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REVISTA TU LECTURA Libro de la semana ‘Crónica de una muerte anunciada’ La importancia de la narrativa infantil para la familia de hoy 2 Cuentos clásicos para tus hijos. LA FABULA LA MEJOR FORMA DE ENSEÑAR Edición N° 00001 Agosto 2011

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REVISTA

TU LECTURA

Libro de la semana

‘Crónica de una muerte anunciada’

La importancia de la narrativa infantil para la familia de

hoy

2 Cuentos clásicos para tus hijos.

LA FABULA LA MEJOR FORMA DE ENSEÑAR

Edición N° 00001 Agosto 2011

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Editorial Tu lectura es una revista que viene a imponerse a los lectores amantes de las buenas obras de este mundo contemporáneo, nuestro objetivo es hacer de sus vidas algo aventureras y vivaces dentro del mundo de la literatura, recomendar buenos libros para toda clase de gustos, y recalcar esas obras que producen boom actualmente. No es una revista amargada, al contrario busca que sus lectores participen activamente y opinen sobre la revista. Esperamos que esta primera edición sea de su agrado y podamos recibir sus sugerencias y comentarios

María Camila Guerrero

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CONTENIDO Reseña critica de ‘crónica de una muerte anunciada’

Entrevista a García Márquez La narrativa infantil y la familia Cuento de los 3 cerditos Cuento Gulliver en Lilliput ¿Qué es la fabula?

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RESEÑA CRÍTICA

Publicada en 1981, esta novela del escritor colombiano Gabriel García Márquez basa su argumento en un suceso ocurrido durante la

juventud del escritor: un asesinato por motivos de honor. Muchos años después el narrador, erigido en cronista e investigador de unos

hechos que vivió muy de cerca pero que no llegó a presenciar, reconstruye minuciosamente la historia, sin ocultar en ningún

momento su desenlace, que anuncia desde la primera frase de la novela: "El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a

las 5.30 de la mañana..."

Santiago Nasar es un joven de 21 años, hijo del árabe Ibrahim Nasar y de Plácida Linero, Tras una noche de juerga que se había prolongado hasta pasadas las doce para festejar el matrimonio de Ángela Vicario, Santiago Nasar fue al puerto a recibir al obispo, que luego pasó por el

río sin detenerse, bendiciendo desde el barco a quienes habían ido a esperarle.

A las 7 y cinco minutos de la mañana, los gemelos Pedro y Plácido Vicario, hermanos de la novia, ya le habían degollado como a un

cerdo. Así termina el primer capítulo de la novela, que se compone de cinco, estando reservados los otros cuatro a contar los antecedentes de la boda de Ángela Vicario y a seguir paso a paso, aun con más detalle que en el primero, las andanzas de Santiago Nasar la mañana en que

le mataron.

Ángela Vicario, a quien hasta entonces "No se le había conocido ningún novio... y había crecido junto con sus hermanas bajo el rigor de una madre de hierro", fue obligada por su padre y hermanos a casarse

con Bayardo San Román, un hombre llegado a la ciudad el año anterior y al que ella apenas había visto. Bayardo era hijo de Petronio

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San Román, "héroe de las guerras civiles del siglo anterior, y una de las glorias mayores del régimen conservador por haber puesto en fuga al coronel Aureliano Buendía" (destacado personaje de Cien años de

soledad).

Por la madrugada, apenas terminados los festejos de la boda, Bayardo devuelve a Ángela Vicario a la familia, porque al ir a consumar el

matrimonio descubre que la novia no es virgen. Obligada por los suyos a confesar quién la ha deshonrado, Ángela da el nombre de Santiago Nasar, posiblemente porque no "pensó que sus hermanos se atreverían

contra él".

Pero la honra debe lavarse con sangre, y los gemelos cogen de inmediato sus cuchillos de destripar cerdos y comienzan la persecución de Santiago, con quien habían estado bebiendo hasta poco antes. "Sin embargo, la realidad parecía ser que los hermanos Vicario no hicieron

nada de lo que convenía para matar a Santiago de inmediato y sin espectáculo público, sino que hicieron mucho más de lo que era

imaginable para que alguien les impidiera matarlo, y no lo consiguieron".

A decir verdad, "nunca hubo una muerte más anunciada". Lo fue

incluso por medio de un papel introducido por debajo de la puerta en la casa de la víctima; un papel que nadie vio, o no quiso ver, hasta después de acaecidos los hechos. También hubo otras circunstancias

que hicieron que esa muerte se produjera. Santiago, que siempre entraba y salía de su casa por la puerta trasera, lo hizo ese día por la

principal, donde los gemelos, que sabían como todo el mundo que nunca la usaba, le estaban esperando para que todos les vieran. La puerta seguía todavía abierta cuando Santiago, avisado desde un

balcón de que los gemelos se acercaban para matarle, buscó refugio en la casa; pero en el último momento, creyendo que ya había entrado,

cerraron la puerta desde dentro, y a los Vicario no les quedó más remedio que hincarle sus cuchillos.

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A Santiago sólo le quedaron fuerzas para arrastrarse, con las tripas fuera, hasta la cocina de su casa y morir. Muchas cosas quedan sin

aclarar; entre ellas, si es verdad que había sido Santiago quien deshonró a Ángela, cosa que ella siempre afirmó, aunque sin

demasiada convicción.

Desde el momento en que Bayardo la devuelve a los suyos, Ángela, que se había casado con él sin estar enamorada, sintió que "estaba en su vida para siempre". Mucho tiempo después vio a Bayardo en un hotel de Riohacha y, sin poder resistirlo, le escribió una carta "en la

cual le contaba que le había visto salir del hotel, y que le habría gustado que él la hubiera visto".

A pesar de que no obtiene respuesta, le sigue escribiendo, primero una

carta al mes, y luego una por semana, durante media vida. Finalmente, Bayardo regresó junto a ella: "Llevaba la maleta de la ropa para quedarse, y otra maleta igual con casi dos mil cartas que ella le había escrito... ordenadas por sus fechas, en paquetes cosidos

con cintas de colores y todas sin abrir".

Alejada de los rasgos del realismo mágico, la Crónica es una novela rápida, que sigue paso a paso, casi cronométricamente, los sucesos, con una gran riqueza en la caracterización de los personajes y de ambiente

parecido al del resto de su producción; lo mismo que el lenguaje, tal vez menos barroco que en ocasiones anteriores.

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ENTREVISTA CON GARCIA MARQUEZ En Relato de un náufrago —reportaje escrito en 1955 para El espectador de Colombia y publicado en 1970 por una editorial de Barcelona— relatas las odiseas de un marinero que vivió diez días a la deriva en una balsa. ¿Hay en esa historia algo de ficción?

En ese reportaje no hay ni un solo detalle inventado. Eso es lo formidable. Si hubiera imaginado esa historia lo diría, in-clusive con mucho orgullo. Entrevisté a ese muchacho de la marina de guerra colombiana —como lo cuento en el prólogo del libro— y me relató su historia minuciosamente. Como era de un nivel cultural bastante regular él no sabía que muchos detalles que me contaba espontáneamente eran importantísimos y se sor-prendía de que a mí me llamaran tanto la atención. Yo, haciendo una especie de trabajo de psicoanálisis lo ayudaba a

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recordarlos —por ejemplo, una gaviota que vio volando sobre su balsa— y de esa forma logramos reconstruir toda su aventura. ¡Fue un cañonazo! La historia completa —que se publicó por entregas en El Espectador— se había planeado hacerla en cinco o seis episodios, pero hacia el tercero se había armado tal alboroto de lectores, había subido tanto la circulación del periódico, que el director me dijo: “no sé cómo lo haces, pero a esto le sacas por lo menos 20 episodios”. Lo que hice entonces fue enriquecer más cada detalle. Tan buen periodista como escritor... Comí muchos años de eso, ¿verdad?..., y ahora como escritor. Ambos oficios me han dado para comer. ¿Extrañas el periodismo? Mira, de verdad el oficio de periodista me ha dejado una gran nostalgia. Lo que pasa es que ahora no lo podría hacer como reportero raso, que es como a mí me gustaba..., ir al lugar de la noticia, ya sea una guerra, una pelea, o un concurso de belleza, y tirarse en paracaídas, si fuese necesario Aunque el trabajo de escritor, sobre todo como lo hago ahora, tiene las mismas fuentes que cuando era periodista, la elaboración ya es de gabinete, en cambio aquello era en caliente. Cuando hoy leo algunas de las cosas que escribí como periodista me tengo una inmensa admiración, mucho más que como novelista cuando ten-go todo mi tiempo para trabajar. Aquello era distinto porque yo llegaba al periódico y el jefe de redacción me decía: “tenemos una hora para entregar esta

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noticia”. Creo que ahora sería inca-paz de escribir una de esas páginas ni en un mes. ¿Por qué? ¿Hay una mayor conciencia del lenguaje? Creo que se necesita un cierto grado de irresponsabili-dad para ser escritor. En esa época yo tenía unos veinte años y no me daba mucha cuenta de la dinamita que tenia entre ma nos en cada hoja que sacaba. Ahora, sobre todo después de Cien años de soledad, soy muy consciente por la enorme aten-ción que el libro ha despertado..., un boom de lectores. Ya no pienso que lo que escribo es para que lo lean mi mujer y unos cuantos amigos, sé que hay mucha gente que lo está esperando. Cada letra me pesa, ¡pero no te imaginas cómo! Entonces me muero de envidia de mí mismo, de cómo cuando era periodista despachaba eso con tanta facilidad. Era formidable poderlo hacer... ¿En qué forma afectó tu vida personal el éxito de Cien años de soledad? Recuerdo que en Barcelona dijiste: “estoy cansado de ser García Márquez”. Es que me ha cambiado la vida. No sé dónde me pre-guntaron cuál era la diferencia entre antes y después de ese libro y dije que después “hay siempre como 400 personas más”. Es decir, antes sólo tenía mis amigos, ahora hay además una enorme cantidad de gente que me quiere ver, quiere hablar conmigo: periodistas, universitarios, lectores. Cosa curiosa... muchísimos lectores no tienen interés en hacer preguntas, sólo quieren hablar sobre el libro. Eso, que es muy halagador, lo

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es caso por caso; pero va sumados se convierten en un problema en la vida de uno. Me gustaría complacer a todos, pero como no es posible tengo que estar haciendo perradas. . . , ¿verdad? Diciendo, por ejemplo, que me voy de una ciudad cuando en realidad lo que hago es cambiar de hotel. Esas son las cosas que hacen las ve-dettes, algo que siempre he detestado, y yo no quiero estar en el caso de la vedette, es una imagen que me molesta mucho. Hay, además, un cierto problema de conciencia por estar burlando a la gente y sacándole el cuerpo... ; pero tengo que hacer mi vida y llega un momento en que digo mentiras. Bueno, esto lo reduz-co a una frase que es más cruda de como tú la dices. Yo digo: “estoy de García Márquez hasta los cojones”.

Sí, pero, ¿no temes que esa actitud, aunque involuntaria, termine por ubicarte en una torre de marfil? Ese es un peligro que veo permanentemente y me lo digo todos los días. Por eso fui hace algunos meses a la costa del Caribe, en Colombia,

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donde acabo de recorrer las Antillas Menores, isla por isla. Me di cuenta que por estar huyendo a estos contactos había quedado reducido a los cuatro o cinco ami-gos que tengo en cada lugar donde vivo. En Barcelona, por ejemplo, alternamos siempre con unas cinco parejas, gente con la que tenemos toda clase de afinidades. Desde el punto de vista de mi vida privada, y por mi carácter, eso es estupendo..., es lo que me gusta, pero llegó un momento en que comprendí que esa vida estaba afectando mi novela El súmmum de mi vida —que había sido ser escritor profesional— se cumple en Barcelona y de pronto me di cuenta que serlo es terriblemente perjudicial. Yo llevaba la vida del perfecto escritor profesional.

¿Y en qué consiste la vida de un escritor profesional? Mira, te cuento cómo es un día típico. Siempre me despierto muy temprano, a eso de las seis de la mañana. Leo el periódico en la cama, me levanto, tomo un café oyendo música de la radio y alrededor de las 9 —después que se han ido los niños al colegio— me siento a escribir. Escribo sin

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interrupción de ninguna clase, hasta las dos y media, que es cuando los niños regresan y empiezan los ruidos de la casa. Durante toda la ma-ñana no he atendido el teléfono.. ., mi mujer ha estado filtrán-dolo. Entre dos y media y tres, almorzamos. Cuando me he acostado tarde la noche anterior hago una siesta hasta las cuatro de la tarde. Desde esa hora hasta las seis leo oyendo música-, siempre escucho música, salvo cuando escribo porque le pongo más atención a la música que a lo que estoy escribiendo. Luego me voy por ahí a tomar un café con quien tenga una cita y por la noche siempre hay amigos en la casa. Bueno..., creo que esta es la situación ideal para un escritor profesional, la culminación del que ha estado trabajando exclusivamente para hacer eso. Pero de pronto encuentras que, cuando ya lo eres, eso es esterilizante. Yo me di cuenta que estaba metido en una vida completamente estéril —todo lo contrario del reportero que era y que quería ser— que afectaba la novela que estaba escribiendo, una novela hecha a base de experiencias frías, en el sentido de que ya no me interesaban mucho, cuando mis novelas son en base a historias viejas pero con experiencias frescas. Por eso me fui a Barranquilla, la ciudad donde me crié y donde tengo mis amigos más viejos. Pero... recorro todas las islas del Caribe, no tomo notas, no hago nada, estoy por ahí dos días, me voy a otro lado..., me pregunto, ¿a qué vine? Yo mismo no entiendo muy bien qué es lo que estoy haciendo, pero sé que estoy tratando de aceitar esa maquinaria que se ha ido anquilosando. Sí, hay una tendencia natural —cuando resuelves una serie de problemas

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materiales— a aburguesarte, a meterte en una torre de marfil, pero yo tengo el impulso, y además el instinto, de salir de esa situación..., estoy en una especie de tira y afloja. Inclusive en Barranquilla —donde estoy pasando una temporada que puede ser larga o corta, pero que tiene mucho que ver con esto de no aislarme— me doy cuenta que me estoy perdiendo una gran zona que me interesa por mi tendencia a reducirme a un pequeño grupo de amigos. Pero no soy yo, es el medio que me impone esa condición y tengo que defenderme. Como ves, un argumento más para decir —sin dramatismo, pero por cuestiones de trabajo—: “estoy hasta los cojones de García Márquez”. Siendo consciente del problema te será más fácil sobrepasar la crisis. Es que tengo la impresión de que la crisis ha durado mucho más de lo que yo creía, mucho más de lo que creía el editor, mucho más de lo que creían los críticos. Siempre encuen-tro a alguien que está leyendo mis libros, alguien que tiene la misma reacción que tenían los lectores hace cuatro años, es como si estuvieran saliendo, como hormigas, lectores de cuevas. Es una especie de fenómeno.

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Que no deja de ser halagador. Sí, me parece muy halagador, pero lo que ofrece difi-cultades es el manejo práctico de ese fenómeno. No solamente tengo la experiencia de la gente que ha leído el libro y de lo que ha significado para ellos (he oído cosas enormes), sino también el de la popularidad. Estos libros me han dado una popularidad que se parece más a la de los cantantes y actores de cine que a la de los escritores. Todo eso termina también por ser fantástico y me llegan a suceder cosas extrañas como esta. Desde cuando trabajaba de noche en el periódico soy muy amigo de los cho-feres de taxi de Barranquilla porque iba a tomar café con los que estaban estacionados en la vereda de enfrente. Muchos siguen siendo choferes y ahora, cuando me llevan, no me quieren co-brar, pero el otro día, evidentemente uno que no me conocía, cuando llegamos a mi casa, al pagarle, me dice muy confiden-cialmente: “¿sabe que aquí vive García Márquez?” “Usted cómo lo sabe”, le pregunté. “Es que yo lo he traído muchas veces”, me contestó. Te das cuenta que el fenómeno se está

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convirtiendo al revés y el perro se está mordiendo la cola; el mito me está llegando a mí. Anécdotas para una novela... Sería la novela de la novela.

Los críticos se han ocupado extensamente de tu obra. ¿Con cuál de ellos estás más de acuerdo? No quisiera que mi respuesta pareciera despreciativa, pero ja realidades —y sé que es difícil que me lo crean— que juzgo poco a los críticos. No sé por qué, pero no comparo lo que yo pienso con lo que ellos dicen. No sé mucho si estoy de acuerdo o no... ¿No te interesa la opinión de los críticos? Me interesaba mucho al principio, ahora, bastante me-nos. Encuentro que han dicho pocas cosas nuevas. Hubo un momento en que dejé de leerlas porque en cierto modo estaban condicionando —y de algún modo me estaban diciendo— cómo debería ser mi próximo libro. Una vez que los críticos racionali-zaban toda mi obra yo iba descubriendo cosas que no me conve-nía descubrir. Mi trabajo dejaba de ser intuitivo. Melvin Maddocks, de Life, dijo de Cien años de soledad: “Es la intención de Macondo ser tomado como una especie de cuento surrealista de Latinoamérica? ¿O es que García Márquez lo in-tenta como una metáfora para el hombre moderno y su sociedad enferma?”

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No es nada de eso. Yo quise exclusivamente contar la historia de una familia que durante cien años hizo todo lo posible por no tener un hijo con cola de cerdo v, precisamente, por las medidas que tomaron por no tenerlo terminaron teniéndolo. En síntesis, ese es el argumento. del libro, pero eso de simboli-zar... pues, nada. Alguien que no es crítico decía que proba-blemente el interés que el libro había despertado era porque por primera vez se cuenta realmente la vida privada de una familia de la América Latina..., entramos al dormitorio, al baño, a la cocina, a todos los rincones de la casa. Por supuesto, yo nunca me dije “voy a escribir un libro que tenga interés por todo eso”, pero una vez escrito, y cuando me lo dicen, pienso que a lo mejor tienen razón. Al menos este concepto es interesante, y no toda esa mierda del destino de los hombres, etc. Pienso que un tema que predomina en tu obra es el de la sole-dad. Es sobre el único tema que he escrito, desde el primer libro hasta el que estoy escribiendo, que es ya una apoteosis del del tema de la soledad; el del poder absoluto, que es lo yo considero debe ser la soledad total. Es un proceso que vengo tratando desde el principio. El del coronel Aureliano Buendía —el de sus guerras y el de su marcha hacia el poder— es verda-deramente una marcha hacia la soledad. Todos los miembros de la familia no sólo están solos -lo he dicho muchas veces en el libro, tal vez más de lo que hubiera debido- sino que es la anti-solidaridad, inclusive, de los que duermen en la misma cama Pienso que

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los críticos que más han acertado son los que han llegado a la conclusión de que todo el desastre de Macondo —que es también un desastre telúrico— viene de esa falta de solidari-dad, la soledad de cada uno tirando por su cuenta. Eso ya es entonces un concepto político, y que lo sea me interesa. Dar a la soledad un contenido político como yo creo que debe ser el contenido político.

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LA NARRATIVA INFANTIL EN LA

FAMILIA Durante siglos la sociedad

prestó escasa atención a la infancia como tal. El niño era considerado un adulto en miniatura y se esperaba que creciera lo suficiente para

utilizarlo como fuerza de trabajo. En la familia era una boca más que alimentar y en la medida de lo posible, se le iba integrando en el mundo de los adultos. Con unas condiciones de vida difíciles para todos y una tasa de mortalidad muy alta, la familia inculcaba unos principios básicos: la conservación de los bienes, el trabajo y el aprendizaje de un oficio para la entrada en un mundo en el cual un individuo solo -menos todavía una mujer-, no podía sobrevivir. En casos extremos, la familia también era la encargada de proteger el honor y la vida de sus componentes. En esta estructura, la función afectiva era lo que menos contaba, aunque con ello no quiero indicar ausencia absoluta de afecto.

Evidentemente, planteado este contexto, sería inútil hablar de libros específicamente destinados a niños y jóvenes. Al finalizar la Edad Media, el desarrollo del comercio y el ascenso de la burguesía cambiaron la filosofía de la vida y el concepto de cultura, ampliando sus horizontes. El florecimiento de las lenguas vernáculas favoreció la multiplicación de los libros y los puso al alcance de un mayor número de personas, lo cual, a su vez, cambió las condiciones de la enseñanza.

Si nos fijamos en el continente europeo, especialmente en los países católicos, fue a

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mediados del siglo xvi (con la aparición de los colegios de los jesuitas) cuando los hijos de las familias burguesas empezaron a recibir una educación humanística -en latín, la lengua internacional, indispensable para entenderse en toda Europa-, basada en una amplia cultura general.

Durante los siglos xvii y xviii la educación siguió siendo aristocrática; las pocas escuelas concebidas para el pueblo eran parroquiales y gratuitas y en ellas se impartían clases de lectura, escritura, ortografía, aritmética y catecismo. Apenas existían libros específicamente destinados a los niños y se dirigían a los hijos de la nobleza. Recordemos, por ejemplo, el Télémaque (1699), escrito por Fénélon cuando era preceptor del duque de Borgoña. Cuando se elaboraban, estos libros infantiles respondían a unos objetivos precisos:

- Servían como ejemplos y proporcionaban alguna información.

- Su principal misión era asegurar la formación moral, intelectual y psicológica de los jóvenes, siguiendo los criterios propios de la sociedad de la época. La información era, pues, seleccionada con cuidado.

- Los libros destinados a los niños no podían ser los mismos que los destinados a las niñas.

- No era necesario que los textos hubieran sido escritos y pensados para los niños.

Así pues, no podemos hablar propiamente de literatura infantil, sino de unos textos de los que los jóvenes lectores se apropiaban y que estaban marcados por dos principios fundamentales:

- Su papel formativo en el contexto de un sistema educativo determinado.

- La estrecha relación de sus contenidos con las necesidades de la sociedad de la época.

A lo largo de los siglos xvii y xviii empieza a haber una preocupación por la educación de las mujeres -recluidas a las actividades domésticas-, en textos como L'éducation des filles (1680), de Fénélon que recomienda que se las forme en lectura y escritura, gramática, historia antigua y moderna y literatura para que estén más preparadas para la vida y para hacer frente a los problemas de la época.

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Cuento de los 3 cerditos

En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo

siempre andaba persiguiéndoles para comérselos. Para escapar del lobo, los

cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irsea jugar. El mediano construyó una

casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él. El mayor trabajaba en su

casa de ladrillo. - Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo

pasaban en grande.

El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el

lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó. El lobo persiguió también al

cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano

mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó.

Los dos cerditos salieron pitando de allí. Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor. Los tres se metieron dentro y

cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún

sitio por el que entrar. Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para

colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua. El lobocomilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua

hirviendo y se escaldó. Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el

bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.

FIN

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Gulliver en lilliput

Durante muchos días, el hermoso velero en el que viajaba

Gulliver había navegado plácidamente hasta que, al aventurarse por las

aguas de las Indias Orientales, una violentísima tempestad empezó a

zarandear el barco como si fuera una cascara de nuez. Impresionantes

olas barrían la cubierta y abatían los mástiles con sus velas. Al llegar la noche, una gigantesca ola levantó el barco por la parte

de popa y lo lanzó de proa contra el hirviente remolino entre un

espantoso crujir de maderas y los gritos de los hombres. -¡Sálvese quien pueda! - Gritó el capitán.

No hubo ni tiempo de arrojar los botes al agua y cada uno trató de ponerse a salvo alejándose del barco que se hundía por

momentos. Empujado por el viento, cegado por la espuma, Gulliver nadaba

en medio de las tinieblas. Pasaba el tiempo y la fatiga hacía presa en

él. "Mis fuerzas se agotan", pensaba; "no podré resistir mucho" De pronto, noto que su pie chocaba contra algo firme. Unas

brazadas más y se encontró en una playa. - ¡Estoy salvado! - murmuró con sus últimas fuerzas, antes de

dejarse caer sobre la arena. Al punto, se quedó profunda y plácidamente dormido.

Él no podía saber que había llegado a Liliput, el país donde los hombres, los animales y las plantas eran diminutos. Por otra

parte,

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no había tenido tiempo de ver nada ni a nadie. En cambio, los vigías

de ese reino sí le vieron a él y corrieron a la ciudad para dar la voz de alarma.

- ¡Ha llegado un gigante! Inmediatamente todas las gentes de Liliput se encaminaron hacia

la playa, no sin temor. Llegaban despacito y, desde lejos curioseaban al grandullón.

- Tenemos que impedir que nos ataque - dijo un leñador-. ¡Vayamos

a por cuerdas para atarle! En medio de una frenética actividad, todos se dedicaron al acarreo de estacas y cuerdas. Luego rodearon a Gulliver y

empezaron a clavar las estacas en la arena con gran habilidad.

Seguidamente, treparon sobre su cuerpo y fueron realizando un trenzado de

cuerdas habilidoso y práctico, sujetando las cuerdas en las estacas. El sol había empezado a calentar cuando un viejecito que se apoyaba en un diminuto bastón, toco sin querer la nariz del

prisionero, que estornudó aparatosamente. ¡Que conmoción! Muchos hombres salieron despedidos, otros emprendieron la huida. Gulliver notó que delgadas cuerdas lo sujetaban y sintió algo que le pasaba sobre el pecho; dirigió la

mirada hacia abajo y descubrió una diminuta criatura con arco y flecha en las manos y un carcaj a la espalda. No menos de otros

cuarenta seres similares corrían por su cuerpo. En su prisa por huir, algunos rodaron y se hicieron numerosos

coscorrones. Muertos de miedo, los liliputienses fueron a esconderse

tras las rocas, los árboles o en las madrigueras. - ¿Qué es esto? - exclamó el náufrago-. ¿Quién me ha hecho

prisionero? Sin más que un pequeño esfuerzo se incorporó, haciendo saltar

las cuerdas. Y al observar de reojo el temor con que se le

contemplaba, fue incapaz de contener la risa.

Quizá porque le vieron reír y porque no se levantaba, los liliputienses avanzaron un poquito hacia el extraño visitante.

- Acercaos, no soy ningún ogro - dijo Gulliver. Pero se dio cuenta de que no le entendían y fue probando con los

muchos idiomas que conocía hasta acertar con el utilizado en Liliput.

- Hola amigos... Los liliputienses vieron en estas dos palabras buena voluntad y se acercaron un poco más. Por otra parte, como jamás habían

visto gigante alguno, tampoco querían perderse el acontecimiento.

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Pero el náufrago estaba hambriento y, con su mejor sonrisa, dijo:

- Amigos, os agradecería que me trajerais algo de comer. Un poco por la sonrisa y otro poco porque les convenía

conquistar su favor, los hombrecillos le aseguraron que iba a estar muy bien

servido. Con gran presteza le presentaron una opípara comida. Cierto

que los bueyes de Liliput eran como gorriones para el visitante y necesitó unos pocos para saciar su apetito. En cuanto a los

barriles de vino, se le antojaban dedales e iba despachando cuantos le

servían con la mayor facilidad. Mientras comía, los liliputienses se dedicaron a contarle su vida y milagros. Supo el viajero que estaban gobernados por Lilipín I, rey justo y bueno y que por aquellos días se hallaban en guerra

con los enanos del país vecino. Esta situación les afligía mucho.

- ¡Mirad! - Anunció un enano pelirrojo. Ahí llegan Sus Majestades.

En efecto, los monarcas, rodeados de toda su corte, se acercaban

deferentes, tras abandonar su lindo carruaje en el que llegaron, curiosamente arrastrado por seis ratones blancos.

La reverencia con que Gulliver recibió a los soberanos agradó mucho al rey Lilipín y extasió a la reina Lilipina. Pronto el rey y

el viajero entablaron una animada conversación. Descubrió Gulliver que el monarca era inteligente, pues le habló

de las máquinas que usaban para cortar árboles y arrastrar la madera, y de otros ingenios muy interesantes. También Lilipín

descubrió la valía del viajero. - Veo que posees una gran inteligencia, Gulliver, y espero que te agrade el favor que mis súbditos te dispensan. Todos deseamos

que te encuentres en Liliput como en tu propia casa.

- Estoy muy agradecido, Majestad - respondió Gulliver,

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inclinándose. - Ejem... Si alguien atacara tu casa la defenderías. ¿No es así?

- Así es, Majestad, pero... no os comprendo...

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¿Que es la fabula?

Una fábula es una forma literaria que consta de un texto o narración cuyo contenido es ficticio y que tras su final deja una moraleja o enseñanza. Por lo general, una fábula presenta como personajes a objetos y animales, lo que permite obtener una mayor empatía y cercanía con los niños, a quienes se encuentran generalmente dirigidas las fábulas.

Teniendo en cuenta de que las fábulas se encuentran orientadas a la enseñanza de niños pequeños, es que resulta indispensable que se trate una historia breve con personajes que capten su atención y la mantengan durante algunos momentos. Debido a lo anterior, es que lo usual es que los personajes sean animales, en cuya interacción se narra una historia en la que las temáticas en torno a los valores es lo central, a fin de poder inculcarles aspectos valóricos positivos de una forma didáctica y entretenida.

Como es posible intuir, la utilización de las fábulas resulta ser una herramienta educativa bastante eficaz. Es por esto que es de suma importancia que los profesores o educadores de niños pequeños se preocupen de tener una preparación adecuada en torno a las actividades literarias que se pueden realizar en torno a las fábulas, ocupándose siempre de poner especial énfasis en la enseñanza final o moraleja.

El Gato y el Ratón

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Había una vez un pequeño ratón, que vivía en la casa de una mujer vieja. La señora, que temía de estas criaturas, colocó muchas trampas para matar el ratón. El ratón asustado le pide ayuda al gato de la mujer.

-¿Podrías ayudarme, lindo gatito?-le dijo al gato

-Si...¿En que?-respondió este

-Solo quita las trampas de la casa-dijo el ratón

-Mmm... y ...¿que me das a cambio?-dijo el gato

-Finjo ante la señora que estoy muerto, ya que tu me has matado, ella creerá que eres un héroe-respondió el ratón

-Me has convencido-dijo el gato

El gato saco las trampas de la casa, pero el ratón nunca cumplió su parte del trato. Un día la señora descubre que fue el gato quien saco las trampas, ella muy enojada decide dejar al gato en la calle. Moraleja: "No confíes en todo lo que oyes"