México: una democracia de baja intensidad€¦ · le en su artículo “Problemas de la...

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El término “democracia de baja intensidad” me fue sugerido por el politólogo alemán 1 Hans-Jürgen Puh- le en su artículo “Problemas de la consolidación de- mocrática y democracias defectuosas”, 2 en el que define a una democracia defectuosa, disminuida o de baja intensidad como: “los regímenes en transforma- ción que no han llegado a la consolidación de una democracia liberal, pero que, al mismo tiempo, ya no son regímenes autocráticos por el hecho de que bási- camente funciona como principio el régimen electo- ral (elecciones libres y honestas), es decir, que llegan al gobierno los que fueron votados por los ciudada- nos y no se falsifican los resultados electorales en for- ma significativa y sustancial”. 3 En seguida el autor caracteriza a las democracias de baja intensidad destacando cuatro elementos: exclusividad o limitación de los electores, contra- ria a la universalidad del voto de la democracia li- beral. tutelaje, como dominios reservados para poderes o actores de veto que influyen en las elecciones. delegativa, cuando uno de los poderes domina a los otros y por ende no funcionan los checks and balances (pesos y contrapesos). iliberalidad que afecta a las libertades políticas, pero sobre todo se debe a la ausencia de un autén- tico Estado de derecho. 4 Hasta aquí la teoría de Puhle, en la que por cierto dice haber atajado con este término, a la tan socorri- da tendencia de la politología de adjetivar a las de- mocracias, contrariamente a lo que en alguna ocasión sugirió el historiador Enrique Krauze, en su conocido ensayo, “Por una democracia sin adjetivos”, ya que Puhle sostiene que lo emplea en un sentido funda- mentalmente descriptivo y no valorativo. Cabe agregar que en la aplicación de su teoría al análisis empírico, ubica a México como una de- mocracia de baja intensidad por su iliberalidad al ca- recer, al igual que otros países, de un Estado de derecho. Si nos atenemos a la caracterización de Puhle, habría que decir que, de los cuatro elementos que señala la iliberalidad por ausencia de un efectivo Estado de dere- cho es la nota que confiere la baja intensidad a nuestra democracia. Estaremos de acuerdo en que ninguna de- mocracia sólida carece de este elemento fundamental para su pleno funcionamiento, entre otras razones por- que no se puede asegurar el pleno ejercicio de los dere- chos políticos de los ciudadanos si no hay un sistema efectivo de aplicación de la ley. Por otra parte, si bien es cierto que “esta deficiencia básica impide hablar del México contemporáneo co- mo de una democracia liberal plena”, 5 también lo es que la ingeniería de un Estado de derecho pertenece a una categoría analítica distinta 6 de la teoría de la con- solidación democrática, en la que se ubica el proble- ma de una democracia de alta o baja intensidad. La construcción de la democracia y del Estado de dere- cho corresponden a procesos distintos pero estrecha- mente vinculados. En las democracias sólidas, el segundo se desarrolló antes que la primera. Aunque también habría que matizar un poco el diagnóstico anterior, ya que es evidente que por lo menos el Trife, elemento integrador del Estado de de- recho mexicano, tiene un alto grado de efectividad 7 a diferencia de otras instancias del sistema de procura- ción y administración de justicia mexicanos. En relación con los otros elementos de la tipolo- gía de Puhle, tal parece que la reciente aprobación en la Cámara de Diputados del voto de los mexica- nos en el extranjero es una buena señal sobre una mayor universalidad electoral, que evita dejar fuera de una elección presidencial alrededor de entre tres y cuatro millones de compatriotas, cuyo voto podría resultar decisivo en una elección que se anticipa bastante cerrada. 8 En relación con los elementos 3 y 4, podríamos pensar que están supera- dos en nuestro caso, o por lo menos disminuidos por la legislación electo- México: una democracia de baja intensidad SEMINARIO MÉXICO EMILIO RABASA GAMBOA ITESM- CCM. Ensayo ABRIL 2005 ESTE PAÍS 169 74

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El término “democracia de baja intensidad” me fuesugerido por el politólogo alemán1 Hans-Jürgen Puh-le en su artículo “Problemas de la consolidación de-mocrática y democracias defectuosas”,2 en el quedefine a una democracia defectuosa, disminuida o debaja intensidad como: “los regímenes en transforma-ción que no han llegado a la consolidación de unademocracia liberal, pero que, al mismo tiempo, ya noson regímenes autocráticos por el hecho de que bási-camente funciona como principio el régimen electo-ral (elecciones libres y honestas), es decir, que lleganal gobierno los que fueron votados por los ciudada-nos y no se falsifican los resultados electorales en for-ma significativa y sustancial”.3

En seguida el autor caracteriza a las democracias debaja intensidad destacando cuatro elementos:� exclusividad o limitación de los electores, contra-

ria a la universalidad del voto de la democracia li-beral.

� tutelaje, como dominios reservados para podereso actores de veto que influyen en las elecciones.

� delegativa, cuando uno de los poderes domina alos otros y por ende no funcionan los checks andbalances (pesos y contrapesos).

� iliberalidad que afecta a las libertades políticas,pero sobre todo se debe a la ausencia de un autén-tico Estado de derecho.4

Hasta aquí la teoría de Puhle, en la que por ciertodice haber atajado con este término, a la tan socorri-da tendencia de la politología de adjetivar a las de-mocracias, contrariamente a lo que en alguna ocasiónsugirió el historiador Enrique Krauze, en su conocidoensayo, “Por una democracia sin adjetivos”, ya quePuhle sostiene que lo emplea en un sentido funda-mentalmente descriptivo y no valorativo.

Cabe agregar que en la aplicación de su teoría alanálisis empírico, ubica a México como una de-mocracia de baja intensidad por su iliberalidad al ca-recer, al igual que otros países, de un Estado dederecho.

Si nos atenemos a la caracterización de Puhle, habríaque decir que, de los cuatro elementos que señala lailiberalidad por ausencia de un efectivo Estado de dere-cho es la nota que confiere la baja intensidad a nuestrademocracia. Estaremos de acuerdo en que ninguna de-mocracia sólida carece de este elemento fundamentalpara su pleno funcionamiento, entre otras razones por-que no se puede asegurar el pleno ejercicio de los dere-chos políticos de los ciudadanos si no hay un sistemaefectivo de aplicación de la ley.

Por otra parte, si bien es cierto que “esta deficienciabásica impide hablar del México contemporáneo co-mo de una democracia liberal plena”,5 también lo esque la ingeniería de un Estado de derecho pertenece auna categoría analítica distinta6 de la teoría de la con-solidación democrática, en la que se ubica el proble-ma de una democracia de alta o baja intensidad. Laconstrucción de la democracia y del Estado de dere-cho corresponden a procesos distintos pero estrecha-mente vinculados. En las democracias sólidas, elsegundo se desarrolló antes que la primera.

Aunque también habría que matizar un poco eldiagnóstico anterior, ya que es evidente que por lomenos el Trife, elemento integrador del Estado de de-recho mexicano, tiene un alto grado de efectividad7 adiferencia de otras instancias del sistema de procura-ción y administración de justicia mexicanos.

En relación con los otros elementos de la tipolo-gía de Puhle, tal parece que la reciente aprobaciónen la Cámara de Diputados del voto de los mexica-nos en el extranjero es una buena señal sobre unamayor universalidad electoral, que evita dejar fuerade una elección presidencial alrededor de entre tresy cuatro millones de compatriotas, cuyo voto podríaresultar decisivo en una elección que se anticipabastante cerrada.8

En relación con los elementos 3 y 4,podríamos pensar que están supera-dos en nuestro caso, o por lo menosdisminuidos por la legislación electo-

México: una democraciade baja intensidadS E M I N A R I O M É X I C O

E M I L I O R A B A S A G A M B O A ITESM-CCM.

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ral y la penalización de las diversas formas de coac-cionar al votante, o influir en el voto libre y secreto.

Ahora bien, es importante destacar algunos de losriesgos a los que nos expone la aplicación del con-cepto sugerido. El primero, y que de entrada habríaque descartar, es el de la ideologización del mismo,que ocurre cuando un término al que se quiere darun uso descriptivo se desvía hacia un propósito dis-tinto como justificar un determinado estado de co-sas. De esta manera los eternos transitólogos,permanentemente instalados en la “transitocracia”9

estarían de plácemes con Puhle, ya que les ha pro-porcionado una excusa más para reiterar que la tran-sición democrática en México no ha concluido, puespara que ello suceda le falta su Estado de derecho:“La democracia en México es una democracia situadaen un contexto de graves abusos contra los derechoshumanos, una policía corrupta, burocracias cliente-listas e ineficaces, insultantes desigualdades socialesy demás”,10 luego entonces todavía le falta muchopara llegar a ser una democracia plena. Argumentoque presupone el ideal de una democracia perfecta ypor lo tanto, “se resiste a reconocer lo decepcionantede la democracia actual”.11

Si queremos evitar la historia interminable de unademocracia que nunca llega a su fin, entonces hay queasegurar que los conceptos empleados cumplan estric-tamente con la función descriptiva que se busca y noresulten expresiones prescriptivas, a manera de recetassobre los buenos deseos del analista o investigador.

En ese tenor cabría incluso cuestionar la teoría de laconsolidación, misma que, como lo expresé anterior-mente, se encuentra en la base de la caracterizaciónpuhleana, ya que lo que finalmente se pretende es res-ponder a la pregunta: ¿por qué México no ha logradoconsolidar su democracia, sobre todo si tenemos encuenta lo prolongado que ha sido su proceso demo-cratizador?,12 ¿en verdad esto se debe a que todavíanos falta contar con un efectivo Estado de derecho?

Lo que en el fondo inquieta, de manera recurrente,es la gran incertidumbre que está creando la ineficaciademocrática, no para intentar resolver los grandes pro-blemas nacionales (por ejemplo, la pavorosa inequi-dad social y la inseguridad pública), ya que ésa no es lafunción de la democracia, que no tiene un carácter sus-tantivo, sino procedimental, pero sí para generar lassuficientes mayorías que permitan asegurar aquellaspolíticas públicas encaminadas a solucionar esos gra-

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Jorge Cadena Roa, CEIICH-UNAM. La democra-cia es un régimen político que no requierede la existencia de seres perfectos, sinoque puede empezar a funcionar con losheredados del periodo predemocrático. Noes un régimen que destierre para siempreel conflicto y los reflejos autoritarios, sinoque proporciona mecanismos para encon-trar soluciones no violentas y preferente-mente incluyentes a partir del diálogo, lanegociación y el compromiso. Indudable-mente funciona mejor cuando ciudadanosy gobernantes han interiorizado una cultu-ra democrática de respeto a los derechosde los demás y cumplimiento de las obliga-ciones propias. Pero aún cuando los gober-nantes abusen de su poder y losciudadanos eludan sus responsabilidades,la democracia cuenta con dispositivos paraencontrar desviaciones, hacerlas públicasy penalizarlas –aunque sea en las urnas.La competencia por el poder hace que

unos actores se vigilen a otros; el celo en ladefensa de las libertades frena amagos deabuso autoritario; el acceso a la informa-ción fomenta la responsabilidad y la rendi-ción de cuentas. La democracia es unrégimen que a partir de algunos derechosbásicos (a la palabra, a la asociación, a vo-tar y ser votado, a no ser privado de la li-bertad sin mandato judicial, etc.) permitela ampliación progresiva del número degrupos sociales que gozan del ejercicio deesos derechos (mujeres, indígenas, nacio-nales que viven en el extranjero, etc.), asícomo la incorporación y protección denuevos derechos (el derecho a la salud, elderecho a la igualdad frente a la ley, el de-recho a ser diferente, etc.). Es decir, la de-mocracia cuenta con mecanismos para quese la pueda ampliar y profundizar de ma-nera que no quede limitada a cuestionesde procedimiento, sino que atienda losproblemas sustantivos que afectan a losciudadanos. En las democracias consolida-das los actores estarían acostumbrados a

resolver los conflictos políticos de confor-midad con la ley y quienes quieran resol-verlos al margen, o en contra de ella,fracasarían y serían penalizados por elelectorado o las autoridades judiciales, se-gún la gravedad del caso. Habría que agre-gar que, de acuerdo con Linz y Stepan, elEstado de derecho es una condición parala existencia de una democracia consolida-da, pero hay cuatro más. La primera deellas se refiere a la existencia de una socie-dad política autónoma y representativa dela pluralidad social como medio para regu-lar la lucha por el poder. Las otras tres con-diciones no tienen que ver directamentecon los medios para acceder al poder sinocon otras tres áreas igualmente fundamen-tales. Las democracias consolidadas re-quieren de la existencia de una sociedadcivil robusta y participativa, de una buro-cracia estatal profesionalizada y eficienteque pueda servir a cualquier gobiernoelecto, independientemente de su origenpartidista, y una sociedad económica insti-

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ves problemas. Por ejemplo, es un hecho que la faltade inversión privada en la industria eléctrica no sóloafecta el desarrollo y crecimiento de la misma, sinoque absorbe una enorme cantidad de recursos públicosque, bien administrados, ayudarían significativamenteal sistema educativo y de salud, en donde nunca habráinversión privada suficiente para garantizar la cobertu-ra y calidad de esos servicios. Y éstos, junto con otraspolíticas públicas, sí son determinantes para la solu-ción de los “grandes problemas nacionales”, sin em-bargo nuestra democracia no ha podido generar lasuficiente mayoría para aprobar la reforma eléctrica.

El solo hecho de que el tema de mayor preocupa-ción sea la incertidumbre democrática es una señalcon carga positiva y negativa al mismo tiempo. Positi-va, porque significa que la transición en cuanto a sus-titución de un régimen por otro (el autoritario por eldemocrático) ya se dio. Tanto es así que ya no esta-mos inquietos sobre el desmoronamiento del régi-men autoritario, sino de las fragilidades de nuestrademocracia. Negativa, porque revela una auténtica ylegítima inquietud por asegurarnos que nuestra de-mocracia se consolide, y el autoritarismo permanezcaen la “tierra de nunca jamás”. “Ya no es la continui-

dad autoritaria sino la continuidad democrática laque está en tela de juicio.”13 Finalmente logramostransitar de un autoritarismo sólido (el régimen hege-mónico del PRI de los años cincuenta a inicios de lossetenta) hacia un autoritarismo frágil (el de las recu-rrentes crisis económicas sexenales y los también re-currentes problemas electo y poselectorales), haciauna democracia frágil (en la que ahora nos encontra-mos). Y la pregunta es ¿qué necesitamos hacer parallegar a la democracia sólida?14

No existen recetas que permitan responder a esa in-quietante pregunta. Acaso sólo podamos aprender loque otros países, como Chile y España, han hecho pa-ra consolidar su democracia. Pero lo que sí es no sóloseguro, sino incluso urgente, si no queremos que elfantasma de la regresión autoritaria empiece a quitar-nos el sueño, es la ya inaplazable necesidad de pro-fundizar en la democracia mexicana. Evitar que loselementos que la mantienen en baja intensidad seprolonguen más tiempo y lleguen a enquistarse, co-mo le está pasando a la democracia rusa. En otras pa-labras “democratizar a la democracia”,15 que no esotra cosa que “culturalizarla”, es decir, integrarla en lacultura política de la sociedad mexicana.

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tucionalizada que regule el funcionamien-to del mercado sin suplantarlo por inter-venciones de burocracias políticasjustificadas en supuestos de “rectoría eco-nómica” o “economía planificada”.

Víctor Alarcón Olguín, UAM-I. La excesivaconfrontación entre los poderes públicosen México, como bien lo apunta Emilio Ra-basa, hace cada vez más difícil que un sis-tema con viejas reglas pueda hacerse cargode todos los procesos que requiere una to-ma de decisiones eficaz dentro de un nue-vo esquema de poder. La transformacióninstitucional ha sido dispar y nos encontra-mos en un punto donde el surgimiento delíderes plebiscitarios con lenguaje populis-ta que prometen aplicar la vieja receta cor-porativa de la justicia social desde laizquierda (como se anuncia con LópezObrador) o un cambio conservador con or-den (como lo fue el caso de Vicente Fox),están provocando que la población termi-ne por desestimar a la democracia en tantoun modelo de gobierno que ofrezca una

mejor calidad de vida. Los partidos políti-cos por sí mismos ya no pueden cargar contodo el peso de una estrategia de reorde-namiento del régimen debido a las señalescontradictorias que se mandan desde elCongreso, tales como la no aprobación fi-nal de la reelección legislativa, del voto delos mexicanos en el exterior, o de las refor-mas estructurales pendientes (cuando sesuponía la existencia de negociaciones exi-tosas entre las fuerzas partidarias). Lo an-terior es tan criticable como lascontradicciones que se han dado desdeuna presidencia dubitativa. Por ello resultasustancial abrir el panorama y hacer queun mayor número de actores reclamen suderecho a participar y dar paso realmentea una dinámica de concertaciones amplia ycon objetivos programáticos concretos.

Gustavo López Montiel, ITESM-CCM. La de-mocracia de “baja intensidad” es un con-cepto que puede ayudarnos a entender elproblema de la falta de consolidación de-mocrática en países como México. Sin em-

bargo tiene tres problemas fundamentales.El primero reside en un posible error degrado. ¿Hasta qué punto un concepto defi-ne de manera certera un fenómeno? ¿Porqué no llamarla “democracia de media in-tensidad? ¿Cuáles serían las democraciasde alta intensidad? ¿Qué otras característi-cas podríamos emplear para ubicar gradosde democracia y cómo podríamos alcanzarmejores rankings en ese sentido? En segun-do lugar, posiblemente estemos pidiendodemasiado a la democracia mexicana,cuando en realidad la democracia es unsistema de organización de intereses polí-ticos y no necesariamente garantiza bie-nestar social o mejora económica a lapoblación, sino fundamentalmente, deci-siones más legítimas. La construcción yconsolidación de instituciones políticas esun trabajo en este sentido. Finalmente, es-tamos en un falso dilema. Cuando se argu-menta que las personas en América Latinacontestan que están desilusionadas con lademocracia, se debe fundamentalmente a

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1 Nacido en Nuemarkt, Silesia, en 1940, cuando era territorio

alemán, hoy parte de Polonia.2 Publicado en Transición democrática y anomia social en pers-

pectiva comparada por el Centro de Estudios Históricos del

Colmex, DAAD y la UNAM, en 2004.3 Ibid., p. 31.4 Ibid., pp. 33 y 34.5 Schedler Andreas, “¿Por qué seguimos hablando de transi-

ción democrática en México” en Transición democrática y go-

bernabilidad, Plaza y Valdés, México 2000, p. 336 Correspondiente a la teoría del Estado.7 Simplemente hay que considerar, entre muchos otros casos,

sus recientes fallos en las elecciones fuertemente competitivas

de Veracruz y Oaxaca, que resultaron definitorios de los resul-

tados electorales para gobernador, en ambas entidades, sin

mayores cuestionamientos de los actores y analistas políticos.8 No se asume que vaya a ser realidad el sufragio de los mexi-

canos en el extranjero. Todavía falta que lo apruebe el Sena-

do y que pueda construirse el mecanismo adecuado a

tiempo por el IFE.9 Término usado por Jesús Silva-Herzog Márquez en su obra

El antiguo régimen y la transición.

10 Schedler Andreas, op. cit. p. 35.11 Ibid.12 Para el autor de esta ponencia la democratización mexicana

en su fase de liberalización del sistema político autoritario

se inicia con la crisis del 1968, ya que fue el evento detona-

dor de la ruta del reformismo electoral que, a partir de

1977, llevó a la gradual expansión del pluralismo político

en los órganos del Estado y el sistema de partidos políticos,

fundamento de la democratización del régimen.13 Schedler Andreas, “La incertidumbre institucional y las

fronteras borrosas de la transición y la consolidación de-

mocráticas”, Estudios, Colegio de México, vol. XXI, núm. 64,

enero-abril, 2004.14 Las categorías de autoritarismo sólido, autoritarismo frágil,

democracia frágil y democracia sólida corresponden a An-

dreas Schedler en ibid., p. 33.15 Schedler Andreas, “¿Y después de la alternancia? Los esce-

narios del cambio político en México”, en el documento de

integración de ponencias correspondientes a la mesa redon-

da organizada por el IEDF, “Retos y perspectivas de la conso-

lidación democrática en México”, mayo de 2003.

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que los políticos han prometido que la de-mocracia resolvería todo, cuando es única-mente un medio. Posiblemente construirmecanismos de participación en las di-mensiones más bajas de la vida política,que permitan a los ciudadanos influir enlas decisiones políticas, es un mejor ali-ciente para construir un mejor sentimientorespecto a la democracia.

Miguel Ángel Valverde. ITESM-CCM. La de-mocracia rusa, ha sido relativamente exitosaen su adaptación a un entorno complica-do, con un Estado bajo amenaza terroristay un libre mercado rapaz, impregnado deabusos y corrupción. Lo que podríamosesperar en México es una “aproximación”o “acomodo” democrático que, sin generardemasiadas expectativas progrese modes-ta pero sistemáticamente hacia un Estadode pleno derecho. Después de todo, laprueba última del éxito de una transiciónes el paso del tiempo. Por otro lado, una“culturización” que arraigue y legitime a lademocracia entre la sociedad sería un

componente importante, pero insuficientesi no hay normas e instituciones que esti-mulen e incentiven la defensa y perma-nencia de valores democráticos.

Juan Luis Hernández. UIA. El concepto de“baja intensidad” nos remite al cada vezmás debatido asunto de la calidad de lademocracia. Múltiples han sido los epíte-tos para calificar nuestro proceso democra-tizador. Desde “democracia niña”,“democracia emergente”, “democracia sinresultados”, “democracia sin demócratas”,hasta “democracia débil” o “democracia enpeligro”. El PNUD y otros organismos han he-cho esfuerzos para medir el nivel de la de-mocracia latinoamericana. Los resultadosson claros: la enorme desigualdad econó-mica y social está poniendo en riesgo la in-cipiente institucionalidad democrática. Porun lado, algunos sectores esperan más delo que la democracia por sí misma puedeofrecer y, por otro, la cultura política auto-ritaria que permeó todas las capas socio-políticas de nuestra región no sólo no está

en retirada sino que por momentos pareceregresar con particular vigor. La democra-cia que hemos construido en México esuna democracia de piso, que tiene por de-lante muchos muros y techos que diseñar yconcretar, pero los problemas sociales yeconómicos están muy cercanos a la políti-ca. Nuestra democracia necesita legitimi-dad para poder avanzar en su ruta liberal.Así pues, de baja intensidad o no, la demo-cracia mexicana ofrece alcances que pare-cen no satisfacer tanto a quienes aspiran atener un estadio de consolidación comopara quienes esperan beneficios económi-cos y sociales de nuestro cambio político.Pero independientemente de las variableseconómicas y sociales, no podemos cons-truir una democracia medianamente res-petable si el Estado de derecho sigue tanprecario como ahora. Ahí está justamenteel reto de la democracia mexicana, avanzarsignificativamente en la construcción de unEstado donde gobernantes y gobernadostengan a la ley como valor supremo.