Novela-hesse-Infancia de Un Mago

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“INFANCIA DE UN MAGO” (año 1923) Hermann Hesse (2 julio 1877-9 agosto 1962) ****************************************************************************** Comentarios esotéricos (Claves Mágicas) : Frater Lucis Fiducius ****************************************************************************** No sólo me educaron mis padres y mis maestros. Me educaron también potencias más altas, más ocultas y más misteriosas, entre las que se encontraba el dios Pan, bajo la apariencia de un idolillo indio, un danzarín que tenía mi abuelo en una vitrina. Esta y otras deidades llenaron tan intensamente mis años infantiles – mucho antes de saber leer y escribir – de antiguas imágenes orientales, que mucho tiempo después, al tropezarme con sabios chinos o hindúes, creía volverlas a ver, tener un reencuentro con ellas. Sin embargo, soy europeo, nací bajo el signo de Sagitario y he ejercido siempre cualidades tan occidentales como son la vehemencia, la avidez y una curiosidad irresistible. Afortunadamente, lo más valioso e indispensable para la vida lo aprendí antes de mis años escolares, como la mayoría de los niños. “Mis maestros fueron los árboles cargados de manzanas, la lluvia y el sol, el río y el bosque, las abejas y los pequeños animales, y el dios Pan, el idolillo indio, el danzarín de la cámara del tesoro de mi abuelo. No temí a los animales ni a las estrellas y fui su amigo. Me eran familiares los huertos de fruta, el agua y los peces. Sabía un buen número de canciones. También sabia ser mago,

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“INFANCIA DE UN MAGO” (año 1923)

Hermann Hesse

(2 julio 1877-9 agosto 1962)

****************************************************************************** Comentarios esotéricos (Claves Mágicas) : Frater Lucis Fiducius ****************************************************************************** “No sólo me educaron mis padres y mis maestros. Me e ducaron también potencias más altas, más ocultas y más misteriosas, entre las que se encontraba el dios Pan , bajo la apariencia de un idolillo indio, un danzarín que tenía mi abuelo en una vitrina. Esta y otras deidades llenaron tan intensamente mis años infantiles – mucho antes de saber leer y escribir – de antiguas imágenes orientales, que mucho tiempo después, al tropezarme con sabios chinos o hindúes, creía volverlas a ver, tener un reencuentro con ellas. Sin embargo, soy europeo, nací bajo el signo de Sagitario y he ejercido siempre cualidades tan occidentales como son la vehemencia, la avidez y una curiosidad irresistible. Afortunadamente, lo más valioso e indispensable para la vida lo aprendí antes de mis años escolares, como la mayoría de los niños. “Mis maestros fueron los árboles cargados de manzanas, la lluvia y el sol, el río y el bosque, las abejas y los pequeños animales, y el dios Pan, el idolillo indio, el danzarín de la cámara del tesoro de mi abuelo. No temí a los animales ni a las estrellas y fui su amigo. Me eran familiares los huertos de fruta, el agua y los peces. Sabía un buen número de canciones. También sabia ser mago,

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cosa que por desgracia, olvidé muy pronto y que sol o de viejo he vuelto a aprender. Disponía, en fin, de toda la legendaria s abiduría de la infancia . “Añádanse los conocimientos escolares, que más me entretenían y no me mortificaban. Sabiamente, no se me condujo en la escuela, a lo práctico y necesario. Se me educó alegremente y ello era para mí un placer. Algunos de los conocimientos entonces adquiridos no se me han borrado todavía. Recuerdo aún algunos graciosos dichos latinos, algunas frases y refranes. No he olvidado el número de habitantes de muchas ciudades de los cinco continentes, aunque estas cifras sean ya las del siglo pasado. “Hasta que cumplí los trece años no se me ocurrió p ensar seriamente en lo que iba a ser de mí y en la profesión que debía aprender. Como todos los muchachos tenía una particular preferencia por ciertas profesiones: la de cazador, la de carpintero, la de acarreador, la de volantinero, la de explorador del Polo Norte. Pero sobre todas ellas me atraía la de Mago. Esa er a la dirección más honda, más vehemente de mis deseos. D espreciaba a lo que llamamos realidad, que a veces, me parecía solo un ridículo convenio de las personas mayores. Un tímido, a veces irónico renunciar a esa realidad era corriente en mí. Quería por todos los medios transformarla, superarla, embrujarla. Primeramente se limitó tan solo a aspectos infantiles, puramente externos: hubiera querido ver madurar manzanas en invierno o que mis bolsillos, por arte de magia, se hubieran llenado de oro y plata. Soñaba con librarme de mis enemigos por poderes mágicos y luego abochornarlos con mi caballerosidad, con descubrir tesoros escondidos, despertar a los muertos, hacerme invisible. Esto de hacerme invisible era algo para ser proclamado por último vencedor y rey; soñaba que me obsesionaba. Tal vez por eso, mucho más tarde, avezado ya en el oficio literario, intenté a menudo desaparecer de mis poemas y gusté de bautizarme con otros nombres, siempre rimbombantes y retozones (No comprendo porqué mis colegas me lo reprocharon y mi actitud fue interpretada torcidamente). “Miro hacia atrás. La vida se me presenta, del prin cipio al fin, bajo el signo del deseo de ese poder mágico; el rumbo de es e deseo, evolucionando con el tiempo arrebatado al mundo ext erior y hecho sustancia propia; yo, intentando cambiarme a mí mis mo, no cambiar a las cosas. Reemplacé la torpe invisibilidad de la capa mágica por la invisibilidad del sabio, que, conociendo, tantas ve ces no es conocido. Sí, en pocas palabras, ésta ha sido mi vida. “Fui un muchacho vivo y feliz. Supe jugar en el hermoso mundo de todos los colores y familiarizarme con los animales y las plantas, con la selva de mi propia fantasía. La conciencia de mi fuerza y de mis facultades me hacían sentir seguro. Mis deseos eran ardientes y sanos. “Ignorándolo, practiqué la Magia en aquel tiempo. Jamás, años después, alcancé tan alto grado de inteligencia. Fácilmente compré amor, fácilmente ejercí influencia sobre los demás, fácilmente me hice obedecer, amar y me convertí en un ser misterioso. Durante años mantuve en esta creencia a mis parientes y amigos más jóvenes, que creyeron a pies juntillas en mi efectivo

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poder mágico, en mi poder sobre los espíritus infernales, en mi derecho a tesoros ocultos, en mi lícita pretensión a una corona. “Viví mucho tiempo en el Paraíso pero mis padres me presentaron bien pronto a la serpiente. Mi sueño de niño se prolongaba, el mundo era mío, todo era presente, todo estaba ordenado a mi alrededor para satisfacción mía. Si alguna vez algo se enojaba o tenía algún deseo, si el mundo amable aparecía alguna vez asombrado o dudoso, supe encontrar casi siempre el camino hacia un mundo más libre, más fácil, el de la fantasía y, de vuelta de este mundo encontrar nuevamente el mundo exterior dulce y digno de ser amado. Sí, mucho viví en el Paraíso. “En un armatoste de madera del jardín de mi padre, tenía unos conejos y un cuervo domesticado. Allí, con los conejos, me pasaba las horas muertas. Olían a vida, a hierba, a leche, a sangre y a procreación. En el negro y duro ojo del cuervo brillaba la lámpara de la vida eterna. Allí estuve muchas noches a la luz de una vela, al lado de los animalitos calientes y dormidos, solo o con un compañero. Allí hacía mis planes para rescatar tesoros incalculables, para encontrar la raíz de la mandrágora, para prepararme para cruzadas victoriosas a través de un mundo ansioso de ser liberado, en el que derrotaba a los malvados; redimía a los desgraciados, liberaba a los prisioneros, incendiaba fortalezas de bandidos, crucificaba a los traidores, perdonaba a los vasallos disidentes, hacía mías a las hijas de los reyes y entendía el lenguaje de los animales. “En la biblioteca de mi padre había un enorme y pes ado libro – que yo leía y consultaba a menudo -, fuente inagotable de antig uas y maravillosas láminas. A veces surgían de repente, no bien había abierto el libro, invitándome. Otras tenía que buscarlas tiempo y tiempo y no conseguía encontrarlas, como si nunca hubieran existido. “Había en el libro una historia infinitamente bella y misteriosa, que leía a menudo. Pero tampoco aparecía siempre que yo quería. A veces desaparecía como por encanto o cambiaba de lugar. A veces, al leerla, me parecía amable y luminosa. Pero frecuentemente se me presentaba oscura y cerrada como la puerta del desván, detrás de la cual, al atardecer, podía oírse cómo los espíritus reían y suspiraban disimuladamente. Magia y realidad crecían de la mano: una al lado de la otra. “Tampoco el danzarín hindú de la vitrina de tesoros de mi abuelo era siempre el mismo, tenía siempre la misma fisonomía, bailaba siempre la misma danza. Unas veces era un idolillo, una figura extraña y ridícula, como puede ser concebida y adorada en extraordinarios e incomprensibles países, por pueblos también extraordinarios e incomprensibles. Otras aparecía mágico y misterioso, extraordinariamente siniestro, ávido de víctimas, iracundo, grave, o jocoso e irónico. Parecía querer tentarme a la risa para que luego su venganza cayera sobre mí. Aunque sus ojos fueran de un metal amarillo, su mirada era cambiante y a veces estrábica. En otros momentos, en cambio, era únicamente un símbolo que ni atraía, ni repelía. Era tan solo simple, antiguo y reflexivo, como el musgo en la roca, como un dibujo litográfico. Detrás de su forma, de su

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rostro, de su imagen, estaba Dios, lo infinito, algo que siendo un muchacho no podía conocer, pero que adoraba con el mismo fervor que cuando, mucho tiempo después, lo llamaba Siva, Vishnu, cuando lo llamaba Dios, Vida, Brahma, Tao, Madre Eterna. Era Padre, era Madre, era Mujer, era Varón, era Sol, era Luna. “En la vitrina junto al ídolo y diseminados por los armarios de mi abuelo había otros muchos seres y cachivaches: collares de bolitas de madera, como rosarios; rollos resquebrajados con viejas inscripciones indias; tortugas de jade; imágenes de madera, de vidrio, de cuarzo, de barro; tejidos bordados en seda y oro; copas y tazas de metal. Procedían de la India y de Ceilán, de las islas paradisíacas con helechos gigantes y orillas con palmeras, con suaves singaleses de ojos de gamo. Procedían de Siam y de Birmania. Todo olía a mar, a especias, a lejanía, a canela, a madera de sándalo. Todo había pasado por manos morenas o amarillas, había sido mojado por la lluvia de los trópicos y por las aguas del Ganges, y secado por el sol ecuatorial, había contemplado la maravilla de la selva. Y todo pertenecía a mi abuelo. Pero, anciano, honorable, poderoso, con ancha barba blanca, lleno de sabiduría, mucho más fuerte que mis padres, poseía otros bienes y po tencias. No sólo eran suyos los dioses y los juegos indios, las tallas, las pinturas, las tazas de coco, las arcas de sándalo, el salón y la biblioteca. Poseía, además, la Magia y la Sabiduría. Conocía más de treinta idiomas, todos los de la tierra. Quizá también los de los dioses, los de las estrellas. Hablaba y escribía pali y sánscrito, sabía canciones bengalíes, canaresas, indostánicas y singalesas. Conocía los métodos de oración de los mahometanos y de los budistas, a pesar de que era cristiano y creía en el Dios de la Trinidad. Había vivido años y décadas en países orientales, cálidos, peligrosos. Había viajado en carretas de bueyes y en carros de caballos y mulos. Nadie como él sabía que nuestra ciudad, nuestro país, eran una parte insignificante de la tierra, que mil millones de hombres tenían creencias diferentes a las nuestras, otras costumbres, otras lenguas, otro color de piel, otros dioses, otras virtudes, otros vicios. CLAVES MÁGICAS:

1. “No sólo me educaron mis padres y mis maestros. Me educaron también Potencias más altas, más ocultas y más mist eriosas, entre las que se encontraba el dios Pan...” Así sucede en la vida de todo Iniciado, de todo Estudiante Avanzado, de todo Hermano Mayor, de todo Maestro. La educación de los padres y maestros es la recibida del medio en que nacimos, pero la educación dada por las Potencias más altas, más ocultas y más misteriosas, es la que proviene de los Planos Invisibles, y que es dada a todos los que transitan en el Sendero del Probacionismo, y que antes de encarnar hemos aceptado, y por haberlo aceptado, somos guiados por estas Potencias Espirituales – que podemos llamar ángeles, maestros o guías – para que podamos cumplir nuestra “Misión Cósmica”. Entiendan por “Misión Cósmica” a la misión que contiene un orden, un ordenamiento o sucesión de hechos y metas que debemos alcanzar para cumplir la Misión aceptada antes de encarnar. El Dios PAN no es ni más ni menos que el UNIVERSO. Es una voz griega que significa TODO y nombra a un dios desconocido de

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Homero y de Hesíodo. De esta palabra viene PANteísmo, la noción de un Dios que es TODO. Y la palabra PANteón, que representaba a todos los Dioses.

2. “También sabia ser mago, cosa que por desgracia, ol vidé muy pronto y que solo de viejo he vuelto a aprender. Di sponía, en fin, de toda la legendaria sabiduría de la infancia.” Cuando somos niños, estamos mucho más cerca del mundo espiritual, y nuestro Sensorium Interno no se ha cerrado aún. En esos años de niñez podemos estar en contacto con seres espirituales, antepasados y guías. Al crecer, nuestras facultades internas comienzan a desaparecer, debido al ambiente cultural materialista de la sociedad moderna. Dijo Cristo “Dejad que los niños vengan a mí”. También habló que debemos ser como niños si aspiramos llegar al Reino de los Cielos. Se dice que de la boca de los niños viene la Verdad porque todavía no conocen la corrupción de la mentira y la hipocresía. Para ser Magos debemos cultivar el regreso a la inocencia perdida, al estado edénico, simbolizado por lo que Hesse denominó “legendaria sabiduría de la infancia”.

3. “Hasta que cumplí los trece años no se me ocurrió p ensar seriamente en lo que iba a ser de mí y en la profes ión que debía aprender.”.... “Pero sobre todas ellas me atraía la de Mago. Esa era la dirección más honda, más vehemente de mis deseos . Despreciaba a lo que llamamos realidad, que a veces , me parecía solo un ridículo convenio de las personas mayores.” La mística edad de los trece años representa en el Tarot “La Muerte”, es decir el cambio, la renovación, el abandono de lo anterior por algo nuevo. También es el más alto Grado Rosacruz que puede alcanzarse y la más alta aspiración de los estudiantes rosacruces.

4. “Miro hacia atrás. La vida se me presenta, del p rincipio al fin, bajo el signo del deseo de ese poder mágico; el rumbo de ese deseo, evolucionando con el tiempo arrebatado al mundo ext erior y hecho sustancia propia; yo, intentando cambiarme a mí mis mo, no cambiar a las cosas. Reemplacé la torpe invisibilid ad de la capa mágica por la invisibilidad del sabio, que, conocie ndo, tantas veces no es conocido. Sí, en pocas palabras, ésta ha sido mi vida.” ¿No es esta una afirmación realizada por un Maestro? ¿Por un Mago? ¿Por un Adepto? Los estudiantes y practicantes esotéricos deben vivir cada día de sus vidas con esa inmensa e insaciable sed de Saber Espiritual. Estos estudiantes y practicantes de lo oculto deben encarnar dentro de sí, todos los aspectos externos de su búsqueda espiritual. Es lo que nos enseñó nuestro Magister Lucis HESSE en su manuscrito “Interior/Exterior”, que hemos estudiado en el Primer Syllabus. Hacer Interior lo que es Exterior y hacer Exterior lo que es Interior. He aquí la MAGIA. Además, Magus Hesse nos da dos impresionantes lecciones de sabiduría esotérica. La primer lección es que el Mago SE CAMBIA A SÍ MISMO, no intenta cambiar las cosas. Así es que el MAGO es un ALQUIMISTA. En cuanto a la invisibilidad, cuya práctica ya sea sicológica o espiritual, puede ser puesta en duda, nos da la segunda lección al decir que reemplazó la torpe capa de la invisibilidad mágica – es decir la que intenta hacerse invisible por la fuerza de la Voluntad -, por la invisibilidad del sabio, que “conociendo no es conocido”. ¿Pueden

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entender la magistral síntesis que nos enseña nuestro Magus Hesse? En varias Órdenes Esotéricas se usan diferentes Capas ritualísticas, cuyo valor es simbólico y que solamente se usan en las reuniones místicas. Pero estas Capas son solo adornos externos si no se la lleva en el corazón. La “invisibilidad del sabio” es la de aquel que no requiere usar símbolos externos. El sabio “no se preocupa ni por los vivos ni por los muertos”, como dice el Baghavad Ghita. El sabio conoce y calla, cumpliendo con el cuádruple verbo de la Magia. SABER, QUERER, OSAR y CALLAR. Estos son los verdaderos Superiores Incógnitos y Filósofos Desconocidos.

5. “En la biblioteca de mi padre había un enorme y pes ado libro – que yo leía y consultaba a menudo -, fuente inagotable de antiguas y maravillosas láminas.” Este maravilloso libro simbólico es el TAROT, fuente inagotable de filosofía, al cual todos los seres pueden leer y encontrar respuestas a todas sus preguntas. Como un infinito caleidoscopio, todo lo contiene. Es un libro circular que contiene la historia del ascenso del Alma hacia el Padre Celestial.

6. “Y todo pertenecía a mi abuelo. Pero, anciano, hono rable, poderoso, con ancha barba blanca, lleno de sabidurí a, mucho más fuerte que mis padres, poseía otros bienes y potenc ias.”....” Poseía, además, la Magia y la Sabiduría.” El Abuelo de Hermann Hesse simboliza al Maestro que le ha guiado en su camino iniciático. Cuando dice “mucho más fuerte que mis padres”, nos está diciendo que no es de este mundo, pues sus padres son materiales pero su Abuelo es más fuerte que los padres materiales. Es por lo tanto el Padre Espiritual, el Anciano de los Días.

“Amaba entrañablemente a mi abuelo y le temía. Todo lo esperaba de él, porque de todo era capaz. Él y su dios Pan oculto en el ídolo fueron mis maestros. Era el padre de mi madre este hombre perd ido en el bosque del misterio, como perdida estaba su cara en el bosque de su blanca barba. De sus ojos brotaba un dolor universal y una alegre sabiduría, un solitario saber y una jocosa divinidad. Gentes de todo el mundo lo conocían, lo adoraban, l o visitaban, hablaban con él en inglés, francés, indostánico, italiano o malayo y después de largas conversaciones se marchaban sin d ejar rastro y sin poderse averiguar si eran sus amigos, sus embajador es, sus esclavos o sus apoderados. Por él, el insondable, conocí el secreto que rodeaba a mi madre. También ella, durante muchos años, había vivido en la India. Hablaba el malayan y el canarés, conocía sus canciones y cambiaba con mi abuelo palabras y oraciones en idiomas extraños y mágicos. También mi madre poseía una sonrisa exótica y secreta de la sabiduría. “Mi padre era cosa bien distinta. No pertenecía ni al mundo del ídolo de mi abuelo, ni a la vida cotidiana de la ciudad. Vivía aislado, solitario, sufriendo y buscando. Era bondadoso, cultivado, sin falseamiento y lleno de fervor en el servicio de la verdad, pero distaba mucho de aquella sonrisa, noble y dulce, luminosa y desvelada. Nunca le abandonaron la bondad, la inteligencia, pero nunca tampoco desapareció en los paraísos de mi abuelo, nunca se perdió su rostro – que no fue, como el de mi abuelo, doloroso o agudamente irónico, como una máscara – en esa infantil inocencia y divinidad.

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“No habló mi padre en lenguas indostánicas, sino en inglés y en un puro alemán simple y elegante, con ligero acento báltico. Me atrajo y me ganó a ese idioma y me aferré a sus enseñanzas con fervor, con demasiado fervor. Acaso por la misma conciencia de que mis raíces crecían, mucho más hondamente, en el suelo de mi madre, en el misterio, en unos ojos oscuros. Mi madre era toda música. Mi padre no sabía cantar. “Tenía hermanas y dos adorados y envidiados hermanos mayores. A nuestro alrededor, el giboso perfil de la pequeña y vieja ciudad, las graves y oscuras montañas, el desapacible, encorvado y vacilante río. Yo amaba todo esto, que para mí era la patria. En el bosque, en el río, conocía de memoria sus plantas, su tierra, sus piedras, sus cuevas, sus pájaros, sus ardillas, sus zorros y sus peces, porque eran míos y todo era mi patria. “Pero nada me hacía olvidar la vitrina, y la biblioteca, y la bondadosa ironía de la inteligente expresión de mi abuelo, y la oscura y cálida mirada de mi madre, y las tortugas, y los ídolos, y las canciones y oraciones indias, y esos objetos que me hablaban de un mundo mayor, de una patria más grande, de un origen más remoto, de una coherencia más sabia. “En una alta jaula de metal estaba nuestro loro gris y rojo, viejo, con mirada inteligentísima y fuerte pico. También él venía de lejos, y hablaba y cantaba lo desconocido en la lengua de la jungla y olía a ecuador. “Muchos mundos, muchos rincones de la tierra tendía n sus brazos y sus rayos y se encontraban y cruzaban en nuestra casa. Ésta era grande y vieja, llena de habitaciones vacías, sótanos e interminables y resonantes corredores, que olían a piedra y a frío, e infinitos desvanes en los que se almacenaban leña y fruta y que invadían el viento y el oscuro vacío. Muchos mundos cruzaban sus rayos en aquella casa. Allí se rezó, se leyó la Biblia, se estudió y practicó la filosofía india, eran familiares Buda y Lao-Tsé. Venían huéspedes de todas partes del mundo, con extraordinarios y exóticos vestidos, con bagaje especialísimo y lenguaje desconocido. Verdad y fantasía se abrazaban. “No he hablado de mi abuela, a quien todos temíamos un poco y conocíamos mal, tal vez porque no hablaba alemán y leía una Biblia francesa. “Así, múltiple e incomprensible, era la vida de aqu ella casa. Con una luz infinita y con voces en las que resonaba la vida. Era muy bella, pero no tanto como el mundo de mi fantasía, como mi soñar despierto. No bastaba la realidad, había que llegar a la sobrenaturalidad, que tan unida estaba a mi casa, a mi vida. Aparte de los del abuelo, mi madre tenía armarios llenos de tejidos asiáticos, vestiduras y velos. También eran mágicas la mirada estrábica de aquel ídolo lleno de misterio, el olor de algunas vetustas estancias y de algunos rincones de la escalera. Todo influyó enormemente en mi formación. Sólo yo me percataba de algunas cosas, de algunas relaciones. Nada era tan misterioso, tan lejano, tan fuera de la diaria efectividad como ellas y, sin embargo, nada era más real, como no fuera el maniático surgir a la superficie y

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ocultarse después de las láminas o leyendas del libro o los cambios de fisonomía de las cosas según el momento del día. ¡Qué diferente era el aspecto de la puerta del jardín o de la calle en un atardecer de domingo o en una mañana del lunes! ¡Qué distintos se mostraban el reloj de la pared o la imagen de Cristo según gobernara en el salón el espíritu de mi abuelo o el de mi padre! ¡Y qué transformación sufría todo cuando no gobernaba ningún espíritu extraño, sino el mío propio, cuando mi alma jugaba con las cosas y les daba otros nombres, otro significado! Entonces, una silla o un taburete a los que nunca había dado importancia, una sombra junto a la estufa o los titulares de un periódico podían ser bellos o repulsivos, o coléricos, u orgullosos, o simplemente anodinos. Podían llegar a despertar nostalgias o atemorizar, ser ridículos o tristes. ¡Qué pocas cosas existían inmutables, fijas, perdur ables! ¡Cómo ansiaba todo el cambio, cómo sufría todo tran sformaciones, cómo todo aguardaba, al acecho, un desenlace o una resur rección! “Pero de todos los fenómenos mágicos, el más import ante y el más hermoso era el del hombrecito. No sé cuando lo vi p or primera vez; creo que lo vi siempre y que vino conmigo al mundo. El h ombrecito era un ser diminuto, de un gris fantasmagórico, un espíritu, u n duende, un ángel o un demonio. Despierto y en sueños le tenía a mi lado, marchando delante de mí. Le obedecía más que a mi padre, más que a mi madre, más que al sentido común. Incluso a veces más que al miedo. Solo él existía cuando se me hacía visible; iba adonde él iba y hacía lo que él hacía. Me protegía en los peligros; cuando un compañero iracundo y mayor que yo corría tras de mí y me encontraba en un apuro, me señalaba el camino que debía seguir y me salvaba. Me señalaba el barrote suelto de la reja del jardín por el que pude ganar la salida en muchos momentos malos. Me decía lo que era más oportuno hacer en cada circunstancia: dejarme caer, echar a correr, dar una vuelta, gritar, callar. Me quitaba la comida de la mano cuando podía serme perniciosa. Me llevaba al lugar donde había perdido el objeto buscado. “Había temporadas en que le veía diariamente. Otras, en cambio, le perdía de vista, y éstos eran los tiempos difíciles. Todo, entonces, era dudoso y tibio: nada sucedía, nada iba adelante. CLAVES MÁGICAS:

1. “Él y su dios Pan oculto en el ídolo fueron mis mae stros. Era el padre de mi madre este hombre perdido en el bosque del misterio,...” Cuando en diversas novelas iniciáticas se establece la relación Abuelo, Padre/Madre, Nieto estamos ante una forma de velar los tradicionales Tres Grados de la Iniciación. Se trata de un ascenso que va desde el Primer Grado , que corresponde al nieto (en nuestro caso Herman Hesse); luego sigue el Grado de Compañero (en nuestro caso son la madre y el padre de Herman Hesse, pues son los padres quienes acompañan al nieto durante toda su vida); finalmente se alcanza el Grado de Maestro (simbolizado por el Abuelo, que representa el Poder y la Sabiduría).

2. “Gentes de todo el mundo lo conocían, lo adoraban, lo visitaban,...” “y después de largas conversaciones se marchaban si n dejar rastro y sin poderse averiguar si eran sus amigos, sus emb ajadores, sus

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esclavos o sus apoderados.” El Abuelo de Herman Hesse aparece simbolizando ser el Jefe, Gran Maestro o Imperator de una oculta Orden, ramificada por todo el mundo. Observen que este escrito está en armonía con la descripción que hace Eckartshausen de la COMUNIDAD DE LA LUZ o IGLESIA INVISIBLE de la cual derivan todas las Órdenes y Fraternidades. El Abuelo de Herman Hesse recibía a numerosas personas, estudiantes, miembros avanzados, Iniciados, Delegados de esta Orden Invisible.

3. “Muchos mundos, muchos rincones de la tierra tendía n sus brazos y sus rayos y se encontraban y cruzaban en nuestra casa.” Aquí pueden observar la representación de “La Nube sobre el Santuario” cuando nos enseña que “en nuestra Comunidad de la Luz hay miembros de muchos mundos”. Esa casa donde se encuentran y entrecruzan los rayos de muchos mundos no está en el plano físico; es una representación simbólica de lo que en textos rosacruces hallarán con el nombre de “Templo del Espíritu Santo”. En esta Mansión Celestial todas las filosofías se encuentran y se concilian, tal como lo narra este relato al decir que en esta casa se leía la Biblia y al mismo tiempo se estudiaba la filosofía de la India. Es un símbolo de la unión de Oriente y Occidente.

4. “Así, múltiple e incomprensible, era la vida de aqu ella casa. Con una luz infinita y con voces en las que resonaba la vida.” Esta Mansión Celestial está compuesta por muchos Planos de existencia, y para el hombre vulgar o no iniciado en el conocimiento de las cosas superiores, es completa y absolutamente incomprensible. Sin embargo, para el Iniciado existe “una Luz Infinita”, que es la Luz del Conocimiento o Luz Mayor, que anhela recibir en su Sendero de Reintegración con la Divinidad.

5. “¡Qué pocas cosas existían inmutables, fijas, perdu rables! ¡Cómo ansiaba todo el cambio, cómo sufría todo transforma ciones, cómo todo aguardaba, al acecho, un desenlace o una resur rección!” Esta es la lección acerca de la Relatividad y el Cambio, que afectan al Mundo Material. Es el espejismo de las formas, camino incierto al que los Iniciados deben escapar mediante la fijación de su consciencia en el punto superior del Plano Espiritual.

6. “Pero de todos los fenómenos mágicos, el más import ante y el más hermoso era el del hombrecito. No sé cuando lo vi p or primera vez; creo que lo vi siempre y que vino conmigo al mundo. El hombrecito era un ser diminuto, de un gris fantasmagórico, un espíritu, un duende, un ángel o un demonio.” Este “hombrecito” es el Ser Interno, también llamado muchas veces la “Pequeña Voz Interior”. En la iconografía cristiana es nuestro “Ángel Guardián”. Revelado en la infancia, cuando nuestro Ser Interno no fue sujetado aún por los compromisos y prejuicios de la educación materialista, su pequeña voz se va perdiendo y su presencia va desapareciendo de nuestra conciencia objetiva, a medida que crecemos y desechamos la ilusión y fantasía de nuestra niñez. Es por ello que debemos volver a “ser como niños” para obtener el Reino de los Cielos.

-(Causalidad versus casualidad)- “ Un día en la Plaza del Mercado, corría el hombrecito delante de mí y yo tras él en dirección a la gran fuente. Era más

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honda que un hombre, pero el hombrecito se encaramó en ella – yo hice otro tanto – y se lanzó desde lo alto en un ágil saldo – yo seguí su ejemplo -. Estuve a punto de ahogarme. Pero no me ahogué e incluso tuve la suerte de ser salvado por una vecina joven y hermosa, a la que antes apenas conocía y con la que luego tuve una simpática y alegre relación que me hizo feliz durante mucho tiempo. -(El sacrificio de las posesiones)- “Un día me pidió cuentas por una mala acción y yo, sin casi escucharla, me marché sufriendo y pensando nuevamente en lo difícil que era hacerse entender por los mayores. En casa hubo unas lágrimas y un castigo moderado, y mi padre, por último, para que no lo olvidara, me regaló un precioso calendario de bolsillo. Iba cruzando el río cuando descubrí al hombrecito, que subido a la baranda me indicaba con sus ademanes que tirara por ella el regalo de mi padre. Lo hice en el acto, ya he dicho que jamás titubeé en obedecerle. Solo ocurría esto cuando lo tenía lejos, cuando estaba ausente o me abandonaba. -(La sabiduría de la inocencia)- “Recuerdo también un día en que yendo de paseo con mi padres se me presentó en la acera izquierda de la calle y yo tuve que correr tras él, por más que mi padre me ordenara, como era natural, que fuera a su lado. El hombrecito se obstinaba en seguir adelante nuestro, a nuestra izquierda, y yo no podía resistir la tentación de marchar a su lado. Mi padre acabó por cansarse y se desentendió de mí. En casa, luego, me preguntó disgustado por qué había sido tan desobediente y había tenido el capricho de cruzar de una acera a otra. Yo no sabía nunca qué decir en tales ocasiones, que para mí eran verdaderamente angustiosas. ¿Cómo hablar a nadie del hombrecito? Me horrorizaba traicionar al hombrecito o simplemente hablar de él. Hubiera sido algo abominable, un pecado mortal. -(El Ser Real del Hombre)- “ No podía siquiera pensar en él o llamarlo. Aparecía de pronto y entonces lo seguía. Cuando no estaba era como si no hubiese existido nunca. “El hombrecito no tenía nombre. Pero lo más inconcebible, cuando él me llamaba por el mío, hubiese sido no acudir a sus llamadas. Donde iba él iba yo, fuera al agua o al fuego. No es que me lo ordenara. Era suficiente que él hiciera cualquier cosa para que yo hiciese otro tanto. No hacerlo hubiera sido tan extraordinario como si mi sombra no siguiera mis movimientos. Acaso fuera yo precisamente eso, la sombra o el espejo del hombrecito, si es que él no era mi sombra y yo, creyendo imitarlo, hacía los movimientos antes o al mismo tiempo que él. “Por desgracia no siempre estaba conmigo y cuando esto ocurría, faltaban a mis hechos naturalidad y necesidad. Un paso, entonces, podía darse o no darse, podía meditarse sobre él. Y todos los buenos, alegres y felices pasos que di en mi vida de entonces los di sin meditar un momento sobre ellos. El reino de la libertad es quizás también el reino del engaño.

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-(Insuficiencia del intelecto)- “-¡Qué dulce era mi amistad con la alegre vecina que me había sacado del estanque! Era vivaz, bastante joven, hermosa y tonta. De una adorable y casi genial estupidez. Oía embelesada mis historias de duendes y ladrones, creyéndolas a veces y tomándome por uno de los sabios de Oriente, lo que yo aceptaba complacidamente. Se extasiaba conmigo. Si contaba alguna agudeza, se reía fuerte y fervorosamente mucho antes de haberla comprendido. Se lo reproché y un día le dije: “-Óigame, Frau Anna. ¿Cómo puede reírse de un chiste que no ha entendido? Es una tontería y además me ofende. Ríase si lo entiende, si no lo entiende cállese y no haga como si lo hubiera entendido. “No dejaba de reír por lo que le decía. “No- dijo- Eres el muchacho más listo y más estupendo que he conocido. Llegarás a catedrático, o a ministro o a doctor. No te enfades si me río. Río sencillamente porque me encanta estar contigo y porque eres la persona más graciosa del mundo. Ahora cuéntame ese chiste. “Se lo conté, confundiéndola, obligándola a hacerme preguntas hasta que lo comprendió, y si antes había reído mucho y cordialmente, ahora reía mucho más, frenética y arrebatadamente, y me hacía reír a mí también. ¡Cuán a menudo nos reímos los dos, cómo me mimaba y admiraba, y qué contenta estaba a mi lado! A veces, muy de prisa, recitaba ciertos difíciles ejercicios lingüísticos tres veces seguidas, un tigre, dos tigres, tres tigres...o la historia del obispo de Constantinopla. Ella quería repetirlos, yo insistía y ya se había reído y no conseguía pronunciar más allá de tres palabras seguidas, seguramente porque tampoco hacía intención de ello. Cada frase tenía que acabar en una carcajada. Frau Anna ha sido la persona más divertida que he conocido. En mis alcances de niño la juzgué como infinitamente estúpida – en lo que, en el fondo, no estaba del todo equivocado-, pero era feliz y muchas veces he considerado a las personas felices como sabios ocul tos , aunque las apariencias fueran más bien de estulticia. ¿Hay algo más necio y que nos haga más desgraciados que la inteligencia? CLAVES MÁGICAS:

1. Causalidad versus Casualidad: el Hombrecito es la instrucción que recibimos del Yo Superior, el cual nos guía ampliamente durante la niñez y que se diluye, mengua o decrece a medida que vamos creciendo. Aquí se nos muestra cómo un suceso aparentemente casual – el encuentro de Hesse con Frau Anna – tenía por objeto comenzar a hacer madurar al niño Hesse, en el futuro hombre Hesse. En términos de simbología esotérica, una FUENTE representa el origen de la Sabiduría, el lugar de donde brota el conocimiento. Cuando el Hombrecito se lanza dentro de la Fuente y Hesse lo sigue sin preguntar, sucede el equivalente a un nuevo nacimiento. Su fe lo salva. Comienza una nueva etapa de su vida.

2. El sacrificio de las posesiones: la joven Frau Anna es el símbolo de su

conciencia, no el único símbolo, pues será además, cuando crezca, una experiencia vivencial necesaria para su desarrollo emocional. Pero en

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esta etapa de la narración, el niño Hesse comienza a sentir la responsabilidad y la necesidad de cumplir con el deber. Cuando es castigado por su padre, recibe un obsequio, pero su conciencia le dice que debe deshacerse de tal objeto, pues no lo merece. Hesse aprende que las malas acciones no pueden tener recompensa.

3. La sabiduría de la inocencia: el Hombrecito, Hesse y el Padre de Hesse representan tres aspectos de la psicología esotérica. El Hombrecito es el Ser Interno o Yo Superior. Hesse es el Yo Consciente. El Padre de Hesse representa las limitaciones del mundo material, es decir, el materialismo. Recuerden la diferencia substancial entre su Padre y su Abuelo. Materialismo y Espiritualismo. Todos los seres humanos se encuentran entre estas dos grandes corrientes. Hesse nos demuestra que es posible beber lo mejor de cada una de ellas y establecer una personalidad equilibrada. Esta parte de la narración nos enseña que aunque conozcamos los mandatos del mundo material, debemos siempre ir detrás de lo espiritual, simbolizado por el Hombrecito, aun cuando no podamos explicar a los demás las razones de nuestras actitudes. Pues nuestras actitudes han tenido una orientación u origen divino, pues vienen de nuestro Ser Interno. Muchas veces deberemos quedar callados, sin poder decir palabra, porque nuestros oyentes no nos entenderían o no nos creerían. Esto está perfectamente simbolizado con la carta del Tarot “El Loco”: la Sabiduría Divina para la mayoría de las personas es pura tontería y locura.

4. El Ser Real del hombre: sabemos que la materia es una ilusión y que la

percibimos porque poseemos sentidos adaptados para percibir cierta gama de vibraciones que llamamos gusto, oído, olfato, vista y tacto. Cambiemos nuestros sentidos y cambiará nuestra percepción del mundo. Cuando Hesse se pregunta si él no sería una sombra del Hombrecito, o si al revés, el Hombrecito sería una sombra de Hesse, nos hace pensar en la diferencia entre ACTUALIDAD y REALIDAD. ¿La realidad es lo que existe cuando la percibimos? ¿La realidad existe si no la percibimos? ¿Está la consciencia humana separada de la realidad y percibe a esta última gracias a sus cinco sentidos? ¿Existirán otras realidades, otros mundos, otros planos sólo perceptibles mediante otros sentidos, tal vez aquellos que llamamos Sensorium Interno? ¿No será nuestra persona, una personalidad que se manifiesta a través de esta envoltura corporal llamada cuerpo físico, pero que el verdadero Ser NO ES una personalidad?

5. Insuficiencia del intelecto: se muestra un contrapunto u oposición entre la personalidad de Hesse, su yo intelectual, y su conciencia propiamente dicha, simbolizada por Frau Anna. La conciencia se ríe del intelecto, pues mientras la conciencia VIVE , gozando de la vida, el intelecto INTERPRETA SIN VIVIR, y de esta manera no puede ser feliz. El fin último de toda razón de ser es la Felicidad, también llamada Paz Profunda. Una persona feliz es un SABIO OPERATIVO, mientras que un intelectual puede ser infeliz, aunque sea un SABIO ESPECULATIVO. Díganme, ¿cuál de los dos es el “verdadero” sabio?

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“Esta mujer alegre y estúpida se diferenciaba del resto de las personas mayores en que además de tonta era sencilla y espontánea, no mentía y no desconcertaba. En esto no se parecía a las demás personas mayores si, naturalmente, exceptuamos: a mi madre, símbolo de mi ser, enigmáticamente poderosa; a mi padre, justicia y ac ierto, y a mi abuelo, que, oculto, múltiple, sonriente e inagotable ya no era casi humano . Pero aunque honrara y temiera a las personas mayores, la mayoría eran unos dioses de barro. ¡Qué cómicas resultaban sus torpes comedias al hablar con los niños! ¡Qué falsamente sonaba su voz, qué falsa aparecía su sonrisa! ¡Qué importancia se daban a sí mismos y a sus quehaceres y a sus negocios! ¡Con qué vanidad llevaban bajo el brazo sus carteras o sus libros cuando iban por la calle, y cómo ansiaban ser vistos, saludados y lisonjeados! -Dejad que los niños vengan a mí- “Muchos domingos venían visitas a casa. Señores con sombreros de copa en torpe mano calzada con tieso guante de cuero, hombres importantes y dignos, un poco avergonzados de tanta dignidad, abogados y jueces; sacerdotes y profesores, y directores e inspectores con sus esposas, algo tímidas, algo sofocadas. Todos se sentaban rígidamente. Había que obsequiarlos, que atenderlos, que ayudarlos, al entrar, a quitarse el abrigo y el sombrero; había que seguirles la conversación, que despedirlos ceremoniosamente. Como puede comprenderse, no tomé en consideración ese pequeño mundo burgués que mis padres, por no pertenecer a él, también encontraban un tanto ridículo. Pero el caso es que cuando no representaban esa comedia, cuando no hacían visitas y no llevaban guantes, encontraba igualmente estúpidas a la mayoría de las personas mayores. No podía comprender por qué daban una importancia tan desmesurada a sus cargos y a sus ocupaciones, y a qué era debido el concepto tan elevado que tenían de sí mismos. Eran capaces de dejar el paso a un carretero, a un guardia o a un picapedrero, incluso con cierta cortesía. Pero jamás prestaban la menor atención a los niños y hasta los apartaban y los trataban mal. ¿Es que hacían algo menos bueno o importante que los mayores? No, con toda seguridad. Pero los mayores eran fuertes y eran ellos los que ordenaban y gobernaban. No es que no jugaran. Como nosotros, tenían sus juegos: el de bombero, el de soldado o el de ir a reuniones y a hoteles. Pero todo con un aire de gravedad e importancia, como si las cosas no pudieran ser de otra manera y no existiera nada más hermoso o más santo. “Admito que había algunas personas inteligentes, incluso entre los maestros. ¿Pero no era extraordinaria la sola circunstancia de que entre todo aquel gran mundo, todos niños a un tiempo, se encontraran tan pocos que no hubieran olvidado lo que es un niño, cómo vive, cómo trabaja, cómo juega, cómo piensa, qué es lo que le atrae y lo que le duele? ¡Qué pocos conocían esto! Casi todos eran tiranos y brutales. Trataban perversamente a los niños, los echaban de todas partes, los miraban con odio y a veces hasta con miedo. Pero los demás, los que no eran así, los que a veces se dignaban tener una conversación con un niño, tampoco sabían ya cómo éramos, también tenían que esforzarse para llegar a nosotros. No volvieron a ser verdaderos niños, sino falsos niños ridículos de caricatura.

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-Bienaventurado el que es niño todavía- “Todos o la gran mayoría vivían en otro mundo que el nuestro, respiraban otro aire. A menudo no eran más inteligentes que nosotros; eran, simplemente, más fuertes y por ello podían obligarnos a obedecer por la violencia. ¿Pero era esto una auténtica superioridad? En ese caso eran superiores el elefante o el toro, porque eran más fuertes que cualquiera de ellos. Pero suyos eran el poder, el mando, y su mundo y su modo eran los aceptados. Sin embargo – y esto me extrañaba particularmente y a veces me espantaba -, sin embargo, digo, parecía como si muchos nos envidiaran. A veces lo confesaban ingenuamente, con un suspiro. Y no mentían, me daba perfecta cuenta por sus dichos. Por lo tanto, las personas mayores, no eran más felices que nosotros, a pesar de que debíamos obedecerlos y honrarlos con nuestro respeto. “Recuerdo que en el álbum en que aprendía música había una canción con este asombroso estribillo: “Bienaventurado, bienaventurado el que es niño todavía”. A mí me parecía un misterio y me demostraba que había algo que poseíamos los niños que no poseían los mayores. Si eran fuertes y poderosos, también eran, por lo visto, en algún aspecto, más pobres que nosotros. Y ellos, a quienes tantas veces envidiábamos su figura, su dignidad, su aparente libertad y espontaneidad, sus barbas y sus pantalones largos, nos envidiaban – incluso en las canciones – a nosotros los niños. CLAVES MÁGICAS:

6. “...mi madre, símbolo de mi ser, enigmáticamente poderosa; a mi padre, justicia y acierto, y a mi abuelo, que, ocul to, múltiple, sonriente e inagotable ya no era casi humano.” Tenemos aquí la visión del Padre, la Madre y el Abuelo, que podemos entender como a la antigua pareja de dioses Egipcios: ISIS y OSIRIS (como Madre y como Padre) y por encima de ellos, el Abuelo es PTAH, el Dios Arquetípico que formó el Universo con su pensamiento.

7. -Dejad que los niños vengan a mí- En este párrafo está la esencia de la afirmación de Cristo, únicamente siendo como niños podemos llegar al Reino de los Cielos. Observen que esta parte del relato de Herman Hesse está en armonía con la obra “El Principito”, de Antoine de Saint Exupery. En ambos relatos las personas mayores no entienden el comportamiento, los deseos y esperanzas de los niños.

8. -Bienaventurado el que es niño todavía- ¡Nosotros hemos sido niños! Esto quiere decir que hemos sido habitantes de esa condición primordial, a la cual simbólicamente llamamos Paraíso o condición edénica. ¡Nosotros nos hemos hecho hombres y mujeres mayores! Esto significa simbólicamente que hemos sido echados del Paraíso, y comenzado a ganarnos nuestro pan con el sudor de nuestra frente. ¡Volver a ser niños! Es volver a nuestra situación inicial de armonía con Dios. Es lo que grandes sabios han llamado la “Reintegración de los Seres”.

“Mientras tanto, era feliz a pesar de todo. Había muchas cosas en el mundo, sobre todo en la escuela, que yo hubiera deseado de otra manera. Pero ya he dicho que era feliz. Se me aseguraba por todas partes que no se pasa por la tierra para ser feliz y que la verdadera felicid ad sólo la consigue aquel

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que ha sabido vencer. Pero esas sentencias y máximas que me enseñaban, y que a menudo me parecían muy lindos y conmovedoras, me hacían muy poco efecto, a pesar de lo mucho que mi padre las tenía en cuenta. Cuando algo me salía mal, me encontraba enfermo o no se me ofrecía todo a la medida de mis deseos, raras veces me refugiaba en Dios. Tenía otros caminos secretos que habían de llevarme a la Luz. “Si fallaban mis juegos habituales, si me fatigaban o no encontraba placer en el tren o en el libro de cuentos, siempre se me ocurrían nuevos y más hermosos juegos. ¿No era suficiente, por la noche en la cama, cerrar los ojos y perderse en el encanto fabuloso de los círculos de color que se presentaban ante mí, que se contraían convulsivamente? De nuevo poseía, entonces, felicidad y secreto. ¡Qué lleno de promesas se me aparecía el mundo! “Los primeros años escolares apenas si consiguieron cambiarme gran cosa, aunque observé que la confianza y la sinceridad sólo podían perjudicarnos. De algunos profesores aprendí todo lo necesario para poder mentir o fingir. Ese fue el principio del fin. Lentamente se fue marchitando mi primera florescencia. Lentamente aprendí también, yo, sin sospecharlo, aquella falsa canción de la vida, aquel aclimatarse al mundo que había de ser el nuestro. “Hace ya mucho que he comprendido por qué en mi álbum de canciones había una que decía: “Bienaventurado, bienaventurado el que es niño toda vía”. Muchas veces he envidiado también a los que aún son niños. “Cuando, a mis doce años, se me preguntó si quería aprender griego, yo dije que sí, porque me parecía indispensable estudiar y llegar con el tiempo a ser tan sabio como mi padre o acaso como mi abuelo. Pero desde ese día existió ya para mí un plan de vida. Tenía que estudiar y sería sacerdote o filólogo. Se me ofrecían becas. Era el mismo camino que había seguido mi abuelo. “Aparentemente no representó ningún perjuicio. Se me presentaba un porvenir, eso sí, y un poste indicador en mi camino que cada día señalaba más cerca de la meta prevista. Todo me llevaba hacia ella, todo era alejarse, alejarse de los juegos, de los días en que no había carecido de razón, pero sí de rumbo o de porvenir. Apenas me había atrapado, en un principio, la vida de los mayores, pero acabaría por caer sobre mí y por llevarme al mundo de los cálculos, de los números, del método, de las profesiones, de los empleos y de los exámenes. Pronto llegaría mi hora, mi hora de estudiante de teología o profesorado. También yo haría visitas con sombrero de copa y llevaría guantes de cuero. Ya no comprendería a los niños y quizás los envidiaría. Pero mi corazón no lo quería, no quería alejarme de mi mundo, donde todo era bueno y hermoso. Había, eso sí, una meta secreta al pensar en el porvenir. -El fin de la infancia- “Había algo que deseaba ansiosamente y eso era llegar a ser mago. Fue un deseo, un sueño que no se apartó de mí durante mucho tiempo. Pero llegó un día en que ya no fue un deseo, un sueño omnipotente. Algo se oponía a ello. ¿La realidad, el sentido común? Algo, eso no podía negarse. Lentamente, lentamente se marchitó la florescencia. Lentamente me vino de lo ilimitado algo limitado. Hasta el deseo de ser mago perdió

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lentamente su valor para mi. Lo seguí deseando, y ansiosamente además, pero fue solo un juego. Y es que yo ya no era un niño. Había encontrado los límites del mundo infinito en todos sus aspectos. Iba cambiando la selva de mis días, el paraíso que había tenido a mi alrededor se iba enfriando. Nunca más fue lo que había sido. Dejé de ser príncipe y rey y no sería mago. Aprendía griego, dos años después aprendería hebreo y seis más tarde sería alumno de la Universidad. “El maravilloso cuento del libro de mi abuelo seguía siendo muy bello, pero estaba siempre en la misma página, cuyo número recordaba, hoy, mañana y en cualquier día y hora. Ya no hubo más milagros. “El Dios danzarín sonreía indiferente. Era solamente una figura de bronce. Apenas si lo observé una vez más. Desapareció el estrabismo de su mirada. “Lo más triste fue que dejé de ver al hombrecito, al hombrecito gris. En todas partes me rodeaba el desencanto. Fue estrecho lo que antes había sido amplio, mezquino lo que antes había sido hermoso. -El comienzo de la madurez- “Sin embargo, nadie se dio cuenta de ello. Fue una sensación que sentí a escondidas, en mi fuero interno. Exteriormente seguía siendo alegre y dominante. Aprendí a nadar y a patinar sobre hielo. Era el primero en la clase de griego. Todo parecía marchar como sobre ruedas. Las cosas, sin embargo, se desvanecían, habían perdido resonancia. Me aburría la casa de Frau Anna. Todo seguía como antes, pero algo se había perdido, algo que no acertaba a definir y que no echaba de menos, pero que ya no estaba conmigo y que faltaba. Ahora, para encontrarme a mí mismo, entera y ardientemente, tenía que recurrir a un fuerte estímulo que me sacudiera. Empezaron a gustarme las comidas cuidadosamente aderezadas o los platos exquisitos. Robé algunos céntimos para darme algún pequeño capricho que tuviera. Nada, entonces, tenía vida o era suficientemente hermoso. También empezaron a atraerme las muchachas. Fue después de aparecer el hombrecito por última vez y conducirme nuevamente a casa de Frau Anna. *********************************************************************************** **************************************FIN DE LA OBRA************************* CLAVES MÁGICAS:

1. “Se me aseguraba por todas partes que no se pasa por la tierra para ser feliz y que la verdadera felicidad sólo la consigue aquel que ha sabido vencer.” Esta es la explicación del objetivo de la encarnación humana. No es que no se busque la felicidad, cosa que todos los seres anhelan. Es la afirmación de que la Tierra es un purgatorio, un lugar donde las almas encarnan para evolucionar, para desprenderse de las escorias de pasadas encarnaciones, y para aprender y tener experiencias en aquellos casos en que es la primera vez que se encarna. La felicidad no consiste en el goce de los sentidos. La felicidad consiste en el cumplimiento del deber, lo cual está expresado en la afirmación de que la verdadera felicidad la consigue aquel que ha sabido vencer. ¿Y qué es lo que se debe vencer? Pues es

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el Yo Inferior, esa parte de la personalidad que está unida a lo perecedero, material y mundano.

2. “Bienaventurado, bienaventurado el que es niño t odavía”. Muchas veces he envidiado también a los que aún son niños. ” Hemos llegado al momento de la vida de Hermann Hesse en el cual comienza a dejar de ser niño. Es el momento en que la inocencia desaparece. Es el momento de la experiencia, del compromiso y del deber. El estado de las almas virginales que nunca encarnaron es como el estado de la niñez. No existen obligaciones, pero tampoco existe el adelanto que únicamente la experiencia puede proporcionar.

3. –El fin de la infancia- Todo lo que nace tiene una continuación, y la continuación se manifiesta en un tercer punto, diferente a los dos anteriores. Herman Hesse quería ser Mago, y tal como lo dijo al principio de la narración, se encontraría con esto al final de su vida. Mientras tanto, para convertirse en Mago hay que practicar en el jardín de la vida. Hay que desarrollar el poder de la OBSERVACIÓN; hay que poseer una buena MEMORIA; hay que poner en práctica la IMAGINACIÓN CREADORA; hay que usar el poder del RAZONAMIENTO y desarrollar la INTUICIÓN. Esto requiere esfuerzo, y cuando se comienza a comprender la magnitud del esfuerzo necesario para ser Mago, se está en la encrucijada del camino. Un sendero de la Magia conduce a la ILUSIÓN. Es la rama de la Magia emparentada con MAIA, del sánscrito ,la ilusión. Esta es la Magia infantil. Pero la Magia de los hombres y mujeres maduros es la que está emparentada con MAG, del sánscrito, algo grande. Esta es la Magia adulta.

4. –El comienzo de la madurez- Hermann Hesse lo expresó poéticamente; la madurez o adultez comienza cuando se percibe el atractivo del otro o de la otra. Cuando la infantil inocencia y estado de alegría y felicidad individual desaparece, y se entiende y se busca la felicidad en pareja. Es el momento en que la Energía Generatriz comienza a manifestarse. El Principio de Atracción es el que ha dado cohesión al Universo y se manifiesta en los seres humanos como la necesidad de formar pareja, de encontrar al ser amado. Fue la última enseñanza del hombrecito, de la Voz Interior. Cada momento debe ser vivido de acuerdo a la edad apropiada para ello. La adolescencia y el entrenamiento amoroso forma parte de la construcción de la personalidad madura. La guía interna no nos abandona, nos deja experimentar y vivir las experiencias que son necesarias para el desarrollo maduro de nuestra personalidad. Pero no podemos evitar sentir, ni esperar no sufrir. La vida es un aprendizaje ininterrumpido, que abarca innumerables encarnaciones. Sin embargo también cada vida es única e irrepetible. Las mismas condiciones no se repetirán; no de la misma y exacta manera.