Miraran al que traspasaron

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© SAN PABLO I NTRODUCCIÓN El Vía Crucis tal como lo conocemos, como forma más común y popular de devoción a la pasión de Cristo, para contemplar sus sufrimientos y dejarnos llevar por la compasión, es el último eslabón de una larga serie de prácti- cas de piedad que se han desarrollado a lo largo del tiempo. Ya a partir del siglo IV comenzaron las peregrina- ciones a Tierra Santa, y el Calvario y el Sepulcro se convirtieron en la meta de una procesión especial que luego, con el tiempo, se extendió a los demás lugares santificados por los sufrimien- tos del Señor. En el Medievo latino es san Francisco quien, con su belén, da un fuerte impulso a una espiritua- lidad de la imagen y, en consecuencia, a la evangelización. Francisco ve a los personajes del belén como una posibi- lidad para que el fiel se sumerja en los estados de ánimo, en los sentimientos y en los pensamientos de estos per- sonajes. Esto da lugar a un enfoque mucho más íntegro y complejo que el simple anuncio verbal. En efecto, como la salvación fue realizada por el Verbo encarnado, por el Hijo de Dios hecho hombre, es necesario que implique al hombre entero, y tan íntegramente que proponga y cree un estilo de vida que nos haga contemporáneos de Cristo y de los acontecimientos salvíficos. No se trata, pues, solo de simple representa- ción, porque muchos estaban presentes en la pasión de Cristo y, sin embargo, no reconocieron a Jesús como Hijo de Dios y salvador de los hombres. Se trata de una imagen plasmada por la palabra de Dios y por la gran teología. Pocos siglos más tarde, ya en plena modernidad, san Ignacio de Loyola reafirma la importancia de la imagi- nación espiritual. También él, en los Ejercicios Espirituales, lanza al ejercitan- te para que se sirva de la imaginación para provecho espiritual, dentro de las coordenadas teológicas esenciales, para involucrarse más íntegramente con todas sus capacidades e inflamar- se así más para el Señor. Para Ignacio el provecho espiritual no consiste en elaborar alguna imaginación fantástica, sino que es un íntimo conocimiento de Dios que nos inflama con su mismo amor. El momento en que vivimos nos parece especialmente adecuado para recuperar esa tradición que une teolo- www.sanpablo.es

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Este libro ofrece un Vía Crucis ilustrado con las bellísimas imágenes de los mosaicos del Vía Crucis de Mengore (Eslovenia), realizados por el Taller del Centro Aletti, acompañados de textos explicativos y de fragmentos sobre la Pasión de los padres de la Iglesia y de la liturgia oriental. La lectura de este Vía Crucis y la contemplación de las imágenes características de la Pasión permiten al lector acompañar a Jesús en los principales momentos de su Pasión y sentir junto a él sus padecimientos, pero también experimentar la alegría por la esperanza de la Resurrección. Editorial San Pablo España

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INTRODUCCIÓN

El Vía Crucis tal como lo conocemos, como forma más común y popular de devoción a la pasión de Cristo, para contemplar sus sufrimientos y dejarnos llevar por la compasión, es el último eslabón de una larga serie de prácti-cas de piedad que se han desarrollado a lo largo del tiempo. Ya a partir del siglo IV comenzaron las peregrina-ciones a Tierra Santa, y el Calvario y el Sepulcro se convirtieron en la meta de una procesión especial que luego, con el tiempo, se extendió a los demás lugares santificados por los sufrimien-tos del Señor. En el Medievo latino es san Francisco quien, con su belén, da un fuerte impulso a una espiritua-lidad de la imagen y, en consecuencia, a la evangelización. Francisco ve a los personajes del belén como una posibi-lidad para que el fiel se sumerja en los estados de ánimo, en los sentimientos y en los pensamientos de estos per-sonajes. Esto da lugar a un enfoque mucho más íntegro y complejo que el simple anuncio verbal. En efecto, como la salvación fue realizada por el Verbo encarnado, por el Hijo de Dios hecho hombre, es necesario que implique al

hombre entero, y tan íntegramente que proponga y cree un estilo de vida que nos haga contemporáneos de Cristo y de los acontecimientos salvíficos. No se trata, pues, solo de simple representa-ción, porque muchos estaban presentes en la pasión de Cristo y, sin embargo, no reconocieron a Jesús como Hijo de Dios y salvador de los hombres. Se trata de una imagen plasmada por la palabra de Dios y por la gran teología.

Pocos siglos más tarde, ya en plena modernidad, san Ignacio de Loyola reafirma la importancia de la imagi-nación espiritual. También él, en los Ejercicios Espirituales, lanza al ejercitan-te para que se sirva de la imaginación para provecho espiritual, dentro de las coordenadas teológicas esenciales, para involucrarse más íntegramente con todas sus capacidades e inflamar-se así más para el Señor. Para Ignacio el provecho espiritual no consiste en elaborar alguna imaginación fantástica, sino que es un íntimo conocimiento de Dios que nos inflama con su mismo amor. El momento en que vivimos nos parece especialmente adecuado para recuperar esa tradición que une teolo-

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gía, arte y espiritualidad. El arte hace visible la concreción –la carne– de la Palabra y de nuestra fe, y nos hace partícipes del misterio al que nos llama Gregorio Nacianceno: «Algunas gotas de sangre», caídas en el gran cáliz de la tierra, «han renovado todo el universo» (PG 36, 664).

Este Vía Crucis se encuentra en Mengore, junto a la iglesia de Santa María en Tolmin, en Eslovenia, en la cresta de los pre-Alpes Julianos. El Vía Crucis fue construido tras la I Guerra mundial, que vio a Mengore como teatro de mucho sufrimiento. Pero el sufrimiento no terminó allí, y continuó durante el período fascista (esta zona de frontera estaba entonces en Italia) y luego con el comunismo. Cuando Mengore pasó a la Yugoslavia comunista, el Vía Crucis fue destrui-do. El párroco, Milan Sirk, quiso que

este monte, testigo de tanta violencia, tuviera nuevamente su Vía Crucis y se lo pidió al P. Rupnik y al Taller de Arte del Centro Aletti, que lo rea-lizaron en el año 2008. En las esce-nas del Vía Crucis en mosaico se ven solo fragmentos de rostros, atisbos de ojos, para concentrar toda la intensidad espiritual en el rostro, en la mirada, desde el momento en que el rostro es la revelación de la persona. Como de costumbre, al escrito que acompaña a las imágenes se añaden citas sacadas de antiguos escritos cristianos. Así se destaca aún más que una devoción que se pensaría típica del Occidente del segundo milenio, aun con las riquezas y las acentuaciones que este ha aportado, hunde sus raíces litúrgicas y dogmáti-cas en el corazón del misterio cristiano contemplado desde siempre por los ojos de los cristianos.

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