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NOVELA POLICIACA
FRANCESA
Néstor Luján
En el instante de iniciar esta reflexión sobre la novela policíaca francesa creo que conviene ponernos de acuerdo sobre los límites de lo que entendemos por no
vela policíaca. Los ingleses, que han sido los maestros del género aunque no sus estrictos iniciadores, emplean muy diversas y variables expresiones para cada una de las especialidades que podemos englobar en lo que se entiende por novela policíaca. Durante el siglo XIX fueron estas denominaciones «crime-story» -narración de crímenes-, «mistery story» -narración de delincuentes-, «tales of terror» -cuentos de terror- y' «police story» -narración simplemente policíaca-. Todos ellos fueron géneros populares bien determinados. Luego, ya en el siglo XX, la «police story», la historia policíaca se ha subdividido en otros subgéneros: la «detective-story» o «detection», que es misterio policial resuelto por un procedimiento racional basado en la observación, el «triller» o «shocker story» -narración de escalofrío y suspense-, la «mystery adventure story» y, finalmente, la «hard boiled novel», de inspiración realista y acción violenta que inició en la década de los 30 Dashiell Hammett, antiguo detective de la célebre agencia Pinkerton. Y dejamos todavía aparte el género de espionaje que casi siempre se entrevera con el enigma o el conflicto policíaco.
En el caso de la novela francesa estas subdivisiones son en principio válidas generalmente, a imitación de los novelistas ingleses, pero hemos de señalar que casi todos los grandes autores se apartan de los rigurosos senderos de la novelaproblema, o sea, del enigma como desafío intelectual o como especulación estricta. Aunque, como veremos, fueran los franceses unos iniciadores del género. Si nos limitáramos a hablar de la novelaproblema evidentemente la literatura francesa policíaca, es decir, en la que interviene la policía y se investiga un robo o un crimen, quedaría bastante restringida y malparada. Porque en la psicología de los franceses, latinos al fin y al cabo, no son divertidos los estrictos rigores lógicos. Ni, desde luego, en los españoles o italianos, mediocres planteadores de tales interrogantes, que se han convertido en una literatura de evasión.
Los libros policíacos como género literario no aparecen hasta el siglo XIX y uno de los indudables precedentes del género son las «Memorias» de Vidocq por haber influido tan decisivamente en Edgar Allan Poe verdadero iniciador de la novela-problema y luego en Arthur Conan Doyle y en los escritores franceses. No obstante, no es la J
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primera vez que en la historia aparece este género literario que desafía, interesa y obsesiona al lector con sus enigmas. Los chinos fueron los primeros en divertirse con estas novelas que han de tener como cualidades dos caracteres fundamentales: el carácter lógico y el carácter moral. Y esto, repetimos, sólo se da en la China antigua y en el siglo XIX en las literaturas occidentales. Sin que la literatura policíaca china, mal conocida aún, haya tenido la menor influencia en las narraciones policíacas occidentales.
Este género de novelas chinas se inicia con el «Pao Kong An», publicada anónimamente en la época de la dinastía Ming. Pao Kong es un mandarín curioso y justiciero que se dedica, con lúcido ahínco y profundo sentido de la justicia, a aclarar misterios y corregir abusos y exacciones de los poderosos. La obra alcanzó una popularidad extraordinaria, por su ingenio y latente demagogia; los letrados le reprochan su lenguaje directo, algo chabacano, que era la clave del éxito dilatado. La mejor novela china es la clásica « Yien Che», recogida en la antología « Y eko Chai Che i» (Historias Extrañas), de Pou Song Ling (1630-1715). Esta novela, que hoy es considerada como una joya de la literatura, puede compararse con nuestra novela policíaca moderna, no sólo por la manera de narrar (crimen al inicio, encuesta del detective y aclaración del misterio al fin), sino porque sus caracteres lógicos y morales correspó
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oen, punto por punto, a los de nuestra novela actual.
Alejandro Dumas.
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Acaso las más célebres son las historias del juez Ti-Sen-Tsié. que vivió en la época de la dinastía Tang, siglo VII. Este personaje, a través de los siglos, ha venido a ser el símbolo de este género tan amado por las minorías cultas. Las «Ti Goong An», son narraciones del siglo XVIII que'explican las hazañas de este magistrado sabio y sagaz. Un diplomático y escritor holandés, Robert H. van Gulik, conocedor profundo de la literatura china, ha publicado varias novelas que tienen como protagonista al legendario y errabundo magistrado. Inspiradas en las antiguas narraciones, tiene el mérito de aunar, con un discreto ingenio, las mejores características de ambas literaturas. «El misterio del cuarto rojo» (homenaje a Gaston Leroux, publicada en 1967), es una buena muestra de la erudición de este holandés, que ha sido embajador de su país en China y en el Japón.
Esta novela china popular corresponde a una evolución moral y del sentido de la justicia que se suscita en el siglo XVII parecida a lo que sucede en Occidente en el siglo XIX.
Este desarrollo del sentido de la justicia coexiste, a mi modo de ver, de dos hechos irrefutables: la supresión de la tortura y la organización, cada vez más científica y lógica, de la policía. En lo que se refiere a la supresión de la tortura, que acaece en diferentes fechas muy cercanas entre sí, en casi todos los países occidentales, la confesión se hace más difícil y es necesaria la investigación de la encuesta. En tanto existió la tortura se conseguían las declaraciones del acusado -y a veces incluso siendo inocente- y como es lógico, no se podía pensar en otra cosa como culpabilidad y nada más. Por volver a hablar un instante de la novela china digamos que la tortura fue suprimida precisamente en el siglo XVII por la dinastía Manchú. Después florece, preciosa y patética, la investigación base de la novela policíaca.
Algo parecido pasa con la occidental. La tortura fue prácticamente suprimida en Inglaterra bajo el reinado de Jorge III; en los Estados Unidos por la constitución de 1788 y, en Francia, por una orden del 9 de octubre de 1789. Así pues, el camino de la novela policíaca como procedimiento podía estar abierto.
El segundo factor histórico es la organización cada vez más perfecta y científica de la policía. Por limitarnos solamente a la policía francesa diremos que es una de las más antiguas de Occidente pues conservó hasta cierto punto la organización coactiva de las Galias romanas. Esta organización se mantuvo hasta el siglo de San Luis, rey que reformó las estructuras de la policía, creando la palabra «comisario» para quien se encarga de las encuestas sobre la justicia. Desde entonces esta palabra ha tenido un enorme éxito y los comisarios de París mantuvieron durante toda la Alta Edad Media una relativa paz en las turbulentas calles de la capital francesa. Pero se tenía que llegar a Luis XIV para que el gobierno de la policía parisina alcanzara casi un aire solemne y
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ministerial. Efectivamente lo que se ha llamado el gran siglo dominado por la majestad heliocéntrica de Luis XIV, Gabriel-Nicolás de la La Reynie que fue jefe de la policía hasta los ochenta organizó con tenacidad, honestidad, y rigor no exento de unas ciertas clemencias humanitarias, una policía laboriosa, eficacísima. Pero, como siempre, existían los privilegios, en las injusticias y el uso de
Edgar Alfan Poe.
la tortura previa para arrancar las confesiones. Durante la Revolución Francesa se suprimió la tortura y se creó como policía nacional confiada, en principio, al Ministerio del Interior. Las ciudades tenían entonces policías propios locales y municipales pero la policía oficial y secreta, rigurosamente centralizada estuvo en manos del todopoderoso ministro Fouché y de sus sucesores. Coexistieron por lo tanto dos policías paralelas, la policía política y la policía común contra los malhechores. Los códigos napoleónicos que estructuraron tantas cosas también r�glamentaron esta casi perfecta organización de la policía francesa.
Entonces aparece la persona del primer policía literario: nos referimos a Fran�ois-Eugene Vidocq. Este personaje, nacido en 1775, tendrá una enorme importancia para el desarrollo de la literatura porque escribió entre otras narraciones sus «Memorias». Vidocq, ladrón, falsario, duelista forzado, maestro en evasiones, desapariciones y disfraces, jefe de las brigadas de policía, organizador de la lucha contra los malhechores, después detective privado y escritor memorialista en los ochenta y dos años de su vida. Vidocq publicó este libro en 1829 y tres años después abandonó la policía oficial de la que había sido jefe para, como detective privado, crear su propia policía. Su influencia literaria fue extraordinaria. En los años románticos de París se convirtió en un gran perso-
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El caballero C. Auguste Dupin.
naje. Se codeó con toda la élite de escritores. Evidentemente Víctor Hugo se inspiró en su personalidad para describir a Jean Valjean y al «pere Madeleine» de «Los miserables». Alejandro Dumas padre, que fue, su cordial amigo, no hubiera podido escribir «Los mohicanos de París» y otras obras, sobremanera la segunda parte de «El Conde de Montecristo», sin conocer los bajos fondos a través de Vidocq. Lo mismo podría decirse de Eugenio Sue para los «Misterios de París» y de Paul Feval y Frederic Soulié.
Pero fue el gran inspirador de Honoré de Balzac, cuyas relaciones con Vidocq fueron íntimas, y a quien transmutó en aquel personaje -uno de los más brillantes y complejos de Balzac- que fue Vautrin, que con Rastignac y Rubempré son los tres protagonistas más importantes de «La comedia humana», de los noventa y un volúmenes de esta obra, la más famosa posiblemente de la literatura narrativa francesa.
Para Balzac la amistad con Vidocq representó una potencia oculta que tenía que jugar, como secreto poder en su intento de reproducir la sociedad de su época. Vautrin, debidamente transformado, en las novelas de Balzac es un trasunto del arquetipo Vidocq.
Pero no sólo fue importante como inspirador de obras literarias sino que influyó extraordinariamente en aquel personaje que en cuatro narraciones cortas se le tiene como fundador de la novela-enigma: nos referimos al poeta norteamericano Edgar Allan Poe. Puede decirse que la novelaenigma empieza con él o casi con él. «Le chevalier Auguste Dupin» de Poe es el primer detective aparecido en una obra literaria con excepción de Vidocq en sus «Memorias» y Edgar Allan Poe descubre el detective amateur como arquetipo literario, el hombre que colecciona los enigmas
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como otro puede coleccionar objetos artísticos. Edgar Allan Poe conocía perlectamente las «Memorias» de Vidocq y otros libros que éste escribiera. Las memorias habían sido publicadas por Georges Barrow en 1830 y una miscelánea de los hechos de Vidocq por Gerrold bajo el título « Vidocq o el espía de la policía inglesa» en 1829. Vidocq conoció un éxito inmenso en Inglaterra donde estaba Poe por aquellos años y también en Estados Unidos. Lo cita con un cierto desdén en dos ocasiones en sus obras.
El Romanticismo es el momento de los grandes folletinistas franceses. Los de novelas históricas que van desde Victor Hugo a Alejandro Dumas padre, novelas de aventuras, muy a menudo con hechos policíacos, como «Los mohicanos de París» del propio Alejandro Dumas o «Los misterios de París» de Eugenio Sue, «Los misterios de Londres» de Paul Feval y los infinitos Rocamboles de Pousou du Terrail. Pero la primera novela policíaca, estrictamente policíaca, en lengua francesa la escribe un secretario de Paul Feval, Emile Gaboriau en 1865 y se titula «El caso Lerouge». En Francia se ha afirmado siempre que es la primera novela policíaca larga de la historia. Se publicó un folletón en el diario «Le Pays» en 1863. Pero como afirma Scott Sutherland en su libro «Sangre en su tinta» (Londres, 1953), curiosa his•toria de la novela policíaca que recoge muy acertadamente César Elías en su obra <<La novela policíaca», esto no es precisamente exacto. Un año antes se había publicado en una revista inglesa «The Notting Hill Mistery» que es rigurosamente la novela por entregas, que conozcamos hasta ahora, primera que examina el problema policíaco. Pero esta novela anónima tuvo poco éxito en tanto que «El caso Lerouge» de Gaboriau lo alcanzó grande y dilatado, tan grande que influyó en Conan Doyle y Sherlock Holmes, habla en sus obras de Gaboriau aunque con el mismo menosprecio que Poe había hablado de Vidocq. Pero el caso es que de Poe y de su «chevalier Dupin» viene el hecho de que tan a menudo en la novela inglesa, modélica y arquetípica, haya detectives de lengua francesa. Así pues, Hercules Popeau de Mary Beloo, su casi calco por lo menos fonético del Hercules Poirot de Agatha Christie, el Bencolin de John Dickson Carr, el jovial Haynaud de Alfred W. Mason, el Eugene Chauvet de Freeman Wills Croft, el Valmont de Robert Barr, etcétera, etcétera.
A consecuencia del éxito de «El caso Lerouge» viene el gran folletinismo policíaco pero de aventuras sin aquellas severas normas del enigma que Gaboriau había puesto en boca de su detective: «Cuando se produce un crimen con sus circunstancias y sus detalles, construyo pieza a pieza un plan de acusación que entrego completo y perfecto. Si se haya un hombre en quien esta acusación encaja en cada una de sus partes, tenemos al autor del crimen. De no suceder así hemos apresado a un inocente. No basta con que tal o cual
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episodio coincidan; no, o todo no nada. Es infalible, ¿cómo he llegado hasta el culpable en este caso?, procedimiento por inducción, de lo conocido a lo desconocido. He examinado la obra y he juzgado al obrero. ¿A quién nos conducen el razonamiento y la lógica?».
Sea como fuere el Lecoq de Gaboriau semeja un hermano mayor de Sherlock Holmes. Como él, brilla por su perspicacia, por la poderosa y sorprendente lógica de su razonamiento. Sus obras principales, «L'affaire Lerouge» (1863), «Le dossier 113» (1867) y «Monsieur Lecoq» (1869) dan preciosos contornos al género. Es, por otra parte, el primer novelista que presenta un agente de policía como héroe. Como han notado Boileau y Narcejac, la novela inglesa se apasiona por el detective, la francesa por el policía. El detective se interesa por el problema, y el policía por el caso. Gaboriau, fecundo y laborioso, lleno de empuje y vitalidad, haría pensar casi en Balzac si no hubiese escrito en un estilo amazacotado y horripilante, en el más agarbanzado lenguaje folletinista. Como escritor policíaco, al lado de las cualidades, hay un lastre que le hace arcaico: para él la pintura de caracteres -su horroroso y falso realismoes tan necesario como la intriga.
Por la novela popular francesa el folletón pervive con fuerza. Rocambole, Fantomas y Arsene Lupin coexisten con las aventuras policíacas más o menos ortodoxas. Se habrá de llegar a Gas tonLeroux para que la lengua francesa tenga la primera gran novela policíaca. La primera cronológicamente y la primera, aún no superada, desde elpunto de vista de la técnica. Nos referimos a «Lemystere de la chambre jaune» (1907), que nos
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presenta una de las mejores interpretaciones del crimen en una habitación cerrada. El detective, el periodista Rouletabille, iba a tener luego una larga historia aventurera. Leroux, un normando gigantesco, abogado, periodista, folletinista infatigable, consigue vender más de dos millones de ejemplares de su obra. El género está lanzado ya. Sólo falta explotarlo, y Leroux lo explota a fondo desde «El fantasma de la Opera» a aquellas inverosímiles aventuras del maleante Cheri-Bibi. Y entonces deja de escribir novelas policíacas ...
La primera mitad del siglo XX establece una tradición policíaca que se caracteriza sobre todo por la búsqueda de situaciones ambiguas y angustiosas, por el análisis de los personajes y por la ambición literaria. Y no son tan solo los escritores especializados, los folletinistas un tanto comerciales, quienes escriben novelas policíacas sino los grandes escritores desde Guillaume Apollinaire «El marinero de Amsterdam» a Colette «El asesino»; desde Georges Bernanos «Un crimen», «Una pesadilla» hasta Alexandre Arnoux en sus «Ensoñaciones de un policía aficionado». Y asimismo escriben novela personajes de las más distintas procedencias intelectuales: el político que luego sería presidente del Consejo y del Parlamento Edgar Faure, o el dibujante, hoy tan célebre, Jacques Faizant.
Pero el mayor éxito lo tuvieron, como es natural, los profesionales Pierre Anzin, A. Guignard, Edouard Letailleur, Ives Dartois, Gaston Boca y, sobre todo, Claude Aveline, novelista y ensayista nacido en París en 1901 y que compuso su suite policíaca, escrita con un lenguaje elegante, de escritor de raza. Claude A veline en el prefacio de la «Doble muerte de Frederic Belot» establece sus ideas sobre la novela policíaca, en las que invoca del derecho a la diversión que reivindicaba no tan solo para los lectores sino para el propio autor. Estamos pues ante un intento de literatura de evasión llena de poesía, de conjeturas, de incitantes imaginaciones.
Dentro de esta línea y quizá siendo una de las más acusadas personalidades de la novela policíaca francesa está Pierre Very (1900-1966) una de las personalidades más originales, más esencialmente francesas y más brillantes del género policial de todos los países. Pierre Very, guionista de cine, imaginador constante y feliz, logra aunar un cierto rigor en las encuestas complejísimas y sutiles del abogado Lepic con ambientes llenos de magia, con descripciones de una misteriosa y a veces escalofriante poesía, con fantasías inexplicables y delicadas. Desde su primer libro policíaco «El testamento de Sir Basil Crookes» hasta sus grandes clásicos como son «El asesinato de Papa N oel» o «El té de las viejas agoreras» Very, taumaturgo de lo insólito, tiene un lugar muy concreto e importante en la novelística francesa. Añadamos que, en su caso como en el de Simenon y de tantos otros autores, el cine ha colaborado intensamente en la popularización de sus obras ...
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En parte alguna como en Francia el cine ha ido tan vinculado con la novela policíaca y antes con la folletinista. En el caso de Pierre Very cuyo oficio primordial era el de guionista cinematográfico y adaptador de obras importantes conoció una inmensa popularidad desde sus directores predilectos Jacques Becker y Christian Jaque.
Y ello nos lleva a dos grandes escritores del género, que si bien son belgas de nacimiento, han escrito siempre en francés y normalmente han sido franceses sus escenarios y sus policías.
Stanislas André Steeman, nacido en 1908, es un autor de una obra larga y desigual. Algunas de estas obras son rigurosas e impecables con la metódica servidumbre al género como «El asesino habita el 21», muy influido por el magistral «El huésped excéntrico» de Mary Belloc, «Seis hombres muertos» o en «El enemigo sin rostro». Steeman junto con Simenon crearon en Bélgica una tradición policíaca con autores menores como Geo Dambermont, Van Montfort y Jules Stephane.
Georges Simenon, nacido en Lieja en 1903, es uno de los escritores más fecundos de todos los tiempos. Cuando se retiró de su cotidiana labor novelística, en 1973, llevaba publicadas con su nombre -o sea sin contar los pseudónimos- más de 220 novelas de las cuales había más de un centenar que giraban en torno a temas policíacos, delictuosos o criminales. Georges Simenon, creador del humano y terco comisario Maigret, es uno de los autores más importantes de la literatura narrativa francesa contemporánea. Representa, con la contundencia de su obra, el paso de los problemas de la novela-enigma, esenciales en la novela tradicional que es averiguar quién ha cometido el crimen a cómo se ha cometido que es ya mucho más refinado y, sobre todo en el caso de Maigret, por qué se ha cometido. Así pues, su
Maigrett.
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obra ha de ser completamente distinta y lo ha sido cumplidamente. Simenon, reconocido en los años treinta ya por las más altas figuras de la intelectualidad europea, desde André Gide el antropólogo y médico suizo Karl Jung, consagrado por el cine, popularizado por infinidad de ediciones en todas las lenguas y en todos los países,· ha pretendido siempre ser un escritor no policíaco aunque debe su éxito popular precisamente a la figura humana de Maigret, a la técnica policíaca de sus obras y, sobre todo, a su calidad literaria. Simenon pinta el ambiente, su ambiente simenoniano, con una maestría, mágica, directa, prodigiosamente sintetizada. Sus personajes grabados en dos frases en la novela quedan vivos, sin que nada pueda desvirtuarlos. A pesar de que sus narraciones suelen ser poco rigurosas, a menudo desarboladas, sin principio ni fin, están sostenidas por el puro nervio narrativo, por la creación de unas atmósferas, de unos ambientes, de unos tipos literalmente sensacionales. Dentro de la narrativa policíaca francesa tiene su extraordinaria importancia popular pero dentro de la perspectiva puramente intelectual creo yo que Simenon tiene razón. Su obra está precisamente fuera de las estrictas intrigas judiciales.
La evolución de la novela policíaca francesa sigue su ritmo con Pierre Boileau y Thomas Narcejac que a veces han colaborado juntos. Ambos son novelistas renovadores, obsesionados por la psicología de sus personajes, tratadistas y teóricos, un tanto heterodoxos, del género. No obstante su obra es muy copiosa pero hemos de destacar en ella «La que no existía» que presenta uno de los planes criminales más ingeniosos de todas las invenciones de la novela criminal, a la vez que una figura angustiada y sombría. De esta obra el director cinematográfico Clouzot extrajo su célebre película «Las diabólicas» en 1954.
Otros autores como Leo Malet, creador de Néstor Burma, el prolífico Frederic Darc con su comisario Sanantonio y los novelistas ya más populares como pueden ser Albert Simonin, maestro en el uso del argot, August Le Breton de menor calidad pero autor del célebre «Rififi», el coronel Pierre. Nord especialista en obras de espionaje, J. P. Conty con su Susuki y los prolíficos J ohn Kenny y Jean Bruce llevan a la casi inanidad mecánica a este género. Género que algunas veces se ha ligado con la muy francesa inclinación a la parodia. Ya Maurice Leblanc creador de Arsene Lupin, presenta una caricatura de Sherlock Holmes en una de sus célebres novelas y así se llega a la genial novela, paródica de la novela negra americana, «Yo iré a escupir sobre vuestras tumbas» de Boris Vian bajo el pseudónimo de Vemon Sullivan que es una parodia de la novela negra, a las divertidas imaginaciones de Charles Exbrayat con su humor fácil y truculento y su tendencia a la jovial caricatura.
Resumiendo esta ya demasiado larga disertación hemos de decir que la novela francesa ha sido una
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Film «Las diabólicas».
importantísima contribución a este género. Está en sus orígenes con Vidocq, luego con una de las primeras novelas policíacas rigurosas como es la de Gaboriau «El caso Lerouge», más tarde con «El enigma del cuarto cerrado» de Gastan Leroux, finalmente con la entrada de la psicología de los personajes y del realismo de Georges Simenon. Y a ello han contribuido los siempre brillantes folletines de los diarios que en el siglo XIX inventaron un género original y dinámico imitado en todos los países y, finalmente, un hecho importante que volvemos a resaltar que es la contribución del cine francés, desde sus heróicos inicios, a los temas de los enigmas policíacos. Todo ello hace que podamos considerar la novela policíaca francesa como precursora en muchos aspectos si bien no ha tenido la tenacidad ni quizá la brillantez de agotarlos tozuda y exhaustivamente como ha pasado con el caso de la novela-problema de Inglaterra. Pero en el enorme rompecabezas que es la mitología de este género popular, de tantas tendencias y fórmulas, la novela francesa, al lado de la inglesa y norteamericana, ocupa un lugar relevante y creo yo muy sugestivo a ela explicación de la mentalidad sociocul-tural de los siglos XIX y XX.
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