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Inteligencia Emocional. Módulo III 3.4 EMPATÍA

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Inteligencia Emocional. Módulo III

3.4 EMPATÍA

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Índice

3.4 Empatía 1

Admitir y manifestar las emociones . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2

Aspectos de la empatía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3

Evolución de la empatía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3

La empatía como mecanismo de supervivencia . . . . . . . . . . . . . 4

La empatía puede aprenderse . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4

Escuchar de forma activa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

La docena sucia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6

El cuerpo comparte las emociones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Cómo detectar las emociones ajenas . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8

Bibliografía 9

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3.4 La empatía, otra capacidad que se basa en la autoconciencia emocional, permite que las personas empáticas estén más adaptadas a las sutiles señales que indican lo que otros necesitan o quieren.

La empatía –la habilidad para saber lo que siente otro- se construye sobre la conciencia de uno mismo, cuanto más abiertos estamos a nuestras propias emociones, más hábiles seremos para interpretar los sentimientos de otros.

La inteligencia emocional no consiste sólo en saber manejar las propias emociones. Por lo menos tan importante como eso es la empatía, la percepción de las emociones de otras personas. Tanto si visitamos a un amigo en el hospital, discutimos nuestra relación amorosa, tranquilizamos a un niño de tres años enfurecido, respondemos a una campaña para recoger donativos o sencillamente queremos cuidar lo mejor posible de nuestro viejo coche: en todas estas situaciones se nos desafía a hacernos cargo de las vivencias, las dificultades y las expectativas de otras personas; incluso aunque nosotros mismos pensemos y sintamos de muy diferente manera. Esto presupone que estamos en situación de poder interpretar correctamente la expresión del rostro y la actitud corporal de los demás, de ver la situación desde su punto de vista y anticipar sus emociones.

Goleman afirma que la clave para intuir los sentimientos de otro está en la habilidad para interpretar los canales no verbales: el tono de voz, los ademanes, la expresión facial y cosas por el estilo.

Así como la mente racional se expresa a través de palabras, la expresión de las emociones es no verbal. En efecto, cuando las palabras de una persona discrepan con lo que se manifiesta a través del tono de voz, los ademanes u otros canales no verbales, la verdad emocional está en la forma en que la persona dice algo en lugar de aquello que dice. Una regla empírica utilizada en la investigación de las comunicaciones es que el 90% o más de un mensaje emocional es no verbal. Y estos mensajes —la ansiedad en el tono de voz de alguien, la irritación en la brusquedad de un ademán— casi siempre se perciben inconscientemente, sin prestar atención específica a la naturaleza del mensaje, pero recibiéndola y

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respondiendo tácitamente. Las habilidades que nos permiten hacer esto bien o mal también son, en su mayor parte, aprendidas en forma tácita.

Para Pérsico (2003), las personas altamente empáticas sintonizan con las emociones de los demás, las comparten y, en cierta forma, las viven. Saben ponerse en el lugar del que ven sufrir y recordar, en cierta manera, lo mal que han podido sentirse ellos mismos ante la emoción que ven experimentar. Eso les lleva a compartir la emoción, comprenderla en el otro e intentar ayudar.

Hay una gran diferencia entre compartir las emociones ajenas y sentir lástima por quien las está viviendo. Compartir un sentimiento no nos pone jerárquicamente hablando en una posición superior ni inferior; nos hace iguales, ya que reconocemos el sentimiento ajeno como algo que también está, aunque no sea más que como recuerdo, en nosotros mismos. Compadecerse de alguien, sentir lástima, por el contrario, nos coloca en una posición de superioridad; es como si dijéramos «a mí no me ocurre, lo siento por ti».

Así como la empatía es un sentimiento saludable y curativo, la compasión es peyorativa y denigrante; coloca siempre a quien la recibe en una posición de inferioridad que le puede llevar a sentirse aún más desgraciado.

Admitir y manifestar las emociones Saber ponerse en el lugar del otro presupone que conocemos nuestras propias emociones, las aceptamos y no las reprimimos. La persona que tiene miedo de sus propias emociones ignorará también las señales emocionales de otras personas.

La empatía requiere relaciones auténticas, libres de toda apariencia. Es difícil mostrar simpatía a un amigo enfermo que bloquea de forma sistemática cualquier conversación sobre su situación. O percibir la inseguridad de una amiga que acaba de dar a luz su primer hijo, pero no se atreve a hablar de sus miedos

durante el embarazo y el parto, ni de las noches en blanco.

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Aspectos de la empatía Para Wood y Tolley (2004), la empatía se divide en cuatro aspectos clave:

Ser sensible y comprender a los demás.

Hacer de las necesidades e intereses de otros su punto de referencia.

Seguir el desarrollo de otras personas.

Estar entonado social y políticamente.

Evolución de la empatía Hoffman ve una progresión natural en la empatía, desde la infancia en adelante. Al año de edad el niño siente aflicción cuando ve que otro cae y empieza a llorar; su compenetración es tan fuerte e inmediata que se lleva el pulgar a la boca y hunde la cabeza en el regazo de su madre, como si fuera él el que se ha hecho daño. Después del primer año, cuando los niños tienen más conciencia

de que son distintos de los demás, intentan activamente consolar a otro niño que llora, por ejemplo ofreciéndoles su osito de peluche. Ya a los dos años los niños empiezan a darse cuenta de que los sentimientos de otra persona son distintos de los de ellos, y así se vuelven más sensibles a los

indicios que revelan lo que en realidad siente otra persona.

En la etapa final de la infancia aparece el nivel más avanzado de empatía, a medida que los chicos son capaces de comprender la aflicción más allá de la situación inmediata, y de ver que la condición de alguien en la vida puede ser una fuente de aflicción crónica. En este punto, pueden compadecerse del aprieto que sufre todo un grupo, como los pobres, los oprimidos o los marginados. En la adolescencia, esa comprensión puede reforzar convicciones morales centradas en el deseo de aliviar los infortunios y la injusticia.

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La empatía como mecanismo de supervivencia Desde el punto de vista biológico evolutivo, para el ser humano es vital para la supervivencia pertenecer a una comunidad. Por lo tanto, forma parte del repertorio emocional básico la capacidad de poder hacer una valoración de los estados de ánimo y de las intenciones de otras personas, establecer estrechas relaciones con ellas y enjuiciar las situaciones emocionales.

Experiencias con pacientes que presentaban lesiones cerebrales y experimentos quirúrgicos en el cerebro de monos demuestran que las lesiones, en particular las que se producen en el hemisferio cerebral derecho, en los lóbulos prefrontales y en la amígdala, producen trastornos en la comunicación emocional: así, por ejemplo, personas que han tenido un derrame cerebral o que han sufrido lesiones en el hemisferio anterior derecho, a menudo tienen dificultades con la prosodia del lenguaje. Esto significa que no registran el mensaje emocional de cualquier expresión hablada. Los pacientes que sufren aprosodia no perciben ninguna diferencia entre la expresión «ya nos veremos» dicha con cortesía o en un tono amenazador. A partir de este tipo de observaciones, puede deducirse que la reacción ante determinadas señales emocionales radica en la estructura del cerebro. La empatía, como la indignación, el miedo y la tristeza, forma parte de nuestro equipamiento biológico básico.

La empatía puede aprenderse La empatía sólo puede atribuirse en parte a procesos básicos neurobiológicos. Lo que hagamos con ella a partir de ahí depende en gran medida de la educación que hayamos recibido y de nuestro entorno cultural.

Numerosos tests demuestran que entre la empatía y la inteligencia académica no existe prácticamente ninguna relación. Norman Frederiksen estudió en un experimento cómo se las arreglaban los estudiantes de medicina para comunicarse con una «paciente», durante una conversación simulada, que posiblemente padecía un cáncer de mama y que era necesaria la extirpación del pecho. Los estudiantes que habían sacado mejor puntuación en un test para evaluar sus conocimientos en la especialidad fueron los que menos calor humano y capacidad de empatía manifestaron durante la conversación.

Y en cambio, a la inversa, la capacidad de saber ponerse en el lugar del otro, puede influir de forma positiva en el éxito académico; por lo general, los niños que saben interpretar bien las señales no verbales sacan mejores notas en el colegio que los niños que poseen un cociente intelectual igual de alto pero cuya capacidad de empatía es menor.

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Las bases para la sensibilidad y la compasión se establecen muy pronto. Tal y como descubrieron los psicólogos Richard Koesten, Joel Weinberger y Carol Franz, en una investigación a lo largo de un prolongado espacio de tiempo, es de particular importancia para el desarrollo de la empatía que ambos progenitores reaccionen con sensibilidad y de manera adecuada a las señales del niño. Un bebé sólo tiene una posibilidad de comunicar que tiene hambre o sed, que se aburre o que tiene los pañales mojados, que está cansado o le duele el estómago: llorar. De la capacidad de empatía de los padres depende entonces el que esa señal se descifre de forma correcta. Cuando los padres malinterpretan con frecuencia los deseos y necesidades del bebé —por ejemplo, le dan de comer aunque de hecho el niño se aburre—, el bebé no aprende a distinguir unas emociones de otras. Los resultados del estudio indican además que un tipo de educación que fomente el respeto, la delicadeza y la disposición al compromiso estimula la capacidad de empatía de los niños. Los niños que saben que todos los miembros de la familia tienen sus propias necesidades —una vez se convierten en personas adultas— pueden hacerse cargo del estado de ánimo y de los deseos de los demás, mejor que los niños que han crecido siendo el centro de atención de toda la familia.

Escuchar de forma activa Uno de los aspectos más importantes de la empatía, es escuchar de forma activa que significa situarse en el mundo emocional y mental de la otra persona, sin hacer ninguna valoración del mismo. Escuchar de forma activa es una manera de ayudar a la autoayuda y, por lo tanto, representa una importante forma de comunicación para terapeutas y educadores. Tiene la ventaja de que la conversación sigue girando en torno a la situación de la persona afectada. Ella y su vivencia son el punto central, el

oyente hace las veces de una caja de resonancia. Ayuda hablar de experiencias semejantes por las que hemos pasado nosotros o dar consejos bien intencionados, pero no es el centro de la escucha activa y es delicado.

Cuando otras personas nos confían sus pensamientos, preocupaciones o miedos, la mayoría de las veces respondemos hablando de experiencias semejantes por las que hemos pasado nosotros («Sé de qué me hablas. Cuando hace dos años operaron a mi madre de la vesícula...»), o con consejos bien intencionados («Lo que pasa es que necesitas unas vacaciones», «Yo, en tu lugar, me negaría a hacer constantemente horas

extraordinarias», «Cambia de médico de una vez»).

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Ambas cosas pueden ser a veces de gran ayuda cuando se trata de problemas cotidianos. Sin embargo, en situaciones críticas o ante decisiones difíciles, estas reacciones referidas al propio yo son poco constructivas: es fácil que se dé el caso que nos perdamos por los derroteros de nuestras propias experiencias o que la otra persona se sienta arrollada, incluso presionada, y no se sienta de verdad comprendida.

La alternativa es «escuchar de forma activa», es decir, situarse en el mundo emocional y mental de nuestro interlocutor, sin hacer ninguna valoración del mismo. En la medida en que la información concreta que ofrece la persona en cuestión («Por supuesto, ese nuevo trabajo sería un gran desafío», «Juan y yo nos atacamos los nervios el uno al otro») es traducida por la persona que escucha en las emociones y sensaciones que hay detrás de las palabras («Te resulta difícil decidirte», «¿Crees que en tu interior te has distanciado de Juan?»), ayudará al interlocutor a aclararse con sus vivencias y a hacerse cargo de sus propias emociones. Escuchar de forma activa es una manera de ayudar a la autoayuda y, por lo tanto, representa una importante forma de comunicación para terapeutas y educadores.

La docena sucia Lo contrario a la escucha activa se encuentra descrito a continuación, en la llamada docena sucia:

Ordenar, mandar, exigir. “Te lo ordeno” “Aquí se hace así, te guste o no”

Amenazar, asustar. “Vas a ver” “Si no lo haces... te...”

Moralizar, sermonear. “Te he dicho que eso no está bien...”

Aconsejar, proponer soluciones. “Deberías...” “Hazlo así”

Dar una lección, hacer afirmaciones tajantes. “Esto se hace así y punto”

Juzgar, criticar, censurar. “Tú no lo sabes hacer bien” “Eres un...”

Felicitar. “¡Qué amable eres!” (Con ironía)

Ridiculizar, poner sobrenombres. “Debería darte vergüenza” “Miren a...”

Interpretar, analizar. “Lo que pasa es que estás celoso” “Lo que tú tienes es...”

Tranquilizar. “No tiene importancia, se te pasará” “No es para tanto”

Preguntar, interrogar. “¿Por qué has hecho una cosa así?”

Eludir, bromear, tratar a la ligera. “Hace buen tiempo ¿verdad?”

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El cuerpo comparte las emociones Hace unos diez años, los psicólogos Jacobo Grinberg-Zylberbaum y Julieta Ramos, de la Universidad de Ciudad de México, metieron a los participantes en un experimento, siempre de dos en dos, en una cámara de Faraday oscura e insonorizada. Los participantes en el experimento estaban sentados con los ojos cerrados a una distancia de medio metro y no debían ni hablar ni tocar al compañero. Su tarea consistía en tomar conciencia de la presencia del otro y establecer un contacto anímico con él. Durante los quince minutos que duró el experimento un electroencefalograma registraba las oscilaciones de potencial que se producían en el cerebro de las personas participantes en la prueba.

Grinberg y Ramos obtuvieron de esta forma veintiséis curvas de los fenómenos eléctricos cerebrales que presentaron a diferentes expertos independientes en todas las combinaciones posibles, tomadas de dos en dos. Lo sorprendente fue que los peritos, a partir de las muestras sincrónicas y en algunos casos casi coincidentes, pudieron reconstruir correctamente un 70 por 100 de las parejas.

Un estudio de los psicólogos Robert Levenson y Anna Ruef, de la Universidad de California, hace suponer un parecido fundamento fisiológico de la empatía. Levenson hizo filmar a una serie de matrimonios durante una discusión sobre un tema de pelea típico de cada pareja. Al mismo tiempo, registró sus datos fisiológicos, por ejemplo, los latidos del corazón y la sudoración. A continuación, Levenson pidió a ambos miembros de la pareja que vieran las tomas de video por separado y fueran diciendo qué habían sentido ellos durante el enfrentamiento y cómo suponían que debía sentirse su pareja. También durante esta fase del experimento fueron registrados los datos fisiológicos.

El resultado: la mayor capacidad de empatía la mostraron aquellos participantes que durante la descripción de las emociones de su pareja reaccionaron físicamente de forma semejante a como lo había hecho el marido observado. En momentos de la discusión en los que el corazón del hombre latía más rápido, también aumentaba el ritmo cardíaco de la mujer, cuando reproducía las emociones de él. En cambio, en los participantes en el experimento que sólo

podían describir de forma deficiente las emociones de su pareja, faltó también la sintonización corporal.

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Cómo detectar las emociones ajenas Las palabras no lo dicen todo; incluso una misma frase, expresada en un tono o en otro, puede tener significados totalmente opuestos. Lo que enriquece y completa la comunicación verbal son los gestos y actitudes, ya que estos nos hablan de la emoción que está viviendo nuestro interlocutor.

Si bien la empatía se desarrolla fundamentalmente en la infancia y guarda una estrecha relación en la forma en que los padres han sabido reconocer las emociones del niño, también es cierto que se puede aprender a detectar ciertas señales en los gestos, ciertos matices de voz o movimientos corporales, que puedan darnos pistas acerca de lo que sienten los demás.

Si tenemos una actitud de extrema concentración en las palabras, si a medida que nos están hablando vamos preparando en nuestra cabeza las respuestas que daremos a continuación, es difícil

que percibamos la carga emocional que acompaña el discurso de nuestro interlocutor. Otro tanto ocurre cuando nos preocupamos demasiado por dar una buena impresión, porque estamos mucho más pendientes de nosotros mismos observándonos «desde afuera» que de la persona con quien intentamos comunicarnos.

Para poder detectar los movimientos emocionales de los demás debemos, ante todo, interesarnos en ellos como personas; mostrarnos abiertos, comprensivos y permeables. Si nos encerramos en un muro de prejuicios y miedos, no sólo no vamos a poder entender en toda su amplitud lo que nos quieren transmitir, sino que tampoco podremos comunicar certeramente nuestros propios puntos de vista, porque éstos no son sólo pensamientos puramente racionales, conceptos fríos, sino que siempre están teñidos por las emociones que nos despiertan.

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BIBLIOGRAFÍAGoleman, D. (2000). La inteligencia emocional. México: Vergara.

Pérsico, L. (2003). Inteligencia emocional. España: Libsa.

Segal, J. (1997). Su inteligencia emocional. Barcelona: Grijalbo.

Torrabadella, P. (2001). Cómo desarrollar la inteligencia emocional. España: Océano.

Wood, R. y Tolley, H. (2004). Ponga a prueba su Inteligencia Emocional. España: Gestión.

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