudad para enfrentarlo, en el valor del suelo, afecta la vida cotidiana de los sujetos y erosiona el uso los espacios públicos barriales.

Una política de seguridad ciudadana debe atender tanto a los delitos como al miedo a ser víctima; puesto que miedo no sólo es real, sino que son reales sus consecuencias. Sin embargo el miedo muestra diferentes intensidades, se produce y reproduce bajo diferentes mecanismos y se especifica para determinadas poblaciones (por sexo, por edad, por lugar de residencia). Es necesario considerar las diferencias en las medidas públicas a adoptar.

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Miedos en la ciudad 269

AnexoLa investigación “El juego urbano: posiciones, movimientos piezas y reglas” (Filardo,

Aguiar, 2009) realizada en el Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales, aplicó una encuesta a más de 1.000 hogares de la ciudad de Montevideo. La ciudad fue dividida en 8 regiones a partir de dos criterios principales: el estrato socioeconómico (INE) predominan-te de los hogares de cada uno de los 62 barrios de Montevideo y el criterio geográfico (ejes via-les). Cada uno de los estratos se integra por un conjunto de barrios relativamente homogéneos en ingreso, que además presentan contigüidad territorial y comparten una posición geográfica similar en la red vial montevideana. Las regiones constituyen los estratos a partir de los cuales se diseñó la muestra. La composición de las mismas por barrios es la siguiente:

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Barrios por Región

Regiones Barrios Regiones Barrios

Región 1

Cerro

Región 5

Parque RodóLa Paloma, Tomkinson Punta CarretasLa Teja Pque. Batlle, V. DoloresTres Ombues, Victoria La BlanqueadaPaso de la Arena Tres CrucesCasabó, Pajas Blancas Pocitos

Región 2

Peñarol, Lavalleja

Región 6

BuceoConciliacion MalvínColon Sur Este, Abayuba Punta GordaColon Centro y Noroeste CarrascoLezica, Melilla Carrasco NorteNuevo Paris

Región 7

Malvín Norte

Región 3

Mercado Modelo, Boli-var Bañados de Carrasco

Aires Puros Maroñas,Pque.GuaraniPaso de las Duranas Flor de MaroñasPrado, Nueva Savona Las CanterasCapurro, Bella Vista UnionReducto Pta.Rieles,Bella ItaliaAtahualpa Villa Garcia, Manga Rur.Jacinto Vera

Región 8

ItuzaingoLa Figurita Castro, CastellanoLarrañaga CerritoBrazo Oriental Las AcaciasSayago Piedras BlancasBelvedere Manga

Región 4

Ciudad Vieja Manga, Toledo ChicoCentro CasavalleBarrio Sur Villa EspañolaCordón Jardines del HipódromoPalermoAguadaVilla Muñoz, RetiroLa Comercial

Fuente: Datos de Filardo & Aguiar. 2009.