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Número 12. Febrero 2011

La Redacción no se hace responsable

de las opiniones expresadas por los

colaboradores.

C o l a b o r a d o r e s p r o s ó f a g o s

clarinete, coloso, felixon, jecobe,

jose luis jaime cortes, lgv

C o l a b o r a d o r e s e x t e r n o s

Daniel de Cordova, Daniel Seller,

José Manuel Solana, Manel Llopart Roviró

Agradecimientos

Coia Valls, Juan Gómez Jurado

Se prohíbe la reproducción de las imá-

genes y los contenidos publicados sin el

consentimiento de su autor. Para la repro-

ducción total o parcial de algún texto o

imagen, se ruega contactar con

la Redacción a:

[email protected] © Prosófagos, 2011

Dirección

Elisabet

Equipo de redacción

Boris Rudeiko, Elisabet, Esther,

Gabi, pepsi

Diseño e imagen

pepsi y Plásido

P ublicidad y

comun icación

Esther

Entrevistas

B. Miosi y Elisabet

S e c c i o n e s

. Se a buen A lba ñil .

Elisabet

. Entre v ista s del Foro .

B. Miosi

. Humor Gr áfico .

Nelo_ . Compa ñeros

de Ru ta . Boris Rudeiko

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Hace dos años un grupo de locos prosófagos nos pusimos manos a la obra, intentando hacer realidad un proyecto de revista literaria para y desde el foro Prosófagos, con la idea de que el resul-tado fuera el producto de la colaboración y el esfuerzo de todos los compañeros que quisieran sumarse a la iniciativa.

Decidimos llamarla Prosofagia: Fiebre virulenta altamente contagiosa que se caracteriza por una afición voraz a la ficción en prosa. Dícese también de una pasión desmedida por la literatura.

Pretendíamos ofrecer a nuestros lectores experiencias de autores reconocidos mediante entrevistas realizadas por escritores de nuestro foro, herramientas útiles para los que desean aprender a escribir o presentar sus obras a una editorial, selecciones de relatos y poesías de nuestros compañeros de foro, artículos relacionados con el mundo editorial y la literatura… En fin, material altamente provechoso para los que amamos la literatura y queremos escribir y tal vez publicar.

Durante estos dos años hemos tenido nuestras luces y sombras. Momentos de euforia y de desánimo. Hemos perdido por el camino a compañeros y compañeras que tuvieron que dejar el equipo, y ganado a otros que se han incorporado, aportando ideas nuevas y traba-jando desinteresadamente. La colaboración ha sido siempre generosa. Por ello, desde estas lí-neas queremos agradecerles sus aportaciones y pedirles que no dejen de ayudarnos.

Este es el número 12 de Prosofagia. Así que el bebé que vio la luz en abril de 2009 es ya un niño de dos años, que se mueve cada vez con más agilidad, que ha aprendido a hablar, al que le gusta jugar a la literatura. Ayudémoslo a seguir creciendo y deseémosle muchas felicidades.

Sin más, abran estas páginas que dedi-camos a La literatura y el cine.

La Redacc ión

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REviStA LitERARiA pRoSoFAGiA - númERo 12 - FEbRERo 2011

(Pág. 84)

(Pág. 8)

Cine y literatura por Nelo_ (Manuel Pérez Recio)

(Pág. 17)

Todos hablamos griego por Elisabet

(Pág. 18)

Plásido: El arte, el vino y la filosofía (Pág. 10)por B. Miosi (Blanca Miosi)

Í n d i c e d e i m á g e n e s

S e c c i o n e s

E n t r e v i s t a s d e l F o r o

S e a b u e n a l b a ñ i l

C O N T E N I D O(Pág. 6)

¡ p a r e n l a s r o t a t i v a s !

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REviStA LitERARiA pRoSoFAGiA - númERo 12 - FEbRERo 2011

L a l i t e r a t u r a y e l c i n e

(Pág. 26)La adaptación cinematográfica por Daniel de Cordova

(Pág. 30)¿Libro o película? por felixon (Félix Jaime Cortés)

(Pág. 36)Ciertas relaciones entre grandes

escritores y la gran pantalla por felixon (Félix Jaime Cortés)

(Pág. 42)Bastardos sin gloria (en Buenos Aires) por lgv (Nicolás Lasaïgues)

(Pág. 62)Entrevista a Juan Gómez Jurado por B. Miosi (Blanca Miosi)

(Pág. 68)Entrevista a Coia Valls por Elisabet

(Pág. 74)Libros de luz y papel por clarinete (Jesús García Lorenzo)

(Pág. 78)Autoficción por Plásido (Plácido Fernández)

(Pág. 24)

(Pág. 60)a r t í c u l o s y e n t r e v i s t a s

(Pág. 48)Interdependencias por jecobe (Jesús Coronado)

(Pág. 54)Amor eterno (Fan Fiction) por pepsi

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Con Ciudad sin estrellas, el premio minotauro recae en una novela de ciencia ficción por segundo año consecutivo. Minotauro sigue apostando de manera decidida por este género.

Podría enmarcarse en la línea más clásica del género de ciencia ficción y guarda para-lelismo con obras tan importantes como 1984 o Un mundo feliz.

Ciudad sin estrellas es una novela ágil y directa, con un estilo sencillo y unos persona-jes maduros y complejos que llegarán a todos los lectores.

Ver noticia del Premio en Ediciones Minotauro

Puedes encontrar más información en sus blogs literarios: Andanzas de una escritora y Estirpe salvaje

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«A mi padre, por enseñarme a cazar estrellas. A mi madre, por alimentar mi imaginación desde pequeña con tantísimos libros y

ampliar mi visión de la realidad.»

Dedicatoria de Montse de Paz, durante la entrega del Premio Minotauro 2011.

Todos los lectores de ciencia ficción y fantasía en idioma español conocen a Ediciones Minotauro; basta decir que ha editado, entre

otros, a Tolkien, Ballard, Bradbury, Le Guin. Novelas y antologías de calidad en su contenido y en su formato.

Desde hace ocho años, además, convoca al Premio Internacional de Ciencia Ficción y Literatura Fantástica; y en esta octava edición el galardón ha recaído en la novela Ciudad sin estrellas, de la autora Montse de Paz.

O sea, Elisabet. Nuestra Elisabet.

Fernando Delgado, uno de los jurados del Concurso, ha expresado que, aunque se trata de «una historia de historias y una mezcla de ciencia ficción y realidad, los escenarios son reales en un perfecto equilibrio». La novela «fluye con ritmo y atmósferas distintas en una enorme unidad», donde destaca la «palabra precisa» y «la hermosura consiste, precisamente, en su sencillez».

Quienes hemos leído a Elisabet sabemos —aunque no hayamos leído Ciudad sin estrellas— que estas palabras reflejan la novela. Porque así escribe: profundidad de ideas bajo una superficie aparentemente sencilla, historias que, por más complejas que sean, siempre se desenvuelven con fluidez y armonía, y una prosa elegante, precisa, hermosa de leer.

En poquito tiempo Ciudad sin estrellas estará en las librerías, y Perseo Stone, rompiendo las barreras físicas y mentales de su entorno, comenzará su viaje iniciático desde la ciudad futurista de Ziénaga. Hasta nosotros, sus lectores.

Boris Rudeiko, Esther, pepsi

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por B. Miosi (Blanca Miosi)

En esta ocasión tengo el placer de trasladarme hasta la isla de tenerife, con más exactitud a La orotava, al norte de tenerife; un municipio en las fal-das del teide, el monte más alto de España. En ese entorno de ensueño no es para nada increíble que nuestro siempre amable compañero Plásido se

haya dedicado a la fotografía como hobby; muestra de ello, su blog: las imágenes y creatividad que suele aportar para Prosofagia. Sus estudios de filosofía y matemá-ticas no impiden que se haya dedicado a las letras, así como tampoco que sea un viticultor profesional, amante de los viñedos y de los buenos vinos. Hoy podre-mos conocer un poquito más del precursor de los holemas en el Foro Prosófagos.

—Plásido, institucionalizaste en el foro el término «holema», que básica-mente es una expresión filosófica. Explícanos cómo trasladaste ese concepto a la escritura y cuáles deben ser las cualidades de un buen holema.

—Permíteme, Blanca, que celebremos este momento, y que te invite a un vino Gran tehyda “maceración carbónica 2010”, una verdadera golosina para los sentidos, un vino joven pero no exento de aromas y sabores, antes de meternos en filosofías. Holema deriva del término “holón”, usado por primera vez por arthur Koestler para definir partes que son totalidades. Etimológicamente proviene de “holos”: todo y “on”: partícula. trasladé este término a la literatura ya que no me gusta la palabra “micro” o “minificción” para referirse a composiciones escritas que son verdaderas joyas. Muchas veces al catalogarlos como “micro” parece que nos referimos a un arte menor, a algo que no tiene importancia, cuando hay holemas que tocan —y de qué manera— la fibra pura de la literatura. Un holema debe reunir esa propiedad del holón, ser parte y ser todo. Debe ser breve, conci-so y adecuarse a la secuencia: “título”, que forma parte integrante de él; “inicio”,

Plásido: El arte, el vino y la filosofía

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Plásido: El arte, el vino y la filosofía

desarrollo de la idea; “final”, incitante, ilógico, desmedido. Un buen holema se caracteriza por ser como un croché al mentón.

—No sé si es por el efecto del Gran tehyda —que tiene un sabor exquisi-to—, pero creo entender tu explicación: «holema» proviene de «holón», y define partes en sus totalidades… Es indudable que «holema» suena mucho mejor que «micro». Estoy de acuerdo. ¿Cómo te iniciaste en la escritura? Entiendo que tie-nes dos libros de poemas, una novela y otra en plena ejecución.

—Si entendemos que escritura y publicación es una unidad, pues me inicié hace un año cuando descubrí Prosófagos. En Prosófagos se publica, ¿no? Escribir por escribir…, hace años. Sí, tengo dos libros de poemas, que más bien creo que son holemas. Astral, con poemas dedicados a Pessoa, a la vida, a la lo-cura, al genio, y Poemario de un infeliz: poemas de mar, de eclipses, de soledad, de náuseas, de placer de vivir, de amor a las palabras. Una novela, CazaDeCitas, de la que he publicado algunos capítulos en Prosófagos, y otra en ejecución, FragmentosDeMiHistoria.

—¿Qué te indujo a participar en Prosófagos?

—Hace un año estaba desesperado, necesitaba que se leyera lo que escri-bía, que alguien opinara: tienes estos fallos, que alguien me orientara. Con San Google, busqué “taller literario”, “escuela literaria”, “creación literaria”, hasta que caí en un blog donde se recomendaba un foro, Prosófagos. Me suscribí, subí el primer capítulo de mi novela CazaDeCitas y la sorpresa más sorpresa de todas, Esther comentó. imagina la alegría, y eso hasta el día de hoy, hace un año y al-gunos meses. Leí con avidez los comentarios a otros escritos de compañeros, las discusiones entre tú, Blanca, Elisabet, pepsi, Esther, los comentarios a Pedro, a Coloso, las sugerentes críticas de D, las amables de Boris, las puntualizaciones de Nelo, me entusiasmé. Y quedé enganchado cuando aún Elisabet subía sus cuentos.

—¿Para ti qué es escribir?

—¿Escribir es… ? imitar lo que leo, Blanca. Es raro, pero para mí hoy es-cribir es leer, quiero decir, que si escribo es por lo inspirador que me resulta leer. Escribir ¿qué es, sino ficción, lectura? Sueño con la posibilidad de que alguien, con lo que escribo, pueda sentir lo que yo cuando leo. Escribir es la posibilidad de que otro, leyendo, viva. Por este motivo escribo. No concibo la escritura sin la lectura. ahora bien, en Prosófagos he encontrado, en el puro acto de escribir, en el acto de corregir lo escrito, placer. ordenar lo escrito, presentarlo terminado al lector, me divierte. Hoy por hoy también escribo por eso, por placer.

—¿Cuántas horas dedicas a la literatura?

—Vivo obsesionado por la literatura, pero obsesionado por la salud que me da. Me levanto lo más temprano que puedo para antes de las ocho tener ya entre una hora y media o dos dedicadas a la lectura; ahora estoy con Georges Perec y su La vida instrucciones de uso, una novela fantástica. Luego voy a las viñas hasta la hora de comer. Por la tarde, entre otras dos o tres horas de lectura

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oy dos de escritura, para luego a la hora de meterme en la cama comentar la prosa de los compañeros: ansape, milagros, eduardo pi, luisvazquezmarquez, la tuya, José ignacio, panchito, pesado67, Valls, LoboHerido...

—Como experto en la materia, ¿considerarías que el vino es la bebida de los dioses?

—No, no lo creo. Yo elaboro vinos, manipulo la materia prima con que se hacen y es una labor muy del hombre y para el hombre. Hay una leyenda grie-ga que cuenta que un sabio griego, en uno de sus viajes, quedó entusiasmado con una planta que crecía cerca de un riachuelo, se enamoró de ella, cogió con cuidado uno de sus brotes, incluida una raíz pequeña; para que no se secara la introdujo dentro de un hueso de pájaro y continuó su viaje. La raíz creció en el interior oscuro del hueso, y el sabio tuvo que buscar uno mayor para protegerla. Encontró un hueso de león y allí, en su interior, la colocó. Más favorecida por la humedad, creció hasta salirse del hueso; el sabio buscó otro y encontró uno de un burro y la guardó en su interior. Cuando llegó a casa y pudo plantarla, creció con sus cuidados y mimos, brotaron racimos de uvas de sus tallos y elaboró con ellas una bebida que ofreció a sus amigos (como hoy yo a ti). El sabio, observa-dor, contempló que cuando bebían moderadamente aquel jugo, los hombres se volvían alegres como pájaros, si bebían más se volvían fuertes y soberbios como leones, como dioses, pero si seguían bebiendo se comportaban como torpes bu-rros. Esto es el vino, Blanca, y midamos, mejor, lo que bebemos.

Después de dar un pequeño sorbo coloqué la copa cuidadosamente sobre la gruesa madera de roble, bajo la mirada divertida de Plásido.

—¿tu carrera de viticultor ha influido de alguna manera en tu escritura? ¿alguna vez has escrito acerca de las bondades de un buen vino? Lo digo porque en la actualidad se estila hablar y escribir de comida para gourmets, de vinos…

—Me gusta encontrar en cualquier rincón motivos para escribir. Ser vi-ticultor, claro que me inspira, pero como me podría inspirar ser conductor de guaguas. Lo que me inspira es la vida. Es cierto, el vino está de moda, mas yo soy hombre de campo, de viticultura, soy un rústico y he hablado en mi CazaDeCitas del campo, de los viñedos, de las labores culturales en la viña. Me apasiona el cultivo de la vid y así lo reflejo en lo que escribo. Luego… comida, gourmet, vino…, me parece marketing. Mas sí me gusta un buen maridaje comida-vino; un pescado fresco blanco con un vino rosado, o afrutado, o seco. o un queso de cabra con pan de leña tierno y vino tinto, o saborear un buen chocolate negro con un oporto… Las bondades del vino existen.

—Más si se está en buena compañía… ¿Piensas que tu participación en Prosófagos ha sido de utilidad en tu vida?

—Sinceramente ha sido todo un descubrimiento. He aprendido en pocos meses muchísimo, Prosófagos es un arma extraordinaria, una herramienta para comenzar, en lo de escribir, muy, muy útil. Se pierde el miedo a errar, a hacer el

Plásido: El arte, el vino y la filosofía

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ridículo; cuando pierdes ese miedo te encuentras con que quieres mejorar y pre-sentar holemas sugerentes. Hay gente cualificada, que te puede dar un buen tirón de orejas por lo mal que escribes, o por tus faltas de ortografía, porque te comes los acentos, porque construiste mal la frase y no se entiende, y esto creo que es importantísimo para quien comienza; luego al leer a tus compañeros, que están en otro estadio de esta práctica de la escritura, te das cuenta de lo que tienes o no superado. En fin, blanca, Prosófagos está maravillosamente diseñado, orde-nado, me parece un instrumento hoy por hoy, para mí, imprescindible. además, si te guías por los comentarios y críticas positivas de los compañeros tus textos acaban pulidos, redondos. Fíjate si ha sido importante: puedes expresar tus in-quietudes, compartir tus lecturas, encontrar interesantes web de literatura, una herramienta imprescindible. Y lo mejor, gente que comparte el amor a la palabra.

—¿algún mensaje que quieras dejar para nuestros amigos prosófagos?

—Pues pedir excusas si algún comentario ha herido a alguien alguna vez y aprender del tono de otros, pepsi, eduardo pi, panchito..., y más que un men-saje: “salud a Prosófagos”.

—Háblanos de la novela que escribes en la actualidad.

—Encontré un librito con un capítulo titulado: «Genealogía de una fa-milia de los Realejos», que comenzaba en el siglo xvi. La sorpresa fue reconocer que la genealogía de esa familia era la de mi familia. Saber qué hicieron tus an-tepasados en el siglo xvi, xvii, xix… Con quién se casaron, a qué se dedicaron: militares, sacerdotes, agricultores… Me sugirió la idea de reconstruir ese mundo pasado, pero tendría que estudiarlo, investigarlo, describirlo, y en esas ando, reconstruir las vidas de esa genealogía en el siglo xvi, para pasar luego al xvii… y llegar al xix. Blanca, escancia, apura ese vino, brindemos por lo que nos gusta, y deseemos “buen hacer” a Prosófagos, y a todos los compañeros.

—¡Salud, compañero!, te deseo suerte en la investigación de tu nuevo proyecto, y espero que esa novela que tiene pinta de ser muy interesante pue-das verla publicada en un futuro cercano. Plásido, solo una pregunta más: ¿qué piensas del cine? De las novelas que se han llevado a la pantalla, ¿cuál te ha im-pactado más?

—Pues el cine me gusta, disfruté mucho con películas como Novecento, L.A. Confidential, con El Padrino, con La vida es bella, con Patton, con Enemigo a las puertas, con Fresa y Chocolate, con Las uvas de la ira, con Los Intocables de Eliot Ness, con pelis experimentales como Dogville y la interpretación al límite de Kidman. también con La Reina de África y Bogart y Hepburn. El Golpe la vi siendo muy jovencito; adolescente. Me encantó, y Redford y Newman me con-vencieron de las bondades del cine, pero paradójicamente para mí, la palabra genera más imágenes que el cine, encuentro más libertad en la palabra.

En casa está la colección completa de John Steinbeck y aunque nunca leí Las uvas de la ira, siempre me quedó la duda. Más tarde, con la película de John Ford descubrí la miseria, la depresión que asoló Estados Unidos y que aquella novela reflejaba.

Plásido: El arte, el vino y la filosofía

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o —Plásido, agradezco el privilegio de esta entrevista, estoy segura de que nuestros compañeros prosófagos ahora te conocen mejor.

—Muchas gracias, Blanca, que este vino que hemos tomado al amparo del paisaje de las viñas se repita. Ha sido un gran placer que Prosofagia me haya tenido en cuenta.

Y visto que Plásido tiene apuro por ir a visitar sus viñedos, me despido de él con un agradable abrazo. Lo veo caminar y perderse en el horizonte de sus hectá-reas de cultivo, mientras entona el ram, un mantra que activará su tercer chakra: amarillo, al igual que su camisa. Se aleja tan entusiasmado como cuando nos hace partícipes de sus fotografías o sus famosos holemas.

Plácido Fernández González, natural de Las islas Canarias, nacido bajo el signo de Capricornio el 22 de diciembre del año 1959, posee un fotoblog en el

que se puede apreciar su arte: http://www.plasido.blogspot.com

Plásido: El arte, el vino y la filosofía

Blanca Miosi (B. Miosi) Escritora, actualmente tiene un taller de alta costura.

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Manuel Pérez Recio (Nelo_)Escritor. O el sueño de un idiota con un lápiz en la mano.

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18 PRoSoFaGia - númERo 12 - FEbRERo 2011 Ver índice de imágenes

—oiga, señor Portokalos, ¿y la palabra ‘quimono’?

—ajá, ¿quimono?, quimono, quimono, quimono… Por supuesto: quimono viene de la palabra griega χειμώνας (himona), que significa invierno. Entonces, ¿qué te pones en invierno para estar caliente? Una bata. ¿veis?, bata/quimono. ¡Ya está!

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En nuestro primer artículo de esta sección leíamos que nuestra lengua, el ins-trumento con el que creamos literatura, es hija del latín, idioma oficial del Imperio Romano que se extendió por el mundo mediterráneo y por buena parte de Europa occidental junto con una forma de ver y entender el mundo. Del latín derivaron las lenguas romances, entre ellas el español.

Esta vez quisiera ir un poco más allá en el tiempo y centrarme en ese terruño del Mediterráneo oriental, amasijo de montañas grandiosas, pequeños valles feraces y costas ariscas que muerden un mar de azul inclemente. Ese país de dimensiones exi-guas y geografía tormentosa en el que no hay rincón que diste más de cien kilómetros del mar. Decía Levi Strauss que las tierras duras engendran hombres conquistadores. Y así fue Grecia, o la Hélade, para designarla con su nombre original. Pero sus conquistas

Todos hablamos griego

«Las lenguas se desarrollan según el espíritu de los pueblos, porque son la condensación y la expresión de su vida».

Edith Stein, Ser infinito y ser eterno.

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fueron mucho más allá de las armas. Grecia no es tanto un país como una cultura, una síntesis de las antiguas civilizaciones que configuraron el mundo alrededor del Mare Nostrum —la indoeuropea, la mediterránea y la oriental—. Tanto, que cuando fue so-metida por las imparables legiones romanas e incorporada al Imperio, se hizo popular el dicho de que la Grecia cautiva había conquistado a la Roma victoriosa.

¿Cómo? Con su pensamiento, con su cultura, con su arte… Y con su idioma. No había ciudadano romano cultivado que no se preciara de hablar o, al menos, de tener nociones de la lengua helénica. Los escritores latinos fueron muy conscientes de las limitaciones y la pobreza del latín frente a la maravillosa complejidad y riqueza del griego. Séneca escribía a Lucilo en el s. I: «Condenarás mucho más las carencias de la lengua romana cuando sepas que no puedo traducir una simple sílaba…» (Séneca, 18ª carta). Y poetas como Virgilio echaron mano de su inventiva para copiar del griego la forma de crear nuevas palabras, hasta entonces inexistentes en latín.

Hoy, nuestro castellano y buena parte de las lenguas europeas vivas aún le deben mucho al griego. Pues cuando hablamos de análisis, síntesis, crítica, gramática, metáfora, filosofía, lógica, épica, lírica, drama, estética..., ¿qué estamos haciendo, sino hablar en griego?

Y no me refiero solo a una importantísima parte de nuestro léxico. No, los grie-gos no se limitaron a legarnos un puñado de palabras cultas. También somos deudores de su sintaxis, y de mucho más.

El griego es una lengua indoeuropea que forma una familia única, y cuya evo-lución la ha hecho especialmente idónea para expresar pensamientos complejos y matizados. La filosofía occidental encontró en ella un canal magnífico para expresarse. Si pensamiento y lenguaje son dos realidades inseparables, podemos decir que en la estructura genética del griego, si se me permite la expresión, encontramos muchas de las claves de la filosofía que ha configurado nuestra cultura.

Riqueza caleidoscópica

El griego clásico, como el latín, es una lengua flexiva, es decir, que contempla varias formas para una misma palabra según la función que esta desempeñe en la ora-ción o discurso. Estas variaciones de forma no se dan solo en los sustantivos y en los adjetivos, sino en los verbos. Los verbos griegos contemplan cuatro temas diferentes y tres voces. El griego es, de todas las lenguas indoeuropeas, la que admite un mayor número de formas para una misma palabra. De ahí su enorme riqueza y su capacidad para expresar conceptos virtuales e imágenes literarias con una precisión y matiz de los que carecen otras lenguas. A menudo, para traducir una palabra griega, los lingüis-tas han de usar paráfrasis o hasta oraciones enteras.

Contaré una pequeña anécdota. Hace unos años leí una versión de la Odisea traducida al catalán por el poeta Carles Riba nada menos que en versos hexámetros, ciñéndose a la métrica original de Homero. Me topé en varias ocasiones con una pa-labra que, por más que busqué en los diccionarios, no encontré. Al final, recurrí a mi padre. Él me pidió que la buscara y se la leyera en su contexto. Era un epíteto épico

Todos hablamos griego

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iLde la diosa Atenea. Lo recuerdo bien: inlassada. Cuando lo escuchó, mi padre sonrió y dijo: «No encontrarás esa palabra: es un neologismo, un invento de Carles Riba para traducir un término… intraducible». Y para formar ese adjetivo con ecos del catalán más poético y castizo, recurrió, como no podía ser de otro modo, ¡al latín! Y creó la palabra inlassada, la que no afloja, la que no ceja, la que no se rinde, la que jamás se cansa, para expresar esa cualidad de la implacable diosa helena.

Traductores e imitadores

Como le sucedió a Carles Riba, los autores latinos se toparon con un gran de-safío a la hora de traducir las obras griegas a su idioma. Cuando no encontraban la expresión correspondiente, la inventaban. ¿Al azar? No; emplearon las formas griegas, como añadir a la raíz ciertas desinencias con un significado concreto. Y citaré algunos casos que han pasado al castellano: el sufijo –ico para formar adjetivos derivados de un nombre (lírico, político); —ma para designar nombres abstractos o de acción (problema, teorema, fonema); —ía para lo mismo (filosofía, astronomía); —ta para expresar agente (poeta, artista, terapeuta); —iz para crear verbos a partir de nombres o adjetivos (finalizar, profundizar)… Así podríamos extendernos en muchísimos más ejemplos.

Hoy, cuando en el mundo de la ciencia, el arte o la tecnología debe darse nom-bre a un invento, descubrimiento o noción nueva, casi siempre se echa mano del grie-go. La medicina, por poner un ejemplo cercano a todos, está plagada de términos griegos. Busquemos cualquier nombre de patología, prueba médica o disciplina y casi siempre será una amalgama de raíces griegas: artrosis, anorexia, encefalograma, car-diología… Cierto que en las últimas décadas el inglés y las siglas batallan con la lengua helénica en este campo, pero a menudo también conviven. Pensemos si no en los términos megabyte o gigabyte.

Por si fuera poco, también somos deudores de la gramática helena. De ella hemos tomado la manera de crear frases complejas y subordinadas, por ejemplo, ha-ciendo depender un infinitivo con sus complementos de un verbo. Esta forma ha sido imitada por el latín y, posteriormente, por muchas otras lenguas.

Buena parte de las lenguas europeas no comenzaron a ser escritas hasta que alguien se propuso traducir obras clásicas del griego a su lengua vernácula. Así ocu-rrió con el gótico, el eslavo y el armenio. Las primeras obras escritas en alemán e irlandés medieval, a su vez, fueron traducciones del latín. Cuando una lengua ha de ser puesta por escrito, se hace necesario fijar normas o cánones, precisar conceptos, evitar ambigüedades y buscar fórmulas para expresar el discurso con la mayor nitidez y coherencia posible. En esto, el griego nos ha proporcionado una base magnífica que luego recogió el latín. Por tanto, podemos decir que el griego y el latín nos han dado el modelo a seguir en la lengua intelectual y literaria.

Todos hablamos griego

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Todos hablamos griego

Elisabet Licenciada en Filología Inglesa.

Escritora de ensayo y ficción.

Pequeño excurso filosófico-histórico…

Volviendo al inicio y a la íntima relación entre lengua y pensamiento, resulta emocionante, al menos para mí, pensar en los orígenes de nuestra lengua, que son los de nuestra cultura. Caigo en la cuenta de que somos hijos de un mestizaje milenario cuyas fuentes han confluido para crear la civilización en la que ahora vivimos, con sus luces y con sus sombras. El griego fue una lengua oral durante milenios, como lo fueron todas. Una lengua cuyo léxico primitivo desconocía el término “mar”; lengua de nómadas y pastores beligerantes que se empaparon de la rica cultura de las tierras que ocuparon. De ellas tomaron la escritura. Nuestro alfabeto —otro legado del grie-go— hunde sus raíces en el mundo semita y oriental, de cultura sedentaria, agrícola y urbana. Somos hijos de guerreros nómadas y mercaderes cosmopolitas. En la lengua, oral y escrita, confluyen también las vetas subterráneas de nuestra idiosincrasia occi-dental: conquistadora y arrogante, pero también negociadora y amiga del regateo; ha-bladora y propensa al pensamiento sutil; siempre en camino, siempre en movimiento, pero buscando sus raíces; a caballo entre el progreso imparable y el eterno retorno, entre la razón y la pasión; siempre a la búsqueda, fascinada por el cambio y sedienta de lo eterno; atraída, inexorablemente, por lo inalcanzable; capaz de matar o de dar la vida por esas dos lumbreras que espolearon la filosofía y palpitaron en las obras cumbres de la lengua griega: la belleza y la verdad.

Acabo ya. Reviso el artículo y me doy cuenta de la enorme cantidad de helenis-mos que, escapándose de los ejemplos y aun sin proponérmelo, tachonan este escrito.

¿Quién dijo que era una lengua muerta? Todos, lo queramos o no, todavía hablamos griego.

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GONE WITH THE WINDStarring: Clark Gable, vivien Leigh,Leslie Howard, olivia de Havilland,a Selznick international picturetechnicolor cinematographer: Daniel Seller

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Daniel de Cordova

El sábado 28 de diciembre de 1895, los cortesanos que transitaban por la lujosa avenida del IX Distrito de París, sintieron curiosidad ante un escueto letrero adherido en la ventana de Le Salon Indien du Grand Café. El título: «Cinematógrafo Lumière. Entrada: 1 Franco».

Treinta y cinco personas accedieron costear la entrada al Café; el letrero los había cautivado. Ya en el interior, los espectadores sintieron curiosidad al observar la disposición de las sillas, presididas por un rectángulo de tela blanca adosado a la pared y una enorme máquina montada sobre una base. Uno de los hermanos Lumière apagó las luces del salón; el otro, accionó el interruptor de la máquina. Los especta-dores observaron una proyección inmóvil en la tela. Era la imagen de una estación de tren. Por un instante el invento no otorgó ninguna emoción en el público; ya se conocían linternas capaces de proyectar fotografías luminosas en las paredes, pero al cabo de unos segundos, todas las figuras que poblaban la estación comenzaron a moverse. Cuando apareció el tren, los invitados se asustaron y abandonaron la sala. Los hermanos Lumière garantizaron a la despavorida clientela que la locomotora se había detenido en la estación. Las persones retornaron al Café.

Durante esa tarde, algo debió incrustarse en los corazones de los presentes; el realismo que experimentaron se implantó en su psique. Fueron testigos de la prime-ra proyección cinematográfica. Los Lumière pensaron que su invento sería una sim-ple máquina científica que pasaría de moda, pero uno de los espectadores intuyó el potencial y quiso comprarles el cinematógrafo. Era el famoso mago Georges Méliès, creador de la primera película de ficción.

La adaptación cinematográfica

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A principios del siglo xx, el cine se convirtió en el entretenimiento del público y generó un código de comunicación artística que penetraría en los sentimientos y sensaciones de las personas.

Con la llegada del sonido en los años 20, el cine experimentó una revolución que ensalzó nuevos mitos y destronó antiguos reyes de las artes. Inversionistas y producto-res decidieron trasladarse a California y transformaron la industria cinematográfica en el negocio del entretenimiento más poderoso del planeta. Hollywood aprovechó La Gran Depresión que atravesó Estados Unidos y se convirtió en vehículo de distracción ante un público empobrecido y desmoralizado. El frenesí de los años 30 inició la era dorada del cine. La industria buscó una fuente inagotable de historias y volcó su atención en la literatura. Se adquirieron los derechos de una novela y se creó una leyenda: Lo que el viento se llevó.

Esta superproducción trajo éxito absoluto al Séptimo Arte. Los autores debieron analizar la estructura y adaptación de esta película y experimentaron un nuevo formato en sus novelas: disminuir la voz autoral narrativa que explicaba lo que sucedía en la histo-ria y sustituirla por escenas que permitían a los personajes, acciones y diálogos, mostrar las acciones del entorno. Los escritores comprendieron el significado del cineasta cuando en el rodaje de una película en vez de dirigirse al personal técnico y elenco con las pala-bras: luces, cámara… cuenten; el director de cine daba la orden: luces, cámara… ACCIÓN.

Los lectores sintieron ese cambio en las novelas y vivieron la historia como si fueran testigos presenciales de los eventos. Gracias al empuje del cine, la literatura experimentó una revolución y se consagraron autores a nivel mundial.

La cinematografía evolucionó en un siglo lo que tardó milenios a la literatura, gracias al poder de entretenimiento, avance tecnológico y fusión de las artes, pero la literatura seguirá siendo un arte imperecedero que nutrirá al cine, televisión, nuevos medios; sobre todo a los lectores que desearán escaparse de la realidad al sumergirse en las historias que los escritores dedicaron parte de su vida en plasmar.

D Daniel de Cordova nació en la ciudad de Caracas el 4 de Julio de 1973.

Tras una década de formación en las artes aplicadas, decidió incursionar en la cinematografía y se graduó summa cum laude en el 2002.

Como cineasta, ha realizado siete cortometrajes. Su último trabajo: Un Símbolo de Amor, ganó la competencia organizada por los estudios 20th Century Fox International en

Venezuela y logró calificar para los Premios Oscar de la Academia.

En el 2006 se radicó en Estados Unidos y emprendió su carrera literaria. Su novela debut: La Estrella de David, fue doblemente laureada con los prestigiosos

International Latino Book Awards –galardones que se entregan a las mejores novelas hispanas del año en los Estados Unidos– y fue suficiente para que Las Naciones Unidas solicitara el aporte de Daniel, en la búsqueda de soluciones creativas ante la crisis que

atraviesa el planeta debido al recalentamiento global.

Para interactuar con Daniel DC, visite su página Web: www.de-cordova.com

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Primer cartel publicitario del cinematógrafo Lumiére.Henri Brispot (1896)

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felixon (Félix Jaime Cortés)

Imaginaos una tarde de invierno, allá por 1977 o 1978 (Dios mío, ¡tanto!), de esas en que uno no sabe muy bien qué hacer, si coger un libro o un tebeo y tumbarse indolentemente en el sofá a leerlo, o tumbarse indolentemente en el sofá, a tragarse lo que tuvieran a bien emitir las únicas dos cadenas de televi-

sión de las que disfrutábamos por aquel entonces. La pereza (no tenía ganas de andar rebuscando en la librería) me empujó a la segunda opción. Encendí el televisor antes de tumbarme (el mando a distancia todavía resultaba impensable). En ese momento comenzaba la película de La clave, un fantástico programa que primero emitía una película y después se zambullía en un animado debate.

Creo que en esa tarde empezó todo. Emitieron la película Fahrenheit 451, de Truffaut, magnífica adaptación de una novela de Ray Bradbury. Por aquel entonces, con dieciséis o diecisiete añitos, yo sabía perfectamente quiénes eran Batman, Superman, la familia Ulises, Rompetechos o el hombre enmascarado, pero no tenía ni la más re-mota idea de quiénes eran ni Ray Bradbury ni, por supuesto, Truffaut. Aquella película marcó un antes y un después en mi conciencia. En ella se narraba precisamente, con la perfecta simbiosis entre un gran escritor y un no menos gran cineasta, la pasión por los libros. En una sociedad futura delirante y distópica, los bomberos se dedican a quemar libros en vez de apagar incendios. Una de las protagonistas, poseedora de una gran biblioteca, prefiere autoinmolarse con ella antes que permitir que sea incendiada. En la escena final, los hombres-libro pasean por el bosque, aprendiendo de memoria, para que no se perdieran, obras inmortales de la literatura. Montag, el bombero arrepenti-do magistralmente interpretado por Oscar Werner, camina junto a ellos, memorizan-do Cuentos de misterio, de Poe. ¿Cabe mayor homenaje a la pasión por la literatura?

¿Libro o película?

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Cuando terminé de ver la película, miré el reloj. Todavía quedaba tiempo. Salí corrien-do. Me compré el libro, y lo leí aquella misma noche, sin poder dejarlo hasta el final. No logra-ba dormir. El libro era mejor, si cabe, que la película. La historia que nos cuenta Ray Bradbury supuso un aldabonazo para mi conciencia. Aquel día y su co-rrespondiente noche comenzó mi pasión por los libros y por las buenas películas, estimulada en innumerables ocasiones los unos por las otras, y viceversa.

Había tomado contacto por primera vez, y es algo que no suele producirse muy a menudo, con una adaptación al cine tan perfecta de una obra literaria, que tanto la película como el libro merecen la pena de ser devorados con auténtico placer. Es uno de los pocos casos, y de eso precisamente me gustaría hablar. De los casos en los que la adaptación cinematográfica de una obra literaria es tan digna como ella, y de las pocas, extrañísimas ocasiones, en las que incluso la supera.

En el primer apartado, y por seguir hablando de películas cuya temática principal se refiere a la pasión por los libros, tengo que mencionar la adaptación de 84 Charing Cross Road, un libro de pocas páginas de Helene Hanff cuya versión cinematográfica, de 1987, se tituló en España La carta final. Que nadie espere tramas amoro-sas entre Anne Bancroft y un joven Anthony Hopkins, o al menos situaciones amorosas al uso. Que nadie espe-re accidentes, truculencias o efectos especiales. Tanto la película como el libro se limitan a relatar la relación epistolar que se estableció en 1949 entre una escritora americana, Helene Hanff, y Frank Doel, el encargado de la librería Marks and Co, situada en el número 84 de la calle Charing Cross Road, en Londres.

Helene Hanff, una excéntrica a la que le encan-taban los libros bien impresos, envía una carta a la dirección del título, en busca de ediciones imposibles de encontrar en Nueva York. Las cartas de petición y respuesta entre la mujer y el librero, Frank Doel, cargadas de ironía y buena filosofía, cruzan el Atlántico a lo largo de casi toda una vida, estableciéndose entre ellos una relación cordial en la que impera la pasión por la buena literatura.

Al parecer, cuando se publicó el libro pasó desapercibido, pero desde los años setenta comenzó a convertirse en obra de culto para todo aquel que ama la buena literatura. En esta ocasión me ocurrió lo mismo que con Fahrenheit 451, pero al revés. Primero leí el libro, y en cuanto me enteré de que existía una película, me lancé a buscarla. Me gustó tanto como el libro. Como curiosidad, y algún aficionado al cine lo

Programa de debate La Clave.Conducido por José Luis Balbín

¿Libro o película?

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habrá adivinado cuando he mencionado el nom-bre de Anne Bancroft, comentar que se trata de una producción de Brooks Film, lo que demuestra que cuando el amigo Mel Brooks se pone serio, es capaz de conseguir joyitas como esta.

Tengo que hacer mención también en este artículo a la simbiosis formada por la para mi gusto mejor novela de todos los tiempos, y su adaptación cinematográfica. Me refiero a El nombre de la rosa, de Umberto Eco, que fue lleva-da a la pantalla en 1986 por Jean- Jacques Annaud.

Si bien la película es incapaz de abarcar el tremendo universo de conocimiento histórico y filosofía que se encierra en el libro (para ello hu-biera hecho falta una serie de muchos capítulos), transmite con la maestría que suele desplegar el director francés en sus producciones la tensión y el interés de la trama central. Un siempre impecable Sean Connery en el papel de Guillermo de Baskerville, y su ayudante, el joven Adso de Melk, interpretado por Christian Slater, se enfrentan con sabiduría y lógica moderna para la época de os-curantismo en la que se desarrolla la trama, al misterio encerrado en esa imponente abadía benedictina tan magníficamente recreada en la película. La visión de los incuna-bles y de la surrealista biblioteca hacen las delicias de todo buen amante de los libros.

Siguiendo con películas basadas en obras literarias relacionadas con los libros, no me queda más remedio que hablar de una que me marcó cuando la vi, en una sala medio vacía situada en la Cuesta de San Vicente, creo recordar que perteneciente a la Filmoteca Nacional. Se trata de Manuscrito encontrado en Zaragoza, una película po-laca en blanco y negro que narra el fascinante universo de relatos del libro del mismo nombre escrito por Jan Potocki.

Primero me encantó la película, con las andanzas por Sierra Morena del capi-tán napoleónico Alfonso Van Vorden, al que la guerra parece importarle un pimiento, que queda fascinado cuando descubre en una casa de pueblo, en plena retirada de su ejército, un gran libro repleto de conjuros y referencias a la Cábala, la Torah y el Corán. Hasta tal punto se sumerge en la lectura del manuscrito, que ni siquiera huye cuando un grupo de españoles entra en la casa. Uno de ellos, al ver el libro, echa a los demás y se suma a la lectura.

Los relatos, las pesadillas, la magia y el gusto por lo oculto se dan cita para deleitarnos durante las más de tres horas que dura la película. Sueños dentro de sueños, historias truculentas de bandoleros, gitanos y moriscos que son contadas cada vez que se presenta la ocasión, palacios de noche que se convierten en esta-blos al amanecer, ahorcados que abandonan a su anto-jo el cadalso... Resulta imposible describir con palabras la fascinación que produce esta película sobre quien la contempla. Ni que decir tiene que a los pocos días com-pré el libro, en una edición agotada hoy en día de Maeva que conservo como oro en paño. Resultando bastante

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más completo, con más historias y mayor conte-nido cabalístico, llegué a la conclusión sin embar-go de que la película era tan digna como la obra literaria en la que se había basado.

Voy a mencionar por último algunas pelí-culas que, bajo mi punto de mi vista, superan con creces el original literario. Se trata de una circuns-tancia bastante singular, pero que se ha dado en muchas ocasiones. Por limitaciones de tiempo y espacio he elegido estas cuatro, pero seguro que a vosotros se os ocurren bastantes más:

Zorba el griego, dirigida por Michael Cacoyannis en 1964 y protagonizada por un in-menso Anthony Quinn en el papel de Zorba, y por Alan Bates, que desde aquel momento se convirtió en uno de mis actores preferidos, en el papel de Basil. La película refleja perfectamente el planteamiento vital del gran Zorba, cuya vál-vula de escape la constituye la danza, algo que acaba asimilando al final el insulso Basil, y que no encontré en el libro de Nikos Kazantzakis Alexis Zorba. Si alguno puede observar bailar el sirtaki a Zorba sin que se le ponga la carne de gallina, que me lo diga.

Soylent Green, titulada en España Cuando el destino nos alcance, dirigida por Richard Fleischer en 1974 y protagonizada por Charlton Heston y Edward G. Robinson en su úl-timo papel. En un futuro no muy lejano (2022, de hecho), en una sociedad en la que las manifes-taciones se disuelven con bulldozers, la humani-dad se ha multiplicado hasta tal punto que ya casi no queda alimento. Tiene dos escenas memora-bles, cuando Sol, el personaje interpretado por Edward G. Robinson, llora al recibir de Charlton Heston un pedazo de buey que ha requisado de la casa de un rico. La otra escena, que me emocio-na cada vez que la recuerdo, se produce cuando Sol, que ha descubierto la terrible verdad (y que por supuesto no os voy a revelar, para motivaros a verla), decide quitarse de en medio y se va al “asilo”, un lugar en el que las personas mayores reciben una inyección letal mientras observan imágenes del pasado. Charlton Heston se cuela en la sala en la que está muriendo Sol. Cuando ve

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las imágenes y escucha la música de Beethoven, no puede creer que en alguna ocasión haya po-dido existir un planeta tan bello. La película está basada en la novela ¡Hagan sitio, hagan sitio!, de Harry Harrison, publicada en su día por la presti-giosa editorial Acervo.

Blade Runner, para muchos la mejor pe-lícula de todos los tiempos, basada en una nove-la corta o un relato largo, como se prefiera, del hermético y siempre interesante Philip K. Dick, titulado ¿Sueñan los androides con ovejas eléctri-cas? Sin llegar a la grandeza de Blade Runner, po-dríamos nombrar también Minority Report como una adaptación bastante mejor que el relato en que se basa, del mismo autor, titulado El informe de la minoría. Una consecuencia de la naturaleza del escritor, que tenía muy buenas ideas iniciales que después empeoraba con un estilo bastante farragoso.

Por último, El hombre que pudo reinar, dirigida por John Huston en 1975. Una auténtica obra maestra del séptimo arte, basada en una obra menor de Rudyard Kipling en la que por cierto aparece el propio escritor. Las magní-ficas interpretaciones de Sean Connery y James Caine, como los dos aventureros ingleses que recorren latitudes hasta el momento inexplora-das, constituyen todo un placer para los sentidos. John Huston consiguió arrancarse con creces con esta película la espina que se había clavado per-petrando la plomiza adaptación que había hecho de Moby Dick en 1956.

Tengo que comunicaros que todas estas películas, y los correspondientes libros en los que se basan, son de obligada visión y lectura, en el orden que se prefiera, y que no me hago en ab-soluto responsable de los crujidos que puedan provocar en vuestras almas joyas como las que he nombrado en este artículo. Un cordial abrazo a todos, y a disfrutar.

Félix Jaime Cortés (felixon)

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felixon (Félix Jaime Cortés)

reo que la vimos en el cine allá por 1995 o 1996. Nos impactó profunda-mente, pero hubo una escena que ninguno entendió. En los clásicos deba-tes que se establecen tras ver una película, sobre todo cuando es buena, quedó claro que la escena resultaba extraña. Un niño, el hijo de la prota-

gonista, subía al desván de la casa del escritor al que habían visitado en Inglaterra, se detenía frente a un armario ropero de gran tamaño, lo abría, separaba los abrigos polvorientos y amontonados, y empujaba el fondo de madera, llevándose una gran decepción al comprobar que no se movía. Cada espectador le daba a esa escena su particular interpretación, a cual más delirante.

Era lógico. Por aquel entonces, ninguno conocíamos a Narnia, ni a la bruja Blanca, ni al león Aslan ni, por supuesto, al príncipe Caspian, que vendrían como un aluvión bastantes años después, casi con la misma fuerza que Harry Potter o Frodo, a llenar los cines de adolescentes, y las estanterías de libros de tapa dura y lomos de co-lores. Ya lo habéis adivinado. La película es Tierras de penumbra, dirigida por Richard Attenborough en 1993, con el gran Anthony Hopkins interpretando el papel de C.S. Lewis, y la no menos grande Debra Winger como Joy Gresham.

Hay quien dice que se trata de la obra cumbre de Attenborough, y no seré yo quien lo niegue, porque lo cierto es que es magnífica. El director fue capaz de reflejar perfectamente el enfrentamiento entre la rígida educación del círculo de profesores de Oxford al que pertenecía Lewis, y el desenfado de la sociedad americana representada por la Gresham. En este sentido, es memorable la escena en la que la

Ciertas relaciones entre grandes escritores y la gran pantalla

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mujer le baja los humos a un encopetado y pretencioso personaje, amigo de Lewis, que piensa que las mujeres, y sobre todo las americanas, son un profundo pozo de incultura.

Toda la película es interesante. La discreta historia de amor que surge entre la americana y el escritor, sin histrionismos ni falsos sentimentalismos, es llevada con gran maestría a través de diferentes encuentros, de paseos por la campiña inglesa, y de fascinantes debates con los miembros del círculo de profesores. Se trata la terrible enfermedad de Gresham sin dramas gratuitos, y con una alta dosis de serenidad y madurez, que consigue darle más valor al emotivo abrazo final entre el escritor y su hijo. Las referencias literarias son infinitas. Lewis, aparte de escribir Narnia, posiblemente instigado o inspirado por su amigo Tolkien, que también aparece en la película,

era un gran medievalista y pensador de la fe cristiana, que había perdido en su juventud y recuperado en su madurez. En este sentido, las palabras que pronuncia en la película son dignas de tener en cuenta. Puede decirse que Tierras de penumbra es una de las mejores biografías que se hayan llevado jamás al cine.

Una biografía bastante extraña

Si bien no tan conocido, quisiera mencionar en este artículo un curioso título, Kafka, la verdad oculta, dedicado, como su propio nombre indica, al insigne escritor checo. La película fue dirigida por Steven Soderbergh en 1991 y protagonizada por Jeremy Irons.

Que nadie pretenda contemplar una biografía al uso de un autor literario, porque no lo es. El extraño ejercicio de Soderbergh nos sumerge de lleno en la posible fuente de inspiración del escritor, en sus más íntimos delirios, ensoñaciones y pesadillas, que desembocarían posteriormente en una obra literaria inmortal. No se narra la vida de Kafka, ni anécdotas reales, ni episodios temporales concretos. La película es un trhiller en el que Kafka se ve involucrado sin quererlo, con mayor implicación a medida que transcurre el

metraje. La muerte de su amigo Raban constituye el detonante de ese viaje al universo literario del

Monumento a Kafka (Praga)Foto de José Luis Jaime Cortés.

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Ciertas relaciones entre grandes escritores y la gran pantalla

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escritor. Las imágenes en blanco y negro de una Praga oscura y delirante recuerdan los paisajes de las películas existencialistas alemanas. Sombras alargadas, adoquines en el suelo, oscuridad, niebla y nervios en los personajes. El omnipresente castillo, en la parte alta de la ciudad, que parece presidir las vidas de los que evolucionan abajo como insectos que no saben hacia dónde se dirigen. Es precisamente en el momento en que Kafka entra en ese castillo de pesadilla, cuando surge el color, y los sueños se hacen más reales.

Un buen título, en el que quiero destacar como anécdota el trabajo de Joel Grey, el inmortal maestro de ceremonias de la película Cabaret, en el papel de un infatigable y acosador jefe de sección que le hace la vida imposible a nuestro prota-gonista. El odio que sentía el escritor hacia la burocracia en general, y a su trabajo de funcionario en particular, se refleja muy bien en esa inmensa oficina siniestra en la que se malgastan los días y las conciencias de quienes la integran.

El príncipe infeliz

Wilde sí que constituye una biografía al uso del escritor irlandés, repleta de anécdotas y de episodios singulares de su vida y sus circunstancias, pero magistral-mente llevada a la gran pantalla. Fue dirigida en 1997 por Brian Gilbert y protagoni-zada por Stephen Fry, convertido por obra y gracia de su buen hacer, y porque no he visto jamás una sola película suya que me decepcio-ne, en uno de mis actores de referencia.

La película refleja la vida del famoso escritor desde su matrimonio y paternidad hasta el desgraciado episodio que le llevó a enfrentarse con la rancia justicia británica de la época por sus tendencias homosexuales. Empujado a los tribunales por su tormentosa relación con el absorbente y egocéntrico sir Alfred Douglas “Bosie” (inmejorable interpretación de Jude Law), Wilde cambia sus fascinantes trajes (gloriosa la escena en la que se mezcla, con su traje rosa, con un grupo de magistrados vestidos de negro) por el uniforme carcelario.

Las referencias a su genio creativo son escasas si las comparamos con el tiempo dedicado en la película a sus relaciones homosexuales. A veces da la impresión de que al director le interesaba más escandalizar (la película contiene episodios sexuales de alto voltaje entre dos hombres), que mostrar la facilidad de palabra y el ingenio del insigne escritor. Escasas, pero muy interesantes, sobre todo las referidas a los estrenos teatrales de sus obras El abanico de lady Windermere y La importancia de llamarse Ernesto. Un título que debe ser revisado para todo aquel amante de un escritor adelantado a su tiempo, habitante en un mundo victoriano y obsoleto que no le correspondía.

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Una tormentosa creatividad

Sylvia es otro título muy recomendable para to-dos los que se hayan sumergido en la fascinante literatu-ra de Sylvia Plath, poeta y novelista estadounidense que se suicidó en 1963. Fue dirigida en 2003 por Christine Jeffs, e interpretada por Gwyneth Paltrow en la que sin duda constituye una de las mejores interpretaciones de toda su carrera. La película refleja a la perfección las in-quietudes literarias de Sylvia y su tormentosa vida junto al poeta inglés Ted Hughes (Daniel Craig), con quien se casó en 1956. La inestable personalidad de la escritora, atacada de tanto en tanto por unos celos enfermizos que posiblemente empujaran a su marido a engañarla finalmente con la poetisa Assia Wevill, conduce pro-gresivamente al desenlace final, en el que tras un úl-timo encuentro amoroso con el poeta, Sylvia decide

quitarse la vida abriendo la espita de gas de su vivienda, no sin antes proteger la habitación en la que duermen sus hijos. La desasosegante música contribuye a realzar la brumosa estancia de una americana en una Inglaterra a la que no debió adaptarse del todo bien. Buenas referencias a la creación literaria, con esas musas que aparecen y desaparecen cuando les da la real gana. En el caso de Sylvia, re-sulta curiosa esa sequía creadora que la empuja a cocinar compulsivamente y a llenar la mesa de pasteles. Una película a tener en cuenta.

El amigo del pueblo

Quiero mencionar por último, como su propio nombre indica, la reciente pe-lícula La última estación. Fue dirigida en 2009 por Michael Hoffman, e interpretada por Christopher Plummer en el papel de Tolstoi, James McAvoy (el de Expiación; una gran promesa cinematográfica), Paul Giamatti, otro de mis actores fetiche, y una in-conmensurable Hellen Mirren en el papel de Sofya, la esposa del escritor. Si bien la innegable protagonista de la película es su esposa, se consigue transmitir, aunque solo sea de refilón, gran parte de la filosofía existencial del inmortal escritor.

León Tolstoi es un autor consagrado. Sus obras Guerra y Paz y Ana Karenina forman parte de la iconografía del pueblo ruso. El hombre vive en una casa de campo, junto a su mujer y una de sus hijas. A unos kilómetros del lugar se ha establecido una especie de comuna que sigue a rajatabla las consignas del escritor en lo que se refiere a las relaciones humanas, el contacto con la naturaleza, y la idea de la distribución de la riqueza entre los humildes. A esa comunidad llega Bulgakov (James McAvoy), en parte como discípulo aventajado del escritor, y en parte como submarino del persona-je interpretado por Giamatti, una especie de ultraortodoxo tolstoiano, más tolstoiano que el mismo Tolstoi («Yo no soy tan tolstoiano como tú», dice Tolstoi en una ocasión). Ya desde el primer encuentro con Tolstoi, en el que Bulgakov no puede reprimir sus

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lágrimas cuando el escritor se interesa por diversos aspectos de su vida («Usted es grande y yo no soy nada, y sin embargo me pregunta por mí», le dice), el joven intuye que Tolstoi está muy por encima de la interpretación que el grupo de Giamatti ha he-cho de sus enseñanzas. Es el caso de su encuentro con el amor, una aberración para Giamatti y una bendición para Tolstoi, por ejemplo.

Bulgakov, Giamatti y Sofya, la esposa de Tolstoi, constituyen un complejo en-tramado de relaciones entre sí y con el escritor, expuesto en la tensión creada alrede-dor de quién será el depositario de los derechos de autor de las obras de Tolstoi, ¿su familia o el pueblo? Esa tensión se resuelve magníficamente en la última parte de la película, cuando Tolstoi se retira a la recóndita estación de ferrocarril de Astapovo, y se instala en la casa del jefe de estación. La última estación, como indica el título del film. Al final, la esposa regresa a casa. Su mirada se posa en la gente que permanece cons-ternada en la estación tras la muerte de su ídolo, y es entonces cuando se da cuenta de que ese pueblo veneraba a su marido, y de que realmente es un digno destinatario de su legado literario.

El cine no solo ha divulgado las obras literarias en sí mismas. También ha sido capaz de recrear, con mayor o menor fidelidad, la realidad biográfica (lo cual, tratándose de cine, carece de la menor importancia), la vida de seres huma-nos que viven, sufren, ríen, lloran, y además, escriben. Porque en algunas ocasiones, la peripecia vital de un escritor resulta tan atrayente, o incluso más, que sus propias creaciones literarias.

Félix Jaime Cortés (felixon)

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lgv (Nicolás Lasaïgues)

El cine y la literatura, juntos o separados, son un tema peculiar en nuestra Buenos Aires rioplatense: sus habitantes por naturaleza no suelen leer sus libros o mirar sus películas, pero sí los critican. No compran autores nacio-nales (ver más adelante), sino que leen la revista de farándula y chimentos.

Vayamos por partes.

El Cine en Argentina

El cine argentino peca, a mi parecer, de ser demasiado cotidiano. Quiero decir con esto que uno va al cine a ver la vida de alguien que le interesa o que quisiera ser, pero ver la historia del vecino no es tan atrapante. Por algo Nueve reinas (2000) tuvo su merecido éxito y le devolvió al cine nacional un poco de au-toestima. Pero el patriotismo argentino se despierta en momentos extraños, y a la hora de elegir un film para enviar a competir a la gran ceremonia de los Oscar... se eligió Felicidades, una película que seguramente la mayoría no recuerda. Lo mismo había pasado un año antes, cuando se dejó de lado filmes de la talla de

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Garage Olimpo o El mismo amor, la misma lluvia, por una animación conocida únicamente en el ámbito local, como es Manuelita.

Esto no quiere decir que en el país no se produzcan películas buenas. Hay muchos, muchísimos ejemplos de excelentes filmes que por algún motivo no tuvieron (o no se les dio) el lugar que se merecen: Secretos compartidos (1998), Diarios de motocicleta (2003), Tiempo de valientes (2005) o La antena (2007), por solo nombrar algunos.

Para que tengan una idea: en 2010 se estrenaron setenta y tres filmes argentinos. Sí, leyeron bien: es un siete seguido de un tres. De todas esas pelícu-las, pocas llegaron al circuito comercial que se merecen.

La Literatura en Argentina En cuanto a la literatura, la cosa se pone más espesa. Buscando en una de las librerías más grandes del país me encuentro con la lista de los best sellers locales: co-menzamos con el detallista (además de semiólogo) Umberto Eco, después la novela en que está basada la última película de Julia Roberts; el tercer puesto corresponde a un diccionario escolar –supongo que hubo muchas materias que terminaron en diciem-bre/marzo–, seguido por el libro de Ricky Martin y el horóscopo de Ludovica Squirru. En el sexto puesto están las historietas de Gaturro, y después una novela del ganador del premio Nobel 2010, Vargas Llosa. Para cerrar el listado encontramos Sunset Park y nuevamente a Gaturro. Menos del 50 % de la lista son obras literarias, y ninguna de ellas pertenece a un autor nacional.

El mundo editorial actual parece encontrarse entre la espada y la pared: no hay lugar para autores noveles salvo que vengan de la mano de periodistas o personajes del espectáculo. Dicho de otra manera: personajes ya conocidos en otros ámbitos.

Detalle de un muralde la

Feria del Libro en

Buenos Aires (2010)

Foto de Esther.

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Bastardos sin gloria (en Buenos Aires)

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Todo junto se escribe separado

La yuxtaposición del cine y la literatura es, obviamente, escasa hasta el momento; pero no por eso faltan ejemplos: todas las versiones de Martín Fierro según el poema de José Hernández, La Patagonia rebelde (1974), film derivado del libro Los vengadores de la Patagonia trágica, escrito por Osvaldo Bayer, o La tregua (1974), basada en una novela de Mario Benedetti; entre muchas otras. Quizás las más notorias duplas de estas dos artes se dieron con El secreto de sus ojos, adaptación de la primera novela de Eduardo Sacheri, La pregunta de sus ojos; y El Santo de la Espada, basada en la novela de Ricardo Rojas.

Historias por contar sobran. Quizás la que más resuena en la cabeza de muchos es la excelente El Eternauta del desaparecido Héctor Oesterheld y dibu-jada por Francisco Solano López, donde una nevada mortal es la antesala de una invasión extraterrestre. Cabe destacar por qué el monstruo hollywoodense no se ha apoderado aún de esta historia, y es que existen limitaciones contractuales: la película se tiene que filmar en Buenos Aires, hablada en castellano, y la huma-nidad tiene que perder la batalla (un punto que no queda explícito en la primera entrega de la historieta).

Ya sé lo que muchos se estarán preguntando: ¿este hombre está com-parando una historieta con un libro? La respuesta es no, pero (siempre hay un “pero”) la denominada novela gráfica puede tomarse como un paso intermedio entre el libro y el celuloide. Sé que esta declaración merece que me explaye en cientos de palabras que, seguramente, darán lugar a la controversia y a la discu-sión; pero el espacio en este artículo es limitado. Si los editores nos dan permiso, prometo que trataremos este tema la próxima.

Bastardos sin gloria (en Buenos Aires)

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Quedan cosas por hacer

Cómo o qué va a pasar, este humilde escritor no lo sabe. Pero en un país donde las salas de cine cie-rran para convertirse en centros monoteístas, la cosa no pinta bien.

¿Es eso lo que nos queda? ¿No hay esperanzas?

Quizás sí. En un mundo mayoritariamente capi-talista nació la herramienta socialista más gran-de que jamás haya existido: Internet. La gran red de redes permite a cualquiera, mediante simples herramientas, mostrar su trabajo al mundo ente-ro, y Blogger, Wordpress, Youtube o Vimeo son algunos ejemplos. El sistema de “boca en boca” vuelve a estar en boga y aquellos con talento es-tán surgiendo de esta nueva cuna. Un caso que se me viene a la mente es la historia de Nacho

Vigalondo, quien después de haber sido nominado a los premios de la Academia por su cortometraje 7:35 de la mañana (2003) alcanzó la fama necesaria para filmar su ópera prima Los Cronocrímenes (2007).

Hace algunas décadas, el artista debía pasar por varios filtros —no me refiero a las dictaduras, y ese es otro tema que podremos discutir más adelante—; antigua-mente, previo a que un libro o película viera la luz, transitaba por las manos de correc-tores, editores junior, editores senior, responsables varios y vaya uno a saber cuántas personas más.

Hoy uno escribe o filma su ópera prima y, dos segundos después, millones de personas tienen acceso. Pero ahí no termina todo: se puede opinar, compartir, votar, recomendar y hablar con el artista.

Los canales de comunicación crecieron exponencialmente y los filtros han prácticamente desaparecido. Nos vemos abrumados por la cantidad de cosas a las que tenemos acceso y ni hablar de pasarlas por un tamiz para separar aquello que vale la pena de lo que no. Este nuevo orden tiene sus pros y sus contras (como todo, vamos), pero ¿qué medios existen actualmente en los cuales el artista pueda medirse con sus pares, ver sus propias fallas y saber en definitiva si es bueno en lo que hace o no?

Los concursos

En Argentina el cine es el que más abre sus puertas, permitiendo que los nuevos talentos salgan a la luz. Existen localmente más de cincuenta festivales, siendo los más reconocidos El Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, BAFICI o el ultra independiente Buenos Aires Rojo Sangre .

Para las novelas existe la oferta, pero no es tan abundante. Si bien hay muchos certámenes y concursos, la mayoría no tiene el peso necesario para hacer de su autor

Bastardos sin gloria (en Buenos Aires)

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una figura reconocida. Algunos premios que sí pueden otorgar este estatus son el Concurso Premio Emecé de la Editorial Planeta o los Premios Clarín del reconocido Grupo Multimedial.

Recuerden: las posibilidades existen, es el juego el que está cambiando.

Nicolás Lasaïgues (lgv)

Bastardos sin gloria (en Buenos Aires)

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jecobe (Jesús Coronado)

Como buen amante del cine y la literatura siempre me interesó la re-lación existente entre ambos. Podríamos preguntarnos: ¿qué tie-nen en común? O incluso: ¿existe una dependencia entre am-bos? Creo que se puede empezar a contestar estos interrogantes

recurriendo al diccionario de la RAE para aclararnos qué es cine y qué es literatura:

«Cine: Técnica, arte e industria de la cinematografía.

Literatura: Arte que emplea como medio de expresión una lengua».

Si observamos las definiciones, sí tienen algo en común. Ambos son considera-dos “arte”. Ambos son capaces de manifestar visiones personales, reales o fantásticas. Desde el punto de vista de la génesis de la obra como acto creativo, no hay mayores razones para cavar fosos que separen una forma de otra. Un ejemplo paradigmático es La dama de las camelias. Alejandro Dumas (h) escribió la novela impulsado por una cortesana real, de quien él estuvo enamorado. Poco después (1852) escribe una obra de teatro a partir de la novela. Al año siguiente Giussepe Verdi asiste a una repre-sentación y, fascinado por la historia, compone su ópera La Traviata. Luego La dama de las camelias llegó al cine en varias películas, de las cuales quizás la más famosa es Camilla (1936), protagonizada por la mítica Greta Garbo. Novela, obra de teatro, ópe-ra, películas… No es todo. En 1978 la novela es adaptada al ballet por el coreógrafo John Neumeier, con música de Frederic Chopin.

Steven Spielberg, al ser requerido sobre cómo había surgido la idea de E.T. El extraterrestre, responde: «No puedo decir que el E.T. cayera del cielo y me golpeara en la cabeza. Existe un cúmulo de experiencias desde la época en que mi padre me sacó

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de la cama a las dos de la mañana para contemplar una lluvia de meteoritos, cuando tenía seis años. De repente me di cuenta de que el cielo estaba allá arriba y que las estrellas merecían ser estudiadas de cerca. Más tarde vi El mago de Oz y Peter Pan y todas las películas que hicieron Disney, Hitchcock y Kubrick. Leí todas las novelas de Steinbeck y Faulkner. Y todas mis experiencias del colegio, el instituto y la universidad me llevaron finalmente a un lugar del desierto del Sahara, donde estaba rodando En busca del arca perdida. Y entonces algo cayó del cielo y me golpeó en la cabeza. Algo con forma de pequeño ser, redondo y blando, llamado E.T.». Spielberg describe un proceso creativo que muchos escritores reconocerían como propio.

En nuestra mente imaginamos historias a través de imágenes en movimiento. El escritor traduce ese acto interno en palabras, que luego el lector decodificará para crear su propia interpretación de la historia…, también en imágenes en movimiento. En el cine, el director utiliza la misma sustancia que le sirve a la imaginación: esas imá-genes en movimiento. Esta es, posiblemente, la gran diferencia entre literatura y cine desde el punto de vista narrativo.

El cine no inventó la relación entre la palabra escrita, la dicha y la representada; esa relación existe desde los inicios de la literatura. Pero le dio otra dimensión. Aunque el teatro no era un fenómeno de masas sí conseguía llegar a una capa de población más amplia que la que alcanzaba la narrativa escrita. Cuando los hermanos Lumière presen-taron al mundo en 1895 su Cinematógrafo, se firmó la creación de una nueva forma de arte que revolucionaría el mundo y que se convirtió rápidamente en una forma de con-sumo masivo. No se necesitaba saber leer, ni tan siquiera imaginar lo que un libro nos describe, simplemente había que mirar a la pantalla. Por otro lado, el instrumento físico en sí mismo (la película) poseía la misma cualidad del instrumento físico en la literatura (el libro) y que no poseía la representación teatral: era factible de ser trasladado de un punto geográfico a otro sin necesidad de trasladar personas o ser recreado in situ.

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Esta fuerza con la que irrumpe en la socie-dad queda descrita ya en 1916 por Manuel Machado en su artículo La cuestión del cine-matógrafo, en El Liberal, donde dice:

El semidivino secreto del cine es la vida. Lo admirable, lo hermoso, lo terrible, es ver andar, ver luchar, ver vivir a los hombres y las mujeres que no están allí.

Aunque las primeras imágenes pro-yectadas fueron meros retratos de lo co-tidiano, la posibilidad de plasmar historias era infinita, y qué mejor modo de hacerlo que adaptando los libros más conocidos. De ahí que ya en 1900 Georges Méliès se inspirara en Las Mil y una Noches y realizara una primera versión llevada al cine. Luego vendrían las adaptaciones de obras clásicas como La Ilíada o La Odisea, que inspiraron varias películas; en 1905, Georges Méliès realizó L’ille de Calypso; G. Pastrone en 1911 La cadutta di Troia, y así podríamos enu-merar cientos de obras clásicas que, primero en el cine mudo y después en el sonoro, han sido llevadas al cine y siguen siendo llevadas en la actualidad.

Cómo se adaptan y llevan al cine es harina de otro costal. La capacidad de un libro para detallar el perfil de un personaje, las situaciones en las que se mueve y sus sentimientos, es infinitamente mayor y compleja, aportando una serie de matices que es prácticamente imposible trasladar a una película, más que por no poder expresar-los a través de imágenes por el tiempo que se requeriría tal que el público fuera capaz de captarlos. Miguel Delibes en un artículo al respecto dijo:

Adaptar al cine, convertir en una película de extensión normal una novela de paginación normal, obliga inevitablemente a sintetizar, pues la imagen es incapaz de absorber la riqueza de la vida y matices que el narrador ha puesto en su libro.

Esto nos lleva a entender por qué desde los inicios de la industria del cine los estudios cinematográficos solicitaron la colaboración de grandes escritores para escribir sus guiones o colaborar en la creación de los mismos. Ya en 1914 Gabriele D’Annunzio escribió el argumento de Cabiria en la que había suficientes alicientes a plasmar en imágenes para satisfacción de los espectadores. Hoy en día sigue siendo habitual esta práctica e infinidad de escri-tores famosos han escrito para el cine, in-cluso los premios Nobel William Faulkner y Gabriel García Márquez.

Y como reflexión final, intentando contestar a la segunda pregunta que hacía al principio, la dependencia del cine con la literatura, considero que toda película se basa en un guion, que puede ser una adaptación de un libro o no, pero lo que realmente habría que preguntarse es si se puede considerar al guion una obra literaria.

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Esta pregunta ha suscitado controversias a lo largo de muchos años. En realidad existen diversos tipos de guiones, siendo el llamado “guion literario” el que aquí nos impor-ta. Este guion carece de precisiones con respecto a planos, posiciones de cámara y otros elementos técnicos, que sí aparecerán en una versión posterior: el “guion de producción”.

El guion literario posee una característica distintiva: es una obra en trán-sito. Su función no es llegar al lector como producto acabado; el guionista no es-cribe para los lectores sino para un equipo técnico, que hará algo con ese guion. Funciona como adaptador de lenguajes; del lenguaje de las palabras al de las imá-genes. Esta característica le otorga, en principio, una cualidad de obra desechable.

Sin embargo, hace ya bastante tiempo que los guiones son publicados en papel a través de editoriales; guiones que dieron paso a películas e incluso aquellos que nunca llega-ron a ser utilizados, con lo cual ese carácter de obra desechable no parece ser hoy tan cierto.

Todo autor novel o que recién ha sido publicado reconocerá rápidamente, como un compañero de ruta, al guionista que se dedica o quiere dedicarse a escribir guiones originales. Muchos viven de otro trabajo. Por ejemplo, como se comentaba antes, ¡viven de la literatura! En España son frecuentes las producciones independien-tes, con pocas personas que asumen el total del trabajo creativo, y así es también frecuente que el director se constituya en guionista.

Los guionistas sufren rechazo tras rechazo por parte de las productoras, la ma-yoría de los guiones no son aceptados (incluso no leídos), y en algunos países es prác-ticamente imposible acercarse a un productor si no es a través de un agente represen-tante. Los guiones que llegan a una productora son sometidos a análisis en diferentes niveles (en el que no falta el criterio empresarial) por parte de lectores profesionales, y pueden darse entre guionista y lector las mismas ácidas relaciones que se dan en el campo literario (aún más en el caso de rechazos…). Y si tiene la suerte de que la pro-ductora acepte su guion, ha de dar por hecho que será revisado y modificado, con toda seguridad varias veces. Sobre todo si se trata de un guionista novel como se ha indicado, pues posiblemente tienda a escribir escenas cargadas de diálogos donde la acción no fluye, equiparándose más al desarrollo de una novela que al de un guion que requiere de un dinamismo visual importante para que la trama y acción no se vean afectadas.

Billy Wilder, en Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses) retrata las rela-ciones entre un guionista sin trabajo y la industria del cine en Hollywood; el personaje, con mucho humor negro, en uno de sus diálogos dice: «El último guion que escribí iba sobre inmigrantes de Oklahoma durante el Dust Bowl. Nunca lo habrías sabido por-que, cuando llegó a la pantalla, toda la historia se desarrollaba en un torpedero».

La escritura de guiones posee elementos que le son propios, pero también otros que son comunes a cualquier obra literaria, pues tanto en novelas como en películas exis-ten diversos tipos de narrador, tramas y sub-tramas, psicología a desarrollar de los per-sonajes, desarrollo de historias en un eje temporal, así como una poética y una estética.

Todo un abanico de puntos comunes que nos puede llevar a considerar que el guion sí es una obra literaria después de todo.

Jesús Coronado (jecobe)Aprendiz de poeta al que solo inspira una rosa azul... y su dueña.

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pepsi

Mis familias son tan efímeras que amo rápido y fuerte, pero yo no puedo enamorarme. Pienso en las posibilidades que tengo de en-contrar el amor de mi vida viviendo en un pueblo pequeño, des-

humanizado y ruidoso, y con mis limitaciones para viajar, y eso me impide disfrutar de los breves noviazgos que practico (no desecho el factor casualidad). A veces me dan ganas de venderlo todo y huir, de noche. Durante años he ido llenando un mapa con post-it marcando itinerarios que sin duda me conduci-rían a la mujer de mis desvelos. El insomnio me lo produce ese temblor,

que en ocasiones llego a confundir con mi corazón. Pero siempre pasa.

Y fueron las chinchetas las que me trajeron la felicidad absoluta. Nunca he sido muy afecto a nada metálico, sufro problemas de corrosión constantes, lógico, el salitre y la vegetación de mi casa me han supuesto un gasto en electrodomésticos realmente abusivo. Por eso trabajo como un burro mis catorce horas diarias, repartidas en dos empleos diferentes. Tampoco abandono así mi sueño de la industria cinematográfica, aunque sea como carpintero. Harrison Ford comenzó de esta forma en el cine. Eso es algo secundario, me digo lo de Ford para motivarme, y también de Sean Connery que me gusta más como actor (pero este cambiaba tanto de profesión que me parece un mareo).

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Amor eterno

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No, yo soy más tranquilo. Y hogareño, me repito y me repito. Familiar. Siempre sonrío al pensar en mi familia, y si no les hago fotos es porque llenaría álbumes. Mi cabeza es el laboratorio digital. No tienen nombres pero sonríen. ¡Cómo no les voy a dar lo que haga falta!

Además del estanque salino y de los helechos, planto en casa calabazas y pimientos, y zanahorias que no nos gustan ni un pimiento. Ralladas con limón, en puré, con crema de queso, pasteles… Ya no sé cómo cocinárselas para que las coman, me tengo que armar de paciencia y dárselas como si fueran bebés; pero son buenísimas, mira que se lo digo: «El betacaroteno de las zanaho-rias ha de ser nuestro abecé; vitaminas, minerales, digestibilidad, protección solar: ¡lo tiene todo, chiquitos!». Bueno, les engaño muchas veces ocultando las zanahorias en tortillitas de camarones —casi siempre solo son tortillas de zanahorias.

No me siento bien sacrificando a esas pobres gambas, pero los míos necesitan yodo de vez en cuando. Más que camarones son quisquillas del Cantábrico, llegan a diario a Madrid. En el muelle de descarga me obsequia con ellas Arturo, el de la báscula. No es que esté de acuerdo en trucar el peso, ni en traficar con animalines, pero mis compañeros de guardia cargan de todo: percebes, besugos, nécoras… y más víctimas que ni imaginar quiero. Solo me llevo un puñado de quisquillas una vez al mes. Cierro los ojos y agradezco no vivir en Japón. Muchos vuelos, los del atún rojo, parten a Tokio. Yo me suelo ofrecer voluntario para las guardias en el hangar de los trastos viejos. Es un lugar muy alejado, tranquilo, donde puedes leer si quieres (a mí me gusta), y desayunar tranquilo. Mi pluriempleo lo desarrollo en ese almacén más vie-jo que los desechos que alberga: guarda del hangar viejo y carpintero de re-

paraciones del hangar viejo, en dos empresas distintas. Si supiera cuál es su número lo pintaría en la despintada puerta, pero es tan viejo que nadie lo recuerda, y todos lo llamamos “el hangar viejo”. El día que lo averigüe pintaré la puerta de azul y es-tarciré el número en rojo. Podría cambiar de trabajo pero tendría que trasladarme a la ciudad, y ni tengo tanto dinero, ni en-contraría una comunidad de vecinos que aceptara mi estilo de vivienda. La insono-rización de nuestra casa (es la más cercana al aeropuerto, fue una ganga y no tengo vecinos) la realizo forrando las paredes con hueveras de cartón que cambio cada cuatro meses, pues se degradan por la acción de los humectado-

res. Comemos muchas tortillas, de zana-horias. Y cuando retiembla la casa,

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los cangrejitos y yo bailamos. Pero de noche, no. Es el momento de la luna, las mareas. Y mi corazón solitario.

Volviendo a las chinchetas… Llegó un momento en que en mi mapa-mundi no se veía ni torta con tanta notita pegada. Como si el mundo se hubiera convertido en un desierto y mi vida se secara igual. ¿Renunciaría a conocer a la mujer perfecta? Me sentía igual que el príncipe de Zamunda, a mi paso un reguero de zanahorias me acompañaba. No, y el regato, regazo de cangrejitos rosados como pétalos de rosas en mis huellas llenan mis ojos marrones de feli-ces monzones azulados. Pero aquel mapa amarillo amenazaba con quemarnos a todos como el sol de la isla Christmas, o comernos como un escuadrón de hormigas ambarinas. Tenía que hacer algo ¡ya!, el noviembre acumulado de tantos noviembres era feliz y duro.

Cuando comencé en el cine, me había preparado durante largos años en lo que más me gusta, gustaba: el cine de terror. Estaban muy en boga las películas sobre animales desalmados como el dragón de Komodo, hormigas devoradoras, abejas mutantes asesinas, tarántulas gigantescas, descendientes de Godzillas varios, invasiones alienígenas, y salpimentadas con el incipiente auge de la preocupación mundial por los desastres nucleares. Los ecologistas locos, y los científicos, más locos, no habían llegado todavía a fastidiarlo todo con sus mezcolanzas de ADN prehistórico con fugas, carreras y gritos, mezclas de ADN infecciosos con fugas, carreras y gritos, y chimichurris de ADN y coronavirus con fugas, carreras y gritos. Y ahí los reyes finales: los chimpancés rabiosos. Y desde ese punto: fugas, carreras y gritos se convertirían en andares vacilantes y macilentos, carreras a trompicones y a pedazos de putrefacción. Una descoordinación o coordinación asíncrona, funciones motoras dañadas, en suma, en cerebros reanimados. ¿Y en qué animal puede acaecer tal hecho? En el hombre: ¡zombies!

Faltaba poco (yo no lo sabía, aún). Mientras, lo que tocaba: la era Tiburón prendió en el espectador el miedo a los animales y las sagas de miedo a los ani-males. Los grandes en primer lugar, después los pequeños e invasivos: ratas, cucarachas. Luego, los exóticos. Ahí es cuando yo entro en escena con una pequeña colonia de cangrejos ro-jos para una película que me pareció el no va más: Cangrejo I, de una saga de espectaculares filmes sobre la invasión española por cangrejos mutantes

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provenientes de un experimento atómico en las islas del Índico (probablemente el protagonista sería Paul Naschy). Todo se quedó en Cangrejo 0, nunca se rodó a pesar del ex-celente guion. La causa: la invasión real del otro cangrejo

rojo, el americano, de los ríos de la Península con la desapa-rición de los cangrejos lugareños. Y no es que eso le importara

a nadie. Qué más les daba comer cangrejos pardos o rojos. Furtivos que se frotaban las manos, pero arroceros que se las llevaban a la cabeza viendo sus plantaciones destrozadas. Y yo, pálido como un espectro, más bien colorado, escarlata, bermejo, grana, púrpura y carmesí. ¿Qué iba a hacer con tantos can-grejos? Pues quererlos.

Los cangrejos viven poco en relación al hombre. Cada cinco noviembres se ha renovado por comple-to mi familia, así me lo tomo. Yo no puedo conver-tirme en cangrejo ni ellos en humanos, no queda otra que amar en tiempo cangrejuno. Y creo que lo hago bien, parecemos veloz e intensamente felices.

Pero vuelvo a las chinchetas… porque mi amor can-grejero me lo daba todo excepto el de una mujer. Una, única. Una única. Que así sé yo que ha de ser, y por eso lo del mapa, ¡leches! Un día me decidí, entré a la papelería, mi habitual suministradora de post-it, lleno de valor y miedo. Me acerqué al mostrador y pedí chinchetas. «Que sea lo que Dios quiera», me santigüé mentalmente. Y Carlos (el dependiente) me lo dijo: «¿Con pintura anticorrosiva, Lucas?».

Las chinchetas verdes, azules, amarillas, moradas, blancas, las chinchetas estridentes, ¡las chinche-

tas sonreían en mi límpido mapa del amor y me chillaban las rutas precisas y preciosas! Un diseño sorprendente, vamos, que me sorprendía porque me sonaba muchísimo. Quizá porque pasé más de cinco familias confeccionán-dolo, no, no. ¡Date! Que yo había visto aquella imagen en el mostrador en el que me surtía de folletos turísticos de los viajes que nunca acometería, para

soñar con mi amor imposible en el hangar sin número. Era la del mapa de vuelos de Iberia. Dejaría el hangar viejo en hangar

viejo y desayunaría en la cafetería frente al control de lle-gadas; las zanahorias para cenar. La idea cruzó como un Airbus de 342 butacas por mis globos castaños: ahí esta-ba ella, bajando la escalerilla, esperando su maleta en la cinta, cruzando las puertas automáticas y con la sonrisa puesta ya detrás del cristal que nos separaba en el ins-

tante de enamorarnos. El abrazo fue inmenso y nuestro amor como soñé. Le pasé el detector, y no por las normas,

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solo por darme el gusto de comprobar que no llevaba metal alguno con ella. La tristeza del óxido no se interpondría entre nosotros. Tenía un amor para siempre, y el eterno de los cangrejos. Gracias a unas chinchetas alegres y a vi-vir tan cerca de Barajas. Sí, pinté la puerta del hangar viejo de azul espuma.

De lo que sucedió dentro a raíz de ese gesto, lo contaré otro noviembre.

Informe de la investigación:

La familia de Lucas es una colonia de cangrejos rojos autóctonos de la isla Navidad (océano Índico). Estos maravillosos seres que habitan en los bosques de esta isla emprenden un viaje al fresco de la noche y al ancestral augur de las lunas de noviembre, cruzando caminos, sembrados, guareciéndose de la solana en los dinteles y ventanas de las casas de sus vecinos humanos —que les ayudan y se unen a esta fiesta del amor, prohibiendo incluso la circulación de automóviles por sus zonas naturales de paso— hasta la playa para amarse a la luz de esa luna y dar vida a sus cangrejitos, que nacidos del mar regresarán al hogar de sus padres: el bosque.

Ace Ventura

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Soy una amante de los libros desde que tuve en mis manos un ejemplar de La dama de Monsoreau, de alejandro Dumas. ¿Cuántos años tenía en aquella época? Unos once o doce, y recuerdo el impacto que causó en mí

el duque de anjou, Chicot, el bufón de la corte… y por supuesto ella, la dama, quien llevó a volar mi imaginación y supe por primera vez cómo era perderme en el reino de la fantasía. Han pasado muchos años desde entonces, y hoy sigo aman-do los libros, y descubriendo autores que siguen haciendo vibrar mis sentidos.

Uno de ellos es Juan Gómez-Jurado, un escritor que empezó muy joven y que sin embargo tiene una pluma que fácilmente se puede codear con los gran-des de la escritura.

En sus novelas, entre la novela negra y la de aventuras, prevalece un ex-celente dominio del idioma y de los temas que trata —siempre actuales—, hasta el punto que es muy difícil lograr separar la fantasía de la realidad.

Juan Gómez-Jurado

por B. Miosi (Blanca Miosi)

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Me ha tocado entrevistar para este número 12 a este autor ya famoso, cuyas obras se venden por millones y son traducidas a muchos idiomas:

—Juan, lo que te voy a preguntar lo debes haber respondido en muchas ocasiones, pero es mi deber hacerlo: ¿Cómo un muchacho tan joven pudo escri-bir una novela como Espía de Dios? Pensé que para ser escritor había que tener cierta experiencia de vida. ¿En qué te inspiraste para recrear la personalidad de los personajes de tu novela?

—No hay una respuesta fácil a eso... Sigo pensando que soy un muchacho joven, aunque cuando escribí Espía de Dios ya llevaba una década trabajando como periodista y era padre, así que algo de experiencia vital tenía. De todas maneras, hoy soy incapaz de releer mis primeras novelas, lo único en lo que pienso es en escribir una mejor que la anterior y me doy cuenta de que cada día aprendo algo distinto que se vuelca en los libros.

—Contrato con Dios, tu siguiente novela, cubre un tema apasionante, am-bientado en el desierto de Jordania, con unos componentes que bien podrían ser-vir para una superproducción cinematográfica. ¿te han hecho alguna propuesta?

—Sí, tenemos un proyecto en marcha que está en fase de preproducción, ahora toca cruzar los dedos y que consigan armar un buen equipo de profesio-nales. Me hace mucha ilusión ver la novela trasladada a la gran pantalla.

—tu tercera novela, El emblema del traidor, merecedora del Vii Premio de Novela Ciudad de torrevieja 2008, también tiene un componente de la época nazi, ¿crees que aún hay mucho que contar de ese período?

—Creo que nunca terminaremos de hablar de la época nazi porque es el momento en que como seres humanos raspamos el fondo del barril, y lo que en-contramos es repugnante. Es necesario y bueno que se sigan ambientando nove-las en esa época para no perder nunca de vista hasta dónde nos pueden llevar los extremismos. Estamos a tan solo un pequeño empujón de repetir esa situación, incluso hoy en día. Llevamos tres años de crisis y aquí en España ya hay voces reclamando a gritos la expulsión de los inmigrantes que roban el trabajo de los españoles. Danos veinte años de crisis como tuvieron los alemanes y verías cómo empezaríamos a pasar magrebíes por las cámaras de gas. tristemente el ser humano es muy predecible.

—¿Cuánto tiempo te toma dar forma mental al tema de una novela?

—Hasta ahora me ha pasado lo mismo con mis cuatro novelas (tres publi-cadas y en la que estoy trabajando). Una noche me viene una idea, un tema que me sacude con un golpe de inspiración y me desvela. a partir del día siguiente me pongo a buscar documentación, proceso que lleva seis o siete meses. Y luego otros diez para escribirla. En esta última estoy tardando más porque es bastante más compleja, al ser una novela histórica ambientada en el siglo xvi.

—¿Crees que una novela con un buen tema pero mal escrita o deficiente-mente escrita puede llegar a publicarse?

—Podría ser que ocurriese, si los editores que leen el primer manuscrito son lo bastante valientes como para coger al autor por las orejas, decirle que es

Juan Gómez-Jurado

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muy mala pero que tiene posibilidades. En nuestro país tenemos un caso muy reciente, de un autor de novelas históricas que en su primer trabajo presentó un manuscrito infumable, de 1200 páginas. Pero alguien vio ahí algo, y acabó siendo uno de los mayores éxitos de los últimos años. No cito el nombre para proteger las fuentes.

—¿Desde qué edad escribes?

—Desde los cinco años, dicen mis padres. Haciéndolo en serio y con consciencia de ello, desde los 16.

—¿Cómo pasas el tiempo libre? Si lo tienes, ¿ qué es lo que más te satisfa-ce hacer aparte de escribir?

—tiempo libre tengo poco porque debo dedicarlo a mis dos hijos. Pero mis aficiones favoritas son el cine, los libros y los cómics, obviamente. Claro que con esas actividades no es como si realmente dejase de trabajar, porque todas ellas te acaban llevando a tus propias historias. La única afición que se aleja un poco de eso es la fotografía, que puedo practicar mucho menos de lo que me gustaría.

—¿te sigue gustando firmar autógrafos?

—Me encanta dedicar libros, y cuanto más manoseados mejor. Sobre todo a los chavales de 15 o 16 años, que es la edad a la que los escritores deciden serlo. Me tomo mi tiempo con cada lector y les suelo dar mi correo electrónico para que me cuenten qué les pareció. Se aprende muchísimo de los comentarios de la gente, y suele ser un intercambio maravilloso.

—La fama tiene un precio, generalmente es la tranquilidad. ¿te molesta que te reconozcan en público?

—No te creas que ocurre mucho, tengo una cara bastante corriente. En las librerías sin embargo sí que me pasa, incluso en las de los aeropuertos. Supongo que la gente no me reconoce si no me ve rodeado de libros, y yo a mí mismo tampoco.

—¿Cuál consideras que es la parte más difícil en la ejecución de una no-vela, el inicio, la trama, los personajes, el final?

—Depende de cada historia. Para mí suele ser el segundo acto, que es normalmente donde más pelotas tienes en el aire y tienes que hacer que circulen a gran velocidad sin que se te caiga ninguna. En el caso concreto de la novela que estoy escribiendo ahora, lo más difícil fue conciliar la documentación con una trama sencilla y directa. Y también dar con el lenguaje adecuado. No me gustan los autores que intentan recrear el lenguaje del xvi cuando escriben sobre aque-llos tiempos. Sería lo mismo que escribir en inglés cuando escribes el diálogo de un personaje nacido en Londres. No tiene sentido. aunque parezca mentira, lo raro es escribir con un lenguaje moderno y directo después de leer decenas de libros del Siglo de oro. Vive Dios que esa parla pégase como las moscas.

Juan Gómez-Jurado

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—Vivimos una época en la que es muy fácil tener acceso a una editorial, por lo tanto existen muchos escritores que desean publicar. te voy a hacer la pregunta del millón: ¿Cuáles crees tú que son los requisitos para llegar a publi-car? ¿Existe alguna fórmula?

—Escribe todos los días, lee todos los días, no dejes de intentarlo y es-pera lo mejor. No hay más. Por desgracia el primer libro que escribimos suele ser una auténtica basura, y te lo digo yo que perpetré tres de esas basuras antes de escribir mi primera novela. Eran malas, malísimas. Pero todas me sirvieron para algo: aprender. Hoy ya no existen, las destruí. No fuera a ser que algún des-aprensivo se las encontrase cuando me muera. Resumiendo, no hay que tener miedo al rechazo, ni entristecernos por las negativas. a todos nos han recha-zado manuscritos al principio, el problema es que muchos autores noveles se frustran pensando que no valen y no siguen intentándolo.

—Y como esta entrevista se publicará en una revista literaria en la que participan muchos aspirantes a escritores, me gustaría que les dieras unos tips, algún secreto, un sortilegio, lo que sea, para que aquellos que desean ver su obra en las vidrieras de las librerías puedan cumplir su sueño.

—Bueno, pero no se lo contéis a nadie. Lo primero es que leas lo que escribes en voz alta. Si te sale algo del estilo «El despertar primoroso del sol encontró a Lucinda tendida en el lecho con sus brillantes ojos abiertos, como dos esmeraldas enterradas en la oscuridad del asfixiante cuarto», tenemos un problema. Y sobre todo procura usar pocos adjetivos, frases más cortas, menos narrativa y más diálogo. Eso siempre es aplicable, hayas publicado o no. Estudia también las novelas de éxito, y entiende qué las hace funcionar. Cómo son sus esquemas narrativos, qué es lo que hace que vibremos con sus historias. No caigas en el victimismo de pensar que novelas como La sombra del Viento o El tiempo entre costuras son fruto del marketing o los intereses editoriales, porque no es cierto. En ninguna de las dos se puso un duro en publicidad y han vendido millones de copias. Y por último, y lo más importante: decide para quién vas a escribir. Si es para tu mamá («Mira mi hijo, qué cosas más bonitas que escribe sobre el espíritu de las golondrinas») o para hacer felices a muchos lectores es-cribiendo las historias que no se han contado nunca.

—No sabes cómo agradezco esta entrevista, Juan, sé que estás pasando por momentos familiares muy difíciles, lo cual demuestra la gran calidad huma-na que posees.

—Lo mismo digo Blanca, un abrazo muy grande para ti y los tuyos, que sé que son momentos duros también.

Muchas gracias por la oportunidad, Juan, eres increíble.

Juan Gómez-Jurado

Blanca Miosi (B. Miosi) Escritora, actualmente tiene un taller de alta costura.

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Escritor y periodista español, nacido en Madrid, en 1977, Juan Gómez-Jurado es un conocido autor de best sellers

cuya primera novela, Espía de Dios, logró situarse entre las más vendidas en el mercado hispano, obteniendo además una gran

repercusión internacional al ser publicada en más de 45 países.

Como per iod ista , ha t rabajado para medios como Canal Plu s , ABC y ac t ua lmente es colaborador habit ua l de La Voz de

Gali c ia , Qué Leer o el New York Book Review.

Además de Espía de Dios , ha publ icado ot ras dos novelas , con el mismo éx ito internaciona l que su pr imer l ibro: Contrato con

Dios (2007) y El emblema del t raidor (2008); ambas novelas con una gran carga de int r iga, suspense y también elementos

rel ig iosos. En 2007 publ icó su ún ico ensayo conocido, La masac re de Virginia Tech.

Entre ot ros premios ha rec ibido ga lardones como el Premio de Bibl iotecas de la Comunidad de Madr id, el concedi-

do a la Mejor Novela de la Internat iona l Thr i l lers Writers A ssociat ion o el V I I Premio Internaciona l de Novela

Ciudad de Torrev ieja en 2008.

Juan Gómez-Jurado

bibliografía:

Otras Voces (alfaguara, 1996), coautorEspía de Dios (Roca Editorial, 2006)Contrato con Dios (El andén, 2007)La Masacre de Virginia Tech: Anatomía de una mente torturada (El andén, 2007)El emblema del traidor (Plaza & Janés, 2008)

http://www.juangomezjurado.com/http://blog.juangomezjurado.com/blog/http://www.facebook.com/juangj

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ALHAZAR durante la presentación de La princesa de jade en Tarragona.

Foto de: X. R. Trigo

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―tu primera novela… ¡y consigues un premio literario tan importante como el Néstor Luján de novela histórica! ¿Cómo se logra una meta así? —trabajando duro y con alegría. Confiando en ti misma y también estando abierta a lo que la vida te depara. antes de escribir mi primera novela escribí mu-chos relatos breves, cuentos para adultos y niños. Ensayé, aprendí y sigo haciéndo-lo cada día. La princesa de jade fue el resultado de mi empeño en seguir avanzando y encontrar la forma de decir aquello que creía importante.

—Poeta, educadora, actriz…, escritora de relatos y ahora novelista. ¿Cuál de ellas fue primero? ¿De qué manera una faceta influye en las otras? —No lo sé, no sé qué fue primero. Es difícil saber si cuando escribí aquel primer cuento a la hora del recreo ya tenía vocación literaria o si la primera vez que me subí a un escenario pensé en la responsabilidad respecto al público, pero me hace feliz conjugar todas estas manifestaciones que me son propias y he escogido. Cada una de ellas me aporta un matiz y juntas dan una dimensión muy especial a mi paleta. En realidad la palabra les es común a todas. Cuando cuento una historia a los niños o recito o pongo en mis labios expresiones ajenas en un escenario o es-cojo aquella que más duele para sacudir al lector o la más dulce para que la utilice como bálsamo.

—Concretamente, pensando en tu dimensión como actriz, ¿de qué forma crees que influyen las artes audiovisuales —la televisión, el cine— en la literatura? —Borges decía que somos lo que vivimos, lo que leemos, lo que nos cuen-tan, lo que soñamos… En la memoria todo se mezcla, también lo que vemos. Sin lugar a dudas la forma de escribir ha cambiado mucho a causa del cine. El lenguaje cinematográfico nos permite hacer elipsis sin que el lector se pierda. No hace falta explicar con detalle escenarios que hace unos años serían difíciles de imaginar, todos tenemos en mente paisajes que jamás hemos pisado y la sola evocación del lugar nos remite a los recuerdos almacenados y a sensaciones que hemos tenido la oportunidad de sentir a través de los personajes de una película, un reportaje, fotografías...

por Elisabet

Coia Valls

Foto de: X. R. Trigo

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Coia Valls

―vayamos a los orígenes. ¿Recuerdas tus primeras lecturas, las que marca-ron tu infancia? ¿tienen su eco en lo que ahora escribes? —Mis primeras lecturas fueron aventuras y biografías. Recuerdo Enid Blyton, Chejov, Jane austen, Emily Brönte… Creo que mi necesidad de explorar todo lo referente al viaje tiene bastante que ver con algunas lecturas, por ejem-plo Marco Polo, Bruce Chatwin, la Odisea, de Homero, la Anábasis, de Jenofonte... también forma parte del viaje la minuciosidad con que construyo mis personajes. Los conozco desde el mismo día que vinieron al mundo, da lo mismo que aparez-can en escena en su juventud o en su vejez, sé de sus gustos, de sus manías, conoz-co su infancia…

―¿Qué escritores admiras o consideras como tus maestros? —Mario Vargas Llosa, Jorge Luis Borges, Claudio Magris, italo Calvino, en-tre muchos otros. De todas maneras, los maestros van cambiando a lo largo del ca-mino, a veces incluso en cada libro que escribes, por una necesidad de renovación, pero también por las exigencias que te planteas. Me interesan los escritores capaces de crear mundos autónomos, que es finalmente lo que nos ofrece un buen libro, un mundo autónomo donde el lector o la lectora pueden quedarse a vivir una temporada.

—Y ahora vamos a La princesa de jade. ¿Cómo se te ocurrió la idea para desarrollar esta novela histórica? —Leí Seda, de alessandro Baricco y Los viajes de Marco Polo. De pronto sen-tí la necesidad de saber más, de conocer el origen de aquella gran aventura que fue descubrir el secreto de la seda. Para ello tuve que ir a la búsqueda del primer viaje y retrocedí hasta el s. vi cuando, según los historiadores, dos monjes nestorianos robaron el secreto a los chinos para introducirlo en el imperio Bizantino. Pensé que era justo lo que necesitaba y, tras documentarme ampliamente, imaginé una forma posible para narrar semejante hazaña.

—¿Cómo das vida y rostro a los personajes que realmente existieron? —Estudiando mucho y acudiendo a distintas fuentes. No siempre es fácil porque en muchas ocasiones las fuentes se contradicen. Entonces hago un esfuer-zo de imaginación y sigo trabajando. Lo más importante es ser honesto y saber que nos movemos en un terreno donde la ficción y la realidad se encuentran. En una novela como La princesa de jade, que trata de una época tan lejana en el tiempo, lo más importante es que el trasfondo sea realmente histórico, después ya puedes inventar cómo transcurre la historia, los personajes…

—¿Y a los inventados? —¡Esos son los mejores! Son ellos los que nos permiten enfocar la vida privada con sus experiencias, sufrimientos, goces… de la clase popular indigna de la gran escena trágica y de la épica heroica. Esos personajes nos permiten enfocar acontecimientos o colorear sucesos que nos interesan por alguna razón.

—a veces, entre escritores o aprendices de escritor, surge un debate muy jugoso: ¿qué es más importante en una novela: la trama, los personajes o el contex-to? ¿Qué opinas? —Yo creo que lo más importante en una novela es la estructura que soportará la trama y que los personajes sean fruto del tiempo narrado y de las características

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que le deben ser propias. Si eso no ocurre, dejas de creértelo y abandonas la lectu-ra. El contexto tiene su peso, claro, pero a mi entender no es determinante, a no ser que se cometan fallos tan evidentes que los lectores dejen de sentirse transpor-tados a un momento histórico determinado.

—tu novela va recorriendo la antigua ruta de la seda, de la que aportas nombres de lugares y descripciones muy interesantes. ¿Has viajado a esos países? Si no es así… ¿cómo hacer verídicas las imágenes de lugares donde jamás has estado? —Sí, mi novela recorre lo que siglos más tarde se denominará la Ruta de la Seda. He estado en la parte occidental. He visitado Estambul, el Bósforo, la Capadocia…, pero de todas formas solo la esencia de la emoción agita la escritura, luego hace falta una documentación y un estudio exhaustivo para reconvertir lo visitado en un escenario vivo del s. vi. Evidentemente mi recuerdo de la Capadocia no se asemeja a la que recreé para la novela, con ciudades subterráneas perfecta-mente diseñadas para vivir. Después de leer mucho al respecto no sabría decirte cuál de los dos referentes es más real en mi memoria. En relación a oriente, no me hubiera ayudado demasiado viajar para cono-cer su forma de vivir, costumbres… En la antigua China se construía con madera, imposible encontrar vestigios. Para hacer verídica esa parte del viaje me dirigí al Museo Guimet de las artes asiáticas, en París. allí encontré elementos de la vida co-tidiana, figuras, adornos… que me ayudaron a recomponer la escena. El paisaje no tuve el placer de olerlo y andarlo. Lo reconstruí a través de imágenes en fotografías y películas. algunas de ellas viven en mi retina a la espera de poder acariciarlas.

—otro aspecto que para mí destaca en la novela es el lirismo de tu prosa. ¿La Coia Valls poetisa asoma por aquí? —Llevo muchos años escribiendo prosa poética. No he querido renunciar a ello, forma parte de mi manera de ver el mundo. Pienso en imágenes y los sentidos siempre participan de ello. Estoy contenta de haber conseguido un tono poético o lírico sin que la tensión narrativa se haya visto comprometida.

—también te vales de un recurso peculiar: el uso del presente en toda la narración. ¿Por qué decidiste emplear este tiempo? —Lo estuve sopesando largamente. En realidad hice pruebas en pasado, pero me decidí por la inmediatez. tenía la sensación de que aportaba frescura y acortaba distancias en esa relación tan difícil que es siempre la que debe surgir entre narrador y lector.

—La princesa de jade está escrita en catalán, tu lengua materna. Pronto saldrá publicada la traducción. ¿Es obra tuya, o la has supervisado? ¿Qué retos o dificultades crees que plantea una traducción? —Sí, en efecto la escribí en mi lengua materna y la he traducido al español. Para traducir hay que ser competente en la lengua de llegada, pero además hay que conocerla a fondo respecto a su melodía, sus expresiones… Eso no siempre se consi-gue con un traducción rígida, en algunos casos hay que versionar, el ritmo es otro. Siendo la autora no tengo problemas a la hora de permitirme licencias que otorguen más calidad a la obra traducida. No es fácil, pero sí estimulante y te obliga a una re-visión en profundidad también de la versión original. Ha sido una gran experiencia.

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—¿tienes previsto seguir escribiendo novela histórica, o cultivar otros géneros? —Sigo escribiendo novelas infantiles y juveniles. De hecho a mediados de marzo sale publicada una en la editorial Barcanova, L’Ombra dels oblidats. Y, sí, seguiré, de momento, con el género histórico y de viajes. Creo que me ha creado adicción y siento que me quedan cosas por decir, lugares a los que retroceder, per-sonajes a los que dar vida y voz.

—¿Qué diferencias encuentras entre escribir relatos breves o micro relatos, y una novela? —La estructura, sin duda. No puedes plantearte una novela sin crear una buena estructura que la sostenga, en un relato breve este trabajo se reduce mucho. otra de las diferencias es la energía, esfuerzo y constancia que requiere una novela. De un micro relato puedes entrar y salir en el tiempo, lo puedes llevar en su totalidad en la mente, lo controlas. Una novela requiere un trabajo conti-nuado, no puedes dejarla y entrar al cabo de un tiempo, has perdido el pulso de la narración, los personajes se te hacen extraños y las informaciones ajenas a la obra. Una novela es una obra de ingeniería.

—ahora vamos a tu faceta como escritora de obras juveniles. Marea de lletres que maregen… ¿Puedes explicarnos brevemente de qué trata esta obra y qué te propusiste con ella? —Este cuento va dirigido a niños, padres y profesores. Habla de la impor-tancia de las letras, de la no arbitrariedad a la hora de escribirlas, de la magia que llevan consigo. Pretende mostrar que leer puede ser divertido y escribir también, que la imaginación es patrimonio de los niños y que los adultos deberíamos rega-larles lo único que necesitan: nuestro tiempo. Es un cuento divertido en el que, de forma indirecta, se profundiza en la consciencia fonológica y la habilidad de los niños en este tipo de aprendizajes.

—¿Qué papel crees que tiene la literatura en la educación de los más jóvenes? —Estoy convencida de que tiene un papel muy importante. Sin ella su ca-pacidad para imaginar, viajar, entender…, se reduce drásticamente. además les ofrece la oportunidad de vivir vidas inimaginables y favorece el respeto mediante el conocimiento de otras realidades distantes en el tiempo o en el espacio.

—¿Cómo se puede fomentar el amor a las letras, ya no solo entre los jóve-nes, sino entre los adultos? —No es tarea fácil, pero creo que como muchas cosas en la vida es más importante lo que haces que lo que dices. Habría que promover espacios y tertulias en los que se pueda hablar de aquello que lees y contagiar el entusiasmo que ello te provoca. Fomentar programas en los que los libros se muestren como fuente de placer, contar con buenos comunicadores que ayuden en este campo. No des-cuidar la lectura en voz alta, estoy segura de que todos gozamos al escuchar una historia bien leída, es un acto de amor leer al otro y ayuda a fortalecer vínculos. Eso debería tenerse en cuenta desde la niñez, en casa y en la escuela.

—El mundo digital invade nuestra vida cotidiana. Y también el mundo li-terario. otro debate interminable crece en torno al futuro de la literatura impresa.

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¿Crees que el libro digital o los soportes multimedia acabarán barriendo del mapa a los libros tradicionales? —Supongo que a la larga no habrá forma de evitarlo, pero no será sencillo. Creo que es absurdo dar la espalda a la tecnología y no aprovechar las ventajas que nos ofrece, pero hay que ser precavidos y saber qué nos ofrece cada modelo de lectura. La era digital ha favorecido la dispersión, la capacidad de concentración ha disminuido considerablemente. Con un libro es más fácil sumergirte en la historia que se nos cuenta que en el soporte multimedia que puede, a su vez, utilizarse para otros menesteres. Es más sencillo olvidarte de tu realidad mientras habitas entre las páginas de un libro.

—¿Qué aconsejarías a los escritores noveles que están empezando y que quieren crecer en el campo literario? —Esfuerzo, constancia, buenas lecturas y buenos maestros.

Muchas gracias por tu tiempo y amabilidad.

Elisabet Licenciada en Filología Inglesa.

Escritora de ensayo y ficción.

Coia Valls (Reus, 1960) es escritora y actriz. También es profesora de Educación Especial y logopeda. Sus cuentos han sido publicados en diversos volúmenes colect ivos

y le han valido numerosos premios. Mantiene en la red el blog El cuaderno naranja.

En el mundo de la l iteratura infant il ha publicado Marea de lletres que ma regen (Barcanova, 2010) y t iene en prensa

la novela juvenil L’Ombra dels obli dats, en la misma editorial. Como actriz ha part icipado en diversas obras: In-sensible,

Pinzellades d’art, RE:CALL. Otra de sus facetas escénicas es la dramatización de textos poét icos. Ha puesto voz a autores como Mercè Rodoreda, Feliu Formosa, Gerard Vergés o Cinta Mulet. Últ imamente ha rodado el f i lm Ventre Blanc, bajo la dirección

del escritor y cineasta Jordi Lara.

La princesa de Jade es su primera novela.

La princesa de jade en catalánLa princesa de jade en español

Video con corto basado en la novela, Los clips de la princesa

Coia Valls

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La venta de libros digitales ha desatado discusiones y enfrentamientos en el mun-do de la literatura.

Veamos primero qué es un libro digital y su lector. El libro digital o e-book es un libro digitalizado; dicho así parece que no aportamos nada, pero si descubriéra-mos que ese libro se puede leer en cualquier medio menos en un soporte de papel, podríamos caminar hacia algo interesante. ¿Y si ese texto se pudiera leer en un aparato destinado solo para ese fin? Entonces estaríamos hablando del lector de libros digitales, también llamado e-reader.

Algunos se preguntarán: ¿El e-book se puede leer en un ordenador? ¡Claro que sí!, en un ordenador, Tablet, Mp4 e incluso en un móvil. A diferencia de estos, los e-reader se crearon específicamente para la lectura: usan la llamada tinta electrónica o e-ink y no necesitan retroiluminación.

La tinta electrónica no es realmente una tinta; es una pantalla tan fina y flexible que se puede doblar sin romperse. Esta pantalla está formada por microtransistores que, al aplicárseles una carga eléctrica, varían su tonalidad formando diversas imágenes: le-tras, rayas, etcétera. Con este tipo de pantalla se crearon los e-readers; los Tablets que actualmente están en el mercado llevan este tipo de tinta para leer texto.

¿Y qué es la retroiluminación? Podríamos definirla como la luz que procede del interior. Las pantallas de televisores, ordenadores, teléfonos móviles, MP4 y Tablets pue-den verse en la oscuridad gracias a esta luz. Ello se convierte en una desventaja cuando se trata de leer un texto extenso o durante un periodo de tiempo largo, puesto que el ojo humano recibe radiación lumínica y se cansa o agota. El e-reader no cuenta con esta luz interior, por lo que, al igual que el papel, necesita de una luz externa para visualizar las imágenes en su pantalla. Y esto sí que marca diferencia con los ordenadores y los Tablets. Aquel que ha leído un libro en un Tablet, y lo ha hecho también en un lector de libros digitales, sabe perfectamente de qué hablo.

Pero hay una clase de textos que en los Tablets se leen mejor que en un e-reader: las revistas, los periódicos y los cómics. Y no porque no puedan verse en los lectores, que se puede, sino porque los Tablets son en color y cuentan con unas pantallas diseñadas como las de un ordenador, mientras que los lectores son en

clarinete (Jesús García Lorenzo)

Libros de luz o de papel

Libros de luz o d e p a p e l

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blanco y negro y con pantallas ideadas para leer libros, con ilustraciones, pero libros. Por lo tanto si lo que se quiere es leer revistas como Prosofagia

y apreciarla tal como fue concebida, está claro que el Tablet es ideal.

Pero los e-readers no tardarán, esa es mi impresión, en igualar esa cualidad del Tablet, porque la tecnología avanza a una velocidad ver-

tiginosa. Hasta ahora se les ha ido dotando de variadas formas y tamaños, y con prestaciones para que leer en ellos se parez-

ca lo más posible a hacerlo en papel. Por ello algunos permiten subrayar y tachar el texto, marcar páginas

y realizar anotaciones y dibujos a mano alzada, todo mediante un lápiz especial llamado “Lápiz de resonan-

cia electromagnética”, que no hace otra cosa que va-riar la polaridad de los microtransistores para generar

imágenes. A estos e-readers se los denomina táctiles.

Pues bien, estos e-books y e-readers tienen sus defensores y sus detractores.

Los defensores —la mayoría de la industria electrónica— esgrimen argumentos como la protección del medio ambien-

te, transporte de gran número de textos en un reducido tama-ño, y que no pesa. Pero lo que no dicen es que se necesita de una

batería eléctrica para su funcionamiento. Que se avería, que se rompe si cae al suelo, que el excesivo calor o frío puede perjudi-

carla, y que no sirven como decoración, ni para calzar una mesa.

Sin embargo existen muchos más detractores, como la escritora Almudena Grandes, que en su artículo en El País Semanal fechado el 25 de abril del 2010, con el título «El oficio de escribir», defiende el libro tradicional a capa y espada: «…Un libro que se puede llevar en el bolso, doblar, subrayar, marcar, prestar y releer infinitas veces. // Un libro no es sólo el fruto del trabajo de su autor. Más allá del texto, trabajan un editor, un diseñador, un corrector de pruebas, un impresor, un distribuidor, un agente, un equipo de promoción, otro de marketing, las secciones de los medios de comunicación, y al final, un librero. Si desaparecen los libros, y permanecen solo los archivos de texto que los originan, desaparecerán todos estos sectores». En gene-ral la tónica de los detractores ante el e-book es la misma: pérdida, desprestigio y miedo.

Tanto los opositores como los que abogan por la lectura digital descuidan un fac-tor importante: el lector. El usuario que compra libros, y que disfruta leyéndolos. El que con su dinero ayuda a que el sector no muera.

Pero el vulgarmente denominado hombre de la calle, ¿qué opina? La pregunta me inquietó hasta el punto de lanzarme allí, a la calle, y preguntar a conocidos y desconocidos. Un total de cincuenta personas que tuvieron la amabilidad de contestar a mis preguntas. Al no ser un encuestador profesional, el resultado puede considerarse no fiable, pero sin duda es significativo. Lectores ocasionales, y devoradores de libros. Con lecturas variadas, y edades entre 20 y 60. ¿El resultado? Sorprendente. Distinguí dos grupos: los que no conocen el e-book y los que sí lo conocen. En el segundo grupo, la mayoría no estaba ni a favor ni en contra de los libros digitales. Una minoría se declaraba en contra.

Los que estaban en contra, evidentemente, ni llevaban intención de comprar un e-book ni de adquirir un e-reader, pero admitían leer o haber leído a través de Internet periódicos y primeros capítulos de novelas que, gratuitamente, las editoriales exponen en la web.

Sin embargo, los de ni fú ni fá estaban divididos —más o menos a partes iguales— en la intención de adquirir su e-reader. Unos no se lo habían planteado, y otros esperaban que los precios bajaran. Algunos incluso ya contaban en su poder con uno, bajándose

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libros gratuitos (pirateados) de Internet, porque los libros digitales llevan una protección, la llamada DRM (Digital Rights Management), que impide ciertas posibilidades que ofrece el libro tradicional. Hacían hincapié, eso sí, en que también compraban libros en formato papel. Pero todos, los dos grupos iniciales, estaban de acuerdo en una cosa: la convivencia de lo tradicional y lo digital sería beneficiosa para el lector.

Entre los entrevistados se encontraban maestros de escuela, quienes manifestaron una idea interesante: «Llegará el día que los alumnos llevarán un e-reader con todos los libros, usándolo incluso como libreta». Esta observación hizo que me fijara en las pesadas mochilas que llevan los estudiantes de primaria y secundaria a la espalda.

Ante todo esto surge una pregunta: ¿realmente el libro digital es una amenaza? Entre los profesionales del sector: autores, editores y libreros —sin menoscabar a todos los profesionales que existen entre el autor y el librero—hay división de opiniones. A nadie se le escapa que prestigiosas editoriales venden libros digitales, y que algunos autores, a través de sus blogs, obsequian gratuitamente sus obras en este soporte. Pero todos manifiestan un miedo. El miedo a la piratería. ¿Será esa la razón de ser del DRM? Mientras que un libro en formato papel se puede prestar, regalar, donar, fotocopiar o escanear, intercambiar e incluso revender, al libro digital se le rescinden estas y muchas más opciones al interponerse el DRM.

Cierto es que por la Red circulan libros gratuitos, que han sido pirateados, o no, pero la mayoría se han hecho desde un libro de formato papel, y una minoría desde el proceso editorial, y sin llevarnos a engaño, los e-books sin ningún tipo de protección favorecerían esta piratería ¿Es ese el miedo? ¿O las pérdidas de dinero o puestos de tra-bajo, como defienden algunos? ¿O las tres cosas?

Desde hace más de veinte años se utilizan medios digitales. El tipógrafo dejó de mancharse los dedos con tinta. Los autores, editores, diseñadores, correctores, impre-sores, distribuidores, agentes, equipos de promoción y marketing, periodistas y libreros realizan su trabajo con tecnología digital. Desde los procesadores de texto, programas de dibujo, correo electrónico, fotografía digital, hasta incluso las cajas registradoras. Los pe-riódicos utilizan técnicas digitales para su composición, impresión, maquetación y distribu-ción. Infinidad de actos cotidianos tienen en su proceso la presencia de tecnología digital.

Mi opinión más sincera es que la técnica digital y la tradicional pueden convivir, como lo han hecho la radio y la televisión, el video y el cine, la música en directo y la enlatada, y hacerlo bajo unas normas para todos, porque igual que se puede piratear un libro con soporte digital, se puede hacer con uno de papel. Igual que se subraya, anota, marca y estropea un texto en un libro de papel, se hace en uno digital. En el afán por ga-nar más dinero, y controlar el sector editorial, está, pese a algunos, el problema. Y cuyo daño colateral es el fin de todo escrito: el lector.

Muchos —y soy consciente de ello— podrán no estar de acuerdo con lo que se ha dicho en este artículo, incluso hasta exponiendo argumentos irrefutables, pero los da-rán a conocer de la única manera que, hoy por hoy, se puede hacer. Utilizando un medio con tecnología digital.

Libros de luz o de papel

Jesús García Lorenzo (clarinete) Aficionado lector, incompleto escritor.

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En la novela viven los personajes: Jean Valjean, Raskolnikov, Nostromo, el capitán Nemo, Sancho Panza… Y en los tiempos que corren un nuevo personaje se asoma a la novela queriéndose instalar en sus páginas para quedarse a vivir en ellas: “el yo”.

La “literatura del yo” se conoce como “autoficción”, nuevo instrumento de las letras que se me hace sumamente interesante. Género a caballo entre la auto-biografía y la novela, la autoficción es una mezcla de ambas narrativas. Dentro de la autobiografía (“auto”: propio, “bios”: vida, “grafía”: escritura; esto es, “relato de la propia vida”), me emocionaron: Mi vida, de Benvenuto Cellini; Confieso que he vivido, de Neruda, magníficamente escrita; Las confesiones de Rousseau, o la más reseñada de las autobiografías: Las Confesiones de San Agustín. En la autobiografía la narración es realista, no habiendo diferencia entre el autor y el personaje, ninguna distancia entre el narrador y el autor, entre el narrador y el protagonista, siendo autor, narrador y protagonista el mismo. Se cuenta la vida como ocurrió, no hay fronteras entre el enunciado real y el enunciado ficcionado, entre lo expuesto y lo ocurrido; se utiliza la memoria, el diario, la carta, para contar; el autor, que no es otro que el protagonista, que el narrador, cuenta el tiempo ya vivido, el pasado. En la novela sí se establecen diferencias, evidentes, entre el autor, el narrador y el personaje; se inventa, se planea lo que ocurre; se describe el volumen, la vida de los otros, sus peripecias, sus aven-turas; lo expuesto no necesariamente es lo ocurrido, que o se urde o se extrae de lo real gracias a un narrador que se aleja del personaje; se genera un mundo distinto al del autor, o siendo el narrador el personaje se inventan novelas autobiografícas como Moll Flanders, de Daniel DeFoe. En la autobiografía recurrimos al pacto autobiográfi-co, en la novela al novelesco, y mezclando ambos pactos nace la “novela del yo”.

Autoficción

Plásido (Plácido Fernández González)

Autof icción

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¿Cuál es la razón de ser de la autof icc ión?

Entiendo por autoficción inventarse, escribirse, ser relato; fingirse persona-je, ponerse en manos de un narrador (a veces el autor, otras, no) que haga nues-tra vida otra. Es en el papel donde vive y donde quiere vivir “el yo”; se siente así más auténtico, incluso héroe. Ese “yo” de mirada ensimismada quiere ser crea-do, inventado. En la ficción su vida es de veras y tiene sentido. «… la ingenua ten-dencia a creer que las cosas habrían sido más de veras cuando las ponía en pala-bras para fijarlas a mi manera, para tenerla ahí como mis corbatas en el armario», dice Cortázar en sus Deshoras. El narrador convierte al yo en utopía, en cate-goría, y fija la vida, su vida, que de otra manera estaría dispersa. Y sobre todo en la autoficción hay una especie de obsesión por confundirse con el narrador.

En las autobiografías “el yo” no ha sufrido el deseo de ser estetizado, de ser creado, solo ha sido expuesto; en la autoficción cae “el yo” en la desfachatez de que-rer ser un mero personaje. Bienvenido sea, ser personaje, porque si hay algo que el autor de autoficciones desea, es ser texto literario, ser presencia dentro del texto. ¿Quién es el autor? ¿Quién es el narrador? ¿Quién el protagonista? ¿Cómo establecer la distancia entre ellos cuando se es el mismo? El narrador debe inventar al personaje, que no es otro que el autor que a su vez es el narrador. La distancia debe existir, si no, no sería autobiografía, pero no tan diferenciada que se distinga al narrador, om-nisciente, en tercera persona…, del personaje de quien se cuenta, del autor, que si no sería novela.

La necesidad de escribir autoficcion, “novela del yo”, no es por aquello de plantar un hijo, escribir un árbol y tener un libro, no, es la necesidad de una identi-dad, la necesidad de hablar de mí y qué si no en la novela donde adquirirla, dice “el yo”. Dice Emilio Pacheco: «Hay otra realidad llamada ficción». Trabaja Andrés Trapiello

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en lo que llama novela en marcha porque: «En una no-vela así podría ocurrir de todo. Yo normalmente todos los Años Nuevos tomo esta determinación: escribir una novela. Luego las cosas vuelven a sus fueros y la nove-la se queda sin escribir»(1). Y así como quien no quiere nos narra su vida, como novela. Se adquiere entonces el sueño soñado, una identidad, una identidad literaria. ¿Qué hay en la realidad con lo que me pueda identificar? Nada, responde el autor-narrador-personaje. Poseo un yo fuerte pero que no es capaz de manifestarse más que en lo escrito.

En l´autofiction, invención francesa, están los recuerdos de la infancia (Escenas de cine mudo, Julio Llamazares), las preocupaciones cotidianas (toda la serie de novelas de Trapiello, sus novelas en marcha), las angustias (Doctor Pasavento, Enrique Vila Matas). Dice Martín de su novela: «Las manos cortadas es una novela biográfica llena de falsedades»(2), y el escritor Javier Cercas, autor de Soldados de Salamina, apunta: «La gran conquista de un escritor es la tercera persona, que supone explicar un mundo que no es el tuyo. Pero mi gran descubrimiento fue el reencuentro con una primera persona que en realidad no soy yo: es una máscara que esconde, pero que también revela mucho»(3). Jacque Lamarce dice: «La autoficción es, de primeras, un dispositivo muy simple: un relato donde autor, narrador y protagonista comparten el nombre propio y cuyo subtítulo genérico indica que se trata de una novela»(4).

La fuerza de la autoficción es hacer la vida, la vida del yo, narración, la imagina-ción realidad, y dejar la realidad solo como posibilidad. Su fuerza está en un autor que es casi el narrador, que es casi el personaje, y fingiéndose, escribiéndose es cuando su vida adquiere mayor brillantez, mayor soltura. La experiencia no es nada si no se la finge, si no se la narra.

Es un diván de psiquiatra, que tiene algo de autobiografía, algo de novela, don-de en la terna (autor, narrador, personaje) el autor puede o no ser el personaje, puede o no ser el narrador. La autoficción libera, da rienda suelta, y entonces la sinceridad aflora sin timidez. Se narra todo porque no se siente miedo: lo que se cuenta no lo cuento yo de mí, corresponde a otro, al personaje, pero que a la vez soy yo. Así, de esa manera, el narrador ayuda a conocerse al autor por medio del personaje.

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(1) El gato encerrado. Andrés Trapiello. Editorial Pretexto, Narrativa..

(2), (3), (4) http://www.autoficcion.es

Plácido Fernández González (Plásido)

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Gaviotas en Yucatán. Autor: Coloso - Págs. 8 y 9

Viñedos de Plásido Autor: Plásido - Pág. 10

Vietnam Autor: Manel Llopart Roviró

Pág. 18

Llega el Sol. Autor: Daniel Seller Págs. 24 y 25

Observatorio en Canarias Autor: José Manuel Solana - Pág. 26

Las Fallas Autor: clarinete

Pág. 30

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Calle de Praga Autor: jose luis jaime cortes - Pág. 36

Monumento a Kafka en PragaAutor: jose luis jaime cortes - Pág. 38

Orquídea Autor: jose luis jaime cortes - Pág. 48

Calle del barrio de la BocaAutor: Esther - Pág. 42

Feria del Libro de Buenos AiresAutor: Esther - Pág. 44

Gigante. (Amanecer en las panorámicas obras del Santander) Autor: pepsi - Págs. 60 y 61

That’ s all Folks!

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