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BOLETÍN LITERARIO “Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas…” ESO Y BACHILLERATO Junio 2009 Colegio Ntra. Sra. de Loreto. General Aranaz, 66 28027. Madrid 1

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BOLETÍN LITERARIO

“Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas…”

ESO Y BACHILLERATO

Junio 2009

Colegio Ntra. Sra. de Loreto. General Aranaz, 66

28027. Madrid

1

CONCURSO LITERARIO

VIRGEN DE LORETO 2008-09

RELACIÓN DE PREMIADOS

1ª Categoría. Alumnos de Bachillerato

Primer Premio: Aires que se agotan MARÍA CARRAMIÑANA MOYA, 1º C1

Segundo Premio: Bajo la lluvia

IRENE CANTIZANO BESCÓS, 2º C2

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2ª Categoría. Alumnos de 3º y 4º de ESO

Primer Premio: Camino al Hades PAULA GONZÁLEZ NAGORE, 3º ESO B

Segundo premio: “Inálbicos”, sí, pero españoles

ARACELI GONZÁLEZ SÁNCHEZ, 3º ESO C

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3ª Categoría. Alumnos 1º y 2º de ESO

Primer Premio: El anillo mágico JUAN CARLOS CALVO PÉREZ, 1º ESO B

Segundo premio: La primavera y las hadas

JIMENA AZNAR RODRÍGUEZ-PARDO, 1º ESO A

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Primer Premio del XXVI “Concurso de poesía y Cuento Miguel Hernández” Colegio de Licenciados de Filosofía y Letras de Madrid: Viajando bajo tierra

MARÍA CARRAMIÑANA MOYA, 1º C1

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LA ÚLTIMA PÁGINA: “Madrid Sin Palabras” (varios autores)

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PRESENTACIÓN

“Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y el más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de la naturaleza…”

Estas eran las palabras de Cervantes con las que en el Boletín Literario del 2008 se invitaba a los lectores a disfrutar de la inventiva de sus compañeros y, a la vez, a que no fueran lectores solamente. Por los premiados se infiere que algunos creadores han vuelto a repetir pero también hay nuevos nombres en el “parnaso loretano”. Felicidades a todos, especialmente a Irene Cantizano, que este año se incorpora a la Universidad, y a María Carramiñana por el premio conseguido en el concurso del Colegio de Licenciados de Madrid. Esperamos que otros creadores se unan en el 2010 a Paula González, a Araceli González, a Jimena Aznar y a Juan Carlos Calvo.

Sirvan de estímulo para la creación el poema Underwood Girls de Pedro Salinas dedicado a las teclas de una máquina de escribir como metáfora de la creación y El elogio del aficionado, artículo del novelista Javier Cercas a partir de otro libro de reflexión literaria del poeta Pedro Salinas:

Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas. Entre todas sostienen el mundo. Míralas, aquí en su sueño, como nubes, redondas, blancas, y dentro destinos de trueno y rayo, destinos de lluvia lenta, de nieve, de viento, signos. Despiértalas, con contactos saltarines de dedos rápidos, leves, como a músicas antiguas. Ellas suenan otra música: fantasías de metal valses duros, al dictado. Que se alcen desde siglos todas iguales, distintas como las olas del mar y una gran alma secreta. Que se crean que es la carta, la fórmula como siempre.

Tú alócate bien los dedos, y las raptas y las lanzas, a las treinta, eternas ninfas contra el gran mundo vacío, blanco en blanco. Por fin a la hazaña pura, sin palabras, sin sentido, ese, zeda, jota, i…

Pedro Salinas (De Fábula y signo)

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ELOGIO DEL AFICIONADO, Javier Cercas Leí este libro* de Pedro Salinas a los 18 años, y al instante decidí hacerme hispanista. Por una vez -y sin que por desgracia sirviera de precedente-, el hispanismo estuvo de suerte, porque mi propósito no pasó a mayores. Hay que atribuir la responsabilidad de este triunfo a un joven profesor de literatura, hoy catedrático ilustre, a quien llevado por mi entusiasmo asalté al terminar la clase. "Bah", me contestó, con un mohín de asco. "Ése no es el libro de un filólogo; es el libro de un aficionado". Por supuesto, el joven profesor tenía razón, pero apuesto a que a estas alturas de la bibliografía el ilustre catedrático añora como el que más un modo de ejercer la crítica literaria que sólo estuvo al alcance de los mayores hispanistas y que, en su sabiduría siempre pertinente, en su gusto infalible y su elegancia sin adornos, este libro ilustra como muy pocos. Por lo demás, permítaseme ahorrarme la necedad de afirmar que se lee como una novela, entre otras cosas porque se lee muchísimo mejor -con más placer, interés y provecho- que muchísimas novelas, incluidas desde luego las del propio Salinas.

Desde casi todos los puntos de vista, Salinas es un poeta casi opuesto a Manrique, y quizá por eso es capaz de detectar en sus versos virtudes que otros menos alejados de ellos fueron incapaces de detectar. Como Garcilaso y Aldana -que a ratos recogieron su vena elegiaca, aunque infectándola de la molesta retórica petrarquista-, Manrique murió joven y peleando, que es la única forma noble de morir. Esto lo convierte, de entrada, en un poeta simpático; vale decir que también fue un poeta limitado, y que en esa limitación reside su grandeza.

Su poesía sólo conoce dos temas: el amor y la muerte. Si se hubiera limitado al primero, no pasaría de ser un poeta menor, uno más de esos ingeniosos, convencionales y agradables poetas cancioneriles que amenizaron el turbulento reinado de Enrique IV; pero, como todo el mundo, además del amor Manrique también conoció la muerte,

y eso le hizo un poeta infinitamente más profundo. Por eso en el ensayo de Salinas la parte del león se la lleva la lectura minuciosamente iluminadora de las Coplas. Éstas, lo recordaré, no estaban a la vanguardia de la literatura de su época, un lugar que ocupaba el verso latinizado, olvidable y altisonante de Mena, por cierto casi treinta años mayor que Manrique; tampoco aportaban novedad sustancial alguna, ni en lo formal ni en lo conceptual.

¿En qué consiste entonces la originalidad de su grandeza? Sabemos que en literatura, como en la materia, nada se crea ni se destruye, sino que sólo se transforma, y Picasso dijo que ser original no consistía en no parecerse a nadie, sino en parecerse a todo el mundo. Ése viene a ser el diagnóstico final de Salinas: la genialidad de Manrique reside en el modo en que asimila a fondo una larguísima tradición elegiaca, incorporándosela y recreándola con fines absolutamente propios. Por eso, concluye Salinas, en las Coplas todo es tradición y todo es novedad. Ahí es nada: dos supersticiones centrales e interconectadas de la modernidad -la de vanguardia y la de originalidad- saltando hechas añicos de un solo plumazo... En fin: ése es el tipo de cosas que uno aprende a los 18 años -y ya no olvida nunca- cuando lee lo que un aficionado escribe sobre el poema acaso más grave y más limpio de la lengua.

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* Hace referencia a la reedición del clásico libro de Pedro Salinas sobre la poesía de Jorge Manrique, con sus

temas del amor y la muerte.

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AIRES QUE SE AGOTAN I Premio, I Categoría

María Carramiñana Moya, 1º Bachillerato C1

Ella está ahí, temblando de alegría, de nervios, con una sonrisa que le cubre la cara de oreja a oreja. Dientes blancos y perfectos que esconden un miedo infinito, miedo a estropearlo, a no saber como reaccionar. Sus piernas comienzan a moverse, intranquilas, tras esos pantalones de pitillo nuevos que ha comprado, exclusivamente reservados para ese día. Su camiseta preferida no le fallará, está segura, y por eso decide relajarse. Comienza a sacar de su bolso todo lo que ha guardado antes; al fin lo encuentra, un pequeño espejito. Lo abre y coquetea con su reflejo, se acicala el largo pelo castaño que brilla ahora con más fuerza que nunca. Sí, definitivamente se siente segura, pero nota como la saliva cae por su garganta al tragar, nota como algo hace que su respiración ahora sea entrecortada. Un segundo, y pronto, ve sus ojos plasmados en la pequeña superficie reflectante. Se observan ambas, belleza lisa, inerte, y sentimientos en tres dimensiones. De pronto, el timbre de la puerta se transforma en rayo de sol iluminando unos mares ya descubiertos, arrebatadores, con esa discreta sombra de ojos. El pomo de la puerta gira tembloroso y quizás expectante por descubrir qué sucederá.

Él entra en la habitación y saluda a sus sonrosadas mejillas con un delicado beso. Hoy se ha echado el perfume que le gusta,

dulce, como ella. La mira a los ojos. Está guapísima, más que nunca. Nota como su piel se ruboriza. En unos instantes su mente se aleja, se imagina junto a ella, han pasado los años, forjados de amor, de tiernas miradas, de un “para siempre”, de recuerdos. Entonces despierta. Se descubre sentado junto a su chica.

Los dos se miran. No saben qué decir, cómo reaccionar. Se leen la mente, los labios. Sus manos se tocan, y, ahora sí, se hacen uno. Ella controla la situación.

Oscurece. Fuera, la luna ya ha salido y comienzan a palpitar las estrellas, curiosas. Lo mira, y él se sumerge en su cielo para acallar la voz de las constelaciones, que susurran atónitas.

Los faros de luz se apagan, y entonces él también cierra los ojos. Escuchan en el silencio el latido de sus corazones inexpertos. Sienten más que nunca. Poco a poco, van notando cómo el aire que respiran se agota. El perfume de ella lo embriaga. Unos pequeños dedos encuentran refugio en la cara del chico. Sus rasgos son

marcados y duros. La luz de una farola que brilla fuera ilumina sus contornos, todavía separados. Falta oxígeno entre los dos, y como apoderados por un deseo de supervivencia, se funden generosamente en el otro. Arrebatando y cediendo sus inocentes labios a ese beso. A su primer beso.

Fotografía de Henri Cartier-Bresson

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BAJO LA LLUVIA II Premio, I Categoría Irene Cantizano Bescós, 2º Bachillerato C2 La vieron caminando de noche bajo la lluvia de marzo, y su tenue figura se enredaba en la luz macilenta de las farolas. Sus pasos pequeños, vacilantes como los de un niño que aprende a andar se burlaron durante un trecho de la prisa,

y súbitamente, se detuvieron. La vieron entonces sentarse lentamente en medio de la carretera, y aunque en la acera un sauce mecía sus ramas sin que soplara el viento, ya no se extrañó nadie. La besó una vez más, y una vez más se preguntó que era lo qué estaba haciendo, y una vez más se respondió a sí mismo hundiendo con aún más fuerza los dedos en la espesa maraña empapada de su cabello. Fuera ruido, dentro ruido, voces confundiéndose, gritos cada vez más gritos, la lluvia martilleando el asfalto, los coches, los pasos, todo es ruido cada vez más fuerte, cada vez más profundo y ella se queja, trata de apartarse, le está haciendo daño y él se vuelve loco, le clava los dedos en el cráneo, la muerde y el ruido crece, crece hasta devorarle. Luís abrió los ojos del sueño a la oscuridad y maldijo al recordar que no quería estar despierto. Así que después de tres copas y treinta minutos que no recordaba haber gastado se descubrió a sí mismo en el sofá y se puso a repasar el día, mordiéndose los dedos con saña por cada error cometido; y finalmente, tras recapacitar y concluir aliviado que al menos de lunes a sábado los días aún le sabían a sucedáneo de satisfacción vital, decidió llamar a su madre. -Luís, hijo, ¿qué pasa?, ¿ha pasado algo? ¡Son las dos de la mañana!- pero él sabe que no está preocupada y que ni siquiera la ha despertado. -Bueno, te iba a llamar…, se me pasó la hora… ¿qué tal estáis?, ¿qué tal está papá?, ¿qué...? -Bien, bien, hijo, bien, bueno ya te llamaremos mañana. Y a pesar de sí mismo la interrupción y la impaciencia no disimulada fueron ridículamente dolorosas durante unos instantes. -Adiós mamá. Consideró perderse otra vez o ser serio o hacer estallar a carcajadas todos los cristales de la ciudad, e incluso vivir un rato, o cualquier otra manera que le salvara de la náusea en al que se le había atragantado la realidad; pero con un ademán lo apartó todo y sonriéndose a sí mismo supo que este fin de semana sería distinto: volvía a casa. Aquella mañana Carmen volvió a mirar el álbum de fotos y a creer que los días traerían luz y evitó entrar en las habitaciones vacías. Se hacía feliz, pensar en la comida que iba a preparar, en los programas que iba a ver y en las personas a las que iba llamar: Luís vendría y se comería las galletas, sería un buen día y se iría a la cama satisfecha. Salió a regar las plantas y se le escapó una sonrisa porque olía a primavera. Consiguió esquivar lo inevitable treinta veces antes de llegar al baño, pero justo entonces se lo encontró de frente en el pasillo y de repente ya no hubo primavera ni luz: -Buenos días…- se le había secado la garganta. -Carmen, no sé que me pasa, tengo mucho sueño, es…- Pero al mirarla sintió que estar allí, hablando con ella e intentando contarla que desde hace días no conseguía despertarse del todo, era absolutamente ridículo, y sin rozarla siquiera siguió adelante por el pasillo. Carmen cerró la puerta con cerrojo y apoyó la espalda en la pared agarrándose al lavabo… ¿Por qué no podía haberse quedado en al cama? Al cabo de unos segundos volvía a respirar. “Todo empieza y acaba., mi amor, como el reflejo de la luna en la fuente, las estrellas que mueren y caen sobre mí como antes sobre nosotros, amor…Tengo que aprenderlo todo, como un niño que

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nace cada mañana y muere al anochecer. Nuestra historia… ¿existe? Yo la he ido tejiendo en el telar de mi memoria, un diseño sencillo y sin embargo, mi mayor creación. He añadido matices de ofensa y desacuerdo al entramado de amor, soledad, miedo y alegría. Bordo pequeños motivos de dolor, pasión, celos y abandono. Te quise y me avergüenzas, pues no eres sino el espejo de mis faltas. Fuiste todo y ahora ya no puedo mirarte a la cara. Tantos años…Hay tantos mundos fuera y sin embargo, ¿cuántos llegarán a existir? Después de todo el universo apenas dura más de ochenta años. Ayúdame a amarte, ayúdame.” Una vez leyó algo parecido y ahora se aferra a esas palabras, se han convertido en un mantra, la única manera de contener la marea. Ya no le quiere, es cierto, y lo puede soportar. Susurra sus palabras con rabia, y su desesperación la abrasa; el momento pasará una vez más, volverá a ser ella, y todo estará bien. Casi…Pero entonces se mira al espejo y su reflejo no al reconoce...y eso, eso ya es demasiado. La verdad irrumpió de golpe tras años de calma, personas, luz, tristeza, que pasaron por su piel sin tocarla y entonces vio que fue mucho a lo que renunció, mucho lo que vivió, demasiados los gritos que no desgarraron sus entrañas e insoportables las lágrimas que no derramó. De repente sintió que nada en general y todo en particular era mentira, su felicidad y su pena, su soledad, su amor, su casa, el suelo que pisaba, los recuerdos que manoseaba en los ratos que huelen a tiempo. Y tuvo que sentarse en el váter porque la certeza de que no creía en nada amenazaba con aplastarla contra el suelo del baño. Recuerdos de instantes eternos atrapados en el telar de sus días, todo aquello, ¿qué era?, sólo un suspiro en el viento, no valían más que las lágrimas que no fue capaz de derramar y ahora estaba condenada a seguir haciendo galletas y a sostener la mano extraña de un hombre al que no conocía pero con el que llevaba viviendo veinte años…y no importaba, lo aceptaría si tan sólo fuera capaz de llorar y de arrancar la pared con las uñas. Ni siquiera intentó llorar, sabía que en sus ojos no habría lágrimas. Aquella mañana Juan se levantó de la cama con sabor a melocotón en los labios y, a pesar de sí mismo, se puso a escribir, y quizás estaba dormido porque él nunca haría algo así. Sabía que no tiene mucho tiempo, sabía que se estaba volviendo loco y que eso era terrible, y sin embargo, no se sentía especialmente desgraciado mientras su mano bailaba, corría, volaba sobre el papel, y sobre las sábanas cuando no queda papel, desbordando renglones con palabras que no son suyas, ahogando el espacio y escorándose más y más hacia la indecencia. Fresas del color del cielo de verano y escorpiones que entonan poemas de viento y de agua. Besos de sal y arena y ancianos moribundos sonriendo bajos los almendros. Todo era absurdo. Todo era cierto. A veces creía despertar, y dibujaba en el vaho que dejaba su aliento sobre el cristal. Se borraba, respiraba, volvía a dibujar. Las horas bailaba y se confundían. Lejos, las luces iluminaban el invierno. Lejos, la gente caminaba sin rumbo y se apiñaba buscando calor. La yema del dedo acarició el cristal helado. Lejos, el tiempo pasaba. Y muy despacio, muy despacio, se volvió a deslizar…Entonces la realidad se escurrió por las paredes, como papel pintado arrancado por una riada Y entonces pudo intentar algo distinto, mientras jugaba a encontrarse en la oscuridad. Juan llegó al anochecer y cuando tras el feliz reencuentro, tras tres puertas separadas por tres metros y demasiados años de silencio, los tres contemplaban como se desmoronaba el decorado de sus propias existencias, alguien tomó una decisión. Carmen caminó bajo la lluvia, la luz amarilla y repugnante derramándose sobre su figura oscura.; y sin embargo, más allá de los mechones enredados que ocultaban su rostro, una sonrisa. Juan y Luís la vieron caminar y detenerse aterida en medio de la calle, abrazándose con fuerza la espalda.

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Lentamente se sentó en el suelo y entonces… algo cambió en el centro de todas las cosas. Las estrellas se detuvieron un instante en su viaje hacia la eternidad, una bombilla estalló, los árboles, las palabras, la realidad se agitó, se resquebrajó, y por fin, dos lágrimas saladas se perdieron entre la lluvia. Cuando por fin la alcanzaron estaba llorando y riéndose a la vez; les abrazó temblando y alguien susurró: - Creed.

CAMINO AL HADES

I Premio, 2ª Categoría

Paula González Nagore, 3º ESO B Alejandro, amigo mío, yo, Filotas hijo de Parmenio, te escribo desde la más profunda y absoluta oscuridad del Hades, para sincerar mis hechos realizados en vida. Jamás habría imaginado, en el mejor de los casos, haber muerto de esa manera: traicionándote, a pesar de todas las crueles y malvadas acciones que los dioses me obligaron a realizar por el bien de la campaña contra Persia. Lees en sueños este mensaje, Alejandro, porque sólo de esta manera puedo contactar contigo, ya que estoy en las puertas de Bronce, escuchando los ladridos del perro Cerbero, y viendo a los muchos compañeros que perecieron conmigo en la batalla, cruzando esa puerta y desapareciendo como el humo. Te pido por favor, que me oficies los funerales, ya que quiero cumplir el castigo que me espera, con mucha seguridad, en el Tártaro. Mis crímenes han de ser revelados y castigados, pero no te pediré que me perdones, por todo lo que la diosa Afrodita y su hijo Eros hicieron en mí aflorar. Todo comenzó cuando desembarqué en Alejandría. Con mi condición de Parménida, me acogiste, como general de la caballería pesada. Pero el mejor día de mi vida fue el que nos reunimos por primera vez todos los generales en tus jardines, porque allí fue donde vi a Afrodita reencarnada en mujer. Era distinta, exótica, o quizás la razón de mi ensimismamiento era que esa mujer era persa, en cualquier caso me fascinaba esa belleza embrujada. Noté que me miró por un instante, pero apartó sus ojos, ruborizada. Sonreí al ver que cuando giró la esquina me volvió a mirar, pero esta vez una señora le llamó la atención. Lo que más me fascinaba era su aroma embriagador.

Dos semanas después de eso llegaste tú de los funerales de Arrhivas. Acuérdate del gran banquete que dimos en tu honor: esas grandes bestias de cuatro patas y colmillos prominentes paseaban por los enormes jardines de palacio. Desde ese encuentro no había vuelto a verla, ¡qué larga se me hizo la espera!, pero aquella noche volví a encontrarme con su divina figura, pero sus ropajes se habían vuelto oscuras y tristes, nada que ver con el color de antes. En aquel momento no lo supe, pero inmediatamente lo anunciaste: te ibas a casar con ella, con el fin de que los persas comprendieran nuestros “fines culturales” y no los bélicos. En los siguientes días no la vi, y su perfume casi ya no se percibía en el aire. Entonces, en uno de mis paseos para admirar el atardecer persa, la vi dirigiéndose a tus aposentos. En un principio no me

pareció extraño, pero al ver que parecía nerviosa al entrar decidí ir a ver lo que pasaba. Cuando abrí la puerta la tuve, tan cerca, que mi corazón palpitaba a una velocidad tan alta que no podía respirar. Ella se sobresaltó, y dejó caer un frasco que se rompió. Intentó escapar, pero la detuve. Se arrodilló ante mí y me suplicó que no dijera nada, que la habían obligado a hacerlo. Entonces fue cuando entró mi padre; que

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alarmado por la situación, equivocada, de traición, me dijo que debía matarla antes de que tú descubrieras sus planes de asesinato. Y así, cumpliendo la orden de mi padre, muy a mi pesar, la llevé fuera del palacio. Llegamos a un claro con un pequeño lago fuera de la ciudad. Jamás pensé que habría tenido que realizar tal crimen. No quise mirarla, me resultaba muy duro, y sabía que si volvía a ver sus preciosos ojos, Afrodita me haría traicionar al rey a quien juré fidelidad. Ella se acercó a la charca, y comenzó a tocar el agua. Yo me di la vuelta y le dije que se arrodillara, y ella obedeció con movimientos lentos. Sin dudarlo un segundo se descubrió la parte del hombro izquierdo, y giró el cuello hacia la derecha, preparada para el momento. Yo me acerqué y coloqué mi espada sobre su clavícula. Apoyé la otra mano sobre la empuñadura, me disponía a descargar la fuerza sobre su piel…, cuando la vi, reflejada en el lago junto a mí, y mi mano se detuvo. Tiré la espada al suelo y me maldije mil veces por no haberlo hecho. Viendo mi reacción ella se levantó, y me miró de nuevo, y desde ese mismo instante supe que jamás dejaría que le hicieran daño alguno. Volví con ella sin haber cruzado palabra alguna, sabiendo que, cuando mi padre la viera, me echaría en cara haber traicionado mi juramento de mantenerte a salvo, y sabía que ella no dudaría en volver a intentarlo. Durante los siguientes días estuve muy pendiente de sus movimientos, pidiendo a Zeus que no la obligara a hacer algo que acabase con su vida. Una noche, en la que no podía dormir, salí a mirar las estrellas desde la oscuridad del jardín. La luz de tus aposentos estaba aún encendida, pero no pensaba en tu estado, si no en el de ella. Quise pensar en otra cosa, por lo que me alejé corriendo hasta que ya no divisara esa maldita luz. Me senté en un banco, y enterré mi cabeza entre mis manos. Entonces escuché un ruido proveniente de la maleza de setos. Con cuidado, me acerqué con la espada desenvainada, aparté las ramas y… ¡no! Estaba allí. ¡Por qué los dioses me castigaban con el deseo de la traición!, entonces me fijé mejor y la vi asustada, tenía magulladuras en los brazos y las mejillas hinchadas. Me llevé la mano a la boca. Rápidamente guardé la espada, y le ayudé a levantarse. Intentaba evitar mirarla a los ojos, pero fue inútil, ya que en ese momento no llevaba velo, y vi su cara totalmente descubierta, por primera vez. No sabía qué hacer, pero no me dio tiempo a pensarlo, ya que ella me abrazó con fuerza. Me sorprendí, pero lo único que hice fue corresponder ese abrazo. Durante los siguientes días, ella siguió acercándose más a mí. Pero yo, desconcertado por este cambio de actitud, no sabía si responder a su acercamiento, o alejarme lo más lejos que pudiera. Todas las noches sufría quedándome en mis aposentos, y sintiendo cómo su aroma se hacía cada vez más fuerte. Sabiendo que estaba al otro lado de la puerta y que en cualquier momento podía abrirla y dejarla pasar, pero mi honor lo impedía. Luego comenzó a ser peor, porque era yo quien, al no sentir su perfume embriagador, me quedaba la noche entera frente a la puerta de tus aposentos, sólo para poder percibirlo. Pero me enfurecía saber que todas las noches compartías su lecho, y no yo. Durante el día, y en las reuniones, se escondía detrás de alguna celosía para espiarme. Y en esos momentos me distraía y la buscaba con la mirada, al sentir su fragancia. Y luego yo, hacía lo mismo cuando se bañaba, o se recogía en sus aposentos. ¡Me estaba volviendo loco! Me producía una sensación insufrible cuando, en las fiestas y entre la gente, sin querer rozaba su brazo desnudo y sentía su piel. Luego llegó esa larga temporada en la que fuimos al encuentro de Darío III en la batalla de Gaugamela el 1 de octubre del año 331 a.C. Ella se quedó en Alejandría, y todas las noches me dormía mirando al cielo y preguntándome qué estaría haciendo en ese momento. En la batalla me hirieron con una flecha en el hombro. Recé a Hermes para que no me condujera al Hades, ni para que las Parcas cortaran mi hilo de algodón, el de los desgraciados. Cuando regresamos, el gran desfile que realizaron en nuestro honor estaba finalizado por su presencia en las escaleras del palacio. Entonces sus colores volvían a ser alegres: rojos, verdes y amarillos eran los elegidos para ella y sus damas de compañía.

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Yo me encontraba a tu derecha, como general de la caballería, y aún con las vendas de las heridas. Te bajaste de Bucéfalo, y ella fue a abrazarte. Pero su mirada se dirigió a mí, y su expresión cambió totalmente al ver los vendajes. Todos nos retiramos a nuestros aposentos después de la fiesta organizada por la victoria. Yo me desanimé al perder su fragancia. Esperé, hasta bien entrada la noche, por si pasaba al lado de la puerta, pero el cansancio y el vino hicieron que me durmiera. Al despertar por la mañana mis vendas habían sido renovadas, y su fragancia se olía en el aire. No quise pensarlo. Bajé a saludar a todos, que ya estaban en la reunión, pero me disculparon el retraso al ver las vendas nuevas. No atendí a nada de la reunión, esperando a que llegase allí para espiar, como de costumbre, pero no vino. La verdad es que no la vi en todo el día, ni siquiera en la cena, en la que siempre estaba contigo. Me retiré a mi habitación, pero no dormí, estuve pensando en donde estaría ella, pegado a la puerta y pidiendo a Afrodita que la hiciera venir, pero no pasó nada. Durante los siguientes días se repetía la secuencia: me dormía a altas horas de la noche, y por la mañana, e inexplicablemente, alguien me había cambiado los vendajes. Pero lo que si cambió era que, de vez en cuando, la volvía a ver. Durante las fiestas se acercaba a mí y me miraba. Otras, me acariciaba el brazo con su mano cuando pasaba de largo, y yo me estremecía. Volvía a oler su fragancia por las noches al otro lado de la puerta. Pero un día, concretamente el 16 de enero del año 332 no apareció por la noche, y me decepcioné. Sin poder soportarlo, me acerqué a tus aposentos, pero tampoco estaba allí. Así que regresé a mi habitación, y me acosté. En medio de la noche, su aroma volvió, me desperté, pero ni me levanté ni abrí los ojos, sólo disfruté del momento. Entonces, noté que alguien me comenzaba a quitar los vendajes con sumo cuidado y delicadeza. Me limpió la herida y me volvió a vendar. Al terminar de hacerlo pensé que se iría, pero comenzó a acariciarme la mejilla. Abrí un poco los ojos y allí estaba ella, con el rostro cubierto, pero sus inconfundibles ojos me hicieron reconocerla ¡Reconocerla!, es increíble que todavía no supiera su nombre. Pero me estremecí al ver que, de repente, retiró el velo de su cara, respiró hondo y comenzó a besarme. Sresistirme: la rodeé con mis brazos. Ella se sobresaltó cuando lo hice, pero no hizo nada. Me incorporé un poco y cogí con mi mano su mejilla. Noté cómo se estremecía, por lo que alejé un poco el rostro. Ella bajó la mirada. No hablábamos, porque no hacía falta, pero estaba claro que no me entendería si le decía que desde el primer momento en que la vi, mucho antes de vuestro compromiso, me enamoré perdidamente de ella. Me miraba, y yo a ella también, por eso no hizo falta decir nada. Me abrazó, apoyando su cabeza en mi hombro. Yo comencé a oler la embriagadora fragancia que desprendía su pelo. Tras estar así durante unos minutos, ella comenzó a besarme el hombro. Yo acaricié su espalda y, en respuesta, ella fue subiendo por el cuello hasta que sus labios encontraron los míos.

entía su pasión, por lo que no pude

Esa noche durmió conmigo, pero no pasó nada más. Por la mañana cuando desperté ya no estaba, pero las sábanas aún guardaban su esencia. Al llegar a la reunión, tú nos anunciaste que íbamos a encaminarnos hacia Egipto porque íbamos a iniciar una nueva campaña en Asia. No me gustó nada, porque eso significaría que ya no podría estar con ella. Después, salimos a dar un paseo por los jardines. Íbamos charlando mi padre y yo de la renovación del equipo de la caballería. Entonces Lisímaco llamó a mi padre, y él fue a hablar con él. Yo me quedé pensando. Una esclava se acercó a mí y me dio una carta. Estaba escrita en griego, claro, escrita por ella. Eso significaba que hablaba mi idioma. Bueno, eso facilitaba la situación. La leí: “Necesito verte. Quiero despertar contigo cada mañana, y que seas mío, porque no puedo vivir sin ti”. La mujer que me había traído la carta me dijo que me estaba esperando, en mis aposentos. Pensé, y como excusa, dije que me encontraba débil y que debía descansar. Cuando perdí de vista a todos comencé a correr. Al llegar, abrí la puerta con brusquedad y la busqué con la mirada, pero no la veía. Entonces se oyó cómo se cerraba la puerta. Me di la vuelta y allí estaba; como siempre, con esos ojos negros, que me disparaban el corazón. Se acercó a mí y sonrió. Yo sin pensarlo ni un momento corrí hacia ella, y cuando me

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planté delante de ella, la cogí en brazos la pegué contra la pared y la besé. Ella hizo lo mismo, con tal frenesí que no sabía si me estaba consumiendo, con sus labios, quitándome la vida. Pero no fue así, la bajé, ella me rodeó el cuello con sus brazos, y yo hice lo mismo con su cintura. Ella me acarició la mejilla. Yo rehusé, y le conté lo acordado en la reunión. Ella se rió, y yo no comprendí por qué. Entonces me contó que ella también iba a ir, por lo que le pregunté por qué. Bajó la mirada y me dijo que tenía que matarte. Yo le supliqué que no lo hiciera, y ella me dijo que tendría que matarla para que no lo hiciera. Me partió el corazón en dos. Se lo pedí de nuevo, y ella volvió a decir que no. Continuaba y continuaba pidiéndoselo, pero ella, cansada, se acercó a mí y me besó el cuello. Maldije mil veces a Afrodita por haberla dicho en sueños que no me podía resistir a eso. Con mi voluntad controlada por la flecha de Eros, la besé y la hice mía, tal y como sus ojos me solicitaban. No podía resistir más tiempo sin poner nombre a mi ángel. Por lo que se lo pregunté: ¡Roxana!, un nombre precioso. No salimos en todo el día de la habitación. Tres días después de aquello salimos en dirección a Egipto. Todas las noches Roxana volvía a mi tienda y se desahogaba de todo lo que hacías tú. Me dijo que sospechaba que tú tenías a Hefestión como amante, y que muchas noches la obligabas a salir de la habitación y a abandonar su lecho para dejarle espacio a él ¿Cómo pudiste hacerlo?, ella es una diosa, que hasta que la despreciaste y acudió a mí, estuvo muy dispuesta a serte fiel. Te pido por ese motivo, que no cargues represalia alguna sobre ella por ser el móvil del juego de los dioses. Por un motivo o por otro, yo la amaba, y créeme que intenté por todos los medios que olvidase su misión de venganza. Daba igual que ya lo hubiese hecho otras veces, pero cada vez que acariciaba su brazo, su pierna, o su costado me estremecía. Sus besos en mi hombro y en el cuello me erizaban la piel. Y sabía que a ella le pasaba lo mismo, buscaba mis abrazos, y el calor que le faltaba. Mi vida había sido oscura, hasta que llegó ella; y fue desgraciada, hasta que compartió su lecho conmigo. Algunas noches simplemente venía a estar conmigo, sólo quería compañía. Pero no cambiaba de parecer respecto a su plan de asesinato. Un día, te estaba buscando, y me dijeron que estabas en tus aposentos hablando con Casandro. Cuando entré sólo estaba Roxana, con Casandro, y estaban preparando tu asesinato, Alejandro. Calumnié horrorizado a aquel hombre que se hacía llamar tu amigo. Luego le pregunté a Roxana por qué lo hacía, a lo que me respondió que era por todas las vidas que tú, Alejandro habías quitado. Ordené a Casandro que se fuera, y él advirtiéndome que era lo mejor, se fue. Me giré hacia Roxana, y le quité el frasco de veneno. Ella se arrodilló en el suelo y me dijo: “Sé que me amas, y que siempre boicotearás mis intentos de acabar con la vida de Alejandro. Pero jamás dejaré de intentarlo una y otra vez hasta que lo consiga”, y destapándose el hombro izquierdo, como aquella vez en el claro dijo: “Una vez te dije que tendrías que matarme para que yo no mandara a tu rey a los infiernos, así que esta vez no dudes, y acaba con mi vida”. Las lágrimas corrieron por mis mejillas. Así que con el corazón partido, desenvainé mi espada y la alcé sobre su cabeza. Al ver que el momento se retrasaba, Roxana me miró suplicando que terminara con su vida, haciendo que viera sus ojos, impidiéndome hacerlo. Me arrodillé, maldije mi existencia, y lancé mi espada al otro lado de la habitación. “No puedo matarte” dije entre lágrimas, “te amo demasiado como para hacerte daño”, apoyé mi cabeza sobre sus piernas, “Eres el mayor regalo que me han dado los dioses, pero también mi mayor maldición”. Ella levantó mi cabeza y me besó. En ese instante, Hefestión entró en la habitación y nos descubrió. Y no sólo eso, también vio en mi mano el frasco de veneno. Sacó la conclusión de que era yo el que quería matarte. Me llevaron prisionero y te contaron mi traición, por lo que me condenaste a muerte.

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Pedí a una dama de compañía de Roxana, que le hiciera llegar después de mi muerte esta carta: “Amada mía Roxana, las Parcas se preparan para cortar el hilo de mi vida; el que antes de conocerte era de algodón, pero ahora es de seda, el cordón de las almas felices, y lo único que desearía más que nada en el mundo es verte por última vez para despedirme de la única persona a la que he amado. Doy mi vida por ti, porque Afrodita me embrujó, haciéndome inconsciente cada vez que veía esos preciosos ojos tuyos, u olía la exótica fragancia de tu pelo. Pero no quiero que llores, porque yo bajo a los infiernos, y allí te esperaré hasta que vengas, ya sea por asesinato, por enfermedad, o porque la vejez te consuma. Pero yo te seguiré amando siempre. Extrañaré tocar tu piel o rozar tus labios. Las noches que pasabas conmigo, en las que estaba en armonía con el mundo. Quiero que vivas en paz, que vuelvas a compartir tu lecho con Alejandro. Se me ha aparecido Era en forma de pavo real, y me ha dicho que esperas un hijo mío. Quiero lo mejor para él, y por eso quiero que digas que es de Alejandro, y no mío, ya que, siendo el primogénito, no tendrá más remedio que nombrarle su sucesor. Además, así te tendrá más en consideración. Te quiero con toda mi alma, por toda la eternidad.” Al día siguiente, me ataron a un mástil en medio del campamento. Todos estaban presentes, incluso ella. Que se había vestido de negro. A su lado estaba Hefestión, del que espero que no mencionara nada de lo ocurrido. Me preguntaste si quería decir algo antes de mi muerte, por lo que advertí: “El amor es una senda difícil de recorrer, en el que los obstáculos se van haciendo más difíciles cuando avanzas. Pero no neguéis a la persona a la que amáis, puesto que, aunque sus planes traicionen tu honor, no puedes evitar seguir amándola. Y eso me ha llevado a la muerte. Pero te pido estés donde estés, que no llores por mí, porque moriré de la manera más hermosa: salvando a la persona a la que amo.”, y así, la lanza se clavó en mi pecho, quitándome la vida, y haciéndome bajar, llorando, Camino al Hades.

INÁLBICOS, SÍ, PERO ESPAÑOLES

II Premio, 2ª Categoría

Araceli González Sánchez, 3º ESO C

“No sé qué escribir”. ¿Les suena? Es una lamentación muy frecuente entre periodistas, escritores y demás personas dedicadas al mundo de la literatura, ese arte complejo que proporciona la mayor de las satisfacciones cuando uno está inspirado y la más grande de las frustraciones cuando le dan la espalda las musas. Y es que a mí el solo hecho de ponerse ante la pantalla virginal de un ordenador ya me merece un gran respeto. Que no todo el mundo lo

reconoce, pero es un hecho sobradamente comprobado que en el gremio de los literatos mucha gente padece lo que yo llamo “inalbitis”, esto es, tendencia a quedarse en blanco, así como “inalbifobia”, o miedo a que esto ocurra. Además, como ustedes habrán constatado, para llevar a cabo una obra literaria no sólo hace falta inspiración e imaginación, sino que también es necesario gozar de una adecuada capacidad de expresión.

Hace poco leí un artículo en el que se hacía referencia a las escasas aptitudes expresivas de los estudiantes de educación secundaria españoles, así como a nuestros malos resultados en comprensión lectora. Esta deficiencia, según los expertos, es la causante de que España esté a la cola de Europa en lo que a educación se refiere. De nada sirven entonces las múltiples reformas y contrarreformas educativas que se vienen llevando a cabo en nuestro país en los últimos años. ¿Dónde quedan todos esos pomposos discursos ministeriales que estamos

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hartos de oír? Y esto no es lo peor. Si miramos a países como Finlandia o Alemania, ambos están a la cabeza del ranking europeo en resultados escolares.

De estas reflexiones, saco yo la siguiente teoría: es posible que los alemanes posean algún tipo de gen especial del que carecemos nosotros, el cual hace a sus adolescentes capaces de sacar unas notas tan buenas. Si así fuera, bastaría con que algún laboratorio encontrara el mencionado gen para que éste, una vez insertado en el genoma de los recién nacidos españoles, les hiciera devenir estudiantes brillantes en el futuro. De este modo, quizás incluso lograríamos superar a Finlandia y a Alemania, y nos evitaríamos los comentarios hirientes de nuestros vecinos europeos: “Con

extraña que salgan trabajadores incompetentes, no es de extrañar que luego nos pidan dinero”.

Claro, que tamb

unos alumnos tan incapaces no me

ién podemos quedarnos como

queda

estamos, “inálbicos” y carentes de capacidad expresiva, porque bien que vienen guiris (muchos de ellos alemanes) a nuestras costas a torrarse como langostas. Si es que les pones una cañita y unas buenas tapas y se olvidan de que somos idiotas (ojo, que a mí el que nos llamen idiotas no me disgusta,

pues considero que ser completamente idiota es la vía más directa para alcanzar la felicidad).

Y con esto, compatriotas, demostrado que como en España en ningún lao, porque como los mismos extranjeros dicen, “Spain is different”.

EL ANILLO MÁGICO I Premio, 3ª Categoría Juan Carlos Calvo Pérez, 1º ESO B

¡¡PI, PI, PI, PI, PI!! -¡Ah!- grité sobresaltado al oír el despertador. Lo detengo, me levantó de mi cómoda cama somnoliento del dulce sueño que todavía rondaba mis ojos y me visto. Voy a la cocina, nadie está despierto en mi casa. Al llegar veo un extraño anillo encima de la mesa. -¿Qué será?- me pregunto. Ayer mi madre fue a comprar, seguro que lo vio y la encandiló. Era algo ancho, dorado, y tenía unas líneas talladas que hacían diversas espirales. Lo miré fijamente, y lo cogí. -Que raro…

Me lo probé, pero, al instante me encontré elevado sobre el aire en un sitio muy diferente en el que estaba antes. ¡PUM! Caí a la hierba alta, me hice bastante daño. -¡Ay! Que daño… Observé a mí alrededor, estaba en un bosque. Dos niños pequeños estaban escondidos detrás de los árboles. -Hola…, mmm…, me podríais ayudar, ha pasado algo raro, estaba en mi cocina, me pongo un anillo y aparezco aquí… -dije mientras veía como los niños estaban aterrorizados. El bosque era muy espeso pero a pesar de ello estaba en un claro libre de maleza. -No tengáis miedo, miedo, no os voy a hacer nada- les susurré. Poco a poco, ambos salieron de su escondite y fueron avanzando hacia mí. Llevaban unas vestimentas muy sencillas de piel, como si estuviéramos en otra época. -Has caído del cielo…- me susurró el que parecía mas mayor. -Padre dice que si vemos tal hecho le avisemos- comentó el otro. -Esto…, ¿Me podéis llevar con vuestro padre?

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-Sí, ven por aquí- me contestó el que habló primero. Y los dos fueron en la misma dirección seguros de saber por donde iban, en un bosque en el que todos los rincones me parecían exactamente iguales. Yo les seguí. Caminamos durante un buen rato hasta que llegamos a una especie ciudad medieval y me llevaron a la que parecía su casa. Cuando el padre me vio se quedó sorprendido. -¿Quién es ese?- gruñó con su voz grave. Llevaba unas vestimentas similares a las de sus hijos y tenía una barba y un pelo bastante sucios. -Ha caído del cielo- comunicó el más pequeño-, nos dijiste que te avisáramos. De repente el hombre se puso de rodillas y le cambió el rostro completamente. -¡Oh! ¡Bendito seas! ¡Gracias por venir a salvarnos!- replicó el hombre. -Yo no… -¡Ven conmigo por favor!- gritó ilusionado cortándome la frase. Me llevó a un castillo que estaba en el centro de la villa. La gente miró confusa al pobre hombre y a mí que iba tras él. Hasta que llegamos a una gran sala en la que al fondo se encontraba un trono con un viejo hombre sentado en él. Tenía dos guardias a cada lado del gran sillón con una armadura tan brillante que parecía un espejo. Ellos se alteraron pero mi acompañante se arrodilló y gritó: -¡Majestad! ¡Mis hijos lo han visto! ¡Este hombre ha caído del cielo, como dijo la profecía! -No es posible…- susurró el rey. -¡Sí! ¡Mirad sus vestimentas, no parece de este mundo! -Podéis marcharos, mis guardias os darán una bolsa llena de oro, pero, vos, forastero, quedaos y venid conmigo. No entendía nada. ¿Yo en una profecía? ¡Yo sólo quiero ser un niño normal y corriente que va al colegio y que saca buenas notas! Me condujo a una sala de armas, había muchísimas lanzas, pero nos acercamos aun cofre que el rey abrió. Contenía una gigantesca espada con una perfecta hoja. El mango era de plata y en el extremo de este tenía una esmeralda. -Dicen que esta espada fue forjada por Dios y que acabará con todos los males que pueda haber. Quiero que la utilices para derrotar a Shardock. -¿Shardock? -¿No conocéis a Shardock? -No, no se nada de esto. -Shardock es el dios del mal, el señor oscuro. Siempre ha estado destruyendo ciudades, quemando bosques y matando gente… La profecía dice que un guerrero vendrá del cielo y derrotará a Shardock. -¡Pero yo no soy un guerrero! -¡Debes derrotarle, eres nuestra única esperanza! Empuña la espada al menos. Seguí su orden y cogí la espada, que era más ligera de lo que me esperaba. Me sentí fuerte, como si pudiese manejarla con facilidad. -¿Qué me dices?- preguntó el rey. -De acuerdo. Me asignó a sus dos mejores hombres, los cuales me condujeron al lugar en el que se encontraba el demonio. Estaba en una cueva. Me advirtieron de que nuestro enemigo hacía muchos trucos y que tuviese cuidado. Llegamos a la gruta y entramos. Estaba muy oscura pero la esmeralda de mi espada brillaba y nos ayudaba a visualizar las cosas. Continuamos hasta que encontramos una gran grieta en la cueva que nos bloqueaba el paso. Fue entonces cuando oímos una aterradora voz: -Te estaba esperando, sabía que vendrías.

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-¡¿Dónde estás?! ¡Muéstrate!- grité yo armado de valor. Fue cuando apareció de las sombras un gran monstruo negro con forma humana gigantesca. Era el doble de alto que yo. Empuñaba una espada de fuego que iluminaba aun más la cueva. -Así que eres Shardock. -Sí, y tú eres mi presa- dijo mientras se abalanzó sobre mí con su arma. Yo le esquivé pero vi cómo se le ennegrecían los ojos a uno de los dos soldados y atacaba al otro. -¡Son sus trucos, está controlando a nuestro compañero!- me comunicó este. Yo ataqué a Shardock fuertemente, pero él paraba mis ataques y contraatacaba. Seguimos luchando hasta que me derribó, pero cuando iba a clavarme su espada en mi pecho, el anillo que me puse antes comenzó a brillar y retuvo su espada… -¡No es posible!- exclamó Shardock asustado. -¡¡MUERE!!- grité mientras le atravesaba con mi arma y caía al infinito. -¡¡AAAAAH!! Me di la vuelta para ir hacia mis compañeros pero debido a una piedra tropecé y caí al vacío… ¡¡PI, PI, PI, PI, PI!! -¡Ah!- grité sobresaltado al sonar el despertador. Que sueño más raro, he tenido… Me vestí y me fui a la cocina, nadie estaba despierto en mi casa. Entonces vi un extraño anillo sobre la mesa. Lo cogí. -¿Por qué no?- dije mientras me ponía aquel accesorio.

LA PRIMAVERA Y LAS HADAS II Premio, 3ª Categoría

Jimena Aznar Rodríguez-Pardo, 1º ESO A

Las flores habían llegado. Hablilas, tulipanes, margaritas… Eran azules, blancas, rojas, moradas, amarillas…, de casi todos los colores. El capullo deuna campanilla, de pronto, se iluminó más de lo que estaba. Dos pequeños pétalos (de hechomás pequeños del capullo) se acon un suave tintineo. Desprendibrillos inapreciables. A continuaciónextraños pétalos se metieron dentro del capullo y se oyó un bosmuy bajo, muy bajo. El primer rasol alumbró el oscuro bosquecampanilla. Y de ella, se asomcabecita pelirroja. En pos, salidiminuto, con túnica blanca, como la campanilla. Púsose sentada, sin salir de la flor. Se estiró y voló con los pétalos misteriosos, que de misterio no tuvo ya nada, pues eran sus alas. Dejaba un haz de luz dorada a su paso. Tocó la

otro capullo, que no era una la, si no una rosa blanca, y riéndose, apareció otra bella iatura. Ésta, era igual que la ra, pero su pelo era más corto ubio platino, era más alta, y nía sus blancas alas con forma de clavel. Esta, la rubia, ezó a volar con ella y juntas menzaron a despertar a más res. Eran las hadas de las res. Había de todo: con el ul, con las alas en forma de narciso, con respingonas o s, con ojos verdes esmeralda, la túnica del mismo color de ertaban.

Una de ellas decidió tocar el hielo de la charca del bosque y con un pasito lo rompió todo. Otra pensó y acarició una brizna de hierba que estaba al pie de un árbol. La brizna tomo forma humana o más

ía

, los gitaron ó unos , esos

hacia tezo yo de

abriendo la ó una frágil

ó su cuerpo,

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te

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pelo azpétalos de

romas naricitay todas teníandonde se desp

bien forma de hada, que es lo

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que era. Le salieron alas verdes en forma de hoja y bailando consiguió que aparecieran más hadas, igualitas que ella. Todas bailaban. Las hadas de los árboles que estaban en la copa lanzaron unas hojas hacia el cielo y esas hojas llegaron a las nubes plateadas. Se despertaron

acomodadas en trozos pequeños de nubes otras hadas, con alas muy grandes, y cogiendo “nubes” hicieron que tomaran forma de catarata y empezaron a regar la tierra. Ya había empezado la primavera.

VIAJANDO BAJO TIERRA I Premio del XXVI “Concurso de Poesía y Cuento Miguel Hernández”.

ciados en Filosofía y Letras de

ARRAMIÑANA MOYA, 1º Bachillerato C1

del vagón. Elevo manivela. Entro, empujada por un montón de personas que, ansiosas,

ponérmelas. Lo abro, y saco escribir. Solo escucho silencio

na mirada se cruza y pasa de largo desaprovechando, quizás, algún

a salir debe tener cuidado para no introducir

ran las puertas, un gran gorro de lana naranja casi tapa

Colegio Oficial de Doctores y LicenMadrid MARÍA C Suena el último pitido que anuncia el cierre de puertaslabuscan un asiento libre con la mirada. Pero soy más rápida. Me siento y apoyo mi gran bolso marrón, de cuero, siempre a juego con mis botas muy de última tendencia, esas que me regaló mi hermana por mi diecisiete cumpleaños y que nunca veo una mala ocasión para no de él un pequeño cuaderno azul cian y un boli con el que empezaré a , y el suave rasgar de la punta del bolígrafo que plasma a cada segundo

todo lo que aparece delante de mis ojos. En el papel, dibujo redondas y claras letras que se adaptan en sintonía con las líneas del bloc, muy a pesar de mi antiguo profesor de Lengua, que se empeñaba en decir que no escribía claro. Traqueteo del tren, y balanceo de personas que, sin quererlo, se apoyan unas en otras. Las manos se juntan sin buscarse, más de uposible amor futuro. Historias individuales que navegan en la mente de cada persona presente allí, cada uno sueña algo diferente, piensa cosas distintas, o, sencillamente, deja correr las manecillas de su reloj, dejando que el destino haga todo el trabajo. Un hombre con trazas de ejecutivo, se abre paso hacia el interior, justo en el preciso momento en el que la voz del Metro anuncia que todo aquel que vayael pie entre el coche y el andén, se apoya en la pared y deja sosteniendo entre sus piernas un maletín de piel negro. Viste un traje impecable, corbata gris y camisa de popelín blanca, algo arrugada, pero no parece importarle mucho, porque se sienta, como acabado, en el suelo sucio lleno de pisadas, apoya la cabeza entre las manos y espera a que el ruido ahogue su angustia. Una mujer aguarda impaciente en el andén de Menéndez Pelayo a que se abesos diminutos ojos verdes; el pelo rizado deja caer los tirabuzones más allá de los hombros y un abrigo hasta las rodillas, de pana marrón, cubre su esbelto cuerpo. Con las prisas, no se da cuenta del ejecutivo y solo unos centímetros la separan de pisarle, este lanza una mirada furtiva hacia la joven que hace que se ruborice y continúa la trayectoria. El silbato suena y las puertas se cierran tras él.

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Mientras, yo sigo con lo mío, pero unos extraños meneos, fuera de lo común en aquella monotonía

s tan emocionante, las paredes del túnel viajan fuera a

rren, las calles no hacen más que llenarse

e pronto, la joven se percata de que la estoy observando y desvío mi mirada hacia la ventana,

egresando a mis escrituras, me doy cuenta de que he

que se dispone a darle su número de teléfon

de movimientos, hacen que levante la cabeza. La chica del enorme gorro rebusca algo en un bolsillo de su chaquetón y es tan afanada la tarea que emprende que me hace recordar aquella escena de la película, ¿cómo era?..., ah sí, Mery Poppins, en la que la protagonista tiene un saco tan magníficamente misterioso que no para de sacar grandes y extraños objetos de él. Por fin lo encuentra, una diminuta barra de labios color carmín, que destapa y posa suavemente sobre sus carnosos labios que se tornan de un color intenso, seguidamente se observa en el espejito de mano que sostiene con la misma y pestañea coqueteando con su reflejo. Es tan repentino el frenazo del tren, que la chica pierde el equilibrio y va a caer a los brazos del ejecutivo desaliñado, que, esta vez, le ofrece una de sus mejores miradas. Repentinamente cambia de expresión y frunce el entrecejo, me pregunto si sabrán que voy a ser la primera persona que dé cuenta de sus actos que ahora han quedado atrapados en mi cuaderno de notas; la incorpora bruscamente y sus mejillas comienzan a ruborizarse como ajenas a la expresión de su rostro. La joven deja caer un tímido “gracias” y se recoloca sin apartar la vista de él. Egran velocidad ante mis ojos, y una luz cegadora anuncia una nueva estación. Las puertas se abren y entra un anciano, con aspecto de muchos andares, resabido, empuñando un bastón ajado y en apariencia de muchos años. Una extranjera, de unos treinta y tantos, se levanta para ofrecerle su sitio, y tras una breve lucha más de dignidad que de generosidad, el provecto cede y toma asiento. La mulata, había pasado inadvertida para mis trazos, pero ahora ya estaba plasmada, y no descrita. No es que me llame mucho la atención, en los tiempos que code extranjeros; pero, fijándome bien, ella tiene algo especial, tal vez sea la nariz, o creo que son esos labios finos y discretos, muy poco comunes y llamativos en sus rasgos. La examino bien, es delgada y de silueta prudente, no viste mal la verdad, y el bolsillo de sus tejanos deja asomar la punta de lo que parece ser un pasaporte y, a juzgar por el color de las tapas, no es de España como era de suponer. Desperando no causar incomodidad, donde veo dibujado mi reflejo; me arreglo un poco el pelo y, sin previo aviso, me veo interrumpida por una corpulenta figura. Un señor acaba de aferrarse a la barra central del vagón, quedando atrapado por la masa de gente a ambos lados, que se agolpa decidida buscando un hueco allá donde no lo hay. Cómo no, la estación es Sol.

Rdejado olvidada mi próxima y más intrigante novela de amor, así que busco con la mirada al ejecutivo y la chica del enorme gorro naranja, entre el gentío. Por fin, y gracias a mi efectivo análisis de todos los zapatos, los encuentro. Ambos están ahora sumidos en un lenguaje de miradas ya que él ha tenido que levantarse, obligado por la muchedumbre, y ahora quedan sus ojos a la misma altura. Una escena tierna. Ella, avasallando ligeramente su espacio y él, evitando el desavío. Por un momento, creo o pero vuelve la cabeza, se descoloca el pelo y su rostro

expresa dolor y rabia, gesticulando mil perdones; la muchacha lo coge de la mano, y aprovechando el acercamiento le propone algo al oído. El tren se detiene. Los vagones se alivian y con ellos la joven,

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que se aleja con paso decidido y guiada por la estela de un nuevo, quizás amor, que no la abandona hasta que dobla la esquina que la conduce hacia la salida. Mis ojos quedan cristalinos tras la escena y la boca se me ha abierto ligeramente de admiración. Pero la sorpresa deja indiferente a mi muñeca, que sigue entusiasmada garabateando en el papel. Decido escuchar algo de música, siempre se ha dicho que los grandes sucesos van acompañados de una gran sintonía, y por eso yo no hago caso omiso y engancho los cascos a mis diminutas orejas, que comienzan a captar esa mezcla de voces fundidas en un montón de ondas que hacen que mi cuerpo se balancee siguiendo el ritmo de la canción que ahora permite recrearme en una auténtica secuencia de película. Una madre cargada de bolsas y dos gemelos rollizos en un carrito doble, entran en la siguiente parada. Tres hombres se levantan simultáneamente para ceder su asiento, uno de ellos se encuentra sentado a mi lado, y la mujer acepta la oferta de este último, aliviada de poder descansar, por fin. Sus ojos están apagados y solo los recorre un destello de luz cuando se queda absorta mirando a sus pequeños, todavía descubriendo el enigma que encierra su semejanza. La madre lleva el pelo algo desaliñado y alborotado y su rostro no esconde apenas el agotamiento de, seguramente, un largo día de compras y mucho aburrimiento. Uno de los niños alarga hacia mi cuaderno la cabeza rubia de mechones oscuros, y curiosea lo que hago. Yo no me escondo y, divertida le hago muecas con la lengua que él responde con una silenciosa carcajada y abriendo de par en par sus saltones ojos azulados. Suspirando pienso, dejándome llevar por la melancolía de la pista que se reproduce ahora en mis oídos, en lo poco que disfrutamos de pequeños momentos que otorgan al día a día la verdadera esencia, pero sobre todo, en los pequeños detalles que nos roba el trabajo, el estrés, las ocupaciones desganadas… Repentinamente vuelvo a la realidad, me he pasado la parada. Me bajo. El vagón se aleja hacia aquella oscura y fría cavidad enterrada en una ciudad que, creyéndola bella, a veces se torna triste. Se alejan así mil historias, que, quién sabe, algún día queden recogidas en un gran libro, en unas grandes memorias.

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LA ÚLTIMA PÁGINA – “MADRID SIN PALABRAS”

rta Revueltas, Miguel Mediavilla, Tania Melero y ictoria Saura (alumnos de 1ª de Bachillerato H).

Autores de las fotografías: Alba Martínez, Almudena Sánchez, Ana García, Fernando García, Gonzalo Balsa, Inés García, Inés Lendínez, Judit Saiz, MaV

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BOLETÍN LITERARIO 2009 - COLEGIO NTRA. SRA. DE LORETO Departamento de Lengua Castellana y Literatura y Departamento de Actividades Complementarias

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