Mocho, Fray - Memorias de Un Vigilante

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    MEMORIAS DE UN VIGILANTE

    FRAY MOCHO

    Digitalizado por http://www.librodot.com

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    I DOS PALABRAS

    No abrigo la esperanza de que mis recuerdos lleguen a constituir un libro interesante ;

    los he escrito en mis ratos de ocio y no tengo pretensiones de filsofo, ni de literato. No obstante, creo que nadie que me lea perder su tiempo, pues, por lo menos, se

    distraer con casos y cosas que quizs habr mirado sin ver y que yo en el curso de mi vida me vi obligado a observar en razn de mi temperamento o de mis necesidades.

    II EN LOS UMBRALES DE LA VIDA

    Mi nacimienti fue como el de tantos, un acontecimiento natural, de esos que con

    abrumadora monotona y constante regularidad se producen diariamente en los ranchos de nuestras campaas desiertas.

    Para mi padre, fui seguramente una boca ms que alimentar, para mi madre, una preocupacin que se sumaba a las ocho iguales que ya tena, y para los perros de la casa y para los pajaritos del monte que nos rodeaba, una promesa segura de cascotazos y mortificaciones que comenzara a cumplirse dentro de los tres aos de la fecha y durara hasta que los vientos de la vida me arrebataran, como a todos los congregados por la casualidad bajo aquel techo hospitalario.

    Conclua quizs la primera dcada de mi vida, cuando un buen da lleg a la casa una tropa de carros, que, desvindose del camino que serpenteaba entre las cuchillas, all en la linde del monte, vena a campo traviesa buscando un vado en el arroyo, que disminua en una mitad el trecho a recorrer para llegar al pueblo ms cercano.

    El capataz habl con mi padre ; y ste, de repente, me hizo seas de que me acercara, y dijo

    -Este es el muchacho! ... Como obediente y humilde, no tiene yunta... el otro que poda igualarlo se nos muri la vez pasada!... Como conocedor del monte y del arroyo, lo ver en el trabajo!

    A m me zumbaron los odos, y no pude saber lo que el hombre contest ; sin embargo, me di cuenta, as en general no ms, de que ya no podra extasiarme a la sombra de los espinillos florecidos viendo cmo las lagartijas se correteaban sobre la cresta de los hormigueros, haciendo relampaguear sus armaduras brillantes, ni pasarme las horas muertas, escuchando el contrapunto de las calandrias y de los zorzales, estimulados por el lamento de los boyeros parados al borde de sus nidos, colgados all en la extremidad de los gajos ms altos y flexibles de los molles y coronillos.

    Mi padre me sac de mi xtasis con su voz ronca y varonil, esta vez impregnada de una dulzura desconocida

    -Oiga, hijito!... Vaya, traiga su petisito bayo y ensllelo!... Va a acompaar a este

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    hombre, que es su patrn!

    III EL VAIVN DEL MUNDO

    Las corrientes del mundo me arrebataron y luch con ellas con suerte varia ; ninguna

    ay! volvi a traerme hasta los montes nativos, y cuando un da -despus de muchos aos- volv a ellos, ya no guardaban sino restos miserables, escapados al hacha del montaraz; y del pobre rancho y de la familia que lo ocup, ni el recuerdo siquiera.

    Qu fue de los mos? Qu fue de las hojas del tala frondoso, en cuyas ramas flexibles mi madre colgaba la

    cuna de sus hijos, aquel noque de cuero que la brisa meca cariosa? Qu fue de los trinos del boyero y del contrapunto de las calandrias y de los zorzales? Slo quedan en mi memoria como un recuerdo! Sirviendo de gua a las tropas de carretas, picando stas cuando ya mis msculos lo

    permitieron, de pen aqu, de vago all, lleg un da para m dichoso y bendecido -porque es el origen de mi felicidad actual- en que una leva me tom y puso punto final a mis correras de vagabundo, perfilando sobre la figura mal pergeada del pobre gaucho ignorante la simptica silueta del soldado.

    Recuerdo, como si fuese ayer, las circunstancias en que fui tomado y voy a tratar de pintarlas, no con la pretensin de hacer un cuadro sino con la intencin de presentar una escena de nuestros campos, vulgar y corriente en tiempos no lejanos, pero hoy ya casi extica, debido a las exigencias de la vida.

    IV DE ORUGA A MARIPOSA

    Tras un galope de algunas leguas -andaba de vago y era joven y aficionado al baile y las

    buenas mozas- llegu al viejo rancho desmantelado y solitario -veterano de cien tormentas- donde se iba a bailar, cosa que no era muy frecuente entonces, dada la escasez de poblacin en aquellos parajes.

    Al acercarme al palenque, ya pude contar cuntos me haban precedido en la llegada y hasta saber quines eran: all estaban sus caballos a modo de tarjeta de visita.

    Primero, el petiso de los mandados -maceta y mosqueador- que buscando verse libre de las sabandijas u obedeciendo a la costumbre de evitarlas, haba ido retrocediendo hasta apartarse del grupo, y sembrando el trayecto recorrido con las pilchas del muchacho a cuyo servicio lo haba condenado la suerte, que nunca le fue propicia ; luego los mancarrones de algunos gauchos pobres y de los viejos vagos del pago, con sus aperos formados con prendas de procedencia diversa y de ms diversa fabricacin, con sus riendas peludas y anudadas y con sus cinchas enflaquecidas de puro dar tientos para remiendos ; y, finalmente, algunos redomones bravos, que al sentirme llegar yerguen las orejas, relinchan

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    y se agitan, indicndome que ya hay mocetones que me harn competencia en el corazn de las dueas de esos otros pingos, cuidados y lustrosos, tusados con coquetera, y cuya crin ha servido para dibujar ya un arco atrevido, ya una guarda griega caprichosa, y que lucen bozales tan primorosos y cabestros" tan llenos nos de bordados y de adornos.

    Son pingos del andar de gente presumida, y hasta con pespuntes de elegantes mozas. Previo el consabido ladrido de los perros -arrancados por mi llegada a un sueo plcido

    y tranquilo-, el relincho de los redomones del palenque, los saludos del dueo de la casa y las vichadas* de las mozas y mocetones, que, cortos con los forasteros, se han ocultado tado en el rancho, ech pie a tierra y fui a sentarme en el ancho patio recin barrido y carpido, que a la noche servira de saln de baile, iluminado por la luna plcida y serena, aquella luna de mi tierra que veo al travs del tiempo, quizs embellecida por el recuerdo.

    Los preparativos para la fiesta estaban en lo mejor. All atrs del rancho, formado por una pieza grande de paja -quinchada- haba un

    remedo de otra, formada por cuatro cueros de potro y algunas ramas mal atadas, que pomposamente se denominaba con el simptico nombre de la cocina.

    A travs del agujero que le serva de puerta, y por entre la nube de humo que vomitaba, vea, desde donde estaba sentado, un hacinamiento de cabezas, alumbradas por la llama temblorosa del fogn.

    Entre risas ahogadas y cuchicheos, oa el canto montono de la sartn en la que se frean montones de pasteles dorados, que espolvoreados con azcar rubia, llevados de a seis u ocho -mximum que poda contener el nico plato de loza que haba en la casa -con destino al depsito general, que estaba en la pieza de paja, bajo la custodia de una vieja vigilante, ta respetada de algunos muchachos greudos y carasucias, que de vez en cuando se asomaban por ah, espiando el momento de dar un maln con suerte.

    Eran atrados por el olor apetitoso y agradable de los pasteles, que corra por todo el rancho, y que al penetrar por la nariz pona en juego las glndulas salivales y haca caer los estmagos en sueos deleitosos y en xtasis buclicos.

    Bajo su influencia, uno llegaba hasta a olvidar que los tales pasteles estaban guardados en un viejo fuentn de lata, bajo la cama, en compaa del antiguo cajn de fideos, hoy humilde depsito de tabaco para el uso de la patrona, y expuestos a las correras irres-petuosas de las pulgas matreras, que pasan su vida viajando de los perros a sus dueos y de stos a los perros, hasta encontrar algn benvolo forastero que, a pesar suyo, las lleve por ah a tierras lejanas.

    Ya una veintena de mates amargos y sabrosos, o no, que eran cebados por un muchacho rooso -todo un maestro en el arte- haban pasado a mi estmago, hacindome olvidar la fatiga y el cansancio, cuando las mozas y los mozos, que haban andado por ah a salto de mata, ya ms familiarizados con los forasteros, empezaron a dejar sus escondites poco a poco.

    Ellos se acercaban serios y graves, nos daban la mano -a m y a otros convidados desconocidos que estbamos como en asamblea-, con el brazo rgido como si fueran a pegar una pualada o a asigurar un udo, murmuraban algo que no se entenda y luego se sentaban en rueda, con toda simetra, tratando, a fuer de bien criados, de colocar los pequeos bancos de una cuarta de alto y formados por un trozo de madera pulido por el uso y las asentaderas, y con las cabeceras llenas de pequeos cortes producidos por el cuchillo al picar el naco', de modo a no dar la espalda a nadie.

    Y all se quedaban con las piernas dobladas y el cuerpo encogido en esa posicin en que se encuentran las momias incsicas en sus urnas de barro, pintarrajeadas.

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    Ms all, parados, con los pies cruzados, un pucho coronando la oreja, medio perdido entre una mecha rebelde que se escapa del sombrero descolorido y ajado, estn los gauchos pobres y menos considerados, con sus chirips rayados, sus camisetas de percal y sus rebenques colgados en el mango del facn, atravesado en la cintura y que asoma por sobre el culero fogueando por el lazo o por bajo el tirador*, cuando ms sujeto por una yunta de bolivianos falsos.

    Ellas, las mozas, venan en grupo, disimulando su turbacin con una sonrisa y haciendo sonar sus enaguas almidonadas y sus vestidos de percal -tiesos a fuerza de planchado- y que cantaban alegremente al rozar el suelo.

    Se sentaban en hilera, graves, por ms que la alegra les rebosaba; se ponan serias, pero la risa les chacoteaba entre las pestaas largas y crespas, jugueteaba sobre sus labios y se arremolinaba, all, en las extremidades de la boca.

    Pronto la conversacin se hizo general, la fuente de pasteles se puso al alcance de las manos y la familiaridad comenz a desarrugar los ceos adustos y a alejar las desconfianzas.

    Ms mozos y ms mozas continuaron llegando, y de recepcin en recepcin y de pastel en pastel, fuimos alcanzando a la noche, que era la aspiracin de todos.

    Al fin lleg y con ella los guitarreros, que eran tres: un viejo tuerto -verdadero archivo de cicatrices- y dos parditos, que eran sus discpulos, los voceros de su fama y futuros herederos de su clientela en el pago.

    Se colocaron los bancos en rueda, destinado el frente que daba al rancho -sitio de honor- para los guitarreros, para las mams y para los mosqueteros de ms consideracin; luego seguan las mozas que entraran en danza y la turbamulta de mirones y de asistentes.

    El bastonero, que era dueo de casa, se situ en un punto cmodo para abarcar el conjunto y hacer la designacin de parejas con la mayor estrictez, y mientras se acordaban las guitarras, empez a estudiar la concurrencia para -con conocimiento de causa- poder hacer combinaciones que pudiesen satisfacer las aspiraciones de todos: enamorados-bailantes y bailantes solamente.

    Cmo lata el corazn, en la esperanza de que fuera la moza de su simpata la que le tocara a uno en aquel reparto de beldades, que durara lo que durase la pieza!

    Conmover al bastonero con una splica? Pero si eso era un sueo irrealizable! Un criollo bastonero era inconmovible, y, sobre todo, tena demasiada admiracin por

    las elevadas funciones que desempeaba para entrar en familiaridades con nadie. Baste decir que ni a sus sobrinos tuteaba en esos momentos, por no rebajar su

    autoridad! Organizadas las parejas, sonaron las guitarras, y se dejaron or los acordes de una polka

    en que trinaban las primas y las segundas, y no tanto destinada a ser bailada cuanto a demostrar la habilidad de los ejecutantes: era como un punto de atencin echado por el viejo guitarrero.

    Los mocetones ms empilchados y ladinos fueron los que debutaron. Metidos en sus grandes botas de charol, con el taco como aguja y con todo el frente bordado, daban vueltas pretenciosas de elegantes, pareciendo muecos movidos por un mismo resorte, tal era la precisin con que seguan el comps que el maistro marcaba con la cabeza.

    El bastonero -para satisfaccin de las mams, que se le dorman a los pasteles y al mate, agrupadas alrededor de los guitarreros- circulaba entre las parejas, diciendo cuchufletas y haciendo con su frase sacramental -que se vea luz, caballeros !- que las aproximaciones no fueran ms all de lo lcito y honesto.

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    Concluida la polka, las parejas se deshicieron : las mozas, despus de sacudirse las polleras para quitarles la tierra, tomaron asiento y comenzaron a torcer sus pauelos, a sacarse mentiras o a alisarse el jopo, para dar ocupacin a las manos, que ociosas les incomodaban, mientras los mozos volvan sonrientes a nuestras filas, de donde el bastonero los sacaba de uno a uno, para hacerles probar de cierta caa con cscara de naranja, que tena reservada para los preferidos.

    Volvieron a sonar las guitarras, hacindose or un rasgueo, alegre y armonioso; era un gato que se bailaba solo de puro sentido y bien tocado.

    Dos parejas salieron al medio de la rueda. La segunda, que era puramente decorativa, pasaba desapercibida: la primera era formada por un mocetn de color bronceado -vistiendo amplio chirip de grano de oro, cado hasta el taco de la charolada bota de campana, camiseta de merino negro tableada, pauelo volador de seda punz, sombrero chambergo de felpa con un barbijo lleno de borlas que le castigaban la nariz y la barba- y por una moza, no mal parecida, que luca entre el cabello negro, lustroso, un ramo de fragantes claveles rojos y que indudablemente era la consentida del mocetn.

    Debut l con un saludo y luego con un zapateado en que luca todas las gracias de sus pies adiestrados, siguiendo al mismo tiempo el comps, mientras el guitarrero se desgaitaba, gritando con voz gangosa: "salta la perdiz madre" y ella, la consentida, se haca la que hua de los ataques del animalito que era empecinado y la segua, haciendo resonar el suelo con el acompasado golpeteo de sus pies.

    Iba a terminar la pieza, cuando de all de la ltima fila de mirones y gauchos pobres sali una voz que dijo barato!, mientras avanzaba a reemplazar al mocetn -que pareca ceder su puesto de mala gana- otro, que era su rival y que, aunque ms despilchado*, tena la habilidad de cantar y no dejaba de ser famoso en el pago.

    Su aparicin fue aplaudida, y la muchacha, encendida, se remilg y trat de lucir toda su gracia al que le daba tal prueba de distincin.

    Cuando lleg el momento del canto, modul con voz llena de dulzura, aunque emitida por la nariz, unas coplas llenas de sentimiento en que haba una que envolva todo un piropo, que vena como de molde:

    Las muchachas bonitas son perseguidas

    como la azucarera por las hormigas!

    Y remat su canto con un escobilleo que arranc voces de admiracin : los pies se

    movan con tal presteza, mientras el tronco permaneca recto, que era imposible seguirlos con la vista.

    La muchacha volvi a su asiento, y el mocetn qued gozando de su triunfo, orgulloso y satisfecho.

    La caa hizo su aparicin, llevando la alegra a todos los corazones, y los guitarreros, despus de tocar un triste, en que palpitaban todos los anhelos de un alma enamorada, comenzaron a puntear un pericn con todas las reglas del arte.

    Salieron las parejas al centro, elegidas con cuidado por el bastonero, entre los mozos y mozas de ms fama.

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    Hicieron la demanda, algo como la primera figura de la cuadrilla -con mucho garbo y donaire, rivalizando ellos en gravedad y ellas en sonrojo- y vino el alegre que permiti a un aficionado, mientras las dos parejas valsaban, lanzar su nota quejumbrosa:

    Las estrellas en el cielo forman corona imperial. Mi corazn por el tuyo y el tuyo no s por cul!

    Y concluyeron su danza con el cielo -pasadas las peripecias de la cadena- en que los bailarines coronaron su esfuerzo, haciendo castaetear los dedos al comps de la msica y con gran habilidad, mientras las guitarras geman con un vals lleno de sentimiento y armona de esos que, segn la expresin consagrada, levantan de los pelos.

    Y tras el pericn vino un triunfo, donde se flore aquel que fue hroe en el gato y que endilg estas indirectas a su moza:

    Dicen que las heladas secan los yuyos,

    ans me voy secando de amores tuyos!

    Este es el triunfo, madre duea del alma;

    ms quiero dulce muerte que vida amarga!

    Ni aunque todos se opongan los doloridos,

    no hay dolor que se iguale al dolor mo!

    Este es el triunfo, madre, dame la muerte,

    dmela despacito, no me atormente!

    Y as sigui toda la noche la jarana, mientras la caa circulaba y los corazones anhelosos

    se buscaban, tratando de fundir en una sola todas sus aspiraciones. Con los primeros rayos de la aurora se pens recin en poner punto final a la fiesta, y los

    guitarreros echaron el resto en una hueya de aquellas donde se oyen quejidos y risas, donde se ven lgrimas y alegras, verdadero reflejo del carcter de nuestro gaucho.

    Las guitarras comenzaron a vibrar, mientras uno de los cantores gema con voz gutural:

    Por una ausencia larga mand sangrarme,

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    hay ausencias que cuestan gotas de sangre!

    A la hueva, hueya, hueya sin cesar, abras la tierra vuelvas a cerrar! Y tras la hueya, la concurrencia comenzaba a despedirse y a dirigirse al palenque -unos

    en busca de sus pilchas para dormir por ah, en cualquier parte, otros para tomar sus caballos y buscar su rancho, solos o acompaando a alguna de las damas que, llevando en ancas a su mam, volva al suyo-, cuando de repente un tropel de caballos despert los ecos del campo dormido, y coreado por ruidos de latas, pasos precipitados, ladridos de perros y ayes acongojados de las mujeres asustadas, reson estentrea una voz vinosa que, dominando aquel desconcierto, nos dej como clavados en el puesto que cada uno ocupaba.

    -Alto a la poleca ! ... No se mueva naides! Vino el dueo de casa y se acerc al que gritaba, que no era otro que el sargento de

    polica que andaba de recorrida: -Qu busca, mi sargento, por estos pagos? En qu le podemos servir? -En nada, amigo!... A ver, caballeros, formensn en ese limpio: vamos a revisar las

    papeletas ! Cinco de los presentes carecamos de semejante documento y algunos de ellos, como yo

    y el que despus fue el cabo Minuto, que muri en los Corrales en 1880, ni habamos odo hablar jams de tal requisito que debieran llenar los ciudadanos.

    Quin se iba a ocupar en ensearnos las leyes? Con qu objeto? Ya se encargar el castigo de probarnos que no era bueno desobedecer los mandatos del

    Gobierno! Excuso decir que hasta sin despedirnos del dueo de casa abandonamos el viejo rancho

    bamboleante, rodeados por la partida y montados de dos en dos en mancarrones inservibles a cuyas piernas hubiese sido una locura confiarles una esperanza de salvacin.

    Los fletes* nuestros y nuestras pilchas mejores, seran la presa de los piquetanos* que nos haban cazado como a chorlos!

    Ah quedaban entre sus garras hambrientas ! Siempre he pensado, despus, que estos procedimientos son el origen de ese odio ciego,

    de esa invencible antipata que los soldados de lnea sienten por las policas rurales, y que los hombres observadores no alcanzan a explicarse.

    Trata uno de cobrarse las prendas tan injusta como infamemente arrebatadas en un momento de desgracia?

    Puede ser... El hecho es que cada vez que se ve una chaquetilla de infantera puesta sobre un

    pantaln particular, un sable golpeando sin gracia las canillas de un compadrito y un kep con vivos colorados jineteando sobre una chasca enmaraada y estribando en los cachetes por medio del barbijo rooso, el alma se subleva: uno recuerda los primeros dolores y las primeras humillaciones, y, por las dudas, pela el machete para vengar, si no los agravios de uno, los de aquellos que ms tarde han recorrido el spero sendero.

    V DE PARIA A CIUDADANO

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    Fui soldado y me hice hombre. Con el 64 de lnea, adonde me destinaron por cuatro aos, como infractor a la ley de

    enrolamiento, recorr la Repblica entera, y, llevando en mi kep el nmero famoso, sent abrirse mi espritu a las grandes aspiraciones de la vida.

    All, en las filas, aprend a leer y a escribir, supe lo que era orden y limpieza, me ensearon a respetar y a exigir que me respetaran, y bajo el ojo vigilante de los jefes y oficiales se oper la transformacin del gaucho bravo y montaraz.

    Ah! Qu da, aquel feliz, en que despus de cuatro aos de rudo aprendizaje tuve en mi

    brazo la escuadra de cabo 2 de la 4 Compaa! Era alguien, y esto es mucho para quien no haba sido nada! Ya no era el paria, el desheredado, el caballo patrio que cualquiera ensilla y nadie cuida :

    era el cabo Fabio Carrizo, el principio de aquel sargento 14, que en 1880 reciba su baja absoluta, despus de diez aos de servicios prestados dondequiera que hubiese flameado la vieja bandera, jurada all en la cuesta de una loma en marcha para San Luis.

    Aquel batalln fue mi hogar y fue mi escuela! Hoy, cuando lo veo desfilar por las calles, siempre con el aire marcial a que obliga la

    tradicin del nmero, busco en vano el rostro tostado de aquellos que conmigo tiritaban en los fogones de la frontera, y ya no estn! Queda slo del tiempo viejo de las miserias sufridas en silencio, la gloriosa bandera

    deshilachada que tantas veces cuid en largas horas de angustia y cuya vista hace latir todava mi corazn como en aquellas, dichosas, en que, al regreso de una expedicin arriesgada de la que muchos de los nuestros no volvan, era sacada para que el capelln dijera ante ella su misa por el eterno descanso de los que quedaban all entre las sinuosidades de las sierras, en el triste cementerio aldeano o bajo el manto eterno de verdura de la pampa desierta y misteriosa!

    VI EL TUFO PORTEO

    Se haba extinguido la ltima chispa de aquel incendio que, comenzando en la Plaza de

    la Victoria se propag por toda la Repblica y estuvo a punto de hacer revivir las pocas de barbarie que el tiempo y la civilizacin haban muerto en nuestra patria, y auras de paz y de progreso corran desde Jujuy hasta el Estrecho y desde los Andes al Atlntico.

    Cumplido mi servicio, pulido mi espritu hasta donde me haba sido dado lograrlo y ansiando mezclarme al mundo de Buenos Aires, que herva a mi alrededor y me atraa como atrae siempre lo desconocido, ped mi baja y me separ del 6; como quien dice, dej mi casa, y en ella todos los halagos de mi juventud, todas mis afecciones de la vida.

    Con mi baja en el bolsillo y con una carta de recomendacin de mi coronel, me present al seor don Marcos Paz, que era entonces l Jefe de Polica, en su despacho del

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    Departamento viejo, que ocupaba lo que hoy es la Avenida de Mayo, frente a la Plaza de la Victoria.

    Cmo palpitaba mi corazn al encontrarme en el vasto saln, cuyas ventanas se abran hacia la plaza, en el cual yo contemplaba el hervidero de gentes que me atraa!

    Oh! ... Cunta ilusin durante las largas horas de espera! Aquellos hombres que pasaban afanosos, secndose el sudor de sus frentes, aquellos que

    con un cigarro en la boca caminaban despreocupados y tranquilos, yo los conocera en mi hora, yo sabra de las pasiones que los movan y de las esperanzas que los alentaban.

    Y alguna, quizs, de esas preciosas mujeres que como en un relmpago pasaban en sus coches lujosos, deslumbrando mi vista, estaba destinada a apartarse conmigo, all, a una casita lejana, en cuyo umbral modesto iran a morir sin rumores las olas tempestuosas que me azotaran en las horas de lucha.

    Y luego mi vista recorra con asombro los muros del despacho, empapelados de color granate ; los muebles tallados de los cuales no tena la menor idea, y comparaba aquello -que yo crea la ltima expresin del lujo- con el destartalamiento de la carpa del coronel que, a nosotros, nos pareca suntuosa.

    Era el punto de comparacin que tenamos para darnos cuenta de la magnificencia de los palacios encantados que en sus cuentos nos describa el trompa* Gareca, aquel viejo veterano que recibi el Sol del Ecuador a las rdenes de San Martn, que fue asistente del general Paunero en la guerra del Paraguay y que hoy duerme el sueo del olvido en las soledades de Las Manzanas!

    Cay durante uno de aquellos combates homricos del general Conrado Villegas, con el bravo Namuncur, y all se qued... como se han quedado tantos -modestos y oscuros, de esos que cumplen el deber por el deber y a quienes los eunucos de la accin y del pensamiento les llaman soadores porque no pusieron, sobre todo, las exigencias de la bestia-, sin que la patria les recuerde, por ms que le consagraron lo nico que posean : la vida!

    De repente me sac de mis sueos y contemplaciones la voz del ordenanza, quien tocndome en el hombro, me deca:

    Ah est el jefe!... aproveche!

    VII MOSAICO CRIOLLO

    Avanza hacia m un hombre alto, delgado, de color plido, ceudo, pero en cuya

    fisonoma serena se lea algo de bondadoso que atraa: -Qu se le ofrece, paisano? Solamente el Himno Nacional tiene notas comparables a las que yo encontr en esta

    frase sencilla me pareci ver el sol dentro de aquel saln oscuro. -Traigo esta carta para Usa... ; es de mi coronel! Rompi la cubierta, tom la cartulina que contena y luego de recorrerla, exclam E -Diez aos de servicio sin un arresto, y dos ascensos por accin de mrito ! ... , Qu

    es lo que desea, sargento?

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    -Querra servir con Usa en la polica! -Conoce bien la ciudad? -No, seor. -Bueno! ... Ya se har a la cancha!... Vea, no tengo sino puestos de vigilante ; pero aqu, con buena conducta, se asciende pronto. -Est bien, seor. Y diez minutos despus reciba mi ropa en la mayora, y quedaba como vigilante en la

    guardia del Departamento. El principio de mi carrera fue penoso y mortificante. Careca hasta de las nociones ms

    elementales de lo que formaba la vida de la ciudad, y todo era para m motivo de asombro y de curiosidad.

    Las calles, los tramways, los teatros, las tiendas y almacenes lujosos, las jugueteras, las joyeras, la., iglesias, no era extrao que me arrastraran hacia ellas con fuerza invencible y que no tuviera ojos ni odos para observarlas y asombrarme : era que todo me lla- maba, todo me atraa.

    No conoca ningn detalle de la vida civilizada, y cada cosa que saltaba ante mi vista era un motive de sorpresa. No hablo, por cierto, de las maravillas de la electricidad, de la fotografa, de la imprenta e de la medicina, que eran cosas abstractas para m en ese tiempo : hablo de los carros, de los carruajes, de los vendedores ambulantes, del adoquinado, del agua corriente, que no poda comprender cmo manaba de una pared con slo dar vuelta a una llave; del gas, que me produca verdadero delirio cada vez que pensaba en l; de las casas de vistas, de las vidrieras lujosas, del sombrero, de la ropa y hasta del modo de rer y conversar de las gentes.

    Durante un mes mi cerebro trabaj como no haba trabajado durante todos los das, de mi vida, reunidos, y de noche las paredes desnudas de mi modesto cuarto de conventillo me vean caer como borracho sobre mi cama, abrumado bajo el peso de las sensaciones de cada da.

    Me acostaba, y la baranda de las calles zumbaba en mis odos, y desfilaban, en hilera interminable, las figuras heterogneas que en el da haban pasado ante mi vista.

    Vea las mesitas de hierro de los cafs y confiteras de la Recoba, que divida las plazas de la Victoria y 25 de Mayo -que aos ms tarde demoli el intendente Alvear-, rodeadas por borrachines paquetes, por otros ya transformados en verdaderos des

    camisados o que estaban por serlo, por soldados y marineros barajados con clases, oficiales y hasta jefes, y en las calles laterales y en las veredas, hombres cargados con canastas, que anunciaban en todos los tonos las ms variadas mercancas, gentes apuradas, que se llevaban por delante unas a otras; carruajes, carros, tramways, y ms lejos, all abajo, en el puerto, mquinas de tren que cruzaban, vapores que silbaban, changadores que corran, carros que andaban entre el agua como en tierra, y sirviendo de fondo a la escena el ro imponente con su festn de lavanderas en el primer plano, y en lontananza un bosque impenetrable de mstiles y chimeneas.

    Pero lo que ms me desvelaba eran las ilusiones del odo, aquellas voces pronunciadas en todos los idiomas del mundo y en todos los tonos y formas imaginables.

    Vea venir a un italiano bajito, flaco, requemado, que, con voz de tiple, aunque doliente como un quejido, exclamaba acompasadamente: "Pobre doa Luisa", "Pobre doa Luisa", mientras lo que en realidad haca era ofrecer los fsforos y cigarrillos que llevaba en un cajn colgado al pescuezo; otro alto, rollizo, con un cuello de media vara, y llevando canastas repletas de bananas y naranjas, exclamaba en tono alegre: "arrnqueme esta

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    espina"; mientras un francs que venda anteojos, cortaplumas y botones, anunciaba con un vozarrn de bajo: "soy un pillo", coronado por un vendedor de requesones, que clamaba intermitentemente : "tres colas negras".

    Luego, de all, del fondo de la memoria, surga la figura de un semigaucho, que con reminiscencias de vidalitas, ofreca su mazamorra batida, y tras l un negro pastelero, que silbaba y muy echado para atrs, muy ventrudo, llevando en la cabeza un gran cajn de factura, soplaba como un fuelle : "ta tapao ; met la mano".

    Mi cabeza era un volcn : todo lo oa, todo lo interpretaba y mi cuerpo se debilitaba en aquellas horas de agitacin y de fiebre.

    Buenos Aires entero, con sus calles y sus plazas y su movimiento de hormiguero, bulla en mi imaginacin calenturienta!

    VIII LOS BOCETOS DE UN MIOPE

    Y considerar que a pesar de haber tanta gente a mi alrededor, de tener tantos

    compaeros en mi nuevo puesto, yo estaba solo, solo como si me hallara en el desierto! No haba en la multitud un alma que armonizara con la ma, y envidiaba de corazn a

    los cabos y sargentos que de nada se asombraban y parecan saberlo todo, no sabiendo nada en realidad, y a los soldados como yo, a quienes no les preocupaba lo que ignoraban, sino lo poco que saban y tenan el coraje de estar alegres y de rer!

    Con qu ahinco estudiaba mis obligaciones, y cmo me contraa a mis deberes, circunscribindolos al lmite ms estrecho que era posible, tratando de aislarlos del mundo aquel, que me rodeaba y que tema!

    Pronto aprend lo poco del oficio que tena que aprender, y libre y despreocupado pude entregarme a la investigacin paciente y minuciosa de todo lo que me rodeaba, a la observacin metdica y tranquila de todo lo que vea y oa, y cunta conquista pude hacer para mi alma anhelosa de conocer, y sedienta de vivir!

    Tengo grabadas en la retina, y para siempre lo estarn tal vez, las escenas callejeras que ms me impresionaron, los cuadros de la vida que primero descifraron mis ojos y las primeras letras del abecedario social que aprend a conocer.

    Mi primer servicio en carcter de vigilante fui a prestarlo a los veinte das de mi ingreso, bajo la direccin del cabo Prez; el teatro elegido fue el Ministerio del Interior, donde se requera, por no s qu causa, ayuda de la fuerza pblica.

    El tal servicio consista en estar parado en la puerta de la sala de espera... y en nada ms. Quince das pas desempeando mi comisin con toda conciencia, bajo la inmediata

    vigilancia del cabo, que era flamante, lleno de ardimiento, y crea que las funciones que desempebamos eran de esas que ni los pueblos ni los gobiernos olvidan, y hacen de los que han tenido la suerte de ocuparse en ellas una especie de dioses chicos, merecedores, no ya de estatuas en las plazas pblicas, sino de ser tenidos como ejemplos en la historia de la humanidad civilizada.

    Pobre Prez! Era espaol, como de treinta aos, y se tena por bello, por valiente y por muy

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    entendido en achaques de ordenanzas de polica! Casi no haba buena cualidad atribuida por los hombres de una poca a los que vivieron en otra, que l, con una modestia ver-daderamente infantil, no se las atribuyera y tratara de convencer, a los pocos con quienes tena contacto en el mundo, que verdaderamente las posea!

    Era generoso, y una vez casi llor porque lo mandaron al Once de Septiembre y no le dieron dos pesos de los viejos para el tramway; era suertudo en lides de amor, y la mujer se le escap con un sepulturero de la Recoleta, que se iba como administrador del Cementerio de Navarro; era sobrio y por lo general lo arrestaban por ebrio ; y era valiente, y hubo que darlo de baja porque desert una consigna, perseguido por unos vendedores de diarios, que le quitaron el machete y el kep.

    All, en el Ministerio, se daba un corte brbaro, y an me parece ver su figurita, que pareca recortada de una caja de fsforos!

    Con paso reposado meda, contonendose, el ancho corredor, mientras yo estaba de faccin en la puerta del saln de espera, casi al lado de la ventanilla correspondiente a la Mesa de Entradas y Salidas.

    Invariablemente llevaba la mano izquierda apoyada en la reluciente empuadura del machete, la derecha suspendida por el pulgar en la parte delantera del cinturn, jugando como al descuido con la cadena -virgen seguramente en poder del cabo-, el kep volteado con aire coqueto sobre la oreja y echando sombra sobre un ojo de color blanquizco, que pareca hacerle guios a una nariz arremangada y carnuda, que emerga de entre unos bigotes semirrubios y enmaraados, que eran el orgullo de su propietario.

    Con esto y con baar su rostro en una sonrisa con pretensiones de picarescamente bonachona, quedaba perfilado el cabo Prez en toda su graciosa majestad.

    Estas impresiones, que son las primeras que tuve en Buenos Aires, puede decirse, las tengo presentes, y las siento como si fueran de ayer; veo an las escenas y las cosas, tal como se presentaron a m, as en tropel, medio confusas, informes, barajndose de una manera infernal, figuras, espectculos, dilogos, ruidos y hasta aire de personas absolutamente desconocidas, que yo encontraba en la calle o vea en las antesalas del Ministerio en las horas de faccin.

    Durante mi corta comisin alcanc a conocer, con slo verlos caminar, a los vagos que pasan la vida en las antesalas, buscando empleo ; a los imaginativos que se creen en posesin de los puestos que anhelan porque han llevado al ministro una carta de cualquiera que se les antoja de valimiento, a los pichuleadores, a los amigos de confianza de los escri-bientes y auxiliares, a los de otros que vuelan ms alto, a los comisionistas, a los noticieros de los diarios, a las seoras honestas que buscan pensin y a las ms interesantes aun que gestionan asuntos por cuenta ajena ; fueron las que estudi y observ con ms detenimiento, porque eran las que abundaban y las que constantemente tena ante los ojos.

    Las conoca por el aire de suficiencia que respiraban, por la majestad, que como un perfume se exhalaba de sus personas, y por el amaneramiento de todos sus gestos y ademanes.

    No vagaban sin rumbo bajo los largos corredores de la Casa de Gobierno, buscando aqu y all una oficina desconocida, como cualquiera 19 viuda que busca pensin, empleo para un jovencito que es una monada, o beca para una seorita joven pero honrada; no seor, ellas iban seguras a su objeto, serenas, tranquilas, y no necesitaban indicaciones ni lazarillos.

    No se las vea en las antesalas haciendo esperas, porque conocan las horas del despacho, y si se adelantaban por un caso fortuito, se paseaban en los corredores con aires

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    de dueas de casa, o formaban en la rueda de los ordenanzas y porteros, donde salpicaban los comentarios banales o los chismes corrientes, con la observacin mordaz o el relato pimentado, recogido de "los mismos labios de los de la presidencia", "de los del Congreso" o de cualquier otro foco de fama indiscutible.

    Yo, en mi faccin al lado de la Mesa de Entradas y Salidas, que es su teatro, las vea en toda su magnificencia y gozaba en grande, vindolas desfilar en su opulenta variedad.

    Al principio crea en sus amenazas, en sus cleras, en sus penas y hasta en sus splicas, pero despus me convenc de la realidad -comedia pura- y al cabo de dos o tres das oa los dilogos con curiosidad, pero sin interesarme mayormente ni por el asunto ni por quienes lo trataban.

    IX CINEMATGRAFO

    Se acercaba a la ventanilla, tras la cual estaba el empleado encargado del despacho, una

    seora seria, pero con una seriedad de esas que llaman la atencin en dondequiera y a cualquier hora y se sucedan los dilogos y las escenas.

    -Para servir a usted!... El expediente nmero cuatrocientos veinticinco, letra L, de la serie H?

    -Est en Contadura, seora! -En Contadura?... Pero qu escndalo! Es inaudito! Hace seis meses que est en la

    misma oficina! Esa Contadura es una carreta, seor! Seis meses para una simple toma de razn ; usted ve que eso habla muy poco en favor de la administracin nacional! A Dios gracias tengo buenas relaciones en la prensa y ya ver usted la mosquita que le har poner al seor contador... Ya ver usted y se reir!... Y no sabe cundo vendr el tan clebre expediente?

    -No, seora ..., no puedo decirle nada al respecto! La seora se sonre y exclama, por si acaso, como quien tira un anzuelo por si pica -Muchas veces en ustedes pende el despacho!... No me diga usted a m; conozco muy

    bien lo que son oficinas! Y no teniendo respuesta a su jactancia, se retiraba con aire majestuoso y ceda el puesto

    a otra dama tambin de fuste, aunque bastante vivaracha y nerviosa. -El expediente nmero mil cuatro, letra P, sobre embargo de sueldo al vigilante

    Zacaras Machete?..., un guardin que no le gusta pagar casa y que tiene unas costumbres que da vergenza!... Figrese usted que... -Por orden del seor ministro, seora, esos expedientes dientes estn reservados... Son

    tantos, que para firmarlos se necesita un mes entero... -Es decir que el pblico es nadie, y que tenemos que aguantar... -Pero seora, es que... - No me diga usted, no me diga ! ... Todo es porque el ministro no se incomode ! ...

    Cuidado, no se vaya a mancar firmando! -Pero seora, si es que... - Yo s bien, s, lo que hay en todo esto; lo que se necesita para mover los asuntos, son

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    recomendaciones, cartitas, empeos. .. y aceite para la mquina!... Pero, djese usted estar ; yo ver al ministro y le contar lo que pasa! Se ponen ustedes a charlar y a tomar t, y no llevan los asuntos a la firma! Ya vern ustedes el trote* que les voy a meter!

    -Pero seora... mire usted que est faltando en la oficina! -Ahora mismo voy a ver al ministro, y ya sabr usted si estoy faltando! El empleado ve que toda reflexin es intil y se retira de la ventanilla. La seora se aleja, vociferando y maldiciendo de los empleados, de su falta de

    educacin, de su descortesa con las seoras, y jurando que les har ajustar las cuentas, aunque tenga que perder un ojo de la cara.

    Ya vern con su sobrino, noticiero de un diario de oposicin y mozo que tiene una pluma que es un serrucho de reputaciones!

    Y aparece tras ella otra seora, pero sta no es como las anteriores, sino humilde, inocente, y en su fisonoma no hay rasgo revelador de las tempestades que rugen en su alma.

    -El expediente sobre concesin de bosques en el Chaco, iniciado por don Palemn Tagliarin... podra usted informarme?

    -Qu nmero tena, seora? -El nmero no lo s... pero si usted me hiciera el obsequio de buscar por la letra!... - Hay una enormidad de expedientes, seora, y me es imposible echarme a buscar entre

    ellos el suyo... as... sin dato ninguno!... -Le agradecera, seor, que me lo buscara: es un favor! ... Fue presentado en

    noviembre... El empleado, refunfuando, comienza a remover enormes masas de papel, y al fin extrae

    el codiciado expediente. -Vaya... aqu est! Hay una reposicin de sellos! -Qu resolucin tiene, seor? -No puedo decrsela hasta que no me traiga usted tres sellos. -Pero seor, soy una persona... -Es intil, seora ; yo no quiero que me caiga una multa... Traiga usted los sellos y

    sabr la resolucin! La seora sale y al rato vuelve, habiendo hecho el desembolso necesario para llenar el

    deseado requisito. -Aqu est, seor! Podra decrmela?... -S, seora. "Previa reposicin de sellos, no ha lugar y archvese." -Pero seor, qu escandaloso! En qu tierra vivimos? Es posible que haya gastado

    tantos pesos para tener semejante resolucin? Esto es una pillera, un robo, una judera!! -Seora, yo no tengo la culpa! ... Qu le vamos a hacer ? -Ya ver usted lo que le vamos a hacer! Cmplice ! Fariseo! Judas Iscariote! Porque

    me ve as no crea que soy lo que parezco ; ahora mismo ver al ministro ! ... No ha lugar y archvese!..., y entretanto al seor Mengano y al seor Zutano les conceden!... Es claro, todos son de una camada! ... Pero conmigo se han de ver las caras, no hay cuidado ! Yo no tengo pelos en la lengua, y se las he de cantar!

    El empleado se retira con toda cachaza, y va a ocupar su asiento ; la seora sale de la oficina con una rapidez de huracn, gesticulando y tartamudeando improperios contra el gobierno y los empleados, y, todava, al toparse conmigo, me da un encontrn, y como un relmpago alcanza al cabo Prez que, siguiendo sus paseos coquetos e inofensivos, ignora lo sucedido y le azota con esta frase, cuyo final va a perderse all en los vericuetos del

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    zagun que da salida a la escalera, frente al despacho presidencial: - Ladrones!... Permita Dios que venga el clera y acabe con todos ! Fariseos!...

    Asesinos!

    X LA LINTERNA DE REGNIER

    Fue aqu, en este servicio, donde por primera vez conoc a don Toms Regnier, mi

    compaero desde pocos das despus, y mi maestro siempre. Fue l quien encontrndome perdido en medio de la multitud, sirvi de gua a mi alma, pudiera decirse infantil; fue mi maestro y fue el foco de luz que ilumin mi espritu, proveyndome de armas -l que era inermepara emprender con vigor la pesada lucha por la vida.

    Todas las tardes, invariablemente, llegaba a las antesalas un hombre al parecer convaleciente de larga enfermedad, tal era su extrema palidez y la debilidad de toda su persona, que era desaliada en grado superlativo. Vesta de negro, con levita y sombrero de copa, pero todo en un estado tal de ruindad y falta de higiene, que asombraba cmo las autoridades permitan la exhibicin de miseria semejante. No obstante, era correcto : las prendas podan ser como eran, viejas y sucias, pero no le faltaba ninguna de las correspondientes al rango de su traje, que l llevaba con toda majestad y respeto, contrastando singularmente con su miseria y la exigidad de su persona -pues, sobre ser enclenque, era de una estatura reducida a la expresin ms mnima-, la suficiencia, y hasta dira, la importancia que trasudaba.

    Todo en l era altisonante, desde el taco torcido de sus viejos botines deslustrados -que l al caminar tena la pretensin de hacer sonar con toda prosopopeya y acompasadamente, pues su andar era cadencioso, y casi pudiera decirse rtmico-, hasta el lente que colgaba sobre su fina nariz aguilea, y el cual, no conteniendo sino un vidrio, pues el otro se haba cado, daba a su fisonoma una expresin grotesca, marcadamente satrica.

    Yo lo vea llegar, avanzando despacio, tranquilo, despreocupado, con su cuello erguido, la cabeza levantada con cierta insolencia de buen tono y con su levita que se caa a pedazos, sus pantalones deshilachados y grasientos y su galera y la corbata y hasta el bastn que llevaba bajo el brazo, lo mismo, y trataba de averiguar, aunque fuera por deduccin, el objeto que lo traa diariamente al despacho.

    Se sentaba en el rincn ms oscuro del saln de espera durante unos veinte minutos, permaneca quieto y silencioso y luego se retiraba tal como haba venido, si por acaso no encontraba al mayordomo Luis Morel, persona que haca el servicio especial del ministro. Si lo encontraba, la escena tena una variante, pues el mayordomo lo llevaba al cuarto de los ordenanzas, le daba una taza de caf con galletitas -que l tomaba en silencio, y muy despacio- y luego se ausentaba con la misma prosopopeya, y la misma importancia y el mismo pasito cadencioso y rtmico con que haba venido.

    Los ordenanzas y porteros no lo conocan, y por . lo que pude notar lo miraban con desprecio, llegando uno, que abrigaba rivalidades mayordomescas, a decirme con socarronera

    -Es un amigo del hombre de confianza del ministro!... Persona muy bien relacionada,

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    como usted lo ve! El cabo Prez no se dignaba bajar la vista hasta l, y cuando le pregunt quin sera el

    personaje me ech una mirada fulminante con su ojo blanquizco que brillaba bajo la visera del kep, y me dijo:

    -Cree que yo voy a conocer eso?... No ve que es un atorrante de levita? La respuesta no me satisfizo y me promet interrogar al mayordomo en la primera

    oportunidad ; pareca ste un buen sujeto, contra la opinin de los murmuradores que se reunan en el cuarto de los sirvientes y ordenanzas, y, a pesar de la actividad que yo le vea desplegar y del aspecto de hombre ocupado, que siempre tena y que sus subordinados interpretaban como signo visible de servilismo y adulonera, cosa que a ellos -hombres altivos e independientes-, no les cuadraba.

    No tuve necesidad, no obstante, de recurrir a informaciones de nadie ; una tarde, mi hombre se acerc espontneamente y, con acento francs muy pronunciado, me dijo confidencialmente, y mirndome a medias, pues lo haca con el nico ojo que cubra su lente y entrecerrando el otro, mortificado por la luz

    -Diga, vigilante! ... No lo ha visto al mayordomo? -No, seor. .. , ayer no lo vi tampoco ! - Tampoco, eh ?... Pues, entonces estar enfermo!... Y luego de quedarse un rato

    pensativo, me dijo con una dulzura infinita -Es lstima ! ... Maana tengo que ir a la Con valecencia... sabe? ... porque me va a dar el ata que, y... Caramba ! ... el mayordomo me dijo que me pagara el tramway porque est

    lejos y no puedo caminar. -Si quiere... tome Y metiendo la mano en el bolsillo saqu cinco pesos de la antigua moneda y le di. Me mir como asustado, parpade el ojo que quedaba sin vidrio y me dijo, como alelado -Vaya, gracias... amigo vigilante!... Voy a traerle el vuelto... porque, como

    comprender, no tengo cambio y, despus, el enano ese que me persigue, sabe?, puede ser que sople en su caracol, y entonces, aunque haya baile me va a comenzar la picazn de la nariz, y no voy a poder ir al Banco, porque lo cierran de miedo al enjambre de hormigas que acompaan al maldito enano ese! ...

    Comprend que el hombre era un enfermo y que la alegra que acababa de recibir le haba quitado el poco seso que sola tener, y dije para distraerlo:

    -Deje el vuelto no ms, no se preocupe : otro da me lo da. -Ah!... S!... Bueno!... Y luego, pasndose la mano por la frente, exclam, como quien vuelve de un sueo - Ve? ... Ya se me iba la cabeza! ... Amigo, qu cosa ! ... No puedo pensar en nada! Y me cont con toda lentitud y en voz baja, su enfermedad y cmo cada tantos das tena

    que ir a recluirse en el Hospicio de Dementes, donde lo asistan con mucho xito, pues, momento a momento, se iba sintiendo en salud.

    Pobre Regnier! Quin me hubiera dicho que l, el pobre enfermo que en esos momentos tena ante mis

    ojos, y a quien miraba compasivo, llegara en da no lejano -cuando por segunda vez nos hallramos en la vida- a tener una influencia tan decisiva en mi destino, como en realidad la tuvo?

    Fue l quien me puso en el sendero de la dicha, quien abri mi espritu a la luz

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    vivificante del saber y quien despert en mi alma los anhelos y las esperanzas que fortificaron y alentaron mis ambiciones, formndome con la experiencia de su vida asendereada de bohemio y de vagabundo, una slida plataforma que me permitiera elevarme sobre el nivel vulgar a que me condenaban mis condiciones personales y el medio en que me agitaba.

    Qu maestro ms amoroso pude tener? Con qu pasin de enfermo, con qu persistencia de manitico emprendi la tarea de

    ilustrarme y de educarme! En las horas de descanso del da presente -cuando en el jardn de la casita en que

    vivimos lo veo rodeado de mis hijos, que le llaman abuelo, pulcramente vestido de negro, aunque conservando el mismo paso cadencioso y rtmico de los primeros das en que le conoc- suelo evocar los viejos recuerdos, y comparando mi existencia de los das oscuros con los que despus alcanc, comprendo cunto le debo y cul fue mi suerte al encontrarlo en el camino de la vida !

    XI BROCHAZOS MINISTERIALES

    Dos das despus, al llegar una tarde al Departamento, tras quince das de faccin en el

    Ministerio del Interior, se me comunic que deba presentarme al siguiente en la comisara 2, a cuyo personal quedaba adscripto.

    Adis vida regalona y tranquila ! Salve das oscuros y brumosos ! Esa noche vi pasar ante mis ojos, en sueos, la figura plcida del ministro del Interior,

    con sus cuidadas patillas canosas, sus verrugas y lunares, y la eterna sonrisa bondadosa con que acompaaba sus saludos graves, correctos y parsimoniosos.

    Tras l iba tambin la turbamulta de buscadores de empleos, que formaban su squito ministerial, y que, segn la voz corriente en antesalas, jams se desengaaba, y raras veces consegua lo que buscaba, pues si bien el hombre era servicial y generoso, el ministro no tena medios cmo satisfacer sus exigencias, siempre crecientes.

    Pas ante m, siguindolo, el viejo sargento del tiempo de Rosas, que se sentaba en la cuarta silla de la izquierda ; el seor calvo que se reuna en uno casi invisible, con que quera taparse la oreja, los pocos mechones dispersos que posea ; el caballero cordobs que promiscuaba entre esta antesala y la de los dems ministros, y cerrando la marcha de la lar-ga fila interminable, los habituales del despacho, los amigos de confianza : un seor, que ms tarde he visto de comerciante de fuste, otro medio francs, que era periodista, y que despus he encontrado de librero; un periodista fogoso, que luego ha sido orador

    poltico e historiador de vuelo, y un coronel, que -segn la voz corriente circulada por El Cascabel, que redactaba esa plyade de inteligencias vigorosas, que despus ha tenido tanta actuacin en nuestra patria- "comand con gran denuedo los lanceros de la Muerte, que se murieron de miedo".

    Y ms lejos, atrs de todos, el mayordomo Luis Morel, siempre apurado, perseguido por el ordenanza, su rival, que iba lanzando pullas agudas contra el ministro, y analizando su

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    costumbre de tener cigarrillos para su uso y otros para convidar, y de alumbrarse con vela durante el da, teniendo el despacho casi a oscuras!

    Este rival del mayordomo era el propagandista ms asidao de las versiones contra el ministro, y tengo la seguridad de que la mayor parte de los cuentos que circulaban en la Casa de Gobierno, como una cosquilla, eran hijos de su labio maldiciente.

    Una vez lo vi rodeado de todos los ordenanzas del Congreso, que andaban en no s qu gestin ministerial, y se entretenan en contar el modo de ser y de vivir de cada congresal, en aquilatar sus mritos como oradores y sus probabilidades de reeleccin, en h criticar su vestuario y hasta en vituperar su procedimiento dentro de la Cmara.

    -se es bueno -dijo uno, refirindose al seor Jos Fernndez, caudillo de la Boca del Riachuelo-; cuando puede, sirve : es medio camandulero cuando no puede, pero tiene alma!

    -Hombre -interrumpi el rival del mayordomo-, decile que aprenda de mi ministro, que sirve con palabras desledas en sonrisitas. Mir. Aqu vers siempre las antesalas llenas de la misma gente: son personas que esperan durante meses un man* que nunca llega, y... siempre estn contentas!

    -No digs! -No digs? ... Pero si es sabido! Y el proceder es sencillo ! Cuando hay una vacante de

    administrador de Correos en algn pueblito de la frontera o de Jujuy, de esos que ganan diez pesos, sabs?..., la guarda, y empieza a hacer entrar a los penitentes.

    -Claro! ... Y los pobres no agarran! -Qu van a agarrar!... Y ah empieza l con sus sonrisas y sus disculpas: "No hay ms;

    por esto ver que no lo olvido ; otra vez ser"... Y los hombres se retiran satisfechos, y... como vinieron!

    XII ENTRETELONES POLICIALES

    Una maana en que haba llegado a la comisara, y me dispona a salir con el tercio en

    que formaba, para ir a hacer mi montono servicio de bocacalle, all frente al almacn de doa Petrona, en la esquina de Lujn 25 y Defensa -donde puede decirse que no tena ms misin que proteger los intereses de los comerciantes ambulantes contra las travesuras de los estudiantes de medicina y de derecho que, avecindados en aquel barrio, lo constituan casi en una mitad-, o que el oficial escribiente gritaba en medio del patio desmantelado, donde los ebrios recogidos en la noche anterior comenzaban a desperezarse, acostados en los rincones, teniendo por almohada las baldosas:

    Agente Carrizo!... , vaya al despacho del comisario! Es preciso haber sido vigilante para conocer todo el efecto que puede tener frase

    semejante! El comisario! Qu lejos se ve su figura, y qu grande, desde el modesto punto de mira que tienen los

    agentes! All, en aquella mano, estn todas las recompensas y estn todos los castigos ; ella tiene

    la suerte de cada uno, casi como la de Dios ; ella puede dar y puede quitar ; puede condenar a una eternidad de padecimientos lentos, y puede llevarlo a uno hasta la cumbre en un

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    instante : es la omnipotencia. Ser llamado por el comisario a su despacho es algo que un agente lo recordar toda su

    vida: podr olvidar a la madre, a los hijos, a la mujer, pero jams olvidar el da y hora en que compareci ante la vista del dispensador de todos los bienes o del causante de todas las desgracias.

    Aquel minuto que uno tarda en atravesar el patio, equivale a una hora de emociones. Ser la suerte que se acerca a m? Ser el ala negra de la desgracia que bate el aire a mi alrededor y va a proyectar su

    sombra sobre mi frente ? Qu habr? Desfilan ante la vista nublada las copas tomadas a escondidas en la trastienda de los

    almacenes de la manzana; las graciosas sirvientas con quienes uno se saluda ms o menos cariosamente en las horas de faccin; los cigarrillos fumados clandestinamente en el zagun de las grandes casas, durante la recorrida, y todos estos recuerdos se alzan pavorosos y cada uno es un fantasma que aterroriza.

    -A la orden, seor comisario! Y el comisario -un viejo criollo, de cara bonachona y sonriente- alz la vista, me mir, y

    dijo: "Esper", mientras conclua la tarea de poner el sobre escrito a una carta -Decime, che!... Has sido sargento del sexto ? -S, seor! -Con razn te piden de la quinta!... Claro Se llevan los mejores agentes y lo dejan a

    uno aqu con puros gallegos! ... Mir! ... Te vas a quedar conmigo ; te voy a ensear para pesquisa!

    -i Est bien, seor! -El comisario de la quinta te ha pedido al jefe, pero voy a contestar que pides seguir el

    servicio aqu. -Est bien, seor! -Sos casado? -No, seor! -Bueno! ... Llev tus pilchas a casa y decile al sargento Gmez que te acomode con l. -Est bien, seor! Di media vuelta y sal como con alas en los talones. Ir a servir con el sargento Gmez, el

    agente mejor reputado en la comisara, el crdito de la seccin, era para m la gloria. Pedir ms, la verdad, hubiera sido tentar la suerte!

    XIII

    SIEMPRE ADELANTE El sargento Servando Gmez, era oriundo de Corrientes, y como soldado del 3 de lnea,

    haba hecho las campaas del Paraguay y del interior, a las rdenes del general Arredondo. Era, pues, un veterano como yo.

    Su aprendizaje haba sido rudo y tremendo ; por eso en sus consejos nunca se olvidaba de incluirme este : "Mir, si quers pasar de sargento, aprend la pluma ; sin esto -y mova la mano en el aire como

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    C quien escribe- es al udo forcejear." No era un hombre ilustrado ni mucho menos, pero era ms educado, en la verdadera

    acepcin del concepto, que muchos que he conocido ocupando posiciones ms elevadas. Sus labios nunca se abrieron para una falsedad, ni para cometer una injusticia, y en la

    comisara era como el Evangelio una afirmacin que se le oyera, llegndose a decir que era hasta capaz de declarar en contra suya si a mano vena.

    Serio, grave, pocos haban visto una sonrisa en su cara angulosa, cubierta por una tez apergaminada y morena, casi negra; no obstante, era decidor y alegre en las horas de ocio, y ms de una de sus aventuras, casi novelescas, entretuvieron largas horas de espera en las correras que juntos tenamos que emprender todas las noches, ya siguiendo la pista de algn pcaro que andaba estudiando la seccin, o ya buscando la de algn asesino que, despus de cometer una fechora, se nos haba escapado de entre las manos.

    Y cmo admiraba yo la sagacidad, la viveza, el fino tacto y la discrecin del viejo sargento!

    Cada una de sus pesquisas, a que l llamaba modestamente "trabajos", era una filigrana y daban tentaciones de creer que tuviera pacto con el diablo, a cualquiera que, estando en el secreto del asunto, siguiera con atencin sus procedimientos de investigacin.

    -Y quin le ense a trabajar, mi sargento? Porque usted no habr aprendido solo, supongo?

    -No!... Qu esperanza!... A m me trajeron expresamente un maestro de Inglaterra, uno de esos tigres que conocen por la cabeza a los ladrones y a los asesinos!... Mis maestros, amigo, son los que deben tener ustedes..., si quieren servir para algo: los ojos, los odos y las piernas!

    -No digo que no haya, pero yo no los he visto! Vez pasada, hace como diez aos, trajeron uno, y se lo dieron al comisario Wright!... Qu hombre del diablo! No saba nada y pareca que se iba a comer el mundo! Una noche lo hicieron examinar en la comisara a un coronel que estaba de visita, y que se haba disfrazado de gaucho, y despus de darle mil vueltas y de hacerle sacar la lengua y blanquear los ojos, dijo que era ladrn, asesino e incendiario.

    -Y sera no ms, pues! Hay tantos diablos que parecen santos! -Ave Mara Pursima! ... Si se trata de un coronel de lo mejor! ... Lo que haba es

    que, como despus se supo, el sujeto era un peine de esos que no dejan ni caspa, y que era verdad que haba servido en las policas de Europa..., pero de farolero!

    Mi aprendizaje con el sargento Gmez lo hice pronto, y sus observaciones y los cuentos que me contaba son la materia principal de los pocos captulos que voy a consagrar a la gente maleante con que tenamos que bregar y a la cual recin ms adelante conoc, cuando, colocado ya en altura mayor que la de simple agente de pesquisas, me fue dado penetrar en las profundidades de nuestro organismo social, estudiando casos particulares.

    MUNDO LUNFARDO

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    XIV EN LA PUERTA DE LA CUEVA

    Penetrar en la vida de un pcaro, aqu en Buenos Aires, o, mejor dicho, en lo que en

    lenguaje de ladrones y gente maleante se llama mundo lunfardo, es tan difcil como escribir en el aire.

    Aqu se vive a ciegas, con respecto a todo aquello que pueda servir para dar luz sobre un hombre : la polica, para desempear su misin, tiene que hacer prodigios, y parece imposible que obtenga los resultados que obtiene, dada la clase de gente en que las circunstancias la obligan a reclutar su personal subalterno y el medio en que acta.

    Las policas de Londres, Pars y Nueva York, dotadas de mil recursos preciosos, no tiene nada de extrao que puedan encontrar un delincuente dos horas despus de haber cometido el delito : lo admirable sera que pudiesen hacerlo aqu.

    Quisiera ver a esos graves policemen de que nos hablan los libros, en este escenario, en que no existen registros de vecindad, en que se ignora el movimiento de la poblacin, en que la entrada y salida de extranjeros es un secreto para las autoridades, en que uno puede ser casado diez veces, tener quince domicilios, mil nombres distintos y quinientas profesiones diferentes, y todo en la mayor reserva, no digo para la autoridad, sino para los hijos, la esposa, los hermanos y hasta los vecinos, por ms curiosos que sean.

    Aqu nos hemos ocupado del adoquinado y rectificacin de calles, de formacin de paseos, de obras de higiene convencional y de todo aquello que luce a primera vista ; pero respecto a organizacin social, a medios de conocernos y controlar nuestros actos todos los convecinos, vivimos como en tiempo del coloniaje.

    b Por qu no se ha establecido el registro de vecindad y todos sus derivados? Que lo diga la Municipalidad, que tiene encarpetadas las notas en que se lo han pedido

    todos los jefes de polica habidos hasta hoy! Vivindose como se vive aqu, un pillo anda a sus anchas, hasta que un mal paso,

    demasiado claro, lo pone bajo los ojos de la polica, que es andariega y husmeadora, y que si no lo fuera -de lo cual Dios nos libre y nos guarde- no faltara quien le robara a uno hasta los pelos de la nariz sin que sintiese cundo se los arrancaban.

    Y caer bajo los ojos de un empleado de polica es lo mismo que caer bajo los de toda la reparticin, pues unos a los otros se van enseando el mal hombre - cuya filiacin, nombre y costumbres, si no se inscriben en un registro, quedan sin embargo grabadas en la memoria de quienes no lo olvidarn jams y sern capaces de encontrarlo ms tarde, aunque se transforme en pulga.

    Los lunfardos dicen, con ese motivo, cuando dan con algn agente que an tiene paciencia para orles sus disculpas y lamentos:

    -Vea, seor!. .. Ms vale ser caballo de tramway que pillo conocido !

    PERSPECTIVAS Seguir a un pcaro en nuestras calles, tan llenas de movimiento, es un trabajo que no

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    valora sino el que lo realiza. Como l siempre est sobreaviso y teme que lo embroquen -conozcan, observen-,

    camina una cuadra y la desanda para ver si alguien lo sigue, da quinientas vueltas antes de llegar a un punto deseado, penetra a las casas a preguntar por don Fulano o don Zutano -un nombre supuesto-, para darle el esquinazo -lo que equivale a despistar- a algn empleado que pasa y lo conoce.

    Cuando van dos colegas juntos, nunca caminan a la par. Uno va delante y el otro un poco atrs, y si son tomados afectan no conocerse.

    Un da iban dos pillos de estos por una calle: el sargento Gmez conoca a uno y no al otro, y, como a pesar de su seriedad guaran, era chacotn y alegre, ataj al que no conoca y le dijo

    -En qu trabaja usted? -Soy marmolero, seor! El otro pcaro, viendo que no lo conocan, se par a ver en qu conclua el asunto. -Marmolero... bueno! Conoce a Fulano? -No, seor! -Bueno... Fulano es un raspa de la peor clase... es se que est ah... conzcalo! Aqu el pillo se sonre y dice con sorna -Me ha cachado, seor!... es decir, me ha embromado!... -i Vaya, hombre ! ... Y ste quin es? -Ya nos embroc, y le voy a decir: este es Zutano !

    ENTRE LA CUEVA Buenos Aires encierra dos clases de pcaros : los naturales y los extranjeros. Los primeros son pocos, relativamente, y menos peligrosos que los segundos, pues que,

    desde los primeros pasos, la polica los conoce y les corta las alas, ya no dejndolos al aire sino mientras llevan una vida honrada, que para ellos es la miseria, el hambre, la falta de queridas y de goces, u obligndoles a emigrar.

    Montevideo, el Brasil, Europa, Mjico y la Amrica del Norte son su salvacin. El ladrn argentino es, por lo general, astuto, audaz y emprendedor all donde no le

    conocen ; sus uas le dan rditos fabulosos. De tiempo en tiempo se le ve regresar lleno de dinero, bien vestido, y afectando maneras

    superiores a la clase en que naci ; busca a quienes lo recuerdan en la polica y les dice con toda franqueza

    -Vengo por una temporada a visitar a la familia! Le prometo que no har ningn dao! ... Ya me he retirado de la vida! ... No me persiga y ocpeme en cualquier averiguacin!

    Y despus se le encuentra en las casas de juego o de prostitucin, derrochando afanosamente el producto de sus trabajos en el extranjero.

    Cuando se ha agotado el bolsillo, se le ve desaparecer como lleg : sin que nadie lo sienta.

    Otros hay que, despus de llevar una vida de continuo sobresalto, pues un paso en la calle es para ellos una semana de arresto, se encierran en sus guaridas, se aslan de sus compaeros y, pasada una temporada, salen transformados, pidiendo a la polica que no los

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    persiga y declarando que van a trabajar. Parapetados detrs de un oficio o empleo cualquiera, se dedican al juego, haciendo de l

    un instrumento de robo como cualquier otro. Viven de los otarios*, como llaman a las vctimas que caen entre sus garras, ya por su

    esfuerzo o por el de los changadores del oficio -el gremio auxiliar ms importante-, que se las venden por un tanto de lo que produzcan.

    Cuando un mocetn empieza a andar en malos tratos, ya los del oficio, al hablar de l, dicen : "jams ser nada" o "es un muchacho de esperanzas y que ir lejos", segn sea que tal pjaro haya salido bien o mal en sus primeros revuelos. En el primer caso, no encuentra protectores y tiene que hacerse carne de can, soldado de la gran falange, brazo ejecutor y por lo tanto frecuentador de calabozos y abonado a la tumba* del Departamento Central.

    Estos desgraciados, cuyas entradas a la polica alcanzan a veces a centenares, son los que el vulgo toma por los ms temibles, ignorando que ellos son piezas insignificantes en una partida en que los jugadores permanecen en la sombra. El ladrn hbil es aquel que sabe permanecer ms desconocido; el que ascendiendo en el gremio presta dinero para los gastos preparatorios de un robo tal como un comerciante lo dara para una operacin honesta ; el que dirige empresas; el que estudia un golpe y lo combina y luego lo vende para que otro lo realice; en fin, el que pesca... sin mojarse las manos.

    En el segundo caso, asciende en la consideracin del gremio y su tarea se facilita con ventaja personal: se hace changador de otarios, es decir, buscador de vctimas, empresario, director, prestamista, consejero e intermediario entre los capitalistas y grandes dignatarios de la orden y los pobres ejecutores que pagarn con el martirio de su cuerpo cualquier con-trariedad de la suerte.

    El pillo criollo, en sus comienzos, se revela con facilidad al ojo menos observador. Le cuesta deshacerse de la cscara del compadrito, origen comn de todos ellos, que son

    generalmente muchachos de la ltima clase, vendedores de diarios ascendidos a carreros o sirvientes, y cuya educacin e ilustracin son casi nulas.

    Sin embargo, ellos aprenden a leer y escribir en los meses de reclusin, y luego la emprenden con los libros de leyes, medicina y cualquier otra ciencia til para su arte de vivir de gorra.

    He visto un ladrn que a fuerza de leer se ha hecho un leguleyo; tiene toda la exterioridad de un hombre de educacin esmerada, se expresa correctamente y no deja traslucir en su trato que, diez aos atrs, era un compadrito que escupa por el colmillo y se quebraba hasta barrer el suelo con la oreja.

    El pillo extranjero es el ms abundante. ste ya viene aleccionado, por lo general, y no deja que se deduzcan reglas para

    conocerlo. Viste como un caballero, como un compadre o como un artesano, de esos que recorren

    nuestras calles en las faenas de su oficio : adopta la forma necesaria para cada una de sus empresas oscuras y malignas.

    Se cambia de nombre cada vez que cae preso, y es obra de romanos identificar su personalidad en cada caso, pues recurre a cuanta artimaa puede sugerirle su imaginacin a fin de ocultar su pasado, teniendo como recurso invencible su poco conocimiento del idioma.

    Para probarle un hecho no hay ms remedio que tomarlo con la masa en la mano ; con l no valen nada la deduccin ni la induccin, y se le queman* los libros al ms listo.

    Sin embargo, no es largo su jolgorio.

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    Despus de un perodo de tres o cuatro meses de hazaas -si no ha logrado salir de su msera posicin de instrumento-, la polica, que no le pierde ojo, lo pilla en un renuncio y tiene que confesar su vida y milagros, quedando en la categora de criollo.

    Se le acabaron sus privilegios de extranjero !

    ELLAS

    El complemento del pillo es la mujer. Cmo saben educarla para el fin que la necesitan, con qu egosmo judaico explotan los

    tesoros de su cario inagotable, cmo la sugestionan y la envilecen, hacindole perder, o ya el miedo para acompaarlos en sus empresas tortuosas sino la nocin elemental del bien y del mal, llegando ellas, en su obsesin por el hombre que las martiriza y las deprime, hasta

    a creerlo un dechado de virtudes, un ejemplo de honorabilidad, una vctima desgraciada de las injusticias sociales!

    Cuntos poemas de ternura y de amor tienen por teatro diariamente los calabozos! He visto madres que no slo abandonan las comodidades que un hijo honorable puede

    proporcionarles, sino que hasta cubren de vergenza su nombre por disimular las bajezas de uno de estos canallas que ha rodado al abismo y que les paga sus sacrificios imponindoles cada da otros mayores!

    He visto mujeres hambrientas, casi desnudas, vender, no ya su cuerpo si algo valiera, sino lo ms indispensable para su subsistencia, a fin de llevar cigarrillos o bebidas a sus maridos que, cuando estn fuera de la crcel, dilapidan con otras de mala vida el dinero que pueden atrapar, y a ellas les compensan su abnegacin con caricias que dejan sobre sus cuerpos indelebles cicatrices que no se borran jams.

    Son las madres, son las mujeres, son esas pobres mrtires que arrastran su cruz a travs del mundo -las minas, como ellos les llaman-, las que les sirven de escudo contra los golpes de la suerte!

    Pueden abandonarlos sus amigos, sus cmplices, los empresarios, por cuenta de quienes emprendieron un trabajo, pero ellas no les faltarn y, sacando fuerza de flaqueza, removern con sus dbiles brazos el mundo entero a fin de hacerles ms llevadera su desgracia.

    Ellas, las mrtires de los das de luz, sern el rayo de sol de los das de sombra. Luego, tras de la fila de mrtires, de las que son escudo simplemente, viene la

    interminable de las que no son slo escudo, sino tambin garra. Son stas las que forman la temible falange de espas, de correos, de negociadoras de los robos, de ocultadoras y, luego, en los das negros, las que servirn de agentes para corromper a la justicia, usando el dinero, si el hombre que necesitan es afecto a l; halagando su lujuria, su gula o cualquiera de los pecados capitales que prime en su espritu ; amenazando su tranquilidad si es un timorato, o insinundose prfidamente en su corazn, si es un alma fuerte y vigorosa!

    Ellas podrn no saber leer ni escribir, podrn ignorar las sutilezas del espritu y aun hasta la existencia de la palabra psicologa, pero nadie las sobrepasar en el arte difcil de conocer una flaqueza humana y de saber aprovechar y explotar su conocimiento !

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    ELLOS

    Entre reos lunfardos hay cinco grandes familias: los punguistas, o limpiabolsillos; los

    escruchantes, o abridores de puertas ; los que dan la caramayol o la biaba, o sea los asaltantes; los que cuentan el cuento, o hacen el scruscho, vulgarmente llamados estafado-res, y, finalmente, los que renen en su honorable persona las habilidades de cada especie: estos estuches son conocidos por de las cuatro armas.

    Ms vale toparse con el diablo que con uno de estos prncipes de la ua, de los cuales Buenos Aires cuenta ms de un ejemplar.

    Ellos son, generalmente, los que educan y forman los muchachos, esmerndose en aquellos que revelan mejores facultades: son los que dirigen los golpes de importancia; los que dan el cebo, o sea el dinero necesario para realizar el robo, que hasta para eso se precisa plata, dada la situacin a que ha llegado el mundo; en fin, son los grandes dignatarios de su orden.

    Cada especie tiene su fisonoma especial, sus costumbres propias y su manera de ejecutar un trabajo, por ms que todas tengan siempre un punto de contacto, menos el punguista, que es siempre el empresario de s mismo.

    EL CAMPANA El punto de contacto es el campana 27, es decir, el que busca la casa o el hombre fcil de

    robar, el que estudia el medio de efectuarlo, el que est en relaciones con los que cambian lo robado por dinero : la providencia en forma de hombre.

    Bien considerado, estos campanas son los verdaderos ladrones ; los que efectan el robo son solamente sus instrumentos.

    Jams se comprometen en nada, y es difcil que la polica los descubra. Adoptan todo el aire de gentes honradas, trabajan, tienen oficio, profesin o industria conocida : son sirvientes, mozos de hotel, changadores, comerciantes, rentistas y hasta pueden inspirar confianza y ser honorables, mientras no haya posibilidad de tirar la piedra y esconder la mano.

    Cuntas veces estn protestando honradez y tienen entre los dedos el pedazo de masilla o cera con que al menor descuido, moldearn una llave!

    Cuntas veces estn jurando adhesin a sus patrones y ya tienen oculto dentro de un mueble al amigo que va a dar el golpe! Y luego son los ms empeosos en llamar a la polica y darle cuenta del hecho, suministran datos y noticias, sospechan que al ladrn lo han visto rondando la casa y que es de este porte y del otro!

    Cuntos de ellos han acompaado en sus investigaciones a un comisario y lo han extraviado con sus mentiras, y cuntos tambin han sido imprudentes y han ido a pagarlo en la Penitenciara!

  • 27

    El campana presta servicios a los ladrones, pero que digan stos lo que les cuesta: siempre se lleva l lo mejor del toco, o sea del monto de lo atrapado!

    Sus comisiones son algo de fabuloso! Sin embargo, el negocio tiene sus contras. Veces hay que ha hecho efectuar un robo

    valioso, y cuando va a retirar su parte se encuentra con una pualada o con que, sencillamente, le dicen que no sea zonzo, y se le alzan con el santo y la limosna, accin que se llama dar el rostro.

    Al campana robado le queda an como arma la delacin y la usa como venganza ; si los ladrones son tomados, stos no dejan de envolverlo en sus declaraciones, y se hunde con ellos, y si no lo son, se ve libre y queda aguardando una oportunidad de hacerles caer en las garras del gallo policial: este es el origen verdadero de ms de una pesquisa curiosa que ha servido para bombo a algn intil.

    Venganzas de campana, o como quien dice, pualadas por la espalda! Y los ladrones saben lo que vale un buen campana. Una vez me dijo uno, habindole yo

    preguntado que "a qu se dedicaba por ahora". -Vea, seor, tengo un campana que ni de oro..., y trabajo de catlico! -De catlico? -S, seor... ; es decir, ando con el asunto de las limosnas para el hospital..., y al que me

    cree lo ensarto!

    EL ARTE ES SUBLIME El punguista -como en lenguaje de ladrones se llaman los pick-pockets, o sea, hablando

    en espaol, los limpiadores de bolsillos- es el ms artista de todos los ladrones, y mira con cierto desdn a sus congneres, a los cuales desprecia soberanamente..., tanto como puede despreciarlos un hombre honrado.

    Para l, robar un reloj, una cartera, un rollo de dinero o cualquier otra cosa de valor que una persona pueda llevar sobre s, no es un delito, sino un trabajo de arte, una hazaa.

    Es por eso que se le ve tan tranquilo, tan seguro de s mismo, meterle a cualquiera la mano en el bolsillo y sustraerle lo que guarda : su nico dolor es ser sentido por su vctima, o tomado infraganti por la polica a causa de su poca habilidad.

    Esto lo desespera, pues le desbarranca su fama, ataca su crdito. La gloria de un punguista es serlo y que nadie pueda probrselo: su orgullo es poder

    decir en la polica: -Busque, seor, en los libros!... Yo no tengo ninguna condena! Gracias a Dios, no soy

    ladrn! Y luego, su frase la repite con aire modesto a cuanto individuo investido de autoridad

    encuentra a mano, pegndole a modo de coeficiente: "as le dije el otro da al seor don Fulano". Tiene por teatro la calle y los parajes donde ocasional o habitualmente hay aglomeracin

    de gente. Con frecuencia se le oye decir: yo trabajo en el Banco tal, en la estacin cual, en el papel

    sellado, en el correo, en el tramway, en el cementerio, en la plaza, en el remate, dondequiera que haya codazos y apretones.

  • 28

    Para el trabajo jams va solo: lleva dos o tres ayudantes, segn la necesidad. Estos ayudantes, que son, por lo general, practicantes-asociados, tienen por misin

    formar la cadena, es decir, estacionarse detrs del artista, de tal modo que, efectuado el hurto, lo hurtado se encuentra a salvo con la rapidez del rayo, pasando de mano en mano.

    Si el golpe es desgraciado y el practicante no puede huir, deja caer lo hurtado, lo echa en el bolsillo de cualquiera de los presentes, en fin, se deshace como puede del cuerpo del delito, y trata de evitarse una condena o ahorrarle un mal rato a su asociado.

    Un comandante del ejrcito -cuento al caso- se hallaba una noche en su casa, y al ir a sacar su pauelo, rueda sobre la alfombra un magnfico reloj de oro, con un monograma en la tapa. Lo recoge y se echa a cavilar sobre cmo haba venido a su poder.

    -Y no daba en bola! Al da siguiente lee en un diario una noticia que deca: Reloj Robado. - Hallbase ayer en el remate de Constela el seor X. X., y de repente

    not que le sacaban su reloj, y que la mano que lo llevaba perteneca al vecino que tena a la derecha. Lo hizo conducir a la comisara 2 y result ser, el tal vecino, nada menos que ngel Artirel (a) Minga-Minga. El reloj no ha sido encontrado.

    El comandante se dio un golpe en la frente, recordando que se haba hallado en lo de Constela durante el incidente; pero no atinaba a dar en cmo el reloj haba llegado a su bolsillo.

    A que le esclareciesen el punto y a devolver la prenda fue a la comisara 2. El comisario oy toda la relacin y luego le pregunt si recordaba qu vecinos haba

    tenido durante su estada en la casa de remates. -No me fij, seor ! -Pues bien, uno de ellos era cmplice del ladrn, y temiendo ser descubierto ocult en

    usted lo que poda comprometerlo! El comandante ha jurado, desde entonces, usar sacos sin bolsillos. Otro cuento, ya que en tal terreno he pisado. Uno de estos practicantes fue sorprendido una vez con un reloj en la mano, en momentos

    que iba a pasarlo, y no bien vio que lo haban sorprendido, se ech a gritar -& De quin es este reloj? De quin es este reloj? No le vali la artimaa, y fue preso.

    El juez tuvo que absolverlo, pues se encerr en esta declaracin -Yo encontr el reloj, seor, y lo levant; no ha habido ms. Tengo malos antecedentes,

    es cierto, pero eso no hace al caso..., !el decir adis no es dirse! Estos practicantes llegan a ser unos doctores que dan miedo, y no pasa mucho tiempo

    sin que den vuelta y raya a su maestro! El punguista, cuando camina, jams lo hace llevando al lado a sus compaeros. stos marchan escalonados a retaguardia, a fin de poder, al menor asomo de un

    empleado de polica que los descubra, hacerse entre s los perfectamente desconocidos. Si suben a un tramway tratan de rodear a la persona que han elegido por vctima, y all

    son los empujones por el menor motivo, los codazos, los pisotones, con el objeto de distraer al desgraciado candidato y facilitar la obra del artista.

    ste est en acecho, espiando todas las oportunidades, y a la primera que se presenta, zas!, se apodera del objeto deseado, que desaparece como por arte de magia.

    Para dar el golpe, el punguista tiene siempre sus dedos ndice y medio prontos para la accin, y los introduce en el bolsillo ajeno con una suavidad incomparable.

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    Cuando es necesario interceptar la vista de alguien, ah se encuentra el practicante, que har de nube, o si no el brazo que no va a operar y que se baja o se levanta a la altura necesaria.

    Hay punguistas que son muy hbiles en esta maniobra, que se llama es paro, y que es reputada como uno de los escollos del arte.

    Cuando dos o tres habilidosos se renen y se complementan, las joyas van a ellos como el acero atrado por el imn.

    Jams se rene con los que no son de su arte, a no ser cuando entra por el aro del diablo, con tal de hacer plata.

    De lo contrario evita compaas, y dice: -Los amigos cantan (descubren) y no sirven sino para hacerlo embrocar (conocer) a

    uno! Cuando ya son muy conocidos en sus maas, y no pueden trabajar, se dedican a schacar

    escabios, es decir, a robar a borrachos. Este es el atorrantismo, la vejez miserable del arte: son los arrestos frecuentes, los das

    sin comida, las condenas por cincuenta centavos. Sin embargo, un punguista podr robar, jugar y poseer todos los vicios, pero nunca se

    embriagar ni llevar vida de perro. Mira el mundo a travs de los placeres que no embrutecen, y vive lo mejor que puede. Un da dije a uno de ellos que hablaba, conmigo, en el caf de Cassoulet, esquina

    Viamonte y Suipacha, un centro de pillos -Y t no bebes?... Pide un gin ! -Yo!... Qu esperanza!.. . El alcohol afloja la lengua y entorpece la mano!

    EL CAF DE CASSOULET Este era el paradero nocturno de todos los vagos de la ciudad y famoso entre la gente

    maleante, no solamente por la comodidad que, a poco costo, se obtena en l, cuanto por la relativa seguridad que se disfrutaba : en caso de producirse visita de la autoridad, los propietarios tenan dispuestas las cosas de modo tal, que la clientela tena fcil escape.

    Estaba ubicado en la esquina Viamonte, antes Temple, y Suipacha. Como dependencia del caf, y formando parte de la planta baja, que daba hacia la primera, haba hasta la mitad de la cuadra una veintena de cuartos a la calle, con puertas que se abran a sta y otra interior, que daba al gran patio del caf: eran otras tantas salidas clandestinas del antro misterioso.

    Estos cuartos los ocupaban mujeres de vida airada, que eran como la crema de aquel mundo de vicio, cuyo centro era la famosa calle del Temple, y que extenda sus brazos a las adyacentes, teniendo como encerrado entre ellos el corazn de la ciudad.

    El caf deba ser una mina de plata. All los ladrones, con todo su cortejo de corredores y auxiliares, los asesinos, los

    peleadores, los prfugos, toda la gente que tena cuentas que saldar con la justicia o tena por qu saldarlas, buscaba un refugio para dormir o vivir con tranquilidad, para hacer con

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    todo sigilo una operacin comercial inconfesable o para ocultarse discretamente, mientras pasaban las primeras averiguaciones subsiguientes a un delito descubierto por la polica.

    All todo era cuestin de dinero. Tenindolo, se hallaba desde la pieza lujosamente amueblada, hasta el tugurio infame, donde poda gozarse de las comodidades de un catre de los muchos que, en fila y pegados unos a otros, contena un pequeo cuarto de madera, y desde el vino y los manjares exquisitos, hasta las sobras de stos, barajadas en un champurriao indescifrable, y que poda remojarse con el agua turbia del aljibe, donde viboreaban los pequeos gusanitos rojos, descendientes quin sabe de qu putrefaccin y cuyos movimientos rpidos y variados podan servir de diversin al nimo preocupado.

    Tarde de la noche, cuando el caf se cerraba, decenas de desgraciados, sin hogar, tomaban posesin de las mesas del largo saln -bajo la vigilancia de los dependientes, que tendan sus colchones sobre las de billar, cuando las otras estaban ocupadas- y por dos pesos de los antiguos, encontraban un techo y una tabla para dormir, y por uno, lo primero y el duro suelo de los patios y pasillos.

    Aquello era un verdadero hervidero del bajo fondo social porteo : all se barajaban todos los vicios y todas las miserias humanas, y all encontraban albergue todos los desgraciados, que an tenan un escaln que recorrer antes de llegar a los caos de las aguas corrientes que, apilados all en el bajo de Catalinas 20, ofrecan albergue gratuito.

    Cassoulet era, en la noche, la providencia de los mseros desterrados de un mundo superior, era la ensenada que recoga la resaca social que en su continuo vaivn arrastraba hacia playas desconocidas el oleaje incesante.

    Hoy comparten con l los beneficios de la industria protectora los pequeos cafs del Riachuelo y la ribera, que venden marineros borrachos a los buques que necesitan completar su rol* clandestinamente, para borrar las huellas de un crimen o de un accidente -a fin de evitarse las molestias que en nuestro pas acarrea cualquier gestin ante la autoridad y los tugurios que, con el nombre de posadas o sin nombre alguno, encierran entre sus paredes y alojan, segn el dinero con que cuentan, a los desgraciados que vagan sin hogar, o a aquellos que legalmente no pueden habitar en parte alguna.

    En aquel tiempo compartan la clientela de Cassoulet, pero slo durante el da, el caf Chiavari, en la esquina de Cuyo 80 y Uruguay, y el caf de Italia, en la misma calle, frente al Mercado del Plata.

    Estas tres eran las cloacas mximas de Buenos Aires, en tiempos que ya no volvern, pero que se repetirn, transformndose.

    EL BURRO DE CARGA EL escruchante -Es decir, aquel cuya especialidad es abrir puertas con o sin violencia- es

    otra interesante variedad de la familia lunfarda. Los que la forman son, por lo general, individuos de avera, hombres avezados a todas

    las asperezas de la vida. Brotan de las capas inferiores de la sociedad, y rara vez alcanzan otras ms elevadas: son

    constante y perennemente vctimas del que ha campaneado -estudiado- el robo a realizar, y su fin es generalmente desastroso.

    Concluyen por ser un harapo humano a fuerza de consumirse en las crceles o en los

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    ms bajos fondos de la corrupcin. La miseria, engendradora de todas las lepras, luce en ellos sus fuerzas y su vigor. De todos los lunfardos es el escruchante el ms desgraciado: sus robos son los ms

    fciles de descubrir, sus condenas son las ms largas, sus das son los ms negros, pues cuando no est preso lo andan buscando.

    Es necesario tener una aficin desenfrenada a lo ajeno, para dedicarse al escrucho. El escruchante tiene tres especialidades: se dedica a fabricar llaves falsas, a trabajar con

    el formn o a cargar la burra, o sea alzar los robos. Poco se le ve en la calle durante el da: camina slo de noche o en la madrugada, hora en

    que la vigilancia es menos activa. Sus golpes los reciben ya estudiados por el campana, que percibir su buena parte, sin

    riesgo. ste es el que moldea las llaves que el escruchante fabricar en los ratos de ocio, en su

    tugurio, donde tiene su pequeo taller ad hoc; el que estudia las costumbres del habitante de la casa que va a robarse; el que levanta el plano de sus entradas, salidas, caminos fciles para escapar, parada del vigilante, hora en que hace la ronda y dems datos tiles.

    En posesin de todos estos elementos, es que el escruchante tienta su empresa y va dispuesto a todo!

    Si se ha moldeado bien la llave, sta ha sido seguramente bien hecha y funcionar a maravilla, simplificndose mucho el trabajo.

    Si no anda bien, es necesario abandonar la empresa hasta que los defectos se hayan corregido o recurrir a la violencia, que dobla las probabilidades del fracaso, y sobre todo la condena.

    Entonces es cuando se recurre a cortar el tablero de la parte inferior de la puerta, formado por lo general de madera blanda, en la cual una cuchilla afilada entra como en queso y abre un buen postigo.

    Si el dueo de casa es precavido, y usa sus puertas enchapadas de hierro en la parte vulnerable, se da un corte en el umbral con el formn frente a los pasadores y se levantan stos; luego se introduce la pata de cabra -instrumento de acero, formado en zigzag- frente a la cerradura, y se la hace saltar sin ruido, con un leve movimiento lateral.

    La puerta ya presenta facilidad para enlazar con una faja el pasador de arriba y correrlo. Puede ser que la precaucin del propietario haya llegado hasta poner una barra, y

    entonces hay que tratar de sacarla. La extremidad libre de la faja con que se enlaz el pasador se pasa por debajo de la barra

    y se tira para arriba. Si aqulla es de gancho, cede al esfuerzo, y se la baja hasta el suelo con cuidado para

    que no haga ruido, para lo cual se afloja una de las puntas de la faja poco a poco; si es de las que tienen candado, es mejor renunciar al golpe: la puerta es infranqueable.

    Cuando el robo no puede hacerse con violencia, se recurre a sobornar un