Modernizacion, Desarrollo, Dictadura. El Papel de Sergio de Castro

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    Estudios Pblicos, 108 (primavera 2007).

    LIBRO

    MODERNIZACIN, DESARROLLO, DICTADURA:

    EL PAPEL DE SERGIO DE CASTRO

    Joaqun Fermandois

    JOAQUNFERMANDOIS. Profesor de historia contempornea, Pontificia Universi-dad Catlica de Chile; miembro de nmero de la Academia Chilena de la Historia.

    Patricia Arancibia Clavel y Francisco Balart:

    Sergio de Castro, el Arquitecto del Modelo Econmico Chileno(Santiago: Biblioteca Americana, 2007).

    l modelo chileno, admirado, vitoreado, escarnecido o simple-

    mente mirado con un dejo de escepticismo, ha llegado a ser una especie demarca registrada en el continente y ms all de l. Identifica al Chile actual, ygran parte de los debates pblicos giran directa o indirectamente en torno al. En los aos noventa hasta desde las filas de los gobiernos concertacio-nistas salan palabras de elogio a las reformas impulsadas por el rgimenmilitar y su equipo de asesores econmicos.

    En la dcada del 2000 el reconocimiento de estos hechos ha experi-mentado una audaz transformacin. La Concertacin, asumida la herencia

    del rgimen de Pinochet en la estrategia econmica, ha podido beber unaleche de pecho de gran rendimiento y con ello mostrar a este modelo comosuyo. El verdadero progreso no podra tener un origen pecaminoso, sinoque era resultado de haber dado un contenido social a una poltica econ-mica que, por lo dems, no haba rendido demasiados frutos. Con la vueltade mano poltico-cultural que se ha producido desde aproximadamente el2000, cada da ms observadores tienden a aceptar esta visin. Tiene unviso de verosimilitud por el hecho de que el promedio del crecimiento entre

    1973 y 1990 es claramente inferior al que ha habido entre 1990 y 2007.

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    Entonces, por qu cada da ms polticos e intelectuales de la Con-certacin comienzan a desesperar del modelo y piden a gritos correccio-nes? Porque existen realidades duras, que pueden alojarse en una suertede pre-consciente desde donde las percibimos. Y ellas nos indican que todolo que se ha construido en lo econmico y social se origin en un proyectoque tuvo su puntapi inicial a fines de abril de 1975 con el discurso de JorgeCauas anunciando lo que ya antes se le denominaba plan de shock. Elmotor individual ms perfilado y sistemtico de este proyecto fue Sergio deCastro. Tambin, el bochorno oculto que produce esto en la Concertacinno es slo producto de la anciana prctica poltica de adjudicarse todos los

    logros y no responsabilizarse por ninguno de los yerros. La madre del cor-dero se encuentra en que su ejecucin hubiera sido imposible sin la existen-cia del gobierno militar y, ms aun, dentro de l su principal soporte fue elliderato de Pinochet, quizs como una herramienta para perfilar mejor su

    proyecto personalista. Este libro nos revela una parte sustancial de esahistoria.

    1. La validez de una historia testimonial

    La obra de Patricia Arancibia y Francisco Balart consiste en lo fun-damental en una columna vertebral constituida por una serie de entrevistascon el ex ministro Sergio de Castro. Escrito en tercera persona, aunquesiempre refirindose a Sergio, los prrafos textuales de De Castro ocupanun espacio mayor en el libro, quizs una cuarta parte de l. El resto es tantoel parafraseo de los autores como la intercalacin de otras opiniones deeconomistas cercanos o lejanos a De Castro, con algo de otros lderes y

    actores del Estado principalmente de los aos del gobierno militar. Se aadetambin ocasionalmente un contexto histrico relativamente limitado.

    Este libro es as otro eslabn de la trayectoria de Patricia Arancibiacon diversos coautores. La historiadora se ha caracterizado por una laborhistoriogrfica relacionada con un reportaje de nivel destacado que tienegrandes antecedentes en el mundo cultural anglosajn, pero que ha sidoescaso en Chile, entre otras razones por la reticencia de los historiadores aeso de relacionarse mucho con el mundo del periodismo. La autora es parte

    de una generacin de historiadores que ha comenzado a llevar el argumentohistrico (qu nos ensea el pasado?) al debate pblico, con los riesgosque esto implica de exponer razonamientos esquemticos acerca de proble-mas que los historiadores saben perfectamente que no pueden ser definidosde un modo exacto por una teora explicativa. Con todo, este tipo de trabajoviene a aportar otro ngulo en este proceso mediante el cual la historia

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    contempornea de Chile se est convirtiendo cada da ms en legitimacinde los proyectos acerca del deber ser de la sociedad. Es parte de la batalla

    por una hegemona cultural que caracteriza mucho a la poltica en Chile yen numerosas democracias del mundo actual. Es una batalla que tiene posi-

    bilidades de lograr transferencias de poder ms o menos espectaculares enla regin de la democracia incompleta que es Amrica Latina. En estesentido, los trabajos liderados por Patricia Arancibia contribuyen a enrique-cer un cuadro que muchas veces, al pensar el pas de nuestra poca, aquelde la segunda mitad del siglo XX y de la primera dcada del dos mil, apareceexcesivamente monocorde.

    Este tipo de trabajos tiene antecedente tambin en el periodismo denivel, como en los casos de Patricia Politzer, Raquel Correa, Florencia Varasy Patricia Verdugo, y algunos ms que se nos pueden escapar. Claro quelos libros de Patricia Arancibia poseen mayor sistematicidad y rigurosidad

    para recoger de manera ms completa los testimonios. Al igual que ocurrecon sus antecesoras del periodismo, sus libros han alcanzado a un pblicoms amplio que aquel del mundo acadmico o de una clase intelectual,circuito al que muchas veces han estado condenados los historiadores pro-

    fesionales. Constituyen en cierta medida tambin un tipo de material queest a medio camino entre lo que los historiadores llaman fuente (la huellade la historia) y el relato que se hace a partir de ella. Su valor es similar al delas memorias, y quizs pueden ser tan discutidos en su valor epistemolgi-co como este ltimo gnero. Siempre gira en torno a ellos la sospecha deque son memorias selectivas, que justifican la actuacin del entrevistadoo memorista como un cuento de hadas, como hagiografa; en suma, son

    poco crebles.

    Esto por cierto es un problema real en este tipo de literatura si nosomos capaces de someter a todas las piezas del gnero, no slo a las dePinochet, sino tambin a las de Pablo Neruda, a esta misma clase de prue-

    bas. Con todo, el gnero de memorias, como por lo dems el de biografas,seguir constituyendo un gnero de literatura fascinante para cualquiera denosotros. Mal que mal la historia del mundo es la vida de cada ser humano,y la vida de cada uno de nosotros, que es propia e insustituible, a la vezest interrelacionada por una serie de cadenas condenatorias y de maravi-

    llosos cursos de agua con todo el resto de la humanidad.El libro de Arancibia y Balart no es una simple hagiografa, ni puedeser descartado como apologa barata. Existe un esfuerzo de los autores portratar de ver lo peros y los vacos que pueden existir en el relato delentrevistado, como asimismo se intercalan numerosos testimonios de crti-cos de la poltica del ex ministro, ya sea del mismo gobierno militar como de

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    algunos que tempranamente se colocaron en la oposicin. No silencia lasdiversas crticas que necesariamente surgen ante el tema, lo que pone en

    alerta a un lector, v. gr., de las nuevas generaciones o sobre todo al extran-jero que slo haya escuchado lindezas acerca de Chile (baja probabilidad),de que no se est hablando de hechos aproblemticos sino todo lo contra-rio. Hay dos excepciones a esto. Una es lo que se podra denominar larelacin entre la tecnocracia y la poltica, un punto de referencia central enla modernidad y sobre todo para la reciente historia de Chile. La otra es elapoyo brindado a una dictadura,lo que permanecer en el futuro previsi-

    ble como otro tema contencioso.

    La estrategia de los autores valida a pesar de ello esta especialidadde entrevistas con la historia, ttulo de otro libro de Patricia Arancibia queconsiste en conservar testimonios mediante preguntas sistemticas que laentrevistadora ha preparado con relativa profundidad. De esta manera, elresultado va ms all de muchas autobiografas o memorias que resultannicamente de un discurso que refleja el momento en que escribe el autor.

    No slo el pblico que la ha favorecido debe estar agradecido de estegnero de escribir historia. Tambin los historiadores tienen acceso fcil a

    un tipo de fuente que no era nada de comn en el Chile tradicional, el deantes de 1973. En ese entonces haba muy poca reflexin acerca de la histo-ria reciente del pas, y casi nula escritura sobre ella. En eso ha habido uncambio monumental, aunque la lectura de la historia escrita por historiado-res siga siendo marginal. Lo que no resulta marginal es aquello a lo quealuda antes, el combate por la hegemona cultural, por imponer un solorelato, escrito por un solo sector, que es elevado a la categora de historiaoficial.

    No es que este tipo de historiografa (escritura de la historia) notenga problemas, y esto se hace relevante al examinar este libro. Desdeluego, no hay una exploracin profunda del personaje, sus emociones, suslimitaciones, sus contradicciones. Toda vida humana es un problema, omanojo de problemas. El trabajo del bigrafo se define por la capacidad dedesentraar ese problema o problemas. Los logros del biografiado aparece-rn entonces con mayor claridad y el relato ser capaz de hacernos entenderel calibre de la accin de ste o aqul. La historiografa testimonial, por darle

    un nombre a la especie a que pertenece este libro, no alcanza el nivel derigurosidad y de crticaexigido por las reglas del juego de la disciplina.Crtica en el sentido de plantear preguntas completas y de ngulos

    insospechados al tema, lejos eso s de los conformismos de ser crtico, desentirse protagonista de un acto heroico por repetir un lugar comn extradode un catecismo poltico. La crtica del historiador se caracteriza por so-

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    meter su tema a todas las preguntas que puedan levantar la tradicin disci-plinaria y el intelecto cultivado que debiera caracterizarlo. Para ello se debe

    dominar la historia de un perodo y las principales cuestiones intelectua-les, las preguntas que se estn planteando y que se haban planteado. Estono sucede en el libro de nuestros autores. La historia testimonial no lo

    permite, aunque su presencia constituye una contribucin inestimable.

    2. Especialista con personalidad pblica

    Sergio de Castro Spkula naci en Santiago el 25 de enero de 1930. Elsegundo de tres hermanos varones, hijo de un descendiente de espaol yde una descendiente de yugoeslavo e italiana. Su padre, comerciante yempresario, tambin ejecutivo de firmas conocidas, con prctica habitual delingls, vivi principalmente en Bolivia durante la niez de Sergio. Siendoadolescente, en 1946 lo envan junto con su hermano mayor a estudiar comointernos en el Grange, en Santiago. Como se sabe, este colegio, sobre todoa mediados de siglo, no representaba a la clase dirigente tradicional, sino

    que a sectores ms apegados a unethosinternacional, orientado a los pa-ses anglosajones. Despus de egresar asiste a un college en Vancouver,donde se empapar ms todava del estilo riguroso de la educacin en los

    pases desarrollados, donde se extrae lo mximo de la capacidad de entregay talento del estudiante. Estando en este lugar lo sorprende la muerte pre-matura de su padre y debe regresar a Chile.

    Esto ya nos da material para una primera reflexin acerca de Sergiode Castro, el arquitecto del modelo econmico chileno. Claramente en suorigen no pertenece a la llamada clase alta tradicional chilena ni a ningunaoligarqua, en el sentido corriente del trmino. No cabe duda sin embargo deque en su origen tiene la hechura de una persona que en trminos de opor-tunidad puede acceder a una clase dirigente, y esto lo ser de sobra en suvida. Es lo que permite decir que perteneca y no perteneca a la clase altachilena, aunque no tuviera una riqueza muy impresionante. Tena las opor-tunidades, pero no estaba atado a convencionalismos y prejuicios del restode la clase dirigente chilena y no se encontraba bajo el embrujo del prestigiosocial que, sobre todo en esa poca, poda emanar de un sector tradicional,

    que adems ya no las tena todas consigo. Por las mismas razones tampocoera probable que desarrollara gran resentimiento hacia esos sectores, reac-cin nada de extraa en quienes se encuentran vinculados a medias con laclase socialmente dirigente en cualquier parte del mundo.

    Tal vez esto explique tambin algo de las caractersticas de De Cas-tro que lo acompaarn toda su vida pblica: un cierto desenfado y algo de

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    soberbia no slo ante el conformismo y lo rutinario, sino una actitud dedesapego hacia toda tradicin que no fueran los ideales tradicionales (la

    teora econmica practicada en la universidad de Chicago) y las lealtades degrupo (su familia, lo que destaca muy claramente; su generacin de compa-eros de estudio). Su claridad de exposicin y el blanco y negro de loshorizontes a los que miraba e indicaba fueron muchas veces acompaados

    por un aire de insolencia hacia toda tradicin y toda autoridad. Resulta sinembargo que ni toda autoridad ni toda tradicin es buena o es mala de unamanera tan simple.

    Luego vendr su perodo como estudiante universitario, en la Uni-

    versidad de Chile en primer lugar, en ese entonces dominada por el lenguajede la economa poltica del desarrollo hacia adentro que, segn nos diceDe Castro, le choc por su falta de rigurosidad terica, y despus, en 1952,ingresa entonces a la Escuela de Economa de la Universidad Catlica, don-de ser portavoz de las inquietudes de los estudiantes por modernizar laenseanza y cambiarla desde su estilo de escuela de negocios a lo quesera ms adelante, una de las vanguardias de los economistas que impulsa-ran la modernizacin. Todo su retrato de estos aos lleno de juicios, quizs

    muy certeros, tambin rezuman un aire despectivo hacia lo que haba existi-do hasta esos momentos. Retrata un estilo que caracterizara despus alhombre pblico y su desempeo como ministro; quizs sera el origen dealgunos de los problemas no slo que l tuvo, sino de los de la polticaeconmica que impuls.

    La Universidad Catlica se encontraba en un proceso de enormescambios entre las postrimeras del largo rectorado de monseor Carlos Ca-sanueva, quien la haba consolidado, y los nuevos tiempos de monseor

    Alfredo Silva Santiago, que inici una nueva puesta a punto de la cual latan mentada reforma no fue sino la culminacin. Parte de este proceso fue-ron los cambios en la Escuela de Economa, cuando los viejos son barri-dos, en el sentido, decimos nosotros, de que es tan caracterstica en lavida acadmica la reiteracin de la consigna de que hay que barrer a losviejos, y los jvenes consideran despus que ellos nunca llegarn a viejos.En ese entonces la generacin encarnada por Sergio de Castro estuvo en lavanguardia de esta historia que se repetir por siempre1.

    Culminacin de esto fue la hoy clebre firma del convenio entre laUniversidad de Chicago y la Universidad Catlica en 1955 para formar eco-nomistas en el rigor del desarrollo de la ciencia, tal como se estaba desarro-llando en Chicago y en los grandes centros acadmicos norteamericanos. Elnuevo decano de la facultad de economa era Julio Chan, quien no pertene-

    1 Gonzalo Vial Correa, Una Trascendental Experiencia Acadmica,1999.

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    ca a este nuevo espritu pero consideraba necesario avanzar en esa direc-cin. Sergio de Castro lleg a ser uno de los primeros becados de este

    programa que tendra una gravitacin tan decisiva en el futuro.Antes de seguir con esta historia lo que hay que hacer aqu es

    destacar algunos rasgos de la persona de Sergio de Castro. Ya se ha insi-nuado que es una persona no atada por tradiciones. Todo su saber, quellegara a ser inmensamente respetado por muchos, se encuentra vinculadoa la prctica, a la bsqueda de soluciones coherentes con su profesin. Paraestablecer estas salidas muestra una capacidad increble de concentracin yrigor en el anlisis de los datos y antecedentes, retrotrayndolos a su mun-

    do conceptual y terico y lanzndose despus a su implementacin, pala-bra que se puso de moda en la dcada de 1970. Aunque seguro casi hasta lacaricatura de la certeza de su ciencia, no muestra los rasgos de un obsesio-nado. Deportista, se da el tiempo para departir con amigos y familia. Hayalgo de desenfado y hasta de desparpajo en l que hace que toda crtica leresbale y la pueda calificar tranquilamente como error. Razn tena el padrede su amigo Ernesto Fontaine en que al Tejo no le entran balas. Quizs al

    propio De Castro no le molestara que ste sea su epitafio.

    Algunos hechos podran ilustrar este tema. Los autores le recuerdanel famoso incidente cuando el general Pinochet en una reunin se refiere aque tiene el sartn por el mango en lo econmico y De Castro espetacomo desdeosamente, pero se va a quedar con el puro mango. Pinochetqued furioso y De Castro no entenda por qu se haba enojado. La razneconmica muy anclada en el tipo psicolgico de Sergio de Castro no reco-noce jerarquas ni respetos. Los autores no le plantean otras situaciones

    parecidas, como cuando dijo burlonamente compren dlares a los que no

    crean que se poda mantener el precio de 39 pesos el dlar, pero aqullostuvieron la razn finalmente. Y otro clebre: que se coman la vacas, a losagricultores ms o menos desesperados por el cambio econmico, y porquela agricultura puede ser ms lenta en flexibilizarse que el comercio y la in-dustria. Fue todo un estilo de los economistas del rgimen, y no slo de losde Chicago, que parece estar perfectamente resumido en el estilo y en laaccin de este Ministro de Hacienda.

    Como profesor era extraordinariamente claro, riguroso y exigente,

    con la impaciencia de quien siente que cree haber visto el mecanismo per-fecto y quiere que los dems lo conozcan tambin. En sus clases podagarabatear, entonces una novedad, hoy otro rasgo nihilista ms. Y a la vezno cabe duda de que como economista pudo haber hecho desde joven unacarrera extraordinariamente gananciosa para sus bolsillos, pero que su ver-dadera vocacin estaba en el cultivo de la docencia y de la educacin

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    pblica en esta ciencia que a veces parece querer ordenar la vida muchoms all del campo econmico. Y existe otra dimensin que destaca en su

    personalidad, al menos en lo que podemos saber de ella: que no hay doble-ces en lo que pretende, que tiene un mensaje claro, que es un hombre de

    palabra, que es previsible. Sobre todo da la impresin de que su estrategiaeconmica guarda relacin con el ncleo principal de la economa moderna,que fue finalmente, a grandes rasgos, la ms adecuada y la ms promisoriaen la mayora de las sociedades del mundo. Claro, como se sabe, el demonioest en los detalles.

    Una historia testimonial no permite explorar estas preguntas y mu-

    chas otras ms que se podran hacer. Tampoco existe algn asomo hacia laintimidad de De Castro, ni un intento de trazar un retrato psicolgico delhombre, aunque, como deca, se entregan algunos elementos a partir de loscuales el lector se puede imaginar algo. Esto no es anecdtico. La existen-cia histrica consiste en ese misterio de cmo los seres humanos se muevencon una voluntad y a la vez estn siendo atrados entre s por fuerzas queescasamente controlan y que muchas veces llamamos factores impersona-les, sistemas, estructuras. En la historia de este grupo liderado princi-

    palmente por De Castro estn el azar y la necesidad, y no estamos segurosdnde comienza uno y dnde comienza la otra. Sencillamente es la condi-cin humana.

    3. La crisis del desarrollo hacia adentro

    Todo el perodo que va desde 1955 hasta 1973 es seguido en estelibro a travs de la historia del desarrollo de las ideas del grupo que llegaraa ser conocido como Chicago Boys. Ellos representaban la crtica a laeconoma poltica y a la estrategia de desarrollo seguida en Chile desdefines de la dcada de 1930, y que se la conoce indistintamente con losdiversos nombres de desarrollo hacia adentro, industrializacin va sus-titucin de importaciones (ISI), y de connotacin ms poltica, Estado decompromiso. Se trat de un estilo de relacin entre Estado y economa que

    por un lado deseaba crear una industria chilena protegida del exterior, almenos en un primer momento, se supona, y por otro lado ir extendiendo

    beneficios sociales a una parte creciente de la poblacin.Era tambin un fenmeno latinoamericano y tena alcances ms glo-

    bales, como el intervencionismo estatal, que fue una respuesta a la GranDepresin de los aos 30. En el Chile de los treinta se deca que haba quetomar como modelo el New Deal de Roosevelt. Ante la frustracin y el

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    hecho de que la economa pas a depender de una sola exportacin, elcobre, creca una poderosa crtica contra el sistema desde la izquierda mar-

    xista. En la derecha, aunque se quejaban, de hecho muchos intereses eco-nmicos estaban imbricados en este sistema. No faltaban editoriales de El

    Mercurioque vean la necesidad de una reforma. Pero el sistema poltico,que no careca de virtudes (la poca de la clebre democracia chilena),estaba paralizado sin saber reformarse a s mismo. ste es uno de los puntosde partida a 1973.

    Cuando se firm el convenio entre Chicago y la Universidad Catli-ca, promovido por un programa del Departamento de Estado de los Estados

    Unidos, la experiencia fue contemplada como una rareza. La Facultad deEconoma de la Universidad de Chile no quiso identificarse con esa parte dela academia norteamericana que era considerada demasiado ortodoxa eneconoma, la crean anticuada. Luis Escobar Cerda, que tambin sera minis-tro de Pinochet, estaba orientado hacia lo que se pensaba eran las polticaskeynesianas, segn las cuales el Estado poda controlar con fuerza muchosaspectos de la vida econmica para superar las crisis y mover a la sociedadhacia un pleno empleo. La Universidad de Chicago en materias de teora

    econmica lleg a ser smbolo de algo que era ms extendido que ella mis-ma, que hoy da se le da el nombre de neoliberalismo2, pero que pensa-mos es ms adecuado llamarlo revitalizacin de la teora clsica, ya que ensu anlisis del funcionamiento del mercado existe una clave no total y abso-luta, pero s bastante completa, de los mecanismos de la vida econmica. Aveces a esta nueva vida de la teora clsica se la llama neoclsica. Existeuna confusin, ya que esta ltima incluye a dos almas, una es la teoramisma, como el monetarismo, y otra es una versin que a veces llega al

    vrtigo de un credo, de explicar la vida humana como incentivos de mercadoy de decisin (perfectamente) racional, que linda con una religin intra-mundana desprovista de todo misterio. Como cualquier teora, la econmica

    puede ser un auxilio en esferas no econmicas, pero no una doctrina paraajustar la existencia humana.

    No puede existir un simple dogma de que el Estado no intervenga enla economa, sino que ste y los actores que giran en torno a l intentan irdelineando los lmites que en cada poca histrica tendra esta intervencin.

    Una de las grandes paradojas del sistema chileno es que se adopt estaestrategia como un acto voluntarioso y a veces hasta brutal por parte delEstado, como arrojndolo encima de la sociedad civil. Con las dcadas estovino a ser aceptado por las principales fuerzas del pas, aunque su origen

    2 Sobre el problema terminolgico, cfr. Enrique Ghersi, El Mito del Neoliberalis-mo, 2004.

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    permanece como un punto frgil de la solidez del sistema. Hay que remacharque se trat de un acto de Estado, como para recordar lo que deca Mario

    Gngora acerca de su papel en la formacin de la nacionalidad chilena3. Locurioso es que no pocos intelectuales y acadmicos, entre ellos muchos delos Chicago Boys, al menos de la boca para afuera dan la impresin deque les dara lo mismo ser o no ser chilenos, estar en ste o aquel pas,siempre y cuando las cosas sean hechas de manera correcta, en el sentidoorganizacional. Y no se trata de que sean cosmopolitas.

    4. De la teora al proyecto social

    Es interesante la vida de los Chicago en las universidades nor-teamericanas a fines de lo aos cincuenta. Adems de Sergio de Castroestaban Vctor Ochsenius, Carlos Clavel, Carlos Massad, Luis Arturo Fuen-zalida, Ernesto Fontaine. Y en Chicago tuvieron de profesores a economis-tas famosos, entre ellos dos futuros premios Nobel, Friedrich von Hayek yMilton Friedman, este ltimo todo un smbolo de esta orientacin, fallecidohace poco. Un importante nexo entre la Universidad Catlica y la Universi-dad de Chicago sera el profesor Arnold Harberger, Alito para los que loconocen, quien llegara a casarse con chilena y a estar muy ligado a lasrelaciones chileno-norteamericanas. Harberger escribi en 1956 un extensoinforme que slo se public pocos aos atrs4 sobre la economa chi-lena, sealando todas las crticas a sta, pero tambin, lo que llama la aten-cin, mostrando algunas de sus fortalezas y complejidades. Aunque elestilo docente de Chicago ha llegado a hacerse carne en algunas universi-dades en Chile, sera interesante que los estudiantes chilenos leyeran estas

    pginas del libro de Patricia Arancibia, y no slo los de economa. Se mues-tra el estilo de enseanza riguroso y exigente de las universidades norte-americanas, y cmo el alumno est obligado a razonar y a sacarconclusiones propias, todo ello en un ambiente en donde debe entregar casila totalidad de s mismo, y donde los momentos de ocio no son ms queinterludios de la actividad central a la cual se arrojan en un perodo de lavida.

    Regresa de Estados Unidos en 1958 despus de obtener un master

    (luego volver a ese pas para realizar un doctorado). En la docencia univer-sitaria De Castro y los ahora Chicago Boys comenzaran a crear una gene-

    3 Mario Gngora, Ensayo Histrico sobre la Nocin de Estado en Chile en losSiglos XIX y XX (1981), 2006.

    4 Arnold Harberger, Memorandum sobre la Economa Chilena, publicado re-cin el ao 2000 enEstudios Pblicos.

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    racin marcada por esa escuela y tendran una enorme influencia inclusoantes de 1973. Su influencia no se limitara a la formacin profesional de los

    estudiantes de economa en Chile sino que tendra contrapartes en otrospases de Amrica Latina. Tambin seran parte de una polmica que iracreciendo en Chile acerca de la estrategia para escapar del cuello de botellaeconmico y poltico que estaba lentamente paralizando la democracia chi-lena.

    Articulistas del diarioEl Mercuriose enfrentaban a los partidariosde un desarrollo dirigido. Estos ltimos escriban desde Panorama Econ-mico,publicacin que acogaa los economistas de la Universidad de Chile,

    entre ellos Anbal Pinto Santa Cruz. En la dcada de 1960 Sergio de Castrose integra no slo a estos debates pblicos sino que con la creacin delCentro de Estudios Socioeconmicos (CESEC), financiado por las empresasdel grupo Edwards cuyo representante ms destacado era Carlos Uren-da, comenzara a reunir a cabezas pensantes en lo econmico y en lo

    poltico para desarrollar polticas pblicas que tendieran a darles mayor po-der al mercado y a la apertura internacional en el desarrollo de la economachilena. La Sociedad de Fomento Fabril organiz cursos de estos economis-

    tas para ponerlos en contacto con empresarios. A los nombres antes dichoshabra que agregar los de otros economistas, como Pablo Barahona, ManuelCruzat y Rolf Lders. Paralelamente, desde fines de la dcada de 1960 El

    Mercuriodesarroll en la Pgina Econmica5una pedagoga en economapoltica recurriendo a las plumas de estos economistas, depuradas a mejorcastellano por Arturo Fontaine.

    Pero no todos los economistas provenan exclusivamente de la Uni-versidad Catlica; ira creciendo tambin una formacin transversal, como

    se dice ahora. A esto hay que agregar un grupo de empresarios con unamentalidad ms general, que iban ms all de la defensa de intereses par-ticulares. Adems de Agustn Edwards estaban, por cierto, Ramn Sama-niego, Ernesto Ayala, Eugenio Heiremans, Francisco Soza, Jorge Ross,Fernando Lniz, Jorge Yarur. No siempre todos ellos concordaban con lavisin de estos economistas, muchos de ellos estaban vinculados al crculode Jorge Alessandri, quien quera reformas sustanciales pero desconfiabade visiones que consideraba muy tericas, precisamente como la represen-

    tada por Sergio de Castro. Esto refuerza la impresin de que hubo unavoluntad en la esfera de economa poltica, de la sociedad civil, por refor-mar la economa y la sociedad en un sentido diferente del que predominabadesde 1938.

    5 ngel Soto, El Mercurio y la Difusin del Pensamiento Poltico-EconmicoLiberal 1955-1970, 2003.

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    Si mientras en Chile se incrementaban el discurso y el sentimientofavorable a un Estado empresario, propietario, y a las bondades del socia-

    lismo en sus diversas tonalidades, De Castro era parte de un sentimientominoritario en trminos de nmeros, pero de creciente importancia en cuan-to a formar una mentalidad de economa poltica que diera respuesta alestancamiento del pas. Esto tiene races en las crticas a la Corfo en lasdcadas del 40 y del 50 y en el cuasi descalabro provocado por las polticasdesarrolladas a medias tras el informe de la Misin Klein-Saks en 1956. Lasideas desarrolladas ante el pblico por Jorge Alessandri y Eduardo FreiMontalva al final de sus respectivas administraciones no diferan tanto en-

    tre s. Cuando se analiza los aos de Frei Montalva se pasa por alto estedesarrollo y slo se ve cmo una parte de la Democracia Cristiana fue gana-da por la divisa de indudable corazn marxista, la va no capitalista dedesarrollo. Pero en las palabras del propio Frei y de algunos de sus perso-neros surga la conviccin de que la capacidad del Estado tena sus lmites.Frei mismo seal repetidas veces que la va tributaria estaba agotada. In-tent poner en marcha una reforma con Ral Sez en Hacienda. Dur unmes. (Hay que preguntarse, como hiptesis contrafactual, si no hubiese

    sucedido lo mismo con Sergio De Castro nombrado con gran respaldo peroen un sistema democrtico normal.)

    Los economistas en torno a De Castro a veces eran consultados porel gobierno. Por lo dems lvaro Bardn y Jorge Cauas eran o pasaban pordemocratacristianos. Algunos de estos economistas votaron por Tomic, yotros hasta fueron consultados espordicamente por el Banco Central enlos aos de la Unidad Popular. Sergio de Castro, sin caracterizarse por tenerideas especficamente polticas, gira en torno a grupos y sentimientos que

    deseaban insuflarle nueva vida a la derecha.Esto incluy la crisis en la Universidad Catlica de Chile, desatada

    por la toma del 11 de agosto de 1967, que representaba la eclosin delespritu de los sesenta y que rpidamente sera semillero de nuevas orien-taciones polticas, el Mapu y, sobre todo, Jaime Guzmn y los suyos. LaFacultad de Economa, con asiento en el barrio Los Dominicos, fue la nicaen no ser tomada, defendida por profesores y alumnos de todas las tenden-cias, lo que mostraba que haba adquirido esprit de corps. Como decano de

    la facultad y miembro del Consejo Superior, De Castro se perfil comoopuesto a la politizacin, compaera inseparable de aquella reforma. Enca-bez una oposicin visible por el papel desempeado por el cardenal RalSilva Henrquez en ese conflicto. Le envi una carta que entre otras cosas ledeca (por) todo lo dicho estimo que la palabra interventor describira mejorque mediador las funciones que usted ha asumido (p. 121). La marea refor-

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    mista arras con todo y Sergio de Castro vot por Ricardo Krebs comoprximo rector, pero poco se poda hacer ante Fernando Castillo Velasco,

    candidato que a todas luces sera elegido.

    5. De Jorge Alessandri a la Unidad Popular

    Lo que es revelador en De Castro, en los aos que seguiran hasta1973, es su participacin en organizar el programa de gobierno de la candi-datura de Jorge Alessandri para las elecciones presidenciales de 1970. En

    este episodio Sergio de Castro jugara un rol clave. Los economistas repre-sentados por De Castro y agrupados en torno al CESEC eran partidarios deenfocar la campaa como una clara confrontacin entre dos concepciones,una libertaria y otra marxista. Se pensaba que ante una ideologa tan defini-da en tantos aspectos como la marxista haba que poner un orden de liber-tad igualmente destacable.

    Pero aqu comienzan las dificultades de muchas persuasiones polti-cas que queran oponerse al marxismo pero envidiaban en ste su omnis-

    ciencia, su respuesta nica para toda la compleja variedad de la vida. LaDemocracia Cristiana haba cado en esta trampa en los sesenta, los liberaleseconmicos como De Castro intentaron aplicar su propia respuesta nicadurante el gobierno militar, con algunos xitos y con las limitaciones queluego se sealarn. La fortaleza del modelo occidental, esto es la demo-cracia moderna, no radica en dar respuestas totales, sino en demostrar lafalacia de las presuntas respuestas totales. Y la parte poltica de la campaade don Jorge se daba cuenta de que el lenguaje econmico no iba a sercomprendido por una gran masa del electorado que vea en su candidaturams bien una fuente de estabilidad en poca de incertidumbre.

    Dentro de esta candidatura hubo tambin diferencias sobre un temaque provoc ms roces. Los economistas del tipo de De Castro considera-

    ban que para imponer en Chile una estrategia de desarrollo que realmentetuviera algn sentido haba que llevar a cabo un cambio drstico en laestrategia econmica. Todo el sector poltico de la campaa de Alessandriquera reformas, pero se dudaba de la prudencia de proponer un cambiomuy radical que pudiera ser resistido por una poblacin acostumbrada a las

    huelgas y por un movimiento sindical reivindicacionista muy poderoso, queadems lograba defender ciertas parcelas a cualquier costo.

    Y segundo, De Castro y los suyos eran muy taxativos en darle unpapel protagnico al mercado, mientras la derecha poltica y el mismo JorgeAlessandri queran manejar ms eficientemente el Estado pero no reformarlo

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    drsticamente, y el mismo Jorge Alessandri crea, y seguira creyendo des-pus, que el Estado tena un papel central en la economa. Como se forma-

    ron dos bandos en la candidatura, esto fue dirimido en una reunin a la queasisti el propio Jorge Alessandri. En esa reunin hubo como un anticipode la frase del sartn y el mango, en cuanto De Castro emiti un gesto dedesenfado por la tontera que se estaba planteando por parte del sector

    poltico, y Alessandri reaccion airado. De Castro repiti todas las razones,sin duda muy poderosas, para apoyar una poltica que en el futuro serallamada de shock. Al final Jorge Alessandri, viejo zorro poltico, dice quelas diferencias son semnticas y que se iran arreglando en el camino. No

    quera crear conflicto en medio de una campaa ajustada y que adems sevea afectada por una psima publicidad. Pero las relaciones entre Sergio deCastro y Jorge Alessandri permaneceran bastantes complicadas en el futu-ro y desempearan un papel tanto en su salida del gabinete como en ladevaluacin del peso en 1982, lo que est narrado con cierto detalle en ellibro.

    Hay que detenerse en esto que no pertenece al gran momento de laactuacin de De Castro, pero que es revelador del fondo del problema, la

    relacin entre dos rdenes que son diferentes pero que en la realidad con-creta deben estar unidos: la razn econmica, que sabe que existe unalgica mnima inexorable dentro de la cual los seres humanos producen,intercambian, ahorran e invierten, y el criterio poltico6. Y no existe recetainfalible para saltar de la una al otro.

    Una expresin de De Castro nos ilumina algo acerca de esto, que esreveladora quizs de todo el problema que arroja este libro. Dice De Castro,[Si] Salvador Allende me hubiera llamado para que le hiciera un programa

    yo se lo hubiera redactado sin ningn inconveniente, pero siempre que sey ningn otro fuera el programa a aplicar de verdad (pgina 133). Estamosaqu ante la razn tecnocrtica? Aun teniendo en cuenta que aqu DeCastro est respondiendo a una pregunta que le hace uno de los autores dellibro, y que por tanto no refleja obligatoriamente la mentalidad de De Castroen los aos setenta, uno sospecha que es completamente paradigmtica dela visin de quien por profesin y talante cree en la organizacin social, enel funcionamiento de un sistema, en la superioridad casi tica de la lgica

    inexorable del hombre econmico. La poltica estara para simplemente eje-cutar ese orden al que slo los necios pueden ponerle alguna objecin. Paraponer las cosas en su contexto no hay que olvidar que Chile haba estadopor muchas dcadas acostumbrado a un lenguaje que crea que el orden

    6 Criterio poltico en el sentido que lo ha explicado Isaiah Berlin en su ensayoPolitical Judgement.

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    poltico creara una realidad econmica, lo que a su manera reflejaba unatecnocracia travestida. Tambin, como se ha dicho, la crtica reflejada

    por gente como Sergio de Castro haba comenzado antes y adverta quelas reformas econmicas necesarias iban a tener un costo crecientementemayor.

    Pero no existe en De Castro, y en este tipo humano, ni una huella derechazo al marxismo como sistema, salvo porque llevaba a cabo una defi-ciente asignacin de recursos. Para ser justos, hay que decir que antes dela crisis de los sistemas marxistas no faltaban los economistas occidentalesy ms que nada muchsimos empresarios occidentales que admiraban la

    planificacin y el output sovitico o chino, aunque este ltimo haya sido enesta poca ms que risible. En los aos de la Unidad Popular De Castro fuede esos privilegiados que habra encontrado un puesto promisorio en mu-chas partes del mundo, pero que prefiri permanecer en Chile. Quizs uninstinto de gallo de pelea lo hizo permanecer en el pas en el cual ya antesdel 11 de septiembre de 1973 empezara a ocupar un puesto protagnicoentre quienes comenzaban a disear un plan de gobierno para un rgimen

    post Unidad Popular. Se siguieron refinando las ideas que haban estado en

    la base de la campaa de Alessandri y de ah surgira un plan ms o menoscompleto de reforma econmica que empez a circular entre algunos econo-mistas y muy luego, quizs por va de Hernn Cubillos, lleg a las manos delalto mando de la Armada, que ya senta la presin pero quera tener algunaespecie de programa. Este proyecto es lo que se llegara a conocer con elnombre de el ladrillo y que recin en los aos noventa sera publicado y

    por ende accesible a un gran pblico7.Las ideas contenidas en El Ladrilloson, si se quiere, simples, slo

    que estn escritas con buena lgica y tras de ellas hay especialistas forma-dos en los mejores lugares del mundo, aunque esto no es garanta de sabi-dura en la ejecucin de las polticas. Bsicamente estn en la lnea de que el

    problema central de Chile en lo econmico se caracterizaba por una econo-ma orientada a producir bienes para el mercado interno, deficientes y caros,

    por lo que haba que orientar la produccin hacia el mercado internacional,combatir la inflacin atacando los problemas monetarios, abrir la economa,lo que promovera la competencia y abaratara los productos, dar garantas

    de propiedad tanto a los empresarios chilenos como al capital internacionale integrarse a la dinmica de la economa mundial. Era terminar con el desa-rrollo hacia adentro caracterstico desde los aos de la Corfo, aunquea la vez era terminar con gran parte del Estado empresario y con las diversas

    7El Ladrillo, 1992.

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    versiones de lo que se ha llamado socialismo, aunque no era imposible queconviviera con una llamada socialdemocracia, tal como sta se haba desa-rrollado en Europa en el siglo veinte. Hasta la dcada de 1990 ste era un

    programa muy difcil, por no decir imposible, de llevar a cabo en un paslatinoamericano que funcionara democrticamente (eran muy pocos los quelo hacan). Aqu est la raz del pecado original del modelo chileno8.

    6. El arquitecto lleva sus planos a la prctica

    Naturalmente que el nombre de Sergio de Castro est ligado a lapuesta en marcha del programa econmico del gobierno militar y a la moder-nizacin econmica del pas que cre aquello del modelo chileno. La his-toria que se relata en este libro no es del todo nueva y muchas de suscuestiones principales ya haban sido desarrolladas. Pero los aportes quehacen los autores, aunque circunscritos a algunos elementos, son sin em-

    bargo fundamentales. Primero, destacar el papel central que tuvo el Ministrodel Hacienda. Aunque cuando se estudia a un actor individual siempreexiste el riesgo de sobrevaluar su efecto en el desarrollo de los aconteci-mientos, poca duda cabe de que Sergio de Castro es el representante msacusado de ese verdadero equipo que se le conoce genricamente comoChicago Boys. Nada menos que el presidente Ricardo Lagos dijo una vezen el Centro de Estudios Pblicos que Sergio de Castro haba sido elMinistro de Hacienda ms influyente desde Rengifo, el ministro de losaos de Portales.

    Aqu hay una historia detallada, a veces da a da y hora a hora, delos acontecimientos. En segundo lugar este libro contribuye a completar la

    idea de que el programa poltico del gobierno militar no slo fue impuestomanu militari, porque simplemente no haba cabida para la existencia deuna oposicin pblica abierta de gremios y sindicatos y de actores polti-cos, sino impuesto tambin a pesar dela oposicin, a veces muy beligeran-te, de sectores uniformados, destacando el general Gustavo Leigh, pero noslo l. De hecho la nica vez que se nombra en este libro a los autores dela DINA es por la oposicin de sta al programa econmico encarnado porDe Castro. Curiosamente esto no habla tan mal de la DINAporque su pre-

    ocupacin era el costo social que significaba. De la otra poltica llevada acabo por la DINA no hay mayor mencin en el libro.

    8 Se ha publicado una ya ingente bibliografa sobre este tema, que es recogida eneste libro. Como obras de investigaciones e interpretaciones diferentes, se puede nombrarla de Arturo Fontaine Aldunate,Los Economistas y el Presidente Pinochet, de 1988, y lade Juan Gabriel Valds,La Escuela de Chicago, de 1989.

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    Esta oposicin tambin inclua a destacados economistas como RalSez, que durante el primer ao del gobierno militar fue un hombre de abso-

    luta confianza de la Junta, e incluso a sectores empresariales. Adems,como se ve tan expresamente en el libro, la oposicin poltica al rgimenmilitar pudo expresarse en general no por crticas abiertamente polticas(elecciones libre, no a la represin), sino que como crtica a la polticaeconmica. La revistaMensaje, la revistaErcillahasta 1975, y a partir deah la revistaHoyseran la punta de lanza de esta oposicin que era tambinuna oposicin poltica. Las homilas del cardenal Ral Silva Henrquez sedetenan principalmente en este punto.

    El libro ofrece tambin ms elementos de juicio para comprender aPinochet como jefe poltico y como administrador del Estado. Las relacionesde De Castro con Pinochet ocupan un lugar esencial en la argumentacintestimonial del ex ministro a lo largo del libro. Si bien Pinochet fue el factordecisivo para facilitar el desarrollo de la estrategia econmica, no es que notuviera ninguna desconfianza de ella y sus ejecutores. En esto se entrecruzael gestor del Estado con el jefe poltico peculiar que era Pinochet. De Castroentrega un perfil de su personalidad tal como la vea l, sin dejar de recordar

    que lo estaba diciendo treinta aos despus:

    El Presidente era un hombre que se impona por presencia.Afectuoso en el trato, a veces me permita algunas licenciascon l, pues tena sentido del humor y habamos logrado cier-ta afinidad especial. Careca de complejos y se entenda connaturalidad con todo tipo de personas, independiente de sucondicin social o intelectual. Valeroso en lo moral y en lofsico, irradiaba seguridad en s mismo. Escuchaba atentamen-

    te y comprenda con rapidez el ncleo de los problemas, sa-cando por su cuenta las derivadas del caso. Muchas vecesme pasaba papelitos con ciertos temas que le preocupabanpara que le ayudara a buscar soluciones, y otras tantas cuan-do yo le pona la proa, me deca: Sergio, usted no las puedeganar todas. Adems, siempre trabaj de a sol a sombra y aluna, como enano, y eso se notaba. En cualquier asunto quese discutiera l estaba preparado, haba ledo los anteceden-tes, tena minutas a mano, se haba informado preguntando a

    mucha gente, haba trabajado el asunto. (P. 251y s.)

    Este retrato del general Pinochet seguramente ser rechazado pormuchos, y desde luego se puede decir con tranquilidad que al menos esincompleto. Sin embargo es coherente con el que han hecho muchos de losque lo trataron, e incluso con el de algunos que se le oponan y que de una

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    manera u otra pudieron sostener grandes conversaciones con l. Es unPinochet trabajador, eficiente, disciplinado hasta lo increble, astuto, soca-

    rrn, bonachn con sus amigos y con sus ayudantes, aunque rpidamenteeso se puede transformar en grito seco y bastante brutal y vulgar paraquien no entienda la cultura militar. Algunas de estas caractersticas estn

    por lo dems presentes en los jefes de cualquier sistema de mando, encualquier organizacin.

    El mismo ex ministro dice que cuando Pinochet estaba de mala otena que llamar la atencin lo llamaba De Castro, o espetaba que vengaDe Castro, pero haba escalas ms cordiales y afectuosas que iban desde

    Ministro a afectuosamente Sergio. En otro episodio revelador Pinochetuna vez le ordena expulsar del equipo a Ernesto Silva, por haberse pronun-ciado a favor de la privatizacin de Codelco. De Castro apel ante el mismoPinochet indicndole que Silva era una persona fundamental para el equipo.

    No hubo caso. De Castro qued cavilando hasta que descubri la madre delcordero: que Pinochet le estaba dando una advertencia a l mismo de queno se pida la privatizacin de Codelco, que lo dejara tranquilo porque esodespertaba mucha oposicin en las Fuerzas Armadas, y que el que mandaba

    no era el ministro, sino que Pinochet en persona, que no se olvidara. Estaidea se vio reforzada despus porque el mismo Pinochet mantuvo buenasrelaciones con Ernesto Silva. El coscacho haba sido para De Castro.

    La descripcin de De Castro tiene credibilidad adems por razonesque podramos llamar de sistema. La dictadura de Pinochet perteneca auna tipologa. Claramente no era el dictador totalitario, como tampoco era unsimple dspota en un Estado cuasi patrimonial (aunque dentro de la tradi-cin chilena algo se acerc a este tipo). Pertenece ms bien al tipo de dicta-

    dura de desarrollo que emerga de la guerra civil poltica que caracteriz aChile entre 1972 y 1973, y que en los tres aos que siguieron al 11 deseptiembre de 1973 desata una guerra interna con caracteres sanguinarioscontra algunos de sus enemigos. El rgimen de Pinochet era semiinstitu-cional y semipersonal, esto es, no era completamente ni lo uno ni lo otro. A

    pesar de que Pinochet se elev a s mismo como una suerte de lder mximochileno, este libro demuestra palmariamente cmo Pinochet tena que con-sultar constantemente la opinin de los miembros de la Junta y que cada

    una de las ramas uniformadas mantuvieron algn peso en decisiones gene-rales del Estado. No era el dictador caribeo retratado por Mario VargaLlosa en La Fiesta del Chivo. A pesar de que en algunos sentidos la deTrujillo tambin fue una dictadura de desarrollo. Y tambin Pinochet depen-da del apoyo de fuerzas chilenas, en buen romance, sectores polticos afi-

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    nes que tenan capacidad de accin pblica, de los cuales los gremiales deJaime Guzmn son uno de varios ejemplos.

    Esto hace muy creble que el gobierno y el mismo Pinochet estuvie-ran dominados por un mismo ethosde eficiencia en el proyecto de transfor-mar al Estado y transformar la economa, y despus en el proyecto de crearun nuevo sistema poltico con una democracia limitada, supervigilada porlas fuerzas armadas, por el espritu Pinochet, se supone. De Castro relatacmo a partir de 1978, con la llegada del ministerio encabezado por SergioFernndez, haba constantes reuniones para tratar temas polticos sobre elfuturo desarrollo institucional. A partir del relato que l entrega da la impre-

    sin de que esto no era un gran tema hasta ese momento. Lo que no quitaque Pinochet se haya hecho sentir como el jefe todopoderoso, de lo cualhay muchos testimonios en la accin del gobierno a lo largo de los diecisie-te aos, aunque hay una transformacin poltica entre querida y no querida

    por el rgimen militar, transformacin cuyo eje est probablemente en el ao1980.

    7. La estrategia

    De Castro va a ocupar varios puestos clave desde septiembre del 73y junto con Jorge Cauas no cabe duda de que fueron las personas msclaves de todo el grupo denominado Chicago Boys, aunque Cauas yvarios otros de los que aparecen en el libro, como Hernn Bchi, no sedoctoraron precisamente en Chicago, si bien representaban un mismo pro-yecto acerca del orden econmico. Hoy da aparece como un sencillo ordenlgico el que estos economistas hayan desarrollado un conjunto de polti-cas que por lo dems fueron plenamente asumidas por los economistas dela Concertacin. Sin embargo hay dos aspectos que se deben analizar entorno a su influencia.

    En primer lugar est lo que aparece con un aspecto azaroso, el cmollegaron a ocupar un papel rector en la economa de los aos setenta ydespus. Esto ha dado pbulo a la idea de la conspiracin, de que hubouna planificacin secreta mezcla chilena mezcla norteamericana, primero

    para terminar con la experiencia socialista y segundo para volver a permitir

    una acumulacin propia del capitalismo salvaje. Y que despus este pro-yecto se insertaba dentro de una estrategia de globalizacin dirigida por elcapitalismo. El estudio detallado del perodo no permite sostener estadescripcin. La oposicin de sectores empresariales, la oposicin sobretodo de muchos sectores de las fuerzas armadas, incluyendo al Ejrcito, la

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    oposicin de muchos gremios y sindicatos fuertes que en los primeros aosadems apoyaban al gobierno militar, hace ver que este grupo se impuso

    por algo ms que sus credenciales acadmicas. La importancia deEl Mercu-rio,de la Armada (a veces) y de algunos sectores econmicos no alcanzaraa explicar el protagonismo de los Chicago Boys en la reformulacin delEstado. Lo que cierra el crculo es el apoyo casi irrestricto que les dio elgeneral Pinochet.

    Por qu tom esta decisin? Se ha hablado mucho, y el libro es untestimonio ms acerca de cmo las fuerzas armadas estaban muy identifica-das con el sistema ISI, es decir, con la economa poltica que va de los

    treinta a los setenta. El mismo Pinochet entenda poco y nada del asunto,pero esto no es lo clave en un mando poltico, ya que el mismo RonaldReagan entenda mucho menos que Pinochet en trminos comparativos9.ste pensaba en trminos de asentar su propio poder dentro de la Junta ydentro del Estado y de asociar su nombre a un gran proyecto de renova-cin. La va marxista haba sido contra lo que se haban rebelado los mili-tares.

    Los economistas que muy temprano comenzaron a criticar pblica-

    mente la poltica econmica del gobierno estaban ligados a una causa polti-ca en torno a Eduardo Frei, por dar un nombre, que demandaba una rpidaentrega del poder a un gobierno electo o que condujera a una eleccin. Porcierto, esto no era alternativa para Pinochet y ni siquiera para los oficialesque haban organizado el 11 de septiembre. Tambin esos economistasanunciaron, en forma unnime, que las medidas de los Chicago Boys no

    podan resultar. A su vez haba otros economistas que pensaban que sepodra recurrir a otras formas de contemporizar, deshacer algunos de los

    entuertos de la Unidad Popular, devolver algunas de las expropiaciones, dargarantas al capital nacional e internacional y regresar en lo bsico a 1970.

    Quizs Ral Sez, que tanta importancia tuvo en los aos de la Corfoy durante el primer ao del gobierno militar, hubiera podido recomendar esoltimo, pero, de acuerdo a ste y a otros testimonios, Sez no supo o noquiso proponer una estrategia ms o menos coherente, como tampoco reac-cion a la urgencia del momento, esto es, a la falta de reservas y de capital

    para inversiones que haba legado la Unidad Popular. A su vez, el aislamien-

    to poltico internacional haca ver que en el futuro se tendra que renegociarla deuda externa, aparte de las que gestion Ral Sez en 1974 y 1975. Todoesto, adems, exacerbado por la recesin internacional que inclua la cada

    9 Aunque en el caso de Reagan su firme conviccin poltica haba estado prece-dida por ms de treinta aos de una suerte de ideologa del liberalismo (conservaduris-mo en el mundo poltico norteamericano) econmico.

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    del cobre y el alza del petrleo. Fueron los aos del shock petrolero y deuna situacin catastrfica en trminos financieros. Esta realidad amenazaba

    la existencia misma del gobierno militar. La ocasin demandaba medidasextraordinarias.

    Es aqu donde entran los Chicago Boys y Pinochet. Para su menta-lidad militar y para su ambicioso proyecto encajaban como anillo al dedo.

    No eran una o dos personas, representaban un equipo y un plan con altogrado de lgica interna (que no es la verdad por antonomasia). Un plansiempre es de gusto del mundo militar. Tambin Pinochet, que tena el donde captar el carcter de una personalidad con un golpe de vista, ley clara-

    mente en ellos una gran ambicin profesional y un amor por sus ideas, peroprcticamente ninguna ambicin poltica en el sentido tradicional del trmi-no. Aparte de ello, algunos eran bastante jvenes, y si tenan ambiciones

    polticas, tenan tiempo para desarrollarlas en el futuro. Miradas as las co-sas eran como el ideal de una tecnocracia.

    El libro en lo sustancial termina con la salida de De Castro del gabi-nete en 1982 y con la devaluacin posterior, no aparece nada de si hubodesilusin de Pinochet con este grupo de tecncratas. Como en todas las

    cortes, la intriga y la maledicencia contra los Chicago Boys envolva elentorno de Pinochet, e indudablemente esto tuvo su efecto a raz de la

    pavorosa crisis de 1982. Sin embargo ni aun en el perodo que tiene a LuisEscobar Cerda en Hacienda y a Sergio Onofre Jarpa en Interior, crticos delos Chicago Boys, dej de contar con algunos de sus seguidores ni seapart mucho de su estrategia. Despus, con Hernn Bchi se vuelve a ella

    para desarrollar entre 1985-1989 otra etapa creativa y muy exitosa, eso sporque antes ya se haba pagado gran parte del precio.

    8. La lgica de la idea y la realidad

    El relato de estos aos aade mucho a lo que sera fcil de suponer,la tarea casi titnica de ir ordenando una economa desquiciada y carecien-do de todo tipo de recursos; de convencer a la parte poltica del gobiernode la viabilidad del proyecto diseado enEl Ladrillo, adornado como eco-

    noma social de mercado: aunque representaban un grupo con ideas homo-gneas, ello no implicaba la misma facilidad de armar equipos, como lodemostr su relacin con Jos Piera, un llanero solitario en el gobiernomilitar, aunque creador de algunas polticas claves (De Castro le baja el

    perfil a su participacin).

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    Desde el punto de vista de un estudioso y observador de la poca,faltan varios temas, ms all de que siempre un libro, y sobre todo si es

    bueno, despierta nuestra curiosidad por preguntas que no podemos res-pondernos, y que a lo mejor no poda responder. Para empezar, de todanueva poltica econmica introducida por los gobiernos a partir de la Mi-sin Kemmerer en adelante, se esperaba que tuviera resultados palpables enun plazo relativamente breve. Esto era un problema maysculo, ya que entrminos reales una mejora verdadera slo poda arribar despus de untiempo, generalmente cuando el gobierno respectivo ya se haba desgas-tado.

    Esto lleg a un paroxismo durante la poca de la Unidad Popularcuando se intent una redistribucin mediante el viejo sueo del pibe defabricar billetes. Mostr un xito poltico inmediato y eficaz, que se vioreflejado en las elecciones municipales de abril de 1971, en que la UnidadPopular obtuvo estrechamente una mayora absoluta. La perdera poco des-

    pus por la polarizacin y porque el recurso a lo Condorito de la fbrica demonedas se desplom en el segundo semestre de 1971. Existe en la expe-riencia de la Unidad Popular una gran analoga con el caso de Hugo Chvez

    en Venezuela, de un resultado a la inversa. Desde un comienzo Chvez hatenido una mayora amplia detrs de s y sus recursos, en vez de agotarse,

    parecen aumentar incesantemente. Nada se saca con sealar que a largoplazo a Venezuela no le puede ir bien, porque el caudillo ha obtenido hastaahora el triunfo poltico que buscaba.

    Despus del 11 de septiembre era imposible obtener ventajas en uncorto plazo. La carencia de recursos dentro del pas y la crisis internacionalagravaran terriblemente la situacin. Ms todava, aunque esto no se des-

    prende del libro de los autores, una historia interna de la batalla por lasupervivencia econmica podra demostrar cmo entre 1973 y comienzos de1977 no estaba nada de claro cmo iban a terminar las cosas. Cuando setapaba un hoyo apareca otro, y muchas medidas no entregaban el resulta-do previsto; muchas promesas expresadas por Pinochet y la Junta tenanque recogerse al poco tiempo. Si recordamos la experiencia con los VHR/BHRen 1975, vemos que se parece mucho al corralito argentino del ao2001, una expropiacin temporal de los ahorros de la poblacin. Como sea-

    lamos antes, era un panorama que pareca hundirse y hundirse, la supervi-vencia de este proyecto tuvo que ver ms bien con que nadie que girara entorno a la Junta tena un verdadero proyecto alternativo, salvo aquelloseconomistas democratacristianos que inicialmente trabajaron con la Junta,

    pero que ofrecan el camino del llamado a elecciones que en la prctica slopoda significar la entrega del gobierno a Eduardo Frei y los suyos. La

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    respuesta de (todos) los militares era no hicimos el trabajo sucio para queotros hicieran el trabajo limpio.

    La lgica de imponer un proyecto estaba acompaada de una con-ciencia de poseer la herramienta infalible, de disponer una verdad absolutay, en lo que aparece incluso en la larga entrevista que es la columna verte-

    bral de este libro, de que todos los sacrificioseconmicos eran completa-mente inevitables y necesarios. Lo que sucedi en los aos que siguieron al11 de septiembre de 1973 constituy no slo una reorganizacin econmicay financiera del pas como consecuencia de la cada al precipicio de los aosanteriores. Tambin fue una transicin querida, impuesta, organizada y lle-

    vada adelante cueste lo que cueste, desde la economa poltica de losaos de la Corfo o ISI hasta una economa de mercado inspirada en lasestrategias neoclsicas cuya vanguardia haba sido el espritu de Chicago.

    sta no ha sido una experiencia nica en la historia del siglo XX nien la actualidad. En cierto grado fue la experiencia alemana de la postguerra;con un pequeo matiz lo fueron tambin la experiencia inglesa de MargaretThatcher y la norteamericana de Ronald Reagan; la Europa de despus delshock petrolero se ha ido adaptando, y los debates polticos de Francia y

    Alemania tienen algo que ver con este fenmeno. Por supuesto, es ademsla experiencia de los ex pases comunistas en Europa, as como de China yde Vietnam, que son casos especiales, y de la India en el momento en quese escriben estas lneas. Existe un material comparable, aunque, desde lue-go, hay que tener extremo cuidado de no hacer generalizaciones apresu-radas. En todos estos casos ha habido buenas y malas experiencias, hahabido ganadores y perdedores dentro de cada una de estas sociedades yentre los diferentes pases. Se habla del exitoso caso chino, pero no es que

    muchos chinos no hayan sufrido en esta experiencia. Y en Rusia, por msque uno pueda estar feliz con el desplome del comunismo, no cabe dudaque la transicin econmica fue catastrfica por muchas razones, no enltimo trmino porque la clase dirigente comunista se autoprivatiz, es de-cir, se qued con los medios de produccin. Cmo se compara Chile conestos ejemplos?

    9. Pudo exigirse menos sacrificio econmico?

    Desde luego el Chile de 1973 no era una economa socialista o mar-xista en el sentido riguroso del trmino. La economa tena muchos elemen-tos de mercado, aunque estaban conmocionados por el terremoto polticoque haban experimentado. El caso chileno es ms comparable con el de laInglaterra de Margaret Thatcher, aunque, por favor, no se crea aquello de

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    que somos los ingleses de Sudamrica. Para empezar, los sacrificios fue-ron mucho ms altos, aunque si sumamos los casi diecisiete aos del rgi-

    men militar podemos considerar la estrategia como claramente exitosa. Pri-mero, y aqu sumaremos toda la historia del perodo, en 1973 baj el

    producto en un 5% (en parte debido a la crisis poltica), pero en 1975 y en1982 el producto baj casi un 14% cada vez. En 2002, el ao de la crisis porexcelencia de Argentina, la baja del producto lleg casi a un 12%. En Chileslo la cada entre 1929 y 1932, de un 50% del producto, constituye un telnde fondo que opaca estas otras crisis. En suma, lo que nos indican estascifras es un estancamiento primero y luego la herencia de una crisis, pero es

    probable tambin que nos indiquen que el sacrificio que sobrellev la po-blacin pudo ser menor.

    Los chilenos tienden a acordarse de la crisis de 1982, para muchos lacrisis de la banca, aunque eso es una parte del panorama. Y si se habla demediados de los setenta se piensa inmediatamente en la represin poltica,aunque es probable que una inmensa mayora de la poblacin no hayatomado mucha nota de ello. Si volvemos a ese momento por medio de unamquina del tiempo, lo que ms se notara es la angustia econmica de la

    poblacin, con un desempleo creciendo constantemente a fines de 1973 yque se dispara en 1975 hasta alcanzar a una cuarta parte de la poblacinactiva, y hasta ese mismo ao al menos la inflacin continuaba siendo msalta que la de 1972. Incluso hubo una rabia sorda en gran parte de la pobla-cin que haba apoyado con entusiasmo el 11 de septiembre y que ahora sesenta engaada, utilizada, olvidada. Seguramente una mayora de la pobla-cin en general consideraba que su situacin haba empeorado drsti-camente en comparacin con los aos de la Unidad Popular. Hubo un

    empobrecimiento general de la poblacin que era visible para quien tuvieraojos y odos.

    Desde luego no se deben olvidar tres factores centrales. El agota-miento del sistema Corfo en la dcada de 1950 y 1960, la crisis producida porla poltica de la Unidad Popular y el efecto imprevisible del shock petrole-ro. Sin embargo, la gran cada del ao 75 y la que despus se repetir porcausas algo diferentes en 1982 y 1983 es imposible pensarlas sin considerarciertas carencias de la conduccin econmica del pas. Es probable que

    hayan fallado ciertos criterios de economa poltica en la direccin del Esta-do, porque este escenario de ninguna manera es comparable con el de laInglaterra de Margaret Thatcher, donde tambin hubo un alto desempleo enlos primeros aos. Si de tipologa se trata, el modelo chileno algo se aproxi-ma al modelo ruso de la dcada de 1990.

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    Es probable que la respuesta est en una crtica que se les haca alos Chicago Boys, a saber, la de traducir la teora, en forma directa y sin

    sabidura prctica, a la realidad de una cierta hybrispropia de la tecnocracia.Y aqu est tambin, a lo que volveremos poco despus, el hecho de que eneste momento crtico de 1975 tenan el apoyo de un aparato represor nuncavisto en la historia de Chile. Hay que reconocer que para la crisis de 1982eran otras las condiciones polticas y sin embargo hubo una recuperacinde la estrategia central del gobierno militar. Para hacer una comparacin conotras dos acciones de economa prctica y aun teniendo en cuenta las gran-des diferencias de tiempo y lugar, las gestiones de Gustavo Ross en los

    treinta y de Hernn Bchi en la segunda mitad de la dcada de los ochentaconstituyen ejemplos de esa capacidad de accin que minimiza el costohasta donde es posible. Para ser justos hay que sealar que cuando Ross yBchi toman el timn gran parte del precio est pagado, y en cambio Cauasy De Castro tuvieron la ingrata tarea de decirle a la poblacin que todavahaba ms precio que pagar.

    Existen otros dos matices que se deben aadir. El primero es que nosoy economista, y Chile siempre ha estado lleno de no economistas que

    pontifican sobre economa. Acepto lo limitado de mi observacin, pero aa-do que las explicaciones que han dado los economistas no responden aestas preguntas. Por ejemplo, en torno a la crisis de 1982 De Castro siguedefendiendo el dlar a 39 pesos y atribuye la crisis a la falta de flexibilidadde los salarios (responsabiliza especialmente a Jos Piera), aunque las dosrazones (dlar fijo y rigidez de los salarios) estn en niveles diferentes, y ensituaciones as no hay cmo impedir una baja en los salarios. En el caso dela fijacin del dlar, aunque De Castro, como lo sealan muchos economis-tas, da argumentos muy slidos, existen numerosos ejemplos histricos deque los cambios fijos no pueden mantenerse una vez que se desatan contraellos no slo fuerzas econmicas sino tambin polticas y emocionales. Parano hablar del caso argentino podemos mencionar la Francia de despus deDe Gaulle, o la devaluacin del dlar llevada a cabo por Richard Nixon en1971, dos situaciones muy moderadas por lo dems. El segundo matiz quehay que aadir al juicio acerca de las carencias en economa poltica es quede haber llevado a cabo una estrategia que hubiera limitado el dao y larecesin en ambos casos, 1975 y 1982, y la cada hubiera llegado, suponga-

    mos, a un 6%, ya que era impensable que no se tuviera que pagar un precio,de todas maneras consideraramos que fueron, cada caso, una catstrofedespus de la depresin de los treinta, ya que no tendramos otro punto dereferencia.

    Especialmente respecto a 1982 hay un elemento adicional para soste-ner que pudo aminorarse el sacrificio. La recuperacin fue bastante rpida y

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    luego abri paso al perodo ms largo e intenso de crecimiento de la historiachilena, al menos desde que hay cifras confiables. Esto querra decir que las

    cosas no estaban tan mal en la antesala de la crisis, en el primer semestre de1981. Mientras que en 1975 haba un pasado de acumulacin forzosa decrisis, no fue as seis aos despus. Algo se hizo mal o se dej de hacer.Tambin valga como comparacin el caso argentino. La asombrosa recupe-racin a partir del 2003 no se debe a que la administracin Kirchner tena laverdadera receta, sino a que las cosas tampoco estaban tan mal, pienso, afines de los noventa. Algo se hizo muy mal o se dej de hacer.

    10. Los economistas y la dictadura

    Este libro entrega muchos antecedentes acerca de la relacin entrelos economistas y el rgimen militar, un cuadro complejo del cual es muyfcil hacer una caricatura, lo que en general se ha hecho. Es cierto que el

    programa pudo desarrollarse gracias al apoyo en primer lugar del rgimen yen segundo lugar directamente de Pinochet. Por otra parte, si en sus gran-

    des lneas es la base de nuestro Chile actual y, con uno u otro pequeomatiz, sobre todo cambiando palabras, casi todos lo han llegado a asumircomo razonable, no puede ser considerado como una simple criatura deldespotismo de Pinochet o hijo de la dictadura. Esto dice relacin con laexperiencia histrica de las dictaduras de desarrollo, que en el siglo XX hantendido a dar paso de una manera relativamente natural a regmenes msliberales.

    Sin embargo lo dicho no resuelve otro tema, que es el del apoyo dela derecha al rgimen militar. Aunque no hay que olvidar que tambin laDemocracia Cristiana en cierta medida lo apoy al comienzo, y que la Uni-dad Popular, por otro lado, tena como modelo a los sistemas marxistas,archidictaduras por decir lo menos. Sergio de Castro y sus pares pertene-can a la derecha, pero no eran laderecha. Eran parte del alma ms modernay a la vez tecncrata de la misma, con el toque nihilista de estos casos decreencias supremas en la organizacin. Si lo interpretamos en este sentido,

    parece que tendra razn Julio Chan cuando les reprochaba su agnosticis-mo, si confiamos en el testimonio del Padre Roger Veckemans (p. 97). (Esto

    nada quiere decir acerca de sentimientos y creencias ntimas de Sergio deCastro; a partir de este libro no se podra afirmar nada al respecto.) Dealgunos de estos economistas se puede tener la impresin de que si Stalinhubiese resucitado y les hubiera ofrecido la direccin de un plan quinque-nal, ellos habran sopesado si la oferta era o no interesante, pero en

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    ningn caso que para eso habra sido necesario aplicar un criterio poltico omoral. De algunos empresarios actuales da la misma impresin.

    Esto no es responsabilidad personal de De Castro, era parte de lareaccin de un amplio sector de chilenos y chilenas y de la casi totalidad dela derecha que participaban del hasto de la extrema politizacin y de laodiosidad imparable en que se haba convertido la vida cotidiana durante laUnidad Popular. El error moral de la derecha fue haber traducidolo que erauna explicable reaccin ante los acontecimientos y una voluntad legtima de

    participar en una reestructuracin (limitada, eso s) de la organizacin delEstado y de los mecanismos econmicos en una actitud de renuncia a valo-

    res polticos y morales, como si ese aspecto de la vida hubiera desaparecidodel horizonte.

    Es cierto que haba esa preocupacin al menos tras la crisis polticainternacional de 1978. El mismo De Castro habla acerca de los planes polti-cos de Hernn Cubillos, por un momento el motor para una reforma delrgimen militar, una convergencia con el modelo occidental, es decir unademocracia representativa. El mismo Jorge Alessandri, que en varios mo-mentos tambin mostr esa actitud, desde el Consejo de Estado intent

    convencer a la Junta de que era necesario disear una estrategia de regresoa la democracia, antes de lo que efectivamente ocurri. Sin embargo la ima-gen de que la inaccin de la derecha contribuy al desborde de organismoscomo la DINA sigue constituyendo un problema para sus herederos polti-cos en la primera dcada del siglo XXI, y parece que cada da este tema sehace ms intenso. En estos momentos la llamada centroderecha cree queignorando la necesidad de tener una interpretacin de la historia va a con-vertir en innecesaria a la historia. Hasta el momento se pisa la cola.

    En los aos setenta los Chicago y sus defensores insistan muchoque ellos estaban construyendo las bases de una sociedad libre. En elmbito econmico se escuchan todava muchos ecos de este discurso, queidentifica ser libre con capacidad econmica de gestin, de autosuficien-cia. A veces con un tono de arrogancia se deja caer la sospecha de servilis-mo sobre todos los que viven de un sueldo. En el libro, De Castro no pierdemucho tiempo en justificar su poltica como defensa de la libertad. El

    problema sin embargo es central para evaluar este testimonio. En su poca,

    entre 1974 y 1980, la defensa de la libertad econmica provocaba burlas.Primero, porque pareca una especie de materialismo histrico liberal, algonada de raro en el liberalismo econmico y en la cultura tecnocrtica.Segundo, lo ms obvio, porque el programa econmico se desarrollaba gra-cias al apoyo de un rgimen militar, una dictadura en suma, en los aos de laDina. De esta contradiccin muy pocos han dado una explicacin convin-

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    cente. Efectivamente, se trata del pecado original de la experiencia chile-na10. La nica defensa que se ha esgrimido parte del supuesto de que la

    libertad econmica da paso a la libertad poltica.La nocin de libertad no es aproblemtica. Precisamente por ah

    parten los problemas. Existen diversos tipos de libertad, la poltica, la espiri-tual, la de la vida privada. Tambin, como lo dijo el mismo Berlin, est lalibertad positiva y la libertad negativa. Ha habido bastante experienciaen el siglo XX de convivencia entre un sistema autoritario y una ciertalibertad econmica (que incluye propiedad privada), incluso en la Alemanianazi. La libertad de emprendimiento, tan cara al corazn de los neoclsicos,

    en trminos numricos slo puede ser experiencia de muy pocos. No existeley de causa-efecto entre libertad econmica y libertad poltica, entendiendo

    por esta ltima la vigencia del Estado de derecho y la democracia moderna.Sin embargo, no es que no haya ninguna relacin. En primer lugar,

    en cinco mil aos de historia de las sociedades complejas, la libertadpoltica ha sido una planta extica. Slo desde hace poco ms de doscien-tos aos se la tiene como valor supremo, y todava hoy sigue siendo unaminora de los pases del planeta. La democracia (con libertad) no es como

    un tesoro que se des-cubra, sino que es un proceso de construccin que notiene nada de instantneo. Por ello, la convivencia de un orden autoritariocon economas de mercado y libertad relativa en lo econmico ha sido unfenmeno recurrente. Una sociedad econmica fuerte, en donde el comercioha jugado un papel destacado, no es algo significativo slo para una nfimaminora. Porque para la libertad econmica es fundamental que haya unacierta multiplicidad de esferas, de autonomas dentro de la sociedad, comotambin requiere de reglas del juego ms o menos constantes ms all de

    caprichos polticos. Para afirmarlo a la inversa, no ha surgido una democra-cia que pueda pervivir si no est vinculada a una economa de mercado y auna cierta realidad internacional. No hay ley de causa-efecto; hay vincula-cin, cercana, coexistencia. Lo mismo se da entre las grandes creaciones

    polticas y sociales y aquellas realidades de la cultura, Atenas, Florencia,Pars. El desarrollo econmico no crea la cultura, pero sta, cuando alcanzaa distinguir a una sociedad, nunca est muy lejos de la economa de merca-do, con propiedad privada, intercambio, alguna libertad y seguridad de des-

    plazamiento.Estas consideraciones no salvan del todo al caso chileno, pero locolocan en un contexto adecuado. Un lapsus autoritario no es un pecado enla historia, si se conserva la orientacin hacia el modelo occidental. Pero

    10 Arturo Fontaine Talavera, El Pecado Original de la Experiencia CapitalistaChilena, 1992.

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    s fue pecado haber prescindido de la orientacin hacia valores polticos enun sentido amplio, de haberlos hecho carne de la realidad mental. Algo de

    esto, un algo quizs decisivo en lo moral, hubiera moderado las cosas. Nose puede negar que con el gabinete del cual Hernn Cubillos era el alma a

    partir de abril de 1978 las cosas comenzaron a cambiar.

    11. Economa y la posibilidad del desarrollo

    En los ltimos aos los lderes de la Concertacin, que hacia 1990

    asumieron la herencia de la modernizacin econmica del gobierno militar,han atribuido a estos otros diecisiete aos la totalidad del avance econ-mico y social. Un reciente artculo en TheNew York Timesparece santificaresta versin a nivel internacional11. En 1990 se deca que a una excelenteestrategia econmica se le una la democracia poltica; estas dos parteshacan el modelo chileno. Hoy da la Concertacin asegura que todo sedebe a que la democracia ha permitido la insercin internacional de Chile yse ha podido aprovechar bien la dinmica de la globalizacin. Y que a

    ciertas reformas estructurales ejecutadas por los Chicago Boys, que cadada reconocen menos, se les ha agregado un verdadero contenido social.Existe una oposicin extraparlamentaria de una fuerza sorda en el mundocultural, que considera que todo est malo, psimo. De creer estas ltimasafirmaciones, estaramos viviendo una suerte de fin de mundo, y estaramosen la peor fase de la historia republicana del pas. Se cree sinceramente enesto o es una afectacin de poca? Un argumento que se esgrime a favor dela tesis de la Concertacin, tal como se indic, es comparar el crecimiento

    del 73 al 90 con el que viene despus. Si se consideran las crisis de 1975 y1982 el resultado favorece claramente a la Concertacin.

    Se trata evidentemente de un artilugio de cifras. A partir de 1987 va aexistir un perodo extraordinario por diez aos; despus de 1998 uno msordinario, pero considerablemente mejor que la historia de antes de 1973. Enlneas generales la Concertacin ha desarrollado creativamente la economa

    poltica heredada del rgimen de Pinochet, y ha presidido el Chile ms prs-pero y pacfico de todo el perodo que parte, por dar una fecha, en 1900.

    Esto no quita que si desde 1990 hasta el 2007 el producto se ha triplicado,es obvio que al menos los recursos del Estado en trminos reales tambin

    11 David Rieff, After the Caudillo, The New York TimesMagazine, 18 de abrilde 2007. Rieff, hijo de Susan Sontag, insina adems que Allende fue muerto por losmilitares, y nada dice de la orientacin de la Presidenta Bachelet hasta 1989 y hacia elmodelo de la antigua Alemania Oriental.

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    se han triplicado, y por lo tanto hay mucho ms que dar. Se nota en el gastosocial, en las obras pblicas, y tambin en mucho derroche por ah y por

    all. Todo viene del tronco de haber vinculado al pas a la dinmica de laeconoma mundial, que es la principal tesis que defendieron los ChicagoBoys desde poco despus de la firma del Convenio de 1955.

    La economa poltica, donde se encuentran las instituciones pblicascon el proceso econmico, no es algo tan simple como aquello de entender

    bien la teora y saber ponerla en ejecucin. Con todo, Chile ha dado un saltocualitativo notable en su modernizacin econmica y social. Se ha eliminadola inflacin; el desempleo logr bajarse desde fines de los ochenta; se ha

    diversificado en cierto grado la capacidad exportadora, sobre todo en recur-sos naturales renovables, y desde 1986 no se ha tenido que mendigar en lasinstituciones financieras internacionales. Ha crecido la clase media, de defi-nicin siempre compleja.

    Chile, sin embargo, no es un pas desarrollado donde podamos decirque la mayora sustancial de la poblacin pertenece a una clase media con elnivel educacional comparable al de sociedades de este tipo. Razones deeconoma poltica, de cultura econmica, de liderazgo y tambin de estado

    de nimo pueden incidir en esta falencia, y no podemos asegurar que algu-na vez estaremos en esas condiciones. En estas tres dcadas la poblacinha internalizado algunos sanos principios de economa poltica, por ejemplo,que no se puede gastar indefinidamente y quizs una mayora aceptara loque tanto predic Jorge Alessandri, que el aumento de los ingresos tieneque estar relacionado con el aumento del producto.

    La competencia poltica es una taza de leche aunque la convivenciasocial cotidiana refleje muchas veces una primitivizacin de las relaciones

    sociales. Es cierto que en treinta y cuatro aos el pas ha experimentado uncambio que a muchos parece fenomenal, pero si comparamos el pas de 1973con el de treinta y siete aos antes, es decir, 1936, es claro que cualquierobservador puede ver cambios positivos por doquier. La sensatez polticadebera ordenar que nadie se entusiasme ni en alabanzas desmesuradas nien la crtica destructiva. Chile, mejor en muchos sentidos, sigue siendoChile.

    Muchos crticos del Chile actual, de esa parte que hered la impo-

    nente construccin de la cual De Castro y los suyos fueron los principalesarquitectos, piensan que a esta etapa va a seguir una nueva, un agotamien-to del mercado. La Amrica Latina de nuestros das, que es parte de nuestracultura, muestra a muchos actores nostlgicos de las economas de coman-do y hasta de los sistemas marxistas. En una crtica comn a los ChicagoBoys, y no slo de economistas de oposicin al rgimen sino que de

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    sectores del mismo gobierno, se los acusaba de ser meros idelogos quequeran vender un recetario universal al modo de ingenuos propagandistas

    de una Ilustracin barata. No faltan algunos motivos para apoyar estosjuicios: el aire forzado de ciencia absoluta con que defendan sus medidas;los resultados a corto plazo, tan contrarios a las predicciones que se hacan(esto es muy cierto hacia 1975); que la reforma econmica fuese acompaa-da de un lenguaje que quera llevar la razn econmica a todos los rinconesde la vida, aunque esto sera en parte asumido despus tambin por elmundo de la Concertacin.

    Aqu se propone otra perspectiva para comprender nuestro presen-

    te. La reforma econmica no fue parte de un proyecto pretoriano-capitalis-ta, de hegemona de una clase, sino que procedi de una crtica a lastendencias que se fueron imponiendo a partir de la dcada de 1930. Lejos derepresentar un fenmeno aislado del mundo, respondi a unos de los deba-tes pblicos ms clave de la historia poltica del mundo moderno, hastaqu punto se puede intervenir la economa?

    La moderna economa de mercado no ha sido una etapa de lo moder-no, sino que su punto de referencia ms poderoso es la produccin y repro-

    duccin material. Pero aun cuando se trata de un fenmeno poco queridopor su cultura,porque estara escaso de lo humano, ha permitido que porprimera vez a lo largo de cinco mil aos de historia una mayora sustancialde la poblacin de algunas sociedades haya abandonado el estado de po-

    breza. Desde luego lo que es pobreza va siendo constantemente definidopor la experiencia histrica, as como lo material aparece como lo ms apete-cido por el ser humano, aunque ste nunca queda satisfecho. Esto es lo quecomnmente se ha llamado las contradicciones del capitalismo democr-

    tico.Es el capitalismo un fenmeno de la sociedad moderna que perecer

    con ella? Nadie tiene el monopolio para poder afirmar taxativamente cundotermina lo moderno. A medida que se estudian las civilizaciones que hanexistido en la historia, al investigador inmediatamente le asoma una realidady es que el intercambio en base a una multitud de actores, vale decir la

    produccin y el comercio, ha sido un constituyente fundamental de cadauna de ellas. Si esto ha sido as quiere decir que lo que se llama mercado,

    que tambin se puede denominar sociedad civil econmica, ha existidosiempre, aunque con variados grados de autonoma frente a lo poltico. Loque aade la civilizacin moderna es en primer lugar algo cuantitativo, unmercado ms grande, en su tendencia globalizado a partir del 1500. Ensegundo lugar le aadi una razn abstracta, el factor financiero, que co-mienza a desarrollarse en torno al mismo 1500, y que incluye lo que para

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    algunos todava es un escndalo, que el dinero crea dinero. En tercer lugar,la revolucin industrial y la vinculacin entre ciencia y tcnica.

    Este mundo econmico nuevo ser el corazn de la sociedad moder-na, de la democracia liberal. A partir de este modelo occidental existenalternativas, los modelos colectivistas, que incluyen economa de comandoy monopolio del poder por parte del Estado-partido. Y ha existido un viejosueo de la poltica moderna, una realidad intermedia. Aunque los sistemastotalitarios pudieron haber triunfado poltica y militarmente (y no descono-cieron el tema del incentivo personal, incluso en los campos de exterminio),el sistema ms fuerte ha estado constituido por la economa de mercado que

    incluye la sociedad civil econmica, casi siempre inserta en una democraciams o menos liberal. Esta sntesis no puede ser definida con exactitud, ymientras exista la discusin pblica acerca del deber ser en la sociedad,habr siempre en la frontera un margen de movimiento entre lo que hace lasociedad civil econmica y lo que puede hacer la sociedad como un todo atravs del Estado y de sus instituciones. Mas en la complejidad social mo-derna existe un mnimo comn denominador para el desarrollo del mercado.Toda la saga de los Chicago Boys, con sus luces y sombras, fue parte de

    esta poltica de converger en torno a este mnimo como base para la adapta-cin de Chile en su indispensable interaccin con el mundo, y para la pleni-tud social posible. Sus logros no son nada de pequeos.

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