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Relaciones. Estudios de historia y sociedad
ISSN: 0185-3929
El Colegio de Michoacán, A.C
México
Ruz, Mario Humberto
UNA MUERTE AUXILIADA. COFRADÍAS Y HERMANDADES EN EL MUNDO MAYA COLONIAL
Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXIV, núm. 94, primavera, 2003, pp. 19-58
El Colegio de Michoacán, A.C
Zamora, México
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orría el viernes 10 de marzo de 1542 cuando, en sesión
oficial con el Cabildo Eclesiástico, el primer obispo de
Guatem
ala, Francisco Marroquín,
mandó a los dichos señores que de hoy en adelante no per-
mitan ni consientan que en la dicha iglesia se ponga tum
ba, con paño ni sinél, por persona alguna, salvo el día del enterram
iento y honras y cabo deaño. Y
si alguna persona quisiere tener tumba durante el novenario sea
obligada a pagar 10 pesos de oro por los dichos nueve días, para la fábrica,y si asim
esmo alguna persona quisiere tener la dicha tum
ba sobre algunasepultura un año entero, pague a la fábrica de la dicha iglesia 200 pesos deoro. Y
asimesm
o mandó su señoría ilustrísim
a este día que no se hagan es-tados en la dicha iglesia por persona alguna, sino fuere ben[eficia]do de ladicha santa iglesia, lo cual ansí le m
andó su señoría ilustrísima guarden y
C Reinventando una institución que les había sido originalmente im
-puesta, pero a cuyos principios rectores se sum
aron al parecer de buengrado, los pueblos m
ayas hicieron de las cofradías un espacio propioen el seno del cual florecieron form
as peculiares de religiosidad indí-gena y m
odos específicos de organización comunitaria que en ocasio-
nes permitieron una escasa pero no insignificante autonom
ía, particu-larm
ente valiosa para afianzar la solidaridad colectiva y, a través deella reafirm
ar formaciones socioculturales interm
edias en épocas difí-ciles para la expresión de lo que para entonces era ya consideradocom
o propio, independientemente de su alteridad originaria. En este
ensayo proporciono algunos elementos que perm
itan ilustrar, auncuando en form
a somera, el papel que jugaron las cofradías com
o asi-dero para asegurar unas honras fúnebres dignas y, sobre todo, contri-buir al bienestar ultraterreno de los ya idos, colaborando de esta m
a-nera en el m
antenimiento de la m
emoria de los antepasados
(Religiosidad maya colonial, cofradías y organización com
unitaria,rituales funerarios y m
emoria m
ortual)
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avantel.net
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total de ingresos del año siguiente por el mism
o concepto igualó lo ero-gado por el capitán, pues tan sólo se reportaron 24.5 pesos. 6
Adecir de Sanchiz, hacia el tercer cuarto de ese siglo XV
Ilas diferen-cias sociales eran ya palpables en el ritual religioso vinculado con lam
uerte; los del “estrato inferior” eran acompañados por el cura, el sa-
cristán portando cruz alta y algunos otros asistentes. Los “principales”,en cam
bio, llevaban una larga comitiva hasta con 12 sacerdotes, el deán
y el Cabildo catedralicio, aunque no se enterrasen en catedral, “y la ca-pilla y cantores del coro de ella”. Los m
ás ricos disponían los acompa-
ñasen 12 sacerdotes de tantos conventos como había en la ciudad, por-
tando todos candelas de cera, y no era inusual un representante de cadauna de las cofradías a las que pertenecía el occiso. Caso extrem
o era elde aquél que ordenaba pagar a 12 pobres y vestirlos de negro, al igualque a sus esclavos, para que siguieran el féretro. Principales, oficiales oartesanos optaban por ser enterrados en el convento de Santo D
omingo;
descendientes de conquistadores e hidalgos de ejecutoria recibieron se-pultura en la catedral y otros en el convento de San Francisco. Y
de susdatos se desprende la presencia de eso que A
riès denominaba el “senti-
miento de fam
ilia”, 7pues apunta: “Los principales se enterraban siem-
pre en sepulcros de propiedad familiar, donde estaban inhum
ados suspadres, herm
anos o esposas”. Igualmente significativo era el núm
ero dem
isas ofrecidas por el difunto: si por un “mero vecino” se oficiaba una
cantada con diácono y subdiácono el día del entierro, seguida de nueve(una por día), por uno rico podían celebrarse hasta 100. Cuando fallecíaun principal podía darse el caso de oficiarse 100 en cada m
onasterio dela ciudad, otras tantas en catedral y un núm
ero indeterminado en las
ermitas, “adem
ás de otras 50 o 100 en los altares de todas las iglesias enlos que ‘se ganan indulgencias’”. En la m
isa cantada del día del entierrose ofrendaban una serie de botijas de vino, varias fanegas de trigo y unoque otro carnero, para los oficiantes. 8
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cumplan com
o arriba se contiene, so pena de excomunión m
ayor. Yla m
es-m
a ponemos en cualquiera persona que lo contrario hiciere o intentare ha-
cer. Ysu señoría ilustrísim
a lo firmó de su nom
bre y los dichos señores. 1
En estas disposiciones episcopales tendientes a reglamentar oficios
fúnebres a la usanza católica en el vasto mundo m
aya, 2que son las pri-m
eras localizadas hasta ahora, llama de entrada la atención a los altos
costos exigidos. Sin duda pocos vecinos podrían aspirar a un novenariode honras tan costosas; diez pesos oro significaban por entonces dem
a-siado dinero incluso para el bolsillo de un conquistador; en particularde uno ubicado en los territorios por entonces poco redituables de laque sería m
ás tarde Audiencia de G
uatemala. 3
No obstante, es claro que, pese a los altos costos, había vecinos dis-
puestos a satisfacer una piedad fúnebre más bien ostentosa. Ese m
ismo
año, el 16 de noviembre, un tal capitán Slava entregó a la catedral 25 pe-
sos en pago por la sepultura de su esposa, mism
os que de inmediato
destinó la naciente y urgida iglesia para adquirir “un ornamento de da-
masco negro con cenefa de terciopelo negro, con estola, m
anípulo y albade ruán, con sus faldones del m
ismo dam
asco”; ornamento que, por su
color, muy probablem
ente serviría para oficios de difuntos. 4Es de supo-ner que el viudo eligió para su cónyuge un sitio privilegiado, acaso enlas cercanías del altar m
ayor de la joven catedral, pues revisando lascuentas de Cabildo de ese m
ismo m
es vemos figurar, entre los ingresos,
los que reportaron algunas sepulturas: tres pesos por una “detrás delcoro”, otra de seis en la capilla de Santiago, y una de dos por la “sepul-tura de un pobre que m
urió en casa de Diego Sánchez”. 5N
i siquiera el
1Archivo H
istórico del Arzobispado de G
uatemala (en adelante A
HA
G), Liber Capit-tuli Sancti Jacobi Cuahtem
alensi[Primer Libro de Cabildo], Sin clasificación, f 15.
2Que poco después quedaría dividido en cuatro obispados: G
uatemala, Chiapa y
Soconusco, Vera Paz y Yucatán, el tercero de los cuales se agregaría en 1608 al primero.
3Cabe apuntar que, por razones de espacio, en este ensayo privilegiaré la informa-
ción relativa a los siglos XVIy XV
II, que es, por cierto, la menos abundante.
4Ibid,f 22. Entre los gastos de 1544 se registran cuatro tomines por la com
pra de unacuarta de raso negro, cantidad m
ínima si se com
para con los 20 pesos que se pagaron aun tal Villegas “del servicio de un año de afeitar a los m
ozos de coro” (f 181v).5Ibid, ff 160-162.
6Los pagos van desde un peso que dio “un pobre (que) se enterró en la iglesia vieja”,hasta los cinco de “un bachiller que m
urió en casa del tesorero” y los seis “por la sepultu-ra de su m
adre de Pedro Gonçalez” (Ibid.)
71977, passim.
8Sanchiz, 1989, 65-66.
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sacramentos y entierros, “en ninguna cantidad, aunque digan que [los
indios] lo dan por su voluntad”, asunto sobre el cual se encargó vigilarvarias veces a los prelados, 14a la vez que se ordenó a las autoridadesciviles evitar abusos por parte de los eclesiásticos al m
omento de hacer
testamento los indios ricos, pues solía acontecer “que los curas y doctri-
neros, clérigos y religiosos, procuran y ordenan que les dejen a la Igle-sia toda o la m
ayor parte de sus haciendas, aunque tengan herederosforzosos; exceso m
uy perjudicial y contra Derecho”. 15Y
ya desde 1554 sehabía m
andado a los jerarcas eclesiásticos bendecir “un sitio en el cam-
po donde se entierren los indios cristianos y esclavos y otras personaspobres y m
iserables que hubieren muerto tan distantes de las iglesias
que resulte gravoso llevarlos a enterrar a ellas, porque los fieles no ca-rezcan de sepultura eclesiástica”. 16
No obstante los esfuerzos de la Corona por ahorrarles tal tipo de
gastos, los recién conversos parecen haber ingresado desde fechas tem-
pranas –de grado o por fuerza– en la carrera por la salvación, como se
observa en las “cláusulas dispositivas” de ciertos testamentos del siglo
XVI, tanto en lo que correspondía a la elección de m
ortaja, sepultura, en-tierro y honras fúnebres, así com
o el tipo y número de m
isas que se apli-carían para la salvación del alm
a, en particular en la península de Yu-catán, donde la influencia franciscana fue particularm
ente fuerte. 17No
obstante, como intenté m
ostrar en un ensayo previo, a diferencia de losno indios, los m
ayas no acostumbraban dejar el cum
plimiento de tales
disposiciones en manos de los eclesiásticos, sino en las de sus fam
ilia-res, y tam
poco parecen haberse preocupado demasiado por responsos o
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Estas disposiciones, que alcanzaban proporciones verdaderamente
fastuosas en las exequias dedicadas a miem
bros de la familia real y fun-
cionarios civiles y eclesiásticos locales, 9y que nos recuerdan en mucho
las manifestaciones fúnebres estiladas en la Edad M
edia, 10contrastansignificativam
ente con las referencias a entierros de indígenas, ya querara vez se m
encionan especificaciones similares en los testam
entos in-dios del m
undo maya
pero sin duda la solidaridad comunitaria y el apoyo obtenido a través de
las cofradías, pese a no hacerse expreso (de hecho constaba ya en las orde-nanzas), jugaron un papel clave en el caso de aquellos que carecían hasta delo m
ínimo para poder tener un entierro acorde a las nuevas exigencias,
como lo corrobora el que en los m
árgenes de los libros de difuntos aparez-ca la anotación se enterró de lim
osna. 11
De hecho, las alusiones a indígenas en esos prim
eros años de que dacuenta el libro de Cabildo son escasas y de poca m
onta: vemos que el 25
de agosto de 1545 se nombró a A
lonso de Figuerola como cura de la
iglesia catedral, con obligación de compartir con el Cabildo “todas las
ofrendas y enterramientos […
] como hasta aquí ha sido, excepto […
]bautism
os y enterramientos de niños e indios”, 12y ese m
ismo año un tal
Loarca dio un peso de limosna “por la sepultura de una india suya”
–cuyo nombre ni siquiera se registró–, m
ientras que por la de un negroentregó cuatro. 13La lim
osna dada por la india, por cierto, fue la más m
a-gra de todo el año; incluso por un forastero desconocido, m
uerto en elm
esón, se obsequiaron dos pesos.Tan exiguas referencias no son de extrañar. Con independencia del
hecho de lo inusual que resultaba el que los naturales se enterrasen enla catedral de una villa de españoles, la legislación m
isma m
arcaba queno habría de cobrarse a los indios derecho alguno por adm
inistración de
9Traté este punto en un ensayo anterior (Ruz, 2003), al cual remito al interesado.
10Véanse al respecto Lauw
ers, 1997 y Muir, 1997, 47-62.
11Ruz, op. cit.12A
HA
G, Primer Libro de Cabildo, f 5v
13Ibid., f 175v
14Véase por ejem
plo en la Recopilación de Leyes de Indiasla Ley X(dada por Felipe II,
en Madrid el 11 junio 1594 y refrendada en Toledo el 5 m
ayo de 1596) del Libro I, TituloXV
III: De las sepulturas y derechos eclesiásticos.
15Recopilación… Libro V
I, Titulo I, Ley XXXII. El 22 de enero de 1742 se dio real provi-sión para la A
udiencia de Guatem
ala, donde se insiste en observar esta ley, ordenando aalcaldes m
ayores y corregidores vigilar su aplicación.16Ibid, Ley XV
(Carlos I y la princesa gobernadora, Valladolid 10 mayo 1554).
17Otro rubro privilegiado para darse cuenta del entusiasm
o con que los indígenasadoptaron los cultos funerarios a la usanza cristiana es el análisis de los inventarios delas cofradías de Á
nimas, que en ocasiones poseían bienes realm
ente suntuarios. Por ra-zones de espacio m
e resulta sin embargo im
posible abordar los aspectos iconográficos.
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La situación no era privativa de la alcaldía chiapaneca, ni se limitó
al siglo XVII. En ocasión de la visita pastoral al pueblo guatem
alteco deA
lmolonga en 1720, los indios declararon:
que no saben cuánto se les lleva a la gente ladina por sus entierros. Yque a
los indios se les lleva por un entierro, si es de criatura, cuatro reales concruz de palo, pero si es con cruz de plata y ciriales pagan un peso, respectode que dicha cruz es del convento y la de palo de la parroquia. Y
por el deuna persona grande con cruz de palo pagan 20 reales, y si es con cruz deplata y ciriales, tres pesos por la dicha razón. Y
que el que pide voluntaria-m
ente misa da la lim
osna de ella, y que no les compelen a vigilias ni nove-
narios. Yque cuando va el padre cura u otro religioso del convento por el
cuerpo del difunto a su casa, pagan un peso, y cuando no, sólo asisten loscontadores a dicho entierro. Y
esto responden. 21
Mientras que sus vecinos de los pueblos llam
ados de Aguascalien-
tes, añadieron “que por cada entierro dan tres tostones para él, un pesopara la m
isa y cuatro reales que les hacen dar por fuerza de salutación.Y
cuando no tienen con que pagarlo, les obligan a ello, de que se les si-gue la necesidad hasta [de] vender los solares de sus casas. Y
esto res-ponden”.
Mientras que algunos obispos y arzobispos lucharon por igualar a
sus feligreses indios con los españoles y mestizos en asuntos de tanto
peso como la adm
inistración de la eucaristía a manera de viático, 22no
fueron pocos los que intentaron acabar con las arbitrariedades económi-
cas que se registraban con los deudos de los difuntos, como lo m
uestranentre otros m
uchos documentos las Constituciones diocesanas de N
úñezde la Vega para Chiapa y Soconusco (1698), las Constituciones sinodales
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vigilias, 18m
ostrándose en cambio particularm
ente afectos a celebrarcom
idas y otros festejos tras los velorios. 19
Pero al mism
o tiempo que se cuidaban de no atraer sobre sí repri-
mendas civiles por cobrar pagos no autorizados, algunos eclesiásticos
idearon otras formas de exacción. Tal reportó por ejem
plo el oidor Josephde Scals durante una visita a la alcaldía m
ayor de Chiapa, que incluyótam
bién la esfera de la administración de los sacram
entos y algunas de-vociones piadosas, entre estas últim
as las relacionadas con misas de cuer-
po presente y entierros. Si bien aparecen claras diferencias entre los cura-tos, es constante encontrar anotaciones en el sentido de la inasistencia delpárroco a los entierros cuando se trataba de un indio pobre, así com
o lacontinua exigencia a los naturales para que pagasen derechos extraordi-narios por conceptos tales com
o contar con la presencia del eclesiásticodurante el m
omento de la sepultura. Pueblos hubo, com
o Soyatitán, don-de los principales declararan la obligatoriedad de pagar cuatro tostonespor una m
isa de cuerpo presente, “sea pobre o sea rico, y en su cobranzase tiene m
ás cuidado”, mientras que sus vecinos de Socoltenango relata-
ron cómo se com
pulsaba a los deudos a pagar, fuese cual fuese su situa-ción económ
ica, “que no ai dispensazión”. Por su parte, los tzotziles deSan Bartolom
é ni siquiera podían elegir entre llamar o no al sacerdote para
asistir a la sepultura, pues aunque no se presentaba, ordenaba al maestro
de doctrina cobrar en su nombre (desde un tostón hasta tres pesos). 20
18Dos ejem
plos: en mayo de 1768 declaraba el cura de Santa A
na Chimaltenango:
“Por los entierros asistiendo el cura, o su coadjutor con capa y cruz alta, no se les llevani m
edio real a los indios, sino tan solamente cuando piden se les canta vigilia y m
isa dantres pesos y esto le son m
uy pocos, que cuando más llegaran a 10 o 12 al año y poco m
áso m
enos serán como 30 pesos al año” (A
HA
G, Visitas Pastorales, Tramo 3, N
úm. 68, Tom
o19), m
ientras que en el cuadrante de San Juan Ostuncalco para febrero de 1797 se asien-
ta: “Este pueblo, como los dem
ás anexos, es escaso de responsos, y sólo en los entierrosse juntan dos o tres reales y algunas veces m
ás o menos, y tal cual día que pagan uno o
dos, en la iglesia, a excepción del día de finados, que se juntan 4 ó 5 pesos, lo que pocom
ás o menos vendría a ser en el año com
o 18 o 20 pesos […] Para entierros de indios no
dan nada, a excepción de cuando son acomodados, que dan un peso por la vigilia, y
cuando son hacendados los suelen pagar [a] 13 tostones por la misa” ( A
HA
G, Cuadrantesparroquiales, Tram
o 7, Caja 8. Años de 1783 en adelante).
19Ruz, op. cit.20En Ruz y Báez, D
os jurisdicciones…, en preparación.
21Ruz et al., en prensa (datos correspondientes a la visitas realizadas en 1719 y 1720,bajo el obispo Á
lvarez de Toledo, ff 3v y 10v).22V
éanse, a manera de ejem
plo, lo analizado por Palomo (en prensa) para Chiapas o
las agudas consideraciones del arzobispo Cortés y Larraz para Guatem
ala, donde aún enla segunda m
itad del siglo XVIIIparece haber seguido siendo com
ún descuidar la admi-
nistración del viático a los moribundos indígenas, “delito de tanta enorm
idad” que elprelado no dudó en im
poner severas penas a los eclesiásticos que incurrieran en él (AH
AG
Visitas Pastorales, Tramo 3, N
úm. 68, Tom
o 19).
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propios eclesiásticos, que vieron en ellas una valiosa fuente de ingresos,auxiliar en el sostenim
iento del culto y, en no pocos casos, fuente de en-riquecim
iento personal. Hacia 1775, según declaró el arzobispo, en los
pueblos indios de Guatem
ala la mayor parte de ingresos de los curas
provenía de las cofradías. 27El origen de tales ingresos eran tanto los co-bros estipulados (“conform
e a arancel”), como m
uchos otros no sólo ex-cesivos sino en ocasiones francam
ente fraudulentos. Yfraudulentos en
tal magnitud que en 1773 la Corona se sintió obligada a reprender a la
Audiencia de G
uatemala por su descuido al respecto, exigiendo infor-
mación porm
enorizada de las cofradías. Los oidores se dieron por ente-rados el 25 de agosto de 1773 “en el rancho en que se tiene el despachoy real acuerdo por la destrucción de la ciudad con los terrem
otos acaeci-dos”. 28Ignoram
os si la magnitud de los fenóm
enos telúricos permitió a
las autoridades cumplir con el real m
andato, en medio del pandem
o-nium
que significó el cambio de la sede de la A
udiencia a la Nueva G
ua-tem
ala de la Asunción. H
asta el mom
ento no hemos encontrado la res-
puesta.Si bien la ausencia de esa (posible) respuesta nos im
pide tener el pa-noram
a detallado de lo que estaba ocurriendo en la Guatem
ala diecio-chesca, contam
os con datos suficientes para aseverar que, fuese cualfuese la perspectiva civil sobre ellas, y con independencia de la codiciaeclesiástica (contra la cual protestaron repetidas veces), los pueblos m
a-yas adoptaron desde un inicio las cofradías con un fervor innegable y seapropiaron de ellas a tal punto que hasta hoy siguen siendo pilar cen-tral en la organización de m
uchos poblados. El porqué de tal aceptaciónha suscitado diversas hipótesis y conjeturas, entre las cuales son de par-
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elaboradas por Juan Góm
ez de Parada para Yucatán en 1722 o las dispo-siciones de Pedro Cortés y Larraz para G
uatemala en 1768, 23pero la rei-
teración continua de las mism
as es clara muestra de su perm
anencia.U
n asidero sin duda importante para satisfacer estas dem
andas quetrajo aparejadas la nueva fe lo constituyó otra de sus aportaciones: la dela cofradía. Com
o es bien sabido este tipo de asociaciones (en un iniciovinculadas a los grem
ios) tenía como objetivo prim
ordial organizar a losfieles en torno al culto a un santo o alguna devoción piadosa, 24activida-des que los eclesiásticos concebían com
o apoyos importantes para las
tareas de adoctrinamiento –pues fom
entaban la asistencia a misa, la asi-
duidad de los sacramentos y el m
antenimiento del ritual– y que los m
is-m
os indios abrazaron con entusiasmo dado que en alguna m
edida lesperm
itían recuperar antiguos espacios de culto público, a la vez que fa-cilitaban la cohesión com
unal (particularmente im
portante en aquellospueblos de nueva creación) por ejem
plo a través de los festejos organi-zados en honor a los santos patronos, que en num
erosas ocasiones ad-quirieron el rango de deidades fundadoras de los poblados, a m
enudo–aunque no indefectiblem
ente– amalgam
ándose en el imaginario indí-
gena con antiguas deidades prehispánicas. 25
Alos aspectos sociales y religiosos ha de agregarse su im
pacto en lavida económ
ica, tanto de los feligreses –que recurrían a menudo al di-
nero otorgado a crédito por las cofradías más pujantes–
26como de los
23Núñez de la Vega (1988), Cortés y Larraz en Ruz et al., en preparación y G
ómez de
Parada (en prensa), las instrucciones dadas por este último respecto a las cofradías se re-
producen en Solís Robleda, op. cit., 140-141.24Tales com
o conmem
orar el misterio de la transubstanciación el día de Corpus, ta-
rea primordial de las cofradías del Santísim
o Sacramento, que a m
enudo eran las más
importantes en los pueblos y villas, quedando incluso a cargo de los ayuntam
ientos.25Vid Ruz, 1997.26D
os ejemplos entre cientos: en octubre de 1687 los m
ayordomos de la Cofradía de
las Ánim
as de Santiago Sacatepéquez, Guatem
ala, informaban haber ingresado a la caja
140 pesos, parte de los cuales se había prestado a indios vecinos del pueblo “como es uso
y costumbre entre los naturales de él, por el interés de algo m
ás que se vuelve a dicha co-fradía” ( A
HA
G, A420, T1, 2, “A
utos hechos en razón de la perdición de los indios”, f 258),m
ientras que durante la visita pastoral a Alm
olonga, en 1720, declararon las autoridades:“que el dinero de los principales de cofradías entra en poder de los m
ayordomos de ellas,
y éstos lo dan a otros, con el cargo de dar aumento de un real y dos reales en cada peso
en un año. Yque esto lo tienen por preciso, para com
pletar los gastos de misas, fiestas,
respecto de no llegarse al principal para dichos gastos” (Ruz et al., en prensa, Visitas deÁ
lvarez de Toledo, caja 4, f 5v).27A
pud Van Oss, 1986: 91. Para el ám
bito yucateco, Solís Robleda destaca la mayor
riqueza de las cofradías indígenas si se les compara con las m
antenidas por hispanos (enprensa: 73ss), situación que se asem
eja a lo registrado en Guatem
ala, al menos para el
siglo XVII.
28Archivo G
eneral de Centroamérica (en adelante A
GCA), A
123, l 1530, f 23-28, realcédula dada en A
ranjuez el 24 de abril de 1773.
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temporal 35sino que recen el santo rosario”. Y
al abordar lo relativo alrezo de los m
isterios dolorosos se apunta que servirán para conmem
o-rar “la pasión de nuestro salvador al [ilegible] de sangre, a los azotes, ala corona de espinas, al llevar de la cruz a cuestas, de la crucifixión ym
uerte y sepultura del redentor”, buena muestra de cóm
o –a tres déca-das de haberse iniciado la evangelización en Chiapas– las paraliturgiasservían tam
bién para enraizar el imaginario cristiano de la m
uerte.La asociación cofradía, m
uerte, sacrificio divino y penitencia de losfieles com
o medio para obtener el perdón y acrecentar las posibilidades
salvíficas tras el deceso aparece con toda claridad en las Ordenanzas de
la cofradía de la Santa Vera Cruz de Santo Dom
ingo de Chiapa, 36pobla-do de etnofiliación otom
angue ubicado en el centro del territorio chia-paneco, y evangelizado tam
bién por los dominicos, donde se estipula
como prim
era ordenanza el
que cada Jueves Santo, poco después de las once de la noche, se haga unaprocesión en m
emoria de la sagrada pasión y m
uerte de nuestro señorJesucristo y advertim
os que todos los cofrades de esta santa cofradía se de-ben disciplinar y derram
ar su sangre por lo mucho que Cristo, señor nues-
tro, padeció, murió y derram
ó la suya por nosotros, y en señal de que contodo corazón nos pesa de haberle ofendido tanto, por lo cual dirá cada unointeriorm
ente: “yo soy el que le di la muerte al hijo de D
ios, yo le escupí, es-carnecí y puse en una cruz hasta derram
arle su sangre; por mis grandes cul-
pas y pecados padeció y murió m
i señor Jesucristo”. Ym
editando siempre
en su santísima pasión vayan ajusticiándose [a] sí m
ismos azotándose por
las espaldas y rogándole sea servido recebilles [recibirles] aquella peniten-cia en descuento y satisfacción de sus pecados. 37
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ticular valía para la región controlada por la Audiencia de G
uatemala
las esgrimidas por M
acLeod, 29pero su análisis desborda los objetivos deeste breve ensayo, cuya única finalidad es proporcionar algunos ele-m
entos que permitan ilustrar, aun cuando en form
a somera, el papel
que jugaron las cofradías como asidero para asegurar unas honras fúne-
bres dignas y, sobre todo, contribuir al bienestar ultraterreno de los yaidos, colaborando de esta m
anera en el mantenim
iento de la mem
oriade los antepasados.
Tal papel (presente ya en las cofradías medievales asociadas a los
gremios) es factible de constatar ya desde las prim
eras fundaciones so-bre las cuales sobrevivió inform
ación, como ocurre por ejem
plo para elárea chiapaneca, pues si bien las cofradías m
ás antiguas de las cuales te-nem
os noticias (Copanahuastla en 1561, 30Yajalón hacia 156531y Com
i-tán, 4 de agosto de 1573) 32quedaron bajo la advocación de la Virgen delRosario, –nada extraño tratándose de áreas evangelizadas por dom
ini-cos–, 33del acta de fundación y las constituciones m
ismas de la cofradía
comiteca se desprende que los aspectos m
ortuales estaban ya presentes,pues se apunta allí que por privilegio papal quienes entrasen a la cofra-día gozarían de indulgencia plenaria “una vez en la vida y otra en lam
uerte, y otros muchos perdones”. 34A
unque para entonces Comitán
era un pueblo indígena, se señala de manera expresa que “uno de los
privilegios y excelencias que tiene esta cofradía, en que excede a lasotras, [es] en adm
itir a todos y en no excluir a nadie y en no pedir nada
29MacLeod, 1983.
30Ximénez, 1999, t. II: 165.
31AH
D, Libros de visitas. “Visitas de Ocosingo, 1813-1850” , citado por Palom
o (op. cit.).32Conservadas en el Libro de bautism
os de Copanahuastla (ff. 82 y 82v), el más anti-
guo libro de sacramentos hasta ahora localizado para Chiapas, que custodia el A
rchivoH
istórico Diocesano de Chiapas.
33De hecho los prim
eros apuntados como cofrades son los predicadores de Copana-
huastla y Comitán.
34“Para gozar de estas dichas indulgencias plenarias han de rezar los dichos cofradescada sem
ana tres veces el rosario pequeño, que son 50 aves marías y cinco Pater N
oster...no es m
enester más.” Se aclara que com
o “los que están en pecado mortal no gozan de
perdones...”, los sacerdotes han de procurar que cuando algún individuo desee asentarseen la cofradía, “le hagan aparejar” de m
anera tal que pueda gozarlos.
35Se apunta que no se cobraría a nadie por asentarlo en la cofradía, y tampoco se co-
brarían penas pecuniarias ni temporales a quienes no cum
pliesen con el rezo semanal,
pero dejarían de gozar de la indulgencia.36D
e fecha incierta por haber llegado hasta nosotros en un traslado de 1674 dondeno se señala la data de fundación (publicado en Ruz y Báez, 2003).
37Quedarían excluidos de esta obligación “los que fueren de 60 años o los que fueren
enfermos o im
pedidos”. Las mujeres que desearen disciplinarse deberían cam
inar apar-tadas de los hom
bres, “si no fueren algunos ancianos que los mayordom
os citaren paraentender en lo que dichas m
ujeres no pudieren. Yasim
ismo débese prevenir con tiem
po
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La décima hacía obligatorio para los m
iembros visitar a cualquiera
de sus correligionarios que cayese enfermo, a fin de recordarle la urgen-
cia de confesarse, en particular si estuviese en peligro de muerte; oca-
sión en que deberían dirigirle el siguiente parlamento:
Herm
ano, acuérdate de la confesión y confiésate como cristiano, confesan-
do todos tus pecados y componiendo bien todas tus cosas para la salvación
de tu alma. Esto os decim
os y acordamos porque no estés descuidado, y si
te hallares muy enferm
o, envía a los mayordom
os para que te vengan aasistir algunos cofrades.
Si la muerte alcanzaba a algún cofrade, los dem
ás quedaban obliga-dos, por la ordenanza undécim
a, a reunirse en la iglesia para desde allípartir en busca del cuerpo,
y los mayordom
os les den y repartan candelas y se lleve la cruz manga y la
de la pasión y todo lo necesario, y se procure [en] breve mandarle decir una
misa de canto llano con su responso, y en esta form
a se haga a todos los de-m
ás. Yse les ruega y m
anda guarden y cumplan bien estas ordenanzas para
que Dios les dé el Cielo.
Este piadoso acompañam
iento no se circunscribiría empero al ca-
dáver de un cofrade, sino que se haría también en el caso de fallecer al-
guno de sus hijos (aunque la calidad del acompañam
iento variaría segúnestuviesen o no al corriente en el pago de sus cuotas), 38e incluso a losajusticiados, com
o expresa la ordenanza 15, que recuerda a aquellaspropias de cofradías españolas dedicadas específicam
ente a esta tarea: 39
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Mientras que la segunda ordenaba a los cofrades acudir cada D
o-m
ingo de Ramos “a la escuela o adonde los m
ayordomos citen”, donde
oirían la exhortación siguiente:
Carísimos herm
anos, ya es llegado el tiempo y días santos de la santísim
acruz de nuestro señor Jesucristo, en que se hacen m
emorias de su santísi-
ma pasión por la cual todos los cristianos hacen sentim
iento, y en tales díasse advierte lo que es necesario en ellos, y así os ruego por la preciosísim
asangre que nuestro señor derram
ó en ella que mostréis ser herm
anos deesta santa cofradía com
o debéis y sois obligados, haciendo grande senti-m
iento de su pasión y muerte, así com
o en este mundo se cubren de luto
los hermanos de un difunto por la m
uerte de su hermano.
Sabed qué quiere decir cofrade de la Santa Vera Cruz, hermanos, de
nuestro señor Jesucristo, el cual murió tan afrentosa m
uerte en ella, y así de-béis cubriros de luto y llorar por él, porque a vosotros pertenece el dolor yllanto de tales días. Sentid los que nuestro herm
ano y señor Jesucristo pa-deció y pasó.
Al m
enos seis de las 17 ordenanzas tocan explícitamente aspectos
vinculados con la muerte de un cofrade. A
sí, la novena manda oficiar
una misa de canto llano cada viernes (“por ser día en que nuestro señor
Jesucristo murió”), por los cofrades vivos y difuntos, “para que nuestro
señor se sirva de perdonarles sus pecados”. Agregando que “por cuan-
to ha muerto y m
uere cada día tanto cofrade”, se celebrarían tres aniver-sarios (4 de m
ayo, algún día de septiembre y 3 de noviem
bre) con “misa
de canto de órgano, con su responso y doble. Yse m
anda a todos los co-frades concurran a la iglesia a encom
endarlos a Dios, porque asim
ismo
se verán ellos cuando de este mundo vayan”, m
ientras que la duodéci-m
a ordenaba al escribano leer a los cofrades cada primer dom
ingo deCuaresm
a la totalidad de las Ordenanzas, e insistirles en las ventajas que
conllevaba la obtención de indulgencias, “que son las gracias concedi-das que libran de las penas del Pulgatorio” [sic].
una casa donde ellas mism
as, unas a otras, se curen sin que entre allí a curar hombre nin-
guno, porque así conviene”.
38Apuntaba la ordenanza 14: “Y
es nuestra voluntad de que cuando algún hijo suyode ellos m
uriere, aunque no sea cofrade se saquen 12 candelas para ir por su cuerpo; mas
si su padre o madre debiere m
ucho a la cofradía no se saque ninguna si no es que los ma-
yordomos quieran hacerlo, los cuáles no deben sacar m
ás que tres o cuatro.”39A
sí, por mencionar sólo dos ejem
plos, desde antes de 1588 existía en tierras anda-luzas una cofradía de la Vera Cruz, que “recogía y enterraba los cuartos de los ajusti-ciados puestos por los cam
inos”, y en 1691 se fundó en Córdoba la Herm
andad del SantoCristo de la m
isericordia, “sin otro objeto que el de enterrar los cuerpos muertos abando-
nados en el campo”, que recogían con una burra curiosam
ente llamada “de la m
isericor-dia” (Lim
ón Delgado, 1981, 262ss).
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que alentaba a los fieles a inscribirse en alguna de ellas, prometiendo a
cambio diversas indulgencias, e incluso la “rem
isión de todos los peca-dos a todos los fieles cristianos, así cofrades com
o no cofrades” que rea-lizasen actos devotos en el tem
plo donde estuviese asentada la cofradíafavorecida por la bula, participasen en sus procesiones o juntas, y unlargo etcétera que incluía actos piadosos a favor de los m
uertos, talescom
o acompañar los cortejos fúnebres o rezar en determ
inadas ocasio-nes por la salvación de las alm
as de los cofrades.D
urante el siglo XVIIlas cofradías parecen saber de una particular ex-
pansión, fenómeno que M
urdo MacLeod vincula con la m
ayor confianzaque los frailes depositaban en sus catecúm
enos, y con la baja demográ-
fica registrada a fines del XVI, que, en su opinión, obligó a los eclesiás-
ticos a buscar nuevas fuentes de ayuda e ingresos para el mantenim
ien-to del culto, en especial de los santos patronos. 43Sea por la razón quefuere –y sin desdeñar el hecho de la destrucción m
ás acusada de docu-m
entos tempranos– ciertam
ente durante tal siglo comienzan a incre-
mentarse los datos acerca de estas asociaciones en todo el m
undo maya.
Así, por citar apenas algunos ejem
plos, sabemos que a m
ediados delsiglo XV
IIse registraban en el puerto de Campeche al m
enos cinco cofra-días, fundadas poco después de la m
uerte del obispo Gonzalo de Sala-
zar (1636): Vera Cruz, Soledad de María, Purísim
a Concepción, Ánim
asdel Purgatorio y la del Santísim
o Sacramento. 44M
ás tarde se agregaríala de San José, que es de suponer apoyaba a sus m
iembros en lo relati-
vo a aspectos funerarios ya que, junto con santa Rita, el patriarca es teni-do en el m
undo católico como abogado de una buena m
uerte. Dedicada
específicamente a las Á
nimas surgiría en 1685 una cofradía m
antenidapor los m
ayas del barrio de San Román, Cam
peche, que ese año solicita-ron del obispo la aprobación de las tres ordenanzas con que pretendíanse rigiese, m
ismas que se lim
itaban a especificar el pago de cuatro realescom
o admisión, el oficio de una m
isa mensual por las ánim
as y la obli-gación de los cofrades de asistir a ella pagando m
edio real de limosna.
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Decim
os y es nuestra voluntad que si en algún tiempo se ajusticiare a algu-
no y muriere por m
andado de la Justicia en este nuestro pueblo, nosotroslos cofrades de la Santa Vera Cruz debem
os ayudarlo a bien morir lleván-
dole el santo cristo y la cruz, consolándole y haciéndole acordarse de Dios.
Yluego después de m
uerto deben los mayordom
os irlo a pedir a la Justiciaque lo hubiere sentenciado, pidiéndole por am
or de Dios les dé licencia
para enterrar aquel cuerpo, y después de que el juez la haya concedido,abógenlo
40y échenlo en las andas y vayan los cofrades a enterrarlo.
Al iniciar el siglo XV
IIIel obispo Mauro de Larreategui y Colón haría
extensiva tal obligación a los eclesiásticos y la totalidad de las cofradíasguatem
altecas al decretar:
Yporque su señoría ilustrísim
a ha reconocido que en este Obispado está in-
troducido el estilo de que cuando las justicias reales ponen en los caminos
los cuartos, manos y cabezas de los delincuentes para escarm
iento de otros,los dejan perpetuam
ente en el palo donde los fijan, sin darles eclesiásticasepultura, atendiendo a lo referido m
andó que en los curatos en cuyo terri-torio estuvieren fijados los dichos cuartos, m
anos y cabezas, tenga obliga-ción el cura beneficiado de salir el Sábado de Lázaro por la tarde, con elconcurso de eclesiásticos que pudiere, y quiten los dichos cuartos, m
anos ycabezas, conduciéndolos a la iglesia, donde se les canten vísperas solem
nes.Y
el domingo siguiente de Lázaro, m
isa con vigilia y responso, para darleseclesiástica sepultura; lo cual sea todo a costa de las cofradías de dichocurato, y lo cum
plan en virtud de santa obediencia y so pena de excomunión
mayor latæ sententiæ y de suspensión de su oficio y beneficio por tiem
po dedos años. 41
Agonizaba el siglo XV
Icuando se popularizó en la Audiencia de
Guatem
ala una bula del pontífice Clemente V
III, que es de suponer con-tribuyó a arraigar las prácticas devotas en el m
arco de las cofradías, 42ya
40Así en el traslado, casi seguram
ente por “abájenlo”, refiriéndose a bajar el cadáverde la horca o picota.
41En Ruz et al., 2002b.4213 de enero de 1598. Cito aquí el traslado de la m
isma contenido en las constitucio-
nes de la Cofradía de la Soledad de Nuestra Señora, de m
ujeres indígenas, fundada en elpueblo de Izalco (A
HA
G, Libros de cofradía, T2, C 109).
43MacLeod, op. cit., 67-68
44López Cogolludo, 1954, I, 387. Solís Robleda (op. cit., 15) reporta la existencia deuna capellanía del Santísim
o Sacramento y otra de las Á
nimas desde al m
enos 1582, perono queda claro si estaban ya vinculadas a cofradías específicas.
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de espectáculos. Al fom
entar las cofradías para solventar estas cargas, elpueblo quedaba en m
ejores condiciones para producir tributos, limos-
nas y [enfrentar las exigencias derivadas de los] repartimientos”. 49
Para lograr tal fomento acudían a m
enudo a la fundación de estan-cias ganaderas, e incluso la creación de colm
enas, bien a través de co-lectas com
unales, bien de donaciones individuales –en ocasiones tes-tam
entarias–, sin desdeñar la cesión de pozos y cenotes, bienesparticularm
ente apreciados en una región carente de corrientes superfi-ciales. 50Lo obtenido por tales m
edios, arguye Solís, eran tanto mantener
el culto como socorrer a la población en casos de necesidad colectiva,
pero, a juzgar por los datos ofrecidos, dentro de lo clasificado como ne-
cesidades no se incluían necesariamente, com
o en muchas cofradías
chiapanecas y guatemaltecas, las ocasionadas a la fam
ilia por la muerte
de un cofrade. Alo m
ás, aseguraban sus miem
bros un entierro decentey la realización de ciertos sufragios. Fábrica de iglesias, pago de cera,pólvora, incienso, reparación de instrum
entos musicales, com
pra de al-hajas para los santos y hasta financiam
iento de corridas de toros y co-m
edias (incluyendo pago de aguardiente a los comediantes) eran a m
e-nudo el destino final de los fondos. 51N
o cabe duda que para numerosos
poblados mayas el regocijo de los vivos privaba a m
enudo sobre el bie-nestar de sus m
uertos; al menos un bienestar entendido a la usanza
católica. Lo colectivo, en todo caso, parece primar sobre lo individual. 52
Para el área chiapaneca, si bien contamos con una excelente visión
general realizada por MacLeod acerca del desarrollo de las cofradías y
las continuas pugnas que suscitó su existencia entre las autoridades ci-viles y eclesiásticas, así com
o algunas consideraciones sobre la actitudque ante ellas m
ostraron los pueblos indios, carecemos todavía de estu-
dios particularizados y a detalle que nos permitan entender a cabalidad
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Nada, com
o puede verse, con fines asistenciales a los vivos. 45Por su par-te, desde que se fundó el asentam
iento de El Carmen, parece haberse
creado una cofradía en honor de la patrona, también reputada com
oauxiliadora para una buena m
uerte y, en especial, para redimir a los que
sufren en el purgatorio, como bien se observa en la iconografía. 46
Los estudios que se han realizado sobre Yucatán, si bien coincidenen la im
portancia de las cofradías indígenas como em
presas corporati-vas, discrepan en cuanto a su papel com
o promotoras de la estratifica-
ción interna y en sus fines, que algunos perciben como m
ás económicos
que religiosos. 47Las fuentes tempranas rem
iten exclusivamente a cofra-
días de españoles en Mérida, Cam
peche y Valladolid, lo que hace supo-ner a Solís que las indígenas se fundaron a lo largo del XV
II. Así, para
1639 se tiene certeza de existir al menos dos de indios, “antiguas”, fun-
dadas en el convento franciscano de San José, dedicadas al Santísimo
Sacramento y a la Virgen. M
antenidas por los indios naboríos de la ciu-dad y los de otros pueblos (es de suponer vecinos), incluían entre susobligaciones la de celebrar m
isas por los cofrades vivos y difuntos. Lacofradía m
ixta del Santísimo Cristo erigida en 1709 en el pueblo m
ayade D
zan, en cambio, agregaba la de entregar “jornales” para colaborar
en el entierro de un cofrade, amén del pago de m
isas por su intención. 48
Más allá de estas referencias ocasionales a gastos por sepelios o sufra-
gios, las ordenanzas de las asociaciones yucatecas (a menudo redacta-
das por los caciques y principales, y carentes de autorización oficial) seentretienen m
ás bien en detallar las maneras en que sus m
iembros cola-
borarían para apoyarse mutuam
ente en satisfacer las pesadas cargasque gravitaban sobre los pueblos, en particular en casos de ham
bruna,sin que ello significase el descuido del culto, pues, com
o asienta Solís:“La corporación debía hacerse cargo del costo de m
isas, procesiones yserm
ones, de cera para los santos, de pólvora para las fiestas e incluso
45Solís Robleda, op. cit., 24.46Y
hasta en la lírica popular, que reza: “Ala virgen del Carm
en quiero y adoro, por-que saca las alm
as del Purgatorio” (Copla citada en Alem
án, 1989, 382).47U
na somera pero útil revisión sobre el tem
a se encuentra en Solís Robleda (op. cit.),en la cual se basa buena parte de las siguientes consideraciones.
48Solís Robleda, op. cit., 15-22, 25.
49Solís Robleda, op. cit., 26- 27.50Solís Robleda, op. cit., cap. 1, incisos 1 y 2. V
éase también el inciso “Los ingresos:
entre la dádiva y la producción”, cap. II.51Ibid.52Tales fines cam
biarían drásticamente en el siglo XV
III, cuando la Iglesia local enaje-nó la adm
inistración de las cofradías, entrando en abierta disputa con el poder civil y,por supuesto, con sus propietarios m
ayas, como detalladam
ente expone Solís Robleda(cap. III).
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Uno de los ejem
plos más tem
pranos corresponde a 1632, año en quese presentaron ante el obispo U
garte Saravia los “mayordom
os y oficia-les de la congregación y herm
andad de los indios del glorioso san Jo-seph del barrio de Santo D
omingo [de la capital], por sí y en nom
bre detodos los dem
ás oficiales indios del dicho barrio, carpinteros y albañi-les”, para inform
ar “que ellos ha muchos años que tienen devoción y
Herm
andad del glorioso san Joseph, y un altar en que en un tabernácu-lo está puesto el dicho santo, y asim
ismo tienen otro santo de bulto, pe-
queño, con sus andas para las procesiones, con todas las insignias, pen-dones y varas necesarias, sin que les falte cosa alguna” y solicitando seles autorizase convertir dicha herm
andad en cofradía, lo que nunca an-tes solicitaron sus antepasados “y porque agora desean lo sea para ga-nar las gracias e indulgencias y privilegios que los rom
anos pontíficeshan concedido y adelante concedieren, y las que nos concediérem
os”. 57
Acom
pañando su solicitud, presentaron 15 ordenanzas en náhuatl(con un traslado adjunto) 58que regían a la herm
andad, entre las cualesse encuentran algunas íntim
amente vinculadas a enferm
edad, muerte,
funerales y rogativas, lo cual no es de sorprender siendo san José elabogado para obtener una “buena m
uerte”. Lo que sí sorprende –amén
del aspecto gremial de la asociación, poco com
ún en el área– es el desta-cado papel que se adscribe a las tenantzin, 59que el traslado al español re-gistra com
o tenanses. Estas mujeres están ciertam
ente presentes en lasordenanzas de m
uchas otras cofradías, pero por lo común se les m
encio-na com
o solicitadoras de limosnas o auxiliares en la lim
pieza de lostem
plos. Aquí, en cam
bio, se regula incluso su elección por el conjunto
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sus ciclos de crecimiento y retracción. D
e su arraigo en Chiapas para laépoca que nos ocupa, em
pero, no cabe duda. Durante su visita a la al-
caldía mayor (1691) que antes m
encioné, el oidor Scals listó 282 cofra-días en 84 de los 94 pueblos visitados, siendo las m
ás comunes las del
Santísimo Sacram
ento y la Virgen del Rosario, seguidas por las de la Ve-racruz y Á
nimas. El total nos daría un prom
edio de 3.5 cofradías por po-blado, pero de hecho m
uchos de ellos se restringían a las dos primeras,
en tanto que otros poseían hasta nueve. Destacan, por el núm
ero de fes-tividades que costeaban, las de Chiapa, Tila y Com
itán, pero incluso po-blados relativam
ente pequeños y no particularmente ricos poseían has-
ta siete. Tal era el caso de Chicomuselo, de donde obtenía el cura un
ingreso anual de 72 pesos tan sólo por lo cobrado a estas asociaciones. Ciertam
ente no todos los pueblos tenían una Cofradía de Ánim
as, 53
pero es de suponer que, como ocurría en las dem
ás regiones, varias delas colocadas bajo otra advocación dedicaban tam
bién algún espacio de-vocional a los cofrades difuntos, com
o ocurría con la celebración de mi-
sas para el día de difuntos, cuyo pago quedaba a cargo de las cofradíassegún inform
ó el oidor. Ya ello se agregaban otros pagos que los frailes
obligaban a realizar a los calpules de los pueblos a fin de conmem
orara sus difuntos. 54
La información para G
uatemala, aunque ha sido m
uy poco trabaja-da, 55es abundante, tanto la que se custodia en el A
rchivo General de Cen-
troamérica com
o la que guarda el Archivo H
istórico del Arzobispado.
Por razones de espacio decidí privilegiar la segunda, de más difícil acce-
so y por lo tanto menos conocida. 56A
dvierto, asimism
o, que sólo me re-
feriré a unos cuantos ejemplos de los centenares que ilustran la vincula-
ción cofradía/mem
oria fúnebre, que es la que aquí me interesa destacar.
53De los libros de cofradías de algunos pueblos tzotziles y tzeltales enum
erados porPalom
o (op. cit., anexo) se desprende la existencia de asociaciones dedicadas al culto delas Á
nimas del Purgatorio en algunos poblados donde el oidor sólo dio el total, sin lis-
tarlas.54Ruz y Báez, Dos jurisdicciones…
.55El trabajo m
ás completo al respecto sigue siendo el Rojas Lim
a (1988).56
AH
AG, Libros de cofradía, t 2, c 109, leg. 66. Paleografía de M
iguel Ángel Recillas.
Cabe mencionar que el “legajo” está com
puesto en gran medida de fojas sueltas, con
foliaciones diversas, que apuntan a haber sido desprendidas de otros volúmenes.
57A
HA
G, Libros de cofradía, T2, C 109, Leg. 66. Libro, ynstitutión y ordenanssas de lacofradía de el gloriosso patriarca San Joseph. A
ño 1632”. Paleografía de M. Á
. Recillas y M. H
.Ruz.58El em
pleo del náhuatl no es de extrañar: recuérdese que además de los pipiles pre-
hispánicos (hablantes de variedades dialectales de nahua y náhuat), tras la Conquistase
asentaron en diversos sitios hablantes de náhuatl venidos desde los altiplanos centralesde M
éxico como auxiliares de los conquistadores españoles, am
én de que durante la épo-ca colonial esta últim
a funcionó a menudo com
o lengua franca. 59D
el náhuatl tenantzin: madres, con el sufijo reverencial tzin. En los trasuntos al
español aparecen indistintamente com
o tenanses, tenansses, thenames, tenanxes o te-
nanches.
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de indulgencia a quienes se inscribiesen en la cofradía, y otros tantos“todas las veces que los cofrades se juntaren a tratar del bien y aum
en-to de ella, o a decir alguna m
isa u obra pía que por las ordenanzas o co-frades se ordenare”.
Cinco años más tarde, el últim
o día de 1637 los indios del pueblo deSan M
iguel Taxisco se presentaron ante el obispo solicitando permiso
para fundar una Cofradía de las Benditas Ánim
as en el templo parro-
quial. Relataron “tener por costumbre” pedir lim
osna cada lunes parasolventar m
isas en pro de las ánimas del purgatorio; costum
bre que de-seaban insertar en el m
arco de una cofradía “porque las dichas benditasánim
as tuviesen más sufragios y ellos m
ás méritos”. 62N
o debe creersefueran los únicos del poblado preocupados por colaborar en la salva-ción de las alm
as de sus difuntos, en las ordenanzas de la Cofradía delSantísim
o Sacramento se incluye una que estipula ofrecer cada m
es unam
isa cantada por los hermanos cofrades, vivos y difuntos, pagando por
ello tres tostones, y otra que les obliga a que “en uno de los días de lainfraoctava de todos los santos se diga una m
isa cantada con vigilia yofrenda por los herm
anos difuntos de dicha santa cofradía, dando la li-m
osna ordinaria conforme al arancel”. 63
Otro tanto hicieron años después los feligreses de Santiago Jocotán,
curato de Chiquimula, cuyas ordenanzas para una Cofradía de las Ben-
ditas Ánim
as del Purgatorio, sancionó positivamente el obispo Payo de
Rivera el 14 de enero de 1666. 64En dichas ordenanzas se destaca la obli-gación de celebrar tan solem
nemente com
o fuese posible “el aniversariode todos los difuntos”, concediéndose con ese fin licencia para pedir li-m
osna un día a la semana, y se hace hincapié en las num
erosas indul-gencias que ganarían quienes se asentasen por cofrades, incluyendo las
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de los cofrades, el mism
o día en que se eligieran alcalde, dos mayordo-
mos y dos diputados. La ordenanza 4 estipula que habrán de ser “las
más devotas que se hallaren”, y si bien las prim
eras funciones que se lesadscriben son precisam
ente las de “la limpieza y [recaudación de] lim
os-na de la dicha cofradía”, m
ás adelante se amplían: deberán, al igual que
los mayordom
os, visitar y consolar a los cofrades enfermos
60(ordenan-za 6), am
ortajar a quienes fallecieren (ordenanza 7); tendrían
especial cuidado de consolar la viuda, y si acaso el difunto dejare hijos quequeden
huérfanos de padre y madre, el alcalde y diputados cuiden de que
aquellos muchachos, con autoridad de la jus[tici]a, se pongan en ofi[ci]os
con indios del propio barrio para que así no se distraigan ni echen a perder.Y
lo propio hagan las tenanses si los huérfanos fueren hijas por casar, cui-dando siem
pre de su amparo y de que tom
en estado, para que así sirvanm
ejor a Nuestro Señor (ordenanza 8).
Su función de vigilantes y garantes de la moral pública y la arm
oníacom
unal iba más allá de viudas y huérfanas pues, a la par del alcalde,
deberían tener “muy gran cuidado de que entre nuestros herm
anos ycofrades se quiten cualesquier pecados, estorbando que unos no hablenm
al de otros, principalm[en]te de casados, haciendo que nadie sea ha-
ragán ni vagamundo, sino que todos trabajen para ganar de com
er” (or-denanza 12).
El resto de los cofrades, por su parte, quedaba obligado a asistir alentierro de un herm
ano, y encomendar su alm
a a Dios, rezando por él
“una tercia parte del rosario. Ysi fuere el difunto m
uy pobre, la cofradíale dé m
ortaja con que se pueda enterrar”. Asim
ismo, cada 2 de noviem
-bre se ofrecería “una m
isa cantada de requiempor las ánim
as de todoslos herm
anos difuntos, y para ello se ponga una tumba
61en medio de la
capilla con muchas candelas y autoridad. Y
se dé de limosna a nuestro
vicario cuatro tostones, [misa] a que han de asistir todos los herm
anos”.El prelado, tras aprobar la fundación y las ordenanzas, concedió 40 días
60Los primeros deberán adem
ás “socorrerlos con alguna limosna para que com
prengallinas y lo que fuere m
enester” (Ibid., f 3, 6ª ordenanza).61Es decir, un catafalco cubierto con paño negro.
62Foster, al referirse a las cofradías de socorro sobrevivientes en algunas partes deEspaña, apunta ser las m
ás comunes las de Á
nimas o La Vera Cruz; escencialm
ente “unasociedad de ayuda m
utua para sepelios. Los cofrades deben asistir a los funerales; losgastos del entierro son asum
idos por la sociedad y un número estipulado de m
isas sedice por cada m
iembro fallecido” (1961, 128).
63AG
CA, A1 112, L
5976, exp. 52506, Fundación de la cofradía de las Benditas Ánim
asen el tem
plo parroquial del pueblo de San Miguel Taxisco, ff 18v-19v.
64AH
AG, Libros de Cofradías, Tram
o 2, c 108, leg. 66, f27.
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5ª Ítem, que en el cuarto lunes de la Cuaresm
a se haya de hacer en dichonuestro pueblo una procesión de sangre, y que para ello haya de asistir eldicho nuestro cura beneficiado y decir m
isa y sermón para Á
nimas [...] y
por este trabajo y su asistencia se le han de dar 13 tostones.
Casi 20 años más tarde, tocó el turno de “legalizar” sus cofradías al
pueblo vecino, San Antonio Retaluleuh, visitado en m
ayo de 1696 poruno de los clérigos m
ás voraces de la época, don Joseph Sánchez de lasN
avas, quien a nombre de su tío, el anciano obispo A
ndrés de las Na-
vas, se desempeñó varias veces com
o visitador de la diócesis. En estaocasión, aduciendo la necesidad de rem
plazar los libros de cofradíasperdidos en un incendio en 1693, el visitador obligó a pagar a cada co-fradía cuatro pesos por autorizar la restitución. Entre los libros conser-vados se encuentran los de ordenanzas de las cofradías del Santísim
oSacram
ento, San Nicolás Tolentino, N
uestra Señora de la Natividad,
Nuestra Señora del Rosario y las Benditas Á
nimas. 65En las ordenanzas
de las dos primeras se reglam
enta la celebración de una misa cantada
mensual “por todos los herm
[anos] vivos y difuntos de esta dicha cofra-día” y, el día “de los finados de cada un año se celebre un aniversariopor todos los herm
[an]os difuntos de esta dicha cofradía, con misa y res-
ponso y sin vigilia, como lo han acostum
brado”, mientras que las dos
dedicadas a advocaciones marianas únicam
ente celebrarían por sus di-funtos una m
isa mensual. Tanto la de San N
icolás como la del Rosario
realizarían además una “procesión de sangre”, que en el caso de la pri-
mera –donde se acom
pañaría con un sermón– le significaría a los cofra-
des el pago de nada menos que 20 tostones. Por su parte, los m
iembros
de la Cofradía de las Benditas Ánim
as quedaban obligados a una misa
mensual y la consabida celebración del 2 de noviem
bre que, por verseacom
pañada de vigilia, les vendría costando 13 tostones.N
o debe pensarse, sin embargo, que los indios contem
plaran pasi-vam
ente los excesos que a menudo com
etían doctrineros y visitadoresal am
paro de las cofradías; las denuncias fueron numerosas y continuas,
bien ante el diocesano en turno cuando el extorsionador era algún ecle-
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derivadas de visitar a los enfermos e incluso por “enseñar a sus hijos y
demás personas de sus fam
ilias la doctrina cristiana, instruirlos en losm
isterios de nuestra santa fe. Ypor cada vez que así lo hicieren ganen
40 días de indulgencia”.Tocó a su sucesor, Juan de O
rtega Montañés, autorizar en m
ayo de1679 las ordenanzas de las cofradías de N
uestra Señora del Rosario, ladel Santísim
o Sacramento, la de las Benditas Á
nimas y la del santo pa-
trono del pueblo de San Sebastián Quetzaltenango, anexo de San A
nto-nio Retaluleuh. Es de suponer que el pueblo debía saber de un m
omen-
to de particular bienestar económico que aprovechó su cura Juan de
Lamburú para alentar la fundación conjunta de cuatro cofradías. Expre-
samente se advierte en los textos que colaboró en la redacción de las or-
denanzas, donde, caso poco común, se detalla lo que se debería pagarle
por cada función religiosa (que en el caso por ejemplo de la cofradía del
Santísimo Sacram
ento equivalían a pagar 76 pesos al año por ocho fies-tas y una m
isa mensual). Entretenido en esas jugosas especificaciones,
el cura no se entretuvo en detalles sobre las obligaciones colectivas de loscofrades, ni en pro de los vivos ni de los m
uertos; apenas el obispo serefirió a los 40 días de indulgencias que obtendrían quienes se afiliaran,
y además, siem
pre que se juntaren en dicha iglesia a hacer elección deofic[iale]s, o tuvieren algunos cabildos extraordinarios que condusgan [sic]a la utilidad y aum
ento de la dicha cofradía, o pidieren la dicha limosna, o
ayudaren con ella, o asistieren a las misas de obligación de dicha cofradía,
o acompañaren y salie[re]n en su procesión de sangre, o se ejercitaren en al-
g[u]na buena obra, o procuraren el aum[en]to de la dicha cofradía.
Como era de esperar, las ordenanzas de la Cofradía de las Benditas
Ánim
as si incluyen referencias a devociones vinculadas a los difuntos.A
l menos tres de ellas, que a la letra registran:
3ª Ítem, que cada m
es se haya de decir una misa cantada de réquiem
por lasBenditas Á
nimas, y la lim
osna de ellas se haya de pagar a dos pesos cada una.4ª Ítem
, que en un día de los de la octava de los finados haya de tener obli-gación de m
andar se haga y diga un aniversario con vigilia, misa cantada y
dobles, y por su limosna se haya de pagar 13 tostones.
65AH
AG, Libros de Cofradías, Tram
o 2, Caja 109.
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muchas de ellas carecían de licencia, 69ordenó extinguir y anular todas
las que no tuviesen reconocimiento real
y que los priostes y mayordom
os de dichas cofradías de aquí adelante nolo sean. N
ingún indio de cualquier calidad, y condición que sea se atreva aaceptar tal oficio con ninguna causa, ni pretexto, ni por m
andado de ningúnjuez superior eclesiástico de cualquiera calidad que sea, pena de 200 azotes,y de destierro perpetuo de su pueblo. 70
Que sus estrictas órdenes no surtieron m
ayor efecto se comprueba al
leer los informes de su sucesor, Joseph de Scals, a quien antes m
e referí.En la diócesis vecina de G
uatemala obispos y arzobispos ordenaron
a una y otra vez a clérigos y mendicantes m
oderar sus excesos, en espe-cial a lo largo de sus visitas pastorales. Pero, com
o apunté antes, tam-
poco faltaron prelados que medraran con la piedad de los cofrades, y en
ocasiones con tal desmesura que la propia Corona se sintió obligada a
intervenir empleando las facultades que le otorgaba el Real Patronato.
En enero de 1740, por ejemplo, se turnó a la A
udiencia de Guatem
alauna real cédula con una severa reprim
enda por diferentes causas, entreellas haber perm
itido abusos en la erección de cofradías y guachibales,el cobro de derechos de entierro a los indios y la exigencia de servicios.Se apuntó allí saber que había pueblos con ocho y nueve cofradías sinregistro, “y hacéis presente que en ese O
bispado pasaban de 2000 cofra-días, en que tenía el obispo seis pesos m
ás o menos por la visita de cada
una y que los guachibales eran otra especie de gravamen a los indios,
con pretexto de fiesta a algún santo, sin formalidad de cofradía”. 71¿Por
qué, teniendo jurisdicción para impedirlo, los oidores habían consenti-
do en ello? Se les ordenó, en consecuencia, “que en punto de cofradías,
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siástico (por lo común el cura del lugar), bien directam
ente ante la Au-
diencia cuando era el propio obispo el que abusaba.Y
aun cuando los cofrades no se quejaran, los excesos no pasabaninadvertidos ni para las autoridades eclesiásticas ni para los funcionariosciviles, que a m
enudo intentaron (sin mayor fortuna) poner un freno a lo
erogado durante las celebraciones. Ejemplo de las prim
eras –entre mu-
chos otros– sería el obispo de Chiapa y Soconusco, Marcos Bravo de la
Serna, quien en 1682 mandó que los de la cofradía del barrio de Santo
Dom
ingo de Tuxtla, “no gasten los bienes eclesiásticos del dicho calpul envana superfluidad de regocijos, ni en profanos festejos de com
idas”, 66
en tanto que un siglo después su sucesor Francisco Polanco, llegó a ase-verar que este tipo de piedad ocasionaba la ruina de los cofrades, pues
fúndanse con el capital de ciento o ciento cincuenta pesos, que se repartenentre sus m
ayordomos y oficiales, con obligación de pagar al año el rédito
de 5%, restituir todo el capital y hacer las funciones devotas. Siendo gene-
ralmente pobres los indios, com
en aquel capital sin poder pagarle; empé-
ñanse los hermanos cofrades en llevar adelante sus funciones hasta que se
hallan disipados (sus caudales), y la fundación perece. 67
Ytam
bién hubo funcionarios civiles que alzaran la voz en idénticosentido, aunque a m
enudo menos preocupados por la situación indíge-
na que por asegurar la recaudación tributaria o debilitar el papel de unaIglesia a m
enudo poco respetuosa del Real Patronato. Así al visitar
Chiapas en 1637, el visitador Luis de las Infantas y Mendoza recom
endóque no se perm
itieran más de cuatro cofradías por pueblo y se controla-
ran los gastos “ya que éstos recaían sobre los indios más pobres”. Pue-
blos había, con apenas un centenar de indios, que mantenían entre 10 y
12 cofradías. 68No habían pasado 30 años cuando otro visitador de la A
u-diencia, Joan de G
arate Francia, tras enumerar los atropellos a que se
veían sometidos los indios por razón de las cofradías, y apuntar que
66Aram
oni C., 1998, 93.67O
rozco y Jiménez, 1999, 80.
68Apud M
acLeod, op. cit., 69, nota 7.
69Tan sólo en el pueblo de Chiapa se detectaron 22 cofradías, “sin que ninguna tengapropios, ni bienes conocidos, y sólo en los oficios de priostes y m
ayordomos se ocupan
en ellas más de 200 indios […
] y a este respecto es en los demás pueblos, conform
e la nu-m
erosidad de indios” (apud Ruz y Báez, 2003). 70Ibid.71Es decir asociaciones devotas donde se solem
nizaba el culto a determinados san-
tos, pero carentes de licencia.
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na anual para fabricar la casa de ejercicios de San Ignacio, de los jesui-tas. Pidieron al rey ordenara qué hacer. Para proceder en consecuenciael m
onarca solicitaba en esta nueva cédula informes m
ás precisos sobrelos perjuicios de visitas (tom
ando incluso “noticias extrajudiciales”) ylas sugerencias de la propia A
udiencia para remediarlo, porm
enorizan-do adem
ás qué era lo que habían ya corregido. Pidió asimism
o infor-m
ación detallada de cofradías: número, advocación, instituto y m
inis-terios. 77
Como señalé en las páginas iniciales, desconocem
os si laA
udiencia satisfizo la real demanda.
No requerim
os empero de esa respuesta para com
probar que la ex-torsión a las cofradías indias era brutal y constante. D
e ello da cuenta,entre otros num
erosos documentos, una exhaustiva visita realizada por
el deán Joseph Varón de Berrieza en 1720, a la cual recurro por ser lam
ás próxima al periodo aquí abordado y por la detallada relación que
ofrece. Puesto que mi objetivo es sólo dar un ejem
plo, elegí al azar losdatos de uno de los pueblos visitados, el de A
lmolonga, relativam
entecercano a la sede de la diócesis. En él, com
o en los demás, el deán inte-
rrogó a las autoridades indígenas (alcaldes y mayordom
os de cofradíasincluidos) acerca del desem
peño de su cura –en este caso un francisca-no– conform
e a un formato de 14 puntos. 78Veam
os los que concerníandirectam
ente a las cofradías:
Ala undécim
a pregunta dijeron que por lo que toca a cofradías de indiostiene la iglesia de este pueblo de A
lmolonga ocho, que todas tienen m
isasm
esales a tres tostones las seis, y las otras seis se pagan a tres tostones y dosreales, porque en éstas hay responso por los difuntos, que se paga pordos reales. Q
ue la de Nuestra Señora del Rosario sus m
isas mesales las paga
a cuatro tostones, y las de sus aniversarios, que son las seis referidas, conresponsos, paga cuatro tostones y dos reales, com
o consta de sus libros. Ypara m
ayor claridad su merced los m
andó registrar y que se ponga indivi-dualm
ente lo que cada una tiene de gastos cada año, que es en esta manera:
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constándoos estar fundadas sin licencia mía, ni que haya precedido es-
tar aprobadas sus ordenanzas y estatutos por mi Consejo de Las Indias,
no se use ni pueda usar de ellas, conforme a lo dispuesto por la ley 25,
del libro 1°, título 4 de la Recopilación, que así es mi voluntad”. 72
No habían pasado ni 20 años cuando el asunto de las cofradías atrajo
de nuevo la atención real. El 13 de diciembre de 1759 se enviaba otra cé-
dula, esta vez pidiendo investigar una denuncia, hecha por el fiscal tresm
eses atrás, acerca del aumento de derechos de visita que realizó el arzo-
bispo, 73cobrando a cada cofradía desde siete hasta 12 pesos, a más de pa-
sar por los pueblos sin pagar a los indios lo que él y su séquito consumían
de comestibles, y sus m
ulas de zacate, ni los portes de la conducción delequipaje de unos pueblos a otros, com
o se había registrado en San LucasCabrera, San Juan G
ascón, San Cristóbal y San Juan de Am
atitán. 74
La real orden no parece haber hecho demasiada m
ella en las autori-dades eclesiásticas, pues se reiteró 14 años m
ás tarde, esta vez pidiendoa la A
udiencia informar “reservadam
ente” de los perjuicios que experi-m
entan los indios con motivo de las visitas diocesanas, a m
ás de recor-darle que se le m
andó remediar tales perjuicios en agravio a los indios.
Según se anota, en esa ocasión la Audiencia había inform
ado
que el anterior arzobispo gobernó 12 años esa diócesis, y en este tiempo
hizo cuatro visitas [...], y en ellas se aumentaron considerablem
ente los de-rechos de visita de pila bautism
al y de los libros de administración, her-
mandades y cofradías, sin otros agasajos que llevaban el secretario y dem
ásfam
iliares después de mantenidos y conducidos. 75
Las cofradías de indios en todo el Arzobispado oscilaban entre 2 000
y 3 000 (aunque un cronista dominico calculó 5 000 si se incluían las no
autorizadas), 76a las cuales por cierto había exigido el prelado una limos-
72AG
CA, A1, L
1527, f 113-118, real cédula dada en El Pardo el 31 de enero de 1740.73N
o se le nombra, pero por la época debió tratarse de José de Figueredo y Victoria,
diocesano entre 1752 y 1765.74A
GCA, A
1 23, L1528, f 277, real cédula del 13 de diciem
bre de 1759. 75A
demás se exigía en los pueblos visitados dar cuatro reales de plata para la beati-
ficación del guatemalteco Pedro de Betancourt (recientem
ente canonizado), carga quem
ás adelante se suprimió. Tam
bién se solicitaban apoyos para la Casa Santa de Jerusalény la redención de cautivos.
76Ximénez, 1999, t. IV,304-305.
77AG
CA, A123, l 1530, f 23-28, real cédula dada en A
ranjuez el 24 de abril de 1773.78
AH
AG, Visitas Pastorales, Tom
o III, Juan Bautista Álvarez de Toledo, ff 7-10 (Ruz et
al., en prensa).
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dos, cinco tostones y uno de la cera que hacen seis; para la cera de la fiestatitular del pueblo, seis tostones; para la de las m
isas de Aguinaldo, seis tos-
tones. Yotros seis para cera de la Pascua de N
avidad.La cofradía de La Santa Vera Cruz tiene de gasto cada año lo siguiente:
19 pesos y medio de las m
isas mesales; dos pesos de pescado; de la fiesta
de La Encarnación, seis tostones; del Viernes Santo, por el descendimiento
y procesión, 15 tostones [y] de la cera de ese día 36 tostones; de la fiesta deLa Cruz, 13 tostones [y] 12 de la cera de ese día. Y
de dos misas, una del Es-
píritu Santo y otra por los difuntos, seis tostones; para los santos óleos, dostostones; para la cera del Corpus, seis tostones; fiesta del Triunfo de la Cruz,cuatro tostones; Exaltación de la Cruz, cuatro tostones; finados cinco tosto-nes y uno de la cera que hacen seis. Y
para la cera de la fiesta titular deN
uestra Señora de la Concepción, seis tostones.La cofradía del santísim
o patriarca señor San Joseph tiene de gasto cadaaño lo siguiente: 19 pesos y m
edio de sus misas m
esales; dos pesos del pes-cado; por la fiesta del santísim
o 13 tostones [y] de la cera de ese día 36 tosto-nes. Y
por dos misas de difuntos que se dicen entonces, seis tostones. Para
los santos óleos, dos tostones; para la cera de Corpus, seis tostones; de lafiesta de La Visitación de N
uestra Señora, seis tostones; de la de San Buena-ventura, cuatro tostones; la de Santo D
omingo, seis tostones; de finados cin-
co tostones y uno de cera que hacen seis. Para la cera de la fiesta titular deN
uestra Señora de la Concepción, seis tostones, y la fiesta de La Expecta-ción, seis tostones.
La cofradía de San Miguel A
rcángel tiene de gasto cada año 19 pesos ym
edio de sus misas m
esales; para pescado, dos pesos; para los santos óleos,un peso; aparición de San M
iguel, seis tostones; cera de Corpus, seis tosto-nes; fiesta de la dedicación del señor San M
iguel, 13 tostones [y] para la cerade ese día 36 tostones; de dos m
isas que se dicen entonces por los difuntos,seis tostones; para la cera de la fiesta titular de N
uestra Señora de la Con-cepción, seis tostones; m
isa de finados con vigilia, cinco tostones y uno dela cera.
La cofradía de San Nicolás de Tolentino tiene de gasto cada año 19 pe-
sos y medio de las m
isas mesales; dos pesos de pescado; 15 tostones de la
procesión de sangre [y] 36 tostones para la cera de ese día; para los santosóleos, dos tostones; para la cera del Corpus, seis tostones; fiesta de San N
i-colás, 25 tostones; para la cera de ese día, 36 tostones; para dos m
isas que
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La cofradía del Santísimo Sacram
ento tiene de gasto 19 pesos y cuatroreales de las 12 m
isas mesales, com
o va dicho; dos pesos del pescado quecontiene la pregunta antecedente; 79la festividad del señor san Francisco,cinco tostones; finados, cinco tostones y uno para cera, que hacen seis; lafestividad de La Presentación de N
uestra Señora seis tostones; para la cerade la de N
uestra Señora de la Concepción, como titular de este pueblo, seis
tostones; la festividad del Dulcísim
o Nom
bre de Jesús 10 tostones, para lacera del m
onumento [del Corpus] y Sem
ana Santa, 15 tostones; para lossantos óleos, dos tostones; de la fiesta de Corpus 13 tostones; de dos m
isasque entonces pagan por los difuntos, seis tostones. Y
para la cera de dichafiesta de Corpus pagan 36 tostones.
La cofradía de Nuestra Señora de la Concepción tiene de gastos en cada
un año 19 pesos y cuatro reales de las 12 misas m
esales, en la conformidad
que va dicho. La festividad de Nuestra Señora de la Purificación, seis tosto-
nes; para el pescado de Adviento y Cuaresm
a, 20 tostones; para la Semana
Santa, por los oficios 25 tostones; para los santos óleos, dos tostones; parala cera del Corpus, seis tostones; la fiesta de Santa M
aría Magdalena, cua-
tro tostones; la de Nuestra Señora de las N
ieves, seis tostones; la Asunción
de Nuestra Señora, seis tostones; la N
atividad, seis tostones; finados, cincotostones y uno de cera que hacen seis; fiesta de N
uestra Señora de la Con-cepción, 25 tostones [y] para la cera de ella 36 tostones; de dos m
isas queentonces se dicen por los difuntos, seis tostones; para la cera de las m
isasde A
guinaldo, seis tostones, y para la cera de la Pascua de Navidad, seis
tostones. La cofradía de N
uestra Señora del Rosario tiene de gasto lo siguiente:25 pesos y cuatro reales de las m
isas mesales del año; de pescado, dos pe-
sos; de la celebración de una procesión de sangre, 20 tostones y 36 de lacera; la m
isa de Nuestra Señora de la Encarnación, tres tostones [f 8] para
los santos óleos, dos tostones; la fiesta de San Pedro Mártir cuatro tostones;
para la cera del Corpus seis tostones; para la octava de la Asunción, tres tos-
tones; la festividad de Nuestra Señora del Rosario, 13 tostones [y] de la cera
de ese día 36 tostones. Ypor dos m
isas que se dicen entonces por los difun-tos, seis tostones; por la fiesta del Á
ngel Custodio, cuatro tostones; de fina-
79Se refiere al pescado que debía entregar el pueblo a su cura en tiempos de abstinen-
cia de carne. El resto del año le proveían de gallinas y pollos.
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nuevo adaptado a los imaginarios y necesidades locales, que perm
itióentre otras varias cosas m
antener un aspecto crucial para los pueblosm
ayances: perpetuar la mem
oria de los antepasados que daba continui-dad y futuro al presente, asegurar el bienestar de los ya idos a fin degranjearse su benevolencia hacia quienes les sobrevivieron. Y
que se tra-taba de una cuestión de linajes se com
prueba al observar que en algunospoblados cada parcialidad (conform
adas básicamente por grupos em
-parentados y en ocasiones con diversa filiación etnolingüística) m
ante-nía una cofradía de Á
nimas. 80
Expresión peculiar de culto familiar a los antepasados fueron los
guachibales guatemaltecos que vim
os aparecer antes, donde si bien sesolem
nizaba el culto a determinados santos, m
uestran en numerosos ca-
sos sus vínculos con conmem
oraciones a los parientes difuntos, y que seheredaban de padres a hijos com
o obligación. 81
Por el mism
o hecho de carecer de licencia eran presa frecuente de la ambi-
ción de ciertos párrocos, quienes las toleraban (e incluso encubrían) dadaslas altas ganancias que les reportaban por m
otivo de misas y otras parali-
turgias. Las denuncias no son frecuentes: los indios tenían sin duda claro lairregularidad de tales asociaciones, que m
ás de un obispo calificó de ve-hículo para perpetuar “supercherías”, pero cuando las exigencias del doc-trinero se tornaban desm
esuradas no escatimaban las quejas. Tal hicieron
por ejemplo en Q
uetzaltenango María Zah4in
82y Petrona Yakí, ambas viu-
das, quienes denunciaron ante el arzobispo que visitaba su pueblo las ex-
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se dicen en ese tiempo, seis tostones; de finados, cinco tostones y uno de
cera; para la fiesta de Nuestra Señora de la Concepción, seis tostones.
Yla cofradía de Las Á
nimas tiene de gasto cada año lo que sigue: 19 pe-
sos y medio de sus fiestas m
esales; dos pesos para el pescado; 15 tostonesde m
isa y procesión de sangre, y 41 tostones de la cera. Para los santosóleos, dos tostones; de la fiesta de Corpus, 13 tostones [y] de la cera de esedía 36 tostones; de dos m
isas que se dicen por ese tiempo, seis tostones; fi-
nados, 10 tostones; de la cera de ese día 42 tostones. Ypara la cera de la fies-
ta titular de Nuestra Señora de la Concepción, seis tostones.
Ypreguntados por su m
erced el alcalde y los mayordom
os de la cofra-día de Las Á
nimas que cóm
o, teniendo su señoría ilustrísima, el señor obis-
po de este Obispado, prohibida la procesión de Las Á
nimas, por justos m
o-tivos, consta del libro haber pagado su costo con el de la cera, dijeron queno obstante de no haberse hecho han pagado de la m
isma m
anera que si sehubiera hecho. Y
todos los declarantes dijeron que en este pueblo hay 11fiestas de guachivales, que cada una se paga por m
isa y procesión por cincotostones. Y
que no tienen principal ni finca alguna sino que se celebran delim
osnas que se recogen. Yque cuando tiene serm
ón dan un peso por él, yque no tienen otra. Y
esto responden.12. A
la duodécima pregunta dijeron que para los casam
ientos no sehace violencia y se leen las am
onestaciones, ni tampoco hay violencia para
admitir los cargos de cofradías. Y
que al reverendo padre cura le dan unpeso por cada elección [anual de m
ayordomos]. Y
responden.13. A
la decimatercia pregunta dijeron que todas estas contribuciones les
han hallado en costumbre y que les son gravosas, respecto de que todos los
gastos son a costa de los alcaldes [y] mayordom
os de las cofradías, y quepiden se les alivie, especialm
ente en la contribución que hacen para la cera,porque sucede que cuando dejan los cargos salen em
peñados de ellos. Yque
no se han quejado hasta ahora por no dar disgusto a su cura. Yresponden.
Podría uno preguntarse por qué las poblaciones indígenas estuvie-ron dispuestas a pagar tan altos costos a fin de m
antener una instituciónque les había sido im
puesta. Si bien, como tantas otras interrogantes –en
particular en el área de las mentalidades–, no existe una respuesta úni-
ca, a la luz de los datos de archivo resulta claro que en la gran mayoría
las cofradías fueron pronto adoptadas como algo propio, un espacio
80Apenas dos ejem
plos: en la visita pastoral a Jocotenango en 1740 el arzobispo Par-do constató la existencia de una de ellas en “la parcialidad de guathim
altecos” (cakchi-queles) y otra en “la de utatecos” (quichés), m
ientras que en la de San Bartolomé M
azate-nango se registró que para 1784 indígenas y ladinos m
antenían separadas sus cofradíasde Á
nimas (A
HA
G, Visitas Pastorales). Por su parte Aram
oni encontró que en el pueblozoque de O
cozocoautla, Chiapas, las cofradías se correspondían con los calpules (op. cit.,96-97).81A
bordé este aspecto en un trabajo previo (Ruz, “Fastos y piedades…”, 2003), del
cual tomo el párrafo siguiente.
82Cabe recordar que el 4 (signo llamado cuatrillo), cuya autoría se atribuye al fraile
Francisco de la Parra, se empleaba en la Colonia para representar un sonido inexistente
en el alfabeto castellano: una k glotalizada.
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No debe pensarse, em
pero, que cofradías, hermandades y guachiba-
les se limitasen a velar por el bienestar ultraterreno de sus m
iembros di-
funtos; 85aunque importante, no era su único objetivo coadyuvar en la
total redención de lo que Roma denom
ina la “Iglesia Purgante”, tam-
bién contribuyeron de manera decisiva en hacer m
ás llevadera la coti-dianidad de los vivos. Ello incluyó desde el confortar a los enferm
os yel alivio que significaba hacerse cargo del funeral (en clara continuidadcon lo acostum
brado en las cofradías hispanas) 86hasta la contribucióntem
poral para el mantenim
iento económico y sociocultural de sus deu-
dos, como lo dem
uestran los apoyos a huérfanos y viudas a que antesm
e referí, o los aportes en efectivo que otorgaban otras, 87pasando por supapel com
o instituciones de crédito, y en ocasiones hasta como espacio
donde perpetuar antiguas tradiciones de neto cariz prehispánico como
ciertas danzas. 88Todo ello cobijado por el ropaje cohesivo de lo comuni-
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torsiones a que las sometía el cura para que m
antuviesen esa “tradición desus antepasados” (encarcelándolas incluso), pese a encontrarse la prim
era“reducida a la últim
a miseria” y estar la segunda “pobrísim
a, mantenién-
dose solamente con el hilado de algodón que trabaja”, según testificaron
otros indios del pueblo. 83
Buena muestra de las arbitrariedades a que podían verse sujetos los
indios empeñados en m
antener un guachibal es la carta que dirigieronlos m
ayordomos del de San Blas, pueblo de Jocotenango, dirigida al fis-
cal de la Audiencia en agosto de 1761, 84que reproduzco dada la escasez
de este tipo de quejas; escasez derivada, como los propios m
ayordomos
señalan, del temor a las represalias.
Dem
ás de vezarle a ucía, le suplicamos se sirva de oír nuestra quexa, que
es hazer saber a ucía cómo nuestro padre cura quiere inponernos que noso-
tros demos m
ás de lo que antes se a aconstumbrado, porque los m
ayordo-m
os de dos años antesedentes se avinieron, por tener posible, a lo que se lespidió fuera de los tres pesos, cuatro lom
os, cuatro costillas, dos reales delonganisa, un real de chorizo, un real de m
orongas, ocho reales de mante-
ca, esto es lo aconstumbrado y nosotros entregam
os Sábado de Gloria todo
lo que se nos pidió, que fueron seis pesos en dinero, seis lomos –tres fres-
cos [y] tres salados–; costillas seis, saladas y frescas, dos reales de longani-za, dos de m
orongas, dos de chorizos. Con que ahora llebamos cuatro lo-
mos, cuatro costillas, seis pies [sic] y nos lo volvió, y el lunes yebam
os cincopesos y quiere otros ocho pesos.
Con que ahora nos valemos de la piedad de ucia se duela de nosotres
[sic] mirando tantos tequios y enferm
edad y mortandad de nuestros hijos,
cómo nos hayam
os de atrazados. Ya m
ás de esto mire por am
or de Dios
por nosotros, no nos castiguen por avernos quexado, ynter pedimos a D
iosguarde la vida de ucía para nuestro consuelo.
Sus más hum
ildes criados.M
ayordomas [sic] de San Blaz.
83AH
AG, Festividades, Tram
o 6, Caja 17, A4-53.
84AG
CA, A3 16, Leg. 255, e 5707, “Sobre exigencias del cura de Jocotenango al guachi-
val, en dinero y en servicios y raciones alimenticias”. Jocotenango, agosto de 1761.
85La celebración de cultos a los antepasados en el marco de estas asociaciones no fue
la única expresión de una peculiar religiosidad maya en lo que a la m
uerte toca. Sabemos
por ejemplo que en G
uatemala y Yucatán era costum
bre organizar verdaderos festejos enocasión de los velorios de infantes, donde –pese a continuas censuras eclesiásticas– se co-m
ía y bebía en abundancia, e incluso hubo ocasiones en que, según reportan los doctri-neros guatem
altecos, se les colocaba en pedestales, a manera de tronos, en torno a los
cuales se realizaban bailes al tiempo que se dan los “parabienes” a los padres del niño di-
funto (Vid Solano, 1974, 358ss). Para el caso del Yucatán decimonónico véase Barbachano
(1986, 37ss).86A
punta Foster, en su ya clásico texto:“En caso de muerte se reúnen para ayudar y
confortar a los deudos; comúnm
ente cavan la fosa, acompañan a la fam
ilia durante el ve-lorio, llevando alim
entos, y toda clase de ayuda”, y agrega: “Los aspectos de ayuda mu-
tua de las cofradías se desarrollaron rápidamente m
ás allá del mero bienestar del alm
a[...] Si era necesario adm
inistrar los últimos sacram
entos se llamaba a todos los cofrades
a la cabeza del enfermo con velas y cirios, y si m
oría durante la noche se designaba aalgunos para el velorio con instrucciones de rezar continuam
ente por el alma del desa-
parecido” (op. cit., 117 y 123).87Tal com
o la cofradía de Jesús Nazareno de la capital guatem
alteca, que enfrentópor lo m
ismo serios problem
as económicos en épocas de alta m
ortalidad (Ramírez Sam
a-yoa, 2000, 81, 84).
88Imposible detenerse aquí en este punto, pese a su peculiar interés. Varios datos al
respecto se hallan en los reportes de las Visitas Pastorales de Guatem
ala (Ruz et al., pas-sim
), donde puede observarse cómo varias de las quejas de la jerarquía eclesiástica con-
tra estas asociaciones radicaban en expresiones religiosas consideradas poco ortodoxas.
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funtos, lo constituyó la Herm
andad de Caridad de Difuntos, fundada
en la capilla del Sagrario de la catedral guatemalteca en 1676, 90la cual
incorporaba entre sus miem
bros a españoles, indios, negros y mestizos
de toda clase. Hacia 1692 había adquirido tal popularidad y solidez eco-
nómica que pudo darse el lujo de colaborar en el viaje de dos francisca-
nos a Roma a fin de solicitar del papa gracias, indulgencias y privilegios
“similares a las que gozan este tipo de herm
andades”, 91y sobre todoobtener la aprobación de sus “ordenanzas y constitución” hechas, a pe-dim
ento suyo, “por el juez provisor oficial y vicario general de esteO
bispado”. D
esde sus inicios se diferenció de otras hermandades por su organi-
zación, encabezada por 12 conciliarios, “en quienes queda constituido elcuerpo m
ístico” para elecciones de hermano m
ayor, solicitadores y de-m
ás oficiales que en adelante se eligieren y nombraren, y para lo dem
ásque pertenece al buen régim
en y gobierno de la dicha nuestra herman-
dad [...].” Anualm
ente elegía un hermano m
ayor y a seis “solicitadoresde la lista de la plaza”; dos por cada uno de tres barrios de la ciudad:San Francisco, Santo D
omingo y El Tortuguero, estrategia que sin duda
contribuyó a reforzar su presencia en la totalidad del entorno urbano yentre los distintos sectores poblacionales que los habitaban. N
o en baldeese m
ismo año se reportó que contaba con m
ás de 800 hermanos. 92
En lugar de arriesgarse a depender de limosnas, 93la H
ermandad
optó desde un inicio por cobrar a sus miem
bros una cuota anual de 12pesos pagaderos en form
a mensual, a cam
bio de ello la cofradía (como
también se le denom
ina) se comprom
etía al pago del entierro, con laventaja de exonerarse del pago a personas ancianas que habían contri-buido durante m
uchos años y a aquellas –casi siempre m
ujeres– que,
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tario, marco im
prescindible para lograr un desarrollo armónico y total
según la perspectiva maya, que incluye a sus m
uertos como parte irre-
nunciable de lo comunal.
Yen ocasiones la em
presa se tornaba colectiva a tal grado que pue-blos hubo, com
o el de Taxisco, en el partido de Guazacapán, que deci-
dieran “hacer alguna tinta en las tierras que tenemos”, ante la falta de
dinero para celebrar las festividades de Cuaresma y Sem
ana Santa y le-vantar el m
onumento de Corpus (com
o correspondía a cofrades delSantísim
o Sacramento), así com
o para contribuir a los gastos derivadosde la adm
inistración del viático a los enfermos. Puesto que el corregidor
se oponía a las ventas del añil obtenido por este medio, alegando se de-
fraudaba al Real Fisco, pidieron en 1655 el apoyo eclesiástico, insistien-do en que no se trataba de “bienes de com
unidad, sino procedidos denuestro trabajo personal y lim
osnas que hacemos para servicio del culto
divino” y apoyar a sus hermanos cofrades en el riesgoso tránsito a la
otra vida. 89En los pueblos indígenas coloniales hasta los Ars m
oriendi sedeclinaban en plural.
Reinventando una institución que les había sido originalmente im
-puesta, pero a cuyos principios rectores se sum
aron al parecer de buengrado, los pueblos m
ayas hicieron de las cofradías un espacio propio enel seno del cual florecieron form
as peculiares de religiosidad indígena ym
odos específicos de organización comunitaria que en ocasiones per-
mitieron una escasa pero no insignificante autonom
ía, particularmente
valiosa para afianzar la solidaridad colectiva y, a través de ella, reafir-m
ar formaciones socioculturales interm
edias en épocas difíciles para laexpresión de lo que para entonces era ya considerado com
o propio, in-dependientem
ente de su alteridad originaria.Sin lugar a dudas una m
uestra privilegiada de esta clara articulaciónentre lo religioso y lo social, lo sagrado y lo profano, los vivos y los di-
89AH
AG, tram
o 6, caja 16, A4-39 (42) “M
artín Pérez, diputado de la cofradía del San-tísim
o Sacramento, en nom
bre de los demás indios principales y tatoques del pueblo de
Taxisco.” Año de 1655. Ayudar a los m
oribundos en el mom
ento del difícil tránsito a lavez que a sus parientes a enfrentar la separación, y reafirm
ar los vínculos entre los difun-tos y sus sobrevivientes son aspectos que perm
iten distinguir tres categorías generales enlos rituales de agonía y m
uerte, a decir de Muir (op. cit.,49).
90AH
AG, Libros de la H
ermandad de Caridad de D
ifuntos (1763-1873), t 3, f 1.91
AG
CA, A1 20, L
460, exp. 16625. “Herm
andad de caridad de difuntos solicita gra-cias, indulgencias y privilegios. A
ño de 1692”.92A
HA
G, Libros de la Herm
andad de Caridad de Difuntos, Tom
o III, f 39v.93Lim
osnas que en ocasiones procedían hasta de los propios jerarcas eclesiásticos,com
o se registró, por citar un caso, en Chiapas hacia 1761, cuando el obispo Vital y Moc-
tezuma legó dinero a la Cofradía de las Benditas Á
nimas de Yajalón, que había pasado
por mom
entos de gran inestabilidad económica (Palom
o, op. cit.).
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En el acta que da cuenta de tal decisión se señala que el proyectopretende
que la Herm
andad proteja los matrim
onios de los artesanos en cuanto seaposible, planteándoles sus talleres y proporcionándoles, con la calidad dedote, los recursos bastantes para que la m
iseria –fuente poderosa de la des-m
oralización social– no los conduzca a la corrupción, y así se obtenganhom
bres honrados, solícitos padres de familia y ciudadanos laboriosos que
conduzcan y graben en sus familias los hábitos de m
oral cristiana y del tra-bajo, que son los únicos que hacen felices a la hum
anidad.
Habida cuenta de que año tras año, y pese a todos los em
bates, seacrecientan los fondos, a los dirigentes les resultaba claro
que ningún uso se les puede señalar mejor que consignarlos a la instrucción
de la juventud menesterosa, y a que el m
ayor y más positivo bien que se
puede hacer al hombre y a la sociedad es el de proporcionar casas de m
ise-ricordia donde se enseñe la augusta religión cristiana, se graben en los tie-rnos corazones de la infancia y de la niñez los hábitos de la m
oral sagraday donde aprendan las nociones m
ás útiles y necesarias a la vida social. 97
Así, en el largo curso de al m
enos dos siglos de existencia, el dineroaportado por los cofrades vivos y m
uertos, a quienes expresamente se
reconoció como sus propietarios, 98m
utaba su naturaleza al pasar dem
ero fondo de aseguramiento de beneficios personales en el M
ás Allá a
la de una empresa social, donde la inicial caridad hacia los difuntos dio
paso a la caridad de éstos para con los vivos. Indudable muestra de que
“la comunión de los santos” puede idealm
ente convertirse en un cami-
no de doble vía. Al fin y al cabo, velando por la continuidad de su des-
cendencia, los muertos aseguran la perpetuidad de su m
emoria.
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por haber caído en la indigencia, no podían continuar haciéndolo. Inclu-so se registraron casos en que antiguos cofrades m
uertos con algunosrezagos los dirigentes –entre los cuales se suceden apellidos de lustre–
94
accediesen a pagar sus entierros considerando los tenían ya “super-abundantem
ente pagados”. En otros casos, habiendo muerto alguien
con un historial de pagos puntuales suspendidos luego por “suma po-
breza”, y habiéndose enterrado sin apoyo de la cofradía, se autorizabaal m
enos oficiarle “la misa que se acostum
bra”. Tras los terremotos de
1773 que destruyeron a Santiago de los Caballeros, la Herm
andad pudoincluso perm
itirse condonar los pagos atrasados, tomando en cuenta
obedecían “a la mism
a ruina y dispersión de las gentes” que entorpecie-ron la recaudación, así com
o por la pobreza en que algunos quedaron.Y
todo ello pese a las enormes pérdidas sufridas en razón de censos
impuestos sobre edificios que se desm
oronaron. Cien años más tarde re-
gistraba un haber de 76 667.73 pesos, 95que en su gran mayoría fueron
enajenados por los gobiernos liberales a cambio de m
íseros vales que envano se afanaron por cobrar durante años.
Pese a todo, entre 1864 y 1865 accedieron a prestar al Cabildo 14 500para las torres de la nueva catedral, cuya construcción se estim
ó en33 000 pesos. En 1873, tras apoyar diversas obras civiles y religiosas,auxiliar a pueblos afectados por epidem
ias (Escuintla) y hasta por sa-queos m
ilitares (Huehuetenango), o a diversos particulares aquejados
por la miseria, sus directivos acordaron em
plear buena parte del caudalque les restaba para fundar “un asilo m
aternal y escuelas anexas en elbarrio de Candelaria de esta ciudad, em
pleando al efecto los fondos quedem
ande la construcción de la obra y su planteamiento”. 96Poco m
ástarde se inauguraba el “A
silo de la Herm
andad de Caridad”, que hastahoy presta sus servicios en la capital guatem
alteca.
94Coronado y Ulloa, Ayzinena, A
rrevillaga, Juarros y Montúfar, Batres y A
ustrias,entre otros; “personas de distinguido nacim
iento y basta [sic] erudición en todas mate-
rias, acreditada en los empleos que desem
peñan en la Real Hacienda” (A
HA
G, Libros dela H
ermandad de Caridad de D
ifuntos, Tomo I, f 15).
95A
HA
G, Libro II: “Docum
entos de la Herm
andad de Caridad del Sagrario” (1805-1859).96A
HA
G, Libros de la Herm
andad de Caridad de Difuntos, Tom
o III: Libro de Actas”,
1839-1873, ff 48 a 52.
97Ibid.98Ibid, f 22.
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