Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

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Mapas culturales gara América Latina culturas híbridas • no simultaneidad • modernidad periférica / <- Sarah de Mojica - compiladora - %# Pensar

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Mapas culturales garaAmérica Latinaculturas híbridas • no simultaneidad • modernidad periférica

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Sarah de Mojica- compiladora -

%#Pensar

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fragmento de la obraMapas y notas para una expedición artística, lm x 70 cm , serigrafta de Gustavo Zalamea. 1999

Mapas culturales para América Latina: culturas híbridas, no simultaneidad, modernidad periférica / Román de la Campa...[et al.]; compilación e introducción de Sarah de Mojica. - 2a. ed. - Bogotá: CEJA, 2001.

xi, 280 p.

ISBN: 958-683-413-1

Incluye referencias bibliográficas e índice.1. Estudios interculturales - América Latina 2. Modernidad 3. Posmodemismo - América

Latina. 4. Literatura latinoamericana I. Campa, Román de la II.García Canclini, Néstor III. I^auer, Mirko IV. Mojica, Sarah de,/Comp. y Pról. V. Pontificia Universidad Javeriana. Instituto de Estudios Sociales y Culturales. Pensar VI. Pontificia Universidad Javeriana. Centro Editorial Javeriano. CEJA

CDD 301.153 ed. 15

Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana.Biblioteca General

Prohibida la reproducción pardal o total de este material.sin autorización por escrito del Instituto de Estudios Sociales y Culturales -Pensar-

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nsarInstituto de Estudios Sociales y Culturales Pontificia U niversidad javcriana

Reservados todos los derechos © Sarah de Mojica, 2000 © vom Wissenschaftlicher Verlag Berlin, 2000 © Pontificia Universidad Javeriana - Instituto Pensar, 2001

Centro Editorial Javeriano Carrera 7 N° 40 - 62 primer piso BogotáDirectoraSelma Marken Farley Centro Editorial Javeriano

Coordinación editorial Juan Felipe Córdoba RestrepoLevantamiento de correcciones Margoth C. de Olivos

Corrección de estiloMaría José Díaz- Gra nados Marín

Diseño de colección y autoedición Esteban Ucrós Juan Esteban Duque

Fotomecánica e impresión JavegrafSegunda edición septiembre de 2001 Número de ejemplares 500 ISBN: 958-683-413-1

Impreso en Bogotá

Diseño de porrada a partir de la obra Aclimataáón, óleo y lápiz sobre pieza de madera, Gustavo Zalamea, 2001

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Tabla de contenidoIntroducción

Sarah de MojicaCartografías culturales en debate: culturas híbridas-no simultaneidad-

modernidad periférica 2

Román de la CampaLatinoamérica y sus nuevos cartógrafos: discurso poscolonial, diásporas

intelectuales y enunciación fronterizaIR

INéstor García Canclini

El debate sobre Culturas híbridas

Mirko LauerLa modernidad, un cuerpo extraño:Las culturas híbridas de Néstor García Canclini

Jean Franco

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Policía de frontera 47John KraniauskasHibridismo y reterritorialización 53

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Gerald MartinLa única salida es a través

Ies ús Martfn-Barbero Radical sin fiindamentaksmos 62

Néstor Garda Candini;Demasiado determinismo o demasiada hibridación? 65F.l nuilesuir de los estudios culturales 71Imágenes excéntricas de América Latina y Estados Unidos 80

IICarlos Rincón

E l d eb a te sobre La no simultaneidad de lo simultáneo86

Raymond BorgmeisterLo que usted siempre quiso saber sobre el posmodemismo pero no se atrevia a preguntar 87

Ellen SpielmannEl descentramiento de lo posmodemo 96

Erna Yon der WaldeLa no simultaneidad de lo simultáneo de Carlos Rincón 110

Leonel Delgado Aburto La posmodemidad latinoamericana 120

Luis FayadLiteratura posmodema en Latinoamérica 126

Carlos RincónDel amor y otros demonios, páginas 9 a 11;n sobre ln reescritura de las Founci-irional Fictions norteamericanas 112Metáforas y estudios culturales 157

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IllBeatriz vSarlo

Los debates sobre Modernidad periférica, Escenas de la vida posmodernay la cuestión del valor estético

LZú.

Jorge Ruffinelli/Beatriz SarloEn tomo a Buenos Aires: una modernidad periférica 177

Patricia D ’AllemandHacia una crítica Literaria latinoamericana: nacionalismo y cultura en el discurso de Beatriz Sarlo 189

Beatriz SarloRetamar el debate 201La teoría como chatarra. Tésis de Óscar Latidi sobre la televisión Los estudios culturales y la crítica literaria en la eticrucijada valorativa

209220

Roberto Schwarz/John Kraniauskas/Beatriz Sarlo Literatura y valor 230

A manera de epílogos246

Antonio Cornejo PolarPara una teoría literaria hispanoamericana:a veinte afios de un debate decisivo 247lavier G.VilaltellaPaisajes después de la encrucijada 250índice analítico 262

IX

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La segunda edición de este volumen, ahora trasatlántica, responde al interés del Instituto Pensar, adscrito a la Rectoría de la Pontificia Universidad Javeriana, dirigido por Guillermo Hoyos Vázquez. Se trata de una edición que inicia la serie Cartografías- Geopolíticas del Conocimiento del Proyecto Editorial Pensar. Dos publicaciones de Pensar, Pensar (en) los intersticios, de Santiago Castro Gómez, Oscar Guardiola y Carmen Millán de Benavides, y La reestructuración de las ciencias sociales en América Latina, editado por Santiago Castro Gómez, constituyen ilustres precedentes de la discusión en el campo de los estudios culturales desde Bogotá.En esta edición, que sigue a la hecha en AJemania en 2000, se ofrece a los lectores un nuevo material, como es el ensayo de Erna von der Walde sobre el libro de Carlos Rincón, y se unifican las citas, incluyendo además un índice analítico para facilitar el trabajo de consulta. De todos modos, la compiladora es consciente de la producción de otras genealogías y de la valoración de otros lugares de conocimiento que podrán leerse como mapas aproximados para ampliar y enriquecer la discusión teórica en su propia comunidad reflexiva. Estoy convencida de que la discusión presentada en este libro, acerca del contexto cultural histórico de estos debates, sigue vigente y será de gran utilidad para la formación de comunidades científicas en los estudios culturales.El especial cuidado de la edición estuvo a cargo de Juan Felipe Córdoba, editor del Centro Editorial Javeriano -CEJA-. La revisión del manuscrito fue hecha por María José Díaz Granados. A Carmelita Millán de Benavides mis más sinceros agradecimientos por creer en este proyecto.

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INTRODUCCIÓN

Cartografías culturales en debate:culturas híbridas-no simultaneidad-modernidad periférica

Sarah de Mojica

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¿Qué ha cambiado en las sociedades y en las culturas de América Latina? ¿Qué ha cambiado en los discursos sobre nuestras sociedades y nuestras culturas? ¿Cuál ha sido el destino de disciplinas como la sociología del desarrollo, la economía política y la antropología social que pretendían descifrar la época actual? Y ¿qué ha pasado con el campo humanístico?

A comienzos de la década de los noventa las disciplinas humanísticas y las ciencias sociales se ven obligadas a enfrentar las limitaciones de sus teorías y métodos para ocuparse del horizonte de las culturas contem poráneas, cuando las teorías fundam entadas en la excepcionalidad latinoamericana con su definición de identidades se encuentran desbordadas por los cambios culturales. La crisis de los modelos de desarrollo a comienzos de la década anterior, con la consecuente acomodación de las clases subalternas en la economía informal, y casi al mismo tiempo, el debate sobre la posmodernidad en América Latina, son acontecimientos que pusieron en evidencia el alcance global de estos cambios. Las culturas como objeto de estudio adquieren ahora un sentido constructivo y resistente a la totalización, con efectos que aparecen no solamente en los aspectos visibles de la explosión de los estilos de vida urbanos y la afirmación de las etnias y del género, sino también en “los lugares que el estado, padre y madre de las totalizaciones no ha logrado convertir en continuidades y homogeneidades, fueran éstas necesarias u excesivamente represivas”.1

Gilles Deleuze, filósofo francés que ya había alcanzado notoriedad internacional con un libro escandaloso, titulado Elanti-Edipc? , celebra en un amplio ensayo el nuevo libro de un colega y amigo cercano de gran fama, Vigilar y castigarán Michel Foucault3. El título del ensayo es “Écrivain non: un nouveau cartographe”, y constituye el acta de nacimiento del nombre que designará a aquellos intelectuales que asumen la tarea de proponer mapas, cartografías del presente, después del

1 Contra la lectura plana de las representaciones y de la excepcionalidad de América Latina, William Rowe hace esta precisa observación sobre la pertinencia de los estudios culturales, en su artículo “La crítica cultural: problemas y perspectivas”, en Carlos Rincón y Petra Schumm (eds.), Celebraciones y lecturas. La critica literaria hoy Nuevo texto critico, 14-15, 1994-95, p. 42.1 Gilles Deleu¿e, E l anti-edipo, capitalismo y esquizofrenia, 2* ed., Barcelona, Barra!, 1974.3 Michel Foucault, Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión, 9a ed., México, Siglo Veintiuno, 1984.

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fin de las grandes explicaciones totalizadoras. A partir de Lyotard y su discusión en 1979 sobre la crisis de los grandes relatos legitimadores y explicativos de la sociedad y de la historia, sabemos que las teorías totalizadoras han perdido capacidad para explicar los cambios de la contemporaneidad. De manera que en el mismo sentido, una lectura del tejido cultural latinoamericano no supone celebrar los rituales del maquillaje modernizante de la alta cultura, como se había hecho en el pasado, sino que obliga a reconocer sus efectos en los “usos” culturales tanto de las elites como de los subalternos.

La idea de analizar la cultura como escenario de actuaciones inscribe otro espacio teórico-crítico que funcionará a partir de nuevas categorías como “zona de contacto”, que a su vez sugieren una operación cercana a la lectura de mapas como textos. Jean Franco describía así en 1991 este momento liminar para la teoría de los estudios culturales en el caso de Latinoamérica:

Para mí es evidente que la crítica literaria tradicional no nos proporciona el lenguaje ni el método para hablar de la contemporaneidad (...)A pesar de los distintos enfoques y objetivos de investigadores latinoamericanos y norteamericanos (...) veo que los estudios culturales forman una importante zona de contacto que va a permitir la exploración de algunos problemas teóricos que a mi parecer no se han abordado todavía en forma adecuada. Uno de estos problemas es el estatuto de excepcionalidad que ocupa América Latina en casi todos los debates contemporáneos: sobre la posmodernidad, por ejemplo, sobre el poscolonialismo y sobre el feminismo.A pesar de la posmodernidad, a pesar de la disolución del centro y la diseminación del poder, todavía existe la tendencia a seguir debatiendo en términos determinados por la crítica francesa o anglosajona cuando en realidad hay formas más fructíferas de abordar la contemporaneidad.4

El mensaje de esta cita apunta a una problemática que no se puede entender sin nuevas herramientas conceptuales.

¿Para qué necesitamos mapas? Cuando leemos un mapa, nos dice Harley, interpretamos y deconstruimos la esquemática información instrumental que contiene para leer también en los espacios aparentemente neutros, el discurso de sus mitos y sus mecanismos de poder. Es decir, que un mapa es un texto codificado para dos tipos de lectura: una lectura técnica que nos informa sobre la disposición de las cosas en el espado del mundo, y otra lectura interpretativa que relaciona las fuerzas sociales que han estructurado estos mapas:

* Jean Franco cica en este punto los artículos muy divulgados de Carlos Rincón (pp. 61-104) y George Yúdice (pp. 105-128), aparecidos en la Revista de critica literaria latinoamericana, 29, 1989, dedicada ai Coloquio de Dartmouth College de 1989. El término “zona de contacto" fue ampliado por Mary Louise Pratt en su libro, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, London, Routlcdge, 1992. Cfr. Jean Franco, “El ocaso de la vanguardia y el auge de la crítica”, en Carlos Rincón y Petra Schumm (cds.) op. cit., pp. 19, 20 y 22.

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Los mapas dejan de entenderse principalmente como registros inertes de paisajes morfológicos o como reflexiones pasivas del mundo de los objetos, para mirarse como imágenes refractadas que contribuyen al diálogo en un mundo socialmente construido.5

El artículo de Román de la Campa, “Latinoamérica y sus nuevos cartógrafos” (1996), introduce en la discusión latinoamericana esta cuestión que es de gran interés porque recoge los procesos de reflexión que ya se han iniciado en este sentido. El paso de una lectura pasiva de las representaciones a una lectura productora de diálogo, señala también el límite entre una lectura colonizada y una lectura productora de imágenes refractarias o alternativas.

Al filo de la década, en 1990, cuando Néstor García Canclini resume las polémicas de las ciencias sociales y de la primera ronda de la discusión latinoamericana sobre posmodernidad, encuentra en la hibridación una categoría que es a su vez un método para describir los cambios culturales. “Culturas híbridas” marcó así el comienzo del cambio de los paradigmas teórico- metodológicos de las ciencias sociales latinoamericanas. Pocos años antes, en 1987, y a partir de la reciente actuación de los intelectuales en los procesos de reconstitución de la democracia en Argentina, Beatriz Sarlo reconoce el fenómeno moderno de América Latina en términos de “modernidad periférica”. Casi paralelamente, Carlos Rincón, quien a su vez había trabajado en busca de una teoría literaria latinoamericana, con el fin de historiar e inscribir el proceso literario en su ciclo de producción-lectura-reproducción cultural {Elcambio de la noción de literatura),6 se refiere en 1995 a la inserción cultural latinoamericana en la globalidad con la fórmula: “no simultaneidad de lo simultáneo”.7

Lo que propusieron estos conceptos-metáforas, no fue simplemente el conocido ritual epistemológico que establece categorías, sino más bien un desbloqueo de los horizontes del trabajo crítico en Latinoamérica. Dicho con términos que Clifford Geertz emplea en otro contexto,

Lo que nosotros estamos viendo no es otro trazado del mapa cultural -el desplazamiento de unas cuantas fronteras en disputa, el dibujo de algunos pintorescos paisajes- sino una alteración de los principios mismos del mapeado. Algo le está sucediendo al modo en que pensamos sobre el modo en que pensamos (...) No se trata de que no tengamos más convenciones de interpretación, cuando ahora las tenemos más que nunca, sólo que han sido construidas para acomodar una situación que al mismo tiempo es fluida, plural, descentrada y fundamentalmente ingobernable (...) Las cuestiones no son ni tan estables ni tan consensúales, y no parece que vayan a resolverse a corto plazo. El problema más interesante no es cómo arreglar este enredo, sino qué significa todo este fermento.8

5 J. B. Harley y D. Woodward (eds.), The History o f Cartography, Vol. 2, Chicago, University o f Chicago Press,1987, p. 278.6 Carlos Rincón, E l cambio de la noción de literatura y otros estudios de teoría y crítica latinoamericana, Bogotá, Colcultura, 1978.7 Nuestra documentación inicial de las nuevas cartografías ha seguido la propuesta de Román de la Campa, aunque hemos preferido documentar el cambio de paradigmas a partir de 1989 con el libro de Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo, 1990.8 Clifford Geertz, “Blurred Genres", en American Scholar, 49, 1980, pp. 165 y 170.

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Enmarcado en este proceso, el interés de reunir bajo un título el desarrollo de ios discursos culturales sobre Néstor García Canclini, Carlos Rincón y Beatriz Sarlo en el curso de la pasada década tiene como un primer objetivo establecer un archivo-memoria sin el cual se haría difícil entender los procesos de reflexión y su diferencia con discusiones teóricas y metodológicas que han dejado hace tiempo de ser productivas. De ahí la pertinencia de las observaciones de Román de la Campa acerca de la intelectualidad latinoamericana y el sentido de su articulación de la crítica cultural y literaria en las redes mundiales:

La intelectualidad latinoamericana descubre, tarde o temprano, que las condiciones necesarias para la crítica literaria y cultural se obtienen primordialmente mediante becas y puestos en el exterior. Es una historia conocida y en general desatendida por los presupuestos de integración al capitalismo mundial que anuncia el neoliberalismo y la globalización, una condición que se ha agravado en la última década, la cual corresponde también al surgimiento a veces hegemónico de lecturas posmodernas sobre la historia y la cultura latinoamericana.Vale pues una distinción más cuidadosa de los parámetros que rigen la producción y recepción de discursos “pos” en tomo a Latinoamérica. Textos muy recientes de Beatriz Sarlo (Escenas de la vidaposmodema)> Carlos Rincón {La no simultaneidad de lo simultáneo), y Néstor García Canclini {Consumidoresy ciudadanos), entre otros, apuntan ya hacia un nuevo giro más abarcador, tanto en términos de los estudios culturales (literatura y medios masivos) como en su relación con el nuevo horizonte multidisciplinario del marketing globalizante en el cual la estética, la política y la economía se vuelven inseparables. 9

Este nuevo horizonte que puede comprenderse como una articulación discursiva global, se toca a su vez con un obstáculo estructural al que se enfrenta la institucionalización de las perspectivas innovadoras en materia de análisis cultural en los países latinoamericanos: el de las incomunicaciones regionales que afectan la posibilidad de debate entre comunidades científicas generales para América Latina. Y en este tema es central la legitimación del intelectual en espacios públicos, lo que lo obliga a mirar el presente críticamente. Su situación no es en nada comparable a la de los intelectuales en las instituciones de enseñanza superior en los países metropolitanos, quienes a través de los procesos de docencia o de publicaciones se ven confrontados por el pluralismo cultural En el mismo sentido hay que considerar también las reinvenciones que han tenido que producir los propios intelectuales latinoamericanos para legitimar sus reflexiones coyunturales (¿pragmáticas?) en situaciones de actuación que, miradas como respuestas inmediatas, tienen la ventaja de suscitar la liberación de nuevos horizontes de preguntas y de abrir espacios alternativos de construcción simbólica.

9 Román de la Campa, “Latinoamérica y sus nuevos cartógrafos: discurso poscolonial, diásporas intelectuales y enunciación fronteriza”, en Mabel Moraña (ed.), Critica cultural y teoría literaria latinoamericana. Revista Iberoamericana, 176-177, 1996, pp. 698-699. Reproducido en esta recopilación.

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Aunque sería muy interesante que los latinoamericanos pudiéramos reflexionar en el seno de comunidades científicas sobre los procesos culturales actuales, la renovación de los discursos y la constitución de comunidades académicas se encuentra todavía en una fase incipiente. En el simposio internacional realizado en la Universidad de Pittsburgh en 1998, Román de la Campa emitió un nuevo juicio que obliga a pensar en los distintos escenarios de la diseminación de los estudios culturales en América Latina:

Los estudios culturales son sólo un aventurado deseo posdisciplinario para muchos intelectuales, para otros ya configuran un nuevo amplio campo de estudios digno de la sociedad globalizada, para muchos más, no cesan de marcar el paso de un interminable debate sobre el futuro académico. 10

Todas estas preocupaciones de hoy en torno a las culturas latinoamericanas y a los estudios sobre las culturas hacen necesario intentar un balance sobre los escenarios discursivos fundados por las “nuevas cartografías”. Es importante destacar que aunque hay otros cartógrafos distinguidos en América Latina, sobre otros libros y conceptos no ha habido debates similares a los aquí documentados. De todos modos, además de los tres escenarios discursivos que aquí reconstruimos, es nuestra intención adelantar un balance del estado de los estudios sobre la cultura que incluya posteriormente otros discursos también decisivos para la conformación del campo en América Latina como los de Carlos Monsiváis, Doris Sommer, Arcadio Díaz Quiñónez, Walter Mignolo, John Beverley o Nelly Richard, entre otros. De esta manera, lo que queremos proponer -esa es nuestra primera intención- es algo distinto a otros volúmenes colectivos cuyo ámbito es la biblioteca y que tienen una vocación enciclopédica. Se trata más bien de someter textos surgidos como parte de debates no solamente al doble proceso de selección y recopilación, de establecer un archivo- memoria, sino de agruparlos y confrontarlos para buscar un efecto de archivo. Este volumen reclama así un peso específico propio: el de pretender iniciar una memoria documental, con una se­rie de paradojas como consecuencia. La primera paradoja estaría en proponerse ser archivo de una problemática que es absolutamente contemporánea y abierta a muchas más propuestas. La segunda paradoja estaría en que no se practica ninguna “búsqueda de los orígenes”, sino que lo que se busca es ver los materiales presentados como parte de un cambio de paradigmas; y en tercer lugar, una tercera paradoja conllevaría contrarrestar la obsesión natural unida al impulso exegético: la búsqueda de simientes.

La segunda intención de este trabajo, además de hacer un balance del estado de la cuestión en momentos en que el conjunto de debates ha alcanzado su cénit, es revisarlo retrospectivamente para poner de presente que se está trabajando sobre procesos y articulaciones, es decir, que se busca intervenir en el tejido de redes o cartografías tejidas o establecidas por estos mismos materiales. Con

10 Román de la Campa, “De la deconstrucción al nuevo texto social: pasos perdidos o por hacer en los estudios culturales latinoamericanos. (Hacia una economía política de la construcción de la producción de capital simbó­lico sobre América Latina confeccionada en la academia norteamericana)”, en Mabel Moraña (ed.), Nuevas perspectivas desde!de América Latina: el desafio a los estudios culturales, Santiago, Editorial Cuarto Propio-Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2000, p. 77.

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un impulso exegético que intenta recrear un registro más actuante que legislativo, este libro está pensado para aquellos jóvenes que en este momento están entrando en la discusión, es decir, para aquellos estudiantes que hoy están viviendo la crisis de las disciplinas, pero que disponen en este archivo de un primer horizonte para salir de ella. Por eso, proponerse como archivo, n supone igualmente asumir el principal efecto del archivo: la ampliación o explosión de la producción a que suele dar lugar. Cuando el horizonte investigativo se expande y son interrogados críticamente los materiales del archivo, es posible abordar conscientemente la (re)construcción de cada uno de ellos, ingresando así definitivamente en el debate como tal. Se puede establecer a partir de aquí, entonces, un diálogo a propósito de hibridación, la no simultaneidad de lo simultáneo y la modernidad periférica, en un registro diferente, que supone un movimiento y a la vez una continuidad, capaz de generar a partir de su mismo debate, comunidad intelectual y científica.

Genealogías, nuevos lugares de legitimación de los discursos culturales

El término hibridación se identifica en sus usos iniciales con la descripción de las mezclas inter­étnicas que en el marco del colonialismo-imperialismo del siglo XIX hizo pane de las teorías raciales. En castellano, mulo y mulato también se emparentan.12 Es sabido que el libro de García Canclini debía tener originalmente como título: La reconversión cultural. El título Culturas híbridas fue sugerido por la editorial al momento de su publicación, ocurrencia afortunada que lo posicionó en el contexto internacional dentro de la discusión sobre los paradigmas de la heterogeneidad cultural.

Casi al tiempo en que Antonio Cornejo Polar encontraba en su formulación de las literaturas heterogéneas la manera de referirse a la doble codificación de los textos andinos desde el periodo colonial hasta hoy, Hybridity aparecía en las discusiones poscoloniales de Homi Bhabha, Stuart Hall y Gayatri Chakravorty Spivak a comienzos de la década de los ochenta, como reidentificación de experiencias coloniales relegadas por el discurso colonial a los márgenes o las periferias del discurso metropolitano.13 Para mostrar las diferentes posiciones que asume la hibridación en la teoría poscolonial, Nikos Papastergiadis se refiere, por su parte, a dos niveles:

11 "... el archivo es como el estudio de Borges, representa la escritura, la literatura, una acumulación de textos que no es una mera pila, sino un arche, una memoria implacable que desarticula las ficciones del mito, la literatura e incluso de la historia". Roberto González Echevarría, M ito y archivo. Una teoría de la narrativa latinoamericana,México, Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 52.12 Para una discusión más completa de la genealogía del término Cfr. Robert J. C. Young, Colonial Desire. H ybridity in Theory, Culture and Race, London-New York, Routledge, 1995; Nikos Papastergiadis, “Tracing Hybridity in Theory”, en The Turbulence o f Migration, Cambridge, UK/ Walden, MA, Polity Press/Blackwell Publishers Inc., 2000, pp. 168-195.13 Homi Bhabha, The Location o f Culture, New York, Routledge; Stuart Hall et a i (eds.), Culture, Media, Language, London, Hutchinson, 1980; Stuart Hall, The Hard Road to Renewal, London, Verso, 1988; Gayatri Chakravorty Spivak, In Other Worlds: Essays in Cultural Politics, New York, Methuen, 1987; The Post/Colonial Critic. Interviews Strategies, Dialogues, Sarah Harasym (ed.), New York/London, Routledge, 1990.

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(...) al proceso constante de diferenciación e intercambio entre el centro y la periferia y entre diferentes periferias, y a la vez sirve como metáfora de la forma de identidad que se está produciendo desde estas conjunciones. 14

En realidad, el tema del libro de Garda Canclini fue la cuestión de la modernidad latinoamericana, entendida como multiplicidad temporal, y la problemática de cómo entrar (y salir) de ella. Esta cartografía planteaba entonces la dinámica de las fronteras culturales como trabajo de antropología cultural sobre las invenciones e intervenciones estéticas y ciudadanas en la frontera Tijuana-San Diego, que ha sido de mucho interés en términos de apropiaciones mutuas. Puede decirse entonces que en el contexto latinoamericano la cultural fue el tópico de mediados de los ochenta, que al llegar a los noventa se acercó necesariamente a la discusión internacional de hibridación, aunque el libro de García Canclini inicialmente sólo se refería al término en el título y en una nota a pie de página. En ese momento fue una categoría descriptiva subsidiaria del paradigma de la heterogeneidad cultural, una de las varias formas metafóricas de la reinvención de la cultura latinoamericana.

La resonancia internacional alcanzada por el libro de García Canclini en el momento de su aparición, dio lugar al conjunto de materiales recogidos en la revista inglesa Travesía. Journal o f Cultural Studies en el número 2 de 1992. Ese debate, traducido al español para este volumen, incluye las reflexiones críticas de destacados latinoamericanistas procedentes de distintas disciplinas y tradiciones como Mirko Lauer, Jean Franco, John Kraniauskas, Gerald Martin y Jesús Martin- Barbero. Es un ejemplo de cómo se disemina, se amplía y se reinventa el proceso de reflexión crítica.

Más recientemente, para Alberto Moreiras el concepto de hibridación responde al consenso dentro de los estudios culturales que se forma en tomo al rechazo de las esencializaciones étnicas ya sean simbólico-literarias o histórico-descriptivas, lo que indica la existencia de un debate entre aquellos que ponen el acento en las políticas de representación, o los que prefieren hablar de resistencia subalterna.15 En el número dedicado al pensamiento de Cornejo Polar en 1999 por la Revista de critica literaria latinoamericana, Neil Larsen hizo un buen resumen del uso canclinista del término en relación con su genealogía latinoamericana, en un texto de su artículo “Hacia un segundo historicismo”, que vale la pena citar en su totalidad:

La hibridez funciona, como principio ético o simplemente “crítico”, sólo en relación negativa con un principio de “pureza” u homogeneidad. En el caso, digamos, de un nacionalismo cultural fondado en un mito de “pureza” racial, la insistencia en lo “híbrido” de la cultura tiene un valor crítico obvio. Pero lo culturalmente “híbrido” en relación a una “pureza” menos ideológica o hegemónica -tratándose, por ejemplo, de la protección de los derechos lingüísticos de una minoría étnica- se vuelve un principio básicamente ambiguo. Y con relación a la homogeneidad como propiedad económica -e.g., un alto grado de igualdad en la distribución de la riqueza- la hibridez ya se convierte en un principio totalmente inútil, si no sofista. He aquí las limitaciones de una inmanencia

14 Nikos Papastergiadis, op. cit., p. 90.15 Alberto Moreiras, "Hybridity and Double Consciousness”, en Cultural Studies, 13-14, 1999.

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textual siempre que el objeto de la crítica no se limite él mismo a una forma de identidad abstracta y sincrónica. (En este respecto me parece que Cornejo se equivocó, aunque de buena voluntad, al acusar en la “metáfora” de la hibridez la importación de un ideologema biológico y al valorizar en esa misma metáfora -contrapuesta a la del “mestizaje”- una mayor precisión histórica.) En su uso candinista, por lo menos, la hibridez sólo viste de biologismo a un ideologema textualista, e igual que el mestizaje, carece de cualquier valor crítico-histórico más allá de un simple descriptivismo empírico-cultural.16

Críticas tan matizadas o tan acerbas son signo inequívoco de la capacidad de generar discurso de disenso político a partir de las teorizaciones de García Canclini, y de que el debate sobre hibridación sigue abierto.

El segundo debate que se presenta en esta recopilación se da en tomo a “la no simultaneidad de lo simultáneo” -fórm ula que invierte la propuesta de Ernst Bloch en los años treinta sobre la posi­ble lectura simultánea de modernidad y nazismo- en el libro publicado por Carlos Rincón en 1995, y que obliga a efectuar una operación de giro o de descentramiento semántico. Si el mapa de las “culturas híbridas” parecía referirse todavía a la simultaneidad compleja de temporalidades que servía para comprender la modernidad, la “no simultaneidad” se refiere más bien a categorías que implican ante todo los reordenamientos espaciales de la globalización.

Una de las dificultades que tuvo la discusión de la posmodernidad en América Latina se debió en parte al apego, vía la teoría de la dependencia, al argumento de Habermas sobre la necesidad de completar el proyecto incompleto de la modernidad europea:

El inacabado proyecto de la modernidad no puede entonces separarse tan nítida y limpiamente de la razón que inspira la modernización como pretende Habermas (El discurso filosófico, p. 13 y ss). De ahí que su crisis comporte para la periferia elementos liberadores. Así la posibilidad de afirmar la “no simultaneidad de lo simultáneo” (Rincón)-la existencia de destiempos con la modernidad que no son pura anacronía sino residuos (en el sentido que esa noción tiene para R. Williams en Marxismo y literatura, p. 144) no integrados de otra economía- que al trastornar el orden secuencial del progreso modernizador libera nuestra relación con el pasado, con nuestros diferentes pasados, haciendo del espacio el lugar donde se entrecruzan diversos tiempos históricos y permitiéndonos así recombinar las memorias y reapropiarnos creativamente de una descentrada modernidad.17

El texto de Rincón descentra la discusión sobre el posmodernismo que se dio (o no se dio) al interior del debate latinoamericano, introduciendo dos registros para definir el concepto, uno tipológico y otro de época.

16 Neil Larsen, “Hacia un segundo historicismo”, en Revista de crítica literaria latinoamericana, 50, 1999, p. 89.17 Jesús Martín-Barbero, “Globalización y multiculturalidad: notas para una agenda de investigación”, en Mabel Morafia (ed.), Nuevas perspectivas desde América Latina, op. cit., p. 22.

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Visto en este contexto, puede apreciarse en la discusión de Rincón un planteamiento que intenta dar una respuesta a la problemática de la globalización (una cartografía) y, al mismo tiempo, en el momento en que descentra la posmodernidad, introduce los temas del debate poscolonial en la reflexión latinoamericana. Mientras que la modernidad apareció como una compleja organización de las coordenadas temporales y espaciales, las llamadas transformaciones posmodemas implicaron entonces una reordenación del espacio (derrumbe de distancias y fronteras), con un incremento de la simultaneidad y de la sincronía global.

Lo que interesa de “la no simultaneidad” son las turbulencias, las velocidades que se precipitan al introducir en las simultaneidades y las sincronías incrementadas en la diferencia espacial, donde en el traslape de tiempos históricos se (re)definen las identidades. Basta preguntarse, como lo sugiere Leonel Delgado Aburto en el artículo que aquí se incluye, cuál podrá ser la simultaneidad de una América Latina integrada con Norteamérica en 2009. Desde aquí la pregunta del poema “A Roosevelt”, del modernista Rubén Darío, adquiere un giro irónico, cuando ya treinta millones de habitantes de Estados Unidos hablan castellano. Delgado Aburto y Luis Fayad ubicaron en situaciones regionales y de campo artístico los planteamientos de Rincón. Los comparatistas Raymond Borgmeister y Ellen Spielmann los situaron en el debate global y en el proceso de cambio de paradigmas de los estudios sobre lo literario-cultural y social latinoamericanos.

La lectura de textos que hace Carlos Rincón muestra, por su parte, el proceso de escritura y de reelaboración de la memoria como una práctica que rearticula la historia entre las culturas. Uno de los procedimientos escritúrales que le interesa deconstruir es el de la reescritura, que diferencia del pastiche. ¿Qué mecanismos de diseminación pueden entonces desatar la reescritura y cómo se relaciona con la historia y la memoria? Es posible que la mejor definición de la articulación de este conjunto de procedimientos sea la de Alfonso de Toro:

El término recordar, el primero en la actividad de “reescribir”, se puede entender como el intento de apoderarse del pasado para elaborar y superar el estado colonial. Es importante tener en cuenta que la elaboración es libre, no tiene primeramente una finalidad, se libra a la asociación de un estado altamente receptivo, se encuentra en un estado momentáneo de desorden. Describe algo que no se alcanza a comprender, lo único que se sabe con certeza es que se refiere al pasado. El pasado se deconstruye y no se elimina. No se trata de recuperar, de emplear partes del pasado, sino de elaborar, reelaborar ciertos proyectos que el colonialismo y el neo-colonialismo reclamaban como suyos, por ejemplo, la emancipación de los colonizados a través de premisas de los colonizadores y sin un diálogo. “Reescribir” el colonialismo significa haberlo “digerido” de tal modo que desaparece como categoría determinante y abre una proyección al futuro haciendo posible el presente.18

'• Alfonso de Toro, “La postcolonialidad en Latinoamérica en la era de la globalización: ¿cambio de paradigma en el pensamiento teórico-cultural latinoamericano?”, en Alfonso de Toro y Fernando de Toro (eds.). El debate de la postcolonialidad en Latinoamérica. Una modernidad periférica o cambio de paradigma en el pensamiento latinoame­ricano, Frankfurt am Main, Vervucrt, 5, 1999, p. 34.

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El tercer debate del que nos ocupamos es provocado por las nociones de “modernidad periférica” y por el posterior trazo de “escenas de la vida posmoderna” que propone Beatriz Sarlo, a partir de un momento de crisis en que experimentó la necesidad imperiosa e inaplazable de cambiar sus formas de práctica y de fundamentación de la actividad crítica. Al examinar la historia cultural argentina de los años veinte y treinta, a Beatriz Sarlo le apasionó el impacto de la modernidad en los procesos de masificación de las clases populares, fenómeno que sucedió a las formas de la primera modernidad en dirección centro-periferia. A esta segunda modernidad la llama, “modernidad periférica”. Las “escenas posmodernas” son la continuación de esta modernidad, ahora bajo condiciones de transnacionalización, computarización y audiovisualidad electrónica que tienen lugar en espacios que hoy día se identifican con las dinámicas urbanas espectacularizadas, como son los shopping malls o las necesidades estéticas fabricadas por la televisión y las industrias de consumo.

Pero lo interesante de este proceso de producción del pensamiento crítico de Beatriz Sarlo es su capacidad de inventarse un lugar de legitimación simbólica a partir de la vivencia de su propia crisis como intelectual, en un momento reciente de la historia argentina durante el periodo de dictadura cuando el acceso a la universidad estuvo vedado para los intelectuales. Tales escenarios influyen en la creación de una nueva figura de lo público que obliga a los intelectuales a salir de sus nichos académicos y a desarrollar nuevas destrezas comunicativas con una audiencia más heterogénea. Beatriz Sarlo encarna su propia modelación intelectual en un performance en el que ostenta su capacidad de permanente reinvención y de respuesta ágil, en situaciones de reto intelectual. En las palabras de Hugo Machín, Sarlo desmitifica la actitud de los intelectuales de la década del setenta cuando “revisa su pasado intelectual sólo para afirmar lo que es evidente: que, en los ochenta, la creencia intelectual voluntarista fue desplazada por otra simbólico-democrática”.19

Entre los materiales relativos a las posiciones de Beatriz Sarlo se ha incluido, al lado del ensayo de Patricia D ’Allemand, un primer documento de gran expresividad y representatividad de su estilo intelectual. Se trata de su conferencia y la discusión que coordinó Jorge Ruffinelli en Stanford University en 1990.

Inquisiciones del futuroEl debate sobre los discursos teórico-culturales que se documenta en este volumen puede

mostrar algunos de los procesos que ha tenido la reflexión en América Latina a fines del milenio, para generar un cambio de paradigmas que posibilita la apropiación de una operación racional “transversal en un diálogo paritario con la academia internacional.

El debate filosófico acerca de los límites de la razón dualista fue resuelto en un nuevo horizonte por los nuevos cartógrafos en dialogicidad con teorías europeas y norteamericanas como el régimen del simulacro de Baudrillard, la “diferancia” de Derrida, la desterritorialización de Deleuze y Guattari, la no-univocidad de las reglas de Eco, la lógica cultural del capitalismo tardío de Jameson, la

19 Hugo Machín, “Intérpretes culturales y democracia simbólica”, en Mabel Moraña (ed.), Nuevas perspectivas desde América Latina, op. cit„ 2000, p. 341.

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comunidad imaginaria de Anderson, la crisis de los esquemas finalistas legitimadores de Lyotard, la relación poder-saber de Foucault. Esta interacción permite a su vez, para todas las panes, apropiarse de la cultura por fuera de las fronteras políticas y nacionales. Lo que interesa de este debate filosófico es el concepto de “razón transversal” propuesto por Wolfgang Welsch desde 1987,20 y que más recientemente precisaba así:

Esto no significa, naturalmente, que la razón transversal no tenga ningún tipo de estructura ya que ésta carecería de forma y no podría operar y por consecuencia sería inexistente. Sólo que las estructuras de la razón transversal no constituyen principio.No representan un contenido determinado (...) sino son estrictamente formales.21

A propósito de la discusión sobre otra lógica de la razón, hay que señalar la resistente impermeabilidad latinoamericana ante los planteamientos del pragmatismo norteamericano como los relacionados con la idea de una razón expresiva.

Ahora bien, hasta ahora las compilaciones que conocemos sobre el debate de las culturas, su escrutinio y los estudios culturales en América Latina22 abren una pluralidad de enfoques para enfatizar la disparidad y las luchas internas de intérpretes y exegetas de la cultura latinoamericana de la globalidad quienes justifican el “deseo” de armar una argumentación “políticamente correcta”. En este sentido, el conocido ensayo de Fredric Jameson sobre el monumental volumen (788 páginas en cuarto) de 1992 de Lawrence Grossberg, Cary Nelson y Paula Treichler titulado Cultural Studies,7* se refiere al debate en términos de dos posibles escenarios: el deseo o la utopía,

No obstante el conflicto [sobre el acto de consumo y la mercancía], la alienación, la reificación o lo que solía llamarse lo inautêntico, deben recibir lo que es debido: nada interesante es posible sin la negatividad; error, ideología o falsa conciencia son también hechos objetivos que la verdad tiene que reconocer (...)

20 A la “Transversale Vernunft” está dedicado todo el capítulo XI (pp. 295-318) de su libro Unsere postmodeme Moderne, Weinheim, VCH, Acta Humaniora, 1987.21 Wolfgang Welsch, Vernunft. D ie zeitgenössische Vernunfskritik und das Konzept der transversalen Vernunft, Frankfurt am Main, 1997, p. 764.22 Se ha hecho referencia al texto que edita Mabel Morafia. También se ha consultado la compilación de Beatriz González Stephan, Cultura y Tercer Mundo, Vol. 1, Cambios en el saber académico; Vol. 2, Nuevas identidades y ciudadanías, Caracas, Editorial Nueva Sociedad, 1996; y la de Josefina Ludmer, Las culturas de fin de siglo en América Latina, Buenos Aires, Beatriz Viterbo (ed.), 1994. El Reader de John Beverley, José Oviedo y Michael Aronna (comp.), The Postmodernism Debate in Latin America, Durham-Londres, Duke University Press, 1995, no alcanzó divulgación latinoamericana, por obstáculos de idioma. Mucho menor todavía ha sido, por motivos semejantes, la circulación del volumen de Birgit Scharlau (comp.), Lateinamerika denken. Kulturtheoritiscbe Grenzgänge Zwishen Moderne und Postmodeme, Thübingen, Gunter Narr Verlag, 1994, comparable al volumen de Morafia de 2000. En medios académicos y culturales de Francia, la discusión teórica cultural latinoamericana sigue siendo ignorada hasta hoy, con la excepción de los trabajos de Serge Gruzsinski, quien vivió más de diez años en México.23 Lawrence Grossberg, Cary Nelson y Paula Treichler, “Cultural Studies: An Introduction", en C. Nelson, P. A

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Más allá de esto está la Utopía, también operando secretamente en muchos lugares de estas páginas, donde han de encontrarse las formas más oscuras de la alegría y la celebración narcisista del grupo (...)24

Como este volumen abre con las preguntas acerca de cómo se dio un cambio de discursos que hoy es un hecho, al llegar al final no queremos cerrar, sin dejar abierta la posibilidad de continuar el debate en sus formas más productivas. Además de las documentaciones sobre los tres debates que se han reconstruido, cada sección incluye dos textos seleccionados dentro de la producción más reciente de los respectivos autores discutidos. Son ejemplos de “qué significa pensar” en una proyección futura a partir de colocarse más allá del point o f no return después de que ha sido posible hacer un balance de los debates. Una primera preocupación en la que se presentan coincidencias es la problemática de la redefinición de las relaciones entre América Latina y Estados Unidos planteada por el final de la guerra fría, el establecimiento del Tratado de Libre Comercio, y el nuevo desafío de los movimientos migratorios que han cambiado la composición demográfica norteamericana. Estados Unidos tiene una población latina de treinta millones o más -m ayor que la población de algunos países latinoamericanos como Venezuela, Perú y Argentina-, y en los próximos años constituirá la mayor “minoría” en el país. A este fenómeno se debe agregar además la tesis de Joseph S. Nye Jr., mencionada por Rincón en su libro, pues modifica la comprensión de la situación: “el problema del poder en los Estados Unidos en el siglo XXI no es el de nuevos desafíos de hegemonía sino los nuevos desafíos de la interdependencia transnacional”.25

Para tratar la cuestión, Néstor García Canclini aborda la producción de imágenes hibridizadas -el caballo de Troya con dos cabezas en la frontera Tijuana-San Diego es su mejor emblema- en el campo de las artes plásticas. Carlos Rincón se centra en la reescritura de Foundational Fictions realizadas por novelistas latinoamericanos, utilizando el término de Doris Sommer en su libro sobre las novelas de fundación republicana en Latinoamérica, para historizar este procedimiento en sus articulaciones internacionales contemporáneas. Su trabajo enfoca en particular el caso de la reescritura de The Scarlet Letter, el romance fundacional del imaginario nacional de Estados Unidos, por Del amor y otros demonios.

En segundo término, la cuestión del “desafío de los estudios culturales” -según la fórmula de Mabel Moraña en el título de su recopilación varias veces citada- surge como interés en el artículo de García Canclini, “El malestar en los estudios culturales”, y en el ensayo de Rincón, “Metáforas y estudios culturales”, aunque desde dos posiciones diferentes. García Canclini se devuelve a la nostalgia sobre los datos duros de las ciencias sociales, mientras que Rincón encuentra en las metáforas las figuras de un método transversal. Por su parte, Beatriz Sarlo asume el desafío de manera indirecta, discutiendo las tesis de Óscar Landi sobre la televisión y, sobre todo, con planteamientos acerca del valor estético. A este respecto debe tomarse en cuenta que las perspectivas que transforman y expanden las agendas para explorar las problemáticas de valor y de los actos de evaluación que no tenían solución con las herramientas conceptuales tradicionales, surgen en la

Treichler y Grossberg (eds.), Cultural Studies, New York, London, Routledge, 1992.24 Fredric Jameson, “Sobre los estudios culturales”, en Beatriz González Stephan (comp.) op. cit., p. 232. n Joseph S. Nye Jr. Bom to Lead: The Changing Nature o f American Power, New York, Basic, 1991, p. 260.

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intersección entre la teoría de la crítica y el trabajo en filosofía, estudios culturales, políticos y sociales. Según ha señalado Gayatri Chakravorty Spivak:

La “forma total o extendida del valor” donde “la serie de (las) representaciones de valor nunca llega a su fin”, un “mosaico manchado de expresiones disparatadas e inconexas” en las que la infinita serie de expresiones son todas diferentes entre sí y donde “la totalidad no es una forma singular o unificada de la apariencia”, es lo que Foucault o Deleuze, o de manera expresa Gayle Rubin escogen como su campo de análisis. 26

Para captar el clima y las estrategias de la discusión que ha surgido en torno a los estudios culturales se incluyen los últimos materiales de Beatriz Sarlo, tanto su ponencia “Los estudios culturales y la crítica literaria en la encrucijada valorativa”, como el intercambio de opiniones con el crítico brasileño Roberto Schwarz y la discusión posterior bajo el título “Literatura y valor”. En la sesión coordinada por John Kraniauskas, en el aula máxima de la Universidad Federal de Santa Catarina en Florianópolis (agosto de 1998, Congreso de la Associação Brasileira de Literatura Comparada) hubo interpelaciones mucho más agresivas que las de Stanford. Las posiciones de Sarlo en la ponencia siguen aferradas a la idea de que el valor es intrínseco a los textos y se mide con relación a su densidad. Esto presupone que el valor se hace depender todavía de personas de calificación cierta (los críticos especializados, la escuela), supuestamente dotadas de una sensibilidad literaria aguda al igual que liberadas de intereses personales. Pero el sentido del valor como una serie abierta a una permanente revaluación, como lo describe Gayatri Chakravorty Spivak en el texto citado, se recupera en la performance de Beatriz Sarlo. En la transcripción de esta segunda discusión se ve a Beatriz Sarlo como una intelectual en el acto de pensar, discurrir, replicar con su dominio del escenario, su capacidad de contraataque y provocación, la amplitud de sus referencias y alusiones, su savoirfaire ante un auditorio que la interpela poniendo en cuestión sus preferencias estéticas vanguardistas hoy comunes entre públicos muy amplios. El desafío final es llevarla a hablar del cine de Hollywood o de películas latinoamericanas “vulgares”. La pregunta por el valor estético, en la forma como la plantea Sarlo, estaría relativizada por los cien millones de espectadores que miran diariamente en toda Latinoamérica y Estados Unidos “El show de Cristina”. Para volver a la literatura y al papel de los críticos, el comentario de Manuel Vázquez M ontalbán durante una conversación en 1999 con el editor de La Ojarasca, Hermann Bellinghausen en México, nos pone frente a la pregunta concreta por el valor hoy:

Tal vez los gurus estén en decadencia porque el gusto lo crea un nuevo sujeto, el público dotado de criterio (...) No hay que confundirlo con el mercado. El público que sabe tanto como el crítico y el escritor y está en condiciones de descodificar tanto como puede estarlo el crítico. Normalmente el crítico profesional se radicaliza y se convierte

26 Gayatri Chakravorty Spivak, “Poststructuralism, Marginality, Post-coloniality and Value”, en Peter Collier y Helga Geycr-Ryan (eds.), Literary Theory Today, Ithaca, Cornell University Press, 1990, p. 238-239.

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en un dogmático y en un sectario de los valores que ha seleccionado, de su propio canon. 27

Para los jóvenes, dejamos estas cartografías abiertas, una vez culminado el balance general que propuso Antonio Cornejo Polar, animado por el debate acerca de una teoría de la literatura latinoamericana, para unirlo con las discusiones de los noventa, ya que sólo ha tenido una divulgación amplia en 1999. Las tesis propuestas por Javier Vilaltella sirven de cierre provisional y de puente para el segundo volumen de cartografías culturales en debate.

¿Será posible que no tengamos que repetir las teatrales polarizaciones que ya reaparecen en los procesos de institucionalización, cuando podemos encontrar otras preguntas a partir de las nuevas formas de preguntar para poder pensar un horizonte plural? ¿Cuáles serán los medios, las cartografías, las formas de pensar el cambio? ¿Cómo se articulará el mundo? ¿Cuáles serán los valores acerca de la vida en las nuevas velocidades de la cultura?

Conversaciones con Arcadio Díaz Quiñónez, Walter Mignolo, Juan Duchesne, Juan Gelpí, Aurea María Sotomayor, Carmen Millán, Santiago Castro-Gómez y Hans Ulrich Gumbrecht dieron impulsos decisivos a este libro.

Mis agradecimientos a todas las personas que contribuyeron a la realización de este proyecto. A William Rowe quien nos permitió publicar y traducir el debate sobre culturas híbridas en Travesía. A Gerald Martin por la revisión de la versión al castellano de su artículo. Cristina Soto de Cornejo tuvo una deferencia particular en su apoyo con material. Estela Sarmiento e Ina Jennerjahn colaboraron en la consecución de textos. La investigación fue iniciada en la Biblioteca Luis Angel Arango del Banco de la República en Santafé de Bogotá, cuyo personal atendió mis pedidos y solicitudes. En Berlín, la generosa atención del señor Uhlandt me permitió conocer y consultar la biblioteca del Ibero-Amerikanisches Institut, cuya colección sobre América Latina es la más grande y completa de toda Europa, y los encargados de préstamos y servicios también me ayudaron a reunir materiales. Enrique Velasco sistematizó el manuscrito. A O laf Gaudig y Peter Veit, mis editores, debe este volumen su forma final. A todos ellos manifiesto mi profunda gratitud. Las revisiones finales de Mapas culturales para América Latina. Culturas híbridas-no simultaneidad- modernidadperiférica se llevaron a buen término gracias a una permanencia como investigadora invitada en Alemania por el Zentral-Institut Lateinamerika de la Freie Universität de Berlin, a través del convenio entre el Servicio Alemán para el Intercambio Académico (DAAD) y el Instituto Colombiano para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología (Colciencias).

Berlín, junio de 2000

>27 Manuel Vázquez Montalbán, Marcos, el Señor de los espejos, México, D. F., Aguilar, Altea, Taurus, AlfaguaraS.A. de C. L., 1999, p. 224.

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Latinoamérica y sus nuevos discursos:discurso poscolonial, diásporas intelectuales y enunciación fronteriza

Román de la Campa

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El nómada habita esos lugares; permanece en ellos y los hace crecer, ya que se ha constatado que el nómada crea el desierto

en la misma medida en que el desierto lo crea a él El nómada es un vector de desterritorialización.

Gilles Deleuze y Felix Guattari

Introducción

Este trabajo se propone examinar la producción de discursos críticos en tomo a Latinoamérica, con énfasis particular en la confluencia actual de órdenes literarios, históricos y filosóficos1. Más concretamente, se trata de una reflexión sobre la llamada época posmodema y sus diversos proyectos latinoamericanistas: los discursos que los definen, su relación con el objeto de estudio y, sobre todo, la forma en que éstos articulan la noción de cultura o literatura latinoamericana en un momento marcado por las fases paralelas de globalización y neoliberalismo. Se encuentran ya, después de varias décadas de trabajo deconstructor y posmoderno, amplios proyectos de investigación de los cuales se desprende, a mi entender, toda una nueva serie de interrogantes y propuestas cruciales para la crítica latinoamericana contemporánea. Se trata de proyectos posteriores al paradigma de la posmodernidad inicial en su vertiente literaria estrecha -digamos en tom o al boom, el posboom y el neobarrocoy por citar tres instancias muy conocidas-, que ahora se dirige a un encuentro cultural más amplio, sin desechar los alcances anteriores.

Entre estos acercamientos se encuentran varias propuestas innovadoras: 1. la reformulación de la periodizadón colonial, integrando aportes teóricos que cuestionan los cortes espaciales y temporales

1 “Documentos de trabajo: Jornadas andinas de literatura latinoamericana’', en Revista de critica literaria latinoa­mericana, XX/40, Lima, 1994, pp. 363-374. Los cuatro trabajos corresponden a Rolena Adorno, Antonio Cornejo Polar, Walter Mignolo, Martin Uenhard.

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acostumbrados junto con las exigencias del conocimiento historiogáfico (ver, por ejemplo, la obra de Rolena Adorno y el libro Plotting Women de Jean Franco2); 2. abordaje de la oralidad latinoamericana desde su compleja y enriquecedora relación con la producción de literatura alternativa, al igual que sus modos de transmisión cultural y memoria colectiva, el contexto de la tradición escriturai de Occidente, y la nueva oralidad massmediática (ver las investigaciones de Martin Lienhard); 3. reflexión más profunda de los dispositivos epistemológicos de la cultura latinoamericana que giran en torno a la transculturación, la hibridez y la heterogeneidad, reconociendo que toda síntesis explicativa menoscaba la paradójica pluralidad de los discursos que informan esa cultura en un momento dado (ver las propuestas más recientes de Antonio Cornejo Polar); 4. examen de la semiosis de producción crítica como red de instancias enunciativas que conllevan tanto objetividad como subjetividad, constituyendo así un marco posmoderno más autocrítico de posiciones, epistemas, disciplinas y otras formas de estudiar o articular la crítica literaria (ver, por ejemplo, el proyecto poscolonial de Walter Mignolo); 5. examen de la cultura latinoamericana posmoderna en su etapa ya más definida por los conflictos y las posibilidades de la globalización (trabajos recientes de Néstor García Canclini y Beatriz Sarlo).

No pretendo hacer aquí un resumen de cada uno de estos proyectos, sino deslindar ciertos vínculos importantes que espero explorar brevemente en este ensayo. En línea con mis propios proyectos, intereses y dudas más recientes, demarcados por los temas de posmodernidad, poscolonialismo y transculturación, mis observaciones remiten más a los proyectos de Mignolo, Cornejo Polar, García Canclini y Sarlo, pero importa percatarse de que la periodización colonial y la oralidad son igualmente aspectos constitutivos de cualquier acercamiento a los estudios culturales latinoamericanos.3 La proliferación de discursos críticos de los últimos treinta años, bien sabido lo es, coincide con el periodo en que la literatura latinoamericana cobra un valor paradigmático para la literatura mundial. Importa, por ello, deslindar un poco más ese desarrollo aparentemente simultáneo que ha llevado a muchos a pensar en la literatura latinoamericana como la quintaesencia de la posmodernidad y la diferencia4.

Hay, claro está, aspeaos menos celebrados de gran importancia para el intelectual contemporáneo dedicado a la cultura latinoamericana, particularmente los que trabajamos en universidades y centros de investigaciones norteamericanos. Me refiero al régimen de limitaciones que impera en una gran mayoría de los medios intelectuales de América Latina. Se globaliza el estudio de lo latinoamericano, se integran sus textos principales al canon occidental, pero disminuyen o desaparecen las posibilidades de investigación para muchos intelectuales en Latinoamérica. La mayoría de los cargos académicos actuales apenas permiten subsistir, y la investigación remunerada es más bien un lujo de pocos que no llega a muchos jóvenes talentosos y dedicados. La intelectualidad latinoamericana descubre, tarde o temprano, que las condiciones necesarias para la crítica literaria y cultural se obtienen primordialmente mediante becas y puestos en el exterior. Es una historia

2 Jean Franco, Plotting Women, New York, Columbia Universiry Press, 1989.3 Ver particularmente, Román de la Campa, “Hibridez posmoderna y transculturación: políticas de montaje en torno a Latinoamérica”, en Hispamérica, XXII1/69, 1994.* Ver, por ejemplo, la propuesta de Antonio Bcnítez-Rojo en La Isla que se repite. E l Caribe y la perspectiva postnoderna, Hanover, Ediciones del Norte, 1989.

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conocida y en general desatendida por los presupuestos de integración al capitalismo mundial que anuncia el neoliberalismo y la globalización -condición que se ha agravado en la última década- la cual corresponde también al surgimiento a veces hegemónico de lecturas posmodernas sobre la his­toria y la cultura latinoamericana.

Vale pues una distinción más cuidadosa de los parámetros que rigen la producción y recepción de discursos “pos” en torno a Latinoamérica. Textos muy recientes de Beatriz Sarlo (Escenas de la vida posmodema), Carlos Rincón (La no simultaneidad de lo simultáneo) y Néstor García Canclini (Consumidoresy ciudadanos), entre otros, apuntan ya hacia un nuevo rigor más abarcador, tanto en términos de los estudios culturales (literatura y medios masivos) como en su relación con el nuevo horizonte multidisciplinario del marketingglobalizante en el cual la estética, la política y la economía se vuelven espacios inseparables.5 La posmodernidad se ha prestado mucho más al debate cultural y político en América Latina, mientras que en Estados Unidos lo posmoderno ha permanecido mucho más cercano a las disciplinas crítico-literarias y el pensamiento posestructuralista, ambos parte integral de los espacios de relativa autonomía que el sistema universitario norteamericano hereda de la gran tradición humanista. Han quedado así desatendidos muchos valiosos aportes a la posmodernidad que aparecen en América Latina desde hace más de una década, entre ellos las tempranas investigaciones auspiciadas por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (C lacso), las cuales proveen todavía un horizonte enriquecedor de la problemática posmoderna en muchos campos de estudios latinoamericanos. Cultura política y democratización, por ejemplo, sigue siendo una colección valiosa6.

Estos aportes comienzan a diseminarse en inglés a mediados de los noventa, veinte años después del apogeo deconstructor literario inspirado en las obras de Barthes, De Man y Derrida, que solía enmarcar muchas propuestas posmodernas. La antología Postmodern Debate in Latin America editada por John Beverley y José Oviedo en 1993-y ampliada en 1995— rescata la importancia de estas fuentes para un diálogo hasta ahora ausente.7 En esos tomos surge traducido al inglés, en algunos casos por primera vez, el pensamiento crítico de Norbert Lechner, Néstor García Canclini, Raquel Olea, Martin Hopenhaym, Nelly Richard, Enrique Dussel y otros interlocutores de la cultura latinoamericana contemporánea. Y aún después de este primer asomo, estas fuentes permanecen fuera del marco referencial de un latinoamericanismo literario cada vez más proliferante y abarcador.8 Igualmente debe añadirse que el pensamiento crítico brasileño, el cual cuenta con la

5 Néstor García Canclini, Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización, México, Grijalbo, 1995. Carlos Rincón, La no simultaneidad de lo simultáneo. Postmodernidad, globalización y cultura en América Latina, Bogotá, Editorial Universidad Nacional, 1995; Beatriz Sarlo, Escenas de la vida posmodema, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1994.6 Cultura política y democratización, Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 1987.7 La primera edición correspondió a un número especial de boundary 2, luego apareció como libro por Duke University Press, 1995.* Véase por ejemplo la reciente antología Latin American: Identity and Constructions o f Difference, Amaryll Chanady (eds.), en Hispanic Issues, 10, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1994. El ensayo introductorio de Chanady, “Latin American Imagined Com munities and the Postmodern Challenge", sostiene que la posmodernidad derridiana es un nuevo horizonte de desafíos (sin limitaciones) que la crítica latinoamericana no ha explorado.

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presencia de figuras como Roberto Schwarz y Silviano Santiago, tampoco ha sido ampliamente reconocido en este terreno. En conjunto, más que un olvido se trata de un desencuentro fundamental entre diversos modos de hacer y vivir la posmodernidad latinoamericana.

No sería una exageración decir que la crítica literaria y el mercado de diseminación en lengua inglesa del pensamiento literario-posmodemo han sido, y siguen siendo, los códigos predominantes del discurso sobre la posmodernidad en general, y sobre la literatura latinoamericana en particular. “Existen diferentes comunidades narrativas c interpretativas, tradiciones disciplinarias distintas”, advierte Carlos Rincón, en donde resulta decisivo el peso de las instituciones de producción del saber9. Las cuatro quintas partes de las revistas del mundo donde se trata la literatura latinoamericana se publican en Estados Unidos. Habría que abordar entonces esta anomalía: ¿cómo se produce una crítica literaria tan dispuesta a pronunciarse sobre la epistemología y su impacto en la historia cultural latinoamericana de nuestros días, partiendo solamente de escasas muestras literarias o filosóficas, y sin acoplar las manifestaciones más contemporáneas de la correspondiente zona cultural en particular?10

Problematizar este paradigma ha sido labor de una minoría de críticos literarios ansiosos de ampliar el horizonte de la posmodernidad literaria latinoamericana, conscientes de que la versión que se tiende a generalizar en los centros de investigación norteamericanos merece una relación más dinámica entre cultura y literatura. La posmodernidad literaria, época posterior al N ew Criticism, la estilística y el estructuralismo, suele prometer pero no siempre exigir una profunda revisión del terreno privilegiado que solía otorgarse a lo literario. Hay, claro está, otra curiosa contradicción que muestra la dificultad de abrir espacios multidisciplinarios para un estadio amplio y dinámico de la cultura latinoamericana. El discurso científico social norteamericano ha mantenido, en términos generales, un escepticismo categórico hacia la posmodernidad que tampoco le permite someter a una atenta lectura los aportes latinoamericanos al tema. De hecho, el interesante debate sobre el poscolonialismo auspiciado por la organización de estudios latinoamericanos (LASA) en 1993 podría leerse más bien como una reflexión tardía, y quizá forzada, por la extensión de los presupuestos posmodemos humanísticos hacia el terreno de la periodización colonial. Importa notar que el debate dio paso, no obstante, a varias intervenciones valiosas sobre la periodización colonial, pero es ilustrativo que haya sido integrado exclusivamente por investigadores e investigadoras radicados en Estados Unidos, de los cuales sólo una se especializaba en materias no literarias.11

De este abreviado recuento puede deducirse que la cartografía del correlato latinoamericano responde a nuevas demarcaciones territoriales, aunque éstas no siempre se comuniquen entre sí. Lo que se entiende por América Latina ahora comprende comunidades de producción constante que no distinguen entre las diferencias de acceso a la enunciación de capital simbólico. Si se toma en cuenta la creciente población latinoamericana y su coeficiente de intelectuales, el desnivel entre la

9 Rincón, op. cit., p. 212.10 Una lectura aclara dora se encuentra en Posmodemidad en la periferia, Hermann Herlinghaus y Monika Walter (eds.), Berlin, Langer Verlag, 1994. Otra colección de ensayos importantes se encuentra en Teoría y política de la construcción de identidades y diferencias en América Latina y el Caribe, Daniel Matos (coordinador), Caracas, Unesco, Nueva Sociedad, 1994." “Commentary and Debate”, en Latin American Research Review, 28,3, 1993, pp. 120-134.

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multiplicidad de voces posibles y la escasez de voces posibilitadas tiende a crecer. Bien se entiende ya que cada disciplina configura el objeto de estudios según los confines de sus metadiscursos los cuales, a su vez, responden cada vez más al mercado de productos académicos universitarios. En Estados Unidos, esto también corresponde a un momento de gran fluidez migratoria en el hemisferio que le ha otorgado mucha más atención y prestigio a los discursos latinos, hispanos y latinoamericanistas producidos en los centros académicos europeos y norteamericanos. ¿Cómo distinguir pues entre las distintas formas de imaginar a Latinoamérica? ¿Es válido diferenciar entre los discursos producidos dentro, fuera o en la diáspora, sin caer en esquemas binarios reductores entre lo autóctono y lo foráneo? ¿Qué balance existe entre el influyente latinoamericanismo transnacional escrito usualmente en inglés, y el que se articula en español, portugués y otros idiomas con escasos recursos institucionales de investigación? ¿Cómo demarcar estas diferencias dentro de los contornos del mercado global de imágenes y discursos profesionales? Creo que en ese repliegue de silencios, desfases y posibilidades se encuentra una de las aporías principales de la cele­bración posmoderna en el terreno crítico literario.12 Creo también que a esa aporía remite la contradictoria condición de críticos pos (tanto modernos como coloniales), académicos fronterizos o, en nuestro caso, latinoamericanistas de intermedio, miembros de diásporas, o nómadas, que viajamos por el espacio cultural y geográfico vislumbrando infinitas posibilidades de releer un pasado que sentimos nuestro desde la lejanía.

El crítico Henry Louis Gates ha exclamado que definir el poscolonialismo equivale a un acto de “higiene epistemológica”.13 Con ello alude a las diversas formas de leer la obra de Franz Fanón hoy día. Creo que esto atañe más a la necesidad de distinguir lo que se entiende por posmodernismo a partir de un mercado académico y social de pulsiones globalizantes y neoliberales que afecta la morfología pos tanto o más que el rigor crítico o literario. Por ello quisiera reiterar, antes de ahondar más en la problemática actual de los estudios literarios latinoamericanos, que los nuevos discursos críticos han abierto un sinnúmero de posibilidades a los análisis textuales. Me refiero al panorama amplio que devino del formalismo ruso, el estructuralismo, la hermenéutica, el materialismo sui géneris de Walter Benjamin, la escuela de Frankfurt y la semiótica de la cultura, los cuales vienen afinándose desde finales de los años sesenta en torno a varias vertientes del pensamiento feminista, la semiosis barthesiana y la deconstrucción. Importa notar, sin embargo, que a partir de los ochenta, estos discursos pasan a una fase más complicada por un orden cultural que altera radicalmente la función del arte y la crítica académica. Empieza a palparse entonces un dcsencuentro cada vez más radical entre el posestructuralismo de vanguardia humanística y la posmodernidad propia, es decir, la sociedad radicalizada por el hipercapitalismo y los diseños neoliberales. La obra de Jameson, por ejemplo, gira hacia esta problemática después de la publicación de su Political Unconscious en 1981. La reflexión filosófica sobre el orden social posmoderno en sí se hace sentir también a partir de este momento, particularmente en la obra de Jean François Lyotard y Jean Baudrillard.

Ésta es una raigambre rica, contradictoria y altamente diversa que sigue nutriendo promociones de mujeres y hombres dedicados a la crítica, aunque ya no tanto en torno a la literatura sino a la

i: Walter Mignolo aborda esta problemática en su “Editors Introduction", en Poetics Today, 15, 14, Winter, 1994. Henry Louis Fater, “Critical Fanonism", en Critical Inquiry, 17, 1991, pp. 457-470.

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epistemología, o lo que prefiero llamar teoría epistética, es decir, un rejuego incierto entre la epistemología y la estética.14 Esto, a mi entender, constituye una profunda transformación de los estudios literarios en torno a lo que hoy se conoce, de forma generalizada e imprecisa por discursos posmodernos. Se trata de una praxis que debe buscar nuevas formas de legitimación en un mercado de discursos mucho menos dispuesto a subsidiar los estudios humanísticos, aunque a veces los añore. Desde allí la crítica lia tenido que volverse más profesional y aún más técnica en sus lenguajes de especialización, pero también ha sentido la necesidad (o la ansiedad) de abarcar mucho más territorio que antes, más allá de los textos literarios, hacia una discursividad que ciñe a las artes, las humanidades, las ciencias sociales, y a veces las mismas ciencias físicas ya que éstas dependen también de la representación verbal o discursiva. Sus temas actuales suelen ser, por tanto, profundamente abarcadores, aunque siempre desde presupuestos que encierran a los otros discursos dentro de esa búsqueda epistética. Impera en ellos una agenda de proyectos definidos por metas y proyectos de gran alcance: redefinir los campos de estudio, reorientar el modo en que se entiende el nacionalismo, o la sexualidad, reconceptualizar el sujeto de la metafísica occidental, explicar el error de la modernidad, teorizar el tercer mundo, es decir, dirigirse hacia el futuro humano como si se partiera de una tabula rasa armado de un metalenguaje inventivo, no obstante que los medios disponibles para ello —los discursos de la de-significación y la diferencia- se definen precisamente por la lejanía que mantienen ante cualquier estímulo de imaginar alternativas concretas.15 La creciente distancia entre la epistemología y las ciencias sociales encuentra un resumen esclarecido en la siguiente observación de Norbert Lcchner: “Si no lográramos desarrollar un nuevo horizonte de sentidos, la institucionalidad democrática quedaría sin arraigo: una cáscara vacía”.16

La posmodernidad en vivo

Es ya un lugar común reiterar que el devenir de los nuevos discursos teóricos en el terreno literario fluye, en su mayor parte, de la obra de Foucault, Derrida y Paul de Man, o que se nutre de relecturas de Nietzsche, Heidegger y Borges. Es también consabido, aunque algo más problemático, reconocer que ninguno de ellos corresponde o se identifica directamente con la determinación posmodema que Jameson, Lyotard, Baudrillard, Vattimo, De Certeau y otros filósofos observan en modos distintos, y a veces opuestos. Pero me interesa explorar el paradigma académico y el mercado de discursos que se ha generalizado a partir de todos ellos en conjunto, más allá del significado o la

14 Una maestra importante se encuentra en Do the Americas Have a Common Literature?, Gustavo Pérez Firmat (eds.), Durham, Duke University Press, 1990.15 En la crítica latinoamericanista de Estados Unidos, el ejemplo más comprometido con esta búsqueda quizá se encuentre en Djelal Kadir, The Other Writing, Postcolonial Essays in Latin America’s W riting Culture, West Lafayette: Purdue University Press, 1993. No obstante, estimo que la elaborada disposición estetizante del autor queda reducida a una reiteración constante de tensiones epistemológicas.16 “La democratización en el contexto de una cultura posmodema”, Norbert Lcchner, en Cultura política y democratización, op. cit., p. 259.

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proyección individual de cualquiera de estas figuras maestras.17 Para las nuevas promociones este paradigma permite una redefinición del intelectual contemporáneo que elimina o supera toda pretensión mesiánica o propensión a las totalizaciones ideológicas. Se alude así a una ontologia más errante dentro de la comunidad transnacional de discursos, a una autogestión intelectual definida por el escepticismo profundo hacia el espacio público y la fe incondicional en la performance escriturai. Es una praxis académica que puede parecer conformista a pesar de sus desafiantes propuestas en el orden conceptual: sus radicales interrogantes permanecen atrincherados en una duda perenne ya institucionalizada; guarda una distancia cuidadosa del terreno de la ética, la política y hasta la pedagogía, suponiendo que estos discursos han pasado, para siempre, al orden viciado de presupuestos totalizadores; su reencuentro con otras comunidades y nuevos discursos reconstituyentes de la sociedad civil quedan en un estado de suspenso, en espera de cambios gramatológicos que por su propia fuerza escriturai irían de adentro hacia afuera o desde abajo hacia arriba.

Esta sería una de las formas de abordar los rasgos generales del posmodernismo literario y filosófico el cual, debo insistir, se adhiere, quizá ahora más que nunca, a una apreciación todavía estctizante de las implicaciones sociológicas y políticas de la posmodemidad. Estimo, sin embargo, que la proliferación teórica que informa los discursos pos ha conducido a cierto desgaste semántico de los mismos. Por ello me parece mucho más esclarecedor e interesante subrayar sus bases concep­tuales de mayor alcance. Me refiero a la deconstrucción en su amplia acepción epistética, cuyo impacto se ha hecho sentir en casi todas las ramas de la crítica actual: literatura, cultura, filosofía y ciencias sociales. Las líneas específicas de su proceder son ya reconocibles: relecmras del pensamiento occidental auscultando el binarismo y otras aporías que sostienen los presupuestos estéticos e históricos de la tradición moderna; descalces de identidades sexuales, nacionales y de clase en torno a la crítica del sujeto íntegro y sus proyecciones en el Estado; volteo de las periodizaciones sostenidas por presupuestos de causalidad teleológica y estructural dando paso a la historicidad del epistema, la narratología, la discursividad y los medios visuales; desmonte de la definición desarrollista de la modernidad periférica o del tercer mundo, desentrañando los modos de subversión, resistencia y complicidad implícitos en la literatura y otros discursos neo o /^coloniales.

Este paradigma (tomando en cuenta algunas variantes) se ha acomodado en las comunidades discursivas más influyentes, entre ellas la norteamericana, la cual cuenta con muchas de las mejores universidades, revistas, fundaciones y casas editoriales. En el terreno de estudios literarios hispánicos y latinoamericanos los nuevos enfoques epistéticos se encuentran, y a veces chocan, con paradigmas previos de alto alcance; entre ellos la estilística, el estructuralismo, varios marxismos, teorías de la dependencia y algunos acercamientos más tradicionales de corte más positivista. Es importante, e interesante, notar que muchas de estas voces, tan disímiles entre sí, suelen coincidir en su achaque de que las teorias inspiradas por la deconstrucción, el posmodernismo u otros acercamientos análogos abandonan los valores históricos y literarios del humanismo. Es una reacción predecible en tanto que recoge, entre otras cosas, el lamento natural de cambios de guardia generacional, pero no logra diagnosticar claramente el síntoma central: la supervivencia académica de la crítica, tanto la moderna

17 La desmitificación de este legado ya encuentra varios estudios importantes que por otra parte no niegan su importancia. Ver por ejemplo, Roy Boyne, Foucault and Derrida, London, Unwin Hyman, 1990.

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como la posmoderna, ha quedado en jaque ante el desafío impuesto por laposmodemidaden vivo. El terreno anterior de las disciplinas críticas se repliega ahora en el espacio amorfo de una producción teórica que ha perdido su objeto de estudio. La videoculmra y la creciente industria de servicios han asumido una función altamente formativa para los sujetos del capitalismo global. Los estudios literarios y la misma universidad han quedado en tela de juicio como agentes principales de escolarización aún en los países más desarrollados.

El ajuste a la posmodemidad en vivo ha motivado múltiples redefiniciones de disciplinas y grandes debates sobre lo que implican estos cambios. Éste es un proceso necesariamente cauteloso y ambiguo, ya que la deconstrucción de la modernidad también depende del mismo sistema universitario que la tradición humanística añora y el neoliberalismo estima anacrónico.18 García Canclini pregunta: ¿qué función cumplen las industrias culturales que se ocupan no sólo de homogeneizar sino de trabajar simplificadamente con las diferencias, mientras las comunicaciones electrónicas, las migraciones y la globalización de los mercados complican más que en cualquier otro tiempo la coexistencia entre los pueblos?19 Hoy muchos programas de estudios literarios dan paso a programas de estudios culturales, intentando así integrar la videocultura a la formación universitaria y al quehacer de la investigación crítica. Lo mismo ocurre con el surgimiento de programas de estudios étnicos, estudios sobre la mujer, estudios sobre las sexualidades y otras manifestaciones dinámicas de la cultura contemporánea. Algunos textos recientes de Harold Bloom y Richard Rorty proveen una queja nostálgica ante estos cambios tan contradictorios para el humanismo occidental.20 Se trata de una disyuntiva ambivalente para la intelectualidad letrada, particularmente la literaria: la centralidad de su objeto de estudio ha cedido aún más, no obstante que al mismo tiempo se le ha otorgado un valor nuevo al orden escriturai en tanto archivo de polisemia y virtualidad autorrcfcrencial. Claro que esta redefmición permanece ceñida a la deconstrucción de órdenes que buscan un encuentro más directo en el terreno epistético que en el de la literatura o la cultura propia. En Estados Unidos y Canadá, por ejemplo, la formación actual de posgrados en el campo de literatura comparada requiere tanto o más conocimiento de fuentes filosóficas que literarias, y los críticos literarios más leídos han tenido que negociar o reformular su quehacer disciplinario dentro de este espacio híbrido. La obra de Edward W. Said, Fredric Jameson, Jean Franco, Julio Ortega y Linda Hutcheon, entre otros, constituye una muestra amplia de los debates y acercamientos correspondientes a esta problemática.

Creo que sólo a partir de un reconocimiento de estas tensiones y desencuentros se pueden abordar nuevas propuestas en las ciencias humanas, al igual que su relación con los estudios latinoamericanos. Antonio Cornejo Polar, por ejemplo, destaca la presencia de una “turbadora conflictividad” que nos urge “hacer incluso de la contradicción el objeto de nuestra disciplina, puede ser la tarea más urgente del pensamiento crítico latinoamericano”.21 Y entre las importantes

'* Ver el importante trabajo de Martin Hopenhaym, “Postmodernism and NeoliberaJism in Latin America", en Boundary 2, 20, 1993, pp. 93-109.19 Néstor García Canclini, Consumidores y ciudadanos, op. cit., p. 35.20 Harold Bloom, The Western Canon, New York, Harcourt Brace & Company, 1994; Richard Rorty, “Tales of Two Disciplines”, Callaloo, 17, 2, 1994.21 “Documentos de trabajo...", op. cit., p. 371.

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agendas que propone Walter Mignolo resalta una intrigante y quizá paradójica pregunta: ¿puede ser la crítica un instrumento de colonización y descolonización al mismo tiempo?22 Hay una búsqueda incierta pero profunda en estas preocupaciones. Responden a un momento de gran ambigüedad en cuanto a la función del intelectual que a su vez ofrece una amplitud virtual de posibilidades críticas. En su reciente libro Escenas de la vida posmodema, Beatriz Sarlo concluye con otra gran interrogación: “¿La crítica cultural sería, por fin, un discurso de intelectuales? Dificilmente haya demasiada competencia para apropiarse del lugar desde donde ese discurso pueda articularse. A diferencia del pasado, donde muchos querían hablar al Pueblo, a la Nación, a la Sociedad, pocos se desviven hoy por ganar esos interlocutores lejanos, ficcionales o desinteresados”.23

La expansión radical de la cultura massmediática, la caída del socialismo internacional, el resurgimiento del nacionalismo étnico-religioso, la reducción global de las poblaciones agrícolas, las crecientes olas migratorias y su impacto en las grandes ciudades, la imperante lógica del mercado y su correspondiente cultura electrónica, la creciente hegemonía del narcotráfico, todo ello constituye la faz social de una posmodernidad cada vez más radical y carente de discursos explicativos, pero también más real y palpable para todos los pueblos, incluso los del llamado primer mundo. Decir que desde finales de los ochenta la historia se ha vuelto más caótica, inconmensurable, o solamente asequible por la estética del simulacro televisivo quizá no sea más que una simplificación académica. La desterritorialización de sujetos propulsada por la guerrilla capitalista ha sido mucho más radical que la imaginada por el posmodernismo de la vanguardia crítica.24 No se trata de negar el refinamiento de estas lecturas, ni el alcance de sus planteamientos teóricos, sino de ajustarlos y rearticularlos ante la radicalidad del capitalismo actual. Durante los primeros meses del año 1996, la campaña electoral de Patrick Buchanan, candidato a la presidencia norteamericana por la facción ultraderechista del partido republicano, adquirió un auge inesperado por su oposición a los diseños de la economía global contra la clase trabajadora. Las milicias armadas contra los diseños globales del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional se encuentran hoy en Estados Unidos. Estamos, dice Sarlo, ante una ocasión no tan propicia para preguntar sobre el “qué hacer” sino sobre el “cómo armar una perspectiva para ver”.25

Digamos que el posmodernismo de inmanencia literaria y epistemológica que he intentado resumir aquí se ha complicado considerablemente con la expansión de la vida posmodema, la cual se ha hecho concretamente palpable, a su vez, con el advenimiento del neoliberalismo y otras manifestaciones globalizantes. Esta sería la posmodernidad del hipercapitalismo estudiada o más bien debatida en formas distintas desde hace más de una década y en formas distintas por autores ya citados (Jean Franco, Roberto Schwarz, Nelly Richard, García Canclini, entre otros). Son acercamientos que permiten abordar el espacio cultural latinoamericano de los noventa, llevándolo a un encuentro crítico con la fase celebratoria de las deconstrucciones de la modernidad que se manifestaron en los setenta. Sin esc paso la deconstrucción se encierra en otro gesto modernista y

21 Ibid., p. 364.23 Beatriz Sarlo, op. cit., p. 124.24 Ver la discusión de las estrategias de inversión tipo guerrilla y otras innovaciones del discurso capitalista global en Arif Dirlik, After the Revolution: Waking to Global Capitalism, Hanover, Wesleyan University Press, 1994.25 Beatiz Sarlo, op. cit., p. 10.

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estetizante a fin de cuentas, tan distante de la posmodemidad en vivo como todas las teorías estéticas anteriores que definen su objeto de estudio a partir de las estructuras humanísticas tradicionales. La celebración de la diferencia pierde rigor si se muestra indiferente ante las totalizaciones posmodernas, la nueva territorialización de las desigualdades, el desdén por los valores colectivos, la desconfianza en la idea de una humanidad compartida, la presión por el acceso al nuevo universalismo del con­sumo, y el concepto de globalización en sí. Ésta es, de hecho, la gran preocupación actual del propio Derrida en su libro Spectres o f Marx, es decir, distinguir el orden social que esperaba la deconstrucción después de casi treinta años -o que quizá todavía espera- del orden posmoderno que ocupa el espacio público vivido.26 Lo mismo podría decirse de la importante crítica del binarismo, el esencialismo y las identidades -proyectos valiosos que ahora comienzan a buscar especificidad y cruces más allá del hermetismo escriturai. La tecnocultura global ha transgredido las identidades, las fronteras nacionales y otras estructuras del pensar moderno de un modo mucho más radical.

Piénsese en la aplicación de los ya conocidos, y hasta populares, conceptos del simulacro y la inconmensurabilidad. Según Jean Baudrillard, la historia ya sólo se puede manifestar como simulacro. No hay otra sensibilidad posible en la época del zapping (o surfing a través de los canales de televisión) para percibir eventos como la guerra del Golfo Pérsico, por ejemplo. Es, simplemente, otra imagen del espacio lúdico de las comunidades virtuales del video.27 Para Jean-François Lyotard, por otra parte, los reclamos de los pueblos ante la historia son una meta que se ha vuelto mayormente inconmensurable, por muy digna y justa que sea.28 La preservación de la memoria comunitaria, particularmente los relatos de los que no tienen suficiente poder para convertir sus mitos en realidades, debe reivindicarse en el espacio de la creación, no en el de la racionalidad, y asumir la inconmensurabilidad de sus quejas en la subliminalidad del arte.29 Estos son, sin duda, conceptos penetrantes y reveladores de la sociedad contemporánea, al menos en el orden descriptivo. Pero también son respuestas algo miméticas, es decir, poco inclinadas a problematizar las condiciones existentes, imaginar alternativas, o distinguir entre las formas de producción y recepción culturales que se producen en Europa, Estados Unidos y otras sociedades. Las posibilidades de esas distinciones, aclaraciones y diferencias ante la globalización cultural exigen al menos una pausa o un reajuste de presupuestos críticos actuales que, a mi entender, ya se pueden atisbar.

Hay indicios de esta pausa en la obra más reciente de muchas figuras estelares de la crítica. El texto de Derrida ya mencionado quizá sea el ejemplo más inmediato. Con gran sentido de alarma, Derrida describe los contornos de su mundo actual: el creciente poder de los massmedia sobre la producción y diseminación intelectual, al igual que el desmembramiento de Europa oriental y los amenazantes conflictos étnicos y religiosos que circunscriben a toda Europa. Resulta sorprendente que el maestro de la deconstrucción, en un gesto de conjura contra la hegemonía techno, intente

26 Jacques Derrida, Spectres o f Marx, New York. Routledge, 1994.17 Ver d brillante libro de Christopher Norris sobre el análisis posmodemo de la guerra en el golfo, Uncritical Theory, Postmodernism, Intellectuals and the G u lf War, Amherst, The University o f Massachusetts Press, 1992. ** Para una discusión de la teoría del sublime posmoderno de Lyotard en relación con el Holocausto, ver el libro de Dominick LaCapra, Representing the Holocaust: History, Theory, Trauma, Ithaca. Cornell University Press, 1994.* Una muestra ilustrativa del sublime posmodemo en Antonio Bcnírcz-Rojo, La Isla que se repite, op. cit.

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reajustar sus proyectos acudiendo a los espectros de Shakespeare y Marx. Es un síntoma que merece más atención entre sus lectores. En la obra tardía de Foucault se puede entrever también una duda análoga. Technologies o f the Self, su último libro sobre la filosofía del poder tomando en cuenta la textualidad del cuerpo humano, destaca una búsqueda, tanto nostálgica como normativa, del balance entre el deber y el placer correspondiente a momentos clave de la modernidad histórica.30 Algo más consciente aún se palpa en los últimos textos de Julia Kristeva, particularmente Nations Without Nationalism.3' Partiendo precisamente de la deconstrucción, el feminismo y otros discursos que informan su distinguida obra, Kristeva asume allí una postura menos dispuesta a abandonar, sin sopesar lo que ello implica para su Europa oriental, los metarrelatos modernos y la concepción universal de los derechos humanos.

A esta discusión corresponde también la obra más reciente de Edward W. Said, Culture and Imperialism. El conocido autor de Orientalism, texto que abrió el camino al desmonte de la tradición humanística en los años setenta, propone ahora reformular la defensa de ciertos aspeaos de la tra­dición occidental moderna, sobre todo el valor del arte literario, al igual que el peso de la institución universitaria definida por su independencia de las presiones políticas y económicas. Insiste que sólo a partir de ahí, y a modo de contrapunto, se podrá escribir una crítica literaria poscolonial capaz de concebir la posibilidad de cuestionar la historia imperial.32 Es otro síntoma, si acaso más nostálgico, del mismo registro de pausas y ajustes. En la crítica latinoamericana también se encuentran algunas instancias que integran estas dudas rigurosamente. Estratificación de los márgenes de Nelly Richard, al igual que el texto de Sarlo citado anteriormente (Escenasposmodemas) parten de la especificidad local de una área o nación inmediata, permitiendo luego una reflexión más amplia de los inevitables descncucntros entre las diversas formas de articular la cultura latinoamericana en este momento de globalidad posmoderna.33 Son acercamientos que se destacan también por lo que evitan, es decir, no pretenden abordar la historia de la modernidad o posmodernidad latinoamericana partiendo de postulados teóricos escasa y esquemáticam ente confirmados en el orden literario de la dcconstrucción.34

30 Michel Foucault, Technologies o f the S elf Amherst, The University o f Massachusetts Press, 1988.31 Julia Kristeva, Nations Without Nationalism , New York; University of Columbia Press, 1993; ver también el ensayo de Christopher Norris, “The Dream of a Purely Heterological Thought... : Said, Kristeva and the Ethics of Enlightenment”, en Forms o f Commitment, Brian Nelson (ed.). Melbourne, Monash University Press, 1995.52 Edward Said, Culture and Imperialism, New York, Alfred A. Knopf, 1992.35 Nelly Richard, Estratificación de los márgenes, Santiago de Chile, Francisco Zegers, 1989. Ver también el importante libro de Néstor García Canclini, Culturas híbridas. estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1990.34 Un ejemplo reciente de este tipo de lectura se encuentra en el ensayo de Santiago Colás, “O f Créole Symptoms, Cuban Fantasies, and Other Latin American Postcolonial Ideologies", PMLA, 110,3, 1995. Ésta es una muestra singular de la hipótesis que entiende a toda la modernidad latinoamericana como un epistema fallido y evitable. Sus ejemplos saltan súbitamente de Andrés Bello al boom latinoamericano y a la revolución cubana. Todo ello queda reducido a un mero síntoma del error modernizante latinoamericano psicoanalizado a través de Slavoj Zizek y Jacques Lacan.

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Cartografía poscolonialPostular una lectura más crítica del posmodernismo y su desencuentro con la globalización

hipercapitalista implica un acercamiento capaz de verter los rigores aprendidos de la deconstrucción sobre sí misma y, en particular, un examen muy cauteloso sobre el modo en que esta teoría se emplea en el campo de investigación de la cultura latinoamericana. Carlos Rincón observa que las semióticas del posmodernismo “fetichizaron la diferencia, el Otro, la alteridad. Pero en esa asimilación, en el camino hacia la construcción de marcos epistemológicos y discursivos para formular problemáticas teóricas, el posmodernismo excluyó las especificidades culturales, lo propio de las políticas de la representación de las ficciones latinoamericanas, y con ello las teorizaciones -incluida la del ahora- realizadasen ellas”.35 La urgencia de estas precisiones se constata particularmente ante un término como el poscolonialismo, el cual surge de un mercado de discursos críticos cada vez más variados, ambiguos y contradictorios. Para Walter Mignolo, por otra parte, este nuevo enfoque se presta más bien para una reconfiguración de los estudios coloniales sin que ello excluya una posible reflexión crítica de la época actual desde una “semiosis colonial” quizá posible ahora que la posmodernidad pone en duda sus propios principios y metarrelatos modernos. En su libro The Darker Side o f the Renaissance, al igual que en sus ensayos más reácntes, particularmente en dos números especiales de la importante revista norteamericana Poetics Today dedicados a una relectura poscolonial de los estudios latinoamericanos actuales, Mignolo postula una mirada poscolonial basada en el acercamiento de la semiótica posicionai elocutiva (locus de enunciación como elemento relativizador en la producción del pensamiento) a los presupuestos latinoamericanos de la transculturación, ambos en tom o a un intento mayormente dedicado a retomar el campo de estudio colonial, y en particular las zonas andinas, que la tradición modernista y posmodernista tiende a olvidar o negar.36

Me interesa, sin embargo, precisar un poco más el giro en torno a los estudios poscoloniales como propuesta generalizable a todas las épocas y espacios actuales. Decir poscolonial en vez de tercer mundo, modernidad periférica o aún subdesarrollo, implica muchas cosas, pero creo que la más importante ha de ser su participación -conflictiva y complementaria a la vez- en la constelación de discursos posmodernos. Rincón afirma al respecto que “en diálogo con esas teorías [posmodernas] y conectándose con un discurso que se ha ignorado, el discurso poscolonial -u n proyecto asimétrico, con estrategias y presupuestos distintos al posmodernismo-, las nuevas teorizaciones culturales latinoamericanas pueden contribuir a replantear y, en últimas, a cambiar los términos del debate modernidad-posmodemidad”.37

El alcance restaurativo del discurso poscolonial que Rincón parece vislumbrar no es sometido por él a un análisis concreto, pero importa acentuar aquí que aún la mera especulación sobre tal promesa resulta significativa, ya que La no simultaneidad de lo simultáneo se propone calibrar sobria y detenidamente la extraordinaria importancia de los discursos posmodernos y la deconstrucción literaria en un amplio marco transnacional. La promesa que Rincón cree encontrar en el discurso

55 Carlos Rincón, op. cit., p. 77. Énfasis suyo.36 Walter Mignolo, Poetics Today, 16,1, 1995; The Darker Side o f the Renaissance, Ann Arbor, University of Michigan Press, 1995.57 Rincón, op. cit., p. 78.

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poscolonial surge del reconocimiento de que al igual que el proyecto moderno latinoamericano, los enfoques posmodernos también engendran formas de anular, excluir y reprimir. Por mi parte, estimo que el discurso poscolonial, hasta ahora desatendido o rechazado prematuramente por la crítica latinoamericana en su mayoría, menta una discusión más detenida dentro del contexto posmoderno.38

Primeramente, el discurso poscolonial parece sugerir y hasta prometer precisiones de carácter histórico estructural, pero su radio referencia! se mantiene dentro de la discursividad panhistórica posmodema, la cual tiende a evitar o hasta desechar la diacronía y la periodización: todo lo anterior es un gran espacio de enunciación moderno sometido al análisis deconstructivo a partir de un presentismo radical que asume su plenitud en el desencanto epistemológico de los países más industrializados.39 En el terreno latinoamericano, por ejemplo, esto se ha manifestado en replanteos del estudio de la literatura colonial a partir del neobarroco, o de teorías del abismo semántico (error originario de la diferencia latinoamericana) que releen la Colonia junto al diecinueve sin mayores trabas, en un fluir que igualmente puede nutrir la narrativa contemporánea del boom y del posboom en formas que pueden ser sugerentes pero que devienen de una historia cultural indiferenciada.40

Desde esta lectura, la referencia a lo poscolonial puede ser, por lo tanto, una mera extensión del paradigma teórico posmoderno; es decir, una forma de abarcar la idea del tercermundismo en su fàse globalizada, sin especificaciones de tiempo o espacio, ya sea América Latina, o cualquier otra región, pero abarcando también las minorías raciales, étnicas y lingüísticas del primer mundo. El discurso poscolonial queda así en posición de abarcar todos las espacios y periodos históricos en for­ma polisincrética, acudiendo a formas y contenidos del pasado premoderno y posmoderno en pos de momentos discursivos prometedores para un futuro posmoderno. Reconoce la insuficiencia de las etapas modernas del llamado tercer mundo desde un presentismo que prescinde de las diversas cronologías nacionalistas. Africa, Latinoamérica, el Caribe, Asia, o ciertas poblaciones minoritarias de Estados Unidos, Europa y hasta Japón pasan, a veces sin mayores precisiones, dentro de un mismo campo referencial.41 Podría decirse que se trata de una especie de identidad que el posmodernismo le otorga al tercer mundo, como un residuo globalizado de sus memorias locales, no obstante lo contradictorio que ello pueda parecer para un paradigma que rechaza categóricamente todo tipo de ancla ontológica. Pero se trata de una identidad discursiva concedida casi como plazo, entretanto se deconstruyen las identidades fuertes de la modernidad periférica, subalterna, neocolonial, dependiente o tercermundista.

Esta lectura del poscolonialismo implicaría entonces rearticular la noción del tercer mundo según los parámetros posmodernos, verlo menos como objeto subordinado a poderes coloniales e

w Se hace aquí uso somero de un reciente ensayo sobre el tema: “On Latin Americanism and the Postcolonial Turn”, cn Canadian Review o f Comparative Literature. 1995.39 Ésta y otras relaciones conflictivas entre posmodernismo y poscolonialismo son abordadas por Henry Giroux, Border Crossings, Cultural Workers and the Politics o f Education, New York, Routledge, 1992.40 El texto de Amaryll Chanady ofrece una importante discusión, y a veces una muestra de estas tendencias.41 El antropólogo Klor de Alva ha escrito un ensayo informativo sobre las limitaciones del poscolonialismo cn tanto periodización latinoamericana, pero a mi entender no logra abordar el término en sus dimensiones teóricas,o lo reduce a una definición muy estrecha; ver Klor de Alva, “Colonialism and Postcolonialism as (Latin) American Mirages”, en Colonial Latin America Review, 1,1-2, 1992, pp. 3-23.

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imperiales que como sujeto que se narra y produce a sí mismo, y que por ello está implicado en su propia condición de sociedades predispuestas a ciertos síntomas internos de carácter mayormente negativos: conflictos de identidad, mimetismo, u otras formas colectivas de sentirse menos. Lo único recuperable de esta historia radica en las claves discursivas, particularmente las literarias, las cuales cobran mucha más importancia que las estructurales siempre que se lean a contrapelo, es decir, como significantes desprendibles de la serie narrativa tradicional que los encierra. La posmodemidad se propone entonces como instrumento clave de descolonización (entendiéndose esto como problema epistético más que político) para la condición poscolonial porque permite auscultar y desmontar lo que entiende por epistema de la modernidadfallida: formas de pensar y escribir y actuar correspondientes a la mentalidad neocolonial, o hasta colonial, aún después de los periodos de independencia oficial y formación nacional. En el terreno latinoamericano estas formas incluirían los discursos del nacionalismo de las elites políticas, culturales y literarias: criollismos, indigenismos, negritudes, mestizajes, patemalismos nacionales, voluntarismos revolucionarios, y formas literarias como los realismos mágico o maravilloso; en fin, toda la historia cultural moderna.42

Esta concepción de la poscolonia, por lo visto, esconde una suerte de utopía escriturai que quizá permita entrever con más claridad los presupuestos del posmodernismo literario. Entiende la descolonización como una liberación del yugo de la lógica neocolonial, sobre todo el nacionalismo elitista, desde su propia discursividad interna. En ese sentido el poscolonial’ismo es casi la antítesis de la teoría de la dependencia, cuya búsqueda primordial se detenía en la causalidad externa de las relaciones neocoloniales. La búsqueda poscolonial no integra nociones de imperialismo o periferia en su marco de referencias. Se extrae inmanentemente. Descolonizar aquí implica desmontar la historia moderna latinoamericana en su totalidad discursiva, declararla inepta, sin hilos conductores entre ese pasado fallido y el futurismo posmoderno, exceptuando el lenguaje literario y de ahí todo horizonte discursivo que se entienda a partir de parámetros herméticamente escritúrales. Sólo allí, en el archivo de significantes dispersos y nómadas de ese pasado se encuentran las posibilidades para reformular la historia y la escritura, no por su valor literario en sí, sino porque desde allí se pueden atisbar modos retóricos de transgredir o subvertir la lógica binaria, las identidades duras y otros sostenes del epistema de la modernidad fallida.

Es consabido que la literatura latinoamericana provee instancias excepcionales de esa otredad que informa a la deconstrucción, cuyo énfasis radica en la relectura y reescritura de la historia a partir de la radicalidad escriturai modelada por la polisemia inherente al orden literario. Por ello la literatura o la escritura de cualquier época contiene muestras dignas de atención para una praxis de lectura radical y emprendedora; en el caso de la literatura colonial latinoamericana, el hallazgo se hace aún más dramático, dado su valor paradigmático de punto originario para las hipótesis discursivas sobre la cultura latinoamericana.

Desentrañar la subversión o transgresión escriturai en la literatura colonial -digamos sor Juana o el Inca Garcilaso, por ejem plo- es una tarea que merece atención. Más allá de mostrarnos una

42 Un registro ilustrativo se encuentra en Alberto Moreiras, “Transculturación y pérdida del sentido", en Nuevo Texto Crítico, 111,6, 1990, pp. 105-19; y del mismo autor, “Pastiche Identity, and Allegory of Allegory”, en Latin American Identity and Constructions o f Difference, Amaryll Chanady (ed.), Hispanic Issues, 10, Minneapolis, University o f Minnesota Press, 1994, pp. 204-239.

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forma innovadora de leer figuras imprescindibles, esta propuesta nos invita a reformular la historia literaria, y de ahí toda la historia colonial que la tradición moderna ha fraguado en torno a un binarismo que puede ser colonizador en sí, puesto que no suele entrever otras posibilidades de conceptualizar la historia latinoamericana más allá de posiciones predeterminadas por metadiscursos externos a estas obras.43 El planteo nos lleva a retomar la historia a partir de las estrategias discursivas de estos autores particulares, desde los cuales se puede complicar la periodización colonial establecida, mostrando diversas enunciaciones y transgresiones que irrumpen el orden discursivo del poder colonizador, particularmente sus tradiciones literarias e historiográficas más hegemónicas. Tal relectura permitiría observar que no todos los escritores de la Colonia responden a una visión monolítica de la escritura y que de hecho los mejores autores acuden a tropos, imágenes y otros significantes que pueden implicar gestos liberadores y una posible retórica que el lector deconstructor de hoy puede entender como descolonizante en sí. Estas relecturas, en última instancia, nos llevan a preguntamos si nuestro pasado no ha sido una mera construcción de malas lecturas o lecturas propensas a ciertas estructuras del pensamiento que forman pane de la condición neocolonial y por ende, lo producen.

Importa contrastar esta lectura con la que ofrece Ángel Rama en La cituiadletrada, por ejemplo, puesto que hay una oposición casi diametral entre ellas. Rama muestra cuidadosamente la estrecha complicidad de la escritura con el poder colonial, independientemente de los momentos transgresivos de algunos autores. Su análisis lo lleva a ubicar el eje conductor del poder en el orden letrado también, pero en relación con otros discursos y dispositivos culturales y políticos desde los cuales se hace más difícil exceptuar el orden literario o convertirlo en un centro designificador de todas las demás discursividades. La deconstrucción poscolonial, por el contrario, presupone que se pudo haber escrito y vivido otra historia si estos modelos de escritura o al menos sus momentos subversivos, hubieran sido observados con anterioridad, dando a entender que estos textos, por sí solos e independientemente de los demás dispositivos del poder colonial, esconden la gramatología de otra posible historia. Vertida hacia el presente, y desentendida de las aporías correspondientes a esta lógica escriturai, esta proyección asume aún más fuerza: se entiende a sí misma como la única fuerza descolonizadora restante. El hilo conductor de las posibilidades de cambio -prim ero escritura!, luego epistemológico y finalmente social- recae entonces sobre la relectura especializada de textos clave que marcan toda la historia desde la Colonia, y sobre la capacidad de seguir leyendo a contrapelo toda la red discursiva que constituye la sociedad poscolonial desde entonces. Ante la realidad social globalizante que lo desplaza de sus cátedras humanísticas el critico literario o cultural queda reinventado en esta nueva territorialización de tiempos y espacios discursivos.

Pero más allá de cierto voluntarismo letrado, esto conlleva una concepción del mundo y la cul­tura sólo aprehensibles mediante una de-significación perenne poco dispuesta a asumir el peso de su ambición epistemológica en el ámbito social. “En algún momento”, afirma Benjamin Arditi, “las pulsiones rebeldes deben conformar saberes estratégicos que animen a nuevas voluntades de poderío para conquistar espacios acotados, para modificar segmentos de ‘sociedad’”.44 Aún más importante,

4> Ver las importantes precisiones que hace Rolena Adorno en su “Reconsidering Colonial Discourse for Sixteenth and Seventeenth Century Spanish America”, en Latin American Research Review, 28, 3, 1993, pp. 135-145. 44 Benjamin Arditi, “Una gramática postmoderna para pensar lo social”, en Cultura política y democratización. op. cit., p. 185.

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sin embargo, sería el descarte totalizador de la modernidad que procede de este cul-de-sac: Latinoamérica se vuelve una comunidad discursiva que oscila principalmente entre la Colonia y la posmodernidad, o aún entre la premodernidad y la posmodernidad.45 La modernidad periférica, o las otras modernidades, leídas como error de lógica escriturai, pasan a ser un vacío cultural y social abandonablc, no una realidad expuesta a transculturaciones, negociaciones y cambios que le dan un carácter singular de periodo histórico.46 La especificidad moderna de Latinoamérica, particularmente su historia cultural de múltiples formas de escribir y experimentar la vida queda reducida a una larga historia de neocolonialismos modernizantes indiferenciados a través de los siglos. Claro está, esta lectura tampoco se percata de que estos vacíos y desarticulaciones no permanecen exclusivamente dentro del orden de especulaciones epistemológicas. “No hay que llegar al extremo del neoliberalismo” , señala Norbert Lechner, “pero su ofensiva ya no solamente contra la intervención estatal, sino contra la idea misma de la soberanía popular, es un signo de la época”.47

Diásporas y otras fronterasSé que hay otras lecturas de los términos y conceptos que organizan la exploración central de

este ensayo. Mi interés ha sido, sin embargo, intentar un deslinde diferenciador y menos celebratorio entre ellos; no verlos en un firmamento de estrellas inconexas que brillan independientemente del mercado de discursos críticos que a fin de cuentas gobierna y legitima cualquier locus de enunciación y campo de estudio. Se trata de una compleja red de voces, ruidos y silencios cuya historia -im por­tante y controversial- incumbe al pensamiento crítico del último cuarto de siglo. Me interesa por ello explorar un poco más el valor de las ambigüedades del poscolonialismo, precisamente porque hacen resonar el peso de los otros mundos -terceros, periféricos o diferentes- en lo que se entiende por posmodernidad, globalización y comunidades discursivas transnacionales. Esta otra lectura comprende rasgos fundamentales que sólo podré esbozar brevemente en los últimos párrafos de este ensayo. Me refiero a la confluencia de desencuentros c inesperados acechos que se desbordan del poscolonialismo, de su posición fronteriza entre la tradición crítica anglosajona y el hispanismo latinoamericanista, entre las diásporas intelectuales y la diáspora de las masas migratorias, entre la teoría metropolitana de la diferencia discursiva y la creciente diversidad étnica de las áreas metropolitanas y, finalmente, entre la teoría poscolonial y lo que se entiende por valor político de los discursos críticos.

iS Esta propuesta también se constata en el libro de Antonio Benítez-Rojo ya citado.46 Hay importantes excepciones. Una de ellas sería la colección de ensayos On Edge: The Crisis o f Contemporary Latin American Culture, Minneapolis, University o f Minnesota Press, Jean Franco, George Yúdice y Juan Flores (eds.), 1992.47 Norbert Lechner, “La democratización en el contexto de una cultura postmoderna”, en Cultura política y democratización, op. a t., p. 262.

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Escrito casi exclusivamente en inglés hasta hace poco, el discurso poscolonial cobra relieve internacional inicialmente con el trabajo de Edward W. Said, Gayatri Chakravorty Spivaky Homi K. Bhabha. Su marco referencial ha sido mayormente el mundo académico de Estados Unidos e Inglaterra, aunque la obra de Spivak y Bhabha, críticos de origen indio, también sostiene un diálogo más amplio, particularmente en las investigaciones historiográficas del Grupo de Estudios Subalternos de la India. La influyente obra de Edward W. Said, palestino-norteamericano, también escrita exclusivamente en inglés, aborda los problemas de la colonización y la diáspora en torno al pueblo palestino. Si se toma en cuenta la historia más o menos reciente de la lucha independentista de las naciones o pueblos implícitos en la biografía de estos autores, podría deducirse que el enfoque poscolonial responde principalmente a una periodización contemporánea de la historia colonial c imperial angloparlante. Claro que la experiencia colonial del siglo veinte sufrida por muchos países del medio este, Asia, África y el Caribe permitiría extender la vigencia temporal y espacial contem poránea del térm ino poscolonial en un sentido estrictam ente histórico. Pero el poscolonialismo, según lo argumentado más arriba, no logra sostenerse como propuesta de periodización, aún cuando permite dramatizar, desde este horizonte histórico más bien incierto, el hecho de que gran parte del tercer mundo fue colonia hasta hace muy poco. Su interés verdadero gira en torno al residuo neocolonial posterior a la formación de Estados y naciones, y por ello se hace extensible -ya como estudio comparativo de formas discursivas- a instancias poscoloniales y posnacionales anteriores, entre ellas la latinoamericana.

Esc rejuego epistético de la teoría con la historia solicita ciertas consideraciones. Por un lado, al acercarse más a la experiencia reciente del colonialismo se disturba un poco el tabú posmoderno en torno a la periodización histórica. La colonización persistió durante toda la modernidad y tiene nombres, apellidos, fechas y discursos específicos que la posmodernidad no puede ignorar sin cierto ruido cognoscitivo o resistencia conceptual. Por el lado más teórico, el poscolonialismo explora nuevas relaciones entre los diferentes discursos de la época colonial, el neocolonialism© de las elites modernizantes, y el modo en que los discursos nacionalistas de los siglos XIX y XX se inscriben en estas coordenadas. De hecho, quizá se le deba al poscolonialismo el interesante debate que ha surgido recientemente sobre la periodización colonial en Latinoamérica, el cual ha puesto en juego la definición de los dos primeros siglos de dominio español después de la Conquista.48 Insisto, sin embargo, que la imprecisa acepción histórica del poscolonialismo remite directamente a las imprecisiones del terreno teórico. Una lectura poscolonial de los siglos XIX y XX en Latinoamérica, por ejemplo, iría más allá de las guerras de independencia, para incluir el modernismo, la vanguardia y las revoluciones de casi todo un siglo sin mayores precisiones. Se desliza entonces muy fácilmente hacia el desfase posmoderno de la modernidad latinoamericana, es decir, a la teoría del epistema fallido discutido previamente.

Importa reiterar, no obstante, que el poscolonialismo se distingue de otros discursas posmodemos al invocar tiempos y espacios cuya hibridez complica aún más la historia occidental moderna. Esto

48 Ver las aclaraciones de Rolena Adorno en cuanto a la periodización colonial en “Positioning the Text”, mesa redonda publicada en Literature and Society: Centers and Margins, José García, Betina Kaplan, Carlos Lechner, Andrea Parra y Mario Santana (eds.), New York, Department of Spanish and Portuguese, Columbia University, 1994.

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se constata en otro aspecto fundamental: la mirada doble, flotante o diaspórica del crítico poscolonial. Es una dimensión que alude a la historia personal del crítico, aunque también de un modo que deviene en discursividad. La obra de Edward W. Said, por ejemplo, incluye la diáspora palestina contemporánea, pero su proyecto a largo plazo ha sido el orientalismo, es decir, toda la historia de formas en que Occidente ha fabricado una imagen del Oriente a través de los siglos. Said entiende, desde su cátedra neoyorquina en la universidad de Columbia, que su vida y su obra cobran sentido al abordar la diáspora y la diglosia como estrategias para reformular un concepto del tercer mundo a contrapelo del primero, sobre todo desde Estados Unidos. Por su parte, Gayatri Chakravorty Spivak y Homi K. Bhabha, ambos discípulos de Jacques Derrida, también abordan la otredad poscolonial a partir de su propia condición de intelectuales que proceden del tercer mundo conscientes de haber emigrado al primero. No es tanto una posición que privilegia el origen subalterno como esencia o espacio referencial, sino un no situarse ni aquí ni allá después de haber habitado ambos espacios como intelectuales, una condición vuelta estrategia que posibilita la interlocución entre múltiples mundos y disciplinas. Así entienden ellos la deconstrucción poscolonial: una forma de hacer crítica que no es neutral ni externa al objeto de estudio, la cual traspone la referencialidad (subalterna, tercermundista, minoritaria) sin llegar a olvidarla, volviéndola residuo significador sin metarrelato, transformándola en la tensión de una escritura sin suelo ni reposo conceptual.

En este contexto, la relectura de Franz Fanón, C. L. R. James, y otros escritores de la aún reciente historia colonial cobra un interés especial, específicamente por tratarse de autores cuya obra nos lleva a la red de disyunciones que confluyen en el Caribe durante la segunda mitad del siglo veinte: colonialismos, modernizaciones, revoluciones, y otras pulsaciones asincrónicas que vinculan a las Américas, Africa, Asia y Europa. Pero el radio de cruces entre las tradiciones lingüísticas y culturales que atrae al poscolonialismo va mucho más lejos y en múltiples direcciones. La literatura latinoamericana, por ejemplo, particularmente la narrativa, forma parte esencial de un nuevo código de multiculturalismo mundial canonizado por las traducciones a la lingua franca de la comunidad global, es decir, a un inglés cada vez más transnacionalizado que responde menos al concepto de lengua nacional que al de segunda lengua mundial; un ejemplo de ello sería el valor de cambio extraordinario que obtiene el realismo mágico en la literatura poscolonial escrita en inglés, particularmente en la obra de Salman Rushdie, o en el cine más contemporáneo de Hollywood. Las literaturas chicana, nuyorrican y de otros latinos o latinoamericanos en Estados Unidos también cobran relieve en este contexto de múltiples códigos lingüísticos, culturales e históricos;49 al igual que la creciente yuxtaposición de lo latino norteamericano con lo latinoamericano en la programación transnacional televisiva desde Estados Unidos y Latinoamérica.50

49 Ver, por ejemplo, la interesante historia de la literatura chicana que propone José David Saldivar en Dialectics o f Our America, Durkham, N. C., Duke University Press, 1992.50 El gran alcance actual de la programación televisiva de Estados Unidos en español, por ejemplo, es en sí un fenómeno cultural ambiguo, tanto para Estados Unidos como para Latinoamérica. Por un lado esos programas nutren y fortalecen el habla del idioma en un momento en que la identidad cultural norteamericana de pronto se encuentra en crisis. Por otro lado, es un gran mercado en español que consume productos mayormente norteame­ricanos y transmite imágenes de consumidores latinos hacia Latinoamérica. En todo caso, este gran mercado en

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La redefinición de lo que se entiende hoy por cultura participa directamente en este rejuego de bordes y fronteras. Se dice que la cultura se ha vuelto omnipresente, aunque no está claro si ello implica una diseminación o una disolución de las formas artísticas que la nutren. En cualquier caso, esa misma indeterminación asume la condición fronteriza de todo intelectual, ya que hacer crítica hoy día implica permutar, transitar o viajar entre espacios inciertos y a veces efímeros. Los estudios culturales surgen de este impulso que tiende a formular nuevos métodos y teorías de estudios comparativos desde un enfoque multidisciplinario mucho más expansivo que lo permitido por la organización disciplinaria tradicional de Occidente. Claro está, la intelectualidad poscolonial ocupa un lugar principal en esta praxis de tan amplio radio de interpelaciones posibles. Pero habría que preguntarse si todo este programa crítico no responde mayormente a las necesidades culturales y al mercado académico que emanan de Estados Unidos y Europa. El filósofo africano Kwame Anthony Appiah ha observado que: “La poscolonialidad es una condición correspondiente a un grupo pequeño de pensadores y escritores estilizados a modo occidental que mediatizan el intercambio de mercancía cultural del capitalismo global en las zonas periféricas”.51

Comparto esa sospecha, pero me interesa complicar sus implicaciones. Principalmente, no estoy seguro que la condición del crítico poscolonial sea más transparente que la idea del intelectual nativo, emigrado o exiliado, que permanece anclado en un sólo sitio (mental o físico) o que transita de forma más o menos desapercibida entre el primer y el tercer mundo amparado por la objetividad disciplinaria u otras teorías de presunta neutralidad. Al conducir la teoría posmoderna hacia el ámbito de la diáspora intelectual, el poscolonialismo exacerba la relación entre la especificidad (racional, étnica, sexual) del intelectual, la condición huérfana y nómada de las teorías globales en sí, y la creciente formación de comunidades discursivas dentro de un espacio académico también globalizado por la tecnología y los mercados. Se trata de una red de relaciones que el feminismo ha internalizado desde hace tiempo, puesto que la mujer siempre ha tenido que negociar el espacio de sus instancias discursivas. Por otra parte, al aludir a la referencial ¡dad implícita en todas las posiciones críticas, la mirada poscolonial también permite problematizar otras, entre ellas la bandera de la autoctonía nativista, puesto que la pertenencia al suelo nacional tampoco garantiza una relación desinteresada y exenta de mercados y valores, ni lo nacional responde a una definición unívoca, ni la literatura a una delimitación estrictamente nacional.

Los horizontes de la mirada fronteriza forman parte de una industria de discursos e imágenes de la cual no hay escape sino más bien instancias y posiciones entre lectores, escritores y consumidores. Dentro de esa producción su inquietud principal ha sido la de abordar las colonias internas o el neocolonialismo modernizante con nuevas perspectivas desmitificadoras, y canalizar el montaje de nuevos objetos de estudio de la otredad, entre ellos la subaltcrnidad, a la par de una visión más multicultural de la literatura global. Pero habría que observar también si esta óptica es capaz de pro- blcmatizar el triunfalismo posmoderno, si a partir de ella se posibilita una mirada más crítica de la cultura neoliberal, si su marco de referencias incluye la cultura de sociedades en vivo, si se percata

español ahora exige más locutores latinoamericanos y españoles que hace diez años cuando era una programación mayormente bilingüe.51 Kwame Anthony Appiah, “Is the Post- in Postmodernism the Post- in Postcolonial?”, en Critical Inquiry, 17, 2, 1991, p. 348.

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de la dialéctica entre instancias de enunciación e instancias de legitimación, en Pin, si concibe la literatura más allá del encierre epistemológico. Habría que estudiar estos y otros deslindes más cercanos al espacio vivencial latinoamericano. ¿Cómo se producen y reproducen las diversas comunidades discursivas hoy en Latinoamérica, o en cada nación, o en cada región? ¿Qué tipos de diásporas y fronteras se producen entre los márgenes de esas localidades? ¿Cómo trazan su cartografía de lo latinoamericano? ¿Cómo entienden su relación con la comunidad transnacional angloparlante de latinoamericanistas? Creo que estas dudas y preguntas permanecen sobre el tapete.

En un ensayo profundamente aclarador, R. Radhakrishnan propone la necesidad de aclarar la relación política del discurso poscolonial problematizando su distancia de la cultura en vivo. Observa que la hibridez metropolitana del crítico que surge de las diásporas no suele acentuar el sentido de frustración y la crisis de legitimación que corresponde a otras clases sociales o discursos no habituados por intelectuales profesionales, cuya experiencia en la diáspora quizá incluya el anhelo de una vuelta, o el sostén de una identificación con lo perdido.52 Al crítico diaspórico también le correspondería repensar lo que implica esa otra diáspora menos satisfecha de su condición, no ya en términos físicos, sino discursivos. Ello podrá partir de una relación más cercana y abierta a perspectivas que emanan desde la otra orilla, de una interpelación que conlleve la politización mutua de comunidades de acá y allá, en fin, de un espacio donde la legitimación sólo se dé en la reciprocidad de voces y experiencias disímiles. Esto sería aún más necesario si por razones de mercado académico y cambios disciplinarios, a la crítica se le exige un acercamiento mayor al terreno de la cultura. Un ejemplo importante se encuentra en el estudio de la cultura actual argentina que ha hecho Beatriz Sarlo, el cual abre avenidas desconocidas por toda una industria de lecturas sobre la posmodernidad literaria argentina y latinoamericana.53 Habría, pues, que aprender a ver, hablar, leer y quizá hasta escribir un poco más desde las otras fronteras, someterse a otras instancias de recepción, aplazar la extrapolación teorizante, en fin, tomar en serio las diferencias.

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52 “Postcoloniality and the Boundaries O f Identity”, R. Radhakrishnan, Callaloo 15, 4, 1992, pp. 1080-1102.53 Un ejemplo representativo se encuentra en Santiago Colás, Postmodemity in Latin America: The Argentine Paradigm, Durham, Duke University Press, 1994. En este estudio, toda la modernidad latinoamericana, que llega a la mitad de los 70, constituye un error que sólo conlleva al subdesarrollo, mientras que la literatura posmodema esconde los secretos de un nuevo orden histórico que de algún modo cobrará un sentido orgánico con la cultura de masas. Sólo ofrece dos muestras: E l beso de la mujer araña de Manuel Puig y Respiración artificial de Ricardo Piglia.

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Néstor García Canclini

El debate sobreCulturas híbridas

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La modernidad,un cuerpo extraño:

Las culturas híbridas de Néstor García Canclini Mirko Lauer

Desde hace más de una década Néstor García Canclini se ha distinguido como uno de los pensadores más receptivos e influyentes en esa rama de la antropología que se interesa por las teorías del Estado, la cultura, las artes plásticas y la comunicación. A través de los años García Canclini ha establecido lazos metodológicos entre la antropología y varias disciplinas relacionadas con las artes plásticas, que antes de su trabajo no habían sido relacionadas.' Su libro Arte y sociedad en América Latina1 fue uno de los textos que a mediados de los años setenta propuso de manera muy efectiva una visión latinoamericana alternativa frente a la crítica inmanente que prevalecía en el mundo del arte en ese tiempo. Más tarde, con La producción simbólica1 amplió su preocupación inicial por las artes plásticas desarrollando un interés por la sociología del arte. Tres años más tarde, cuando publicó Las culturas populares en el capitalismo,Á el enfoque sociológico, que también expresaba su

1 En el mismo periodo, textos de autores como Juan Acha, Mario Pedrosa y Marta Traba abordaron propuestas similares. Para una revisión de esta línea de pensamiento, ver: Lauer, Eder, et a i, Teoría social del arte, México,1985. García Canclini es uno de los articulistas.2 Néstor García Canclini, Arte y sociedad en América Latina, México, Grijalbo, 1977.3 Néstor García Canclini, La producción simbólica, México, Siglo XXI, 1979.4 Néstor García Canclini, Las culturas populares en el capitalismo, México, Nueva Imagen, 1982.

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interés en la teoría social, dio pie a una preocupación por la antropología crítica como aproximación metodológica a la cultura. Desde ahí en adelante se ocupa del arte de vanguardia, particularmente el de su país, Argentina, al tiempo que adquiere un compromiso con las culturas nativas de México, su lugar de residencia desde comienzos de los setenta. Este enfoque existencial, temático y metodológico “a lo mexicano”, lo condujo a mediados de la década de los ochenta a su trabajo sobre las políticas culturales de los países de América Latina y a su ensayo “Políticas culturales y crisis de desarrollo: un balance latinoamericano”.5 Ahora, Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad6 intenta restablecer las relaciones entre la modernidad, las teorías de la modernidad y la última década de América Latina, al mismo tiempo que adapta algunos debates mexicanos sobre la cultura y la política a los cambios que se han sucedido en México y el mundo. El libro es también un intento de articular los diferentes aspectos y etapas de la producción del autor en estos últimos catorce años.

La mirada a la modernidad de García Canclini es fundamentalmente reactiva, ya que el autor la piensa, por encima de todo, como un conjunto de propuestas que se originan en el Estado y los medios de comunicación, y en ese sentido, la ve como un cuerpo extraño a Latinoamérica. Sin embargo, su posición no es en modo alguno hostil a la modernidad, en tanto ve la modernidad como algo que puede ser explotado, aunque con discreción. Un cuerpo extraño que afecta la tradición pero no la elimina, cuyo “impulso expansivo y renovador está llegando al tope”7, pero cuya existencia misma define sin embargo a Latinoamérica como atrasada frente al desarrollo mundial. En su libro anterior, García Canclini estudió el modo en el que el capitalismo afecta la cultura popular. En este, dedica la primera pane a una investigación del “destino de la modernidad desde los lugares de quienes la emiten, la comunican y la reelaboran”8 y luego pasa a mirar “el modo en el que [la modernidad] evoluciona desde el punto de vista de los receptores”. El cambio de perspectiva enriquece el trabajo y constituye en sí una contribución al estudio de la cultura latinoamericana, aunque a veces vemos en él una cierta aspiración a la ubicuidad antropológica.

Puede ser debido a esta ubicuidad que no toma panido, que el enfoque de la modernidad de García Canclini evita, y con razón, los parámetros euro-norteamericanos de la polémica en tomo a la modernidad, pero no alcanza a definir los parámetros latinoamericanos sobre este tema. Prefiere adaptar a sus necesidades algunas de las definiciones de los clásicos (“De Jürgen Habermas a Marshall Berman”).9 En este sentido su actitud difiere considerablemente de la de, por ejemplo, Aníbal Quijano,10 donde algunos de los aspectos más positivos de la modernidad están vistos como

5 Néstor García Canclini (ed.), “Políticas culturales y crisis de desarrollo: un balance latinoamericano”, en Políticas culturales en América Latina, México, 1987.6 Néstor García Canclini, Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad\ México, Grijalbo, 1990.7 Ibid., p. 63.8 García Candini, Las culturas populares en el capitalismo, op. cit., p. 133.9 Nótese, sin embargo, que d propio Anderson en The Modem Kaleidoscope le reprocha a Berman su tratamiento excesivamente genérico de la modernidad, que no toma en cuenta su variedad ni las circunstandas socioeconómicas y política.«; que explican cada una de las formas que asume.10 Aníbal Quijano, Modernidad, identidad y utopia en América Latina, Lima, Sociedad y política, 1988.

¡al protegido por derechos de autor

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I I La modernidad, un cuerpo extraño

contribuciones de Latinoamérica al mundo, cuando intenta desarrollar los términos latinoamericanos del debate con el fin de mitigar una inevitable imposición euro-norteamericana en la discusión. En contraste con este trabajo, el enfoque pragmático de García Canclini frente a la modernidad y sus adversarios’ —lo autóctono, el populismo, el tradicionalismo- acaba por disolver la mayoría de los temas en discusión en un magma antropológico extremadamente sugerente, pero que exige de todos modos, una aproximación crítica y de mayor precisión. Sin embargo, a pesar de la renuencia a entrar en el tema propiamente, era inevitable que Culturas híbridas, un libro concebido y escrito en México, considerara la modernidad en medio de todo el avance del neoliberalismo en la economía y del darwinismo social en la cultura. El subtítulo, estrategias para entrar y salir de la modernidad sugiere, ya desde el comienzo, que desde el punto de vista de García Canclini la relación entre la modernidad y la modernización no es dramática sino pragmática, y de ahí se desprende el que crea posible que el torrente de la modernización (la peligrosa y voraz hija de la modernidad) no puede inundar lo popular, el populismo, ni las colinas autóctonas de las culturas de Latinoamérica. Con la intención de demostrar que el triunfo de la modernidad no es inevitable, García Canclini establece unas pocas definiciones que facilitan su desarrollo. La primera es el título, que comienza a explicar en la introducción: “las culturas híbridas que constituyen la modernidad le dan su perfil específico en América Latina”.11 García Canclini define lo híbrido como una colección de mezclas interculturales y lo presenta como el lugar en el que algunas de las consagradas antinomias del pensamiento cultural tales como tradicional/moderno, erudito/popular, opresor/oprimidos, han ¡do perdiendo su consistencia últimamente, gracias a una crisis de la modernidad, que no parece ser la crisis terminal de la legitimidad definida por los posmodernistas, aunque el texto no la explica. Pero, además, en el libro la modernidad está viva y coleando en tanto se presenta como el principio reorganizador de los espacios culturales y como el soporte material de un mercado simbólico en el que las viejas contradicciones están relativizadas.

En este libro García Canclini no está realmente interesado en la posmodernidad, en tanto su preocupación no está relacionada con lo que viene después de la modernidad, sino con los modos de reconciliar la llegada de la modernidad con una porción defendible del orden popular-populista y latinoamericano establecido. Para él, la posmodernidad no ha de reemplazar a la modernidad, sino meramente problematizarla, pero: “tan confusa como la posición que fundamenta un valor absoluto en una pureza ilusoria, es la posición de aquellos quienes -resignados o seducidos por la comercialización y las falsificaciones- convienen el relativismo posmoderno en un cinismo histórico y proponen aceptar alegremente la abolición del sentido”.12 Esta defensa de algo que no es moderno en sí, combinada con una defensa del sentido que no es del todo una defensa de la modernidad, hace ver a García Canclini como un latinoamericano ‘habermasiano’. Una actitud semejante sostienen la mayor parte de los contribuidores al volumen Modernidad en los Andes?3 que recoge sobre todo el debate al interior de un grupo de intelectuales peruanos reunidos para discutir las relaciones entre modernidad, posmodernidad y las ideas de Habermas. Este libro privilegia la oposición

" García Canclini, Culturas híbridas, op. cit., p. 15.12 Ibid., p. 188.13 H. Urbano (comp.) y M. Lauer (ed.), Modernidad en los Andes, Cuzco, Centro de Estudios Rurales y Andinos “Bartolomé de las Casas*, 1991.

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modernidad/tradición (pasado/presente) mientras ignora virtualmente la antinomia modernidad/ posmodernidad (presente/futuro). De hecho, para Latinoamérica, el interés en este campo sigue estando del lado de las promesas no colmadas de la modernidad y no tanto del lado de sus errores. Siento que, si para el autor la posmodernidad es sólo una manera de aproximarse a la realidad,14 la modernidad termina siendo “una fuerza ajena y dominante, que operaría por la substitución de lo tradicional y lo propio, como los intentos de renovación con que diversos sectores se hacen cargo de la heterogeneidad multitemporal de cada nación\ 15 La crítica a la modernidad es reemplazada por una agenda a favor del enfoque correcto frente a lo popular dentro del contexto de un triunfo real de la modernización (no de la modernidad): “Las culturas campesinas y tradicionales ya no representan la parte mayoritaria de la cultura popular”... “Lo popular no se concentra en los objetos”... “lo popular no es vivido por los sujetos populares como complacencia melancólica con las tradiciones”... “la preservación pura de las tradiciones no es siempre el mejor recurso popular para reproducirse y reelaborar su situación”.16

Lo que García Canclini discute en su obra no es tanto la modernidad en sí -en ninguna parte del libro se compromete a esto- sino, sobre todo, tácitamente, el futuro del establecimiento antropológico y populista en México. De una pane hay un comentario tácito sobre los cambios iniciados por el PRI en la década de los ochenta, resumido por su insistencia en que la modernización económica no significa modernización cultural. El autor enfatiza este punto: “el análisis expuesto en este libro no permite establecer relaciones mecánicas entre modernización económica y cultural (...) Esta modernización insatisfactoria debe interpretarse en interacción con las tradiciones persis­tentes”.17 Pero la disyunción está también dirigida al campo metodológico, como en el caso en que critica al historiador inglés Perry Anderson por su ‘determinismo rústico’ que insiste todavía en usar conceptos del análisis marxista. La propuesta alternativa de García Canclini termina siendo la conservación dinámica de lo que ya existe, enmascarada por la idea de que el desarrollo moderno no suprime las culturas populares tradicionales,18 sino por el contrario, sólo produce distorsiones en el mercado simbólico, como cuando afirma que hay casos en los que la “exaltación de las tradiciones se limita a la cultura mientras la modernización se especializa en lo social y lo económico”.19 No hay necesidad de decir que García Canclini ha lanzado la idea de que el capital es intrínsecamente el enemigo de la creatividad o por lo menos de la variedad artística que existe bajo el precapitalismo.20 Su dominio es la indeterminación, aún en el modo en el que usa un lenguaje abierto. La última frase del capítulo 3 es un buen ejemplo de esto: “Quizá el tema central de las políticas culturales sea hoy cómo construir sociedades con proyectos democráticos compartidos por todos sin que igualen a

14 Garda Cancilini, Culturas híbridas, op. cit., p. 23.15 Aníbal Quijano, “La nueva heterogeneidad estructural de America Latina", en Hueso Húmero, 26, 1990, p. 15.16 García Cancilini, Culturas híbridas, op. cit., pp. 203-205, 218.17 Ibid., p. 331.'• Ibid., p. 200.

Ibid., p. 192.20 “La cultura dominante se internaliza en las costumbres populares, lo étnico se reduce a lo típico, las diferentes estrategias puestas a prueba por las clases oprimidas con el propósito de sobrevivir, son presentadas como unifor-

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I I La modernidad, un cuerpo extraño

todos, donde la disgregación se eleve a diversidad y las desigualdades (entre clases, etnias o grupos) se reduzcan a diferencias”.21 O tro ejemplo: uen conclusión no hay una sola forma de modernidad, sino muchas, diferentes y en ocasiones contradictorias”.22

Las otras posiciones que García Canclini discute, aparte del tipo de marxismo que él considera determinista, son el indianismo de intelectuales como Guillermo Bonfil, y las formas más atrincheradas del tradicionalismo. Con relación a las últimas, cuando dice que “ciertas elites preservan su arraigo en las tradiciones hispánico-católicas, y en zonas agrarias también en tradiciones indígenas, como recursos para justificar privilegios del orden antiguo desafiados por la expansión de la cultura masiva”,23 uno tiene la impresión de que está azotando un caballo muerto. Algo semejante ocurre cuando critica la tal denominada estética marxista diciendo que, “se precisa una teoría liberada de la ideología del reflejo y de cualquier suposición acerca de correspondencias mecánicas directas entre base material y representaciones simbólicas”.24

En las últimas 150 páginas del libro, García Canclini comienza a buscar un camino para unificar las distintas aproximaciones que ha usado, al tiempo que busca una definición de lo popular. Intenta encontrar ambas cosas en su uso de lo híbrido, lo oblicuo, lo heterodoxo, en una sociedad transformada en mercado. En su libro de 1982 García Canclini asume y acepta la idea de que: “La cultura no sólo representa a la sociedad; también sirve, dentro de los límites de las necesidades de la producción de sentido, al propósito de rehacer las estructuras sociales y de imaginar nuevas estructuras. Además de representar las relaciones de producción, ayuda a reproducirlas”.25 En Culturas híbridas esta idea, designada por el término reconversión, tiene validez sólo en ciertos espacios y situaciones regionales de Latinoamérica.26

En tanto García Canclini no quiere molestarse con el drama de la modernidad, entendiéndolo unas veces como una aspiración, otras como una amenaza, termina intentando desactivarlo (explicándolo como un fenómeno viable sólo si sabemos cómo operarlo) sólo con el objetivo de regresar a su trabajo pedagógico y antropológico. Y, ¿es que no hay otras soluciones más allá de la sumisión al mercado, la ironía disidente, la búsqueda marginal de obras solitarias y la recreación del pasado? Sus respuestas son las de una contextualización pedagógica, que saca las obras de los museos y las galerías y las coloca en espacios dcsacr al izados, y que promueve talleres para la creación popular.27 Las credenciales académicas de la antropología de García Canclini son excelentes y Culturas híbridas puede y debe leerse como un brillante texto universitario de la antropología de los años noventa. Es su teoría del arte la que de vez en cuando despierta algunas perplejidades. Por

mes con el objeto de subordinarlas a la organización transnacional de lo simbólico"; García Canclini, Las culturas populares, op. cit., p. 197.21 García Canclini, Culturas híbridas, op. cit., p. 148.25 Ibid., pp. 234-235.23 Ibid., p. 71.24 Ibid., p. 73.25 García Canclini, Las ailturas populares en el capitalismo, op. cit., p. 43.26 García Canclini, Culturas híbridas, op. cit., p. 234.27 Ibid., pp. 129-131.

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ejemplo, cuando habla del “dcsencuentro ocurrido entre la estética moderna y la dinámica socioeconómica del desarrollo artístico. Mientras los teóricos e historiadores exaltan la autonomía del arte, las prácticas del mercado y de la comunicación masiva -incluidos a veces los museos-, fomentan la dependencia de los bienes artísticos de procesos extra-estéticos”.28 ¿Quiénes son estos teóricos e historiadores a los que se refiere cuando habla de desajustes? En otro lugar del libro García Canclini da una suerte de respuesta: “Mientras filósofos y sociólogos como Habermas, Bourdieu y Bcckcr [aunque ninguno de ellos es un teórico o investigador del arte] ven en el desarrollo autónomo de los campos artísticos y científicos la clave explicativa de su estructura contemporánea e influyen en la investigación con esta pista metodológica, los practicantes del arte basan la reflexión sobre su trabajo en el descentramiento de los campos, en las dependencias incsquivables del mercado y las industrias culturales”.29 Pero, ¿dónde están estos numerosos teóricos e historiadores que no han elogiado la autonomía del arte? Pienso que García Canclini está menos interesado en ellos que en comprobar que hay una brecha entre la estética y la dinámica socioeconómica. De alguna manera la visión idealizada de la creatividad en América Latina, que salió por la puerta gracias a los estudios como los del mismo García Canclini, comienza a asomarse por la ventana.

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M Ibid., p. 32. ” Ibid., p. 62.

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Policía de fronteraJean Franco

¿Cómo podemos hablar de la modernidad?, es la pregunta que hace García Canclini al comienzo de su libro, Cultoras híbridas: estrategias para entrar y salir de la m odernidadésta es sólo la primera de una serie de preguntas. ¿Cómo estudiamos la modernidad? ¿Cómo reconciliamos distintos enfoques disciplinarios en torno a esta cuestión? ¿Qué distingue a la América Latina hoy cuando existe una industria cultural global? ¿Qué entiende un productor de televisión o un investigador de mercados por lo popular? ¿Cómo se estudian los millones de indígenas y campesinos que migran a las grandes ciudades o los obreros que están incorporados a la organización industrial del trabajo y del consumo? ¿Cómo analizamos los fenómenos que no están cubiertos por las categorías tradicionales de alta cultura o cultura popular? Finalmente, la pregunta más importante: ¿Podemos ser radicales sin ser fundamentalistas?

Culturas híbridas es un libro en busca de un método. Pues aunque su autor favorece una actitud abierta, aún cuando quiere una teoría cultural que no esté limitada por falsas oposiciones como las de alta cultura o cultura popular, lo urbano frente a lo rural, lo moderno o lo tradicional, y en tanto tiende a aplaudir la ironía y el pastiche, el juego y la informalidad, frente a todas estas aspiraciones los métodos y el lenguaje de las ciencias sociales constituyen un obstáculo. En tanto identifica el ‘pluralismo cultural y la interpretación polisémica2 con la democracia, el dilema sobre cómo ser radical sin caer en el fundamentalismo deja de ser solo un problema de metodología para convertirse en un asunto político. “Quizá el tema central sea hoy cómo construir sociedades con

1 Néstor García Canclini, Culturas hlbrúlas: estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo, 1990.J Ibid., p. 148.

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proyectos democráticos compartidos por todos, sin que igualen a todos, donde la disgregación se eleve a diversidad y las desigualdades (entre clases, etnias y otros grupos) se reduzcan a diferencias”.3

Pues aunque a García Canclini le guste el juego o la parodia, no puede escapar al control de esa institución intimidante como es la de las ciencias sociales, que no admite el placer a menos que aparezca enmascarado como problema y que esté acompañado de alguna evidencia de seriedad formal en sus citas, pruebas de investigación, autoridades (Habermas, Gramsci, Bourdieu y Baudrillard), y, por supuesto, de conclusiones. Mientras Culturas híbridas describe un paisaje fascinante en el que algunos pintan crudos graffiti en las paredes, otros están manifestando a favor de nuevas políticas para el abono frente a la estatua dedicada a la maternidad mexicana, otros más leen tiras cómicas, visitan museos, danzan en fiestas de pueblo, o regatean en el mercado, en medio de todo esto el infeliz crítico cultural está demasiado ocupado tomando notas para poder participar en la fiesta. Y no es sólo que tiene que tomar apuntes sino que también debe ocuparse del sentido: algunos de nosotros entendemos que el fin de los metarrelatos no nos absuelve de la búsqueda crítica del sentido -o mejor, de los sentidos- en la articulación de tradición y modernidad. Mientras reconozcamos la inestabilidad de lo social, mientras aceptemos el pluralismo semántico, quizá sea posible seguir preguntándonos cómo están construidos los sentidos en la alta cultura y la cultura popular en sus inevitables mezclas e interacciones con la cultura de los medios masivos (‘la simbólica masiva’), todo lo cual es otro modo de preguntarnos cómo ser radical sin ser fundamentalista.

García Canclini es un pionero en el campo de la crítica cultural. Su libro Las Culturas populares en el capitalismo4 significó un verdadero avance, ya que describió la producción artesanal y las fiestas, no en términos de supervivencia o de residuos de una cultura que alguna vez fue auténtica, sino con referencia a las relaciones inmensamente variables del mercado, a la cultura nacional y a la historia local. El libro encontró una salida a las falsas dicotomías de tradición y modernidad, artesanías o arte. En lugar de partir del ideal platónico del objeto auténtico, García Canclini observó detenidamente las innumerables prácticas locales que variaban de pueblo en pueblo o aún de casa en casa, y que mostraban los recursos y la creatividad que existía fuera de los dominios de la alta cultura y el arte.

En Culturas híbridas, sin embargo, los problemas son más amplios y más difíciles de rastrear. La misma idea de ‘modernidad’ expresada en el título parece inadecuada. De hecho, las discusiones teóricas de la modernidad y la posmodernidad que están aquí reproducidas refuerzan la impresión de que estas palabras son meros puntales que disfrazan un problema bastante viejo: la diferencia latinoamericana. No se trata de negar que ha habido cambios significativos en el mapa cultural, los que ciertamente han reformulado la pregunta por la identidad latinoamericana. Como han señalado muchos críticos, la cultura latinoamericana ha sido producida por una población mestiza cuya cultura, aunque predominantemente hispánica y europea, se formó en contacto con los grupos indígenas y afroamericanos.

De manera que lo nuevo no es la ‘hibridez’ en s í , sino más bien, las tecnologías que han globalizado y transformado la cultura. En este sentido, Culturas híbridas es excelente en cuanto a su cuidadoso monitoreo de los efectos culturales de la privatización, las nuevas formas de hacerse

3 Ibíd.4 Néstor García Canclini, Las culturas populares en el capitalismo, México, Nueva imagen, 1982.

irial protegido por derechos de autor

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autor, las formas de recepción introducidas por los medios electrónicos y el uso que de éstos hacen los diferentes grupos sociales. Está repleto de datos interesantes sobre la pintura contemporánea, sobre nuevas formas de cultura popular tales como los diablos de Ocumicho, sobre el uso de ‘cityscapes’, de monumentos y museos, sobre la reproducción mecánica, los graffiti (‘Yankis go home, y llévenos con ustedes”), las tiras cómicas, sobre Tijuana, las reacciones del público a las exhibiciones de Picasso y Frida Kahlo. Que todo esto vuelva la cultura más democrática, es otro asunto, dado que “todavía hay desigualdad en la apropiación de los bienes simbólicos y en el acceso a la innovación cultural”.

El término usado por García Canclini para describir estos cambios complejos es reconversión. Se refiere al uso de desechos (.scrapping) de la industria pesada del modernismo con su inversión en la alta calidad de artículos de lujo y su reinversión en la industria ligera del consumo masivo. La analogía industrial no tiene el propósito de ser frívola. Para García Canclini la cultura consiste en la producción de bienes simbólicos que se intercambian y redistribuyen, y que crean un capital cultural que puede ser reinvertido. Este vocabulario tiene la ventaja de desmitificar la cultura y desmembrarla de la noción romántica de la creación; la desventaja es que la metáfora económica no permite abordar el problema de la subjetividad.

La omisión de problemas de subjetividad y enunciación limita el potencial intcrdisciplinario de este libro. Esta omisión es particularmente notable debido a que García Canclini asa los términos ‘desterritorial ización y ‘reterritorial ización’, acuñados por Deleuze y Guattari para trascender la vieja dicotomía base/superestructura, a partir de la construcción de la subjetividad dentro de los flujos no codificados de la ‘producción descante’ en el capitalismo avanzado. Sin importar las reservas que podamos tener sobre un pensamiento posestructuralista como éste, hay que admitir que se ha ocupado de la pregunta sobre la subjetividad y el género en términos bastante ciertos, especialmente en cuanto a su implicación en la constitución de Occidente.

Los sujetos constituidos en este orden del nuevo mundo son móviles y están dotados de género. Por género no me refiero a las mujeres, o abrir espacio para las mujeres. El género no es solamente un problema de mujeres sino una categoría de análisis esencial.

Permítanme mencionar un ejemplo de un análisis en el que el género ha sido introducido de manera apropiada. En una interesante discusión acerca del papel del museo Nacional de Antropología en la ciudad de México, García Canclini pasca al lector por las salas de exhibición para mostrarle có­mo el espacio del museo organiza la idea de la nación (patrimonio). Señala el modo como se guía al visitante hacia el ‘centro’-el salón mexicano y Tenochtitlán-, el lugar en el que la capital actual fue construida. Esta sala también funciona como una cápsula de la nación como un todo, ya que incluye piezas de todos los lugares de México. La presentación de objetos religiosos es monumental en contraste con la miniaturización de la reproducción de una escena de un mercado que está justo detrás de la Piedra del Sol. Aquí, anota García Canclini, “encontramos un mercado en miniatura con 300 figuras humanas que intercambian vegetales, animales, cerámica, grano, vasijas y canastos, todo minúsculo”. En su yuxtaposición de lo masivo y lo minúsculo, el “Museo Nacional de Antro­pología propone una versión monumentalizada del patrimonio mediante la exhibición de piezas gigantes, la evocación mitificada de escenas reales y la acumulación de miniaturas”5.

5 Néstor García Canclini, Cultura híbridas, op. cit., pp. 164-165.Para una discusión adicional sobre el

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La exhibición arqueológica está en la primera planta y representa el pasado. En la segunda plan­ta el museo ofrece escenas de la vida contemporánea, representadas casi enteramente por modelos de grupos indígenas a escala humana o fotografías de lo indígena. Otros grupos étnicos -los españoles, los judíos, los árabes, los negros- que contribuyeron a formar el México contemporáneo están excluidos así como también lo están muchas referencias a la vida moderna. No sólo se muestran los grupos indígenas como el eje de la cultura nacional’ sino que también están representados como tradicionales. Esta representación del patrimonio nacional no da cuenta de las formas híbridas que han sido asumidas por los grupos étnicos tradicionales cuando entran en contacto con el desarrollo capitalista socioeconómico y cultural.

El análisis que hace García Canclini del Museo recuerda el que hizo Donna Haraway en su libro Primate Visions: Gender,; Race and Nature in the World o f Modern Science, y Mieke Bal en “Telling, Showing, Showing O ff”, ambos se centran en el Museo de Historia Natural en Nueva York y muestran que su narrativa es la de la dominación imperialista/’ Sin embargo, tanto Haraway como Bal enfatizan el modo como el género articula la narración. Así por ejemplo, el estudio semiótico de Bal señala que la estatua del siglo diecinueve de la Reina Maya dando a luz al Buda desde su costado, demarca una transición de la exhibición de los animales a la de los seres humanos. En este momento no puedo entrar en los detalles de su análisis. Permítanme simplemente citar la frase que concluye su discusión de esta estatua: “Al elegir una representación de feminidad que reafirma la cercanía de la mujer a la naturaleza a través de una ficción enteramente artificial que se presenta como ajena, los diseñadores del ‘hall’ han realizado una proeza semiótica: han logrado mitigar con esta transición local la mayor rareza ideológica del musco”.7 La ecuación metafórica de “mujer” con “naturaleza”, tan familiar en la cultura que representa y rodea este museo, establece una mediación entre los mamíferos y las gentes foráneas, enfatizando la otredad que justifica el destierro de estas gentes a este lado del Parque Central’ (v.g. el lado oeste del Parque Central carece de elegancia, en contraste con el este donde está situado el ‘arte’ en el Museo Metropolitano).

Claramente la acometida imperialista del Museo de Historia Nacional no puede compararse equitativamente con la narrativa nacional del Museo de Antropología, aunque la articulación del género en la narrativa tenga igual importancia. Esto es evidente en una fotografía del interior de la sala de etnología del Museo de Arqueología que muestra un gmpo de figuras a escala humana que representan una familia indígena. El grupo incluye dos hombres vestidos de blanco, uno de pie y el otro sentado, y tres mujeres, dos arrodilladas y una de pie, y una niña pequeña. Una de las mujeres, vestida con un huípil y falda larga, está arrodillada en el primer plano, aparentemente atendiendo una fogata. A su lado hay das canastos llenos de lo que parecen ser las hojas que se usan para hacer tamales (los detalles de la fotografía no están claros). No es solamente que, como comenta García Canclini, no se muestre ningún equipo moderno sino que también la escena sugiere que la

monumemalismo, ver Susan Stewart, On Longing: Narrativa o f the Miniature, the Gigantic, the Souvenir, the Collection, Baltimore, 1984.* Donna Haraway, Primate Visions: Gender, Race and Nature in the World o f Modern Science, New York, Routlcdgc, 1989; Mieke Bal, “Telling, Showing, Showing O ff”, en Critical Inquiry, 1991, pp. 556-594.7 Mieke Bai, ibid.

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división de género del trabajo es natural y eterna. Aunque no hay nada particularmente desconcertante en esta observación, el género es indudablemente muy significativo en esta representación pues es en la familia donde mejor se puede demostrar la concepción oficial de una continuidad sin cambios de la vida privada entre los tiempos remotos y el presente.

Introducir el género en una discusión del patrimonio nacional puede conducir también a la pregunta acerca de cómo el hombre y la mujer han sido recodificados de manera significativa por los medios y la empresa privada. Una recodificación contemporánea del género está, de hecho, representada gráficamente por una fotografía de un grupo de feministas paradas enfrente de la estatua de la Maternidad Mexicana. García Canclini hace ver la plasticidad de las manifestantes en contraste con la figura jerárquica en piedra de la madre. Pero la escena también ilustra la ruptura con las viejas categorías de lo público y lo privado. La nación santifica la maternidad públicamente, mientras que el movimiento de mujeres tiene ahora que hacer público lo que el rostro plácido de la maternidad oculta: las penurias de los abortos ilegales que a menudo son la única forma de contraceptivo a la mano de las mujeres pobres. Cuando uno mira esta fotografía, lo que está exhibido es precisamente la diferencia entre la Mujer y las mujeres, la santificación pública de la vida privada que las feministas han destacado para debatirla públicamente, cuando enfatizan que el aborto no es sólo un asunto de mujeres’.

Esto me trae de nuevo, de manera indirecta, a la cuestión de la hibridez como una cuestión que no es solamente latinoamericana, sino un problema para Occidente. La desventaja que tiene el antiguo término de mestizaje tiene que ver con la idea que sugiere que la cultura brotó naturalmente de la cópula. La hibridación es una metáfora botánica estrechamente relacionada con la noción de la cultura como cultivo, pero tiene también algunos de los mismos problemas que el término mestizaje.* El subtítulo de Culturas híbridas yuxtapone la metáfora botánica con la metáfora logística de ‘estrategias para entrar y salir de la modernidad’ -aú n cuando los agentes de estas estrategias se diferencien considerablemente a lo largo de este libro.

¿Qué es lo que está en juego en el término ‘hibridación’? En su sentido más débil, puede referirse simplemente al permiso posmoderno para usar todos los repertorios sin pensar en su autenticidad. En el sentido fuerte, sugiere una pareja original y pura que produce nuevos hijos. En la acepción débil, y que ya ha sufrido muchos saqueos, préstamos e intertextualidad, la tarea del crítico parece estar limitada a acumular evidencia sobre nuevos híbridos. En el sentido fuerte, usado frecuentemente por García Canclini, deja intactas esas mismas categorías - lo culto y lo popular, lo tradicional y lo moderno- que se supone que trascienda, en cuya construcción el género está fuertemente implicado.';

Pero existe un problema más serio que va más allá del horizonte del libro de García Canclini. Aparte de los cruces de fronteras y de la ‘latinización’ de Estados Unidos, el lugar de Latinoamérica

* El mestizaje está aflorando con fuerza, ver por ejemplo, Vargas l losa. D ir Unendliche GrwA/r/»*//',Wcltspicgcl, 17 May, 1992.’ El hecho de que los críticos poscolonialcs usen la hibridez para significar la inestabilidad que ocurre entre el lugar de enunciación y el lugar de alocución en el discurso colonial, crea confusión. Ver Homi K. Bhabha, “Signs Taken for Wonders: questions of ambivalence and authority under a tree outside Delhi, May, 1817”, cn Europe and Its Others, Francis Barker et al. (eds.), Vol. 1, Colchester, Essex, 1985, pp. 89-106.

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en la cultura mundial es demasiado importante para reducirlo a un estilo o a las débiles tácticas del shock de la yuxtaposición de Miró y Zapoteca. En Estados Unidos, la hibridez es a menudo una representación de lo exótico con miras a exhibir una familia pluralista y feliz, aún cuando todo el mundo sabe que el espacio entre el gueto y el m eltingpot lo ocupan solamente las estrellas del béisbol, las personalidades de los medios y los autores más vendidos. En Latinoamérica la representación de la diferencia es perfectamente compatible con la integración en un sistema global.

La hibridación-como-diferencia es un término demasiado indiscriminado para dar cuenta tanto de los vernáculos de la cultura global como de las anomalías que verdaderamente causan disensos al interior de la familia feliz. Pero es justamente esto último lo que puede deshacer el poder desde el centro.

De ahí la significación que adquiere la pregunta de Nelly Richard: “Si es cuestión de heterogeneidad, fragmentación y pluralismo, ¿cómo podemos desembUmatizar la ‘diferencia’ y abrirla a las múltiples diferenciaciones de la cultura que no están incluidas en la prestigiosa zona de la teoría cultural?”10

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10 Nelly Richard, “Latinoamérica y la post-modernidad”, en Revista de critica cultural 3, 1992, p. 19.

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Hibridismo y reterritorializaciónJohn Kraniauskas

A veces tenemos la impresión de que los flujos de capital se despacharían de buen grado a la luna si el Estado capitalista

no estuviera allí para devolverlos a la tierra.

G. Deleuze y F. Guattari

El libro de Néstor García Canclini, Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad,1 está fundado en un conjunto de hipótesis que tratan de formular un acercamiento a la historia de la cultura latinoamericana, adecuado a su objeto. El objeto, como es claro en el título, es la modernidad; mientras que la propuesta de adecuación teórica de Canclini está sugerida por otra palabra que incluye en el título: hibridez. El asunto es, por supuesto, que la hibridez no es solamente un elemento del diseño de Canclini para una mirada trans-disciplinar (interpretación), sino para una mirada de la modernidad en Latinoamérica en sí misma (objeto). Una forma nómada o ‘híbrida de crítica debería, según sugiere en su segunda hipótesis, facilitar “otro modo alternativo de concebir la modernización latinoamericana: más que como una fuerza ajena y dominante que operaría por sustitución de lo propio como los intentos de renovación con que los diversos sectores se hacen cargo de la heterogeneidadmulti-temporalde cada nación”. Ésta es la segunda hipótesis de

1 Néstor García Canclini, Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo, 1990.

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Canclini, y se refiere al carácter específico de la modernidad latinoamericana y su relación con la tradición. Finalmente, y en tercer lugar, el reconocimiento de la hibridez en las modernas naciones latinoamericanas ilumina “los poderes oblicuos envueltos cuando se mezclan las instituciones liberales con los hábitos autoritarios, y los gobiernos social demócratas con los regímenes paternalistas”. De este modo la importación política de la idea de lo híbrido tal como está representada en el libro de Canclini surge como una respuesta a las demandas que ahora se revelan sobre el presente, hechas por “esta mezcla de memoria heterogénea e innovaciones truncas que es la modernidad en América Latina”.2

A su vez, las demandas que le hace Canclini a la idea de la hibridez son sustanciales, pues ésta debe operar en diferentes niveles. Hasta cierto punto esto se hace evidente por la organización del trabajo en ensayos semiautónomos,3 cada uno de los cuales puede verse como un punto de entrada en (y de salida de) una modernidad híbrida, en otras palabras, pueden verse como ‘estrategias’ textuales.4 La hibridez como una forma de transdisciplinariedad, por ejemplo, no significa simplemente el uso de conceptos derivados de una variedad de disciplinas, sino, en algunos casos, su transformación mutua. Por esta razón, en su capítulo sobre ‘la teatralización de lo popular’,5 acompaña su deconstrucción de la oposición arte/artesanía con una crítica sociológica de las concepciones antropológicas de lo popular (asociadas con la tradición tribal y rural) y una crítica antropológica de los conceptos de lo popular de la sociología (asociados con la modernidad urbana), para iluminar los efectos estéticos de la cosificación de la industria artesanal, considerada hasta entonces tradicional, folklórica y enemiga de la modernización. En otro lugar, de modo similar, confronta y transforma el concepto político de hegemonía de Gramsci con el concepto sociológico de reproducción de Bourdieu En un nivel más empírico, la hibridez tiene también en las descripciones de paisajes urbanos, de comunidades e identidades de Canclini -particularmente en la frontera EE.UU.-M éxico- una función que se ha desconectado de los lugares específicos y que ha sido reinventada espacialmente por medio de nuevas tecnologías de la comunicación. Es en estos niveles que la idea de hibridez como estrategia crítica (interpretación y descripción) se vuelve más productiva.

Lo más importante para esta teoría de la modernidad latinoamericana como tal, sin embargo, son sus referencias a la ‘hibridación intercultural’, ‘la sociabilidad híbrida’ y la ‘historia híbrida’/ ’ Tomadas en su conjunto, estas referencias a la cultura, la sociedad y la historia testimonian la ne­cesidad de sacar la idea de lo híbrido del reino de la descripción por medio de la ‘transdisciplinariedad’ para llevarlo a un dominio totalizador de la teoría que sea adecuado para la tarea de estudiar “las culturas híbridas que constituyen la modernidad y le dan su perfil específico en America Latina”.7

La cuestión de la adecuación surge con mucha claridad en el capítulo histórico y teórico central de Culturas híbridas, “Contradicciones latinoamericanas: ¿Modernismo sin modernización?”8 En

2 Ibid., pp. 14-15.3 Ibid., p. 23.4 Pierre Bourdieu, The Logic o f Practice, Cambridge, Polity Press, 1990.5 Néstor Garcia Canclini. Culturas híbridas, op. cit., pp. 191-235.6 Ibid., pp. 264, 332, 69.7 Ibid., p. 15.• Ibid., pp. 65-93.

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este punto, siguiendo al crítico brasilero Roberto Schwarz, Canclini descarta acertadamente la idea que muchos tienen de que el modernismo (y la modernización) es de algún modo ajeno a América Latina, o un transplante superficial; señala el proceso por el cual originalmente las ideas extranjeras (como el liberalismo y, para algunos, el modernismo) han sido apropiadas incorrectamente, y sin embargo convertidas en los componentes estructurales de las culturas nacionales; y bosqueja “Cómo interpretar una historia híbrida”. Es aquí donde se discute la pregunta por la heterogeneidad multi- teinporal. De acuerdo con la crítica de Perry Anderson9 a la teoría homogénea, unilinear y abarcadora del modernismo de Marshall Berman, Canclini localiza el modernismo latinoamericano en la intersección de las ‘diferentes temporalidades históricas (coyunturas) para sostener que “no es la expresión de la modernización socio-económica” [como en Berman] sino el modo en el que las elites se hacen cargo de la intersección de diferentes temporalidades históricas y tratan de elaborar con ellas un proyecto global (.. .).,ü

Entonces, ¿qué constituye el contenido cultural de estas temporalidades en América Latina? De acuerdo con Canclini “los países latinoamericanos son actualmente resultado de la sedimentación, yuxtaposición y cntrecruzamiento de tradiciones indígenas (sobre todo en las áreas mesoamericana y andina), del hispanismo colonial Católico y de las acciones políticas, educativas y comunicacionales modernas”.11 La dinámica de la hibridez cultural resulta del hecho de que estos últimos han fracasado en ‘sustituir’ a los primeros. De hecho, los procesos de modernización han tendido más bien a reproducir y a rearticular la tradición. Pero la clave de la modernidad latinoamericana contenida en el bosquejo de sus modernismos por Canclini no puede encontrarse solamente en dicha transculturación sino, por el contrario, en su uso de las palabras ‘apropiarse’ de la heterogeneidad temporal. En suma, lo que queda sin atender explícitamente en Culturas híbridas -es decir, a pesar del culturalismo de C anclini- es la dialéctica política de la modernidad en Latinoamérica.

Esto no significa que una historia política de la modernidad deba reemplazar la historia híbrida de Canclini, sino más bien que cada una se alimenta e informa la otra. Como él señala, “pese a los intentos de dar la cultura de elites un perfil moderno, recluyendo lo indígena y lo colonial en sectores populares, un mestizaje interclasista ha generado formaciones híbridas en todos los estratos sociales”.12 Es esta reproducción continua de ‘formaciones híbridas’ la que genera la dinámica cultural que le da carácter político a la modernidad latinoamericana: la ‘innovación truncada periódicamente demanda procesos de modernidad que son concebidos en términos políticos por las elites latinoamericanas, como proyectos. Esto se debe a que cada intento de renovación fracasa en sustituir la tradición. Desde este punto de vista, Culturas híbridas puede ser leído como una respuesta a la pregunta de Habermas. En Latinoamérica, sin embargo, la modernidad no es ‘incompleta, es ‘trunca’, y lo trunco -percibido como un efecto de hibridez cultural-es constitutivo de su lógica política.

* Perry Anderson, “Marshall Berman: Modernity and Revolution" (1984), en A zone o f Engagement, London, 1992.

10 García Canclini, Culturas híbridas, op. d t., p. 71.

“ Ibid.

12 Ibid.

55Material protegido por derechos de autor

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No sorprende, entonces, que Culturas híbridas sugiera una política modcrnizadora propia que -con ayuda de las recientes críticas posmodernas a los metarrelatos del progreso- intente superar esta oposición entre modernización y ‘tradiciones persistentes’13 pues, como hemos visto con respecto a las artesanías, la tradición no es de ninguna manera ontológicamente incompatible con la modernización.14 “Quizá el tema central de las políticas culturales sea hoy”, dice Canclini, “cómo construir sociedades con proyectos democráticos compartidos por todos sin que igualen a todos, donde la disgregación se eleve a diversidad y las desigualdades (entre clases, etnias o grupos) se reduzcan a diferencia”.15 Canclini reconoce que no se puede solamente entrar y salir de la modernidad, que “es una condición que nos envuelve, en las ciudades y en el campo, en la metrópolis y en los países subdesarrollados”.16 En este punto, sin embargo, Canclini no sigue a Anderson cuando aboga por la ruptura política con la modernidad. Sugiere más bien que la única respuesta puede ser “radicalizar el proyecto de la modernidad es agudizar y renovar esta incertidumbre, crear nuevas posibilidades para que la modernidad pueda ser siempre otra cosa y otra más”.17 En opinión de Canclini esto podría ser el resultado de la contemporánea “reorganización cultural del poder (...) se trata de analizar qué consecuencias políticas tiene pasar de una concepción vertical y bipolar de las relaciones sociopolíticas a una concepción descentrada, multideterminada”.18 Culturas híbridas puede ser así también leída políticamente -y ‘oblicuamente’- a partir de los recursos intelectuales que provee para un proyecto democrático social y cultural, que pueda -en otras palabras- apropiarse’ de las más recientes configuraciones de la modernidad en Latinoamérica.

En este contexto, sin embargo, algunas de las transformaciones o hibridaciones descritas por Canclini en Culturas hibridasy en otros lugares1 9 parecerían super-optimistas y curiosamente, sin sujeto, a pesar de la importancia que tiene el concepto de identidad en su trabajo. Esto puede deberse a la cultura de la frontera mexicana -U S más específicamente, la ciudad de Tijuana y las prácticas artísticas de artistas como Guillermo Gómez Peña- que actúan como un paradigma para su análisis de los procesos contemporáneos de hibridación: “las hibridaciones descritas a lo largo de este libro nos hacen concluir que hoy todas las culturas son de frontera”.20 Puede deberse también a un énfasis exagerado en las identidades nacionales y posnacionales, en detrimento de otras. La densidad con la cual el texto de Canclini entrelaza la investigación empírica, la síntesis crítica y teórica, con la elaboración en este punto -y a través de toda la obra- es uno de sus aspectos más positivos. Pero esta misma característica opera también a veces para inhibir la critica. Las ideas interrelacionadas de ‘desterritorial izaciórí y ‘reterritorialización’21 usadas por Canclini para describir

,J Ibid., p. 33.14 Ibid., p. 221.15 Ibid., p. 148.,é Ibid., p. 333.,7 Ibíd.

Ibid., p. 323.19 Para conocer sus puntos de vista sobre los posibles efectos culturales del Acuerdo de Libre Comercio, ver Néstor García Canclini, “Museos, aeropuertos y ventas de garaje. La cultura ante el Tratado de Libre Comercio”, en lot jornada semanal, 14, 1992.20 Néstor García Canclini, Culturas híbridas, op. cit., p. 325.

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los efectos de esta cultura pueden, sin embargo, dar cabida a una crítica de su optimismo, esto es, el punto en el que la bipolaridad regresa para organizar la multideterminación.

De acuerdo con Deleuze y Guattari, “el eje axiomático social de las sociedades modernas está atrapado entre dos polos, y oscila constantemente de un polo al otro”.22 El capitalismo, en su opinión, está “continuamente reterritorializando por una parte y desterritorializando por otra”, produciendo “ncoterritorialidades”.23Tan intrincados son estos procesos que, insisten ellos, “puede ser casi imposible distinguir la desterritorialización de la reterritorialización (...) son (...) como caras opuestas de un único proceso ( . . .)”, que relaciona la respuesta del capital con la caída de la ganancia.24 El contenido cultural de las observaciones de Deleuze y Guattari es destacado por Canclini como sigue: “con esto me refiero a dos procesos: la pérdida de la relación ‘natural’ de la cultura con los territorios geográficos y sociales, y, al mismo tiempo, ciertas relocalizaciones territoriales relativas, parciales de las viejas y nuevas producciones simbólicas”.25 En opinión de Canclini, la ‘migración multidircccional’-la ‘pérdida-característica del capitalismo transnacional socava las concepciones bipolares -y relocal izado ras- de las relaciones interculturales entendidas en términos de dependencia, centros y periferias, y de imperialismo. Es en este contexto que la frontera, como espacio de entrecruces culturales híbridos, como una ‘neoterritorialidad’, deviene paradigmática.

Canclini sí reconoce, momentáneamente, que hay mucho sufrimiento en la frontera: “De los dos lados de esa frontera, los movimientos interculturales muestran su rostro doloroso: el subempleo y el desarraigo de campesinos e indígenas que debieron salir de sus tierras para sobrevivir”.26 Pero, sigue adelante para señalar que “está creciendo allí una producción cultural muy dinámica”.27 Y tiene razón: la hibridez, especialmente en su variante de cultura de frontera, tiene un creciente valor de intercambio y de exhibición.28 Sin embargo, a mí me parece que el sufrimiento -lo que Benjamin pudo haber llamado la ‘barbarie’, y que yo voy a referir a la violencia contenida en las relaciones de explotación y dominación- ha sido despachado demasiado pronto y, curiosamente, esto se debe a que los procesos de desterritorialización y reterritorialización descritos por Canclini se binarizan. Canclini informa que en varias reacciones a las series de fotografías de Tijuana “vimos un movimiento complejo que llamaríamos reterritorialización. Los mismos que elogian a la ciudad por ser abierta y cosmopolita quieren fijar signos de identificación, rituales que los diferencien de los que solo están de paso, son turistas o (...) antropólogos curiosos por entender los cruces interculturales”.29 El problema puede estar, quizá, en que la reterritorialización capitalista puede presentarse hoy no sólo como tradición, o como lo que Deleuze y Guattari llaman neoarcaísmos’, sino como la producción

11 Ibid., p. 288-305.n Gilíes Deleuze y Félix Guarcari, Anti-oedipus: capitalism arul Schizophrenie, New York, Viking Press, 1997, p. 260.2J Ibid., pp. 259, 257.24 Ibid., pp. 259-260.25 García Canclini, Culturas híbridas, op. cit., p. 288.26 Ibid., pp. 290-291.27 Ibid., pp. 290-291.2R A. Coombes, “Inventing the post-colonial’: Hybridity and Constituency in Contemporary Curating”, cn New Formations, 81, 1992.

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de nuevos sujetos de un orden sociocultural que, como el capital, es específicamente transnacional (posnacional). Dicho con otras palabras, la reterritorialización puede estar también localizada -de hecho, lo está especialmente- en la apertura y en el cosmopolitismo. En términos de Deleuze y Guattari estaría en la necesidad o en el deseo de abstracción cada vez más creciente de la máquina capitalista.10 Si éste fijera el caso, el sufrimiento que Canclini menciona tan brevemente puede ser más que una ‘pérdida’ sintomática de las identidades tradicionales, es decir, más que nostalgia. Puede tener también un contenido crítico, atando registra la resistencia y aún las posibles alternativas a los nuevos sujetos reterritorializados de la ‘frontera que se producen en réplica a lo largo de las ciudades de EE.UU,31 y en otros lugares, en los que las ‘sociedades disciplinarias’ son transformadas en ‘sociedades de control’.32

Desde este punto de vista optimista, ¿puede el paradigma de frontera descrito por Canclini en Culturas híbridas interpretarse oblicuamente’ como un modelo cultural -u n a educación sentimental’- d e cómo negociar (‘apropiarse’) y habitar nuevas subjetividades capitalistas? ¿Puede en otras palabras, lo que Canclini llama una contemporánea ‘reorganización del poder cultural’, involucrar también una reorganización política y, especialmente hoy, ecónomica, de la cultura: una nueva modalidad de ‘apropiarse de’ la hibridez socio-cultural por las elites latinoamericanas y otras elites?

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29 Garda Canclini, Culturas híbridas, op. cit., p. 304.30 Deleuze y Guattari, op. cit., pp. 258-259.31 Ver M. Davis, City o f Quartz, London, 1990.32 Gilles Deleuze, "Postcript on the Societies of Control”, october, 59, winter.

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La única salida es a través

Gerald M artin

La conquista de América tuvo lugar hace quinientos años y los territorios, las culturas y los cuerpos de los pueblos indígenas fueron invadidos y subyugados por los agresores europeos. Muchos piensan que se debe mantener viva la memoria de estos pueblos, preservando sus identidades y manteniendo sus tradiciones. Lo mismo se piensa acerca de los mestizos, los campesinos y obreros quienes tienen un acceso desigual al registro histórico. Pero, ¿cómo se puede lograr esto? ¿Y quiénes lo deben hacer? Durante cinco siglos sucesivas generaciones de sobrevivientes lo han intentado. Algunos lo han logrado y sin embargo su posición es hoy tan difícil como lo ha sido a lo largo de todo este tiempo desde la Conquista, en términos de su masa frente a otras masas, sus armas frente a otras armas, sus expectativas frente a otras expectativas.

El nuevo libro de Néstor García Canclini* tiene interés para aquellos que se ocupan de éstos y de otros asuntos relacionados. ¿Cómo se producirá y reproducirá la cultura en la llamada época posmodema, cuando los orígenes, las esencias y las identidades en sus sustancias habrán aparentemente desaparecido? El libro es audaz y provocativo, y se ocupa de cuestiones fundamentales del momento. Ciertamente constituye un punto de referencia privilegiado en los debates sobre la cultura Latinoamericana a medida que entramos en el nuevo siglo. Su problema principal, me parece a mí, es que atiende estas cuestiones no solamente sin referencia a una economía -la ausencia fatal en la mayoría de los ensayos sobre estudios culturales- sino además, mayormente sin una visión política.

• Se refiere al libro Culturas híbridas: estrategas para entrar y salir de la modernidad, México, GrijaJbo, 1990.

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El título del libro nos da una clave de la perplejidad con la que confronta ai lector ya que no hay relación evidente entre el título y el subtítulo. Esto se debe a que el subtítulo no es un subtítulo, se trata de un libro con dos títulos y con un objeto de estudio organizado alrededor de dos problemas centrales que abarcan otras cuestiones periféricas. Es una obra que plantea preguntas en lugar de respuestas, que comienza con una entrada’ y termina con una ‘salida’. En cuanto a las ‘estrategias’, éstas son escasas y dispersas - lo que no nos sorprende, ya que García Canclini no necesita en realidad una estrategia puesto que se trasluce que ya ha cedido el terreno en disputa: los espacios ‘utópicos’ y socialistas de ayer-, y no cree en su recuperación. Le preocupa la ‘democracia’, y no el ‘socialismo’, y su supuesto parece ser que la democracia vendrá con el perfeccionamiento del mercado. Este dista mucho del proyecto de Berman, por ejemplo, para no hablar del que Anderson o Jameson han abordado.

Las dos problemáticas centrales que he mencionado son, en primer lugar: ¿cuál es la índole de la cultura ‘híbrida o ‘mestiza’ latinoamericana y cómo se relaciona con la llamada cultura europea o ‘moderna’? Y en segundo término: ¿cómo se pueden diseñar políticas para mejorar los términos del comercio cultural entre Latinoamérica y Europa en la perpleja situación posmoderna? Entre las cosas que García Canclini no explica está la cuestión de si el diseño lo deberán hacer individuos ordinarios, intelectuales o políticos -e n esta arena conceptual no existen las clases, sólo grupos hegemónicos y subalternos- y si Europa incluye, como parece, a Estados Unidos y Canadá.

En el fondo el libro trata de la modernidad, la modernización y los modernismos. Explica la re­lación entre estos conceptos interrelacionados, y entre todos ellos y el concepto que los precede -la tradición— y el concepto que los sucede —la posmodernidad—. Pero me parece que García Canclini no tiene una perspectiva clara de la historia desde la que se leen estos conceptos y estas relaciones. Para él, quien observa desde una posmodernidad que nunca define adecuadamente, el fin de la historia se aplica retrospectivamente a la historia en su conjunto: nunca sucedió, las cosas no ocurrieron como las imaginamos.

Cuando finalmente llegamos a ‘la salida, no tenemos claridad sobre ninguna de las definiciones conceptuales, ni de las relaciones temporales, causales o estructurales entre ellas. García Canclini simplemente acepta que en la era posmoderna las palabras y los fenómenos culturales son meramente construcciones y no nos orienta claramente sobre cómo podemos reconstruir el sentido social. Parece ser que para él, en sentido pragmático, las palabras son sólo una especie de moneda que puede intercambiarse en el mercado cultural: si usted puede producir y vender su identidad elegida y otros la compran, entonces es real. La posmodernidad, desde esta lectura, no es un momento ideológico, un hueco negro de indefinición desde el cual construimos la palabra ‘hueco negro’, fau te de mieux: la posmodernidad es la realidad en sí. No es sorprendente entonces, que a pesar de que el título del libro no revela estrategias, sí le hace la propaganda a muchas ideas que están de moda como son la transdisciplinariedad, el multiculturalismo, la intertextualidad y otros artefactos, para evitar que ‘los otros’ nos restrinjan hasta que nuestras cabezas se pongan en orden de nuevo.

Después de la salida, hay preguntas clave que subsisten: ¿cuándo fue la modernidad? ¿Qué es la posmodernidad y cómo se relaciona con la modernidad? ¿Qué es una tradición y cómo se inventa? ¿Cuáles son las relaciones entre la cultura con el lenguaje, la sociedad, la política y la econo­mía? Para los saussureanos todo era lenguaje; para García Canclini, aún cuando no lo dice, todas las actividades humanas, hasta la cultura misma, parecen obrar como sistemas económicos. Bueno, por

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I I La única salida es a través

supuesto; pero, ¿por qué no concluir que el posmodernismo es simplemente el aspecto cultural del capitalismo tardío como lo denominamos alguna vez con optimismo? El capitalismo de la posguerra, después de todo ha sido multinacional, desterritorializado, y puede ser que muchas de nuestras confusiones se desprendan de este hecho tan simple. El capitalismo no parece ya tardío, pero ciertamente es global, y en esta nueva fase somos supuestamente posindustriales, pos-socialistas, posmodernos; todo menos poscapitalistas.

Estos mitos necesitan ser redefinidos. Si miramos el mundo entero y no solamente a Europa, podemos pensar que aún no es posindustrial; ni tampoco pos-socialista sino meramente, pos- stalinista. Mi apuesta es que todavía no alcanza a ser posmoderno tampoco, y que lo que llamamos posmodernidad es solamente el reflejo en un espejo opaco y distorsionado, del centro tormentoso de la modernidad económica, tan espantoso-debido a su cualidad invencible-que no nos atrevemos a mirarlo directamente ni a llamarlo por su nombre verdadero.

El nombre sigue siendo capitalismo. Cuando el capitalismo-imperialismo fue amenazado por el comunismo, tuvimos el modernismo. Ahora que el capitalismo permanece solo, encontramos en el posmodernismo un escenario conceptual vasto, indiferenciado, indefinido: sentimos que podríamos nadar y encaramarnos en él durante cien años sin saber dónde estábamos. De la discusión optimista de García Canclini podemos concluir, sin embargo, que aunque la posmodernidad capitalista es la única función o mercado que tenemos a nuestro alcance, podemos entrar en ella o salir de ella a nuestro antojo: escoja y elija, escoja y mezcle, escoja y ataque (pick and choose, pick and mix, even pick and axe).

Poco antes de escribir esta nota estuve viendo una película llamada Swamp Thingoxyz conclusión me desconcertó. Cuando rehusó el final feliz que le ofrecía la científica que todavía lo amaba a pesar de la catástrofe biológica que le había ocurrido, el monstruo, que alguna vez fue humano, encogió sus enormes hombros y antes de volver la espalda a ella y a nosotros para regresar al pantano primordial, murmuró mi lema favorito: “La única salida es a través”.

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Radical sin fundamentalismosJesús Martin-Barbero

En el título ya está el desafío. El adjetivo desacomoda tanto a los nostálgicos de autenticidades como a los valedores de sincretismos. Lo híbrido es lo contrario de lo puro y no conduce necesariamente a la síntesis, es sobre todo mezcla y revoltura. Como el tiempo que propone el subtítulo, relación híbrida también -hecha de pre y pos- con la modernidad.

A esa propuesta llega García Canclini después de un largo trabajo de reflexión e investigación sobre las culturas del arte y las populares. Un trabajo que fue pionero por estas tierras en recolocar los estudios estéticos al interior de la investigación social, introduciendo en el debate cruces teóricos y metodológicos que permitieron interpelar al arte desde ámbitos -la industria, la comunicación, los consumos- replanteadores de las inercias idealistas y sociologistas. Pionero también en reubicar el estudio de las culturas populares a distancia tanto del culturalismo antropológico y su idealizada autonomía como de los instrumentalismos populistas, haciendo pensables la interacción de las culturas populares con las sociedades nacionales y la inserción de lo popular en lo masivo transnacional.

El libro que reseñamos marca sin duda un punto de llegada en ese recorrido y un hito en los estudios culturales de América Latina. Y lo es ante todo por ayudarnos a pensar la diferencia no al margen sino desde el debate a la modernidad, haciendo de ese debate aquí no una forma de escape a los “atrasos” y las contradicciones de la situación latinoamericana, sino por el contrario una ocasión y un modo de acceso a las cuestiones más radicales y las crisis más nuestras. No extraña entonces que el libro arranque colocando la modernidad de los filósofos en el terreno de los sociólogos: una torsión que permite “referir” la autonomía del arte, la cultura -rasgo definitorio de la modernidad- a cuestiones, primero de método y después de historia y política culturales. Mirando desde ahí García Canclini hace un balance a la vez del proyecto moderno y del debate: de lo que significa la

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crisis de las vanguardias y la reorganización del mercado cultural en torno a una lógica cada día más alejada de la de las “bellas artes”, mientras la estética moderna se transforma posmodernamente en ideología para consumidores.

El segundo desplazamiento busca romper con dos prejuicios para hacer abordable la cuestión central. No es un déficit de modernización lo que ha hecho imposible la modernidad en América Latina, y son las “optimizadas imágenes” de la modernidad europea, a las que hemos medido nuestros procesos, las que ñas han impedido reconocer la modernidad propia. Pues ni la modernidad en Europa fue el resultado lineal de la modernización socioeconómica, ni el modernismo latinoamericano se limitó a imitar y traducir. Tanto allá como acá la modernidad se produce en la interacción de diferentes temporalidades históricas. En Europa fueron “un orden dominante y semiaristocrático, una economía semi-industrializada y un movimiento obrero semiemergente o semi-insurgente” (Perry Anderson). ¿Cuáles son esas temporalidades en América Latina y “qué contradicciones genera su cruce?” se pregunta García Canclini. Y a responder esos interrogantes va a dedicar gran parte del libro. Ya que es en ese cruce donde “el mestizaje” se transforma en culturas híbridas, donde las tradiciones dejan de ser algo exterior y contrario a la modernidad, y donde las ideas importadas, las “ideas fuera de lugar” (según Roberto Schwarz) se incorporan a la trama de los dislocamientos y las desviaciones, de las traducciones y las reelaboraciones con que se hace la propia historia cultural.

Lo que enfocando el hoy va a implicar el desmonte de las estratagemas que hacen rentable política y culturalmente aquella separación que atribuye a la elite un perfil moderno al tiempo que recluye lo indígena y lo colonial en los sectores populares, que coloca la masificación de los bienes culturales en los antípodas del desarrollo cultural, que propone al Estado dedicarse a la conservación de la tradición dejando a la iniciativa privada la tarea de modernizar, de renovar e inventar, que permite adherir a la modernización tecnológica mientras se profesa miedo y asco a la industrialización de la creatividad y la democratización de los públicos. Desmonte que es clave para enfrentar no sólo el desconcierto y la ineficacia de las izquierdas, sino también la perspicacia y la tramposa eficiencia de los neoconservadores a la hora de concebir estrategias y proponer políticas culturales “para salir de la crisis”.

No especulando sino aportando una información plural y precisa en cada caso, García Canclini lleva a cabo un paciente trabajo de dcsenmascaramicnto de esas estratagemas en las teorías y en las políticas. Desde la redefinición del sentido del patrimonio, esa “base secreta de la simulación que nos mantiene juntos”, a partir de lo que tiene de ideología sustancialista -ocultación de su formación social-y legitimadora de exclusiones pero también de capital cultural de un país, de teatralización del poder, escenificación de lo nacional y ritualización de la identidad; y la deconstrucción de los usos de lo popularen lo que tienen de puesta en escena, de construcción efectuada en la investigación que busca a toda costa recortarlo de la reorganización masiva, fijarlo en formas artesanales de producción y distribución, y custodiarlo como reserva imaginaria de los nacionalismos; en la comunicación que tiende a identificar pueblo con público y espectador, a confundir lo popular con la popularidad como “lugar del éxito” y por ello de la fugacidad y la obsolescencia rápida, ignorando lo que en lo popular hay de memoria y sedimentación; en el populismo político que valorando el potencial transformador del pueblo acaba simulando su participación y su acción. Hasta la reelaboración de la crítica de la industria cultural, punto en el cual la reflexión de García Canclini adquiere su más claro perfil y muestra lo que tiene de profundamente innovadora.

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Dejando atrás pesados lastres teóricos e ideológicos, la industria cultural es analizada como matriz de desorganización y reorganización de una experiencia temporal mucho más compatible con las desterritoriaJizacioncs y relocalizaciones que implican las migraciones sociales y las fragmentaciones culturales de la vida urbana que la que configuran la cultura de elite o la cultura popular, ambas ligadas a una temporalidad “moderna”, esto es, hecha de sedimentaciones, acumulaciones c innovaciones. Industria cultural y comunicaciones masivas son el nombre de los nuevos procesos de producción y circulación de la cultura, que corresponden no sólo a innovaciones tecnológicas sino a nuevas formas de la sensibilidad, a nuevos tipos de recepción, de disfrute y apropiación. Y que tienen, si no su origen, al menos su correlato más decisivo en las nuevas formas de sociabilidad con que la gente enfrenta la heterogeneidad simbólica y la inabarcabilidad de la ciudad. Es desde esa relación que adquiere espesor cultural lo que pasa en y por los medios y las nuevas tecnologías de comunicación. El modo en que los medios constituyen lo público, integrando un imaginario que de alguna manera articula el imaginario urbano disgregado, o en que la cspectacularización televisiva sustituye la teatralidad callejera de la política. El debilitamiento del sentido histórico y las concepciones globalizadoras que conlleva la inmersión en unas tecnologías que, como el videodip o los videojuegos, desmaterializan y descontextualizan proponiendo la discontinuidad como hábito perceptivo dominante al mismo tiempo que cargan de creatividad y sensualidad la relación con la tecnología.

Lo que García Canclini propone en este libro como agenda de los estudios culturales rediseña tanto los objetos de las disciplinas-antropología, sociología, economía, comunicación- como el intertexto de sus hasta ahora formales y tímidas relaciones, moviendo el piso en que se asientan las demarcaciones y sacudiendo los hábitos y las rutinas de la investigación. Pero, atención, porque lo que este libro pone en juego no son sólo nuevos objetos y nuevas estrategias de investigación, sino nuevos modos de concebir y plantear las luchas que se producen entre la cultura y el poder, entre lógica del mercado y producción simbólica, entre modernización y democratización. Y de asumir esas luchas sin los sustancialismos e instrumentalismos de antaño, buscando “ser radicales sin ser fu ndamentalistas”.

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¿Demasiado determinismo o demasiada hibridación?

Néstor García Canclini

Al plantear un enfoque general para responder a lo que Jean Franc», John Kraniauskas, Mirko Lauer, Gerald Manin y Jesús Martín-Barbero han escrito sobre Culturas híbridas, mi propósito es ofrecer una reflexión acerca de algunos de los temas por ellos discutidos y no una respuesta puntual a sus comentarios y críticas. Sin embargo, las discrepancias entre sus diferentes interpretaciones me obligan a aclarar lo que pienso y lo que intenté hacer en este libro respecto a ciertas cuestiones particulares. En todo caso, prefiero aprovechar la oportunidad que me brindan estos comentarios incisivos para explorar sus preocupaciones acerca de los términos modernidad e hibridación.

1. Lo que más me gusta de los artículos de Jean Franco, John Kraniauskas y Jesús Martín- Barbero es su habilidad para hablar del libro como un todo, incluyendo el enfoque multidisciplinar y mis intentos de cuestionar cada disciplina a través de las otras: la estética a través de la sociología; la sociología a través de la antropología y viceversa: todas ellas a través de los estudios de la comunicación. Me complace también que vean que este enfoque multidisciplinar conduce a una visión propia de la modernidad de América Latina que no es meramente una versión desfavorable de las imágenes idealizadas que tenemos de la modernidad europea. En resumen, se trata de mirar nuevamente la situación de nuestro continente y de reconocer cómo se entrelazan lo moderno y lo tradicional, proceso que no ocurrió en Europa del mismo modo. En esta actitud crítica, con relación a lo que Martín-Barbero llama ‘pueblos que no sienten nostalgia por la autenticidad’ (histórica, popular o disciplinaria), él y Jean Franco enfatizan que quizá la pregunta más importante es la que termina el libio: cómo ser radical sin ser fundamentalista.

2. “Culturas híbri¿ias es un libro en busca de un método”, observa Jean Franco, y entiende que el núcleo de esa búsqueda está en la intención de construir un modo de pensamiento que “no esté

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encasillado en oposiciones falsas tales como lo culto o popular, lo urbano o rural, lo moderno o tradicional”. Para llevar a cabo esta operación, piensa que sería productivo localizar los procesos culturales -usando metáforas tomadas de la economía- al interior de condiciones de producción, de intercambio y consumo, en las que el capital cultural es creado, valorado y reconvertido. Considera que estos recursos conceptuales son útiles para liberar la cultura y el arte de la noción romántica de creación, pero encuentra que “la metáfora económica hace imposible abordar el problema de la subjetividad”.

Gerald Martin hace una crítica casi opuesta a ésta. Dice que no fundamento mis argumentos culturales en los análisis económicos o políticos, ni doy suficiente consistencia empírica a los fenómenos simbólicos, los que para él son “meramente construcciones que no nos dan una orientación clara sobre cómo podríamos reconstituir el sentido social”. En resumen, no gusta del énfasis que le doy al carácter de construcción de todos los hechos culturales, los que él dejaría a merced de lo que los individuos decidan hacer con ellos, y de los sentidos que les atribuyan.

¿Demasiada economía o demasiada subjetividad? ¿Cómo debemos usar el modelo socioeconómico para examinar los procesos culturales? En mi opinión es vital que basemos nuestros estudios de los procesos simbólicos en las condiciones que gobiernan sus métodos de producción y de consumo materiales: lo que implica que existen diferencias estructurales entre las artes plásticas y el cine, entre la poesía y los videos, por ejemplo. Pero para reconocer la naturaleza específica de lo simbólico tenemos que usar metafóricamente nociones tomadas de otros campos además de diferenciar la producción artística de la producción de bienes cotidianos de consumo, esto es: tomar en consideración el grado de autonomía que los campos simbólicos han adquirido en las sociedades modernas.

Esta distancia entre el mundo de la economía, supuestamente más sólido, y el más abierto, indeterminado y polisémico mundo de la cultura, está indicada por la incertidumbre y relativa dificultad de las metáforas. La imprecisión de las determinaciones socioeconómicas -asunto que preocupa a M artin- es el espacio de los cambios, las fisuras, en los que la subjetividad se puede hacer visible. Para captar este elemento de subjetividad, es necesario apartarse de un análisis exclusivamente económico y, al mismo tiempo, evitar caer en la característica exaltación idealista de muchos filósofos posmodernos. ¿Cómo podemos hacerlo? Mi apuesta es: usando la combinación híbrida de lo objetivo y lo subjetivo, tan trabajada por la antropología. Por esta razón traigo lo que he aprendido de esta disciplina para examinar los puntos fuertes de significación y los vacíos en las estructuras. Sin embargo, uno de los atractivos que el enfoque antropológico tiene para mí es que no ve lo subjetivo como totalmente arbitrario, ajeno o en oposición a las estructuras, sino más bien organizado en forma de rituales, incluyendo aquellos que subvierten las estructuras en los que las vanguardias están comprometidas. Por eso fue que le dediqué tanto espacio a aquellas estructuras: para mostrar la explosión y las diferencias de subjetividades dentro de lo social. Pero también incluí referencias frecuentes a los procesos de ritualización (ver las 18 referencias en el índice) porque quería entender hasta qué punto y de qué manera las diferencias entre las vanguardias o las culturas populares, las transgresiones o las utopías son reguladas por procesos estructurados.

3. Tanto Kraniauskas como Martin encuentran que mi debate sobre modernidad es demasiado optimista, aunque por razones diferentes. Martin no explica sus criterios y sólo puedo inferir de su argumento que al situar el núcleo dentro de la modernidad y no en el capitalismo, lo mismo que cuando hablo de la facilidad con que uno puede moverse dentro o fuera de la modernidad (no del

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capitalismo, como supone Martin), se genera una reacción optimista y simplista de los problemas. Por el contrario, creo que circunscribir la crisis actual de la modernidad a los efectos de este método de producción -como yo mismo lo hice en los capítulos de Las culturas populares en el capitalismo- constituye una reducción. Los procesos clave de nuestro tiempo, como la desintegración o re­composición de las sociedades nacionales, la articulación de lo tradicional con lo moderno, están presentes de igual manera, tanto en países que por décadas fueron remodelados por lo que entonces se llamaba socialismo en la Europa del este como en los países capitalistas. El resurgimiento de los nacionalismos y de los regionalismos, las dificultades que encuentran los movimientos a favor de la emancipación y la renovación, o las articulaciones contrarias de lo económico y lo simbólico, que pueden verse con frecuencia en todos los sistemas sociales, me obligan a pensar que es una crisis de nuestra época la que los asalta. Por supuesto que, para no perdernos en digresiones metafísicas de esta crisis histórica, es vital que analicemos sus manifestaciones específicas: en el capitalismo metropolitano de la modernidad europea o de los Estados Unidos, en la modernidad periférica y subordinada de América Latina, en la modernidad trunca de los ‘socialismos. Esto lo hago en varios apartes de mi libro, por ejemplo, cuando diferencio entre los procesos de modernización de las artes en Europa y en Latinoamérica en los capítulos 1 y 2, y al situar estas transformaciones simbólicas dentro de los cambios en los mercados globales y artísticos. Pero si simplificamos los procesos complejos y trans-sistémicos como la desterritorialización, afirmando que en fin de cuentas es lo mismo decir que la muí ti nacionalidad y el capitalismo de la posguerra los habrían engendrado (cfV. Martín-Barbero), ignoraremos los cambios tecnológicos, demográficos y comunicacionales que han desterritorializado las economías, las políticas y la cultura tanto en el capitalismo como en otras sociedades. La ‘complacencia intelectual’, que consiste en atribuir todos los males de la vida social al capitalismo, llevó a las burocracias estatales de Europa del este y a la mayor parte de la izquierda europea a una miopía respecto a otros cambios -no necesariamente deplorables- que tuvieron que ver más con la reorganización que produjo la nueva tecnología en los mercados culturales y la cultura cotidiana, que con la reducción del VAT y el uso ideológico-burgués de los medios de comunicación de masas.

Kraniauskas encuentra evidencia de mi optimismo en la falta de atención de mi análisis de la hibridación respecto a los que sufren. Atribuye esto al hecho de que acudo a experiencias artísticas, como la de Guillermo Gómez Peña, como paradigmas de desterritorialización. Aunque señala que menciono el desempleo y el desarraigo de los campesinos y nativos que tuvieron que dejar sus regiones para sobrevivir, dice con razón, que paso demasiado rápido a ocuparme de la creatividad y el dinamismo de las expresiones culturales de los migrantes. Al releer esa sección y aquella dedicada a las culturas populares, me doy cuenta de que sí podrían sugerir optimismo. Tengo una interpretación diferente sobre el tono del texto que no es incompatible con la de Kraniauskas: mi libro sobre artesanías y festivales (Las culturas populares. ..) se originó a raíz de mi relación inmediata con la experiencia de explotación, que fue el resultado de mi trabajo de campo con los Purépechas en Michoacán. Culturas híbridas, libro que se remonta a esta investigación y a la de otros científicos sociales, busca plantear una reflexión sobre la cultura popular que trascienda las predicciones apocalípticas de gran parte de la izquierda, que a menudo fracasa en reconocer las culturas prósperas de muchos artesanos o el deseo de modernización de los sectores populares. Pienso que es importante refinar el análisis de ambas situaciones al mismo tiempo, con el fin de develar la explotación, sus orígenes y el largo padecimiento de sus víctimas, y al mismo tiempo cuestionar si la tristeza y la

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resistencia tenaz son realmente la única posibilidad que tienen los sectores populares. Pido excusas por la falta de equilibrio entre estas dos aproximaciones en mi último libro.

4. La otra explicación que da Kraniauskas de mi optimismo’ es mi insuficiente atención a la tensión entre la desterritorialización y la reterritotalización. En su lectura cuidadosa de Culturas híbridas, señala el punto (pp. 302-304) donde me detengo en la crítica de los artistas y habitantes comunes y corrientes de Tijuana a “la visión eufemista de las contradicciones y el desarraigo” presentada por Gómez Peña. Lo que debemos hacer, nos dice Kraniauskas, es tomar en cuenta que la ‘reterritorialización capitalista opera no sólo en relación con los “neoarcaísmos, sino como la producción de nuevos sujetos en un orden socio-cultural que, al igual que el capital, es específicamente transnacional”. Pienso que tiene razón y también estoy de acuerdo con él en que la clave del progreso en esta área no está sólo en identificar los nuevos (o los viejos) individuos que trabajan para la reterritorialización, sino en incorporar igualmente las estrategias de negociación y de transacción -junto con el examen de los conflictos- al paradigma de la cultura de frontera. Como lo observó William Rowe en su artículo “War and Cultural Studies”, publicado en el primer número de Travesía, la introducción del concepto de hibridación cuenta entre sus ventajas el hecho de que “atraviesa cualquier oposición polar entre continuidad y destrucción; en este contexto, el cambio como proceso que requiere de una interpretación cronológica es menos importante que los movimientos laterales que no se pueden unificar y requieren de múltiples perspectivas”.

Para dar una respuesta más específica a la sección del artículo de Rowe en la que objeta mi énfasis en la desterritorialización, debo decir que comparto su idea de que “Tan pronto como ocurre la desterritorialización, las presiones para su restablecimiento, para la reterritorialización, aparecen también”. Pero mi mayor preocupación en el libro -y todavía hoy- es la de no haber presentado un balance de las tensiones entre de- y reterritorialización. Mi objetivo principal es comprender bajo cuáles condiciones y en qué direcciones los procesos de desterritorialización, apertura e hibridación de herencias tradicionales están contribuyendo a la democratización en este fin de sítele, cuando tantas reterritotalizaciones -como la de Sendero Luminoso discutida por Rowe en el mismo artículo- producen el efecto de reforzar el autoritarismo, el dogmatismo y el fiindamentalismo (que en Latinoamérica, Europa oriental y otras áreas presentan obstáculos para la reconstrucción democrática y la resolución de problemas básicos de sus habitantes). Aquí, como en otras cuestiones, es importante tener en cuenta a los individuos y los objetivos: ¿por qué, con quién y contra quién estamos promoviendo el asentamiento territorial?

5. En esta aproximación que usa un análisis multifocal de la pluralidad social para relativizar las generalizaciones, agradezco las observaciones de Jean Franco acerca de cómo un estudio más amplio de los géneros específicos puede enriquecer el papel de la subjetividad en este libro. El examen que ella sugiere en su artículo sobre las divisiones de género en una escena -cuya fotografía aparece en Culturas híbridas- en el Museo Antropológico de México, es admirablemente agudo y ofrece una mayor profundidad en la deconstrucción de la museificación de la herencia nacional mexicana de la que yo intenté.

6. El texto que exige una respuesta más larga es el de Mirko Lauer, particularmente las afirmaciones y las intenciones que me atribuye. En varios casos, hace una paráfrasis de mi texto y me hace decir lo opuesto de lo que escribí. Por ejemplo, cuando argumenta que mi “aproximación a la modernidad es básicamente reactiva, en tanto el autor la considera por encima de un conjunto de propuestas que se originan en el Estado y los medios de comunicación de masas, y en ese sentido

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resulta una entidad básicamente ajena a todo lo que es latinoamericano”. Como discutí largamente en los capítulos 2 y 3 de Culturas híbridas, y como varios críticos lo han entendido, incluyendo a J . Franco y J. Kraniauskas, la base del trabajo es la hipótesis de que la modernización latinoamericana debe verse “menos como una fuerza ajena y dominante que operaría suplantando lo tradicional y lo individual, y más bien como los intentos de renovación con los que los diferentes sectores están asumiendo la responsabilidad de la heterogeneidad multitemporal de cada nación”. El hecho de que, cuando Lauer cita este párrafo modifica mi texto y me hace decir que “la modernidad termina siendo una fuerza ajena y dominante”, es sintomático de su falta de comprensión. La omisión de ‘menos como’ le permite distorsionar el sentido de mi hipótesis.

Se me ocurre, además, que mi libro es suficientemente crítico de las deficiencias históricas y actuales del Estado y de los medios como agentes de modernización, y contiene igualmente un análisis correspondiente de los movimientos para la modernización en la sociedad civil -y los sectores populares-, por todo lo cual resulta injusto acusarme de asignar la responsabilidad principal del proceso a estos agentes hegemónicos.

En un punto, Lauer admite que me refiero tanto a la modernidad elaborada por los grupos hegemónicos como a la reelaboración “desde el punto de vista de los receptores”. Piensa que ese “cambio de perspectiva enriquece la obra”, pero percibe “una cierta aspiración a la ubicuidad antropológica” que no “puede respaldar”. Aquí Lauer no señala exactamente qué fue lo que intenté hacer. Después de todos los fracasos de los movimientos políticos que muchos de nosotros apoyamos -y todavía lo seguimos haciendo, profesor Martin-, la agenda socialista en Latinoamérica, que fue resultado de la confianza excesiva puesta en descripciones distorsionadas por ‘buenas intenciones’, se hace útil no abordar las contradicciones de nuestras sociedades desde el ángulo de un solo partido, sino más bien tratando de situarnos, como cualquier antropólogo, cerca de los sectores populares y de los hegemónicos: escuchándolos a todos, permitiendo que cada posición desafie a la otra a través de sus estructuras y estrategias menos obvias, de manera que podamos tener una mejor comprensión de por qué estamos en oposición y también qué es lo que las hace a menudo epistemológica y políticamente complementarias, cuando no cómplices.

Si no supiera que Lauer ha practicado la disciplina brillantemente, de manera no-académica en sus estudios de las artesanías, diría que no le gusta la antropología, porque procede a hablar sobre cómo la falta de “mayor agudeza crítica y precisión” me lleva a sumergir muchos temas en “un magma antropológico”. Y piensa él que aclara mi posición cuando asume que yo considero que “la modernidad está por encima de todo el avance del neoliberalismo en la economía y del darwinismo social en la cultura”. Si no hago esfuerzos por definir la posmodernidad, dice él, debe ser porque mi “preocupación no es con lo que viene después de la modernidad sino con los medios de reconciliar el arribo de la modernidad con una porción defendible del orden popular-populista y latinoamericano establecido”.

¿No es mi crítica a los populismos políticos y culturales en las páginas 245-252 y en otros apañes del libro, suficiente? ¿Qué debo hacer, aparte de una crítica detallada al Museo Antropológico de México como espacio en el que el nacionalismo populista se dramatiza, y un cuestionamiento del populismo folklorista y del populismo comunicacional de Televisa, para impedir que la gente siga pensando que mis objetivos son los de discutir ‘tácitamente el futuro del establecimiento antropológico y populista en México’ y contribuir a la preservación de la dinámica del statu quo?

Una observación final. Lauer tergiversa mi pregunta sobre la intenelación actual de las anes así:

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“¿No hay otras soluciones aparte del sometimiento al mercado, la ironía disidente, la búsqueda marginal de obras solitarias?” De acuerdo con él mis respuestas son una “contextualización pedagógica que saca las obras de los museos y las galerías y las coloca en espacios desacral izados, promoviendo talleres para la creatividad popular”. Cualquiera que lea las páginas 129-141 del libro se dará cuenta que esas tres ‘soluciones’ no son ideas mías; por el contrario, las critico hasta el punto de que su ineficacia revela las contradicciones de las organizaciones que intentan democratizar la cultura en la modernidad.

Ignoraré otras inexactitudes menores tales como la de decir que ni Pierre Bourdieu ni HowardS. Becker son teóricos o investigadores del arte. Más me preocupa que haya todavía gentes quiénes como Mirko Lauer, se molestan porque uno piensa “que hay una brecha entre las dinámicas estéticas y socioeconómicas”, porque reconocemos el ‘indeterminismo’ en los procesos sociales y el hecho de que esto se percibe “en la manera como se usa un lenguaje abierto”. Reconocer estas cosas es precisamente lo que quiero decir con ser radical sin ser fundamentalista.

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El malestar de los estudios culturales

Néstor García Canclini

No encuentro un término mejor para caracterizar la situación actual de los estudios culturales que la fórmula inventada por los economistas para describir la crisis de los años ochenta: estanflación, o sea, estancamiento con inflación. En los últimos años se multiplican los congresos, los libros y las revistas dedicados a estudios culturales, pero el torrente de artículos y ponencias casi nunca ofrece más audacias que ejercicios de aplicación de las preguntas habituales de un poeta del siglo XVII, un texto ajeno al canon o un movimiento de resistencia marginal que aún no habían sido reorganizados bajo este estilo indagatorio. La proliferación de pequeños debates amplificados por Internet puede dar la apariencia de dinamismo en los estudios culturales, pero -como suele ocurrir en otros ámbitos con la oferta y la demanda- tanta abundancia, circulando globalizadamente, tiende a extenuarse pronto; no deja tiempo para que los nuevos conceptos e hipótesis se prueben en investigaciones de largo plazo, y pasamos corriendo a imaginar lo que se va a usar en la próxima temporada, qué modelo nos vamos a poner en el siguiente congreso internacional.

Hay, sin embargo, algunos productos que escapan a ese mercado, a estos desfiles vertiginosos. Después de veinte o treinta años de estudios culturales, es posible reconocer que esta corriente generó algunos resultados mejores que la época de fast thinkers en que le tocó desenvolverse. Unas cuantas investigaciones han contribuido a pensar de otro modo los vínculos con la cultura y la sociedad de los textos literarios, el folklor, las imágenes artísticas y los procesos comunicacionales. En algunos casos, sobre todo en América Latina, al estudiarse conjuntamente la interacción de estos campos disciplinarios con su contexto se viene produciendo una renovación de las humanidades y

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las ciencias sociales. En Estados Unidos, los Cultural Studies han modificado significativamente el análisis de los discursos dentro del territorio humanístico, pero son escasas las investigaciones empíricas: en esa especie de enciclopedia de esta corriente que es el libro coordinado por Lawrence Grossberg, Cary Nelson y Pamela Treichler no se encuentra a lo largo de sus 800 páginas casi ningún dato puro, gráficas, muy pocos materiales empíricos, pese a que varios textos hablan de la comunicación, el consumo y la mercantilización de la cultura.1 De sus cuarenta artículos ni uno está dedicado a la economía de la cultura. Ante tales carencias es comprensible que muchos científicos sociales desconfíen de este tipo de análisis.

El otro aspecto crítico que deseo destacar es que la enorme contribución realizada por los estudios culturales para trabajar transdisciplinariamente y con procesos interculturales -dos rasgos de esta tendencia- no va acompañada por una reflexión teórica y epistemológica. Sin esto último, puede ocurrir lo que tantas veces se ha dicho de los estudios literarios, del folklor y de otros campos disciplinarios: que se estancan en la aplicación rutinaria de una metodología poco dispuesta a cuestionar teóricamente su práctica.

Creo que los estudios culturales pueden librarse del riesgo de convertirse en una nueva ortodoxia fascinada con su poder innovador y sus avances en muchas instituciones académicas, en la medida en que encaremos los puntos teóricos ciegos, trabajemos las inconsistencias epistemológicas a las que nos llevó movernos en las fronteras entre disciplinas y entre culturas, y evitemos ‘resolver’ estas incertidumbres con los eclecticismos apurados o el ensayismo de ocasión a que nos impulsan las condiciones actuales de la producción empresarial’ de conocimiento y su difusión mercadotécnica. Lo digo así para insinuar que el énfasis teórico epistemológico no puede hacernos olvidar que nuestras incertidumbres están relacionadas con la descomposición del orden social, económico y universitario liberal, con la irrupción y las derrotas de movimientos sociales cuestionadores en las últimas décadas, y con el desmoronamiento de paradigmas pretendidamente científicos que guiaron la acción social y política. Se verá al final que esta revisión teórica tiene consecuencias en uno de los territorios al que los estudios culturales ha prestado más atención: la construcción del poder a partir de la cultura.

¿Cómo narramos los desencuentros?

Quiero situar estas preocupaciones en relación con procesos de fin de siglo que por el momento, para entendemos, voy a sintetizar como las estrategias de construcción, circulación y consumo de estereotipos interculturales. Llegué a este asunto luego de estudiar varios años las políticas culturales y su transformación en el contexto de libre comercio e integración regional y global.

Desde que comenzó a gestionarse el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, México y Canadá, así como otros posteriores entre países latinoamericanos (Mercosur, Grupo de los Tres,

1 Cary Nelson, Paula A. Treichler y Lawrence Grossberg (eds.)> Cultural Studies, New York, London, Routledge, 1992.

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etc.) y de éstos con Estados Unidos, es evidente que estos acuerdos no sólo liberalizan el comercio, sino que conceden aunque sea un pequeño lugar a cuestiones culturales, se acompañan con un incremento del intercambio sociocultural multinacional y favorecen actividades que antes no existían o eran débiles. Se están haciendo nuevos convenios entre empresas editoriales y de televisión, entre universidades y centros artísticos de varios países, e innumerables reuniones sobre la articulación de programas educativos, científicos y artísticos de las naciones involucradas. Están cambiando las imágenes que cada sociedad tiene de las otras y las influencias recíprocas en los estilos de vida.

¿Con qué instrumentos intelectuales enfrentamos esta situación? En los últimos cinco años se han escrito muchos artículos y desarrollado polémicas sobre los nuevos procesos culturales -sobre todo en el ámbito periodístico- por parte de intelectuales, funcionarios públicos y empresarios. Pero pocos se preguntan si los instrumentos y modelos conceptuales empleados en el pasado sirven para analizar la nueva etapa. En Estados Unidos y en los países latinoamericanos se están revisando las políticas culturales, pero raras veces toman como eje este novedoso proceso de integración: apenas reorganizan sus instituciones culturales de acuerdo con el adelgazamiento de los presupuestos estatales y según criterios empresariales. De manera que los análisis del intercambio cultural no se apoyan en un paradigma consistente, adecuado a la situación de fin de siglo, sino sobre la función de la cultura en la interacción entre todas estas sociedades. Sin pretender ser exhaustivo, voy a referirme a dos narrativas que quizá sean las más influyentes.

1. La inconmensurabili¿iad ideológica. Este primer relato aparece en debates sobre el libre comercio en América del Norte que tienen en cuenta la cultura y las comunicaciones no sólo como parte de los intercambios económicos sino también como claves para los logros o fracasos de tales interacciones. La compatibilidad en los estilos culturales de desarrollo es considerada un ingrediente básico para realizar cualquier integración multinacional y para que se desenvuelva con éxito. Algunos autores jerarquizan ‘la similitud en las orientaciones hacia la democracia y la coincidencia o convergencia de las modalidades de desarrollo económico,2 pero dudan acerca de la integración norteamericana, debido a que el predominio de la tradición protestante de los Estados Unidos y Canadá habría generado en esas sociedades ciertas virtudes (trabajo, humildad, frugalidad, servicio y honestidad) que contrastarían con las que la tradición católica habría promovido preferentemente en México (la recreación, la grandiosidad, la generosidad, la desigualdad y la hombría).3

Los mismos autores sostienen que quizá tales divergencias históricas no sean tan importantes si pensamos que el proceso de integración, iniciado a mediados de este siglo, favorece la apertura de las sociedades y lleva a aceptar nuevos marcos conceptuales para transformarlas. En los países de Norteamérica la convergencia se lograría al tener intereses compartidos para desarrollar economías de libre mercado y formas políticas democráticas, y dar menor peso a las instituciones nacionales en beneficio de la globalización. Pero sabemos que estos tres puntos supuestamente comunes motivan controversias en las tres naciones: su cuestionamiento se acentuó durante los debates sobre si se firmaba o no el TLC, y en los tres primeros años de su aplicación. Los autores citados, pese a su visión optimista de la liberación comercial, reconocen que ésta “produce oposición política porque

2 R. Inglehart et al., Convergencia en Norteamérica, política y cultura, México, Siglo XXI, 1991.

5 Ibíd.

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atrae claramente la atención hacia dilemas antiguos o de reciente aparición”. La agudización de controles fronterizos y migratorios en los años recientes pone en evidencia los dilemas culturales sin resolver; por ejemplo, la integración mui tónica, la coexistencia de nuevos migrantes con residentes antiguos, y el reconocimiento pleno de los derechos de las minorías y de las regiones dentro de cada país. El aumento de las relaciones favorecido por la integración está revelando la escasa pertinencia de la narrativa sobre la inconmensurabilidad ideológica.

2. La ‘americanización de América Latina y la ‘latinización de EE.UU Algunas de estas cuestiones son más consideradas en otra narrativa, con una extensa historia, que examina las relaciones entre estas sociedades como si lo principal fuera la creciente ‘americanización de la cultura en los países latinoamericanos y, en sentido inverso, la ‘latinización’ y ‘mexicanizaciórí de algunas zonas de Estados Unidos. Carlos Monsiváis ha escrito que tales preocupaciones son tardías, porque América Latina viene americanizándose desde hace muchas décadas y esta americanización ha sido “las más de las veces fallida y epidérmica”.4 Admite este autor que el proceso se ha acentuado con la dependencia económica y tecnológica, pero ello no elimina la conservación de una lengua diferente en México -por más palabras inglesas que se incorporen-, ni la fidelidad a tradiciones religiosas, gastronómicas, y formas de organización familiar diferentes de las de Estados Unidos. Por otra pane, también toma en cuenta -como otros- las crecientes migraciones de mexicanos hacia Estados Unidos, que influyen en la cultura política y jurídica, en los hábitos de consumo y en las estrategias educativas, artísticas y comunicacionales de estados como California, Arizona y Texas. Sin embargo, la discriminación, las deportaciones, la exclusión cada vez más severa de muchos migrantes latinos de los beneficios del ‘american way o f life' vuelven cada vez más conflictiva la presencia de ‘hispanos’: al menos, no permiten pronosticar un avance limitado y unidireccional de los grupos mexicanos y latinoamericanos en Estados Unidos, ni permiten asegurar que la cultura latina vaya a trascender su lugar periférico dentro de este país.

¿Proveen los estudios culturales un paradigma científicamente más válido para superar el carácter insatisfactorio de estas narrativas?5

Tanto la perspectiva transdisciplinaria de los estudios culturales como algunas investigaciones empíricas, y por supuesto la intensificación de intercambios comunicacionales, económicos y migratorios entre Estados Unidos y América Latina, han mejorado el conocimiento recíproco entre estas sociedades. Se diferencian con más cuidado sus diversas regiones y sectores y, por tanto, se van superando las definiciones difusas de las identidades nacionales, que las conciben como esencias

4 Carlos Monsiváis, “De la cultura mexicana en vísperas del Tratado de Libre Comercio”, en G. Guevara Niebla y N. García Canclini (eds.), La educación y la cultura ante el Tratado de Libre Comercio, México, AMIC, 1994.

5 Quiero aclarar que tomo en bloque, bajo la denominación de Estudios Culturales, vastos conjuntos de trabajos que, si bien poseen los rasgos antes señalados, presentan diferencias entre los practicantes estadounidenses y latinoamericanos, así como dentro de cada región. No tengo espacio aquí más que para remitir a textos en que varios autores distinguimos tales variaciones: John Beverley, “Estudios culturales y vocación política”, en Revista de critica cultural, 12, 1996; Néstor García Canclini, Culturas en globalización, 1996; L. Grossberg et a l., C ultural Studies, 1992; Fredric Jameson, “Conflictos interdisciplinarios en la investigación sobre cultura", en AlteridadeSy 5, 1993; Nelly Richard, “Signos culturales y mediaciones académicas", en Beatriz González, Cultura y tercer mundo, 1996; George Yúdice, “Tradiciones comparativas de estudios culturales: América Latina y Estados Unidos", en Alteridades, 5, 1993.

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atcmporalcs y autocontenidas amenazadas’ por el contacto con ‘los otros’. Al ofrecer visiones más profundas de la multiculturalidad y sus diferencias, de la desterritorialización y la reterritorialización, los estudios culturales permiten retrabajar la información sobre la inconmensurabilidad ideológica entre las sociedades, y sobre la americanización y la latinización.

Pese a estos avances conceptuales y empíricos, no puede afirmarse que los estudios culturales constituyan ya un paradigma coherente y consistente.6 En cierto modo, ofrecen también una narrativa, o varias en conflicto, con divergencias acerca del modo de estudiar la cultura y su relación con los contextos sociales. De acuerdo con la afirmación de Fredric Jameson de que los estudios culnirales son menos “una disciplina novedosa” que el intento de “construir un bloque histórico”, pueden interpretarse las contribuciones de esta corriente al intercambio de América Latina-Estados Unidos como la narrativa más avanzada, con mejor elaboración crítica, pero aún dependiente de los proyectos sociocultural es y políticos con que se tratan de encarar las contradicciones. íVíe refiero a las contradicciones entre lo local, lo nacional y lo global, entre el multiculturalismo hegemónico y el de las minorías en Estados Unidos, entre las concepciones oficiales de la pluriculturalidad en América Latina y las posiciones de los sectores que no se sienten representados por ellas.

Como parte de este proceso, los estudios culturales configuran hoy un ámbito clave de interlocución entre los especialistas de la cultura estadounidense y latinoamericana y, por tanto, pueden examinarse como un espacio de elaboración intelectual de los intercambios entre ambas culturas. Pero para que esta elaboración avance con rigor es necesario trabajar sobre las divergencias teóricas y las inconsistencias epistemológicas responsables de que en los estudios culturales no pueda hablarse de paradigmas o modelos científicos sino de narrativas. Cuando menciono paradigmas o modelos no estoy regresando al cientificismo que postulaba un saber de validez universal, cuya formalización abstracta lo volvería aplicable a cualquier sociedad y cultura. Pero tampoco me parece satisfactoria la complacencia posmoderna que acepta la reducción del saber a narrativas múltiples. No veo por qué abandonar la aspiración de universalidad del conocimiento, la búsqueda de una racionalidad interculturalmente compartida que dé coherencia a los enunciados básicos y los contraste empíricamente. Ha sido este tipo de trabajo el que ha puesto de manifiesto que diferentes culturas posean lógicas y estrategias diferentes para acceder a lo real y validar sus conocimientos, más intelectuales en algunos casos, más ligadas a la sensibilidad’ y a la ‘imaginación en otros. Pero creo que el relativismo antropológico que se queda en un simple reconocimiento desjerarquizado de estas diferencias ha mostrado suficientes limitaciones como para que no nos instalemos en él. La necesidad de construir un saber válido interculturalmente se vuelve más imperiosa en una época en que las culturas y las sociedades se confrontan todo el tiempo en los intercambios económicos y comunicacionales, las migraciones y el turismo. Precisamos desarrollar políticas ciudadanas que se basen en una ética transcultural, sostenida por un saber que combine el reconocimiento de diferentes estilos sociales con reglas racionales de convivencia multiétnica y supranacional.

6 L. Grossberg, ft a i, op. d t.; E Jameson, op. cit.

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Revisiones teóricas

1. Un primer requisito para trabajar en esta dirección es redefinir el objeto de los estudios culturales: de la identidad a la hibridación multiculturales. Ya no basta con decir que no hay identidades caracterizables por esencias autocontenidas y ahistóricas, e intentar entenderlas como las maneras en que las comunidades se imaginan y construyen historias sobre su origen y desarrollo. En un mundo tan interconectado, las sedimentaciones identitarias (etnias, naciones, clases) se reestructuran en medio de conjuntos interétnicos, transclasistas y transnacionales. Las maneras diversas en que los miembros de cada etnia, clase y nación se apropian de los repertorios heterogéneos de bienes y mensajes disponibles en los circuitos transnacionales genera nuevas formas de segmentación. Estudiar procesos culturales es, por esto, más que afirmar una identidad autosufiáente, conocer formas de situarse en medio de la heterogeneidad y entender cómo se producen las hibridaciones.

Si bien aquí me interesa destacar el argumento teórico, quiero recordar la tesis de David Theo Goldberg acerca de que “la historia del monoculturalismo” muestra cómo los pensamientos centrados en la identidad y la diferencia conducen a menudo a políticas de homogeneización fundamentalista. Por lo tanto, convertir en concepto eje la heterogeneidad es no sólo un requisito de adecuación teórica al carácter multicultural de los procesos contemporáneos, sino una operación necesaria para desarrollar políticas multiculturales democráticas y plurales, capaces de reconocer la crítica, la polisemia y la heteroglosia.

2. En segundo lugar, pensar los vínculos entre cultura, sociedad y saber, no sólo en relación con las diferencias sino con la desigualdad, requiere ocuparse de la totalidad social. No estoy hablando de las nociones compactas de totalidad pseudouniversalistas y en realidad etnocéntricas, por ejemplo las hegelianas o marxistas, sino de las modalidades abiertas de interacción transnacional que propicia la globalización económica, política y cultural.

En este punto, cabe señalar una diferencia significativa entre los estudios culturales de Estados Unidos y los de América Latina. Me parece que la discrepancia clave entre la multiculturalidad estadounidense y lo que en América Latina más bien se ha llamado pluralismo o heterogeneidad cultural reside en que, como explican varios autores, en Estados Unidos “multiculturalismo significa separatismo”.7 De acuerdo con Peter McLaren, conviene distinguir entre un multiculturalismo conservador, otro liberal y otro liberal de izquierda. Para el primero, el separatismo entre las etnias se halla subordinado a la hegemonía de los WASP y su canon que estipula lo que se debe leer y aprender para ser culturalmente correcto. El multiculturalismo liberal postula la igualdad natural y la equivalencia cognitiva entre razas, en tanto el de la izquierda explica las violaciones de esa igualdad por el acceso inequitativo a los bienes. Pero sólo unos pocos autores, entre ellos McLaren, sostienen la necesidad de “legitimar múltiples tradiciones de conocimiento” a la vez, y hacer predominar las construcciones solidarias sobre las reivindicaciones de cada grupo. Por eso, pensadores como Michael Walzer expresan su preocupación porque

7 Robert Hughes, Culture o f Complaint. The Fraying o f America, New York, Oxford University Press, 1993; Charles Taylor, “The Politics o f Recognition" en D. T. Goldberg (ed.), M ulticulturalism : A Critical Reader, Princeton, Princeton University, 1994; Michael Walzer, “Individus et communautés: les deux pluralismes”, en Esprit, junio, 1995.

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el conflicto agudo hoy en la vida norteamericana no opone el multiculturaiismo a alguna hegemonía o singularidad, [a] “una identidad norteamericana vigorosa e independiente", sino “la multitud de grupos a la multitud de individuos (...) Todas las voces son fuertes, las entonaciones son variadas y el resultado no es una música armoniosa -contrariamente a la antigua imagen del pluralismo como sinfonía en la cual cada grupo toca su pane (pero ¿quién escribió la música?)- sino una cacofonía.8

En América Latina, las relaciones entre cultura hegemónica y heterogeneidad se desenvolvieron de otro modo. Lo que podría llamarse el canon en las culturas latinoamericanas debe históricamente más a Europa que a Estados Unidos y a nuestras culturas autóctonas, pero a lo largo del siglo XX combina influencias de diferentes países europeos y las vincula de un modo heterodoxo formando tradiciones nacionales. Autores como Jorge Luis Borges y Carlos Fuentes dan cita en sus obras a las tradiciones de sus sociedades de origen junto a expresionistas alemanes, surrealistas franceses, novelistas checos, italianos, irlandeses, autores que se desconocen entre sí, pero que escritores de países periféricos, como decía Borges, exagerando, “podemos manejar” Msin supersticiones”, con “irreverencia”. Si bien Borges y Fuentes podrían ser casos extremos, encuentro en los especialistas en humanidades y ciencias sociales, y en general en la producción cultural de nuestro continente, una apropiación híbrida de los cánones metropolitanos y una utilización crítica en relación con variadas necesidades nacionales. De un modo análogo puede hablarse de la ductilidad hibridadora de los migrantes, y en general de las culturas populares latinoamericanas. Además, las sociedades de América Latina no se formaron con el modelo de las pertenencias étnico-comunitarias, porque las voluminosas migraciones extranjeras en muchos países se fusionaron con las nuevas naciones. El paradigma de estas integraciones fue la idea laica de república, con una apertura simultánea a las modulaciones que ese modelo francés fue adquiriendo en otras culturas europeas y en la constitución estadounidense.

Esta historia diferente y desigual de Estados Unidos y de América Latina hace que no predomine en los países latinoamericanas la tendencia a resolver los conflictos multiculturales mediante políticas de acción afirmativa. Las desigualdades en los procesos de integración nacional engendraron en América Latina fundamentalismos nacionalistas y etnicistasy que también promueven autoafirmaciones cxcluyentes -absolutizan un solo patrimonio cultural, que ilusamente se cree puro- para resistir la hibridación. Hay analogías entre el énfasis separatista, basado en la autoestima como clave para la reivindicación de los derechos de las minorías en Estados Unidos, y algunos movimientos indígenas y nacionalistas latinoamericanos que interpretan maniqueamente la historia colocando todas las virtudes del lado propio y atribuyendo la falta de desarrollo a los demás. Sin embargo, no fue la tendencia prevaleciente en nuestra historia política. Menos aún en este tiempo de globalización que vuelve más evidente la constitución híbrida de las identidades étnicas y nacionales, y la interdependencia asimétrica, desigual, pero insoslayable en medio de la cual deben defenderse los derechos de cada grupo. Por eso, movimientos que surgen de demandas étnicas y regionales, como el zapatismo de Chiapas, sitúan su problemática particular en un debate sobre la nación y sobre cómo reubicarla en los conflictos internacionales. O sea, en una crítica general sobre

8 M. Walzer, op. a t.

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la modernidad.9 Difunden sus reivindicaciones por los medios masivos de comunicación, por Internet, y disputan así esos espacios en vista de una inserción más justa en la sociedad civil.

Los estudios culturales latinoamericanos que me parecen más fecundos,10 analizan las injusticias en las políticas de representación, pero en vez de enfrentarlas mediante el separatismo de la acción afirmativa, ubican las demandas insatisfechas como parte de la necesaria reforma del Estado- nación. En tanto las reivindicaciones de los ofendidos y los estudios que las interpretan se canalizan de este modo, muestran su propósito de hacer conmensurable la heterogeneidad y volverla productiva.

¿Desde dónde hablan los estudios culturales?

Esta diferencia en los modos de concebir la multiculturalidad depende de los lugares de enunciación o los puestos de observación de los investigadores. En el pensamiento norteamericano se hallan constantes cuestionamientos a las concepciones universalistas que han contrabandeado, bajo apariencias de objetividad, las perspectivas coloniales, occidentales, masculinas, blancas y de otros sectores. Algunas de estas críticas deconstruccionistas han sido elaboradas también en las ciencias sociales y las humanidades latinoamericanas: pensadores nacionalistas, marxistas y otros asociados a la teoría de la dependencia plantearon objeciones semejantes a teorías sociales y culturales metropolitanas y utilizaron creativamente, desde la década del sesenta, las obras de Gramsci y Fanón, que en los últimas años los Cultural Studies estadounidenses -y algunos Iatinoamericanistas- proponen como novedades sin ninguna referencia a las reelaboraciones hechas en América Latina de tales autores, con objetivos análogos. En otros aspectos, como los aportes del pensamiento feminista a los estudios culturales, su desarrollo es débil en casi todos los principales especialistas latinoamericanos, aunque el diálogo más fluido con la academia anglosajona parece estar reequilibrando un poco esta carencia.11

No puedo extenderme aquí en una cuestión polémica y compleja, pero su importancia me anima a concluir señalándola. Después de haberse atribuido en los años sesenta y setenta poderes especiales para generar conocimientos ‘más verdaderos a ciertas posiciones sociales (colonizados, subalternos, obreros y campesinos) ahora muchos pensamos que no existen tales poderes, que eran una ilusión que la historia se ha encargado de desvanecer. En concordancia con el desplazamiento teórico sugerido antes -d e la identidad a la heterogeneidad y la hibridación-, considero que el especialista en cultura gana poco estudiando el mundo desde identidades parciales (metrópolis, naciones periféricas o poscoloniales, elites, grupos subalternos, disciplinas aisladas) sino desde las intersecciones.

s Sergio Zermeño, La sociedad derrotada. E l desorden mexicano de fin de siglo, México, Siglo XXI, 1996.

10 Ver, por ejemplo, Roger Bartra, La jaula de la melancolia. Identidad y metamorfosis del mexicano, México, Grijalbo, 1987; Beatriz Sarlo, Escenas de la vida posmodema, Buenos Aires, Espasa Calpc, 1994.

" Heloisa Buarque, “O estranho horizonte da crítica feminista no Brasil”, en C. Rincón et al.. Nuevo texto crítico, 14-15, 1995, pp. 259-269.

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Adoptar el punto de vista de los oprimidas o exduidos puede servir, en la etapa de descubrimiento, para generar hipótesis o contrahipótcsis, para hacer visibles campos de lo real descuidados por el conocimiento hegemónico. Pero en el momento de la justificación epistemológica conviene desplazarse entre las intersecciones, en las zonas donde las narrativas se oponen y se cruzan. Sólo en esos escenarios de tensión, encuentro y conflicto es posible pasar de las narraciones sectoriales (o francamente sectarias) a la elaboración de conocimientos capaces de deconstruir y controlar los condicionamientos de cada enunciación.

Esto implica pasar también de concebir los estudios culturales sólo como un análisis hermenêutico a un trabajo científico que combine la significación y los hechos, los discursos y sus arraigos empíricos. En suma, se trata de construir una racionalidad que pueda entender las razones de cada uno y la estructura de los conflictos y las negociaciones.

En la medida en que el especialista en estudios culturales quiere realizar un trabajo científico consistente, su objetivo final no es representar la voz de los silenciados sino entender y nombrar los lugares donde sus demandas o su vida cotidiana entran en conflicto con los otros. Las categorías de contradicción y conflicto están, por tanto, en el centro de esta manera de concebir los estudios culturales. Pero no para ver el mundo desde un solo lugar de la contradicción sino para comprender su estructura actual y su dinámica posible. Las utopías de cambio y justicia, en este sentido, pueden articularse con el proyecto de los estudios culturales, no como prescripción del modo en que deben seleccionarse y organizarse los datos sino como estímulo para indagar bajo qué condiciones (reales) lo real pueda dejar de ser la repetición de la desigualdad y la discriminación, para convertirse en escena del reconocimiento de los otros. Retomo aquí una propuesta de Paul Ricoeur cuando, en su crítica al multiculturalismo norteamericano, sugiere pasar del énfasis sobre la identidad a una política de reconocimiento. “En la noción de identidad hay solamente la idea de lo mismo, en tanto reconocimiento es un concepto que integra directamente la alteridad, que permite una dialéctica de lo mismo y de lo otro. La reivindicación de la identidad tiene siempre algo de violento respecto del otro. Al contrario, la búsqueda del reconocimiento implica la reciprocidad”.12

Aún para producir brotes históricos que promuevan políticas contrahegemónicas13 -interés que comparto- es conveniente distinguir entre conocimiento, acción y actuación; o sea, entre ciencia, política y teatro. Un conocimiento descentrado de la propia perspectiva, que no quede subordinado a las posibilidades de actuar transformadoramente o de dramatizar la propia posición en los conflictos, puede ayudar a comprender mejor las múltiples perspectivas en cuya interacción se forma cada estructura intercultural. Los estudias culturales, entendidos como estudios científicos, pueden ser ese modo de renunciar a la parcialidad del propio punto de vista para reivindicarlo como sujeto no delirante de la acción política.

>'* Paul Ricoeur, La critique et la conviction: entretien avec F A zouvi et M . Launay, París, Calman Levi, 1995.

° John Beverley, op. cit. en Revista de Critica Cultural, 12, 1996.

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Imágenes excéntricas de América Latina y Estados Unidos

Néstor Garda Canclini

Mucho de lo que sucede en los países latinoamericanos tiene que ver con las imágenes que sobre nosotros se forman en Estados Unidos. Una parte de lo que sucede en Estados Unidos, y no sólo con los casi 30 millones de hispanohablantes, tiene que ver con lo que ha ocurrido, ocurre o nunca ocurrió pero podría haber acontecido en América Latina.

Lo que antes eran influencias diferidas entre una región y otra ahora se han vuelto coexistencias simultáneas. Incluso distintas temporalidades, la no simultaneidad (para emplear este juego de Carlos Rincón), se ha vuelto simultánea. Quiero contar aquí cómo se forman en estos años finales del siglo las imágenes generadas entre Estados Unidos y América Latina, y sobre todo con México, anticipando algunos elementos del análisis que estoy realizando sobre las artes generadas en ese punto de la frontera entre ambos países que es la región Tijuana-San Diego.

Hace algunos años que México es multicitado en la literatura artística internacional por algo más que sus sitios arqueológicos, los museos, el muralismo y los pintores reconocidos como herederos de ese esplendor histórico: desde Tamayo y Toledo hasta los neomexicanistas. En libros y revistas se habla ahora de la frontera con Estados Unidos como fascinante laboratorio intercultural y estético, y muchas obras cultas y populares generadas en ese contexto son vistas como emblemas posmodernos.

En esta ‘herida abierta’ entre los dos países se realizaron en 1992 y 1994 las muestras de arte urbano In Site, cuya vasta repercusión facilitó que en 1997 pudiera emprenderse una exhibición

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de mayor envergadura: 42 artistas de toda América, desde Canadá a la Argentina, recibieron diez mil dólares cada uno para producir instalaciones en espacios públicos de Tijuana y San Diego. El impacto de esta experiencia en el mundo artístico y en más de cuarenta medios de prensa, radio y televisión de los dos países que acompañaron la inauguración el 26 y 27 de septiembre de 1997 se explica, en parte, por la calidad de la mayoría de las piezas, notable si comparamos con muestras cercanas donde predominaron las instalaciones (la Bienal estadounidense del Museo Whitney en el mismo año y la muestra del Centro Cultural de Arte Contemporáneo, en la ciudad de México, con unos 140 artistas latinoamericanos: apenas diez o doce obras merecían atención, y por eso hicieron dudar a los críticos sobre la fecundidad del arte-instalación). Otra clave que vuelve a In Site útil para examinar los dilemas actuales del arte público es el programa organizado con el fin de evitar el paracaidismo de obras concebidas sin tomar en cuenta el contexto: antes de formular sus trabajos, los artistas invitados debieron residir varias semanas en la región, hicieron recorridos guiados por expertos en la frontera y convivieron con la gente en los espacios donde insertaron sus obras.

Al atractivo de esta frontera erizada por tráficos legales e ilegales -60 millones de cruces anuales sólo entre Tijuana y San Diego- In Site añade el interés de ser un programa donde se experimenta la colaboración de organismos estatales y privados (el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México, fundaciones, sponsors e instituciones culturales y barriales). La participación local es decisiva para lograr la aceptación de las obras en una zona de intensa violencia y vigilancia estricta de las fuerzas de seguridad de ambos países, donde son tan difíciles de conseguir los permisos oficiales para hacer experiencias a metros de la frontera como el respeto y la colaboración de colonias populares que controlan con celo sus territorios.

Del muro de Berlín al de Tijuana

Es más que un juego lingüístico decir que los mayores performances ocurren, sin necesidad de artistas, en esta frontera donde todos los días, frente a las veinticinco casetas que controlan el paso de México a San Diego, se acumulan de 100 a 400 metros de coches. Para cruzarla, aún quienes tienen documentación eufemizan sus intenciones: “vamos de shopping, “llevo a mis hijos al Parque Balboa”. Los agentes de la “migra”, entrenados durante años en las artes del simulacro, saben imaginar lo escondido: “open the cajuela”, “qué lleva atrás”. Si el día está fácil, en seguida dejan seguir por el laberinto de bardas colocadas haciendo curvas caprichosas, como si el chofer tuviera que probar su aptitud para conducir. Los otros días las filas no avanzan, y la aglomeración inerte de coches, que parece una gigantesca instalación; puede durar dos o tres horas.

Más esquiva es la confrontación entre quienes buscan pasar sin documentos y quienes tratan de detenerlos. La ‘línea’ de alambre que existía en los años ochenta, mil veces burlada, ha dejado su lugar a un símbolo rotundo: las planchas de acero que se usaron para pistas de aterrizaje en el desierto durante la guerra del Golfo, reconvertidas ahora en kilómetros y kilómetros de un muro, apenas un metro más bajo del que hubo en Berlín. Respaldado en los tramos más vulnerables por una segunda barrera de columnas de cemento, por coches de la border patrol y helicópteros,

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desaniman la creatividad, como se ve por los grafittis más escasos que en aquel monumento europeo. Puede encontrarse a veces a cinco niños cavando un túnel de juguete, y pasando a jugar por breve tiempo del otro lado, pero predominan los grupos de hombres y mujeres que huyen -algunas con hijos muy pequeños-, se esconden de la migra, y también de policías mexicanos en bicicletas, que dicen perseguirlas “porque son las que vienen a robar a los que quieren pasar al otro lado”.

Los centenares que siguen infiltrándose diariamente desconciertan a los constmctores de muros, laberintos y sistemas láser de vigilancia nocturna. Pero tampoco del lado mexicano es fácil saber qué acciones pueden ser eficaces ante las multitudes que llegan de todas las regiones de México, la lucha entre cárteles que hacen de este punto el lugar de mayor narcotráfico hacia Estados Unidos, los asesinatos diarios de políticos, policías y ciudadanos comunes, nunca esclarecidos. En vista de la cantidad de películas, relatos periodísticos y la próxima filmación de una telenovela basada en este tipo de acontecimientos, a finales de agosto el ayuntamiento conservador de Tijuana consiguió del Instituto Mexicano de la Propiedad Industrial el registro del “buen nombre de la ciudad” para protegerlo de quienes deseen usarlo en “publicidad y negocios, difusión de material publicitario, folletos, prospectos, impresos, muestras, películas, novelas, videograbaciones y documentales”. No es difícil imaginar los trastornos que hubieran sufrido desde hace siglos con políticas semejantes escritores como Shakespeare por situar sus crímenes en Dinamarca, o Bertolt Brecht y tantos otros que también ubicaron historias espinosas en países que no eran el propio. La pregunta acerca de quién es el dueño del patrimonio se ha vuelto aún más compleja en esta época globalizada, en que gran parte del patrimonio se forma y difunde en las redes invisibles de los medios. Cuando las autoridades quieren convertirse en administradores de los imaginarios sociales, ¿qué les queda a los especialistas en este campo, a los artistas?

In Site, como su nombre sugiere, los invitó a actuar en la realidad’. Algunos aceptaron el desafío eligiendo lugares y procesos comunicacionales en que se construyen las imágenes de San Diego y Tijuana, y de una ciudad sobre otra. A Thomas Glassford se le ocurrió que en el Centro de Información Turística de San Diego, en el centenar de pantallas de video que exhiben las atracciones de esta ciudad, faltaba una de las ofertas: sus 117 canchas de golf. Usó varias pantallas para exhibirlas, instaló mini campos de golf (tapetitos verdes con banderas de Estados Unidos en cada hoyo) en el centro y por toda la ciudad, y proyectó un video, City o f greens, en el que actúa como agente secreto, con portafolio metálico encadenado a su muñeca, que no se quita ni para hacer el amor, huye por la ciudad donde los campos de golf proliferan en las antenas de teléfonos, en las azoteas de rascacielos y hasta en la cajuela de un coche, siempre coronados con la bandera de Estados Unidos. Su fuga culmina en la frontera hacia México, donde lo espera la gigantesca bandera tricolor, semejante a las colocadas últimamente en la capital para afirmar el sentido nacionalista del país.

Algunos artistas utilizaron espacios en desuso. En el edificio semiabandonado, semirreciclado, de lo que fue la fóbrica Carnation, Helen Escobedo documenta los usos contrastantes de la leche. Convirtió la exlavandería en ‘desmanchader’ o donde a las vacas se les quita lo oscuro,y, atravesando un muro de cajas de leche descremada, se accede a la exhibición paródica de decenas de variedades de leches dietéticas, mitad reales, mitad inventadas, aunque siempre es arduo discernirlo en “un mundo donde la mitad de la población sufre hambre y la otra mitad está a dieta”. El valor artístico de la muestra es ‘consagrado’ por su título, LUbreMoosewn, en alusión paródica al museo francés donde aún se siguen formando imágenes de lo que son otros países representados en sus colecciones.aI

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La representación dramática de la migración no se permite ironías en los murales de Chicano Park, espacio verde bajo tres autopistas que se cruzan, donde los habitantes latinos llevan años pintando sus modos de imaginar la historia épica de México y de California. Es distinto el enfoque de la brasileña Rosanna Rennó, quien ocupó vitrinas comerciales con grandes fotos de migrantes de todas las regiones de México, pero representando la tranquila cotidianidad de los múltiples oficios en que sirven a la población califomiana: meseros, mecánicos, empleados en farmacias, maquiladoras y mercados.

Hubo artistas que sintieron difícil apropiarse del espacio de San Diego, de sus barrios dispersos, conectados, más que unidos, por la autopista que va a la altura de los techos, ocultando la ciudad. ¿Por qué varios participantes -especialmente latinoamericanos- eligieron sótanos o garages para ubicar sus obras? A veces funcionan como refugio, por ejemplo de los rollos de arcilla que Anna María Maiolino instaló con el deseo de recuperar, más allá o más acá del tráfico exterior, la intimidad con materiales primarios. En otras obras, el espacio cerrado acentúa el agobio de las metáforas inventadas para nombrar la frontera. La barda de acero -semejante a la frontera bélica impuesta por Estados Unidos-, terminada en guillotina hecha por el colombiano Femando Arias, que cae sobre un polvo blanco evocativo de las imágenes formadas internacionalmente sobre su país. Y, en una de las obras más potentes de este conjunto, el chileno Gonzalo Díaz colocó en un enorme sótano vacío, como estacionamiento de thriller, pájaros envueltos y módicos carteles de neón en 14 columnas, estaciones de un Vía Crucis, La tierra prometida, en el que las palabras que anuncian cada etapa son figuras de la retórica: metáfora, metonimia, hipérbole (...). Díaz dice que cada una de ellas podría encontrarse en los discursos sobre la frontera, lo cual puede comprobarse en las diferencias estilísticas con que la representan los demás participantes, pero me parece que la ritualización de este espacio habla sobre todo de prácticas artísticas que buscan su sentido en catacumbas, parajes sórdidos y discursos secretos, protegiéndose de la furia o la asepsia de la arquitectura de San Diego.

Si estas alusiones elípticas o francas ‘huidas’ del espacio urbano forman parte de lo que los artistas pudieron hacer con esta ciudad, ¿qué les ocurrió al querer apropiarse del espacio caótico, repleto, hipercontradictorio de Tijuana? “Al principio, casi todos los invitados de Estados Unidos querían actuar del lado mexicano, y la mayoría de los latinoamericanos en San Diego”, dice Ivo Mesquita, uno de los curadores junto a Olivier Debroise, Jessica Bradley y Sally Yard. Los intentos por trabajar “con la comunidad” en un lugar extraño vuelven aún más patente la complejidad y las ambigüedades que implica salir de los museos. Patricia Patterson convenció a una familia en la popular colonia Altamira de que su casa mejoraría aplicándole vibrantes colores ‘mexicanos’ (rosas, verdes, azules) y armando cuadros con fotos de álbum que hicieran presente la memoria familiar en las paredes. Marcela, la dueña, la dejó hacer: “pero le dije que después me tenía que pintar todo de blanco”. “Cuando las vecinos veían la barda de la calle con una madera de cada color, me preguntaban si iba a poner un kinder. Luego fui comprendiendo el proyecto”, dijo usando varias expresiones semejantes que la mostraban tan satisfecha como ‘informada de las expectativas de quienes la entrevistábamos. Tan sorprendente como enteramos de que Patterson anduvo haciendo esto como “una búsqueda de lo indígena”.

Mejor inserción revelaron las fotos de Alian Sekula, cuya elocuente policromía no sofoca lo que quieren decir rostros y escenas de Ensenada, donde el puerto fue comprado por coreanos para facilitar la exportación de lo que producen las maquiladoras, y de Rosarito, donde Hollywood instaló estudios en los que acaba de filmarse ‘Titanic’: sus imágenes de alta tecnología corresponden

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al impulso industrial dado por capitales multinacionales a esta zona norte de México, al alarde de quienes reflotan aquí un vetusto barco (“precursor de una maquiladora incógnita”) y prolongan las aventuras del imaginario blanco que iniciaron los conquistadores de California, los fugitivos de Hollywood siempre huyendo hacia esta frontera, destino utópico “de libertad infantil, donde las langostas pueden ser devoradas con ferocidad, donde los coches se manejan con imprudente abandono”.

Al uso exótico de los coches se refirieron las obras realizadas por Betsabée Romero en la colonia Libertad de Tijuana y por Rubén Ortiz en San Diego. Ambas obras impresionaron tanto por su lograda compenetración con las culturas locales como por lo que su comparación sugirió acerca de las relaciones distintas de los sexos con ese símbolo masculino que son los autos. La mirada de Ortiz no renuncia a este sentido, pero lo sutiliza bajo la estética low rider; mientras la feminización ornamental de Betsabée, cubriéndolo con tela estampada y llenándolo de flores secas, que subraya la violencia al incrustar el coche en la tierra junto a la barda fronteriza, induce a la vez significados lúdicos y dramáticos bien captadas por los niños y las niñas que jugaban con el coche y se complacían en ser fotografiados con este nuevo símbolo plenamente integrado a la colonia.

Rediseñar el caballo de Troya

Marcos Ramírez Erre ha instalado a pocos metros de las casetas de la frontera un caballo de madera con dos cabezas, una hacia Estados Unidos, otro hacia México. Evita así el estereotipo de la penetración unidireccional del norte al sur, y también las ilusiones opuestas de quienes afirman que las migraciones del Sur están contrabandeando lo que en Estados Unidos no aceptan, sin que se den cuenta. Es un ‘antimonumento’ frágil, efímero y “translúcido, porque ya nosotros sabemos todas las intenciones de ellos hacia nosotros, y ellos las de nosotros hacia ellos”. En medio de los vendedores mexicanos circulando entre autos aglomerados frente a las casetas, que antes ofrecían calendarios aztecas o artesanías y ahora “al hombre araña y los monitos del Walt Disney”, Ramírez Erre no presenta una obra de afirmación nacionalista sino un símbolo universal modificado para indicar la incertidumbre de un tiempo donde las imágenes de lo que somos se forman desde muchas direcciones extrañas. Una respuesta lúcida a quienes todavía creen posible establecer aduanas rígidas, proteger las ciudades y sus imágenes con decretos.

Tal vez las mejores metáforas que el arte puede proponer son las que problematizan los estereotipos de ésta y de otras fronteras. En un mundo tan interconectado las innovaciones formales se instalan en un espacio cuando asumen sus ambivalencias, cuando hablan a los que viven allí, a los que atraviesan el lugar y van a otra parte, a los que se enteran de estos hechos por los medios. Las preguntas por el impacto que estas obras producen entre los habitantes locales encontraron que la mayoría ignoraba la existencia de Iti Site, y ante las obras con las que tropezaban sentían desconcierto a veces, placer otras, intriga o indiferencia. Varios periodistas e intelectuales locales que ya habían apreciado la edición anterior, en 1994, declaran que el mayor efecto de estas experiencias se da en las comunidades artísticas deTijuana y San Diego. Corrobora esta repercusión restringida la mejor comprensión hallada en quienes visitaron las obras en centros culturales, o enmarcadas por un contexto ‘cultural’.

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Quizá un análisis más extenso, como el que estoy realizando sobre la recepción de este programa de instalaciones, permita confirmar en In Site lo que en los últimos años se ha vuelto habitual en gran parte del arte contemporáneo: más que apropiarse de espacios físicos, o intervemir en culturas o fronteras específicas, los artistas realizan obras trasfronterizas que transitan a la vez por los circuitos del arte y de los medios.

En los meses siguientes a esta exhibición casi todas las televisoras de México y varias de Estados Unidos, que filmaron las experiencias de In Site 97 y las difunden por el mundo, están incorporando este conjunto de obras a la discusión contemporánea sobre cómo puede relacionarse el arte con la globalización y la interculturalidad. Una de las visiones innovadoras que estas obras proponen, especialmente trabajos como el caballo de Troya bicéfalo, es que las imágenes de los latinoamericanos sobre Estados Unidos, y de los estadounidenses sobre América Latina, se forman en el intercambio multidircccional. La misma estructura del programa In Site-binacional por su administración y lugares de puesta en escena, multinacional por los países que los artistas representan- apunta a la superación de las prácticas estéticas concebidas como autoafirmación de la propia tradición nacional. Expresan esa tendencia del arte contemporáneo -pero con antecedentes en Shakespeare y aún antes- a imaginar excéntricamente lo que somos.

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Carlos Rincón

El debate sobre La no simultaneidad

de lo simultáneo

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Lo que usted siempre quiso saber sobre el posmodernismo pero no se

atrevía a preguntarRaymond Borgmeister

La publicación del libro de Carlos Rincón1 señala una fecha importante para el pensamiento y la reflexión latinoamericana contemporánea. El nuevo libro de Rincón tiene un valor sustantivo, del que me ocuparé más adelante en este artículo, pero también otro circunstancial y necesariamente polémico. Se trata de un gran libro panorámico, de resumen y balance general, con el que se adopta una nueva actitud ante la labor intelectual y ante la situación contemporánea. Con el libro de Rincón el público en general y el público especializado tienen un punto de referencia clarificador y necesario para definir de qué se está hablando cuando se habla de posmodernismo. ‘Posmodcmismo’, como conjunto de conceptos analíticos descriptivos para los más diversos procesos o fenómenos culturales (arquitectura, artes, ficción), y ‘posmodernidad’ como concepto para designar una época, están dilucidados en su génesis y conformación. Después de la aparición del libro de Rincón no se puede pues seguir discutiendo de posmodernismo y de encontrar una posición latinoamericana en el debate entre modernidad y posmodernidad con referencias accidentales, incompletas. Pero esos planteamientos a que acabo de aludir, terminan por estar incluidos dentro

1 Carlos Rincón, La no simultaneidad de lo simultáneo: postnwdernidad, globalización y culturas en América Latina, Santafó de Bogotá, Ed. Universidad Nacional de Colombia, 1995.

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del libro. Quiero decir que la reflexión del libro de Rincón se ha alimentado también de esos planteamientos, convertidos en punto de arranque, y no de llegada.

Por eso el valor polémico de La no simultaneidad de lo simultáneo: postmodem'uiad, globalización y culturas en América Latina no necesita afincarse en afirmaciones expresas. Con erudición y audacia interpretativa en la presentación y el análisis de una notable variedad de fenómenos, procesos, discusiones, temas, formaciones discursivas, Rincón muestra el surgimiento de la idea de ‘posmodernismo’ entre 1959 y 1969. Sitúa la producción de un concepto de ‘texto posmoderno’ y luego la emigración del concepto de ‘posmodernismo’ del campo estético-literario a las artes, la arquitectura, la teoría de los medios masivos, la filosofía, hasta llegar a una noción de sociedad posmodema a finales de los setenta. En esa etapa ya tiene presencia masiva en el debate posmoderno la ficción latinoamericana, ante todo Borges y García Márquez. A través de la acumulación de diferenciaciones, de discusiones, de grandes eventos (Bienal de Venecia de 1980; reuniones internacionales para el estudio de la cultura norteamericana de los setenta; invasión de la pintura de los ‘Nuevos salvajes’ y la ‘transvanguardia, etc.), y de polémicas memorables (Lyotard-Habermas), se llega al gran salto internacional en la discusión en 1978-1981. Resultado de ese gran salto es la producción de un concepto de época, de teorías sobre los medios masivos electrónicos (régimen dei simulacro de Jean Baudrillard) como propios de la cultura posmoderna, y de gran cantidad de teo­rías homogeneizadoras (Jameson, etc.) sobre la ‘posmodernidad’. Son veinticinco años de discusiones. Esto quiere decir, por lo pronto, que cuando Rincón se limita elegantemente a citar, sin dejar caer una palabra de polémica, el ‘descubrimiento’ que hizo el novelista José Donoso, en artículo escrito en 1986, del posmodernismo como fenómeno ante todo de la arquitectura, ahora, nosotros, no tenemos más remedio que preguntarnos en qué aislamientos geográficos, culturales, políticos vivían novelistas como Donoso, o echarnos a reír nerviosamente como colegialas.

La tensión entre el valor circunstancial y polémico y el valor sustantivo del libro, entre la corrección de dudas, la aclaración de perspectivas y el descubrimiento de nuevas problemáticas y posibilidades de análisis y reflexión, produce en el lector una actitud nada común. La singularidad del libro de Rincón es notable también en este punto. La relevancia teórica, social de un libro de visión panorámica, de introducción y al mismo tiempo de despeje de horizontes, de audaz reorientación como éste es elevada. Pero despierta en el lector algo que no se siente por los libros de teoría sino por la literatura. Una relación de amor. Este es un problema complejo porque si el amor fuera una relación desinteresada, transparente, pura, pues no podría haber mejor relación con el libro. Pero naturalmente el amor, como escribió Jonathan Culler es justo lo opuesto: una relación oscura, interesada, deseante, inconcebible sin identificación, fetichización, transferencia, sado- masoquismo, regresión, agresividad. La pertinencia del libro para la situación latinoamericana y su diálogo con el mundo se funde con el poder transferencial de esa forma de amor que inspira. Su importancia notable en lo teórico, lo social, lo político pasa por una relación deseante del lector.

Si queremos darnos bien cuenta de en qué consiste el valor sustantivo del libro de Rincón, podemos fijarnos en que el libro es por lo menos tres libros a un mismo tiempo, entretejidos indisolublemente. Libro de aprendizaje del mundo contemporáneo por la reconstrucción del debate sobre el posmodernismo. Libro de redefinición de posicionai idades para el trabajo intelectual latinoamericano, como respuesta a la pregunta por el ahora y por el en dónde estamos latinoamericanos.

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Queda el tercer libro. Cuando creemos que el libro está completamente logrado en esos dos importantes aspectos, el libro comienza a crecer a nuestro alrededor, como pasa con los textos literarios. Creíamos que era un libro concluido cuando, como en un rapto, avanzamos por él, avanzamos con él. O sea: para ir más adelante de veras. Por eso nos damos cuenta de que lo que hace crecer al libro son los impulsos que da para que se piense por su cuenta y que el libro es, en efecto, también un tercer libro. El libro de lo que está recién iniciado, el libro de lo que está por seguir.

El primer libro: la visión panorámica

El primer libro es el de la visión panorámica, el que reconstruye el debate de más de tres décadas sobre el posmodernismo, resituándolo, revelando aspectos desconocidos hasta para el especialista, como es sobre todo el papel representado por algunas figuras y la cuestión de la presencia latinoamericana en la forma como la enfoca. Si miramos bien, vemos que la visión panorámica del debate sobre el posmodernismo es una reconstrucción y mucho más que una reconstrucción. Por eso en ella Rincón sigue dos estrategias. De acuerdo con la primera, el libro es a su manera el libro de citas: un libro consistente solamente de citas, con que soñó Walter Benjamin.* Aquí tenemos todas las citas que fijan momentos exactos de importancia en el desarrollo del debate. Esa es la sensación. A través de tres fragmentos que procedo a mi vez a citar, los lectores de este artículo pueden juzgar ellos mismos. Sería muy largo entrar en la caracterización de cada uno de esos fragmentos. Eso lo hace Rincón en su libro. Pero sí hay que insistir en que hay también que valorar al libro por ese aspecto de documentación que aporta y que lo hace, igual en este aspecto, obra de consulta necesaria.

Hacía una década que se venía discutiendo sobre los cambios literarios como síntomas de cam­bios culturales mayores (paso de lo moderno a lo posmoderno), cuando Leslie Fiedler publicó en 1969 el Manifiesto del Posmodernismo “Cross that Border-Close that Gap, Postmodernism”, refiriéndose al abismo definitorio para los modernos entre alta cultura y cultura de masas. El Manifiesto decía:

Casi todos los lectores y escritores actuales -de manera efectiva desde 1955-, son conscientes del hecho de que vivimos la agonía de lo moderno literario y los dolores del parto de lo Posmoderno.El tipo de literatura que reclamó para sí la denominación ‘modem’ (con la pretensión de representar el máximo de progresividad en sensibilidad y forma, más allá de la cual no

* Se refiere a Passagen Werk, la ambiciosa obra de Benjamin sobre el capitalismo y el fetichismo de la mercancía en la Francia del siglo XIX, investigación que inició en 1920, cuyo manuscrito inconcluso cargó penosamente al atravesar los Pirineos para huir de los nazis de la Francia ocupada. En 1982 se publica por primera vez a partir de una copia de este manuscrito encontrada en la Biblioteca Nacional (Benjamin dejó una copia al cuidado de Georges Bataille). Hasta entonces sólo se conocen las versiones aprobadas por Theodor Adorno de Poesía y capitalismo, París, capital del siglo XIX. (N. del E.).

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sería posible ‘novedad’ alguna), cuya carrera triunfal comenzó poco antes de la Primera Guerra Mundial y terminó después de la Segunda, ha muerto; es decir, pertenece a la historia, no a la realidad. Para la novela esto significa que ya pasó la época de Proust,Joyce y Thomas Mann, lo mismo que en la lírica han pasado T. S. Eliot y Paul Valéry (...). Cerrar la brecha significa también rebasar el límite entre lo maravilloso y lo verosímil, lo real y lo mítico, el mundo burgués con boudoir y contabilidad, y ese reino que durante mucho tiempo se designó como el de los cuentos de hadas, pero que se acabó por pensar que era apenas locura fantástica.2

Hacía 25 años que se discutía sobre las características de la literatura, luego del arte y de la arquitectura posmodernos, para después llegar a un concepto filosófico de posmodernidad como época, cuando Larry McCaffery publicó en 1985 una voluminosa obra de consulta general titulada Postmodern Fiction: A Bio-Bibliographical Guide. Ahora escribió:

Si puede decirse que una obra singular haya podido proporcionar un modelo para la ficción posmoderna en los setenta y los ochenta, ésa es probablemente Cien años de soledad, una obra que combina admirable y brillantemente los impulsos experimentales con un poderoso sentido de la realidad política y social. En efecto, la obra maestra de García Márquez encarna perfectamente una tendencia básica en mucha de la mejor ficción reciente -esto es, el empleo de estrategias experimentales para descubrir nuevos métodos y así conectarse con el mundo más allá de la página, más allá del lenguaje (...).Con esto constituye un emblema de lo que puede ser el posmodernismo, autoconsciente de su herencia literaria y de los límites de la mimesis, capaz de desarrollar su forma orgánica de experimentación propia y, al tiempo, de volver a conectar a los lectores con el mundo en torno, más allá de la página.3

El debate sobre arquitectura posmoderna está que arde, no ha perdido nada de su actualidad, sin importar que para los posmodernos ya la batalla ha sido ganada. Consta, su teorización, de una noción clave -doble codificación- y una asimilación de las formas arquitectónicas al lenguaje. Charles Jencks define ‘doble codificación como sigue:

Para dar una corta definición, un edificio posmoderno habla, simultáneamente por lo menos a dos capas de la población: a los arquitectos y a una minoría comprometida, que se interesa por los problemas arquitectónicos específicos, lo mismo que a una amplia opinión pública o a los habitantes del lugar, quienes se preocupan de problemas de confort, formas tradicionales de construcción y de su manera de vivir. En esa forma la arquitectura posmoderna tiene un efecto híbrido como, para dar una definición visual,

2 [.eslie Fiedler, “Cross that Border-Close that Gap, Postmodernism"; este artículo fue publicado en PlayBoy, 1969.

i Larry McCaffery, Postmodern Fiction. A Bio-Bibliographical Guide, New York-Westport-Connecticut, London, Greenwood, 1985.

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un portal de un templo griego clásico. Aquél es una arquitectura geométrica con elegantes columnas, y un pináculo pintado en relucientes colores rojo y azul. Los arquitectos pueden leer las metáforas contenidas en él y la sutil significación de las columnas, mientras el público capta las metáforas explícitas y los enunciados del escultor. Naturalmente, cada persona capta algo de los dos códigos significativos, pero con seguridad, con distinta intensidad y capacidad cognoscitiva. Esa discontinuidad de las culmras del gusto es la que produce tanto la base teórica como la ‘doble codificación del posmodernismo. Las más características edificaciones posmodernas muestran claramente una dualidad, una consciente esquizofrenia.4

Y así podría seguir sucesivamente con otras diez citas, todas del mismo interés. Esa estrategia, el libro benjaminiano dentro del primer libro, es insuficiente para el designio teórico de Rincón. Por eso no marcha sola. La relación del capítulo segundo con el primero, titulado “El incontenible ascenso de lo posmodemo”, lo mismo que la construcción interna de los capítulos tercero (“Metrópolis modernas, ciudades imaginarias y megalópolis hiperreales”) y quinto (“El territorio y el mapa: ¿para qué metaficción?”) ilustran el funcionamiento de la segunda estrategia, la manera de operacionalizarla de Rincón. A través de las posiciones y debates del posmodernismo nos explica Rincón en qué consiste la ‘verdad’ del posmodernismo: su verdad de intento de crítica, de reescritura de la modernidad, de dcsmitificación de la desmitificación que pretendió la Ilustración. En esto de explicar las cosas a fondo, Rincón no se deja aventajar de nadie, porque lo que hace enseguida es mostrar que hay un punto ciego, y una zona central de desenfoque de esas teorías posmodernas, atando se apropian de las creaciones latinoamericanas para convertirlas en posmodernas, y producir a partir de ellas sus marcos interpretativos y sus problemáticas teóricas. Ahí es donde la exposición y los análisis de Rincón dan el viraje necesario para marcar diferencias y alteridades culturales y resituar desde perspectivas latinoamericanas el debate posmoderno y las teorías que polemizan con el posmodernismo. En este punto es muy importante un concepto nuevo que Rincón introduce, el de ‘estilos de teoría’. En las ficciones latinoamericanas hay ‘teoría.

El lector camina en el libro, llega al capítulo tercero, y tropieza con esta cita del arquitecto y critico mexicano Rafael López Rangel:

El análisis del ‘Posmoderno’ arquitectónico es urgente, no sólo desde el análisis del teórico y el historiador que actúan en otro ámbito cultural (como el latinoamericano) y se proponen saber lo que pasa en Europa y los Estados Unidos. Ia urgencia se debe a que ya nuestra propia producción edificadora se encuentra implicada en la más reciente polémica con el funcionalismo. La presencia de las propuestas posmodernas o tardomodernas es un hecho en algunas de nuestras ciudades sin que las instituciones productoras de arquitectura y las escuelas de arquitectura -incluyendo las progresistas- tomen una posición al respecto. Es más y refiriéndome específicamente a México, ni siquiera se discute.5

4 Charles jencks, The lenguaje o f Postmodern Architecture, London, Academy Editions, 1967 (5a ed. 1985).

5 Rafael López Rangel, et a i, Tendencias arquitectónicas y caos urbano en América Latina, México, Gustavo Gilí

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Esto parece querer decir que la reflexión de Rincón no puede privarse de estudiar, como no se privaron Habermas o Derrida, el enloquecimiento lúcido de la arquitectura posmodema. Sin embargo, el abordaje de Rincón está creando y marcando distancia frente a críticos como ellos, su asunto no es analizar ésta o aquella otra edificación posmodema, aunque se siente que a Rincón le gustan mucho algunos arquitectos como Graves y Portoguesi. Su asunto es la revisión de los alcances del proyecto moderno a nivel de realidades espaciales urbanas de América Latina. Esa es ‘la prueba del nueve’ a la que somete a la arquitectura y el urbanismo modernos, tomando diferentes ejemplos, para desembocar en el análisis de Brasilia como ‘ciudad modernista’ y emblema de la modernidad latinoamericana. ‘El punto sobre la i’ lo pone mostrando la manera como la ficción aborda los problemas de la megalópolis -São Paulo, México D. F. -en una manera radical que no lo han conseguido arquitectos y urbanistas, incluyendo dimensiones de ecología y democracia.

El segundo libro: ¿en dónde estamos?

Uno puede escoger, aquí y allá, páginas sueltas, capítulos o subcapítulos bellísimos de análisis espléndidamente elocuente, y de inspirada reflexión. La palabra analítica crece en esas reflexiones suspendida sobre una realidad, y debajo de ella están las devastaciones de las economías y las sociedades latinoamericanas en la década pasada de los ochenta, entrañándolas en una zona de dramatización que es ajena a los análisis sociales comentes. Nos damos cuenta así que Rincón se ha puesto en medio del hundimiento de las estrategias modemizadoras que definieron a las sociedades latinoamericanas durante medio siglo, y de las problemas de “una reorganización modernizadora neoliberal del Estado y la economía” como “pretendida tabla única de salvación”, en relación con los procesos de “agptamiento internacional del fordismo” y con la nueva etapa del proceso de globalización en nuestro mundo tripolar. Va a incorporar, desde luego, aportes del análisis más actual del “cambio en el régimen económico de acumulación y regulación”, del “posfordismo”, la “acumulación flexible”o “el capitalismo desorganizado”. Por eso encuentra acertado marcar un umbral con la fecha 1973, en donde coinciden análisis de procesos artísticos como los de Achile Bonito Oliva, del Club of Rome, y del economista geógrafo David Harvey, autor del libro The Condition o f Postmodernity (1989). Es necesaria una larga cita:

Harvey recapitula la serie de crisis de acumulación por las que pasaron desde mediados de los sesenta las sociedades fordistas desarrolladas, para llegar hasta el embargo petrolero de 1973 durante la guerra árabe-israelí. Ello, empero, por conocido que parezca, no es ocasión para conclusiones o aciertos previsibles. Es cierto que el libro de Harvey responde a una intención plausible: está escrito para darle una ‘base’ a los términos del debate sobre el posmodemismo y, a la vez, para buscar respuestas a los dilemas disyuntivos de la sociedad actual. Pero no menos cierto es que consigue probar cómo en 1973 las

SA ., 1986; citado por Carlos Rincón, op. cit., p. 80.

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cosas de veras cambiaron: el fordismo quebró y con ello, parece seguro, también su imitación desmañada en el campo socialista. De sobra está decir que hoy las interpretaciones del capitalismo son legión. De acuerdo con la escuela francesa de la regulación, Harvey considera ‘los recientes acontecimientos como una transición en el régimen de acumulación y otra asociada al modo de regulación social y política’. El fordismo y el keynesianismo solucionaron la cuestión de la fijación de precios y la explotación de la mano de obra con un sistema de producción estandarizada y de consumo regulado con intervención estatal, para asegurar nivel y calidad de vida a la mayoría social. 1.a apertura de un periodo de cambio rápido, fluido e incierto en 1973 da lugar a nuevos sistemas de producción y mercadeo: flexibilización de procesos de trabajo y de mercados, de mobilidad geográfica y de límites y prácticas de consumo lo mismo que a un nuevo régimen de acumulación que pasa por las privatizaciones. Ese nuevo régimen aparece acoplado al relanzamiento del espíritu de empresa, a las prácticas económicas neoliberales y al ‘viraje cultural del posmodernismo (que constituye a su vez) un nuevo modo de regulación’. El posfordismo está caracterizado por una mayor flexibilidad en los procesos productivos, por la reestructuración de los mercados de trabajo y por el incremento de la investigación de mercados. Los cambios rápidos de líneas de producción, la adaptación de la producción a las pequeñas series ajustadas al fenómeno del lifestyle, el aumento de los puestos de trabajo parcial, del trabajo sesonero, son parte de esos reajustes. Los conocimientos absolutamente al día son necesarios para el éxito del funcionamiento en la empresa.6

El otro cambio de grandes alcances, “la reorganización completa de los mercados financieros”, tiene como base la globalización de y con la tecnología informática.

Las relaciones entre esos procesos y el cómo y el porqué de la quiebra en 1982-83 de los mode­los de desarrollo que habían imperado durante cincuenta años en América Latina salta a la vista. Como salta a la vista, lo expone el libro, lo deleznable de “una conversión modernizadora neoliberal en donde el tema de las correlaciones políticas y sociales entre mercado y democracia -con aspectos que van desde el funcionamiento real de los partidos hasta el papel de los monopolios en la destrucción del mercado- no tiene prioridad alguna”. Y los problemas de legitimación del Estado: “los Estados del subcontinente se legitimaban no por el desempeño de tarcas sociales, sino cuando más, como Estados desarrollistas, a través de políticas selectivas de subvención (fomento). Con la desregulación y la privatización como único norte, la presencia estatal estaría ahora llamada a desaparecer tanto en el mercado como en las políticas sociales”. Rincón muestra que es ilusorio pretender relanzar la industrialización y los procesos de modernización social, pretendiendo “pasar del Estado desarrollista al Estado neoliberal, con exclusión del Estado social, para dar lugar a una sociedad de consumo masivo”. Pero ojo, ojo, ojo: Rincón subraya que el posmodernismo no es el eco cultural de las situaciones económicas cambiadas, sino que donde hay una transformación en profundidad de las relaciones de exterioridad aparente entre cultura y economía, la exterioridad se esfuma.

6 Rincón, op.cit., pp. 205-206.

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El tercer libro

‘Renovación de los discursos’ es la enunciación abreviada de un argumento mayor de Rincón. Renovación de discursos en América Latina sobre individuo, sujeto, mentalidad, sociedad, cultura, naturaleza. “No hace falta más para que advirtamos el cambio de clima, lo que hace que el debate sobre el posmodernismo en el caso latinoamericano pueda resultar parte de un proceso social y político de autocomprensión intelectual y cultural”. Tomado el Brasil como un ‘estudio de caso’ en el capítulo cuarto, así lo demuestra, con posiciones muy matizadas como las de Heloisa Buarque de Hollanda y el novelista y crítico Silviano Santiago. En el debate de ideas con el filósofo Sergio Paulo Rouanet que fue ministro de cultura de su país, interesa señalar cómo la calidad del desacuerdo no le quita consideración cuidadosa a las posiciones adversas.

Por esos caminos, el debate sobre el posmodernismo en América Latina pasó por “el redescubrimiento de la cultura del subcontinente”, dejada de lado por las ciencias sociales. Parte decisiva en ella tiene el fenómeno que Rincón describe en estos términos: “(...) desde los sesenta el desarrollo de redes de medios masivos electrónicos venía teniendo un efecto sin antecedentes por sus dimensiones sobre las sociedades del subcontinente. Con la imposición de las nuevas tecnologías, como parte de las consecuencias culturales de la transformación tecnológicamente condicionada de la comunicación social, se iba transformando la vida social y política”. La elaboración de la categoría de ‘lo popular urbano’ en que tuvo papel principal Carlos Monsiváis, la ve Rincón como un paso clave en la superación de las concepciones que afirmaban “la diferencia radical entre cultura popular y cultura de masas, con portadores sociales distintos y constitutivos de proyectos sociales excluyen tes”.

La existencia de procesos como esos, con las nuevas relaciones entre lo global y lo local, es lo que hace que el debate sobre el posmodernismo se haya orientado definitivamente en América Latina hacia la teorización y el análisis de los nuevos procesos culturales (hibridación, territorialización- desterritorialización, identidades mutantes) y hacia la teoría cultural. Ahí Rincón muestra que la única crítica digna de ese nombre sigue siendo la imaginativa y desmitologizadora:

Por largo tiempo bastaron los bocetos utópicos de una especificidad latinoamericana o de una variante específicamente latinoamericana de la modernidad, basados en el ideologema del mestizaje y en teorizaciones de autosignificación como las formuladas a propósito del barroco y el neobarroco. La noción de culturas híbridas, propuesta por Néstor García Canclini, es un signo del cambio de los discursos, signo que toma valor emblemático, como el alcanzado también por la fórmula Plotting woman de Jean Franco.7

Esa reorientación hacia la teoría cultural la reinscribe Rincón dentro de una reorientación todavía de más alcance del debate, y la paralcliza con el debate norteamericano sobre multiculturalismo. Rincón observa al finalizar el segundo capítulo del libro que en la asimilación que hizo el posmodernismo de los textos de autores latinoamericanos (García Márquez, Borges, etc.) “en el camino hacia la construcción de marcos epistemológicos y discursivos para formular

7 Ibid., p. 220.

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problemáticas teóricas”, procedió a hacer una represión. “Excluyó las especificidades culturales, lo propio de las políticas de representación de las ficciones latinoamericanas, y con ello las teorizaciones -incluidas las del ahora- realizadas en ellas. Esa teoría se podía encontrar también, junto a formas de conocimiento no autorizadas y a ‘saberes subyugados (Foucault), en prácticas sociales de diverso orden, como las desplegadas por movimientos antisistémicos”. La tesis de Rincón es, en este punto, bifronte. Por un lado, va a desembocar en la transformación ya anunciada, la reoricntación hacia la teoría cultural: “La restitución y descubrimiento de lo anulado y reprimido por los enfoques posmodernos y por el ‘proyecto moderno’ en Latinoamérica, ha pasado por la reinscripción de esas ficciones en el contexto de la cultura latinoamericana actual”. Eso es una buena descripción para el trabajo de lector excelente que realiza Rincón como crítico cultural con textos de García Márquez, Fuentes, Loyola Brandão y Edgardo Rodríguez Julia, entre otros. Rincón tiene razón al destacar que “esta reinscripción supone un desplazamiento, pues las viejas teorías, historias, convenciones acerca de esa cultura ya han dado lo que podían dar, mientras las teorizaciones posmodernas se han revelado normativistas y excluyentes”.

La otra cara de la reorientación pasa por la interpretación del debate internacional sobre la posmodernidad como síntoma de cambios reales, como son las grandes redefiniciones geopolíticas unidas al surgimiento de las sociedades asiáticas y de la cuenca del Pacífico, y las relaciones entre Islam, innovación y modernidad, etc La idea de Rincón es que un diálogo con las teorías posmodernas que critican y muestran los límites del proyecto moderno, “y conectándose con un discurso que se ha ignorado” en América Latina, “el discurso poscolonial -un proyecto simétrico, con estrategias y presupuestos distintos al posmodernismo-, las nuevas teorizaciones culturales latinoamericanas pueden contribuir a replantear y en últimas, a cambiar los términos del debate modernidad- posmodemidad”.

En el “Epílogo” (Envío) Rincón confiesa que este libro es resultado de circunstancias particulares. Encuentros con auditorios latinoamericanos distintos al círculo cerrado de los expertos y especialistas internacionales, como son los estudiantes de la Universidad Autónoma de México y de la Universidad Surcolombiana. Y una editora alerta, muy alerta, Elba Cánfora, de la Universidad Nacional de Colombia, que como el aduanero del poema de Bertolt Brecht, detuvo a Lao Tse en el camino del exilio y lo llevó a dictar el libro Tao Teking. Es un caso feliz, digno de celebrar, pero muestra los peligros actuales de la cultura de los expertos y los especialistas. Los estudios y artículos de un notable especialista que trabaja en una importante universidad europea como es Rincón, circulan en publicaciones de idiomas muchas veces distintos del castellano y dirigidas al cenáculo de los expertos. No se solucionan con un sólo libro o con dos o con diez los problemas del divorcio entre el lenguaje de los expertos y los intereses de grupos mayores interesados en su saber. Sin embargo y sobre todo, el libro de Rincón es una obra notable, de un valor excepcional.

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El descentramiento de lo posmoderno

Ellen Spielmann

Existe hoy un consenso acerca de que el Anti-Oedipe de Gilíes Deleuzc y Félix Guattari fue el primer gran libro de teoría posmoderna. Pero el estilo de su presentación, con la tapa en blanco, el logotipo de la colección “Critique” arriba en azul y la tipografía en negro, según el modelo tradicional introducido por Gallimard desde los años cuarenta, no indica en lo más mínimo lo nuevo, el cambio que ha tenido lugar. Sin embargo, esto no asombraba a nadie en 1972. Algún tiempo después, en editoriales reputadas y en las editoras universitarias en Estados Unidos, comenzaron a aparecer una amplia serie de publicaciones que en su outfit se proclamaban ‘posmodernas’. Las dos muestras experimentales tardío-modernas por excelencia en América Latina son El último round de Julio Cortázar y Constelaciones de Haroldo de Campos. El libro de Carlos Rincón La no simultaneidad tie lo simultáneo:postmodernidad globalizaáóny culturas en América Latina1 es uno de los primeros libros latinoamericanos ‘posmodernos’. Ya su papel, su tipografía, las ilustraciones y los colores, criterios que toma de Neville Brody,2 señalan cambios notorios. No sólo el título despierta expectativas e irritaciones, la presentación visual sí que irrita y choca. Esto es válido sobre todo para las imágenes

* Carlos Rincón, La no simultaneidad de lo simultâneo: postmodemidad, globalización y culturas en América Latina, Bogotá, Editorial Universidad Nacional, 1995.

1 The Graphic Language o f Neville Brody Text and Captations by John Wolencroft, London, Victoria and Albert M useum , 1988, p. 88.

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‘trabajadas’ con computadora en lila, naranja, rojo y verde chillones, para las que no vale, en cambio, el término ‘ilustraciones’. Se trata tanto de fotografías arquitectónicas del emblema de Bogotá, las Torres del Parque de Rogelio Salmona (1972), como de “El arcángel San Miguel, rodeado de cuerpos celestiales y con personificación de nueve órdenes de ángeles, vence a Lucifer”, de Martin de Vos (siglo XVI), “El Símbolo de la Santísima Trinidad (señor de Gran Poder)” de Arce y Ceballos (siglo XVII), y el “Portrait o f Bungeree” (1991) de Juan Dávila. ¿Qué es lo inquietante de esas imágenes? Quizá no tanto el choque visual mismo, sino el encontrarnos inmersos repentinamente en una discoteca, el sitio en donde, según Umberto Eco, debe estar hoy el filósofo. Aquí no solamente hay un acercamiento estrecho a las formas representativas de la actual cultura global como screen-play y video clip. Culturas emergentes, como las nuevas culturas urbanas están presentes así en el libro y se asume el desafío de una confrontación directa. Es notable entonces que en este trabajo el interés por el campo relativamente nuevo de la emergente cultura masiva urbana sea actuante, no se lo ponga de lado, como ocurre con otros libros recientes que pertenecen al nuevo canon teórico.

¿Qué tenemos ante nosotros? Este no es solamente un libro que habla de la urgencia del cambio de los términos del debate modernidad-posmodernidad. No permanece en la realización de ese cambio de paradigmas, un peso que fue tan importante en la segunda parte de los años ochenta y que hasta hoy se sigue celebrando en diversos campos como gran acontecimiento.3 Tampoco se queda en la genealogía o en la descripción de la situación y su preocupación no es proporcionar la vigésimo quinta redefinición substancial del posmodernismo. La no simultaneidad de lo simultáneo no es, además, otro libro en la biblioteca internacional sobre el tema del proceso de globalización, que pone en el centro la cuestión de la modernidad4 o del posmodemismo.5 Todas estas definiciones negativas no quieren decir, finalmente, que encontremos un nuevo ‘guru’, ya que sabemos que pasó el tiempo de los ‘gurús’. ¿Qué consigue entonces el libro? Dicho en una frase: el libro descentra el debate sobre lo posmodemo. Lo notable es que aquí -y esa es una especialidad de los trabajos de Carlos Rincón- se construyen puentes entre muy distintos debates en las más distintas disciplinas. Se desarrolla un diálogo tanto entre literatura y las ciencias sociales y humanas, como con las ciencias de la comunicación y la teoría. El camino señala, al mismo tiempo, que es un callejón sin salida bascar sus aliados solamente en disciplinas del siglo XIX: lingüística, psicoanálisis, sociología. La no simultaneidadde lo simultáneo es, diría, el primer libro ‘posmodemo’, una intervención ‘posmodema en que la fijación corriente a la tarea dada -renegociar los debates, relativizarlos o representarlos- es decididamente rebasada. Es ‘posmoderno’ al descentrar esos debates, es decir, en tanto pone de lado planteamientos c interrogaciones que han mostrado ser no productivos, o los plantea en otra forma -y sigue adelante.

1 Ver, por ejemplo, Enrique Goneariz MoregaVJorge Vergara Esté vez. Im crisis teórica de la sociología latinoameri­cana, Santiago, FNICT, s.f.

* José Joaquín Brunner, Cartografías de la modernidad, Santiago, Dolmen Editores, s.f.

5 Hans Ulrich Gumbrecht y Robert Weimann (eds.), Ibstmoderne-Globale Differenz, Frankfurt/M., Suhrkamp, 1991; David Harvcy, The Condition o f Postmodernity Oxford, Basil Blackwcll, 1989.

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T/tulo-portada

Gustavo Zalamea es el artista que diseñó la portada. La diagramación y el tratamiento de las ‘reproducciones’ es de Francisco Vázquez. En la portada del libro hay un montaje de imágenes. Una mano (¿masculina? ¿femenina?) en perspectiva sostiene un reloj, un cronómetro de color lila intenso, ante un espacio constituido por un círculo color naranja, en perspectiva, y un círculo amarillo plano con una espiral. A la mano y a los círculos se une, enmarcándolos, un fragmento cartográfico, una parte de un mapa urbano. El mapa no es otro que el ‘Plan Piloto de Bogotá’, tal como lo concibió Le Corbusier en 1949: la ciudad disparada, dominada por la velocidad, en expansión. Encima de esas imágenes el título, que se corresponde con ese montaje. En la inversión de la fórmula de Ernst Bloch - ‘la simultaneidad de lo no simultáneo’- no se trata de señalar la falta de validez o la insuficiencia de esa ecuación para describir la modernidad. De esa fórmula que entusiasmó ante todo a los literatos, junto a los críticos y a los científicos sociales latinoamericanos hasta los años setenta, y que fue adoptada como modelo explicatorio para inventar la ‘especificidad latinoamericana’.6 Tampoco se está aludiendo a la complejidad, pluralidad y diversidad de temporalidades sino que, a diferencia del pensamiento posmoderno corriente, se está apostando a otra cosa. ¿A cuál? El sintagma del título es en sí mismo una imagen: su función referencial es tá asumida como función poética. La naturaleza de esa imagen se deja descomponer en dos momentos. En primer lug^r calca un modelo barroco (por ejemplo, el de fórmulas retóricas como ‘la conveniencia de las inconveniencias’) lo que también hacía Bloch, y en esa forma resulta una amalgama semántica. Segundo, la imagen se halla determinada, sobre todo, por su aptitud argumentativa. La representación figurativa (cronómetro-círculos cromáticos-cartografía urbana) funge como visualización particularizadora de la materia tratada (posmodernidad-globalización-culturas en América Latina): relaciones espacio-temporales. Esa imagen hace simbólicamente sensible (en cuanto imagen visual) la idea central. El título (en cuanto imagen con funciones referenciales, poéticas y metacríricas) hace alegóricamente sensible esa misma idea. ¿Cuál es? ¿De qué se trata? Primero: La modernidad no es destrucción de tradiciones e imposición, en su lugar, de lo moderno (lo Nuevo). Tal vez sea sobre todo nuevas formas de articulación entre el tiempo y el espacio (tempo-espaciales). Pero lo más importante de esa ¡dea central es que esa rcdcfinición de modernidad es ya, podemos decirlo, pos-moderna. Pues lo posmoderno trae una anidación de las barreras de espacio con incremento de las simultaneidades globales. De manera que la segunda idea central que guía el título ya subraya la diferencia frente a las teorizaciones posmodernas: enfocar la no simultaneidad de esas incrementadas simultaneidades globales. Lo decisivo es ver que no se trata simplemente de una cuestión de distintas representaciones, como lo sugieren las teorías posmodernas.

* Rincón, op. cit., p. 217.

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£1 final de un ciclo

En un ensayo muy inteligente y sensible sobre el libro de Carlos Rincón, Erna von der Walde señaló una paradoja: ese libro era esperado y es al mismo tiempo completamente inesperado.7 Veamos por qué. Entre 1976 y 1979 terminó en Latinoamérica un ciclo literario-cultural que se desarrolló desde los años veinte. Gerald Martin* fue el primero que comprobó exactamente esa tesis, en la cual venían trabajando algunos críticos. La producción literaria que siguió a Yo el supremo, Terra nostra y El otoño delpatriarca mostró no sólo que el boom, asimilado a la alta cultura había llegado a su fin. Más bien las energías sociales reprimidas entraron dentro de nuevas estrategias en un amplio proceso de articulación de los márgenes’ (de etnia, raza, sexo, clase) de la modernidad periférica. Se anunció un cambio de paradigmas crítico-literarios y teóricos capaz de dar cuenta de las nuevas relaciones entre alta cultura, cultura popular y cultura producida masiva e industrial mente, incluidas en el proceso de articulación de los márgenes.

Decisivo y verdaderamente nuevo en las publicaciones entre 1978 y 1983 es que el concepto de literatura transcultural y suprahistórico hasta entonces dominante fue superado y de esa manera se hizo posible llegar a situar de manera adecuada el nuevo discurso ‘literario’. En ese sentido, el libro de Carlos Rincón El cambio de la noción de literatura y otros estudios de teoría y crítica latinoamericana? representó una revisión crítica de sustantiva importancia.10 Pues la vieja función de la literatura como supuesta instancia de mediación y como comunicación entre distintos campos de la sociedad había dejado de funcionar.

Silviano Santiago en Brasil y Antonio Cornejo Polar desde el Perú propusieron, independientemente, concepciones operatorias confluyentcs. Santiago acuñó en Urna literatura nos trópicos,n el concepto del ‘entrelugar de la literatura latinoamericana. Cornejo Polar utilizó en 1980 como concepto analítico lo que hasta ese momento era una noción en circulación: ‘heterogeneidad’. Ambos partían todavía de la idea de ‘unidad’, pero con esas categorías de cuño derrideriano (entrelugar) y foucaultiano (heterogeneidad), propusieron conceptos-palanca para despejar los caminos que bloqueaban las ideas de ‘síntesis’, ‘mestizaje’, ‘unidad’, ‘transculturación’. Otros críticos, como Silvia Molloy en Las letras de Borges12 buscaron, con intensiva recepción de los trabajos de Jacques Derrida, nuevas vías productivas y ampliaron las estrategias analíticas. Un libro importante metodológicamente, en el intento de construir una teoría del discurso con base en los ‘actos de lenguaje’ de Austin, de Mary Louise Pratt,13 su Toward a Speech Act Theory o f Literary Discourse, circuló en inglés y su impacto en Latinoamérica fue limitado.

7 Erna von der Walde, “La no simultaneidad de lo simultáneo de Carlos Rincón”, en Estudios 1itéranos: relecturas, imaginación y resistencia. Texto y Contexto, 28, 1995, pp. 242-57.

9 Gerald M anin, Journeys Through the Labyrinth. Latin American Fiction in the Twentieth Century, London-New York, 1989.

** Carlos Rincón, E l cambio de la nación de literatura y otros estudios de teoría y crítica Latinoamericana, Bogotá, C olcultura, 1978.

,0 Véase John Beverley, Against Literature, Minneapolis/London, University o f Minnesota Press, 1993, IX.

11 Silviano Santiago, Uma literatura nos trópicos: ensaios sobre dependencia cultural, São Paulo, Perspectiva, 1978.

12 Silvia Molloy, Im letras de Borges, 1979.

15 Mar)’ Louise Pratt, Toward a Speech Act Theory o f Literary Discourse, 1980.

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En una conferencia dictada en Berlín en 1991 Walter Mignolo destacó los desafíos que planteó Carlos Rincón en su libro El cambio de la noción de literatura, transformación del campo de estudios, apertura hacia los productos de los medios masivos que, entre tanto, “se ha ensanchado a los vastos terrenos de la cultura popular”.14 A mí se me ocurre que con la superación del concepto transcultural y metahistórico de literatura, el reconocimiento -Carlos Rincón destacó, por ejemplo, la importancia del testimonio, a propósito del Cimarrón de Miguel Barnet como un síntoma del cambio-suponía que la llamada alta literatura’ (literatura culta) ya no estaba en el centro de la cultura y que la investigación debía, como lo dice Mignolo acertadamente, determinar de nuevo su objeto y su campo de estudios. Había que redefinir el lugar de la literatura en el campo de la cultura, incluyendo lo que ahora redimensiona ese campo, es decir, la cultura popular urbana, marcada por la presencia de los medios masivos. Pero también se me ocurre que lo que se buscaba era un concepto ‘posmoderno’ de literatura, sin que se llegara a mencionar el término. Me parece muy interesante que Carlos Rincón en 1978 en El cambio de la noción de literatura se rompiera la cabeza sobre ese comienzo tan extraordinario y asombroso de Cien años de soledad. En 1980, dos años después, con el mismo enfoque de Carlos Rincón (problema del íncipit en las huellas de Breton), John Barth designa a la novela de García Márquez como ficción posmoderna ejemplar en su manifiesto “ The Literature o f Replenishment', y celebra ese comienzo como el gran comienzo’ de novela posmoderna.

¿Qué consiguió el debate hasta ese momento? Sobre todo ponerse en camino de superar de manera radical los viejos planteamientos. De ello da cuenta el primer balance de lo que estaba pasando en esos años. Lo hizo Jcan Franco en 1981 cu una confrontación entre trabajos que se estaba desarrollando entonces en Latinoamérica yen Estados Unidos, bajo las condiciones políticas del momento. Según ella, la teoría recibe otro papel, uno nuevo en lo que se refiere a las relaciones entre lo social y lo literario/cultural.15

1982

Hablar de ‘condiciones políticas’ del momento es referirse a un escenario muy fluido. Jean Franco tenía en mente las situaciones de represión y el nuevo horizonte que se estaba abriendo. Me refiero a los procesos de redcmocratización. Las teorías de Gramsci y de Bourdieu fueron recibidas, los planteamientos posestructuralistas se abrieron camino. El efecto sobre las universidades, los centros productores de conocimientos sociales (f l a c s o , CEBRAP, CENES) es notorio. Son notables, por ejemplo, los cambios en la Universidad de Buenos Aires, donde durante ‘un corto semestre de felicidad (régimen Cámpora) Josefina Ludmer había explicado en 1973 a Derrida. En 1983-84 los intelectuales que habían tenido que desarrollar su actividad en el mundo editorial, en revistas,

14 Walter Mignolo, “Entre el canon y el corpus’*, en Carlos Rincón y Petra Schumm (eds.). Crítica lucraría hoy Entre ¡as crisis y los cambios: un nuevo escetMrio. Nuevo Texto Crítico, 14-15, 1995, p. 23.

15 Jcan Franco, “Trends and Priorities for Research on Larin American Literature”, en Ideologies & Literature, 16, 1983, pp. 107-20.

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en cursos privados, entraron en grupo y realizaron cursos masivos y casi de choque para la reactualización de veinte años, más o menos. Lo mismo pasó en el Brasil, en donde las universidades (ejemplo: la escuela de Antonio Candido en São Paulo) habían representado un bastión democrático basado en premisas marxistas de los años sesenta. Después de 1982 y de veras desde 1985 se hizo poco a poco campo libre para otras concepciones.

Redemocratización sí. Pero al mismo tiempo, 1982 es el año de la más grande c inesperada crisis financiera, económica en Latinoamérica, con la que el nuevo horizonte abierto de la liberación política y social fiic puesto por completo en cuestión, y las ilusiones de soberanía, modernización, nación independiente, desarrollo industrial completo, liberación nacional se desplomaron. Democracia, pluralismo y consenso son los conceptos-guía que se impusieron junto a un sentimiento de fuerte desencanto.ir> (A la vuelta de la esquina esperaba la modernización neoliberal como pane de la nueva fase de la globalización.)

A comienzos de los años ochenta la ciudad, con los nuevos problemas surgidos y los nuevos fenómenos culturales (desterritorialización de la cultura, hibridaciones entre repertorios incomunicados) pasó al centro de los intereses científicos con la temática general de la cultura popular urbana. La ciudad se convierte en el campo de problemas más discutido, en objeto conjunto de investigación de diversas disciplinas. Carlos Monsiváis fue el primero en llamar la atención sobre las nuevas formas de la cultura urbana en relación con la cultura popular y el desarrollo de los medios masivos como un proceso de gran pane del siglo XX.17 La ciudad letrada de Ángel Rama apareció en 1984, después de su trágica muerte. El libro, sin redacción completa ni versión final de sus partes es, sin embargo, sintomático para la situación de Rama al entrar los ochenta, de su búsqueda de nuevos instrumentos conceptuales para la descripción de la historia y del presente. Entrega un importante aporte a la historia de los intelectuales y propone un diagnóstico velado sobre la historia inmediata. Decisivo en él, si se lo compara con su libro de resumen sobre la hipótesis modernizadora de la transculturación narrativa,18 es la conjunción de impulsos que recibió de distintos campos. Es obvio que después de su amistad con José Luis Romero, fue determinante para Rama su encuentro con Richard Morse, el conocimiento de sus trabajos sobre la modernización de São Paulo, y el contacto de lector que Rama tomó con las investigaciones de los historiadores franceses de las mentalidades y los trabajos de Raymond Williams sobre la ciudad y el campo en la literatura inglesa. En la historia de las mentalidades descubrió la imagen de la ciudad ‘letrada’ en el paso entre el final de la Edad Media y el Renacimiento. Un centro comercial, administrativo, humanista que existe como una isla, en medio de un océano de oralidad, paganismo y actividad agraria.

Un paso más allá de La ciudad letrada ya nos encontramos de lleno en el cambio de paradigmas de la segunda mitad de los ochenta, del que tanto se hablará al final de esa década y el comienzo de la actual.

10 Carlos Rincón, La no simultaneidad de lo simultáneo, op. cit., p. 108.

17 Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura popular en México", en luitin American Perspectives, 1978, pp. 98- 118.

w Sobre ese libro y el rebasamiento de esa hipótesis por las teorías de la heterogeneidad, ver Friedhelm Schmidt, “¿Literaturas heterogéneas o literatura de la transculturación?” en el tomo ya cirado de Nuevo Texto Critico, 14-15,1995, pp. 193-199.

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Fue sobre todo la crítica y las teorizaciones feministas, con lecturas y otras formas de escritura crítica, las que propusieron nuevos planteamientos y marcaron otros rumbos. El ensayo de Jean Franco “Apuntes sobre la crítica feminista y la literatura hispanoamericana” descifró ese fenómeno. Luego su libro Plotting Women. Gender and, Representation in Mexico19 (1989), lleva la crítica feminista decididamente más allá de la ginocrítica y las teorías de la escritura femenina, hacia los planteamientos de la cuestión del género, para presentar así un estudio ejemplar sobre el aporte de las mujeres a la modernización de un país. Que las nuevas investigaciones se concentraran en la época colonial es, por otra pane, resultado del cambio revolucionario impulsado por Walter Mignolo y Rolena Adorno, sobre todo: del abandono del campo de estudios definido por la noción anacrónica de ‘literatura colonial’ al estudio y análisis de los ‘discursos coloniales’.20

Esencial para el nuevo fenómeno de la crítica feminista, los planteamientos de género y los abordajes transdisciplinarios es el reclutamiento de estudiantes-mujeres desde los años setenta. ¿Acaso la fuerte presencia de críticos y especialistas desde finales de los ochenta no permite hablar tal vez de un reemplazo de filiaciones patriarcales por filiaciones matrilineales? En todo caso, la presencia de esas nuevas figuras en cátedras de gran prestigio en las universidades más cotizadas en Estados Unidos, y en universidades latinoamericanas de influencia internacional, no puede ignorarse. Se trata ante todo de mujeres que publican libros muy notables, reorientando la investigación, y que renuevan como pocos las formas de escritura crítica. Pienso, por ejemplo, en el libro El género gauchesco: un discurso sobre la patria21 de Josefina Ludmcr, en donde las cuestiones de la nación y la ley, tan decisivas en los noventa, se plantean por primera vez plenamente. Con ese libro la noción de patria tiene un tratamiento radical que antes no había conocido. ¿En dónde reside esa radicalidad? Piénsese que el libro no es ni un tratado, ni un manual, ni un libro sistemático. Se pone en forma resuelta al borde del comentario paródico deconstructivo de un siglo de historia de crítica y apología en torno a la gauchesca. Notable en ese contexto es encontrar por eso que la mejor forma de la teoría literaria es la ficción. Esto que digo a propósito del bello libro de Josefina Ludmcr, vale también para otros textos de mujeres, y para sujetos con “múltiples identidades”, textos surgidos en espacios limítrofes, de frontera, y para formas de crítica como las que practica Carlos Monsiváis.

1991

A fines de los ochenta y comienzos de los noventa aparecieron una serie de importantes contribuciones que pueden verse ya como resultados plenos del cambio de paradigmas. La primera, la relectura modelo de Doris Sommer de las novelas con heroínas de los cánones nacionales del XIX,

Jean Franco, “Apuntes sobre la crítica feminista y la literatura Hispanoamericana”, en Hispanoamérica, 15, 45, 1986; y Plotting Women. Gender and Representation in México, op. cit., 1989.

10 Rolena Adorno, “El sujeto colonial y la construcción de la alteridad”, en Revista de Crítica Literaria Latinoame­ricana, 28, 1982, pp. 55-68.

21 Josefina Ludmcr, El género gauchesco: un discurso sobre la patria, Buenos Aires, Sudamericana, 1988.

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Foundational Fictions: The National Romances o f Latin America?1 en términos de invención- construcción de proyectos de nación, como ‘ficciones fundacionales’, y con la óptica de la cuestión poscolonial clave: “el fracaso histórico de la nación para constituirse a sí misma”:23 El libro de Mary Louise Pratt, Imperial Eyes, Travel, Writing and Transculturation24 es uno de los ejemplos más espectaculares de la transformación en la investigación de los relatos (exotistas) de viajeros, la exploración del deseo y de las capacidades de lectura transdisciplinaría (posesión sexual-mirada/ dominio colonial). Memory and Modernity de William Rowe y Vivian Schelling,25 como resumen y nuevo punto de partida en el debate sobre cultura popular; la investigación de Martin Lienhardt La vozysu huellar 6 A sátira e o engenho de João Adolfo Hansen,27 gran estudio sobre retórica, autor y autoría de los discursos barrocos, las contribuciones de Walter Mignolo al debate sobre canon y corpus, la letra y la geograficidad de lenguas, culturas y conocimiento, y de John Beverley sobre literatura testimonial, más que mostrar el point o f no return de la investigación, son resultados positivos de largo alcance. Algunos de esos muy destacados críticos y teóricos tomaron parte en 1991 en el Simposio de Berlín, cuyos resultados pueden verse como “agenda setting del futuro de la crítica” (Silviano Santiago) y la lectura de sus contribuciones lo confirma.28

En 1989, Desencuentros de la modernidad en América Latina, de Julio Ramos,29 planteó un hecho esencial: con los escritores modernistas -con el caso de Martí como ejemplo- la autoridad de la literatura moderna radicó en un punto: la resistencia a los impulsos - ‘los flujos’- de la modernización. Su lectura de “Nuestra América” como ‘Arte del buen gobierno’, marcó un hito. Porque ése es el momento en que el debate sobre el posmodernismo en América Latina, iniciado como tal en el Brasil en 1984-1985,30 en el que los artículos de Carlos Rincón y George Yúdicedel Coloquio de Dartmouth en 1988,31 tuvieron inmediatamente influencia, se orientó de manera decidida hacia las teorías de la cultura, y la cuestión de las relaciones modernidad-modernización- modernismo tomada de Marshall Berman como tema de las ciencias sociales, fue dejada atrás con el libro del antropólogo Néstor García Canclini, Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad?1 Esc libro de resumen del debate entre los científicos sociales fue escrito en busca

22 Doris Sommer. Foundational fictions: the N ational Romances o f Latin America, Berkeley, University o f California Press, 1991.

25 Ranajit Guha, “Preface”, en Rana jit Guha y Gayatri C. Spivak eds. (1988) Selected Subaltern Studies. New York, Oxford University Press, 1988. p. 43.

24 Mary Louise Pratt, Im perial Eyes, Travel, W riting and Transculturation, 1992.

William Rowe y Vivian Schdling, Memory and M odernity, London, Verso, 1991.

* Martin Lienhardt, La voz y su huella, La Habana. Casa de las Americas, 1990.

27 João Adolfo Hansen, A sátira e o engenho. 1989.

** Véase el tomo ya citado de Nuevo Texto Crítico, 14-15, 1995; y la encuesta internacional sobre la situación de la crítica literaria documentada en Revista de crítica literaria latinoamericana. 31-32/ 90.

w Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX, México,FCE, 1989.

10 Carlos Rincón. La no sim ultaneidad de lo simultâneo, op. cit., pp. 107-134.

31 Publicado en Revista de crítica literaria latinoamericana, 29, 1989.

52 Néstor García Canclini, Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo, 1990.

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de un método y de caminos para salir de su propia crisis,33 lo mismo que con Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920y 1930 * Beatriz Sarlo salió de su crisis como crítica.35 Esos trabajos, los de investigación de la comunicación desde la cultura de Jesús Martín-Barbero, Délos medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía', Procesos de comunicacióny matrices de cultura. Itinerario para salir de la razón dualista36, y los aportes de la investigación de historia y crítica literaria, hacen que hoy por hoy, como escribe Carlos Rincón, “el análisis y la teorización de los nuevos procesos culturales y la teoría cultural son el terreno por excelencia del debate sobre lo posmoderno en Latinoamérica, o para ser más preciso: la forma más actual de enfrentar la discusión y el diagnóstico sobre la contemporaneidad.37”

Entre esos libros de Martín-Barbero, García Canclini y los trabajos de Sommer, Pratt, Rowe y Schelling había ocurrido un hecho de inmensa transcendencia: el fin de la guerra fría, la disolución del bloque de países socialistas, y con esto el auge de los procesos característicos de “la nueva fase del proceso de globalización", entre ellos la cultural globalization.™

1994-1995

En 1994 apareció el importante libro de Antonio Cornejo Polar Escribir en el aire.3* En 1995 Michigan University Press publicó el notable libro de Walter Mignolo The Darker Side o f the Renaissance. Literacy Territoriality and Colonization.40 y en Colombia se publicaron las dos primeras ediciones del libro de Carlos Rincón. Son libros de madurez teórica latinoamericana y es ese contexto el que hace ‘esperado c inesperado’ el libro de Carlos Rincón, volviendo a la observación de Erna von der Walde. Con dos leitmotiv se celebra el éxito de La no simultaneidad de lo simultáneo: el libro se dirige igual a los especialistas y al público amplio (estudiantes, lectores nuevos, lectores

33 Jean Franco, “Border Patrol”; John Kraniauskas, “Hybridism and Rctcrritorializarion”, en Travesía, 2, 1992, pp. 134-142 y 143-151. Reproducido en esta compilación

54 Beatriz Sarlo, Una modernidad periférica: Buenos Aires i 920-1930, Buenos Aires, Nueva Visión, 1988.

35 Véase Jorge Ruffinclli, “Beatriz Sarlo en Stanford. En torno a Buenos Aires: una modernidad periférica”, en Nuevo Texto Crítico, 6, 1990. p. 157. Reproducido en esta compilación.

* Jesús Martín-Barbero, De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, Barcelona, Gustavo Gilí, 1987; Procesos de comunicación y matrices de cultura. Itinerario para salir de la razón dualista, México, Editorial Gili, 1988.

37 Carlos Rincón, La no simultaneidad de lo simultáneo, op. cit., pp. 226-227; véase también Carlos Rincón, “Die neuen Kulturtheorien: Vor-Geschichtcn und Bcstandsaudnahme", en Birgit Scharlau (ed.), Lateinam erika denken. Kulturtheoretische Grenzgänge zwischen Moderne und Postmoderne Tübingen, Günter Narr Verlag, 1994, pp. 1-35.

38 Véase Anthony Giddens, The Consequences o f Modernity, Cambridge, Polity Press, 1990; Volkmar Blum et aL (eds.). Globale Vergesellschaftung un Lokale Kulturen, Frankfurt am Main, Vcrvucrt Verlag, 1992.

w Antonio Cornejo Polar, Escribir en el aire, Lima, editorial Horizonte; 1994.

40 Walter M ignolo, The Darker Side o f the Renaissance. Literacy, Territoriality and Colonization, Ann Arbor, Michigan University Press, 1995.

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cultivados), tiende a abolir el conflicto entre universidad y vida literaria y cultural, como opinan Luis Fayad y Hugo Niño.41 Al otro leitmotiv, una relación de amor del lector, le hace eco la editorial al incluir una opinión de Raymond Borgmcistcr, de su artículo “Lo que usted siempre quiso saber sobre el posmodernismo pero no se atrevía a preguntar”, en la contraportada de la segunda edición: “la relevancia teórica, social, de un libro de visión panorámica, de introducción y al mismo tiempo de despeje de horizontes, de audaz reorientación como éste es elevada. El libro de Rincón despierta en el lector algo que no se siente por los libros de teoría sino por la literatura: una relación de amor”. Lo notable es que la editorial suprime el desarrollo paradójico que le da Borgmeister a esa tesis, como receta para leer teoría:

Este es un problema complejo porque si el amor fuere una relación desinteresada, transparente, pura, pues no habría mejor relación con el libro. Pero naturalmente el amor, como escribió Jonathan Culler, es justo lo opuesto: una relación oscura, interesada, deseante, inconocible sin identificación, fetich ¡¿ación, transferencia, sadomasoquismo, regresión, agresividad. La pertinencia del libro se funde con el poder transferencial de esa forma de amor que inspira. Su importancia notable en lo teórico, lo social, lo político pasa por una relación deseante del lector.

El comentario de Borgmcistcr me parece exacto, su explicación se recubre sorprendentemente con nuestra propia experiencia de lectora de los análisis sobre García Márquez, Fuentes, Rodríguez Juliá, y del libro en general, es convincente. Yo agregaría que en ese género de afecto-efecto se encuentra lo ‘posmodemo’ del libro de Carlos Rincón. Decisivo es que la comprensión de la teoría ha cambiado fundamentalmente. No es una abstracción, ni una especulación, ni una generalización. En cuanto reflexibilidad con la deconstrucción de las posiciones del ‘observador teórico’ que se pretende objetivo y firme, y de la ‘fiinción representacional de la teoría como dominio ejercido sobre un mundo de objetos, la edificación de la teoría se practica ahora en una forma completamente distinta. La práctica de la crítica cultural y de los estudios culturales se basa en esta mutación. El trabajo de Carlos Rincón se podría comparar, en el sentido de contrastarlo, sobre todo con el de las crónicas y ensayos de Carlos Monsiváis. Son las dos caras de la misma medalla: Carlos Rincón sigue el camino de los análisis concretos que conllevan la construcción de redes entre el discurso académico y el discurso público. Esto significa moverse en el campo de tensión entre una cercanía a los fenómenos y procesos, la referencia a su construcción y desconstrucción de sus modelos de conceptualización e interpretación, lo que equivale a describir y analizar sin renunciar a hacer teoría, mientras Carlos Monsiváis se sitúa en una situación de cercanía e inmersión completa en los fenómenos, por fiiera y más allá de la praxis académica, y se substrae en buena medida de las formulaciones teóricas. De los resultados más notables de esa praxis en los límites del libro de Carlos Rincón -que lleva a establecer diversos códigos y sobre todo a un trabajo de traducción y mediación

41 Luis Fayad, “1.a literatura posmodema en Latinoamérica”, en Gaceta, 28, 1995, pp. 10-12; Hugo Niño, “Lo postmoderno: cuando la simultaneidad no es simultánea”, en M agazin dominical. E l Espectador, Bogotá, 2 de julio de 1995.

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a través de las disciplinas- es de lo que son ejemplo los análisis de debates y de textos. Es de lo que también da cuenta, como intenté mostrar al principio, la portada y el trabajo sobre las imágenes en el libro. Veamos esa praxis en más detalle y con ella algunas de las tesis principales del libro.

Una nueva cartografía

Proponer la fórmula del descentramiento de lo posmoderno para marcar la dirección del trabajo y como posible estrategia de Carlos Rincón no significa ignorar el debate posmoderno o, como se dice, sacarle el cuerpo. En esa forma el capítulo inicial, “El incontenible ascenso del posmodernismo”, presenta en su última parte, “En Latinoamérica: debates inimaginables, rituales de purificación” un muy exacto y conciso balance de las distintas etapas, en el que no falta una historia de los usos de la noción. Son en primer lugar textos de Borges, la figura fundacional y legitimatoria,42 y sobre todo de García Márquez, los que a finales de los sesenta y comienzos de los setenta sirvieron de modelos a la ficción norteamericana posmodema, que a su vez sirvió de base para constituir luego la idea de cultura posmodema, de acuerdo con el modelo suministrado por ella. Esos textos fueron así elementos de construcción de la teoría (en los setenta) y de las teorías homogenizadoras sobre la posmodernidad (en los ochenta) en Estados Unidos y en Europa. Más decisivo que la celebración del nuevo arte narrativo posmodemo es -según Carlos Rincón- la determinación del posmodernismo como hecho discursivo y de los conceptos de posmodernismo (posmodernismos) y posmodernidad de acuerdo con dos enciclopedias de textos primarios y secundarios de importancia. Posmodernismo: entre 1959 y 1979 se bosquejó una tipología de categorías y conceptos de análisis y descripción de técnicas, convenciones y características para diferenciarlas de las de lo moderno, en los campos de la producción de ficciones y después de artes visuales, arquitectura y vida cotidiana. Posmodernidad: después de 1979 ese terreno de empleo se amplió sobre todo para poder pensar el ‘pos’ como ‘inversión-apropiación de la modernidad’ y de esa manera marcar diferencias con los conceptos de espacio, tiempo, sujeto e historia (de la “serialidad cronológica y los periodos homogéneos sucesivos”) de la modernidad. Como estrategia de análisis y descripción de este segundo sentido epocal, la posmodemidad se concibió como reconsideración, reescritura y reinscripción de la modernidad.43

Con esto entramos al segundo capítulo amplio: “Reescribir lo que no se escribió”. Aquí está expresado en el análisis de textos literarios y de procesos arquitectónicos pero sobre todo urbanísticos (la prueba del nueve del modernismo arquitectónico en Latinoamérica), lo que descifré en el examen del tratamiento gráfico de la portada y en la exégesis del título: subrayar la diferencia frente a los análisis y las teorizaciones posmodernas. Es de destacarse también el subcapítulo: “Estilos de teoría y diversidad de desafíos” que ofrece una nueva serie de reflexiones y tesis sobre la problemática del “Proyecto de lo moderno en sus límites” y de esa manera una forma de situar al Proyecto Moderno dentro de otros marcos referenciales. A Carlos Rincón le interesa por eso la pregunta

42 Carlos Rincón, La no simultaneidad de lo simultáneo, op. cit., p. 47.

43 Ibid., p. 48.

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concreta de por qué el Proyecto Moderno llega a sus límites, con lo que abre el debate modernidad- posmodernidad según cuatro aspectos: 1) las diversas teorizaciones posmodernas responden al imperativo conceptualizador de pensar el presente y hacer surgir el ahora, con su nueva configuración del campo cultural. En esas teorizaciones, que resultan una fuerza problematizadora en las sociedades occidentales, fluyó la asimilación de las formas de significar de las ficciones latinoamericanas (...); 2) el rechazo de tornar al Otro en lo Mismo ha fungido como divisa del posmodernismo. Sus semióticas fetichizaron la diferencia, el Otro, la alteridad. Pero en esa asimilación, en el camino hacia la construcción de marcos epistemológios y discursivos para formular problemáticas teóricas, el posmodernismo excluyó las especificidades culturales, lo propio de las políticas de la representación de las ficciones latinoamericanas, y con ello las teorizaciones -incluida la del ahora realizadas en ellas. (...); 3) la restitución y el descubrimiento de lo anulado y reprimido por los enfoques posmodernos y por el Proyecto Moderno en Latinoamérica ha pasado por la reinscripción de esas ficciones en el contexto de la cultura latinoamericana actual. Esta reinscripción supone un desplazamiento, pues las viejas teorías, historias, convenciones acerca de esa cultura ya han dado lo que podían dar, mientras las teorizaciones culturales posmodernas se han revelado normativistas y excluyentes; 4) el diálogo con esas teorías y conectándose con un discurso que se ha ignorado, el discurso poscolonial -u n proyecto asimétrico, con estrategias y presupuestos distintos al posmodernismo- las nuevas teorizaciones culturales latinoamericanas pueden contribuir a replantear (...) el debate modernidad-posmodernidad.44

Tenemos así la propuesta de una pauta reflexiva que puede conducir al cambio de los términos del debate modernidad-posmodernidad y a rebasar sus limitaciones.

En los ensayos escritos sobre el libro de Carlos Rincón se ha hecho referencia a sus tesis sobre representación (“El territorio y el mapa: ¿Para qué metaficción?”) y sobre estrategias narrativas en el abordaje del discurso de la nación (“Intertextualidad, pastiche, alcgorización”). Luis Fayad alude a sus tesis sobre ‘la nueva fase de la global ización", la fase de la aceleración y de las mutaciones actuales, que traen como consecuencia el aumento de las ‘independencias locales’ y ‘las interdependencias globales’. Quiero subrayar uno de los ‘cambios principales’ a uno de los cuatro niveles que Carlos Rincón distingue de los efectos de la globalización en esta nueva fase, que es decisivo para la nueva cartografía. Se refiere a las construcciones de identidad, construcciones de sujeto y de posición de sujeto en esta nueva etapa. Se trata, en concreto, de la aparición de nuevos actores sociales y la constitución de nuevas identidades (colectivas), dinámicas o fluidas y múltiples. Con la mirada puesta en la cultura y la política emergente en donde se articulan de nuevas formas los intereses indígenas y campesinos -notoriamente en los casos de Guatemala, Colombia, Ecuador, Bolivia y México—, se está abordando la articulación de sujetos poscoloniales. Carlos Rincón no está hablando, naturalmente, de nuevos héroes, sino de sujetos ‘fuertes’, en sentido estratégico-táctico. La acción y el discurso de esos nuevos sujetos y grupos son paralelos y están directamente unidos a nuevos planteamientos en el campo de la investigación como “la lingüística afro-americana, la etnohistoria, la teoría literaria posestructural, la antropología visual, las nuevas ficciones historiográficas, en donde se plantean cuestiones de esclavitud y subalternidad”.45

44 Ibid., pp. 79-80.

45 Ibid.. p. 104.

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Globalización y posmodernidad

El capítulo final lleva a los discursos y a las sociedades de America Latina lo analizado y problematizado a lo largo de todo el libro, para entrecruzarlo e interconectarlo. La reconstrucción muestra que el ingreso latinoamericano en dos debates decisivos internacionales -sobre el posmodemismo, sobre el poscolonialismo- tiene lugar con algún retraso y muchas vacilaciones, a pesar de que en ambos casos no faltaron contribuciones esenciales. Finalmente -es la argumentación de Carlos Rincón- la problematización por distintas vías del Proyecto Moderno, del modelo normativo de modernización y de las formas de ciencia y teorización unidos a ella, ha llevado a la posibilidad de reescribir (reinscribir) ese Proyecto. Esto es válido para las teorizaciones latinoamericanas muy recientes que trabajan los conceptos de ‘heterogeneidad’ e ‘hibridación. Pero al mismo tiempo se ponen de relieve las dificultades o la imposibilidad, enfrentados a la velocidad de los cambios, de teorías sistemáticas.

Los límites de las conceptualizaciones y de la teorización se dejan ilustrar muy bien justamente en el caso del concepto de ‘hibridación y su operacionalidad. La corta historia que hace Carlos Rincón (páginas 207-208) de lo híbrido, parte de su aparición, a partir de las teorías posestructuralistas y de Bajtin, en la escena artística norteamericana para describir, a principios de los setenta prácticas artísticas emergentes posmodernas y más tarde, paralelamente, en la teorización de la arquitectura posmoderna. Después Homi K. Bhabha a principios de los ochenta hizo fructífero el concepto ‘hibridación en el debate poscolonial para la problemática de la representación colonial. Tzvetan Todorov acuñó en 1986, partiendo de Bajtin a quien ha comentado en un libro completo, el término ‘culturas híbridas’. El libro de ensayos de Néstor García Canclini, finalmente, corresponde en Latinoamérica al cambio del paradigma del ‘mestizaje’ por la ‘hibridación’, paralelo al debate multicultural norteamericano. Como estrategia para el rebasamiento de un esencialismo, identidad como concepto ontológico, esa operación no puede ser más alabada. Pero como concepto analítico unido a la visión antropológica de la cultura carece de ductilidad -la que posee en el análisis literario y artístico, interesado en estrategias y mecanismos- cuando se asimila ‘hibridación’ y ‘reconversión’, de modo que no puede dar cuenta analítica de fenómenos de constitución de identidad sobre la base de continuas negociaciones o cambios permanentes. ‘Capital cultural’ y ‘reconversión son anteriores a la nueva fase de la globalización, donde surge el fenómeno de las ‘corrientes de capital cultural’ y del ‘capital multicultural*.

Posmodemismo o poscolonialismo

La atención es orientada a la pregunta decisiva: ¿qué diferencia lo posmoderno de lo poscolonial? ¿Se trata de dos agendas distintas que no se identifican y que al mismo tiempo se tocan, sin recubrirse con las agendas latinoamericanas? Mientras el posmodernismo se debate desde hace treinta años, el poscolonialismo es un fenómeno más que reciente. Aquí tenemos dos vertientes, literatura poscolonial y textos teóricos, que giran en tomo al análisis del discurso colonial y la resistencia (Edward W. Said, Homi K. Bhabha, Gayatri Chakravorty Spivak son los representantes

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más citados por Carlos Rincón). Para la literatura poscolonial son ejemplares ‘ficciones hibridizadas como las de García Márquez, Fuentes, Borges, la literatura del boom, textos que en las literaturas de los antiguos imperios coloniales y las nuevas diásporas son objeto de apropiaciones que propician la reorientación que marca el prefijo pos en poscolonial. Esas literaturas encontraron desde finales de los setenta un modelo en ‘el realismo mágico’.46 En cuanto a la segunda pregunta introducida, 110

hay más remedio y ésa es mi forma de concluir sin concluir: hay que leer el libro de Carlos Rincón y debatirlo.

>

46 Ibid., pp. 231-232.

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La no simultaneidad de lo simultáneode Carlos Rincón*

Ficciones latinoamericanas y el debate posmoderno

Erna von der Walde **

Todos estábamos a la espera... En 1978 Carlos Rincón publicó El cambio en la noción de literatura. Han pasado muchos años desde entonces, y es mucho lo que ha cambiado en la crítica literaria en América Latina. Pero con la perspectiva que da el tiempo es posible afirmar lo que han dicho críticos y teóricos prestigiosos: este libro fue uno de los que empezaron a marcar una pauta nueva en la discusión de una teoría de la literatura en el continente. En aquel entonces todavía era fuerte la polarización que se generó con la revolución cubana entre una crítica orientada hacia el cambio social y una crítica del arte por el arte. Rincón fue uno de los primeros, junto con Angel Rama, Antonio Cornejo Polar y Antonio Cándido, en emprender la tarea de buscar una tercera posición, que permitiera estudiar las obras y los procesos literarios en el continente dentro de su marco social y cultural, sin por ello rendirse a posiciones partidistas.

Rincón es profesor titular en el Instituto Central para América Latina de la Universidad de Berlín, y acaba de escribir un libro, La no simultaneidad de lo simultáneo. Posmodernidad globalización

* EJ presente artículo fue publicado en la revista Texto y contexto, 28, scpricmbrc-dicicmbre, Uniandcs, 1995.

M M.A. en Literatura Inglesa, Universidad de Warwick, Coventry, Inglaterra. Estudios de doctorado en la Universidad de Frankfurt, Alemania.

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y culturas en América Latina.1 Estábamos a la espera porque ya en 1989 Rincón había publicado en Lima, en la Revista de critica literaria latinoamericana que dirige Antonio Cornejo Polar, una importante reflexión sobre el desafío posmoderno a la narrativa latinoamericana.2 Porque mucho de lo que ha publicado en estos años está en alemán; menciono sólo tres: dos ensayos, uno sobre García Márquez y uno sobre Borges,3 y una panorámica de las nuevas teorías de la cultura que apareció en 1994 en un volumen sobre el tema editado enTubinga por Birgit Scharlau, y que lleva por título Lateinamerika denken (pensar a América Latina). Rincón lleva muchos años pensando, escribiendo, conferenciando y transmitiendo aspectos de este debate. Esta colección de ensayos es un resultado de esto.

En América Latina las ciencias sociales han respondido al desafío que presenta el pensamiento posmoderno, han aprovechado las aperturas que éste ha hecho posible. Pero en la discusión latinoamericana la gran ausente parece ser la literatura. Algo que no deja de sorprender, si se tiene en cuenta el papel tan central que desempeñó en la década de los sesenta y los setenta como dotadora de sentido, como constructora de mitologías y utopías nacionales, como portadora de mensajes emancipadores, como cohesionadora de identidades. Igualmente importante eran los escritores en su función de intelectuales, de voceros. ¿Qué pasó? ¿Cuáles han sido las transformaciones en el mapa general de la cultura?

***

La no simultaneidad de lo simultáneo presenta mucho material para acercarse a responder estas preguntas y otras más. Pues ciertamente en la discusión posmoderna la cultura ocupa un lugar central. Y Rincón sostiene que las ficciones de García Márquez y de Borges han “tenido un papel determinante en el desarrollo de una ficción posmoderna autoconsciente, descentrada y polimorfa”. El problema radica en establecer la relación entre las manifestaciones simbólicas y la sociedad a la que pertenecen. Es decir, en medio de la crisis de legitimación de los discursos académicos, cuando se ha proclamado sin dejar lugar a dudas el fin de los metarrelatos (mas no de las ideologías, ¿o es que vamos a empezar a creer que el neoliberalismo y el consumismo no son ideologías?), ante la globalización de los mercados y la desterritonalización de lo simbólico, ¿en dónde ubicarnos para leer?

Rincón presenta varias posibilidades. Una de ellas, en el primer ensayo del libro, es mostrar cómo se fue desarrollando el debate sobre la posmodernidad en el ámbito norteamericano. Pues

las ficciones la tinoam ericanas, an te to d o las d e Borges y de m o d o determ in an te las de G arcía M árquez, fueron asimiladas desde finales de los sesenta y en los setenta, com o au torita tivas e inaugurales, po r la ficción posm oderna norteam ericana. Ésta resultaba

1 Carlos Rincón, La no sim ultaneidad de lo simultâneo, Bogotá, Editorial Universidad Nacional, 1995.

2 Carlos Rincón, “Modernidad Periférica y el desafío posmoderno: perspectivas del arte narrtivo latinoamericano”, en Revista de crítica literaria latinoamericana, año XV, 29, pp. 61-104.

' Carlos Rincón, Posmodemc-Globale D ifferenz, Robert Weimann y Hans Ulrich Gumbrecht (eds.), Frankfurt,Suhrkam p, 1991.

Ill

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modelo básico de la anulación de fronteras entre alta cultura y producción masiva, de las inesperadas hibridaciones de todo género que se descubrían como propias de una cultura emergente: la posmoderna.4

Aunque este es el punto de llegada de la primera parte, parece ser el punto de partida de la reflexión. Las ficciones de García Márquez fueron canibalizadas por el discurso teórico norteamericano. En un principio, la cuestión era establecer las características de una ficción posmoderna en oposición a la moderna, que se veía había llegado a su fin. Los antecedentes de este diagnóstico se ubican en la noción que se tenía de lo moderno en el ane, vinculada a las vanguardias históricas, y a la sensación de que éstas estaban siendo incorporadas al sistema: su potencial de protesta y cambio había sido neutralizado. Las ficciones modernistas habían pasado a ser un ane de elites. A esto contribuyó, seguramente, la divisoria que generó la crítica de Adorno y la escuela de Frankfurt entre el arte culto y la industria cultural de lo masivo, vinculando estrechamente esta última a la experiencia sufrida bajo el régimen nazi. Así pues, en los años sesenta se considera que las formas del arte de vanguardia ya no permiten una respuesta adecuada a las situaciones sociales del momento.

La no simultaneidad de lo simultáneo toma el debate a partir del mo.nento en que los estudios literarios norteamericanos empiezan a plantearse un cambio de paradigmas para pensar la literatura, en los años cincuenta, y ofrece una valiosa panorámica de esta discusión, entre otras porque ayuda a poner en perspectiva aspectos polémicos sobre el origen del término posmoderno y sobre distintos usos de éste. De relevancia central para el argumento de Rincón es la medida en que intervienen las ficciones de Borges y García Márquez en la configuración del debate. Su presentación permite ver, adicionalmente, cómo se ha ¡do complicando la discusión, se mezclan los discursos, se entra desde otras disciplinas.

Pues la arquitectura también postula una posmodernidad. Y más radical que la literaria, en la medida en que su anclaje en lo social es más palpable, y en que el Modem Style arquitectónico entra en crisis. Aquí ya hay un cruce de discusiones que atraviesan el Atlántico. De Venecia a Las Vegas, Portoghesi y Venturi. Luego una serie de sociólogos norteamericanos ubicados a la derecha del espectro político, como Daniel Bell, proclaman el advenimiento de la sociedad posindustrial y nos alarman sobre las contradicciones culturales del capitalismo. Al término posmodernismo en literanira y arquitectura se adhiere la noción sociológica de sociedad posindustrial.

Luego, en 1979, Jean-François Lyotard recibe el encargo oficial de la provincia de Quebec de establecer un diagnóstico sobre el saber. Nos encontramos en plena condición posmoderna -el fin de los metarrelatos-, y ya no estamos ante un problema de estética o estilo: es un cambio epocal. La filosofía entra a formar parte del debate y las reacciones no se hacen esperar.

En 1981 reacciona Habermas, y dice que los posmodemos son neoconservadores. Una confusión que ha tenido consecuencias en el debate, porque Habermas ubica a Bell y consortes en la discusión posmoderna, que tacha de antimoderna. Reacciona ante la proclamada crisis de las vanguardias, y sostiene que el ímpetu transformador de la vanguardia sigue vivo. El problema radica en creer que hay una sola lectura legítima del significado de las vanguardias. Habermas nos propone admitir

4 Carlos Rincón, op. cit., pp. 47-48.

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otras lecturas de la vanguardia, aun cuando no sean académicas, pero nos confunde. Ya no sabemos a quién creerle, y la vanguardia parece de hecho estar bastante muerta. ¿Revivirla con actos de lea ura?

La cuestión es que dos señores de la periferia parecen haber causado un cierto revuelo conceptual en los países metropolitanos. En los Estados Unidos empieza a postularse la posmodernidad literaria, a cuestionarse la Gran Divisoria adorniana entre alta cultura y cultura popular, a partir de lo que escribe un señor nacido en Aracataca, Magdalena, Colombia. En Francia, ya en los años sesenta, está causando algo de revuelo lo que escribe un narrador “criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles”. Jorge Luis Borges se ha convertido en el autor ejemplar del grupo de la revista Tel Quel. En 1966, Michel Foucault parte de un texto de Borges para elaborar su arqueología de las ciencias humanas en Las palabras y las cosas}

Hasta aquí todo muy bien. ¿Pero no estamos presenciando otra vez el proceso Nescafé de la cultura? Nosotros producimos el café, lo exportamos, ellos lo refinan, lo tuestan, le sacan la cafeína, lo meten en un frasco de vidrio y nos lo exportan como un producto mejor. Porque así reprocesadas, esas ficciones ya no producen desvelos. Cien años de soledad deja de ser lo que había sido para los colombianos y los latinoamericanos. O como dice Rincón: “así celebradas, asimiladas, apropiadas, esas ficciones latinoamericanas contribuyeron de manera decisiva a la constitución del marco teórico y de las teorías homogeneizadoras sobre el posmodernismo, formuladas dentro de problemáticas euro-norteamericanas, en los ochenta.”

Entender cómo fue ese proceso de celebración, asimilación y apropiación es una forma de acercarnos a las implicaciones que tiene este debate y a preguntarnos ya no si nos concierne, sino cómo nos concierne. Pues, como señala Rincón, los latinoamericanos han sido reticentes. Y sobre todo en lo que se refiere a la literatura. ¿Qué nos propone Rincón?

•**

Carlos Rincón nos toma de la mano y nos lleva a presenciar su acto de lectura de El amor en los tiempos del cólera. Nos presenta un acto de lectura a su vez ficcionalizado. En un vuelo de Berlín a Nueva York vamos leyendo con él. Nos cuenta lo que le sorprende, los puntos en los que se detiene. Nos lleva por el mundo de sus asociaciones literarias. El río Magdalena se convierte en el río de la Madelaine de Proust y con eso en un recorrido por el mundo de la memoria, de la recuperación del tiempo pasado, en el que los olores ocupan el lugar de los sabores, en el que las almendras y las guayabas podridas reemplazan a los pastelitos y el té. Los nombres propios de los personajes nos remiten a Dante, a La divina comedia y al amor juglaresco. El principio de la novela nos lleva a otros textos de García, a La hojarasca y a El olor de la guayaba. La novela se conviene en manos de Rincón en un mundo de asociaciones, de intenextos, paratextos y contextos. El vuelo a Nueva York nos parece un suspiro y dan ganas de quedarse otro rato en el avión leyendo con él. Al final de la lectura tenemos un texto enriquecido, queremos seguir jugando y buscar nosotros también lo que podemos hacer con nuestro propio, aunque más modesto, acervo de asociaciones. Al final de la lectura

5 Michel Foucault, Las palabras y las cosas: una arqueología de las ciencias humanas, México, Siglo Veintiuno, 1968.

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notamos que nos hemos desprendido de García Márquez Superstar y que se nos revela un autor maravilloso. ¿O se nos revela más bien Rincón como un lector maravilloso?

Sospecho que esa lectura de García Márquez no es la que propone García Márquez. En cambio, sí es la forma de lectura que propone Borges. Y que es allí en donde radica la apropiación de Borges como posmoderno avant la lettre. Rincón se refiere a la conferencia de Hans Robert Jaub, figura principal de la estética de la recepción, quien ve en Borges y más concretamente en “Pierre Menard, autor del Quijote", la instancia fundacional de una literatura posmoderna. Esto presenta problemas.

Hagamos cronología. El cuento de Borges en cuestión aparece incluido en El jardín de los senderos que se bifitrcan> el primer libro de relatos de Borges publicado en 1941. Esta colección de cuentos formará luego parte de Ficciones, que se publica por primera vez en 1944. Es en los años sesenta, cuando han pasado más de dos décadas desde su publicación en la Argentina, cuando este cuento empieza a ser leído en los países metropolitanos. Para ese entonces Borges, ya ciego, ha escrito el núcleo central de su obra. Se puede pensar que sólo en ese momento, cuando los franceses están viendo no tanto el agotamiento de la vanguardia como su absorción de parte del estamento burgués, puede producir tanto impacto. Borges cuestiona nuestra manera de leer y de entender la literatura desde ese relato, y desde varios ensayos como “Kafka y sus precursores” o “El idioma analítico de John Wilkins”, en el que se basa Foucault, para mencionar sólo dos.

El hecho significativo es, sin embargo, que Borges es un escritor en las orillas, desde las orillas. Es decir, desde una posición marginal al discurso hegemónico central que puede entrar a cuestionarlo tan radicalmente. Pero no sólo porque Borges se ocupa de los grandes problemas desde el suburbio porteño, sino también porque se preocupa por la pregunta sobre el quehacer literario en el margen. La posición fundamental a este respecto está planteada en “El escritor argentino y la tradición”.

Borges adopta una postura ante la literatura también propia del que habla desde las orillas: elabora una concepción del tiempo que le permite hacer de la escritura un acto de lectura. Lo radical de “Pierre Menard” es que antes que los estructuralistas, antes de que hubiera teorías de la recepción, antes de que se hubiera descubierto al lector, Borges postula la lectura como una forma de hacer literatura. Y de nuevo, desde su marginalidad, Borges es un lector muy poco ortodoxo. Antes de que se hablara siquiera de un canon, ya ha cuestionado la idea misma de las jerarquías. Como lector reivindica a Stevenson y a De Quincey, hace de la novela de aventuras y el cuento policial las formas paradigmáticas de la narrativa, lanza diatribas contra el realismo veinte años antes que Roland Banhes. La diferencia entre Borges y sus contemporáneos en los años cuarenta es haber asumido esa marginalidad como el lugar de su escritura.

Esta cronología permite señalar una no simultaneidad: el lapso transcurrido entre la producción y la recepción de algunos de estos textos en los países metropolitanos. Y para preguntar si no será que hay toda una serie de discursos desde los márgenes que están sacudiendo la legitimidad del discurso hegemónico central y que es por ello que Borges logra tal acogida. Ya han señalado los críticos posmodemos la imponancia de la discusión femenista en el cuestionamiento de las formas de ver y pensar el mundo. El logocentrismo, el antropocentrismo, el etnocentrismo, el androcentrismo, esos son los puntos que se atacan. Todos los marginados del discurso empiezan a reclamar una voz, la voz de los subalternos. La fuerza del discurso hegemónico central radica en su capacidad para incorporarlos, reconvenirlos, procesarlos y amansarlos. Es en este punto en el que se ubica la desconfianza ante el discurso posmoderno. Una desconfianza que se ha manifestado desde

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muchos lados. En América Latina tal vez la que más ha criticado la centralidad del discurso posmodemo es la chilena Nelly Richard, quien no acepta la proclamada desterritorialización de los discursos, y ve una relación centro-periferia aún imperante. Los discursos centrales han generado una estrategia de inclusión de los marginados que sigue marginándolos: no escucha su voz.

Y, sin embargo, hay un argumento de Borges que admite las lecturas que se hagan de él y de otros. Está en “ Kafka y sus precursores”. En el fondo, el tiempo de la producción no es importante, es el de la lectura. Y en el fondo, lo único que importa es que después de Borges ya no podemos leer sin las huellas de Borges. Ya no podemos pretender ser Pierre Menard y nunca leeremos el Quijote como lo habría leído un contemporáneo de Cervantes.

Sólo que esta posición, como señala Rincón, deja por fuera facetas importantes.

En donde se cifra, en últimas, su capacidad de acción (la de los textos de Borges) sobre la cultura occidental a partir de posiciones periféricas, excéntricas, con respecto a ella y que han venido a redituarla [...] lo que los constituye [a estos textos] en aniculación de contradicciones, deformaciones, mitos, expectativas propias de la modernidad de las sociedades latinoamericanas, pero en forma tal que los bosquejos de significación que proponen, pueden tomar validez para hombres de todas las latitudes y contribuyen, de paso, a resituar el debate posmoderno.'’

*♦*

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo reaccionar ante un discurso posmoderno que postula la diferencia, pero la homogeneiza discursivamente? Mantenerse al margen de la discusión no sirve. Pero, ¿cómo participar de ella?

Hay una frase que tiene un largo recorrido en la literatura y la crítica argentinas: la de la mirada doble, con un ojo del lado de acá y otro del lado de allá. Yo diría que el libro de Rincón fija la mirada de uno de los ojos en la discusión internacional, enfocando de ella lo que le concierne a los latinoamericanos; el otro ojo busca fijar aspectos de la discusión latinoamericana. Su recuento del debate en el Brasil es una muestra de la recepción que han tenido los debates internacionales, y de la particular apropiación de éstos en ese país, en la coyuntura particular de la terminación de la dictadura y de los intentos de redemocratización en medio de un clima de desencanto.

Existen otras recepciones del debate internacional en Chile y México, en Argentina y Colombia. En la formulación de nuevas preguntas en las ciencias sociales en el continente a partir de los textos de García Canclini y Martín-Barbero. En todas partes el problema de posmodernidad y democracia, reivindicación de la diferencia sin por ello dar cabida a la justificación de la desigualdad ha sido central, independientemente de que se enfoque desde los medios de comunicación o las artes, desde la política o la sociología. Pero el tema de Rincón es ante todo la literatura y el problema que se plantea para ésta, en tiempos posmodernos, de establecer la relación entre ella y las sociedades a las que pertenece.

Hablar de la pertenencia de una literatura a una sociedad se ha vuelto algo difícil. Y sin embargo, se puede seguir pensando que un texto tiene distintos significados y apropiaciones, en

6 Carlos Rincón, La no simultaneidad de lo simultáneo, op. a t.

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distintos contextos. Y que la discusión internacional hace un uso determinado de los textos de García M árquez y Borges, que hay que tener presente. El o jo del lado de allá.

Pero también es válido y legítimo el intento de establecer lo que esos textos han significado y representado para las sociedades en las que aparecieron inscritos originariamente, com o productos de esa cultura. El o jo del lado de acá.

Entender los desencuentros de la modernidad en América Latina es algo que ya se ha intentado en distintos ámbitos. En el caso concreto del discurso literario de la modernidad, se encuentran los trabajos de Angel Rama sobre Rubén D arío y los modernistas, y el de Ju lio Ramos sobre M an í, bastante en la línea de Ram a. También la obra de Beatriz Sarlo en Argentina y la de Roberto Schwarz en Brasil son contribuciones importantes.

El libro de Carlos Rincón incorpora los aspeaos más aauales de la discusión literaria para hacer lectura de ficciones latinoamericanas, y se acerca a obras más contemporáneas: ante todo García Márquez y Carlos Fuentes. R incón quiere señalar el papel que han desempeñado las ficciones latinoamericanas en los debates internacionales, presenta nuevos aspeaos de la discusión literaria lo que se refiere a la m etaficción, el pastiche y la parodia y los toma para hacer una lectura de esas mismas ficciones en las que se han basado esas teorías para constituirse. Se mueve de un lado a otro, mirada doble, lee desde un lado, lee desde el otro, busca lo que significan para unos y para otros.

Carlos Rincón sabe ubicarse en el nuevo espacio de la globalización del trabajo intelectual. Es algo que en América Latina aún no se discute mucho, pero que es uno de los grandes temas de los aíticos poscoloniales. ¿Qué lugar se ocupa en una disaisión cuando el intelectual se sabe perteneciente a dos ámbitos culturales? ¿Cuando se ocupa una posición académica en los países centrales, pero se penenece por lazos de filiación y en muchos casos de afiliación a otro ámbito? ¿Cómo establecer los puentes entre distintas práaicas discursivas, distintas preocupaciones y enfoques? Yo diría que se ha creado un tercer ámbito: el de los intelectuales multiculturales que, com o dice Said, están en una cultura u otra, pero no son de ninguna.

Es tal vez este lugar de lectura el que le permite señalar a R incón, de manera distinta a Linda H utcheon, cosas que no se ven cuando se está sólo del lado de acá o del lado de allá. C om o la relación entre ficciones latinoamericanas y poscoloniales, entre García Márquez y Rushdie. Lo que nos lleva a la com plejidad del mapa que se está trazando. El mercado babélico de los discursos, Colombia y la India. Com o si Colón no se hubiera equivocado tanto com o aeíam os. Pero sí. Porque el contacto no habría tenido lugar sin el paso obligado de todos por la recepción en el centro. Así como no Rieron los indios los que nos trajeron el mango a los colombianos, tampoco los colombianos les llevamos a M acondo. Los márgenes no parecen estar tan marginados com o antes, han penetrado el núcleo mismo del centro, pero el centro los sigue administrando, es la vía de su interconexión. Com o la de las líneas aéreas: para volar desde Bogotá a Delhi hay que pasar o por Londres o por Los Angeles.

El lado de acá y el lado de allá. El mapa de la cultura cambia a nivel global, el mercado dispone cada vez más qué se lee y qué no se lee. La distribución es desigual, pues ni los de Aracataca ni los de Bom bay saben si en su antípoda se ha vuelto a escribir algo desde que sus superestrellas acapararon la luz de los refleaores. Pero, de cualquier manera, las lecturas posmodernas permiten ver relaciones que no salían a la luz bajo otros paradigmas, plantean preguntas sobre la cultura a nivel global, abren posibilidades de ver la literatura en relación con otros produaos de la cultura,

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ofrecen más que las real-maravillosas o mágico-realistas. Pero este énfasis en la lectura sigue postulando un problema: que seguimos leyendo a los mismos. Cam bian las formas de lectura, pero siempre es el mismo libro.

García M árquez y Fuentes siguen siendo grandes figuras de nuestras letras. Pero hay autores jóvenes. Hace poco, en una charla se presentaban tres jóvenes escritores, un español y dos latinoamericanos. El español sí tenía edad para merecerlo, 2 8 años. Pero los otros dos, 3 7 y 4 0 lo sé porque lo m encionaron, tenían ya una carrera de más de diez años de actividad novelística, más o menos la edad de García Márquez cuando publicó Cien años. .. Después del así llamado boom, que fue más un efecto de mercado que de producción, pues com o señala Angel Rama se publicó en una década lo que se había producido en cuatro, estamos en la situación inversa. Hace más de veinte años que los escritores latinoamericanos no rebasan, sino con escasísimas excepciones, las fronteras de sus países de origen.

La incomodidad que esto produce se debe, en parte, a que cuando hablamos de globalización y desterritorialización pareciera que la cultura ya no es de un lugar u otro, que todos participamos por igual de la aldea global. Pareciera que pudiéramos dejar de lado la com pleja estructura del mercado y de las relaciones de poder en él. Pero no. En la coyuntura actual los escritores latinoamericanos de las generaciones pos-boom parecen estar en un doble fuera de lugar. Por un lado, a la sombra de sus padres literarios (G abo en Colom bia; Rulfo, Paz, Fuentes en M éxico; Borges en Argentina, etc.). Por otro lado, en los mercados internacionales relegados por el boom de los poscoloniales y poscomunistas. Ahora quieren todos saber más de literatura checa y polaca, india y argelina. Los latinoamericanos se venden si son latinoamericanas. Es un feminismo tan superficial e infantil que ni siquiera me alegra que se escuche a las mujeres latinoamericanas.

* * *

Y sin embargo, lo que plantea Rincón sigue siendo importante. ;Q u é es lo que tienen esas ficciones latinoamericanas que parecieran haberle dado un viraje a la literatura en el mundo y demostrado una capacidad impresionante de intervenir?

Cortázar, en sus años mozos, hablaba del lector “hembra”. Se supone que este lector se diferencia de su contraparte “macho” en que el primero es pasivo, el segundo activo. C om o cualquier lugar com ún sobre los sexos. En fin. El primero quiere obras legibles, el segundo escribibles. Y para él se hizo Rayuela. D ijéram os que ahí también se puede ubicar la diferencia entre el realismo y la vanguardia o modernismo (en el sentido de modernism). El lector que presupone el realismo es pasivo, acompaña linealmente el relato. En el realismo el medio se presenta com o transparente, la realidad com o narrable, la narración se refiere a la realidad, el lenguaje es neutro.

Este siglo empezó, entre otras, con una revolución lingüística, con una indagación profunda sobre el lenguaje, que ha tenido consecuencias en todas las áreas del saber. La primera en verse to­cada por estos cuestionamicntos fue, por supuesto, la literatura: está hecha de lenguaje, con él crea sus realidades. Así empieza a hablar de sí misma, de cóm o se hace; el lenguaje se busca a sí mismo; el tiempo se desdobla en todos los tiempos de los sucesos, de la escritura, de la lectura. Para leer hay que tender. El lector m acho descifra, es, en cierta medida, un paranoico. Detrás de cada frase se

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esconde un significado. Todo tiene una justificación, pero no es evidente. Sin críticos y expertos no hay lectura posible.

Lo posmoderno en la literatura sería, por un lado, la forma com o se narra: volvemos al relato, pero ya sabemos que el lenguaje es el que lo constituye; por otro lado, lo posmoderno sería más que una forma de narrar, una forma de leer. Para seguir simplificando hasta lo indecible: los niega-relatos de García Márquez nos muestran que es posible seguir narrando, haciendo relatos aun después de los modernismos, lo legible. Los laberintos de Borges permiten hacer de la lectura un acto de crea­ción, y después de Borges cualquier texto es escribible. (Para ampliar este esquema tan procaz que he hecho, leerse a Rincón.) Ni hembra, ni macho, nuestra lectora posmoderna abandona la modorra realista, se quita de encim a la paranoia modernista y adopta una actitud esquizofrénica: aquí macho, allá hembra, otras veces andrógino.

El lector hembra necesitaba del crítico com o rector del gusto. La lectora macho no podía sin los saberes del crítico llegar a los secretos recónditos del texto. El m ejor ejemplo de ello lo da Borges cuando recomienda, para aproximarse al “orbe autónom o de corroboraciones, de presagios, de monumentos” que constituye el Ulises de Joyce,7 el examen “del libro expositivo de Gilber o, en su defecto, de la vertiginosa novela”. Él/la lector/a posmoderna/o ¿necesita críticos? En tiempos posmodernos, dice Rincón, “la crítica pasa a ser apenas una metáfora para el acto de lectura.” Y el crítico un lector especial. Nos estamos acercando al crítico-escritor. Q uien hace, a su vez, de su lectura un acto de escritura. Y sin embargo, estamos tan lejos de la cultura ilustrada burguesa. El crítico hace uso de saberes especializados, está inscripto en un sistema de discursos que le da más peso a su lectura que a la de cualquier Pedro o Juan. Sí, es una lectura nada más. Pero que se legitima desde muchos lados, aunque se sepa provisoria y conjetural.

El crítico ya no nos presenta criterios de gusto ni de verdad. N o justifica la obra. N o nos califica la obra desde una noción jerárquica de la cultura. El crítico sabe Rincón sabe desde hace años que ha habido cambios en la noción de literatura. Y que la literatura ya no ocupa el lugar que solía ocupar en nuestras sociedades. Pero que no por ello ha dejado de significar, de constituir sentidos Y que un crítico todavía puede ocuparse de buscar lo que éstos son o pueden ser. Q ue la crítica puede enriquecer la lectura. Q ue puede brindar un mucho de asociaciones y mostrar caminos, plantear preguntas y abrir la puerta para ir a jugar. Parece, pues, que estamos en vías de recuperar lo que se había perdido por querer significar tanto: la alegría de leer.

Y la esquizofrenia. Ya no hay un sólo sentido, una sola lectura posible, la correcta, la verdadera. Tampoco un texto lineal. La lectora posmoderna lee de arriba abajo, de derecha a izquierda, salta, va para adelante, se devuelve, evita un capítulo aburrido, une el tercero con el quinto, busca distintas conexiones y se deja sorprender por las que no buscaba. El placer de la lectura. Más o menos así me leí a R incón (pero sin evitar capítulos, porque todos m e interesaron, a su manera). Seguro que lo que yo entendí es sólo una fracción de lo que se le puede sacar. O tros también lo comentarán y me ayudarán a entrar a otros aspectos del libro. Pero lo que sí es un hecho es que me la gocé leyéndolo. Y que me dieron ganas de pelear con él, de contestarle unos dos mil puntos; tuve que evitar la tentación de ampliar mi biblioteca para meter todo lo que él se leyó y poder así discutir con más conocim iento de causa; aprendí una cantidad y me quedé muchas veces sumida en la

7 Jam es Joy ce , Ulises, M adrid, Lum en, 1976 .

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depresión por mi ignorancia. Cuando sea grande y no tenga que hacer tantas cosas com o ahora, creo que me gustaría poder llegar a una polémica con Rincón. Debe ser tan rico discutir con él como con su libro.

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La posmodernidad latinoamericanaLeonel Delgado Aburto

Post o pos, los prefijos nos sorprendieron en tanto itinerarios, cruces, relecruras, espantos y cele­braciones. Se volvió a escuchar el nom bre de Federico de O nís (¿no fue quien usó primero el término posmodernismo?), o se recopilaron de manera apresurada los de Lyotard y Habermas. Se invocó, buscando orden y asiento en una sumergida que no parecía tener fondo, a Jameson. Se de­cía pensamiento débil, moral de la muerte, muerte del fundamento. Aquí en Nicaragua, particular­m ente, exposiciones y advertencias hum anísticas sobre todos los post: postm odernism o, posmodernidad, posthistoria, postindustrial. Extrem o de la cautela, ante la posible impuesta cautividad en el orden nuevo, por un lado; por el otro, celebración de la posmodernidad en su íntima e inseparable relación con las nuevas tecnologías.

En algunos casos, especialmente estudios literarios, se ha preferido la comodidad de lo simplista; todo lo escrito en estos tiempos (¿de 1970 para acá?) se debe llamar posmoderno, suena bien. Cuando incluso la crítica y el escrito fijan sus funciones con mecanismos aptos en exclusiva para la (pseudo) modernidad doméstica. Por otra parte, ¿acaso se ha dado cuenta de las inscripciones posmodernas o poscoloniales en autores com o Sergio Ramírez, Lizandro Chávez Alfaro y algunos jóvenes del ya celebrado ‘terco mundillo del amanecer’?

H ablo de Nicaragua exclusivamente, los términos son ya de alcance académico, y aunque no han reemplazado las discusiones centrales, donde pesan más términos com o desempleo y neoliberal, globalización, gobernabilidad e identidad, requieren una buena despercudida que los (re)ubique, y, si se quiere, los (re)traduzca, abriéndolos, precisamente, a lo que nosotros nos preocupa: nicaragüen­ses, periferia de la periferia, penúltim o país de América Latina, país de la Revolución frustrada, castrada o abortada, con el ingreso per cápita disminuido en 59 por ciento con respecto al de 19 6 0 .1

'X abier Gorostiaga, “La civilización de la copa de cham pán. Ciudadanos del planeta y del siglo X X I" , en Nuevo

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N o creo exagerar si afirmo que el libro de Carlos Rincón La no simultaneidad de lo simultáneo: postmodemidad globalización y culturas en América Latina2 resiste muy bien todas estas peticiones. Com o introducción ‘histórica’ al problema de los pos, de la ritualización latinoamericana ante ellos, de inmersión en los textos posmodernos, y, en fin, replanteamiento de los problemas de la simultaneidad, la globalización y nuestra naturaleza poscolonial. Pero, ¿cómo leer a Carlos Rincón desde un país no-simultáneo entre todos? Más acá del candor retórico que puede suponerse en la interrogante, yace otra, tampoco supérflua, según supongo: ¿acaso resiste el metal de nuestra idea el mandoble de su maza? Virtud central de este libro es su facultad de apertura a lo largo de los siete ensayos que lo com ponen, con una realidad poliédrica (la latinoamericana) en la que, a pesar de todo, somos capaces aún de encontrarnos (leernos), en tiempos en que los cordones (umbilicales/ comunicacionales) parecen habérsenos cortado, aunque, paradójicamente, en realidad se multiplican.

Sergio Ramírez ha usado la metáfora de los reflectores que estuvieron sobre Nicaragua durante la década revolucionaria, para apagarse hoy “hasta la oscuridad total”.3 Por otro lado, Freddy Quezada, celebrante de la posmodernidad, ha supuesto com o corolario de una de sus tesis, que lo único hom ogéneo de la globalización son los no absorbidos por la tecnología, que un paria es idéntico a otro paria.4 País oscuro (o paria), nación no-simultánea, merece respuestas, o búsqueda de esas respuestas, presencia y búsqueda de esa presencia.

De lo posmoderno a lo poscolonialLa recepción latinoamericana de los términos posmodernidad, posmodernismo, ha generado

dos rituales, según Rincón: la advertencia de la polisemia (en efecto pueden significar muchas, de­masiadas cosas); y la conciencia de estar fuera del debate (que puede tomarse del lado patético, cauto o celebrante: por fin llegamos). Babel, supuestamente complicada, encantadora y seductora, la posmodernidad se deja ‘historizar’ en las búsquedas, prácticas y teóricas de la literatura y el arte norteamericano, que reciben una conceptualización posterior de época, ya que “el debate sobre el posmodernismo resulta constantemente redimensionado”.5

La ciudad de los espejos (o los espejismos)’ que sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, no es ajena a la recepción de la posmodernidad en Latinoamérica. Tal vez fata morgana dice Rincón,

amanecer cultural año X V I, 7 8 7 , M anagua, octubre 7 de 1995 .

1 Carlos R incón, La no simultaneidad de lo simultáneo: postm odem idad globalización y adturas en América Im ti na, Bogotá, Editorial Universidad N acional, 1995 .

3 Sergio Ram írez, “Sandino contem poráneo", en Nicaragua en busca de su identidad, France K inloch T ijerin o , M anagua, Instituto de H istoria de N icaragua, U C A , 1995 .

4 Freddy Quezada, “La posrnodernidad de las com unicaciones en Nicaragua”, en Nuevo Amanecer Cultural año XV , 7 4 0 , M anagua, noviem bre 5 de 1994 .

5 Rincón, op. cit., p. 36 .

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ya que a varios niveles, cada uno con sus temporalidades y cronologías propias, se entremezclan los espejismos.6 Se trata de las paradojas siguientes:

Borges y García M árquez son tomados en Estados Unidos com o modelos de literatura posmoderna (años sesenta y setenta), y, así tomados, contribuyen al diseño de las teorías posmodernas euro-norteamericanas en los ochenta. Habría entonces, según la ‘historizaciórí hecha por Rincón, dos enciclopedias, dos acepciones, dos archivos de textos primarios y secundarios: 1 .1 9 5 9 -7 9 , concep- tualización de las prácticas artísticas y literarias; 2 . a partir de 1979 un concepto de época, fuera de la lógica ‘moderna (Lyotard, Baudrillard, Edward W. Said).

En esta última enciclopedia adquieren relieve el rechazo de la centralidad, de la represión de la alteridad, propia del proyecto M oderno. Y aquí un eje fundamental de la reflexión de Carlos Rincón, y que tácitam ente es una advertencia a la vertiente hedonista-jubilosa de las teorías posmodernas: la reivindicación de la diferencia de la causalidad com pleja, no bastó para dejar de constituir a otras culturas en marginales, al mismo tiempo que el posmodernismo se apropiaba de elementos o productos suyos - e l caso de las ficciones latinoam ericanas- poniéndoles el sello posmoderno y reduciéndolos, casi exclusivamente a la problemática de la crisis de la representación y sus rebasamientos.7

Es decir, lo que en terminología más com ún podría llamarse ‘lectura estetizante’ de la ficción latinoamericana, fuera de contexto poscolonial y, en fin, nueva normativa en contexto de prédica no-normativista.

U na labor pertinente, entre otras tantas, sería entonces la (re) apropiación de las lecturas. R incón pasa a la práctica (re)leyendo y (re)apropiándose El amor en los tiempos del cólera, Gringo viejo, obras y autores reconocidos. Pero también otros no tan conocidos, com o son Nao veras país nenhum (1 981) de Ignacio de Loyola Brandão (Brasil), o La noche oscura del niño Avilés (1 948) de Edgardo Rodríguez Juliá (Puerto Rico). Y, al contrario de lo que podría pensarse, el ‘territorio’ de Rincón no es la cóm oda y académica literatura. Si algo cumple de manera radical, y hace de este libro (Lo no sim ultáneo de lo sim ultáneo...), una experiencia ejemplar en medio de cambios de paradigmas y otras nubosidades, es trabajar en un territorio descentrado, compuesto de espacios plurales: ámbitos sociales, históricos y urbanos; prácticas literarias y artísticas com o el pastiche, la alegorización, la intertextualidad: vínculos replanteados com o el de la ciudad y la literatura, la na­ción y la narración, el territorio y la metaficción.

¿A dónde lleva esta descentralización ‘performativa’ en el texto de Carlos Rincón? ¿Hay acaso un delta en la desembocadura, son los ríos que van a dar en la mar o uno solo pluralizado? Quizá sería hora de exponer la tesis central de este libro. Si la fórmula de Ernst Bloch (la simultaneidad de lo no simultáneo) ‘funcionó’ hasta los setenta, hoy Rincón plantea, a pesar del ‘atraso’, de la dificultad de acceso al saber y demás dilemas latinoamericanos, la tesis contraria: la no simultaneidad de lo simultáneo. Lo simultáneo es el cambio de los discursos; la no simultaneidad es la de cada uno de los procesos donde tiene lugar el cam bio.8

6 Ib id ., p. 4 7

7 Ib id ., p. 4 8 .

8 Ib id ., p .2 2 6 .

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Lo simultáneo, el debate. Lo no simultáneo, las respuestas. D e manera que el propio libro de Rincón cruza diversos niveles y realidades latinoamericanas (no sintetiza, ya que la síntesis imposible es no simultánea) contaminando eventuales, posibles lecturas, aludiendo en lo fundamental, a ve­ces en lo supuestamente tangencial, las heterogéneas realidades nuestras. En fin, el autor no pone el discurso posmoderno en nom bre de la modernidad, sino adoptándolo en sus fundamentos de reconocer la alteridad y lo no normativo, en posición de enfrentarse Qhibridarse?) con el discurso poscolonial, luego de establecer la diferencia dentro de los posmodernismos (para salir de los juegos identificatorios) que propone junto a la interconexión con las diversas críticas a las modernidades latinoamericanas.

Los territorios descentradosContam inando eventuales, posibles lecturas. Inscrito en el desenvolvimiento de este libro está

una actitud que busca al lector no simultáneo, a la realidad ‘propia de nuestros países, concebida más allá de la unidad basada en el mestizaje, y situada en la heterogeneidad cultural, y la hora global y neoliberal. M e refiero, como ejemplo panicular, no sólo a la fugaz aparición de un ángel modernista de Joaquín Pasos,9 o a la consignada efervescencia teológica centroamericana de los años ochenta.10 También aparece la necesaria reconstrucción de La Habana como empresa que no se consigue imaginar, 11 o, menos fantasmagóricas, las ciudades de la literatura que nos unen y nos separan (la conjunción es justa): Santa M aría y Santa M ónica de los Venados, las ciudades imaginarias de la modernidad. Pero también M éxico D . F. y São Paulo com o megalópolis hiperreales, cuando la dis- topía latinoamericana es revelada com o construcción ‘diferente en las ficciones de Fuentes o Loyola Brandão, a las heterotopias de Calvino o Eco, aunque no hay binarismo simplificante com o el que de aquí podría desprenderse.

Núcleos de expansión, que alcanzan valor paradigmático hasta para los países ‘pequeños’. Los temas son tratados por el autor, asimismo, ‘estableciendo paradigma’, ofreciendo modelo. Así su lectura de G arcía M árquez o de las ciudades latinoamericanas, pero también su descripción del debate sobre posmodemidad llevado a cabo en Brasil (años ochenta).

Nos toca, en un país en el que el disentimiento intelectual se ideologiza con mucha frecuenciao lleva a enemistades sectarias y personales, la revelación del hábito de la polémica y su sustrato autoritario que, tal vez tangencialmente, Rincón consigna citando a Antonio Carlos de B rito .12 Y ante la polémica, que oculta a veces lucha por el poder intelectual, el debate com o constitución de posiciones y (la) confrontación de argumentos dentro de un proceso social y político de auto- comprensión intelectual y cultural,13 que tanta falta nos ha hecho en todos los siglos de nuestra independencia.

9 Ib id ., p. 75.10 Ib id ., p. 2 2 2 .

n Ib id ., p. 89 .

12 Ib id ., p. 121 .

13 Ib id ., p. 107 .

123

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Efectivamente, dice Rincón siguiendo a Jean Franco,14 la crítica cultural ha levantado “un nuevo mapa de la cultura latinoamericana”, tras el ocaso de las vanguardias; más que labor mediadora entre lo culto y lo popular, lo bueno y lo malo, el original y la copia, etc., articularía “la altcridad y la diferencia cultural”, poder y lucha por el poder interpretativo, modernidad com o exclusión, subalterno y subalternidad. Territorios vírgenes (o casi) en Nicaragua dado que, a más de las posiciones ontológico-vanguardistas que interpretan nuestra ‘realidad’ y ‘ser’ con sus historias esendalistas y unilineales del arte y la literatura, con las ‘amalgamadas’ lecturas literarias que practicamos donde tienen un aparente énfasis estructuralismo y posestructuralismo, cuando no mimesis irritantes, y las folklorizadas ideas sobre la labor creadora; el cam bio de paradigma que, dice Rincón, tendencialmente se abriría con la noción de culturas híbridas (García C anclini), no nos toca todavía.

En su descripción del debate brasileño, R incón echa de ver que la intimidad que tuvo en ese país la prédica posmodem a con la nueva visión de lo cultural y su vinculación en la lucha por la democracia (ciudadanía) y la ecología, de ser adoptados, habría vuelto ilusorio el paso del Estado desarrollista al Estado neoliberal, (sin solución de continuidad, com o hemos vivido en nuestro país). Pero, por otra parte, la renuencia a tener una visión adecuada del posmodemismo (el ejemplo aquí es Sergio Paulo Rouanet, quien defiende la modernidad con su As Razoes do Iluminismo (1 9 8 9 ) lleva a que el proyecto ‘neo-moderno’ se defina com o ‘neoliberal’.

¿De Forrest a Calibán?He intentado apenas un caprichoso itinerario con el que puede cruzarse La no simultaneidad de

lo simidtáneo pero, com o dije antes, este libro cumple diversas demandas. Desde la paleografía de los términos (no sólo los pos, sino también, terminología imprescindible para los estudiosos de la literatura: pastiche, alegoría, intertextualidad), hasta la descripción de las problemáticas (nación, global idad, megalópolis). En todo caso, no se trata de esencial izar los conceptos, sino al contrario, de usar la facultad de relacionar, en una lógica del replanteamiento del debate desde las ficciones latinoamericanas posmodernas, (re)leídas en tránsito hacia un reconocim iento desde el discurso poscolonial. Ya que es paradójico, dice el autor, que alegar un esencialismo latinoamericano haya llevado “( . . . ) a ponerse y dejarse poner al margen de un debate com o el posm odem o, cuando se tenían tantas cartas para mezclar en el asunto”.15

C on disrupciones (algunas veces) severas, me he adscrito a la creencia de Juan José Saer que ve la literatura en la raíz de los media, com o modelo e, incluso, superyó. Los paradigmas de estudios lite­rarios que ofrece Carlos Rincón en La no simultaneidad, matizan desde ópticas inéditas, posmodernas, el eventual simplismo de la fórmula de Saer, su posible vocación normativo-modernista. García Márquez, por ejemplo, en El amor en los tiempos del cólera ritualiza gestos de Superstar, inscribe el olor de la guayaba’ en la apertura de la novela con actitud de un intelectual y su facultad para com unicar “lo que piensa sobre el mundo” con los medios (y no meramente pensar el m undo).16

14 Ib id ., pp. 2 2 8 -2 2 9 .

15 Ib id ., p. 2 2 9 .

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Carlos Fuentes, por otro lado, alcanzaría con Gringo viejo el status de ‘interlocutor válido’ con los norteamericanos, en tiempos de integración regional.17

En ambos casos la presencia de la alteridad separa y une, quizá desvirtúa los esquemas ‘normativos’ posmodemos, incluso en el caso de Fuentes se trataría de un cambio de paradigma, de expectativas normativas a cognoscitivas.18 Reescritura de la novela realista que los correspondientes Balzac o Flaubert criollos no escribieron, presente permanente, m etaficción, propuesta de “un modelo cultural híbrido”. El amor en los tiempos del cólera seria (casi) inopinadamente un libro revolucionario. Así com o la carnavalización de la historia en El general en su laberinto supone seguir escribiendo, escribir en contra, reescribiry volver a escribir™ en un continente en que la historia oficial tendría, cuando menos, cáncer.

Cuando nuestros últimos cinemas programaron Forrest Gump, se interpretó en términos alegóricos: la venganza del idiota posmoderno (celebrado y celebrante), en una historia muerta, en contra del ‘iluminista’ m oderno;20 o el afiliado vomitivo a la escuela oficial de nuestra cultura provinciana, con una genealogía eruditamente cinematográfica (y explícitamente rechazado).21 H e tenido desde entonces com o significativa esta probablemente involuntaria yuxtaposición. ¿Terciaría tal vez el modelo Calibán-Ariel? ¿Quién diría, desde qué voz, interpelando a un Forrest no tan convencionalmente norteamericano, aquello del ¿qué tememos aquí, un hombre o un pez, muerto o vivo?22

Lo que quiero decir, nada originalmente, es que el problema de los forrest-peces-calibanes puede entroncar también con el problema de lo poscolonial, que el improbable debate nicaragüense debería buscar (advertir) nuevos (otros) derroteros. Carlos Rincón encuentra en las alegorías latinoamericanas (ejemplo central sería La noche oscura del yiiñoAvilés, novela de Rodríguez Juliá sobre un niño-anciano sin brazos ni piernas), la reescritura, la resistencia textual, la deconstrucción textual del Imperio y la voluntad de transformación del concepto de Historia. Revelar que estas prácticas (y conceptos) ayudan a resituar el debate -co m o tantas veces lo sugiere el au to r- es, entre otros, de los logros y aportes fundamentales de este libro imprescindible.

>16 Ib id ., p. 53 .

17 Ib id ., pp. 1 7 3 -1 9 1 .

" Ib id ., p. 173 .

19 Ib id ., p. 161 .

30 Freddy Q u ezad a, “ Forrest G u m p . El d iscurso m uerto y la im agen viva: resurrección del cem en terio de posibilidades”, en La prensa literaria, M anagua, ju lio 8 de 1995 .

21 Ram iro Argüello, "Forrest G um p”, La tribuna, M anagua, febrero 5 de 1995 , p. 9 .

22 W illiam Shakespeare, La Tempestad, acto segundo, escena II , M anagua, Editorial Nueva N icaragua, 1982.

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Literatura posmoderna en Latinoamérica

Luis Fay ad

Hace ya treinta años que se intenta explicar la cultura del mundo con un concepto que él mismo no ha sido del todo definido: posmodernidad. Se lo entiende com o concepto que da nom bre a nuestra época, por una parte, y por otra com o conjunto de características inventariables de las nuevas tendencias en literatura y crítica literaria, danza, teatro y cine, música y arte, filosofía (se anunció su fin) y arquitectura, psicoanálisis, historia y ciencias naturales. Posmodernidad com prende, pues, todo el arte y toda la ciencia, y pretende situar a nuestra época, mientras la enunciación del término y sus derivados, posmodernismo, posmoderno, se construyen todavía con diversas acepciones. Pero en todo caso el debate a que han dado lugar estos conceptos es uno de los grandes intentos actuales de realizar una tarea por lo demás necesaria: criticar y reescribir la modernidad.

D e modo que nada más apropiado que la pregunta con que el crítico colom biano Carlos Rincón inicia su libro La no simultaneidad de lo simultáneo: postmodemidad, globalización y culturas en América Latina: l “¿Es posible que estemos en Babel?” Para proponer una respuesta a esa pregunta, voy a practicar aquí una lectura (de novelista) de ese libro. Pues a pesar de la falta de un único

' Carlos R incón, La no simultaneidad de lo simultâneo: postmodemidad, globalización y culturas en América Latina, Bogotá, Editorial Universidad N acional, 1995 .

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significado, los criterios de lo que sería posmodernismo se han aplicado en un debate que ya cumple tres décadas y que ha experimentado fuertes cambios, sobre todo a partir de los años ochenta, cuando se internacionalizó definitivamente. Por entonces varios hechos confirmaron la aparición de nuevas normas en los testimonios humanos y aseguraron la importancia de definirlas con una nueva luz: los actos literarios se difundieron con un sentido más democrático que de elite, la Bienal de Arquitectura de Venecia enseñó en construcciones que datan de los años cincuenta la combinación de elementos considerados arcaicos con los modernos, y se hicieron fuertes en este campo de la teoría los franceses Lyotard, Derrida y Baudrillard, el alemán Habermas y el norteamericano Jameson.

Los principios del posmodernismo han ganado terreno al remover todas nuestras categorías tradicionales y modernas para la comprensión de las manifestaciones de la humanidad y comprobar que su ruptura con las anteriores no consiste en anularlas sino en valerse de ellas con una nueva m anera En recurrir a sus nociones y fundamentos, para llevar a cabo una especie de continuación con nuevo rostro, una conjunción que además de incorporar las pasadas expresiones, rescata las ya olvidadas y las que por populares estaban marginadas. D e ahí que la idea de posmodernismo haya sido propuesta desde su comienzo en términos de hibridación, doble codificación o reescritura.

Los críticos y estudiosos de todas las ramas del saber y del com portam iento del hombre, de la vida cotidiana y las conductas de consumo, del cuerpo y la sexualidad, han coincidido, creo que com o nunca antes en los terrenos de la crítica, en aceptar el sistema que les proporciona el concepto de posmodernidad, dándole no un valor de verdad absoluta sino un valor heurístico: posmodemidad com o una forma de búsqueda e interrogación sobre los límites de la modernidad.

Del libro de Carlos Rincón destaco algunas claves para entender la acción de la crítica posmoderna en el universo de la literatura: 1) Las ficciones latinoamericanas, ante todo las de Borges y García Márquez, fueron asimiladas desde los sesenta com o autoritativas e inaugurales al posmodernismo, por parte de los propios posmodernos norteamericanos en su tratam iento de la temática, de las cuestiones formales y de las estrategias de representación. Vieron en esas ficciones latinoamericanas un modelo de posmodernismo. 2) Así celebradas, asimiladas y reapropiadas, esas ficciones latinoamericanas contribuyeron de manera decisiva a la constitución del marco teórico y de las teorías hom ogeneizadoras sobre el posm odernism o, formuladas dentro de problem áticas euronorteamericanas en los ochenta. La teoría del simulacro de Baudrillard viene directamente de Borges. La teoría de los metarrelatos de Lyotard viene de García Márquez. Sin embargo, lo notable es, com o destaca Rincón, que a pesar de su fetichizadón de la diferencia y la alteridad, la reapropiación conceptual de las ficciones latinoamericanas por parte del posmodernismo se haya realizado reprimiendo e ignorando aspectos clave de la especificidad cultural de esas ficciones, incluidas el estado de teoría y las teorizaciones presentes en esas ficciones. Pero también es notable que la crítica latinoamericana haya permanecido durante tanto tiempo al margen del debate posmodemo cuando hubiera tenido tanto que decir. En cam bio los novelistas han tenido su palabra. Carlos Fuentes habla en 1983 de posmodemismo en Harvard, y en 1985 José Donoso declaró que el posmodemismo nos señala un cam ino que no es la búsqueda desaforada de lo nuevo por lo nuevo, lo difícil por lo difícil, la reflexión y alusión formal del objeto artístico, sino que incluye muchos elementos de un eclecticism o historicista. A su vez John Barth dice sobre la novela Casa de campo de D onoso, de 1 978 , que cuando el autor advierte en su propia novela que no desea hacernos creer que sus personajes son reales o que sus penas y alegrías son otra cosa que marcas de tinta sobre el papel, para luego sumergirnos en la monstruosa realidad de su fábula y ofrecernos una doble codificación

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com o los amantes de Um berto Eco, Mse sale con la suya en el juego del ilusionismo y el anti- ilusionismo, lo cual es legítimamente posmodemo, y en manos de un buen narrador, funciona”.

El origen de la crítica posmoderna se establece cuando al lado de otros fenómenos aparece una nueva relación entre alta cultura y cultura de masas. En vez de selección, hay una com binación, y en este proceso se da la reescritura de diversos géneros propios de la literatura de masas, desde los relatos del Oeste norteamericano y la ciencia ficción hasta la pornografía. Una cita de Jonathan Arac del libro Critical Genealogies1 sirve para aclarar las funciones de la nueva crítica: “La crítica posmoderna puede tornarse en una importante actividad política al relacionar asuntos incluidos exclusivamente en la ‘literatura’ con una esfera cultural mucho más amplia relacionada a su vez, aunque no idéntica, con los asuntos más generales del Estado y la economía”. Y para definir la mirada del nuevo crítico, R incón afirma que la revisión posmoderna pone en cuestión su papel com o abogado de lo nuevo, de lo por venir o del buen gusto. “La crítica pasa a ser apenas una metáfora para el acto de lectura”.

C on estos instrumentos Rincón emprende sus lucubraciones de crítico literario com o crítico cultural, y las aplica al mundo latinoam ericano. Advierte que el primer gran paradigma es Jorge Luis Borges, com o modelo de una literatura autorreflexiva al cuadrado, punto de referencia obli­gatorio en la teorización del arte posmoderno a partir de 1970. Para el crítico Hans Robert Jauss, Borges es el fundador de la literatura posmoderna, sobre todo con su texto Pierre Menard autor del Quijote, en el cual el personaje pone en práctica la creación literaria en base a un texto ya escrito que lo conduce al plagio, a la ironía, al rescate^ a la recreación, nuevas tendencias en el arte de la litera­tura. O tro crítico, Richard A. Schwcdcr, dicc que el valor de la enciclopedia china de Borges -q u e dio origen a Las palabras y las cosas de F ou cau lt- reside en redefinir la cultura com o código arbi­trario. Para los críticos Larry M cCaffery y Linda H utcheon el gran paradigma posmoderno de los años setenta y ochenta es Cien años de soledad. En el primer manifiesto del posmodernismo (“La li­teratura del agotamiento”) para John Barth el modelo era Borges. En su segundo manifiesto (“La literatura de la plenitud”) el modelo es Cien años de soledad.

Una novela que según Rincón corresponde al nuevo flujo literario y que se podría confundir con el esquema formal posmodemo, pero que tiene metas propias, es El amor en los tiempos del cólera (1 9 8 6 ) de Gabriel García M árquez. En ella se encuentra una dimensión intertextual: D ante y la poesía de los trovadores, en una narración emparentada con la telenovela y su tema de amores contrariados pero cumplidos. Las asociaciones son igualmente sugestivas cuando se trata de los personajes: en la novela hay un D aconte, derivado de D a(co)nte, otro se llama Florentino, de Florencia, ciudad natal de D ante, un personaje de Vita Nuova de D ante podría padecer, leyendo a contrapelo, síntomas parecidos a la peste del cólera, y Florentino Ariza tiene que esperar medio siglo para ver cumplida su pasión amorosa, tiempo que emplea subiendo a su manera la escalera de D ante. La novela rebasa límites de épocas, géneros y estilos, y se sitúa entre el humanismo que enseñó a leer a D ante y a Castiglione, y lo efímero y superficial de las impresiones, la velocidad de los productos de los medios electrónicos. Gracias al juego intertextual propio del pastiche, en el posmoderno sentido de la palabra, se trata aquí no de memoria literaria sino de memoria cultural.

1 Jon ath an Arac, C ritical Genealogies: historical situations fo r postmodern literary studies, New York, C olum bia U niversity Press, 1 9 8 7 .

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El ejemplo de la creación de un texto en base a otro, del cual se sustraen el tema, las situaciones y los nombres propios en una acción que se diría posmodem a, lo ofrece R incón con la novela El general en su laberinto (1 9 8 9 ) de García M árquez y el cuento El último rostro (1 9 7 8 ) de Alvaro Mutis. En la novela se lee esta dedicatoria: “Para Alvaro Mutis, que me regaló la idea de escribir este libro”. Luego, en una microestructura con intromisión del autor real en el texto ficticio, narrativa y textualidad se entrecruzan. La figura del coronel polaco Napierski, concebida por M utis, aparece en García Márquez, lo mismo que algunas frases, si no transcritas con sus palabras literales, al menos con su sentido cabal. La historia patria también está aquí representada a partir de corolarios personales, de una revisión y nueva construcción de los hechos. “El fragmento sobre la visita de Napierski y el rescate de su diario, constituyen la anunciación hecha al lector del segundo nacimiento de la historiografía desde el seno de la ficción: su anunciación propiamente carnavalesca”.

La representación de las ciudades latinoamericanas y la preocupación actual por lo urbano y lo ecológico es materia destacada en los estudios de Rincón, basados siempre en los textos literarios. El discurso de la novela americanista (el gaucho, el llanero, el cauchero) se termina cuando en 1933 aparece el cuento de Juan Carlos O netti Avenida de mayo-D'uigonal-Avenida de mayo, con imágenes mitológicas de la calle y la multitud “para hacer a la urbe latinoamericana igual a las otras del mundo entero”. Para la representación literaria de la megápolis irrepresentable y de la catástrofe ecológica, Rincón recurre a un libro del brasilero Ignacio Loyola Brandão, Nao verás País nenhum (1981). Su argumento transcurre en el São Paulo del año 2 0 2 0 , cuando el último árbol fue cortado, la zona del Amazonas quedó desierta y se secaron los ríos. El novelista narra este mundo empleando la ironía com o lenguaje figurado que recae sobre el subgénero ciencia ficción, en una relación nueva, más allá de los cánones literarios, pues la ficción posmodem a y la ciencia ficción se desarrollan “de manera paralela e independiente”. El libro de Loyola Brandão busca la posibilidad de pensar otra historia, de imaginarla.

La problemática de un concepto histórico de historia es estudiada por Rincón en la novela de Carlos Fuentes Gringo viejo (19 8 4 ), cuyo argumento surge de la vida del escritor norteamericano Ambrose Bierce (1 8 4 2 -1 9 1 4 ). El intertexto principal es el propio escritor norteamericano, quien se puso de cam ino hacia M éxico en 1913 , y cuya historia en la novela, dice Fuentes mism o, es ficción a partir del m om ento en que atraviesa Río Grande. Aquí la escritura, contra la expectativa normativa, se revela com o proceso y poder de leer y releer, apropiarse y reescribir. Hay relaciones de intertextualidad entre Gringo viejo com o relato histórico sobre la suene de Bierce después de cruzar la frontera, y los textos escritos por Bierce antes de hacerlo. Lo principal, pues, el cruce de textos que elabora Fuentes, los suyos con los cuentos de Bierce, reescritos por Fuentes. Gringo viejo “es un texto que le da un vuelco a la forma en que se enfocó, por realistas y modernos, la cuestión del personaje histórico”. O sea, habría que agregar, que el Ambrose Bierce de Fuentes es y no es el Ambrose Bierce de la historia.

A través de los años se ha dado una discusión teórica para definir el pastiche y su oficio distinguiéndolos de la parodia. Su tratamiento posmodemo se basa en reconstruir el pasado de una nueva manera, con ironía y sin inocencia. En esa reconstrucción no hay mimesis realista, sino búsqueda de un nuevo sentido de lo histórico. Rincón analiza la novela La noche oscura del niño Avilés del puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá, leyéndola com o pastiche alegorizador de la historia y la cultura de Puerto Rico. Ubicada a finales del siglo X V II, la narración se vale del lenguaje de esa centuria, de su manera de contar, para presentar sus sucesos “dotándolos de nueva expresividad

or

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con la integración de multiples elementos de la lengua actual, incluida la jerga del mundo de la droga”. Pero su contenido verdadero es la restauración de los mitos orales, leyendas, sueños y pesadillas pornográficas que jamás han hecho parte de la historia oficial. Es un proceso que invierte las causas de la historia, porque las ha buscado en otro lado.

Dentro del debate posmodernista, las ficciones latinoamericanas fueron reapropiadas, según Rincón, en dos fases distintas. En la primera sirvieron para definir el canon y la periodización de lo posmoderno, las características semánticas y sintácticas de los textos posmodernos, y para ilustrar la condición posmoderna y el teorema de la poshistoria. En la segunda fase, a través de un proceso de abstracción teórica, fueron incorporadas dentro de las teorías homogeneizadoras sobre el posmodemismo. La tarea común que propone Rincón es no ignorar el posmodernismo y encontrar desde posiciones latinoamericanas alternativas para pensar la contemporaneidad. Luego de leer este tratamiento que con ojos posmodemos se hace de la literatura, recuerdo que Augusto Monterroso, con su pseudónimo Eduardo Torres, escribió que el arte de Carlos Rincón consiste en hacernos creer que lo real es imaginario y lo imaginario real. Pero lo más real, o con grandes posibilidades de serlo, es la conclusión que le da Rincón a sus párrafos anteriores: “Las antiguas funciones que desempeñó la literatura ya no suelen estar en ese lugar que se sigue llamando literatura”.

El libro de Carlos Rincón concluye con un nuevo intento por definir el concepto de ‘globalización y las fases por las que ha pasado ese proceso. En cuanto a la globalización (mi información es que el tema de la globalización de los mercados copa hoy la atención mundial, pero me limito al tema en literatura), no se trata de una unificación sino de una pluralización, no de un estado de igualdad total, por ejemplo un lenguaje unitario, sino de una convivencia de la variedad. Estamos en Babel pero es una Babel bien venida y aspiramos a que sea una Babel democrática, sin discursos monológicos. Hoy son decisivas las relaciones entre lo global y lo local. Lo global siempre está en lo local, y cuando digo local digo New York, Viena o el barrio Palermo de Bogotá. Es necesario tener en cuenta que lo global está en lo nacional, es necesario tener en cuenta la periferia tanto o más que el centro, y en la fase actual de globalización en Latinoamérica entra la ficción literaria con metas de crear otras formas de historia y alcanzar públicos amplios.

La intertextualidad es uno de los hechos decisivos en esta empresa, que inspira una nueva clase de textos: en los nuevos tipos de cultura, los límites se cruzan. En la etnografía posmoderna, por dar un ejem plo, el texto o escritura de los etnógrafos se distancia de sus tradicionales fuentes de autoridad, de su observación y descripción de los otros com o un objeto, de la versión llana de un conjunto de seres, y se acerca a la creación literaria, elaborada en com ún con las personas de aquel conjunto, que ahora comparten las funciones del creador. El discurso m ítico se convierte en texto a través de la noción de literatura, com o lo ha practicado Hugo Niño en el libro Los mitos del sol?

En el aparente galimatías del título Rincón invierte la fórmula ‘simultaneidad de lo simultáneo’, con que se designaba la coexistencia en un mismo presente de diversas épocas históricas, para decir que hoy lo sim ultáneo es el cam bio de los discursos, la necesidad del debate sobre la contemporaneidad y la globalización, y lo no simultáneo, las diversas respuestas a esa necesidad y a ese proceso de globalización: las respuestas y agendas propias de lo posmoderno, de lo poscolonial y de lo latinoamericano, específicas y distintas.

3 Hugo N iño, Los mitos del sol, Bogotá, Arte II G ráfico, 1993.

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Dado precisamente el escaso papel activo de los críticos latinoamericanos en este debate, el libro de Rincón llena un vacío. Su eficacia se deberá a la clara abreviación de las tres décadas de discusión teórica, y a su visión panorámica que va dirigida tanto a un público enterado com o a un público más amplio. Estas condiciones hacen presentir el estímulo que sembrará en los estudiosos en ciernes para realizar nuevos trabajos. Los seguidores tendrán que recordar la posición en que quedan los críticos después de la controversia sobre sus funciones. Yo deduzco que si la crítica pasa a ser apenas una metáfora para el acto de lectura, el crítico del posmodernismo queda desmistificado, desaparece en una actitud honrada, y reaparece luego convertido en creador. Dentro del posmodernismo, el crítico no es crítico, sino creador posmodemo.

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Del amor y otros demonios, páginas 9 a 11;

o, sobre la reescritura de las Foundational Fictions norteamericanasCarlos Rincón

Días anus, en una cena de periodistas con la señora Katherine Graham, la dama de oro del Washington Post, alguien había dicho que a juzgar por el juicio de Clinton Estados Unidos seguía siendo el país de Nathaniel Hawthorne. Aquella noche en la Casa Blanca lo entendí en carne viva Se referían al gran novelista norteamericano del siglo anterior, que denunció en su obra los horrores del fundamentalismo en la Nueva Inglaterra, donde quemaron vivas a las brujas de Salem. Su novela capital, La Letra escarlata, es el drama de Hester Pryme, una joven casada que tuvo un hijo secreto de un hombre que no era el suyo.

Gabriel García Márquez El amante inconcluso,

Es una red de diferencias, no un conjunto de reactualizaciones, lo que parece tejer, en sentido estricto, el com ienzo del texto del prólogo de Del amor y otros demonios. Resulta, por eso, un (pos)texto sin pretextos explícitos, aún cuando la estética de la intertextualidad es determinante para la complejidad de su constitución. Corresponde más bien a un agenciamiento de diferencias:

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a aquel juego intertextual en cuyo despliegue la forma de la materia imaginada es dotada de una estructura. U n acto de escritura que es acto de memoria, entendida com o arquitectura cultural, de manera que desde su párrafo inicial la memoria de esc texto particular que tiene funciones de pró­logo, se identifica con la inter textual idad de sus referencias. La cuestión es, empero, ¿de qué diferencias se trata? ¿En el principio era el teléfono (Derrida) o, más bien, en el principio eran las reglas establecidas para la redacción del Star de Kansas City (Hemingway), en donde entre el otoño de 1917 y la primavera de 1918 el aprendiz de reportero local se inició en los secretos del oficio de periodista, comenzando por las informaciones que debe contener el primer párrafo de una noticia cualquiera? Y, sobre todo, ¿cómo se definen entonces aquí las condiciones de la legibilidad literaria? ¿Qué modos de lectura se inscriben en este modo de escritura?

En “T h e Literature o f Replenishment: Postmodernist Fiction”,1 su segundo manifiesto del posmodemismo, John Barth se refirió al retomo autoconsciente’ a la tradición literaria premodemista (realista), con la consiguiente renovación del discurso narrativo ‘tradicional’.2 Si se revisa esa tradición se advierte cóm o en el m om ento constitutivo de la novela realista, para abrir la narración La Chartretise de Parma (1839) consigna un hecho memorable: “Le 15 mai 1796, lcgéneral Bonaparte fit son entrée dans M ilan ( ,..) .”3 Ya para ese entonces el efecto de realidad proporcionado por precisiones tales de tiempo (día, mes, año), de lugar (toponímicos, espacios reconocibles), y menciones patronímicas com o esas (encuentro con el personaje de la novela) está en trance de convertirse, con las novelas de Balzac, en recurso genérico permanente. Fungía com o forma de datación, anclaje y orientación para el lector de la historia relatada, y manera de escapar a la contingencia absoluta del comienzo.

La Peau de chagrin (1831):

Vers la fin du mois d’octobre dernier, quelque temps après l’heure à laquelle s’ouvrent les maisons de jeu, conformément à la loi qui protège, à Paris, une passion essentiellement budgétifiante, un jeune homme vint au Palais-Royal; et, sans trop hésiter, monta 1’escalier du tripot établit au numéro 39.4

(Hacia finales del mes de octubre pasado, poco después de la hora en que se abren las casas de juego, conforme a la ley que protege, en Paris, una pasión esencialmente presupuestaria, un hombre joven vino al Palais-Royal; y sin vacilar mayormente, subió la escalera del casino establecido en el número 39.)

1 Jo h n Barth, "T h e Literature o f Replenishm ent: Postm odernist Fiction”, en Atlantic Monthly 2 4 5 , 1980 , pp. 6 5 - 7 1 .

J Ib id ., p. 68 .

5 Stendhal, La Chartreuse de Parma (1 8 3 0 ) , en Romans et nouvelles, Ed. de la Plêiade, T. 2 , Paris, Gallim ard, 1 9 5 2 , p . 2 5 .

* H onoré de Balzac, La Peau de chagrin (1 8 3 1 ), en CEuvres competes, T . 14, Paris, C lub de 1’H onnete H omme, 1 9 6 9 , p. 81 .

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Le Père Goriot (1834-35):

Madame Vauque, née de Conflans, est une vielle femme qui, depuis quarante ans, tient à Paris une pension bourgeoise établie rue Neuve-Sainte-Geneviève, entre le quartier Latin et le faubourg Saint-Marceau (...) depuis trente ans (il ne s’y était) jamais vu de jeune personne (...). Néanmoins, en 1819, époque à laquelle ce drame commence (...).5

(Madame Vauque, nacida de Conflans, es una anciana que tiene en Paris, desde hace cuarenta años, una pensión burguesa situada en Ia me Neuve-Sainte-Geneviève, entre el quartier Latin y el faubourg Saint-Marceau (...) desde hace treinta años (no se había) visto allí una persona joven (...). Sin embargo, en 1819, época en la que este drama comienza (...).)

Luego, en la década del cuarenta, esas precisiones son lugar com ún, com o se ve en la serie de “Les parents pauvrcs”. Le cousin Pons (1 8 4 7 ) comienza entonces con datos de esc tipo:

Vers trois heures de l’aprés-midi, dans le mois d’octobre de l’année 1844, un homme ágé d’une soixantaine d’années, mais à qui tout le monde eüt donné plus que cet áge, allait le long du Boulevard des Italiens, le nez à la piste, les lèvres papalardes, comme un négociant qui vient de condure une excellente affaire, ou comme un garçon content de lui-même au sortir d’un boudoir.6

(Hacia las tres de la tarde, en el mes de octubre de 1844, un hombre de unos sesenta años, pero a quien todo el mundo habría dado más edad, venía por el boulevard des Italiens, (...) como un negociante que acaba de hacer un buen negocio, o un joven contento de sí mismo al salir de un boudoir.)

La despcrsonalización fue la estrategia estética propiamente moderna con la que Flaubert puso fin en 1857 a la proliferación en los textos de los gestos y las señales del narrador de historias, exigida por la novela realista. Al ser rebasadas de esa manera las reglas de form ación del discurso narrativo de Balzac, colapsaron las posibilidades de una forma de narración sellada por la inmediatez, es decir, colapsó el aparato narrativo de Le Père Goriot o La Peau de chagrin com o realización del deseo autorial. C on esa cesura la literatura moderna emerge com o juego de significantes en el espacio vacío del autor borrado, para (re)constituirse en el marco de la Biblioteca. N o se trata de reduplicar una realidad autoevidente, autolegitimada, a partir de la existencia de un lazo natural entre las palabras y las cosas, el mundo y la novela, sino en otra cosa: en repetir los libros. Se hace por

5 H onoré de Balzac, Le Père Goriot (1 8 3 4 -3 5 ) , en CEuvres completes, T . 4 , Paris, C lu b de l’H onnéte H om m e, 1 9 6 9 , p. 3 7 .

6 H on oré de Balzac, Le cousin Pons (1 8 4 7 ) , en CEuvres completes, T . 11 , Paris, C lu b de l’H on n éte H om m e, 1 9 6 9 , p. 2 9 .

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eso ‘fantastique de bibliothèque y sueño de la lectura.7 Al com ienzo de Léducation sentimentale, para Flaubert la más lograda de sus novelas, la autenticidad y la cercanía a lo real son sugeridas con la plétora previsible de detalles acerca de ese barco a punto de partir de algún lugar entre el Jardín des Plantes y la Faculté des Sciences, no lejos del boulevard Saint Germain. El arte de Flaubert consiste en am ontonar comas supérfluas que disturban el fluir rítm ico de la frase, hasta hacerla jadeante:

Le 15 septembre 1840, vers six hcures du matin, La Ville-de-Montereau, près de partir, fumait àgros tourbillons devant le quai Saint-Bernard. Des gens arrivaient hors d’haleine.8

(El 15 de septiembre, hacia las seis de la mañana, el Ville-de-Montereau, listo para zarpar, lanzaba grandes bocanadas de humo, en el muelle de Saint-Bernard. Llegaba gente sin aliento.)

Si se leen esas com as com o parte de una actitud irónica de Flaubert frente a su texto, la discontinuidad que marca este íncipit abre también un sendero que bifurca. Por una parte, la vía autorreflexiva y experimental, ajustada al modelo de La condition huma ine, de André Malraux:

Premióte partie 21 Mars 1927

Minuit et demi.

Tchen tenterait-il de lever la moustiquaire? Frapperait-il au travers? L’angoisse lui tordait Pestomac; (...).9

(Primera parte21 DE MARZO DE 1929Doce y media de la noche

¿Intentará Chen levantar el mosquitero? ¿Dará el golpe atravesándolo? La angustia le retorcía el estómago;)

7 M ich d Foucault, “Un Tantastique’ de bibliothèque”. Epílogo de, Gustave Flaubert, D ie Versuclmng des heiligen Antonius, Frankfurt am M ain , Insel Verlag, 1 9 7 1 , pp. 2 1 7 -2 5 1 .

8 G ustave F lau bert, L Education sentim entale (1 8 6 9 ) , en CEuvres com pletes, T . 3 , Paris, C lu b de l’H on n etc H om m e, 1 9 7 1 , p. 4 7 .

* André Malraux, La condition humaine (1 9 3 3 ) , en CEuvres completes. Ed. de la Plêiade, T. 1, Paris, Gallim ard, 1 9 8 9 , p. 5 1 1 .

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N o sc distingue aquí entre quién ve y quién sabe, y se pone así a prueba el rendimiento de las formas narrativas realistas para restituir un hecho moderno: el aplastamiento de la Com una de Shangai en marzo-abril de 1927 . La segunda maniera operó en términos lúdico-paródicos. Lo ilustra el comienzo de Les Fleurs bleues, de Raymond Queneau, abiertamente sometido, en cuanto perteneciente a una modalidad del canon intertextual, a la necesidad de realizar una superposición (tácita) de textos:

Le vingt-cinq septembre douze cent soixante-quatre au petit jour, le due d’Auge se pointa sur le sommet du donjon de son chateau pour y considérer, un tintinet soit peu, la situation historique.10

(El veinticinco de septiembre de mil doscientos setenta y cuatro, el duque de Augrc subió a la cima del donjon de su castillo para contemplar, siquiera por un instante, la situación histórica.)

Equidistante de esas dos vías, la escritura de Robert Musil extrajo desde el íncipit de Der Mann ohne Eigenschaften las consecuencias para la novela de la destrucción, tras la catástrofe de la primera guerra, de las imágenes rectoras, del ‘fin del individualismo’, y de la ‘disolución de la actitud antropocéntrica’, temas sobre los que meditan sus personajes:

Über dem Adantik befand sich ein barometrisches Minimum; cs wanderte ostwärts, einem über Rußland lagernden Maximum zu, und verriet noch nicht die Neigung diesem nördlich auszuweichen. Die Isotheren und Isothermen taten ihre Schuldigkeit.Die Lufttemperatur stand zu einem ordnungsgemäßen Verhältnis zur mittleren Jahrestemperatur, zur Temperatur des kältesten wie des wärmsten Monats und zur aperiodischen monadichen Temperaturschwankung. Der Auf- und der Untergang der Sonne, des Mondes, der Lichtwechsel des Mondes, der Venus, des Saturnganges und viele andere bedeutsame Erscheinungen entsprachen ihrer Voraussage in dem astronomischen Jahreskalender.

Der Wasserdampf in der Luft hatte seine höchste Spannkraft und die Feuchtigkeit der Luft war gering. Mit einem Wort, das Tatsächliche recht gut bezeichnet, wenn es auch altmodisch ist: Es war ein schöner Augusttag des Jahres 1913.“

(Por el Adántico avanzaba un mínimo barométrico en dirección este, frente a un máxi­mo estacionado sobre Rusia; no mostraba de momento tendencias a esquivarlo despla­zándose hacia el norte. Los isotermos y los isóteros cumplían con su deber. La temperatura

10 Raym ond Q u cn cau , Les fleurs bleues, Paris, G allim ard, 1 9 6 5 , p. 7.

11 R obert M usil, D er M ann ohne Eigenschaften, Berlin , Row ohlt, 1930 , p. 5.

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del aire estaba en relación con la temperatura media anual, tanto con la del mes más caluroso como con la del mes más frío y con la oscilación mensual aperiódica. La salida y puesta del sol y de la luna, las fases lunares, Venus, el anillo de Saturno y muchos otros fenómenos importantes se sucedían conforme a los pronósticos de los calendarios astronómicos.

El vapor de agua alcanzaba su mayor tensión y la humedad atmosférica era escasa. En pocas palabras, que describen de manera fiel la realidad, aunque estén algo pasadas de moda: era un hermoso día de agosto del año 1913.)

Com o es el caso de la estructura experimental moderna del íncipit y de la convención deliberada de la novela realista, e incluyéndolas com o material interiorizado, la memoria genérica de la ficción moderna tardía también actúa siempre por repetición y diferencia. Para llegar de este m odo, por una parte, a la relativización com pleta de las indiciaciones temporales en la página de diario que abre LEmploi du temps, de Michel Butor:

MAI, octobre

1Jeudi ler rnai.Les lueurs sc sont multipliées.12

(MAYO, octubre

1Jueves I o de mayo.Las luces se han multiplicado.)

Y por otra, a la transformación de los cuándo, dónde y quién, convencionales, arbitrarios y asumidos desde los años veinte por la prensa diaria en su constitución de la actualidad moderna, en objetos de interrogación explícita. D e modo que para Samuel Beckett, el último gran escritor moderno, la escritura del texto es un aspecto fundamentalmente problemático en sí misma: “O il maintenant? Quand maintenant? Q ui maintenant? Sans me le demanden D ire je”.13 (¿Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Quién ahora? Sin preguntármelo. Decir yo.) A los interrogantes que abren LInnommablesigue una meditación sobre ese je-m oi, con la que el comienzx) propiamente tal es puesto en cuestión:

12 M ichcl Butor, L’Emploi du temps, Paris, Les Editions de M inu it, 1957 , p. 9.

15 Sam uel Beckett, L'Innommable, Paris, Les Editions de M in u it. 1 9 5 3 , p. 7 .

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Cela a pu commenccr ains¡(...). J ’ai l’air de parier, ce n’est pas moi, de moi, ce n est pas de moi. Ces quelques généralisations pour commencer. Comment faire, comme vais-je faire, que dois-je faire, dans la situation oü je suis, comment procéder? (...) Le plus simple serait de ne pas commencer. Mais je suis obligé de commencer (...) je dois supposer un commencement, à mon séjour ici, ne serait-ce que pour la commodité du récit (...).“

(Esto hubiera podido comenzar así (...). Parece que yo hablo, no soy yo, de mí, no es de mí. Estas generalizaciones para comenzar. ¿Cómo hacer, cómo voy a hacer, qué debo hacer, en la situación en que estoy, cómo proceder? (...) Lo más simple sería no comenzar.Pero estoy obligado a comenzar (...), debo suponer un comienzo, a mi permanencia aquí, aunque sólo sea para comodidad del relato (...).

Según sostenía Barth en su segundo manifiesto, el autor posmoderno ideal’, cuya fisonomía intentó bosquejar, no rechazaba ni imitaba simplemente a sus ‘padres’ modernistas del siglo X X ni a sus abuelos’ realistas del siglo X IX : para aquél, tener la primera parte del siglo X X en la cabeza no significaba dejarse acogotar por los pretendidos imperativos de la literatura moderna. Las demandas planteadas en la actualidad a la ficción, la conducirían a una toma de posición propia que la determinaría com o tipológicamente distinta: “la novela posmoderna ideal” se sitúa más allá de las querellas entre realismo e ¡nacionalism o, formalismo y contenidismo, literatura pura y literatura comprometida, alta literatura y literatura trivial.15

Las historias borgianas de Le Cosmicomiche de Italo C alvino,16 y m ejor todavía, Cien años de soledad?7 le servían a Barth com o ejemplo cumplido de ese ideal. Ilnom edella rosa circuló meses después de aparecido el manifiesto. En esa ficción posmoderna el texto introductorio se presenta com o un prólogo autobiográfico de Um berto Eco (I), distinto en autoría de la nota del editor que le sigue (II). U no y otra anteceden la traducción al italiano moderno supuestamente realizada por Eco (1), de una oscura versión al francés ‘neogótico’ impresa en el siglo X IX (2), de la transcripción de un manuscrito encontrado en el siglo X V II (3), escrito originalmente en latín en el siglo X IV (4), por el m onje tedesco Adson von M elk sobre sucesos ocurridos en el Anno D om ini de 1327 . El paso por las plumas de diversos copistas y traductores a diversas lenguas, y por las imprentas de distintos editores, elevan a la cuarta potencia, en forma hiperbólica y paródica, la más célebre convención de la novela com o género: el manuscrit trouvésc convierte en libro (re)encontrado (y reescrito). En el prólogo se lee:

I I 16 agosto 1968 mi fu messo tra le mani un libro dovuto alia penna di tale abate Vallct:Le manuscript de Dom Adson de Melk, traduit en français d’aprés l’édition de Dom J.

14 Ib id ., pp. 7 -9 .

15 Barth, op. cit., p. 6 9 .

16 Italo C alv ino, Le cosmicomiche, M ilán , E inaudi, 1 9 6 5 -1 9 6 8 .

17 G abriel García M árquez, Cien años de soledad, Buenos Aires, Andam cricana, 1967.

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Mabillon (Aux Presses de l’Abbaye de la Source, Paris, 1842). Il libro, corredato da indicazioni storiche invero assai povere, asseriva di riprodurrc fedelmente un manoscritro del XIV secolo, a sua volta trovato del monascero di Melk dal grande erudito secentesco, a cui tanto se deve per la storia delTordine benedettino. La dotta trouvaille (mia, terza dunque nel tempo) mi rallegrava mentre me trouvavo a Praga in attcsa di una persona cara. Sei giorn, dopo le truppe sovietichi invadevano la sventurata città. Riuscivo fortunosamente a raggiungere la frontiera austriaca a linz, di là mi portavo a Vienna dove mi ricongiungevo con la persona attesa, e insieme risalivamo il corso del Danubio.18

(El 16 de agosto de 1968 cayó en mis manos un libro de la pluma de un tal Abbé Vallet:Le manuscrit de Dom Adson de Melk, traduit en français d’aprés l’édition de Dom J. Mabillon (Aux Presses de l’Abbaye de la Source, Paris 1842). El libro, provisto de un par de datos históricos que en realidad eran muy vagos, se presentaba como la transcripción exacta de un manuscrito del siglo XIV que el gran sabio del siglo XVII, a quien tanto debemos por su historia de la orden de los benedictos, supuestamente había encontrado por su lado en el convento de Melk. El valioso hallazgo -el mío, es decir el tercero en la continuidad temporal- me llenó de euforia, mientras esperaba en Praga la llegada de una persona altamente apreciada por mí. Seis días más tarde, las tropas soviéticas ocuparon la maltrechada ciudad. Yo pude felizmente alcanzar la frontera austríaca en los alrededores de Linz, en donde encontré a la largamente anhelada persona, y juntos emprendimos el viaje de regreso, siguiendo el curso del Danubio corriente arriba.)

El prólogo de Del amor y otros demonios se abre de la manera siguiente:

El 26 de octubre de 1949 no fue un día de grandes noticias. El maestro Clemente Manuel Zabala, jefe de redacción del diario donde hacía mis primeras letras de reportero, terminó la reunión de la mañana con dos o tres sugerencias de rutina. No encomendó una tarca concreta a ningún redactor. Minutos después se enteró por teléfono de que estaban vaciando las criptas funerarias del antiguo cementero de Santa Clara, y me dijo sin ilusiones: “Date una vuelta por allá a ver qué se te ocurre”.19

Tanto en el prólogo traductoral’ de Ilnomedelhi rosa, com o en el prólogo autoriaT de Del amor y otros demonios, la voz del narrador tom a la forma de una presencia del ‘traductor’ o del ‘autor’ reales, superpuesta a los esquemas a que se ajusta la modulación de la voz del narrador externo a la historia narrada en la novela realista. Esa voz retorna entonces dislocada, en el marco de un prólogo -d e un paratcxxo- , semejante al exigido por las convenciones que estableciera la novela histórica decimonónica, desde Waverley (1 8 1 4 ) hasta Lhomme qui rit (18 6 9 ), pasando por / Promessi Sposi (1 8 2 5 -2 7 ) y The Scarlet Letter (1 8 5 0 ).

'* U m berto Eco, II nome della rosa, M ilano, Bom piani, 1980 , p. 11.

” G abrid G arda Márquez, D el amor y otros demonios. Bogotá-Buenos Aircs-M ádco, Editorial N orm a, 1995 , p. 9.

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Hay algo más que es menester advertir aquí, a propósito del paralelismo tipológico entre los comienzos de esos dos prólogos, con respecto a sus diferencias. A partir de las aproximaciones críticas y los problemas propios del proyecto de los estudios poscoloniales, muy pronto fueron planteadas las cuestiones de presupuestos y posicionamientos teóricos, amén de estrategias para analizar las prácticas textuales poscoloniales, a partir del rechazo de la ‘penetración posmodema.20 Se destacó, eso sí, la aparente similitud com probable entre los textos posmodernos y un sector determ inante de los poscoloniales, en lo que toca a representación antirrealista, parodia, autorreferencialidad, y problematización de la historia. O tro sector de la crítica partió de esta com probación fáctica para construir un ‘problematic site o f interaction , ‘campo de batalla’ y ‘campo de juego’ a un mismo tiempo, entre poscolonialismo y posmodemismo.21 La tendencia do­minante resulta, empero, aquella que se apoya en el señalamiento de similitudes y paralelismos para dar lugar a un despliegue estratégico: reforzar “the objections raised by the post-colonial critics against post-modernist readings o f non-European texts”.22 Dichas críticas coincidieron en lo fun­damental con las propuestas antes dentro del debate latinoamericano acerca de parentescos tipo­lógicos, diferencias en la aparente identidad y ‘contraprácticas de interferencia’ a propósito de textos latinoamericanos com o las de Borges y García Márquez y sus lecturas posmodernas. Más de destacar aún resulta, sin embargo, otro aspecto: las diferencias establecidas entre aquél “mimetic or referential purchase” que actúa en la textualidad poscolonial, y la proclamación posmodema -q u e se suele juzgar infundada- de la “constructedness o f all textuality",23 tienen también correspondencia dentro del debate latinoamericano. Precisamente lo que puede llamarse la ‘diferencialidad’ de esas diferencias constituye la base, com o se ha podido establecer, para las apropiaciones que condujeron en los años ochenta a las (re)definiciones posmodema y poscolonial del realismo mágico. De modo que éste resulta “nexo de conexión en donde, a diversos niveles, se conectan, se sobreponen y separan posmodernismo y discursos poscoloniales”.24

D entro de la puesta en escena de la práctica ficcional posmodema, la reescritura de cuentos maravillosos, que son parte de la actividad de narrar cuentos, básica en todas las culturas, y parte de la más temprana educación euro-norteamericana, constituye un punto de partida reiterado desde los años setenta. N o se trató tanto de adoptarlos com o base para la realización de operaciones de imi­tación, pastiche y transvalorización, sino de la promoción de fenómenos de intertextual idad respecto a un texto preciso, y con ella de diferencias que constituyen el nuevo texto en relación con ese pretexto específico que representa el cuento maravilloso reescrito. Esa práctica tiene realizaciones del alcance de Briar Rose (1996), la reciente recreación de La Bella durmiente propuesta por Robert

20 Laura Mulvey, “M agnificent obsession", en Parachute, 4 2 , 1 9 8 6 , pp. 7 -1 2 .

21 Linda H utcheon, The Politics o f Postmodernism, London & N ew York, Routlcdgc, 1989 , pp. 149 -1 5 0 .

22 Arun M u k herjee, "W h o se post-colon ialism and w hose postm odernism ?”, cn World Literature Written in English, 3 0 , 2 , 1 9 9 0 , pp. 1-9.

23 Sim on Slem on, “M odernism s last post”, cn A riel, 2 0 , 4 , 1 9 8 8 , pp. 3 -1 7 .

24 Carlos Rincón, Mapas y pliegues. Ensayos de cartografía cultural y de lectura del neobarroco, Santafé de Bogotá, Tercer M undo Editores, 1 9 9 6 , p .1 0 6 .

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Coover, celebrada -s in iro n ía - com o un clásico. La forma com o se relaciona con los cuentos maravillosos el comienzo del prólogo de Del amor y otros demonios, es del todo diferente: encontramos en él una estructura contractual.

Antes de que a partir del análisis concreto de discursos narrativos, en donde proliferan las estructuras contractuales, se pasara a construir una tipología de estructuras y a relacionarlas con el concepto de intercam bio (el échangede M arcel M auss), para hacer del contrato un intercambio diferido, y antes de que por otras vías la narrativa estabilizara su status com o la más prominente de las formas culturales, la narratología había conseguido asumir status disciplinario aislando un objeto de análisis. Sin moverse todavía hacia fuera del entonces llamado ‘objeto narrativo’, apenas todavía en tiempos del simple paso entre las búsquedas de una estructura invariable a partir de un corpus

definido de cuentos, propósito que en busca de legitimación se adjudicaba equivocadamente a Vladim ir Propp, a las de una gramática, matriz o código distintivos de la narrativa, la estructura del contrato tom ó una posición reguladora. La estructura contractual fue vista com o destinada a regir el conjunto narrativo, cuya continuidad apareció com o la ejecución del contrato cerrado entre un destinadory un destinatario para suplir, en el caso de los cuentos maravillosos, una carencia. De ese modo la búsqueda del esquema canónico de organización narrativa de los discursos pasó a descansar en la consideración del cuento maravilloso com o proyección en secuencias, relacionadas entre sí, de la estructura contractual.

En el prólogo de Del amor y otros demonios, en el párrafo de apertura, queda establecida una relación de ese orden entre la figura de “El maestro Clemente Manuel Zabala, jefe de redacción del diario donde hacía mis primeras letras de reportero’’ y el joven inexperto García Márquez: después de recibir una llamada telefónica, le es hecho un encargo, de modo que debe ocurrírsele algo, para redactar una noticia de interés, en ese día que no fue “de grandes noticias”. El esquema narrativo de la historia contada en el prólogo tiene, además, una fuerte articulación espacial. Resulta semejante a la que hay en los cuentos maravillosos, con la discontinuidad entre un espacio familiar en donde se establece el contrato (la sala de redacción) y un espacio distinto, inhóspito y hasta siniestro (la capilla en ruinas con las criptas vaciadas), en donde tienen lugar las acciones. Tales acciones, com o gradación de dificultades, son asimilables no sólo a una multiplicación mecánica sino, dentro del esquema narrativo en los términos más propios, a las pruebas (calificante, decisiva, glorificante) a que se encuentra som etido el joven inexperto en el cuento maravilloso, para alcanzar con ello la ‘obtención’ de modalidades distintivas (querer, saber y poder hacer). La última prueba, la prueba glorificante, está situada a un nivel cognitivo, lo que supone el aumento del saber-com o actividad de con ocim iento- del sujeto ‘inexperto’ dentro del ordenamiento de las acciones. La distingue el tener lugar en un espacio propio, heterotópico o utópico -e n los relatos míticos: celeste, subterráneo o subacuático-, el único en donde pueden realizarse determinados encuentros o desarrollarse determinadas confrontaciones. En el prólogo de García Márquez: 1. el hallazgo del objeto maravilloso, el objeto de valor buscado; 2 . com o parte de la performance ác 1 héroe para dar lugar al acto de su (re)conocimiento (glorificador), conlleva; 3. la oposición entre un hacer persuasivo y otro interpretativo a propósito del hallazgo, de la revelación de lo maravilloso, de lo sorprendente y extraordinario, del no verosímil mensaje de otro mundo que está en el origen del relato:

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En Ja tercera hornacina del altar mayor, del lado del Evangelio, allí estaba la noticia. La

lápida saltó en pedazos al primer golpe de la piocha, y una cabellera viva de un color de

cobre intenso se derramó fuera de la cripta. El maestro de obra quiso sacarla completa

con Ja ayuda de sus obreros, y cuanto más tiraban de ella más larga y abundante parecía,

hasta que salieron las últimas hebras todavía prendidas a un cráneo de niña. En la

hornacina no quedó nada más que unos huesillos menudos y dispersos, y en la lápida de

cantería carcomida por el salitre sólo era legible un nombre sin apellidos: Sierva María

de Todos los Angeles. Extendida en el suelo, la cabellera espléndida medía veintidós

metros con once centímetros.25

Esta unidad de lectura dentro del relato, acerca del hallazgo de la cabellera “color de cobre

intenso” que daría lugar a una noticia de periódico, constituye un espacio en donde, con el objeto

maravilloso por fin encontrado, las oposiciones binarias entre lo vivo y lo fenecido, lo real y lo

maravilloso resultan neutralizadas. Es justo en este punto en donde la lectura tiene necesariamente

que duplicarse para captar en un mismo momento, desde dentro y desde el exterior, la lógica dual

que rige el funcionamiento del texto: la de un prólogo con arreos autobiográficos que reinscribe en

este punto su carácter de texto narrativo ficticio que desempeña el papel de prólogo. Después de

incluir el dato de la medida precisa, se disputan tácitamente dos interpretaciones -o, en términos

de esquema narrativo, es aquí en donde la historia del héroe y su búsqueda se cruza con el recorrido

del opositor, al considerar los dos uno y el mismo objeto:

El maestro de obra me explicó sin asombro que el cabello humano crecía un centímetro

por mes hasta después de la muerte, y veintidós metros le parecieron un buen promedio

para doscientos años. A mí, en cambio, no me pareció tan trivial, porque mi abuela me

contaba de niño la leyenda de una marquesita de doce años cuya cabellera le arrastraba

como una cola de novia, que había muerto del mal de rabia por el mordisco de un perro,

y era venerada en los pueblos del Caribe por sus muchos milagros. La idea de que esa

tumba pudiera ser la suya fue mi noticia de aquel día, y el origen de este libro.26

Lo maravilloso aparece como la materia poética propiamente dicha, a la vez que el recursoa

datos que estarían destinados a crear verosimilitud y facticidad viene a reinscribir dos historias c o m o

estrategia con la que se busca inaugurar otra historia distinta. La primera es la del destino de la vénte

desdétatls, cuya genealogía se remonta a Diderot, como ya lo mostrara Hans Robert Jauss.27 Basada

ya en un concepto de realidad moderno -es decir, de realidad garantizada—, tuvo primera culminación

con la noria de Stendhal acerca de lespetits faits vrais indispensables para la novela. Con la estética

literaria de Hauben el detalle verdadero perdió importancia y acabó por emigrar a la crónica y

reportaje periodístico para retornar como detalle inverosímil—como lo son l o s v e i n t i d ó s metros con

once centímetros de la cabellera - en Les Caves du Vatican (1922) de André Gide.28 Con esa parodia

(r.udsí Marque/, Del unan y oíros demonios op, cit., p. I I .

Und

Hans Roheit Jauss (ed.), Nachahmung und Illusion, Munich, Hak Verlag, 1974,

Andre i,iJe, les taves du Vatikan, Paris, Gallimard, 1922.

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je una novela de folletín, los detalles narrativos que se pueden considerar del todo inventados, resultan ser parte de un comprobado fa it divers tomado de un periódico. Tal como habría sucedido con el hallazgo de la cabellera viva que se procede a medir, al aparecer como noticia en El Universal de Cartagena. Y es ahí, en esa medición, en donde la verdad de los detalles resulta relacionada con una segunda historia también en dos formas: la lectura que se apoya en la evaluación de las dos interpetaciones en competencia, va em parejada con otra lectura, cuya necesidad estructural corresponde a la economía en los procesos de significación propios del texto de este prólogo.

La crítica interpretativa puede inventariar aquí una serie de esos topoi clave para buena pane de la narrativa poscolonial, en sus hibridaciones entre formas tradicionales y propósitos políticos propios de los tiempos que corren: m em oria y recuerdo como fuerzas que tienden a sobreponerse en cuanto elementos de la narrativa en la ficción y eslabón que une al yo que recuerda con el yo recordado -que aquí recuerda haber recordado-; la cuestión del poder simbólico requerido para narrar y la fundamentación de narrativas y autoridades en la noción de un comienzo generativo, una fuente de donde provienen y que interviene en el mantenimiento de su permanencia o continuidad; la constitución de comunidades narrativas y la acción de mecanismos de mitologización como forma colectiva de construcción del sujeto de una narrativa, con la que en este caso se ajustaría la vida de una figura a los esquemas de la vita de una santa. Con la tematización de ese topoi en el prólogo de Del amor y otros demonios se confronta a los lectores con imágenes que encierran amplias posibilidades de alteridad histórica, de manera que el status de su propio presente resulta focalizado: es impracticable para ellos la participación en una comunidad narrativa como la presupuesta, y la participación en el acto de relatar cuentos y leyendas. Las narrativas crean autoridad, pero al mismo tiempo deben tener una autorización -se debe poseer autoridad- para comenzar a narrar.29 La cuestión del poder simbólico requerido para narrar remite a otra constante: la legitimación del texto con un metadiscurso (aquí ficcional) justificativo, con referencia a una autoridad sobrehumana (en la tradición occidental: la musa, Dios, la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo y, con frecuencia, la Virgen María), o humana (la ley, el Estado, la razón, el encargo jerárquico), u otros medios garantes. Tal como toda autoridad es construida, la autoridad del narrador es construida por la narración misma. La invocación de la musa fue una actitud convertida después de Dante, con la recepción de Homero hasta entonces ignorado, en norma del comienzo de los relatos épicos. La invocación de la musa tenía como objetivo manifestar que sin su apoyo -sin apoyo de aquél, más en general, que se invocaba- serían vanos los esfuerzos por conseguir un tratamiento adecuado del tema. En la lliada el aedo invoca a la musa, hija de la diosa de la Memoria: la historia la cuenta en verdad la musa por boca del poeta. Hoy, en Continental Drift, de Russell Banks, una de las novelas más representativas de la voluntad de redefinir las relaciones entre comunidades latinoamericanas emigrantes y la sociedad norteamericana, la Invocation, en prosa encantatoria, comienza así: “This is an American story of the late twentieth century, and you don’t need a muse to tell it”, se requiere más bien “dear- eyed pity and hot, old time anger” .30

v Edward W. Said, Beginnings: Intention and Method, New York, Basic Books, 1975, pp. 83-84.

*' Russell Banks, Continental Drift, N ew York, H arper & Row, 1985, p. I.

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El valor fundamental de contar cuentos reside precisamente en el hecho de volverlos a contar. En esta línea de reflexión Cornell West ha acuñado el término “kinetic orality”, para referirse a los “estilos retóricos dinámico-repetitivos y energéticos que forman comunidades”.31 El Garda Márquez novelista presentado en el prólogo autobiográfico ficticio, se encuentra autorizado com o narrador a partir de su status inicial o prioritario de oyente. C on lo que resulta inscrito en una comunidad narrativa de orden étnico y familiar, acerca de cuya experiencia puede narrar no com o simple sujeto autónomo moderno, sino desde una perspectiva de diferenciación cultural, producida en el mismo momento de diferenciarse. Pero sólo com o utopía retrospectiva se puede postular aquí dentro de la ficción el funcionamiento de la tríada narrador-destinatorios-referencia común para una determinable comunidad narrativa, siendo la vida del grupo aquello a lo que lo contado se refiere: los mitos, las leyendas, las tragedias, las memorias de esa colectividad específica. Al mismo tiempo, en este punto reside precisamente la posibilidad de subversión y de agenciamiento cultural y político: la apertura de un espacio para articular el propósito de disidencia cultural de manera radical. Al inscribirse dentro de una comunidad y una continuidad, el novel periodista del prólogo se muestra sensible a lo decisivo, al acto propiamente dicho de contar cuentos y, con ello, a los poderes de la narración para reordenar la realidad. Se sitúa así en la estela de los portadores de la leyenda, siendo la capacidad productiva de la narración, el más vital de los poderes que transmiten. Y si las narrativas tienen que ver con orígenes y finales, con teleología, la función de volver a contar puede ser más crítica y más creativa, puede asumir poder político, localizándose y localizando su poder en un contexto preciso donde vuelve a “contar la historia” com o ejercicio de contra-memoria. Se despeja de esa manera una segunda historia que reclama otra lectura: es aquella en donde las dos Américas han estado económica, política, militar y culturalmente relacionadas. La frase referente a la medición de la cabellera viva a que procede el maestro de obras es un punto nodal del texto en donde convergen hechos y procedimientos de tipo específico, para marcar lo que no tendría que escapar al lector y sin embargo corre el riesgo de escapársele. Se expone con ella el núcleo mismo del principal de los procesos de producción de significación en el prólogo: el recurso a la intertextualidad com o estrategia para la constitución del texto. C om o se citó más arriba, el texto dice:

Extendida en el suelo, la cabellera espléndida medía ventidós metros con oncecentímetros.32

En una escena de am biente mágico, poblado con los rasgos de rom anticism o gótico en que abunda “T h e Custom-House” (La aduana), prólogo de The Scarlet Letter de Nathaniel Hawthorne,33 el escritor convertido en funcionario de aduanas en Salem reaccionaba a mediados del siglo X IX en

31 C ornell W est, “Black Culture and Postmodernism”, en B. Kruger y P. M ari an i (eds.), Remaking History, Seattle,

1 9 8 9 , p. 9 4 .

32 Garcia Márquez, del amor y otros demonios, op. a t., p. 11.

35 N athaniel H aw thorne, The Scarlet Letter (1 8 5 0 ) , T h e Centenary Ed ition , T . 1, Colum bus, O h io University

Press, 1 9 6 2 .

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forma equiparable, ante el hallazgo de un pedazo de tela de color rojo, con una letra A bordada en hilos de oro:

By an accurate measurement, each limb proved to be precisely three inches and a quearter in length.34

(Midiéndolo con todo esmero, cada lado de la letra demostraba tener exactamente tres pulgadas y un cuarto de longitud.)

Mientras en el prólogo de The Scarlet Letter parece tratarse de una reacción incidental que debe producir, con el dato obtenido por medición, un efecto de realidad con relación a lo relatado, en el prólogo de Del amor y otros demonios el dato pretendidamente suscitador de verosimilitud es inverosímil y a la vez debe contribuir a dotar de realidad a una imaginaria narración oral (la leyenda contada en los pueblos de la costa caribeña) que llevaría a confirm ar la existencia de la legendaria protagonista. Pero sobre todo, se trata de una reescritura que en cuanto proceso de transformación intertextual de un “parent-poem”, según el térm ino de Harold B loom ,35 no resulta sin embargo reductible a ninguno de los procedimientos de deconstrucción histórico-1 iteraria descritos por él. La cuestión no es aquí “T h e Anxiety o f Influence”. Lo que está en juego es otra cosa. Corresponde al carácter del contradiscurso que se despliega en la novela, para ser a la vez cuestión de constitución textual y de estrategia de relectura de uno de aquellos libros de ficción cuya presencia, también en el caso de América Latina, hizo que se los considerara “as a signifier o f authority”.36 Precisamente, The Scarlet Letter.

Publicada en 1 8 50 , The Scarlet Letter se constituyó de inmediato en Estados Unidos en la autoridad suprema con que la nueva nación proclamó su independencia en el campo de las bellas letras. Le acarreó a Nathaniel Hawthorne la fama instantánea de haber escrito la novela más importante en la historia de la nación, y fue la pieza central de la incorporación general de la literatura en la educación, com o ‘expresión del ‘espíritu nacional’ en su forma más consumada. La magistral lectura propuesta por Sacvan Bercovith en The Office o f the Scarlet LetterS1 relacionó el ‘rom ance’ de Hawthorne con el conjunto de asuntos decisivos para la sociedad y la cultura

* Ibíd.

35 Harold Bloom . The Anxiety o f Influence: a theory o f poetry, New York, O xford University Press, 1997 .

* H om i K. Bhabha, “Signs taken for wonders: questions o f ambivalcncc and authority under a tree outside Delhi, M ay 1 8 1 7 ”, cn C ritical Inquiry, 12 , 1, 1 9 8 5 , pp. 1 4 4 -1 6 5 .

37 Sacvan Bcrcovitch, The O ffice o f the Scarlet Letter, Baltim ore, T h e Joh n H opkins University Press, 1991.

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norteamericanas a mediados del siglo XIX. Fue determinante para su concepción el temor deque con el movimiento abolicionista los puritanos y esclavistas Estados Unidos se contagiaran por la epidemia’ de las revoluciones europeas de 1848. Ese miedo movió a Hawthorne a oponerse a los abolicionistas, y a redefinir la historia nacional. La invención de lo que Bercovith llama sus ‘míticos puritanos’ debía permitirle eliminar de la historia nacional el mito revolucionario. Para Hawthorne, como para los críticos conservadores de la época, el mayor síntoma de la “plaga roja” era el movimiento por los derechos femeninos.

El ‘romance’ está precedido por el prólogo ya citado: “The Custom-House: Introductory to The Scarlet Letter". Son muy numerosas las relaciones intertextuales que establece el prólogo de Del amor y otros demonios con ese texto ficcional con apariencias autobiográficas. La calidad de los fenómenos transtextuales latentes o perfilados, más allá de la alusión a nombres que con dificultad se descifran en las lápidas, al trabajo de la imaginación para hacer levantarse de unos huesos resecos la imagen resplandeciente de una ciudad principal, y su valor de señales para el lector al retornar transformados en el prólogo de Del amor y otros demonios, hace que toda la construcción del texto obedezca a un dialogismo reiterador y se rija por el principio de la doble codificación.

Indudable arreglo de cuentas con quienes lo destituyeron por motivos partidistas del cargo de inspector de aduanas que le permitía subsistir, el prólogo de The Scarlet Letter fue escrito sobre todo para resolver otro problema de índole muy distinta: el de la autoridad para narrar y la legitimación del texto. El hallazgo de un pequeño envoltorio mueve a pensar inmediatamente que se está ante la variación de un topos, el manuscrito encontrado, que une en lengua castellana a Julio Cortázar y Alvaro Mutis con Cervantes. Se está aquí, en términos más precisos, ante un primer despliegue de sus rendimientos, en calidad del más célebre y socorrido de los recursos autoritativos y legitimatorios de la historia de la novela como género, para escribir ficciones que se presentan como verdaderas. El momento del hallazgo propiamente dicho es descrito así en “The Custom-House”:

But, one idle and rainy day, it was my fortune to make a discovery o f some little interest. Poking and burrowing into the heaped-up rubbish in the corner, unfolding one and another document, and reading the names o f vessels that had long ago foundered at sea or rotted at the wharves, and those o f merchants, never heard o f now on Change, nor very readily decipherable on their mossy tombstsones; glancing at such matters with the saddened, weary, half-reluctant interest which we bestow on the corpse o f dead activity, -and exerting my fancy, sluggish with litde use, to raise up from these dry bones an image of the old towns brighter aspect, when India was a new region, and only Salem knew the way thither, -I chanced to lay my hand on a small package, carefully done up in a piece of ancient yellow parchment. This envelope had the air o f an offical record of some period long past, when clerks engrossed their stiff and formal chirography on more substantial materials than at present. There was something about it that quickened an instinctive curiosity, and made me undo the faded red tape, that tied up the package, with the sense that a treasure would here be brought to light.38

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(Pero un día tedioso y de lluvia, tuve la fortuna de hacer un descubrimiento de cierto interés. Urgaba y rebuscaba entre el revoltillo de papeluchos y demás desechos, desdoblé éste y aquel otro documento, y leí nombres de barcos idos a pique años ha, o cubiertos de herrumbre en los astilleros, y nom bres de comerciantes, de quienes hoy ya nadie se acuerda en la bolsa y que sólo con dificultad se descifraban en sus tumbas cubiertas de musgo; mientras miraba esas cosas con el interés entristecedor, cansado y tocado de esa cierta repugnancia que le dedicam os al cadáver de difuntas acciones - y ejercitaba con poco éxito mi fantasía, que trabaja con lentitud, para hacer levantarse de esos huesos resecos una imagen del resplandeciente aspecto de la antigua ciudad, cuando la India era una nueva región del m undo y solam ente Salem conocía el camino para llegar hasta allí-, puse de modo accidental la m ano sobre un pequeño paquete, que estaba envuelto con sumo cuidado en un pedazo de pergam ino amarillo. Esa envoltura teníala apariencia de un informe oficial pasado ya hace m uchísim o tiem po, cuando los funcionarios ponían su tiesa y cuidadosamente exacta caligrafía sobre materiales más duraderos que los de ahora. Había algo en él que despertó involuntariam ente mi curiosidad y me llevó a desatarla descolorida cinta roja que m antenía atado el pequeño paquete, con la sensación de sacar a la luz un tesoro.)

Después del relato sobre la forma com o los obreros vaciaban las criptas y amontonaban y rotulaban los huesos resecos en la capilla en ruinas del convento de Santa Clara en Cartagena, y de contar el hallazgo, en una hornacina del altar mayor —siendo ese un lugar para imágenes sagradas- ,de la larguísima y frondosa cabellera y con ella de la noticia que el novato periodista andaba buscando sin saber cuál podría ser, y luego de su medición y de la explicación del maestro de obras, d prólogo de Del amor y otros demonios consigna un hecho inesperado y realiza un salto en el tiempo. Se trata de un acto de recordar del periodista y del trazo de una elipsis entre ese supuesto momento, la noticia que pretendidamente habría redactado aquél día, la composición del libro y el momento de la lectura que se está practicando.

En el texto de “The Custom -H ouse” , luego de la mención del hallazgo del pequeño paquete envuelto en pergamino, la narración pretendidamente autobiográfica continúa de esta manera:

Unbending the rigid folds o f the parchm ent cover, 1 found it to be a com m ission, under the hand and seal o f G overnor Shirley, in favor of one Jonathan Pue, as Surveyor of his Majesty’s Custom s for the port o f Salem , in the Province of M assachussets Bay, I remembered to have read (probably in Felt’s Annals) a notice of the decease of Mr.Surveyor Pue, about fourscore years ago; and likewise, in a newspaper of recent times, an account o f the digging up of his rem ains in the little grave-yard of St. Peter's Church, during the renewal o f that edifice. N oth ing, if 1 rightly call to mind, was left of my respected predecessor, save an im perfect skeleton, and som e fragments of apparel, and a wig of majestic frizzle; which, unlike the head that it once adorned, was in ven' satisfactory preservation. But, on exam ining the papers which the parchment comission served to envelop, I found m ore traces o f M r. Pues mental part, and the internal operations o f his head, than the frizzled wig had contained o f the venerable skull itself.-w

lt)ld- pp. 2 9 -3 0 .

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(Alisé los duros pliegos de la envoltura de pergamino y descubrí que era un poder general bajo firma y sello del gobernador Shirley a nombre de un tal Jonathan Pue, administrador de la aduana de Su Majestad para el puerto de Salem en la Provincia de Massachussetrs Bay. Recordé haber leído (posiblemente en los Annals de Felt) una noticia sobre el deceso del administrador Pue hace cerca de ochenta años, lo mismo que en un periódico de más reciente data una noticia sobre la exhumación de sus restos en el pequeño cementerio de la Iglesia de San Pedro, durante la renovación de ese edificio.Nada, si yo me acuerdo bien, había quedado de mi respetado predecesor, salvo un esqueleto incompleto, algunos girones de vestiduras, y una peluca de majestuosos tirabuzones que, a diferencia de la cabeza que había ornado una vez, estaba muy bien conservada.)

Para Hawthorne en “T h e Custom-House” no dejaba de ser inquietante el juego irónico con las antinomias, paradojas y autocontradicciones, unidas a la autodeconstructiva habilidad por pane de la literatura para articular su ficcionalidad, y para escapar a una situación de gratuidad que le resultaba embarazosa. Parte de un proceso moderno de autoconciencia inseparable del proceso de escribir su ‘romance’, se condensa com o visión irónica -e n sentido tropológico- en el espejo, en el desdoblamiento ambigüo del topos del manuscrito encontrado.

Primera pane:But the object that most drew my attention, in the mysterious package, was a certain affair o f fine red cloth, much worn and faded. There were traces about it o f gold embroidery, which, however, was gready frayed and defaced; so that none, or very little, o f the glitter was left. It had been wrought, as was easy to perceive, with wonderfull skill o f needlework; and the stitch (as I am assured by ladies conversant with such mysteries) gives evidence o f a now forgotten art, not to be recovered even by the process o f picking out the threads. This rag o f scarlet cloth, -for time, and wear, and a sacrilegious moth, had reduced it to little other than a rag-, on careful examination, assumed the shape of a letter. It was the capital letter A.40

(Pero el objeto que más atrajo mi atención en el misterioso paquete, fue un pedazo de fina tela roja, muy usado y descolorido. En él encontré restos de bordados con hilos de oro, que estaban sin embargo muy deshilacliados y estropeados, de manera que ya no tenían o apenas tenían brillo. Habían sido producto, era patente, de una maravillosa habilidad manual, y el bordado (según me ha sido asegurado por damas que conocen esos secretos) da testimonio de un arte hoy olvidado, que ni siquiera con el procedimiento de sacar fuera los hilos, se puede redescubrir. Ese jirón de tela roja -pues el tiempo, el desgaste por el uso, y una sacrilega polilla, la habían reducido a poco menos que un jirón- tomó al examinarlo con cuidado la figura de una letra. Era la letra mayúscula A.)

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Segunda parte:

In the absorbing contemplation o f the scarlet letter, I had hitherto neglected to examine a small roll o f dingy paper, around which it had been twisted. This I now opened, and had the satisfaction to find, recorded by the old Surveyors pen, a reasonably complete explanation o f the whole affair. There were several foolscap sheets, containing many particulars respecting the life and conversation of one Hester Prynne, who appeared to have been rather a noteworthy personage in the view of our ancestors.41

(Durante la contemplación absorta de la letra escarlata no había examinado un pequeño rollo de papeles sucios en que estaba envuelta. Lx) abrí y tuve la satisfacción de encontrar, de la pluma del antiguo inspector una completa explicación convincente de todo el asunto. Eran algunos folios que contenían muchos detalles sobre la vida y relaciones de una Hester Prynne, quien parece haber sido una persona notable a los ojos de nuestros antepasados.)

La incomodidad que le acarrea a Hawthorne en “T h e Custom -H ouse” la autoconciencia de este hecho, de que la autoridad narrativa es construida por el discurso mismo, y el juego en el prólogo de Del amor y otros demonios con esa conciencia y con aquella, más actual, de la naturaleza construida de toda autoridad y la necesidad de desafiar y reemplazar narrativas, están articulados entre sí por un proceso de desplazamientos y dislocaciones. El punto de partida com ún puede resumirse así: el prólogo de The Scarlet Letter sería escrito para que su protagonista - “Hawthorne” com o fòituro autor de la novela-encuentre una letra A bordada, y un manuscrito con la historia que la explicaría, envueltos en un pergamino con el que una alta autoridad concede un poder general, recordando, de paso, una exhumación de restos y el hallazgo de una majestuosa y incólume peluca de tirabuzones; mientras el prólogo de Del amor y otros demonios sería escrito para que a su vez su protagonista —“García Márquez” com o futuro autor’ de la novela- asista al hallazgo, al abrir una tumba, de la maravillosa cabellera viva, y encuentre una explicación para su existencia al recordar una leyenda escuchada de niño. El proceso puede paralelizarse entonces siguiendo un modelo que comprende tres elementos: El inspector de aduana Hawthorne habría leído: (a) una (supuesta) noticia en una publicación (con edición com probable: se trata de la obra histórica de Joseph B. Felt aparecida en 1827 con el título Annals o f Salem from Its First Settletnent) acerca de (b) la exhumación de los restos de mister Pue y el hallazgo de la peluca incorruptible. Por esa vía (c) la letra escarlata bordada y el manuscrito que cuenta la historia que la explica, están dotados de existencia autentificada. El joven reportero García Márquez habría redactado: (a) una (supuesta) noticia para un periódico (con edición comprobada) acerca de (b) el hallazgo de la cabellera mara­villosa durante la exhumación de los restos de Sierva María de Todos los Angeles, a la que acaba de asistir, después de abierta la hornacina en donde reposaban. Por ese camino: (c) la cabellera mara­villosa y, a la par con ella, una leyenda que (pretendidamente) habría existido, y su abuela (supuestamente) habría contado al niño García Márquez, están dotadas de existencia autentificada.

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A partir de una relación entre pretexto ( The Scarlet Letter) y postexto {Del amor y otros demonios), esas dos autentificaciones paralelas aparecen formando parte de proyectos estético-narrativos contrastados, de manera que el postexto reescribe, apoyándose en la categoría de lo maravilloso, el prólogo del primer texto básico de ficción dentro de la generación de una autoimagen de Estados Unidos. El carácter de esa relación no es especificable, sin embargo, en los términos del modelo estructuralista de la diferencia en relación con la identidad. Se trata más propiamente de un descentram iento de estructuras, una subversión de taxonomías, una inversión de sentidos y significados, y del intervalo o dividendo así producido. En el flujo alternativo de discurso y contradiscurso, en la paráfrasis de afirmación y subversión, y de acuerdo con los requirimientos de la producción de esa diferencia, la relación entre originalidad y derivación es revertida.

La ironía retórica ya había sido reemplazada en “T h e Custom -House” por un tipo diferente de ironía, de manera que el elevado carácter autorreflexivo de su discurso irónico conllevaba la práctica de observaciones irónicas com o recurso. La ironía del prólogo de Del amor y otros demonios es configuradora y autotrasccndente del proceso de escritura, y está integrada por completo a él cn su subversión de las estructuras de autoconcicncia y autorreferencialidad modernas, para acarrear un cam bio básico del discurso. El texto de la novela que sigue al prólogo resulta presentado com o eslabón que da continuidad contemporánea a un (ficticio) discurso oral, cuya recuperación resulta determinante para redefinir un lugar de agenciamiento de la escritura, sin recaer en la noción de un sujeto 'creador* individual: obtiene autoridad haciendo del sujeto de la narrativa una construcción transindividual que potencia críticam ente. En el caso de “T h e Custom -H ouse: Introductory to The Scarlet Letter \ sc asiste a la metamorfosis del inspector de aduanas Nathaniel Hawthorne en cl escritor del romance The Scarlet Letter, por obra y gracia del encargo, hecho por una autoridad, un antecesor letrado y oficial. El gobernador Shirley habría expedido un día un poder para Jonathan Pue, administrador de aduana en Salem. Ahora el ‘fantasma de mister Pue, en situación paterna, otorga poder para (re)escribir la historia ya contada por él en el manuscrito que Hawthorne encuentra:

This incident recalled my mind, in some degree, to its old track. There seemed to be here the groundwork o f a tale. It impressed me as if the ancient Surveyor, in his garb of a hundred years gone by, and wearing his immortal wig, -which was buried with him but did not perish in the grave, -had met me in the deserted chamber o f the Custom-House (...). With his own ghosdy hand, the obscurely seen, but majestic, figure had imparted to me the scarlet symbol, and the little roll o f explanatory consideration o f my filial duty and reverence towards him, -who might reasonably regard himself as my official ances­tor, -to bring his mouldy and moth-eaten lucubrations before the public. “Do this”, said the ghost of Mr. Surveyor Pue, emphatically nodding the head that looked so imposing within its memorable wig, “do this, and the profit shall be all your own! You will shortly need it; for it is not in your days as it was in mine, when a mans office was a life-lease, and oftcn-times an heirloom, but, I charge you, in this matter of old Mistress Prynne, given to your predecessors memory the credit which will be rightfully its due”. And I said to the ghost o f Mr. Surveyor Pue, -“I will”.42

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([-.sos aai ti t ec m i i e n tos me condujeron de vuelta, de cierta manera, a ni i antiguo camino.Aquí nie parecia tener ía base para un relato, le nía la impresión de que el viejo inspector en sus vestiduras de hace más de cien años y con su inmortal peluca, con la que fue enterrado pero que no pereció en la rumba, se hubiera encontrado conmigo en el abandonado cuarto de la aduana. (...) C om o figura majestuosa aunque percibida sin claridad, con su propia m ano fantasmal me había entregado el símbolo escarlata y el pequeño rollo del m anuscrito explicatorio. C on su propia voz fantasmal me había animado, en consideración de mis deberes sagrados de hijo y por respeto a él -quien por buenos motivos se podía ver a sí m ism o com o mi ancestro oficial-, a poner ante el público sus apuntes m ohosos y com idos por la polilla. “Hazlo” , dijo el Espíritu del inspector Pue y asentó expresamente con la cabeza, que resultaba tan imponente bajo la memorable peluca; “ H azlo, el beneficio será todo tuyo! Lo vas a necesitar muy pronto; pues en tu tiem po no es com o en m is días, cuando un cargo para un hombre era para toda la vida y con frecuencia hereditario. Pero yo te contrato en este asunto de Mistress Prynne, dándole a la m em oria de tu antecesor el crédito que le corresponde por pleno derecho!” Y yo le dije al Espíritu del inspector Pue: “Lo haré” .)

Como parte de la réplica-reiteración dialógica del prólogo del primer clásico de la literatura norteamericana, de la reescritura de la introducción de esa Foundational Fiction, el sujeto de la narrativa es constituido en el prólogo de D el amor y otros demonios como una construcción intersubjectiva, una posición que se inscribe en una localización precisa. Ésta se define dentro de dos órdenes de coordinadas. El primero lo proporciona el ya aludido despliegue utópico de una continuidad, con la que el poder de la narrativa incluye al narrador en una comunidad, y destaca la importancia de su pasado: la de los portadores-transmisores de la leyenda oral. No el concepto humanista tradicional seguido por Hawthorne de un sujeto blanco, masculino y dueño de sí, sino constituido por esclavos, por sus descendientes, por una abuela, con lo que implican en cuanto a economía, biología, lenguaje. La segunda serie de coordinadas se define en función de una paradójica relación entre diferentes instancias -narrador, lectores, mundo de referencias- que, por acción de la doble codificación traída por la reescritura al texto, se encuentra vertiginosamente reduplicada. La autoridad crítica y productiva de la narrativa, unida a la reespacialización y retemporalización caribeña del texto del prólogo, se articula a través de la lectura que practica del clásico norteamericano, con el poder político que ello implica, situándose en un específico contexto de revisión de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina.

La narrativa de esas relaciones, en el caso colombiano, estuvo a cargo de la cultura letrada, en particular de políticos-viajeros que asumieron el mito fundacional de los peregrinos puritanos. En el barrio de El Cabrero, fuera de la ciudad colonial amurallada en Cartagena, pero no lejos del lugar tn donde funcionaba El Universal, queda la casa que habitara Rafael Núñez, el padre de la cons­titución colombiana de 1886. Con ella Colombia quedó al margen de los procesos seal lar izado res y modernizadores que siguieron los Estados-naciones latinoamericanos en camino hacia su ^nzamiento. Los Estados Unidos de Colom bia se habían constituido en 1863. En un artículo Periodístico con el título “La religión en los Estados Unidos” , fechado el 12 de enero de 1863, muy P003 después de haber llegado a New York en plena guerra de Secesión, en busca de convergencias y Modelos, Núñez proponía esta visión:

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Creo que una parte de los progresos políticos de este país se debe a la dirección que se ha dado y al cultivo que han tenido sus instintos religiosos. A falta del principio de autoridad, tan necesariamente débil en las democracias, es indispensable buscar elementos de orden en los dominos de lo moral (...). Lo que es Massachussets, y el prominente papel que ha desempeñado en el curso de los acontecimientos en este país, lo debe, en primer lugar, a sus fundadores (...). Los fundadores de Massachussets, o sea aquellos virtuosos colonizadores conocidos con el nombre de Padres Peregrinos, fueron los inmortales ingenieros, puede decirse, de esta admirable máquina política; porque ellos comenzaron y dejaron muy adelantada la educación política y moral, sin la cual el establecimiento de la república había encontrado las mismas dificultades y los mismos peligros con que luchan aún las otras secciones del continente.43

Después de personificar en Massachussets y Virginia ulos dos polos de la civilización americana”, cuyos “tintes de feudalismo” se deberían a la segunda, Núñez pasaba a sostener respecto a ella:

En Virginia, sin embargo, abstracción hecha de la esclavitud y sus accesorios, las prácticas democráticas se anticiparon dos siglos a la inauguración exterior de la república; así más o menos, como en el resto de las primitivas colonias.44

El tratam iento al que será sometida la foundational fiction por excelencia de la nación norteamericana, resulta evocado alegóricamente en el prólogo de G arcía M árquez. Los últimos renglones de la primera página del prólogo y los primeros de la segunda dicen a propósito de los trabajadores que vacían las tumbas:

(...) sacaban los ataúdes podridos que se desbarataban con sólo moverlos, separaban los huesos del mazacote de polvo con jirones de ropa y cabellos marchiios. Cuanto más ilustre era el muerto más arduo era el trabajo, porque había que escarbar en los escombros de los cuerpos y cerner muy fino sus residuos para rescatar las piedras preciosas y las prendas de orfebrería.45

El recuerdo-clave o el recuerdo-pantalla bien puede ser, en el proceso de lectura, el de la imagen de las casullas y las mitras que revisten, los pectorales y báculos que portan ios esqueletos de los obispos en L'áged'or. Pero en uno de los apartes dedicados a lo que Hawthorne consideraba el más imperdonable de los pecados, escarbar en el alma humana, el narrador de The Scarlet Letter consignaba este comentario:

45 Rafael Núñez, Ensayos de critica social (1874). Prólogo de Alfonso M únera Cavadla, Cartagena, Universidad de Cartagena, 1 9 9 4 , pp. 2 9 -3 0 .

44 Ib id ., p. 31 .

4* G arcía Márquez, D el am or y otros demonios, op. cit., pp. 9 -1 0 .

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Mi-1 urn Ju t ; into the p o o r c le rg y m an s lu-art, like a miner searching for gold; or, rather, like •» s<.'\ron delvin in to a grave, p o ssib ly in quest of a jewel that had been buried on the dead m ans B osom , but likely to fin d n o th in g save m ortality and corruption.46

(Escarbaba en el corazón del pobre clérigo, como un minero en busca de oro; o mejor como un sepúltete) escarba dentro de una tumba, buscando la piedra preciosa que el muerto llevó en su pecho, pero posiblemente sólo encuentra muerte y podredumbre.)

En calidad de texto meta ficcional, el prólogo de Del amor y otros demonios reescribe el de una ficción que sus primeros comentaristas sostuvieron, desde antes de la guerra de Secesión, que representaba lo que sería de manera esencial (norte)americano, dando así comienzo a su canonización como “clásico’'. A la altura de ese prólogo ya se puede inferir, por lo tanto, quién podría ser ese “muerto ilustre” -el más ilustre-, al que se va a someter en la novela, con la reescritura, al “arduo” y exitoso trabajo recién descrito.

De esta manera el prólogo de Del Amor y otros demonios no sólo rompe los marcos de las narrativas tradicionales del encuentro y el desencuentro, los conflictos e inconmensurabilidades en la s interacciones que ligan a Estados Unidos y América Latina. Se inscribe conscientemente, sobre todo, en ese espacio cultural interamericano, en el diálogo que posibilita aquella “common cross- cultural literary heritage” que Lori Cham berley acertó a destacar a propósito de los efectos de la recepción norteamericana de Cien años de soledad, que le dieron visibilidad,47 y marca un contrapunto con dos tendencias observables en Estados Unidos. La una la constituye una serie de notables novelas norteamericanas que giran en torno a las relaciones América Latina-Estados Unidos, inaugurada por libros de Robert Stone, Paul Theroux, Margaret Atwood y llega hasta T. Coraghessan Boyle.48 La segunda se sitúa en el terreno de las ciencias sociales y los estudios literarios desarrollados después de terminada la guerra fría, con la ‘desazón que subraya Jean Franco:

En ciencias sociales, por ejem plo, en vez de dar recetas sobre América Latina, se nota cada vez más un cuestionamiento del papel que han desempeñado estas disciplinas al crear los protocolos de un discurso sobre América Latina. Ultimamente se han publicado una serie de libros - Under Nothern Eyes, de Mark T. Berger, Encuentros cercanos con el Imperio. Escribir la historia cultural de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, de Joseph LeGrand y Ricardo Salvatore, Beneath the United States. A History ofU.S.Politicy toward Latin America, de Lars Schoultz- que, de cierta manera, corresponden a la política de disculpa y apología que hoy en día es la respuesta común y corriente a las injusticias históricas. En antropología, una disciplina que estaba muy ligada a la política externa norteamericana, la autocrítica de los métodos empezó hace mucho, dado que

A horne, op. at., p. 129.

Chamberley, “Magicking the Real: Paradoxes of Postmodern Writing’ , cn I . McCaftery (ed,), Ibstmoderti :u°n: A Bio-Bibliographical Guide, N ew York-W estport-Londres, Greenwood Press, 1%*), pp. 5-21.

J J ol*r Stone, A flag for sunrise, N ew York, Knopf, 1981; Paul Theroux, The Mosquito Coast, Boston. Houghton ‘ Win, 1982; Margaret Atw ood, Bodily Harm, N ew York, Simon and Schuster, 1982; 1. Coraghessan Boyle,

k Artilla Curtain, New York, V iking, 1995.

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en esta disciplina se sentía notoriamente el impacto de la guerra fría, que, según Laura Nader, afectó el financiamiento, la crítica, la libertad académica, las especialidades regionales, los métodos de investigación y, de hecho, la manera en que los antropólogos estudian lo que estudian. Com o resultado de la autorreflexión sobre sus propios métodos, se produjo, según James Clifford, “un cambio tectónico” en la disciplina (...). En literatura, Reading North by South, de Neil Larsen, Against Literature, de John Beverly, y en los cursos sobre estudios culturales, libros y ensayos de Román de la Campa, y de Alberto Moreiras, publicados en los Estados Unidos, se encuentra la misma tendencia autocrítica.Estas reflexiones hubieran sido imposibles hace treinta años. Registran la penetración, hasta en las disciplinas más pragmáticas, de teorías del discurso y el desconstructivismo, a la vez que constituyen intentos de restitución.49

Tras la última línea del prólogo, a renglón seguido, se lee la firma: “Gabriel García Márquez” y debajo dos especificaciones: “Cartagena de Indias, 1994” . La modalidad solemne del yo-aquí- ahora de esta firma, con la mención del toponímico y una fecha que evoca la compleja temporalidad de la escritura, tendría que funcionar como garante de la enunciación del texto al relacionarlo con una instancia unificadora de emisión. Sin embargo, no corresponde sólo a la tradicional garantía de autenticidad, funciona propiamente como una contra-firma autentificado/a, como lo mostró Jacques Derrida respecto a las firmas de prólogos y contratos.30 Al haber sido estampada aquí tiene dimensiones de meta-enunciación: incluye también la firma del texto reescrito y apela al lector, a su lectura autentificados, como acto de contrafirmar, de manera que el texto no se cierra sobre sí mismo.

IV

Un prólogo, en cuanto tipo de texto particular, suele ser escrito de común y corriente después de la redacción definitiva del texto al que introduce, pretendiendo sin embargo ser leído antes que ese texto principal. En su condición de paratexto, el prólogo de Del amor y otros demonios persigue, como lo precisa Gerard Genette sobre los prólogos en general,51 por lo menos dos objetivos mínimos: mover a la lectura del texto ficticio al que antecede, y asegurar de algún modo una lectura adecuada de él. ¿Las maneras de conseguirlo? Mostrar a los lectores, quienes saben que los prólogos en principio se tiende a no leerlos, pero que ese prólogo preciso lo leerán indefectiblemente: 1. pof qué debe leerse Del amor y otros demonios; y 2. cómo podría (cómo debe) leerse la novela. Dar solución a ese por qué es de por sí, para cualquier prólogo, tarea muy delicada: el prólogo debe valorizar el texto que introduce sin ser impertinente; sin caer, por ejemplo, en una valoración muy obvia del autor. Una de las estrategias para ello, consagradas tradicionalmente, presupone por eso

' Jt:,m Franco. ‘D iálogo de sord os’ , en l a jomada semanaL M exico, 23 de agosto de 1998.

U ujues Derrida, Marges - de la philosophic, Paris, Les Editions de M umie, 1972, pp.

< r.mi < .enctre, Seuth, Paris, l es Editions de M inuit. 1987, p. 18 *4.

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11(, rodeo que señala también Cícnctic: valorizar de manera directa el teína para así valorizar indirectamente el texto. En la edad clásica se insistió en el carácter tradicional, en la antigüedad manifiesta de los temas, como garantía incontrovertible de calidad. El señalamiento de antecedentes en el tratamiento del tema o de la respectiva materia tratada, con la construcción de genealogías nobles, exhibidas como antecedentes autoritativos, obedecía a esas demandas. De manera subliminal, al nivel retórico del prólogo, la inventada continuidad entre una (inexistente) leyenda y la novela que enseguida se va a leer, se ajusta a ese mecanismo valorizador.

Por otra parte, la alternativa m oderna a estas estrategias de valorización para justificar por qué debe leerse el texto que viene a continuación, puso el acento, multiplicando las manifestaciones de modestia, en expectativas de innovación, de sorpresa, en términos estéticos, junto al establecimiento con el lector de un contrato -con dición sine qua non- de veracidad. Las bases de éste solían ajustarse, sin embargo, a presupuestos prem odernos: dado que el historiador se reclamaba por entonces de sus calidades de testigo presencial, de su observación directa de los hechos, el novelista debía afirmar que los acontecimientos que luego pasaba a relatar habían sucedido realmente. En el caso del prólogo, a pesar de autentificarse la veracidad del acontecimiento constituido por el hallaz­go de la cabellera maravillosa, el contrato que rige la lectura es de otro tipo. Desde Walter Scott y los prólogos apócrifos o firmados con pseudónimos que escribió para sus propias novelas históricas, se hizo ritual obligatorio, para tranquilidad del lector y como elemento central del pacto de veracidad que establecía con él, indicar cuáles habían sido las ‘fuentes’ consultadas. La edición de 1842 de Le manuscrit de Dom Adson de Melk, traduiten français d ’apres l ’édition de Dom]. Mabillon, que cae en manos de Umberto Eco al comienzo de su prólogo de II nome della rosa, habría sido impresa -¿por quién, si no, podía serlo?- por una conspicua editorial: Presses de L’Abbaye de la Source. Se ha pasado del problema del siglo X IX para la recién establecida historiografía científica’, la crítica de las fuentes’, y de la crítica posmoderna a la noción de ‘fuente’, como valor autoritativo de verdad, al juego con ella. La ‘fuente’ veraz apologizada en el prólogo es la ficticia leyenda.

A esto se añade otro desplazamiento. Las cuestiones que atañen en el prólogo al cómo leer, se ajustan a dos estrategias. La primera se apoya en el contenido de la historia relatada en el prólogo: leerla es ya de por sí ejercitarse en un tipo de lectura para la que el acontecimiento maravilloso resulta inserto, sin mayores problemas, en los avatares de la vida cotidiana (el aprendizaje del abeád oficio por parte de un reportero), a la vez que puede remitir al entramado de una larga historia reprimida (aquella consignada en la leyenda oral esclava). La segunda estrategia supone el desdoblamiento, duplicación y deconstrucción de esa primera lectura, en función de las señales esparcidas en el tato ficticio acerca de su carácter de reescritura de un pretexto, de manera que la intertextualidad ^determinante en su constitución. A ambos niveles el prólogo resulta un ejercicio práctico de la lanera como se puede leer el texto de la novela.

Finalmente, al lado de las cuestiones de función retórica, y de autoridad y poder de la narrativa, HU(-‘ se elaboran en el prólogo de Del amor y otros demonios, hay otra problemática cuyo tratamiento debe retenerse. Se trata de aquélla que condujo al replanteamiento general de lo que hasta bien Pasado el medio siglo seguía llamándose, con una inflexión norman vista de los preceptos horacianos ^deleitar e instruir, las 'funciones sociales’ de la literatura: la del deseo. La tópica del deseo y la Ucsttón del deseo como fuerza motora de la narrativa son puestas abiertamente en escena en el

Mogo de la novela, con una inusitada, morosa e irónica delectación. La historia relatada en el pró- °8° constituye así una necesaria repetición, ahora abiertamente teatralizada. La narración cumple

r

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un rito terrible, siempre indispensable en las novelas de García Márquez, y lo cumple mostrando que lo está haciendo: la narración construye una cripta,* el relato produce literalmente un enclave, aislado del espacio-tiempo general. Lo hace para poner allí, para poder reencontrar allí, para que allí viva un ser muerto (amado) que no puede m orir y que es reemplazado por el ‘cadáver’ que hay siempre al com ienzo de sus novelas.52 El poder del relato consiste en (de)volvérselo a la vida; el conflicto libidinal sepultado en la cripta lo mantiene en vida durante la narración, entregándolo a los lectores, a sus vidas, asegurándose que seguirá viviendo. De manera que ese conflicto libidinal preside (prescribe) esta ceremonia de tan pavorosa violencia.

El narrador García M árquez, a impulsos del deseo regido por una tópica particular, debió repetir de libro en libro la ceremonia, debió poner en la cripta construida por él un muerto-vivo, que siempre es metáfora del que habita la cripta original y que da lugar al relato. En el prólogo de Del Amor y otros demonios por vez primera esa cerem onia es tematizada y puesta en escena com o pane de un juego consciente. El habitante de la cripta es “la cabellera viva de un color cobre intenso” de Sierva M aría de Todos los Ángeles. La edificación misma de la cripta - la escritura del prólogo- tiene un objetivo mayor que guía toda la operación: materializarla para abrirla a la fuerza. Gracias a la resurrección así asegurada, se pone en marcha la narración: gracias al inagotable contenido (m ítico) libidinal que sigue encerrado en la cripta (original), entra en m ovimiento la máquina maravillosa de la narración. Cuestiones que tocan con construcción de autoridad cultural, interacciones entre culturas y literaturas, correlaciones geopolíticas, controles y dinámicas económicas, se articulan en la producción cultural que tiene lugar en la actividad del lector con el texto. El m om ento de la producción cultural pasa a residir en su lectura.

>

* Se refiere a la teoría psicoanalítica de la cripta desarrollada por Nicolás Abraham y M aría Torok. Significa un duelo fallido cuyo o b jeto permanece sepultado en el cuerpo. Le tvrbier He l'homme aux loups, París, Aubier - Fam m arion. 1974 (N . del E .) .

52 Carlos Rincón, “T h e Peripheral C enter o f Postm odernism : O n Borges, García Márquez, and Alterity”, en J . Beverley, J . O viedo y M . Aronna (eds.), The Postmodernism Debate in Latin America, D urham -Londres, Duke

U n iv ersity Press, pp. 2 2 3 - 2 4 1 , 1 9 9 5 , pp. 2 3 0 -2 3 1 .

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Metáforas y estudios culturalesCarlos Rincón

En el curso de la conferencia internacional “Cultural Studies Now and in the Future” en abril de 1990, Stuart Hall hizo una exposición con abiertos propósitos autorreflexivos. La parte principal de su intervención la desarrolló a manera de revisión retrospectiva. Esta estrategia le proporcionó los argumentos para enfrentar su tema: el proyecto de los Cultural Studies com o práctica, su posición institucional, la centralidad o marginaJidad de sus practicantes como intelectuales críticos. Consiguió así formular un diagnóstico de lo que era entonces el ahora del proyecto de los Cultural Studies, y bosquejar un pronóstico acerca de su posible futuro. La revisión la introdujo con estos términos:

Quiero volver atrás, al momento en que se ‘hizo la apuesta’ en los Cultural Studies, al momento en que con las posiciones había algo en juego. Este es un camino para abrir la pregunta sobre la worldliness (el lado material, terrestre) de los Cultural Studies, para utilizar un término de Edward W. Said. No pongo aquí el acento en la connotación secular de la metáfora, sino en el lado material, terrestre, en la mundanidad de los Cultural Studies. 1

1 Stuart H all, “Cultural Studies and it’s Theoretical Legacies”, en L Grossberg, C . N elson y P.Trcchier (eds.). Cultural Studies, N ew York, London, Routlcdgc, 1992 , p. 2 7 8 .

157

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Luego Hall formuló la siguiente declaración:

Pongo el acento en lo ‘sucio’ del juego semiótico, si así puede decirse. Intento sacar el proyecto de los Cultural Studies del aire puro de significado, textualidad y teoría para devolverlo a algo chocante, abyecto. Esto envuelve la difícil tarea de investigar algunos de los cambios de orientación teórica o momentos de los Cultural Studies.2

N o es difícil percibir la ambivalencia de este enunciado, dentro del propósito autorreflexivo que anima la exposición de Hall. ¿A qué viene esa formulación acerca del intento de hacer retornar los Cultural Studies de un espacio enrarecido a otro que sería más primordial? Si se la aísla, puede leerse com o distanciamiento frente a una dirección que tiende a imponerse, con la que no se siente cómodo, pata optar en favor de un retomo de los Cultural Studies a otro modelo que, paradójicamente, resulta más prístino por su contaminación. Es cierto que la frase final y, sobre todo, el desarrollo de la revisión retrospectiva, los resultados que proporciona, neutralizan la ambigüedad. En la reconstrucción propuesta por Hall, el proyecto de los Cultural Studies incluye, además de su problemática inicial, y ju nto con la expansión de la cuestión del poder - “política, raza, clase y género, subyugación, dominación, exclusión, marginalidad, altcridad, etc.”- , y la consideración de lo personal com o político, la subjetividad y el agenciamiento, también las cuestiones del texto en sus afiliaciones y de la textualidad com o lugar de representación y resistencia. Para ser más precisos en lo que a este último punto se refiere, del encuentro de los Cultural Studies con el estructuralismo, la semiótica y el posestructuralismo, Hall desprendía estos avances teóricos:

la importancia crucial del lenguaje y de la metáfora lingüística para cualquier estudio de la cultura; la expansión de la noción de texto y textualidad, pero como una fuente de sentido y como lo que escapa de y pospone el sentido; el reconocimiento de la heterogeneidad, de la multiplicidad del sentido, de la lucha por cerrar arbitrariamente la infinita semiosis más allá del sentido; el reconocimiento de textualidad y poder cultural, de la representación misma, como un lugar de poder y regulación; de lo simbólico como una fuente de identidad”.3

Es en esos términos com o el proyecto de los Cultural Studies podía pretender, según la exposición de Hall, dar cuenta de fenómenos y procesos contemporáneos de manera más cabal que las descripciones sociológicas, etnológicas, de la economía, la antropología, la crítica literaria o la teoría del arte acerca de ellos, sin excluirlas.

•’ Ibíd. Cfr. igualmente. L. Grossberg, “Identity and Cultural Studies: Is T h at all T here Is?”, en S. Hall y P. du Gay (eds.), Questions o f Cultural Identity, London, Thousand O aks, N ew D elhi, Sage Publications, 1 9 9 6 , pp.

8 7 - 1 0 5 .

5 Stuart H all, “Cultural Studies and its Theoretical Legacies”, op. cit., p. 2 8 3 .

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¿Qué ciase de desafío —y p.ira qué instancias— pueden constituir en América Latina los estudios culturales? ¿Cuáles son las nuevas perspectivas que vienen a ofrecer sobre las culturas de América Latina contemporánea, más allá de los resultados de las formas de análisis cultural que habrían practicado las disciplinas establecidas? La búsqueda de caminos para solucionar esos interrogantes parte aquí de dos premisas. A su escrutinio están dedicados los numerales siguientes (II y III). Sil resultado es el loteo de un campo de trabajo, vinculado de manera directa con el tipo de cultura teórica propia de América Latina en la mayor parte del siglo que concluye, y con el debate actual de las Cultural Studies. Se trata del examen del instrumentarlo conceptual, hoy disponible, comenzando precisamente con algunas metáforas que, ante la defección del aparato conceptual tradicional frente a las nuevas prácticas culturales, han adquirido valor epistemológico. A partir de la comprobación del (mal del rechazo aporético de las metáforas en el análisis cultural se estudia entonces, en los apartes siguientes, el rendimiento de una metáfora clave. Ésta resulta revestida en la actualidad de función conceptual, tanto para el desciframiento de las prácticas de apropiación y circulación cultural como en la representación de esos procesos en discursos específicos: hibridación, su genealogía (IV) y funcionamientos (V).

II

Premisa inicial: la desazón afectiva que despiertan todavía los estudios culturales, vistos como provocación entre amplios sectores académicos e intelectuales en América Latina o que se ocupan de ella, no tiene que ver sólo con las problemáticas, campos de objetos, estrategias investigativas, estilos intelectuales asociados a ese proyecto. N i tampoco depende de modo primordial de situaciones disciplinarias propiamente dichas. M e refiero, en el terreno de las humanidades, a la situación creada con el ascenso incontenible de los medios electrónicos, el ocaso de los intelectuales públicos, el fin del puesto hegemónico de la literatura frente a otras prácticas culturales, la pluralización abrumadora de las fuentes por considerar, la erosión y problematización de los cánones nacionales de las literaturas, la disolución de los límites de las disciplinas que tuvieron a su cargo la literatura o las artes plásticas.4 M e refiero, en el caso de las ciencias sociales duras, a la manera como manejan desde hace años sus agobiantes crisis. Por una parte, a la imposibilidad en que se encuentra la sociología en sus formas empírico-analítica, interpretativa y de análisis crítico, como pretendida ciencia social sistematizante y generalizadora, que excluyó de su enfoque de la modernización el estudio de la cultura, de salir del pantano en que está desde el final de la guerra fría; y mucho menos de recuperar, en el análisis del cambio social, político y cultural, el potencial crítico que jugó y perdió, al revelarse sus presupuestos no sólo insuficientes sino falsos.5 Y a la manera, por otra parte,

4 Cfr, Mabel Morafia (ed.), “Crítica cultura y teoría literaria latinoamericana , en Revista Iberoamericana, 1996, PP' 176-177; Carlos Rincón 6c Petra Schum m (eds.), “ La crítica literaria hoy. Entre las crisis y los cambios: un nuevo escenario", en Nuevo texto crítico, 1995, pp. 5-10.

La reciente polémica chilena sobre el final de la sociología muestra la timidez del diagnóstico de Enrique Goneariz

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com o la antropología, con su institucionalización latinoamericana en organismos y programas estatales volcados hacia la administración indigenista, no pudo seguir el cam ino marcado por críticas ‘radicales’, formuladas desde 1973: Autocritique de la science (Jaubert & Lévi-Leblond), Le dair et Vobscure (Delfendahl), Le miroirde la production (Baudrillard), para pasar al escrutinio de alteridades, relaciones y diferencias culturales, sino conformarse con el derrotero señalado también en ese mom ento por Claude Lévi-Strauss:

la antropología no sobrevivirá más que aceptando perecer para renacer bajo un nuevo aspecto (...) allí en donde las culturas indígenas tienden a desaparecer físicamente (...) la investigación se continuará de acuerdo con las vías tradicionales.*

C on gran dificultad se concede hoy que a la antropología latinoamericana podría concernirle en algo el doble punto de partida de la disciplina en su reorientación de acuerdo con la teoría de la significación: la quiebra de la autoridad etnográfica de la antropología cultural, y la consideración de las etnografías -la s representaciones de alteridad cultural producidas por la escritura de los etnólogos- com o textos.7

Si el motivo de las reacciones afectivas no reside, empero, en rasgos adjudicables a los estudios culturales ni depende ante todo de situaciones de crisis disciplinarias conocidas, ¿por qué puede percibírselas como provocación? Pienso es menester dirigirse más bien en otra dirección: considerar las predisposiciones intelectuales propiamente dichas. Son ellas tal vez las que dan ocasión a esas notorias reacciones afectivas, y por eso esta situación particular, compartida de manera amplia, puede constituirse en punto final de una historia que así resulta factible interrogar: la de una específica cultura teórica moderna surgida a partir de los años veinte com o constitutiva de la modernidad periférica en América Latina. Desde el punto de vista de los estudios culturales, se puede comprobar entonces que ideologemas, discursos y estilos intelectuales propios de esa cultura teórica, han llegado al límite de su rendimiento cognoscitivo y político.

La segunda premisa tiene alcance estratégico. Sirve aquí para situar un propósito analítico: definirlo más com o campo de trabajo que com o tema. Para am ojonar sus linderos es necesario referirse a la situación presente de los CulturalStudies-estudios culturales: al lado del afianzamiento

M orcga y Jorge Vergara Estévcz, La crisis teórica d e la sociologia latinoam ericana. Una investigación-reflexión, Santiago de C h ile, F N IC T , s .f.6 C laude Lévi-Strauss, Anthropologie Structurale II, Paris, Plon, 1973 , p. 70 .

* C laude Lévi-Strauss, Anthropologie Structurale II, Paris, Plon, 1973 , p . 70 .

; Jam es C lifford y Georges E. M arkus (cds.), Writing culture: The Poetics and Politics o f Ethnography, Berkeley, U niversity o f C alifo rn ia Press, 1 9 8 6 ; G eorg e E . M arkus (ed .), Rereading C ultural Anthropology, D u rham , L ondon, D uke University Press, 1992 .

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de m itos fundadores, historias pías y propósitos de responder a la pregunta what is-quéson los estudios culturales,8 se intenta asumir su debate interno y las críticas hechas desde el exterior, para retratar a los estudios culturales en el acto de reinventarsc a sí mismos.

El primer desarrollo puede especificarse a partir de las preguntas siguientes: 1. ¿con qué concepto de cultura operan los Cultural Studies^ 2. ¿cómo definir su campo de estudios y qué actitud tienen ante los conflictos?; 3 . ¿a qué niveles de la actividad cultural se sitúan los intereses cognoscitivos y se definen sus métodos? Se le reconoce representatividad y pretensión programática al panorama propuesto por Cultural Studies as Critical Theory (1993). El concepto de cultura que se desprende de la argumentación desarrollada por Agger en ese libro, parte de un presupuesto básico: el rechazo de la estratificación cultural, de la oposición binaria high-low, dominante hasta hace unas décadas en el debate y en las investigaciones sobre cultura. Se trata, más propiamente, de la elaboración de un concepto expansivo y no sólo ampliado de cultura, en el viejo sentido antropológico de la diversidad cultural: la visión de la cultura com o dimensión expresiva de la vida cn común y serie de artefactos y símbolos empíricamente inventariable y dasificable. Determinada com o modo de vida de un pueblo, cn la línea de Raymond W illiam s, la concepción de cultura de los Cultural Studies resulta por eso reacia a la idea de valores absolutos. D e allí también la legitimación y politización - convertida por una tendencia ‘populista’ cn celebración- de la cultura popular producida industrialmente, que dejó así de ser considerada simple epifenómeno o vehículo ideológico de mistificación. En ese marco, d reconocimiento de la socialización de sus propias identidades a través de los medios y de las comunicaciones, pertenece a la autocomprensión tácita de quienes practican los Cultural Studies (en últimas: “A m í me gusta más la T V que la literatura”). El fin de la idea de la cultura com o sistema unitario, cerrado o fijo va emparejado con la consideración de la cultura como proceso, sujeto a dinámicas de surgimiento y renovación. Es por eso mismo que si, com o lo consideraba hace casi dos décadas Hall, los Cultural Studies emergieron “as a distinctive problematic” a mediados de los años cincuenta, en el m om ento en que se disolvía la cultura tradicional de la English Working Class y despegaba una amplia expansión del sistema educativo inglés,9 la investigación y la anticipación del conflicto les pertenece, tal com o les fue inherente el concepto de clase. La idea de conflicto aparece regida, a su vez, por la concepción de las relaciones cara-a-cara o de las significaciones sociales com o producto de las interacciones humanas. La generalidad de las manifestaciones de la vida social, ahora ‘culturalizadas’, constituye su campo de interés, carente por eso de diferencias zonales. Producción, distribución y consumo o, en otros términos, inserción, mediación y recepción de representaciones culturales, a todos sus niveles, resultan entonces susceptibles de abordajes interdisciplinarios, guiados por criterios epistemológicos que se proclaman relativistas y eclécticos. Por ello mismo John Fiske puede destacar este rechazo, com o determinante para los Cultural Studies:

* Cfr. Tony Bennet, “O u t in the open: Reflections on the History and Practice o f Cultural Studies’*, en Cultural Studies, 10 , 1, 1 9 9 6 , pp. 1 3 3 -5 3 .

9 Stuart H all, “C ultural Studies-Two Paradigms", en T . Bennet, G . M artin , G . M erccr y J . W oollacott (eds.), Culture, Ideology an d Social Process, London, O pen University-Batsford, 1981 , p. 19.

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producir o aceptar criterios para definir sus límites o su centro: el campo no está formalizado, su topografía se encuentra lejos de haberse fijado, de manera que dentro de él cualquier posición puede llegar a ocupar un espacio más elevado o más central queotros.10

En cuanto a los intentos de balance, debe destacarse que los más ambiciosos tienen su punto de partida en el cam po, acremente disputado, de los estudios de la com unicación. Se trata de aquél que, acoplado o com o pane de una primera definición de subáreas de los Cultural Studies, galvanizó en los años ochenta el interés hacia éstos por parte de las fundaciones y las corporaciones en Estados Unidos. El trazo de la crónica de la internacionalización de una academic enterprise que ha llegado a los cuarenta años, ha permitido establecer divergencias en genealogías, presupuestos, categorías analíticas y, sobre todo, desarrollos cuyo desciframiento exige la consideración de procesos culturales y políticos particulares. Ya al simple nivel de las teorías y los métodos, un desarrollo com o el inglés, que partió del rechazo del canon literario rígido de la great tradition cultivado en los estudios de F. R. Leavis y sus seguidores, para cumplir un recorrido que induyó “fenomenología, etnometodología, el estructuralismo de Lévi-Strauss, Althusser, Gram sei, posmarxismo, psicoanálisis y otras líneas de la teoría literaria francesa, posmodernismo y, más recientem ente, la política de identidad, poscolonialismo y posnacionalismo”,11 muy poco puede coincidir con arqueologías e historias argentinas, peruanas, brasileñas o colom bianas. En todo caso, se imponen en esos balances com probaciones de diverso orden. D e un lado, “es claro que la era de expansión de los Cultural Studies de la pasada década ha terminado”,12 y que los *íCultural Studies se encuentran en estado de transición”.13 Por otro, aunque el eje anglo-norteamericano tiene relevancia principal, se consigna respecto a su práctica en Australia y América Latina, que Ma mediados de los años noventa el hemisferio sur es el lugar de lo que se puede llamar emergent alternative’ Cultural Studies'

Son tres las fuerzas principales que moverían actualmente a que se revalue y se reinvente el proyecto de los Cultural Studies.

La primera es la alta visibilidad de los Cultural Studies, la consecuencia de su avance internacional, institucionalización académica y colonización disciplinaria a través de la proliferación de asociaciones profesionales, conferencias, celebridades teóricas, revistas y textos. La segunda fuerza deriva de la inclinación de los estudios culturales hacia una

10 Jo h n Fiske, “D ow n under Cultural Studies”, en Cultural Studies, 10, 2 , 1996 , p. 3 7 0 .

“ M arjo rie Ferguson y Peter G o ld in g , “C u ltu ra l Studies and C h an g in g T im e s: An In trod u ctio n ”, en M . Ferguson y P. G olding (eds.), Cultural Studies in Question, London, Thousand O aks, New D elhi, Sage Publications,1 9 9 7 .

12 Ib id ., p. xviii.

13 Ib id ., p. xxvi.

14 Ibid p. xvii. Acerca de los “emergent alternative’ studies" se remite, entre otros, a K .-M . C h en , “N ot yet the Postcolonial Era: T h e (Super) N ation -State and Transnationalism o f C ultural Studies: Response to A ng and S tratton”, en Cultural Studies, 1 0 ,1 , 1 9 9 6 , pp. 17 -70 .

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pedagogía de infinita plasticidad, con intereses que incluyen, aparte de su propia historia, género y sexualidad, constitución de la nación e identidad nacional, colonialismo y poscolonialismo, raza y etnicidad, cultura popular y audiencias, ciencia y ecología, políticas de identidad, pedagogía, las políticas de estética y disciplinariedad, instituciones culturales, discurso y textualidad, lo mismo que “historia y cultura global en una época posmodema”.15

La tercera fuerza que empuja a los Cultural Studies por la senda de la revisión, proviene directamente de la crítica externa.16 Dentro de ella, junto al lamento por parte de algunos sociólogos de lo poco que tiene que decir su disciplina acerca de la cultura y el arte, se incluye la preocupación por la preponderancia en Estados Unidos de los enfoques sobre género, sexualidad y raza, en detrimento absoluto de las cuestiones clasistas. Pero más que las observaciones críticas de historiadores y socio-psicólogos, y del diferendo entre economía política y Cultural Studies, hay un desencuentro cn su reciente trayectoria que también merece ser tomado en cuenta. Los propósitos de hacer de la etnografía posmodema “fuente de correctivos metodológicos” para los estudios sobre consumo de productos de los medios electrónicos, cristalizaron cn el mismo m om ento en que se afirmó en antropología el abordaje textualista.17 Es precisamente en este último punto, en la orientación proporcionada por textualismo, estrategias discursivas, prácticas significantes narrativas y metáforas, representación y significaciones polisémicas, en donde parece residir el núcleo de los debates internos.

Crítica externa y debate interno coinciden entonces, por una parte, en el enfoque sobre cuestiones relativas a la dim ensión política de los Cultural Studies y, por otra, sobre problemas de método, motivación y significado. La crítica a los enfoques ‘populistas’ de las relaciones entre cultura y poder, desplegados en el análisis de los medios masivos y el consumo cultural, no se contenta con considerarlos políticamente problemáticos. Darían ocasión, incluso, a que los Cultural Studies, se vean en dificultades de legitimación, por la adopción de un modelo de política contemporánea ajustado a la lógica del capitalismo y, de manera más fundamental, por su “irónico retiro de la política per seV s O tros señalamientos, cn particular sobre la pérdida de energía e innovación de los Cultural Studies, están vinculados obviamente a la institucionalización de su campo de trabajo. Por otra parte, en estrecha relación con la revisión de lo que se critica com o insuficiencias en el análisis de las relaciones entre placer, resistencia y poder, entre lo popular-masivo y lo político, se encuentra la coincidencia en la revisión de cuestiones de método propiamente dichas. Se la intenta no a nombre de una pretensión sistemática general sino, más bien, de exigencias de rigor que tienen una valencia precisa: la cuestión del textualismo no es técnica, filosófica o de lógica interna de un programa investigativo sino, simplemente, política. Las críticas, basadas sobre argumentos epistemológicos, pueden resumirse

15 Cary N elson, Paula A. Treichler, Lawrence Grossberg, “Cultural Studies: An Introduction", en C . N elson, P. A .Trcichler y G rossberg (eds.), Cultural Studies, New York, London, Routledge, 1 9 9 2 , pp. 18 -22 .

16 M arjorie Ferguson y Peter G olding, op. cit., p. xxii.

17 C fr. David M otley, “T heoretical O rthod oxies: Textualism , C onstructivism and the ‘N ew Ethnography’ in Cultural Studies”, en M . Ferguson y P. G old ing (eds.), Cultural Studies in Question, op. cit, pp. 1 2 8 -1 3 7 .

18 M arjorie Ferguson y Peter G olding, op. cit., p. xxiv.

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como sigue: 1. con el textualismo, las actividades culturales resultan transformadas en textos qUe I

deben leerse, en lugar de ser consideradas en términos de instituciones o actos por analizar”; 2. I

trabajos inspirados por el textualismo presentan un elevado grado de ‘teoricismo’ anti-empirista 1

que les resta utilidad y mérito; 3. el textualismo ha acarreado “una forma de análisis altamente I

dependiente de metáforas”. En su argumentación a propósito de este último punto, Ferguson y I

Golding manifiestan: 1

Ahora bien, como Hall nos recuerda, “las metáforas son algo muy serio. Afectan nuestra 1

práctica” (“Cultural studies and its Theoretical Legacies”, en: L. Grossberg, C. Nelson, IP. Treichler eds. Cultural Studies, op. cit., p. 282). Pero la metáfora, como segundo orden 1

construido, sin el cual ninguna forma de análisis es posible, es diferente de la metáfora |

por mero gusto, la sugestiva semejanza de realidad pero no su construcción analítica I(...) Ciertamente, el uso de metáforas físicas y temporales es siempre apabullante; las 1

infinitas dificultades acarreadas con la contradictoria adopción y exposición de la noción i

de esfera pública, de Habermas, es un caso que sirve de ejemplo. El análisis con metáforas 1

plantea excepcionales problemas dentro de los Cultural Studies, precisamente por dejarse i

llevar de manera inquietante hacia el teoricismo e idealismo antes anotados.19 1

La necesidad de encontrar explicación a reacciones de rechazo y bloqueo para la recepción de 1

los estudios culturales, condujo a proponer una primera hipótesis sobre predisposiciones intelectuales i

unidas a la tradición de la cultura teórica, constituida dentro de la trayectoria y el perfil que ]

adquiere la modernidad periférica de las sociedades latinoamericanas. Sin embargo, la formulación I

de esa hipótesis apenas abre la posible respuesta. Es necesario establecer qué predisposiciones están

en juego, es decir, cuáles llevan a esos efectos contraproducentes. Pues tal como no se trata

simplemente, en esos rechazos, de repetir que serían sólo una nueva moda académica importada, ni

de las consecuencias prácticas que conlleva en la vida universitaria el desafío teórico de los estudios

culturales,20 lo determinante no podría ser tampoco la reserva ante el recurso, en la determinación

de procesos y fenómenos culturales, a la translación figural de sentido ni al pensamiento por

imágenes valorativas. Rasgo dominante de esa cultura teórica ha sido, precisamente, su basamento

en metáforas para determinar, en la intersección de una serie de prácticas discursivas, su concepto

de cultura, teorizar sujeto e identidad, o construir el cuerpo y la nación.

El propósito de hacer del análisis de las metáforas epistemológicas un campo de trabajo, como j

parte de una fase de reflexión intensiva de investigación básica, paralela a las ofertas de innovación j

extensiva de los estudios culturales, implica poner en cuestión una reducción hermenéutica del j

trabajo interpretativo. Su asimilación a la práctica de la identificación y transmisión de sentido cede j

el paso a los interrogantes sobre las condiciones de posibilidad de sentido y las condiciones sensibles i

de la percepción. Por otra parte, el campo de trabajo gana atención por dos razones. En primer j

Ibid., p. XXII.

A manera de contrapunto, ver John Stratton y Ien Ang, “On the Impossibility of a Global Cultural Studio.

British C.ultural Studies in an ‘fniernarionar Frame*, en D. Morley y Kuan-Hsing Chen (eds.), Stuärt '

(,ritual IHalagues in ( .ultural Studies, London, New York, Rou fledge, 1996, pp. 361-91.

¡M

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lugar, con su examen se puede establecer por qué ha dejado de funcionar la semejanza, asumida largamente com o identidad imaginaria, en metáforas que hasta hace poco representaron papel paradigmático, para producir complejas edificaciones conceptuales, adelantadas por las prácticas discursivas en que se basaban las articulaciones del saber sobre las culturas latinoamericanas. Hasta el punto, por ejemplo, que “el concepto de mestizaje” resulta hoy, para A ntonio Cornejo Polar, “el que falsifica de una manera más drástica la condición de nuestra cultura y literatura”.21 Y en segundo lugar, permite enfocar en estadio emergente los fenómenos y procesos culturales que se plasman y toman forma con ayuda de esas nuevas metáforas. Porque en la fase de sedimentación cognoscitiva en que se encuentran, a la vez que movilizan un potencial imaginario que estimula la creatividad discursiva, su eficacia para describir y dar cuenta del carácter y la com plejidad del cambio global actual, reside en designar procesos más que en fijar resultados.

Quedan por definir principios de elección, nivel de análisis y elementos que serían de relieve, y métodos propiamente dichos. Para esto debe tenerse en cuenta que en el curso de los años ochenta pasó a primer plano, en distintos terrenos del análisis cultural, la pregunta por las formas de apropiación y circulación de cultura. N o tiene por qué extrañar entonces que muchos de los nuevos planteamientos provengan de lo que fue el mundo colonial o de su estudio. D urante mucho tiempo, los problemas de la apropiación cultural sólo tuvieron papel secundario en la ciencia de los países industrializados. Allí en cambio, en donde los problemas de la colonización cultural pertenecen a las interrogaciones centrales de las ciencias humanas y sociales, ha tenido lugar un salto adelante en el conocim iento, que ha dado también nuevos impulsos en Europa y Norteamérica. Las perspectivas de la apropiación y la circulación pueden entonces proporcionar un criterio para la selección de las metáforas por estudiar. Perspectivas arqueológicas y genealógicas, de historia de los conceptos, e historia de la cultura y de la imaginación científica tal vez sean pertinentes para este tipo de investigación.

Destacar en el caso latinoamericano la doble genealogía que tiene la metáfora de la hibridación dentro del debate teórico-cultural contem poráneo, obliga a relacionar las predisposiciones intelectuales de nuestra cultura teórica, con los procedimientos con que desde los años veinte fue controlada la producción, selección, organización y redistribución del discurso americanista que articuló la metanarrativa eufórica del mestizaje. Pues los procesos de control discursivo para el despliegue sin problemas de esta narrativa identitaria, permiten conectarla con aquellos que movieron, todavía al acercarse los años ochenta, a subrayar la absoluta especificidad de América Latina, en que seguían insistiendo los cientistas sociales. Esa fijación, incluso en medio del desconcierto detonado entonces entre los intelectuales, y de transiciones y procesos de redcmocratización, tuvo conocidos

21 A ntonio C o rn ejo Polar, “M estizaje e hibridez: los riesgos de las m etáforas. Apuntes”, en Revista d e critica latinoam ericana, 2 4 ,4 7 , 1 9 9 8 , p. 7 .

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resultados paradójicos: se ignoró toda la fase norteamericana del debate sobre el posmodernismo,

en el sentido tipológico del término, incluidos no sólo el debate en arquitectura o artes visuales sino

también el triple papel en él de metaficciones como las de García Márquez y Borges; se desconoció

hasta entrados los noventa el análisis del discurso colonial, con todo lo que hay de metafórico en la

posición poscolonial; no se incluyó en la agenda latinoamericana de asuntos culturales el imperativo

de la conexión en red.22 De manera más general, en su conferencia inaugural del Simposio

“Celebraciones y lecturas: La crítica literaria en América Latina”, realizado en Berlín a fines de 199],

Jean Franco había precisado:

Para mí, es evidente que la crítica literaria tradicional no nos proporciona el lenguaje ni

el método para hablar de la contemporaneidad. Por esto ha sido necesario crear otro

espacio. (...) A pesar de los distintos enfoques y objetivos de investigadores

latinoamericanos y norteamericanos (no puedo por razones obvias hablar de la

investigación europea), veo que los estudios culturales forman una importante zona de

contacto que va a permitir la exploración de algunos problemas teóricos que a mi

parecer no se han abordado todavía en forma adecuada. Uno de estos problemas es el

estatuto de excepcionalidad que ocupa América Latina en casi todos los debates

contemporáneos -sobre la posmodernidad, por ejemplo, sobre el poscolonialismo, y

sobre el feminismo.23

“Tanto en el siglo XIX como a finales del siglo XX Hybridity ha sido un tema clave del debate

cultural”.24 Con estos términos Robert J. C. 'Young adopta un motto que lo autoriza para proceder

a pasar revista a tres estadios de la cuestión de la hibridación, antes de dedicarse a trazar su genealogía

histórica -el tema de su libro-, desde los orígenes’ biológicos y botánicos del término. La forma

como se conceptualiza y la clase de elementos que se transfieren, las posibilidades y límites del

concepto de Hybridity pasan por estas fases: 1. aquélla en donde se incluyen en el siglo XIX

ideologías raciales y debates sobre fertilidad de las uniones interraciales, desarrollados por

monogenistas y poligenistas, en el momento de la expansión colonial; cuando dejan de ser viables

al aceptarse en el siglo XX el principio de la evolución, la teorías racistas asumen sus argumentos y

se los explaya en el tratamiento sexualizado del tema de la atracción y la aversión entre las razas; 2.

el desarrollo desde los años treinta en los trabajos de Michael Bajtin de un modelo que induye dos

formas de ‘linguistic hybridity’, la una orgánica y la otra intencional, paradigma de decisivo alcance

para el análisis de las interacciones culturales; 3. desde comienzos de los ochenta, “the Cultural

Politics of Hybridity”, al trasladar Homi K. Bhabha a la situación colonial la subversión déla

autoridad como dimensión social concreta de la hibridación lingüística que estableció Bajtin, para

n Cfr. Carlos Rincón, Mapas y pliegues. Ensayos de cartografia cultural y de lectura del neobarroco, Santafé de

Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1996, pp. 101-109.

/3 Jean Franco, “El ocaso de la vanguardia y el auge de la crítica”, en C. Rincón y R Schumm (eds.)> Crítica ItterArut

boy. Entre las crisis y los cambios: un nuevo escenario, op. cit.> pp, 11-22.

JA Roberr ). ( . Young, Colonial Desire. Hybridity in Theory Culture and Race, London, New \brk, Routle ge. 1995, p. (y.

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redeifinir Hybridity com o “problema de representación e individualización colonial”. La hibridación del discurso colonial invierte las estructuras de dom inación y com o forma - o estrategia- de la diferencia cultural produce, según Bhabha, con el nomadizarse de las culturas, “una radical heterogeneidad, discontinuidad, la permanente revolución de las formas”.25

D ebe retenerse, además, en cuanto a conceptualización y posibilidades de Hybridity, que haciendo eco de los planteamientos de Bajtin , apoyándose en la semiótica o en métodos del posestructuralismo considerados híbridos, Hybridity se tornó en una categoría corriente desde los años sesenta dentro del debate internacional sobre la arquitectura posmoderna, y en los setenta, en Estados Unidos, en la crítica de arte posmodernista y en los trabajos de los analistas de los medios masivos electrónicos y la vida cotidiana. Se la utiliza para descifrar com o constructos heterogéneos, en donde los códigos se cruzan sin producir mezcla y de acuerdo con innovativas estrategias e intereses, lo mismo modos composicionales, tratamiento de materiales, los agendamientos de formas de significadón y posiciones de sujeto, que los espacios del trabajo artístico. Cuando al acercarse los ochenta comienzan a proliferar las teorías complejas sobre el posmodemismo, dándole al término un nuevo sentido epocal que se agregó al tipológico que ya presentaba, críticos com o Ihab Hassan pueden hacer por eso de Hybridity uno de los aspectos definitorios de la posmodernidad, de sus ‘intermanencias’.26 En sentido sem ejante, del otro lado del Atlántico, W olfgang W elsh invoca a propósito de la Hybridbildung, que es para él una de las líneas de fuerza en el panorama de die Postmoderne, consideraciones de Lyotard al final de La conditionpostmodeme (1 9 7 9 ), para destacar la diferencia entre lo moderno y la experiencia posmoderna de la codificación múltiple.27 Finalmente, dentro del ámbito de los Cultural Studies, Sim on During muestra en la introducción de su Reader el desarrollo que lleva, a partir del uso del término técnico ‘polisemia por parte del “estructuralismo político-psicoanalítico”, al concepto de Hybridity desprendido de él. Son sus mutuas limitaciones lo que subraya: mientras polisemia se refiere a signos aislados, Hybridity nos explica cóm o “textos o significantes particulares están, en pane, ordenados por intereses materiales y relaciones de poder”.2*

El concepto de apropiación designa un tipo de actividad que precede a la problemática del sujeto y del signo. El empleo del concepto de hibridación para designar situaciones de apropiación cultural, y fenómenos y procesos culturales tan disímiles com o los reseñados, hace necesaria, si se quieren alcanzar certezas comparativas, la referenda a los discursos y paradigmas que determinan en cada caso su funcionamiento. En el caso latinoamericano la metáfora de la hibridación está induida

25 H om i K. Bhabha, “T h e C om m itm ent to T h eory ", en New Formations, 5, 1998 , p. 13.

26 Ihab H assan, “Pluralism us in der Postm oderne”, en D . K am per y W. van R eijen (eds.), D ie unvollendete Vernunft: M oderne versus Postmoderne. Frankfurt am M ain , Suhrkam p Verlag, 1987 , p. 162 .

77 W olfgang W elsh, Unsere postm oderne M oderne, W einheim , C H , A cta H um aniora, 1 9 8 7 , pp. 3 2 2 -3 2 5 .

211 Sim on D uring, “Introduction”, en S. D uring (ed.), The Cultural Studies Reader, London, New York, Roudedge, 1 9 9 3 , p. 7 .

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dentro del paradigma de la heterogeneidad cultural,29 en una de sus dos vertientes. Heterogeneidad es, en los estudios literarios en América Latina, una metáfora que ya había olvidado su procedencia desde la química cuando la tomaron, a finales de los setenta, del discurso económico de la teoría de la dependencia. En aquél, la heterogeneidad estructural constituía, com o característica negativa de las formaciones económico-sociales latinoamericanas, un obstáculo para el cambio. Hay, por tanto, dos líneas dentro de la situación teórica de los años setenta, que Cornejo Polar consiguió asumir y reorientar. Una que había sido subterráneamente unificadora, centrada en la problemática del paso de una form ación económ ico-social a otra, en las cuestiones teóricas del salto cualitativo, la continuidad y la ruptura revolucionaria, que había conducido al estado de elaboración que consiguió alcanzar el modelo lógico de la teoría de la dependencia. Dentro de esa línea, en análisis que por ser económicos pretendían ser también sociales y políticos, heterogeneidad formaba pane de juicios de valor acerca de las formaciones económico-sociales latinoamericanas. En la otra, desarrollada por el ensayismo literario, se seguía celebrando como específicas las situaciones de articulación y contacto intercultural, dejadas de lado por la visión en compartimientos estancos de las ciencias sociales, bajo los rótulos del realismo mágico y el neobarroco americano. En una conferencia de 1975, editada en 1981, Alejo Carpentier volvía a recorrer así toda la claviatura: “América, continente de simbiosis, de mutaciones, de vibraciones, de mestizajes, fue barroca desde siempre”.30

C on la form ulación y operacionalización en 1978 de su hipótesis sobre las “literaturas heterogéneas”, Cornejo Polar consiguió construir un modelo estructural que incluyó diversos niveles sociológicos -con tex to social de producción, mundo temático referencial, condiciones étnico- sociales de recepción— de dos subsistemas literarios en el Perú.31 El complejo tejido de experiencias políticas y de reflexiones teóricas en que se formó el pensamiento de José Carlos Mariátegui, lo llevó a considerar las culturas andinas bajo el aspecto de la “pluralidad inorgánica”. Cabe afirmar que ese organicismo negativo se oponía a la visión, tocada de utopismo, del paradigma de la mezcla biológica -y , por extensión, cultural- que postulaba la superación de las oposiciones en lo mestizo com o síntesis trascendente. En tiempos en que frente al uso unilateral e ideológico de la categoría omnicomprensiva de totalidad sólo parecía posible renunciar a ella, en favor de una especie de interpretación empirista del marxismo, C ornejo Polar buscó unir el problema de la objetividad epistemológica con el de la especificidad histórica. C on ayuda de la idea de totalidad contradictoria, inspirada por Lire le Capital pudo seguir afirmando lo nacional como sistema cerrado de relaciones,

” La bibliografía analítica sobre el tema preparada por Birgit Scharlau. M ark Münzel y Karsten Garscha se titula: Kulturelle H eterogeneität in Latinam erika. B ibliographie m it Kommentaren. T ü b in g en , G u n ter N arr Verlag, 1991 . Consultar tam bién Claudius Armbruster y Karing H opfe (eds.), Horizont-Verschiebungen. Interkulturelles Verstehen utuJ Heterogeneität in der Romania. Festschrift fü r Karsten Garscha, T ü b in g en , G u n ter N arr Verlag,1998 , y el subcapitulo “Konzeptionen kultureller H cterogcneitSt", en Reinhold G örling, Heterotopia. Uktüren einer interkulturellen Literaturwissenschaft, M u n ich , W ilh elm F ink Verlag, 1 9 9 7 , pp. 1 5 9 -1 6 8 .

30 Alejo Carpentier, “Lo barroco y lo real maravilloso”, en A. Carpentier, La not>ela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos, M éxico , M adrid. Siglo X X I , 1981 , p. 123.

M A ntonio C o rn ejo Polar, “El indigenism o y las literaturas heterogéneas: su doble estatuto socio-cu ltural", en Revista de critica literaria latinoamericana, 7 -8 , 1978 , pp. 7 -2 2 . Cfr. el dossier preparado por Joh n Kraniauskas, “From the Archive: Introduction to Antonio C ornejo Polar (1 9 3 6 -1 9 9 7 )" , en Travesía. Journal o f Latin American Cultural Studies, 7 ,1 , 1 9 9 8 , pp. 1 3 -3 8 .

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al mismo tiempo que reivindicó la no reconciliación de lo diverso en la coexistencia de diferentes subsistemas literarios dentro de la literatura nacional peruana. Al cabo de una década, la utilidad y pertinencia de la problemática de las literaturas heterogéneas había de conducir no sólo a detalladas descripciones de las formas y mecanismos de hibridación textual, que se dan dentro de complejas redes de discursos y medios lingüísticos bajo condiciones comunicacionales de asimetría. Llevó a probar también que es posible su teorización semiótico-cultural.32

En la segunda vertiente de reflexión sobre la heterogeneidad, inaugurada por Carlos Monsiváis en 1978 con sus análisis de prácticas cotidianas de la cultura popular,33 que detonaron el decisivo debate sobre el tópico, se precisó su campo semántico. Además de la transformación epistemológica de las historizacioncs y narrativizaciones tradicionales de la cultura popular, y de las posibilidades de modalización temporal que introdujo en su consideración, Monsiváis desarrolló de manera sim ultánea una form a innovadora de práctica crítica , susceptible de captar las nuevas heterogeneidades. Sobre su recopilación de crónicas aparecida en 1981 , Jean Franco ha escrito:

El reto es cómo tomar en cuenta las relaciones cada vez más complejas entre la recepción y circulación de los bienes simbólicos a nivel transnacional, nacional y regional, cómo abarcar una cultura que hoy en día no es solamente transnacional o nacional sino también regional y local. (...) No se trata de defender una identidad supuestamente pura sino, por el contrario, investigar las nuevas formas de cultura que constituyen las múltiples identidades de nuestro tiempo. (...) Ejemplar en este sentido es el libro de Carlos Monsiváis Escenas de pudor y liviandad', un verdadero tratado sobre el gusto y sobre la formación de identidades culturales en el fluctuante panorama transnacional.El laberinto de la soledad se ha convertido en el laberinto de la ciudad, lugar de culturas que chocan, que se defienden y se inventan. Lo que demuestra el libro de Monsiváis es la distancia entre la crítica académica y la cultura emergente. Propone implícitamente otra forma de crítica que necesita la inmersión que difícilmente se puede practicar en las instituciones académicas actuales. Por eso el auge de la crítica tiene que terminar cn la autorreflexión y en la transformación de esas instituciones demasiado arcaicas para adaptarse a esa cultura que se les escapa.*4

La peculiaridad de la situación de las ciencias sociales latinoamericanas después de la quiebra, con la crisis financiera de 1982, de todos los proyectos de desarrollo económico-social intentados

52 Es ésta, en particular, la línea investigan va desarrollada por M artin Lienhard. Cfr. “Las huellas de las culturas indígenas o mestizos-arcaicas en la literatura escrita de H ispanoam érica”, cn José M . López de Abadía (cd .), Perspectivas de comprensión y explicación de la narrativa latinoamericana, Bellinzona, Casagrandc, 1982 , pp. 79 - 9 3 ; “La épica incaica cn tres textos coloniales (Juan de Betanzos, T itu Cusi Yupanqui, cl OllantayY, cn Lexis, 9 , 1, 1985 , pp. 6 1 -8 6 ; “Pachacuty Taki: canto y poesía quechua de la transformación del mundo”, cn Religiosidad andina. Allpachis Phuturinga, 3 1 -3 2 , 1 9 8 8 , pp. 1 6 5 -1 9 8 ; La voz y la huella: escritura y conflicto étnico-social en América Latina (1492-1988), H anover, C o n n ., Ediciones del N orte, 1991.

55 Carlos Monsiváis, “Notas sobre la cultura popular cn M éxico”, cn Latin American Perspectives , 1, 1978 , pp. 9 8 - 1 1 8 .

54 Jean Franco, “FJ ocaso de la vanguardia y el auge de la crítica”, op. cit., pp. 20 -21 .

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en el subcontinente durante medio siglo, se evidenció en dos debilidades inherentes a los modelos

y estrategias socioculturaies diseñados para el cambio, que propuso en 1987 una ambiciosa

recopilación.35 La primera se derivaba de la ineficacia analítica de las tesis dependentistas, dentro de

la nueva etapa del proceso de globalización, de cuyas dinámicas no conseguían dar cuenta. La

segunda resultaba constitutiva de la forma coyuntural con que esas disciplinas intentaron recobrar

actualidad, adoptando una perspectiva -la cultura-, y abordando una problemática -el carácter

de la modernidad latinoamericana-, que les habían sido del todo ajenas. Por el contrario, una délas

contribuciones que apuntó en otra dirección, la de José Joaquín Brunner, se apoyó en análisis

posmodernos de la vida cotidiana. Su principal interés residía en haber demostrado que las

dimensiones de espacio y tiempo, supuestamente metahistóricas, se hallaban en movimiento desde

hacía mucho. A partir de textos de Monsiváis, Brunner hizo coincidir y calcarse heterogeneidad y

posmodernismo:

La noción de heterogeneidad cultural (...) nos refiere más directamente a una suerte de

posmodernismo regional avant la lettre. (...) Heterogeneidad cultural significa, en fin,

algo bien distinto que culturas diversas (...) de etnias, clases, grupos o regiones o que

mera superposición de culturas, hayan éstas encontrado o no una forma de sintetizarse.

Significa, directamente, participación segmentada y diferencial en un mercado

internacional de mensajes que ‘penetra’ por todos lados y de maneras inesperadas el

entramado local de la cultura, llevando a una verdadera implosión de sentidos

consumidos/producidos/reproducidos y a la consiguiente desestructuración de

representaciones colectivas, fallas de identidad, anhelos de identificación, confusión de

horizontes temporales, parálisis de la imaginación creadora, pérdida de utopías,

atomización de la memoria local, obsolescencia de tradiciones.36

Esa problemática de la heterogeneidad encontró una nueva inflexión en los trabajos de Néstor

García Canclini, cuando circunscribió en 1989 el campo semántico de la hibridación, a partir casi

de una sinonimia basada en la idea de mezcla:

Se encontrarán ocasionales menciones de los términos sincretismo, mestizaje y otros

empleados para designar procesos de hibridación. (...) prefiero este último porque

abarca diversas mezclas interculturales —no sólo las raciales a las que suele limitarse

35 Gonzalo Martner (ed.), Diseños para el cambio. Modebs socio-culturales, Caracas, Editorial Nueva Sociedad.

1987. Las dos secciones en que se divide el libro se titulan: I. Los modelos socioculturaies del desarrollo

latinoamericano, y II. Estrategias alternativas para el desarrollo de América Latina. En la primera está incluido el

artículo de José Joaquín Brunner, “Los debates sobre la modernidad y el futuro de América Latina”, pp- 73-H6.José Joaquín Brunner, Un espejo trizado. Ensayo sobre cultura y políticas culturales, Santiago, FlaCSO, 1988, P'

218; más perentorio, Norbert Lechnes formulaba esta tesis: “La postmodernidad consiste en asumir la heteroge

rnúdad social como valor e interrogarnos por su articulación como orden colectivo”, “Un desencanto llamad0 postmodernidad”, en Punto de Vista 3/1998, p. 30.

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‘mestizaje’ y porque permite incluir las formas modernas de hibridación mejor que

‘sincretismo’, fórmula referida casi siempre a fusiones religiosas o de movimientos

simbólicos tradicionales.37

Ala vez que con su punto de partida dejó abierto el contacto con el discurso de la mezcla,

enfocó la ‘heterogeneidad multitemporal’, decisión preferencial que coincide sólo en parte con el

interés de los estudios académicos modernos en privilegiar el tiempo por encima del espacio. A

propósito de los bosquejos conceptuales del espacio posmoderno’ y el ‘tiempo posmoderno’ Hans

Ulrich Gumbrecht ha señalado que indican en primer lugar, y sobre todo, “la insuficiencia de

nuestras categorías de descripción”.38 Ahora bien, precisamente la doble opción indicada le permitió

a García Canclini emplearen su libro, guiado por un interés cognoscitivo de orden antropológico

y tipo hermenêutico, la metáfora de la hibridación como categoría descriptiva asumida por las

ciencias sociales duras, aunque son las posibilidades de combinaciones binarias, y no las

muldpolaridades establecidas en análisis posmodernos, las que reclaman preferentemente su atención.

El precio que pagó para realizar su inventario de formas fenoménicas de lo híbrido: no abordar la

cuestión de la fase actual de la globalización en donde categorías estáticas como campo cultural y

capital cultural resultan desplazadas por la noción de flujos de capital multicultural; no reparar en

que la problemática de la heterogeneidad cultural no resulta simplemente convertida en la de la

heterogeneidad multioAxmA sino que ha sido resituada por la cuestión de la diferencia cultural;

desterritorialización no se reduce a un préstamo léxico aplicado a la relación antropológica identidad-

espacio, sino funciona como en LAnti-Oedipe (1972), dentro una teoría general de la sociedad

capitalista. Por otra parte, en un momento en que las relaciones económicas, políticas y culturales de

América Latina con Estados Unidos se hacen más cercanas que nunca, quedaron sin paralelizarse las

descripciones de los modos de manifestación de lo híbrido, con la fase culminante de un debate

norteamericano que venía desenvolviéndose desde los años sesenta, dentro de la que se intentó

redefinir a Estados Unidos como sociedad multicultural.

Algunas de las contribuciones de más interés en la discusión sobre Culturas híbridas. Estrategias

para entrar y salir de la modernidad,39 destacó rasgos significativos de su proyecto: la búsqueda de

un método interdisciplinario, a partir de las ciencias sociales, para describir los nuevos fenómenos,

como razón de ser del libro en cuanto balance del trabajo de aquéllas en los años ochenta (Jean

Franco); el nuevo planteamiento de los problemas como su mérito principal (Petra Schumm); la

Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo,

’990, pp, 14-15.

Hans Ulrich Gumbrecht, “nachMODERNE ZEITENräume”, en R. Weimann y H.U. Gumbrecht (eds.)

^moderne- globale Differenz, Frankfurt am Main, Suhrkamp Verlag, 1991, p. 62.

S* trata del debate documentado en Travesía. Journal of Latin American Cultural Studies, 2, 1992, pp. 124-

17°. c°n contribuciones de Mirko Lauer, Jean Franco, John Kraniauskas, Gerald Martin, Jesús Martin-Barbero

y Néstor García Canclini, y de las exposiciones incluidas en Birgit Scharlau (ed.), Lateinamerikan denken,

“ theoretische Grezgänge zwischen Moderne und Postmoderne, Tübingen, Gunter Narr Verlag, 1994; entre

otr*> las de Carlos Rincón, Irina Busch, Ottmar Ette y, sobre todo, Petra Schumm (“Mestizaje und culturas

1 ulturtheretische Konzepte im Vergleich”, pp. 59-80). Gerald Martin anotó que se trata de un libro no

°n uno sino “con dos títulos”, p. 152.

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localización de las formas de hibridación inventariadas como una de las varias dinámicas actuantes en las actuales culturas urbanas, cuando se las considera desde un punto de vista antropológico (Jesús Martín-Barbero). Conviene subrayar, además, una peculiaridad de la discusión en Alemania- incluyó la preocupación por la proveniencia de los materiales teóricos empleados y tomó como punto de referencia las teorizaciones ya existentes sobre hibridación. Por eso no sólo el recurso a Bajtin y aTzvetan Todorov, quien acuñó en 1986 el término cultures hybrides’:

La interacción constante de las culturas desemboca en la formación de culturas híbridas, mestizas, creolizadas, y esto a todas las escalas: desde los escritores bilingües, pasando por las metrópolis cosmopolitas, hasta los Estados pluriculturales.40

Sobre todo, la inclusión de la manera como la teoría poscolonial ha venido descifrando con esa metáfora-concepto, a partir de las elaboraciones propuestas por Bhabha, experiencias de representación, resistencia, migración, diferencia, raza, género, lugar, posición, desplazamiento y sujeto.41 Después de haber revisado la cuestión de la alteridad y los estereotipos racistas coloniales apoyándose en el modelo psicoanalítico del fetichismo, Bhabha llegó por un camino nuevo, que resultó fundamental, a preguntas y respuestas nuevas. Con los conceptos de hibridación, mimicry y paranoia pasó a analizar las condiciones del discurso colonial, y la naturaleza performativa de las identidades diferenciales, para hacer de la hibridación, desde la perspectiva teórica del análisis del discurso, un proceso de enunciación preformativa.42 El efecto del poder colonial es la producción de hibridación, la resistencia se hace discernible cuando textos y discursos son hibrídizados en el contexto de otras culturas: la hibridación está en el lugar de enunciación y en el de destino, el Otro en ejjvíismo. Por lo menos tres formas de border identities -o de las identidades subalternas que existirán en un entre dos identidades-, además de identidades diaspóricas, toman así contornos. Están unidas a las imágenes de un third space de lo liminal (umbral, límite), y del border-crossing.

En su contribución más temprana sobre el tema, la ponencia de 1983 “Signs Taken for Wonders: Questions o f Ambivalence and Authority under a Tree Outside Delhi, May 1817”, Bhabha había propuesto esta definición inicial de hibridación:

Hibridación (...) no es un término que resuelve la tensión entre dos culturas (...) en un juego dialéctico de ‘reorientación (...): espejamiento colonial, doble inscripción, no produce un espejo en donde lo Mismo se capta a sí mismo; es siempre la pantalla trizada del Mismo y su doble, el híbrido.

41 izvetan Todorov, “Le croisement des cultures” , en T. Todorov (ed.), Le croisement des cultures. Communications,

43, 1986, p. 20.

41 Ver por ejemplo, Ian Chambers y Lidia Curti (eds.), The Post-colonial Question. Common Skies, Divided

Horizons, London and New York, Routledge, 1996.

Robert Young, White Mythologies, Writing History and the West, London, New York, Routledge, 1990, p. 150-

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Esta metáfora viene muy al caso porque sugiere que la hibridación colonial no es un

problema de genealogía o identidad entre dos diferentes culturas que puede ser resuelto como una cuestión de relativismo cultural. Hibridación es una problemática de

representación e individualización colonial que invierte los efectos de la desaprobación

colonialista, de manera que los otros saberes ‘denegados’ ingresan en el discurso

dominante y zapan las bases de su autoridad -sus reglas de reconocimiento.43

Las intervenciones de Bhabha están orientadas por la cuestión de la diferencia cultural -“el

proceso de la enunciación de cultura como cognoscente, autoritativa, adecuada para la constitución

de sistemas de identidad”- y no por la diversidad cultural, que da lugar, según señala, a las

“nociones liberales de multiculturalismo, intercambio cultural o la cultura de la humanidad”.44

Desde esta posición reelaboró las metáforas posestructuralistas del texto, la disyunción temporal y

la diseminación del sentido, aplicadas a la cultura. El análisis de las condiciones institucionales y es­

tructurales de la producción de sentido y las posicionalidades siempre en flujo, le permitió así

considerar la hibridación con relación al espacio y al poder coloniales, las comunidades imaginadas

y el tiempo de la nación, una amplia gama de estéticas y una serie de textos literarios ejemplares.

Sobre las teorizaciones realizadas por Bhabha a partir de algunos de esos textos, Kwame Anthony

Appiah observaba: “La hibridación literal de una Morrison o un Rushdie -autores que discute y

admira- proporciona un modelo para la hibridación figurativa de toda cultura en una era de

globalización”.45

Si los fenómenos que sellan la época actual y sus culturas son la computarización del mundo y

la manipulación genética junto con el clonaje, ¿no resulta absolutamente anacrónica una metáfora

proveniente de la doctrina decimonónica de la herencia para pretender descifrarlos? Esta objeción

de principio corresponde a uno de los polos de la crítica. Las dudas sobre la relevancia cognoscitivo-

analítica de hibridación, entendida como simple proceso de cruce, así dependa de las dislocaciones

y articulaciones entre lo tradicional y lo moderno, de la dimensión interactiva de la producción y

circulación de bienes culturales en sus relaciones con la economía, o de la matriz reestructuradora

constituida por las tecnologías mediáticas electrónicas, resultan plausibles, mientras su significación

siga reducida a la de síntomas del posmodernismo avantla lettre de América Latina. En el otro polo,

tata situarse en el límite de la catacresis, se reprime ostensiblemente la función connotativa de la

metáfora como modo de crear nuevas combinaciones de ideas. La eficacia de esa asimilación de su

tancionamiento a la comparación, para neutralizar hasta el papel descriptivo de hibridación, depende

de una operación adicional: ignorar, para no tropezar con dificultades lácticas, que la genética y la

ágro-industria existen. Se produce así “la asociación casi espontánea (...) con la esterilidad de los

productos híbridos”.46

Homi K. Bhabha, The Location o f Culture, London, New York, Routledgc, 1994, p. 114.

tod., p. 34 .

Kwame Anthony Appiah, “Cultural Studies. The Hybrid Age?”, en Times Literary Supplement, London, 27- ‘! 994.

Cornejo Polar, “Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metáforas. Apuntes”, op. cit, p. 7.

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Aunque el punto requiere más discusión de la que puede intentarse entablar aquí, cabe sugerir que al estilo de cultura teórica al que corresponden la imaginería y el uso de las figuras en esta interpretación trivial, pertenecen también, a propósito de los estudios culturales, otras asociaciones no tan espontáneas. A la reacción de extrañeza y rechazo (“son otra moda que se quiere imponer desde fuera”), se pueden unir entonces la sensación del retorno de lo semejante (“siempre se han hecho en América Latina estudios culturales”), y de inquietud al no corresponder a los ideales de rigor a que se pudieron asociar alguna vez disciplinas como la narratología, o la primera semiótica. ¿Emblema de la disminución? El trabajo de la pérdida no se satisface con volver siempre a comenzar: la promesa del cambio es tal vez, en últimas, lo que se echa de menos en los estudios culturales.

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Il l

Beatriz Sarlo

Los debates sobre Modernidad periférica,

Escenas de la vida posmoderna

y la cuestión del valorestetico

Stanford University, 1990

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En tomo a Buenos Aires:una modernidad periférica

Jorge Ruffinelli. En mi ju icio - y en el de muchos colegas- Beatriz Sarlo es una de las voces fundamentales e innovadoras en la crítica literaria argentina e hispanoamericana, así com o en el análisis cultural. Lo comprueban sus libros desde el dedicado a Juan M aría Gutiérrez, hasta el más reciente, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920-1930, que apareció en 1 9 8 8 ,1 pasando por Literatura-Sociedad2 libro fundamental en el campo de la teoría, y El imperio de los sentimientos? que es un delicioso y agudo análisis de narraciones de circulación periódica en la Argentina entre 1 9 1 7 y 1927 . Beatriz es fundamentalmente una investigadora y com o tal ha trabajado en C isea-

Pehesa, en el C o n ic e t de Buenos Aires; en el W ilson Center de Washington. Pero también, al estilo latinoamericano, ella es una gran removedora de la vida cultural, política c intelectual de su país, a través de una revista que dirige, Punto de vista, así com o del C lub de Cultura Socialista del que forma pane. En sus últimos libros Beatriz ha orientado su trabajo hacia una suerte de crítica de la cultura, de historia intelectual o de historia de las ideas (la imprecisión es de ella, en el prólogo de su último libro), antes que hacia la crítica literaria al uso. Mas, esa crítica literaria al uso, tan insatisfactoria en los tiempos que corren, fue tal vez el origen de una crisis que ella cuenta en Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920-1930, crisis de la cual la sacó la lectura de dos libros Fin-de-siécle

1 Beatriz Sarlo, Una m odernidad periférica: Buenos Aires 1920-1930, Buenos Aires, Nueva V isión , 1988 .

' Beatriz Sarlo y Carlos Altam irano, Literatura-Sociedad, Buenos Aires, H achettc, 1983.

5 Beatriz Sarlo, E l imperio de los sentimientos. Narraciones de circulación periódica en la Argentina, Buenos Aires, C atálogos Editora, 1985 .

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Vienna, de Carl E. Schorske,4 y All That is Solid Melts Into Air de Marshall Berm an,5 a los cuales indirectamente les damos las gracias por haber estimulado a Beatriz Sarlo en un libro excelente com o es el suyo. Una cosa más: Beatriz ha estudiado, por ejemplo, la actitud de tres mujeres ante el erotismo -V icto ria O cam po, Nora Lange y Alfonsina S to rn i-, y sin duda no va a estudiar, pero debería tratar de explicarnos por qué la renovación y la innovación actual de la crítica argentina descansa en el trabajo de varias críticas: Ana María Barrenechea, Beatriz Sarlo, Josefina Ludmer, Rosalba Cam pra, N oem i Ulla, y otras, quienes considero que están al frente de la crítica literaria latinoamericana, ocupando lugares que antes sólo ocupaban hombres. Este es un fenómeno que celebro, y que saludo ahora en Beatriz Sarlo, quien nos va a hablar sobre “Buenos Aires, ciudad moderna”.

Beatriz Sarlo. Cuando Jorge Ruffinelli me sugería, con gran generosidad, que me refiriera al tema del último libro, Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920-1930, en realidad a lo que me estaba incitando era a un acto de narcisismo, al cual me resultó difícil no sucumbir. Confío en que sea un acto de narcisismo atenuado, porque pienso que la historia que me conduce hacia estos procesos de m odernización cultural es com partida por críticos e historiadores culturales latinoamericanos y, por tanto, aunque quizás hable de manera inmoderada en primera persona, quisiera que resonara com o una primera persona del plural.

El cam ino que lleva a este libro se inicia en los años sesenta, cuando nos constituíamos com o críticos literarios en el m om ento de mayor fervor estructuralista prima maniera -e s decir, en el mom ento de mayor fervor del estructuralismo metalúrgico, del estructuralismo tecnológico-. En ese m om ento nos formamos varias de las críticas ya mencionadas, en el medio de una vague que atravesaba Latinoamérica y que tenía su origen en Francia. ¿Qué pasaba entonces? ¿Cuáles eran las consecuencias teóricas de este primer estructuralismo “salvaje” o “metalúrgico com o yo lo llamo? Se habían puesto en crisis algunas nociones que habían definido a la disciplina literaria durante el último siglo. La primera noción que se había puesto en crisis era la de historia y ya, com o bien dice Jauss, la tarea de un crítico no era encaminarse hacia el coronamiento de una obra escribiendo una historia literaria. Ésta había sido la aspiración de casi todo crítico durante el siglo X IX , y también había sido la tarea pensada com o metacrítica en las primeras décadas del siglo X X . Pero en los años sesenta ya la tarea de un crítico no era encaminarse hacia la escritura de una historia literaria, sino que consistía más bien en demoler, destruir hasta su base la noción de historia - la noción de historia com o proceso que, pese a las discontinuidades, es posible seguir-. Y sin duda, reemplazamos, jakobsonianamente, la noción de historia por noción de diacronía, esto es, por la superposición de capas no necesariamente interrelacionadas.

Ahora, afectada la noción de historia en estos años sesenta, cuando yo era joven y me estaba formando, quedaba afectada también la idea de totalidad, de esas totalidades cerradas, de origen hegeliano, noción de totalidad por la cual era posible vincular los fenómenos de una dimensión de la vida social, con fenómenos de otras dimensiones de la vida social. Es decir, la noción de totalidad, con todos sus problemas, lo que hacía era empujar, obligar a un crítico, a una crítica, a pensar el nivel de lo sim bólico en relación con otras prácticas y con otros discursos. Pero estallada la idea de

4 Carl E . Schorslce, Fin-de-silcle Vienna: Politics and Culture, New York, Alfred A. Knopf, 1980 .

' Marshall Berm an, A ll that is Solid Melts into Air, London, Verso, 1982.

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totalidad, estallaba también la pretensión de pensar un sistema de relaciones y de representar lainterdependencia.

La otra noción que estallaba era la de causalidad simple, unidireccional, que buscaba en un [agar de origen en otro lugar, el fenómeno; es saludable que esta noción haya estallado. Pero como suele suceder, estos estallidos entrañaron también la desaparición de toda noción de causalidad subsumida bajo esa idea de matriz althusseriana que era la de causalidad como efecto de estructura, es decir, la idea de causa ausente. Ahora, desaparecida de nuestro horizonte la idea y la pretensión de causalidad, rápidamente también iba desapareciendo la idea y la pretensión de explicación. Desaparecía una modalidad de interrogar la dimensión simbólica del mundo cultural que estaba precedida por el por qué: ¿por qué está sucediendo esto?, ¿por qué este texto es de este modo? Y dejamos de escribir textos explicativos, textos de interpretación, es más, la palabra misma ‘interpretación fue a parar junto con otros trastos viejos al museo de la crítica decimonónica. Ya no había interpretación, a lo sumo podía haber lecturas de los textos. Es decir, quedamos sin modelos explicativos. Cuando digo quedamos me refiero a aquellos y aquellas que nos formamos en la crítica estructuralista de los años sesenta. Quedamos sin modelos explicativos y sin la pretensión teórica de formular dichos modelos.

Sin duda, este movimiento de sucesivos estallidos que estoy describiendo algo bélicamente, tuvo algunas ventajas. En principio, liquidar preguntas simples sobre la causa o sobre el origen, preguntas que ya no puedan ser formuladas. La otra ventaja es una consideración teórica profunda de qué es un texto, y no solamente un texto literario, qué son los textos en el mundo simbólico y en las prácticas simbólicas. Fuimos adoptando y armando, como verdaderos bricoleurs, la idea de un texto caracterizado por la heterogeneidad y no por la homogeneidad. Esta idea está presente ya casi canónicamente hoy, en Fredric Jameson, pero también de manera menos espectacular en todos los trabajos de Raymond Williams,6 sobre todo en ese capítulo formidable, a mi juicio, de Marxism and Literature, donde él caracteriza al texto como la trama de diversas temporalidades, es decir, como la heterogeneidad misma. El texto como la trama de elementos hegemónicos, de elementos arcaicos, elementos residuales y elementos emergentes, a través de los que Williams lee o leyó la cultura inglesa buscando la interrelación de estas diferentes temporalidades. La otra perspectiva sobre la cual ganamos en nuestra caracterización del texto, es la que finalmente en los últimos diez años ha codificado Hayden White y ha prestado a la intellectual history, por un lado, a los Cultural Studies y a la crítica literaria: el texto como un espacio en el que se negocian permanentemente valores, en donde el principio de autoridad, el principio de ley, presentes en el lenguaje y en las prácticas de una sociedad, entran en un proceso de interpenetración. Y por otro lado, la idea de que sin textos

real es aquello que es inexplicable. Es decir, que el texto, sea cual sea-desde los anales medievales hasta las formas más sofisticadas de la historia o de la historiografía contemporánea- obtiene que lo teil pueda tener un principio de penetración, es decir, que la resistencia opaca que lo real presenta frente a hombres y mujeres, pueda empezar a ser pensada.

De la crisis de los años sesenta, crisis que afectaba a la idea de totalidad, a la idea de historia, a la 1(ka de causa, a la idea de origen, y sin duda centralmente a la idea de sujeto, de esta crisis emergen nuestras preocupaciones contemporáneas. Lo cual no quiere decir que uno siga suscribiendo las

^ynioiui Williams, Marxism and Literature, O xford, O xford University Press, 1977.

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posiciones que pusieron estas ideas en crisis, sino más bien reconociendo que la crisis fue saludable de algún modo para recolocar nuestras proposiciones teóricas. Sin duda la crisis de la idea de sujeto fue fundamental, y sin esa especie de vanguardismo practicado por la crítica en los sesenta, cuando decíamos que los sujetos no existían, que los textos se escribían, se leían, se producían, se circulaban, se terminaban, se morían, etc., con esta tercera persona impersonal, sin duda, sin ese fanatismo estético casi vanguardista con el cual afirmábamos esto, logramos depurar o refinar las perspectivas literarias, y refinar las relaciones entre el discurso de lo biográfico y el discurso de lo literario o de lo cultural.

En este marco yo avanzo con dificultad, con la dificultad que supone avanzar en un momento que se define com o de crisis de los estudios, y con la dificultad suplementaria que crea la pregunta: ¿cómo hacer que nuestros estudios culturales, literarios, históricos, sean significativos para la sociedad? Es decir, ¿cómo hacer para restablecer el sistema de puentes que los intelectuales tenían en el siglo X IX y en las primeras décadas de este siglo, pero que progresivos cursos de autonomización de la esfera intelectual, descritos por M ax Weber, y luego bien caracterizados por Bourdieu hicieron que esos lazos se perdieran y que esta significación del discurso histórico y del discurso crítico fuera prácticam ente inhallable, difícil de trazar hacia la sociedad? Yo me pregunté, y creo que mucha gente se preguntó durante mucho tiem po ¿cómo hacemos para que nuestro discurso tenga una audiencia social que desborde los marcos de nuestros pares y colegas? O , por el contrario, si no hay solución, nuestro discurso será siempre, ineludiblemente, un discurso pronunciado para ser escuchado en un juego de espejos que nos van a reflejar. ¿Cóm o hacemos para escribir de un modo (yo diría que acá aparece el problema de la escritura) que comunique cieña zona de la investigación y de la reflexión histórico-crítica, con ciertas preocupaciones de la sociedad? N o sé. N o tengo ninguna solución a este problema complicado. Pero sin duda, tener el problema en la conciencia crítica, en el interés crítico, es importante.

Hay zonas de la crítica y de los estudiosos culturales que parecieron resolver mejor este problema; yo creo que los Cultural Studies ingleses, Raymond W illiam s y Terry Eagleton, y los grandes historiadores com o E. R Thom pson y Hobsbawm parecen tener lazos más fluidos con la sociedad.Y uno podría rastrear cuáles son los espacios de publicación de sus textos. En el últim o libro ya póstumo de Raymond W illiam s, los Acknowledgements marcan un espacio de publicación muy variado de sus textos, esa primera página de Acknowledgements que uno en general se salta, es un texto muy significativo porque sus textos fueron abarcando una diversidad de públicos.

Todas estas preocupaciones se unían con un m om ento en mi historia intelectual -y a casi debería, si ustedes me disculpan, hablar en primera persona singular-, donde me planteé este problema: ¿cómo hacer para trabajar con perspectivas similares y con el mismo nivel de rigor crítico c historiográfico productos, obras, textos, prácticas simbólicas que pertenecen a diferentes lugares de la sociedad? Es decir, ¿cómo hacer para organizar lo que W illiams llamaría la densidad de redes de un periodo y los diversos lugares de esas redes -desde la literatura popular, hasta la literatura producida por intelectuales y artistas de elite-, con la misma agudeza crítica, mejor, con la misma ética crítica? La pregunta tenía que ver con mi vocación por leer lo que los críticos llamamos mala literatura: folletines, novelas sentimentales, cuentos anarquistas, historietas, tangos. ¿Cóm o hacer para trabajar esos textos sin condenarlos al infierno de la mala literatura? M i métiery propio de la academia, mi espontaneidad formada en las vanguardias del siglo veinte, por otra parte me decían: “Están muy bien en el infierno de la mala literatura; allí es donde deben estar y quedarse”. Porque

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ahí está el otro drama que nos sucede: nuestro gusto está formado en las grandes vanguardias de este siglo, en lo que hoy ya son las vanguardias clásicas, y al mismo tiem po tenemos este otro gusto, perverso de algún modo, por leer esta literatura de colportage, de cordel, de folletín, de rodapé, esta literatura que aparece cn los márgenes. ¿Cóm o hacer para trabajar estos textos de una manera que no los arroje o al infierno de la mala literatura o al lugar de la sociología, de la sociología tout court et sanspltrase?Es decir, los textos de los sectores populares o consumidos por los sectores populares son capturados por los sociólogos que hacen su content analysis y liquidan su poca densidad estética. ¿Cómo salvarlos de la sociología pura y com o salvarlos del infierno?

La tarea era demasiado grande, pero esta pregunta -q u e tampoco creo haber contestado nunca, aunque intenté hacerlo sobre los folletines sentim entales- me marcó en los últimos diez años. ¿Podemos pasar de un día para el otro, de una semana para la otra, de un proyecto para el otro, de un curso al otro, podemos atravesar las barreras sociales, simbólicas, estéticas, ideológicas, que hay entre los diferentes niveles culturales? La pregunta más trivial: ¿pueden unirse en un curso estos mismos textos? Sí, mi apuesta es positiva, afirmativa, pero de todas maneras, aún con esta apuesta hecha, los problemas quedan en pie.

El otro problema que todavía informa muy fuertemente mi actividad es mi descontento con la crítica literaria, debo confesarlo, pero no con la crítica literaria de los demás, sino con la crítica literaria que yo hacía. Y sobre todo la idea de que la crítica había perdido, en este proceso comenzado en los años sesenta, su sentido histórico. Acá debo agradecer a los historiadores con los cuales trabajo permanentemente, los historiadores sociales que integran el P e h e s a (H . Sábato, L. Gutiérrez, L. A. Romero y J . C . Korol); debo agradecerles las perspectivas que permanentemente me brindan sobre preguntas que tienen que ver con la procesualidad, con el desarrollo de los fenómenos, considerado com o desarrollo en el marco de discontinuidades, de conflictos. Son ellos los que señalaron insuficiencias en mi estudio sobre la literatura sentimental porque lo consideraron poco histórico. Lo consideraron poco metido en el curso de la procesualidad, poco sensible a los cam bios, y me ayudaron a mejorar en ese sentido. Y por otra pane, me proporcionaron otra biblioteca, com o diría Um berto Eco: “dim e qué lees y te diré quién eres” -n u n ca más verdadero para nosotros-. Los historiadores proporcionan otra biblioteca que yo empecé a encontrar extraordinariamente afín con mi propia biblioteca.

Para poner un ejem plo, Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos; un trabajo de teoría de la recepción, pero hecho por un historiador que está estudiando el proceso por herejía a un molinero del siglo X V I. Éste es efectivamente un trabajo de historia de la recepción en el sentido de que la pregunta de Ginzburg es ¿qué hace este molinero con los cuatro o cinco libros que tiene? ¿Cómo modifica estos libros en su lectura y cuál es el delirio utópico que produce, que escribe, después de leer un poco el Florilegio de la Biblia, un poco de Los viajes de Mandeville, un poco de Marco Polo? Es decir, después de hacer con esto una especie de mezcla, ¿qué produce? Este tipo de incitaciones venían de la historia, por ejemplo la ¡dea de Carlo Ginzburg de paradigma ituJicial, es decir que lo significativo en textos o prácticas históricas estaba precisamente en aquellos detalles que en una

7 C arlo G inzburg, E l queso y los gusanos, Barcelona, M uchnik Editores, 1981.

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primera mirada no aparecen significativos. Ginzburg desarrolla esta idea del paradigma indiciai tomando como pretexto a Sherlock Holmes y trabajando también con ideas que vienen de Freud.

Finalmente, en esta pequeña historia de las deudas intelectuales estuvo Benjamin, un marginal de la escuela de Frankfurt -hoy ya no es un marginal; a juzgar por los estantes de las librerías es más central que el propio Adorno-. Es decir, un hombre que nunca había escrito lo que Adorno pensaba que debía escribir-esta era la idea que Adorno tenía sobre Benjamin: sus libros a veceseran demasiado cortos y otras veces demasiado largos; el del Trauerspiel era demasiado largo, y después sus trabajos sobre Passagen-Werk* eran demasiado fragmentarios-. Benjamin era un verdadero vanguardista, alguien que siempre ponía el discurso de una manera que era intolerable para los demás.

Empecé a leer Benjamin a fines de los sesenta,8 y empecé a ver esa especie de arqueología que él hace de la ciudad de París. ¿Cómo lee en la ciudad de París una cultura?, ¿qué lee en Los pasajes de París?, ¿cómo lee en las mesas de los cafés donde conviven los anarquistas, los utopistas, los poetas y los bohemios?, ¿cómo lee un poema de Baudelaire a la ciudad moderna? Esa mujer que pasa, cuya mirada Baudelaire está registrando es solamente posible en una ciudad moderna porque es una mirada intercambiada entre desconocidos, y sólo la ciudad moderna permite este nivel de desconocimiento que produce esta chispa estética. Benjamin coleccionaba libros infantiles -una colección que fue atravesando todas las vicisitudes de sus sucesivos desplazamientos y exilios-, y tiene trabajos sobre las tarjetas postales, además de su magistral trabajo sobre Krauss que en realidad es un trabajo sobre textos que tienen su origen en el periodismo o en la batalla cotidiana, aunque hoy uno pueda leerlos como pertenecientes a la cultura más refinada de la Europa central.

Benjamin es el autor que yo más robo, quizás de manera más incontrolada y secreta. Es un autor propicio al saqueo, su misma forma fragmentaria lo hace propicio al saqueo sin footnote, al saqueo de cuando uno se comunica con una frase de alguien que la ha escrito hace cuarenta años y dice “desde aquí se puede empezar a pensar”. A esta actitud benjaminiana Terry Eagleton le debe el título de su libro Against the Grain, “A contrapelo”, cepillar a contrapelo -los textos de la cultura tienen que ser cepillados a contrapelo-. La idea de historia está presente Benjamin, aunque sea una idea pesimista respecto de la historia, aunque el ángel de la historia sea ese Angelus novus que va caminando hacia delante con la cabeza vuelta hacia atrás y viendo las ruinas que va dejando a su paso.

Esta preocupación por Benjamin, sin duda reconduce a la preocupación por las ciudades, porque Benjamin no es sólo una incitación teórica, sino un productor de objeto también; Los pasajes de París y sus miles de alternativas de entrada a este objeto crítico constituido por él, nos focalizan de nuevo en el problema de las ciudades. Yo diría que hoy es un problema a la moda, las ciudades están de moda. Me decía una vez, un historiador joven norteamericano: “ah qué bien, va a salir un libro sobre Budapest, porque ya sobre Viena tenemos demasiados”. Pero yo creo que no

Debió conocer una parte de Passagen-Werk en las ediciones de la Editorial E inaudi, a partir de los ensayos aprobados por Theodor Adorno sobre París, capital del siglo X IX . (N . del E.)

* La primera edición del original la hizo R o lf T iedem an n en 1 9 8 3 , a partir de una copia del manuscr i to encontrado en la Biblioteca Nacional de París, el cual fue escondido por G eorges Bataille durante la o c u p a c ió n

nazi. Rsra edición conservó los textos originales en francés y alemán de Benjam in. La primera edición en francas fu e en 1990 y en inglés fue en el 2000 por Harvard University Press.

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siempre las modas deben ser rechazadas. La que yo estoy haciendo es una historia más bien de adopción de modas. Las ciudades son este espacio de condensación en las que las han transformado libros magistrales com o el de Carl E. Schorske9 sobre Viena o el de Berman10 sobre el Bronx, sobre San Petersburgo, sobre París, sobre todo, el libro de Berman es sobre ciudades, y no sobre una ciudad. Benjam in, Schorske y Berman van proponiéndome un objeto y aquí llegamos con este objeto a Buenos Aires, que es en verdad la única ciudad que conozco bien y es por tanto la única ciudad sobre la cual creí que podría hablar con cierta extensión.

Había una pregunta totalmente subjetiva, enraizada en la biografía que yo me hacía al comenzar a trabajar sobre Buenos Aires: ¿qué les pasaba a los hombres y las mujeres que habían nacido y se habían criado hasta los diez años, o los quince años, en una ciudad com o Buenos Aires, o San Pablo, o Ciudad de M éxico, y después, cuando tenían treinta años decían: “Esta no es la ciudad en la cual yo he nacido, mis recuerdos van por una parte y esta ciudad va por la otra”. Porque esta es una expe­riencia que yo no puedo tener y quizás pocos de nosotros podamos tener hoy. La ciudad en la cual yo nací, en la cual yo me crié es, mutatis mutandi, la misma ciudad en la cual yo vivo. El sistema de transporte es un poco más rápido, y un poco peor quizás, el perímetro de la ciudad estaba tra-zado, no se produjeron cam bios demográficos dramáticos en el periodo desde que yo nací hasta este m om ento y, por tanto, no hubo cambios en la inflexión de la lengua, no hubo cambios culturales muy evidentes. Tampoco hubo ni grandes migraciones internas -y a estaban terminando cuando yo nací a mediados de los cuarenta-, ni grandes migraciones externas. Era muy intrigante pensar en esto; quizás, si hubiera tenido el talento para hacerlo, de esta idea hubiera podido salir mucho más una obra literaria, una novela, que un texto de historia cultural.

Y era muy intrigante porque esto era efectivamente lo que le había pasado a Alfonsina Storni, a Borges, a Roberto Arlt, a Güiraldes, a Oliverio G irondo, y sin duda lo que les había pasado a M ario y a Oswald de Andrade en San Pablo. Entonces, la pregunta sería: ¿algo de lo que estos hombres y mujeres escribieron tiene que ver con este fenómeno de estar fuera de lugar, ellos o la ciudad? Es decir, de sentirse ellos fuera de lugar, de que la ciudad se convirtiera de repente en unheimlich, es decir, no es un home, ya no es la patria más chica a la cual yo pertenecí en mi infancia. Ellos responden de manera muy diferente y variada; la respuesta de Borges, en mi opinión, es inventar una ciudad que quizás no haya existido nunca, inventar un Buenos Aires poblado de baldíos, tapias, cercos de cinacina, calles sin veredas de enfrente, organitos, compadritos y duelos criollos. N o digo que no haya existido nunca, pero digamos, hiperboliza aquella ciudad para no ver esta ciudad de 1920 . La respuesta de Borges es: no miremos esta ciudad, esta ciudad tiene inmigrantes que hablan las lenguas más exóticas, porque no son exóticas cuando las leo en los libros —diría Borges—, pero son exóticas cuando las oigo en boca de estos sectores populares; esto ya tiene demasiados inmigrantes, ya en 1920 tiene demasiada tecnología incorporada, y entonces yo qué hago, a esta ciudad le faltan fantasmas e inventémosle un pasado, inventémosle un linaje, del mismo modo que él trabaja sobre su propio linaje. En realidad Evaristo Carriego no es una biografía de Evaristo Carriego, poeta absolutamente menor del Río de la Plata, y que tiene interés nada más

s Carl E. Schorske, Fin-de-sikU Vienna: Politics and Culture, op. dt.

10 Marshall Berm an, A ll that is solid melt into air, op. cit.

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para aquellos que todavía nos gusta el tango, sino que es la premonición que tiene Borges de lo qUc va a ser su literatura y la teoría de lo que ya son sus tres primeros libros. El Evaristo Carriego fUe publicado en 1931 > y Borges ya ha publicado sus tres primeros libros de poemas, y en realidad, 10 que hace el Evaristo Carriego es explicar por qué son así esos tres primeros libros de poemas de Borges, y explicar también cómo va a ser, hacia adelante, su relación con el español del Río de la Plata, su relación con cierta inflexión de la oralidad. Evaristo Carriego es un episodio donde Borges se ocupa enormemente de Buenos Aires, de algunos de sus barrios, pero es un episodio para contestarse esto. Borges prefiere no ver lo que está viendo, y de la literatura es una de las mejores formas para reconstruir, o construir otro espacio imaginario, otra topología imaginaria.

Contrario sensu, un escritor de origen inmigratorio, en cuya casa no se hablaban lenguas prestigiosas y mucho menos había libros en esas lenguas prestigiosas, como es Roberto Arlt, no hace sino profetizar una ciudad, porque uno podría decir que Arlt, escribiendo hacia finales de los veinte y principio de los treinta -cuando escribe sus cuatro novelas-, está hablando de una ciudad moderna, pero mucho más que hablar de una ciudad moderna en la cual está viviendo, en realidad profetiza la ciudad de la década del treinta y del cuarenta: esta ciudad es demasiado moderna. Entonces, así como Borges reconstruye hacia el pasado, Arlt profetiza el futuro, y describe una ciudad cuya luz es absolutamente química; las luces de la literatura de Arlt, ya sean de los cielos o de los interiores, son luces químicas, constantemente comparadas con el azul de metileno y con otros productos que vienen de la tecnología; es una ciudad donde nadie se desplaza a menos de 50 millas por hora, porque toman trenes que van a velocidades increíbles, incluso falsas, no había tanta velocidad en el Buenos Aires de ese momento; es una ciudad donde la inmigración está presente de manera permanente. Lo que Arlt toma como la vida puerca, como la vida sucia, como la cotidianidad más banal, esa es la ciudad de la inmigración. Y es una ciudad donde están todos los ideales modernos, en principio un ideal que se describe bien con una palabra del español del Río de la Plata, que es batacazo; un golpe súbito de fortuna. La idea que está presente en toda la literatura y en la vida de Roberto Arlt es que es posible un batacazo, ese cambio súbito de la fortuna. Idea que, es obvio, está vinculada con la modernidad, un motor ideológico y ficcional en la literatura de Balzac. Todos los provincianos que llegan a París, y que dicen: “Bueno, ahora es entre nosotros dos”, están precedidos por esta idea del cambio súbito de fortuna. La otra cuestión que me aparecía también era: en el momento de gran cambio, de gran modificación cultural, ¿dónde estaban cambiando los fundamentos de la literatura? Pareciera que nuestra práctica, la práctica de la literatura, es una práctica en búsqueda de fundamento. Pudo haberlo tenido en la religión, en la filosofía, o en la política, pero es una práctica que siempre remite a un fundamento exterior a ella, excepto en el caso de las vanguardias cuando dicen: “Nuestro fundamento es lo nuevo” -que uno podría decir que también es un fundamento exterior, pues lo nuevo como valor no es necesariamente interiora la práctica, sino que peticiona un fundamento exterior. Y en este momento estaban cambiando los fundamentos que validaban, que legitimaban a la literatura. En las vanguardias se trata del fundamento de lo nuevo, pero en algunas zonas de esas vanguardias aparecía también la revolución como fundamento, y en este sentido, la literatura de América Latina, por lo menos la de Brasil. Argentina, Peni, no se diferenciaba de algunas de las vanguardias europeas, con las cuales era totalmente contem poránea: no había esas cesuras que separan un movimiento europeo de un movimiento latinoamericano, estábamos en un momento de contemporaneidad.

Volviendo a Cari Schorske, la prim era vez que uno m ira su libro , Fin-de-sik'le Vienna, se neiK L ui(d de (jtic no hay m étodo, no de que hay una extrem a libertad m etodológ ica , sino

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p rácticam ente no hay un método, y que en ese discurso puede ir de capítulo en capítulo hacia cualquier lado: el primer capítulo son las modificaciones de Viena desde 1870 en adelante, pero el segundo capítulo ya no tiene nada que ver con esto, y en el tercer capítulo se encuentran las biografías de tres nazis de segunda categoría, pero que Schorske juzga que son biografías paradigmáticas para el movimiento nacional socialista; luego hay una lectura de Freud. Entonces, se puede hacer lo que uno quiera; puede leer un capítulo de La interpretación de los sueños, de Freud, como si fuera literatura, o incluso puede discutir la propia interpretación que hace Freud de su propio sueño en el cual su padre es humillado por ser judío. Pero también un hombre que viene de la historia de las ideas puede leer la planta de una ciudad, como si su campo de especialidad de origen fuera la his­toria del urbanismo, y también se pueden leer los jardines y el espacio público, y también la literatura, y finalmente llegamos a Schoenberg, en ese libro maravilloso, y abordamos a la lectura de una de las partituras de Schoenberg hecha por Schorske. Es decir, entrar a saco en el campo del mundo simbólico, y cortar en aquellos lugares en que ese corte parezca significativo. Esta forma de entrar a saco tiene que ver con aquélla monográfica, es decir, una forma que rinde una vez más tributo al estallido de la idea de totalidad. La idea de totalidad impide que un libro se forme de monografías, porque un libro tiene que armarse y articularse; la idea de totalidad produce La fenomenología del espíritu, no produce Fin-de-siecle Vienna', en cambio Fin-de-siecle tiene la forma monográfica, corte y empiezo de nuevo, forma absolutamente acentuada en el libro de Marshall Berman donde se salta del Fausto de Goethe a San Petersburgo, y se termina con la historia que Marshall Berman cuenta en primera persona, de cuando el Bronx fue arruinado por las autopistas. Es decir, se salta de Goethe a la primera persona bermaniana.

Trabajé entonces con estas perspectivas, y con una idea que me parece central para la cultura rioplatense, o tomando una caracterización de Ángel Rama, para la cultura que va de San Pablo hacia el sur; Angel Rama la llamaba cultura suratlántica, es decir, no solamente rioplatense, sino de San Pablo hacia el sur, incluyendo Chile, que son culturas fuertemente mezcladas, donde la mezcla es una definición cultural, donde la heterogeneidad en estas culturas y los procesos de importación son lo definitorio, y tomando a la mezcla como un valor, porque la podemos tomar como un disvalor. Darcy Ribeiro, en Las Américas y la civilización,11 valora mucho más las culturas caribeñas porque tienen menos mezcla que las culturas suratlánticas, de las cuales dice, sin que le tiemble la voz al pronunciar este juicio, que por ser de mezcla son culturas mucho menos interesantes, con lo cual de San Pablo para abajo, quedaríamos condenados a un infierno falto de interés porque la his­toria nos condenó a un proceso inmigratorio europeo muy temprano del cual ya no podemos decidir otra cosa. Entonces trabajé con esta idea de Ángel Rama de hacer un corte de San Pablo para abajo y considerando a la mezcla como el motor del drama o la comedia, el impulso del argumento cultural sobre el Atlántico, y en el caso estudiado por mí, de la zona rioplatense. Culturas más sensibilizadas hacia la mezcla europea que hacia la integración latinoamericana, esto es sin duda un rasgosuratlántico. Y quizás debiera hablar en tiempo pasado, yo diría que las últimas dos décadas de exilio han resensibilizado a la cultura suratlántica respecto de la cultura latinoamericana, pero crc° 9ue esto es un efecto que vamos a ver no ya en los que somos viejos, sino en los que vienen después de nosotros. Con esta hipótesis muy fuerte de mezcla consideré -o traté de considerar y de

öarey Ribeiro, Las Américas y la civilización, Buenos Aires, C entro Editor de América Latina, S A ., 1969.

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realizar- el programa que nos ha dejado Raymond W illiam s a los críticos culturales, que es el de reconstruir en un periodo su densidad semántica. Reconstruir el sentido de proceso y reconstruir la ligazón entre los diversos niveles o lugares de una cultura.

Preguntas y comentariosDavid Lauer. M e parece muy importante su observación sobre la necesidad de una escritura

crítica útil para la sociedad, no sólo para congresos académicos. Quisiera que ampliara sobre esa idea.

Sarlo. Más que ampliar, quizás contar una experiencia, que es relativamente común también en esta zona cultural, y es la que se refiere a los little magazines. Ésta es una institución que recomunica -p o r lo menos en nuestro mundo cultural-, a la academia con la sociedad: pequeñas revistas parainstitucionales, en las cuales, sin duda por el tipo de lectura, uno se ve obligado a un tipo de escritura crítica. Yo creo que la experiencia de los little magazines es muy latinoamericana, pero que encuentro presente centralmente en la cultura italiana, francesa e inglesa, y aunque no quisiera tener una perspectiva mccanicista, me parece que una vez creada la institución, la pequeña revista, ésta pone los límites en los cuales un discurso es verosímil. La institución journal indica un discurso, la institución little magazine nos indica otro discurso. Quizás esto sea una utopía, quizás uno tenga que decir, “Nuestros mundos son incomunicables”, pero bueno, durante este siglo lo que hizo el mundo fue moverse en el sentido de estas utopías. Entonces, la experiencia latinoamericana y su posibilidad de recomunicar tiene mucho que ver con esta institución del little magazine. H e mencionado a uno de los grandes críticos de América Latina, Angel Rama, quien produjo en Marcha, este modelo de pequeña institución crítica. Por otra parte, en los países de América Latina muchas veces cambios rigurosos y violentos en los sistemas políticos han impulsado a los intelectuales a este tipo de organización institucional. Entonces, estas instituciones producen un discurso. No digo que mecánicamente, pero el impulso a producir esta institución se ve acompañado con el impulso a producir un cierto tipo de discurso.

Pregunta. Yo tengo una pregunta sobre este m om ento cultural y político en Buenos Aires; me parece que esta experiencia de modernización, de vivir con la modernización, tiene mucho que ver con el debate sobre culturas marginales. ¿Puede decim os algo sobre el debate y la experiencia de modernización?

Sarlo. S í, sin duda que tiene que ver; hubo dos m om entos de ese debate, uno absolutamente previsible que era el mom ento entre el novecientos y el diez, donde las elites miran a su alrededor y dicen: “¡Qué hemos hecho! La inmigración que pensábamos que iba a ser protestante, alta, rubia y hablando en lenguas anglosajonas, se convirtió en una inmigración católica, de baja estatura, morocha y que habla en italiano y español. Necesitamos esta fuerza de trabajo, pero era otra gente la que teníamos en la cabeza en 1860 y en 1870 para estos países”. Este es el primer nacionalismo, que tiene que ver con los resultados de la inmigración. Sobre este primer movimiento, y alrededor del diez se producen los primeros intentos de definición de una cultura nacional en la Argentina,

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y los debates sobre si ésta es de matriz española que sintetiza elementos locales indígenas -lo s pocos que hay cn la Argentina, y en realidad pobres-, o si es una síntesis cultural que tiene que pensar en el futuro y que lo que tiene que sintetizar es lo que trae la inmigración. Este debate se quiebra cn líneas definidas entre aquellos que vienen de familias de criollos viejos y del interior, y aquellos que son hijos de la inmigración. Luego, extrañamente, este debate vuelve a aparecer con las vanguardias.D e nuevo, en las revistas de vanguardia aparecen las preocupaciones por lo que va a pasar con la cultura nacional, que no es necesariamente una preocupación de vanguardia. Esta no era una preocupación en Europa, y fue bastante menos una preocupación en Brasil, donde tuvo soluciones literarias brillantes com o Macunaírna, pero bastante menos teórica. Pero en el caso argentino,Borges constantemente marca esta preocupación, y marca una sola área de cultura nacional, que es el área rioplatense. Es decir, para Borges existen dos ciudades donde es posible desarrollar una cultura nacional: Buenos Aires y Montevideo, donde tiene primos. Y después Europa, obviamente.Entonces, son tres m omentos que preceden a un cuarto, el llamado clásicamente de ensayo del ser nacional en la década del treinta, y por década vamos a tener cuartos, quintos y sextos. En nuestros países, la cuestión nacional es una herida abierta que luego va a ser reabierta con la cuestión de dependencia, imperialismo, penetración cultural, destrucción de las identidades, etc. En el periodo que usted menciona estos m om entos son: el primero, que es la reflexión de las elites sobre la inmigración; el segundo, que son las primeras formulaciones de qué es cultura nacional; el tercero, la preocupación de las vanguardias sobre la cultura nacional.

Pregunta. M e parece que su análisis sobre esta relación entre la elite y los hijos de inmigrantes es un poco determinista; por ejemplo, que hay bastante diferencia entre el nacionalismo de Gálvcz, y el de Rojas. Yo tengo la impresión de que el de Rojas es un nacionalismo en el que hay espacio para el inmigrante. ¿Usted cree que Gálvez y Rojas son líneas individuales?

Sarlo. Al contrario, he escrito que son diferentes, polemizando con un libro sobre Rojas y Gálvez que los une. Yo creo que son diferentes, pero de todas maneras, cn La restauración rmcionaiista Rojas dicc que nosotros no podemos perm itir que la inmigración enseñe cn italiano, que no podemos permitir una sociedad pluricultural. Este es un problema que a él le parece central. Hay que homogeneizar. Sin embargo, la solución de Rojas es más democrática que la solución de Gálvez, pero aún en ese campo, Giusti, inmigrante él mismo, dice que la cultura nacional es una cuestión del futuro; que la cultura nacional es lo que se va a construir con asimilación inmigratoria. Rojas dice, “sí, está bien, pero sólo con la asimilación de la cultura latina, y además, con mucho cuidado de que los inmigrantes no enseñen su lengua, de que no tengan sus escuelas”. En La restauración nacionalista él dice, explícitamente, que no podemos soportar que el retrato de U m berto Primo, rey de Italia, esté colgado cn una escuela argentina. Entonces, yo creo que se corta el campo entre criollos viejos e inmigrantes, y además aparece cortado el campo de los criollos viejos. Por un lado están Gálvez y Lugones, y de otro lado está Rojas, cuya versión es más democrática, estoy de acuerdo con usted.

Wilfrido Corral. Usted ha venido diciendo que Buenos Aires, por esta modernidad que experimentaba, cn cierto sentido artística, provocó posteriormente este tipo de crítica cultural respecto a la literatura, una crítica más interdisciplinaria. La pregunta es si se debe a esta modernidad

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que el tipo de estudios que usted mencionó al principio se den con cierta exclusividad en el Rio de la Plata. ¿Qué pasa en las otras ciudades? ¿Por qué no se da este tipo de crítica cultural en otros centros urbanos de Hispanoamérica?

Sarlo. Es muy acentuado en el R ío de la Plata, y sin duda que hemos tenido en Rama un m aestro y en A ntonio C andido tam bién. Yo diría que hay algunos autores que siento extremadamente afines a esa perspectiva, com o puede ser Carlos Monsiváis. Él tiene este mismo registro del catch all. Desde el corrido hasta el bolero, desde M aría Félix al cine, los teleteatros y la literatura, yo siento que es muy afín este registro en el caso de Monsiváis.

Corral. En ese sentido, ¿qué pasa con la interpretación de otros centros, ciudades más pequeñas, como Quito o Caracas, respecto a lo que se recibe como lo que podría ser la cultura hispanoamericana; qué pasa con esas otras ciudades que en el esquema de centro y periferia, están en la periferia? ¿Cómo llegamos a una interpretación un poco más global y de cierta consecuencia social, respecto a lo que es lo hispanoamericano?

Sarlo. Quizás el mom ento de la historia de esas ciudades esté llegando. Yo estaba examinando un proposal de alguien de la Universidad de Columbia, donde está tomando la ciudad posmoderna, y sin duda no se le ocurrió tomar ni M ontevideo, ni Buenos Aires, ni Santiago de Chile, tomó Caracas, Ciudad de M éxico, Nueva York (com o ciudad latinoamericana), y tom ó San Pablo.

Corral. Sin duda la persona es venezolana.

Sarlo. Exactamente. Pero era muy convincente el armado de ciudades. No entrábamos nosotros. Los conosureños quedábamos fuera de la posmodernidad, éramos periféricos de la posmodernidad; quizás son ciudades que viven en ese registro.

Ruffinelli. N o tenemos autopistas com o las del Bronx que analiza Berman.

Sarlo. N o. Y cada vez que nos construyen una autopista o intentan construirla, decimos: ¡No, jamás!

Corral. La panamericana sería la más moderna, o posmoderna, supuestamente nos une a todos. Pero no existe.

Sarlo. N o existe, exactamente.

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Hacia una crítica literaria latinoamericana:

nacionalismo y cultura en el discurso de Beatriz Sarlo

Patricia D 'Allemand

Durante las dos últimas décadas el campo intelectual latinoamericano ha venido produciendo reinterpretaciones de su historia y de su cultura. A esta tarea se ha sumado la crítica literaria, cuestionando su larga sumisión a modelos de lectura que parten de un dudoso presupuesto de ‘‘universalidad’”. Este, de hecho, implica el desconocimiento de las particularidades del contexto cultural latinoamericano y de su literatura, que aprehendida desde tal perspectiva, resulta diluida en ese modelo universal. Los proyectos de crítica latinoamericana buscan ante todo proveer maneras de abordar nuestra producción cultural en su especificidad, afirmando la historicidad de la lectura. La crítica latinoamericana rechaza la noción de “lector universal” y se propone justamente esclarecer ese carácter histórico de la lectura.

Por otra parte, la crítica com o discurso social que es, ha cumplido tanto en Europa com o en Estados Unidos funciones sociales y ellas, evidentemente, no son transferibles. Las categorías críticas tienen que partir de praxis literarias específicas y a su formulación se han comprometido en un esfuerzo colectivo los críticos latinoamericanos más importantes de estos últimos veinte años. Entre las más aprovechables contribuciones a la discusión de la cultura en América Latina se cuentan los trabajos de Beatriz Sarlo y Ángel Rama, que me propongo discutir en este artículo.

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M uy lejos están ya los tiempos en que era necesario justificar la legitimidad de un proyecto tal com o el de una crítica latinoamericana y disputar para ella un espacio en el ámbito académico. Ella es un hecho hoy en día; no sólo cuenta con un importante conjunto de propuestas teóricas y metodológicas, sino con una serie de proyectos de relectura de nuestra producción literaria que involucran la plana mayor de la crítica del continente, com o los puestos en marcha por Alejandro Losada o Ana Pizarro, entre otros. Se hace necesario ahora realizar un balance de sus logros, sin temor a señalar sus limitaciones.

El objeto de este texto es discutir el lugar que entre los proyectos de crítica latinoamericana de las últimas décadas juega la propuesta de relectura de la modernidad literaria argentina hecha por Beatriz Sarlo cn Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920-1930, publicado en Buenos Aires en 1 9 88 .1 Tal vez este propósito parezca paradójico a primera vista, dada la notoria ausencia en sus textos de un interés explícito por participar cn los debates que alrededor de la formulación de una crítica latinoamericana se han venido realizando cn el continente a partir de los años setenta. Sin embargo, aunque Sarlo no polemice abiertamente con las líneas dominantes del debate, no es ajena a él. En efecto, Sarlo entabla su polémica dentro del campo intelectual argentino y en particular con los discursos hegemónicos de la izquierda argentina de la década del setenta y, sin embargo, su discurso se articula también al debate latinoamericano, si bien de manera problemática. En primer lugar porque, com o se ha dicho, Sarlo no intenta nunca plantear su trabajo en relación con él. Todo lo contrario, más bien da la impresión de que se cuida de intervenir en él. N o creo que el silencio casi total sobre el debate y sus protagonistas pueda ser explicado simplemente cn términos de aislamiento del campo intelectual argentino de los años setenta, en relación con el latinoamericano. El aislamiento, claro, es un dato relevante para comprender las circunstancias de trabajo del intelectual de izquierda argentino en esta particular coyuntura de su historia; sin embargo, me cuidaría de tomar este dato parcial com o explicación absoluta. D e hecho hay evidencia en los textos de Sarlo, de que está en cierta medida al tanto de los trabajos de algunas de las figuras más destacadas dentro del debate crítico latinoamericano y, en particular, de Angel Rama. Pero también es posible pasar por alto los interrogantes suscitados por los términos del reconocimiento de Sarlo a la labor de Rama. O bien desconoce por com pleto lo más significativo de su trabajo, o está realizando una maniobra de “neutralización” de los aspectos del discurso de Rama con los que malamente podría concillarse: me refiero especialmente a la fuerte presencia de la teoría de la dependencia y de una perspectiva nacional-populista en el proyecto crítico de Rama. Tal neutralización le permitiría evitar una polémica directa con Rama y una intervención en el debate hispanoamericano. Sin embargo, si no es desconocimiento sino cautela, ¿por qué elude Sarlo el debate?2

1 Beatriz Sarlo, Una m odernidad periférica: Buenos Aires 1920-1930\ Buenos Aires, Nueva V isión , 1988 .

2 Sarlo asiste a las Jornadas de Literatura Latinoam ericana celebradas en la Universidad de Cam pinas en Brasil, entre el 2 8 de enero y el I o de febrero de 1980 . A llí dialoga con A ntonio C andido, Angel Ram a y A ntonio C ornejo Polar sobre los problemas de la crítica latinoamericana. (Ver “La literatura de América Latina. Unidad y conflicto”, cn Punto de vista, 8 , 1980 , pp. 3 -1 4 .) Resulta difícil pasar por alto la cautela con que Sarlo conduce la entrevista, evitando polemizar con C ornejo y Rama en particular. Por otra parte, en el libro Literatura y sociedad, escrito en colaboración con Carlos Altam irano (Buenos Aires, H achette, 1983), Rama es presentado com o uno de los más im portantes representantes de la sociología de la literatura en Am érica Latina, y un artículo suyo, “Indagación de la ideología cn la poesía”, es incluido entre los apéndices. (N ótese que no hay referencia alguna a

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Insisto en no cerrar esta opción interpretativa, porque justamente estos problemas no son ignorados por Sarlo en el ámbito argentino. Al contrario, es muy importante el lugar, como explicaré más adelante, que en el discurso de Sarlo juega el análisis de la persistencia del nacionalismo en la lite ra tu ra argentina del siglo XX; igualmente fundamentales en Sarlo son su radical crítica al nacionalismo populista y a la teoría de la dependencia como soportes teóricos para la discusión del arte y la cultura en la Argentina de los años sesenta y setenta. Finalmente, por el lugar central que estos ejes van a tener en su discurso en Una modernidadperiférica, que de manera poco ortodoxa constituye la articulación de Sarlo al debate de la crítica latinoamericana.

Sarlo no hace concesiones en su crítica a este legado ideológico de la izquierda del campo intelectual argentino de las décadas pasadas. Sin embargo, si nuestra conjetura es cierta, se abstiene de cuestionar abiertamente similares posiciones ideológicas presentes en el discurso de Rama. ;Por qué? Si esto es algo más que una cadena de coincidencias, se podría, tal vez, ver en la negativa de Sarlo a menoscabar el trabajo de Rama, un gesto de reconocimiento a la enorme contribución de éste al desarrollo de la crítica de la cultura latinoamericana.

En ningún momento estoy homologando las circunstancias históricas, ideológicas y políticas de Rama a las de la izquierda argentina de los setenta, ni mucho menos sugiero que Sarlo lo haga. Lo único que estoy señalando es la existencia en el discurso de Rama de perspectivas que, aunque provenientes de coyunturas diferentes, tienen momentos de confluencia con las que Sarlo critica para la Argentina. Como se sabe, el proyecto de Rama, en todo caso, está articulado al discurso de la revolución cubana, mientras que el de Sarlo está analizando las consecuencias que para la izquierda del campo intelectual y político argentino de las últimas décadas tuvo su articulación con el peronismo de izquierda.3 Lo que sostengo es que o bien Rama es un interlocutor silenciado del discurso de Sarlo, o en el caso de que se comprobara un desconocimiento de aquél y los debates de crítica latinoamericana por esta última, de todos modos sus trabajos sobre la modernidad argentina son susceptibles de ser leídos en el contexto de tales debates. Más aún, este discurso de Sarlo aporta respuestas y propuestas alternativas a un número considerable de problemas metodológicos que adolecen los proyectos de crítica latinoamericana, problemas de los que ni aún el de Rama escapa completamente como me propongo demostrar.

Pero antes de adentramos en el proyecto crítico de Sarlo, me gustaría detenerme un poco en algunos de los presupuestos teóricos e ideológicos y en algunos de los ejes temáticos que lo sustentan, así como en la coyuntura dentro de la cual éstos se formulan. En efecto, su discurso crítico debe ser leído en el contexto más amplio de su contribución a ese esfuerzo de “autobiografía colectiva” (como a él se refiere en repetidas ocasiones) que la izquierda del campo intelectual argentino emprendiera especialmente a partir de los inicios de la pasada década4 y con el que acomete la

^contribución al proyecto de crítica latinoam ericana.) N o está de más señalar la ausencia de dimensiones, en este ttabajo de Rama, que sin du da Sarlo encontraría problem áticas, tales com o la noción de dependencia cultural o Una Perspectiva nacional-populista.

Beatriz Sarlo, “ Intelectuales: ¿escisión o m im esis?” , en Punto de vista, 7, 25> 1985, pp. 1-2 .4 P

un seguimiento de Sarlo en su cuestionam iento del papel del intelectual de izquierda y de sus responsabi- .jUies, ver sus artículos publicados en Punto de vista a partir de 1983, especialmente: “La perseverancia de un e atc »18, 1983, pp. 3-5; “ La izquierda ante la cultura: del dogm atism o al populism o” , 20, 1984, pp. 22-25;

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revisión de su papel y de su parte en la responsabilidad por la derrota en 1976, y se empeña en una búsqueda de alternativas.

Aunque este proceso tenga lugar dentro del campo intelectual argentino, tiene proyecciones que lo trascienden, pues como ya había señalado, buena parte de los problemas que Sarlo aborda para la Argentina tienen sus correlatos y momentos de coincidencia en otras áreas del campo intelectual y político latinoamericano, a pesar de la diferencia de tradiciones y circunstancias. Entre otros, me refiero especialmente a su crítica a la elisión de los límites entre discurso intelectual y discurso político, así como al nacionalismo populista y a la Teoría de la Dependencia que funcionan como perspectivas hegemónicas en la formulación de discursos sobre la cultura en la Argentina de las últimas décadas.

No hay que esforzarse demasiado para reconocer la presencia en diverso grado de estas mismas perspectivas en varios de los más importantes proyectos de crítica latinoamericana de la pasada década, ni para reconocer la diferente medida en que ellas afectan la eficacia de tales discursos. Me interesa especialmente leer los aspeaos problemáticos de Rama a la luz de las críticas de Sarlo. Y ello me interesa teniendo en cuenta que el discurso de Rama y en particular su discurso sobre la Transculturación, sigue siendo una de las mayores contribuciones al desarrollo de teorizaciones sobre la cultura en Hispanoamérica. El reconocimiento de restricciones metodológicas en el discurso de Rama no niega sus aportes. Más bien tiene como mira la búsqueda de alternativas. De ahí el interés en las propuestas de Sarlo. Si Rama es uno de sus interlocutores y en qué grado lo sea, queda planteado como problema abierto. El hedió es, sin embargo, que estos aspeaos polémicos de Rama resultan devastadoramente criticados por el discurso de Sarlo.5

“Intelectuales: ¿escisión o mimesis?" 25, 1985, pp. 1-6; “Una mirada política: defensa del partidismo en el ane", 27, 1986, pp. 1-4.

5 El discurso de Rama es atravesado por concepciones nacionalistas, muchas veces estrechas, que en diverso grado minan su sutileza y lucidez críticas, creándole problemas metodológicos. Un ejemplo de ello es su incomodidad al abordar las literaturas de vanguardia que Rama, claro está, no estigmatiza torpemente, pero para las que tampoco encuentra espacio dentro de lo que él considera el paradigma propiamente nacional de la literatura latinoamerica­na: la literatura transculturadora. Rama no se distancia de la ya arraigada lectura que articula (reductoramente) nuestra producción literaria a dos ejes: uno internacional, “cosmopolita”, y otro local, asociado a las culturas tradicionales, ellas sí portadoras del carácter “nacional”, aunque Rama no lo diga abiertamente. En este polo se produce la literatura transculturadora. La fórmula nacional de Rama, esa “peculiaridad cultural desarrollada en lo interior” (ver Transculturación narrativa en América Latina, Siglo XXI, México, 1982, p. 12), se circunscribe a las culturas tradicionales, rurales. Para sostener esta lectura de lo nacional, Rama se ve precisado a recurrir a categorías míticas, entre otras, la organicidad cultural del interior del continente (ibid., p. 20), o al hablar de los transculturadores, su «esfuerzo por manejar auténticam ente (el subrayado es mío) los lenguajes simbólicos desarrollados por los hombres americanos...» (ibidem., p. 19.) (Ver también “Sistema literario y sistema social en Hispanoamérica”, en A. Rama et a l, Literatura y praxis social en América Latina, Caracas, Monte Ávila, 1974, pp. 99, 106, 107). Con el uso de este lenguaje mistificador Rama idealiza espacios culturales convirtiéndolos en modelo único nacional (auténtico), reduciendo la diversidad. No es casual el hecho de que el interés de Rama por la cultura popular se centre alrededor del ámbito rural y que en ningún momento se extienda a la producción cultural popular urbana y a los procesos de intertextualidad que puedan darse entre ella y los discursos literarios, por ejemplo. El discurso sobre la transculturación reveía agudamente no sólo la resistencia de las culturas populares rurales americanas frente a las presiones homogeneizadoras del modelo modernizador, sino la capaci­dad de articular discursos contrahegemónicos y de constituirse en alternativas de modernización. Sin embargo, la rigidez de su concepción de lo nacional le impide encontrar discursos críticos o de resistencia a la dominación, que se puedan estar construyendo en los espacios de mayor empuje y penetración de la modernización.

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No menos cieno es que Una modernidad periférica puede leerse en buena medida como propuesta que nace de la búsqueda de alternativas a los problemas que los legados ideológicos de los años sesenta y setenta creaban al trabajo del intelectual en general y del crítico en particular.

Sarlo pane de la problematización del lugar, la identidad y la función del intelectual de izquierda en relación al campo político y cultural tal y como éstos habían sido establecidos a lo largo de los sesenta y setenta en la Argentina. En estos años el discurso del intelectual habría sido subordinado, “canibalizado” (dirá Sarlo) por el de la política; habría tenido lugar un proceso de borramiento de las tensiones entre estas esferas y ello habría llevado a una pérdida de la dimensión crítica.6 Estas tensiones deben reconocerse y encararse si se pretende restituir al intelectual su identidad y su función crítica. Sarlo reivindica la tensión y la diferencia entre estas instancias, en contra de una perspectiva totalizante que pretende homogeneizar lo heterogéneo y borrar las fisuras y los conflictos.7 Lo que a Sarlo le interesa no es una marginación de la política respecto del trabajo del intelectual, sino una redefinición de sus relaciones, del concepto mismo de política y del lugar de su discurso en la esfera pública. Lo que le interesa es la búsqueda de un nuevo espacio para el discurso del intelectual, y en particular para su discurso crítico, donde no reniega de su responsabilidad política, pero tampoco delega su identidad específica como intelectual.8

La raigambre y persistencia de perspectivas nacionalistas en la crítica argentina es para Sarlo ejemplo por excelencia de la disolución de los límites entre ideología política y discurso sobre la cultura, y responsable de numerosas versiones reduccionistas de los procesos literarios en particular. Más aún, lo más importante de la producción crítica de Sarlo examina las relaciones entre nacionalismo y cultura en el campo intelectual argentino a partir de la Generación del Centenario. Su trabajo se desarrolla sobre el presupuesto de que este eje nacionalista acompaña el proceso de formación cultural de la Argentina. Sin pretender dar respuesta definitiva al porqué de esta particularidad de la historia cultural argentina, Sarlo se propone desplegar los diferentes proyectos de cultura nacional formulados por su literatura y explicarlos bien en términos de su carácter hegemónico dentro del campo intelectual, o bien en términos de su coexistencia conflictiva y de sus esfuerzos algunas veces contrahegemónicos, y otras simplemente de ganar un espacio dentro del campo cultural.9 Entre los aportes más interesantes de Sarlo habrá que tener en cuenta su lúcida distancia crítica respecto de las diferentes formulaciones nacionalistas objeto de su discurso, distancia que le permitirá realizar un muy aprovechable y necesario desmontaje del contenido mítico de categorías y paradigmas centrales a estos discursos nacionalistas, a partir de los cuales se han diseñado lecturas extremadamente reductoras de los procesos literarios. Más aún, lo que Sarlo hace es cuestionar incluso la legitimidad de estas categorías y paradigmas para funcionar como tales. Me estoy refiriendo a dudosas nociones tales como “literatura cosmopolita” o “no nacional” y aun “antinacional”, que suelen enfrentarse a “literatura nacional” no sólo dentro de la crítica argentina, sino dentro de la

6 Ver Sarlo, “Intelectuales...", op. cit., p. 2.

7 Ibid., p. 6.

* Para una exposición de su concepción sobre la postura política del artista y del crítico, ver su artículo "Una mirada política...“, op. cit.

’ Ver especialmente B. Sarlo y C. Altamirano, “La Argentina del centenario: campo intelectual...", Hispanoaméri­ca, IX, 25-26, 1980, pp. 35-39. “Vanguardia y criollismo” y, naturalmente, Una modernidad periférica, op. cit.

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latinoamericana cn general, al igual que otra similarmente dudosa idea de que sólo las culturas populares rurales pueden ser portadoras de lo nacional, mientras que las urbanas habrían sido “desnacionalizadas” por el cosmopolitismo de su ámbito.10 En efecto, Sarlo proporciona una alternativa de lectura respecto de estas estrategias de construcción (mítica) de linajes y tradiciones. Como veremos cuando discutamos Una modernidadperiférica, no resulta aventurado afirmar que Sarlo clausura esta línea de debate, ofreciendo una muchísimo más fértil perspectiva sobre la dinámica de los procesos culturales.

Esta tenaz presencia de discursos nacionalistas no es peculiar exclusivamente a la Argentina. Es rasgo constante dentro del pensamiento latinoamericano también desde el inicio de la formación de las repúblicas independientes en el siglo XIX. Es igualmente, eje que articula algunos de los discursos críticos más importantes de Hispanoamérica, entre ellos los de Roberto Fernández Retamar, Antonio Cornejo Polar, Alejandro Losada y Angel Rama.

A diferencia de Sarlo, Rama no está solamente preocupado por entender la perseverancia de los enfrentamientos entre los diversos proyectos nacionalistas en la producción literaria y cultural. Su discurso, de hecho, se articula a estos debates, como proyecto nacionalista que él mismo es. N o es fácil hablar del nacionalismo de Rama. Para comenzar, no se le puede reducir a un solo discurso nacionalista. Como he mostrado en otra ocasión,11 hay al menos dos, uno anterior al año 74 y cuyo paradigma sería su libro Darío y el Modernismo,’2 y otro, el que articula los trabajos que recogiera en su libro Transculturación narrativa en América Latina.13 Este último es el que me interesa discutir a la luz de la crítica de Sarlo al nacionalismo populista de la izquierda argentina de las dos últimas décadas. De nuevo debo reiterar que de ninguna manera pretendo asimilar a Rama a la historia cultural argentina y que, menos aún, paso por alto la coyuntura desde donde Sarlo formula su discurso: inicios de los años ochenta, desde la izquierda de un campo intelectual que emprende la revisión de su participación en la experiencia revolucionaria de la década anterior y su trágica derrota. Su postura frente a la relación entre nacionalismo y cultura no es independiente de su cuestionamiento del nacionalismo populista de la izquierda argentina. En él se apoya su distancia. Es necesario reiterar también que Sarlo jamás proyecta su crítica al campo intelectual latinoamericano. Sin embargo, resulta difícil ignorar la relevancia que ella pueda tener para la lectura de los proyectos de crítica latinoamericana de los años setenta, y para la búsqueda de salidas a los problemas metodológicos que los entorpecen.

M uy diferentes a las de Sarlo son las circunstancias donde se produce el discurso de Rama. Sus trabajos sobre la transculturación cn América Latina se escriben en la segunda mitad de la década del setenta, en un ámbito que no ha experimentado la brutalidad de la derrota argentina y careciendo aún de la perspectiva que da el tiempo y con la que cuenta Sarlo; para no mencionar la experiencia de una izquierda que hace su autocrítica, como es el caso de la argentina. Indudablemente el

10 Beatriz Sarlo. “La izquierda ante la cultura: del dogmatismo al populismo”, op. cit., pp. 24 y 25.

11 “Hacia una crítica latinoamericana; el discurso de Angel Rama", charla realizada en el Institute o f Latin American Studies, Londres, el 24 de noviembre de 1988.

12 Angel Rama, Darío y el Modernismo, Caracas, Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Biblioteca, 1970.

13 Angel Rama, Transculturación narrativa en América Latina, México, Siglo XXI, 1982.

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discurso de Rama y su nacionalism o tienen sus articulaciones con las d im ensiones antiimperialista,tcrcermundista y latinoamericanista del discurso de la revolución cubana. Habría que esclarecer hasta qué punto el peronismo de izquierda sea elemento pertinente para comprender la historia intelectual de Rama. Leer el nacionalismo populista de Rama en el contexto de la articulación cubana, no nos impide encontrar proyecciones del discurso de Sarlo en relación con ella. Si a Sarlo le interesa hacerse cargo o no del alcance de su crítica a nivel continental, queda por verse; y en todo caso, no resta importancia a su contribución a la crítica latinoamericana, que en la propuesta alternativa de Sarlo podría encontrar salidas a sus áreas problemáticas, que tanto tienen que ver con el carácter mistificador de categorías heredadas de esta perspectiva nacionalista. Para Sarlo simplemente no es posible construir un proyecto crítico sobre la base de un discurso nacional- populista:

Me resisto a pensar la cultura argentina como una empresa de homogeneización realizada en nombre de la identidad nacional, de la clase obrera o del pueblo (según sean las perspectivas políticas que la izquierda adopte sobre el asunto). Tampoco me parece fiel a los hechos pensar la historia de esta cultura como una batalla interminable en la que se enfrentan contingentes nacionales y antinacionales, como fue inexacto pensar este proceso en tanto contraposición simple de una línea “progresiva” y otra reaccionaria. Finalmente, la tentación que acecha a la izquierda es también la de un paternalismo misional, que la impulsa a salvar a los sectores populares, de los peligros de la cultura "alta"y cosmopolita y, en nombre del respeto debido a las culturas regionales, campesinas o folk, a celebrar panglosianamente lo que pueda haber sido resultado de la desigualdad, la injusticia y la privación .u

No es posible reconocer lo que de esta crítica es pertinente para la lectura de la dimensión nacional-populista que entorpece por momentos el proyecto de Rama. Pero tampoco puede dejarse de lado el hecho de que en su trabajo sobre la transculturación narrativa en América Latina, tiene como objeto de observación sociedades donde la modernización ha penetrado más lenta y desigualmente que en la Argentina o el Uruguay, y donde, consecuentemente, sobreviven enormes contingentes campesinos (en el caso del Perú, indígenas) y sus ámbitos tradicionales en relación de coexistencia conflictiva con modernos centros urbanos en expansión. No es mi propósito ahora ahondar en este asunto. Sin embargo, no quiero seguir adelante sin reiterar que el señalar las áreas problemáticas del discurso de Rama no implica en absoluto un intento de invalidar su crucial aporte a la crítica de la cultura latinoamericana, sino, por el contrario, buscar salidas a sus atascamientos.

En Una modernidad periférica, Sarlo explora los movimientos de reestructuración del campo cultural argentino, en su relación con los procesos de transformación social que tienen lugar en las décadas del veinte y treinta. La modernización de Argentina y en particular de Buenos Aires, funcionan como presupuesto de su lectura. La modernización funciona como eje que articula las

14 Sarlo, “La izquierda ante la cultura...”, op. cit., p. 25.

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heterogéneas respuestas culturales y estéticas al cambio que Sarlo se propone desplegar. Le interesa mostrar las especificidades de la modernidad argentina de los años veinte y treinta, pero cuidándose de recurrir a los paradigmas reduccionistas utilizados por los modelos críticos nacionalistas. En efecto, su propuesta constituye un intento de proporcionar una lectura alternativa, que sin embargo, dé cuenta de los rasgos específicos de la cultura argentina. Para ello la define a partir de una hipótesis básica de trabajo, por la que la caracteriza como una cultura de mezcla. La mezcla de ideologías, discursos y prácticas culturales es la forma de operar, por excelencia, de la cultura argentina, fórmula que Sarlo extiende a Latinoamérica:

En efecto, una hipótesis que intentaré demostrar se refiere a la cultura argentina como una cultura de mezcla, donde coexisten elementos defensivos y residuales junto a los programas renovadores; rasgos culturales de la formulación criolla al mismo tiempo que un proceso descomunal de importación de bienes, discursos y prácticas simbólicas (...).La mezcla es uno de los rasgos menos transitorios de la cultura argentina: su forma ya “clásica” de respuesta y reacondicionamiento (...)15

Para Sarlo lo específico latinoamericano y en particular argentino, no está en la supuesta preservación de tradiciones intocadas por lo foráneo y por ello portadoras de “lo nacional”. Por el contrario, Sarlo parte de la premisa de que el campo intelectual argentino moderno [todo él y no sólo una “elite extranjerizante”) está de hecho articulado al campo internacional y que ello implica su necesario contacto con prácticas y discursos importados. Lo que le interesa a Sarlo es explorar las distintas maneras en que éstos son apropiados y reformulados para adecuarse a las necesidades del campo cultural argentino; y en ello justamente encuentra la especificidad de su producción. Las transformaciones sociales operadas en Argentina ya desde fines del siglo XIX, pero intensificadas a comienzos de los años veinte, ocurren con rapidez vertiginosa, no comparable a la mucho más gradual de las metrópolis. Esto implica la articulación, más que la simple coexistencia de un espacio moderno (que im pona discursos y proyectos estéticos de la modernidad metropolitana) con uno tradicional, o al menos con un espacio en el que sobreviven elementos tradicionales. Es a la luz de estos cruces, las condiciones que ellos crean y las presiones particulares que ellos ejercen sobre los productores de cultura, donde debe buscarse la especificidad de la cultura latinoamericana.

En realidad éste es uno de los aportes más útiles para la crítica latinoamericana. Sarlo rompe aquí con una interpretación que entiende la producción literaria latinoamericana como meros actos miméticos. Su interés más bien está en mostrar cómo los escritores del periodo experimentan el proceso de urbanización de Buenos Aires desde un espacio cultural heterogéneo, que mezcla tradición y modernidad, y desde luego, cómo producen proyectos estéticos diferenciados de los metropolitanos. Esta perspectiva conlleva una noción mucho más dinámica e histórica sobre los procesos culturales, pues desecha la idea de imitación que implica, en todo caso, una actitud de recepción pasiva y de reproducción mecánica donde no hay lugar para la creatividad; otra ventaja del abordaje de Sarlo está en la productividad que ella deriva de lo que una lectura basada en la idea

15 Sarlo, Una modernidad periférica..., op. cit., p. 29.

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de mimesis percibiría simplemente como “distorsiones” o pobreza en la “calidad” de la copia. Es en esos aparentes “desvíos” donde ella busca entender los procesos de refuncionaiización del “modelo” que se están llevando a cabo. De paso, la noción de modelo como “original” frente a “reproducción”, resulta también debidamente erradicada de su propuesta crítica. No se trata de ignorar la condición periférica de los países latinoamericanos, ni mucho menos de pasar por alto el hecho de que esta condición determina, entre otras cosas, una relación de intertextualidad con los campos intelectuales metropolitanos siempre asimétrica (el término es suyo). Se trata de reinterpretar su funcionamiento partiendo del reconocimiento de que esta intertextualidad no se realiza en un vacío sociocultural. Los discursos que se importan deben entrar a un campo intelectual ya constituido, con sus tensiones y sus debates, y a ellos tienen que responder si quieren ser eficaces. Pero hay que entender esta ruptura de Sarlo también en relación con los modelos críticos nacionalistas apoyados en la Teoría de la Dependencia Cultural, pues ellos parten de una concepción igualmente refleja y pasiva de la apropiación de discursos metropolitanos, cuya única función sería “desnacionalizar” la cultura.16 Con esta postura Sarlo se aleja del viejo complejo de inferioridad que ha padecido la crítica latinoamericana respecto de las culturas metropolitanas y que la lleva a verdaderos juegos malabares para tratar de garantizar un espacio respetable a nuestra literatura en el ámbito internacional. A Sarlo no le interesa “probar” que las “copias” no son tan malas después de todo, ni apelar a míticas demostraciones de la “originalidad” de las obras literarias, ni mucho menos negar la articulación de nuestra cultura con el campo intelectual internacional. En realidad, Sarlo desjerarquiza los procesos culturales, en primer lugar entre metrópolis y periferia, pero también entre producción “culta” y producción popular, como lo ejemplifica su lectura de Borges y Arlt, respectivamente.

Uno de los aspectos de Borges que más sugestivo encuentra Sarlo es el de sus “orillas” portefias, ese margen criollo donde se funden pampa y ciudad; con esta invención Borges interviene al menos en dos debates: el de la identidad nacional en que el sistema cultural argentino está empeñado en ese momento, y el de la articulación de este último al campo intelectual internacional. Las “orillas” porteñas de Borges son a la vez “las orillas de la literatura universal, [que es] pensada como espacio propio y no como territorio a adquirir”.*7 Borges propone una fórmula de universalidad para la literatura argentina a partir de sus orillas criollas, a la vez que “acriolla la tradición literaria universal”.18 La universalidad peculiarmente argentina que Borges proporciona a su literatura es aquella que se produce al “colocarse con astucia, en los márgenes, en los repliegues, en las zonas oscuras, de las historias centrales. La única universalidad posible para un rioplatcnse”.19 Ciertamente el discurso de Sarlo recoge y aplica esta solución borgeana; no tenemos que buscar demasiado para comprobarlo: el título mismo de su libro ironiza el apelativo de “periferia”, desinvistiéndolo de su connotación jerárquica. La relcctura de la modernidad argentina de Sarlo es también un proyecto de revaloración y resemantización de la producción cultural “periférica”.

La escritura arltiana, para Sarlo, se construye a partir de sus propios límites que son de origen sociocultural; desde “el resentimiento causado por la privación cultural de origen”, Arlt lanzaría su

16 Sarlo. Literatura/Sociedad..., op. cit., p. 87.

17 Sarlo, Una modernidad periférica..., op. cit., p. 50.

'* Ibid., p. 181.

'* Ibid., p. 49.

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“desafío” contra las “instituciones estético-ideológicas”,20 y se empeñaría en un proceso casi “salvaje” de apropiación de los saberes prestigiosos que le han sido negados, y de los saberes marginales a los que tiene acceso desde su condición marginal. Pero este proceso de ‘ canibalización (...) deformación (...) perfeccionamiento (...) y parodia”,21 se convierte además en estrategia de su escritura. Responde con el sarcasmo a la distribución desigual de la cultura, desacralizándola a la vez que afirmándola: “Exhibición de cultura y exhibición de incultura: el discurso doble de la ironía niega y afirma, al mismo tiempo, la necesidad y la futilidad de la cultura”.22 El poder t n todas sus formas y relaciones y su asociación fundamental con el saber, son tema hegemónico de la obra de Arlt. Su “asalto” poder se realiza a través de su conquista del saber y ella se realiza desde los circuitos alternativos de los saberes marginales que, para los sectores populares, “suplen la ausencia o la debilidad de los circuitos formales”. Desde este espacio alternativo, que “está en los márgenes de las instituciones, [alejado] de las zonas prestigiosas que autorizan la voz”.23 Arlt construye su discurso y legitima para él un lugar dentro del campo intelectual moderno argentino, a pesar de y en contra de su exclusión de los circuitos del saber institucional.

N o está de más señalar que el planteamiento crítico de Sarlo se construye a partir de lo que su propio corpus le propone. De ello su lectura de Borges y Arlt son sólo dos ejemplos, si bien especialmente relevantes por cuanto dan luz sobre uno de los gestos más sugestivos de su discurso. Me refiero a su proyecto de revalorización de una producción cultural que se realiza desde la “periferia” (dicho no sin ironía) del sistema de las sociedades modernas; el discurso de Sarlo potencia, como el de Arlt, los límites impuestos por la “marginalidad” de la “periferia”, desjerarquizando los discursos centrales, descalificando tanto las perspectivas que niegan la modernidad latinoamericana como las que sólo pueden encontrar “desfases” y “reproducciones” pobres y tardías en su producción literaria a causa de su “atraso” material y sus limitaciones culturales. De hecho, lo que se desprende del trabajo de Sarlo es la posibilidad de efectuar una lectura en positivo, de lo que hasta ahora la crítica ha leído siempre en negativo: la marginalidad de la cultura moderna argentina y la asimetría en sus relaciones con los campos intelectuales centrales a que su condición periférica la somete. Lo que Sarlo en efecto está sugiriendo es hasta qué punto y de qué manera los escritores argentinos (y de hecho latinoamericanos) pueden trocar las desventajas de su posición marginal en condiciones productivas y cómo es ella misma la que hace posible sus estrategias de descentramiento, de desbordamiento, de exacerbación irreverente respecto de los “modelos” provenientes del campo intelectual metropolitano (procedimientos que su propio discurso crítico realiza, en realidad); cómo esa situación periférica del intelectual argentino respecto a las tradiciones centrales (como, por lo demás, lo quiere Borges en su artículo “El escritor argentino y la tradición”),24 concede a su escritura la distancia que potencia su radicalidad crítica y su capacidad de innovación, de las que la obra de Borges mismo es una de sus más eminentes pruebas.

20 Ibid.. p. 50.

21 Ibid., p. 52.

22 Ibíd.

23 Ibid., p. 56.

24 Jorge Luis Borges, "El escritor argentino y la tradición”, en Discusión, Buenos Aires, Emccé Editores, pp. 151-162.

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Ahora bien, aunque Sarlo no entable una polémica abierta, su proyecto crítico supone también un cuestionamiento a aquellos modelos críticos que se empeñan en reducir la multiplicidad de la producción literaria del continente a dos paradigmas enfrentados, uno “cosmopolita” y otro “local”. Sarlo nos propone una alternativa a la vieja y recalcitrante lectura maniquea que concibe la producción literaria latinoamericana como un enfrentamiento entre literaturas “nacionales” y literaturas “desnacionalizadoras”. De hecho, todos estos vocablos y sus correlativas mitologías están erradicados de su discurso crítico. Lo inadecuado de estas nociones queda demostrado en el cuadro que del campo intelectual argentino de los años veinte y treinta produce Sarlo:

La búsqueda de nuevas formas de nacionalismo es uno de los signos del periodo (...). He trabajado con la hipótesis de que este clima ( ...) no afectaba sólo a la fracción de derecha del campo intelectual. M ás bien, la situación de desconcierto frente a un mundo donde se estaban viviendo grandes transformaciones que incluían procesos políticos o económicos y la redefinición de los lugares del intelectual y de la cultura respecto del estado, concernía, en términos globales, a las elites de escritores y artistas, que se consagran a la elucidación de los rasgos nacionales a partir de un análisis del presente o de una relectura de la historia.25

De un lado, la preocupación nacional abarca todo el espectro político del campo intelectual, que se halla en pleno proceso de reestructuración; ella atraviesa todos los proyectos literarios del periodo, incluidos, por ejemplo, aquellos supuestamente “autorreferenciales”, estigmatizados por la crítica nacionalista como “cosmopolitas” y como desentendidos de la problemática nacional. La obra de Borges, por ejemplo, no puede comprenderse en todas sus dimensiones si se le reduce a la fórmula ultraísta y se ignora su programa criollista de vanguardia, verdadera fórmula de identidad nacional: las “orillas” de Borges, definición de lo “verdaderamente” argentino, tienen más que ver con su invención de un mundo y una tradición criollos que con la nueva sociedad “cosmopolita” desde donde escribe. De hecho, la “argentinidad” propuesta por Borges excluye totalmente a los inmigrantes y debe leerse como una respuesta -entre las muchas otras con que compite- a los profundos cambios que la modernización está operando sobre la sociedad argentina en general y sobre el campo intelectual en particular. Ahora bien, al mostrar los discursos de identidad nacional como patrimonio de todo el campo intelectual, Sarlo des-sectariza la noción de lo político. De otro lado, nos dice Sarlo, es todo el campo intelectual el que está importando discursos; la diferencia radica sólo en los distintos sistemas de lecturas que cada grupo apropia y legitima. Desde este punto de vista, evidentemente, las ideas de “nacional” o “cosmopolita” se diluyen, perdiendo cualquier Opacidad operativa. Además de demoler estos esquemas dependentistas y nacionalistas, Sarlo desacredita el reduccionismo de las lecturas bipolares de nuestra producción literaria y sus gestos Wnogeneizadores; y lo hace con su disposición para abordar el campo intelectual en su complejidad ynqueza de respuestas a la modernización, y para desplegar la heterogeneidad de su composición y producción, sin escatimar sus contradicciones ni sus cruces ideológicos o estéticos. Su mirada

Sarl° ’ Una modernidad periférica..., op. cit., pp. 243-244 .

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crítica valora la búsqueda por sobre las fórmulas cerradas y los modelos acabados. Su lectura es una lectura abierta a la reformulación constante y al carácter activo de la cultura y como tal constituye una alternativa importante ante la crisis de los modelos globales.

El trabajo de Sarlo, como buena obra modernista él mismo, se plantea como propuesta de lectura abierta y en constante reformulación; no se propone constituir un modelo, ni servir de paradigma para la crítica latinoamericana. El foco de su lectura es el campo intelectual argentino y casi habría que decir, de Buenos Aires. Su discurso, por lo demás, carece completamente de la dimensión latinoamericana de los proyectos críticos hispanoamericanos formulados en los años setenta. Sin embargo, a pesar de su reticencia para entablar polémica con ellos, Sarlo asesta un duro golpe al nacionalismo populista de las izquierdas del continente y clausura la era de sus debates maniqueos sobre la cultura. Igualmente, es posible encontrar en su discurso propuestas utilizables por la crítica latinoamericana, especialmente a nivel de términos de relación entre cultura y política, entre producción cultural periférica y metropolitana, entre discurso literario y discurso nacional, entre cultura popular y cultura de elite, entre lectura de los textos y producción del campo cultural. Si bien no pretende resolver los problemas de método para la crítica latinoamericana, Sarlo cumple con abrir nuevos caminos a la discusión sobre la cultura en el continente.

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Retomar el debateBeatriz Sarlo

En 1994 publiqué Escenas de la vida posmoderna} Horacio González, en Espacios, le planteó a este libro varias objeciones que, a grandes rasgos, lo ubicaban en el clima negociador de la época al que yo le agregaría algo de pedagogismo bienpensante. Hace pocas semanas, una reseña firmada por Eduardo Hojman en Página 12, usaba el adjetivo “nostálgico” para referirse a posiciones que presento en un nuevo libro, Instantáneas: medios, ciudad y costumbres en el fin de siglo.1 Acabo de recibir un artículo publicado en Alemania por Andrea Pagni y Erna von der Walde, donde se ocupan, en paralelo, de Escenas de la vida posmoderna y de Devórame otra vez, de Óscar Landi,3 con quien yo había intentado debatir en vano. El mismo adjetivo, “nostálgico”, aparece dos veces en el artículo de Pagni y Von der Walde. Esta serie de textos me obliga a volver sobre lo dicho,4 ya que el adjetivo “nostálgico” va en una dirección y las “soluciones de política práctica y emprendedora”, como las define González, van en otra. Se trata de ver si ese reformismo conciliador que señala González es una estrategia de intelectual nostálgico de posiciones perdidas, como se me caracteriza en el artículo de Pagni y Von der Walde.

M e ocuparé entonces de la nostalgia, de la cultura popular y de los intelectuales, porque creo que tantas coincidencias críticas, aunque los argumentos sean claramente divergentes, no pueden provenir de la casualidad. Algo en mis libros llama al adjetivo que Menem ha usado para descalificar a quienes dentro del justicialismo se oponen a su política: nostálgicos 17 de octubre.

' Beatriz Sarlo, Escenas de la vida posmoderna, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1994.

* Beatriz Sarlo, Instantâneas: medios, ciudad y costumbres en el fin de siglo, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1996.

J Óscar Landi, Devórame otra vez,; qué hizo la televisión con la gente, qué hace la gente con la televisión, Buenos Aires, Planeta, Espejo de la Argentina, 1992.

* Horacio González, “Perspectivas de la crítica cultural. Sobre Escenas de la vida posmoderna de Beatriz Sarlo”,

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;D c qué sería yo nostálgica? La respuesta que dan Pagni y Von der Walde es inequívoca: extraño el lugar que, antes, los intelectuales tenían en la sociedad. Extraño el lugar que otros tuvieron y que ahora nosotros no tenemos. González piensa, en cambio, que he resignado precisamente ese lugar, y junto con él, me alejé del discurso puro y duro de la resistencia crítica.

Algo pasa entonces con la nostalgia, salvo que se piense que esa palabra es usada en su acepción vulgar (puede ser el caso de la reseña de Página 12> pero no del trabajo bien razonado de Pagni y Von der Walde). Por otra parte, creo que González ha captado con inteligencia las dificultades en que me muevo describiendo una doble pinza o paradoja de la que yo intentaría, ingenuamente y en vano, encontrar una salida. González piensa que he tomado un camino de conciliación porque, después de presentados los conflictos de la condición contemporánea, insisto en encontrarles una solución reformista. Pagni y Von der Walde piensan casi lo contrario: que me niego a abandonar viejas posiciones críticas cn relación con los medios y la cultura popular.

Voy a ver por dónde yo no intento salir de la condición contemporánea, en primer lugar. Y qué significa, si es que algo significa, el sustantivo “nostalgia” identificado con mis posiciones. Primero, las salidas que no elijo.

Hay una salida que yo llamaría uso adaptativo de Michel de Certeau.5 Más de lo que se ha reconocido hasta el momento, De Certeau impregna el análisis cultural latinoamericano y su creencia en las maravillas que hacen los sectores populares con los objetos materiales y simbólicos que retiran del mercado. Probablemente, De Certeau no se reconocería cn este escenario optimista donde algunos capítulos de Arts de faire sirven para conclusiones casi triunfalistas y un poco moralizantes. Michel de Certeau no es un ideólogo empeñado en descubrir una salida a la situación contemporánea de las masas populares ni de ningún otro actor social. Se trata más bien de un teórico en usos desviados, que plantea una especie de modelo insurreccional frente a las indicaciones institucionales que impone la cultura (un modelo que, por momentos, recuerda la actividad desafiante del vanguardista con el ready-made y t 1 objet trouvé). Afirma, reiteradamente, que la naturaleza del uso es su desvío. En este sentido, De Certeau define la poética de un tipo de lector siempre dispuesto a contradecir el camino que pretende imponérsele: “productores no reconocidos, poetas de sus propios actos, descubridores silenciosos de sus propios caminos en la jungla de la racionalidad funcional”. Frente a un modelo (ciertamente unilateral) en el que los usuarios seguirían fielmente las instrucciones inscritas en los objetos, de Certeau (sin recargar su argumento con una masa de investigación empírica) afirma lo inverso: usar no es cumplir un mandato sino subvertirlo. Las identidades serían así más insurreccionales que repetitivas.

Michel de Certeau da forma teórica a la dinámica poética del consumidor popular y a su poder de transformación de los objetos y las prácticas que se le imponen. El consumidor popular tiene

Espacios, 16, julio-agosto, 1995, publicación de la Facultad de Filosofía y Letras, U.B.A. Horacio González también escribió al respecto cn E l ojo mocho (donde Eduardo Rinesi apiló, a su vez, una serie de insinuaciones máso menos ofensivas); Andrea Pagni y Erna von der Walde, “Q ué intelectuales cn tiempos modernos o de cómo ser radical sin ser fiindamcntalistas. Aportes para una discusión con Beatriz Sarlo”, en Roland Spiller (ed.), Culturas del Rio de la Plata (1973-1995): transgresión e intercambio, Lateinamerika-Studien, 36, Universidad Erlangen- N ürnberg, Vervuert Verlag, 1996.

5 Michel de Certeau, The Practice o f Everyday Life, traducción de Arts de faire, Berkeley, University o f California Press, 1984; Heterologies: Discourse on the Other, Minneapolis, University o f Minnesota Press, 1986.

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“tácticas” y describe “trayectorias” que no están inscritas en el uso institucional previsto para los objetos y los bienes simbólicos. Esto es así. Ningún consumidor compra de enteramente el programa inscrito en un texto. Desde este punto de vista, el gesto de De Certeau, que supone una hermenéutica y una teoría de la recepción, responde a la ruptura del círculo de la manipulación: nadie es manipulado porque todo objeto encierra en su uso la posibilidad de tácticas opuestas a las de sus fines estratégicos: “Los débiles temen continuamente convertir a sus propios fines fuerzas que Ies son ajenas”.

Pero el problema no es solamente qué hacen los sujetos con los objetos, sino qué objetos están dentro de las posibilidades de acción de los sujetos. Esos objetos establecen el horizonte de sus experiencias que son la conjunción variada del encuentro de una cultura con los objetos de otras culturas, de viejos saberes con saberes nuevos, de privación simbólica y de abundancia. Cuando Cario Ginzburg, en El queso y los gusanos ,6 describe la herejía de Menocchio como producto del encuentro de una página escrita con la cultura oral, está mostrando, de modo más preciso que De Certeau, de un modo menos generalizador y probablemente menos vanguardista, lo que sucede con los públicos populares. Algo análogo sucede con los intelectuales. Ni el pueblo ni los letrados se salvan del círculo hermenêutico: se hace lo que se puede con lo que se tiene a mano o se conoce, con lo que se ha tenido y se ha conocido antes; las experiencias que se insubordinan frente a las indicaciones de un texto cultural han sido producidas por otros textos y otras insubordinaciones o aceptaciones.

La salida por la vía abierta por Michel de Certeau nos devuelve a un punto:

Así Carlitos Chaplin multiplica las posibilidades de su bastón: hace otras cosas con la misma cosa y va más allá de los límites que los determinantes de los objetos plantean a su utilización. Del mismo modo, el caminante transforma cada significado espacial en algo diferente. Y si por un lado él realiza sólo unas pocas entre las posibilidades fijadas por el orden construido (va sólo allí y no allá), por el otro, incrementa el número de posibilidades (creando, por ejemplo, desvíos y cortocircuitos) y de prohibiciones (se prohíbe a sí mismo, por ejemplo, tomar caminos considerados accesibles o, incluso, obligatorios).7

En efecto, aunque el ejemplo no sea demasiado elaborado, el caminante urbano usa algunas posibilidades, desecha otras y, en la medida en que le sea posible, transgrede algunas disposiciones.

Pero existe la ciudad, dividida de manera material y simbólica, existe el trazado de sus calles y la libertad de su recorrido tiene los límites impuestos por el escenario social. El ejemplo muestra que el círculo de las prácticas-interpretaciones es precisamente eso, un círculo en el que aún las transgresiones están contempladas por las indicaciones de uso (las indicaciones de uso dan forma y contenido a las transgresiones). Esto no es una novedad, ni para los paseantes populares ni para los intelectuales, sean o no nostálgicos. El hecho de que durante muchas décadas se haya dado primacía

6 Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos, Barcelona, Muchnik Editores, 1981.

7 Michel de Certeau, op. cit.

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a las indicaciones de uso contenidas en los objetos y los mensajes, el hecho de que durante décadas se haya recurrido a la teoría de la manipulación para describir lo que los medios o las instituciones hacen con la gente, el hecho de que un foucaultismo vulgar no haya encontrado sino panópticos desde los que se vigila a todo el mundo, en fin, todo eso, no autoriza a pensar que la verdad reside en la inversión lisa y llana de la teoría manipulatoria.

Si la teoría estaba equivocada no se sale de la equivocación por el cortocircuito de tomar sus propios términos c invertirlos: donde había sojuzgamiento hay libertad, donde había imposición hay tácticas de rebelión, donde había unificación hay mezcla, etc., etc.

O tra salida (con la que parecen simpatizar Pagni y Von der Walde), es la del intelectual- intérprete que Zigmunt Bauman presenta aunque no es seguro que suscriba (el libro donde lo hace tiene dos conclusiones, la de estilo “moderno” y la de estilo “posmoderno”).8 Los intelectuales, dice Bauman, durante uno o dos siglos, según los lugares, reclamaron el podio de profeta. Hoy más les valdría revisar esa equivocación ya que o profetizaron en el desierto o fueron descabezados por el público que pretendían influir, o lograron que sus profecías dieran forma a la sociedad y entonces todo fue para peor.

Desde una perspectiva ‘posmoderna’, lo que pueden hacer hoy los intelectuales es convertirse en intérpretes, es decir, escuchar la multiplicidad de voces de la sociedad y tejer la red de intersección de estos discursos: intelectuales carteros. “El pluralismo es irreversible, el consenso universal sobre una visión del mundo y sobre valores es improbable, todas las Weltanschauungen están firmemente ancladas en sus respectivas tradiciones culturales (...). Por lo tanto, la comunicación entre tradiciones se convierte en el mayor problema de nuestra época (...). Se trata de un problema que requiere de especialistas en traducción entre las diferentes tradiciones culturales”. La gente se basta bien por sí misma y, en consecuencia, los intelectuales, si todavía quieren hacer algo que nadie les pide, pueden colaborar para que los que no se oyen bien entre sí, por razones de distancia o de traductibilidad, se escuchen. Una especie de ideal bajtiniano de sociedad polilógica, sin centro: una utopía, posiblemente más amable que la de los profetas.

No hay salida fácil. Creo que nunca hubo una salida fácil y por lo tanto me siento mal representada por los adjetivos que remiten a la “nostalgia”. Arriesgaré, sin embargo, dos o tres ideas, no para salir del atolladero (González me aconseja no salir de los conflictos por el camino de la reforma), sino para seguir pensando dentro de él.

Creo que la cultura, tal como conocemos la dimensión simbólica del mundo social en Occidente, se produce en la intersección de instituciones y experiencias. Pero al decir instituciones y experiencias, quiero decir que no hay experiencias que no tengan de alguna manera a las instituciones como referencia presente o ausente, activa, dominante o débil. Y que no existen instituciones que, activas, dominantes o débiles, actúen en un vacío de experiencia. Las instituciones pueden variar en la historia: la iglesia, la escuela, los medios, la familia, los sindicatos, las asociaciones, los partidos se reordenan según cuál de ellas imprima su dirección aceptada o conflictual. Según las épocas alguna de estas instituciones fue más importante que las otras en la definición de un campo de posibilidades para la producción de experiencias, el mantenimiento de normas o su innovación. Pero no conozco

* Zigmunt Bau man. Legislators atui Interpreten, Cambridge, Polity Press, 1987. Significativamente la conclusión tiene dos partes: “Conclusion, modern style“ y “Conclusion, postmodern style".

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sociedad moderna en la cual estas dos instancias, instituciones y experiencias, estén ausentes de una relación que las implica.

No tendría sentido hablar de transgresiones, desvíos, tácticas secretas, si no existiera un mapa de indicaciones, caminos rectos, movimientos proscriptos. Lo que sea ese mapa es fundamental para ver qué resulta de sus transgresiones y desvíos. Esto parece olvidarse con cierta frecuencia cuando se pone en primer plano la mezcla cultural y en un segundo plano los discursos que entran en ese proceso. ¿Qué se mezcla en la mezcla? Es obvio que no vivimos en un vacío de experiencias (ni siquiera los intelectuales vivimos, créase o no, en tal ambiente esterilizado). Pero también es obvio que no vivimos en un vacío de instituciones. Si algo como el imaginario pudiera rozarse con la punta de los dedos algunas preguntas surgirían de inmediato. Y voy a poner un ejemplo: desde hace más de treinta años, los teléfonos funcionaban mal en Argentina. Sin embargo, es una novedad de los últimos diez que la gente comenzara a pensar que la privatización podía solucionar ese problema. La desastrosa experiencia con los teléfonos no sirvió, por ella misma, para llegar a la sencilla conclusión de que su gestión debía ser cambiada. Otros discursos institucionales debieron, antes, vencer al discurso estatista nacionalista sobre los servicios públicos que formaba parte del sentido común aunque pusiera en tela de juicio los resultados de la experiencia. La experiencia de todos los días no alcanzaba para afectar ese imaginario. O tros temas de un imaginario nuevo sí lo alcanzaron y esos temas Rieron procesados por una serie de instituciones, para empezar por el discurso de gobierno. Mientras tanto, la gente usaba su creatividad desviándose de la norma del uso de teléfonos: pagaba coimas a los empleados, rompía los teléfonos públicos, compartía líneas. Pero el verdadero cambio cultural vino con un cambio de los actores políticos: la experiencia por sí misma era insuficiente. Alguien podría decir que las estrategias alternativas eran culturalmente más interesantes que la privatización menemista, y yo podría estar dispuesta a suscribirla. Pero el cambio cultural se dio desde un discurso de Estado que él solamente, logró conectar con la experiencia, como si la experiencia librada a su propio juego no pudiera sino recurrir a las tácticas del bricoleur que paga coimas si tiene la plata, y si no la tiene se queda sin teléfono y, finalmente, ejerce su venganza destrozando teléfonos públicos.

La experiencia es extraordinariamente activa, pero no gira en el vacío endogámico. No hay ‘generación espontánea’ de experiencia, no hay espontaneidad de la experiencia, sino producción de alternativas que pueden estar, según las circunstancias, más o menos condicionadas por el poder simbólico. Hay variaciones de la experiencia en relación con instituciones que a su vez cambian cuando cambian las tácticas y las trayectorias. Esto, por lo menos, en sociedades como la argentina, que tiene más diarios per cápita que las demás naciones de América Latina, mayor cableado de televisión, y mayor número de computadoras por habitante. Lo que la gpnte hace con las instituciones y con los medios es lo que puede. Y su relación no es siempre de insubordinación frente a la hegemonía cultural, como sería absurdo pensar que es siempre de adaptación funcional.

Por eso, para mí lo interesante de la cuestión sobre intelectuales, sectores populares, opinión pública y medios es el modo en que se configura su interacción. Es diferente una sociedad donde la escuela no está en crisis que una sociedad donde la escuela está completamente vaciada de prestigio simbólico y oferta cultural. Las experiencias de la gente son diferentes frente a una escuela que tiene poder para prohibir el uso del chador a las chicas árabes, como sucedió hace algunos años en la escuela francesa donde todo el peso de la institución se jugó en un conflicto odioso, que en una escuela que no puede impedir que los chicos la consideren el lugar vacío por excelencia y donde

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nada puede ser impuesto completamente. La escuela francesa llama a la insurrección simbólica, la escuela argentina a la indiferencia. Esto es tan obvio que casi no valdría la pena decirlo. Y sin embargo me encuentro repitiéndolo. Las estrategias de desvío de los usos de la escuela en los sectores populares podrán ser de un tipo cuando se trate de un Estado que proporciona servicios plenos e igualitarios, y de otro tipo cuando la institución parezca más exhausta que una patrulla de boy scouts perdida en el desierto.

Del mismo modo se podría pensar en los efectos de los medios. Ellos se recortan sobre un continuum simbólico: si la escuela alfabetizara eficientemente, si la escuela propusiera convincentes modelos para la transgresión, el uso libre, el desvío y la hibridación, los medios tendrían que recortarse sobre este espacio discursivo. Se mezclarían experiencias de varios tipos y el cruce tendría lugar en un espacio donde ciertas instituciones también propondrían elementos para ser mezclados. Probablemente no habría sólo un lugar de enunciación autorizado, sino lugares con diferentes tipos de autorización y de autoridad. Com o diría González, quizás mi perspectiva exprese un optimismo voluntarista. Pero estoy simplemente planteando la idea de que es el conflicto entre instituciones lo que hace dinámicas a las sociedades. Sin ese conflicto, nuestros “cazadores furtivos” (para usar la fórmula poética de Michel de Certeau) no van a tener muchas trayectorias que desviar ni muchos caminos indicados que transgredir. Incluso para una mirada caracterizada por la positividad de la transgresión, la existencia de instituciones está en la base de las posibilidades transgresoras.

Pagni y Von der Walde opinan que ésta es una posición nostálgica propia de intelectuales que estaríamos extrañando un lugar que hemos perdido para siempre: el lugar de mentores y profetas. Esta es, sin duda, una de las figuras clásicas del intelectual, pero hace ya por lo menos treinta años que entró en crisis. Fue en primer lugar la política la que la hizo entrar en crisis, fueron los años de la nueva izquierda los que sepultaron, casi al mismo tiempo, a Martínez Estrada y a Sartre. Mi generación, que fue la de la violencia de los años sesenta y setenta, ya no tuvo a esa figura como modelo. Nuestros intelectuales fueron Mao, Ho Chih M in, el Ché; en realidad Martínez Estrada ya había sido desalojado po.- los últimos intelectuales prototípicos de la historia argentina: David e Ismael Viñas, Sebreli y el grupo de la revista Contorno. Difícilmente se extrañe a aquello que no se tuvo nunca la posibilidad de ser. No hay nostalgia para ese lado.

Pero entonces, ¿hay nostalgia? O mejor dicho, ¿hay elementos en el pasado que no parezcan invariablemente peores que lo que se encuentra en el presente? ¿Todo juicio que no afirme que el pasado fue peor es nostálgico? Yo creo que la escuela argentina fue más eficaz para los sectores populares desde comienzos de siglo hasta la década del cincuenta. Creo que el cine italiano de la década del cincuenta y del sesenta es mejor que el actual. Lo mismo opino del cine francés de los sesenta. ¿Siento nostalgia por Visconti, por Truffaut o por la escuela número 14 del distrito escolar 1 $ en 1920? ¿Es nostálgico pensar que la escuela donde los chicos aprendían a leer y escribir bien en cuatro años preparaba mejor a los sectores populares que aquella que los abandona semialfabetizados cuando esos chicos desertan? ¿Es nostálgico quien piense que la gente ganaba más hace diez años que ahora?

Convengamos que es absurdo afirmar que un juicio, por el solo hecho de relacionar valorativamente presente y pasado, se convierte en nostálgico. Como no tengo la superstición del pasado, es posible que no enferme del optimismo experiencial del presente.

Es nostálgico quien busca reconducir las condiciones presentes a las del pasado. El voluntarismo que me atribuye Horacio González no va en esa dirección. Ni quiero volver a 1922 porque

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entonces se publicó el Ulises, ni quiero volver a los años de Krieger Vasena porque entonces hubo pleno empleo. Tampoco (aunque les cueste creerlo a Pagni y Von der Walde) extraño las épocas de Martinez Estrada. Porque creo que los intelectuales hoy sabemos más y entendemos mejor la Argentina de lo que la entendió Martínez Estrada. Sabemos mejor cuáles son esas esfinges que Martínez Estrada intentó criticar. Sabemos más del peronismo, sabemos más de los sectores populares y de la política; porque actuamos mucho en estas décadas, tenemos una imagen menos conforme con lo que somos.

Confío tanto como cualquiera en lo que la gente pueda hacer con los mensajes que saturan la sociedad. Pero confío de manera diferente: creo que importa no sólo la mezcla sino qué se mezcla cn la mezcla. En El queso y los gusanos, Carlo G inzburg muestra que M cnocchio fue tan extraordinariamente imaginativo no porque trabajó sólo con sus experiencias inmediatas de molinero, sino porque leyó algunos libros, y mezcló libros y experiencias, lo sabido directamente, lo oído a medias, lo deseado. Varios siglos después de Mcnocchio, hay instituciones que tienden más que otras al nivelamiento democrático y la comunicación de saberes: la escuela es una de ellas.

En La imaginación técnica, estudié para los años veinte el modo en que la alfabetización, producida por la eficiencia de la escuela pública, hizo posible el despliegue de saberes técnicos que estaban cn la vida cotidiana de los sectores populares. Sin la escuela esos saberes del bricolcur no hubieran podido conformar, del modo en que lo hicieron, las experiencias con los medios masivos y la tecnología. Las revistas técnicas no hubieran podido circular, las destrezas aprendidas en el trabajo no se hubieran potenciado. ¿Por qué afirmar .sólo la primacía de la experiencia y de los desvíos como si la experiencia en una sociedad urbanizada y mediatizada como la argentina se ejerciera en el vacío intuitivo de un imaginario pueblo de mito arcaico? Cuando hablamos de desvíos y de latcralidad es porque estos movimientos se realizan respecto de otros polos de organización y atracción. Sin esos polos no hay desvío. Es absurdo que hoy tengamos que discutir si las instituciones intelectuales fueron importantes en la formación de las naciones modernas. Hay bibliotecas: unas dicen que fueron importantes porque sojuzgaron, disciplinaron y reprimieron; otras dicen que fueron importantes porque entraron conflictivamente en un proceso de mezcla. No conozco las que dicen que la gente se puso a mirar su experiencia como si fuera un ectoplasma y viera qué fantasma salía de allí. ¿Por qué los sectores populares pueden hacer cosas que no hacen otros sectores sociales? ¿Por qué necesitarían menos escuela, menos calidad en los medios, menos abundancia y variedad simbólica? ¿Los sectores populares se conformarían sólo remendando, cosiendo, tiñendo su experiencia con los medios?

¿Qué estaba pidiendo finalmente en Escenas de la vida posmodema y que posiblemente fue mejor entendido por su público menos especializado? Por supuesto, no quería, como sugiere Bauman cn una de sus conclusiones, ser el tejedor de la red de discursos sociales, sino poner mi discurso en esa red, subrayar mi discurso, del mismo modo que los expertos y los medios subrayan el que emiten. Ser intelectual hoy no es ser profeta, pero tampoco intérprete que traslade simplemente los valores de un lado a otro con la esperanza de que la gente que cree en valores diferentes en lugar de pelearse se comprenda. El intelectual, como el ciudadano, es parte de ese conflicto de valores y defiende valores aunque, al mismo tiempo, tenga respecto de los valores una perspectiva relativista (que implica una primera valoración de base, si no entiendo mal el relativismo).

Además, quisiera ser un poco responsable: allí está la cuestión del gobierno, del Estado y del poder. Allí, los que dirigen las instituciones son cada vez más compactos y más poderosos. Se

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necesitan mucha política, mucha construcción de poder simbólico y de nuevas formas culturales (que no son simples desvíos y transgresiones) para modificar las cosas allí arriba. Salvo que las estrategias populares los condenen para siempre a manejar una FM barrial, mientras que los intelectuales sintonizamos algún canal extranjero de cable, entre libro y libro, mientras nos extasiamos frente al círculo donde los sectores populares practican sus insurrecciones simbólicas trabajando como pueden con lo que pueden.

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La teoría como chatarraTesis de Óscar Landi sobre la televisión

Beatriz Sarlo

Hace poco Alberto Ure designó a Óscar Landi teórico massmediático original:

Creo que es el primer texto1 de un pensador que piensa la televisión desde su propia materia y no desde las ideologías. Es decir, que ha puesto su pensamiento a prueba con la televisión y no ha utilizado lo que resulta obvio de la televisión para probar lo que pensaba de antemano. Por eso creo que es un libro fundamental para la televisión y para el pensamiento argentino de las comunicaciones: no está elaborado sobre la megalomanía ni sobre la desilusión ni sobre el desprecio sino sobre la pasión y la curiosidad de jugar barajando el naipe de los hechos apostando todo lo que había pensado.

Esta comparación da pie a Ure para cambiar de registro: “Creo que Landi podría ser trasladado por croma a una mesa con Portales, Ranni, Tacagni y Monfort, y al segundo anís ya sería considerado un° Seguramente se tendría que bancar que le dijeran el licenciado, pero él estaría encantado Además también.”

' SçPlan ^ evórame otra vez< hiz° la televisión con la gente, qué hace la gente con la televisión, Buenos Aires,

eta’ kpejo de la Argentina, 1992. La reseña crítica de Alberto Ure fue publicada en Clarín, el jueves 30 dejulio de j 992

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Urc, con el conocimiento que le da su oficio no de crítico bibliográfico sino de director de actores, acierta. No hay razón para que Portales o Ranni consideren a Landi como un advenedizo a su mundo y si “San Alberto Olmedo” * (como escribe Ure, que así recuerda devotamente un título de Sartre) viviera, encontraría en Landi su Boileau: el redactor de un arte poética a la medida de lo que Olmedo hacía en la televisión. Los demás, posiblemente quienes al segundo anís no se entonen como Landi en la fantasía de Ure, somos almas bellas agarrotadas por el espíritu de seriedad y la mala conciencia. Puesto a decir su verdad, Ure indica cómo y desde dónde hay que pensar las cosas, para que todo cierre con firmeza y no haya posibilidad de deriva: si Landi habla de la televisión, lo justo es que termine tomándose un vermut con Portales. Me adelanto a decir que a mí también me parece justo.

La nota de Ure comienza con un argumento en estado de descomposición debido a su antigüedad: quienes critican la televisión son epistemológicamente arcaicos porque aspiran a analizada desde afuera de “su razón”, ignorando que los medios son “una hemorragia de la realidad, una combinación ocasional del big-bang de la comunicación, que crea su propia sedimentación e imágenes en las que sopla la vida”. El final posromántico de la frase (el soplo de la vida es posromántico y Ure lo recicla no por escribir rápido y blandamente sino, claro está, como cita del Kitsch popular) coincide, sin demasiado forzamiento, con las razones del populismo clásico: no se puede criticar algo desde afuera de su horizonte ideológico y de sus leyes constitutivas. No se puede hablar de la televisión desde afuera de la televisión, sin correr el riesgo, como dice Ure, de convenirse en un positivista del siglo XIX. La forma del argumento es bastante conocida en la Argentina del XX, porque se la usó hasta el cansancio para arremeter contra toda versión del peronismo que no cumpliera con el ritual de declararse peronista, esto es, parte del fenómeno que analizaba.

De todas formas, de creer a Ure y a Landi, no hay riesgo de que prospere una visión exterior: el flujo de la televisión ya nos ha arrastrado a todos. Y, según Ure, gracias a Dios, porque “frente a la amarga crisis de las ideologías se levanta la salud bestial de las imágenes”. Pocas líneas más arriba, Ure compara a la televisión con una “inundación que no se retira, deja de ser un accidente para constituirse en una nueva realidad que a mucha gente le resulta natural”: con la muy Argentina imagen de la inundación (por algo va a ella Ure cuando apenas la acaba de abandonar Solanas), se nos instruye sobre una cultura mutante, la massmediática, que el libro de Landi explica con un reducido núcleo de ideas.

Seré injusta, y haré aún más reducido ese núcleo. Me animo a hacerlo porque las ideas de Landi son bien conocidas, fragmentos de este libro han sido escuchados en seminarios académicos, otros publicados en diarios, otros expuestos a lo largo de años. Discutiré principalmente con dos de las partes del libro, la primera y la tercera, donde Landi expone su teoría de la televisión. En la segunda parte, “La política en las culturas de la imagen”, Landi logra las descripciones más perspicaces porque la materia televisiva en la que sustenta sus análisis es empíricamente más rica. Mis diferencias con las perspectivas teóricas de esta segunda parte quedarán claras en la crítica de la primera y la ter­cera, pero no impiden el reconocimiento de su lectura de la política televisiva. En cuanto a la cuarta parte, se trata de una articulación de datos sobre la historia reciente de la implantación de la indus­tria audiovisual en Argentina. El libro autoriza este enfoque porque, fragmentario como la televisión

* Cómico de la televisión argentina. (N. del E.)

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misma, está armado por un agrupamiento de artículos de diferente intensidad intelectual y analítica. Los lectores sabrán si la síntesis que presento distorsiona los argumentos y, como esto no es televisión, podrán volver a ellos, cotejarlos, decidir si leo mal, juzgarme. Los lectores, a diferencia de los espectadores de televisión, pueden interponer no sólo el zappingsmo otras defensas frente a un texto, pueden ejercer el derecho de interrumpirlo y decirle que se equivoca.

A las ideas de Landi, entonces. Básicamente el núcleo teórico se puede enunciar así: la televisión es el espacio de la mezcla de “géneros”, discursos, temas, formatos; y tiene como estrategia predilecta el reciclaje. Como muchos, Landi piensa acertadamente que la televisión y lo audiovisual en sentido amplio han reorganizado la cultura contemporánea. A diferencia de otros, el sentido de esta reorganización le parece globalmente positivo y, cuando se deja llevar por el entusiasmo, emancipatorio.

Sobre esta tesis, Landi elabora su convincente análisis de la política en la televisión, y sus dispersas notas sobre Olmedo y el vídeo-clip. Lo demás forma pane de ese continuum de argumentos que se escuchan en las reuniones de comunicólogos en toda América Latina, y que, con mejor escritura, expone Baudrillard en textos brillantes por su densidad descriptiva y sus elipsis aforísticas. Landi, tan honrado artesano de la academia como cualquiera, cita a éste y a aquéllos en sus notas al pie. Entonces, ¿se equivoca Urc cuando afirma que Landi es el primero que piensa la televisión desde su propia materia? ¿No vio las notas a pie de página? ¿Quizás, en el apuro de la tarea periodística, no terminó de leer y se quedó con los recuerdos del seminario sobre Olmedo que Landi dirigió en la universidad? O , por el contrario (y esto es lo que creo), Ure captó bien el sentido de la operación realizada por Landi, que piensa la televisión “desde su propia materia”, porque la piensa anulando la distancia intelectual y moral de la crítica. Sin embargo, busca auxilio en otros que han pensado la televisión desde ella y desde otras materias, intercala citas filosóficas o estéticas que tironean del texto, llevándolo a un lugar donde Ure dice que no hay que ir: el lugar diferente de la televisión para pensar la televisión. Landi cita a Sarduy, a Platón, a Ginzburg, a Jauss, y esta lectora queda con la impresión de que esas decoraciones son exteriores a su empresa teórica. Para decir lo que Landi quiere decir no es necesario Sarduy ni la teoría del barroco: no digo que Sarduy no sea necesario a otros discursos sobre la televisión, digo que no es necesario a éste. Com o también es excesivo el Renacimiento, al que se alude en el prólogo del libro, para escandalizar a los lectores bienpensantcs. Estas citas son un plus compositivo y legitimador que Ure pasa por alto para llegar al centro: Landi, pensador realista, estudia la televisión desde la televisión.

A Landi le “interesa la T V como una situación de hecho”.2 Si esto quiere decir algo, debo suponer que se refiere a un tipo de acontecimiento cuya existencia es independiente de la voluntad. Pero creo que, para Landi, “situación de hecho” quiere decir algo más: una situación frente a la cual no se ejerce la crítica, una situación que se acepta porque allí está, ha modificado el mundo, reorganizado la cultura y se impone con la contundencia de lo consumado. Todo esto no debería necesariamente llevar a aceptarla como deseable, que es lo que este libro hace casi sin vacilaciones. Demostrar esto último es difícil porque Landi se cuida muy bien de valorar de manera explícita. Dice simplemente: esto ha llegado aquí para quedarse y permite suponer un subtexto: esto ha llegado aquí para quedarse y sólo los retardatarios, los idealistas que se oponen al ángel de la historia,

2 Ibid., p. 11.

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pueden sentirse ofendidos. Landi, en cambio, es un posibilista, un Realpolitiker de los massmcdia que siempre busca el lado bueno de las cosas. Distraídamente, en medio de una descripción o d e

una proposición teórica, Landi valora. Pero toma precauciones para que esto no le pueda ser dicho, y no aparecer como un defensor conformista de statu quo massmediático de Argentina.

Para ello se convierte inesperadamente en historicista y utiliza una estrategia que recurre ai pasado para autorizarei presente. A Landi lo obsesiona una figura que no nombra: la del intelectual pequeño burgués que se escandaliza frente a la televisión realmente existente. A ese personaje Landi se enfrenta y, como no puede decir sencillamente que se acabó la etapa de la crítica y que ahora reina el hecho consumado (algo bien homogéneo con el menemismo, pero también con la configuración cultural que con cierto desarreglo suele llamarse posmodernidad), tiene que buscar argumentos elevados. Para el caso, y con una levedad digna de la televisión, arma un discurso comparativo entre los medios audiovisuales y las vanguardias históricas, por una parte. Por la otra, entre la reorganización audiovisual del mundo simbólico y la reorganización operada hace varios siglos por la imprenta. En las dos comparaciones se equivoca u opina por ignorancia. Como ambas son centrales a su teoría de la televisión, es necesario considerarlas con seriedad. (Hablamos, quede claro, tanto Landi como yo, de la televisión en Argentina.)

Landi apoya su tesis historicista en una analogía: la de las revoluciones provocadas por la televisión y por la imprenta. Un argumento en contra o a favor superaría los límites de estas notas, pero quiero hacer algunas observaciones. La historia (que Landi rechaza como un gran relato, aunque recurre a él a propósito de esta tesis) no acostumbra a repetir sus configuraciones de actores y acontecimientos. La imprenta y, sobre todo, la alfabetización y constitución de públicos, el desarrollo de la industria editorial y de la prensa, ejercieron un efecto democratizador no sólo respecto de los contenidos culturales contemporáneos a estos fenómenos, sino también del conjunto de la herencia acumulada. La difusión del libro no se hizo a expensas de la cultura escrita ya existente; el poder de los eleres fue erosionado porque, precisamente, el libro puso a la cultura de las elites en un espacio más amplio y socialmente heterogéneo. Junto con este curso democratizador de los bienes y destrezas culturales, tuvieron lugar otros, igualmente densos, de producción de nuevos estilos, tanto en la arena política como en la literaria. Hicieron posible una cultura popular escrita, con sus intelectuales propios; sentaron las condiciones sociales de la emergencia de dos formas textuales que definen al siglo X IX en Occidente: el periodismo y la novela que, rápidamente, encontraron sus culminaciones estéticas e ideológicas. Se produjo entonces no sólo un curso de innovación formal sino un movimiento gigantesco de circulación de textos y saberes nuevos y antiguos. La imprenta no rompió la tradición cultural occidental sino que la proyectó hacia lugares sociales donde, antes, no había llegado sino excepcionalmente. La televisión (y la de Argentina es un caso ejemplar porque otros países no han abandonado totalmente al mercado la gestión de una nueva cultura), pocas veces cumple esa función democratizadora del patrimonio cultural, que no significa (como quiere Landi para liquidar rápidamente el argumento) difundir obras literarias. Y todavía queda por demostrar si ha sido capaz de impulsar cambios cuyos efectos democratizadores sean tan profundos como los que introdujo la revolución de la imprenta. Que la cultura electrónica sea transclasista (y esto también hay que demostrarlo) no significa que sea democrática, en un mundo donde las decisiones políticas son cada vez más complejas y el cruce de líneas culturales mas abigarrado. Queda también por demostrar (ni Landi ni yo podríamos hacerlo) si las destrezas adquiridas con la televisión habilitan para dominar otras destrezas frituras, y quizás descubramos en

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algunos años que el salto entre el consumo televisivo o la competencia en el vídeo-game y el manejo de una computadora sencilla revela a los sectores populares, por razones materiales e intelectuales, tantos obstáculos como el pasaje del folletín a una novela de Flaubert.

La otra tesis de Landi avanza comparando televisión y vanguardias. Landi repite el argumento de que la televisión mezcla los géneros, construye un “megagénero que compagina diversos subgéneros” y no acepta los límites convencionales entre diferentes retóricas y temáticas.3 Dejo por un momento el contenido de su descripción y voy a la estrategia con la que busca autorizarla. Muchas veces, Landi afirma que las vanguardias hicieron lo mismo. En consecuencia, no habría motivo de escándalo y menos para quienes se consideran parte del universo cultural abierto por las vanguardias. Pero veamos si efectivamente las vanguardias y la televisión hacen algo que pueda considerarse parecido.

Algunas precisiones para empezar. Si Landi decide comparar las vanguardias históricas con la televisión, sería adecuado que diera señas de conocer algo más acerca de las vanguardias. La comparación que se reitera a lo largo de su libro es central a una parte de su argumento, porque Landi legitima a la televisión desde las vanguardias estéticas, de las que exhibe un conocimiento de tercera mano y superficial. Si no fuera superficial, la idea de comparar sintaxis televisiva y vanguardias debería suscitarle algunos problemas a los que ni siquiera se acerca. Cuando Landi invoca a las vanguardias lo hace atribuyéndoles los mismos procedimientos que, desde su perspectiva, son propios de la televisión: como, según piensa, la televisión fragmenta y combina, las vanguardias (que también fragmentaron y combinaron) hicieron lo mismo. Pasa por alto los conflictos estéticos de las vanguardias y también pasa por alto las diferencias entre operaciones que sólo parecen afines si se las mira desde lejos. Porque no precisa cuáles son los puntos donde la problemática vanguardista y la televisiva se cruzan, su puesta cn paralelo es completamente exterior tanto a la lógica de las vanguardias como a la de la televisión. Dice, por ejemplo, que así como la televisión y sus televidentes se acostumbran a la hibridación de géneros, a la ruptura y a la mezcla, porque los géneros son convenciones culturales que evolucionan, se mezclan y se quiebran (palabras de Landi en la página 16), también “una vanguardia estética -com o el surrealismo- rompe con las reglas previas de cómo pintar y crea otras nuevas”. ¿Qué imagina Landi que hizo el surrealismo? ¿Y se refiere a la irrupción de lo arcaico cn lo moderno de Max Ernst, o a la escritura clásica con alegorías del inconsciente de Dalí? ¿En cuáles de estas dos líneas que convergen en lo que Landi llama el surrealismo está pensando? ¿O en cual otra?

Cuando Landi escribe que “en la cultura actual la distinción entre los géneros es inestable y fluida” y que en la cultura popular “los criterios que se toman para clasificar los géneros son múltiples”, toma en cuenta sólo los préstamos entre géneros que, en la televisión, producen sin embargo codificaciones muy fuertes, repetitivas y estables. Es oscuro lo que quiere demostrar, sobre todo cuando concluye que los géneros en la televisión son más “negociados”.4 No se sabe qué quiere decir este adjetivo, excepto lo que sugiere un fácil juego de palabras: en la televisión los géneros responden a la lógica del negocio.

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Con las vanguardias esto tiene poco que ver: la ruptura de los géneros fue un momento crítico de la modernidad en el siglo XX, se trató de un acto de resistencia ante la consolidación en el mercado de la forma novela y de la poesía romántica, se trató de explorar límites formales, ideológicos y morales, se trató de forzar la imposibilidad de la narración después de que Flaubert puso su marca sobre la novela; se trató de la contaminación de la literatura culta con formas orales y populares: la ocupación del cabaret por los expresionistas (y no a la inversa la ocupación de los expresionistas por el cabaret). En fin, un conocimiento somero de la literatura desde mediados del siglo XIX alcanza para juzgar si estamos hablando de una fragmentación y una ruptura que puedan ser pensadas en paralelo con la televisión. Lo que las vanguardias clásicas hicieron está hoy incorporado al cajón de los procedimientos: allí cualquiera (desde un diseñador publicitario a un productor de clips) puede ir a buscar lo que necesita, pero el hecho de que lo encuentre no permite pensar que todo uso de esos procedimientos signifique lo mismo. Godard, entrevistado por Wenders, afirmaba hace algunos años que, efectivamente, un corto publicitario es como El acorazado Potemkin, con una diferencia: después de los primeros 30 segundos el film empieza a decir algo, a buscar alguna verdad.

Entonces, me pregunto para qué necesita Landi a las vanguardias. Me indino a pensar que las usa para autorizar polemicamente su discurso. Cuando intenta una defensa del vídeo-clip, que realmente puede prescindir de defensas como las de Landi, recurre de nuevo a una mirada hacia atrás. En este caso es el Ulises de Joyce sobre el que nos informa que puso en crisis “la figura del narrador textual, como una entidad que tiene el saber y la comprensión de toda la historia, etc.”; también nos aclara que en Finnegans Wake “el cerebro [sie] utiliza las raíces de las palabras, para hacer otras capaces de nombrar sus fantasmas, sus alegorías, sus alusiones”5. Como el clip, las obras de vanguardia se basan “en discontinuidades y combinaciones de los lenguajes y narrativas”. El hecho de que la ruptura fue producida hace más de sesenta años y que se fue incorporando a los posibles narrativos en el curso de esas décadas, a Landi lo tiene sin cuidado. Cuando Joyce modifica radicalmente la gramática del relato está haciendo saltar en pedazos la novela tal como había llegado hasta él; su práctica fue radicalmente inaceptable porque se descubrió, con acierto, que era radicalmente revolucionaria en lo estético y en lo moral. Joyce fue ilegible (el Finnegans Wake sigue siendo uno de los puntos más altos de negatividad).

No es necesario considerar esta negatividad * como un valor para descubrir que el clip presenta un problema disanto: forma legible, fuertemente atacada a iconos que potencian el reconocimiento, pautada por la repetición y la tenaz coherencia de la música. Quizás por esto mismo, Landi cree que el video musical “puede ser considerado como una pieza central de un proceso positivo de transformación del mismo concepto de realidad, de emancipación de las visiones duras de la historia vigente en la modernidad”. Inspirada en Gianni Vattimo, a quien se cita, la positividad emancipatoria del d ip sería claramente posmoderna: el d ip liberaría de los grandes relatos, de las prisiones de la razón, de la fundamentación de la práctica según valores, de la centralidad del sujeto, de las teleologías, etc., etc. Y, al mismo tiempo, el clip se pone al servicio de viejas historias (como antes nos explicó Landi que hace el teleteatro). Esta limpieza emancipatoria que hace el clip de las

5 Ibid., pp. 36 y 37.

• Aquí Beatriz Sarlo se refiere a la teoría estítica de Adorno y a su discusión en Dialéctica negativax Madrid, Taurus, 1975. (N. del E.)

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prisiones rendidas por los grandes relatos, no es ajena a otra de sus virtudes: poner en evidencia “el éxtasis por la superficialidad, el desecho como estética”.6 El que entra en éxtasis, verdaderamente, es Landi, ya que según su teoría el clip denuncia lo mismo que a él le gustaría denunciar sin atreverse del todo: precisamente que “toda la cultura se convierte progresivamente en chatarra, escombros, desperdicios (de la historia). La santificada cultura clásica ya hace tiempo que se convirtió en eso. Sus precios se habrían precipitado al vacío si no se los apoyara. Este sostén de los precios de la cultura de elite se llama subvención. La subvención, por tanto, es tan sólo una especie de contramaniobra estatal en el seno de la cultura del dumping. Mantiene la ficción y la ilusión de que la cultura de elite no es una cultura de desecho”.7

Las tesis sobre el clip, que dan vueltas y repiten (como un clip) estos dos temas, no analizan un solo clip. La distancia frente a la empiria de la escritura-clip no es menos evidente que el desafecto que Landi siente hacia lo que él denomina cultura clásica, cuyo final se anticipa en celebrar al mismo tiempo que, como ciudadano disciplinado en una república que ha decidido prescindir de las subvenciones, denuncia su carácter parasitario y dependiente del Estado. Quiero creer que Landi no ignora que el mercado de arte fue uno de los más prósperos en la década del ochenta, y que los grandes monopolios editoriales privados siguen publicando cultura clásica para el mercado; desconozco si los precios que se irían al suelo son los de la música clásica, aunque tampoco parece verosímil que la Sony esté editando centenares de discos con patrocinio financiero del gobierno japonés. En fin, no sé qué le pasa a Landi por la cabeza (quizás el teatro Colón, quizás el San Martin, quizás las escuelas de arte, los conservatorios nacionales y las facultades de humanidades donde se subvenciona a los jóvenes que quieren aprender cultura clásica’). Que los Estados se interesen y promuevan esta cultura, que también tiene su mercado, no tiene como causa simplemente la prevención del dumping. Pero lo más intrigante de la frase es el enigmático significado de cultura clásica: probablemente, todo lo que no es cultura audiovisual, aunque creo que Landi desterraría al desván de la cultura clásica también algunas decenas de directores de cine que resisten a la vídeo- clipización que se le ocurre dotada de poderes emancipatorios. (La rusticidad cinematográfica de este especialista en medios audiovisuales es llamativa: su casi única fuente teórica parece ser Oliver Stone y un par de citas de Brémond.)

Citando a Juan Forn, Landi afirma que hoy los nuevos escritores y artistas “utilizan espontáneamente gramáticas de la imagen y el fragmento”, a diferencia (debo suponer) de las vanguardias que habrían incurrido en un uso no espontáneo. Acá hay dos ideas. La primera es que un uso espontáneo configura una diferencia positiva, cosa que es indemostrable o que, más bien, extensos capítulos de la historia del arte contradicen: creimos haber aprendido que la conciencia estética es un momento de la producción estética. La misma frase de Forn marcaría justamente la Esencia de espontaneidad, ya que él es un escritor de los nacidos en el giro planetario de las formas audiovisuales y, sin embargo, teoriza sobre la influencia del clip en las nuevas escrituras. Por otro 'ado Landi supone que el uso artístico de fragmentarismo del clip, legitima al clip: esto también es ‘»demostrable o por lo menos discutible, porque supondría que todo uso estético de formas o Materiales homenajea a sus fuentes, cuando también puede ironizarías o criticarlas, parodiarlas o

Ibíd.

Ib ld - p- 3 8 .

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poner de manifiesto su lógica. El uso de la iconografía publicitaria, de las imágenes de los massmedia o del Kitsch, no las rescata para el arte sino que demuestra la fuerza con que el arte rompe e invade los límites de otros discursos. El mismo Warhol, esa imaginación deslumbrada por el mercado, no fue sólo un propagandista de las sopas Campbell, sino que repitió con ellas la forma del gesto polivalente, ni del todo irónico ni del todo afirmativo, que décadas antes había realizado Duchamp: las colocó en la escenografía del museo. Cualquiera que mire un Lichtenstein con atención puede darse cuenta de que el encuadre del motivo pop, la alteración de las proporciones habituales entre grafema y composición, la ironía de la magnificación de un rasgo de personaje o de una leyenda, son operaciones que suponen una distancia respecto de la materia pop, distancia que instaura la reflexión estética y cultural. Cuando Jaspers Jones pinta una bandera norteamericana no está celebrando esa bandera, sino sometiendo a crítica el patriotismo y la intangibilidad de sus símbolos. Un cuadro de Lichtenstein no es una feliz convalidación de la lectura de historietas, como una película de Sylberberg no es la afirmación conformista del Kitsch bávaro, ni la elección de Warhol por la efigie de Mao una exhortación para que admiremos la iconografía de la revolución china. Diría que, en un punto, son todo lo contrario. Landi se equivoca y le quita todo espesor al pop art cuando lo presenta en la tercera parte de su libro. Allí afirma que el pop expresaría “la ambivalencia de decirnos: vivimos en un mundo de imágenes consolidado por los medios audiovisuales que acepto y legitimo en mis obras”.8 Ésta es una lectura unilateral del pop que interpreta su monotonía como legitimación de las imágenes con las que trabajan algunos de sus artistas. Es una lectura fijada más en lo que algunos artistas pop dijeron que en lo que efectivamente hicieron, aun en los momentos de relación menos problemática con la iconografía de la industria cultural.

Entonces, cuando Landi en su reivindicación del potencial emancipatorio del vídeo-clip, arma una ensalada9 con remisiones a las vanguardias históricas y a las ficciones actuales, nos revela por lo menos dos preocupaciones: una, la de autorizar un género por el muy clásico camino de la remisión a autoridades prestigiosas (las vanguardias), que en realidad no deberían serlo para Landi. Luego, la de ennoblecerlo porque lo considera materia del arte actual: esta segunda demostración es innecesaria y equivocada. La materia del arte puede ser banal. Justamente esto es lo que enseñan las estéticas del siglo XX: Proust (lee Adorno) trabaja con los rumores y las voces de los salones distinguidos; su materia es una larga conversación entre aristócratas y snobs.

Si Landi desea probar la esteticidad del clip (empresa, en sí misma, interesante) debería hacerlo con otras estrategias. Una hubiera podido ser la de analizar formal y conceptualmente algunos clips, actividad a la que no se dedica: su teoría del clip es una teoría sin objeto.

A diferencia de los clips y de las vanguardias históricas, a las que Landi remite sin transmitir nunca la sensación de que las conoce bien, a Olmedo lo trata como a un amigo, alguien del círculo más inmediato y con el que se comparten actitudes e ideas. Salta a la vista la diferencia expositiva de este artículo con respecto a los otros. También es el único de la primera parte del libro donde se

* Ibid., p. 135.

; El conflicto que I^andi mantiene con la cultura culta incluye distracciones como la de atribuir La esclava Isauru a Guimaraes Rosa, que nunca se atrevió a soñar con escribir esa novela, convertida en teleteatro exitoso. Las historias de la literatura brasileña adjudican La esclava Isaura a Bernardo Guim araes, e informan que tue publicada en el último tercio del siglo XJX,

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presentan análisis de programas para fundar las disquisiciones teóricas. Landi quiere diferenciarse tanto de quienes, desde la cultura culta, consideraron a Olmedo sólo en términos de mal gusto, y de quienes, desde otra [sie] cultura culta, lo aceptaban criticando sus “contenidos supuestamente machistas y autoritarios”.10

¿Dónde se coloca Landi entonces? Del lado de quienes no critican contenidos, porque el vínculo entre Olmedo y su público se habría establecido en otro plano, definido por “formas más complejas de significación que incluían componentes textuales y que hablaban de cuestiones como las siguientes: tener que resolver situaciones sobre la marcha y más bien sobrepasados por las circunstancias; perder el hilo de lo que se está diciendo; sacar provecho de la incoherencia y la dis­persión; perder los puntos de referencia para orientarse; chantear; parodiar la autoridad y la desgracia; desresponsabilizarse en ciertos momentos por lo que se hace; tantear los límites de las cosas sin poder sobrepasarlas; prenderse en diagonal con el goce del otro”.11 Traduciendo: lo que transmitía Olmedo a su público no eran contenidos ideológicos tales como amoralidad o machismo, sino un conjunto de disposiciones que, así expuestas, se ordenan sobre el eje de la chantada (y Landi, en este punto, cae en la tentación de ser honesto y coloca el verbo chantear en el centro de las estrategias de Olmedo). Q ue Landi subraye (siguiendo la moda de atribuir potencia transgresora a todo acto anómico) la improvisación y el cinismo como elementos centrales del discurso olmédico, sólo quiere decir que prefiere reemplazar los nombres con los que lo criticaría la pequeño-burguesía bien pensante, y darles otros. En esta operación de cambio de nombres, no se trata tanto de leer “formas más complejas” sino de leer las mismas formas atribuyéndoles valoraciones diferentes.

La palabra improvisación tiene en el caso de Olmedo dos sentidos y Landi se desliza de uno a otro sin marcar la línea que los separa: por un lado, la improvisación era una técnica actoral que Olmedo llevaba a propuesta estética; por el otro, la improvisación era el contenido de una cantidad de situaciones narrativas, y estaba allí reemplazando otros contenidos. De cada uno de los puntos de la enumeración de Landi podría decirse lo mismo: Olmedo perdía el hilo de lo que estaba diciendo y aprendió a convenir esto en recurso, pero había hilos que Olmedo no perdía. Allí estaban los rasgos fuertes y seriados de sus personajes, la repetición de las situaciones, la eficacia construida sobre el reconocimiento y no sobre la novedad. Podían perderse, como quiere Landi, los puntos de referencia, pero sólo cn la medida en que esa pérdida no desestructurara anclajes muy fuertes de carácter icónico (los cuerpos de las mujeres, la torpeza de los partenaires, la carga hiperdenotativa del gesto).

De la enumeración de Landi surge un Olmedo sumergido cn la deriva de una realidad caótica en la que el personaje Olmedo se orienta por medio de estrategias aproximativas (tal como, se podría inferir, hacen los sectores populares). Esto no es así: la deriva de Olmedo se produce en el marco de una hipcrcodificación genérica que viene del teatro de revistas, antes había pasado por el circo y no es ni mejor ni peor que otras hipercodificaciones, en la medida en que puede ser estética e ideológicamente considerada en sus resultados. Olmedo, es verdad, improvisaba pero difícilmente al borde de ningún abismo: el formato de su programa funcionó como una grilla, fuerte y modificada

10 Óscar Landi, op. cit., p. 29.

" Ibid., p. 28.

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sólo con extrema cautela, dentro de la cual el talento repentista del cómico incrustaba miniaturas de improvisación. Pero cualquier televidente sabía dónde estaba parado, aunque el juego de la improvisación pusiera un elemento de suspenso en la línea invariable de la trama.

Entonces, hubiera valido la pena que el saber que Landi tiene sobre Olmedo tomara en cuenta no sólo los elementos repentistas sino las continuidades y persistencias. La pregunta me parece que está allí: de qué modo la televisión define las posibilidades de un espontáneo talentoso. Si se ocluye este punto, la televisión aparece como un medio que no plantea condiciones duras incluso a los más espectaculares integrantes de su parnaso: la improvisación de Olmedo también habla de las condiciones estéticas y técnicas de reproducción televisiva, dato resistente que Landi no considera. La televisión de Landi está liberada de las constricciones que impone también a sus integrantes más exitosos, no sólo en cuanto al formato fijo (eso que Landi llama ‘géneros televisivos’) sino también como máquina de repetición que desconfía de las innovaciones y también, en el caso argentino, como máquina sumamente imperfecta que fomenta la improvisación como reemplazo de fuertes estructuras técnicas de producción. Parece una banalidad, pero un dato que Landi dice al pasar (que Olmedo grababa cincuenta minutos en una jornada de diez horas) debería considerarse en sus consecuencias técnicas, estéticas y formales. En un libro sobre la televisión resulta por lo menos curioso que las condiciones de producción estén completamente ausentes (quizás porque en la épica televisiva propuesta por Landi, fundada en la reivindicación de lo existente, el problema de si puede haber una televisión diferente carezca de sentido).

El único cambio que le pide Landi a la televisión, está someramente esbozado en la tercera pane del libro. Aunque las fórmulas de lo que no le gusta encontrar en pantalla sean tan poco elaboradas como el ítem “la pavada por la pavada misma”.12 Pero lo que Landi no se pregunta, es sobre uno de los rasgos que él agrupa entre los que no le gustan: “las distintas formas de desinformar mostrando demasiadas cosas -d e modo que una borre a la otra y el televidente no pueda formarse una opinión”. Debo confesar que me sorprendí cuando leí la frase, porque precisamente hasta aquí Landi había hecho la apología de un medio que, si él mismo tomara su teoría al pie de la letra, se define precisamente en su borramiento de la imagen anterior por la imagen siguiente, en una sucesión marcada sobre todo por la aceleración. Entonces, lo que a Landi no le gusta es un rasgo que él mismo en otros tramos del libro presenta como adquisición cultural. En otros países, es necesario un esfuerzo, realizado por intelectuales no tan comprensivos hacia los massmedia como Landi, para que los programas periodísticos sean otra cosa, contradiciendo la estética de la velocidad y los cortes realizados en función de una idea abstracta de ritmo y no de las necesidades de la imagen o de la narración.

En el epílogo a los artículos que Landi ha reunido, desarrolla dos argumentos. Uno de carácter someramente filosófico, por el cual los medios audiovisuales nos pondrían frente a la verdad que veinticinco siglos de pensamiento quisieron disimular: que “no hay centro posible para la razón individual”. Landi nos haría un favor al desnudar definitivamente la vanidad de los intentos de ocultar esta pretensión de encontrar un centro. La televisión, en este aspecto, sería una versión filosófica de la posmodernidad para uso de masas. Pero, al mismo tiempo, Landi afirma que la televisión es instauradora de realidad: allí donde lo real huye en un abismo neobarroco (escribe

12 Ibid., p. 153.

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Landi citando citas de Sarduy) la televisión produce lo único real, y produce las leyes de su verosímil. Lo que nos quita como centralidad subjetiva nos lo devuelve transformado y centuplicado en mundo simbólico. Por eso, Landi piensa que la gente ve TV precisamente “para participar del efecto de realidad que producen las imágenes en el mundo actual”: Como Verón * ya ha teorizado sobre la cuestión, Landi se siente eximido de mayor argumentación discursiva. Ha llegado donde quería llegan la admiración por los éxitos de los massmedia se cierra en esta concepción celebratoria sobre su capacidad para fundar lo único real posible, el mundo de las imágenes. Con la televisión, no hay demasiado problema (unos toques en la programación, un poco de conciencia sobre la desinformación y vivimos en un mundo panglossiano). Hasta el zapping es, para Landi, una especie de ejercicio del artesanado electrónico (con lo que la televisión propende a la iniciativa privada incluso de esos mismos sujetos que previamente ha descentrado).

Si esto es así, el intelectual queda eximido de algunas exigencias. En principio, de la exigencia intelectual de demostración que rompa la tautología de la circularidad. Porque cuando Landi dice que le interesa la televisión como una “situación de hecho, como una parte decisiva de la historia de la mirada y la percepción”, está advirtiendo que no esperemos un momento crítico respecto de su objeto (aunque como se vio, la crítica no está ausente de estos ensayos, que juzgan duramente a los intelectuales críticos bajo las transparentes figuras de defensores de la ‘cultura culta’). Su admiración por los éxitos de la revolución audiovisual se transforma, como escribió Habermas, en admiración por los desnudos éxitos cosechados por la Realpolitik. Este realismo es un obstáculo para modificar aquello que sea modificable, es sin duda un obstáculo para la reforma y el despliegue del conflicto en los massmedia.

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* Se refiere al crítico Elíseo Verón. (N. del E.)

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Los estudios culturales y la crítica literaria

en la encrucijada valorativaBeatriz Sarlo

El título de mi conferencia menciona una encrucijada: lugar donde se encuentran y se separan caminos, donde se toman decisiones, donde se establece una relación o se la termina. En la encrucijada encuentro una pregunta: ¿qué vuelve a un discurso socialmente significativo? ¿Qué vale nuestro discurso y nuestra práctica en las sociedades contemporáneas? Si la respuesta a esta pregunta no nos interesara, el suspenso de la encrucijada se desvanecería.

Ciertamente, la pregunta sobre el impacto social de un discurso debe, a su tumo, ser examinada. ¿Quién puede decir lo que es socialmente significativo si vivimos, como lo indicó Lyotard hace ya bastante tiempo, en “nubes de sociabilidad” que se caracterizan por la trama de diferentes conjuntos lingüísticos y valorativos? Los estudios culturales sostienen que es posible mirar estos conjuntos difusos, inestables (que constituyen lo que hoy se puede llamar sociedad) y descubrir interés en ciertas prácticas sobre la base de la cantidad (por ejemplo, cuántos miles de personas están viendo un show televisivo), o sobre la base de la calidad (por ejemplo, un video que sólo unos cientos de personas conocen puede ser importante porque da forma a un tema que, a su vez y circularmente, es considerado importante). Toda discusión sobre el impacto de las prácticas simbólicas prueba, al menos, que se sabe bastante poco sobre la significación de nuestro discurso o el de los medios en la esfera pública y que avanzamos sobre terreno inseguro.

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Sin embargo, estas preguntas y sus respuestas aproximativas no sonaron siempre del mismo modo. En América Latina, a comienzos de este siglo, la crítica literaria fríe socialmente significativa. Su influencia en la construcción de una esfera pública moderna es algo reconocido no sólo por los historiadores que ven el proceso en perspectiva y subrayan lo que probablemente no vieran sus protagonistas, sino también por esos mismos protagonistas. Los debates sobre literatura y cultura nacional que transcurrieron durante las dos primeras décadas del siglo XX galvanizaron a la comunidad intelectual y desbordaron sobre la esfera pública, magnetizando a políticos y estadistas. Se avanzaron propuestas respecto a la identidad nacional, las políticas estatales sobre inmigración y minorías étnicas, los proyectos educativos. El tema de la literatura nacional fue socialmente significativo y, a diferencia de lo que puede verse en este fin de siglo, convocó un interés más amplio que el de un círculo de académicos o de escritores. El debate acerca de la literatura nacional fue crucial cn la Argentina de fin y comienzo de siglo, influyó sobre los proyectos de reforma educativa, y delineó una escena donde interactuaron de modo vivido y polémico intelectuales, artistas, la elite estatal, los administradores y un sector importante del público emergente de capas medias. La dis­cusión, promovida en un principio por literati, se abrió a cuestiones que importaban a públicos no literarios e influían en los administradores y promotores de las políticas de Estado. La literatura y la crítica literaria fueron socialmente significativas porque se las consideró, junto a la historia y la len­gua nacionales, como el corazón de una educación republicana. Así, en el comienzo del siglo, la crítica literaria marcó su huella en el discurso público y sus posiciones debieron ser tomadas en cuenta en el momento en que, desde el Estado, se definían los patrones culturales que dibujaban el futuro del país.

Permítanme otro ejemplo. Cuando examinamos las revistas y los diarios de América Latina, en los años sesenta y comienzos de los setenta (pero incluso desde los tardíos cincuenta), el debate crítico sobre la fundación política o ideológica de los valores estéticos y, especialmente, de los valores literarios, se desplegó con una intensidad que muestra su peso en el escenario de la nueva izquierda. Algo socialmente significativo estaba en juego en las hipótesis que relacionaban la práctica literaria y la práctica de la revolución, nada menos. Casi todos las escritores del periodo debieron pronunciarse sobre esta relación central cn la episteme en la nueva izquierda. Fueron debates socialmente significativos, sea cual sea el juicio que se haga sobre los acontecimientos políticos que los enmarcan.

Sucedieron muchas cosas en los años que siguen al clímax y la derrota revolucionaria. En muchos casos, como el argentino, un ala de la renovación estética fue condenada junto a la vanguardia política revolucionaria. Pero, más allá de la política, también culminó el proceso de reorganización de la dimensión cultural por pane de los massmedia con una hegemonía en ascenso de lo audiovisual. Así llegamos a un umbral que hoy ya hemos traspuesto.

Estoy convencida de que el arte con vocación directamente pública ya ha atravesado su cénit, aunque los conflictos hoy sean tan profundos como los que antes lo impulsaron. Son conflictos, de todas formas, diferentes y, como es natural, convocan respuestas distintas. En los últimos diez o quince años, los estudios culturales aparecieron como una solución apropiada para los rasgos de la nueva escena. Sin voluntad de extremar la caracterización, diría que movimientos sociales y estudios culturales fueron compañeros de ruta extremadamente funcionales a la transición democrática, por una parte, y al naufragio de las totalizaciones más modernas, por la otra.

Además, a medida que la crítica literaria culminó un proceso de tecnificación y perdió su impacto sobre el público (para quien se ha vuelto francamente jeroglífica), los estudios culturales se

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ofrecieron para remediar este doble impasse: ganar algún espacio a la luz pública y presentar un discurso menos hermético que el de la crítica.

La redención social de la crítica literaria por el análisis cultural

Examinemos muy brevemente algunos aspectos de la situación que he sintetizado. En primer lugar, la hegemonía de lo mediático audiovisual. Se sabe que nos estamos moviendo hacia y dentro de la videoesfera, y que el espacio público y los escenarios políticos públicos pueden ser considerados hoy una arena electrónica. Los cambios tecnológicos son irreversibles. Vivimos en el ciberespacio, aun cuando vastas minorías en América Latina todavía deben enfrentar obstáculos gigantescos para incorporarse como ciudadanos en una nueva esfera cultural y política que es tan extensa como estratificada. Todavía la lecto-escritura es la clave para descifrar a la palabra escrita incluso cuando ésta se ha liberado del papel, se ha vuelto virtual, fluye libremente por el anillo que llamamos Internet, rodea al mundo como una gigantesca bola de texto o se desliza, sin página, sin principio y sin fin, por las pantallas de las computadoras. El ciberespacio exige una nueva alfabetización. Aunque el futuro incorpore textos no alfabéticos a la enciclopedia, los textos significativos todavía siguen siendo textos escritos. No hay ensoñación técnica que pueda negar esto.

Sin embargo, el lugar de los discursos, su uso y su producción está cambiando. Y, dentro de los discursos, el lugar de la literatura. Los ciudadanos cultivados de las futuras cibernaciones se conectarán, o ya están conectados, a un flujo masivo de escritura, de imágenes y de sonidos. La literatura, la filosofía y la historia, tal como las consideramos en términos de género, flotan como mutantes dentro de la densa nube de hipertexto que rodea el planeta (densa además por la frecuencia con que la tontería y el capricho son considerados en términos de libertad, anti-institucionalismo y libre producción de bienes culturales). De todos modos, las posiciones personales en relación con estos desarrollos (mi propia perspectiva algo escéptica porque soy precisamente una buena ciberciudadana, que conoce su nuevo alfabeto bastante bien) son irrelevantes frente a la fuerza que exhiben.

Tomemos el cambio que me parece más denso y espectacular: leer. Ese acto simple que, pese a los problemas socioeconómicos de la alfabetización, damos por sentado, debe ser revisado por completo. La lectura está pasando por un proceso de mutación. Nosotros somos quizás los últimos lectores tradicionales. La lectura es una actividad costosa, en cuanto a las habilidades y el tiempo que requiere. El desciframiento de una superficie escrita exige una atención intensa y concentrada durante un lapso relativamente largo de tiempo. Miramos el texto y miramos dentro del texto. Practicamos observaciones intensivas y extensivas de la materia escrita, nos quedamos en el texto y con el texto. Aun cuando profesemos la metafísica negativa que nos enseña que ya no hay profundidad que deba alcanzarse hundiéndose en lo escrito, ni totalidad que deba reconstruirse sobre su masa de fragmentos, somos expertos en lectura profunda que, paradójicamente, reconocen la futilidad de una pretensión metafísica de profundidad. Estas actividades “cultivadas” que llevamos a cabo con los textos, siempre Rieron diferentes de las actividades generalmente realizadas por el público lector, aunque algo del orden de las operaciones y de la intensidad de la experiencia sentaba las bases de un terreno común entre prácticas de lectura intelectuales y no intelectuales.

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Enfrentémoslo de una vez. Ese terreno común se ha erosionado. En la videoesfera, la lectura es extremadamente necesaria pero se está desarrollando según estilos diferentes. La intensidad se reserva a otros discursos (como el live rock, que es extremadamente intenso en sus rituales de consumo). La lectura en el ciberespacio privilegia la velocidad y la habilidad para derivar de una superficie a otra. Antes caminábamos sobre nuestros textos: en los próximos años, nos deslizaremos sobre ellos, surfeando sus planos fractales.

El futuro de la crítica literaria, en un mundo donde el lugar de la literatura ha cambiado y continuará cambiando aún más velozmente, no puede hipotetizarse en los marcos de una vieja discusión de hace treinta o cuarenta años. La academia internacional ha percibido estas líneas de desarrollo y ha planificado sus propias respuestas. La popularidad creciente de los esmdios culturales y del análisis cultural, que da trabajo a cientos de críticos literarios reciclados, es una de esas respuestas.

Los estudios culturales existieron como disciplina por lo menos desde mediados de los años sesenta en Inglaterra. Alrededor de Richard Hoggart y Stuart Hall en Birmingham y de Raymond Williams, un solitario en Cambridge, un pequeño núcleo de académicos se planteó un conjunto de preguntas audaces que, en ese entonces, no recibieron ni una mínima atención condescendiente por parte de los críticos literarios de esa u otra parte del mundo. Pero de repente, Raymond Williams, un nombre que los críticos de literatura mencionaban poco y nada, alcanzó la celebridad.Este cambio espectacular no puede explicarse sin tomar en cuenta el desafío que la crítica literaria estaba enfrentando en el marco de las transformaciones culturales que he tratado de describir. Un proceso bastante parecido impulsó la creciente resonancia de Walter Benjamin que dejó de leerse como crítico y pensador para convertirse en inocente antecesor de estudios académicos sobre culturas urbanas, bastante lejos de las lecturas filosóficas que antes habían hecho historiadores de la arquitectura como ManfredoTafuri o filósofos como Cacciari. Algo parecido aconteció en la academia norteamericana con Pierre Bourdieu, cuya obra alcanzó los barrios aristocráticos de la crítica literaria sólo en los ochenta. Así, en unos pocos años, muchos críticos descubrieron que su disciplina necesitaba algo nuevo, algo diferente, algo pluralista y algo mwyculturalista. Este desplazamiento hacia los estudios culturales dio inicio a la redención social de la crítica literaria por el análisis cultural El sendero fue tomado en muchos países casi al mismo tiempo. Por otro lado, los esmdios literarios influían sobre disciplinas bastante más difíciles de convencer, como la historia y la antropología que, también en esos años, consumaron el llamado “giro lingüístico”. El proceso tenía entonces varias direcciones: la crítica literaria buscaba ayuda en los estudios culturales (a los que poco antes había despreciado como demasiado sociológicos), mientras que la historia cortejaba a la crítica en busca del método y la sensibilidad para leer textos de manera sofisticada. Cada disciplina estaba negociando con la de al lado, descubriendo lo que le hacía falta y esperanzada en que su vecina pudiera ofrecerle algo. Esta metáfora sin pretensiones trata de describir el estado de las cosas que ustedes conocen bien. De manera más refinada, estos cruces se denominan “epistemologías posmodernas”, cuyos impulsos son bien evidentes en los tópicos que cautivan el interés de la academia en América Latina y Estados Unidos.

No voy a polemizar aquí con esta tendencia que, por otra parte, es el villano en una historia de decadencia inventada por la derecha rabiosamente antirrelativista y anticulturalista. Los estudios culturales tienen una legitimidad que me parece obvia. Sin embargo, quisiera detenerme brevemente en los motivos por los cuales los estudios culturales no resuelven los problemas que la crítica literaria

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enfrenta. Con la disolución de la crítica literaria dentro de los estudios culturales no se responde a las preguntas que enfrentamos como críticos literarios, y los problemas no se desvanecen en el trance de nuestra reencarnación como analistas culturales. Para mencionar sólo tres: la relación entre la literatura y la dimensión simbólica del mundo social (que los estudios culturales tienden a dar por sentada, aunque gran pane de la obra de Raymond Williams sea una indagación sobre esta cuestión teórica); las cualidades específicas del discurso literario, cuestión que queda simplificada en una perspectiva sólo institucional (sería literatura todo lo que la institución literaria define como literatura en cada momento histórico y cada espacio cultural); y el diálogo entre textos literarios y textos sociales (al que no podemos seguir solucionando con la canonización de Bajtin como único santo patrono del tema). Estos tópicos pertenecen legítimamente a la crítica literaria y sería interesante no pasarlos por alto simplemente porque hasta hace poco no estaban de moda o porque no despierten pasiones sofisticadas hoy.

Pero, incluso estos nudos teóricos podrían ser disimulados si se acepta que hay algo que la crítica literaria no puede distribuir blandamente entre otras disciplinas. Se trata de la cuestión de los valores, quiero decir de los valores estéticos. Ellos son un problema de la crítica, y se trata de un problema importante como lo es, en general, la cuestión de los valores en las sociedades contemporáneas.

Aprendimos nuestra elección. Profesamos el relativismo como piedra de toque de nuestras convicciones multiculturales. Pero las consecuencias del relativismo extremo son arrojadas ante nuestros ojos por los antirrelativistas de la derecha, cuando no se acusan de destruir a la literatura junto con el canon occidental, masculino y blanco.

Para entrar en este debate libres de una mala fe moralizante, deberíamos reconocer abiertamente que la literatura es valiosa no porque todos los textos sean iguales y todos puedan ser culturalmente explicados, s in o ,/w el contrario, porque son diferentes y resisten una interpretación sociocultural ilimitada. Algo siempre queda cuando explicamos socialmente a los textos literarios y esc algo es crucial. No se trata de una esencia inexpresable, sino de una resistencia, la fuerza de un sentido que permanece y varía a lo largo del tiempo. Para frasearlo de otro modo: los hombres y las mujeres son iguales; los textos no lo son. La igualdad de las personas es un presupuesto necesario (es la base conceptual del liberalismo democrático). La igualdad de los textos equivale a la supresión de las cualidades que hacen que sean valiosos.

La crítica literaria necesita replantearse la cuestión de los valores si busca, superando el encierro hipertécnico, hablar sobre tópicos que no se inscriben en el territorio cubierto por otras disciplinas sociales. Los grandes críticos literarios de este siglo (de Benjamin a Barthes, de Adorno a Lukács, de Auerbach a Bajtin) lian sido maestros del debate sobre valores. La literatura es socialmente significativa porque algo, que captamos con dificultad, se queda en los textos y puede volver a activarse una vez que en éstos han agotado otras funciones sociales.

Me pregunto si les estamos comunicando a los estudiantes y a los lectores de este hecho simple: nos sentimos atraídos hacia la literatura porque es un discurso de alto impacto, un discurso tensionado por el conflicto y la fusión de dimensiones estéticas e ideológicas. Me pregunto si repetimos con la frecuencia necesaria que estudiamos literatura porque ella nos afecta de un modo especial, por su densidad formal y semántica. Me pregunto si podremos decir estas cosas sin ser pedantes, o elitistas o hipócritas o conservadores.

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La discusión de valores y el canon

Quizás vivamos los últimos años de la literatura tal como se la conoció hasta ahora. Las novelas y las películas pueden estar condenadas a desaparecer en el continuum de la vídeo-esfera No digo que cosas’ narradas no sigan exhibiéndose en los cines o en la televisión, sino que los filmes, tal como los inventó el siglo XX, pueden haber llegado a su fin, excepto para un puñado de productores y una minoría de público. Podría suceder que, en el futuro, el hipertexto no sea sólo un modo cómodo de manejar notas al pie o diferentes niveles de información, sino un patrón nuevo de la sintaxis que, durante siglos, la literatura ha moldeado y cambiado.

No sabemos cuáles serán los desarrollos de las próximas décadas. La apertura de la crítica literaria hacia las perspectivas del análisis cultural tuvo consecuencias positivas en la extensión del universo de discursos y prácticas que ella considera. Pero ha llegado el momento de trazar un balance. La crítica literaria en su especificidad no debería desaparecer digerida en el flujo de lo ‘cultural’. Nadie quiere ser el último sacerdote autosatisfecho del gran arte. Sin embargo, no podemos prescindir sin graves pérdidas de la perspectiva que permita considerar ese tipo especial de discurso todavía existente (la literatura) que es extremadamente complejo y cuya complejidad probó, hasta hoy, que era atractivo (indispensable) para fracciones variadas de público.

Los valores están en juego. Y está bien que esto no lo digan sólo los conservadores. Fue una mala idea la de adoptar una actitud defensiva, admitiendo implícitamente que sólo los críticos conservadores o los intelectuales tradicionales están en condiciones de enfrentar un problema que es central a la teoría política y a la teoría del arte. La discusión de valores es el gran debate en el fin de siglo.

El desafío es si podremos imaginar nuevos modos de considerar los valores, modos que (aunque parezca contradictorio) sean a la vez pluralistas, relativistas, formalistas y no convencionalistas. Una perspectiva relativista prueba que los valores varían según los contextos culturales. Según el relativismo deberíamos leer los textos en sus contextos y juzgarlos por las estrategias que emplean para resolver las preguntas que esos contextos consideran apropiadas. De este modo, la discusión de valores es siempre una discusión textual izada.

Desde una perspectiva transcultural los valores son relativos en el espacio global donde las culturas son iguales (como los ciudadanos son iguales). Pero no todos los valores en una cultura (esto ya ha sido argumentado por Habermas), merecen la misma estima si se los considera desde awextos extraños a esa cultura. Los valores son relativos pero no indiferentes. Y para cada cultura los valores no son relativos desde un punto de vista intratextual. Las culturas pueden ser respetadas y. al mismo tiempo, discutidas.

El relativismo demanda que las culturas sean comprendidas de manera interna, en su propia Astoria y dinámica. Sin embargo, en el momento en que las culturas toman contacto entre sí (y en Un roundo romanizado las culturas están enredadas en un flujo inin.errumpido de contacto y inflicto) los valores entran en debate. Por ejemplo, los valores de una cultura machista basada ^bre el trabajo servil no son respetables desde la perspectiva de una cultura republicana, orientada tacia la ciudadanía e igualitarista respecto de los sexos.

Desde un punto de vista interno, cuanto más tradicional es una cultura más inclinados se Sleruen sus miembros a reclamar una fundación sustancial de los valores. Y así llegamos a un

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segundo problema. ¿Son los valores enteramente convencionales incluso en las culturas que pasaron por todas las pruebas de la modernización y la modernidad? Cuando afirmamos que una cultura pluralista y democrática se adecúa mejor a los intereses y opciones de sus miembros que una cultura fundada teológicamente (por ejemplo respecto de los derechos de las mujeres o de la libertad de los escritores para expresar sus ideas), estamos construyendo una argumentación que no es sólo formal. De algún modo toca cuestiones no convencionales (si se prefiere esta palabra a sustanciales): elegimos la libertad frente al orden teológico, la opción frente a las creencias que se presentan como naturales o se imponen por la fuerza no siempre simbólica de la tradición.

Los estudios culturales desarrollan argumentos que no pueden ignorar la cuestión de los valores. Si los ignoran corren el riesgo de convertirse en una sociología de la cultura subalterna más inclinada a escuchar salsa o mirar televisión que a estudiar las instituciones educativas, el discurso político o los usos populares de la cultura letrada. Como bases de consistencia teórica, no bastan el relativismo, el sociologismo o el populismo.

Creo que la crítica literaria y los estudios culturales se necesitan. La contribución de los estudios literarios a los estudios culturales podría orientarse a la respuesta de algunas cuestiones polémicas. El canon literario y artístico, qué se enseña y cómo se enseña, es una de esas cuestiones. Me pregunto: ¿El canon es intolerable por masculino, blanco y occidental, y entonces la cuestión sería ampliarlo y diversificarlo? ¿O nos oponemos a la idea de componer y aceptar un canon? ¿O sólo aceptaríamos un canon en el caso de que antes de proclamarlo se estableciera un pacto constitucional sobre los términos de su revisión, digamos un canon sujeto a modificaciones ilimitadas y periódicas? Para decirlo de manera diferente: ¿pensamos que hay grandes obras de literatura, significativas pese a otras consideraciones ideológicas? Si aceptamos esto, surge nuevamente la cuestión de los valores. * Si no lo aceptamos: ¿estamos dispuestos a renunciar a nuestros derechos de apropiación de una tradición cultural y sobre todo a renunciar en nombre de otros a quienes no les transmitiremos esa tradición en las escuelas y cn las universidades porque pensamos que esa tradición no es suficientemente correcta desde un punto de vista ideológico?

Los estudios culturales son hoy una fortaleza contra una versión canónica de la literatura. Vivimos entre las ruinas de la revolución foucaultiana. Aprendimos que donde había discurso había ejercicio del poder y las consecuencias de este postulado no pudieron exagerarse más. No podíamos seguir hablando de los textos sin examinar las relaciones de poder que encubrían y (al mismo tiempo) imponían con la eficacia de una máquina de guerra. Pocos años después, la sociología francesa de los intelectuales establecía otro principio: donde hay discurso hay lucha por la legitimación en el campo intelectual. Finalmente, Michel de Certeau corrigió al primer Foucault: si era cierto que donde había discurso había poder, al mismo tiempo, los subordinados inventaban estrategias de lectura que implicaban respuestas activas a los textos, respuestas que podían contradecir lo que los textos significaban para otros lectores o para sus autores. Los estudios culturales siguieron las curvas que unen a estas posiciones que, convengamos, no preparan el terreno para una discusión sobre el canon sino para su refutación.

Sin embargo, se podría hacer la pregunta (como lo hace Gayatri Chakravorty Spivak) desde el punto de vista del derecho a la herencia cultural. Los textos tradicionales (o clásicos) poseen un

' Se refiere a los valores estéticos. (N. del E.)

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significado sostenido, que varía según los horizontes de lectura configurando un espacio hermenêutico rico y variado. Las colecciones de grandes obras establecidas por las diferentes jerarquizaciones que la práctica canónica hizo en el tiempo ¿pueden proporcionar las bases de un programa sensible a las diferencias culturales, en cuyo marco se las lea como grandes oportunidades hermenéuticas para la producción de nuevos sentidos y la discusión de los viejos? La crítica literaria plantea a los textos no sólo preguntas sino demandas, en un sentido fuerte: cosas que un texto debería producir, cosas que los lectores quieren producir con un texto. Lo que está en juego, me parece, no es la continuidad de una actividad especializada que opera con textos literarios, sino nuestros derechos, y los derechos de otros sectores de la sociedad donde figuran los sectores populares y las minorías de todo tipo, sobre el conjunto de la herencia cultural, que implica nuevas conexiones con los textos del pasado en un rico proceso de migración, en la medida en que los textos se mueven de sus épocas originales: viejos textos ocupan nuevos paisajes simbólicos.

Com o discurso académico que quiera mantenerse al margen de las controversias, a la crítica literaria sólo le queda mudar sus procedimientos al recién decorado ciberespacio escriturai del futuro y proponer (como ya se está haciendo) los instrumentos críticos del hipertexto. La crítica literaria también puede convertirse en el estudio académico de los restos mortales de la literatura. Esta metamorfosis simplemente la borraría como discurso producido en la intersección de valores y prácticas académicas y no académicas. N o estoy segura de que la crítica literaria como discurso público, como discurso socialmente significativo, pueda solucionar sus problemas con un movimiento tan simple. Los estudios culturales podrían intervenir en auxilio de la crítica y obtener algunas ganancias al hacerlo.

La cuestión estética no es muy popular entre los analistas culturales, porque el análisis cultural es fuertemente relativista y ha heredado el punto de vista relativista de la sociología de la cultura y de los estudios de cultura popular. Sin embargo, la cuestión estética no puede ser ignorada sin que se pierda algo significativo. Porque si ignoramos la cuestión estética estaríamos perdiendo el objeto que los estudios culturales están tratando de construir (como objeto diferente de la cultura en términos antropológicos). Si existe un objeto de los estudios culturales es la cultura definida de modo diferente a la definición antropológica clásica. Es importante recordar (escribió Hanna Arendt) que el arte y la cultura no son lo mismo.

La dificultad que enfrentamos es que ya no estamos seguros sobre qué aspectos (sean formales o sustanciales) el arte es una dimensión especializada de la cultura, una dimensión que puede ser definida separadamente de otras prácticas culturales. Así, una vez más, el punto que nos preocupa es si podemos capturar la dimensión específica del arte como rasgo que tiende a ser pasado por alto desde la perspectiva culturalista que impulsa a los estudios culturales, que hasta hoy han sido ultrarrelativistas en lo que concierne a la densidad formal y semántica. La paradoja que enfrentamos también podría ser pensada como una situación en la que los estudios culturales están perfectamente equipados para examinar casi todo en la dimensión simbólica del mundo social, excepto el arte. Sé que esta afirmación puede sonar exagerada. Sin embargo, todos sabemos que nos sentimos incómodos cuando nuestro objeto es el arte.

Permítaseme evocar una experiencia personal. Siempre que formé parte de comisiones, junto con colegas europeos y americanos, cuya tarea consistía en juzgar videos y filmes, encontramos dificultades para establecer un piso com ún sobre el cual tomar decisiones: ellos (los no latinoamericanos) miraban los videos latinoamericanos con ojos sociológicos, subrayando sus méritos

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sociales o políticos y pasando por alto sus problemas discursivos. Yo me inclinaba a juzgarlos desde perspectivas estéticas, poniendo en un lugar subordinado su impacto social y político. Ellos se comportaban como analistas culturales (y, en ocasiones, como antropólogos), mientras que yo adoptaba la perspectiva de la crítica de arte. Era difícil llegar a un acuerdo porque estábamos hablando diferentes dialeaos. La misma experiencia fue la de un joven director de cinc argentino en un festival europeo. Mostró su película (que era una versión sumamente sofisticada de un relato de Cortázar) y los críticos presentes le señalaron que ese tipo de filmes eran territorio de los europeos, pero que estos mismos europeos esperaban una materia más social cuando veían un filme latinoamericano.

Todo parece indicar que los latinoamericanos debemos producir objetos adecuados al análisis cultural, mientras que O tros (básicamente los europeos) tienen el derecho de producir objetos adecuados a la crítica de arte. Lo mismo podría decirse acerca de las mujeres o de los sectores populares: de ellos se esperan objetos culturales, y de los hombres blancos, arte. Esta es una perspectiva racista aún cuando la adopte gente que se inscriba en la izquierda internacional. Pero esc racismo no es sólo algo que pueda imputársele a ellos. También es nuestro. Nos corresponde a nosotros redamar el derecho a la ‘teoría del arte’, a sus métodos de análisis.

También nos corresponde comenzar una discusión sobre la definición de nuestro campo: los estudios culturales tendrán legitimidad plena si logramos separarlos de la antropología (de la que hemos aprendido tanto) y una separación requiere una redefinición de objetos y la discusión de valores.

Si no percibimos una diferencia entre la música pop y el jazz o el rock, nos equivocaremos. Si no percibimos una diferencia entre un crudo filme político y el cine de Hugo Santiago o Raúl Ruiz, nos equivocaremos. Si no percibimos una diferencia entre un clip brasileño para M TV y Caetano Veloso, nos equivocaremos. Si no percibimos una diferencia entre Sil vina Ocampo y Laura Esquivel, nos equivocaremos: en todos los casos, hay una diferencia formal y semántica que debe discernirse a través de perspectivas que no siempre son las de los estudios culturales. Silvina Ocam po es diferente de Laura Esquivel aunque se admita que las ideas de Esquivel sobre las mujeres responden a posiciones ‘políticamente correctas’. Son diferentes porque hay un plus en Ocam po que está completamente ausente en Esquivel. El arte tiene que ver con este plus. Y la significación social de una obra de arte, en una perspectiva histórica, depende de este plus, como depende de su público si la consideramos sólo en términos de su impacto presente (o sólo en términos de mercado).

A veces tengo la impresión de que el canon de los estudios culturales está establecido por el mercado, que no es mejor autoridad que la de un académico elitista.

Una cultura también se forma con los textos cuyo impacto está perfectamente limitado a una minoría. Afirmar esto no equivale a elitismo, sino a reconocer los modos en que funcionan las culturas, como máquinas gigantescas de traducción cuyos materiales no requieren aprobar un test de popularidad en todo momento. Aunque, a través de caminos que sólo conoce Dios, esos materiales pueden ser populares en el futuro.

Tengo la impresión de que, movidos por el impulso generoso de los estudios culturales, pasamos por alto nuestro propio pasado como críticos literarios. Muchos de nosotros venimos del Roland Barthes de Walter Benjamin, así como Hoggart llegaba de la poesía de Auden, y Williams no abandonó nunca el campo de la literatura inglesa. Tenemos derecho a ambos mundos.

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El gran debate público hoy gira alrededor de los valores, y las bases de una política que los tome en cuenta. El gran debate cultural, una vez que atravesamos el Mar Rojo del relativismo, podría comenzar a considerar valores. Por lo menos, ésta es una cuestión cuya respuesta no puede ya limitarse al relativismo tradicional o al multiculturalismo tradicional. ¿Cómo se mantiene una sociedad después del multiculturalismo? ¿Es posible juzgar después del relativismo? No tengo respuesta a estas preguntas pero pienso que las preguntas mismas valen la pena.

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Literatura y valorBeatriz Sarlo-John Kraniauskas- Roberto Schwarz

John Kraniauskas. Quiero empezar con la cuestión de literatura y valor que es el tema de esta sesión. Este tema es complejo y tiene varios niveles que quisiera destacar. Voy a precisar cuatro niveles interrelacionados: en primera instancia los juicios de valor de las obras literarias individuales y los criterios de su valorización; aquí la literatura sería considerada como conjunto de valores y procedimientos, haceres; en segundo lugar, el valor de lo literario y la cultura considerados como espacios de saberes y haceres, y saberes libres y autónomos del mercado, es decir, de cierta manera, desinteresados; en tercer lugar, el valor social y normativo de la literatura, por ejemplo, en la enseñanza de esos saberes y haceres, la lectura, la escritura, la apreciación, la crítica y la formación de una ciudadanía culta. Estamos en el terreno de lo que se llama el capital cultural y su desigual distribución. Y, por último, el valor sintomático de la obra en donde se cifran las formas, los giros y los tonos de una clase social o del conflicto social en un momento histórico dado. También quizas habría que añadir un problema: el valor de uso de la literatura. Pero creo que los cuatro niveles referidos focalizan este tema, quizás de una manera interesante.

Beatriz Sarlo. John ha planteado cuatro niveles para abordar el problema, no creo poder abordar los cuatro, pero partiría de una pregunta que se me ocurre permanentemente en mi práctica como crítica y como profesora, que es cómo diferenciar los productos que circulan en e mercado, francamente como productos de mercado, y lo que se llama literatura-hoy de manera casi peyorativa alta literatura-, o literatura de los letrados. Hay algo que pertenece al orden e a

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prienda de lectura, y que quizás por comodidad uno remita al valor. Es la diferencia que uno puede establecer entre una masa de textos donde, por un lado están Silvina Ocampo, Diamela gltit, Clarice Lispector, por otro lado están Isabel Allende y Laura Esquive). La experiencia de lectura de esos textos efectivamente es diferente, y como crítica puedo llegar a observar que también |0 son su organización lingüístico-formal y su organización semántica. Es decir, no se trata de oponer en masa esos textos al teleteatro o a la cultura popular, el problema está en el espacio que ocupan aquellas literaturas que se llaman literatura de los letrados, o alta literatura, o literatura perteneciente al alto modernismo, o literatura de la resistencia estética. Es allí donde uno hace elecciones que sería bueno que pudieran quedar explícitas. Ahora, al hacer esas elecciones (y estas son claramente Diamela Eltit, Silvina Ocampo y Clarice Lispector, y no Laura Esquivel o Isabel Allende), quiéralo o no, está la mala conciencia de un valor que es el tenor sobre el que se articulan estas elecciones. Y digo mala conciencia de un valor porque sé también que es imposible fundamentar ese valor de manera vertical. Es decir, disueltas las fundamentaciones verticales del valor, dicho valor queda sin fundamento, por lo cual uno podría decir que es un valor cuya definición queda profundamente afectada. Este problema no se lo plantea solamente la crítica literaria, queda planteado centralmente en la política. Un ensayista político de los más importantes de este fin de siglo, Norberto Bobbio, razona de este modo cuando tiene que discurrir sobre la política y lleva las cosas al punto de interrogarse cómo podemos fundamentar los derechos humanos si es imposible fundamentar el valor. Los derechos humanos están fundamentados sobre la vida, sobre el derecho a la vida. ¿Cómo podemos fundamentar el derecho a la vida si hay culturas que no tienen ese derecho como aquel que fundamenta todos los derechos? Esta cuestión de la pérdida del fundamento del valor no es un avatar que afecte sólo a la crítica literaria o a la crítica estética en términos generales, sino que afecta algo que está bastante más vinculado al porvenir de los pueblos como es la discusión délos valores en el terreno político. Bobbio, un socialista reformista, alguien que todavía mantiene sólida la diferencia izquierda y derecha, como una diferencia sustancial, al mismo tiempo dice que ios valores sobre los cuales yo vengo discurriendo no tienen fundamentos. Es decir, que toda elección crítica o política es una elección valorativa que lleva, en este fin de siglo, a la paradoja de su ausencia de fundamento.

Ahora, eso me conduce a un segundo tipo de problemas que yo creo que incluye los que John evocaba en su presentación, ¿cómo pensar la sociedad, y cómo pensarnos en la sociedad? Yo creo que uno puede pensarla sobre la metáfora del tejido de voces y donde, en todo caso -no sé si esta frase tendrá sentido para el portugués, pero tiene sentido para el español-, “cada gato irá por su pared”. Una sociedad es un tejido de voces donde cada gato va por su pared, donde estas voces se interceptan pero cada una tiene su dinámica. Pero otros dicen: una sociedad es un conflicto de v‘oces donde entonces cada gato no va por su pared, sino que hay una pared a la cual aspiran varios tos, es decir, un espacio en el cual las voces se encuentran para disputar. Y esta idea de una

sociedad en conflicto de voces es la idea que yo tengo de lo social, y mi idea de la literatura no es Nana a aquella que tengo de sociedad . No es que tenga ideas homólogas a la de la sociedad, pero ^mpoco están tan alejadas. Entonces, la idea del conflicto y de que ese es un conflicto valorativo es kque me permite pensar desde los textos literarios hasta las prácticas sociales.

El segundo elemento que me parece que introduce John es el problema de los valores comonic¡ón de una historia textual, o lo que en los últimos diez años se ha llamado el canon. Claro,

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la intervención no hace sencillo hablar de esto. La intervención de Bloom * y el libro de Bloom hacen que toda la cuestión sobre la historia de la literatura y la historia de las obras sea extremadamente partidista porque nadie quiere quedar del lado de Bloom (la primera, yo). Entonces, Bloom hace muy difícil encarar esta situación. No hace mucho tiempo yo releía un texto bastante viejo de Spivak, ** donde decía: bueno, dejemos de lado las discusiones sobre el canon y afirmemos el de­recho de todos a leer esos grandes textos. Afirmemos el derecho de los coloniales -decía para el caso Spivak- por ejemplo, a leer los escritores canónicos: Shakespeare, ¿cómo es la lectura que hacen los coloniales de Shakespeare? No me paree que la de Spivak sea una solución. Pero de todas maneras deja abierto el problema del derecho a la historia que es un problema democrático por excelencia.Y el derecho a la historia no es solamente el derecho a aquélla de mi propio espacio cultural, sino es un derecho más subversivo: a la apropiación de la historia universal. De aquello que se llamó historia universal y que hoy uno sabe que son múltiples historias, no son únicamente la historia de mi espacio. ¿Cómo hacer entonces (y de nuevo ahí aparece una cuestión del valor con el que uno encara los textos literarios) cuando uno encara la literatura? ¿Cómo hacer para que ese derecho, que es un derecho político fundamental, sea garantizado?

Roberto Schwarz. Bien, la experiencia literaria es inseparable de la experiencia de la cualidad, de la cosa bien hecha, mal hecha, de la cosa capaz de cambiar nuestra vida, de sugerirnos un sentimiento de alguna manera más apropiado al mundo contemporáneo. En fin, todo eso son, si se quiere, formas de valor. Si el valor fuera afirmado de manera perentoria: eso es bueno, eso es malo, evidentemente, como es perentorio, no pasaría de eso, y puede ser la afirmación de un privilegio, de una autoridad, de no querer conversar, yo hago esto y poco me importa lo que ustedes hagan, y así en adelante. En ese sentido, el juicio de valor ayuda poco a avanzar, de ahí que algunas de las argumentaciones estéticas más interesantes hayan sido presentadas de manera perentoria. Si ustedes escucharan, por ejemplo, la crítica de arte de Baudelaire, verían que el tono es taxativo al extremo y que esa manera de formular, de presentar el punto de vista, menos argumentativa, y más taxativa, es justamente una forma de provocación, de modo que es una manera oblicua de argumentar también. Como sea, lo importante en el juicio de valor es que sea argumentado, o que conduzca a un argumento, o que mejore nuestra comprensión de lo que está en discusión.

¿En qué ámbito se presenta ese juicio de valor? Puede presentarse en el ámbito de una elite, y allí funciona como una confirmación del sentimiento de superioridad que ella misma tiene, y tal vez de la superioridad que los excluidos de ella le reconocen. Puede fiincionar en un ámbito de especialistas donde se tiene también la obligación de explicar lo que ya es un poco diferente. Puede estar en el ámbito general de los interesados, lo que ya es una cosa más productiva, o puede estar en el ámbito de grupos con intereses violentamente opuestos, que es el caso más interesante y que dice más respecto a la situación del debate literario hoy hasta donde yo lo percibo. Un modo histórico importante de esa diferente oposición es el antagonismo de clase. Como esa cuestión se está presentando mucho en términos de reconocer el derecho, sea a la cultura llamada erudita, o a la

Se refiere al libro de Harold Bloom, The Western Canon: The book and school o f the Ages, New York, H arcourt Brace, 1994. (N. del E.)

*' C iyatri ( iiakravorry Spivak. (N. del K.)

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cultura llamada popular, es interesante notar que históricamente en el Brasil lo decisivo siempre fue la exclusión del acceso del ámbito popular al ámbito culto. Eso tiene mucha importancia si ustedes pensaran en términos de acceso -es una cuestión a la cual Beatriz se refirió- a la cultura contemporánea. Lo básico de la vida popular brasilera hasta hace poco era la toral exclusión en relación con lo que se hacía en el mundo. Y esto evidentemente produjo una cultura popular muy autónoma, si la gente quisiera tomar eso cn sentido positivo; como decía un gran novelista elogiando a Guimarães Rosa: cuatrocientos años de cultura oral quiere decir de falta de acceso a la escrita, producirán este gran escritor, lo que es verdad, y por tanto no deja de ser un considerable problema, ¿o no?

La cuestión del juicio de valor hoy tiene como campo de aplicación la extraordinaria profundización de la mcrcantilización de la cultura de nuestro tiempo. Entonces hay una tendencia inmediata a polarizar en términos de mercantil/no mercantil: lo que es mercantil es ruin, lo que no es mercantil es bueno, o lo que no es mercantil está en la luna y lo que es mercantil es apropiado para nuestro tiempo. Ahí es preciso relativizar para situar bien el mundo contemporáneo. Hoy, los artistas más sofisticados, más atentos a la exigencia, a la lógica interna de su producción, saben que la sociedad es mercantil, de modo que aunque la forma mercantil está presente negativamente en la producción, el artista para el cual la sociedad de mercado no existe, no existe él mismo, y una buena pane de los anistas hacen considerables cálculos del mercado. Y del lado popular hoy, también, hay una gran información en materia de la llamada cultura erudita. El ejemplo más famoso son las bandas de música donde los percusionistas son grandes conocedores de Webern, etc. En ese sentido, una pane de esa oposición se desvaneció históricamente y es lo que coloca a la crítica cn una situación interesante; y no es fócil situarse con exigencia máxima delante de la totalidad de la cultura -dejando de lado la cuestión erudito/no erudito-, porque una buena pane de la cultura popular es exigente también. De modo que una posición posible hoy es la de imaginar que la crítica estética del tipo más exigente posible, del tipo que se formó en el análisis del ámbito erudito, se vuelva en un ángulo general para el análisis crítico de la sociedad contemporánea. Adoptar ese punto de vista exigente para acompañar, para entender, para valorizar el arte más exigente, y adoptarlo en relación con la sociedad contemporánea en su conjunto, lleva naturalmente a una posición de crítica extremada, muy incómoda, una posición, si la gente quisiera darle un rótulo, más o menos frankfurtiana. * Mas ello tiene como mérito no dejar caer algo que fue efectivamente obtenido que es esa conciencia formal exigente a un nivel máximo.

John Kraniauskas. Se ha hablado un poco de la democratización, por ejemplo, del acceso a la cultura universal, a las formas culturales. Yo me pregunto si esas configuraciones culturales han cambiado recientemente. Por ejemplo, si la literatura, la novela esencialmente, es el lugar cultural más adecuado ahora, y desde el cual se pueden descifrar de manera conveniente las contradicciones de clase, los conflictos culturales. Me pregunto, por ejemplo, cuál sería la configuración de un Machado de Asís ahora; quizás no sería una novela. Yo hablaba con George Yúdice sobre un video de rap que acaba de ser premiado, de “Racionais M C s”, que se llama “Mágico de Oz”, que obviamente contiene literatura, pero también está subordinado a una lógica audiovisual, a imágenes en

* Se refiere al Instituto de Investigaciones Sociales que fue trasladado por Horkheimer y Adorno de Frankfurt a Nueva York cn la década de 1940. (N. del E.)

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movimiento, y que a mí me pareció realmente interesante porque el montaje alimentaba una historia política en que estaban presentes, por ejemplo, las contradicciones alrededor de la edad, del racismo, de clase. Entonces me pregunto si el Machado de Asís contemporáneo sería algo como “Racionais MC's”. Entonces deberíamos democratizar el acceso de los que dominan esas formas de cultura de masas y de cultura popular. Esa es mi pregunta.

Beatriz Sarlo. No tomo la metáfora del Machado de Asís porque creo que está dedicada a Roberto. Pero bueno, todos nosotros hemos hecho los suficientes cursos de historia literaria para saber que la novela, como género, nace en un determinado momento en el último tercio del dieciocho, y que es un género decimonónico con grandes novelas en el siglo veinte, que no es eterno, afortunadamente, como no fueron eternos los lays, las catedrales góticas y como no fueron eternos los poemas de gesta como una estética, es decir, que son formas históricas. Se siguen produciendo novelas pero el impulso de la novela es un impulso muy fuerte. Yo no lo pensaría desde ese punto. No elegiría los video-clips -d e los cuales soy adicta- para hacer una comparación con la densidad de la novela en el siglo diecinueve. Pero tengo una lista de cosas de los últimos diez años que creo que tienen esa misma densidad representativa, y no son video-clips. Creo que al video-clip le pasa lo que dice Godard en una película que filmó Wim Wenders en un hotel en Cannes llamada Chambre 666, donde Wenders le pregunta a Godard sobre el montaje y Godard dice: bueno, el montaje puede ser la publicidad o puede ser Eisenstein; cuando hay que montar más de tres minutas de imagen es necesario decir algo con mucha densidad, entonces es Eisenstein, y cuando hay que montar menos de tres minutos de imagen se puede decir algo de muy baja densidad, entonces es la publicidad. Pero sin guarecerme ahora bajo la figura maldita de un representante del alto modernismo como es Godard, yo nombraría obras que no son muy representativas. Creo que el Mystery Train de Jim Jarmush* es una obra extremadamente representativa. Uno podría decir que Jim Jarmush se asemeja bastante a un Machado de Asís, para hacer esta comparación imposible. Hay aquí el carácter plano de la historia contemporánea: si ustedes recuerdan la historia central de Mystery Train, los dos japoneses que van a Nashville a visitar la casa de Presley, el carácter plano de la experiencia contemporánea está logrado por las imágenes de los travellings de esa película. Cuando ellos aparecen corriendo con sus valijas (unos travellings con arcos detrás), ahí hay algo de la experiencia que está capturado de manera extremadamente original. La última gran película de Chantal Ackerman, una directora remanente de la alta vanguardia, no es una novela, pero no creo que haya un texto más denso sobre lo que sucedió en los países del socialismo real después de la caída del M uro de Berlín; esta película está basada sobre dos tipos de planos, un travelling que va de derecha a izquierda permanentemente sobre colas de gente en la nieve, y unos planos fijos de gente en el interior de casas muy precarias, viendo cómo sobreviven a la caída del Muro. Uno podría decir, que esto es representativo, pero tampoco excluiría algunas novelas. La penúltima obra de una novelista de noventa años como Nathalie Sarraute es una novela

* Jim Jarmush (Akron, Ohio, 1953) director de cine, asistente de producción en Lighting Over Water de Nicolás Ray y Win Wenders, con ellos aprendió el oficio. Su primer film en 16 mm fue Permanent Vacations (1980). Su propuesta apunta a un cine que busca mostrar la cultura pop y desechable de Estados Unidos. Algunas de sus películas son Stranger than Paradise (1984), Down by Law (1986) y M istery Train (1989). (N. del E.)

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sobre la destrucción del lenguaje, la destrucción del lenguaje en la vejez, la pérdida del lenguaje en la vejez. La novela empieza con la narradora tratando de recordar el nombre de Archimboldo pero lo ha perdido para siempre y no puede traer a la novela tal nombre. Como dije, es una novela sobre la pérdida del lenguaje en la vejez, pero también, quizás, un canto de cisne sobre la pérdida del lenguaje, sobre ciertas pérdidas de la vitalidad del lenguaje en las sociedades contemporáneas. Sobre este punto no tengo una posición nostálgica frente a las grandes obras publicadas entre 1922 y 1938. Encuentro que hay zonas muy fuertes del arte contemporáneo que no son representativas, a la manera realista del siglo diecinueve, pero son zonas que organizan la experiencia contemporánea de manera densa, formalmente interesante y significativa. Entonces, yo quisiera liberarme del clip que reúne video-clip con Machado de Assis, no quiero este arco porque del video-clip a Machado de Assis ha sucedido el siglo veinte, ha sucedido Godard, ha sucedido Chan tal Ackerman, sucede, afortunadamente todavía, Nathalie Sarraute, ha sucedido Bernhard. Sucede Jim Jarmush, sucede Kiarostami, es decir, sucede y sigue sucediendo el siglo veinte y mi mirada no es nostálgica. Suceden los videos de Bill Viola, donde la capacidad deleuziana * de captar espacio-tiempo y espacio- movimiento queda demostrada. No quiero entrar en ese arco, tengo otras alternativas, ¿no?

John Kraniauskas. Esta es una pregunta rápida: ¿no ves ninguna diferenciación dentro del video-clip? Es decir, hay video-clip y video-clip, ¿no ves ninguna posibilidad para cierta densidad?

Beatriz Sarlo. Sí. Sería absurdo no ver una diferenciación; en las horas y horas que transmite M TV esa diferenciación existe. El video-clip de Luis Miguel evidentemente no es lo m ism o... Veo una diferenciación en la pop music. Lo que digo es que no quisiera terminar libremente en el video­clip. No quiero aceptar ese arco porque hay cosas que están sucediendo en el mundo del cine, de la música y de la literatura que no son puro pasado. Bueno, se puede decir que Nathalie Sarraute ya se tendría que morir porque es una vieja de noventa años, y eso sería puro pasado. Pero Chantal Ackerman tiene cuarenta y tres, Jim Jarmush tiene cuarenta, Bill Viola tiene cuarenta y ocho, entonces no estoy hablando del pasado, estoy hablando de gente que es más joven que los rockeros, que es más joven que los Rolling Stones envejecidos, que es más joven que esos rockeros en decadencia.

John Kraniauskas. Sí, pero, ¿no hay diferentes presentes? Es decir, es posible que no estés hablando del pasado, pero ¿no hay diferentes presentes?

Beatriz Sarlo. Sí, hay diferentes presentes. Reivindico más bien el lugar de mi presente porque yo creo que es el lugar que está más expuesto: es el lugar que me afecta en esta pregunta. Finalmente M TV tiene miles de millares de dólares y Jim Jarmush no. Bill Viola tampoco. Es decir, el lugar que yo creo a la defensiva no es el lugar del video-clip. Es el lugar de Bill Viola que tiene que sacar una beca de una fundación para hacer uno de sus videos. Y Jim Jarmush que tiene una carrera oscilante y finalmente no sé cuál será su destino. Entonces, realmente, no me interesa hacerme responsable,

* Se refiere a los conceptos de espacio liso y espacio estriado, desarrollados por Gilíes Deleuze en M il mesetas: capitalismo y esquizofrenia. Valencia, Pretextos, 1988. (N. del E.)

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no me interesa mucho la defensa de MTV, y hay cosas interesantes ahí adentro. Yo diría que, así como se dice que hay etnias en peligro, yo diría que Jim Jarmush, después de su gran éxito en Daunbailó, tuvo enormes dificultades porque hay un mercado que odia a Jarmush. No es que les resulte indiferente. No quieren que gente como Jarmush filme. Y Chamal Ackerman tiene que presentar su película Del Este cn el Museo Judío de Nueva York porque no va a encontrar un solo cine que presente sus películas. Entonces, hay clips interesantes, pero la verdad es que ciertas existencias están garantizadas y la existencia de Chantal Ackerman no está garantizada.

Roberto Schwarz. Yo tengo un ejemplo interesante para comentar la pregunta de John. Los brasileros probablemente conocen el libro de Caetano Veloso, Verdade Tropical. A los extranjeros les voy a contar lo mínimo de lo que trata. Caetano Veloso, cantante popular de mucho éxito, escribió un libro por invitación de un editor americano, en el que contaba la formación de su carrera de artista comenzando desde la infancia.

Es un libro muy impresionante por muchos lados. Escrito con muchos recursos literarios, los retratos de los colegas de trabajo son de gran sutileza, los resúmenes de los debates artísticos de gran interés contemporáneo. Los debates sobre la música popular se presentan de una manera notable y con altura de formulación en relación con lo que está en juego. Bien, estas son las cualidades evidentes del libro. Cuando comencé a leerlo de repente dije: yo conocí ese ritmo en algún lugar. Y me di cuenta de que era el comienzo de las Memorias póstumas de Bros Cubas. Evidentemente, no fue intencional. La cosa es más o menos como sigue: al comienzo de las Memorias póstumas aparece un narrador que explica que él es un autor-difunto, y empieza a decir una cantidad de disparates al lector, una porción de insolencias, de improperios, un poco de sacrilegio, un poco de impertinencia, en fin, son algunas páginas de provocación cerrada, y la función de esa secuencia de provocaciones es crear un clima de connivencia dentro del mal, o mejor, un clima de connivencia dentro de la injusticia social, lo que permite después contar la vida de la elite brasilera de manera razonable, porque una vez que tengamos establecido aquí una especie de denominador común: que no hay que creer nada, ni la voz del lector ni la de su autor, nos podemos explicar un poco nuestra propia vida. Esa es más o menos la función de las páginas iniciales de las Memorias póstumas.

Muy bien. El libro de Caetano Veloso comienza más o menos así: ya, ya estaremos en los festejos del año 2000, en esa ocasión el Brasil tendrá quinientos años porque fue descubierto en 1500, qué cosa, ah, qué notable coincidencia. Eso prueba que nosotros tenemos un destino especial, nosotros brasileros, ¿no les parece? Algunos dicen que eso es superstición, yo mismo no tengo mucha certeza pero encuentro que nosotros mismos somos una cosa extraordinaria. Y así va jugando, diciendo cosas que el lector sabe que no son verdades, o diciendo cosas que él encuentra que el lector piensa que son verdaderas pero formulados con el objeto de que la gente vea que no puede hallarlas verdaderas, en fin, va haciendo un juego hasta lograr una especie de contexto general de falta de seriedad en el cual después podrá contar las historias de su música popular, creando un ambiente en el cual la exigencia de consistencia está ya excluida. Hay una especie de operación de domesticación del lector hasta crear el clima intelectual-moral necesario para hablar del universo del arte comercial del cual él es un cracky en el cual hace cosas notables. Pues él sintió que precisaba de esa preparación para poder contar todo eso. El paralelo con Machado de Assis es interesante porque tiene algo en común con la situación, y ese algo no es del ámbito apenas literario, es del ámbito de clase, que no es sólo de él, sino de nosotros todos, pero está en el mismo orden de problemas de los de Machado

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de Assis en cuanto el narrador se confrontó en ei siglo XIX. Y aquí está una cuestión de las condiciones muy especiales de las clases dominantes brasileras, una condición de clase intolerable que precisa volverse menos indigesta para poder comenzar una conversación. El ejemplo es curioso porque muestra cómo se van a responder los problemas más serios de la civilización brasilera, cómo se van repitiendo y cómo son reencontrados por una misma persona de gran talento en un ámbito totalmente distinto de aquél donde fue formulada por primera vez de manera importante. En fin, pienso que eso da una idea de cómo los problemas no desaparecen y cómo pueden reaparecer en un ámbito diferente de manera productiva.

John Kraniauskas. Voy a hacer a Beatriz y a Roberto una última pregunta para después abrir un poco la discusión a comentarios del público y, obviamente, a preguntas del público. Mi última pregunta tiene que ver con la aparente rápida institucionalización de varias formas de estudios culturales en América Latina recientemente. Hace poco una de las principales figuras de la crítica latinoamericana, Jesús Martín-Barbero, dijo que en verdad se han hecho estudios culturales en América Latina desde hace muchísimo tiempo. Entonces yo me pregunto lo que obviamente es claro: que ciertas nociones de cultura han sido clave en América Latina para su identidad, desde Sarmiento, por ejemplo; pero, ¿piensan ustedes que los estudios culturales o la crítica cultural contemporánea aportan algo más que esas preocupaciones tan claras?

Beatriz Sarlo. John sabe, porque nos conocemos mucho, que yo extraño en el planteo de los estudios culturales una cierta genealogía. Tengo la impresión de que los estudios culturales tienen una especie de reflejo partenogenético, es decir, que en un determinado momento en alguna costa este u oeste norteamericana, la llegada de algunos textos franceses eclosionó los estudios culturales en correlación con movimientos sociales de gran peso en Estados Unidos, y que esa genealogía de los estudios culturales a mí me resulta insuficiente. Yo conocí los estudios culturales latinoamericanos después de conocer los británicos, que se llamaron tardíamente estudios culturales en un momento en que Stuart Hall y Hobsbawm van a Birmingham (esos estudios se arman en ese libro fenomenal que es The Uses o f Literacy, de Hoggart).1 Ahí estaban como in nuce los estudios culturales e incluso mucho del populismo celebratorio de los estudios culturales actuales está en el populismo celebratorio de ciertos rasgos de la cultura obrera inglesa que Hoggart atribuye no sé si a los obreros ingleses o a la familia que conformaba con su abuela, su río y su tía, porque eso está muy tramado en Hoggart, con su experiencia de niño de origen obrero, como queda claro en su autobiografía que, publicada ahora, es una reescritura de The Uses o f Literacy. Es decir, esc es un mundo que para mí es ensayista y discursivamente muy denso y entonces, al conocerlo, me remite a lo que John mencionaba que son los estudios culturales avantla lettre latinoamericanos. Pero para mí, la forma de ingreso de los estudios culturales no tiene nada que ver con los llamados estudios culturales en Estados Unidos, tiene que ver con la discusión británica. Y para agregar algo que no es una nota de pie de página sino que es el capítulo fundamental, tienen que ver con un libro que es antipopulista, crítico de la doxa, crítico de la cultura popular, crítico de la cultura de masas y crítico de la ideología que es Mythologies de Roland Barthes, 1 libro del cual difícilmente podemos decir que suspende los valores, por el

1 Richard Hoggart, The Uses o f Literacy, New York, Oxford University Press, 1958.

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contrario, está valorando todo, desde la cocina hasta los romanos en el cine. Todo está absolutamente valorado, digo esto como elección del libro. O sea que para mí tienen esta genealogía que es británica y que se entronca con Barthes.

Roberto Schwarz. La manera por la cual las formas nuevas de estudio entran en el Brasil, en América Latina, no es indiferente. Y una cosa importante de observar en relación con eso es saber si entran liquidando una problemática anterior, bien montada y análoga, o si entran para liberar y abrir asuntos nuevos. No soy buen conocedor del conjunto de Cultural Studies que se han hecho en Brasil, de modo que no puedo hablar bien del asunto. Pero quiero llamar la atención sobre lo que existía, o que ya estaba formado en Brasil antes, y que sería interesante que no fuese apagado por la entrada de prestigios nuevos. Si ustedes vieran lo que hay de más agudo en la crítica literaria brasilera desde el punto de vista de descubrimiento de contradicción social, de tendencias sociales nuevas o no formuladas antes, entonces van a caer en los dos ensayos más importantes de Antonio Candido, “Dialética da ‘malandragem’” 3 y “De Cortiço a cortiço”, donde Antonio Candido desarrolló un procedimiento en la crítica brasilera cuya novedad está en que es un conjunto de procedimientos hechos a la medida de la situación cultural brasilera. Este tipo de crítica no ocurriría en otro lugar porque responde a ciertas características de crítica en parte brasilera, en pane latinoamericana. Voy a hacer un pequeño resumen de la ¡dea a la que me estoy refiriendo. Al comienzo del ensayo “De Cortiço a cortiço” vemos lo siguiente: es una novela que imita a Zolá, entonces es preciso ver cómo es que esta forma funcionaba en Zolá. Hay varias observaciones sobre el ciclo de los Rougon-Macquard *. Y después la observación siguiente: según Candido, Aluísio de Azevedo ** estaba intentando hacer una novela sobre una sociedad incomparablemente menos diferenciada de lo que era la francesa, no tenía la posibilidad de hacer un ciclo de esa amplitud. Entonces reunió un conjunto de temas de Zolá en una sola novela. Eso se debe entonces en pane a una inferioridad histórica de la sociedad brasilera en el sentido de la competencia, quiero decir, ahí ustedes tienen una sociedad más diferenciada y una menos diferenciada, la menos diferenciada es inferior en el sentido evidente. Entre tanto, esa inferioridad de la sociedad suscita una novela compacta que de cieno modo produce un orden de conflictos que en la novela de Zolá están diluidos en diez novelas, aquí aparece sólo una, y Antonio Candido dice al respecto una cosa que no deja de ser osada, que el libro de Aluísio de Azevedo en cierto aspecto es mejor, es más fuene que los libros de Zolá. Doy ese ejemplo de manera sumaria porque nos da lo siguiente: ustedes ven aquí una argumentación. Primero, como forma extranjera, una forma modelo, Zolá tiene un gran prestigio de algo que aquí no existía... es una entrada en una forma nueva. Cómo es que esa forma nueva funciona en su lugar de origen. Después, cómo es que funciona aquí. Entonces tenemos una comparación de una forma como la sociedad que le dio origen después esa misma forma como la sociedad que la adoptó por subalternidad cultural, porque el naturalismo nos invade por una

2 Roland Barthes. Mythologies, París, Editions du Seuil, 1957.

3 Antonio Candido, “Dialética da ‘malandragcn”, en Revista do Instituto eie Estudos Brasileiros, II/8, 1970, pp. 67-89.

* Ciclo de los Rougon-Macquard, personajes de Zolà. (N. del E.)

** Novela de Aluísio de Azevedo. (N. del E.)

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cuestión del prestigio cultural francés. Tercer momento: adoptando por razones subalternas una forma que no cabía directamente en la sociedad local, eventualmente el resultado sobre ciertos aspeaos puede ser tan bueno o superior. Aluísio de Acevedo resolvió algo que no aconteció allí. Sin discutir ahora si es cierto o equivocado, aquí hay un procedimiento que toma en cuenta el tránsito de las formas de nuestros diferentes países, la asimetría del prestigio en dos países diferentes, la relación no automática entre etapa de desarrollo del país y de cualidad artística, en fin, hay una serie de relaciones de las más sorprendentes, interesantes y no sobre el país propiamente, reveladoras sobre el funcionamiento general de la cultura contemporánea. Bien, a lo largo de ese ensayo, que es un análisis minucioso de la novela, de su textura interna, Antonio Candido pone al descubierto varias cosas del mayor interés sobre la sociedad brasilera. Para no alargarme apunto aquí lo siguiente: en el Brasil se había formado una crítica de un nivel de exigencia formal muy alto, de mucha conciencia sobre el funcionamiento efeaivo de la sociedad contemporánea como proceso global, donde las culturas nacionales interaauaban de muchas maneras, era una crítica capaz de descubrir cosas a través de un análisis objetivo, de un análisis formal-objetivo, cosas del mayor interés y extremadamente desagradables para la sociedad brasilera. El ensayo de Antonio Candido sobre O Cortiço es uno de los más contundentes que existen sobre la sociedad brasilera, posiblemente sea el más contundente. Com o ustedes saben, es un libro montado sobre la mitología naturalista de las razas, y Antonio Candido demuestra cómo todo eso da la arquitectura externa del libro pero que su dinámica interna muestra que lo que prevalece es una dinámica de clase. Entonces es una especie de derrota del sistema naturalista de las diferencias raciales, una especie de derrota de ese sistema por la dinámica de intriga comandada por la acumulación de capital. Bien, lo estoy diciendo de manera muy esquemática, pero es extremamente revelador, es un hallazgo en un ámbito de la crítica literaria que corresponde a la superación de los análisis tradicionales racistas en la crítica brasilera a través de un análisis interno, formalista al máximo; sé que es una idea donde la forma, para hablar a la manera adorniana, * es sedimentación de contenidos sociales. Entonces ese análisis-formal tiene una gran fuerza de revelación estético-histórico-social-política. Es una base que la crítica brasilera había adquirido, y es interesante, cuando se coloca esta cuestión de renovar cn la discusión de las relaciones entre texto y sociedad, texto-mundo contemporáneo, texto-lucha de clases, texto-enfrentamientos raciales, tener en cuenta esto que se había conseguido aquí no por una cuestión de respeto o de tradiciones locales, o cosa que valga, porque eso aquí es muy sofisticado, eso que existió aquí, quiero decir, esa construcción, es de un alto grado de sofisticación y eventualmente para trazar esas mismas categorías: raza, sexualidad, dase, dentro de un análisis, dentro de una terminología abstracta, dentro de una formulación desligada de procesos históricos particulares y de una toma de conciencia histórica, que tiene una historia nacional atrás, si nosotros lo descartamos, puede funcionar como un simple retroceso. De modo que encuentro que hay una cuestión importante en el momento de adoptar un temario nuevo y de adoptar procedimientos nuevos, que es que esa asimilación sea filtrada por la fuerza del trabajo científico-áfrico que ya se ha hecho en el país. Digo esto porque la tradición brasilera es la de siempre oscurecer lo que se ha hecho antes. Y comenzar de cero, y siempre que la gente comienza de cero, evidentemente como se dice, la gente comienza de cero.

John Kraniauskas. La discusión se abre a comentarios a cortos y preguntas.

* De Theodor Adorno,

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Quisiera preguntar a Roberto Schwarz, cómo ve la cuestión de los valores jerarquizados. En el contexto brasilero, qué manera de jerarquías de valores están funcionando para excluir y también alimentar las desigualdades; ésta es otra de las tendencias de los estudios culturales.

Roberto Schwarz. Para continuar con Antonio Candido, los dos ensayos comentados son realmente puntos altos desde el punto de vista de una sofisticación analítica, de construcción, son obras-primas. En ellos esas novelas quedan cabeza abajo, totalmente. La novela de Aluísio de Azevedo que normalmente era leída como el drama del encuentro de las razas, en Antonio Candido fue releída como una historia brutal de acumulación en donde el punto de vista, en vez de ser científico, naturalista y superior del hombre que escribe bien, es un punto de vista del brasilero resentido que siente rabia frente a los portugueses y —como dice Antonio Candido con mucha gracia—, es el punto de vista del '‘fregués endividado na mercearia”, quiero decir que el brasilero que debe en la tienda está resentido con el portugués que está acumulando... Entonces, en vez del punto de vista superior y científico del naturalismo, lo que tenemos es un punto de vista autoritario, de nacionalismo vociferante e insultante, el acomplejado desde el punto de vista racial, porque naturalmente el brasilero es menos blanco que el portugués, entonces la construcción racial es medio ambigua, en fin, él da una versión nada edificante y que pone cabeza abajo esa novela.

Otra novela, Dialética da Malandragem, es una novela que pasaba por ser un divertimento y donde Antonio Candido, a través de un análisis interno cuidadosísimo, demuestra que allí hay lo que él llama una “dialética da malandragem”; una especie de movimiento de ida y vuelta entre la legalidad interrumpida, y ese movimiento es el principio formal de la novela. Él estudia eso en detalle y después propone la comparación con la noción de ley que está en La letra escarlata de Hawthorne. Allí hay un análisis interno minucioso que crea los términos que posibilitan la comparación de nociones de ley, una en Brasil, otra en Estados Unidos; todos estos elementos tienen una acumulación local considerable. Pero como todos saben, la crítica en Brasil y en América Latina produjo en raros momentos aquella orden de separación del texto, entre texto y conjunto de la sociedad, que al final fue producida por el New Criticism. Entonces aquí la consideración es diferente.

Beatriz Sarlo. Me gustaría que se escribiera la historia del ingreso, de la emergencia de los estudios culturales en Estados Unidos, porque tengo una experiencia que aplana todo; pero volvamos al tema de Raymond Williams/Eagleton. En 1974 Eagleton publica un libro donde dice que Raymond Williams tiene que morirse, que es un torpe, que no entendió el marxismo, que no entendió el estructuralismo, que no entendió nada. Es decir, que no es un tandem que anda en bicicleta. Después Eagleton hace su conversión, pero efectivamente hay un Eagleton del 73,74 que trata a Raymond Williams como Marx decía que no había que tratar a Hegel, como un perro reventado. Eso es algo que nosotros tendríamos que revisar. Cuando Thompson escribe The Poverty of Theory* se siente acorralado (es un libro del 79-80 ó 78-79), siente que su percepción de la historia está completamente a la defensiva de una percepción estructuralista, se siente acorralado desde la “teoría francesa”, digamos. No es el Thompson que luego, en los 80, empieza a ser un rey

4 E. P. Thompson, The Poverty of Theory, London, Merlin, 1978.

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reconocido, ya sea por su historia o por su militancia en el movimiento pacifista. La virulencia de esc libro señala que esa historia no era la historia que él aceptaba. Si bien era muy fuerte.

Otra historia que deberíamos hacer es la historia de las traducciones. Hemos olvidado algunos nombres, pero Bourdieu tiene una entrada tardía en Estados Unidos, más tardía que en América Latina. El Oficio de sociólogo5 se traduce en América Latina, en 1972 y se publica en el 73. Y de ahí en más, Bourdieu tiene una traducción contemporánea. Por supuesto, en Estados Unidos tiene muchas más traducciones que en América Latina, pero su traducción es allá tardía. Entonces, esto marca colocaciones en esc campo, y allí efectivamente están todos los próceres con sus condecoraciones: tenemos a Raymond Williams, a E. P Thompson, a Eagleton, pero eso no era así hace quince años. Charlando con una querida amiga -que no quiero comprometer en este juicio- profesora en Estados Unidos, me decía: ¡Acá nadie lee a Raymond Williams!, ¡y lo introdujeron en 1985! Pero estaba equivocada. De todas maneras veamos el circuito de las ediciones, hagamos en conjunto la historia del ingreso de los estudios culturales en los campos intelectuales. Pero esa historia, tengo la certidumbre, por lo menos desde el punto de vista de los estudios culturales ingleses, está llena de conflictos. Eagleton tiene una conversión, ve a Cristo en el camino de Damasco y se convierte, pero antes de eso, como buen exestudiante de Williams, escribe un libro para criticarlo. Y el reportaje que le hace, el gran libro de reportaje de la New Left Review de 1977, es un libro donde Williams está permanentemente acorralado porque le dice que no leyó bien a Freud, que no leyó bien a Marx, le dice que no sabe nada de teoría francesa, que se saltó a Gramsci, que qué opina de Delia Volpc. Williams, por supuesto, no sabe qué decir cuando le pregunta por Delia Volpe. Es un reportaje magnífico pero al mismo tiempo lleno de conflictos. Con los colegas americanos me gustaría reconstruir el panteón; el panteón de hoy es relativamente pacífico pero me parece que fue muy conflictivo, y volver a esos textos parece que sería, digamos, significativo en ese punto. No es que piense que yo tengo la verdad de esa historia, de ningún modo, quiero decir, sería bueno que la hiciéramos en común, no debe costar mucho que cada uno de nosotros escriba ese enderezo y que lo cotejemos en conjunto.

John Kraniauskas. Claro, y también está la crítica a los estudios culturales, y a Raymond Williams y a Hoggart, es decir, Stuart Hall. Incluso ésta se ha renovado recientemente con una crítica a su noción de comunidad, que para él es demasiado cerrada, exclusiva, etc.

John Murray. Tengo una pregunta para Beatriz que viene de mi propia autobiografía. La pregunta es ¿por qué no le preocupa eso de que sus gustos y sus valores sean tan comunes? La lista que nos presenta: Nathalie Sarraute, Jim Jarmush, Chantal Ackerman, Diamela Eltit, escomo una lista estereotípica de los gustos del intelectual. Si quisiéramos podríamos escribir un manual universitario para el intelectual de hace diez años en Inglaterra (estoy pensando en mi propia experiencia), de cómo parecer cool, de cómo parecer un estudiante que quisiera ser un intelectual. Podríamos discutir si es mejor Daunbailó o Strangers than Paradise, pero realmente estamos de acuerdo en que ellos no son mejor que un filme comercial. Entonces la pregunta es: ¿por qué esos gustos son tan comunes?

' Pierre Bourdieu, Oficio de sociólogo, México, Siglo Veintiuno, 1973.

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Beatriz Sarlo. Es probable. Yo lo que te pediría es que te saqués tu campera negra. * Es probable que mis gustos sean comunes y que además marquen un problema que no tocamos pero que está presente, y es el de la globalización. Los intelectuales nos parecemos, sin duda. Yo celebro que seamos comunes. Me parece mucho peor cuando los intelectuales están hablando bien de la última película de Scorsese. Es decir, me parece bien que hablen bien de Jim Jarmush. Pero yo plantearía la cuestión desde otro lugar que no es el lugar de los gustos sino el lugar de la producción; pensar el lugar de los productores y los productores de estos productos. En el caso de Argentina, lo que yo sé es que los nuevos novelistas, los que están tratando de emerger, no encuentran un espacio editorial para ser publicados. Entonces, del lado de la producción, sí tengo problemas con el hecho de que haya diez novelas inéditas que conozco que están en el cajón de sus autores, y eso tiene que ver con el mercadeo. Sí tengo problemas con que posiblemente uno de los músicos jóvenes más interesantes, que está produciendo una mezcla entre el rock y la música culta, Federico Simpse, sólo pueda ser escuchado una vez por año en el Instituto Goethe durante veinte minutos. Sí tengo problema porque me parece que el de los productores es un problema fundamental. Entonces yo te diría: no nos hagamos problemas, finalmente no somos novelistas, ni directores de cine, pero quizá para otros que son directores de cine y que son novelistas la cuestión es extremadamente difícil, y yo diría que plantearse esto es una acción política y de política cultural. El problema no es cómo se produce un videoclip, porque evidentemente hay un mercado dispuesto para eso, el problema es cómo hay otra zona de los productores, de los creadores, como se decía antes, o de los artistas, como se decía hace veinte años, otra zona de esos sujetos o más bien actores, que tiene enorme dificultad para estar en el mercado capitalista.

John Murray. Estoy diciendo que sí hay un mercado, y es un mercado fuerte, es un mercado en todo el mundo, y es un mercado que no va a desaparecer.

Beatriz Sarlo. Bueno, como yo tengo ciertas responsabilidades políticas, para mí...

Hugo Achúgar. Beatriz dijo que es una mala conciencia dar un valor, pero toda elección es valorativa y eso lleva a la paradoja de que los valores carecen de fundamento, de si hay un fundamento argumentativo. Porque me pareció, sobre todo en la respuesta sobre Machado de Asís y el videoclip, que Beatriz daba como fundamento la densidad: que Chantal Ackerman es más densa que Nathalie Sarraute. Es más densa, es decir, una fuerte apuesta a la densidad. Cuando Roberto trabajó el tema o hizo la comparación entre Veloso y Machado de Asís, hablaba un poco de los modelos, etc., y repetía los juicios de Beatriz: el fundamento de valores en definitiva sí existe, es la mayor o menor densidad. Silvina Ocampo tiene densidad, Isabel Allende no la tiene, Machado de Assis tiene densidad, Paulo Coelho no. Pero también sentí que ustedes plantean otro fundamento de valor, y es la originalidad, o algo parecido a la originalidad, y eso me interesa ligarlo con la lectura que hice del argumento de Wander Mello Miranda sobre el problema de la copia, o de lo falso y lo legítimo. Es decir, en definitiva, densidad, originalidad, copia, son valores fundamentales que construyeron

l-n agudeza de Beatriz Sarlo está en su capacidad performativa de respuesta, con la que devuelve el enjuiciamiento a su interlocutor. (N. del K.)

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la poética y la estética de la modernidad. Yo encuentro agresiva, provocadora -ta l como lo han planteado Beatriz y R oberto- esa posición sobre el valor, no hoy, sino dentro de quince o veinte años; en la sociedad que vamos a construir, luego del cataclismo de los paradigmas, de la crisis de la función del intelectual, cuáles son los valores a construir luego de esta crisis o de esta transición llamada posmodernidad, es decir, en ese futuro, en ese horizonte de posibilidades que John Beverley llamaba comunismo -infelizmente me parece a m í-, o siglo XXI, en alguna sociedad x ¿cuál es el valor que va a regir, o los valores que van a juzgar? Yo creo que plantear eso es discutir la agenda del futuro; o los paradigmas que van a reconstruir o permitir reconstruir la utopía política o el sistema de valores futuros, que es en definitiva, reconstruir el intelectual del futuro. Esa es la pregunta.

Roberto Schwarz. Mi punto de partida es materialista, es decir, encuentro que cuando se juzga un trabajo de intención artística, se toma el material con el que el artista lidia y se ve cómo fue construido. Es materialista en el sentido siguiente: el material con el que las obras lidian está marcado históricamente. El artista trabaja con ese material de un modo u otro y, entonces, como la materia no es convencional, el artista da pruebas de su ingenio lidiando bien o mal con aquel material. Las buenas soluciones son aquellas que tienen algo que decir históricamente, que tienen la fuerza de la revelación en cuanto al propio material. En qué sentido eso apunta a una agenda futura... No es fácil definir bien todo lo que se realiza a fondo, todo lo que se relaciona de manera profunda, cómo la materia artística de algún modo escapa a las conveniencias de mercantilización. La apertura que vivimos hoy en materia de arte se debe a la extraordinaria presión que la forma del mercado pasó a ejercer de un tiempo para acá, cuando la presión de la mercantilización sobre la ima­ginación aumentó evidentemente. Eso no es fácil de tratar, pero yo pienso que es un dato de la misma vida de los profesores. Y entonces, ese tanto de consistencia que el trabajo artístico contiene, promueve y exhibe, apunta a algo que la sujeción a la forma de la mercancía atrapa, no puede dar, apunta a los intereses de no sujetarse enteramente a la forma mercantil o de procurar formas de relaciones que escapen a la forma mercantil. En ese sentido, entre paréntesis, pienso que el marxismo está en vías de recuperar fuertemente su actualidad, en la medida en que la forma mercantil se vuelve realmente el modelo generalizado a un nivel nunca visto, el modelo general de la sociedad contemporánea; la crítica de la forma de la mercancía gana naturalmente una actualidad renovada, y yo pienso que de una forma u otra el marxismo está recuperando aceleradamente su actualidad.

Beatriz Sarlo.Yo solamente agregaría el respeto que los valores son convencionales. Al carecer de fundamento, al haberse disipado ese fundamento que era vertical, los valores son convencionales. Lo cual no quiere decir que no existan. Com o todos sabemos, hay convenciones que tienen una fuerza material insoslayable. La densidad, por ejemplo, es un valor que tiene una convención que dura varios siglos, qué sé yo, desde el siglo XIV, desde el Renacimiento, y es probable que su alto poder de organización jerárquica de los valores haya entrado en decadencia, y que la discusión pueda organizarse sobre esa convencional ¡dad, sobre ese universo conflictivo y convencional, rearticulando otros valores. Lo que no quisiera es pasar por alto esa discusión, en este punto, pero tampoco quisiera proyectarla hacia el futuro, hacia lo que va a pasar dentro de veinte años. Sin duda, las dos grandes pasiones de la política son la esperanza y el miedo, como ya sabía Maquiavelo, y uno quisiera ser movido por una de esas dos pasiones, la esperanza y por lo tanto la utopía. Pero no quisiera verme obligada a pensar lo que ocurriría dentro de veinte años. Sí sé cuál es la ley del

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libro que habría que hacer en Argentina para que diez novelas que yo conozco puedan salir, aunque sea para que entren en la lista de lecturas de personas como yo, aunque no soy yo la única, hay algunos más. Y para mí esas son políticas culturales fundamentales, pero no sé si puedo pesar más allá de estas políticas culturales. Ahí pongo mi responsabilidad como ciudadana.

Hugo Achúgar. La pregunta era si esta discusión sobre el valor era parte de una estrategia para reconstruir el escenario de la función del intelectual y los paradigmas que hoy están en cuestión, o están en ruinas o están en crisis o contestados. Voy a poner los ejemplos que para mí tienen valor: Talking Heads* es un nombre que no me dice nada, no forma parte de mi repertorio, de mi biblioteca. Forma parte Zitarrosa, Maysa Matarazzo, es decir, es otro mi repertorio. Pero en el tema de la densidad, por ejemplo, y ahí entra todo el tema de la exigencia que hablaba Roberto antes, para mí Doris Day, la película de Doris Day con Gene Kelly, me produce un gran placer estético...

Beatriz Sarlo. Pero sí, Stanley Donen, ¿por qué no discutimos exactamente sobre Stanley Donen? Cantando bajo la lluvia es una de las diez grandes películas que hay en la historia del cine. Pero discutamos sobre Stanley Donen porque ahí vamos a poder discutir si es la densidad, si es esa enorme densidad formal que tiene Cantando bajo la lluvia. Truffaut analiza un plano de Cantando bajo la lluvia, el plano en el cual a ella se le está por ver la braga. Dice Truffaut: ella se la baja con la mano cuando caen los tres del sillón, pero esa es una película de una enorme complejidad formal. Hablemos de eso, más que vivir diciéndonos unos a otros que los valores no tienen fundamento, lo cual se torna terriblemente aburrido. Hablemos de esas cosas. No en vano los filmes de Stanley Donen tienen números enteros de Cahiers du cinema, números enteros de Positif, dedicados a ellos. Estoy de acuerdo, estoy de acuerdo totalmente, pero discutamos la cosa.

Hugo Achúgar. Creo que no es solamente Doris Day o Gene Kelley. Pienso en el placer que algunos sectores, tal vez no yo o no vos, sienten o perciben al ver una película de Catita o de Nini Marshall, o Doña Bárbara de María Félix, que no tienen Cahiers du cinéma atrás.

Beatriz Sarlo. Hablemos de literatura que es tan divertido, en vez de decir siempre lo mismo. Hablemos de cine, quizás...

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Beatriz Sarlo demuestra que no sólo conoce el musical Cantando bajo la lluvia donde actuán Debbie Reynolds, Cyd Charisse y Fred Astaire, sino que tiene más elementos para valorarlo.

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A manera de epílogos

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Para una teoría literaria hispanoamericana:

a veinte años de un debate decisivo

Antonio Cornejo Polar

Cualquier referencia a la teoría literaria hispanoamericana remite inevitablemente al gran debate de los años setenta, surgido a partir de la propuesta de producir una teoría realmente nuestra, en concordancia con la especificidad de una literatura que por entonces gozaba de su primer éxito internacional masivo; pero no para no repetir esa discusión, por cierto, sino para tratar de redefiniria dentro de la agenda problemática de los noventa. Desde esta perspectiva me gustaría examinar algunos pocos puntos.

Habría que partir de un hecho: el proyecto de los setenta fracasó, y en efecto hoy no tenemos una teoría literaria hispanoamericana, tal vez -entre otras razones- porque epistemológicamente el reclamo quedó situado en un nivel muy abstracto (no crítica sino teoría) que entraba en paradójico conflicto con su propia urgencia de especificidad histórico-social. Me temo que además, al menos en los momentos polémicos, se echó mano a las tesis más impactantes, pero menos certeras, de la teoría de la dependencia -y ya sabemos que ese callejón no tenía salida-.

Pero el problema mayor, tal como lo veo ahora, fue otro: la suposición de que la literatura latinoamericana era una y coherente, y que -para peor- transportaba o expresaba los signos de una ‘¿entidad también pensada en términos globalizantes. Si se trataba de construir una teoría que diera entera razón de una literatura, en cierto sentido siguiendo el gran proyecto humanístico del Maestro Henríquez Ureña, que se sintetiza en su frase emblemática: “en busca de nuestra expresión”

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(así, en singular); * si se trataba de eso, y creo que fue así, entonces el proyecto todo hizo crisis cuando comenzó a imponerse, años después, una imagen variada y multiforme de la literatura latinoamericana. Hoy muchos reivindicamos la condición múltiple, plural, híbrida, heterogénea o transcultural de los distintos discursos y de los varios sistemas literarios que se producen en nuestra América.

Las caracterizaciones que acabo de mencionar se refieren al espacio general de la literatura latinoamericana, donde efectivamente se realizan aunque con mayor o menor profundidad según la región de que se trate, pero se ven con harta claridad en los ámbitos más acotadas de las literaturas nacionales. Permítanme poner el ejemplo de las literaturas de los países andinos, de Bolivia, Perú o Ecuador. Ciertamente la imagen unitaria y globalizantc de cada una de ellas partía de la ampliación de un concepto restrictivo de literatura, que condicionaba su existencia a que fuera: escrita, en español y bajo códigos estéticos derivados de la alta literatura europea. Como otras veces he dicho, de este modo se lograba construir un corpus unitario, coherente, pero a costa de marginar por razones estéticas o sociales, o por ambas, a una inmensa masa de discursos. ¿Qué hacer, por ejemplo, con la literatura oral en quechua o aymará que se produce cn estos países? ¿No son literatura? ¿No son socialmente representativas de la nación? Sin duda, la ampliación del corpus para incluir estos discursos otros, a veces con un alto grado de autonomía, implicaba pasar del concepto de unidad (y de una identidad nacional más o menos metafísica) a otro que diera cuenta de esa diversidad heterogénea y contradictoria; heterogeneidad que, para complicar aún más las cosas, puede darse dentro de un solo texto. Y no sólo en textos coloniales, que es el periodo donde se puede ver con más claridad este asunto, como en la Nueva crónica de Guamán Poma de Ayala, sino también en otros tan modernos y experimentales como El zorro de arriba y el zorro de abajo (1972) de José María Arguedas.

Todo lo anterior conduce, me parece, a una postulación radical, al menos en apariencia radical. Concretamente, a la construcción epistemológica de un nuevo “objeto” al que convenimos en denom inar-según los gustos-literatura hispanoamericana, iberoamericana, latinoamericana, etc. Postulación aparentemente radical, porque en realidad a nadie debería extrañar que “eso” que llamamos literatura es un objeto social y culturalmente construido, y en esa misma medida un objeto histórico, mudable; cambiante y escurridizo como pocos. Bastaría a este respecto recordar que la poética neoclásica incluía la historia, la oratoria y cieno tipo de canas dentro del marco de la literatura como géneros literarios indiscutibles, mientras que las poéticas basadas en los conceptos de autonomía estética o autorreferencialidad del lenguaje literario excluyen a estos géneros y los colocan fuera del ámbito de la literatura. O más drásticamente todavía: la literatura constituye un cierto “objeto” si la ligamos exduyentemente a la escritura, pero es otro, bastante distinto, si aceptamos eso que para algunos es un oxímoron: la “literatura oral”. Por lo demás, para abundar un poco más en este tema, todos los que estamos aquí hemos sido testigos o protagonistas del debate sobre la condición literaria o no literaria del género testimonio, y en esa discusión (que ahora tiene otro sentido) estaba en juego lo que Carlos Rincón llamó el “cambio (o el mantenimiento) de la noción de literatura”. Con la terminología que estoy empleando, lo que estaría en juego es un cambio en la

* Se refiere a las conferencias de Pedro Henríquez Ureña, “Seis ensayos en busca de nuestra expresión”, cn Buenos Aires, 1926. (N. del E.)

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construcción epistemológica del “objeto” literatura.Ahora bien: si esto es así, en general, ¿cómo no lo será en un espacio tan abrumadoramente

ambiguo como el de la literatura latinoamericana? Simplemente enuncio algunas preguntas: ¿Forma parte de la literatura latinoamericana (o no) la del Caribe no hispánico, la de Jamaica, o Haití por ejemplo? ¿Y la de los chícanos? Lo que quiero enfatizar es que la construcción del tantas veces mencionado “objeto” (nuestra literatura) no depende solamente de una opción propia de la teoría literaria sino también, y tal vez sobre todo, de una opción inocultablemente política acerca de quiénes (y quiénes no) formamos parte de “nuestra América”.

El tratamiento de esta problemática nos llevaría demasiado lejos del punto que estoy intentando desarrollar. Vuelvo a él para insistir en que el empleo de categorías como transculturación, pluralidad, heterogeneidad, hibridez, etc., supone un ejercicio teórico destinado en última instancia a modificar radicalmente el concepto de literatura latinoamericana, pero esta vez no como resultado de una propuesta más o menos abstracta y algo voluntarista, sino como respuesta a nuevas maneras de leer nuestra literatura, precisamente en lo que parece caracterizarla con mayor incisividad: la copiosa red de conflictos y contradicciones sobre la que se teje un discurso excepcionalmente complejo, complejo porque es producido y produce formas de conciencia muy dispares, a veces entre sí incompatibles; porque entrecruza discursos de variada procedencia y contextura, donde el multilingüismo o las disglosias fuertes son frecuentes y decisivas, incluyendo los muchos niveles que tiene la confrontación entre oralidad y escritura; o porque, en fin, supone una historia hecha de muchos tiempos y ritmos, algo así como una multihistoria que tanto adelanta en el tiempo como se abisma, acumulativamente, en su solo momento. Com o decía Enrique Lihn en un verso memorable, los latinoamericanos “somos contemporáneos de historias diferentes”.

Por cierto, dicho todo lo anterior, se hace evidente otro problema: ¿cómo, con qué instrumentos, con qué arsenal metodológico enfrentamos a esta literatura compleja y heterogénea? Obviamente no tengo ninguna respuesta general - y me temo que simplemente no existe-, pero un examen atento de la crítica hispanoamericana e hispanoamericanista última demostraría que cada vez que asumimos como punto de partida que nuestra literatura es muchas literaturas entre sí imbricadas, y a veces de manera belicosa, el pensamiento crítico encuentra caminos excepcional mente creativos para dar razón no sólo de la heterogeneidad de la literatura latinoamericana sino también de esas muchas -todas- las sangres que se entreveran entre nosotros, en nosotros, que tenemos la posibilidad de vivir en cada una de nuestras patrias, si vencemos el egoísmo, todas las patrias. Obviamente esta frase no es más que una mala repetición de lo que dijo José María Argucdas.1 Prefiero terminar así, evocando sus palabras.

>1 José María Arguedas, Los ríos profundos, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1992.

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Paisajes después de la encrucijadaJavier G. Vilaltella

"A qu íy a llá lã globalización significa cualquier cosa menos hom ogeneidad"*

Las fechas redondas conservan algo de la magia de los números, invitando a realizar reflexiones con carácter de balance. En este caso el libro Mapas culturales para América Latina. Culturas híbricbis-no simultaneidad-modernidadperiférica logra que magia y hechos consigan un llevadero aparejamiento. Si se toma el artículo de García Candini, “El malestar en los estudios culturales”,2 como un índice importante de algo que ocurre, coincidiría el fin de siglo con el cierre de un primer ciclo en el que el signo sería el cansancio, la frustración o por lo menos la necesidad de una pausa ante un cruce de caminos.

La situación no deja de ser sin embargo paradójica, puesto que estos sentimientos sólo se producen cuando se ha recorrido un largo trecho. Este sí es el caso, por ejemplo, en Estados Unidos, en donde el malestar surge por el excesivo éxito que ha tenido este nuevo enfoque analítico en amplios sectores académicos. Es el éxito el que precisamente está provocando, al parecer, todo dpo de recelos. Pero en el caso de Latinoamérica, como es bien conocido, por lo menos a primera vista, ocurre todo lo contrario: son los recelos los que impiden el éxito.

1 Andrés Huysscn, “La cultura de la memoria: medios, política, amnesia”, en Revista de critica cultural, 18, 1999, pp. 8-17.

2 Néstor García Canclini, “El malestar en los estudios culturales”, en Fracutl, 6, 1997, pp. 45-60.

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En un artículo de Alan O’Connor3 se señala como uno de los momentos fundacionales de los estudios culturales en Latinoamérica la entrevista de Beatriz Sarlo a Raymond Williams para la revista Punto de vista en el año 1979. Por lo demás, se mencionan como protagonistas de ese despegue a García Canclini, Jesús Martín-Barbero, Beatriz Sarlo, y, formando capítulo aparte, Carlos Monsiváis.

Y sin embargo, se nos cuenta que desde entonces apenas se han movido las cosas. ¿Qué es, entonces, lo que ha ocurrido?

La suma de artículos que componen este volumen se puede leer de muchas maneras. En este sentido un epílogo sólo puede encapricharse por algunas de las cuestiones que se desprenden de su lectura. Haciendo uso deliberado de una visión subjetiva y de los riesgos que este género discursivo autoriza e incluso exige, me permitiré hilar algunas ideas.

Para empezar, una primera lectura que se impone: la reunión de materiales procedentes de lugares muy diversos, sólo por el hecho de reunidos es en sí ya una primera respuesta a la pregunta planteada anteriormente. Reflexiones producidas en Londres, en Berlín o en Nueva York, reunidas para que sean fácilmente accesibles en Bogotá, en México o en Buenos Aires significan producir un discurso nuevo. Ya no se trata simplemente de una cuestión de acercamiento sino de algo distinto: la construcción de un nuevo “lugar para la crítica”, algo que no abunda en exceso.

Al producirse inevitablemente un diálogo entre ellos, y a su vez, al facilitar la posibilidad de confrontación con la realidad discursiva latinoamericana, se ha obligado a los textos coleccionados a abandonar su espléndido aislamiento invitándolos a que muestren su capacidad de resistencia ante el enfrentamiento o el encuentro, digamos, con la realidad.

Berlín-Nueva York- Londres/Bogotá-México-Buenos Aires. La enumeración de estas ciudades como lugares de origen de discursos sobre Latinoamérica plantea, inevitablemente, la cuestión de qué relación hay entre los discursos producidos “fuera” y los discursos producidos “dentro”.

Dado el volumen de estudios sobre Latinoamérica que surgen sobre todo en las universidades norteamericanas, creo que es uno de los temas que en un futuro inmediato requerirá que se lo aborde debidamente si de reducir recelos se trata. No deja de constituir algo que le deja a uno muy pensativo el hecho de que una persona como Antonio Cornejo Polar, como quien dice en su lecho de muerte, dejara precisamente esta cuestión como legado.4 Alguien que, por otra parte, había recibido el máximo reconocimiento intelectual, también en los círculos académicos norteamericanos. Él vinculaba el problema en parte al hecho de que muchos de esos materiales sobre Latinoamérica se produjeran y circularan en inglés. Yo prefiero aquí prescindir del problema del idioma, que por descontado tiene su importancia, para centrarme en el de “lugar'’ de producción y enunciación: lugar en todas sus acepciones, pero sobre todo en ta de lugar geográfico.

Julio Ramos en su sugerente estudio sobre la obra de Flora Tristán,5 partiendo también de las preocupaciones de Cornejo Polar, intenta dar oblicuamente una respuesta a esta pregunta, al

’ Alan O ’Connor, “The emergence of Cultural Studies in 1 atin America”, en Critical Studies in Mass Communication, 8. 1991, pp. 6 0 - 7 3 .

* Antonio Cornejo Polar, “Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metáforas. Apuntes”, en Revista de crítica literaria latinoamericana, 47, 1998, pp. 7-11.

’ Julio Ramos, “Genealogías de la moral latinoamericanista: el cuerpo y la deuda de Flora Tristán”, en Mábel

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mostrar que hay textos que cuestionan radicalmente la idea de territorialidad, por lo menos en las delimitaciones hasta ahora vigentes. La propuesta de Julio Ramos conviene asumirla para abordar productivamente muchos de los retos del latinoamericanismo cn el futuro. Sin embargo, la línea de mis observaciones va en la dirección contraria. No como oposición a lo que acabo de recomendar, sino como necesario complemento. Es decir, existen los lugares y estos lugares condicionan el tipo de discurso crítico que se construye. N o ya naturalmente por el simple hecho de que haya mejores o peores bibliotecas, revistas, etc. . sino en el sentido de que el lugar posibilita o propicia una determinada mirada sobre los hechos analizados. Ahora bien, casos como el de Román de la Campa, cubano de origen, radicado en Nueva York, o de Carlos Rincón, por ejemplo, colombiano radicado cn Berlín, que se están conviniendo en lo normal, hacen difícil conservar la distinción de discursos de “fuera” y discursos de “dentro”.

No es casual que visiones abarcadoras como las que proponen de la Campa y Rincón se hayan producido en Nueva York o en Berlín. Lugares como esos es en donde se produce la máxima circulación de discursos teóricos, constimyendo por ello atalayas privilegiadas de observación. Esto no es mejor o peor, es simplemente un hecho derivado, entre otras cosas, del lugar.

Por otro lado, para tomar un ejemplo fácil: discursos que traten de México y que tengan la densidad descriptiva que tienen los de Carlos Monsiváis, muy difícilmente se pueden producir si no se vive en el lugar descrito, no sólo por los datos concretos, sino por la manera de armarlos.

Frente a lo que se suele afirmar en el sentido de que la globalización tiende a desterritorial izar, sin negar lo que hay de verdad en ello, creo que es mucho más productivo precisamente profundizar por el otro polo, es decir, cómo se constituye el lugar, en este caso el lugar de enunciación, dentro de un contexto de globalización. Está claro que esto no disuelve totalmente el tema de los “recelos” pero contribuye a crear un nuevo marco.

En el futuro habrá que hacer planteamientos estratégicos: qué discursos se pueden producir de manera más efectiva, cn qué lugar. Creo que no es inexacto afirmar que esto apenas ocurre en el estado actual de cosas. En general lo corriente es que los trabajos producidos cn Estados Unidos se apoyen en aparatos críticos de investigadores que también trabajan en ese país y algo parecido pero al revés, aunque menos, ocurre lo propio cuando es un trabajo producido en una universidad latinoamericana. En este caso el fenómeno viene con frecuencia agravado por las limitaciones procedentes del marco nacional en que se producen.

Creo que es importante destacar aunque pueda parecer trivial, que los estudios culturales por su misma pretcnsión, están obligados a manejar algo más que textos y muchos de los discursos sólo se pueden armar a partir de los datos que se pueden recolectar en los lugares geográficos donde se pro­ducen los fenómenos estudiados. Con lo cual no pretendo dar a entender que sólo se puede hacer latinoamericanismo desde la cercanía geográfica. Pero sí que, quizás, tenga que ver, precisamente, con esos condicionamientos de lugar, el hecho de que muchos de los estudios que circulan como estudios culturales no vayan mucho más allá de las discusiones conceptuales, por otro lado, sin duda necesarias. Esta es precisamente una de las deficiencias lamentadas por García Canclini, y que le llevan a su sensación de “malestar”.

Morana (ed.), Nuevas perspectivas desde/sobre América Latina: el desafío de los estudios culturales, Santiagp, Cuarto propio. 2000, pp. 185-209.

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Del análisis de Carlos Rincón sobre algunas de las matáforas subyacentes en los análisis de los fenómenos culturales en Latinoamérica se desprende, para mí, un cierto escepticismo. A pesar de su éxito, no está demás señalar que la metáfora de la hibridación, en principio, no da mucho más de sí que la de mestizaje o la de sincretismo. Sobre todo, cuando desde ella implícitamente se insinúa que se describe algo específico sobre Latinoamérica, olvidando que cualquier fenómeno de cualquier pane es constitutivamente híbrido.

Curiosamente con conceptos como el de “hibridación”, que se arrogan cierto poder de innovación, se establecen los rasgos de la diferencia por el lado menos analíticamente productivo. Y de paso, probablemente, pretendiendo lo contrario, se establece de nuevo la existencia de un “centro” en donde esos fenómenos supuestamente no ocurrirían. Con lo cual lo reinstalamos como modelo codiciado y nunca alcanzado.

Quisiera también anclar una reflexión que realmente me preocupa, a contrapelo de las dos reacciones que se mencionan al final del análisis de Carlos Rincón como formulación del rechazo de los estudios culturales por lo menos en amplios sectores de la Academia en Latinoamérica: “son otra moda que se quiere imponer desde Riera”, “siempre se han hecho en América Latina Estudios Culturales”.

N o sé si Carlos Rincón presupone que se acepte que evidentemente tales actitudes no son de recibo. Y sin embargo yo creo que puede ser útil detenerse un poco en ellas. Simplificando bastante las cosas cabe imaginar que esta actitud se produce partiendo de dos suposiciones completamente distintas: a) porque se piensa que con las herramientas conceptuales de que se dispone ya se está en condiciones de analizar lo que ocurre actualmente en Latinoamérica; b) que la propuesta de los estudios culturales no negocia con una tradición autóctona de análisis que tiene aportaciones valiosas y perfectamente reciclables.

Yo personalmente me inclino por dar fuerza a la última posición. Creo que constituye una tarea por hacer y podría facilitar las cosas. Es posible leer algunas observaciones críticas de De la Campa también en este sentido. Esta actitud, la b), no justificaría tampoco, por descontado, una reacción de rechazo, pero, si se la toma en serio, puede incitar quizás a hacer rclccturas de la gran tradición de ensayismo latinoamericano.

Está claro que muchas de las oposiciones binarias con las que trabaja una parte de esa tradición: civilización/barbarie-razón instrumental/razón estética - “nosotros” (Latinoamérica)/ “ellos” (Estados Unidos)- son completamente inservibles. Pero, por otro lado, conviene advertir que se parte de una profunda percepción de las diferencias, percepción que puede ser muy enriquecedora. Quizás hay una sensación desde “dentro” en el sentido de que desde “fuera” se pasa olímpicamente, de un modo injusto, por encima de esos discursos o se desconocen sin más.

Algo parecido cabría decir sobre los llamados estudios “poscolonialcs. De la Campa hace una serie de obervaciones críticas que yo comparto.6 La productividad real de este enfoque para analizar los fenómenos culturales en Latinoamérica en el momento en que se sitúa este balance, primeros años del siglo XXI, está por ver. De todas maneras, tal como se desprende del análisis de Carlos Rincón, hay que reconocer que su aparato conceptual es muy rico y podría ser útil. Donde sí hay

6 Ver una profiindización de la crítica en Kwamc Anthony Appiah, “Is the Post-in Postmodernism the Post-in Postcolonial?”, en C ritical Inquiry, 17, 1991, pp. 336-357.

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que ponerse realmente en guardia es en lo que tiene de gesto abarcador, pasando por alto las diferencias históricas específicas, aunque éste se haga bajo el manto de una teoría crítica o emancipatoria.

Con frecuencia se ha señalado que los estudios culturales no tienen en cuenta los aspeaos económicos de la cultura. Yo creo que es una deficiencia real. No sólo en lo que se refiere a los fenómenos culturales sino en general. Después de haber tenido una inflación de teorías explicativas desde lo económico con las tesis de la “dependencia”, se ha pasado a un cierto desinterés.

Si el concepto de globalización aporta algo, es, precisamente, cuando se centra en el análisis de los temas económicos. Aunque en muchos casos a Latinoamérica no le quede otro papel que el de sujeto pasivo, no es indiferente conocer de qué manera ocurre eso. La frialdad y la extrema racionalidad con la que se producen los procesos económicos exigen la misma precisión en el análisis de las consecuencias que ello tiene en la organización del mundo del trabajo, de las empresas y muchos aspectos de la vida cotidiana. No todos los fenómenos de la globalización son igualmente irreversibles.

Entre los múltiples fenómenos de carácter económico que dan como resultado la “globalización” merecen una especial atención para los estudios culturales los relacionados con la industria cultural. Aquí se exigen análisis mucho más diferenciados que aquéllos que abundaban cuando el concepto de “industria cultural” se puso en circulación. Aunque aquí la tendencia de la globalización va también en el sentido de la creación de grandes consorcios transnacionales, sin embargo, la cultura, aún en este sentido restringido de “industria cultural”, tiene muchos niveles en los cuales es posible realmente actuar desde posiciones críticas. Si en algún campo el sistema económico está especialmente obligado a negociar con los consumidores es precisamente en el campo cultural.

Junto a los grandes consorcios internacionales que emiten televisión para Latinoamérica desde Miami es posible que sea útil, por ejemplo, pensar en crear espacios reales para un cine autóctono, cine que en la actualidad sobrevive en condiciones casi heroicas. En vez de pensar sólo en términos de colonización cultural desde los estudios culturales, se podrían elaborar modelos más diferenciados de cómo es posible que convivan y se complementen, por ejemplo, diversos tipos de ficción.

En estas consideraciones está implícita la suposición de que hay algo “propio” que conviene preservar. Ello desemboca inevitablemente en la cuestión de si lo “latinoamericano” es algo específico, y de si existe algo así como una “identidad” que habría que defender frente a algo exterior que la amenaza.

Si algo ha quedado a mi juicio definitivamente aclarado desde las diversas aportaciones teóricas que desembocan en los estudios culturales es que muchas de las discusiones sobre la identidad son estériles, o parten de presupuestos erróneos. Esencias nacionales o étnicas, tradiciones que habría que preservar, elementos que definirían el alma de un pueblo, etc., la lista es muy larga, ya no funcionan como conceptos de descripción de la realidad.

Sin embargo, aunque el hecho de haberse más o menos liberado de esas categorías constituya un paso adelante, no significa que todo esté a disposición. Hay sentidos de pertenencia que son irrenunciables y entre ellos está, hoy por hoy, digamos algo así como un sentimiento vago de pertenencia nacional o cultural. A pesar de todo, los procesos de cambio al respecto son muy fuertes y no es posible prever si, por ejemplo, el sentido de “pertenencia nacional” quedará desplazado en el futuro por otros sentidos de pertenencia más acuciantes o m is ricos en posibilidades de articulación. Pero de momento este sentimiento está ahí, aún admitiendo que en muchos casos es un producto

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bastante artificioso creado desde las estructuras estatales. Esta es una de las múltiples tareas de los estudios culturales: buscar a esas categorías una redefinición que se ajuste más a lo que está pasando.

Quizás no carezca de sentido observar que una corriente de la sociología europea (Beck-Giddens)* está poniendo cn circulación el concepto de “segunda modernidad”. En cualquier caso se trata de pensar los conceptos de sujeto, acción, Estado, etc., una vez incorporadas ya las discusiones que han confluido en lo que se denomina “posmodernidad”. No es posible aquí entrar en más precisiones. Simplemente apuntar la sospecha de que por esta vía podrían entrar aportaciones discursivas que se han producido bajo el concepto de posmodernidad y que han sido objeto de una gran desconfianza por parte de las universidades latinoamericanas.

Muchas de las consideraciones de este epílogo parten del presupuesto de que los estudios culturales como nueva propuesta de análisis de los fenómenos culturales se confrontan con una fuerte resistencia en Latinoamérica. Sin embargo, creo que si bien esto es válido, para grandes sectores de los estudios académicos no lo es en su totalidad. Yo diría que hay muchísimos más análisis culturales que encajan en este esquema de lo que se sospecha. Si bien es cierto que tienen poca cabida en las revistas oficiales de sociología, crítica literaria o de antropología, sí en cambio existen, y numerosos, en muchas revistas que tienen una existencia más o menos marginal. Son revistas que con frecuencia tienen una vida relativamente corta: mueren como quien dice antes de que se les conozca, sus lugares de distribución son muy aleatorios, librerías especializadas, ciertos cafés, campus de la universidad, etc. El dar con ellas siempre tiene algo de descubrimiento más o menos casual. O incluso en los casos de algunas revistas que han conseguido un reconocimiento entre los sectores interesados como la excelente Revista de crítica cultural de Nelly Richard, su adquisición se conviene en una hazaña, dado el restringido ámbito de distribución.

Los acostumbrados centros diseminadores como las bibliotecas públicas especializadas apenas pueden actuar pues cuando sus relativamente complicadas máquinas administrativas han decidido la suscripción, éstas en muchos casos han dejado de existir. Las bibliotecas públicas del lugar donde se producen, que podrían sortear el problema del tiempo, no alcanzan, a veces guiadas por otros criterios valorativos, a calibrar el valor informativo de esas revistas y tampoco las suscriben.

Yo creo que tiene interés detenerse en estos fenómenos aunque pueda parecer que se cae cn lo anecdótico. En ellos se percibe el modo como se constituyen realmente los estudios culturales en Latinoamérica y su posible sobrevivencia. Hay un círculo vicioso evidente: como no se las conoce no se las cita, como no se las cita, no “existen”, como no “existen” no se las demanda y por falta de demanda están condenadas a una muerte rápida. Una serie de intentos valiosísimos se quedan en un esfuerzo individual sin apenas trascendencia.

Si algunos de los balances sobre estudios culturales publicados últimamente son pobres cn estudios empíricos, el problema no es de que no existan, sino qué tipo de “visualidad” del discurso crítico registran por ejemplo las universidades norteamericanas cuando analizan Latinoamérica, y qué es lo que se les escapa.

Está claro que hoy por hoy no cabe esperar que esos estudios en las revistas más marginales tengan la diseminación que tienen las revistas norteamericanas por la vía de la suscripción en los sectores clave del discurso crítico, universidades, bibliotecas, museos, etc. Hay que empezar a

* Ulrich Beck y Carl Giddens. (N. del E.)

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pensar en vías alternativas por el camino de Internet donde se garantice distribución y retribución. Sólo este conocimiento mutuo puede reforzar un discurso crítico nuevo, que ya está existiendo. Eso requiere que se constituyan nuevos “lugares” superando la terrible barrera del aislamiento en el campo científico. La globalización puede tener también efectos perversos en este campo.

O tra de las críticas que se suelen hacer a los estudios culturales es que constituyen un discurso de proliferación incesante. No se sabe muy bien dónde empiezan, ni por descontado, dónde terminan. Incluso García Canclini en el estudio recogido en esta colección se queja de que no “constituyen un paradigma coherente y consistente”. Lamentablemente no es posible entrar a fondo en este tema.7 Yo diría, de todas maneras, que esta percepción es correcta, pero este fenómeno no es precisamente una consecuencia de su debilidad, sino de su poder innovador. Precisamente por partir del hecho de que lo “cultural” ha sido arrancado del campo limitado en el que tradicionalmente se movía el concepto de cultura. Quiizás una manera de evitar la sensación de caos que producen los estudios culturales en el momento de delimitar su campo de estudio sería decir que abarcan más o menos lo que era y sigue siendo el ámbito de competencia de los ministerios de cultura y de las políticas culturales. Este campo se ve a su vez ampliado considerablemente, por lo menos en su versión más radical, al pasar a analizar lo “cultural” como una categoría mucho más comprensiva y que implicaría una serie de aspectos bajo los que se constituye lo “cotidiano”.

Ciñéndome al enfoque de carácter más o menos pragmático que he adoptado para este epílogo, yo diría que esta proliferación de temas en el futuro puede ser abordada debidamente si se realizan las transformaciones conceptuales pertinentes desde las facultades ya existentes de literatura, sociología, antropología y las ciencias de la comunicación. Sólo que habrá que introducir nuevos tipos de negociación o de diálogo entre ellas.

La dimensión de lo “cultural” como categoría comprensiva de una dimensión de lo cotidiano hace difícil señalar cuáles podrían ser las caminos más productivos para los estudios culturales en Latinoamérica. Por eso, para evitar que los estudios culturales se conviertan en una recolección de “alteridades” conviene desarrollar proyectos críticos y reintroducir algo así como pequeñas utopías que surjan de problemas concretos. El marco o el punto de partida es que los objetivos de la globalización económica no coinciden con los objetivos, y en muchos casos los contradicen, de las sociedades democráticas basadas en la acción de los ciudadanos, y esto vale para Latinoamérica, para Europa o para Estados Unidos. Se trata de ver cómo se negocian los conflictos o las diferencias que surjan de este conflicto básico.

La cuestión de pensar las diferencias creo que es relevante, no porque haya que. preservar ninguna “identidad latinoamericana”, sino para encontrar, ante problemas más concretos, la solución más funcional en virtud de parámetros propios. Un ejemplo de ellos, entre los múltiples que pro­duce la realidad económico social en Latinoamérica, puede encontrarse si se examina el caso concreto de cómo se ha resuelto en los últimos años el problema de la invasión del espacio público por los vendedores informales. Sin duda este hecho constituía un problema importante que impedía el co­rrecto funcionamiento de los centros de las ciudades. Era, por tanto, urgente encontrar una solución, pero al final, al abordarlo, han predominado los aspectos de control de orden público. La decisión

7 Arjun Appatlurai, Modernity a t Large. Cultural Dimensions o f Globalization, Minnesotta, University o f Minnesotta Press, 1997.

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que se ha tomado es la de recluirlos en espacios cerrados con evidente insatisfacción de los implicados. Seguro que el problema tenía muchas facetas. Pero en su solución no se ha tenido en cuenta precisamente una de las cuestiones fundamentales: el hecho de que muchos grupos sociales en Latinoamérica tienen otra concepción del espacio público de la que por ejemplo existe en Estados Unidos. Hubiese sido una excelente ocasión para investigar cuáles son las tradiciones de uso del espacio público de ciertas formaciones sociales contribuyendo a que los urbanistas elaboraran soluciones más creativas. Pero parece que los críticos de la cultura prefieren seguir instalados en las nobles esferas de la teoría. Con lo cual no estoy diciendo que el encontrar un correcto posidonamiento de la propia discursividad no sea necesario, pero solamente por esa vía no se realiza la conexión con las cuestiones concretas que surgen de lo cotidiano.

La asignación de importancia a unos discursos y a otros, elaborado en la Ilustración, sigue pesando negativamente, a mi juicio, en las tradiciones investigativas de los fenómenos culturales.8 Hay un desequilibrio en cómo se reparte el interés de la crítica cultural. Se concentra de modo preferente en los textos literarios, en cambio, otros campos apenas adquieren visualidad para la crítica a pesar de su inmensa presencia en la sociedad. Han quedado por ejemplo en la sombra grandes bloques de representación simbólica como la música y la religión.

No se trata de contraponer unos a otros. Es cierto que se trata de fenómenos completamente distintos. La enumeradón conjunta aquí de música y religión no significa que se les equipare en una categoría homogeneizadora de “fenómenos culturales”. Necesitan sin duda un estudio específico. Se mencionan conjuntamente porque ambos tienen una gran presencia en la conformación de la subjetividad de muchos grupos sociales en Latinoamérica y ambos comparten el desinterés de la crítica. Es apabullante la presencia de lo religioso en las prácticas de la vida cotidiana. Eso lleva a pensar que sería necesario construir un campo de estudio que no sea el ya existente de la etnología o de la teología. Existe ya un caso en el que se ha realizado este estudio en toda su complejidad. Se trata de la construcción de la “imagen” (aquí entendida no en su sentido icónico del cuadro que la representa) de la Virgen de Guadalupe en México y que podría servir de pauta sobre la productividad de tales análisis.* Pero probablemente el hecho de que en ese caso los fenómenos desembocaran en un problema muy específico de creación de “identidad nacional” haya impedido que se viera la existencia de fenómenos equivalentes a lo largo y a lo ancho de los países y regiones de Latinoamérica pero que no adquieren esa dimensión nacional. Por otro lado ya existen algunas propuestas de análisis realmente innovadoras como las de Gruszinski para México o de Taussig para Colombia, que apenas han sido registradas.

En el caso de la música ocurre algo parecido, los estudios apenas han superado, en el mejor de los casas, el nivel de recopilación histórica. Sólo últimamente empiezan a registrarse las múltiples operadones culturales que ocurren en fenómenos como el de la música salsa. Pero, en general, sigue predominando el desinterés, y fenómenos como el surgimiento en los últimos veinte años de un poderoso rock ciudadano en varias metrópolis latinoamericanas apenas han despertado la curiosidad de la crítica de la cultura.

* Bárbara María Stafford, Science, Enlightncment, Entertaiment and tlx Eclipse o f Visual Communication, Cambridge, M IT Press, 1994.

* Serge, Gruszinski, La colonización de lo imaginario, México, Fondo de Cultura Económica, 1994.

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Es de saludar en ese sentido que García Candini despertara el interés por fenómenos que hasta ahora no entraban cn el horizonte de la crítica cultural, tales como el consumo. Hasta ahora se le había visto exclusivamente desde el ángulo de la explotación del capital. Él ha abierto la cuestión de su importancia para la constitución de las subjetividades. Lamentablemente no lo hizo por la vía del análisis de aspeaos concretos desembocando en una equiparación errónea de la categoría de “consumidor” a la de “ciudadano”. Pero eso no elimina el hecho de que análisis de este tipo sean muy necesarios. Es cierto que las posibilidades de construir la subjetividad en Latinoamérica, por las decisiones que implican las elecciones que exigen la compra de un determinado producto y no otro, sean todavía limitadas. No se puede olvidar que grandes capas de la población todavía se encuentran a un nivel de consumo de subsistencia en el cual no caben esas decisiones. Pero resulta innovador el realizar un enfoque de este tipo estudiando las capas de población en las que esos procesos sí ocurren, sobre todo en las clases medias donde se producen los mayores im paaos de la globalización por la vía del consumo.

Sería tentador seguir la enumeración de otros muchísimos fenómenos de gran importancia en la realidad de Latinoamérica que no han entrado en d enfoque crítico. Mi intención no era hacer una lista de urgencias, sólo más bien insinuar que esas carencias investigativas no se producen casualmente, sino que se derivan casi inevitablemente de los modos de constitución de los campos teóricos que abordan la realidad latinoamericana. Cabe concebir la esperanza de que los trasvases disciplinarios que se realizan en los enfoques investigativos desde los estudios culturales contribuyan a superar esas carencias, pero no está garantizado que ello ocurra así. Puede que se trasladen viejos hábitos de ceguera a los nuevos enfoques. Este peligro es mayor si el paso a los estudios culturales, como en muchos casos ha ocurrido, se realiza desde la aítica literaria.

A este respecto quisiera hacer unas observaciones sobre el ensayo de Beatriz Sarlo “La teoría como chatarra”. Conviene detenerse un poco en él porque desciende a un campo concreto que es d de la tdevisión en el cual están en juego múltiples operadones. Es un poco complicado encontrar el enfoque pertinente para ver lo que aporta este ensayo. En realidad se trata de una crítica a otro teórico de la televisión y no es posible hacer justida a los múltiples aspeaos que ponen cn juego tales discusiones. Beatriz Sarlo ha mostrado desde el prindpio una especial sensibilidad para fenómenos que ahora han pasado a ocupar un lugar privilegiado en los análisis culturales y que en su momento se consideraban fenómenos marginales. Con razón ocupa el lugar de uno de los “fundadores-as” de los estudios culturales en Latinoamérica. Es correcto que Sarlo reivindique el tema de los valores, también cuando se habla de la televisión. Y es cierto que éstos no pueden reducirse a un criterio de mayores o menores audiencias. Tiene que haber otros criterios valorativos. Ahora bien, el tema crucial es descubrir cómo éstos se construyen en cada caso, no vale la categoría general de “valores estéticos” que parece proponer Beatriz Sarlo. Hay que ver en cada caso lo que ello significa. No es cierto que en la llamada posmodernidad se instaurara el “todo vale”. Lo que sí se planteó es precisamente el cuestionamiento de los esquemas heredados para establecer escalas de valores.

El fenómeno de la televisión es muy complejo. Corresponde a Martín-Barbero el mérito de haber señalado esa complejidad y haber instaurado una mirada más positiva hacia muchos fenómenos de la televisión. En ese sentido yo creo que Landi, la otra cara del análisis, en muchos aspectos, se acerca más a las propuestas de Martín-Barbero que Sarlo. De todas maneras, hay que asumir el reto de Beatriz Sarlo sobre el tema de los valores. En definitiva, una acenada discusión sobre estos temas

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implica la constitución de una mirada crítica, o si se prefiere la palabra, de izquierdas, que sea más capaz de abordar los múltiples y desconcertantes fenómenos de la realidad latinoamericana, también la cotidiana.

Siempre hay que terminar de alguna manera. Lo haré con una sospecha. La mía es que una corriente crítica latinoamericanista, todavía importante en volumen, no se ha curado del trauma de la pérdida de los grandes relatos revolucionarios. Esto le impide ver la existencia de múltiples “pequeños relatos” en los que a pesar de las variopintas globalizaciones en las que estamos metidos, nos jugamos, se juega, la población en Latinoamérica, día a día, la piel. Quizás los estudios culturales sirvan para ver eso.

>

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La compiladora y la Wissenschaftlicher Verlag Berlin agradecen a las siguientes personas e instituciones el permiso para la reimpresión de materiales protegidos por copyright:

M. Lauer, J. Franco, J. Kraniauskas, G. Martín, J. Martín-Barbero, N. García Canclini (1992) sobre Culturas híbridas, en: Travesía. Journal of Latin American Cultural Studies, con autorización de William Rowe © Travesía, Journal of Latin American Cultural Studies, con autorización de William Rowe © Travesía. Journal of Latin American Cultural Studies; N. García Canclini, “El malestar de los Estudios Culturales” (1997), en: Fractal © Fractal, “Imágenes excéntricas de América Latina y Estados Unidos" (2000), © Akademie Verlag Stuttgart; A. Cornejo Polar, “Para una teoría literaria hispanoamericana: a veinte años de un debate decisivo”, C. Rincón, “Del amor y otros demonios, páginas 9 a 11; o sobre la reescritura de las Foundational Fictions norteamericanas” (1999), en: Revista de crítica literaria latinoamericana, con autorización de Cristina Soto de Cornejo © Latinoamericana Editores; C. Rincón, “Metáforas y estudios culturales”, en: Mabel Moraña (ed)., Nuevas perspectivas desde/de América Latina: el desafío de los estudios culturales. Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio - Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana © Editorial Cuarto Propio - Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana; R. Borgmeister, “Lo que usted siempre quiso saber sobre el posmodernismo pero no se atrevía a preguntarlo” (1996), en: Hypericon, con autorización del autor y de Hypericon; E. Spielmann, “El descentramiento de lo posmoderno” (1996), en: Cuadernos de literatura © Fundación Fumio Ito; L. Delgado Aburto, “La posmodernidad latinoamericana”, en: Encuentro, con autorización del autor © Editorial UCA; L. Fayad, “Literatura posmoderna en Latinoamérica”, en: Gaceta (1995), con autorización del autor © Instituto colombiano de cultura; B. Sarlo/J. Ruffinelli, “Beatriz Sarlo en Stanford. En torno a Buenos Aires: una modernidad periférica” (1990), en: Nuevo Texto Crítico © Nuevo Texto Crítico; B. Sarlo, “La teoría como chatarra. Tesis de Oscar Landi sobre la televisión” (1993), “Retomar el debate” (1996), en: Punto de vista con autorización de la autora © Punto de vista; B. Sarlo, “Los Estudios Culturales y la crítica literaria en la encrucijada valorativ” (1999), B. Sarlo/R. Schwarz/J. Kraniauskas, “Literatura y valor”, en: Ana Luiza Andrade, María Lucía de Barros Camargo, Raul Antelo (eds.), Leituras de ciclo. Florianópolis, LEOJ © Libraria e Editora Obra Jurídica Ltda.; P. D’Allemand, “Hacia una crítica literaria latinoamericana: Nacionalismo y cultura en el discurso de Beatriz Sarlo”, en: Patricia D’Allemand, Latin American Criticism: Reinterpreting a Continent. Lewiston-Queenston-Lampeter: Edwin Mellen Press, con autorización de la autora © Edwin Mellen Press. © Erna von der Walde (1995) en : Tèxto y contexto, 28, Uniandes, con autorización de la autora.

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índice analítico

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A

Ackerman, Chantal, 234 Actividades

cultivadas, 222 Adorno, Rolena, 20, 33, 25* LQ2 Adorno, Theodor, 182, 224 Agger, 161Alemania, discusión en, 172 Alteridad, 122. 125.

fetichización de la. Verv. Fuentes, Carlos y García Márquez Gabriel

Althusser, Louis, 162 Allende, Isabel, 231 Ambito de clase, 236 América Latina, 159

especificidad, 165 estudios culturales, 7¿ ü 237

Análisisconcreto de discursos narrativos, 141 posmodernos de la vida cotidiana, 170 textuales, 23

Anderson, Perry, ^6, 60, 63 Andrade de, Oswald, 183 Antropología, 160

latinoamericana, 160 Appiah, Kwamc Anthony, 37, 173 Archivo, &, 26 Archivo-memoria, Z Arditi, Benjamin, 33

Arendt, Hanna, 227Argcntinidad propuesta por Borges, 199Arguedas, José María, 248, 249Argumentación, 238Arias, Fernando, 83Arlt, Roberto, 183, 184, 197Arte

dimensión específica del, 227 vanguardia, de, 42

Articulación de los márgenes, u Sarlo, Beatriz Auden, W. FL* 228 Auerbach, F., 224Autoridad crítica y productiva de la, 151 Azevedo, Aluísio de, 238

BBajtin, Michael, 166, 224 Bal, Mieke, 50

estudio semiótico de, 50 Balzac, Honoré de, 133, 184

Reglas de formación del discurso narrati­vo, 134

Banks, Russell, 143 Barnet, Miguel, 100 Barrenechea, Ana María, 178 Barth, John, 10ÍL 127, 128, 133 Barthes, Roland, 2 L 224. 228, 237 Baudelaire, Ch., 232

263

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Baudrillard, Jean, ]_2j 2ÍL 24, 28, 88,127,201

Bauman, Zigmunt, 204, 207 Becker, Howard S., ZD Beckett, Samuel, 46* 131 Benjamin, Wdter, 5L 182, 183, 224, 228 Bercovith, Sacvan, 145 Berman, Marshall, 55* 60, 103. 178. 185 Beverley, John, Z* 21» 103. 243 Bhabha, Homi K., 35a 26* 108. 166 Bierce, Ambrose, 129 Bloch, Ernst, 10* 122

Simultaneidad de lo no simultáneo, Ia, 98 Bloom, Harold, 2íl 145, 232 Bobbio, Norberto, 231 Boileau, 210 Bonfil, Guillermo, 45 Bonito Oliva, Achile, 22 Bordes y fronteras, rejuego de, 37 Borges, Jorge Luis, 2 4 ,77* 9 4 ,106.109.

122. 127, 128, 183, 187, I2 L 199 Borgmeister, Raymond, LL LQ5 Bourdieu, Pierre, 4á* 54, 100. 180. 241 Bradley, Jessica, 83 Brasil, 238. v. cultural studies Brecht, Bertolt, 95 Brémond, 215 Bricoleur, saberes del, 207 Brito de, Carlos, 123 Brunner, José Joaquín, 170 Buarque de Hollanda, Heloisa, 94 Búsqueda epistética, 24 Bu tor, Michel, 137

cCacciari, 223 Cal vino, Italo, L23

Campa, De la, Román, 5, 6, L 252. 253 Campo

m undo simbólico, del, 185 Campo intelectual

argentino, complejidad, 199

Campra, Rosalba, 178 Candido, Antonio, 188, 238, 239. 240 Canibalización, proceso de. v. Arlt, Roberto Canon, 231

estudios culturales, de los, 228 literario, 226

Capital cultural, 108. 230 cultural, corrientes de. v Globalización multicultural, flujos de, 171

Capitalismo, d i metropolitano, 67 posguerra, de la, 61 transnacional, 52

Carpentier, Alejo, 168 Cartografía del correlato latinoamericano, 22 Cartografías, Zi 16 Cartógrafos, nuevos, 12 Causa ausente, 179 Causalidad simple, 179 Centro y periferia, 12

esquema de, 188 Centros de investigación norteamericanos, 22 Certeau, Michel de, 203, 206, 226 Cervantes, 146 Ciberespacio, 222 Ciencias

humanas, 26 sociales duras, 159sociales latinoamericanas, situación de las, 169

Círculohermenêutico, 203

Page 271: Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

prácticas-interpretaciones, de las, 203 Ciudad

letrada, 101.« Rama, Ángel moderna, 182, 184

Ciudades, problema de las, 182 Clip

esteticidaddel. v Landi, Óscar Codificación, doble, 2ÍL 127, 146, 151 Coexistencia conflictiva, 193 Colás, Santiago, 29Comienzos, paralelismo tipológico, 140 Comunidad(es)

discursiva(s), 34 imaginaria de Anderson, L3 narrativa de orden étnico y familiar, 144 narrativas, 143 narrativas c interpretativas, 22 transnacional de discursos, 25

Conceptos-metáforas, 5 Condiciones

discurso colonial, del, 172 estéticas y técnicas de reproducción

televisiva, 218 Conflicto valorativo, 231 Conjuntos

difusos, inestables, 220 interétnicos, 76

Construcción del sujeto de una narrativa, 143 Constructos heterogéneos, 167 Consumidor popular, dinámica poética del, 202 Contacto y conflicto. Ver v.t. culturas Contorno, revista, 206 Contra-memoria, ejercicio de, 144 Contradicciones latinoamericanas, 54 Contrapelo, a, 182Cornejo Polar, Antonio, 8*2, 16 ,20,99,

104. 165, 168, 194, 251 Corpus, ampliación del, 248

Corriente crítica latinoamericanista, 259 Cortázar, Julio, 146, 228 Cripta, 156. v. García Márquez, Gabriel Crisis

años sesenta, de los, 179 esquemas finalistas, de los. v. Lyotard idea de sujeto, de la, 180 modernidad, de la, 43

Crítica(s)binarismo, del, 28 cultura, de la, 257 cultural, 27, 48. 124. 187. 257 deconstruccionistas, Z3 discurso intelectual del, L22 discurso político, del. v Sarlo, Beatriz distancia intelectual y moral de la, 211 esencialismo, el, 28 estética, 231, 233 estructural ista, 179 externa y debate interno, 163 identidades, y las, 28 industria cultural, de la, 63 latinoamericana, 191 literaria, 18L 189, 2 2 4 ,225, 227, 231,

239. 258 literaria, la, 221 literaria poscolonial, 29 literaria y cultural, 20 posmodema, 127

Crítico(s) literario o cultural, 33 literarios, 224 pos, 23

Cronologías nacionalistas, 31 Cuento maravilloso, 141 Cultura(s), 204

dumping, del, 215 electrónica, 212

265

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emergentes, 97frontera, son de, 56híbrida o mestiza latinoamericana, 60híbridas, 43, 54, 63, 94, Uffl, 124.

ti García Canclini, Néstor latina, 24latinoamericana, 20, 59 latinoamericana posmoderna, 20 letrada, 151mercantilizacióndela, 233 nuevo mapa de la, 124 popular, autónoma, 233 popular urbana, 101 popular urbana, autónoma, 100 populares, 67populares, estudio de las, 62 posmoderna, LQ6 rioplatense, 185 semiótica, de la, 20. suradántica. v. Rama, Ángel

Cultural Studies, 158, 163 debate actual de los, 159 ingleses, 180

Cultures hybrides, v Todorov, Tzvetan Culler, Jonathan, 8S

CHChamberlcy, Lori, 153Chávez Alfaro, Lizandro. v.t. poscolonialesChé, Guevara, 206

DDalí, Salvador, 213 D ’Allcmand, Patricia, 12 De Man, 21 Debate(s), 12

amplificados por Internet, Z1 balance de, 14 brasileño, 124cultural y político en América Latina, 21 poscolonial, ¡_L 108 posmoderno, resituar el, 91 sobre arquitectura posmoderna, 90 sobre culturas marginales, 186 sobre el poscolonialismo, 22 sobre el posmodernismo, 94, 103. 121 sobre la posmodernidad, 95 sobre los valores estéticos, 221 sobre multiculturalismo, 94 sobre posmodernidad, 123

Debroise, Olivier, 83 Deconstrucción, 23

museificación, de la, 68 poscolonial, 33, 36 usos de lo popular, 63

Deleuze, Gilíes, 3 , 96 Deleuze y Guattari, 4 ^ 5 L 5£ Deleuziana, 235 Delgado Aburto, Leonel, 11 Demarcaciones territoriales, nuevas, 22 Democratización, 233 Densidad, v Sarlo, Beatriz

formal y semántica, 224 Derechos femeninos, 146 Derrida, Jacques, 12, 2 1 .24. 2 8 .36 .92 .

99, 127, 133, 154 Descentralización performativa’, 122 Descentramiento de lo posmoderno, 106 Descolonización, 32

instrumento clave de, 32 Desigualdades, territorialización de las, 28 Despersonalización, 134 Desterritorialización, 27, 42a 5Zi 6Z

Deleuze y Guattari, de, 12

Page 273: Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

reterritorialización, y la, 68 Dialética da malandragem, v Candido, Antonio Diaspora intelectual, 37 Díaz, Gonzalo, 83 Díaz Quiñónez, Arcadio, 7 Diferancia, 12 Diferencia

cultural, 173fetichización de la. v. alteridad formal y semántica, 228 modos de concebir la multiculturalidad,

en los, 78 Diferencias, pensar las, 2 5 6 Dimensión intertextual, 128 Dirlik,Arif, 27 Disciplinas

críticas, 26 crítico-literarias, 21

Discontinuidad com o hábito perceptivo, 64

Discurso (s) académico, 2 2 7 americanista, 165 científico social, 22 coloniales, 102contradiscurso, flujo alternativo de, y, 150

crítico, 180 crítico nuevo, 2 5 6hegemónicos de la izquierda argentina, 190

histórico, 180impacto social de un, 2 2 0nación, de la, 107neo, 25novela americanista, de la, 129 “pos”, 21poscolonial, 30 , 31 , 107 poscolonial, alcance restaurativo del, 30

poscoloniales, 140 posmodernos, 24

producidos dentro, fuera o en la diaspora, 23público, 227renovación de los, 94teó rico-culturales, 12teóricos, 252teóricos terreno literario, en el, 24

Distopía latinoamericana, 123 Diversidad heterogénea, 248 Donen, Stanley, 244 Donoso, José, 88, 127 Duchamp, Marcel, 216 During, Simon, 167 Dussel, Enrique, 21

EEagleton, 241Eagleton, Terry, 180, 182, 241 Eco, Umberto, 128, 155 Efecto de archivo, 7 Eisenstein, 234Énfasis teórico epistemológico, v.t. estudios

culturales Enfoque

antropológico, 66 multidisciplinar, 65

Ensayismo latinoamericano, relecturas de, 253 Entrelugar, 99Enunciación preformativa, proceso de, 172 Epistemologías posmodernas, 223 Epistética, 25 Epistético, 26

enfoque, 25 problema, 32 rejuego, 35

Épocaglobalizada, 82 posmoderna, 19, 59

Era posmoderna, 60

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Ernst, Max, 213 Escenarios de tensión, 79 Escenas posmodernas, 12 Escobedo, Hellen, 82 Escritura

acto de, 133 arltiana, 197 femenina, 102 problema de la, 180

Escuela de Frankfurt, 23, 182 Esfera intelectual, 180 Esfera pública moderna, construcción de, 221 Espacio(s)

alternativo, 198 cultural interamericano, 153 enunciación moderno, de, 31 lúdico, 28multidisciplinarios, 22 posmoderno, 171 público, 25, 256 ritualización del, 83 tradiciones de uso del, 257

Esquemasbinarios reductores, 23 normativos’ posmodernos, 125

Esquivel, Laura, 228, 231 Estado, legitimación del, 93 Estado-nación, reforma del, 78 Estados Unidos, 237 Estanflación, 71Estatuto de excepcionalidad, 166 Estética

literaria de Flaubert, 142 marxista, 45 modernidad, de la, 243 simulacro televisivo, del, 27

Estrategia(s), 142, 211 construcción, de, 72

discursivas, 33 escritura, de su, 198 relectura, de, 145 textuales, 54 valorización, de, 155

Estructura(s)autoconciencia y autorreferencialidad

modernas, de, 150 contractual, 141 contrato del, 141 descentramiento de, 150 intercultural, 79 razón transversal, de la, 13

Estructura(s)humanísticas tradicionales, 28 Estructuralismo, 23 Estudio (s)

comunicación, de la, 162 estéticos, 62étnicos, programas de, 26 humanísticos, 24 latinoamericanos, 26 literarios, 24, 26 literarios latinoamericanos, 23 poscoloniales, 30, 140

Estudios culturales, 21, 37, 71, 72, 74, 75, 79, 180, 220, 221, 223, 226, 228, 240, 241, 252, 254,255, 256,258,259

avant la lettre latinoamericanos, 237 balances de los, 255 como estudios científicos, 79 desafío teórico de los, 164 desplazamiento hacia, 223 Estados Unidos, en, 240 genealogía, de los, 237 ingleses, 241Latinoamérica, en, 255, 256, 258latinoamericanos, 20, 78objeto de los. v énfasis teórico epistemológico

2(>H

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otras asociaciones, 174 Etnografía posmoderna, 163 Evaristo Carriego, v. t. Borges, Jorge Luis Excepcionalidad latinoamericana, 3

FFanón, Franz, 23, 36, 78 Fayad, Luis, 11, 105 Feminismo, 37 Fenómenos culturales,

tradiciones investigativas de los, 257 Ferguson y Golding, 164 Fernández Retamar, Roberto, 194 Ficciones

fundacionales, 103 hibridizadas, 109

Fiedler, Leslie, 89 Fiske,John, 161 Flaubert, Gustav, 134, 135 Fluidez migratoria, 23 Forma

mercantil, 243 monográfica, 185 nueva, 238

Formaciones híbridas, u García Canclini, Néstor Formal-objetivo, análisis, v. sociedad brasileña Formalismo ruso, 23 Formas, tránsito de las, 239 Forn, Juan, 215Foucault, Michel, 3, 24, 29, 95, 128, 226 Foucault o Deleuze, 15 Foundational fiction, 152

reescritura de. v. García Márquez, Gabriel Franco, Jean, 20, 26, 27, 65, 68, 94, 100,

102, 124, 153, 166, 169, 171 Frankfurtiana, 233 Freud, Sigmund, 182

Frontera(s) cruces de, 51disciplinas y entre culturas, entre, 72 espacio de entrecruces culturales híbridos,

como, 57 Estados Unidos, con, 80 tráficos legales e ilegales, 81

Fuentes, Carlos, 77, 105, 109,123, 125, 127, 129

Función poética, 98Fundamentalismos nacionalistas y etnicistas, 77

G

Gálvez, 187 Gálvez y Lugones, 187 Garante de la enunciación del texto, 154 García Canclini, Néstor, 5 ,6 ,9 ,1 4 ,2 0 ,2 7 ,

42, 47, 48, 104, 171, 251, 256 García Márquez, 88, 94, 95,105,106,109,

122, 123, 124, 129, 144, 149, 156 Gates, Henry Louis, 23 Geertz, Clifford, 5 Género(s), 49, 51, 102

afecto-efecto, de, 105 patrimonio nacional, en el, 51 ruptura de los, 214 testimonio, 248

Genette, Gerard, 154 Gide, André, 142 Ginzburg, Carlo, 211 Girondo, Oliverio, 183 Giroux, Henry, 31 Giusti, 187Globalidad posmoderna, 29 Globalización, 6, 11, 19, 28, 108, 130,

242, 252, 254, 256

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efectos de la, 107 fenómenos de la, 254 impactos de la, 258 nueva fase del proceso de la, 104 proceso de, 170reordenamientos espaciales de la, 10 tiempo de, 77

Godard, 214, 234 Goldberg, David Theo, 76 Gómez Peña, Guillermo, 56, 67, 68 González, Horacio, 201, 206 Gramatología, 33Gramsci, Antonio, 54, 78, 100, 162 Graves, v. Rincón, Carlos Grossberg, Lawrence, 72 Grupos hegemónicos y subalternos, 60 Gruszinski, 257 Guattari, Félix, 96 Guerrilla capitalista, 27 Guimarães, Rosa, 233 Güiraldes, 183Gumbrecht, Hans Ulrich, 171 Gutiérrez, L., 181

H

Habermas, Jürgen, 1 0 ,4 6 , 55, 92, 120, 127, 219, 225

ideas de, 43 Hall, Stuart, 158. v. Cultural Studies Hansen, João Adolfo, 103 Haraway, Donna, 50 Harvey, David, 92 Hassan, Ihab, 167Hawthorne, Nathaniel, 145, 146, 148,

149, 152Hechos culturales, construcción de, 66

Hegemoníaconcepto político de, 54 de lo audiovisual, 221 de lo mediático audiovisual, 222

Heidegger, Martin, 24 Hemingway, Ernest, 133 Henríquez Ureña, Pedro, 247 Herencia(s), 68

cultural, 227 cultural, derecho a la, 226

Hermenéutica, 23Heterogeneidad, 20, 99, 108, 169, 185,

199, 249cultural, 9, 168 hibridación, y la, 76 multi-temporal de cada nación, 53 multitemporal, 171 posmodernismo, y, 170 pregunta por la, 55 problemática de la, 170

Heterotopias, 123hibridación relación al espacio y poder

coloniales, con, 173Hibridación, 8, 9, 51, 108, 165

concepto de, 68 definición inicial de, 172 diferencia, como, v Garda Canclini, Néstor j doble codificación o reescritura, 127 genealogía, 159 metáfora de la, 167 mimicry y paranoia, 172 relación al tiempo de la nación, 173 relación con las comunidades imaginadas, 173 relevancia cognosciti va-analítica de la, 173

Hibridez, 9, 20, 53, 54, 249cuestión de la, 51 cultural, dinámica de la, 55

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cultural, efecto de, 55Estados Unidos, en, 52estrategia crítica, como, 54forma de transdisciplinariedad, como una, 54socio-cultural, 58variante de cultura de frontera, en su.

v. García Canclini, Néstor Hipercodificación genérica, 217 Hipertexto, 225

instrumentos críticos del, 227 Historia, 146

carnavalización de la. v. García Márquez, Gabriel

derecho a la, 232 nacional, redefinir la, 146 noción, v.t. historia oficial, 125

Historiadores sociales que integran el Pehesa, 181 Ho Chih Min, 206 Hobsbawm, Eric, 180, 237 Hoggart, Richard, 223, 228, 237, 241 Hojman, Eduardo, 201 Holmes, Sherlock, 182 Hopenhaym, Martin, 26 Horizonte, nuevo, 6, 24 Humanismo occidental, 26 Hutcheon, Linda, 26, 128 Hybridbildung, 167 Hybridity, 166, 167

I

Ideahibridez de la, 54 historia de la, 182 matriz althusseriana de, 179 modernidad, de. v.t. Modernidad totalidad, de, 185

Ideal bajtiniano, 204 Identidad (es), 60, 247

elegida, v. García Canclini, Néstor nacional, creación de, 257 nacionales y posnacionales, 56 nuevas, 107tradicionales, v. García Canclini, Néstor

Improvisación, 217 In Site, 80, 85

Laboratorio intercultural y estético, 80 íncipit, 100, 135, 136 Inconmensurabilidad, 28

ideológica, 73 Indicaciones de uso, 203 Industria(s)

cultural, 254 cultural global, 47 culturales, 26

Inglaterra, 223Inscripciones posmodernas, 120 Instalaciones, 81 Institución(es)

journal, 186 little magazine, 186 producción del saber de, 22

Instrumentos conceptuales, nuevos, 101 Intelectual (es), 12, 219

contemporáneo, 25 futuro, del, 243 gustos del, 241 izquierda argentino, de, 190 sectores populares, opinión pública y

medios, 205 Intelectual-intérprete, 204 Intelectualidad

latinoamericana, 20 letrada, 26

Intercambio multidireccional, 85

Page 278: Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

Interdependencia asimétrica, 77 transnacional, 14

Interpretación, 179marxismo, empirista del, 168

Intersecciones, 78 Intertextualidad, 130 Intervención posmoderna, 97

JJames, L. R., 36Jameson, Fredric, 23, 24, 60, 88, 120, 127

capitalismo tardío de, 12 Jauss, Hans Robert, 128, 142, 178, 211 Jencks, Charles, 90 Jones, Jaspers, 216 Joyce, James, 214 Juego intertextual, 128

KKiarostami, 235Kineticorality. v.t. West, CornellKorol, J. C., 181Kraniauskas, John, 15, 65, 66, 67, 68 Krauss, 182 Kristeva, Julia, 29

LLandi, Óscar, 14, 201, 209

desecho como estética, 215 ideas de, 210 vanguardias, 213

Larsen, Neil. v. uso canclinista Latinoamérica, posmodernidad en, 121 I^atinoamericanismo

literario, 21

transnacional, 23 Latinoamericanos, análisis cultural, 228 Lauer, Mirko, 69 Leavis, F. R., 162 Lectura

abierta, 200 nacional, de lo, 192

Lectura(s) abierta, 200 alternativa, una, 194 Borges y Arlt, de, 197, 198 estetizante, 122 experiencia de, 231 historicidad de la, 189 modos de, 133 poscolonial, 35 poscolonialismo, del, 31 posmodernas, 140 prácticas de, 222 transdisciplinaria, 103 unilateral del pop, 216

Lechner, Norbert, 21, 24, 34 Lévi-Strauss, Claude, 162 Libertad metodológica, 184 Lichtenstein, Karl, 216 Lienhardt, Martin, 103 Lihn, Enrique, 249 Lispector, Clarice, 231 Literario, discurso, 224 Literatura

latinoamericana, 249 Literatura(s)

artística internacional, 80 boom, del, 109 colportage, de, 181 comparada, 26 compleja y heterogénea, 249 crítica literaria, y la, 221

Page 279: Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

heterogéneas, 169 latinoamericana, 247 lugar de la, 222 moderna, 103moderna, autoridad de la, 103nacional, 221 poscolonial, 109 posmoderna, 122 práctica de la, 184 transculturadora, 192 valor, y, 15

Little magazines, 186 Locus de enunciación, 30, 34 Lógica dual, 142 López Rangel, Rafael, 91 Losada, Alejandro, 190, 194 Ludmer, Josefina, 178 Lugar

condicionamientos de, 252 estar fuera de, 183 legitimación simbólica, de un, 12

Lukács, Georges, 224Lyotard, Jean François, 24, 120, 122, 127,

167, 220 Lyotard-Habermas, 88

M

Machado de Asís, 234, 242 Machín, Hugo, 12 Maiolino, Anna Maria, 83 Man de, Paul, 24Manipulación, ruptura del círculo de la.

v. De Certau, Michel Manuscrit trouvé, 138 Mao, Tse-Tung, 206 Mapa(s), 4

cultural, 5, 48

culturas híbridas, de las, 10 indicaciones, de, 205

Maquiavelo, 243Maravilloso, lo. v. Garcia Márquez, Gabriel Martin, Gerald, 65, 66, 99 Martín-Barbero, Jesús, 10, 65,172,237,

251, 258 Martínez Estrada, 206, 207 Marxismo, 243 Masas, versión filosófica de la

posmodernidad, 218 Matarazzo, Maysa, 244 Materialismo sui géneris. v. Benjamin, Walter McCaffery, Larry, 90, 128 McLaren, Peter, 76 Medios

efectos de los, 206 Megápolis, representación literaria de la, 129 Mello Miranda, Wander, 242 Memoria, 59

acto de, 133 comunitaria, 28 reelaboración de la, 11

Mentalidades, historia de las, 101 Mercado, 228

discursos, de, 24 global, 23

Mercancía, sujeción a la forma de la, 243 Mesquita, Ivo, 83 Mestizaje, el, 63 Metáfora(s)

economía, tomadas de la, 66 epistemológicas, análisis de las, 164 hibridación de la, 171 hibridación, de la. v.t. hibridación nuevas, 165

Metarrelatos, 127 Método interdisciplinario, 171

Page 280: Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

Mignolo, 20, 30 Migración multidireccional, 57 Migración, proceso de, 22 7 Mirada

crítica, constitución de una, 259 doble, 36 fronteriza, 37 poscolonial, 37

Mitología naturalista de las razas, 239 Modelo(s)

barroco, 98cultural híbrido, un, 125 desarrollo, de, 93 explicativos, 179lógico, teoría de la dependencia, de la, 168 psicoanalítico, 172

Modernidad, 42, 47, 53, 184 América Latina, en, 63 definición desarrollista de la, 25drama de la, 45 filósofos de los, 62 historia política de la, 55 Latinoamérica, en, 55 Latinoamérica,, en, 53 literaria argentina, relectura de la, 190 periférica en América Latina, 160 proyecto de la, 56 reescritura de la, 91 trunca, 67

Modernismo latinoamericano, 55 Modernización, 186

Argentina de, 195 latinoamericana, 69 neoliberal, 101 procesos de, 178

Molloy, Silvia, 99Monsiváis, Carlos, 7, 74, 94, 101, 169,

188, 251, 252

Montaje, 234 Monterroso, Augusto, 130 Morafia, Mabel, 14 Moreiras, Alberto, 9 Morse, Richard, 101 MTV, 235 Multihistoria, 249 Mundanidad, 157Museo, escenografía del. ut. Duchamp,Marcel Musil, Robert, 136 Mutis, Alvaro, 129 Mutis, Álvaro, 129 , 146t : j ' 5 > < V

N

Napierski, 129 Narrativa(s), 75

nacional, 50 poscolonial, 143

Naturaleza específica de lo simbólico, 66 Negatividad, 214 Nelson, Cary, 72 Neobarroco, 19, 31

americano, 168 Neoterritorialidad, 57 Neoterritorialidades, 57 New Criticism, 22, 240 Nietzsche, Friedrich, 24 Niño, Hugo, 105 Noción, 179

fuente de, 155 Norris, Christopher, 29 Nostalgia

cultura popular, de la, 201 intelectuales, de los, 201

Novela(s)folletín, parodia de una, 143fundación republicana de, 14

Page 281: Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

ideal, la, 138posmoderna, gran comienzo de la, 100 realista, reescritura de la, 125 siglo diecinueve, en el, 234

Nudos teóricos, 224 Nueva izquierda, escenario de la, 2 2 1 Nuevo

horizonte m ultid isciplinario , 2 1 lugar p ara la c rítica , 2 5 1

Nye, Josep h S ., 1 4

0

Obra de arte, significación social de una, 228Ocampo, Silvia, 228 , 231OConnor, Alan, 251Ojos sociológicos, 227Olea, Raquel, 21Olmedo, Alberto, san, 2 1 0Onís, Federico de, 120Operación racional transversal, 12

¡ Oraiidad, 20 ! latinoamericana, 2 0

; massmediática, 2 0

Organicismo negativo, 168

Orientalismo, 36

Orillas porteñas, 197

Ortega,Julio, 26

Ortiz, Rubén, 84

0tredad poscolonial, 36

Oviedo, José, 21

P

Pagni, Andrea, 201 Pagni y Von der Walde, 206, 207

Paisajes simbólicos, nuevos, 227

^pastergiadis, Nikos, 8

Paradvgma(s)académico, 24 cambio de, 11, 12, 97 cultura de frontera, déla, 6& desterritoñalixación de, 67 estudios literarios, de, 124 frontera de, 58 indiciai, 181 modelos científicos, o, 75 posmodernidad, de\a, 19 teórico posmodemo, 31

Paratexto, 13 9 , 154 Pasos, ]oac\uin, 123 Pastiche

alegorización, 122 intertextualidad, 122

Patrimonio cultural, función democratiiadota, 212

Patrimonio, redefinición del, 63 Patterson, Patricia, 83 Pensamiento

feminista, 23 posestructuralista, 21

Perform ance^), 12 , 1 5 , SI

escriturai, 25

Periodización colonial,

1 9 , 2 0 , 2 2 , 3 3 , 35

Personaje histórico, la cuestión del, \2

Perspectiva^ estéticas, 228 hegemónicas, 192 nacional-populista, u Rama, Áng racista, 228 transcultural, 225 transdiscipVinaria délos esunWos a

Piiarro, Ana, 190

Platón, 2\\

Pluralidad, 249

Page 282: Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

social, análisis multifocal de la, 68 Poderes oblicuos, 54 Poética neoclásica, 248 Polisemia, 167 Política(s)

contrahegemónicas, 79 cultural, 242 culturales, 42, 244multiculturales democráticas y plurales, 76 reconocimiento de, 79 representación de, 9, 30

PomadeAyala, Guacamán, 248 Popular

urbano, 94 Popular, lo, 47 Portoguesi, 92 Posboom, 19 Poscolonia, 32 Poscolonial, 30

problema de lo, 125 Poscoloniales. v.t. Chaves Alfaro, Lisandroy

Ramírez, Sergio Poscolonialidad, 37Poscolonialismo, 20, 23, 30, 32, 34, 35 Posmodernidad, 20, 21, 23, 3 2 ,4 3 , 87,

106, 126, 127, 243, 255 , 258 América Latina en, 10 capitalista, 61 Discursos explicativos, 27 hipercapitalismo del, 27 vivo en, 26, 28

Posmodernismo, 87, 88, 140 campo estético-literario del, 88 debate sobre el, 88 especificidades culturales, 107 globalización hipercapitalista y, 30 hecho discursivo, como, 106 inmanencia literaria y epistemológica de, 27

la verdad del, 91 literario y filosófico, 25 principios del, 127

Posmoderno, tiempo, 171 Postexto, 150Prácticas simbólicas, impacto de las, 220 Prácticas textuales poscoloniales, 140 Pragmatismo norteamericano, 13 Pratt, Mary Louise, 99, 103, 104 Praxis

académica, 25 límites, en los, 105 literarias específicas, 189

Presentismo radical, 31 Pretexto, 150Primer mundo, minorías raciales, étnicas y

lingüísticas del, 31 Primer nacionalismo, 186 Problemas metodológicos, 191 Producción cultural periférica, 197 Productor de objeto, un. v. Benjamin, Walter Prólogo (s), 154

apócrifos, 155 Propp, Vladimir, 141 Proust, Marcel, 216 Proyecto(s)

crítica latinoamericana de, 189 crítica latinoamericana, de, 190 críticos, 256Cultural Studies, de los, 158 democrático social y cultural, 56 estéticos, 196 latinoamericanistas, 19 moderno, 107, 108, 122 moderno dentro de otros marcos

referenciales, 106 nación, 103 poscolonial, 20

Page 283: Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

pruebas, 141

Públicos, diversidad de, 180

Q

Queneau, Raymond, 136 Quezada, Freddy, 121

R ,V O

Radhakrishnan, R., 38 Rama, Ángel, 33, 185, 186, 189

ciudad letrada, 101 discurso de, 194discurso de, áreas problemáticas del, 195 nacionalismo de. v. Cultura suratlánticay

Transculturación nacionalismo, y su, 195 proyecto de, 191 teoría de la dependencia, 190

Ramírez Erre, Marcos, 84 Ramírez, Sergio, 120, 121 Ramos Ju lio , 103, 251 Rasgo suratlántico, 185 Razón

expresiva, 13 Razón (es)

dualista, 12populismo clásico, del, 210

subalternas, 239 transversal, 13

Realidad latinoamericana, campos teoricos, 258 Realismo mágico, 109, 168

literatura poscolonial escnta en inglés, en la, 36 maravilloso, o, 32Poscolonial, 140. v.t. García Marquez,

Gabriel Posmoderna, 140

redefinición del, 140 Reciclaje, 211Reconversión, 45, 49, 108 Red de diferencias, 132 Redemocratización, procesos de, 100 Reescribir, 108Reescritura, 11 ,14 ,125 ,128 ,140 ,145 , 151 Régimen del simulacro, 12 Relaciones espacio-temporales, 98 Relativismo, 225

antropológico, 75 Relecturas, 33 Rennó, Rosanna, 83 Residuo

globalizado, 31significador sin metarrelato, 36

Resistencialatinoamérica, en, 255 subalterna, 9

Reterritorialización, 49, 56, 57, 58 capitalista, 68

Revisión de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, 151

Revisión teórica, 72 Revistas de vanguardia, v. vanguardia Revolución

audiovisual, 219 foucaultiana, 226 imprenta, de la, 212

Ribeiro, Darcy, 185 Ricoeur, Paul, 79Richard, Nelly, 7, 21, 27, 29, 255 Rincón, Carlos, 5 , 6 , 1 0 , 1 1 , 1 4 , 2 1 , 2 2 ,

30, 87, 96, 99, 100, 103, 106,107, 212, 125, 126, 127, 130, 248,252, 253

íncipit, estructura experimental modernadel, 137

Page 284: Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

modernidad-posmodernidad, debate el de la, 107

modernidad-posmodernidad, debates, 97 pastiche, 129posmodernismo crítico del, 131 simultaneidad de lo simultáneo, la no, 10, 21 simultaneidad, la, 11 simultaneidad, no, 10, 80 simultáneo de lo simultáneo, no, 122

Rodríguez Juliá, Edgardo, 95, 105, 122, 125, 129

Romero, Betsabée, 84 Romero, José Luis, 101 Romero, L. A., 181 Rorty, Richard, 26 Rouanet, Sergio Paulo, 94, 124 Rougon-Macquard, ciclo de los, 238 Rowe, William, 68 Rowe y Schelling, 104 Ruffinelli, Jorge, 12, 178 Ruiz, Raúl, 228

sSábato,H., 181Saberes prestigiosos, apropiación de. v. Arlt,

Roberto Saer, Juan José, 124 Said, Edward S., 108 Said, Edward W., 26, 29, 35, 36, 122 Santiago, Hugo, 228 Santiago, Silviano, 22, 94, 99

Conceptos palanca, 99 Sarduy, 211Sarlo, Beatriz, 20, 29, 199, 200, 258

campo intelectual, 191 densidad, 244 discurso del intelectual, 193

espacio cultura] heterogéneo, 196 esquemas dependentistas y nacionalistas, 199 ética crítica, 180intelectual argentino, situación periférica.

v. t. Discurso intelectual político lectura maniquea, alternativa a la, 199 literatura y valor, 230 modernidad periférica, 99 proyecto crítico, 191 valores estéticos, 224, 258

Sarmiento, 237 Sarraute, Nathalie, 234 Sartre, Jean Paul, 206 Scott, Walter, 155 Schoenberg, Arnold, 185 Schorske, Carl E., 178, 183, 184

biografías paradigmáticas, 185 Schumm, Petra, 171 Schwarz, Roberto, 15, 22, 27, 55, 63 Schweder, Richard A., 128 Sebreli, 206Segunda modernidad, 255 Sekula, Allan, 83 Semiosis

barthesiana, 23 colonial, 30

Ser nacional, ensayo del, 187 Shakespeare, William, 232 Simpse, Federico, 242 Simulacro, 28

artes del, 81 Simultaneidades globales, 98 Situación posmoderna, 60 Sociedad(es)

conflicto de voces, en, 231 contemporánea, análisis crítico de la, 233 disciplinarias, 58

Sociología, 159

Page 285: Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

iI

de Ia cultura subalterna, 226 europea, 255 final de ¡a, 159 francesa, 226

Sommer, Doris, 7, 14, 102, 104 Spielmann, Ellen, 11Spivak, Gayatri Chakravorty, 8, 15, 35, 36,

108, 226 Stendhal, 142 Storni, Alfonsina, 183 Subalternidad cultural, 238 Subjetividades, constitución de las, 258 Sublime posmoderno, 28 Subvención, 215Subversión o transgresión escriturai, 32 Sujeto(s), 15, 58

nuevo(s), producción de, 58 poscoloniales, 107producción de nuevos, 68

Sylberberg, 216

T

Tafuri, Manfredo, 223 Talking Heads, 244 Taussig, 25 7 Tecnocultura, 28 Televisión, 212, 218

espacio de la mezcla, es el, 211 vanguardias, y, 213

Teorema de la poshistoria, 130 Teoría(s)

abismo semántico, del, 31 arte, derecho a la, del, 228 comprensión de la, 105 cultural, 94, 95dependencia de la, 192 dependencia, de la, 10, 32, 78, 247

epistema fallido, del, 35 epistética, 24 estéticas, 28homogeneizadoras sobre el

posmodernismo, 130 literaria hispanoamericana, 247 objeto, sin, 216 posmodema, 96 posmodernas, 122 recepción, de la, 181 simulacro, del, 127 sociedad capitalista, de la, 171 f

Teórico en usos desviados, un. v.t. de Cefeau, Michel

Tercer Mundo, definición desarrollista, 25Tesis historicista, 212Texto(s)

coloniales, 248 cruce de, 129 espacio, como un, 179 legitimación del, 143 metaficcional, 153 posmoderno, concepto de, 88 relectura especializada, 33 tradicionales (o clásicos), 226 valor intrínseco, de los, 15

Thompson, E. P., 180, 240, 241 Todorov, Tzvetan. v. Culturas híbridas Toro de, Alfonso, 11 Totalidad

contradictoria, 168 idea de la, 178

Totalizaciones posmodernas, 28 Trabajo científico-crítico, 239 Tradición literaria, 133

premodernista, 133 retorno autoconsciente a la, 133

Transculturación, 20, 30, 192, 249

Page 286: Mojica, Sarah de (comp) - Mapas culturales para América Latina

Tratado de Libre Comercio, 72 Treichler, Pamela, 72 Tristán, Flora, 251 Truffaut, François, 206, 244

uUbicuidad antropológica, 69 Ulla, Noemí, 178Universalidad argentina, v.t. Borges, Jorge Luis Universidades, 100 Ure, Alberto, 20 9 Uso canclinista. v. Larsen, Neil Utopía política, 243 Utopía(s)

cambio y justicia de, 79

V

Valor(es), 15convencionales, 243 cuestión de. v.t. SotIq, Beatriz estético, 14, 15 jerarquizados, 240 pérdida del fundamento del, 231 social y normativo de la literatura, 23 0

Vanguardia(s), 184 clásicas, 214 históricas, 212

Vasena, Krieger, 2 07 Vattimo, Gianni, 24 , 214 Vázquez Montalbán, Manuel, 15 Veloso, Caetano, 228, 236 , 242 Verón, 219Viajeros, relatos (exotistas) de, 103 Vida posmoderna, expansión de la, 27 Videocultura, 26 Vilaltella, Javier, 16

Viñas, David e Ismael, 206 Viola, Bill, 235 Visconti, 20 6 Von der Walde, Erna, 99

w

Walde, Erna von der, 201 Walzer, Michael, 76 Warhol, Andy, 21 6 Weber, Max, 180 Webern, 233 Welsch, Wolfgang, 13 Wenders, W im , 214 , 234 West, Cornell, 144 W hite, Hayden, 179Williams, Raymond, 10 ,1 0 1 ,1 6 1 ,1 7 9 ,1 8 0 ,

186, 223, 224 , 228, 240, 241, 251 Worldliness, 157

Y

Yard, Sally, 83Young, Robert J . C ., 166Yiidice, George, 103, 23 3

zZita Rosa, 24 4Zolà, Emil, 2 38Zona de contacto, 4 , 166

¿HO

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Este libro se terminó de imprimir en el mes de octubre de 2001 con tipo Garamond de 10 puntos sobre papel libro beige de 70 gramos

en la Fundación Cultural Javeriana de Artes Gráficas -Javegraf- calle 50 n° 79-54 Interior 2

Parque Industrial San Cayetano

Bogotá, Colombia.

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Javier Villaltcla ha caracterizado la sum a de artículos que com p o n en este volum en com o la construcción de un nuevo "lugar para la crítica" po r el hecho de reun ir reflexiones p roducidas en Londres, Berlín o N ueva York para qu e sean de fácil acceso en B ogotá, M éxico o B uenos Aires. Este volum en reclam a así un peso específico p ropio: el d e p re tender iniciar una prop ia m em oria d ocum en ta l para p roducir un "efecto d e archivo", pre­sen tando los conceptos de N ésto r G arcía C a n d in i, C arlos R incón y Beatriz Sarlo com o la base de u n cam bio de paradigm as en la crítica latinoam ericana y com o propuestas abiertas a la generación d e más propuestas en el horizon te de una d iscusión intelectual in ternacional.

ISBN 9 5 8 6 8 3 4 1 3 -1

9 7 8 9 5 8 6 8 3 4 1 3 1