Nuestro Bos Que

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¡Auxilio, nuestro bosque se incendia! ¡Auxilio, nuestro bosque se incendia! Ilustraciones de Fernando Guillén Ilustraciones de Fernando Guillén Patricia Velarde Patricia Velarde

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¡Auxilio, nuestro bosque se incendia!

¡Auxilio, nuestro bosque se incendia!

El bosque de La Primavera será testigo de la unión imaginaria entre seres humanos y animales que impidió que un desastre acabara con uno de los últimos espacios naturales de la ciudad de Guadalajara, Jalisco. El bosque ha sufrido un daño grave, pero la paciencia y el quehacer conjunto lograrán que su belleza vuelva a brillar.

Patricia Velarde es una psicóloga educativa y laboral originaria del Distrito Federal. Escribe, en colaboración con especialistas científi-cos, cuentos infantiles que tratan la relación entre el ser humano y su entorno, y que promueven la educación ambiental entre los lectores más jóvenes.

Fernando Guillén ha ilustrado publicaciones del Instituto de Medio Ambiente y Comunidades Humanas de la Universidad de Guadalajara desde 1987, así como varios proyectos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. En 2008 recibió el Premio Mérito Ecoló-gico que otorga la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales.

Ilustraciones de

Fernando Guillén

Ilustraciones de

Fernando Guillén

Patricia VelardePatricia Velarde

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Patricia Velarde

Ilustraciones de

Fernando Guillén

Libros del Rincón

¡Auxilio, nuestro bosque se incendia!

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© Patricia Velarde, 2008

Primera edición SEP / Patricia Velarde Diez de Bonilla, 2008

D.R. © Patricia Velarde Diez de Bonilla, 2008 Rodrigo de Triana 2920, col. Vallarta Norte, 44690, Guadalajara, Jalisco

D.R. © Secretaría de Educación Pública, 2008 Argentina 28, Centro, 06020, México, D.F.

ISBN: 978-607-00-0631-9 Patricia Velarde Diez de Bonilla ISBN: 978-607-469-092-7 SEP

Prohibida su reproducción por cualquier medio mecánicoo electrónico sin la autorización escrita de los coeditores.

Impreso en México

Distribución gratuita-ProhibiDa su venta

Sistema de clasificación Melvin Dewey DGME863V32008 Velarde, Patricia ¡Auxilio, nuestro bosque se incendia! / Patricia Velarde; ilus. Fernando Guillén. — México : SEP : Patricia Velarde Diez de Bonilla, 2008. 56 p. : il. — (Libros del Rincón) ISBN: 978-607-469-092-7 SEP

1. Literatura mexicana. 2. Cuento. I. Guillén, Fernando, il. II. t. III. Ser.

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Con mucho amor para:Mi familia, con quienes

aprendí a disfrutar del bosque.Chuy y Vianney, que me han

acompañado en esta parte del camino.

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El bosque es mi lugar favorito; sus apretadas fron-das y olores a pino siempre verde; la mano de

la naturaleza sorprendiéndome al atardecer, la hora en que todo se pinta de rojo y oro. Me gusta rodear —despacito— un gran árbol y sentir la caricia del vien-to murmurando hojas secas.

Mi bosque preferido es La Primavera, por el frescor de su nombre, por las aireadas ráfagas que evocan mis tiempos de niña.

Este bosque me presentó a Lincho, el lince, me paseó por sus senderos, se dolió conmigo por las lla-mas… en fin, me invitó a escribir este libro. Ahora te lo presento:

La Primavera es un bosque milenario que se encuen-tra al poniente de la ciudad de Guadalajara, Jalisco en México. Sus nombres antiguos son:

Sierra de Huiluxteque (lugar cubierto de rocas y palomas).

Sierra del Nejahuate (montaña de ceniza) del Colli (casa del abuelo).

San Isidro Mazatepec (lugar de venados), la pobla-ción más importante al sur del bosque.

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Estos nombres, hacen evocar las aves que anidan y los animales que ahí viven; hablan de sus grandes forma-ciones rocosas hechas de lodos volcánicos, conocidas como toba tala, recuerdos del volcán que lo formó y que aún vive en sus entrañas. Nos cuentan también de su riqueza prehispánica apreciada en toda Mesoamérica, la obsidiana y los tesoros que hoy día nos ofrece el bosque: un pulmón de aire limpio para la gran ciudad, una abun-dante cosecha de agua de lluvias, un regulador del clima y ruinas arqueológicas, silenciosos testigos de nuestro pasado indígena.

Huiluxteque, Nejahuate, Mazatepec… imaginar paisajes de verde interminable soñar con palomas que arrullan por las tardes vislumbrar un águila solitaria sentirse pez, venado o armadillo volver a nuestras lenguas madres…

Con sus 36 000 hectáreas de bosque y su zona de in-fluencia de 150 000 hectáreas, La Primavera es hoy día una de las áreas de mayor interés científico, así como una de las reservas naturales nacionales más necesitadas de protección y conservación.

Al igual que La Primavera, todos los bosques encierran magia y ofrendas naturales para la humanidad. Cada ciudad, cada persona, necesitamos comprometernos con

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nuestro propio bosque y al cuidarlo nos estamos cuidan-do nosotros mismos.

Los incendios forestales representan una de las principa-les amenazas para la supervivencia de los bosques, por eso, esta historia trata sobre ellos y sus consecuencias, del combate contra el fuego y el gran esfuerzo necesario para la recuperación de un bosque.

Este cuento te invita a incrementar tu conciencia y amor por la naturaleza, de tal suerte que florezca en un árbol más, un bosque libre del fuego, aire puro y un planeta más sano y lleno de vida.

¡Bienvenido al bosque; bienvenido a este libro…!

Patricia Velarde

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La serpiente de fuego

Taimado, como una serpiente astuta, se desliza entre la capa de hojas secas, pasa por debajo de las piedras, ro-dea el árbol y come sus raíces con voracidad. Despacio, muy despacio, el fuego sube por el tronco del viejo ro-ble. Enciende su melena verde ocre en tonos rojos, na-ranjas y amarillos mortales, que finalmente desprenden el espíritu del árbol. Robleto, en un último intento por sobrevivir, estira las huesudas manos hasta que crujen sus nudillos, tratando de retener su ánima que escapa hacia el cielo: es inútil, en vez de conservar su esencia vital, pierde el equilibrio y cae. Sus raíces carbonizadas ya no lo sostienen.

Un ¡crash! lastimero resuena dentro del nudoso tronco del roble. Su majestuoso cuerpo azota en la tierra pren-dido en fuego y las llamas asesinas abrasan las plantas y árboles a su alrededor. Una gran llamarada se levanta en el bosque como calavera en bandera de piratas: señal de muerte, destrucción y conquista absoluta. Los hombres ya se han dado cuenta y gritan la voz de alarma: ¡Hay un incendio en el bosque!

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El espíritu de Robleto se eleva sobre los demás árboles mientras se despide de su fronda, ¡se sentía tan orgulloso de ella! Le llevó más de cincuenta años hacerla crecer y darle forma, hasta construir un remanso de frescura para los que se refugiaban en ella. Robleto, con un suspiro, recuerda a la familia que abrazó ayer en el día de cam-po, todos se divirtieron mucho: los niños jugaron pelota durante la mañana, la mamá llevó refrescos y una de las botellas se rompió al chocar con una piedra. “¡Ya rompis-te el refresco, hijo, mira nada más! ¡No! ¡Ahí deja los vi-drios; tú crees que voy a cargar toda esa basura, bastante tengo con recoger las cosas que traje!”.

Un trozo de vidrio quedó apoyado en una piedra cualquie-ra. El sol concentró sus rayos formando una potente lupa que prendió la pequeña llama, una llamita de nada que a su vez encendió hojas secas que el roble había soltado. De las hojas encendidas nació el incendio subterráneo, acunado por la alfombra de hojarasca que cubría el bosque.

Mientras los hombres se acercan para combatir el incen-dio, la serpiente de fuego se multiplica por diez, quince, o quién sabe cuántas veces corriendo por el bosque en diferentes direcciones. Robleto vivía hasta la orilla, el aire alborotado soplaba en contra y aún no se esparcía el olor a quemado.

Lejos de ahí, tlacuaches, venados cola blanca, ardillas y aves beben agua del río aprovechando la ausencia de

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Lincho, el lince, que había ido, con todo y olfato, orejas, garras y dientes, a buscar novia al otro lado del monte. Hasta ese día, el lince había sido el depredador más fe-roz del bosque…

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El reino de Lincho en peligro

Lincho se relamió los bigotes —el almuerzo de conejo le había dado fuerzas— y olfateó con esperanza al des-cubrir huellas de lince en el blando lodo que cubre al río subterráneo.

—Hoy me siento con suerte. Deben de ser huellas de una hermosa lince, mi nariz nunca me engaña. Nadie se resiste a los encantos de Lincho, con bigotes de león, con astucia de ratón y guapura de donjuán —cantó el lince.

Lincho, siempre que encontraba inspiración, disfruta-ba de una buena canción compuesta, naturalmente, por él mismo.

El lince se consideraba el rey del bosque descontan-do al puma, un poco más grande que él, pero no tan sagaz y campechano, según su propia apreciación. Como rey, vigila su territorio: a cada paso escucha, huele, observa, presiente el peligro.

—Pronto va a llover, la humedad enrosca mis bigo-tes… ¡ouch! —comprobó al estirar y soltar un bigote.

Sus patas acolchonadas soportaban su corpulencia, so-bre rocas y hojarasca, casi sin hacer ruido. De pronto, unos crujidos lejanos llamaron su atención. Subió a un gran encino para olfatear un poco y estiró las orejas, ce-

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rró los ojos para concentrar su atención. Nada. Volvió a observar, recorrió el paisaje, todo parecía en orden.

—¡Demonios, no puede ser, hay humo en aquellos árbo-les! ¡Ya brotaron las llamas… otra vez el fuego! —saltó de la rama que lo sostenía. Dando rugidos de alarma, corrió en dirección del incendio.

—¿Qué dices, gatote?, no veo animales corriendo… ¿Estás seguro? —se burló el gavilán que disfrutaba la amistad del felino, gracias a que se mantenía fuera del alcance de sus garras.

—¡Los pájaros huyen! ¡El incendio está en los viejos robles! —rugió Lincho sin dejar de correr— ¡Detenga-mos ese maldito fuego! ¡Vuela rápido y pide ayuda a los demás animales!

Mientras los dos amigos cruzaban el bosque, las llamas ya devoraban toda una loma de pinos resinosos. Desde abajo, el fuego brinca a troncos y copas de árboles… Ya era un incendio de copa que se extiende a capricho del viento y el hambre de las llamas relinchaba de rama en rama, de pinos a encinos, de encinos a robles. Y de los robles, bajaba de nuevo hasta las madrigueras.

Cuando el fuego se apodera del bosque, su espíritu cá-lido se transforma en un monstruo devastador, pues se sale de control.

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El incendio

Parvadas de aves huyendo se eclipsaban en el denso humo negro; humo que crecía como gran nube parda. Huían despavoridos azulejos, gorriones y pájaros car-pinteros, que apenas comenzaban a construir su nido. Los pájaros padres regresaban una y otra vez, llevando en cada vuelta a uno de sus polluelos. Habían pasado sólo algunos días desde que nacieron y muchos se des-plomaron sin esperanza de volar, pues sus alas no habían crecido lo suficiente.

Lengüetazos de fuego devoraban huinumo y hojas de encino, trepando por los troncos, extendiendo ondas calcinantes; el humo entraba en las madrigueras vacías, la masa de fuego explotaba repetidas veces; corrían las ardillas chillando su desesperación y los venados huían chocando sus pezuñas contra las piedras.

El incendio rugía. Quebrados sonidos de ramas caían y azotaban el monte. La tierra era lava hirviente que le-vantaba olas gigantes, rojas y amarillas, dejando a su paso sólo siluetas quemadas: nacía el negro.

Mapaches encandilados fruncían sus antifaces corrien-do entre pastizales y arbustos, tropezando con los demás animales, que se abrían paso por un plantío de capita-nejas —invasoras del terreno quemado en el último in-cendio—. Esta plaga de arbustos formaba una red que

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dificultaba la carrera. ¡Urgía salir de ahí!, esas plantas resecas extenderían el incendio…

—¡Cuidado con la cerca de alambre! —chilló alarmado el mapache líder.

Ratones, ardillas, tejones y otros animales pequeños cruzanban a tropezones debajo del último alambre de la cerca. Los mapaches se atoraban, pero finalmente lograban pasar dejando mechones de pelo en las púas del alambre. La carrera por la vida continuaba, pero de pronto se escuchó:

—¡Ayuda, ayuda!, ¡no podemos saltar la cerca! —bra-maban dos venados. El fuego avanzaba y la cerca era demasiado alta.

Lincho al rescate

Mientras Lincho corría hacia el foco del incendio, tras-tabilló: “¡Agua, que los hombres reaccionen, agua! ¡Guardarrayas, tenemos que hacer guardarrayas! ¡Hay que abrir espacios entre fuego y pasto seco para detener el incendio!

Lincho se cruzaba con los animales que huían del fuego.

—¡Lince, los venados están atrapados en aquella cerca y el fuego ya viene! ¡Ayúdanos! —gritó el mapache líder.

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El lince frenó su trote, agotado; sacudió la cabeza inten-tando decidir si debía continuar su camino o ayudar a los venados; su mente seguía en el foco del incendio, pero los venados lo necesitaban…

—¡Vamos, dame una mano! —ordenó finalmente Lincho.

Los venados seguían bramando desesperados al no en-contrar salida.

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—¡Ustedes empujen aquel poste y yo el de acá! ¡Duro, duro, con fuerza!

A pesar del esfuerzo, los postes no cedían.

—¡A excavar, mapache, afloja la tierra del poste y yo lo empujaré!

Uñas y dientes rasguñaron la tierra seca, endurecida. Terro-nes cafés y polvo salieron volando en todas direcciones.

—¡Ahí les voy! —gritó el felino al lanzarse desde una rama. Un golpe seco lastimó su cuerpo, pero no tumbó el poste— ¡Sigan cavando, un poco más! —continuó.

El lince corrió para tomar vuelo y saltar nuevamente, como si fuera a atrapar su presa. Se aventó sobre el pos-te que finalmente cedió, abriendo paso. Los venados sal-taron los alambres caídos y escaparon.

Lincho se quedó tirado, aturdido por el golpe, por el cansancio; respiraba agitadamente.

—¡Lince, lince! ¿Estás bien? —lo sacudió con cuidado el mapache líder— ¡Corre, ya viene el fuego! ¡Por acá podemos escapar, sígueme!

El felino se levantó lentamente y empezó a caminar, si-guiendo con dificultad al mapache.

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Guardarrayas animales

—¡Debo ir hacia el incendio, tengo que ayudar a parar-lo! —recordó de pronto el lince.

—¡Primero nos ponemos a salvo y luego ayudamos! ¡El viento sopla hacia acá, no podemos ir directo al incen-dio! —observó el mapache líder.

—¡Vamos a las piedras toba tala, de ahí bajaremos al incendio!

Con el cansancio a cuestas y el humo en los pulmones, la caminata hasta las piedras gigantes parecía eterna.Al llegar, subieron a las rocas para ver el avance del fuego.

—Hay que bajar por el río, y antes del cráter haremos brechas para detener el fuego, el viento sopla en esa di-rección y hacia allá correrá el incendio —propuso Lin-cho al mapache y ambos volvieron a ponerse en camino, aunque su paso era más fatigoso cada vez.

—Yo nunca he hecho guardarrayas, ¿me enseñas? —dijo el mapache líder a Lincho.

—Sólo jalas con tus garras el huinumo y las hojas secas, para dejar un espacio de tierra sin combustible; cuando el fuego llega ahí, se apaga.

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Mientras Lincho, dos mapaches y un venado hacían guardarrayas, encontraron a varias parejas de mapaches. Cada par de enmascarados arrastraban por los extremos una rama larga, logrando así barrer una gran cantidad de huinumo y hojarasca de un solo jalón. Ésta es una ma-nera más eficaz de hacer guardarrayas.

—¡Al fin llegan refuerzos! —respiró aliviada Lidia, una joven lince que estaba organizando a las parejas de mapa-ches para hacer las brechas— ¡Hey, lince, atrapa la punta de esta rama y ayúdame a jalar, todavía falta mucho!

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Lincho, tomado por sorpresa y deslumbrado por la pre-ciosa lince, obedeció sin chistar.

Entre todos barrieron montañas de material combusti-ble haciendo una larga brecha que llegaba hasta el río y el agua se encargó de detener el incendio a todo lo largo de su cauce. Sin embargo, sólo lograron contener un frente del incendio, cuando ya habían pasado ocho horas desde que se iniciara.

Imágenes frente al fuego

—¡Fuego, fuego! ¡Hay humo junto al cráter del Pedernal, también entre los ranchos Novoa y La Lobera! —alertó por radio el vigía de la torre de San Miguel, más preocupado que los dos días anteriores en que hubo cinco conatos de incendio. ¡Eran enormes columnas de humo que subían hacia el cielo! Tal vez una fogata mal apagada, un cerillo tirado con descuido o… ¿un incendio intencional?

Cuando la alerta llegó a la Brigada Delta 3, ellos descan-saban de los días de humo y trabajo agotador.

—¡Fuego en La Primavera! ¡Vuelen, es gigantesco! —grita el jefe.

—¿Otra vez en La Primavera? ¡Esto es una pesadilla!

—¡Juan no se ha levantado, sacúdelo para que despierte!

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Los brigadistas se vistieron a tumbos: botas, chaqueta, casco… contando las herramientas apuradamente.

—¡El botiquín, mochilas con bomba! ¡Aprisa, al ca-mión! ¿Qué no ven que hay mucho viento y el fuego crecerá?

Mientras tanto, los guardabosques de La Primavera lle-garon por el flanco izquierdo del incendio del Pedernal.

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Empezaron usando los abatefuegos, dando golpes con esos matamoscas gigantes, pero el viento alborotaba el fuego, haciéndolo brincar por todos lados.

—¡No te quemes, Luis, mejor vamos a usar ramas!

El equipo trabajaba en parejas. Adelante golpeaban con una rama el fuego y lo arrastraban hacia adentro del mis-mo incendio, haciendo guardarrayas; atrás, el “barrende-ro” apagaba por completo lo que quedaba de fuego.

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Después de todo un día de esfuerzo, lograron controlar ese foco del incendio al rodearlo con brechas sin com-bustible.

—¡Ahora, de lleno al incendio! ¡Hagan rendir el agua, sólo son veinte litros por mochila!

—¡Acuérdenle a Luis que el agua es sólo para sofocar la lumbre si le brinca!

Más al norte, otro equipo de brigadistas atacó el frente de un nuevo brote del incendio.

—¡Vamos a la brecha, el aire está muy fuerte! ¡Échenle contrafuego!

—¡Prende ya el mechero, Lupe!

Y los hombres, desesperados, prendieron otro fuego jus-to frente al incendio, para que al chocar ambos se termi-nara el combustible y se detuviera el incendio, pero de pronto cambió la dirección del viento.

—¡Cuidado, cuidado, fuego por atrás!

—¡Ya brincó, jefe, estamos rodeados!

—¡Júntense todos! ¡Agua! ¿Quién tiene agua?

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—¡Esto es un horno!

—¡Me incendio, jefe, me incendio!

—¡Cállate, es sólo la sensación, no pasa nada!

—¡Estamos atrapados!

El fuego subió y subió, hasta alcanzarlos y la angustia esta-lló entre ellos.

—¡Me estoy quemando…!

—¡Dios, al fin los refuerzos! ¡Ayúdenos a salir!

—¡Salgan por este lado, acá está la brecha…!

Los hombres lloraban, brincaban y se abrazaban feste-jando la vida.

Sin darse cuenta, pasaron cuatro días hasta que logra-ron vencer definitivamente al monstruo. Sin aliento, caminando como autómatas, unos bendecían y otros repetían: “¡Ganamos la pelea, ganamos la pelea!”. Sin embargo, un jefe de brigada, con la cara ennegrecida por el tizne, recargó su cuerpo en un pedazo de tronco erguido y, volviendo los ojos al cielo, sabía que sólo era una tregua antes de iniciar con la resurrección del bosque.

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La vida se renueva

Han pasado algunos meses desde el incendio. Armando, el guardabosques, hace un recorrido para evaluar la re-cuperación. Al llegar a la zona de reforestaciones, que él y sus compañeros han trabajado a lo largo de siete años, comprueba que ninguno de los arbolitos sobrevivió al fuego. Armando se duele por el esfuerzo y amor con que plantaron miles de pinos: “¿Cómo es posible que ya no exista ninguno de ellos?”.

Se sienta en una gran roca, suspira y agacha la cabeza. Es un hombre de muchas palabras, pero de pocas lágri-mas. El trabajo duro y las lecciones de supervivencia lo han curtido. Con una de sus ramas bajas, un pino triste acaricia su hombro. Armando levanta la vista.

—¿Por qué? ¿Por qué uno aquí, pasando hambres, sin horarios, ni siquiera es por el pago, y esos de la ciudad vienen y creen que pueden disfrutar mi paraíso, mis ár-boles, esta sombra, sólo por pagar su entrada? Si por lo menos cuidaran el bosque. Vienen a hacer fiesta, colgan-do piñatas que lastiman las ramas, hacen día de campo y dejan un basurero, traen las motos, aturden la tranquili-dad y aplastan los retoños, hacen fogatas y no las apagan bien. Luego, éstas son las consecuencias, pero lo peor es cuando prenden lumbre a propósito, eso sí no tiene nombre. ¡Qué poca vergüenza querer robarnos el bos-que! ¡Cuánta ambición por la tierra que nos pertenece

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a todos! —reflexiona en voz alta Armando, indignado, desanimado.

—Pero siempre hay esperanza —susurra Lincho, acer-cándose sigilosamente— acuérdate de que los incendios ayudan a renovar al bosque, ¡la naturaleza toma la trage-dia y devuelve vida! ¿Ya viste esas plantas que no cre-cían aquí desde hace mucho? Sus semillas despertaron al calor del fuego y ahora brotan.

—Además, las piñas de coníferas como las de pino ocote, sólo se abren con el calor y sueltan sus semi-llas… sí, Lincho, tienes razón. Hasta la misma natura-leza prende fuego, para ir quemando las hojas y pastos secos, así no se junta tanto combustible. Imagínate una lumbre con mucho viento y mucha hojarasca, se que-maría todo el bosque de un jalón. Eso sí, necesitamos vigilar los incendios naturales para que no se salgan de control, esto es parte importante de mi trabajo y me gusta hacerlo. No me cabe en la cabeza cómo hay gen-te que se entera del incendio y parece que están viendo un programa más en la televisión, no mueven ni un dedo, como si no respiraran del oxígeno que nos regala el bosque.

—¿Qué quieres, compadre? No todo el mundo piensa como tú, aunque todos seamos parte de la naturaleza —afirma Lincho.

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—Me desespera pensar en el tiempo que le lleva al bos-que recuperarse: mira este suelo totalmente quemado, no tiene humus o materia orgánica degradada, sólo que-da suelo mineral. Pasarán cien años para que se forme un solo centímetro de suelo fértil en donde puedan ger-minar las semillas que harán crecer árboles.

—Ven, Armando, vamos al corazón del viejo volcán, a la robleda, quiero mostrarte algo que te animará.

Caminando por el sendero terregoso que los lleva al Volcán de San Miguel, pasan por donde el sol proyecta sombras cadavéricas, troncos de jóvenes encinos calci-nados; los encinos muestran su rostro carbonizado, sus ramas resecas rasguñan el aire en lugar de sostener re-nuevos.

—El bosque es un ser vivo; el ser más vivo de la natu-raleza —piensa Armando— cuando es herido, nos lasti-man a todos. El daño hecho tarda en sanar y hay muchas muertes que no alcanzamos a ver tras un incendio.

—Sí, compadre guardabosques, no podemos negar la muerte, pero la vida se renueva. Mira, ¡ya llegamos! Llena tus ojos castaños de ese verde fresco que salpica la loma. ¡Retoños de pino y encino que han nacido so-los! El fuego maduró las semillas. Ahora, vuélvete hacia allá: Robleto tiene brotes sobre su tronco, ¡no murió del todo, al igual que tantos árboles mutilados, aun estando

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en el puro tronco, quemados, o cortados, nos ofrendan sus retoños! La vida continúa, compadre, ¡la vida siem-pre continuará!

Lincho se quedó sentado, disfrutando los retoños del bosque, mientras Armando continuó su recorrido con mucha más esperanza que al principio.

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Los reyes del bosque

—¡Hola, guapo! ¿Por qué tan pensativo? —dijo Lidia interrumpiendo la soledad de Lincho.

—¡Lidia, te he buscado desde que terminó el incen-dio! ¡Me alegra mucho verte! ¿Aún te dedicas a acti-vidades peligrosas? —galanteó el lince, acercándose a ella. Su corazón latía más fuerte que cuando estaba de cacería.

—A veces… me han dicho que es arriesgado hablar contigo, pero mira, aquí estoy —coqueteó Lidia con una sonrisa que no podía contener.

—Bueno, no creas todo lo que te dicen —guiñó un ojo Lincho— es más peligroso que te acerques a un incen-dio, no deberías… lo digo en serio, Lidia; no me gusta-ría que te pasara nada malo.

—Gracias por preocuparte, pero sé cuidarme.

—Es que los incendios son cosa de machos, por ser pe-ligrosos —argumentó el lince.

—Las hembras también somos valientes y capaces, po-demos dirigir el combate del fuego, ir de cacería, cuidar del bosque…

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—¡Eso sí, ni dudarlo! —exclamó Lincho con admira-ción, mientras recordaba la valentía de Lidia durante el incendio— pero, no se te olvide que el rey del bosque soy yo, preciosa.

—¿Y no te gustaría tener una reina que te acompañara? —insinuó ella.

—¡Desde luego! ¡Aunque me mandaras, pero sólo de vez en cuando! —sonrió el lince dándose felizmente por conquistado.

—Ya veremos, ya veremos… —murmuró Lidia, restre-gando su cabeza contra el cuello de Lincho.

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Se inicia la recuperación del bosque

—¡Papá, papá, —gritaban alegremente Adriana y Ernes-to— nosotros te vamos a ayudar a plantar más arbolitos para reforestar La Primavera!

Armando el guardabosques sonreía, orgulloso de sus hijos.

—¡Gracias por su ayuda! No esperaba menos de ustedes. Muchas personas se están sumando al esfuerzo de refo-restación. Aún hacen falta manos para plantar los árboles necesarios para la recuperación de nuestro bosque…

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BOSQUE LA PRIMAVERAUn año despues del incendio

Boletín informativo

Una idea del tamaño del incendio: imaginemos

que el bosque estuviera for-mado por tres grandes cerros; bien, pues el incendio quemó un cerro completo. De ese cerro quemado, un espacio del tamaño de una gran ciu-dad perdió todos sus árboles, plantas y suelo fértil, quedan-do solamente el suelo mine-ral, es decir, suelo de roca, que se irá cubriendo de ma-teria orgánica (hojas secas,

tierra y abono) para poder ge-nerar vida. Se necesitará un promedio de 30

años para que se recupere el bosque y, en algunas partes, hasta 100 años para que se forme un solo centímetro de suelo fértil.

En números aproximados murieron 240 000 árbo-

les; comparados con los habi-tantes de un pueblo significa que ¡todo un pueblo de árbo-les murió quemado! Pinos, robles… y treinta encinos de más de cien años de edad, los abuelos del bosque, majestuo-sos árboles de enorme fronda y un montón de huéspedes en su tronco, ramas y raíces: pá-jaros carpinteros, ardillas, ra-

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tones, armadillos, chapulines y lombrices. Otros árboles que sobrevivieron se debilita-ron tanto que fueron presa de plagas y enfermedades que amenazan su vida.

Grandes esfuerzos para apagar el incendio: se

utilizaron cuatro helicópteros, un carro motobomba y dos ca-rros cisterna. Durante 4 días, un número de personas equi-valente a los alumnos de cinco escuelas grandes (1190 per-sonas), combatieron el fuego hasta apagarlo por completo. Trabajaron días enteros, dur-miendo sólo 3 ó 4 horas para

descansar un poco. Una de esas per-sonas, el papá de una familia, murió cumpliendo con su deber durante el

combate contra el fuego.

Organización. Se ha ne-cesitado de mucha orga-

nización pero sobre todo de buena voluntad Se han plan-tado tantos arbolitos como para recuperar un pedazo del cerro quemado. En la refo-restación han participado fa-milias, organizaciones crea-das para proteger al bosque y dependencias federales y estatales. Sin embargo, aún hacen falta tus manos para todos los árboles que faltan por plantar y así ayudar a la recuperación del bosque, de nuestro bosque.

¿Cuántos árboles vas a plantar y a cuidar tú?

BOSQUE LA PRIMAVERAUn año despues del incendio

Boletín informativo

Una idea del tamaño del incendio: imaginemos

que el bosque estuviera for-mado por tres grandes cerros; bien, pues el incendio quemó un cerro completo. De ese cerro quemado, un espacio del tamaño de una gran ciu-dad perdió todos sus árboles, plantas y suelo fértil, quedan-do solamente el suelo mine-ral, es decir, suelo de roca, que se irá cubriendo de ma-teria orgánica (hojas secas,

tierra y abono) para poder ge-nerar vida. Se necesitará un promedio de 30

años para que se recupere el bosque y, en algunas partes, hasta 100 años para que se forme un solo centímetro de suelo fértil.

En números aproximados murieron 240 000 árbo-

les; comparados con los habi-tantes de un pueblo significa que ¡todo un pueblo de árbo-les murió quemado! Pinos, robles… y treinta encinos de más de cien años de edad, los abuelos del bosque, majestuo-sos árboles de enorme fronda y un montón de huéspedes en su tronco, ramas y raíces: pá-jaros carpinteros, ardillas, ra-

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EPÍLOGO

Han pasado muchas temporadas de secas desde que Adriana y Ernesto ayudaron a su papá guardabosques en la reforestación, tras el gran incendio de 2005. Ernesto se ha graduado como agrónomo y en una semana empe-zará con su primer trabajo. Adriana, ahora estudiante de biología, invita a su hermano a dar una caminata por los lugares que tanto recorrieron de pequeños, acompañan-do a su padre.

Se encuentran con muchos cambios. El camino por don-de entran está aún sin pavimentar, pero recién aplanado y lo han ensanchado para hacer una avenida con camellón. Por lo que Adriana leía en las noticias, éstos serán fraccio-namientos totalmente ecológicos, auto-sustentables, por supuesto. En los anchos camellones plantarán especies nativas del bosque, para “respetar la esencia del lugar”. Al costado del camino se ven lomas y más lomas, años atrás cubiertas de pinos, encinos y hasta capitanejas, aho-ra casi totalmente taladas para iniciar la construcción.

Conforme se internan por el camino, los pequeños man-chones de vegetación recuerdan que en ese lugar hubo una vez un bosque... Por aquí, un pino triste, más triste que de costumbre; más allá, un puñado de maleza seca; se ven algunas rocas, quizás un trozo de obsidiana. Más adelante, un par de troncos quemados. Entre mancha y mancha, hay campos de cultivo ya abandonados, la tie-

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rra dio lo que tenía para dar. Después del gran incen-dio sucedido hace tres años —no es ningún secreto que fue intencional— algunos campesinos aprovecharon los claros para sembrar maíz, frijol, lo que se diera… y cada año quemaban el rastrojo. “Es más rápido limpiar con una lumbrita, y a la tierra le cae bien una quemada”, decían los labradores. Y mientras los abogados se pelea-ban por cambiar el uso de suelo, los campesinos sacaban de la tierra todos los frutos posibles.

—Por fin ganó la supuesta civilización —suspira Adria-na—, si en verdad fuéramos civilizados respetaríamos lo que es de todos: el bosque, el derecho al aire limpio, lo que nos queda de naturaleza. Estos fraccionamientos irán invadiendo lo que quedaba del único pulmón de la ciudad.

—Más que civilización, se trata de intereses económi-cos, lo sabemos.

—¿Y por qué no ganan los objetivos de vida de todos los demás? ¿Lo único que cuenta es el poder económico para decidir el futuro de un bosque?

—Se necesita mucho trabajo y la unión de personas comprometidas con este asunto. Si se quiere disputar el bosque a un grupo poderoso, hay que formar otro grupo igualmente fuerte, bien organizado que represente los intereses de todos los demás —concluye Ernesto.

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—Papá decía que las organizaciones que se formaron en su tiempo no persistieron en su lucha. Muchas personas se desanimaron y desistieron; además decían que el bos-que estaba totalmente rodeado y ya no podía ser un eco-sistema completo, independiente —recuerda Adriana.

—Aun como está ahora vale la pena, aunque se trate de salvar lo poquito que queda de bosque.

—¡Pero Ernesto, estás hablando de una especie de par-que medio arbolado, ya ni siquiera le podemos llamar bosque! ¡Está lleno de basura y su río está contamina-do! A nadie le importa ya, ni siquiera sirve para ir de excursión.

—¿No habrás perdido tu espíritu idealista hermana… o sí? ¿Ya no te acuerdas cómo terminábamos todos enlo-dados y muertos de cansancio cuando reforestábamos el bosque?

—Tienes razón, vale la pena dar la pelea, no sólo por los viejos tiempos, sino por los que están por venir. ¡Que nuestros hijos y nietos puedan disfrutar este bosque, y al igual que nosotros que tengan aire limpio! ¿Por dón-de debemos empezar? ¿A quienes crees que debemos invitar?

—¿Lo dices en serio? ¿Estarías dispuesta a meterte de lleno?

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—Me parece que sí, aunque…

—No puedes dudar, Adriana, necesitamos líderes deci-didos y valientes que no se dejen vencer por los obs-táculos, ni se asusten ante los retos: una sola persona puede hacer la diferencia. ¿Te acuerdas de aquel suceso en Francia que nos contó papá? Sí, acuérdate, un solo hombre se propuso salvar un bosque y a lo largo de 30 años fue plantando árbol tras árbol hasta que logró revi-virlo y convertirlo en uno de los más bellos. ¡Una sola persona puede hacer la gran diferencia!

—Bueno, aquí tenemos ya a un agrónomo que ayude a cuidar la tierra, una bióloga para el ecosistema y papá, que es ingeniero forestal; hay muchas personas que con-tribuyen, como brigadistas, técnicos en manejo de recur-sos naturales y hasta abogados —que promueven leyes para proteger los bosques— y contadores por aquello del dinero… el manejo del bosque es un asunto complejo, en el que intervienen muchas ciencias —recapituló Adriana.

—Hermana, además de las profesiones, esto es cuestión de conciencia y voluntad, independientemente de tu ocu-pación o edad. Los niños, por ejemplo, son una ayuda grandiosa por su entusiasmo y porque animan a toda su familia a colaborar.

El sol, recién despuntado, iluminó la tierra reseca, sa-cando brillos al polvo… como si augurara alguna espe-

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ranza. A unos cientos de metros una excavadora emitió un ronco y largo silbido, la señal del inicio de labores. Pero, a diferencia de otras mañanas, el silbido sonó más bien como un viejo caracol prehispánico, convocando al pueblo para algo importante, muy importante.

Adriana levantó la vista y afirmó con la cabeza su deci-sión de salvar al bosque. Ernesto sonrió, los dos herma-nos eran ya el principio de un equipo. Una parvada de palomas que habían emigrado tras los incendios sobre-voló ruidosamente regresando a casa. El bosque ador-milado empezó a despertar, el pasto renovó su verdor y se meció con la caricia del viento, los pinos y robles que aún estaban de pie estiraron sus ramas hacia el cielo. Ardillas, mapaches y tejones se alertaron parando sus orejas y, a lo lejos, sobre un encino sobreviviente, un lince joven rugió con fuerza.

Todos entendieron la señal. Aun cuando pareciera ser tarde, era el momento de empezar, de nuevo, a salvar al bosque.

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¿Qué podemos hacer por el aire y por el bosque?

Reforesta para vivir mejor

“Siembra un árbol, ten un hijo y escribe un libro”, dice un proverbio popular; sin embargo, no sólo sembrar un árbol reduce la contaminación, educar a los niños para que tengan conciencia ambiental y escribir libros sobre educación ambiental también contribuyen a la salud del planeta.

La reforestación no es asunto exclusivo de un bosque dañado, es cuestión de salud y bienestar, de aire limpio para todas las personas, chicas y grandes. Por eso, este libro incluye una invitación a reforestar nuestro país en-tero, ciudades, calles… en fin, nuestra casa.

¿Dónde conseguir árboles?

Tú puedes conseguir árboles pequeños y listos para plantarse en dependencias del Gobierno y ponerlos en banquetas que tengan espacio para árboles, en un parque cercano a tu casa, etcétera.

¿Cómo cuidar un árbol?

Una vez plantado el árbol, deberás cuidarlo: re-gar, podar, abonar, poner una cerca para protegerlo

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mientras crece y, si es necesario, un tutor (un pali-to) para que crezca derecho. De ti depende que ese arbolito llegue a ser un gran árbol.

¿Qué aporta un árbol?

Un árbol de tamaño mediano produce cada año el oxígeno que necesitan cuatro personas adultas.

¿Cuántos árboles necesitas plantar para que respire tu familia?

Un árbol de 20 años absorbe anualmente el dióxido de carbono que emite un automóvil que recorre de 10 000 a 20 000 kilómetros.

¿Cuántos árboles necesitas plantar para absorber el dióxido de carbono que genera el automóvil de tu familia?

¿Qué tipo de árbol debo plantar?

Es muy importante cultivar el tipo de árboles ade-cuados a tu ciudad, al ecosistema correspondien-te para que se adapten bien y no representen un problema. Por ejemplo, los eucaliptos, originarios de Australia, tienen poca raíz y causan problemas al estar plantados en lugares donde hace mucho viento, pues se caen con facilidad.

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Para parques y avenidas en las ciudades: fresnos, magnolias y ficus.

Para banquetas en las calles, son recomendables los cítricos (naranjos, limones, etcétera).

Garantiza la calidad del aire

¿Sabías que respiras 28 veces por minuto? ¿Cuántas acciones haces al día para cuidar el aire que respiras? El aire que respiramos es responsabilidad de todos. La mayor parte de contaminación del aire es causada por las fábricas, las empresas, los autobuses y automóvi-les, y la demanda indiscriminada de recursos natura-les (energía, gasolina, agua) requerida por las grandes ciudades.

Está en tus manos cuidar, a tu medida, el aire y nuestro ambiente y generar soluciones de manera directa o in-fluir en los grupos a los que perteneces.

¿Cómo garantizas la calidad del aire?

En todas partes:

Ahorra energía (electricidad, gas, gasolina, etcétera).

No uses tecnología vieja u obsoleta.

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Separa y recicla materiales: papel y cartón, plásti-cos, vidrio, metales.

Pide a los fumadores que apaguen sus cigarros en lugares cerrados.

Abre ventanillas o usa ventiladores, evitando al máximo usar el aire acondicionado en automóviles e interiores.

En casa:

Utiliza pintura a base de agua en vez de pintura con plomo y/o solventes.

Evita la quema de basura, pastos y hojas secas, pues esto contamina mucho el aire.

Usa insecticidas, limpiadores y desinfectantes de origen natural y biodegradables.

Evita el uso de productos que dañen la atmósfera (aerosoles, espumas, etcétera).

No mezcles limpiadores compuestos por cloro con los que contengan amonia, pues al hacerlo se crea un gas sumamente tóxico.

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En el trabajo:

Reduce el uso de papel carbón, pegamento y co-rrectores líquidos (aportan nueve tipos diferentes de contaminantes a la atmósfera).

Evita el uso de computadoras sin filtro por tiempo prolongado.

Revisa tus trabajos antes de imprimirlos, para evi-tar el gasto de papel.

Apaga las luces y apaga y desconecta aparatos que no se estén utilizando.

Dale el mantenimiento adecuado a equipos y ma-quinarias.

En el automóvil:

Disminuye el uso de tu automóvil: evita viajes in-necesarios, planea tus rutas, comparte el auto, ca-mina más y usa otros medios de transporte.

Evita manejar en horas pico.

Dale mantenimiento adecuado a tu auto y usa gaso-lina con la menor cantidad de contaminantes.

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No dejes prendido el motor mientras esperas más de 30 segundos.

Evita acelerar o frenar repentinamente, consumes más gasolina de la necesaria.

Evita acciones que fuerzan el motor: no sobrecar-gues tu auto y mantén las llantas adecuadamente infladas y alineadas.

No llenes más de lo debido el tanque de gasolina para evitar escape de los vapores.

Cuida nuestros bosques

El bosque es un ser vivo; el ser más vivo de la naturaleza; cuando es herido,

nos lastiman a todos…

Cuidados generales:

Disfruta del bosque, fue creado también para ti. Pero recuerda que no es solamente tuyo, lo com-partes con sus habitantes: flora, fauna, rocas, paisa-jes… ¡Respétalos!

No cortes, ni dañes sus ramas, hojas y frutos. Las semillas dan nuevos árboles.

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Cuida a los animalitos, renuevos de plantas y ár-boles pequeños. No los mates, ni los lastimes, ¡al igual que tú, tienen derecho a vivir!

Ayuda a mantener la tranquilidad del bosque evi-tando ruidos ajenos a la naturaleza.

Recoge y llévate toda tu basura y coopera reco-giendo un poco más de la que pudiera haber. Tírala en la ciudad, en los lugares adecuados.

Fogatas:

Investiga si se permite encender fogatas en el bos-que que visitas antes de encender una.

Si está permitido, busca los lugares indicados para ello o limpia de material combustible una circunfe-rencia de tres metros para hacerla. No hagas foga-tas bajo las ramas de los árboles.

En temporada de secas es mejor no prender fogatas.

Antes de retirarte del lugar, asegúrate de haber apa-gado completamente tu fogata con abundante tierra y agua.

Remueve con un palo los rescoldos para verificar que no hayan quedado brasas encendidas.

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Fuego:

Evita tirar cerillos, colillas de cigarro encendidas o cualquier otro material inflamable (cuetes, cajas de cerillos, etcétera), pues pueden ocasionar un in-cendio.

Si ves un incendio forestal repórtalo al 01800 IN-CENDIO: 01-800-4623-6346.

Por ningún motivo intentes apagar un incendio, se requiere de capacitación y equipos especiales. Mu-chas personas han fallecido por intentar hacerlo.

Coopera con los brigadistas siguiendo sus indica-ciones.

Si quieres ayudar, lleva víveres y agua para beber a los brigadistas, la lucha contra el fuego puede durar varios días.

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¿CÓMO PLANTAR UN ÁRBOL?

1. Cepa:

Haz un hoyo de 40 cm de ancho por 40 cm de pro-fundidad.

Saca la tierra y haz un montón con la de arriba y otro montón con la tierra del fondo.

Rellena el hoyo, poniendo primero la tierra de arri-ba y luego la de abajo.

Deja reposar el hoyo ya tapado.

2. Selecciona el árbol:

Asegúrate de que la especie de árbol que vas a plantar sea nativa del lugar.

Evita árboles bifurcados (que su rama principal esté dividida en dos), con poco follaje, con tallo roto, torcidos, con hojas amarillas y con hojas pe-queñas.

3. Planta el árbol:

Corta el fondo de la bolsa del árbol unos 2.5 cm.

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Abre un hoyo circular en la cepa que preparaste.

Quita la bolsa al árbol.

Introduce el arbolito en forma vertical, cuida que toda la raíz quede dentro del hoyo.

Compacta la tierra con las manos o los pies, no debe quedar ni muy apretada ni muy floja.

Haz un borde alrededor del arbolito, se le llama ca-jete y favorece la captación del agua necesaria para el crecimiento del árbol.

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Agradecimientos

Este libro fue escrito con la ayuda y el cariño de muchas personas, quiero agradecer y reconocer su apoyo:

A mi familia, aprecio mucho su entusiasmo y amor por mí y por este proyecto, es para ustedes y para nuestro mundo.

A Fernando Guillén, por tus maravillosas ilustraciones para este cuento.

A Víctor Bedoy Velázquez, Coordinador de la Maestría en Educación ambiental de la Universidad de Guadalaja-ra. Muchas gracias por presentarme a Lincho y por “en-cargarme” el cuento. Te agradezco también por toda la asesoría e información que me proporcionaste durante la preparación de este libro.

A María Luisa Burillo, directora de la Casa de Poesía Juan Bañuelos, maestra y amiga, gracias por tu exce-lente asesoría y por acompañarme en esta aventura de escribir.

A mis amigas de la Casa de Poesía Juan Bañuelos: Jo-sefina Llera, Josefina Morfín, Maru Vaquero y Martha Rivas, por su paciencia, las ideas que me aportan y por su cariño.

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A Carlos Enrique González Domínguez, gerente de cul-tura forestal de la CONAFOR, por compartir conmigo tu entusiasmo por los bosques, y por la información y asesoría que me brindaste.

Por su apoyo y asesoría, al arquitecto Salvador Mayorga Castañeda, al ingeniero Alejandro Delgado, a la geógra-fa María Cruz Carrillo Rodríguez y al ingeniero Arman-do Armenta Luna, guardabosques de “La Primavera”, por compartir conmigo sus historias del bosque y por inspirar la parte entusiasta de uno de los personajes del cuento.

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¡Auxilio, nuestro bosque se incendia! se imprimió por encargo de la

Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitosen los talleres de

(nombre de la imprenta),con domicilio en (domicilio legal),

en el mes de (mes) de (año),el tiraje fue de (xxxxx) ejemplares.

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¡Auxilio, nuestro bosque se incendia!

¡Auxilio, nuestro bosque se incendia!

El bosque de La Primavera será testigo de la unión imaginaria entre seres humanos y animales que impidió que un desastre acabara con uno de los últimos espacios naturales de la ciudad de Guadalajara, Jalisco. El bosque ha sufrido un daño grave, pero la paciencia y el quehacer conjunto lograrán que su belleza vuelva a brillar.

Patricia Velarde es una psicóloga educativa y laboral originaria del Distrito Federal. Escribe, en colaboración con especialistas científi-cos, cuentos infantiles que tratan la relación entre el ser humano y su entorno, y que promueven la educación ambiental entre los lectores más jóvenes.

Fernando Guillén ha ilustrado publicaciones del Instituto de Medio Ambiente y Comunidades Humanas de la Universidad de Guadalajara desde 1987, así como varios proyectos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. En 2008 recibió el Premio Mérito Ecoló-gico que otorga la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales.

Ilustraciones de

Fernando Guillén

Ilustraciones de

Fernando Guillén

Patricia VelardePatricia Velarde

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