¿NUEVAS GUERRAS

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¿Nuevas Guerras? ¿Nuevos Espacios para la guerra?

o ¿Nuevas Espacialidades ?

En condiciones de intensa globalización, los conflictos tienden a adquirir un

perfil globalizante, sin que por su naturaleza sean eventos que induzcan a que se acelere o intensifique la globalización, es decir, son guerras cuyas

motivaciones originales se encuentran localizadas, pero que se robustecen en los intersticios de la globalización amplificando sus retroalimentaciones

y repercusiones tanto a nivel espacial, como temporal

Hugo Fazio.

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¿Nuevas Guerras? ¿ Nuevos Espacios para la guerra? o ¿Nuevas Espacialidades ?

Elsa Blair

Ponencia presentada al Seminario Internacional (Des)territorialidades y (No) lugares: procesos de configuración

y transformación social del espacio. Medellín. INER. Noviembre

4-6 de 2004. Estas preguntas con las cuales titulo la ponencia no son un mero juego de palabras. Son también un marco de interrogación de la relación que se establece entre el espacio y la guerra en el marco de tres discusiones actuales: la primera es la reflexión que se viene dando acerca de la conflictividad contemporánea y que hizo del concepto de Nuevas Guerras un eje de la discusión1. Por acuerdo o por oposición, éste concepto ha sido un hito del debate desde 1999 y ha posibilitado cuestionar los paradigmas explicativos del análisis clásico sobre las guerras, al tiempo que ha obligado a estudiarlas como un fenómeno histórico y cambiante que, en las últimas décadas, ha sufrido profundas modificaciones. La segunda discusión remite necesariamente a los efectos de la globalización sobre las dimensiones “escalares” en las cuales se desarrolla hoy esa conflictividad. Si bien esta fuera de mi competencia la discusión más reciente sobre el “reescalamiento” o el “salto escalar” (Piazzini, 2004: 13)2 que se viene proponiendo en las discusiones espaciales, es cierto, sin duda, que el fenómeno de la globalización ha modificado el carácter de las fronteras y con ellas el de las naciones y los territorios y esta transformación debe tomarse en consideración a la hora de la discusión sobre diversas problemáticas a las que están abocadas las sociedades contemporáneas; en este caso, la guerra. La tercera es la discusión, mucho más reciente y sin duda más precaria pero que intuimos más fecunda, sobre lo espacial mismo. De ahí la propuesta que vienen haciendo algunos analistas de interrogar de nuevo su carácter y avanzar hacia lo que se ha llamado una ontología del espacio (Delgado, 2003; Piazzini, 2004) para no seguir pensando que el territorio es sólo la tierra y/o esa porción de espacio físico que se apropia, se habita y se significa En términos de José Luis Pardo (1992) no se trataría ya del espacio como una exterioridad de lo social. Esta es quizá la discusión menos desarrollada y la que exige mayores esfuerzos analíticos para plantear la existencia de nuevas espacialidades.

1 Otros dos debates muy importantes fueron el de Kaplan o Enzensberger sobre el ataque múltiple a la civilización por parte del fundamentalismo y la violencia y el jalonado por la tesis de Collier apoyada en el carácter depredador de los rebeldes en los conflictos civiles actuales. Ver: Roland Marchal y Christine Messiant “Las guerras civiles en la era de la globalización: nuevos conflictos y nuevos paradigmas”. En Análisis Político No. 50 Ene-abr 2004. Bogotá: IEPRI Universidad Nacional de Colombia. p. 20-34 2 Para un desarrollo más amplio de estos conceptos véase: Emilio Piazzini. Maestría en estudios socio-espaciales, Iner, 2004.

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Voy a incursionar en estas tres discusiones3 tratando de perfilar la hipótesis central de estas reflexiones: la de la existencia de una nueva espacialidad que amerita ser pensada y desarrollada ampliamente si queremos comprender la dimensiones socio-espaciales de las guerras hoy. I. ¿”Nuevas guerras”? El término fue acuñado por Mary Kaldor4 en el año 1999 y utilizado para nombrar lo que según esta autora diferenciaría las guerras clásicas de las guerras contemporáneas, llamadas las guerras de la “era de la mundialización”. Dice Kaldor: “Mi argumento fundamental es que durante los años ochenta y noventa se ha desarrollado un nuevo tipo de violencia organizada –principalmente en Africa y Europa del Este- propio de la actual era de globalización. Dicho tipo de violencia lo califico de nueva guerra” (Kaldor, 2001: 15). Las nuevas guerras implican un desdibujamiento de las distinciones entre guerra, crimen organizado y violaciones a gran escala de los derechos humanos. El término, continúa Kaldor, ofrece una forma de distinguir esos conflictos [recientes] de las guerras que podríamos considerar características de la modernidad clásica y ellas deben ser interpretadas en el contexto de la globalización (Kaldor, 2004:17. Las nuevas guerras surgen en el contexto de la erosión de la autonomía del Estado y, en ciertos casos, de su desintegración; esto es, aparecen en el contexto de erosión del monopolio de la violencia legítima (Kaldor, 2001:19) Las nuevas guerras forman parte de un proceso que es más o menos el inverso a los procesos por los que evolucionaron los Estados Modernos. Se puede establecer un contraste entre las nuevas guerras y las de otros tiempos en lo que respecta a sus objetivos, sus métodos de lucha y sus modos de financiación. De ahí su conclusión final en la cual propende por la restauración de la legitimidad: devolver el control sobre la violencia organizada a las autoridades públicas, sean locales, nacionales o internacionales (Kaldor, 2001: 26)5. El concepto ha sido retomado después por muchos autores y la discusión continúa abierta. Algunos se lo apropian para insistir en las diferencias entre unas y otras formas de la guerra y rescatar algunos aspectos “inéditos” de las guerras contemporáneas, fundamentalmente de las guerras civiles. Es el caso, por ejemplo, de Hugo Fazio6, –internacionalista experto en el tema de la globalización–, para quien esas nuevas características darían cuenta de la realidad de la guerra hoy: desdibujamiento de las fronteras convencionales de la guerra, erosión del Estado, violencia contra la población civil, privatización de las mismas en lo que atañe a la iniciativa, la organización y la ejecución de las guerras, etc7. Incluso si –como lo deja ver en su análisis– la globalización, en su fase más reciente, gestada a partir del 11 de septiembre, esta modificando nuevamente sus manifestaciones al agudizar unas dinámicas y debilitar otras.

3 Las dos primeras son muy amplias y no pretendo desarrollarlas completamente aquí. Solo algunos de los elementos que sirvan a la reflexión que quiero proponer en estas notas. 4Mary Kaldor. Nuevas guerras. Violencia organizada en la era global. Barcelona: Tusquets, 2001. La versión original en inglés es de 1999. New and old wars. Organizad violence in a Global era, cambridge, Polity Press, 1999. 5 Aquí, por supuesto, solo resumo lo que está desarrollado ampliamente en el libro. 6 Hugo Fazio Vengoa. “Globalización y guerra: una compleja relación”. En: Revista de Estudios Sociales, RES No. 16. Bogotá: Facultad de Ciencias Sociales, Uniandes, Fundación Social, Octubre 2003. Pp. 42-56. 7 La discusión ha sido retomada también en el marco del debate sobre el conflicto armado colombiano y las implicaciones que sobre el tendría este contexto de globalización. Véase: Alvaro Camacho “Credo, necesidad y codicia: los alimentos de la guerra” Pp. 137-150 William Ramírez, ¿Guerra civil en Colombia? Pp.151-163 y Eduardo Pizarro León-Gómez, “Colombia: ¿guerra civil, guerra contra la sociedad, guerra antiterrorista o guerra ambigua? Pp. 164-180 En: Análisis político No. 46. Bogotá: IEPRI. Universidad Nacional de Colombia. 2003.

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Otros autores, por el contrario, insisten en no aceptar la diferenciación propuesta entre ambos tipos de guerra, al menos no desde donde ella se establece en el análisis de Kaldor. Pécaut8, por ejemplo, sostiene que “la idea misma de ‘nuevas guerras’ en ruptura con los conflictos anteriores a la guerra fría es discutible” y basa su argumentación en torno de las diferencias tan protuberantes entre unos y otros conflictos como para tolerar una análisis comparativo de los mismos (Yugoslavia, Ruanda, Argelia, Angola, Sierra Leona, etc), heterogeneidad que, dice Pécaut, con el fin de la guerra fría ha pasado a primer plano (Pécaut, 2003: 2). La oposición entre antiguas y nuevas guerras, es poco convincente si se basa solamente en la brutalidad o en las atrocidades de las guerras recientes: las crueldades nada tienen de inédito9. No es, pues, continúa Pécaut, el nivel de barbarie lo que puede caracterizar las guerras civiles actuales. No es tampoco el hecho de que se encuentren siempre desprovistas de finalidades políticas (Pécaut, 2003: 5). Lo que sí hay que retener de estos análisis, es el hecho de que los combates propiamente dichos, los que oponen a unidades militares o paramilitares, sólo constituyen una pequeña parte de las estrategias de guerra, ya que el despliegue del terror contra los civiles juega un papel mucho más considerable. (Pécaut, 2003: 5). Otro aporte, dice Pécaut, es resaltar que estas guerras se desarrollan en espacios fluidos que corresponden ante todo a la evolución territorial de los dominios que ejercen los grupos organizados. El principal aporte es quizá sugerir que muchas de estas guerras combinan registros diferentes que por momentos ganan autonomía y se convierten en un fin en si mismo10. Otros más retoman el concepto de “nuevas guerras” para distanciarse del mismo y cuestionarlo aludiendo a la dificultad de diferenciar entre unas y otras guerras en razón de las características establecidas. Marshal y Messiant11, reconociendo el trabajo de Kaldor y la agudeza de su análisis con relación a muchas de las dinámicas sociales y políticas de estas guerras, lo objetan argumentando que no es posible hacer un corte radical entre unas y otras dado que las características de ambas no se hallan claramente establecidas y [que] hacer una oposición entre ellas es caer en una simplificación que no permite describirlas ni explicarlas bien. (Marshal y Messiant, 2003: 22). Estos autores apoyan su crítica en relación con los tres aspectos señalados por Kaldor: el de la ideología o la falta de ella, el del lugar de la población y su apoyo o no a los actores y, finalmente, el de la economía de las guerras actuales. Al respecto dicen: “No parece posible establecer una diferencia en cuanto a la naturaleza de las ideas universalistas de las antiguas guerras y los “marcadores” de identidad de las nuevas, ni en su base, al nivel de los guerrilleros y de las poblaciones, ni aún totalmente al nivel de las directivas (...) Resulta además peligroso y discutible mirar a éstas nuevas guerras como desprovistas de ideología, menguándoles la legitimidad y equiparando los actores a bandas de depredadores puros” (Marshal y Messiant, 2004: 23). Con respecto a la falta de apoyo popular y la barbarie que se le atribuye a estas “nuevas

8 Daniel Pécaut. Conflictos armados, guerras civiles y política: relación entre el conflicto colombiano y otras guerras internas contemporáneas. Ponencia presentada al VIII Coloquio Nacional de Sociología, Cali: Universidad del Valle, Octubre 2003. 9 Probablemente Pécaut tenga razón y sea difícil encontrar una guerra “limpia” o menos violenta. Quizá lo novedoso esté en que esas atrocidades y el carácter que asumen en la conflictividad actual, revistan por primera vez un interés que no habían conocido en las anteriores guerras. 10 Menciona por ejemplo la socialización de jóvenes con la inserción en un grupo armado, las prácticas depredatorias en otros casos o el uso del terror que podría perder su carácter instrumental y generalizarse en lo que George Mosse ha calificado como la “brutalización de las sociedades” Ver Pécaut. Conflictos armados, guerras civiles….Op. Cit. P. 5 11 Roland Marshal y Christine Messiant. “Las guerras civiles en la era de la globalización: nuevos conflictos y nuevos paradigmas”. En: Análisis Político No. 50 Ene-abr 2004. Bogotá: IEPRI Universidad Nacional de Colombia. p. 20-34.

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guerras”, estos autores plantean que este discurso sobre la barbarie es uno de los medios más sencillos de criminalizar a los actores armados, al tiempo que resaltan los niveles de violencia y barbarie que asumieron contiendas anteriores como las dos guerras mundiales o los genocidios del siglo XX. La barbarie en ellos fue, pues, una práctica bien establecida. (Marshal y Messiant, 2004: 24). También es discutible, sostienen, la idea del apoyo popular a las antiguas guerras (muchos gobiernos obligaron el reclutamiento forzado y fueron represivos con la disidencia). No nos parece, pues, dicen estos autores, que la violencia extrema pueda definirse como característica de las nuevas guerras en oposición a las antiguas, a menos que se ignore el empleo del terror como política deliberada antes de la globalización y al término de la guerra fría” (Marshal y Messiant, 2004: 25). Tampoco están seguros de que lo que se denomina depredación y pillaje en las guerras actuales sea un dato inédito. Muestran ejemplos de estas prácticas en muchas guerras anteriores a la mundialización. Al respecto dicen: “invocar simplemente la trans-nacionalidad, la informalidad y la ilegalidad para calificar como “nueva” a la economía de los conflictos actuales resulta entonces inapropiado” (Marshal y Messiant, 2004:26). Por último y en una argumentación con todo más concluyente que no sólo se dirige a Kaldor sino a todos los teóricos de las nuevas guerras, estos autores muestran como los casos estudiados para diferenciar las antiguas de las nuevas guerras, no son coincidentes entre los autores. Ellos cubren realidades demasiado heterogéneas como para poder hacer una comparación rigurosa. (Marshal y Messiant, 2004:27). Pese a estas criticas los autores admiten que con posterioridad a la guerra fría y en la era de la globalización, aprehender una modificación de los conflictos en especial de los conflictos civiles, está claramente a la orden del día tanto para los analistas como para la comunidad internacional. De hecho, admiten que las guerras civiles han sufrido importantes transformaciones y señalan entonces efectos mucho mayores de la globalización como el debilitamiento de los Estados, su privatización e informalización e incluso su implicación en la criminalidad política12. (Marshal y Messiant, 2004: 33) Con todo, lo que sí parece consensual con respecto a estas guerras es el “lugar” de las poblaciones en ellas. Sin duda frente al proceso de privatización de las guerras, las fronteras entre combatientes y no combatientes se diluyen, al tiempo que los cambios en las formas de combatir tienen como centro la agresión sobre la población civil13. En efecto, ellas se han pues convertido en lo que algún analista llamo el “centro de gravedad” de las confrontaciones (Lair, 2003: 93). Sea cual sea la realidad de esta discusión, que las guerras actuales revistan características inéditas o no, –viejas o nuevas guerras–, lo cierto es que ésta diferenciación ha sido un eje de debate y ha obligado a repensar algunas discusiones clásicas sobre la guerra, al tiempo que obliga a un análisis más juicioso de las conflictividades contemporáneas que recorren el mundo. Todos parecen sin embargo coincidir en un punto fundamental a nuestro propósito: el debilitamiento de los Estados-Nacionales como efecto de la globalización. Si las guerras anteriores (al menos desde el siglo XVII 12 Sostienen además y esto no parece ser un dato irrelevante la importancia de considerar “los aspectos culturales de la violencia” donde, reseñando el caso de RENAMO en Mozambique, dicen que “la violencia se ejerce a menudo y sobre todo para controlar el mundo de lo invisible, y sirve en ocasiones para demostrar el dominio de los espíritus y por tanto la invencibilidad de los que la utilizan” Ver: Marshal y Messiant, 2004: 25 13 Se podría decir que el papel de la población civil (su incursión en medio de la guerra) es a todas luces y las estadísticas lo comprueban, una característica nueva. La relación se ha invertido completamente (1:9 a 9:1). (Waldmann, 1999). Más allá de la discusión acerca de si se trata o no de características realmente “nuevas”, pensamos que lo que se esta produciendo es, en todo caso, una mirada sobre esos rasgos que aún si estaban presentes antes no habían sido estudiados.

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hasta el XIX) fueron de creación de los Estados Nacionales y el Estado actuaba en ellas como “organizador” de la guerra (Fazio, 2003: 42), las de hoy parecen responder a su debilitamiento o a su franca disolución14. ¿Cómo no se habría de modificar el carácter de dichas guerras cuando el “lugar” del Estado y por esa vía el de la Nación –central para entender y describir las guerras clásicas– ha sido profundamente transformado en las guerras actuales? En correspondencia con esta pregunta y en el intento por contribuir a la reflexión en este terreno, examinemos la segunda discusión, la de las dimensiones o los nuevos espacios de la guerra hoy: guerras nacionales, globales, locales? II. ¿Nuevos espacios para la guerra?

¿Cómo entender la nación en el marco de las relaciones entre lo local y lo global ¿ qué tipo de relaciones sostienen el vinculo entre nación y cultura cuando

esta última abandona cada vez más sus límites territoriales? Ingrid Bolívar

“Colombia nos exige así pensar su relación con el mundo en medio de

una doble tormenta, la que desde hace años arrasa su territorio y la que desarticula hoy sus viejas cartografías con las que nos movíamos por el mundo”

J. Martín Barbero

La segunda discusión, de alguna manera ligada a la primera, es la relativa a las dimensiones en las cuales, en este contexto de globalización, se suceden los fenómenos contemporáneos, en este caso para interrogar la guerra15. Podríamos preguntarnos ¿Cómo el trastrocamiento de las dimensiones espaciales de los fenómenos sociales y políticos que trae consigo la globalización, afecta la guerra misma? Este cambio de dimensiones y relaciones en qué medida o de qué forma afecta el territorio? ¿Podemos hablar aún hoy de guerras “nacionales” o interestatales? ¿No estamos obligados a repensar el asunto y a acordarle un lugar distinto a esa espacialidad que asumen las guerras actuales? Responder satisfactoriamente estos interrogantes demandará seguramente mucho más desarrollo teórico y analítico, pero es necesario empezar a pensarlo y re-dimensionar el espacio de la guerra. Para hacerlo, miremos inicialmente algunas discusiones sobre lo nacional y sus transformaciones en la era global, en lo que hace a la conflictividad contemporánea. Es obvio que lo “nacional” ligado a la dimensión política (asociada a la soberanía de un Estado, su “geografía política”) y que caracterizó de alguna manera las guerras clásicas ha sido modificado por los fenómenos de globalización. En palabras de Van Creveld16 esta era “una noción históricamente

14 Incluso si en esta última fase de la globalización, señalada por Fazio, se asistiría a una recuperación o revalorización del Estado que en todo caso no es el Estado en su acepción tradicional y menos aún el legendario Estado-Nación. Serían estados desnacionalizados y trasnnacionalizados. (Veáse: Fazio. Op. Cit. p. 51) 15 Como lo señala Fazio y ya en el marco de una discusión que no podemos abordar aquí, el terrorismo, instaurado después del 11 de septiembre, sería un fenómeno de nuevo cuño que actuaría de forma descentralizada y sin territorio. Las redes terroristas hoy le proporcionan a la guerra una escala no vista hasta ahora. (Ver Hugo Fazio, Op. Cit. p. 44) 16 Martin Van Creveld The transformation of war, Londres, The free press, 1991 Citado por Pécaut. Op. Cit. p. 2.

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situada de la soberanía”, es decir, una soberanía a la que hacía alusión la teoría de Clausewitz sobre la guerra. La obsolescencia de esta teoría [de Clausewitz] es clara, dice Pécaut, cuando aceptamos que ella es fruto de un momento histórico de consolidación de los estados nacionales y de profesionalización de los ejércitos. Un momento histórico donde la “gestión de la guerra frente a otros Estados y [el] monopolio de la violencia en el plano nacional, van a la par en una fase en que la economía, la cultura y la política parecen indisociables”. (Pécaut, 2003:5) Esa teoría se ha vuelto aún más caduca después de lo que Pécaut denomina del hundimiento reciente del Estado-Nación (Pécaut, 2003: 3 apoyado en Van Creveld). La puesta en cuestión de la teoría de Clausewitz se deriva sobre todo de la crisis del modelo de Estado moderno conformado en Europa a partir del siglo XVII. Modelo que ya había comenzado a vacilar desde antes de la globalización actual, aunque esta última la ha, por supuesto, acentuado. (Pécaut, 2003: 5). La globalización actual se caracteriza por una disociación, aún más marcada, entre los Estados y las sociedades. Esto es valido para los países del “primer mundo” pero también y sobre todo para otros estados que no habían tenido éxito en fundar su soberanía y su autoridad. (Pécaut, 2003: 5) En diversos niveles se produce por todas partes una fragilización o una puesta en cuestión del rol instituyente de lo político, que va a la par con la construcción de un espacio publico cosmopolita. La globalización igualmente ha propiciado por todas partes un cambio de las relaciones entre Estado y sociedad y sobre esta base es que se deben descifrar los conflictos actuales (Pécaut, 2003: 6). Lo que, siguiendo estas reflexiones, aparece más claro es que la relación actual entre espacio y guerra se plantea más en términos globales o locales que nacionales. La globalización produce –y en esto parece haber consenso entre los investigadores– un debilitamiento de los Estados Nacionales, al tiempo que favorece el repliegue sobre pertenencias y afirmaciones identitarias locales (Pécaut, 2003:2). La mayoría de los conflictos hoy son de orden local y, por efecto de la globalización, ellos se sitúan en el marco de redes internacionales de armas, en los circuitos de la economía ilegal: mercados “negros” de productos para financiarse (drogas, petróleo, diamantes, etc), lo que es lo mismo que decir que “los flujos globales producen problemas que se manifiestan en formas locales” (Martín Barbero, 2001:26). En términos de Kaldor: aunque la mayoría de estas guerras recientes (llamadas también internas o civiles) son locales, incluyen muchas repercusiones transnacionales de forma que la distinción entre interno y externo, agresión y represión o incluso local y global es difícil de defender (Kaldor, 2001: 16). En este punto es importante su afirmación sobre la globalización la que describe como “un proceso de intensificación de las interconexiones, un fenómeno contradictorio que implica a la vez integración y fragmentación, homogeneización y diversificación globalización y localización”. (Kaldor, 2001:18) De hecho, señala como una preocupación central en la literatura sobre la globalización la de las repercusiones de la interconexión mundial en el futuro de la soberanía basada en el territorio, es decir, del futuro del Estado moderno. Estas guerras aparecen en concreto en el contexto de la erosión del monopolio de la violencia17. (Kaldor, 2001:19) Como lo plantea Fazio, si hasta los primeros años de la década del noventa, algunos conflictos podían contenerse dentro de las fronteras nacionales y regionales en las que tenían lugar, el 11 de septiembre demostró que algunos conflictos ya no pueden seguirse confinando dentro de las fronteras regionales porque su naturaleza es global (Fazio, 2003: 51). La globalización no puede interpretarse en términos de causa-efecto dados los entrecruzamientos que existen y mas bien, –dice Fazio siguiendo a Laidi Zaki–18, debe ser interpretada como resonancia, pues tiene en ésta su fundamento explicativo. Esta resonancia integra tanto las relaciones directas como las fantasmagóricas, las presentes como las ausentes: en este sentido alude al conjunto de

17 Ibíd. p. 19 18 Laidi Zaki. “la mondialisation comme phénoménologie du monde” En Projet No. 262, verao, 2000. Citado por Fazio. Op. Cit. 52.

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redes, flujos, intersticios y espacialidades de los cuales se nutren y en los que también se realizan los conflictos. La resonancia es la condición primigenia de la naciente sociedad global. Así, se vuelve más urgente la necesidad de comprender que la región (hablando de Latinoamérica) ha empezado a ser una parte constitutiva de la sociedad global y que debe mirar hacia el futuro, renunciando a muchas de las viejas y estrechas herencias (Fazio, 2004: 55). La resonancia significa también y, finalmente, que no podemos establecer a ciencia cierta las causas de los conflictos, y de éstas no podemos inferir las consecuencias de los mismos, así como de los resultados tampoco podemos extraer las motivaciones que dieron lugar a esa guerras. En condiciones de intensa globalización no pueden existir explicaciones definitivas o en última instancia. (Fazio, 2004: 55). Sin embargo, siguiendo los teóricos del “salto escalar” las cosas no parecen tan simples. Según ellos (Agnew, 1994; Howitt, 2003; Swyngedouw, 2004) las ciencias sociales han manejado confusamente el problema de las escalas. Y más que un territorio dividido de acuerdo con una serie de unidades de adscripción espacial que configura jerarquías concéntricas o verticales (lo global, lo internacional, lo nacional, lo regional y lo local) y que son asumidas como portadoras de una existencia social y una integración territorial por naturaleza, estas escalas son mas bien “el resultado de procesos socio-espaciales que regulan y ordenan relaciones sociales de poder (…) escenarios en torno de los cuales las coreografías de poder socio-espacial son ejercidas y representadas” (Swyngedouw, 2004). Siendo así más que una interpretación del tema “escalar” en función de principios de medida y de nivel, lo que exige es una interpretación en lo que tienen de más importante, el principio relacional. (Swyngedouw, 2004 Citado por Piazzini, 2004: 13-14) Acordándole cierta pertinencia a estas nuevas teorías sobre lo espacial –y con todo y lo precario que aún nos resulta su tratamiento– es probable entonces que más que un debilitamiento de los territorios y los lugares, de lo que se trata en la época contemporánea es de una recomposición de las estructuras jerárquicas conforme a las cuales son definidas las relaciones y las tensiones entre los diferentes espacios de poder. Véase: Swyngedouw, 2004; Agnew, 1994 citado por Piazzini, 2004: 13) Si bien hay acuerdos sobre el debilitamiento del Estado-Nación a la par con el fortalecimiento de espacios locales y globales, estos últimos no resultan tan aprehensibles en tanto sus determinaciones no son estrictamente territoriales, es decir, la transformación que se opera no es una cuestión de escalas, sino mas bien de formas nuevas, inéditas de la espacialidad determinadas por flujos, redes, tránsitos, movilizaciones, desplazamientos; lo que en términos generales algunos autores han llamado procesos de desterritorialización o emergencia de nuevos espacios políticos que no se inscriben dentro de los límites territoriales del estado-Nación y que suponen más que territorios en el sentido político clásico, nuevas dimensiones espaciales del poder19. También la guerra hoy se inscribe en el marco de esos flujos y redes tanto a nivel de las manifestaciones concretas en su desarrollo, como en las instancias de intervención sobre los conflictos: lo político, lo militar y lo humanitario trascienden una vez más las “soberanías territoriales”. Intervención política y militar y ayuda humanitaria transnacionales están a la orden del día. Organismos internacionales y

19 En este sentido se inscribe el planteamiento de Michel Wieviorka sobre la utilidad del concepto de desterritorialización y de pensar globalmente –no de manera local– las violencias islamistas (como Argelia, Pakistan y otros países) para notar la existencia de redes y de modos de comunicación. Pero al mismo tiempo, el hecho de que esas violencias no estén unificadas dentro de un proyecto mundial sino que la mayor parte del tiempo ponen en juego significaciones de orden local o regional donde ellas se desarrollan. Ver Michel Wieviorka. Le nouveau paradigme de la violence. En Cultures & conflits. Sociologie politique de l’internationale. Nro. 29-30. Paris. 1998.

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transnacionales actuan sobre diferentes territorios y ejercen lo que alguna autora llamo “soberanías mòviles” que se desplazan por el mundo legitimando la imposición de sus reglas y su temporalidad; las mismas que detentan un control estratégico sobre sociedades civiles y autoridades locales. Ellas constituyen una red caracterizada por estrategias de de o de re-territorialización innovadoras. (Pandolfi, 2002: 35) De ahí la urgencia de reelaborar lo que Anderson llamo la “comunidad imaginada” que no se corresponde ya con los criterios tradicionales de la territorialidad de los sistemas políticos pensados en el marco del Estado-Nación y hablan mas bien de un desplazamiento (descentramiento) del lugar de lo político. (Pandolfi y Abélès, 2002). Concluyamos este apartado con otra pregunta: ¿en el marco de estas discusiones sobre el Estado-Nación, [y por supuesto el territorio que le está ligado) y sobre las fronteras entre unos u otros espacios, podemos seguir hablando de guerras nacionales, globales o locales o estamos mas bien obligados a identificar y/o, más precisamente, a redefinir cuáles son –según esas relaciones de poder– los nuevos espacios de las guerras y las nuevas herramientas analíticas para aprehenderlas? Más allá de lo novedoso o no del carácter de las guerras contemporáneas, más allá incluso de las dimensiones y/o relaciones inter y transescalares de los fenómenos actuales, lo que parece más visible en estas discusiones, y que nos resulta muy importante aquí, es la necesidad de construir nuevas categorías analíticas para pensar los problemas del espacio y el territorio al que se enfrentan las sociedades contemporáneas y poder aprehender procesos como el de las guerras actuales. En términos de Wieviorka se trataría de agregarle a los paradigmas clásicos del análisis de las guerras, la marca del sujeto (Wieviorka, 1998: avant-propos) construyendo un nuevo paradigma para pensar la violencia. Sin duda esta búsqueda exige reconocer el protagonismo de las poblaciones civiles en las guerras actuales y el hecho de que estén siendo victimizadas de diferentes maneras por múltiples poderes. Son estas poblaciones las que padecen a nivel local (en su entorno más inmediato), las expresiones globales de las guerras. Los métodos de violencia utilizados contra ellas son, si no inéditos, bastante más visibles en la actualidad. Así mismo las redes que las sostienen y la intervención política que conocen y/o padecen. Cómo explicar la conflictividad contemporánea sin una alusión directa a la problemática de estas poblaciones si aceptamos que, de alguna manera, ellas son el “centro de gravedad” de las confrontaciones? El tercer y último punto quiere entonces adentrarse en esta problemática. III. ¿Nuevas espacialidades?

La violencia y el terror conocen hoy procesos de desterritorialización.

Varias de las experiencias de violencia [de las guerras actuales] no registran un fuerte anclaje territorial. No obstante la escasa territorialización o su ausencia no

debe llevar a pensar que la violencia esta exenta de aspectos socio-espaciales Eric Lair.

La tercera discusión es más reciente y bastante más compleja en tanto involucra posibilidades teóricas y metodológicas que son todo un desafío a nuestros modelos de pensamiento sobre el espacio. De hecho, el contexto teórico de emergencia de investigaciones y elaboraciones dirigidas

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expresamente a explorar la naturaleza de las relaciones entre lo social y lo espacial es el de una transformación en el esquema de procedencia epistemológica entre tiempo, espacio y ser como categorías fundamentales de la existencia humana. (Piazzini, 2004: 7). Al debilitamiento de los Estados nacionales, a ese cambio en las “geografías del mundo”, con el consecuente cuestionamiento sobre las dimensiones ”escalares” de los fenómenos sociales (vg. la guerra hoy), y queriendo nombrar realidades que parecen no tener cabida en las concepciones tradicionales de la territorialización, ha venido a sumarse a la discusión sobre las guerras el término de desterritorialización20. Término, que no concepto en tanto resulta difícil [conceptualmente] decir de que estamos hablando. Por momentos parecería ser solamente la negación de la territorialización. Si asumimos la territorialidad o la territorialización como “las formas y grados de apropiación, dominio y control del espacio, sea este vivido, percibido o concebido” (Piazzini, 2004:12], qué significa entonces la desterritorialización ?. Quizá haya que ser más osados y no agotar la fuerza del lenguaje en lo que se produce por des-semejanza. Si es la naturaleza misma de lo espacial la que se transforma, (cfr. Por “una ontología del espacio según la cual éste afecta nuestra manera de pensar y es producto y productor de lo social” (Piazzini, 2004), deberíamos ser capaces de proponer un nuevo lenguaje y no agotar el análisis en categorías que si bien pretenden diferenciarse de otras, terminan “entrampadas” en el lenguaje que las nombra: el binomio territorialización/desterritorialización sólo niega la primera pero no la problematiza y, en esa medida, no se construye a sí misma como categoría. Quizá el esfuerzo teórico frente a esas nuevas realidades “desterritorializadas” [de la guerra en este caso] sea el de construir nuevas categorías y nuevos lenguajes. Si la categoría de territorialización resulta precaria y/o, en todo caso, insuficiente para nombrar la relación que se establece con el espacio hoy, deberíamos hacer el esfuerzo por nombrar de una nueva manera –no necesariamente por des-semejanza– lo que se revela diferente no sólo en sus evidencias físicas, sino también inmateriales. En esta perspectiva hasta donde conozco, solo algunos autores –que retomaré más adelante–, empiezan a interrogar en el análisis de las guerras, el manejo tradicional que se ha hecho de sus dimensiones espaciales. Y al decir manejo tradicional me refiero al tratamiento de la mayoría de los autores que como hemos visto sólo remiten a este espacio para hacer alusión a la dimensión geofísica en donde los fenómenos se producen....”un espacio material de naturaleza geométrica, entendido como extensión [...] como una superficie objetiva en la que se sitúan y ubican tanto los fenómenos físicos como los sociales o políticos; un espacio vacío, un espacio continente o contenedor” (Ortega citado por Piazzini. Op. Cit. p.9 , o incluso a concepciones que si bien teóricamente han avanzado en el tema del territorio y lo asumen dentro de una concepción más antropológica como espacio vivido y significado, lo que se ha nombrado como territorialidad, pero que a la hora del análisis no logra trascender ese carácter de espacio físico; lo que se expresa en el análisis de la guerra al asumir el territorio como “portador de enormes recursos económicos, o un territorio topográficamente apto para la guerra y/o en su condición de ser una zona propicia al establecimiento de “corredores estratégicos” para la guerra”21. Si aceptamos además que “lo que se territorializa no es sólo el espacio físico o geográfico, sino también los objetos, los cuerpos, las técnicas, las mercancías, las redes de intercambio económico e información” (Piazzini, 2004:13);

20 Sin duda el concepto ha sido puesto en el terreno de la discusión en otros ámbitos distintos de la guerra. Ha sido y será, sin duda, objeto de debate durante los tres días de este seminario y seguramente conoceremos distintas aproximaciones a él. 21 Ello fue particularmente claro en una investigación recién terminada sobre el tratamiento dado por la academia colombiana a la dimensión socio-espacial de la guerra. Ver: Conflicto armado, Actores y Territorios: los visos de un caleidoscopio. Informe Final de Investigación. INER. CODI Medellín, abril 2004.

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o, en otras palabras, si la territorialidad es una forma de la espacialidad pero no la agota, cómo es posible aprehender esas “otras espacialidades”? En la discusión de los politólogos sobre las guerras, y pese a algunas excepciones, estas miradas parecen no tener cabida22. Su concepción del espacio parece responder a esas concepciones tradicionales que lo asumen como una “exterioridad al ser” y lo remiten entonces al espacio “físico y objetivo” sobre el cual se desarrollan las acciones humanas, en este caso un espacio, al que se le atribuye una “escala”23 (local, nacional, global, etc.), sobre el cual se desarrollan las guerras. De ahí el desafío para pensar un fenómeno como la guerra desde la perspectiva de una nueva espacialidad que –pasando por sus dimensiones territoriales– no se agote en ellas e incluya esas otras formas de la espacialidad. En esta dirección resultan muy fecundas reflexiones que proponen constituir un pensamiento de las “formas de la exterioridad” (Piazzini, 2004:10) que parta de considerar que nuestra existencia es forzosamente espacial, que somos cuerpo, que ocupamos un espacio. Dice Pardo:

“Nuestro existir es siempre un “estar en” y ese “estar en” es estar en el espacio, en algún espacio. Y las diferentes maneras de existir son para empezar diferentes maneras de estar en el espacio. El hecho de que nuestra existencia sea forzosamente espacial tiene, sin duda, que ver con el hecho de que somos cuerpo(s), de que ocupamos lugar. Pero ocupar lugar es solo posible porque hay un lugar que ocupar, nuestro cuerpo mismo es espacio, espacialidad de la que no podemos liberarnos (la pregunta por el cuerpo no encierra menos misterio, ni menor urgencia que la pregunta por el espacio)”24

Latour, por su parte, plantea que:

“Tener un cuerpo es aprender a ser afectado, esto es, efectuado, movido, puesto en movimiento por otras entidades humanas o no humanas (...) el cuerpo no es entonces una residencia provisional de algo superior –un alma inmortal, lo universal o el pensamiento– sino lo que permite una trayectoria dinámica en la cual aprendemos a registrar y a volvernos sensitivos acerca de lo que el mundo esta hecho”25

Igualmente, Milton Santos retoma el asunto de la corporeidad señalando que esta categoría está ganado terreno en las ciencias del hombre en esta fase de la globalización y como ella es retomada incluso por la geografía26 al aludir al problema de las escalas que irían “desde el cuerpo hasta el propio mundo como un todo”. Así mismo, dice Santos “es siempre por su corporeidad por la cual el hombre participa en el proceso de la acción”27

22 No solamente los politólogos. Ello parece ser la consecuencia del tratamiento dado a lo espacial en el pensamiento occidental. Si el espacio y las espacialidades han ocupado un lugar periférico frente a la hegemonía del tiempo, las materialidades (los objetos, los cuerpos) han sido periféricas incluso al interior de los discursos sobre el espacio. (Piazzini, 2004: 14) 23 Reducida a una cuestión heurística de su manejo dentro de un sistema taxonómico de diferenciación territorial. (Agnew, 1994 Citado por Piazzini, 2004: 9) 24 Pardo, José Luis. Las formas de la exterioridad. Valencia: Pre-textos, 1992. P. 16. (subrayados agregados) 25 Latour, 2000. Citado por Piazzini, 2004: 15) 26 Cita a Neil Smith, 1948 27 Milton Santos. La naturaleza del espacio. Técnica y tiempo. Razón y emoción. Barcelona: Ariel geografía, 2000. p. 69.

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Si bien para el discurso antropológico la territorialidad corporal (José Luis García, 1976: 127) ha sido parte de su haber y de su hacer analítico, no sucede lo mismo con la discusión sociológica y/o sobre todo política. Pensando el caso colombiano, dos autores especialistas en el conflicto armado28 parecen responder al desafío al hablar de dinámicas de la guerra desmaterializadas y/o desterritorializadas y al incluir en el análisis otras espacialidades. De un lado al introducir el cuerpo –y no precisamente como metáfora–, como “territorio enemigo”, esto es, el cuerpo que también es espacio. Y, de otro lado, al introducir la subjetividad como parte constitutiva del espacio y por ende de nuestra relación con él29. Ante la necesidad de construir nuevas categorías analíticas para aprehender fenómenos sociales que parecen desbordar las herramientas existentes, los analistas no estamos obligados a “escuchar esas voces” que desde otros lugares se pronuncian sobre el espacio? ¿por qué no romper los paradigmas explicativos asociados a la territorialidad [de la guerra], para hacer una búsqueda que se insinúa más fecunda, incluso si ella supone desafiar nuestros esquemas de pensamiento? • El cuerpo y la subjetividad: ¿nuevas espacialidades? Es obvio que lo que esta generando la discusión sobre los procesos de desterritorialización de la guerra, lo que en términos generales podríamos llamar con Pécaut, su inmaterialidad (Pécaut, 2001: 238), son las características que han venido asumiendo las guerras contemporáneas y para las cuales, como lo hemos visto, las categorías analíticas desplegadas tradicionalmente están resultando insuficientes. En esa dirección quiero señalar, en este último punto, algunos aspectos de esta desterritorialización de la guerra en el análisis de algunos investigadores y tratar de perfilar lo que, con base en esas reflexiones, he preferido nombrar como una nueva espacialidad. Los autores en los que me apoyo para esa reflexión son básicamente Daniel Pécaut y Eric Lair. Los dos tienen como punto de reflexión el asunto del terror como táctica de guerra y, por esta vía, introducen el problema de la subjetividad –que atendiendo a la reflexión de Santos, es lo propio del advenimiento de la modernidad– 30 y de la corporeidad –también muy propia de la modernidad–31. El primero, a través también de los procesos de desterritorialización de la guerra, pero desarrollando su reflexión a la par con la dimensión de la corporalidad y su relación con el espacio, lo que lo lleva a hablar de un “reparto espacial de los cuerpos” (Lair, 2002:100). El segundo, a través de lo

28 Véase: Eric Lair. «Reflexiones acerca del terror en los escenarios de guerra interna» En: Revista de Estudios Sociales, RES No. 15 Bogotá: Universidad de los andes. Fundación social, junio de 2003. Pp.88-108 y Daniel Pécaut. “Configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad en un contexto de terror: el caso colombiano”, En: Guerra contra la sociedad. Bogotá: Espasa, 2001. Pp. 227-256. 29 Sin duda las sociedades contemporáneas están produciendo otras espacialidades no solo los cuerpos y las subjetividades aunque por lo pronto éstas sean las únicas que abordaremos aquí. Una de ellas es la espacialidad “virtual” que se ha construido en torno a los sistemas de información y comunicación en red que ha alterado profundamente la relación con el territorio y generado discusiones en torno a la desterritorialización que esta dinámica produce. Sin duda ella tiene también incidencia en un asunto como la guerra y en general en la conflictividad contemporánea. 30 Milton Santos, Op. Cit. 31 David Le Breton. Antropología del cuerpo y Modernidad. Buenos Aires: Nueva visión, 2002.

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que llama los procesos de desterritorialización, destemporalización y desubjetivación que esta produciendo la guerra (Pécaut, 2001: 238). Asumiendo que por su configuración, sus atributos y sus funciones, los espacios geográficos pueden servir de estrategias de conquista socio-espacial más territorializados que se inscriben dentro de lógicas económicas, militares y políticas o aún de referentes históricos y comunitarios glorificados y mitificados, (espacios con una profunda carga emotiva) y, admitiendo también, que igualmente la guerra se territorializa gracias a unos dispositivos armados de circunvalación (retenes móviles o estáticos, cordones de seguridad, etc), Lair plantea también el proceso de desterritorialización y el “débil anclaje territorial” de diversas formas de la guerra actualmente. (Lair, 2003:96 ) Al respecto, este autor señala cómo ciertas practicas violentas buscan la desestructuración total o parcial del espacio sin que se denoten necesariamente una voluntad y una capacidad para ocuparlo, controlarlo y defenderlo con estabilidad (Lair, 2003:103) Por ejemplo, los bombardeos y los atentados a menudo perpetrados con explosivos, tienden a tener un asentamiento territorial particularmente débil aunque sus autores puedan sentirse los depositarios de una causa ideológica y/o representar los ideales políticos y comunitarios con un evidente sustrato socioespacial32. Incluso si su utilización –que efectivamente no supone un control territorial– se de por parte de aquellos grupos armados que no tiene recursos suficientes para enfrentar de forma directa al enemigo o por economía de fuerzas para evitar perdidas en combate (Lair, 2003:104). Sin duda, los actores armados ordenan y controlan un territorio no sólo cuando impiden la libre movilidad geográfica de poblaciones o cuando la provocan, como en el caso del desplazamiento forzado, sino también cuando en una estrategia de lucha como el terror producen un "reparto espacial de los cuerpos" (Lair, 2003: 100) y con este ordenamiento están muchas veces redefiniendo los rumbos de la guerra. Esta desterritorialización de la guerra parece, pues, encontrar en los cuerpos una nueva “territorialidad”. Estudiando el caso palestino-israelí, Lair muestra cómo en los atentados suicidas, los cuerpos de los ejecutantes y de las víctimas son la encarnación de la des(materialización) y de la conversión de los campos de batalla en una guerra volátil. Dice:

Producir muertes y terror con la diseminación de cuerpos desmembrados no es la continuación de una guerra interna con una fuerte base territorial33”

Como lo señala Lair “La exposición de cuerpos en los lugares públicos puede ser una estrategia que consiste en exhibir las víctimas a la sociedad como demostración de fuerza para intimidar” (Lair, 2003:100). Son mensajes donde el reparto espacial de los cuerpos cumple una clara labor de información de la violencia. Con ello se acentúan las funciones de teatralización y comunicación en la violencia y su carga simbólica y comunicativa. Cuando el terror se enlaza con planes de parálisis del tejido social o de dominación, reviste intencionalidad, es decir, dimensiones estratégicas y se convierte en una estrategia de guerra. Asaltar los pueblos no es únicamente una estrategia de guerra para debilitar al adversario y acumular fuerzas difundiendo terror, sino también una señal enviada al entorno34.

32 Ilustrada con el caso de como Irlanda del norte, Sri Lanka, Israel palestina, etc (Lair, 2003: 104) 33 Lair, Op. Cit., p.104. 34 Hablando del caso rwandés señala como las víctimas tutsis vivieron durante semanas en un profundo estado de terror que fue resultante de la magnitud de la violencia y del “espectáculo” ofrecido por los cuerpos descuartizados y abandonados sin sepultura. (Nota de píe de página). Lair, Op. Cit. p. 100

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Lo que se produce es, pues, una propensión a la desterritorialización de la guerra con procesos de valoración destructiva de los espacios de vida. Estos últimos son escogidos y “cotizados” para ser los lugares de concentración de la violencia armada con el mayor impacto posible sobre el tejido social. Es por esto que los teatros y el tiempo de la violencia no son fortuitos. Sus actores eligen momentos y espacios de gran afluencia humana35. Recordemos cómo las poblaciones, en razón de su valor estratégico, se han vuelto –en palabras de este autor–, los principales “centros de gravedad” de las confrontaciones y los blancos de las mediaciones violentas entre actores armados. Pero ellos son el objeto no sólo de prácticas de control territorial, sino de prácticas de control sobre los cuerpos. Las agresiones contra los cuerpos son a menudo la huella de estrategias de posesión y de demostración de fuerza. Se trata de destruir dejando huellas y emitiendo mensajes. Las prácticas de tortura, por ejemplo, le quitan y niegan su identidad a la víctima con la brutalidad y el terror procedentes de la degradación psicológica y física del cuerpo. Así,

Los métodos de tortura pueden ser asimilados a procesos de sujeción y deconstrucción del otro obedeciendo a esquemas de control socioespacial que pasan a veces por una política de destrucción y eliminación masiva36.

Pécaut, por su parte, partiendo de considerar que son efectivamente las prácticas y las interacciones concretas de los actores las que definen la naturaleza del conflicto, y no los “objetivos” que exhiben sus protagonistas, quiere interrogar estas prácticas, estas “redes de fuerza”, para pensar el caso colombiano. Estas guerras modernas (recientes), –y en eso respalda a Kaldor y Von Creveld–, se desarrollan por intermedio de la población civil con el cortejo de atrocidades que eso implica. Es en ese contexto, interrogando los efectos de la guerra sobre las poblaciones, donde introduce su apreciación sobre las subjetividades arrasadas por la guerra: desterritorialización, destemporalización y desujetización37. Lo más interesante para nuestra perspectiva en el análisis de Pécaut es la reflexión que hace al profundizar en las situaciones de terror, producidas por la acción de los actores armados en diferentes territorios, entre las cuales destaca que las lógicas clásicas de territorialización se van debilitando o se vuelven porosas. Destaca también la construcción de nuevas referencias subjetivas en las cuales las redes armadas engendrarían formas de identificación coactivas o voluntarias38. Dice:

El terror, induce de manera progresiva efectos de fragilización de los territorios, hace estallar los referentes temporales y pone en peligro la posibilidad de los sujetos para afirmarse en medio de referentes contradictorios39.

35 Para ilustrar estos procesos de desterritorialización de la guerra, Lair propone mirar los atentados del 11 de septiembre en N. Y. y Washington en términos de la relación asimétrica entre un Estado poderoso y unos “nómadas” de la violencia o los atentados suicidas que se presentan con fuerza en el conflicto palestino-israelí. (Lair, Op. Cit. p. 104) 36 Lair, Op. Cit. p. 100 caso que ilustra con Camboya y Ruanda. 37 Daniel Pécaut. “Configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad en un contexto de terror: el caso colombiano”, En: Guerra contra la sociedad. Bogotá: Espasa, 2001. Pp. 227-256. 38 Ibíd. p.232 39 Ibíd. p. 232.

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Para concluir que si bien los referentes sociales del espacio no son abolidos por completo, sí están trastocados por los fenómenos de violencia y por el terror y están produciendo nuevos espacios que resultan de las coacciones impuestas por los actores de la violencia40. Dice Pécaut:

“Se puede hablar de cierta homogeneización del espacio puesto que todos sus puntos se encuentran orientados hacia los actores armados. Pero sobre todo, este espacio se desmaterializa; cada uno de sus puntos es definido por su posición real o virtual en las redes a través de las cuales se ejerce las presiones. Se vuelven así un No-lugar41 (...) para hacer referencia a esos espacios que privados de toda característica material, resultan de las interacciones entre redes de fuerza”42

Entre la desconfianza, la incertidumbre, el miedo, la amenaza potencial pero permanente de alguna incursión o acción violenta y, finalmente, el desalojo en los casos en los que se produce el desplazamiento, no queda mucho espacio para afirmarse; sobre todo si tenemos en cuenta que “la referencia a la trayectoria se vuelve la única manera de afirmar la identidad del sujeto” (Pécaut, 2001: 251). Una trayectoria que no es posible construir en medio del recurso a las estrategias individuales que parece ser lo único que les queda a las poblaciones en este ambiente hostil y sembrado de desconfianza. Si a esta inclusión de “nuevas espacialidades” como los cuerpos y las subjetividades le sumamos la importancia de explorar otros esquemas de ordenamiento espacial (imágenes mentales e incluso prácticas sociales como rituales, gestos, relatos orales, pinturas corporales) (Woodward y Lewis, 1998 Citados por Piazzini, 2004: 16), podremos avanzar paralelamente a la reflexión teórica en el diseño de nuevas “cartografías” de la vida social que, al menos en la realidad de la guerra hoy, están encontrando pertinencia. Sin duda, las poblaciones –aunque esto no le sea muy evidente a la ciencia política– son sujetos sociales, portadores de un cuerpo (y/o de una corporalidad) que además es el centro constitutivo del sujeto43 que sistemáticamente esta siendo el espacio de una agresión violenta. Y son portadores también de una dimensión afectiva [no sólo racional] con la que habitan y significan sus espacios cotidianos, fundamentalmente desde el cuerpo. Es preciso, pues, introducir su corporalidad y su subjetividad [sentimientos incluidos], en el análisis que de ellas se hacen en el contexto de la guerra. Sobre todo si tenemos en cuenta que esta nueva espacialidad cobra fuerza en la guerra actual en Colombia donde la situación es, términos de Pécaut, una conflictividad susceptible de volver ininteligible los eventos. Tanto los limites del relato personal, como su separación de un relato colectivo dificulta la consolidación de la identidad personal. (Pécaut, 2001:252) Es en suma algo así como una imposibilidad generalizada de “armar historias colectivas”, lo que no es más que un proceso simultáneo de desterritorialización, de destemporalización y de desubjetivación. Retomando la idea de Pécaut de una ausencia de relato nacional, esto es, “un país atrapado entre el blablabla de los políticos y el silencio de los guerreros”, Martín Barbero refuerza su idea de que esas son las dos trampas que moviliza la guerra: el blablabla de unos y el silencio de los otros con lo cual se corta toda posibilidad de relato. El relato de una realidad, dice Barbero donde “lo único 40 Ibíd. p. 233 41 La categoría por supuesto es tomada de Augé; sin embargo, Pécaut hace la precisión de que él la toma por su cuenta para definir esos espacios a los que esta aludiendo en su análisis. Ver Pécaut. Guerra contra la sociedad. Op. cit. p.238. Los subrayados son agregados. 42 Ibíd., p. 239. Los subrayados son agregados. 43 Wolfgang Sofsky. Traité de la violence. Paris: Gallimard, 1996. p. 60.

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parecido a una palabra son la marcas de la crueldad sobre los propios cuerpos de las víctimas” (M. Barbero, 2001:19). Con estas nuevas aproximaciones creemos que es preciso replantear el problema de la espacialidad de la guerra; no ya determinada solamente por los territorios mismos y sus recursos (materiales y humanos), y que tampoco se agota en lo que llamamos territorialidad (formas de apropiación y significación del territorio), sino que pone en juego “nuevas espacialidades” –incluidas las corporales– en la dinámica de la guerra. En este sentido y reforzando de alguna manera las aproximaciones al fenómeno desde el cuerpo y la subjetividad, vale la pena introducir –aun cuando no es posible desarrollarla ampliamente aqui– la reflexión que se viene haciendo en torno de la categoría de lo bio-político44. Introducida por Foucault, ella es retomada de manera más reciente por Giorgio Agamben45 y designará una forma del poder ejerciendo dominio sobre todos los procesos que afectan la vida desde el nacimiento hasta la muerte, donde el dominio sobre los cuerpos resultaría una forma de ejercer el poder46. Lo bio político designaría una inversión del ejercicio del poder: la reducción de las trayectorias individuales, los individuos hombres, mujeres en cuerpos: cuerpos indistintos, cuerpos desplazados, cuerpos localizados. (Pandolfi, 2002: 39). La categoría es retomada nuevamente por otros autores a quienes les resulta útil para pensar los desbordamientos y transformaciones a los que están sometidos los territorios y aquellos que los pueblan como efecto de la movilidad, los desplazamientos voluntarios u obligados de las poblaciones en un espacio transnacional (Cuillerai et Abélès, 2002:20). En el contexto de su trabajo sobre los refugiados, Agamben intenta mostrar la tendencia hacia una forma de comunidad sin territorio y sin frontera. Sostiene cómo esa condición de refugiado, que ya no es un asunto menor sino un fenómeno de grandes masas de población, rompe el tríptico Estado-Nación-territorio heredado de la edad clásica y pone en juego otra definición de la relación sujeto/soberanía. Una nueva forma de poder que se impondría en el contexto de la intervención militar-humanitaria como una nueva forma de soberanía: dejar vivir o hacer morir.(Agamben, 1999 citado por Pandolfi, 2002: 39) Si el derecho clásico pensaba en términos de individuos y sociedad, la biopolítica razona en términos de población y la conceptualiza como problema biológico y político. (Pandolfi, 2002:39). De ahí pues el reto para construir nuevas categorías que sean capaces de aprender la realidad desde un marco de sentido que ya no es posible construir desde los referentes clásicos de la política y/o de lo político. Un relato, pues, capaz de delinear un horizonte común, una “comunidad imaginada” donde el espacio no sea sólo una exterioridad de lo social o el soporte de la acción humana, sino parte constitutiva de la misma. 44 La reflexión es por ahora fundamentalmente europea dado que la conflictividad reciente está bastante más próxima cuando no realmente cerca como en el caso de los Balkanes y cuando la comunidad europea ha sido entonces gestora de estas nuevas redes y flujos que van de lo politico a lo humanitario en ese espacio transnacional. 45 Giorgio Agamben. Moyens sans fins. Notes sur la politique. Paris: Rivages. 1995. Tambien Ce qui reste d’ Auchwitz, Paris: Rivages, 1999. 46 También para Pécaut ella resulta pertinente en los casos de violencia abierta cuando el individuo se encuentra despojado de su calidad de ciudadano o incluso de su condición de sujeto capaz de ejercer una autonomía. (Pecaut, 2003: 13)

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Palabras finales Sin duda modificar nuestra concepción sobre lo socio-espacial no resulta para nada fácil y es un reto [y, probablemente, un relato] que exigirá mucho trabajo en esa dirección. Acostumbrados a pensarlo como un “lugar sobre el cual se derraman las acciones humanas” (Piazzini, 2004), resulta difícil construirlo de otra manera. Si bien con los desarrollos logrados hasta ahora sobre el territorio hay acuerdos en que ya no es posible referirlo exclusivamente a condiciones geofísicas y de la mano de la antropología aludimos a él como espacio vivido y significado (Di Méo, 1998), el desplazamiento teórico del concepto y su formulación hacia “nuevas espacialidades” –en las cuales se incluyan materialidades como el cuerpo o aspectos más inmateriales como las subjetividades–, a la hora de pensar lo socio-espacial, es un camino oscuro que apenas se abre. No obstante, las formas de la guerra hoy, los “nuevos espacios” donde ellas se desarrollan, y las perspectivas que se abren sobre la naturaleza del espacio, exigen entender que las formas de uso, control y dominio sobre el espacio están muy lejos de ser lo que hemos entendido tradicionalmente por dimensión territorial y más lejos aún de lo que hemos llamado (en una búsqueda de orden) –y sigo a Bauman (2002:26) aquí– lo territorial-nacional. De ahí el desafío en términos teóricos y analíticos que se impone para dar cuenta de las dimensiones socio-espaciales de la guerra o mejor aún de lo que en estas reflexiones he llamado sus nuevas espacialidades. Es importante –ya para terminar– insistir en la pertinencia de los planteamientos de los autores que vienen proponiendo “una mirada renovada al espacio” para entrever que otras y nuevas espacialidades, –con sus correspondientes cartografías–, son posibles y necesarias. Si abrimos nuestro horizonte a estas nuevas miradas, podremos entonces desafiar nuestros modelos de conocimiento y empezar a pensar que los cuerpos y las subjetividades constituyen toda una espacialidad que debe ser tomada en serio cuando se aborda el estudio de las guerras contemporáneas y sus nuevas espacialidades. Esa es la dimensión del reto al que las ciencias sociales están abocadas en este terreno: darle palabras a una espacialidad que sólo espera ir al encuentro de un nuevo lenguaje que pueda nombrarla. Referencias Bibliográficas Abèlés, Marc y Mariella Pandolfi. Politiques jeux d’espaces. En: Anthropologie et sociétés, Vol 26 No.1. Universidad de Laval, Canadá, 2002. Bauman, Zigmunt. “Modernidad y Ambivalencia”. En: Miradas anglosajonas al debate sobre la Nación. Cuadernos de Nación, Bogotá: Ministerio de Cultura, 2002, Pp. 13-37. Blair, Elsa. Alejandro Pimienta y Cristina Agudelo. Conflicto armado, Actores y Territorios: los visos de un caleidoscopio. Informe Final de Investigación. INER. CODI Medellín , abril 2004. Bolívar, Ingrid. “La construcción de la Nación y la transformación de lo político”. En: Nación y sociedad contemporánea. Cuadernos de nación. Bogotá: Ministerio de Cultura. 2002, P. 9-39. Camacho, Alvaro. “Credo, necesidad y codicia los alimentos de la guerra” En: Análisis político No. 46. Bogotá: IEPRI. Universidad Nacional de Colombia. 2003.

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