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Índice Prólogo del autor ........................................................... 11 Prólogo del lector........................................................... 15 Capítulo I. Germán Delgado Girona ............................ 23 Neus Sala ......................................................................... 69 Capítulo II. Manuel Carrasco Montesinos, alias el Chino o el Catalán .......................................... 71 Carol Espona .................................................................... 91 Capítulo III. Enrique Esteban García y Manolo Balboa, alias el Lobo................................................... 93 Maika Navarro ................................................................ 121 Capítulo IV. Manolo el del aceite .................................. 123 Enrique Figueredo ............................................................ 143 Capítulo V. El «rififí» del Hispano ................................ 145 Santiago Tarín ................................................................. 171 Capítulo VI. Cortés y Gabarri ....................................... 173 Carol Álvarez................................................................... 215 Capítulo VII. La banda de Rogelio................................ 217 Pere Ríos .......................................................................... 237 9 www.aguilar.es Empieza a leer… Mala vida

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Índice

Prólogo del autor ........................................................... 11Prólogo del lector........................................................... 15Capítulo I. Germán Delgado Girona ............................ 23Neus Sala......................................................................... 69Capítulo II. Manuel Carrasco Montesinos,

alias el Chino o el Catalán.......................................... 71Carol Espona .................................................................... 91Capítulo III. Enrique Esteban García y Manolo

Balboa, alias el Lobo................................................... 93Maika Navarro ................................................................ 121Capítulo IV. Manolo el del aceite .................................. 123Enrique Figueredo ............................................................ 143Capítulo V. El «rififí» del Hispano................................ 145Santiago Tarín ................................................................. 171Capítulo VI. Cortés y Gabarri ....................................... 173Carol Álvarez................................................................... 215Capítulo VII. La banda de Rogelio................................ 217Pere Ríos .......................................................................... 237

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Prólogo del autor

El día 27 de diciembre del año 2005 mi amigo Luis Beltrán,ex miembro del Grupo de Atracos de la Unidad Orgánicade la Policía Judicial de la Guardia Civil de Barcelona, y yonos citamos en el restaurante O Meu Lar para comer y de-searnos mutuamente lo mejor para el año en ciernes. Aqueldía y en aquella cita, sin haberlo previsto, empezó a fraguar-se el libro que usted, lector, tiene en sus manos.

Beltrán, hijo y nieto de guardias civiles, fue uno de aque-llos agentes entregados a su profesión que hizo de la calle ydel contacto directo con las fuentes criminales de informa-ción su bandera como policía. El guardia segundo, Beltrán,es un hombre parco en palabras, de sonrisa difícil, para quienno hay más camino que el camino recto y para quien no exis-te otro lema que resuma mejor lo que es y representa la Guar-dia Civil que el de «vista larga, paso corto y mala leche».

Luis Beltrán investigó alguna de las principales bandas deatracadores que golpearon a Cataluña durante la década de 1990.Jamás se amedrentó ni escatimó una hora de trabajo, ni con-sintió contubernios extraños con la delincuencia, ni aceptóconsignas que no debía aceptar, ni se creyó mejor de lo queera, ni dejó de hacer lo que era oportuno. Todo sin alardear,lo que proporcionaba más mérito a su conducta. Su carrerase truncó el día 7 de diciembre del año 2000 cuando fue em-bestido brutalmente en el peaje norte de la autopista A-7 a laaltura de El Vendrell por el vehículo que conducía un peli-groso atracador al que seguían la pista. «Herido en acto de

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servicio», consta en su expediente. Una hernia discal crónicale ha apartado de su profesión.

Lo conocí en las postrimerías del año 1999 cuando an-daba en plena elaboración de mi primer libro, Atracadores (Cos-setània Edicions, 2000), sin duda, el precedente de Mala vi-da. Entonces, junto a muchos otros guardias, policías y mossosd’esquadra —como Arturo Herrero, Manuel Osuna, Juan An-tonio del Barco, Josep de Didac, Joan Miquel Capell, ManuelGómez Landero, Víctor Palomares, José Jato, Simón Segu-ra, Paco Gómez, Carmelo Morales Vílchez, Javier del Río,Daniel Bernabé, Antonio Manzanaro, Manuel Trapote y Emi-lio Monje, entre otros—, mi amigo Luis me ayudó, con susrecuerdos y sus vivencias siempre cargadas de verosimilitud ysencillez, a fotografiar algunas de las bandas de ladrones másimportantes de la década de 1980 en Barcelona. Desde aquelmomento, se fue construyendo entre nosotros una estrechaamistad por encima de su condición de guardia civil o la míade periodista. En el marco de esa relación extraprofesional, elguardia segundo Beltrán me ha orientado, aconsejado, aler-tado y corregido en tantas ocasiones como ha sido necesariopara que me pudiera formar una idea lo más ajustada posi-ble a la realidad del conflicto que se establece entre policías yladrones, o entre ladrones y policías.

Aquel 27 de diciembre de 2005, mientras nuestro amigoToni —el dueño de O Meu Lar— rellenaba de orujo de hier-bas helado nuestras copas recién apuradas, Beltrán se encen-dió un Winston con parsimonia, como siempre hacía, y mepreguntó como si llevara días esperando el momento para sol-tarlo: «¿Por qué no escribes la segunda parte de Atracadores?».

Podría pensarse que las palabras de Beltrán estaban con-taminadas por su propia condición de ex agente de los gruposantiatracos, por tanto juez y parte interesada en las historiasque me proponía. Sin embargo, no interpreté sus palabras entérminos corporativos sino todo lo contrario. De hecho eracomo si estuviera esperando que alguien me lo propusiera.Atracadores fue mi puesta de largo literaria y, como toda pues-ta de largo, estuvo plagada de nervios e incertidumbres que no

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evitaron, no obstante, mi aproximación a un género (el de lano ficción) y a un registro en el que, con el paso de los años ylas obras publicadas, más a gusto me siento.

Por tanto, la sugerencia de Beltrán («quedan muchas his-torias increíbles, duras o simplemente reales por explicar»)actuó en mí como un revitalizador, como si se tratase de unainyección de esa energía indispensable para toda creación li-teraria. Según dijo alguien una vez, «si a un escritor no le emo-ciona lo que escribe, nunca le llegará a emocionar al lector».Y cuando aún ni siquiera había presentado públicamente micuarta novela, Piel de policía (Roca Editorial, 2006), escrita acuatro manos con mi amigo Andreu Martín, noté que, de nue-vo, revoloteaban las mariposas en mi estómago. Allí, en O MeuLar, nació Mala vida con la determinación de lo irreversible.Allí, por culpa de Beltrán, tras una dosis de orujo lo bastantegrande como para teñir del pertinente romanticismo todas lasaristas del proyecto, se inició la cuenta atrás de lo que bien po-dría haberse titulado Atracadores, segunda parte.

En Mala vida me reencuentro con un sector de la cri-minalidad que me resulta apasionante, cargado de historiasincreíbles, protagonizadas, a menudo, por perdedores pato-lógicos, muchos de ellos víctimas de la sociedad a la que hanatacado y también víctimas de una determinada opción de vi-da o de muerte.

El libro que tiene en sus manos es, como lo fue Atraca-dores, un trabajo que se debe situar a caballo entre lo literarioy lo periodístico, donde cada una de las historias viene pre-cedida por un minucioso proceso de investigación. En Malavida he intentado implicarme, posicionarme, explicar las co-sas y cómo éstas me han afectado o influido. No es, pues, unlibro objetivo (no lo he pretendido nunca), pero sí es un librohonesto en la medida en que se limita a trasladar una impor-tante cantidad de información que, con el paso de los años co-mo periodista de la mala vida, he ido acumulando. Conoci-mientos, vivencias, circunstancias grotescas o situaciones límiteque no sólo me han enriquecido sino que, además, me hanhecho y me hacen sentirme un privilegiado.

PRÓLOGO DEL AUTOR

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Cada capítulo de Mala vida es diferente y está escrito deforma distinta porque son diferentes las circunstancias y dis-tintas las formas en que me han influido estas historias. Nobusquen, pues, literatura en mi periodismo, pero sí encon-trarán mucho periodismo en mi literatura.

Le debo a Luis la inyección de ilusión. Les debo a todoslos policías, ex policías, jueces, fiscales, abogados, ladrones,ex ladrones y víctimas a las que he recurrido para poder ela-borar este trabajo literario-periodístico unas sinceras graciaspor su amabilidad y dedicación.

Por último, quiero agradecer a mis amigos y respetadoscompañeros, los periodistas Santiago Tarín, Carol Espona,Neus Sala, Mayka Navarro, Enrique Figueredo, Carol Álvarezy Pere Ríos, sus reflexiones y sus rúbricas que, sin duda, nosvan a ayudar a todos a entender un poco mejor las incohe-rencias que confluyen en el conflicto entre Eros y Tánatosen la Barcelona, la Cataluña y la España que nos ha tocadovivir.

CARLES QUÍLEZ

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Prólogo del lector

El libro está precedido por un prólogo directo y conciso delautor en el que se expone el origen, aparentemente anec-dótico, de la idea de escribir Mala vida y se añaden algu-nas frases, como de justificación, cargadas de sencillez y pro-ximidad.

Como si necesitara, desde esas coordenadas, otra dosisde justificación externa, el autor ha añadido tras cada capí-tulo un comentario a modo de glosa de distintas personas bienseleccionadas en el ámbito de los medios relacionados conla materia abordada en el libro, lo cual aporta una encomia-ble pluralidad de perspectivas y dota al conjunto del relatode una ingeniosa agilidad.

Pero, puesto que hay un prólogo del autor, bien puedehaber otro prólogo del lector. Y si aquél exponía el origende la idea de escribir el libro, el lector también puede expo-ner por qué lo leyó antes de que saliera de la imprenta.

Preferiría titular estos párrafos de introducción como«Prólogo del amigo». Sin embargo, semejante título resulta-ría probablemente subjetivo y anecdótico. Así como se agra-dece en el autor la infrecuente virtud de la proximidad y de lasencillez, el lector, al dirigirse a los futuros lectores, debe acre-ditar objetividad y distancia.

Me corresponde, por tanto, evitar que el prólogo del ami-go lector sea o parezca ser algo distinto de lo solicitado por elamigo escritor, que no es sino una breve aproximación o in-troducción a un trabajo peculiar.

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Mala vida es un trabajo peculiar, encasillable como cró-nica negra, relato periodístico, novela corta de acción o in-troducción a la reflexión criminológica, pero siempre y cuan-do tal encasillamiento sea simultáneo. Y, posiblemente, porqueasí es el autor. En un momento histórico cada vez más do-minado por la globalización o internacionalización de todo,y también de la criminalidad, el libro se centra en un mode-lo de delincuente exclusivamente autóctono. No ha queridoreferirse a delincuentes en ocasiones mucho más peligrosos yviolentos de allende los montes o mares que, en solitario o ge-neralmente en grupos o bandas, han llegado a arrebatar el pro-tagonismo criminal a «los de antes», como se les denominaen Mala vida.

Del conjunto del libro se desprende una sutil fascinaciónpor los personajes que se presentan. Podríamos hablar de unaespecie de nuevo romanticismo criminológico.

Así como los bandoleros del siglo XVIII fueron la base delromanticismo decimonónico que conmemoraba, cuando nojustificaba, sus hazañas criminales, así mismo, por un similarproceso de aproximación, nuestro autor se acerca a los atra-cadores autóctonos clásicos, «los de antes», con unas dosis decercanía próximas al afecto.

En algún relato, como el de Esteban y Balboa, parece ob-servarse que el autor insinúa excusas por su particular Sín-drome de Estocolmo, apresado por la patética e irreversibleperspectiva de quien fue delincuente juvenil, y expresado enun conmovedor paralelismo entre éste y la experiencia per-sonal, vital, del propio autor, nacidos en la misma época yen la misma ciudad.

Se ha dicho que el texto romántico anima al lector a con-fundir al verdadero escritor-persona con el sujeto narradoro el sujeto de la acción creado por el texto. Algo de esta clá-sica confusión literaria se percibe en Mala vida. Y, aunque evi-dentemente este relato sea sólo eso, un relato, sin ningunapretensión de trabajo criminológico, ni de creación románti-ca, y aunque el autor se sorprendería si se viera tildado de ro-mántico, es cierto que el libro contiene dosis muy sinceras y

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directas de observación del delincuente, y de exposición de laetiología de su comportamiento delictivo, todo lo cual nos co-loca, en la práctica, ante una descripción de relevancia crimi-nológica y de connotaciones neorrománticas.

Por ello, no resulta demasiado extemporáneo traer a co-lación la proximidad cronológica y cultural que relaciona lacriminología y el romanticismo, lo cual da pie a la caracteri-zación de Mala vida como expresión de un nuevo romanti-cismo criminológico.

En efecto, El hombre delincuente del médico Cesare Lom-broso, punto de partida formal de la criminología moderna,vio la luz en 1867, en los años de madurez de la corrientecultural del romanticismo, iniciada a principios del XIX, por-tadora de valores o categorías de ruptura como el individua-lismo, el «yo» solitario, la anomia, la melancolía y la nostal-gia, la exaltación de la naturaleza y, en la vertiente política, elnacionalismo. (Debe recordarse que la unidad de Italia se ha-bía producido tan sólo seis años antes de la publicación deEl hombre delincuente). Aquella exaltación de la naturaleza lle-garía a ser el fermento de las modernas ciencias naturales y,en la moderna ciencia criminológica, del positivismo.

Con todo ello se compone un cuadro de categorías sus-ceptibles de ser aplicadas a tiempos y ámbitos tan distantesdel siglo XIX como los tiempos finiseculares (del siglo XX) y losámbitos macrourbanos, barceloneses, en que transcurren los re-latos de Mala vida.

La dedicación del autor, de manera prácticamente es-pecializada, a la observación próxima y la descripción sin pre-juicios de determinadas áreas sociológicas y humanas de lacriminalidad, sugiriendo criterios generalizadores derivadosde su observación, lo aloja en un espacio cultural o literarioque comienza a distanciarse de la convencional «crónica ne-gra» y lo aproxima al territorio de la criminología.

Coherentemente, esta perspectiva del relator no entrañauna toma de posición unilateral a favor del delito, sino del ti-po de delincuente dibujado, del atracador clásico de «los deantes», como personaje humano. Y, por lo mismo, idéntica

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perspectiva, igual curiosidad observadora, pone de manifies-to el autor en los relatos en los que los protagonistas no sonatracadores sino policías, también seres humanos con sus pe-queñeces y cotidianeidades, inevitablemente próximos, ensu quehacer profesional, a los ámbitos de la marginalidad de-lincuencial.

El libro está escrito con tal fluidez que parece haberseengendrado a vuelapluma con ritmos y tonos tan distintos que,si no se supiera que es obra exclusiva y personalísima de Car-los Quílez, habría razón suficiente para pensar que estamosante una obra plural.

Con cierto gracejo incorpora buenas dosis de expresio-nes en forma de argot o jerga carcelaria, que se percibe cla-ramente que no son de empleo habitual del autor, pero añadencolorido costumbrista a los sucesivos episodios.

En ocasiones, el relato retrotrae hacia momentos o es-cenas anteriores, como si hubiera accionado una moviola lite-raria. A veces la agilidad o el suspense son casi cinematográfi-cos. Y, siguiendo la clásica técnica del distanciamiento, intercalaen momentos de máxima tensión descriptiva párrafos de fríassentencias judiciales, naturalmente condenatorias, con lo queobliga al lector a volver a su condición de espectador ajeno,desde la que se sentirá impulsado a reflexionar sobre el dramaque entraña la marginación social de los protagonistas.

La atención prestada en Mala vida a la reinserción, o másbien a la predestinación, no puede conducir a conclusiones op-timistas, tratándose como se trata de atracadores inicialmenteexitosos y sin que quepa extraer de este pesimismo conclu-siones generalizadoras o aplicables a otros espacios crimino-lógicos porque, insistimos, no es ése el objetivo del autor. Entodo caso, el fin de reinserción que nuestra Constitución atri-buye a la pena no es, ni puede ser siempre, un objetivo de in-mediata consecución y ni siquiera un resultado efectivamen-te exigible al sistema penal. La experiencia práctica, lo mismoque la atenta observación del autor, conduce a posiciones dediscreto pesimismo, en todo caso guardado en la concentra-ción cultural y democrática del optimismo táctico.

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Así, en la ocasión en que el protagonista no sale direc-tamente malparado, no es por causa de su reabsorción socialcomo ex atracador, sino porque ha sido capaz de acumular bo-tín, sin despilfarro, y ha tenido inteligencia y serenidad para«salirse».

Y como el libro no tiene por objeto impartir doctrina mo-ral, sino exponer el resultado de una observación directa e in-tensa, es decir, describir sinceramente una realidad, los úni-cos triunfadores no son los reinsertados por las bondadesdel sistema penal, sino los inteligentes con botín, o los bu-troneros pertinaces.

No deja de ser sintomático y poco esperanzador que, co-mo dije antes, la situación de «especie en peligro de extin-ción» que parece atribuible a los protagonistas de nuestrolibro no ha de producirse por causa de la efectividad de lasprevisiones constitucionales, sino porque su espacio crimi-nológico está siendo invadido y ocupado por otras «especiesemergentes» sobre las que, otro día, habrá que reflexionar.

JOSÉ MARÍA MENABarcelona, mayo de 2007

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Retrato de mala vida, de Andrés Rabadán.

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CAPÍTULO I

Germán Delgado Girona

PRESENTACIÓN

«Ya sé que me he vuelto un psicópata pero con esta puta vidaque he llevado... ¿qué quieres?». Le pedí que buscase una fra-se que sirviera para encabezar el capítulo dedicado a su viday, cuando soltó lo del psicópata en el que se había converti-do y todo lo demás, me sonó a excusa, a justificación velada,al apéndice tras el que bien se pudiera esconder una necesi-dad imperiosa de purgatorio personal. Mientras la anotaba enmi libreta (un cuaderno que me regalaron los presos de la cár-cel de Tarragona), me di cuenta de que Germán Delgado Gi-rona necesitaba, tanto o más que yo, escribir su historia, locual no deja de ser un dato preocupante porque a menudo sonlos tipos cansados de vivir o los que divisan la puerta entrea-bierta al final del túnel quienes necesitan inmortalizar sus vi-vencias.

Por otro lado, me di cuenta de que me había mentido,sin ni siquiera saberlo. No, no era un psicópata en el sentidoestricto o total de la palabra. Desde luego, tampoco era un fi-lántropo ni una hermanita de la caridad, pero no se trataba deun psicópata entendido como tal, según la definición de Her-vey Cleckley: «Quien muestra la más absoluta indiferencia alos valores personales y es incapaz de comprender cualquierasunto relacionado con ellos. Aunque son conscientes de loque hacen, carecen de remordimientos y de sentimiento deculpa».

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Germán Delgado ha sentido la necesidad de pedir per-dón por lo que ha hecho, y eso no es propio de un psicópatapero sí de un sociópata.

Germán Delgado Girona es, efectivamente, uno de los so-ciópatas más peligrosos y violentos que ha fabricado la ciudadde Barcelona. Ha matado con pasmosa frialdad, ha robado sinel menor de los reparos y ha traficado con todo lo ilegal ima-ginable. Su vida criminal se ha fundamentado en el respeto quele han profesado los de su gremio. Un respeto ganado a fuerza dehechos consumados y de otros por consumar: «A veces no estan importante lo que le puedes hacer a un tipo sino lo que eltipo en cuestión piensa que le puedes llegar a hacer».

Germán ha esculpido su nombre a base de demostracio-nes de fuerza que, en cualquier caso, ha llevado a cabo conla determinación de quien piensa que aquello es una especiede misión inevitable, con la resignación del que cree que notiene otra salida posible: «He de matar a quien mató a mi pa-dre... No puedo dejarle sin castigo. Mi hermano está preso y,mientras yo esté fuera, la venganza me corresponde a mí. Nopuede ser de otra forma».

No puede ser de otra forma, y para él no existe otra for-ma de verlo porque sus ojos de criminal no han sido prepa-rados para catalogar el sentido de las cosas fuera de esa esca-la de valores, una ley intangible pero arraigada que alcanza yenvuelve como un virus transparente todos los rincones de lasmadrigueras del crimen.

Por cierto, el padre de Germán, que dirigía un pequeñoprostíbulo en Barcelona, fue asesinado de un tiro a bocaja-rro en la garganta por unos atracadores que asaltaron el locala punta de recortada: «El que la hace la paga. No existe per-dón, sólo justicia. Las cosas son así. No digo que a mí me gus-te eso, porque yo soy de los que se equivoca a menudo y megusta que me perdonen; pero a los que se meten con la fa-milia de uno o a los chivatos o los maricones que no tienenhuevos de echarle un capote a un consorte que va con el aguaal cuello, a todos esos no se les puede perdonar porque te po-nes a su altura. Son las reglas».

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Aunque pueda sonar a una variable del síndrome de Es-tocolmo periodístico y a pesar del expediente policial y peni-tenciario, a pesar de esa mirada turbia y sanguinolenta que devez en cuando irrumpe en su semblante como una señalde alerta para el que sepa leerla, a pesar del daño que tambiéna mí me ha hecho, siempre tuve la sensación de que GermánDelgado era un tipo recuperable.

He mantenido largas horas de conversación con Germánque me han permitido hurgar en los recovecos de su vida, ylo he hecho sin dejarme impresionar por sus bravuconadas,sus alardes y sus demostraciones de fuerza.

De Germán Delgado Girona me ha interesado, espe-cialmente, su discurso huérfano de futuro: el discurso melan-cólico de un tipo fracasado (en el fondo, todos los criminaleslo son) de sólo 37 años.

Germán era un tipo listo e inteligente. Lo era a su ma-nera y cuando el consumo de drogas se lo permitía. Sin du-da, el consumo abusivo de droga dura le acabó afectando psí-quicamente. Quizá a partir de esta premisa se explican o seentienden algunas conductas brutales que constan en su ex-pediente criminal y de las que yo he sido, en alguna ocasión,incluso testigo directo. Pero, como decía, Germán era sobretodo un tipo inteligente. Lo fue de forma suficiente comopara saberse, avergonzado, un peón más de la borregada cri-minal surgida de las cloacas de una gran ciudad como Bar-celona.

Un día me confesó que la vida le había dado dos cosas:experiencia y perspectiva. La experiencia le había ayudado asobrevivir. La perspectiva le fue anunciando que por ese ca-mino todo era muy incierto y efímero, incluido el futuro.

En resumen, a continuación se narran tres breves epi-sodios de la vida de uno de los sociópatas más duros y pre-coces que ha fabricado la factoría criminal de Barcelona. Setrata de unas vivencias puntuales que, sin embargo, nos pue-den ayudar a dibujar los claroscuros que conforman la esen-cia y la existencia de este criminal.

GERMÁN DELGADO GIRONA

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DR. JEKYLL Y MR. HYDE

Era el 11 de diciembre de 2002. Toni se acercó a nosotrosen silencio, casi con sigilo, y como en él era costumbre, consu amplia sonrisa como tarjeta de presentación.

—¿Qué va a ser?Germán y yo nos miramos como escrutándonos el pen-

samiento recíprocamente, hasta que rompí el hielo con la fra-se que, con toda probabilidad, el bueno de Toni ha escuchadoen más ocasiones durante los últimos veinte años:

—Pon algo de picar, y de segundo lo que tú quieras.—Y para beber... ¿vino normal o vino gallego?—Gallego, por supuesto —respondí con una sonrisa—.

Por supuesto, gallego y algo fresco, como a mí me gusta.Conceptualmente, podríamos catalogar a Toni como un

«gallego militante». Para el dueño de O Meu Lar, lo que dis-tinguía lo bueno de lo divino era la denominación de origengallega.

—Muy bien, pues algo de picar y chuletón para dos...—Un momento —interrumpió Germán—, yo no quiero

carne. A mí póngame algo de pescado a la brasa... no sé... loque sea... me da igual.

Toni asintió y se retiró. Germán me dijo, en tono acla-ratorio, que tenía serias dificultades para masticar la carne.Que era por culpa de la heroína.

—El caballo —añadió— me ha consumido el calcio delos huesos y de los dientes. La dentadura se me caía a tro-zos. Finalmente decidí ir al dentista y, poco a poco, me es-toy arreglando la boca. Imagínate —concluyó socarrón—, untipo tan bien plantado como yo, y con la boca mellada comoun miserable. No me lo podía permitir.

Germán Delgado Girona tenía 37 años cuando le co-nocí. Era un atracador joven pero gestado en los referentescriminales de la década de 1980. En su expediente delictivoconstaban veinticinco detenciones y nueve ingresos en pri-sión, en la mayoría de los casos por robos con intimidacióna punta de pistola. La policía le atribuía más de cincuenta atra-

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cos y su participación en algún delito de sangre que nunca pu-dieron probar. Como él me decía: «Sólo existe lo que existeen los papeles».

Allí, en O Meu Lar, mientras degustábamos pan tosta-do con ajo y aceite y una ración de pulpo gallego, Germán yyo recordamos cómo, dos años atrás, en mayo del año 2000,nos habíamos conocido.

Contacté con él gracias a su abogado y amigo Juan Igna-cio Ramírez, un letrado penalista que, por aquel entonces, sehabía hecho con la defensa jurídica de unos viejos conocidosde Germán, los descendientes del clan Jodorovich de la ZonaFranca de Barcelona.

Nos vimos en la Moritz, una cervecería-marisquería si-tuada en la ronda de Sant Pau de Barcelona, a pie del Parale-lo. Germán Delgado era hijo del Paralelo. El verano llamabaa la puerta y aquella tarde de mayo era calurosa. Nos insta-lamos en la terraza, donde corría una brisa agradable proce-dente del mar cercano.

Germán, Ramírez y yo charlamos largo y tendido, co-mo no podía ser de otra forma, de aquello que había encomún entre los tres: crímenes y criminales, chorizos y sin-vergüenzas, policías y ladrones. Recuerdo especialmente quehablamos de un incidente que pocos meses atrás se habíaproducido allí mismo, en la Moritz. Germán y un gitano lla-mado Jaime Ximénez la emprendieron a tortas y el tema aca-bó a tiro limpio. Lo primero que me impresionó de Germánfue su aspecto: era un tipo atractivo, no muy alto pero ro-busto y bien proporcionado. Vestía un traje mil rayas de co-lor oscuro y zapatos italianos recién lustrados. De su cara si-métrica destacaba aquella mirada inquisidora y altamenteexpresiva pero algo turbia, y su voz, ajada de forma mani-fiesta por el humo corrosivo de los ducados que fumaba porpaquetes desde los 7 años. Aquel día en la Moritz, como dosaños después en O Meu Lar, Germán lucía en el pecho va-rias cadenas de oro y un colgante (también de oro) con la le-tra G. Oro también en los sellos y anillos que albergaban susdedos.

GERMÁN DELGADO GIRONA

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Mala vida 20/12/07 12:47 Página 27