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Santos Misioneros «¡Id por todo el mundo y predicad el Evangelio!» Mc 16, 15 © Se autoriza la difusión gratuita entre los misioneros. Todos los demás derechos quedan reservados. www.legiondecristo.org / www.regnumchristi.org / www.demisiones.com

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SantosMisioneros«¡Id por todo el mundo y predicad el Evangelio!»

Mc 16, 15

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Índice

Pablo………………………………………………………………………………………………………………….2 Patricio………………………………………………………………………………………………………………3 Columbano………………………………………………………………………………………………………4 Agustín de Canterbury………………………………………………………………………………….5 Bonifacio……………………………………………………………………………………………………………7 Cirilo y Metodio……………………………………………………………………………………………..8 Francisco Javier……………………………………………………………………………………………….9 Luis Beltrán…………………………………………………………………………………………………….10 Toribio de Mogrovejo…………………………………………………………………………………..12 Francisco Solano……………………………………………………………………………………………13 Roque González……………….…………………………………………………………………………..14 Juan de Brefeuf……………………………………………………………………………………………….15 Ignacio de Azebedo……………………………………………………………………………………...17 Pablo Miki………………………………………………………………………………………………………17 Felipe de Jesús…………..…………………………………………………………………………………..18 Pedro Claver………………..………………………………………………………………………………..20 Isaac Jogues…………………………………………………………………………………………………….21 Francisco de Capillas…………………………………………………………………………………..22 Pedro de Betancur…………........................………………………………………………………23 Junípero Serra……………………………………………………………………………………………….25 Pedro Sanz……........………………………………………………………………………………………..26 Pedro Chanel…........……………………………………………………………………………………….27 Daniel Comboni………………………………………………………………………………….…………28 Arnoldo Janssen………………………………………………………………………………………….…29 Damián de Veuster……………………………………………………………………………………….30 Ezequiel Moreno…………………………………………………………………………………………..32 José Freinademetz………………………………………………………………………………………..33 Teresa del Niño Jesús…………………………………………………………………………………..35 Rafael Guízar y Valencia……………………………………………………………………………..37 Juan Pablo II: Misionero hasta la pared de enfrente……………………………..39

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Estos textos han sido compilados y redactados por los religiosos legionarios de Cristo del Centro

de Humanidades y Ciencias de Salamanca (España) para los participantes de las misiones de

evangelización de la Semana Santa 2006.

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¡Venga tu Reino!

Pablo

Dio su vida por Jesús, y gracias a él y a San Pedro el cristianismo se extendió por todo el mundo. Su nombre hebreo era Saulo. Era judío de raza, griego de educación y ciudadano romano. Nació en la provincia romana de Cilicia, en la ciudad de Tarso. Era inteligente y bien preparado. Había estudiado en las mejores escuelas de Jerusalén. Era enemigo de la nueva religión cristiana ya que era un fariseo muy estricto. Estaba convencido y comprometido con su fe judía. Consideraba a los cristianos como una amenaza para su religión y creía que se debía acabar con ellos a cualquier costo. Saulo, que todavía respiraba amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para la sinagoga de Damasco, para traer presos a Jerusalén a cuantos hombres y mujeres hallase adeptos a esta doctrina. Los jefes del Sanedrín de Jerusalén le encargaron que apresara a los cristianos de la ciudad de Damasco.

Dios le derrumba del caballo: En el camino a Damasco, se le apareció Jesús en

medio de un gran resplandor, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” ( Hechos de los Apóstoles 9, 1-9; 20-22.). Con esta frase, Pablo comprendió que Jesús era verdaderamente Hijo de Dios y que al perseguir a los cristianos perseguía al mismo Cristo que vivía en cada cristiano. Después de este acontecimiento, Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron a Damasco y pasó tres días sin comer ni beber.

Dios elige a los que Él quiere: Ahí, Ananías, obedeció a Jesús, que le dijo: “Ve a

encontrarle, porque este hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre delante de todas las naciones, y de los reyes, y de los hijos de Israel. Yo le haré ver cuántos trabajos tendrá que padecer en mi nombre”. Hizo que Saulo recobrara la vista, se levantara y fuera bautizado. Tomó alimento y se sintió con fuerzas.

De perseguidor a propagador: Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco

y después empezó a predicar a favor de Jesús, diciendo que era el Hijo de Dios. Saulo se cambió el nombre por Pablo. Fue a Jerusalén para ponerse a la orden de San Pedro. La conversión de Pablo fue total y es el más grande apóstol que la Iglesia ha tenido. Fue el “apóstol de los gentiles”, ya que llevó el Evangelio a todos los hombres, no sólo al pueblo judío. Comprendió muy bien el significado de ser apóstol, y de hacer apostolado a favor del mensaje de Jesús. Fue fiel al llamado que Jesús le hizo en al camino a Damasco. Llevó el Evangelio por todo el mundo mediterráneo.

De perseguidor a perseguido: Su labor no fue fácil. Por un lado, los cristianos

desconfiaban de él, por su fama de gran perseguidor de las comunidades cristianas. Los

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judíos, por su parte, le tenían coraje por “cambiarse de bando”. En varias ocasiones se tuvo que esconder y huir del lugar donde estaba, porque su vida peligraba.

Un laboratorio de iniciativas: Realizó cuatro grandes viajes apostólicos para

llevar a todos los hombres el mensaje de salvación, creando nuevas comunidades cristianas en los lugares por los que pasaba y enseñando y apoyando las comunidades ya existentes. Escribió catorce cartas o epístolas que forman parte de la Sagrada Escritura.

Al igual que Pedro, fue martirizado en Roma. Le cortaron la cabeza con una espada

pues, como era ciudadano romano, no podían condenarlo a morir en una cruz, ya que era una muerte reservada para los esclavos.

Patricio El apóstol sabe utilizar todo para la misión: Este gigante de la fe y patrono de Irlanda nació en Dumbrito, Escocia, en el año 385. Siendo niño fue raptado junto con su hermana y vendido como esclavo en la verde isla de Irlanda donde le pusieron a cuidar ganado. Esta situación de real dolor y abandono pudo desanimar y acabar con la fe de aquel indefenso niño, pero no fue así, al contrario, él, con el favor de Dios, supo aprovechar esa dolorosa experiencia y en el futuro le ayudó para entender el dolor y evangelizar a los habitantes de la Isla. La providencia es más clara que el agua: A los 18 años tuvo, según se cuenta, la aparición de un ángel quien le indicó un lugar en donde el joven Patricio encontró el dinero suficiente para comprar su libertad. De allí marchó de inmediato a la escuela de san Germán. Patricio era un joven lleno de grandes talentos humanos y espirituales que él reconocía como venidos de Dios. Era tal su virtud que uno de sus maestros le envió al Papa Celestino I para que de sus manos recibiera la ordenación sacerdotal. Superando todo tipo de obstáculo desde Dios: Su ardiente celo por la salvación de las almas le hizo regresar a Irlanda, decidido a convertir, como dócil instrumento de Dios, a los habitantes de la isla. El trabajo no fue fácil. Los druidas celtas tenían mucho poder e influencia y vieron en el joven y celoso Obispo un serio obstáculo. Él no se desanimaba, ponía su confianza en Dios y a través de la oración y el sacrificio consiguió abundantes y sinceras conversiones.

Un sólo Dios: Había por aquellos años un ídolo de tamaño muy grande, al que consideraban el dios de los dioses. Patricio, llevado de su celo sacerdotal, rezaba a Dios para que lo exterminase. Y estando en oración, vio con sus propios ojos cómo caía al suelo hecho pedazos. La gente que le rodeaba, al ver este horror, se dio cuenta de que el Dios de Patricio era mucho más fuerte que el de los hechiceros.

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Fueron los druidas los más difíciles de convertir (siempre los líderes cuestan más). San Patricio entendió que sólo venciéndolos enfrente de todo el pueblo podía lograr que los buenos, aunque supersticiosos, irlandeses dejaran de hacer caso a sus engaños.

Las obras de Dios son siempre las más profesionales: Fue así que se convocó un

certamen para ver quién era más poderoso si San Patricio o los druidas. Ganaría quien obrase el mayor portento. Los druidas invocaron a sus dioses para que mostraran su poder. (Si tenemos en cuenta las condiciones climáticas de la húmeda y lluviosa Irlanda, nos podemos dar cuenta que la lluvia no es ningún “gran portento”). Y en aquella tarde del certamen comenzó a llover. Los druidas, sagazmente, atribuyeron la lluvia a sus dioses y así lo hicieron creer al pueblo. San Patricio no se desanimó y después de una ferviente plegaria la lluvia cesó de repente y el sol iluminó el verde prado. La gente que le rodeaba se convenció de que el Dios de Patricio era el verdadero.

La sencillez conquista corazones: En otra ocasión San Patricio tuvo dificultad en

explicar la Santísima Trinidad a los nativos. Los druidas se mofaron de él. Sin embargo el ingente celo del santo Obispo unido a su brillante ingenio y sobre todo a su atenta escucha al Espíritu Santo le dio la respuesta: San Patricio relacionó el Misterio Trinitario con el abundante trébol que crece en la isla y ésta sencilla y bella planta fue la manera de “explicar” tan grande misterio: Tres personas y un solo Dios, como la triple hoja del trébol.

Poco a poco y gracias a su santidad de vida y su ferviente oración, Patricio adelantaba en la conquista para Cristo de todas aquellas almas. Dios no se deja ganar en generosidad y premió la fe y los sacrificios de Patricio con otros grandes portentos. Arrastraba a la gente, no solamente con su fluida elocuencia sino sobre todo con el testimonio de su vida santa. Dicen que era incansable y que apenas dormía.

Dios siempre es fiel: Dios le hizo ver que toda su obra no fue en balde. Había

logrado convertir a la isla a la fe en Jesucristo. Él, como obispo, ordenó sacerdotes, consagró a otros obispos y todo el pueblo le quería. Murió a los 80 años en el 461.

Columbano

Etimológicamente significa “paloma”. Viene de la lengua latina. Nació en Irlanda en el 543. Fue educado en las artes liberales y el estudio. Desde pequeño mostró una clara inclinación para la vida consagrada y con el tiempo fue respondiendo a la llamada de Dios. Pronto pasó a ser el monje más destacado de Bangor (monasterio fundado por S. Congall). Y después al ordenarse sacerdote, fue haciéndose un hombre con una espiritualidad muy marcada, a ella precedida por la oración, el silencio, la penitencia, el estudio y el trabajo manual.

Detrás de una pequeña derrota, Dios nos tiene preparados grandes premios: ! los 47 años comenzó su peregrinación por el evangelio de Cristo. Al salir de Irlanda en

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compañía del monje y santo Gall, recorrió Europa Occidental. Unas veces era rechazado, otras acogido, pero de lo que no cabe duda es que fue el fundador de monasterios y abadías desde las cuales salía un resplandor cultural y religioso dignos de toda loa. Profundizó en el estudio de la Biblia.

La Galia era una región de tradición cristiana. Había ahí un vasto campo reservado a la labor misionera y al incremento de la penitencia. Fue el foco para culturización y cristianización de la época merovingia. Su estilo de vida fue austero y así se lo exigía a los monjes, pues gracias a ella, encontraron un camino para la santidad al menos trece santos que no es el caso de enumerar.

Los hombres tienen un sexto sentido para descubrir a los santos: El primer

monasterio en fundarse fue el de Annegrey. Desde ahí se promovieron las vocaciones a la vida consagrada y poco después se fundó Luxeuil, el más célebre de todos los monasterios. Ahí confluyeron monjes francos, galos y burgondes. Fue durante dos siglos el centro de vida monástica más importante en todo el Occidente. Por medio de este centro se dieron a conocer al pueblo que los empezaba a querer y apreciar. Venían a él toda clase de personas, enfermos, pobres, pecadores, todos se agolpaban a las puertas del monasterio. Con el transcurrir del tiempo el monasterio se había convertido como un punto de atracción, atraían a la gente por su estilo de vida. Desde ahí se difundió una vida de penitencia y arrepentimiento.

Otro San Juan Bautista: En el año 610 tuvo que salir pitando de Francia porque la cruel reina Brunehaut lo perseguía. Él le había echado en cara todos sus vicios y sus crímenes. Pensaba volver a Irlanda pero se quedó en Nantes. También que tuvo que huir por los Alpes hasta que encontró acogida y refugio en Bobio, sur de Italia. Aquí fundó su último monasterio y en él murió en el año 615. La regla monástica original que dio a sus monasterios tuvo una influencia por toda Europa durante más de dos siglos.

Incomprendido por los suyos: Muchos pueblos, regiones y lugares están bajo su patrocinio. También tuvo dificultades con los obispos franceses. Éstos mandan en sus diócesis, pero no en los monasterios que desde siempre han estado exentos, es decir, no dependen del obispo. Hubo alguien que los trató bien. Fue el rey Aguilulfo. Menos mal que los cuatro últimos años de su vida pudo vivir tranquilo.

Agustín de Canterbury

Agustín, monje romano, entra en la historia cuando en el año 596, siendo prior de San Andrea, el Papa Gregorio Magno lo nombra jefe de una misión de una cuarentena de monjes para llevar a Inglaterra la fe cristiana. La consistencia del grupo, la preocupación por garantizarse la protección y el apoyo, a lo largo del camino, del arzobispo de Aries, Eterio, y el reclutamiento de intérpretes francos para resolver los problemas de la lengua, revelan la seriedad del intento y la amplitud de los objetivos.

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Dios vence los propios miedos: El comienzo no es prometedor: Agustín no ha recorrido aún una tercera parte del viaje cuando, en Aixen-Provence, asustado por la perspectiva de encontrar a un pueblo bárbaro y fiero, decide regresar. El aliento del papa le induce a reintentar la empresa, y en la Pascua del 597 desembarca con todo el grupo en la isla de Thanet, frente a las costas de Kent, que podían vadearse. Reina en Kent, en un territorio mucho más vasto que el condado actual, Etelberto. El rey acoge bien a la misión romana.

Contemplación y conquista: La vida de la comunidad es descrita por Beda en términos clásicos: queriendo emular a la Iglesia de los apóstoles, los monjes romanos rezan con constancia, hacen vigilias y ayunos, predican la palabra evangélica a cuantos abordan y, sobre todo, practican aquello que predican. Muchos paganos, fascinados por estos ejemplos, piden el bautismo. Se forma así una comunidad que asume como lugar de culto una vieja iglesia situada al este de la ciudad, dedicada a san Martín, donde solía rezar la reina. Sólo tras la conversión del rey, Agustín podrá restaurar iglesias y construir otras nuevas. Visto el éxito de la misión, Agustín, como había sido previsto, es consagrado arzobispo de la nación inglesa por Eterio, arzobispo de Aries, y fija su sede en la capital, Canterbury.

Cristocentrismo: En la obra de consolidación de la comunidad figuran también los

trabajos edilicios. Agustín, con la ayuda del rey, procede en la misma Canterbury a restaurar una iglesia que había sido construida por los cristianos del tiempo de la Britania romana, y la consagra dedicándola al Dios Salvador y al Señor Jesucristo.

En medio de tantos éxitos, un capítulo registra en cambio una derrota: es la

tentativa, fracasada, de establecer una relación unitaria con los obispos británicos que guiaban a los cristianos de la parte occidental de la isla. El problema era el diferente modo de computar la fecha de la Pascua, además de otras costumbres no precisadas del todo. Para intentar que se alinearan a los usos romanos, Agustín los convoca a un primer encuentro, donde el tema no es sólo el de uniformar las costumbres, sino también el de adquirir un compromiso común para la evangelización de los paganos.

A pesar de que Agustín demuestra sus razones curando a un ciego, los obispos no

aceptan, piden tiempo para consultar a su gente y la convocación de una segunda asamblea. Esta tiene lugar, con la participación de siete obispos y muchos monjes provenientes en su mayoría del monasterio galés de Bangor. Un eremita sabio y prudente, interpelado por los obispos, les aconseja que dejen llegar antes a Agustín, y permanezcan atentos a un signo: si a su llegada Agustín se levanta para salir a recibirlos, esto significa que es un hombre de Dios y hay que obedecerle; de lo contrario, no. Agustín, por desdicha, permanece sentado en su trono, y el resultado es el rechazo.

Un corazón siempre abierto a amar a todos: La reacción de Agustín es muy dura:

si no aceptan la paz con sus hermanos de fe, tendrán que aceptar la guerra a manos de sus enemigos. Le tocará al rey de Northumbria, Etelfrido, cumplir esta profecía: el asalto a Chester ocasionará una verdadera masacre entre los monjes que asistían orando a sus compatriotas durante la batalla.

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Antes de morir Agustín se asegura la sucesión y un mínimo de organización de las comunidades fundadas por él en Kent: en el 604 consagra a Lorenzo como sucesor suyo, a Melito obispo de Londres y a Justo obispo de Rochester.

Misión cumplida: Este mismo año, el 26 de mayo, llega al término de su vida. Su

cuerpo es provisionalmente colocado fuera de la iglesia de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, todavía en fase de construcción, adonde será después trasladado al terminar los trabajos. Sobre su tumba se colocó este epitafio: «Aquí descansa Agustín, primer arzobispo de Canterbury, que enviado aquí por el beato Gregorio, Pontífice de la Ciudad de Roma, y sostenido por Dios con milagros, condujo al rey Etelberto y a su pueblo del culto de los ídolos a la fe de Cristo. Terminó en paz los días de su ministerio, y murió el 26 de mayo, durante el reinado del susodicho rey».

Bonifacio

La obra misionera de San Bonifacio no habría sido posible sin la organización política y social europea de Carlomagno. Bonifacio parece que perteneció a una noble familia inglesa de Devonshire, en donde nació en el año 673 (o 680). Fue monje en la abadía de Exeter, y después se dedicó a la evangelización de los pueblos germánicos, más allá del Rin. Quiso ir a Frisia, pero no le fue posible por la hostilidad entre el duque alemán Radbod y Carlos Martelo.

Entonces Bonifacio fue a Roma en peregrinación para orar sobre las tumbas de los mártires y recibir la bendición del Papa. San Gregorio II apoyó el compromiso misionero, y el santo regresó a Alemania. Se detuvo en Turingia, luego pasó a Frisia, recientemente sometida por los francos, y allí logró las primeras conversiones.

Durante tres años recorrió gran parte del territorio germánico. Los Sajones

correspondieron con entusiasmo a su predicación. El Papa lo llamó a Roma, lo consagró obispo. Durante el viaje de regreso a Alemania, en un bosque de Hessen, hizo derribar un gigantesco roble al que los pueblos paganos le atribuían poderes mágicos, porque decían que era sede de un dios. Ese gesto fue considerado como un desafío a la divinidad y los paganos corrieron para presenciar la venganza del dios ofendido. Bonifacio aprovechó la ocasión para transmitirles el mensaje evangélico. A los pies del roble derribado hizo construir la primera iglesia, que dedicó a San Pedro.

Eficacia apostólica. Antes de organizar la Iglesia a orillas del Rin, pensó en la

fundación, entre las regiones de Hessen y Turingia, de una abadía, que fuera el centro propulsor de la espiritualidad y de la cultura religiosa de Alemania. Así nació la célebre abadía de Fulda, comparable con la de los benedictinos de Montecassino por la actividad y el prestigio. Eligió a Maguncia como sede arzobispal, pero expresó el deseo de ser enterrado en Fulda.

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Fiel hasta morir en la raya. Ya anciano, pero todavía infatigable, regresó a Frisia. Lo acompañaban unos cincuenta monjes. El 5 de junio había citado cerca de Dokkum a un grupo de catecúmenos. Era el día de Pentecostés; estaban comenzando la celebración de la Misa cuando un grupo de Frisones armadas con espadas asaltaron a los misioneros. Bonifacio les dijo a los compañeros: “No teman. Todas las armas de este mundo no pueden matar nuestra alma”. Cuando la espada de un infiel cayó sobre su cabeza, él trató de cubrirse con el misal, pero el enemigo derribó el libro y le cortó la cabeza al mártir.

Cirilo y Metodio

Los dos hermanos Miguel y Constantino, que como monjes tomaron el nombre de Metodio y Cirilo respectivamente, realizaron su obra misionera en el siglo IX en Europa central, y con toda razón se los llama los “apóstoles de los eslavos”.

El mundo necesita de hombres bien formados: Los dos hermanos nacieron en Tesalónica. Eran hijos de un empleado imperial y conocían el eslavo que se hablaba en Macedonia. Constantino, el más joven, nació hacia el año 827. Inició sus estudios en su ciudad natal. Se advierte un grande amor a la filosofía y una profunda fe religiosa. Completó sus estudios en Constantinopla bajo Focio. Profundizó en dialéctica, retórica, geometría, aritmética, astronomía y música. Además aprendió gramática en muy breve tiempo. Rechazó un ventajosos matrimonio y los altos cargos políticos y decidió retirarse a un monasterio en el Bósforo. Después de su ordenación sacerdotal se dedicó a la enseñanza. Tomó el nombre de Cirilo tras su profesión monástica en 868.

Atesorad riquezas en el cielo, donde la polilla...: Miguel, en cambio, siguió la

carrera política, pero cuando lo nombraron gobernador de una provincia bizantina de lengua eslava, renunció al deseado puesto y se hizo monje con el nombre de Metodio.

En el año 860 el emperador encargó a los dos hermanos la evangelización de los Kazarios, y tres años después llegaron a Moravia por invitación del príncipe Ratislao. Fue aquí en donde elaboraron el alfabeto “cirílico” y en donde tradujeron la Biblia y el Misal en lengua eslava.

Haciéndose todo para todos: Cirilo y Metodio fueron acusados de cisma y herejía,

y por eso tuvieron que viajar a Roma, en donde los recibió con gusto el Papa Adriano II, que les permitió celebrar los santos misterios en lengua eslava, estando, incluso, él presente con una comunidad cristiana muy numerosa. Cirilo estaba consciente de que para propagar la fe era preciso ante todo exponer su contenido en la lengua de sus oyentes y, sabiendo que los moravos y demás pueblos eslavos no poseían una literatura propia, se preocupó antes de la partida de idear un nuevo alfabeto. Fue un notable mérito haber creado un nuevo alfabeto que se llama “cirílico”, precisamente por San Cirilo, ofreciendo al mundo eslavo, con la traducción de la Biblia, del Misal y del Ritual litúrgico, unidad lingüística y cultural. Este gran regalo que los hermanos Cirilo y Metodio hicieron a los

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pueblos eslavos fue recompensado con el amor y la devoción populares. Así el evangelio logró extenderse por vastas regiones.

Pero durante su vida, no todo fue fácil los dos santos misioneros, sino que tuvieron

que luchar mucho contra los que siempre se oponen a los grandes innovadores. Debido a sus grandes méritos el sumo Pontífice ordenó sacerdote a Metodio. Poco después San Cirilo enfermó y murió en Roma el 14 de febrero del 869. Fue enterrado en la basílica de San Clemente, el mártir cuyas reliquias él mismo había llevado a Roma. Metodio fue nombrado obispo de Panonia y regresó entre sus eslavos. Ahí completó la traducción de la Biblia y algunos otros escritos para instruir a los fieles. Murió el 6 de abril del año 885 en la ciudad de Velahrad (Checoslovaquia), y en su funeral se usó el eslavo junta con el griego y el latín.

Estos dos figuras, gigantes de la evangelización, fueron nombrados co-patronos de

Europa por el Santo Padre Juan Pablo II que así ofreció a los fieles del mundo el ejemplo de dos predicadores infatigables del mensaje evangélico.

Francisco Javier

Francisco de Jesús y Xavier (nacido en el castillo de Xavier, en España, en 1506), correspondiendo a las esperanzas de sus padres, se graduó en la famosa universidad de París. En estos años tuvo la fortuna de vivir codo a codo, compartiendo inclusive la habitación de la pensión, con Pedro Fabro, que será como él jesuita y luego beato, y con un extraño estudiante, ya bastante entrado en años para sentarse en los bancos de escuela, llamado Ignacio de Loyola.

Ignacio comprendió muy bien esa alma: “Un corazón tan grande y un alma tan

noble” -le dijo- “no pueden contentarse con los efímeros honores terrenos. Tu ambición debe ser la gloria que brilla eternamente”. El día de la Asunción de 1534, en la cripta de la iglesia de Montmartre, Francisco Javier, Ignacio de Loyola y otros cinco compañeros se consagraron a Dios haciendo voto de absoluta pobreza, y resolvieron ir a Tierra Santa para comenzar desde allí su obra misionera, poniéndose a la total dependencia del Papa.

Comprender el valor de un alma. Ordenados sacerdotes en Venecia y abandonada

la perspectiva de la Tierra Santa, emprendieron camino hacia Roma, en donde Francisco colaboró con Ignacio en la redacción de las Constituciones de la Compañía de Jesús. Sin embargo, fue a los 35 años de edad cuando comenzó su gran aventura misionera. Por invitación del rey de Portugal, fue escogido como misionero y delegado pontificio para las colonias portuguesas en las Indias Orientales. Goa fue el centro de su intensísima actividad misionera, que se irradió por un área tan vasta que hoy sería excepcional aun con los actuales medios de comunicación social: en diez años recorrió India, Malasia, las Molucas y las islas en estado todavía salvaje. “Si no encuentro una barca, iré nadando”

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decía Francisco, y luego comentaba: “Si en esas islas hubiera minas de oro, los cristianos se precipitarían allá. Pero no hay sino almas para salvar”.

Después de cuatro años de actividad misionera en estas islas, separado del mundo

civilizado, se embarcó en una rústica barca hacia el Japón, en donde, entre dificultades inmensas, formó el primer centro de cristianos. Su celo no conocía descansos: desde Japón ya miraba hacia China. Se embarcó nuevamente, llegó a Singapur y estuvo a 150 kilómetros de Cantón, el gran puerto chino. En la isla de Shangchuan, en espera de una embarcación que lo llevara a China, cayó gravemente enfermo. Murió a orillas del mar el 3 de diciembre de 1552, a los 46 años de edad. Fue canonizado el 12 de marzo de 1622. Es patrono de las misiones en Oriente y comparte el patronato universal de las misiones católicas con Teresa de Lisieux.

Los caminos de Dios. S. Ignacio de Loyola preguntó una vez a un universitario.

-Tú ¿qué vas a hacer con tu vida? Y él le dijo que estudiaría una carrera. -¿Y después qué? -Me casaré. -¿Y después qué? -Me haré rico y formaré una familia. A todo el santo le respondía de igual modo hasta que el joven no encontró qué decir. Al cabo de unos días el joven le pidió entrar en la compañía. El sería más tarde san Francisco Javier. Quien recorrió alrededor de 100.000 Km en sus viajes misioneros a pie o en embarcaciones molestísimas con climas extremos de frío y de calor, entre peligros.

Luis Bertrán Hijo del notario Juan Luis Bertrán, y de Juana Ángela Exarch. Su abuela Ursula

Ferrer, casada con Juan Bertrán, fue sobrina de San Vicente Ferrer. Fue bautizado en la parroquia de San Esteban, en la pila de San Vicente. Fue el mayor de ocho hijos. Desde los ocho años empieza a rezar el Santo Rosario y infligirse mortificaciones corporales.

Amor a la vocación. A los dieciséis años, contra la voluntad de sus padres, abandona el hogar paterno para peregrinar al sepulcro del Apóstol en Santiago de Compostela. A su regreso intenta ingresar en el Noviciado de los Dominicos de su ciudad natal pero, debido a la negativa de sus padres, se le niega el ingreso. Decidido en su propósito asiste, de incógnito, a las reuniones conventuales para escuchar las pláticas del Superior.

Finalmente con 18 años, pudo tomar el hábito dominicano el 22 de agosto de 1544 en el convento de Predicadores de Valencia. Es tan llamativa su entrega y generosidad por vivir el ideal de Santo Domingo de Guzmán que pronto destaca por sus penitencias y austeridades, por el recogimiento en sus dilatadas horas ante el Santísimo Sacramento de

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la Eucaristía y por la transparencia de su vida. Canta su primera misa el 23 de octubre de 1547.

Ordenado sacerdote en 1547 era ya una verdadera encarnación de la vida de la Orden: "Idea factus Ordinis" y es destinado al recién fundado Convento de Santa Cruz de LLonbay.

En 1549 muere su padre y es destinado a Valencia y nombrado Maestro de Novicios y de Estudiantes porque todos consideraban a Luis Bertrán como la encarnación viviente del ideal dominicano. Valencia es presa de una peste maligna, los religiosos son repartidos y el Padre Luis marcha al Convento de Santa Ana en Albaida. En el cual fue vicario en 1554.

En 1560 vuelve a Valencia. Santo Domingo de Guzmán es el ideal de vida para el Padre Luis Bertrán. El espíritu misionero se impone en su vida. Tiene 36 años. El 14 de febrero de 1562 parte rumbo al Nueva Granada, la actual Colombia. Allí permaneció unos siete años, predicando con la palabra y el ejemplo y con magníficos milagros, llevando eficazmente la luz del Evangelio.

Después de una larga y penosa enfermedad muere en Valencia. Tenia 55 años de

edad. Su cuerpo que se veneraba en Valencia fue quemado en la guerra de 1936. Es patrono de los novicios dominicos. Tras su muerte la Orden convirtió su celda en oratorio y en 1626 el Concejo de la ciudad convirtió en piadosa capilla su casa natalicia. Fue beatificado por Pablo V el 19 de julio de 1608 y 63 años más tarde, el 12 de abril de 1671 es canonizado por el Papa Clemente Xll. Tuvo correspondencia con Santa Teresa de Jesús y la animó en su reforma. Fue amigo entre otros de San Juan de Ribera, arzobispo de Valencia.

El Papa Alejandro VlIl lo nombró en 1690 Patrono principal de Colombia.

Prestarse a la voluntad de Dios. En Cincapoa, Pelvato y en Tubara, Zinpacua y Nueva Granada, la actual Colombia, realizó muchas conversiones y milagros que le valieron el sobrenombre de Apóstol de las Indias. Religioso recio, austero y gran penitente. Tenía una fuerte llamada a la contemplación. Se destacó en esos años por su esfuerzo en procurar la implantación sólida de la fe, desarraigando con eficacia los cultos paganos.

Se cuenta que en Colombia fue herido por una flecha envenenada, para curarle dicha herida aplicaron una culebra para que absorbiera el veneno. (Motivo por el cual, Ribalta pintó su retrato con los símbolos de la cruz y la culebra salvadora). En 1578 cuando iba a predicar a un ermitorio que existía en la huerta de Ruzafa, sanó a un enfermo haciéndole beber en el cuenco de sus manos, agua normal de una fuente próxima, desde ese momento se llamó, fuente de San Luis, a la ermita y su caserío.

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Toribio de Mogrovejo

Toribio nació en España hacia el año 1538 de una noble familia; estudió en Valladolid, Salamanca y Santiago de Compostela, en donde obtuvo la licencia en derecho.

Una extensa misión: Fue nombrado inquisidor en Granada. Gracias a la relación

que cultivaba con Felipe II fue nombrado por Gregorio XIII, arzobispo de Lima, con jurisdicción sobre las diócesis de Cuzco, Cartagena, Popayán, Asunción, Caracas, Bogotá, Santiago, Concepción, Córdoba, Trujillo y Arequipa: de norte a sur eran más de 5.000 kilómetros, y el territorio tenia más de 6 millones de kilómetros cuadrados.

Después de haber sido consagrado obispo en agosto de 1580, partió

inmediatamente para América, a donde llegó en la primavera de 1581. Tiempo aprovechado al máximo = frutos: Durante 25 años vivió exclusivamente

al servicio del pueblo de Dios. Decía: “¡El tiempo es nuestro único bien y tendremos que dar estricta cuenta de él!”. Fue un verdadero organizador de la Iglesia en América, cuya actividad abarcó también diez sínodos diocesanos y tres provinciales.

Dignidad buscada para todos los hijos de Dios: Fue llamado apóstol de los

pobres, pues los indios recién conquistados se encontraban en una situación sumamente precaria. A este respecto, Toribio comprendió que la formación espiritual y catequética de los indios debía estar basada en una correcta formación humana. De esta manera pidió que sus “socorridos no frecuenten la Iglesia sucios y mal vestidos y que sus casas estén limpias y dotadas de mesas para comer y camas para dormir.”

Entrega desinteresada: En aquellos tiempos la figura del Obispo constaba como de las más importantes de la nobleza, por lo que el Obispo era tratado de manera especialísima. Toribio no se dejó llevar por la vanidad, de hecho su humildad llegó a hacerse proverbial: en una ocasión el viaje era ya excesivamente largo, (máxime para un hombre a su edad), los indios querían llevarlo en un palanquín, pero él se opuso con humildad para no ser de peso a nadie y no gravar a los indios con un trabajo inútil.

También fundó el primer seminario de América; intervino con energía contra los derechos particulares de los religiosos, a quienes estimuló para que aceptaran las parroquias más incómodas y pobres; casi duplicó el número de las “Doctrinas” o parroquias, que pasaron de 150 a más de 250.

Un santo atrae a otros santos: En 1594, durante su tercera “visita” diocesana,

escribiéndole al rey de España Felipe II, san Toribio Alfonso de Mogrovejo hacía un pequeño balance de su vida: 15.000 kilómetros recorridos y 60.000 confirmaciones administradas (Toribio no podía saber que entre ellos había tres santos: Rosa de Lima, Francisco Solano y Martín de Porres). La situación de América Latina sería muy distinta de la actual si sus sucesores y todos los cristianos hubieran tenido el mismo impulso y la

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misma coherencia de quien fue llamado “apóstol del Perú y nuevo Ambrosio” y a quien Benedicto XIV comparó con San Carlos Borromeo.

Al final de su vida, Toribio recibió el viático en una capillita india, el 23 de marzo

de 1606, un Jueves santo, y ahí expiró. Fue canonizado en 1726 por Benedicto XIII.

Francisco Solano

Francisco Solano nace en Córdoba, Andalucía el 10 de Marzo de 1549. Posteriormente ingresa en la Orden de San Francisco y, gracias a la oración y al sacrificio, logra ser un religioso y sacerdote sabio y santo.

Evangelización de América, ilusión de los grandes santos: Pronto, con una gran

sensibilidad apostólica, nota que Cristo no es conocido por los habitantes de América. Esto enciende su celo por la salvación de las almas y solicita, a sus cuarenta años, ir a América, donde tantas almas están sedientas de Dios. Se embarca, llega a Cartagena y Portobello, y se detiene en Panamá durante cuatro meses, tan llenos de males y de dificultades, que mueren dos de sus compañeros.

Valor del hábito: Toma una nave para el Perú, aunque el viaje se presenta difícil.

Ante las costas de Colombia se produjo un accidente. El barco se hundía. El P. Francisco fue el último en abandonar la embarcación, dando ánimos y asistiendo a los que quedaban, finalmente se embarcó él también en la precaria lancha salvavidas. No obstante el hábito que utilizaba se pierde en el mar y el P. Francisco quedó sólo con la túnica. - Voy por mi hábito- dijo a sus aterrados compañeros- el Padre San Francisco me lo dio y a él se lo tengo que devolver. Y se lanzó al mar. Ese pobre hábito será su mayor orgullo y lo va a pasear con gallardía por aquellas tierras vírgenes.

Los obstáculos son un acicate para las almas grandes: Dos meses permanecieron

el una isla desierta comiendo apenas hierbas y raíces. El P. Francisco animaba a sus compañeros y su oración fue escuchada. El milagroso navío se presentó y los llevó al norte de Perú. El P. Francisco continuó a pie hasta la ciudad de Lima. Con ferviente deseo le pide a su superior que le envíe a las misiones más difíciles. Su ruego es escuchado y parte escalando los Andes, pasa por Bolivia y finalmente llega a Argentina y al Tucumán. Allí se desarrollará su apostolado en 11 largos y fecundos años.

Estudia con ahínco las lenguas de los indígenas, a los que trata con un amor

enternecedor. Los prodigios, nacidos de la oración y de su ardiente amor por Cristo y por sus hermanos los hombres, facilitan la acción del Espíritu Santo en la conversión de aquellas gentes.

Un nuevo Pentecostés: Una vez se vio ante varias tribus, sin conocer las lenguas

de todos, pero confiaba en que el Espíritu Santo actuaría. Así fue. Se renovó el prodigio de Pentecostés. Todos sus oyentes lo han entendido, y exclaman atónitos:

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- ¿Y cómo el Padre español habla a la vez todas nuestras lenguas? Amor y dolor, realidades complementarias: El caso de conversiones más famoso

en la vida de Francisco Solano se dio en La Rioja. Cuarenta y cinco caciques se dan cita en ella, y las autoridades se ponen al tanto, con los soldados a punto de entrar en acción ante el primer peligro. Era Jueves Santo, y en la procesión, organizada por el santo misionero, formaba un grupo de disciplinantes. Desnudos de la cintura para arriba, y con el despiadado látigo en la mano, iban dándose duros golpes en la espalda, en memoria de la flagelación de Jesús y haciendo así penitencia por los pecados de todos. Los caciques indios se conmueven ante aquel espectáculo. Abrazan la fe católica que predica Francisco, y se hacen bautizar todos con muchos otros de sus tribus, después de la rigurosa instrucción a que los somete el misionero.

Frutos abundantes: Se ha dicho que el número de los convertidos por Francisco

Solano asciende a los 200.000 indios.

Dios siempre bendice la obediencia: El infatigable misionero, obediente a la voz de sus Superiores, regresa a Lima, donde permanecerá haciendo prodigios de santidad y de conversiones durante los seis últimos años de su vida.

San Francisco Solano murió el 14 de Julio de 1610, a los 61 años de edad, 21 de los

cuales vividos como misionero.

Roque González El primer santo paraguayo, Roque González de Santa Cruz, nació en Asunción en

el año 1576. Todo es un instrumento para la misión: Durante los primeros años de su vida

aprendió a hablar el guaraní y a trabajar el campo. Ambas cualidades le fueron de gran utilidad en su ulterior labor evangelizadora.

Soldado raso: A los 23 años recibió la ordenación sacerdotal siendo uno de los

primeros sacerdotes diocesanos ordenados en la región de Río de la Plata. Al inicio, su labor pastoral se centró en la atención a los indígenas, a quienes amaba entrañablemente. Ocho años más tarde fue nombrado párroco de la catedral de Asunción. Su abnegada dedicación a los demás, junto con su espíritu práctico le merecieron el cargo de provisor y vicario general de todo el obispado.

Amor desinteresado: Sin embargo, en medio de estos progresos y

reconocimientos, el P. Roque experimentaba una gran nostalgia por su labor con los indígenas. Así, el 9 de mayo de 1609 abandonó sus cargos y privilegios para ingresar en el noviciado de la Compañía de Jesús. La decisión -como sucede a menudo- no estuvo exenta

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de fricciones, especialmente con sus familiares que pertenecían a la clase privilegiada de la colonia (el hermano del P. Roque era teniente general y gobernador de Asunción).

La Iglesia va más allá de lo espiritual: Su ingente labor misionera comenzó en la

reducción de “San Ignacio de Loyola”. En ella los aborígenes aprendían trabajos manuales y las primeras letras, y se les instruía en la doctrina católica. Los misioneros llevaban la paz de Cristo a esos territorios y, respetando las tradiciones culturales de los nativos, purificaban aquellos aspectos contrarios al mensaje de Cristo. El P. Roque era el alma de la vida litúrgica y religiosa de la reducción; pero también –sin descuidar la cura de almas– un solícito promotor de su vida económica y social.

Apóstol infatigable: Su anhelo de llevar el evangelio a sus “nuevos hijos”, como él

solía llamarlos, le llevó a emprender la fundación de 10 reducciones más. A pesar del bien que los misioneros realizaban en la región, su labor no dejó de

inquietar a los hechiceros, que veían en ellos una amenaza para sus supersticiones. En noviembre de 1628, mientras el P. Roque y otro sacerdote, el P. Alfonso Rodríguez, trabajaban en la reducción de Todos los Santos del Caaró, un hechicero llamado Nezú organizó una revuelta. En ella los indígenas asesinaron a los misioneros con sus italaás –una especie de hacha– y entregaron sus cuerpos a las llamas. Al P. Roque le extrajeron el corazón y, después de ensañarse con él, lo arrojaron también al fuego.

Juan de Brefeuf

Después de que en 1541 Jacques Cartier tomara posesión en nombre del rey de Francia de los vastos territorios de Labrador y de las orillas del río San Lorenzo, la colonización de estas tierras (posteriormente llamadas Canadá, tal vez por una palabra indígena) tuvo un impulso decisivo con la fundación de Quebec, llevada a cabo en 1608 por obra de Samuel Champlain, que se convirtió muy pronto en centro lucrativo de pieles. La región estaba habitada originariamente por indígenas hurones, o wyandot, población de lengua y cultura iroquesas situada entre la desembocadura del río San Lorenzo y los lagos Ontario y Hurón.

Soldado raso: Para evangelizar el territorio, Champlain había llamado inicialmente a los franciscanos recoletos, que llegaron en dos expediciones posteriores en 1615 y 1622, pero sin el menor resultado. Entonces se invitó a los jesuitas. En junio de 1625 desembarcaron en Quebec cinco padres. Uno de ellos era Juan de Brébeuf, encargado de abrir la misión entre los hurones. Nacido el 25 de marzo de 1593 en Condé-sur-Vire, Normandía, Brébeuf, al terminar sus estudios de filosofía, entró en 1617 en el noviciado jesuita de Rouen, donde llegó a ser profesor en el colegio que la Compañía tenía en la ciudad. Después de su llegada a Quebec, vivió todo un invierno con una tribu algonquina para aprender su lengua y conocer las costumbres de los indígenas de la región. En 1626 fue enviado a la tribu de los hurones, donde permaneció tres años, hasta que fue reclamado

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a Quebec, asediada por los ingleses. Caída la ciudad, se vio obligado a volver a su patria con los demás franceses. Hasta ocho años más tarde, en 1634, no pudo volver a Canadá y reanudar su actividad entre los indios, fundando, con otros padres y hermanos coadjutores llegados de Francia, las misiones de Ihonatiria, Ossossané y Téanaustaié.

Todo para todos: El método de Brébeuf consistía en integrarse totalmente en la

vida de las tribus, compartiendo en todo la existencia de los hurones. Tras la fuerte resistencia inicial de los indígenas, los padres obtuvieron resultados discretamente alentadores.

Pero la situación cambió profundamente a partir de 1642, cuando la Confederación

Iroquesa de las Cinco Naciones, formada por tribus indígenas aliadas de los ingleses, desencadenó la guerra contra la confederación rival de los hurones, sostenida por los franceses. Los hurones, que pertenecían también al mismo pueblo que los iroqueses, fueron masacrados y sus aldeas sistemáticamente destruidas hasta 1650, cuando prácticamente desapareció aquella población.

Fiel hasta morir en la raya: Los misioneros se negaron a abandonar a los indios, a

quienes habían dedicado su vida, y siguieron asistiendo a los moribundos y prisioneros. Ocho jesuitas, capturados durante los asaltos de los iroqueses, fueron martirizados por estos últimos, a menudo con el terrible y lento suplicio del fuego. El primero en dar su vida fue el compañero del P. Isaac Jogues, el hermano coadjutor Renato Goupil, muerto el 29 de septiembre de 1642. Siguieron el padre Antonio Daniel (4 de julio de 1648), nacido en Dieppe en 1601, profesor del colegio de Rouen y llegado en 1634; el P Juan de Brébeuf, quemado vivo entre innumerables tormentos el 16 de marzo de 1649, junto con el hermano coadjutor Gabriel Lalemant. El 18 de octubre murió el padre Isaac Jogues, nacido en Orleans en 1607, también el profesor del colegio de Rouen, llegado a Canadá en 1636, y el día siguiente el hermano coadjutor Juan de Lalande: Jogues fue martirizado en el poblado de Ossernenon (hoy Aurisville, Estados Unidos). El mismo año de 1649 encontraron la muerte los padres Carlos Garnier (7 de diciembre), jesuita de París, que había llegado en 1636 después de terminar los estudios teológicos en el colegio de Clermont, y Natale Chabanel (8 de diciembre), profesor de filosofía del colegio de Toulouse, que vivía con los indios desde 1644.

Dios tiene sus caminos para convertir a las almas: El ejemplo de estos misioneros

parece que provocó un considerable número de conversiones entre los hurones. Los restos de Juan Brébeuf, Carlos Garnier y Gabriel Lalemant fueron en parte recuperados y trasladados a Quebec en 1650. El culto de los ocho mártires se difundió en Canadá y Francia ya durante el s. XVII.

Un primer proceso informativo, basado en la convicción de que los mártires habían

dado realmente la vida por la causa de la fe, fue iniciado en 1652 por el arzobispo de Rouen, bajo cuya jurisdicción se encontraba entonces aquella región canadiense. Pero hasta el s. XX, por iniciativa de los obispos de Baltimore y Quebec, no fue introducida la causa, que terminó con la beatificación el 21 de junio de 1925. Los ocho mártires del Canadá fueron canonizados el 29 de junio de 1930 por Pío XI. En 1897 fue erigida en su honor una iglesia en Penetanguishene (Ontario, Canadá), mientras en Aurisville, escenario

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del martirio de Isaac Jogues y de Juan de Lalande, se construyó un pequeño oratorio dedicado a Nuestra Señora de los Mártires.

Ignacio de Azebedo

Ignacio nació en Portugal de una familia ilustre. Estudió la enseñanza media en los padres jesuitas y, al terminar sus estudios, decidió, llamado por Dios, entrar en la Compañía de Jesús. Pronto se distinguió como un sacerdote encendido de amor por las almas y por su caridad haciendo el bien a diestro y siniestro. En 1556, Francisco de Borja, General de la Compañía, le nombró visitador en el Brasil.

En esta inmensa nación se topó con las enormes dificultades que le opusieron los Calvinistas y Luteranos. Estas dos confesiones protestantes habían invadido el país de misioneros. Ni unos ni otros se entendieron para nada. Cada cual se parapetaba en su verdad. Dios hace apóstolos a hombres de todos los pueblos: Después de hacer su visita al Brasil, sacó esta conclusión: “Hay que fundar un noviciado y un seminario para estudiantes con vocación jesuita”. Volvió a Portugal para pedir dinero. Le siguieron muchos jóvenes. Hizo lo mismo en Roma. El Papa mismo le animó en su proyecto para misionar aquel vasto país. Nuestros planes ni siempre son los de Dios: Se le unieron 69 misioneros salidos de Lisboa en junio de 1570. Durante la travesía se enfrentaron a los barcos de los protestantes. Se defendieron con valor, pero fueron heridos y apresados. La Consigna del capitán pirata fue: “¡Que mueran todos los perros jesuitas que van a esparcir sus malas doctrinas a Brasil!”.

Dios ansía la compañía de sus hijos fieles: El P. Ignacio respondió: “Yo soy católico y muero por mi fe. Los ángeles y los hombres son testigos”. Los corsarios le cortaron los brazos y lo arrojaron al mar, junto con la imagen de la Virgen. Entre el grupo de los mártires también se encontraba un sobrino de santa Teresa de Jesús. La santa comunicó que ese mismo día había participado, en su oración, de la gloria con que el cielo había coronado a aquel escuadrón de mártires misioneros.

Pablo Miki

El primero que llevó el anuncio de la fe cristiana a Japón fue San Francisco Javier, quien trabajó allí en de 1549 a 1551. En pocos años los cristianos llegaron a ser unos 300.000. Humanamente hablando, es doble el “secreto” que hizo posible esta expansión: el respeto que los misioneros jesuitas tuvieron por los modos de vida y las creencias

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japonesas, no directamente opuestas a la enseñanza cristiana, y el empeño de insertar elementos locales en la predicación y en la administración. Dios nos prueba incluso ante nuestros planes más nobles: Fue catequista jesuita un joven llamado Pablo Miki, nacido entre los años 1564 y 1566, de una rica familia de Kyoto. Quería ser sacerdote pero su ordenación fue postergada “sine die”, porque la única diócesis todavía no tenía obispo. Además, en 1587 el emperador Toyotomi Hideyoshi, que se propuso la conquista de Corea, cambió su actitud benévola para con los cristianos y publicó un decreto de expulsión de los misioneros extranjeros. La orden se cumplió en parte: algunos misioneros permanecieron en el país de incógnito, y en 1593 algunos franciscanos españoles, dirigidos por Pedro Bautista, llegaron a Japón procedentes de Filipinas y fueron bien recibidos por Hideyoshi. Pero poco después vino la ruptura definitiva, incluso por motivos políticos anti-españoles y anti-occidentales. El 9 de diciembre fueron arrestados seis franciscanos (Pedro Bautista, Martín de la Asunción, Francisco Blanco, Felipe Las Casas, Francisco de San Miguel y Gonzalo García), tres jesuitas (Pablo Miki, Juan Soan de Gotó y Santiago Kisai) y quince laicos terciarios franciscanos, a los que se les añadieron después otros dos, que eran catequistas. Sanguis martirum, semen cristianorum: Después de haberles cortado el lóbulo izquierdo, los 26 fueron llevados de Meaco a Nagasaki, para exponerlos a la burla de las muchedumbres, que más bien admiraron la heroica valentía que manifestaron sobre todo en el momento de la muerte, cuando fueron crucificados en una colina de Nagasaki el 5 de febrero de 1597. Despertaron gran conmoción las palabras de perdón y de testimonio evangélico pronunciadas por Pablo Miki desde la cruz, y la serenidad y valentía que demostraron Luis Ibaraki (de 11 años), Antonio (de trece) y Tomás Cosaki (de catorce), que murieron cantando el salmo: “Laudate, pueri, Dominum...” Dios saca de un mal, muchos bienes: Pablo Miki y los demás mártires de Nagasaki de 1597 fueron beatificados en 1627 por Urbano VIII y canonizados por Pío IX en 1862. su culto está muy extendido en todo el sur de Japón y, en particular, en Nagasaki, donde se ha construido una iglesia en su honor.

Felipe de Jesús La familia es el futuro de la Iglesia: De padres españoles, nació Felipe de las Casas Martínez en la Ciudad de México en 1572. Fue el mayor de once hermanos, de los que tres siguieron la vida religiosa. Su padre estaba emparentado con otro notable monje y evangelizador de América, Fray Bartolomé de las Casas.

Felipe era travieso e inquieto de niño. Estudió gramática en el colegio de San Pedro y San Pablo de la ciudad de México, dirigido por los jesuitas. Mostró interés por la artesanía de la plata. Por eso, cuando Felipe fue beatificado, el gremio de los plateros lo nombró su patrón.

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Sólo Dios llena de verdad nuestros deseos de felicidad: A los 21 años se encontraba en las Islas Filipinas, a donde había ido en busca de aventura. Las personas que viajaban a ese lugar, en aquellos tiempos, no lo hacían generalmente por motivos piadosos. Ni tampoco predominaba lo espiritual en el ambiente de Manila, ciudad conquistada apenas en 1571. En ésta lo común era ver gente ocupada con planes de conquista militar y haciendo planes para el comercio. Allí decidió Felipe ingresar a la orden de los Franciscanos y escogió el nombre Felipe de Jesús. Entró al convento de Santa María de los Ángeles de Manila. Un año más tarde, Jesús hizo su profesión religiosa. Tres años después, cuando se acercaba el tiempo de su ordenación, el 12 de julio de 1596, partió rumbo a México en barco.

En Filipinas no se podía ordenar porque no había un obispo. El viaje de Filipinas a

América era una aventura peligrosa y el viaje podía durar hasta siete u ocho meses. La travesía del barco en el que iba Felipe estuvo a punto de ser desastrosa. Durante un mes la nave estuvo a la deriva, arrojada por las tempestades de un lado a otro hasta que, destrozada y sin gobierno, fue a dar a las costas del Japón.

En Japón, no les tenían confianza a los misioneros. Cuando ellos llegaron ahí no

sabían qué les iba a pasar, y así durante varios meses. Fray Felipe de Jesús se refugió en Meaco, donde los franciscanos tenían escuela y hospital.

Dios siempre nos da la fuerza para superar cualquier prueba: El 30 de diciembre

todos los frailes fueron hechos prisioneros junto con un grupo de cristianos japoneses. Comenzó el martirio. El día 3 de enero les cortaron a todos la oreja izquierda. Luego emprendieron una marcha en pleno invierno, por un mes, de Tokyo a Nagasaki. El 5 de febrero, 26 cristianos fueron colgados de cruces sobre una colina en las afueras de Nagasaki. Los fijaron a las cruces con argollas de hierro en el cuello, en las manos y en las piernas. Los atravesaron con lanzas. El primero fue Felipe de Jesús. Murió repitiendo el nombre de Jesús. Las argollas que debían sostenerle las piernas estaban mal puestas, por lo que el cuerpo resbaló y la argolla que le sujetaba el cuello comenzó a ahogarlo. Le dieron dos lanzadas en el pecho que le abrieron las puertas de la Gloria de Dios.

Es Dios quien guía nuestra historia: Fue beatificado, junto con sus compañeros,

el 14 de septiembre de 1627 y canonizado el 8 de julio de 1862. Estos mártires son frecuentemente recordados por el Papa dando a saber que su sangre no fue derramada en balde. Llegaron al cielo. El testimonio de los santos confirma el amor a Dios. El testimonio de estas personas nos puede ayudar a crecer en nuestra vida espiritual, en nuestra vida de fe.

El protomártir mejicano: Algo que no debes olvidar: San Felipe de Jesús fue el

protomártir mejicano. Fue un religioso de la orden de los franciscanos en Manila. Al venir a ordenarse a México, naufragó su barco y llegó a Japón donde lo mataron. Murió repitiendo el nombre de “Jesús”.

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Pedro Claver

Un santo de una gran talla: El Papa León XIII lo declaró santo dijo estas palabras: “La vida que más me impresionó después de la de Cristo fue la de Pedro Claver”. Su vida de trabajo apostólico en la América Latina del siglo XVII.

Procedía de una familia catalana, los Requesens. Nació en junio de 1581 y fue

bautizado el 16 del mismo mes. Su padre era de condición modesta y poseía unos viñedos y olivares. Pedro siguió la carrera eclesiástica. Hizo sus estudios en Solsona con un tío que era canónigo de la catedral. Estudió arte y letras en Barcelona. En 1602 ingresó a la Compañía de Jesús y pronunció sus primeros votos religiosos en 1604. Estudió filosofía en Palma de Mallorca.

Dios llama a los humildes para confundir a los poderosos: Algunos de sus

superiores lo consideraban un espíritu mediocre. Así lo describían: “Un discernimiento inferior a la media; escasa circunspección en los negocios; mediocre en el perfil de las letras; bueno para predicar a los indios”.

Por aquel tiempo estaba muy extendido el dicho de santa Teresa de Ávila, que

decía: “Dios los llama para santos, y en canónigos se quedan”. Parece ser que estas palabras no le sentaron demasiado bien. Además, su convivencia con San Alonso Rodríguez le infundió una intensa espiritualidad misionera.

Un hombre que sabe lo que vale: Se expresaba en estos términos: “Las almas de los

indios tienen un valor infinito, porque tienen el valor de la sangre de Cristo, mientras que las riquezas de las Indias no valen nada... Id a las indias, a recuperar a tantas almas que se pierden”.

Su espíritu y su vigor interiores le gritaban fuertemente por dentro que tenía que

escalar los peldaños de la santidad. Pedro continuó con sus estudios de teología en Barcelona donde permaneció hasta 1610, cuando fue enviado a Santa Fe de Bogotá, capital del virreinato de Nueva Granada. Ahí estuvo la friolera de 33 años. Fue ordenado sacerdote en Cartagena el 19 de marzo de 1616.

Servidor de los hombres: Se convirtió en socio del gran Alonso Sandoval que se encargaba de la evangelización de los esclavos negros. A ellos dedicó su vida emitiendo voto de trabajar sólo para ellos. “Pedro Claver, esclavo de los esclavos negros” se convirtió en su lema.

Todo es válido para llevar las almas a Dios: Es importante recordar el método de

evangelización con que San Pedro Claver pudo afrontar el número siempre creciente de esclavos introducidos en América Latina. La primera tarea que deben desempeñar los misioneros es la atención a las necesidades materiales de los esclavos. Éstos vivían en las bodegas infectadas de las naves negreras: “La mano debe preceder al corazón” solía repetir. La segunda tarea es la comunicación con los hombres y mujeres pertenecientes a los diversos

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pueblos de África. Por fin se debe proceder a la transmisión de la fe y que ésta no se limite al mínimo indispensable, sino que ofrezca al neoconvertido la oportunidad de una vida realmente virtuosa. Este cometido lo desempeña no sólo con su testimonio, sino con uso de material pedagógico como imágenes pintadas y libros ilustrados.

Siempre estuvo marcado por seguir las huellas de Jesús de Nazaret en cuanto

emprendía y llevaba a cabo. Cayó enfermo, y el 8 de septiembre le vino la hermana muerte en el año 1654.

Isaac Jogues

En estos años ha cambiado la actitud hacia los indios piel rojas. Se tiene conciencia de que la prepotencia de los blancos colonizadores destruyó la vida de pueblos de los que se aprecian, también demasiado tarde, algunas características. Pero, aun para estos pueblos se puede decir que el cristianismo y sobre todo los misioneros se han preocupado realmente por entablar un diálogo que permita hacer sobrevivir los valores más genuinos. Esto queda confirmado con los acontecimientos de los ocho jesuitas que murieron mártires en Canadá a mediados del siglo XVII. Entre ellos se encuentra San Isaac Jogues.

Isaac etimológicamente viene de la lengua hebrea y significa “Aquél a quien Dios sonríe”. Nació en Orleáns, Francia, en 1607. Siendo aún joven entró en la compañía de Jesús. Ya se tenía noticia de los cinco jesuitas que desembarcaron en Québec en 1625. Uno de ellos era Juan de Brébeuf que se dedicó a conocer la lengua y las costumbres de los indígenas. En 1626 fue enviados a la tribu de los hurones, pero tres años después un conflicto le obligó a regresar a Francia. No fue sino hasta 1634 que volvió con otros padres al territorio canadiense.

Adaptándose a los tiempos y lugares: San Isaac Jogues se les unió en 1636.

Estaban en las fronteras entre el Canadá y los Estados Unidos dentro de unas inmensas selvas. Los misioneros, en una gran tarea de enculturación. Supieron adaptarse a sus costumbres y mentalidad comprendiendo su debilidad y sus supersticiones. Tras las primeras dificultades comenzaron a florecer resultados discretamente alentadores.

Un alma vale más que la propia vida: Pero la situación se complicó después de

1640. Los Hurones fueron atacados duramente por los Hirochesis, más guerreros y más valientes. Los Hurones eran masacrados y sus aldeas eran asoladas y colmadas de espanto. Ante esta situación los misioneros no se amedrentaron y se negaron a abandonar a los indios a quienes habían dedicado sus vidas completamente. Continuaron entregándose a su misión de asistir a los moribundos y los prisioneros.

La santidad impacta a los corazones más crueles: Finalmente en uno de los

asaltos fueron capturados ocho jesuitas. Éstos fueron martirizados con el lento y doloroso suplicio del fuego, y les sacaron el corazón más por admiración de su valor que por malas

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intenciones. Isaac Jogues murió el 18 de octubre de 1649 en el poblado de Ossernenon (hoy Aurisville, EEUU). En ese mismo poblado nacería diez años después la primera beata perteneciente al pueblo de sus asesinos, la hirochesa Catalina Tekakwitha. Esto prueba que el ejemplo de estos misioneros provocó un considerable número de conversiones entre las tribus nativas, sobre todo entre lo Hurones.

Francisco de Capillas El que diere a uno de éstos un vaso de agua fresca por ser mi discípulo...; el que me diere un hijo...: Francisco Fernández de Capillas nació en Palencia el día 14 de agosto de 1607. Sus padres fueron Baltasar Fernández y Ana García de Capillas. Familia campesina, económicamente acomodada y con cinco hijos: uno fue sacerdote, otro monje cisterciense, dos contrajeron matrimonio y, el quinto, Francisco, misionero dominico. En su infancia, Francisco se mostró como un niño sencillo, abierto que se ilusionaba fácilmente con ideales heroicos y misioneros. A los diez años empezó a estudiar con espíritu diligente, siendo estimado por sus compañeros como amigo fiel y virtuoso. A los 16 años ingresó al convento dominicano de Valladolid porque en él se observaban con todo rigor las prácticas cristianas. Durante su noviciado era un joven piadoso, mortificado y exigente. Su preferencia no fue la especulación académica, sino la vivencia pastoral y misionera. Las grandes obras son frutos espontánea de pequeños ejercicios: A los ocho años de formación se sintió profundamente atraído por la llamada de misioneros y la convocatoria para la evangelización de Filipinas y China. La idea del martirio no le asustaba. El santo sabía compartir, amar y sufrir. Ordenado sacerdote, redobló su fervor, mortificación y penitencia. A Dios le hace falta los héroes, dispuestos a todo: El santo Capillas estaba destinado providencialmente a regar con su sangre la evangelización de China. Él lo deseaba ardientemente y así lo manifestó a sus superiores. Éstos acogieron su petición y tanto le afectó el gozo de servir a Dios en China, que parecía enfermo. En un mes todo estuvo dispuesto para embarcarse.

Llegaron a Fujian en el mes de abril y formaron comunidad en el seno de una ciudad colmada de rencores y odio al cristianismo. Vivían diariamente de milagro en medio de las persecuciones. Fray Francisco Capillas hizo un esfuerzo supremo por lograr comunicarse rápidamente con el pueblo en su lengua y se dedicó con celo sin límite al apostolado. Lo ejerció con inmenso amor. En la distribución del trabajo, le correspondió principalmente atender a los cristianos de la ciudad de Xeuning y sus alrededores. A ellos entregó los últimos seis años de su vida con olvido de sí mismo.

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Siguiendo las mismas huellas de Cristo: Al final, le apresaron en Tingteu cuando salía de atender a los enfermos y se dirigía, a escondidas, a su casa de refugio. Arrastrándole con una soga, le llevaron de tribunal en tribunal hasta cuatro veces. Él confesó su amor y fe, y los mandarines ordenaron su encarcelamiento, a pesar de la defensa que hicieron letrados cristianos. Entró en la cárcel el 13 de noviembre de 1647, en medio del regocijo popular enemigo. Al día siguiente fue conducido ante el juez y éste ordenó aplicarle el tormento de los tobillos y azotarle. El santo soportó el dolor y bendijo a Dios. Retornó a la cárcel y anunció la fe, en medio del sufrimiento. Por fin, el 15 de enero de 1648, dictada la sentencia de muerte, un golpe de catana segó su cabeza, adornando de gloria al misionero dominico. Fue beatificado por el Papa Pío X el 2 de mayo de 1909, como protomártir de China.

Pedro de Betancur

Los Betancur, una familia cristiana de Tenerife. Pedro de niño y muchacho, cuidaba en Vilaflor el rebaño de ovejas de su familia, en aquellos bellísimos parajes presididos por el gran Teide. Desde chico fue Pedro muy cristiano.

Dios es el tesoro más valioso: En las montañas tenía mucho tiempo para rezar, para pensar y para soñar. Y eran años en que con frecuencia llegaban de las Indias hispanas noticias capaces de encender el corazón de quienes tenían avidez de oro o de almas... Pero los años pasaban, y su madre viuda pensó en casarlo con una buena moza: «Aunque la joven sea una joya, le contestó Pedro, mi inclinación es de Iglesia. Y aunque escasamente leo y aún no me he ejercitado en escribir, abrigo esperanzas de que saliendo de este rincón de la isla y del mundo podré servir a Dios en ministerios de Iglesia y de caridad».

Su sueño se vio cumplido cuando tenía 23 años. El 18 de septiembre de 1649 embarcó hacia las Indias. Llegado a La Habana, estuvo Pedro acogido por más de un año en la casa de un buen clérigo natural de Tenerife. Pero él sentía que no era aquel el lugar donde debía quedarse, y embarcó para Honduras cuando hubo ocasión. Y una vez en tierra, en cuanto escuchó la palabra Guatemala reconoció en ella su destino: «A esa ciudad quiero ir. Me siento animado a encaminarme a ella luego que he oído nombrarla, siendo así que es ésta la vez primera que oigo tal nombre». Inmediatamente se puso en camino a pie. Y atravesando Pedro aquellos paisajes tan hermosos, presididos por la majestad de los volcanes, pudo recordar sus amadas islas Canarias.

Llegó por fin un día a los altos de Petapa, sobre el valle de Panchoy, y besó la tierra arrodillado, como si fuera ya consciente de haber avistado la tierra prometida donde le quería Dios. Rezó la Salve Regina y, encomendándose a la Virgen, siguió su camino hacia la capital, Santiago de los Caballeros, a la que llegó el 18 febrero de 1651, hacia las dos de la tarde. Y en ese momento, justamente cuando Pedro de rodillas besaba la tierra, se produjo el gran temblor que registran las crónicas...

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Dios se hace visible a sus elegidos: Aquella capital tenía a mediados del XVII, cuando llegó Pedro, un ambiente muy religioso, por un lado, y muy profano, por otro. Diez conventos de varones y cuatro de religiosas, cinco ermitas y veinticuatro templos daban a la ciudad, con otros nobles edificios, una fisonomía realmente hermosa. Como hemos dicho, apenas entraba Pedro en la capital, cuando tembló la tierra, y sus convulsiones produjeron daños y víctimas.

Él mismo se sintió agotado del viaje y enfermo, y así vino a dar en el Hospital Real de Santiago. Entonces, pobre y sin amigos, tuvo Betancur el primer contacto con el dolor y la miseria de Guatemala, y pudo conocer también de cerca el doloroso abandono de muchos pobres indios y negros... Pedro decidió empezar con la fundación de un hospital. Era entonces obispo fray Payo Enríquez de Rivera, que fue más tarde obispo de Michoacán, y después arzobispo y Virrey de México. «Dios le inspire, y avise lo que se ofreciere, que somos amigos».

Dios es el primer interesado: Pedro escribió al rey Felipe IV, encargando en 1663 para conseguir las autorizaciones necesarias. Así fue el Hospital adelante, siempre con limosnas y con la colaboración directa de los Hermanos terciarios. En una ocasión el Hermano Nicolás de León, le avisó un día que estaban debiendo una buena cantidad de pesos. «¿Cómo debemos?», le contestó Pedro extrañado: «Yo no debo nada. Dios lo debe». En efecto, la obra realizada por iniciativa divina, era Dios quien día a día la llevaba adelante con el Hermano Pedro. El Señor movía el corazón de los buenos cristianos a través de su santo siervo.

A Cristo por María: El Hermano Pedro veía la devoción a María como el camino real para la perfecta unión con Dios, y así decía a todos: «Buscad la amistad de Dios por medio de la Virgen». Siempre llevaba en su corazón los pasos de la vida de Cristo, pero muy especialmente «la humildad de su encarnación y el amor infinito de su pasión santísima». En ese amor al Crucificado se arraigaban las innumerables penitencias expiatorias del Hermano Pedro, y aquellos vía crucis nocturnos, en los que cargando una pesada cruz, hacía en la oscuridad sus estaciones por las diversas iglesias de la ciudad, hasta el amanecer... Y en ese amor al Crucificado radicaba el amor de Pedro hacia el Misterio eucarístico.

Murió como vivió: Oía misa cada día, una vez al menos, y comulgaba cuatro veces por semana, que era lo que le habían autorizado. En 1667, a los 41 años, después de 15 en Guatemala, vio cercana su muerte. Pasó días de grandes dolores, aunque éstos desaparecieron al final: «Ya no siento nada, dijo. El Señor que conoce mi gran miseria, no quiere que yo me inquiete por el dolor». Guardó entera su conciencia hasta un cuarto de hora antes de morir. Solía en sus últimos días apretar en las manos un crucifijo, y mantener sus ojos fijos en una imagen de San José, a quien ya desde el bautismo estaba encomendado. «Me parece que vivo más en el aire que en la tierra», confesó con voz débil. Murió el 25 de abril de abril de 1667. Un siglo después, en 1771, declaró Clemente XIV que sus virtudes habían sido heroicas. Y dos siglos más tarde, el 22 de junio de 1980, fue beatificado por Juan Pablo II.

Un santo para los demás hasta después de muerto: Todos, especialmente los pobres, indios y negros, «besaban sus pies, cortaban pedazos de sus vestidos, y le hubieran

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mutilado para llevarse alguna reliquia a no rodear de guardias el féretro. A primera vista parecía un tirano presa del furor del pueblo, y era tan sólo un oscuro religioso a quien se defendía del amor y de la gratitud de los pobres».

Junípero Serra

Conocer las necesidades de las almas ensancha el celo apostólico. Un día un franciscano de Goa le echó en cara a San Francisco Javier el viajar tanto diciendo “El padre Francisco da muchas vueltas” a lo que San Francisco Javier contestó “si yo mismo en persona no visitara esas tierras no podría conocer sus necesidades. Me faltaría la experiencia necesaria para dar normas de conducta, y uno de los requisitos capitales de la prudencia es la experiencia personal.”

El franciscano fray Junípero Serra fue el alma de la evangelización de la Alta California (o California estadounidense). La relevancia del misionero franciscano en la historia de esa parcela del Nuevo Mundo la confirma la presencia de su estatua, la única de un español, en el Hall of Fame (Galería de la Fama) del Capitolio norteamericano en Washington, colocada entre las de los padres fundadores y los personajes más destacados de la nación.

Miguel José Serra nació en la villa de Petra (Mallorca) el 24 de noviembre de 1713, en el seno de una humilde familia campesina. Sus primeros estudios los realizó en el convento de San Bernardino de Siena, en Petra. Posteriormente ingresa en el convento franciscano de Jesús, de la ciudad de Palma. Obtiene el doctorado en Filosofía y Teología en la Universidad Luliana de Palma y se dedica a la docencia y la predicación. Las cartas y las noticias que llegan de los misioneros de América mueven a fray Junípero a abandonar su brillante carrera como profesor para incorporarse al trabajo de evangelizador en tierras americanas. El 28 de agosto de 1749, Junípero Serra y otros veinte franciscanos salen del puerto de Cádiz rumbo a Nueva España (México). La expedición llega a la ciudad mexicana de Veracruz el 7 de diciembre.

Sacrificio, clave de la fecundidad apostólica. Mientras el grueso del grupo misionero se dirige, a lomos de mulas, hacia Ciudad de México, fray Junípero y un acompañante emprenden el camino a pie. En este viaje contrae una dolencia en la pierna que ya no le abandonará hasta su muerte.

La obediencia santifica la acción. El primer destino del mallorquín en tierras del virreinato español son las misiones de Sierra Gorda, habitadas por los indios pames. Junípero Serra se establece en la misión de Santiago Xalpán el 16 de junio de 1750. El primer obstáculo a salvar por parte de los dos misioneros es la barrera de la lengua que los separa de sus nuevos «feligreses». El futuro padre de California se aplica al estudio del «pame» y llega a dominarlo en poco tiempo. Más tarde traducirá oraciones y nociones de doctrina cristiana a ese idioma indígena para uso de sus compañeros. Junípero Serra dio

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pruebas en Santiago Xalpán de unas dotes de organización y de sentido práctico que le permitirían, años más tarde, llevar a cabo la ingente tarea de colonizar la Alta California.

Tras nueve años en las misiones de Sierra Gorda, fray Junípero recibe el encargo de dirigir la evangelización de los apaches de la región del río San Saba y se traslada a Ciudad de México. Allí tendrá que permanecer diecinueve años, porque la muerte del virrey paralizó los proyectos que las autoridades españolas habían trazado respecto al territorio apache. El 14 de julio de 1767 dieciséis miembros de la Orden franciscana parten de Ciudad de México rumbo a la California ya colonizada. Al frente de ellos, como «padre presidente», iba Junípero Serra. La primera fundación española en la Alta California, a muchos kilómetros ya de Vellicatá, límite de la Corona en lo que actualmente es México, es la de San Fernando. Iniciaron la evangelización enseñando a los nativos en los principios cristianos y los hacían beneficiarios de las ventajas de la civilización occidental, aun cuando eso supuso en muchas ocasiones la destrucción de culturas muy desarrolladas.

Fidelidad a la metodología. Junípero Serra y sus colaboradores siguieron la línea de acción establecida por sus predecesores en otras partes del continente. Cuando llegaban a un lugar conveniente, levantaban una capilla, unas cabañas para residencia de los frailes y un pequeño fuerte protector contra posibles ataques. Acogían a los indígenas que se aproximaban movidos por la curiosidad y, una vez ganada su confianza, les invitaban a establecerse en las proximidades de la misión. Allí, al mismo tiempo que catequizaban a los indios, los misioneros les enseñaban nociones de agricultura y ganadería, les proporcionaban semillas y animales y les asesoraban en el trabajo de la tierra. Algunos de ellos aprendieron también las técnicas de la carpintería, la herrería o la albañilería. Las mujeres recibían adiestramiento en las labores de cocina, costura y confección de tejidos.

Pedro Sanz

Nació en Cataluña en el año 1680 y murió en Fu-tsheu, China, en 1747. Pedro Sanz se cuenta entre los primeros mártires de China. Era un Dominico de Lérida. Profesó a los 18 años y enseguida pidió irse como voluntario a las misiones. Lo enviaron a Manila. Tras estudiar lengua durante dos años, se fue a evangelizar la China durante 31 años hasta que lo capturaron.

En 1730 lo hicieron vicario apostólico de Fonkien y más tarde obispo titular de

Maurivastro. Pero en 1746 se declaró una nueva persecución contra los cristianos. Jamás perder de vista el ideal. Los jefes chinos los llevaron ante el jefe y fueron

sentenciados a muerte en 1746. Los mismos paganos se quedaban admirados ante la presencia electrizante de Pedro. En su lecho de muerte repetía estas palabras: "Si quieres salvar tu alma, debes obedecer a Dios"

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Entrega generosa. Todo joven que tiene en su corazón ansias de que el mundo conozca a Jesús, no tiene miedo a la aventura santa de lanzarse por los mundos más lejanos con tal de que Dios sea conocido por el mayor numero posible de hombres.

Sangre de mártires semilla de nuevos cristianos. Cuando el vicerrey de China

escribió sobre este santo y otros mártires, dijo estas palabras: "¿Qué estamos haciendo con estos hombres? Sus vidas brillan con esplendor ante nuestra vista y son irreprochables. Incluso en la prisión han convertido a hombres a la fe, una fe que hace que no teman ni la prisión ni la muerte. Encadenados son felices, que es mucho decir. Han hecho de los carceleros y de sus familias unos verdaderos discípulos...”

Nadie tiene mayor amor. El Obispo dominico y cinco hermanos sacerdotes más, para ahorrar otros sufrimientos a los cristianos de la región de Fujian se habían entregado espontáneamente a las autoridades.

Pedro Chanel

Pedro Chanel nació en Cuet (Francia) el 12 de julio de 1803. A los doce años, por invitación del celoso párroco Trompier, comenzó los estudios sacerdotales, y en 1824 entró al seminario mayor de Bourg, en donde tres años después fue ordenado sacerdote. En 1836 se embarcó en Le Havre hacia Valparaíso, con destino a Oceanía. Cuando la nave llegó a Futuna, se invitó al Padre Chanel a permanecer ahí con el compañero laico Nicezio, que tenía veinte años.

Cuando desembarcó allí el misionero marista Pedro Chanel, junto con un

compañero laico, la isla estaba dividida por dos tribus continuamente en guerra. Fue lenta y paciente la tarea de penetración en el pequeño mundo de esa gente tan distinta en costumbres de vida y en mentalidad. Pero el anuncio del Evangelio fue calando en las jóvenes generaciones.

Amar hasta que duela. Sólo la valentía y la caridad de un hombre de Dios podían

escoger esta meta con todos los riesgos que conllevaba. En efecto, Pedro Chanel concluyó aquí su aventura de evangelizador, asesinado a golpes de garrote y hacha el 28 de abril de 1841 por el yerno del jefe de la tribu Musumusu, enfurecido porque entre los convertidos al cristianismo se encontraban algunos miembros de su familia.

La vida el precio de la salvación. Este éxito suscitó al mismo tiempo la hostilidad de las viejas generaciones. El tributo de sangre de Pedro Chanel fue el precio para abrir finalmente las puertas a la evangelización de toda la isla. El nuevo mártir cristiano, beatificado el 7 de noviembre de 1889, fue canonizado el 12 de junio de 1954 y declarado patrono de Oceanía.

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Que paz después de la lucha. Futuna es una pequeña “expresión geográfica”, una de las islas Fiji, señalada en los mapas con un punto entre el ecuador y el trópico de Capricornio en el inmenso océano Pacífico. Hoy es una posesión francesa, meta de turistas amantes de lo exótico. Los habitantes son católicos y viven una vida pacífica.

Daniel Comboni Daniel Comboni nace el 15 de marzo de 1831 en Limone sul Guarda, Brescia. Lo bautizaron al día siguiente de su nacimiento. Daniel fue el único que sobrevivió de sus 8 hermanos. Estudió en Verona. Un mes antes de cumplir los doce años entra en el Colegio San Carlos, fundado por el sacerdote Nicola Mazza de quien aprendió mucho. El Instituto del P. Nicola estaba abierto a la misión: incluso el mismo P. Nicola había querido ser misionero en su juventud; y fue sin duda la permanencia del P. Angelo Vinco en el colegio la que motivó tanto en su fundador como en los alumnos, el deseo de evangelizar África. Don Angelo había regresado a Europa para pedir ayuda para aquella misión y se quedó con ellos tres meses.

Un tesoro que no puede quedar guardado para unos cuantos: la fe: El mismo

Comboni afirma que después de haber hablado este sacerdote “con todo el entusiasmo de su alma” a 500 alumnos sobre la deplorable situación de la raza camita, “encendió en ellos el fuego de la caridad divina que no puede detenerme en la carrera hacia la dedicación total y el sacrificio por la salvación de los infieles”.

Para el apóstol, todo le habla de la misión: A los 17 años de edad, siendo

estudiante de filosofía, hace voto ante su superior de consagrar su vida al apostolado en África central. Es hacia el futuro apostolado que orienta sus estudios, especialmente de los idiomas. El estudio de las lenguas lo atraía por la utilidad que tendría luego. Llegó a aprender hebreo, árabe, español, francés, inglés. Más tarde hablará también el alemán, portugués y llegará a aprender 13 dialectos árabes y algunas lenguas africanas. El 17 de diciembre de 1854 es ordenado diácono y presbítero el 31 del mismo mes.

Escuchando a Dios a través de sus representantes: Después de haber hecho los

ejercicios espirituales y de haber consultado con el P. Marani quien le asegura que la vocación a la Misión del África “es una de las más claras y patentes”, se confía en Dios y en María. Parte el 10 de septiembre de 1857. El 14 de febrero de 1858, junto a cuatro sacerdotes del grupo del P. Mazza y un laico, llegan a la misión de Santa Cruz, Sudán.

La cruz tiene que estar presente: El amor a la cruz que se destaca en el B.

Comboni a los 27 años, será una constante a lo largo de su vida, en medio de las más dolorosas pruebas. El mismo año que llegó a tierra africana muere su madre. Su profunda fe lo lleva a aceptar la noticia con gran visión sobrenatural. Las dificultades climáticas de África hacen que la pequeña compañía se vea diezmada. El mismo Comboni estuvo a

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punto de morir varias veces a causa de la fiebre. Por esta razón recibe la orden de regresar a Verona.

Dios es incansable en sus iniciativas: durante su estancia en Roma, ante la tumba del Príncipe de los apóstoles, le viene a la mente la solución al problema misionero en África. La idea fundamental de este plan consistía esencialmente en evangelizar África con los mismos africanos, y esta evangelización debía ir unida a la promoción humana y cultural. El 1 de Junio de 1867 funda en Verona su Instituto de los Misioneros para el África (Misioneros Combonianos) como parte de la Sociedad del Buen Pastor, una Asociación misionera internacional.

El 26 de Mayo de 1872, Pío IX lo nombra Provicario apostólico del África central y

el 11 de junio se confía esta misión al Instituto fundado por el en Verona. El 8 de julio de 1877 el Papa Pío IX lo nombra Vicario del África central y el 12 de agosto es consagrado obispo. Su lucha se centrará en contra de la esclavitud en África. Cree que la obra misionera es sobre todo una obra de la gracia.

Dejando las vacaciones para el cielo: Después de haber “gastado” su vida por

anunciar a Cristo y salvar así su tan querida África, muere extenuado de cansancio en Khartum el 10 de octubre 1881 a los 50 años de edad.

Arnoldo Janssen

Arnoldo Janssen nació el 5 de noviembre de 1837 en Goch, una pequeña ciudad de la Baja Renania (Alemania). Aprendió de sus padres la dedicación al trabajo y una profunda religiosidad. El 15 de agosto de 1861 fue ordenado sacerdote para la diócesis de Münster. Desde este apostolado, Arnoldo buscó abrirse también a cristianos de otras denominaciones.

Poco a poco creció su conciencia de las necesidades espirituales de la gente aún más allá de los límites de su propia diócesis, hasta convertirse en preocupación por la misión universal de la Iglesia. Decidió dedicar su vida a despertar en la iglesia alemana la conciencia de su responsabilidad misionera.

Eran tiempos difíciles para la iglesia en Alemania. Bismark había desatado el «Kulturkampf» («batalla por la cultura»), que implicaba una serie de leyes anti-católicas, la expulsión de sacerdotes y religiosos y aún el encarcelamiento de varios obispos.

Tenaz ante las dificultades. En esa situación caótica, Arnoldo Janssen sugirió que tal vez algunos de los sacerdotes expulsados podrían ser enviados a las misiones o ayudar en la preparación de misioneros. Poco a poco, y animado por el vicario apostólico de Hong Kong, Arnoldo fue descubriendo que era a él a quien Dios llamaba para esta difícil tarea. Muchos opinaban que no era el hombre indicado, o que los tiempos no estaban maduros.

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«El Señor desafía nuestra fe a realizar algo nuevo, precisamente cuando tantas cosas se están derrumbado en la Iglesia», fue la respuesta de Arnoldo.

Con el apoyo de varios obispos, Arnoldo inauguró la casa misional en Steyl (Holanda) y dio comienzo a la Congregación de los Misioneros del Verbo Divino. Ya el dos de marzo de 1879 partieron los dos primeros misioneros hacia China. Uno de ellos era José Freinademetz.

Frutos de la entrega. Arnoldo murió el 15 de enero de 1909. Su vida fue una permanente búsqueda de la voluntad de Dios, de confianza en la providencia divina y de duro trabajo. Testimonio de la bendición divina sobre su obra es el ulterior desarrollo de la misma: más de 6.000 misioneros del Verbo Divino trabajan hoy en 63 países. Las misioneras Siervas del Espíritu Santo son más de 3.800 hermanas y más de 400 las Siervas del Espíritu Santo de Adoración Perpetua.

El verdadero amor al prójimo. "Caminarán los pueblos a tu luz" (Is 60, 3). La imagen profética de la nueva Jerusalén, que difunde la luz divina sobre todos los pueblos, ilustra bien la vida y el incansable apostolado de san Arnoldo Janssen. En su actividad sacerdotal mostró gran celo por la difusión de la palabra de Dios, utilizando los nuevos medios de comunicación social, especialmente la prensa. No se desanimó ante los obstáculos. Solía repetir: "El anuncio de la buena nueva es la primera y principal expresión del amor al prójimo". Desde el cielo ayuda ahora a su familia religiosa a proseguir fielmente en el camino por él trazado, que testimonia la permanente validez de la misión evangelizadora de la Iglesia. (Juan Pablo II, Homilía de la canonización, 5 de octubre de 2003)

Damián de Veuster

Dios se revela a todas las edades: José de Veuster, que siendo religioso tomó el nombre de Damián, nació el 3 de enero de 1840, en Tremeloo, Bélgica. De pequeño en la escuela ya gozaba haciendo obras manuales: casitas como la de los misioneros en las selvas. Tenía ese deseo interior de ir un día a lejanas tierras a misionar. Un día siendo apenas de ocho años dispuso irse con su hermanita a vivir como ermitaños en un bosque solitario, a dedicarse a la oración. El susto de la familia fue grande. Afortunadamente unos campesinos los encontraron y los devolvieron a casa. La mamá se preguntaba: ¿qué será lo que a este niño le espera en el futuro?

El mundo necesita de hombres capacitados en todos los campos: De joven tuvo que trabajar muy duro en el campo para ayudar a sus padres que eran muy pobres. Esto le dio una gran fortaleza y lo hizo práctico en muchos trabajos de construcción, de albañilería y de cultivo de tierras, lo cual le iba a ser muy útil en la isla lejana donde más tarde iba a misionar.

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Los santos se hacen, no nacen: A los 18 años lo enviaron a Bruselas (la capital) a estudiar, pero los compañeros se le burlaban por sus modos acampesinados que tenía de hablar y de comportarse. Al principio aguantó con paciencia, pero un día, cuando las burlas llegaron a extremos, agarró por los hombros a uno de los peores burladores y con él derribó a otros cuatro. Todos rieron, pero en adelante ya le tuvieron respeto y, pronto, con su amabilidad se ganó las simpatías de sus compañeros.

A los 20 años escribió a sus padres pidiéndoles permiso para entrar de religioso en

la comunidad de los sagrados Corazones. Su hermano Jorge se burlaba de él diciéndole que era mejor ganar dinero que dedicarse a ganar almas (el tal hermano perdió la fe más tarde).

El que pide recibe: Muchas veces se arrodillaba ante la imagen del gran misionero, San Francisco Javier y le decía al santo: "Por favor alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero, como tú". Y sucedió que a otro religioso de la comunidad le correspondía irse a misionar a las islas Hawai, pero se enfermó y Damián se ofreció generosamente para sustituirlo. Su petición fue aceptada.

Aprovechando cada oportunidad como un tiburón: En 1863 zarpó hacia su lejana misión en el viaje se hizo sumamente amigo del capitán del barco, el cual le dijo: "Yo nunca me confieso. Soy mal católico, pero le digo que con usted si me confesaría". Damián le respondió: "Todavía no soy sacerdote pero espero un día, cuando ya sea sacerdote, tener el gusto de absolverle todos sus pecados". Años mas tarde esto se cumplirá de manera formidable.

Poco después de llegar a Honolulú, fue ordenado sacerdote y enviado a una

pequeña isla de Hawai. Las Primeras noches las pasó debajo de una palmera, porque no tenía casa para vivir. Casi todos los habitantes de la isla eran protestantes.

El amor convence: Con la ayuda de unos pocos campesinos católicos construyó

una capilla y allí empezó a celebrar y a catequizar. Luego se dedicó con tanto cariño a todas las personas que los protestantes se fueron pasando casi todos al catolicismo.

Amor sin límites: Como en las islas Hawai había muchos leprosos, los vecinos

obtuvieron del gobierno que a todo enfermo de lepra lo desterraran a la isla de Molokai. Esta isla se convirtió en un infierno de dolor sin esperanza. Al saber estas noticias el Padre Damián le pidió al Sr. Obispo que le permitiera irse a vivir con los leprosos de Molokai. Al Obispo le parecía casi increíble esta petición, pero le concedió el permiso, y allá se fue.

El amor no conoce barreras: En 1873 llegó a la isla de los leprosos. Antes de partir había dicho: “Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo”. Los leprosos lo recibieron con inmensa alegría.

Todo gana un sentido cuando Dios está presente: El Padre Damián empezó a

crear fuentes de trabajo para que los leprosos estuvieran distraídos. Luego organizó una banda de música. Fue recogiendo a los enfermos mas abandonados, y él mismo les atendía

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como abnegado enfermero. Enseñaba reglas de higiene y poco a poco transformó la isla convirtiéndola en un sitio agradable para vivir.

Venciendo todo tipo de respeto humano: Pero como la gente creía que la lepra era contagiosa, el gobierno prohibió al Padre Damián salir de la isla y tratar con los que pasaban por allí en los barcos. Y el sacerdote llevaba años sin poder confesarse. Entonces un día, al acercarse un barco que llevaba provisiones para los leprosos, el santo sacerdote se subió a una lancha y casi pegado al barco pidió a un sacerdote que allí viajaba, que lo confesara. Y a grito entero hizo desde allí su única y última confesión, y recibió la absolución de sus faltas.

Dando la vida por sus ovejas: Un día metió el pie un una vasija que tenía agua sumamente caliente, y él no sintió nada. Entonces se dio cuenta de que estaba leproso. Enseguida se arrodilló ante un crucifijo y exclamó: “Señor por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, aceptó esta terrible realidad. La enfermedad me ira carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo”.

Poco antes de que el gran sacerdote muriera, llegó a Molokai un barco. Era el del

capitán que lo había traído cuando llegó de misionero. En aquél viaje le había dicho que con el único sacerdote con el cual se confesaría sería con él. Y ahora, el capitán venía expresamente a confesarse con el Padre Damián. Desde entonces la vida de este hombre de mar cambió y mejoró notablemente.

La Iglesia se preocupa por todos sus hijos: Y el 15 de abril de 1889 “el leproso

voluntario”, el Apóstol de los Leprosos, voló al cielo a recibir el premio tan merecido por su admirable caridad. En 1994 el Papa Juan Pablo II, después de haber comprobado milagros obtenidos por la intercesión de este gran misionero, lo declaró beato, y patrono de los que trabajan entre los enfermos de lepra.

Ezequiel Moreno

Ezequiel Moreno nació en Alfaro (La Rioja, España), el 9 de abril de 1848. Siguiendo el ejemplo de su hermano Eustaquio, el 21 de septiembre de 1864 vistió el hábito en el convento de los agustinos recoletos de Monteagudo (Navarra) y tomó el nombre de fray Ezequiel de la Virgen del Rosario.

En 1869, después de sus estudios de teología, fue enviado a las islas Filipinas, tierras de sus sueños, con 17 hermanos. Llegó a Manila el 10 de febrero de 1870. Recibió la ordenación sacerdotal el 3 de junio de 1871 y fue destinado enseguida a la isla de Mindoro, con su hermano Eustaquio. Como capellán demostró su celo apostólico en la colonia militar y sus anhelos misioneros en la búsqueda de pueblos que no conocían a Dios. Las fiebres le obligaron a volver a Manila. Poco después fue nombrado párroco de Calapan y

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vicario provincial de los agustinos recoletos de la isla de Mindoro; de 1876 a 1880 ocupó los cargos de párroco de Las Piñas y de Santo Tomás en Batangas y de 1880 a 1885 ejerció los oficios de predicador del convento de Manila, párroco de Santa Cruz y administrador de la casahacienda de Imus.

El capítulo provincial de 1885 nombró a fray Ezequiel prior del convento de Monteagudo, donde se modelaban les conciencias de los futuros misioneros. Terminado su mandato de superior de ese convento, se ofreció como voluntario para restaurar la orden en Colombia. Nombrado jefe de una expedición, partió de España a finales de 1888 con otros seis religiosos voluntarios, llegando a Bogotá el 2 de enero de 1889. Su primer objetivo fue restablecer la observancia religiosa en las comunidades.

En 1893 fray Ezequiel fue nombrado obispo titular de Pinara y vicario apostólico de

Casanare; recibió la ordenación episcopal en mayo de 1894. Habría preferido acabar sus días en medio de sufrimientos y privaciones—como manifiesta en una de sus cartas—, pero Dios lo había destinado a una misión más ardua y delicada. En 1895 fue nombrado obispo de Pasto. Cuando se le comunicó la noticia, le vino a la mente una pregunta angustiante: “¿Me habré hecho indigno de sufrir por Dios, mi Señor?”. En su nueva misión le esperaban situaciones mucho más difíciles y amargas: humillaciones, burlas, calumnias, persecuciones e incluso el abandono de parte de sus superiores inmediatos.

Amar hasta que duela. En 1905 se vio afectado por una grave enfermedad—cáncer en

la nariz—, que le hizo saborear hasta la última gota el cáliz del dolor. Los médicos le animaron a volver a Europa para operarle, pero él se negaba a abandonar su grey. Aconsejado por los fieles y los sacerdotes, en diciembre de aquel mismo año regresó a España para someterse a varias operaciones. Con el fin de conformarse más con Cristo, rechazó la anestesia. Soportó las dolorosas operaciones sin un lamento y con una fortaleza tan heroica que conmovió al quirurgo y a sus asistentes.

Junto a la Virgen. Sabiendo que estaba herido de muerte, quiso pasar los últimos días

de su vida en el convento de Monteagudo, junto a la Virgen. El 19 de agosto de 1906, después de de haber padecido acérrimos dolores, con los ojos clavados en el crucifijo, entregó su alma al Señor. Fue beatificado por Pablo VI el 1 de noviembre de 1975. Juan Pablo II lo canonizó en la ciudad de Santo Domingo el 11 de octubre de 1992, presentándolo al mundo como ejemplo de pastor y de misionero en el V Centenario de la evangelización de América.

José Freinademetz

Nació el 15 de abril de 1852 en Oies, un pequeño paraje de cinco casas entre los Alpes Dolomitas del norte de Italia. Bautizado el mismo día de su nacimiento, heredó de su familia una fe sencilla pero tenaz. Ya durante sus estudios teológicos en el seminario

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mayor diocesano de Bresanone comenzó a pensar seriamente en las «misiones extranjeras» como una posibilidad para su vida.

Convertid a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo: Ordenado sacerdote el 25 de julio de 1875, fue destinado a la comunidad de San Martino di Badia, muy cerca de su casa natal, donde pronto se ganó el corazón de sus paisanos. Sin embargo, la inquietud misional no lo había abandonado. Apenas dos años después de su ordenación se puso en contacto con el P. Arnoldo Janssen, fundador de la casa misional que pronto se convertiría oficialmente en la «Congregación del Verbo Divino». Con el permiso de su obispo, José llegó a la casa misional de Steyl en agosto de 1878. El 2 de marzo de 1879 recibió la cruz misional y partió hacia China junto a otro misionero verbita, el P. Juan Bautista Anzer. Cinco semanas después desembarcaron en Hong Kong, donde pasarán dos años preparándose para la misión que les fue asignada en Shantung del Sur, una provincia con 12 millones de habitantes y sólo 158 bautizados.

Las conquistas más difíciles son las que más valen: Fueron años duros, marcados por viajes largos y difíciles, asaltos de bandoleros y arduo trabajo para formar las primeras comunidades cristianas. Tan pronto como lograba poner en pie una comunidad, llegaba del obispo la orden de dejarlo todo y recomenzar en otro lugar.

Importancia de los laicos: José comprendió pronto la importancia que tenían los laicos comprometidos para la primera evangelización, sobre todo como catequistas. A su formación dedicó muchos esfuerzos y preparó para ellos un manual catequístico en chino. Freinademetz supo descubrir y amar profundamente la grandeza de la cultura del pueblo al que había sido enviado. Dedicó su vida a anunciar el Evangelio, mensaje del Amor de Dios a la humanidad, y a encarnar ese amor en la comunión de comunidades cristianas chinas. Animó a esas comunidades a abrirse en solidaridad con el resto del pueblo chino. Entusiasmó a muchos chinos para que fueran misioneros de sus paisanos como catequistas, religiosos, religiosas y sacerdotes. Su vida entera fue expresión del que fue su lema: «El idioma que todos entienden es el amor».

Al mismo tiempo, junto con Anzer que ya había sido nombrado obispo, se empeñó en la preparación, atención espiritual y formación permanente de sacerdotes chinos y de los otros misioneros.

Identificación total con su misión: Toda su vida estuvo marcada por el esfuerzo de hacerse chino entre los chinos, al punto de escribir a sus familiares: «Yo amo la China y a los chinos; en medio ellos quiero morir, y entre ellos ser sepultado».

“Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes” (Mc 16, 20). Así concluye su evangelio el evangelista san Marcos. Y luego añade que el Señor no deja de acompañar la actividad de los Apóstoles con el poder de sus prodigios. De esas palabras de Jesús se hacen eco estas, llenas de fe, de san José Freinademetz: “No considero la vida misionera como un sacrificio que ofrezco a Dios, sino como la mayor gracia que Dios habría podido darme”. Con la tenacidad típica de la gente de montaña, este generoso “testigo del amor” se entregó a sí mismo a las poblaciones chinas de la región meridional de Shandong. Abrazó por amor y con amor su

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condición de vida, según el consejo que él mismo daba a sus misioneros: “El trabajo misionero es vano si no se ama y no se es amado”. Este santo, modelo ejemplar de enculturación evangélica, imitó a Jesús, que salvó a los hombres compartiendo hasta el fondo su existencia. (Juan Pablo II, Homilía de la canonización).

Matándose por Cristo: En 1898 el trabajo incesante y las muchas privaciones cobraron su precio. Enfermo de la laringe y con un principio de tuberculosis, por insistencia del obispo y de los cohermanos, pasó un tiempo en el Japón, en espera de recuperar la salud. Volvió a China algo recuperado, aunque no curado. A fines de 1907, mientras administraba la diócesis en ausencia del obispo que había tenido que viajar a Europa, se desató una epidemia de tifus. José, como buen pastor, prestó su asistencia incansable, hasta que él mismo contrajo la enfermedad. Volvió inmediatamente a Taikia, sede de la diócesis, donde murió el 28 de enero de 1908.

Teresa del Niño Jesús María Francisca Teresa (Santa Teresita del Niño Jesús o de Lisieux) nació el 2 de

enero de 1873 en Francia. Hija de un relojero y una costurera de Alençon. Tuvo una infancia feliz y ordinaria, llena de buenos ejemplos. Teresita era viva e impresionable, pero no particularmente devota. En 1877, cuando Teresita tenía cuatro años, murió su madre. Su padre vendió su relojería y se fue a vivir a Lisieux donde sus hijas estarían bajo el cuidado de su tía, la Sra. Guerin, que era una mujer excelente. Santa Teresita era la preferida de su padre. Sus hermanas eran María, Paulina y Celina. La que dirigía la casa era María, que era la mayor y se encargaba de la educación religiosa de sus hermanas. Les leía mucho en el invierno.

Los buenos ejemplos arrastran: Cuando Teresita tenía 9 años, Paulina ingresó al

convento de las carmelitas. Desde entonces, Teresita se sintió inclinada a seguirla por ese camino. Era una niña afable y sensible, y la religión ocupaba una parte muy importante de su vida.

Los niños son grandes amigos de Dios: Cuando Teresita tenía catorce años, su

hermana María se fue al convento de las carmelitas igual que Paulina. La Navidad de ese año, tuvo la experiencia que ella llamó su “conversión”. Dice ella que apenas a una hora de nacido el Niño Jesús, inundó la oscuridad de su alma con ríos de luz. Decía que Dios se había hecho débil y pequeño por amor a ella para hacerla fuerte y valiente.

Oración llevada a las obras: Al año siguiente, Teresita le pidió permiso a su padre

para entrar al convento de las carmelitas y él dijo que sí. Las monjas del convento y el obispo de Bayeux opinaron que era muy joven y que debía esperar.

Todo por un ideal: Algunos meses más tarde fueron a Roma en una peregrinación

por el jubileo sacerdotal del Papa León XIII. Al arrodillarse frente al Papa para recibir su

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bendición, rompió el silencio y le pidió si podía entrar en el convento a los quince años. El Papa quedó impresionado por su aspecto y modales y le dijo que si era la voluntad de Dios así sería.

Eficacia de la oración: Teresita rezó mucho en todos los santuarios de la

peregrinación y con el apoyo del Papa, logró entrar en el Carmelo en Abril de 1888. Al entrar al convento, la maestra de novicias dijo: “ Desde su entrada en la orden, su porte

tenía una dignidad poco común de su edad, que sorprendió a todas las religiosas”. Profesó como religiosa el 8 de septiembre de 1890.

Fidelidad y oración = frutos apostólicos: Su deseo era llegar a la cumbre del

monte del amor. Teresita cumplió con las reglas y deberes de los carmelitas. Oraba con un inmenso fervor por los sacerdotes y los misioneros. Debido a esto, fue nombrada después de su muerte, con el título de patrona de las misiones, aunque nunca había salido de su convento. Se sometió a todas las austeridades de la orden, menos al ayuno, ya que era delicada de salud, y sus superiores se lo impidieron. Entre las penitencias corporales, la más dura para ella era el frío del invierno en el convento. Pero ella decía “Quería Jesús concederme el martirio del corazón o el martirio de la carne; preferiría que me concediera ambos”. Y un día pudo exclamar “He llegado a un punto en el que me es imposible sufrir, porque todo sufrimiento es dulce”.

Dios es la fuente de todo: En 1893, a los veinte años, la hermana Teresa fue

nombrada asistente de la maestra de novicias. Prácticamente ella era la maestra de novicias, aunque no tuviera el título. Con respecto a esta labor, decía ella que hacer el bien sin la ayuda de Dios era tan imposible como hacer que el sol brille a media noche.

Su padre enfermó perdiendo el uso de la razón a causa de dos ataques de parálisis.

Celina, su hermana, se encargó de cuidarlo. Fueron unos años difíciles para las hijas. Al morir el padre, Celina ingresó al convento con sus hermanas.

La manera de hacer apostolado la elige Dios: En este mismo año, Teresita se

enfermó de tuberculosis. Quería ir a una misión en Indochina pero su salud no se lo permitió. Sufrió mucho los últimos 18 meses de su vida. Fue un período de sufrimiento corporal y de pruebas espirituales. En junio de 1897, fue trasladada a la enfermería del convento de la que no volvió a salir. A partir de agosto ya no podía recibir la comunión debido a su enfermedad y murió el 30 de septiembre de ese año.

Fue beatificada en 1923 y canonizada en 1925. Se le presenta como una monja

carmelita con un crucifijo y rosas en los brazos. El culto a esta santa comenzó a crecer con rapidez. Los milagros hechos gracias a su intercesión atrajeron a atención de los cristianos del mundo entero.

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Rafael Guízar y Valencia

Nació, en Cotija, Michoacán, diócesis de Zamora, el 26 de abril de 1878. Fue el quinto de diez hermanos. Sus cristianos padres que formaban una de las familias pudientes de la localidad, eran don Prudencio Guízar González y Doña Natividad Valencia de Guízar, que brindaron a sus hijos, además de una sólida educación, un clarísimo testimonio de su vida cristiana. Estudió en su tierra natal las primeras letras. A los 9 años de edad perdió a su madre, y así empezó el dolor a fraguar el ánimo de quien sería más tarde, un verdadero padre para tantos huérfanos espirituales.

El año de 1890, inició Rafael sus estudios en el colegio de San Estanislao, regentado por los padres jesuitas. Allí empezó a destacar la personalidad del que llegaría ser un notable hombre de acción aunque, a pesar de que sólo contaba con 12 años de edad, ya tenía una buena disposición al amor de Dios en grado heroico, una pureza de costumbres a toda prueba, fruto, sin duda, de su esmerada educación materna, y una notable reciedumbre de carácter, digna de su padre y de su ambiente michoacano, de donde surgió la magnífica planta de su vocación sacerdotal, que pronto habría de transformarse en un robusto árbol de santidad y celo por la salvación de los hombres. Rafael inició sus estudios eclesiásticos en el seminario auxiliar de Cotija, en 1891; los interrumpió un año para dedicarse a las labores del campo y los continuó con más decisión, en el seminario mayor de Zamora, para coronarlos con la ordenación sacerdotal en la catedral de Zamora, el 1o. de junio de 1901 Pronto fue nombrado misionero apostólico por su Santidad León XIII. En 1913, a pesar de su nombramiento como canónigo de la catedral de Zamora, lo encontramos misionando entre los soldados, en México, D. F., Puebla y Morelos. Pronto se inició la persecución contra el clero católico y el P. Guízar tuvo que salir desterrado a Estados Unidos, Guatemala y la isla de Cuba. En todas partes dejó una estela de admiración, por sus virtudes nada comunes y por su inquebrantable celo apostólico Mons. Enrique Pérez Serrantes, obispo de Camaguey, en Cuba decía: ¨La gloria de Dios lo absorbía todo entero a la salvación de las almas, dedicaba todo el tiempo disponible; con el ejemplo y con la palabra, iba encendiendo en estos amores a los sacerdotes de ambos cleros a quienes encontraba a su paso¨.

Fortaleza ante las dificultades. En agosto de 1919, fue elegido obispo de Veracruz por el Papa Benedicto XV; el 30 de noviembre del mismo año, recibió en La Habana, Cuba, la consagración episcopal, llegando a Veracruz el 3 de enero de 1920. Su labor pastoral fue obstaculizada por el ambiente anticlerical del gobierno oficial; a pesar de todo, no solamente atendió espiritual y materialmente a los damnificados de su reciente terremoto ocurrido en su diócesis, sino que reconstruyó el seminario estableciéndolo en Jalapa, para trasladarlo después a México, D. F., cuando las tropas sectarias se apoderaban de los inmuebles de la Iglesia. El estallar nuevamente la persecución, bajo el gobierno del presidente Plutarco Elías Calles, por segunda vez fue obligado a salir de su diócesis; pasó de los Estados Unidos a Cuba, Guatemala y Colombia, y regresó al país en 1929. Al iniciar su visita pastoral a la diócesis, tan duramente probada, el gobernador de Veracruz, D.

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Adalberto Tejeda, con su intransigencia y su espíritu jacobino, pretendió, de hecho, convertir toda la diócesis en un departamento religioso de su gobierno. Mons. Guízar no podía transigir con aquellas ingerencias del poder civil; los cultos se volvieron a suspender y el pastor volvió a salir desterrado de su diócesis, por tercera vez, para dirigirla, en medio de mil penalidades, desde la ciudad de México.

Durante seis años, el anciano pastor sufrió calladamente la repulsa de propios y extraños por defender, ante los hombres y ante la Iglesia, la dignidad humana pisoteada, y los derechos de las conciencias vilmente escarnecidos por los poderes civiles. Siempre veló por esas conciencias y, de su seminario, salieron los hombres que atendieron las urgentes necesidades de la diócesis.

Quiso la divina providencia que aquel nuevo ¨Atanasio¨ regresara, en las postrimerías de su vida, en medio de sus feligreses para cerrar, con broche de amor, la profunda entrega característica de su vida.

Entrega sin límites. Muy enfermo, organizó nuevas misiones hasta que la muerte lo detuvo en la ciudad de México, el 6 de junio de 1938. Su cadáver fue trasladado a Jalapa, Veracruz, donde se le dio sepultura.

Santidad de vida. El 28 de mayo de 1950 se procedió a exhumar su cadáver que fue encontrado incorrupto. Fue reinhumado en la catedral de Jalapa, Ver., en espera del juicio de nuestra madre la Iglesia católica, sobre la heroicidad de sus virtudes. Mons. Guízar y Valencia fue beatificado en Roma por Su Santidad Juan Pablo II el 29 de enero de 1995.

Testimonio del P. Marcial Maciel. Mons. Rafael Guízar era tío de mi mamá. Él

también nació en Cotija. Fue un sacerdote y un obispo ejemplar. Su vida fue muy ajetreada, pues vivió en los tiempos borrascosos de la revolución y de la persecución religiosa.

Como sacerdote tuvo que aceptar, con gran resignación y espíritu de obediencia heroica, una pena injusta de suspensión a divinis que le fue infligida por su obispo, motivada por calumnias y envidias. Luego tuvo que vivir en medio de las convulsiones de la revolución mexicana, atendiendo espiritualmente a las tropas de las diversas facciones. Escapó milagrosamente a dos sentencias de fusilamiento. Una de ellas, cuando él ya se encontraba delante del pelotón de soldados, listos para abrir fuego.

Tuvo que salir exiliado del país a causa de las leyes anticlericales y misionó en Guatemala, Colombia, Estados Unidos y Cuba con un celo admirable. Mientras se encontraba en este último país, recibió la noticia de su nombramiento como obispo de Veracruz en México, una diócesis sumamente extensa en aquel entonces.

De los dieciocho años que fue obispo de este lugar, sólo ocho años pudo residir en ella, dado que en ese estado vigían leyes anticlericales. Recorrió su extensa diócesis en varias ocasiones, muchas veces en mulo o a caballo, haciendo de cada visita pastoral una verdadera misión que renovaba la vida cristiana de las parroquias. En efecto, lo que más le gustaba era misionar, predicar a Cristo.

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Recuerdo que en alguna ocasión me invitó a acompañarlo a la Alameda de la ciudad

de México. Él llevaba un acordeón que tocaba muy bien, pero yo no sabía para qué lo iba a usar. Llegamos a este lugar, muy concurrido, sacó su acordeón y comenzó a tocar canciones populares. La gente se reunió en círculo en torno a él. Cuando hubo un número suficientemente grande, dejó de lado el acordeón y comenzó a predicar a Cristo. No sé si lo hizo para darme una lección. Yo creo que le salía del alma y se veía que gozaba verdaderamente cuando podía hablar de Cristo a los demás.

Fue un hombre a quien Dios otorgó numerosos dones sobrenaturales, un gran luchador por la causa de la libertad religiosa, un hombre que no tenía miedo a nadie, que cuidaba el seminario como la pupila de sus ojos, que practicó en grado heroico la obediencia durante sus primeros años de vida sacerdotal y que vivió con un exquisito espíritu de pobreza. Recuerdo que, cuando se sintió ya muy enfermo, pidió que lo pusieran sobre el suelo, porque él quería morir pobre, sin ninguna comodidad. Y así murió, sobre el suelo, en extrema pobreza, en el exilio, fuera de su diócesis, en una pequeña casa de la ciudad de México.

Juan Pablo II: Misionero hasta la pared de enfrente

Dios bendice con creces la entrega generosa. A la muerte de fray Junípero, el 28 de agosto de 1784, quedaban establecidos nueve pueblos-misión, que acogían a unos 5.800 nativos, muchos de ellos bautizados. A ésos les siguieron en los dos años siguientes otros doce. De ellos surgirían con el paso del tiempo ciudades tan importantes como las actuales de Los Ángeles, San Diego, San Francisco, Sacramento... Fue un verdadero paladín de California. Durante su segundo viaje a los Estados Unidos, en septiembre de 1987, Juan Pablo II visitó la basílica de la Misión de San Carlos en California, donde se guardan los restos de Junípero Serra, de quien tejió un gran elogio, diciendo entre otras cosas: «El no sólo llevó el Evangelio a los indígenas americanos; como era una persona que vivía el Evangelio, se hizo también su defensor y su paladín».

Tres cosas distinguieron a Juan Pablo II, ese Papa que los jóvenes y las multitudes quisieron tanto: su amor a la Eucaristía, es decir a Cristo que se parte y se reparte para todos. Su altísimo sentido de la Misión de la Iglesia que tiene que llevar el Evangelio a todas las gentes. Y su amor a los viajes, en los que podía conjuntar esas realidades, el Evangelio, la Eucaristía y la Misión Universal de salvación para todos los hombres, con aquellos hombres y mujeres que quedaban prendados de la entrega, la transparencia y la reciedumbre de Juan Pablo II.

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Y parece que esas realidades están perfectamente dibujadas en el último mensaje que nos dejó para celebrar el día mundial de las Misiones. El Papa recuerda que Cristo se entregó por la salvación de todos los hombres primero con su vida toda, después en el momento de la institución de la Eucaristía, en la última cena, y finalmente de una manera cruenta, en lo alto de la cruz. Y si queremos ser semejantes a Cristo esa es la mejor manera de personificar su amor y su entrega a toda la humanidad. Contemplar entonces a Cristo, pan partido para la salvación de todos, nos debe llevar a entregar la propia vida, prodigándonos a los más pobres, a los más desarrapados y a los más necesitados de entre los hombres. Tal parecería que en estos últimos meses, nuestra madre la tierra quisiera desprenderse cruelmente de muchos hombres de sobre su superficie. Recordemos nada más estos días las tragedias, primero de Nueva Orleáns, luego, las de las costas mexicanas y, enseguida, los temblores en varias naciones de Asia. Es entonces cuando debemos mostrarnos solidarios. Todos quedamos conmovidos con esas caras de alegría cuando después de no comer y beber durante varios días, pueden saborear el alimento, fruto de la generosidad de muchas gentes, a muchos kilómetros de distancia. Estas muestras tienen que ser un signo de ese Cristo, pan partido para todos los hombres, que un día pueda prodigarse ya no en los estómagos vacíos, sino en el corazón de todos los hombres, hasta el grado que podamos llamar a Dios, en todas las latitudes de la tierra, como el Padre Nuestro en el que se vean fundidas todas nuestras diferencias de raza, de color, de economía, hasta ser la sola y única humanidad querida por el Buen Padre Dios. La Eucaristía, según el Papa, tiene que ser, en este mundo que parece “Envuelto por espesas tinieblas y turbado por acontecimientos dramáticos y trastornado por catastróficos desastres naturales”, la mesa para todos los hombres. La mesa Eucarística, símbolo del amor de Jesús por todos los hombres, “símbolo de solidaridad para toda la humanidad, pan del cielo que dando la vida eterna, abre el corazón de los hombres a una gran esperanza”. Por eso, porque queremos imitar al Cristo, pan partido para todos los hombres, en el mundo entero, muchos hombres y mujeres se convierten cada año en representantes suyos y a veces en continentes extraños y con extrañas costumbres, se esfuerzan por llevar no un mensaje frío, intelectual, no un nuevo sistema moral, sino a Cristo mismo “pan partido” para la salvación de todos los hombres, y lo hacen a veces a costa de su propia vida, hasta el martirio, hasta dejar la existencia embarrada en tierras de Misión, recordando a Cristo: “Yo soy el Pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre y el que crea en mí, no tendrá nunca sed”. Parece que los mártires son solo figuras para ilustrar el catecismo de los niños, con esos héroes de la fe, pero la verdad es que los mártires son de hoy, pues anualmente en

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todo el mundo, son decenas y decenas los que van dejando su sangre derramada en tierras de Misión. Por eso el Papa exhorta a los jóvenes: “¡Cuántos misioneros mártires en este tiempo nuestro! ¡Que su ejemplo arrastre muchos jóvenes en el camino de la heroica fidelidad a Cristo! La Iglesia tiene necesidad de hombres y de mujeres que estén dispuestos a consagrarse totalmente a la gran causa del Evangelio!”. Bendito sea Dios que hay mucha gente joven que sí está madurando su entrega total a Cristo embarcándose en la aventura de una vida misionera, donde pueden repartirse a imitación de Cristo, pero aunque no todos estemos llamados a dejarlo todo para seguir a Cristo pobre y humilde, desde nuestra propia situación y desde nuestra propia vocación de bautizados, todos estamos llamados a contribuir para que la riqueza, la inmensa riqueza de Cristo, pan partido para todos los hombres, pueda llegar a todos los hombres. De esa manera el Papa lanza la invitación para tomar conciencia de la “urgente necesidad de participar en la misión evangelizadora en la que se encuentren comprometidas las comunidades locales” o sea las diócesis y los Institutos Misioneros creados con esta finalidad. Y el Papa no se detiene para pedir sólo oración y sacrificios por las misiones, sino que pide con urgencia a todos los católicos, “apoyo material concreto”, para que el Evangelio sea conocido entre todos, no como un frío mensaje, no como un credo escueto que habrá necesidad de enseñar, de aprender y de asimilar, sino como la Palabra hecha Pan, en donde las comunidades vivan una espiritualidad misionera pero que al mismo tiempo sean comunidades eucarísticas, que tengan como modelo a María, Mujer Eucarística, como el Papa mismo la ha llamado, que en su generosidad quiso poner en nuestras manos ese Pan salido de su entraña, su propio hijo, que es al mismo tiempo el Hijo de Dios para salvación de todos los hombres.

A vivir con plenitud el mandato misionero de Jesús: “Vayan… vayan, prediquen mi Evangelio…bauticen a las gentes… y háganles vivir en el amor...” háganles vivir compartiendo sus propios bienes hasta ser comunidades vivas, florecientes, entregadas donde Cristo pueda ser para todos los hombres el pan de vida, el pan que se entrega por la salvación de los hombres.

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