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OBRAS D E PIO BAR01A
Vidas sombrías .
Idi l ios vascos .
El tablado de Arlequín .
Nuevo tablado de Arlequ in .
Juventud , egolatria .
Idil ios y fantasías .
Las horas sol i tarias .
M o m e n tum Catastroph i
cum .
L a Caverna del Humorisrno .
LAS TRILOGÍAS
T IERRA VASCA
La casa de Aizgorri .El Mayorazgo de Labraz.
Zalacaín , el aventurero . v
LA VIDA FANT ! STICA
Camino de pe rfeccwn ./Aventuras , inventos ymixtiñcacione s
'
de SilvestreParadox .
Paradox , rey .
LA RAZA
La dama errante .
La ciudad de laEl árbol de la ciencia . J
LA LUCHA POR LA VIDA
E L PASADO
La feri a de lo s discretos .Los últimos románt icos .
Las tragedias grotescas .
LAS CIUDADES
César o nada .
El m undo es ans i .
E L MAR
Las inquietudes de ShantiAnd ia .
MEMORI AS DE UN HOMBRE
DE ACCIÓN
El aprendiz'
de conspi rad or.
El escuadrón del B rigante .
Los caminos del mundo.
Con la pluma y con e l
sable .
Lo s recursos de la as tucia .
La ruta del aventurero .
La veleta de Gastizar .
L o s caudillos de 1 8 30 .
La Isabelina .
Eam'
n0 de pºr 800ón
! PA S I Ó N M Í S T I C A !
N O V E L A
RAFAE L CARO RAGGIO
E o 1 r 0 R
VE NTURA no o ní o uaz, 1 8
M A D R I D
ES PROPIEDAD
D E R E C H O S R E S E R V A D O S
PARA TODOS LOS PAÍSES
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R A F A E L C A R O R A G G 1 0
1 9 2 0
A7c agº
E s tab le c imie nto t ipográ ficod e R a f a e l C a r o R a g g i o .
E NTRE los compañeros que es tudi aron med ici n aconmigo
,ninguno tan extraño y digno de obs erva
ción como Fernando Ossoric . E ra un muchacho alto ,moreno , s i lencio so , de ojos i n tranqu i lo s y expres iónmelancól ica . En tre los condi scípulos , algunos aseguraban que Ossorio ten ía ta l ento ; o tros , en camb io ,decían que e ra uno de e sos estud iantes pobre tone sque , a fuerza de fuerzas , pueden ir aprobando cursos .
Fernando hablaba muy poco , sabía con fre cuen
c ia las le cciones , faltaba en ciertos pe ríodos del curso a las clases y parecía no darl e mucha importanc ia a la carrera .
Un d ía v i a Ossorio en la sala de d iseccwn , quequitaba cu idadosamente un escapular io al cadáverd e una viej a , que después envolvía el trapo en unpapel y lo guardaba en la caja de los b i stur is .
Le pregunté para qué hacía aquello y me d ij o quecoleccionaba todos los e scapularios , medallas , cintas o amuletos que traían los cadáveres al Depós ito .
Desde entonces inti mamos algo y hab lábamos de
PÍO BAROJA
pintura , arte que él cultivaba como afi cionado . Medecía que a Velázquez le cons ideraba como demas iado perfecto para entus iasmarle ; Muril lo le parec íaantipático ; los pintores que l e encantaban eran losespañoles anteriores a Velázquez , como Pantoj a del a Cruz, Sánchez Coel lo y , sobre todo , el Greco .
A pesar de sus º pinione s , que a m i me parecíanexcelentes , no pod ía comprender que un muchachoque andaba a todas horas con Santana , el cond iscípulo más torpe y más negado de la clase , pudieratener algún talento . Después , cuando e n e l curso dePatología general comenzamos a i r a la cl íni ca, ve íasiempre a Ossorio , s in hacer caso de las exp licacio
nes d e l profesor , mi rando con curi os idad a los en
fermos , haciendo dibujos y croquis en su álbum .
Dibujaba figuras locas , estiradas unas , achaparra
das las o tras ; tan pronto grotescas y ri s ibles comollenas d e espíri tu y de vida .
— Están muy bien — l e decía yo contemplandolas figuras de su álbum pero no se parecen a losoriginal es .
— E so ¿qué importa? — repl icaba él Lo naturale s senci l lamente estúp ido . El arte no debe se r nuncanatural .
— El arte debe d e ser la representacron d e la Naturaleza , matizada al refl ejarse en un temperamen
to — dec ia yo , que estaba entonces entus iasmadocon las ideas d e Zola .
— No . El arte es la misma Naturaleza . Dios murmura en la cascada y canta en el poeta . Los sentim ientos refi nados son tan reales como los
'
toscos ,pero aqué llos son menos torpes . Por eso hay quebuscar algo agudo , algo fi namente torturado .
—Con esas ideas — le di je una vez ¿cómo pue
CAMINO DE PERFECCIÓN
de usted resi s ti r a ese id i o ta de Santana , que es tanestúpidamente natural ?
—¡Oh ! Es un tipo muy interesante — contestó ,
sonri endo A m i , la verdad , la gente que me co
noce me estima; él , no : s i en te un desprecio tan profundo por mí , que me obl iga a respe tarle .
Un día , en una de esas conversaciones largas enque se vuelca el fondo de los pensamientos y se
vac ía esp iri tualmente una conci encia , l e hab lé de lopoco clara que resultaba su persona; de cómo enalgunos días me parecía un necio , un completo bad ulaque , y otros , en cambio , me asombraba y lecre ia un hombre de grand is imo talento .
— Sí — murmuró Ossorio , vagamente Hay algode eso ; es que soy un hi stérico , un degenerado .
—¡Bah !
— Como lo oye usted . De n iño fui de esas criatu
ras que asombran a todo el mundo por su p recocidad A los ocho años dibujaba y tocaba e l p iano ;la gente celebraba mis di spos iciones ; había quie naseguraba que s ería yo una eminencia; todos se hacían l enguas de m i talento menos m is padres , queno me querían . No e s cosa de recordar h i storias tri stres , ¿verdad? Mi nodriza , la pobre , a qu ien queríamá s que a mi madre , se asus taba cuando yo habiaba . Por una de esas cuestiones tri stes , que dec ia ,
dej e a los d i ez años la casa de mis padre s y me l levaron a la de m i abuelo , un buen señor, baldado ,que vivía grac ias a l a sol ici tud de una vieja criada;sus h ij os , mi madre y su s dos hermanas , no se ocupaban de l pobre vi ejo ab solutamente para nada . Miabuelo era u n volteriano convencido
,de esos que
creen que la rel igión es una mala farsa; mi nodriza ,fanática como nadie ; yo me encontraba combat ido
p io BAROJA
por la incredulidad del uno y la supersticron de laotra. A los doce años mi nodriza me llevó a confe
sa r. Sentía yo por dentro una verdadera repugnancia por aquel acto , pero fuí , y , en vez de parecermedesagradable , s e me an tojó dulce , grato , como unabrisa fresca de verano . Durante algunos meses tuveuna exaltación religiosa grande ; luego , poco a poco ,las palabras de mi abuelo fueron haciendo mella e nm i , tanto que , cuando a los catorce o quince añosme llevaron a comulgar, protesté varias veces . Primero , yo no quería l levar lazo en la manga; despuésdij e que todo aquello de comulgarse era una majaderia y una farsa , y que en una cosa que va al estomago y se disuelve al l í no puede estar D ios , ni nad ie . Mi abuelo sonre ía al o írme hablar; mi madre ,que aquel d ía estaba e ri casa de su padre , no se en
te ró d e nada ; mi nodriza , en cambio , se i ndignó tanto
que casi reprend ió a mi abuelo porque me imbu íai deas antirreligiosas . la contestó riéndose . Pocoti empo después , al ir a conclu ir yo el bachillerato ,mi abuelo murió , y la presencia d e la muerte y algodoloroso que ave rig
'
úé .en mi fami l ia me turbaron e l
alma d e tal modo que m e hice torpe,huraño , y m is
bri l lantes facultades desaparecieron , sobre todo miportentosa memoria . Yo , por dentro , comprend íaque empezaba a ver las cosas claras , que has taentonces no había s ido mas que un badulaque; perolos amigos de casa dec ían : — Este chico se ha em
tonte ci d o Mi madre , a quien i ndudablementeestorbaba en su casa y que no quería tenerme a sulado , me envió a que concluyese e l grado de bachiller a Yécora , un lugaró n de la Mancha , clerical , tri ste y antipát ico . Pasé en aquella ciudad levitica tres años , d os en un colegio d e escolap ios y uno v
CAMINO DE PERFE CCIÓN
en casa de l admin is trador de unas fi ncas nuestras , yall í me hice vicioso , canalla , mal i ntencionado ; ad
quiri todas estas gracias que adornan a la gente desotana y a la que se trata íntimamente con e lla . Vo l
ví a Madri d cuando murió mi padre ; a lo s d i ez yocho años me puse a estudi ar , y yo , que antes hab ías ido cas i un prodigi o , no he llegado a ser después n is iqu iera un mediano estudiante . Total : que graci asa mi educación han hecho de mí un degenerado .
—¿Y piensa u sted eje rcer la carrera cuando la
concluya ? —le pregunté yo .
—No , no . A l princ ip io me gustaba; ahora me repugna extraord inariamente . Además , me consideroa mí m ismo como un menor de edad , ¿sabe usted ?;algún resorte s e ha roto en mi vida .
Ossorio me d ió una profunda lás tima .
Al año sigu iente no estudió ya con nosotros , no
l e volví a ver y supuse que habría ido a estud iar a
otra Univers idad ; p ero un día l e encon tré y me dij oque había abandonado la carrera , que se dedi caba aa la p intura defi n i tivamente . Aquel día nos hablamos de tú , no sé por qué .
En la Exposic ion de Be l las A rt es , años de spués ,vi un cuadro de Ossorio colocado en las sal as de lp iso de a rri ba , donde e s taba . reun ido lo peor detodo , lo pe or _
en concepto de l Jurado .
El cuadro representaba una habitac ion pobre con
pio BARO!A
un sofá verde , y encima un retrato al óleo . En e l
sofá , sen tados , dos muchachos altos , pál idos , elegantemente vestidos de negro , y una j oven de qu ince o diez y seis años ; d e pie , sobre el hombro de lhermano mayor , apoyaba el brazo una niña de faldacorta , también vestida de negro . Por la ventana ,abierta , se ve ían los tejados de un pueblo industrial ,el ci elo cruzado por alambres y cables gruesos y elhumo d e las chimeneas de cien fábricas que iba subiendo lentamente em e l aire . El cuadro se l lamabaH ora s d e s ilencio . Estaba p intado con desigualdad ;pero había en todo él una atmósfera de sufrim i entoc ontenido , una angustia , algo tan vagamen te doloroso , que afl ig ía el alma .
Aquellos j óvenes enlutados , e n el cuarto aband o
nado y triste , frente a la vida y al trabajo de una grancap ital , daban mi edo . En las caras alargadas , pálid as y aristocráticas de los cuatro se adivinaba unaexistencia de refi namiento , se comprend ía que en e lcuarto hab ía pasado algo muy doloroso ; quizá e lepílogo tri ste de una vida . Se adivi naba en lontananza una terrible catástrofe ; aquella gran capi tal , consus ch imeneas , e ra e l monstruo que había de tragara los hermanos abandonados .
Contemplaba yo absorto el cuadro , cuando se presentó Ossorio delante de m i. Tenía aspecto de viejo ;se había dejado la barba; en su rostro se notabanhuellas de cansancio y d emacració n .
— Oye , tú ; esto e s muy he rmoso —le d ij e .— E so creo yo también ; pero aqu í lo han meti do
en este rincón y nadie se ocupa de mi cuadro . Es tagente no entiende nada de nada . No han comprendido a Rusiñol , ni a Zuluaga , ni a Regoyos ; a m i ,que no sé p i ntar como ellos , pero que tengo un
CAMINO DE PE RFE CCIÓN
ideal de arte más grande , me ti enen que comprender menos .
—¡Bah i ¿Crees tú que no comprenden ? Lo que
hacen es no senti r, no simpatizar.— E s l o mi smo .
—¿Y qué ideal es e se tuyo tan grande ?
—¡Qué sé yo ! Se habla s i empre con énfasis y
exagera uno sin querer. No me creas ; yo no tengoi deal n i nguno , ¿sabes ? Lo que s í creo e s que el arte ,e so que nosotros llamamos as í con ci erta veneración
,no es conjunto de reglas , ni nada ; s i no que es
la vida : el e5p íritu de las cosas refl ej ado en el esp iritu del hombre . Lo demás , e so de l a técn ica y el e studio , todo eso e s m …
Ya se ve , ya . Has p intado e l cuadro de memoria , ¿eh? , s in modelos .
¡Claro ! Así se debe pi ntar. ¿Que no se recuera
da , l o que me pasa a mí, los colores? Pues no s epinta :
— E n li n , que todas tus teorías han traído tu cua
dro a e ste ri ncón .
—¡Pohs i No me importa . Yo quería que alguno
de esos críticos imbéci les de los p eri ódicos , porquemira que son brutos , se hubie ran ocupado de m icuadro , con la i dea romántica de que una mujerque me gusta supie ra que yo soy hombre capaz dep intar cuadros . ¡Una necedad ! Ya ves tú , a las muj eres qué les importará que un hombre tenga talento o no
Habra algunas .
¡Ca ! Todas son imbéc i l es . ¿Vámonos ? A m i
esta Exposición me pone enferm º .
—Vamos .
Sal imos del Palacio de Bel las Artes . Nos d etuvi
14 PÍO BAR O IA
mos a contemplar la puesta del sol , desde uno de losdesmontes cercanos .El cielo estaba puro , l impio , azul , transparente .
A lo le jos , por detrás de una fi la de altos chopos delHipódromo , se ocultaba el sol , echando sus últimosresplandores anaranjados sobre las copas verdes delos árboles , sobre los cerros próximos , desnudos ,arenosos
,a los que daba un color cobrizo y de oro
pálido .
La s i erra se destacaba como una mancha azulviolácea
,suave
,en la faja de horizonte cercana al
suelo , que era de una amari llez de ópalo ; y sobreaquella ancha l ista Opalina , en aquel fondo de mistico retablo , se perñlaban claramente , como en loscuadros de los viejos y concienzudos maestros , lasi lueta recortada de una torre , de una chimenea , deun árbol . Hacia la ciudad , el humo de unas fábricas manchaba el cielo azul , infin ito , inmacu
lado”.
Al ocultarse e l so l se hizo más violácea la murallade la s ierra; aun iluminaban los últ imos rayos unpico lejano del pon iente , y las demás montañas quedaban envueltas en una bruma rosada y espléndida ,de carm ín y de oro , que parecía arrancada de alguna apoteo sis del Ticiano .
Sopló un l igero vientec illo ; el pueblo , los cerros ,quedaron de un color gri s y de un tono frío ; e l ci elose obscureció .
O íasc desde arriba , desde donde estábamos , lacadencia rítmica del ruido de los coches que pasaban po r la Castellana, e l zumbido de los tranvíase léctri cos al desl izarse por los raíles . Un rebaño decabras cruzó por delante del Hipódromo ; resonabanlas esquilas dulcemente.
CAMINO DE PER FECCIÓN
¡Condenada Naturaleza ! — murmuró Ossorio
¡Es si empre h ermosa lBajamos a la Castellana , comenzamos a caminar
hacia Madrid . Fernando tomó el tema de antes ysiguió
— Esto no creas que me ha molestado ; lo que memolesta es que me encuentro hueco , ¿sabes .
! S i entola vi da completamente vacía : me acuesto tarde ,
'
melevanto tarde
,y al l evantarme ya es toy cansado ;
como que me tiendo en un s illón y espero la horad e cenar y de acostarme .
—¿Por qué no te casas ?
¿Para qué ?
¡Toma ! ¿Qu é sé yo ? Para tener una muj er a tu
He ten ido una muchacha hasta hace unos d íasen mi casa .
Y ¿ya no la t i enes?—No ; s e fué con un amigo que le ha alquilado
una casa elegante y la l l eva por las noches a Apolo .
Lo s d os me saludan y me hablan ; ninguno de el loscree que ha obrado mal conmigo . Es raro , ¿verdad ?S i v ieras ; es tá mi casa tan
-Trabaja más .
— Chico , no puedo . Estoy tan cansado , tan can
—Haz voluntad , hombre . Reacciona .
— Imposi ble . Tengo la i n erci a en los tuétanos .
—¿Pero es que te ha pasado alguna cos a nueva ;
has ten ido desengaños o penas úl timamente ?— No ; s i , fuera de mi s i nquietudes de chico , mi
vida se ha deslizado con relativa p lacidez . Pero tengoel pensamiento amargo . ¿De qué proviene esto ? Nolo sé. Yo creo que es cuesti ón de herencia .
r6 PÍO BAROJA
¡Bah ! Te escuchas demasiado .
Mi amigo no contestó .
Volvíamos andando por la Castellana hacia Mad rid . El centro del paseo estaba repleto de coches ;los ve íamos cruzar por entre los troncos negros delos árboles ; era una procesión interminable de ca
ballo s blancos , negros , roj izos , que piafaba'n impa
cien tes ; de coches charolados con ruedas rojas yamarillas
,apretados e n cuatro o cinco hileras , que
no se i nterrumpían ; de cocheros y lacayos sentadose n los pescantes con una t i esura de muñecos d emadera . Dentro de lo s carruajes , señoras con trajesblancos en posturas perezosas de sultanas ind olentes
,n i ñas llenas d e lazos con ves tidos l lamativos»
jóvenes spor tm en vesti dos a la inglesa y caballerosancianos
,mostrando la pechera resaltante de blan
cura .
Por los lados , a pie , paseaba gente ati ldada , esa
gente de una elegancia enfermiza que consti tuye la ,
burgues ía madri leña pobre . Todo aquel conjunto depersonas y de coches parecía moverse , dirigido poruna batuta invis ible .
Avanzamos Fernando Ossorio y yo hasta el Obeli sco de Colón , volvimos sobre nuestros pasos , llegamos al Obel i sco , y desde allá , defi nit ivamente ,no s dirigimos hacia el centro de Madrid .
El cie lo estaba azul , de un azul l íquido : parec íaun inmenso lago sereno , en cuyas aguas se refl ej aran tím id amente .algunas estrel las .La vuelta de los coches de la Castellana ten ía
algo d e afeminamiento espiritual de un paisaj e deW atteau .
Sobre la tierra , entre las d os cortinas d e follaj eformadas por los árboles macizos d e hojas , nada
CAMINO DE PERFECCIÓN
ba la n ieb la tenue , nac ida del vaho ca luroso de latarde .
S í; la i nfl uencia hi stérica —d ijo Osso rio al cabod e unos minutos , cuando yo cre í que había olvidado
ya e l tema desagradable de su conversación lainfluencia h istéri ca se marca con faci l idad en mi fam ilia . La hermana de mi padre , loca; un primo , su icida ; un hermano de mi madre , imbéci l , en un man icomio ; un tío , alcohol izado . Es tremendo , tremendo .
— Luego , camb iando de conversación , añadió Elotro día estuve en un bai le en casa de unos amigos ,y me sentí molesto porque nadi e se ocupaba de m i ,y me marché en seguida . Estas muj eres — y señalóunas muchachas que pasaron riendo y hab lando altoa nuestro lado no nos quieren . Somos tri ste s , yasomos vi ejos también … ; s i no lo somos , lo parecemos .
—¡Qué le vamos a hacer ! —le d1j e yo Unos
nacen para buhos , otros para canari os . Nosotrossomos buhos o cornejas . No debemos i n ten tar can
tar . Quizá tengamos tambi én nuestro fi n .
¡Ah ! ¡Si yo sup iera para qué s i rvo ! Porque yoqui si era hacer algo , ¿sabes ?; pero no sé qué .
La l i teratura quizá te gustaría .
No ; e s poco plásti co eso .
Y la medici na , ¿por qué no la sigues?Me repugna e se elemento de humanidad suci o
con el que hay qu e luchar : la vi ej a que tiene lamatriz podrida , el s eñor gordo que pesca i ndiges
eso e s asqueroso . Yo qu is i era tener untrabajo espi ri tual y manual al mismo ti empo ; así
como ser escul tor y tratar con esas cosas tan l impias como la madera y la p iedra , y tener que de
na gran igles i a y pasarme la v ida haci e ndo2
1 8 PÍO BAROJA
estatuas , animales fantásticos , canecillos monstruosos y bichos raro s; pero haciéndolo todo a puñetazo s
, ¿eh ? … S í , un trabajo manual me convendría .
—Si no te cansabas .
— Es muy probable. Perdóname , me marcho . Voydetrás de aquella muj er vestida de negro … ¿Sabes ?
Ese entusiasmo e s mi única esperanza .
Habíamos llegado a la plaza de la Cibeles ; Ossor io se deslizó po r en tre la gente y se perdió .
La conversación me dejó pensativo . Ve ía la called e Alcalá i luminada con sus foco's eléctricos , quenadaban en una penumbra luminosa . En el cielo ,enfrente , muy a lo l ejos , sobre una cl aridad cobrizad e l horizonte , se destacaba la si lueta aguda d e uncampanario . Ve íanse por la ancha calle en cuestacorrer y deslizarse los tranvías eléctricos con susbri llantes reflectores y sus faroli llos de color; trazaban ziszás las luces de los coches , que parecían losojos llenos de guiños de pequeños y maliciososmonstruos ; el ci elo , de un azul negro , iba estre llán
dose . Volvía la gente a pie por las dos aceras , comoun rebaño obscuro , ape lo tonánd o se , subiendo haciae l centro d e la ciudad . Del jardín del Ministerio d ela Guerra y d e los árbol es d e Recoletos l legaba unperfume penetrante de las acacias en flor; un aromade languid eces y deseos .
Daba aquel anochecer la impre sron d e la fatiga ,d e l an iquilam iento d e un pueblo que se preparabapara los p laceres de la noche
,después de las pere
zas del día .
20 PÍO BAR O IA
Y en el paseo , mientras la música tocaba en e l
quiosco central , se agrupaba la gente y se o ía másfuerte e l cruj ir d e las faldas de seda , carcajadas vr isas conten idas ; voces agudas de las muchacha se legantes que hablaban con una rap idez vertiginosa ,ri sas claras y argentinas de las señoras , voces gan
go sa s y veladas de las viejas . Bri llaban los ojos d elas muj eres alumbrados con un fulgor de misterio ;en los corros había conversacion es a media voz , queno ten ían más a tractivo e i nci tante que e l ser veh ícul o d e deseos no expresados ; una atmósfera de sensua lid ad y d e perfumes voluptuosos llenaba el aire .
Y en la noche , templada , parecía que aquel losdeseos estallaban como lo s capul los de una flor alabri rse ; los cohete s sub ían en el aire , detonaban yca ían deshechos e n chispas azules y roj as , que aveces quedaban inmóviles en e l aire bri llando como
Estaba también la mujer de luto hablando con unhúsar . Ossorio la contempló desde l ejos .Era para él aquella muj er, delgada , enfermiza , oje
rosa , una fantasía cerebral e imaginat iva , que leocasionaba dolores fi cticios y placeres sin realidad .
No la deseaba , no sent ía por ella el i nstinto naturaldel macho por la hembra ; la consideraba demasiadometafísica , demas iado espiri tual ; y ella , la pobremuchacha , enferma y tri ste , ansiosa de vida , de j uven tud , de calor , quería que él la desease , que él laamara con furor de sexo , y coqueteaba con uno yotro para arrancar a Fernando de su apatía; y , al verlo inúti l de sus infanti les maquinaciones , ten ía unamirada de tristeza desoladora , una mirada de entregarse a la ruina de su cuerpo , de sus i lus iones , desu alma , d e
CAMINO DE PERFECCIÓN
Aquella noche la muchacha de luto hallábase
tran sformada . Hablaba con calor, es taba con las me
j illas rojas y la mirada bri l lante ; a veces di rigía lavi sta haci a donde estaba Fernando .
Ossorio experimentó una gran tri s teza , mezcla decelo s y de dolor.Se d i5puso a sal ir , y pasó si n fi j arse al lado de su
prima .
No , pues ahora no te va s , golfo — l e d ijo el la .
¡Sabes que es tás h oy la mar de guapa !
¿Si ?
¡Vaya ! Como no se ve bi en , ¿comprendes ? …Hombre
, ¡qué li no ! A ver . ¿Te s ientas ? ¿Vas atomar algunas pape letas ?
Espera . No me pu edo decidi r as í como as í. Hayque sabe r la s ven tajas que t i ene una cosa y otra .
—¡Viene la Re ina ! — dij o una d e las que e staban
con la prima d e Ossorio .
Con la no ti ci a se conmovió el grupo de horchateras , y Fernando , aprovechándose de la conmoción ,
s e e scabu lló .
Vén ía la Re ina con sus h ijos por entre d o s fi lasd e gente que la sa ludaban al pasar con grandes reve re nc ias .
La s muj eres encontraban gal lardo a Caserta , alpríncip e con sorte
,a qu ien miraban con curi os idad .
Ferna ndo , al separarse d e María Flora , s e d ispusoa s ali r.Iba a hacerlo , cuando la señorita de luto , que iba
paseando con su s amigas , se le acercó y le dij o con
voz suave y algo Opaca—¿Quiere usted papel e tas para la ri fa de la Rei na ?
—No , señora —contestó él brutalmente .
Sal ió de los Jardines . En la puerta e spe raban
2 2 PÍO BAROJA
grupos d e lacayos y un gran semicírculo de cochescon los faroles encendidos .
— Es extraño — murmuró Ossorio Yo no estaba antes enamorado de esta mujer; hoy he sentido ,más que amor, i ra , al verla con otro . Mis entus ias
mo s son como mis cons_
tipad osz empiezan por lacabeza
,siguen en el pecho y , se marchan .
Esta muchacha era para m í algo musical y hoy hatomado carne . Y por dentro veo que no la quiero
,
que no h e querido nunca a nadie ; quizá si es tuveenamorado alguna vez fué cuando e ra ch ico . S i ;cuando ten ía diez o doce años .
Recordaba en la vecindad de casa de su abuelouna muchacha de pelo roj izo y ojos ribeteados , a lacual no se atrev ía a mirar, y que a veces soñaba conella . Luego , ya de estudiante , esperaba a que pasarauna modis ta por e l mismo camino que llevaba élpara i r al Insti tuto , y al cruzarse con ella le temblaban las pi ernas .
Mientras tra ía a la imaginación estos recuerdoslejanos , caminaba por Recoletos , obscuro , l leno desombras mis teriosas . Al verle pasar tan elegante ,con la pechera blanca , que resaltaba en la obscuri
d ad , las busconas le deten ían ; él las rechazaba y seguía andando velozmente , movido por el ritmo de supensamien to , que marchaba con rap idez y sin cadenc ia .
Al llegar a la calle de Génova tomó por el la; siguió luego por e l paseo d e Santa Engracia , y a laizqu ierda entró por una call ejuela , se detuvo frentea una casa alta , abrió la puerta y fué subiendo laescalera , si n hacer ruido . Entró en e l estudio
, en
cend ió una vela , se desnudó y se sentó en la cama .
Se sen tía all í un aire d e amarga desolación : los
CAMINO DE PERFECCIÓN
bºcetºs , antes clavadºs en las paredes p in tadas deazul
,estaban tirados en el sue lo , arrol lados ; la mesa
llena de trastos y de polvo , los l ibrºs deshechos ,amontonados en un armariº .
—¡Cómo está estº ! — murmuró ¡Qué suciº !
¡Qué tri ste ! Apagaré la luz , aunque sé que nº voy a
dºrmir .Pusº un li bro encima de la vela , l a apagó , y se
tendió en la cama .
No cºnocía Fernandº al hermanº de su abuelo .
Nº le había vi stº m as que de n iñº alguna vez, y si
nº le hubiese e scritº su tía Laura dic iéndole que eltíº había muertº y que se presentara en la casa ,Fernando no se hubiera ºcupadº para nada de unpari ente a quien nº cºnºcía . Aunque murmurando yde mala gana , Ossº rio fué pºr la tarde a casa de lhermanº de su abu elo , a un caserón de la calle delSacramentº . Llegó a la casa y le hicierºn pasar inmediatamente a un gabinete . Se habían reunidº all ílºs notable s de la fami lia . Acababa el juez de abri ry leer el testamentº del anciano señor y tºdºs lospari entes bu faban de rab ia; una de las parte s mássaneadas de la fºrtuna se les marchaba de entre lasmanºs e iba a parar a la hij a d e una querida de !vie j º . El marqués , cuñado de ,
Lui sa Fernanda,se
PÍO BAR OJA
había sena do en el soá 1 y su abultad oen forma pun tiaguda , l e bajabaeillas de enano; vestíatambi én blan ca ; ll evabasus ded os gºrdºs yescuchaba lºs d istid esaprobánd o los . Su hermano dormi ta babuta ca , y un pr imo de ambºs , que pare cía
por”
su ca ra, se pase aba de un ladº a ºtrº ,dos e en e l respa ldo de las s il l as .
— Hay qu e so luci onar el confl i ctom º mento . Pare c ía que le habíapala bra soluc iºnar.E staban , además d e és tos , un mi litar,
par i ente de Fern and o, y d º s chi co s altos,vestidºs de n egro , hij º s delnºr, ser i º y grave; el ºtrº,medi o de tºd ºs ellos se hallaba el adm inis tra dode l tío abue l o, hombre tr i sta de ba rba negra y hablar melo so , pºr e l cual en aquel m º m m sen tíatod ºs lº s pari en te s extra ºrd i nario ca riñ o. De5 puede ver que gran part e de la fortun a se l levaba l
n iña de la pe land us ca se tra taba d e salvar de la m ina un alma cén de a ce ite s que ha b ía pues to el ti
para d ar salida al d e su s ºl ivares and aluces , y un .
ca sa de prés tamos . Pero aparec ía que el al…
que es ta ba a n ºmbre d el admini stra do r, tenía d e u
d as . ¡ Perº si no se compren dían aque lh s d eud as !
ch o más aceit e d e lº que dabanñ º r y se hab ía re curri d o a ºtrº s
—¿De man era que eso po dría
ciº ? — pregun tó el marqu és .
— El marqués miró al adm inist rador fij amente.—¿Perº qué hací a e l tíº cº n es e d inero ? — mur
muró el hombre—pez ,
E l admi ni s trador sºnrió di scre tamente y torció¡ a ca beza cºn resigna ci ón .
El ºd io se a cen tuó en contra de Nin i , de la grand ísima pe land usca que arru inaba a la fami lia .
El marqués dijo que aqu ella s manifestaciºn eseran ext emporán eas . La cue s ti ón est aba en pº nera flote e l ace i te y quedarse libre d e las deudas .Se tra taba de estº , aunque pa recía que se habla
ba d e otra cosa .
— Un pro cedim ientº senci ll o — dijo el p rimo d e lacara de pez, con su voz afemi nada — e s vender elgénerº , fi gurar falsos acreedo res y declarars e en
quiebra. Luegº se pon ía la casa a nombre'
d e o tro , yya esta ba hecho tºd º .
El marqués nº aprobó pº r el pron to la i dea de supariente y estudi ó la ca ra d e l admin i s trador, e l cualmani festó que é l no pod ía prestar su nombre a una
pez comen tó la
Otra º pinió n'
era i r a lo s principa
prome te rle s a ellos só lo el pagº yu iebra.
que no l e intere saba aquello , sal ió d e ltras d e él sa l ieron lº s hijºs d el marq ués .
está el muer to ? — preguntó Ossº rio .
ese gabi ne te — l e d ij o e l primo Peroverle . Est á compl etamente en descom
apenas conº cía a su s primos , pe rº l edese nvueltos .
PÍO BAROJA
— Y vºsº tros , ¿le cºnoce is a ella? — l e preguntó .
—¿A quién , a Nini ? Si , hºmbre .
—¿Y qué tal es?Más bonita que e l mundº — contestó el más j º
ven Y nº creas , que l e quería al tíº . La últ imavez que les vi juntºs fué en Romea . Estaban los
d o s en un palco ; yo estaba en otrº cºn una ami
ga … Bai laba la bella Mart ín ez , y cuandº terminó debailar , Nini , que es amiga de la Mart ínez , la echó al
escenario un ramil lete d e flores .
¿Y sabe ella que se ha muertº el tío ?— S í , ¡ ah ! ¿Pero nº te han dicho lo que ha ocurrido?Nº .
— Pues que ha mandadº una corºna de flºres naturales , y estaba puesta en e l cuartº , cuandº se enteran que es d e ella , y se i ndignam tºdas las señº
ras , y va papá y dice que aquel atrevimientº no sepuede sºpºrtar, y cºge la cºrºna y la echa a uncuarto obscuro . Ya le he dichº yo a papá cuatro cºsas para que no vuelva a hacer tºnterías .
—¿Vamos a d ar una vuelta? — preguntó uno de
el los El cºche d e mamá debe estar abajº . Volveremos al anochecer.
Vamos . ¿Se lº decimos a mamá?
¿Para qué? Es tá muy entretenida .
Efectivamen te, e n e l salón en donde estaban las
señºras se º ía una conversación muy animada yun murmullº d e vºces que subía y bajaba de intensidad .
Fueron los tres a la call e , entraron en el cºche yse dirigierºn a la Castellana . Lº s dos jºvenes c º
men taban , riéndºse , la avaricia de su papá.
Pasaron e n un cºche una señºri ta y una señºra .
Lºs dºs primºs d e Fernandº las saludarºn .
2 8 PIO BAROJA
que debe ser una mujer de éstas que ti enen furorsexual
,y algunºs amigos . La madre ten ía un amigº
íntimo,j oven . Se º y e sºnar e l t imbre de l teléfono .
Se acerca la muchacha . Pregunta que quién llama ,y al º ír que es e l amigo d e su madre , le d ice :
< ¡NamaE qui én es? » — responde la vie
< ¿Tu héroe ! »O tra vez le sal ió mal la brºma , pºrque se encon
tró en lo s pasi l lºs d e l Real a la de Ortiz d e E stúñ iga ,
y le di jº :— 0y e , ¿has vistº a mi marido? Se ha marchadº
d e l palco y no sé dónde anda.
Pues,échale lº s mansºs — l e repli có ésta .
Hija , ¿está tu padre ah í?
Y las anécdºtas llov ían .
Ten ía ya la ch ica fama , y todas las hi stºrias d e sve rgº nzad as se las atribu ían a ella , como antes lasanécdotas grotescas a un señor rtqu 15 ¡m º .
— Lo que e s ésa ,cuandº s e case , va a eclipsar a su
madre — terminó dici endº , cºmo cºnclusión , el pºllº .
—¡Bahl Según — murmuró e l más serio Yº nº
creº que esta chica tenga la lubric id ad d e su ma
d re . Indudablemen te en ella hay un inst in tº d e pe r
versidad , pero de pervers idad moral . Es más ; espºsible que esta manera de se r nazca d e un romant ic ism º fracasado a l vivi r en un ambien te imposiblepara la sati sfacción de sus deseos . Yo no sé , perºno creo en la maldad ni en e l vicio d e los que sonríen cºn irºn ía .
— Te adviertº , Fernando , que éste e s un fi lósºfo .
— No ; ve º nada más y observº . Fijaºs . Vuelvenotra vez. Mirad la madre . Es seria , tranqui la ; d esºltera ser ía sºñadºra . La hija s igue riendº , ri endºcon
'
su ri sa i rónica y sus ojos bri l lan tes . Hay algo
CAMINO DE PERFECCIÓN 2
de rºmanticismº en esa ri sa burlo na , que n iega , queparece que rid icul iza .
— Habrá todo lº que quieras , perº yo nº me casarí a con ella.
— E so nº quiere decir nada . ¿Vamos a casa ?
Volvi erºn . El primº , más alegre y jºvial , i nclinandºse al oídº de Fernando , iba mostrandº y nombránd º le al mismº ti empº la gente que pasaba e n
coche . Aristócratas viejºs con aspectº humilde yencogido
,nobles de nuevº cuño esti rados y pe tulan
te s , senadºres , diputadºs , bols i stas . Tºdos , en suscºches , que se apretaban en las fi las del paseo , s intiendo e l p lacer de vers e , de saludarse , de e sp iarse ,
casi tºdºs aguij º nead º s pº r las tri stezas de la env i
d ia y las sº rd id e ces de una vida superfi cialmentefastuosa e íntimamente m iserable y pºbre .
Y seguían las histºrias , que nº terminaban nunca , y lº s apodºs que trascend ían a rºmantici smºtrasnº chad o : La Bestia Hermosa , l a Judía Verd e , laPreciºsa R i d ícula , el Li riº del Val le , y seguían lasmurmuraciº ne s. A una muchacha nº l e gustaban lºschicºs ; tres jºvenci tºs que i ban en … un cºche eranlos ! iones que cambiaban las queridas , las mujeresmás elegantes y hermosas d e Madrid .
— Esta sºci edad ari stºcráti ca — d ijo sentenciosamente e l primº fi lósofo está muy bi en ºrganizada .
Es la única que ti ene buen s entidº y buen gusto .
Lºs maridos andan golfeand º con una y otra , de acápara al lá , d e casa de Lucía a casa de Mercedes , yde ésta a casa de Marta . Las pobrecitas de las mujeres se quedan abandºnadas , y se las ve vacilar d urante muchº ti empo y pasear con los oj os tri s tes .
Hasta que un d ía se deci den , y hacen bien , tomanun querid itº , y a vivir alegremente .
30 p iº ,BAROJA
Al entrar en l a cal le Mayor , los dos primos saludaban a d º s muchachas y a una s eñºra que pasarº n en un coche .
— El padre de éstas — d 1j º el primº fi lósofo esun católi cº furibundo . Es de los que van a lº s j ubileos cº n ci rio ; en cambiº , las chicas andan d e teatrucho en te atruchº , escotadas , ri éndose y charlando con sus amigºs . Es una sºciedad muy amableesta madri leña .
— Ya te habrás fijadº en el aspectº m ísti co queti ene la mayºr d e las hermanas — dijo el primo j ºvial Dicen que t i ene ese aspectº tan espiri tualdesde que se acostaba cºn un obispo .
Llegaron a la calle del Sacramento y subierºn a
casa .
En el despacho se segu ía hablandº de la cuest10n
d e l aceite ; e n l a sala se cºmen taban en voz baja lº sescándalos d e la Nin i ; los cri ados andaban alborotad os por s i le s desped ían o no d e la casa , y mien trastantº , el tío abuelº , sºlo , bien solº , sin que nadie lemolestara cº n gri tos ni lamentºs , n i ºtras tonteríaspor el esti lo , se pudría tranqui lamente en su ataúd ,y de su cara gruesa , carnosa , abultada , nº se ve ía através d el cri stal mas que una mezcla d e sangre roj iza y negra , y en las narices y en la bºca , algunospuntºs blancºs de pus .
CAMINO DE PERFECCIÓN
Cuando Fernandº Ossº riº se encºntró i nstaladºen la nueva casa de la cal le del Sacramentº , comprendió que debía haber l legadº a un extremº dedeb il idad muy grande . Preci samente entºnces laherencia de su tío abuelº le daba mediº s para vivi rcon ci erta i ndependenci a; perº cºmº nº ten ía dese º s , n i voluntad , ni fuerzas para nada , se dejó ll evar pº r l a cºrri ente . Nº entraba en la deci sión desus tías de llevarl e a vivi r con el las n ingún móvi lin tere sadº . Lui sa Fernanda le tenía cari ño a su sº
brino , y al mismo tiempo pensaba que cuatrº muj eres solas en una casa no ten ían la autoridad quepodría tener un hºmbre . Antes , Fernandº tuvo unaconferencia cº n su tía Laura , y desde entonces yanº se volvió a hablar del matrimonio de María Flora con Fernandº .
Las tias , que fuerºn a ºcupar el segundo p i so dela casa del señºr difunto , destinarºn para su sobrino d os cuartº s grandes , una sala cº n dos balcºnes
que daban a la cal l e del Sacramento y una alcºbacon ventanas a un jardín de la vecindad . La sala ,que hab ía estadº cerrada durante mucho tiempº , tenía un aspectº marchito que agradaba a Fernando .
E ra grande y de techº bajo , lº que le hacía parecerde más tamaño ; estaba tap izada con papel amari l loclarº , con d ibujºs geométricos en las paredes y cubierta en el techº cº n papel blanco .
PÍO BAROJA
Un zócalo de madera d e l imoncil lo corría alred e
d or del Cuarto .
Lº s balcºnes , altos y anchos , rasgados en la gruesa pared , nº se abr ían en tºda su al tura , s inº sólºen la parte de abajo : lº s cri stales eran pequeñºs ysujetºs p º r gruesos l istones p in tados d e blancº .
Una s i llería vi eja d e terciopelº amari llo formada
por si l las curvas , un sº fá y dos si llones aj ad o sad º rd aban la sala . En las paredes y en el suelº hab ía un amº ntº nam ientº d e muebles , cuadrºs y ca
ch ivach es ; un p iano viejº con las teclas am arille n
tas , dos º tres cornucopias , una cºnsºla de mármolque sosten ía dºs reloj es ennegrecid os de metal dorado , un pupitre d e pºrcelana y una poltrona viejacubierta de tela dºrada con dibuj os negros .
En esta poltrona pasaba Ossorio las hºras muertas , cºntemplandº las rajaduras del techº , que parecían las líneas que representan lº s ríºs en los ma
pas , y las manchas redºndeadas , roj izas , que dejaban las moscas .
En las paredes nº había s i tiº libre dºnde poner lapun ta de un alfi l er : estaban llenas de cuadrºs , d eapuntes , de fotografías de igles ias , de grabadºs yde medallas . Había reunidº allí lº s mejºres cuad rº s de la casa , antes cºlºcadºs en los si tiºs másobscuros .
Desde lº s balcºnes se ve ía un montón de tejadºsparduscos , gri ses . Pºr encima de ellos , enfrente , laiglesia de San Andrés , la ún ica quizá agradable deMadrid ; más lejºs , a la derecha , se destacaba la partesuperiºr de la cúpula gri s de San Franci scº e l Grande ; y cerca , a un lado , la tºrre de Santa María d e laAlmudena .
Reinaba en la sala un gran si lenci º . De cuando en
éAMINO DE PERFECCIÓN
cuandº se º ía e l timbre de lº s tranvías de la call eMayºr y las campanas de la igles i a próxima .
La alcoba , cuyas ventanas daban a un jardín del a vecindad , ten ía una cama de madera , grande ,baja , con cort i nas verdes , un armar io y un gransi l lón .
Abajo,desde las ventanas , s e ve ía un jardín cº n
un estanque redondo en mediº , adornadº cº n ma
cetas .
El cambiº de mediº mºral i nfluyó en Ossº riºgrandemente; dejó sus amistade s de bohemio , y sereun ió con una cat
_
erva de señoritos de buena soci edad , vici osos , perº correcto s s i empre ; cº menzó a
presentarse en la Castellana y en Recoletos , en coche ,y en lo s palcos d e lº s teatros , el egantemente vestido ,acompañandº señoras .E ra una vida descºnocida para Fernando , que te
n ía atractivºs .Tºda la gente di sti nguida se ve por la mañana , p º r
la tarde y pºr la nºche . El gran entreten imiento deellos no es pre senc iar óperas , dramas , pasear, andaren coche o bailar; la sati sfacción es verse tº d ºs lº sdías , saber lº que hacen , descubrir pºr el aspecto deuna fami lia su encumbramiento
,º su ru ina
,e stu
d iarse , e Sp iarse , ºbservarse unos a otros . Pero esto ,que mientras lo fué cºnociendo pareci ó intere santís imo a Fernando , ya cºnºcido no lº encºntró nadadignº de ºbservación .
La prima de Ossº rio ten ía relac iones cº n un chicºarti llero , de buena famil ia , pero pobre , cºn el que sepasaba la vi da hablandº desde el balcón y mirandose en los teatros ; O ctavio , el primº , estaba en un co
rancia ; la famil ia parecía encºntrarse en uncalma y
_de tranqui l idad .
34 PÍO BAROJA
Una nºche , Fernandº , que sol ía quedarse con much a frecuencia e n casa y empezaba a aband ó nar suvida elegante
, oyó a través d e l tabique vagºs murmullo s apenas perceptibles . Separaba su cuartº d e ld e Laura ºtro cuarto intermediº . Encendió la luz yvió que , oculta pºr las cºrt inas d e su cama , hab íauna ventana cºnd enada . De d ía abrió la ven tanacondenada que daba a un cuarto , lleno d e armariosy de cajas , que casi si empre estaba cerrado .
A la nºche sigui ente abrió de pa r en par e l montan te y escuchó : º yó la voz de la t ía Laura y la d esu doncella , y luegº , gri tºs , ri sas , estal l idº d e besºs ;después , lamentos , súplicas , gri tosLaura ten ía de treinta a tre inta y cincº años . Era
mºrena,de ojºs algº claros , e l pelo muy negro , la
nariz gruesa , lº s labiºs abultados ; la vºz fuert e ,h º mbruna , que a veces se hac ía ºpaca , cºmº en sushermanas ; gangueaba algo , por haberse educado en
un colegiº de monjas de París,
-
una sucursal de Lesbos , en dºnde se rend ía culto a la j oie z
'
mpa7faz'
te .
Los andares d e Laura eran d ecididºs , d e marimacho ;vest ía con mucha frecuencia trajes que las mujeresllaman de sastre , y sus enaguas se ceñ ían es trechamente a la carne .
Cuand º se pºnía a reñir, su vºz e ra mºlesta detal modo , que se sentía odiº pºr ella , sin más razónque la vºz . Ten ía en su aspectº algº indefi nido , n eutro , parec ía una mujer muy poco femenina y ,
s inembargº , hab ía en ella una atracción sexual grande .
A veces su palabra sºnaba a algo afrod is iacº ,y su
m ºvimi entº de'
h º mbruno por lo violen tº ,era ásperamente sexual
,excitante cºmº la can
tarida .
Algunas noches se quedaba Fernando en casa .
Píº BAROJA
pagano - le parec ían repugnantes . Ver un atleta en unc i rco , l e producía una repuls ión i nvencible .El ideal d e su vi da era un pai saj e intelectual , fríº ,
l impiº , puro , s iempre cristal inº , con una claridadblanca , s in Un sºl bestial ; la mujer soñada era una
mujer algo rígida , de nerviºs de acerº ; energ ía dedomadora y cº n la menor cantidad de carne , de pecho , d e grasa , de estúpida brutal idad y atontamientosexuales .
Una nºche de Carnaval en que Fernando l legó a
casa a la madrugada , se encºntró cºn su tía Laura ,que estaba haci endº té para Luisa Fernanda , que s ehallaba enferma .
Fernandº se sentía aquella nºche brutal ; ten ía elcerebro turbado pºr los vapores del vino .
Laura e ra una muj e r inci tante , y en aquella horaaún más .
Estaba d e 5pechugad a ; pº r entre la abertura de subata se veía su pecho blanco , pequeño y pocº abultadº , con una vena azul que lº cruzaba; en el cuel lºten ia una cinta roja c º n un lazº .
Fernando se sentó juntº a ella sin decir una palabra; vió cómo hacia todos lºs preparat ivos , ca
lentaba el agua , apartaba después la lamparilla delalcohol , vert ía e l l íquido en una taza e iba despuéshacia e l cuartº de su hermana con el plato e n unamano mientras que cº n la otra movía la cuchari lla ,que repiqueteaba cº n un t intineo alegre en la taza .
Fernandº esperó a que vºlviera , entontecido , cº nla cara inyectada pºr e l deseº . Tardó Laura envolver .
—¿Todav ía estás aqu í? — l e preguntó a su subrinº .
— S í .— Perº , ¿qué quieres?
CAMINO DE PERFECCIÓN
—¿Qué qu iero? — murmuró Fernandº sordamente ,
y acercándºse a el la tiró d e la bata de una maneraconvuls iva y besó a Laura en el p echo con lab i os
que ard ían .
Laura palid ecrº profundamente y rechazó a Os
sori o con un ademán d e despreci o . Luego pareci ócºnsentir; Fernando la agarró d e l tal le y la hizo pasar a su cuartº .
La luz eléctrica estaba all í encend ida ; había fuegºen la ch imenea . Al llegar al lí el s e s entó en un sºfáy miró estúp i damente a Laura ; ella , de p ie , l e contempló ; de pronto , abalanzánd ose sºbre él , l e echólos brazos al cuel lº y le besó en la boca; fué unbesº largº , l agud º , dolºrºsº . Al retrºceder e lla ,Fernandº trató d e suj etarla , primerº d e l talle , d e spués agarrándola de las manºs . Laura se desasió ,y tranqui lamente , despac iº , rechazándole con un
ges tº viºl en tº cuandº él quería acercarse , fué d ej ando la ropa en e l suelº y apareció sºbre e l mon
tó n d e telas blancas su cuerpº desnudo , al tº , e she lto , mo renº , i luminadº por la luz del techº y pºr lasl lamaradas rºjas de la
'
ch imene a .
La ci nta que rodeaba su cuel lº parec ía una l ín ead e sangre que separaba su cabeza del trºncº . Fer
nando la cºgió en sus brazºs y la e strechó cº nvul
sivamente , y sintió en la cara , en lº s párpadºs , e n
e l cuello lº s l abi os de Laura , y º yó su vºz áspera yopaca pºr e l deseo .
A med ia noche , Ossº riº se despertó ; vió queLaura se l evantaba y sal ía del cuarto cºmº unasºmbra blanca . Al pºcº ra to volvi ó .
—¿Adónde has idº ? Te vas a enfri ar — le d ijº .
— A ver a Lui sa . Hace frío — y ape lotonánd º se se
enlazó a Fernando es trechamente .
3 8 PÍO BAROJA
Y así en lº s demás días . Como las fi eras que huyen a la obscuridad de los bosques a sati sfacer sudeseº , as í vºlvierºn a encºntrarse mudºs , temblorosos , pºseídºs de un eroti smº bes ti al nunca sati sfecho , quizá sintiendº el uno por el ºtrº má s odioque amor. A veces , en el cuerpo d e uno d e los dºsquedaban huellas d e golpes , d e arañazºs , d e mor
d 18008 . Fernando fué e l primerº que se cansó . Sen
tía que su cerebrº se deshac ía , se l iquidaba . Laurano se saciaba nunca : aquella muj er ten ía e l furºr dela lujuri a en tºdº su cuerpº .
Su piel estaba siempre ardiente , los labiºs secºs ;en sus ojos se notaba algº comº requemado . A Fe rnando le parec ía una serpi en te de fuegº que le hab ía envuelto entre sus anillºs y que cada vez l e e struj aba más y más , y él iba ahogándose y sentía
que le faltaba e l aire para respi rar . Laura le exc i
taba con sus conversaciºnes sensuales . De el la sedesprend ía una vº luptuº sid ad tal , que era imposi blepermanecer tranqui lº a su lad º .
Cuandº cº n sus palabras no llegaba a enloquecera Fe rnando , pºn ía sobre su hºmbrº un gato_
deAngora blancº , muy mansº , que ten ían , y allí lº acariciaba comº s i fuera un niño : ¡Pobrecitº ! , ¡pobrec ito l, y sus palabras ten ían en tonaciones tan brutalmen te lujuri osas , que a Fernando le hac ían perderla cabeza y llºraba d e rabia y d e furor. Laura quería gozar d e todas estas lºcuras y sal ían y se dabanC i ta en una casa de la calle de San Marcos . Era unacasa estrecha , con d os balcones en cada p isº ; enunº d e l principal hab ía un a muestra que pºn ía :<<Sastre y modista » , y sostenidos ' en lºs hierrºs delos balcºnes , abrazados po r un an illº , ti estos conplan tas . En e l pi sº ba jo había un ºbrador d e plan
C AM INO D E PERFECCIÓN
cha . Fernandº sºl ía esperar a Laura e n la call e .
Ella ll egaba en coche , llamaba en el pisº pri ncipal ;una muj er barbiana , gºrda , que ven ía s i n cºrsé ,con un peinador blancº y en chanclas , l e abría lapuerta y le hac ía pasar a un gabinete amuebladºcon un diván , una mesa , vari as s i l las y un espej ºgrande , fren te al d iván .
Tºdº aquellº le entreten ía admirablemente aLaura ; l e ía lºs l etrero s que se hab ían e scri tº en la
pared y en e l e sp ej o .
Algunas veces , buscandº la sensac iºn más i ntensa , i ban a alguna casa de la cal le d e Embajadºres od e Mesón de Paredes . Al sali r d e allá , cuandº lº sfarºles bri l laban en el ambi ente l impi º de las no
ches de i nvi erno , se detenían en lºs grupº s d e gente que º ía a a lgún ci egº tºcar la gui tarra . Laura “
se
escurría en tre los aprendices de taller embozadoshasta las ºrejas en sus tapabocas , entre los golfºs ,asi stente s y criadas . Escuchaban en si lenciº los ar
pegiº s , punteados y acºrdes , i ndi spensable in trº d ucción d e l cante j ondo .
Carraspeaba e l cantºr , lanzaba doloridos ayes y
j ip íº s , y comenzaba la copla , alzando los turbiºsojºs , que bri l laban apagadºs a la luz de lº s fa
roles .
Cºn los ojos cerradºs , la boca abi erta y tºrcida ,apenas arti culaba e l ci ego las pa labras d e l l amentºgi tanº , y sus frases sºnaban subrayadas cº n golpesd e pulgar sºbre la caja sonora de la gui tarra .
Aquellas canciºnes nostálgicas y tri s tes,cuyºs
principal es temas eran e l amor y la mue rte ,_
la san
greci ta y e l pres idiº , el cºrazón y las cadenas , y loscamposantos y el ataúd d e la madre , hacían estremecer a Laura , y sólo cuando Fernando le advertía
PÍO BAROJA
que era tarde se separaba del grupo cºn pena y cº
gía el brazo de su amigo e iban lºs dºs pºr las cál les obscuras .
Muchas veces Fernando , al lado d e aquella muj er,soñaba que iba andando por una llanura caste llanaseca
,quemada
,y que e l ci elº era muy bajº , y que
cad a vez bajaba más , y él sentía sobre su corazón unaopres ión terrible , y trataba d e resp irar y n º pod ía .
De vez e n cuando , un detal le s in impºrtancia reavivaba sus deseºs : un vesti dº nuevo , un escote másprºnunciado . Entºnces andaba detrás de ella pºr lacasa cºmº un lobº , buscandº las ºcasiºnes paraencontrarla a sºlas , c º n lº s ojos ardi entes y la bocaseca ; y cuandº la cºgía , sus manos nerviºsas seagarraban cºmº tenazas a lº s brazºs o al pecho d eLaura , y , c º n vºz rabiºsa , murmuraba entre dientes :<Te mataría » ; y a veces ten ía que hacer un esfuerzºpara no cºger entre sus dedºs la garganta de Lauray estrangularla .
Laura le excitaba cºn sus caricias y sus perversidades , y cuando ve ía a Fernandº gemir dolorosamente con espasmºs , le decía, con una sonri sa entrelúbrica y canalla :
— Yº qui ero que sufras , perº que sufras muchº .
Muchas nºches Fernandº se escapaba d e casa yse reun ía con sus antiguºs amigºs bohemiºs ; perºen vez d e hablar de arte bebía frenéticamente .Pº r la mañana , cuandº iba a casa , cuando pºr el
fríº d e l amanecer s e disipaba su embriaguez, sentíaun remºrdimi ento terrible , nº un dºlºr de alma , s i noun dolºr orgam eo en e l epigastrio y una angustiabrutal que le daban deseºs d e echar a cºrrer dandºvue l tas y saltºs mortales pºr e l aire , cºmº los paya7sos , lej ºs , muy lejos , lº más lejºs posible
CAM INO DE PERFECCIÓN
Sol ía recordar en aquellos amaneceres una impres ión matinal de Madri d , de cuando era estud iante ;aquellas mañanas frescas de otºñº , cuando iba a
San Carlºs , se l e represen taban cº n e nergía , comº s ifueran los pºcºs momentos alegres de su vida .
Laura parecía rejuvenecerse cº n sus relaciºne s ;en cambio , Fernandº s e avej entaba pº r m
'omentos , eiba perdi endº e l ap eti to y e l sueñº . Una neuralgi ade la cara le mortili caba horriblemente; de nºche ledespertaba el dolºr , ten ía que ve sti rse y sal i r a lacal l e a pasear .Quizá por con traste , Fernandº , que e staba has
tiad o d e aquellºs amore s turbulen tos , se puso a
hace r e l amºr a la muchacha de lutº que era amigade su prima y se l lamaba B l anca .
Laura lo supº y'
uo se incº m º d ó .
¡Si _d ebía“
s de casarte cº n ella ! — l e d ij º a Fernando Te convi ene . Tiene una fºrtuna regular .A Ossoriº le pareció repugnan te la ºbservación ,
pero nº d ij º nada .
Un a noche Fernando fué a los Jardi ne s y v ió a
B lanca paseándose , mirandº a u n nuevo galán . A
Fernando empezaba a parecerl e otra vez bºnita yagradable . Devoró su rabia , y al s al i r sigu ió tras ella ,que nº sólo nº dis imulaba , sino que exageraba laamab i l idad con el j ºven . Iba la muchacha en un
grupº _
d e varias persºnas que vºlvían a casa .
La s iguió por Recºl e tºs , y la oyó una r i sa tan irón ica , tan burlona , que se acercó s i n saber para qué .
Fernandº se adelantó a el la y se d etuvo a encenderun cigarrº . Pasarºn B lanca y su am iga , y detrás , d º sseñoras y un cabal le rº , las d os muchachas de lbrazo , balanceándose , mºvi endº las caderas ; y alllegar cerca de Fernandº , és te se retiró tan torpe
42 Píº BAROJA
mente que cas i trº pezó cºn ellas . B lanca se ll evó lamano a la boca , fi ngi endo que cºnten ía la risa , ymurmuro
—¡Está chifl ado !
En tºdas las amigas d e B lanca , Fernandº notabala misma mezcla de iron ía y de compasión que lo
exasperaba .
Pºr la amistad de María Flºra l lego a acompañara Blanca algunos d ías ; pero en vez de enamºrarsecºn e l t rato , l e sucedió lº cºn trario .
Cada detal l e le moles taba más y más . ¡Hac íanunºs desprecios a la ins titu trizi , pºbre muchacha
qu e hab ía cºmetido e l delitº de tener unos ºjos muygrandes y muy hermºsºs y una cara tranquila , d eexmes ió n dulce . La hac ían i r si empre detrás ; s i fo rmaban un cºrrº para hablar , la dejaban fuera . Quizáhab ía en la muchacha una gran serenidad , y todºslºs desdenes resbalaban en ella .
B lanca era de una desigualdad d e carácter pe rturbadora , y Fernando tuvo que desi sti r de sus l l l
ten tos .
Laura trató d e cº nsº larle ; el la , que no quería pe rd er a Fernando , ansiaba cºmprender aquel temperamento ºpuestº al suyo , aquel carácter irregular , tanprºn tº ll enº d e i lusiones cºmº aplanad º po r un d e º
a l ien to sin causa . Hab ía un verdaderº abi smº ent. ela manera d e se r d e los dºs ; no se en tend ían e n
nada , y Fernandº , cºn la i ndignación d e su dehil id ad , pegaba a su querida . A veces , a ella le entrabaun terror pánicº al ve r a su sºbrinº hablandº sºlo
por las habi taciones obscuras .
El la quería experimentar e l placer a todº pasto,
sen ti r Vibrand o las en trañas cº n las volup tuosidade smás enervad º ras , ll egar al l ími te en que el placer ,
Píº BAROJA
arrºdilló . El lugar , la i rreverencia que all í se cº me
t ía , impulsaron a Fernando a interrumpir lº s rezosd e Laura , i ncl i nándºse para hablarla al º ídº . Ella ,e scánd alizad a , se volvi ó a reprend erle ; él la tºmó d e ltalle , Laura se levantó , y entºnces Fernando , bruscamente , la sentó sobre sus rºdil las .
— Te he de besar aquí_
— murmuró,riéndº se .
— No — dij o el la temblorosamente aqu í, noDespués , mos trándole un Cri sto en un al tar, ap enas i luminado pºr d os lampari l las de acei te
,mur
muró Nºs está mirando .— Ossoriº se echó a
reír, y besó a Laura dºs º tres veces en la nuca .
Ella se pudo desasi r , y sal ió de la iglesia ; él hizº lomi smo .
De nºche , al entrar en la cama , sin saber pº r qué ,se le apareció claramente sºbre e l papel d e su cuartºun Cri stº grande que l e cºntemplaba . Nº era unCri stº vivº de carne , ni una imagen d e l Cris to : era unCri sto mºmia . Fernandº ve ía que e l cabello e ra d e
alguna muj er , la pi el d e pergaminº ; los ojºs d ebíand e se r de 'otra persºna . Era un Cri stº momia , que
, parec ía haber re suci tadº d e entre lº s muertos , cº ncarne y huesºs y cabellos prestados .
—¡Farsante ! — murmuró con i ron ía Ossº riº
¡ Imaginación , nº m e engañes ! — Y nº hab ía acabadºd e decir e stº , cuandº s in tió un escalºfríº que le recºrría la espald a .
Se levantó d e su asien tº , apagó la luz, se acercóa su alcoba y se tendió en la cama . Mil luces le bailaban en lº s ºjºs ; ráfagas bri l lantes , espad as deº rº . S entía cºmº avi sos d e convulsiones que leespantaban .
— Voy a tener cºnvuls iºnes — se decía a S i m ismº ,
y esta idea le prºduc ía un terror pánicº .
CAMINO DE PE RFECCIÓN
Tuvº que levantarse de la cama ; encend ro una
luz , se puso las botas y sal ió a la calle . L l egó a la
plaza d e O ri ente a tºda pri sa . Se revolvían en su cerebro un ma rcmágvzum de ideas que no l l egaban aser ideas .A veces sentía como un aura epi l ép tica , y pensa
ba : me voy a caer ahora mismº ; y s e le turbaban lº sojos y se le deb i l itaban las p iernas , tantº , que ten íaque apoyarse cº n las manos en la pared de algunacasa .
Pº r la calle del Arenal fué hasta la Puerta del Sºl .Eran las dºce y media .
Llegó a Pºrnos y entró . E n una mesa VIO a un antiguº condi scípulo de San Carlos , que e staba cenando con una mujerona gruesa , y que le i nvitó a cenarcºn el lºs .
Fernandº contestó haciendo un signo negativº conla cabeza , y ya iba a marcharse , cuandº oyó que l el lamaban . Se vºlvió y se encontró a Pacº Sánch ez deUlloa , que estaba tomando café .
Paco Sánchez era h ijo de una famil ia i lustre . Sehabía gastado toda su fortuna en locuras , y deb íauna cantidad crec ida . Eso si , cuando se sentía van idoso y se emborrachaba , decía que era e l señº r de lestadº de Ullºa y de Mº nterrº tº , y de otrº s muchosmás .Fernando cºntó , e spantado , lº que le hab ía suce
d idº .
—¡Bah l — murmuró Sánchez de Ulloa Si estu
vie ras en mi caso? nº tendrías esºs terrores .
—¿Pues qué te pasa?
— Nada . Que ha entradº un imbéci l en el min i steri o , una de esos min istros honrados que se ded icana robar el papel , las p lumas , y me dejará cesante .
46 Piº BAROJA
Este ºtro que se ha marchadº era una buena p ersºna .
— Pues , chico , nº ten ía una gran fama .
Nº . Es un ladrón : perº s iquiera , rºba en grand e . El dice : ¿Cuántº se puede sacar al añº del mini sterio? ¿Veinte mi l pe se ta s ? Pues las desprecia ; lasabandona a nºsotrº s . Que luegº divida a España endiez pedazºs y lºs vaya vendiendo unº a Francia ,otro a Inglaterra , etc . , etc . Hace bien . Cuanto antesconcluyan con este cºchinº país , mejºr.En aquel mºmentº se sentó una muchacha pinta
da en la mesa en que estaban lºs d os .
— Vete , joven prºstitu ta — le dijo Ulloa tengoque hablar con este amigo .
—¡De sabº rí º !
— murmuró ella al levantarse .
— Será lº únicº que sabrá decir e sa imbéci lmasculló Fernando cº n rabia .
—¿Tú crees que las señoras sabe n decir m as co
sas? Ya ve s María la gal lega , la Regardé , l a Churretes y todas esas otras s i sºn bes t ias ; pues nuestras damas son más bestias todavía y mucho másgº nas .
¿Qué , salimos ? — preguntó Fernando .
S i . Vamos — d ij o Ullºa .
Salierºn de Pornºs y echarºn a andar nuevam e n
te hacia la Puerta del Sºl .Ullºa maldecía d e la vida , del dinerº , de las mu
j eres , de los hºmbres , de todº .
Estaba decidido, a suicidarse s i la últ ima combinación que se tra ía nº le resultaba .
— A m i tºdo me h a salido mal en esta perra vida— dec ía Ulloa todº . Verdad que en este pa ís elque t i ene un pºcº d e ve rgii enza y de dignidad está
perd ido . ¡Oh ! Si yº pudiera tºmar la revancha . De
CAM INO DE PERFECCIÓN
este indecente puebl o nº quedaba ni una mosca .
Que m e dec ía unº : Yo sºy un ciudadanº pacíficº .
— No importa . ¿Ha vivido usted en Madri d? — Si , se
nor.— Que le peguen cuatrº ti ros . Te digº que nº
dej aría n i una mosca , n i una pi edra sºbre ºtra .
Fernandº le o ía hablar s i n entend e rle . ¿Qué querrádeci r? — se preguntaba .
Se traslucían en Ulloa tod os lºs malºs i ns tintosd e l ari s tócrata arru inadº .
Al desembºcar en la Puerta d e l So l vi ero n a d o smujeres que se i n sultaban rabiosamen te .
Cuatro 0 cinco desocupadºs hab ían formadº corrºpara o írlas . Fe rnando y Ulloa s e acercarºn . Deprontº una d e las mujeres
,la más vi eja , se abalanzó
sobre la ºtra . La j ºven se terció el man tón y esperócº n la manº derecha levan tada
, lo s dedºs extendid os en e l ai re . En un mºmento , las dos se agarrarºnde l moño y empezarºn a gºlpearse brutalmente . Los
d e l grupo re ían . Fernandº trató de s epararlas , peroe staban agarradas con verdadera furia .
— Déjalas que se maten — d ijo Ul lºa , y ti ró d e l
brazo a FernandoLas d os mujere s seguían arañánd º se y gº lpeán
dºse en mediº de —.t¿ gente , que las m i raba cºn indife renc ia .
De prºn tº s e acercó un chulº,cºgiº a la mucha
ch a más jove n d e l brazo y le d ió un t i rón que la separó de la ºtra ; ten ía la cara l lena de arañazos y desangre .
—¡Vaya un sai nete ! — gritó U l loa *Y la pol ic ía
sin aparecer por ninguna parte ! ¡Para qué servirá lap º liéía en Madrid !Las palabras de su am igo , la ri ña d e las d os
mujeres , Laura , la aparición df la noche , tº do
Pío BAROJA
se confundía y se mezclaba en e l cerebro de Fernandº .
Nunca había estadº su alma tan turbada . Ulloasegu ía hablando , hacie ndo fantas ías sobre e l mºtivºdel pa ís . En este país … ¡Si estuviéramºs en otrº país !Dieron una vuelta pº r la plaza de Ori ente , y se
dirigieron hacia e l Viaducto . Desde allá se veíahacia aba jº la calle de Segºvia , apenas i luminadapºr las luces de lº s farºles , las cuale s s e p rº lº ngaban después en dos l íneas de pun tos luminºsºs quecorrían en ziszás p º r el campº negro , cº mo si fuerand e algún malecón que entrara en el mar.
— Me gusta senti r el vértigo , suponer que aqu í nohay una verja a la que unº puede agarrars e — dijoUllºa .
Pºr una ca l lejuela prox ima a San Franci scº e lGrande sal i erºn cerca de la plaza de la Cebada , ybajando por la calle de Toledo , pasaron por la puerta del mismo nombre . Antes de l legar al puente oyeron gritos y sonidos de cencerros . Traían las res esal Matadero . Fernandº y Ullºa se acercaron al centro de la carretera .
—¡Ehl ¡Fuera de ahí ! — l es gri tó un hombre cº n
gorra de pelo que corría enarbolando un garrºte .—¿Y si nº nos da la gana? — preguntó Ullºa .
— Maldita sea la …— exclamó e l hºmbre de la
gºrra .
—¡A que l e pego un palº a este t ío ! — murmuró
Ullºa.
—¡ E h l ¡ eh ! ¡ fuera ! ¡ fuera ! — gritaron desde lejºs .
Fernandº hizº retrºceder a su amigo ; el hºmbrede la gorra echó a cºrrer con el garrºte al hºmbro ycomenzarº n a pasar las reses saltando
,galopando ,
como una º la ri egan"
.
CAMINO DE PERFECCIÓN
Detrá s del ganado ven ían tres garroch istas a cabal lo . Ya cerca del Mataderº , lº s j inetes gri tarºn , se
encabritaron lº s caballºs y tºdº e l trºpel d e resesdesapareciº en un mºmentºLa noche e staba sombría ; el ci e lº , con grandes nu
barrones , por entre los cuale s s e fi l traba de vez en
cuandº un rayº blanco y plateadº de luna .
Ossoriº y Ullºa s iguieron andandº pºr e l—campollano y negro , caminº de Carabanchel Bajo . Ll egarº n a este pueblo , beb i erºn agua en una fuente yanduvieron un rato pºr campos desi ertos , ll enºs desurcos . E ra una negrura y un s i lencio terrib les . Sólºse o ían a lo lejos ladridos des esp erados d e lº s
perrºs. Enfrente , un ed ifi ci º con las ventanas i luminadas .
— Eso e s unmanicºmio — dij o Ullºa .
A l a media hºra l legaron a Carabanchel A l topor un cam in o a cuya derecha se ve ía u n jard ín queterminaba en una p laza i luminada cºn luztri ca .
— La verdad e s que n º sé para qué hemº s vtan lej ºs — murmuró Ulloa .
— Ni yº .
— Sentém º nos .
Estuvierºn sentadºs un rato s in hablar , y cuandºse causarºn sal i erºn de l pueblº . Se ve ía Mad rr¡d a lo
l ej ºs , extendidº , l l enº de puntº s lum inº sº s ,to en una
¡
tenue nebl i na .
Ll egarºn al cruce de la carretera de E xtremad uy pasarºn pºr delan te de algunos ventº rrº s . i
—¿Tú ti ene s d inerº ? preguntó Ul loa .
Un duro .
Llamemos en una venta de éstas .Hiciéronlº as í; les abri erº n en un paradº r y pa-
i
4 !
sº PÍO BAROJA
saron a la cºcina , ilum inad á p º r un candil que co l
gaba de la campana d e una chimenea .
— Se encuentra aqu í unº en plena nºvela d e Fernández y Gºnzález
, ¿verdad ? — dijo Ulloa Le vºya hablar d e vos al posadero .
—¡Eh , seor hºstelero ! ¿Qué tene is para cºmer?
— Pues hay huevºs , sard i nas ,— Está bien . Traed las
_ tres cosas y poned la mesajunto al fuegº . Prºntº . ¡Votº a bríos ! ! ue n º e stºyacºs tumbradº a esperar .Fernando no ten ía ganas d e comer; perº , en cam
b io , su amigº tragaba tºdº lº que l e pºn ían por d elante . Los d º s beb ían cº n exageración ; nº hablaban .
Vieron que unºs arrieros cºn sus mulas salían de lparad or . Debía de estar amaneciendo .
— Vám º nos — dijo Fe rnand º .
Perº Ulloa estaba all í muy bien y nº quería marcharse .
— Entonces m e marcho sºlo .
— Bueno ; perº dame e l durº .
Ossº rio se lo dió . Salió d e la venta .
Empezaba a apuntar e l alba ; enfren te s e ve ía Madri "e
'
ffi7'
º ltº en una nebl i na de cºlºr d e acerº . Lºsfaroles d e » la ciudad ya no resplandec ían cºn bril lo ;sólo al gunos focos eléctricºs , agrupadºs en la plazad e la/Armería , d esañaban cºn su luz blanca y cruda
d el amanecer .Sºbre la ti erra viº lácea d e ºbscuro tin te , con al
na qu e º tra m ancha verde , s imétrica de lº s cams d e sembrad ura ,
nadaban l igeras nebli nas ; alláarecía un grupº d e casuch as d e basurerº , tan
d es que parec ían no atreverse a sal ir d e laaqu í , un tejar; más lejºs , una cº rraliza con
n grupº d e arbol i llos enclenques y tri stes y al
PÍO BAROJA
fieles a la primera misa; alguna que otra viej a eneogida , cubierta cº n una manti lla verdosa , se encam i
naba hacia la iglesia , cºmº desl izándose cerca delas paredes .
Al d ía siguiente , Ossº riº se levantó de la camatarde , cansado , con la espalda y los riñone s doloridºs . Segu ía pensandº en el fenómenº de la nºcheanterior e interpretándolo de una pºrción de maneras : .unas veces se inclinaba a creer en lo incons
ciente ; otras , suponía la existencia de fuerzas supranaturales , o , pºr lo menºs , suprasensibles . Hab íamomentos en que se creía en una farsa inventadapºr él mismº sin darse cºnci encia ' clara del hechº ;perº , fuese cualquiera la explicación que admi ti era ,el fenómenº le prºduc ía un m iedo hºrrible .
Siempre hab ía s idº inclinadº a la creencia en lºsºbrenatural , perº nunca de una manera tan ro tun
da cºmo en tonces . La época de la pubertad de Fernando , además de ser dolorosa por sus descubrímientºs desagradables y penosos , lo fué también porel miedº . De nºche , en su cuarto , º ía s iempre larespiración de un hºmbre que estaba detrás de lapuerta . Además era sonámbulo; se levantaba de lacama muchas veces , sal ía al comedor y se escond íadebajo d e l a mesa ; cuandº el fríº de las baldºsas ledespertaba, volvía a la cama sin asombrarse.
CAMINO DE PERFECCIÓN
Ten ía dºlore s de di stintº carácter; de d i st intº co
lºr l e parecía a él .Cuando todavía e ra muchacho fué a
_ver cómºagarrotaban
'
a lº s tres re º s de la Gu ind alera , l levado
por una curios idad malsana , y por la noche, al meterse e n l a cama , s e pasó hasta el amanecer temblando ; durante mucho ti empo , al abri r la puerta deun cuarto obscuro ve ía en el fº ndo la si lueta de lº stres aj ustic iados : la mu jer en med io , qon la cabezapara abajo ; uno de los hombres , aplastado sobre e lbanqui ll º ; e l otrº , en una postura jacarandosa , cº nel brazº apoyado en una pi erna.Perº aunque e l m iedº hub ie ra s ido un huésped
cºntinuº de su alma , nunca había llegadº a una tangrande i ntranqu i l i dad , de todºs lº s mºmentºs . Desdeaquella nºche la vida de Fernandº fué impºsi ble .
Parec ía que la fuerza de su cerebrº se d i solvía , y ,con una fe extraña en un hºmbre incréd ulº , i ntentaba l evantar por la vºluntad las mesas y las s i l lasy lº s obj etos más pesadºs .
Fué una época terrible d e inqu ietudes y dolºres .Unas veces veía . sombras , resplandores de luz ,
ru idos , lamentos ; se cre ía transportad º en » los ai re s0 que l e marchaba del cuerpº un brazº º una manº .
O tra vez se le ºcurri ó que lo s fenómenºs median ím icº s que a él le ocurrían tenían como causaprincipa l e l demºnio .
En su ce rebrº débi l , tºdas las ideas lºcas mº rd íany se agarraban , pero aquélla , nº ; pº r más que qu isºaferrars e y creer en Satanás , la i dea se l e e scapaba .
Intimamente su miedo era cree r que los fenóme
no s que experimentaba eran ún ica y exclu sivamentes íntºmas d e locura º de anemia ce rebral .Al mismº tiempº sent ía una gran º p re srº n en la
Pio BAROJA
columna vertebral , y vértigºs y zumbidos , y la tierrale parec ía cºmo s i estuviera algod onad a .
Un d ía que encontró a un antiguº condi sc ípulosuyº , le expl icó lo que ten ía y le preguntó después :
¿Qué haría yº ?Sal de Madrid .
¿Adónde?— A cualquier parte . Pº r los caminºs , a pie , por
donde tengas que sufrir incºmºdidades , molestias ,
Fernandº pensó durante d º s º tres d ías E n el consejo d e su amigº , y viendo que .la i ntranquili dad ye l dolor crec ían por momentºs , se decidió . Pidió dinero a su administrador, cosió unºs cuantos b il lete s en e l forrº d é su americana , se vist ió cº n su peortraje , compró un revó lver y una bºina , y una nºche ,sin despedirse d e nad ie , salió d e casa con in tenciónd e marcharse d e Madrid .
Llegó al fi nal d e la Castel lana,subio pº r lº s d e s
montes d e l Hipódrºmº,y fué siguiendº maquina !
mente las vueltas y revueltas d e l Canalillº .
La nºche es taba negra , calurºsa , pesada; ni unaestrella bri llaba en el cielo ºpacº
,ni una luz en las
tin ieblas . De algunas casas cercanas sal ían perros alcaminº , que s e pon ían a ladrar cº n furia .
A Fernando le recordaba la nºche y el lugar, no
CAMINO DE PERFECCIÓN
ches y lugare s de lº s cuentos en dºnde salentras
gos o ladrones .
Se sentó al bºrde d e l Canalillº ! E ra así cºmº lanoche su porvenir : obscuro , opaco , negrº .! No quería empe rezarse . Se levantó , y en una de las revue ltas d el caminº se encontró cº n dos hºmbres garroteen mano . Eran cº nsumerº s .
—¿Adónd e salgº pº r aquí? — l es preguntó Fer
nandº .
— Si s igue usted pºr esta senda , a la Castel lana ;pº r e sta ºtra , a los Cu atro Caminos .
S e ve ían aquí y al lá fi las de farºles que bri l laban ,
s e interrumpían , vºlvían a fºrmar ºtra hile ra y abri l lar a lo lej ºs .
Oss º ri º siguió hacia lº s Cuatrº Caminos . Cuandºllegó a los merenderos empezaba a amanecer. Enuna taberna preguntó cuál e ra aquella carre te ra; l ed ij e ron que la de Fuencarral , y comenzó a marchar
po r ella .
A ambos lados de la carretera se ve ían casuchas
roñosas , de pi sº bajo sólº , cº n su corraliza cercadade tap ia de adobe ; l a mayoría , s i n ventanas , si n másluz n i más ai re que el que entraba pº r l a puerta .
B lancas nubes cruzaban el ci elº pál ido ; en la s i e
rra aun resaltaban grandes manchas de n ieve . A lo
l ej os s e ve ía un pueblº t envue lto en una nube cen ioica ta . De lº s tejares próximºs l legaba un ºlor i rres
p irable a esti ércºl quemado .
Sal ió e l sº l , que , aun dando de soslayo , comenzóa fatigarle . Al poco ratº sudaba a mares . No hab íasºmbra allí para tenders e , n i ven torro cercanº ; desp ués d e vacilar Ossº rio muchas veces , entró en uncobertizº rodeado por una cerca hecha cºn latas depetról eº .
56 Píº BAROJA
All í dentrº , un viej º e staba amontonando bºtesde p imientº en un rincón .
O iga usted , buen hºmbre , ¿quiere us ted darmealgo de cºmer, pagando , por supuesto ? — preguntóOssorio .
— Pase usted , señºri tº .
Entró Fernandº en el cobertizo , y el vi ejº le hizopasar d e aqu í a su casa , hecha de adobe , cº n uncorrali l lo para las gall inas , cercadº por latas extend idas y clavadas en estacas .
El viejo e ra encorvado , c º n e l pelo de cºlor grissuciº , las manos temblor º sas y lº s ºjos roj izos ;ejerc ía su prºfes ión desde la infancia .
Antes que Sabatin i tuviera sus carrºs y su contratacºn e l Ayuntamientº , le dijº a Fernandº , conoc ía éltºdo lo conocible e n cuestión de basuras .
Después d e exponer sus grandes cºnocimientosen este asuntº , preguntó a Ossº riº :
—¿Y adónde va usted , s i se puede saber?
— Di fíci l es , porque y º no lo sé.El viejº movió la cabeza cº n un ademán compa
sivo y d e duda al mismº tiempo , y nº dij o nada .
¿Adónde va la carretera? — pregun tó Fernando .
— La d e la izquierd a , a Cºlmenar; la o tra e s lacarretera d e Francia .
— Pues iré a Cºlmenar. ¿Me dejará usted dºrmirun rato aqu í ?
— S í , señor . Duerma usted . ¡Pues no faltaba más !Fernando se tendió en un mºntón de paja y que
dó amodorrado .
Sº ñó que se acercaba a él pºr los ai res , amenazadora , una nube negra , muy negra , y de repente seab ría en su centrº una especie de cráter rºjo .
Se despertó d e repente y se l evantó .
CAMINO DE PER FECCIÓN
— ¿Qué l e debo a u sted ? — l e preguntó al viej o .
— A m i , nada .
—¡Pe rº , hºmbre !Nada , nada .
Pues muchas grac ias .
Se despidió d e l viejº dándole un apr e tón de ma
nos , y sigu ió andandº pºr la carretera , l l ena d e polvo . Pasaban carromatos y mujeres mºntadas en borriquillos . La ti erra e ra e stéri l ; en la carrete ra ,só lº a largº trechº había algún arbol i l lo raquítico ytºrcidº , y en algunas partes , cuadrºs d e vi ñas p º lvorientas .
A las nueve estaba Ossoriº en F… . Enla entrada del pueblº , a l a derecha , hay una ermitablanca , acabada d e blanquear, con la puerta de azu lrabioso , cúpula de p izarra y un ti ngladº de hierrop ara las campanas .
El pueblº estab a sol i tario y triste , comº s i estuviera abandºnadº : se ol ía , al entrar en él , un olorfuerte a paja quemada .
En Fuencarral se d ivide la carretera ; Ossorio tºmóla que pasa próx ima a la tap ia d e El Pardo .
Nubarrones gri ses y páli dos cel aj e s l le naban e l
c i elo ; algunºs rebañºs pac ian en la l lanura . La cárrete ra se extendía l lena de polvo y de carri le s h echºs por lº s carros entre los arb ol i llos encl enques .
El pa i saj e ten ía la enorm e d e sº lac iº n de las llanuras manchegas . A media tarde vió entre las col inasáridas y yermas las copas de unos cuantos cip reses
que s e destacaban negruzcos en el cie lº .
Era algún j ardín º cemente ri o de un cºnventºabandonado y ruinoso que se veía a pºcºs pasºs .Fernandº se echó allá
,a la sºmbra , y descansó,
un par d e hºras . Sentía un te rrible can sanciº que
Píº BAROJA
no l e dejaba discurri r ,“
cº n gran satisfacciºn Suya , yal mismº tiempº una vaguedad y lax itud grandes .
Al ve r que pasaba la tarde tuvo que hacer ungran esfuerzº para levantarse; bºrdeando la cercad e E l Pardº , sentándose aqu í , echándos e al lá , fuéacercándºse a Cºlmenar.Se ve ía e l pueblo desde lejºs sobre una loma .
Por encima d e él , nubes espesas y plomizas formaban en el hºrizon te una alta muralla , encima de lacual parecían adivinarse las tºrre s y campanari º s dealguna ciudad mi steriºsa ,
"de sueñº .
Aquella masa de colºr de plomo estaba surcada p º r largas hendeduras rojas que al reun irse yensanchars e parecían inmensºs pájaros de fuegº conlas alas extendidas .
La masa azulada de la si erra se destacó al anoch ece r y p erfi ló su contºrnº , l ínea val iente y atrevida , detal lada en la superfi ci e más clara del cielº .
Obscureció ; lo plomizo fué tomando un tºnº fr íºy gris ; cºmenzó a o írse a lº l ejºs e l tañido de unacampana ; pasó una c igii eña
Cuando se despertó al d ía siguiente en una pº
sada de Cº lmenarr eran ya las d os de la tarde . Nº
había pod idº conci l iar el sueñº hasta el amanecer.Se levantó encorvado , cº n lºs p ies doloridos ; comió
Píº BAROÍA
Fernandº se sintió l lenº de terrºr, y cºmº paraaquel casº de nada le servía el revó lver, lo guardóen el bºlsi llo del pantalón después de ponerlo enel segurº ; y hecho esto , sal ió de la carretera , saltando la cerca de un ladº , se internó en una dehesa ,s in pensar que el peligrº era all í mayor p º r estarpastando multitud de reses bravas . Dentrº de ladehesa trató de hacer una curva , dejandº en medioa la vaca , tºrº º lo que fuese y seguir la carreteraadelan te .
Pºr desdicha , e l terrenº en el sºtº e ra muy desigual , y Ossorio se cayó d e bruce s desde lo altº deun ribazo , s in más daño que una rº zad ura en larºdillas .
La viaj ata empezaba a parecerle odiosa a Fe rnand º , sºbre todº largu ísima . Nº pasaba nadie a
quien preguntarle s i se había equivºcado º n º d e
caminº . Seguía oyéndos e mo nótºnº y tri ste e l son
de las esquilas ; a lguna que ºtra hoguera de l lamasrºjas bri llaba entre lº s árbºles .
Se mezcló después al tañer de lº s cencerros e l
graznido d e las ranas,alborotador, escandalºso .
Al poco ratº d e es to , Fernandº vió un hombre ,que deb ía se r molinero º panadero , pºrque estabablancº d e harina y que venía j inete en un bº rri
quil lo tan pequeño , que iba rozando e l suelo cº n
lº s p ies .—¿Este e s e l camino de Manzanares? — 1e pregun
tó Ossº riº d e sopetón .
El hombre , en vez d e cºntestar, d iº cº n los talº
ne s al borriqu illº , que echó a correr; luegº , desdelejos , gritó :
— S í.— Ha cre ídº que s oy algún band ido — pensó Fe r
CAMINO DE PERFECCIÓN
nando , mirando al hºmbre , que se ale jaba ; y , acom
pañánd º le con sus maldiciones , s igu ió Ossº riº cá
m inº adelante , cada vez más turbado y medroso ,cuando a la revuel ta de la carretera se encºntró cº n
un cas ti l lº que se l evantaba sobre una loma .
— Debe ser un efectº de óptica — pensó Ossorio ,
y se fué acercandº cº n sustº , como qu ien se aprº x ima a un fantasma que sabe que se va a desvanece r.
— E ra real e l casti llo , y parecía enºrme . La lunapasaba pºr una galería destrozada que te nía en loalto , y prºducía un efecto fantás t i co .
Nº l ej os se comenzaba a ver e l pueblo , envuel tºen una nebl ina p lateada . E ra un pueb lº de si erra , depºbres casas desparramadas en una loma .
Fernandº se acercó a é l y en tró pº r una cal leancha y º bscura , que era cºnti nuaci ón de la carretera . Las casas tºdas estaban cerradas ; l adraban lº sperros . En la plaza , d e piso des igual , sal ía luz pº r l arend ij a d e una puerta .
Ossoriº l lamó .
—¿E s pºsada ésta? — d 1j º .
— S í , pºsada es .
Abrió se la puerta y entró en el zaguán , grande ,blanqueadº , cº n vigas en e l te chº .
A un lado , debajº de una tºsca escalera , había uncajón de madera s in p intar , con un mºstradºr recub ie rto de c ine , y en el mºstrador , un hºmbre ceñu
do , d e bº ina , que asºmaba e l cuerpo tras de una bal anza de platil los d e hierro .
E ra e l posadero ; hablaban con él d º s tipºs deaspectº brutal : el uno , cº n la chaqueta al hºmbrº ,faja y boina; e l ºtrº , con sºmbrerº anchº , de tela .
El de la bº ina pedía al del mº s tradºr aguard iente y tabacº al ñad o , y el posadero se lº negaba
“
y
62 Píº BAROJA'
miraba al suelº amargamente , m 1entras daba vueltaen tre lº s lab iºs a una cºli lla apagada .
V i endº que la conversación segu ía sin que el p º
s ad e ro se fijara en él , Fernandº preguntó
¿Se puede cenar?Pagandº”.
Se pagará . ¿Qué hay para'
cenar?Usted d irá .
¿Hay huevºs ?
Nº , señºr ; n º hay .
¿Habrá carne ?A estas hºras carne , — d ijo con iron ía e l
d e l mostrador a unº d e sus amigºs .
¿Pues qué demºniºs h ay en tºnces ?Usted dirá .
¿Quiere us ted hacer unas sºpas ? Y nº hablemºs más .
Buenº . ¡Vaya pºr las sºpas ! Dentrº d e un m o
men to están aqu í .Vinierºn las sopas en una gran cazuela , con una
capa e spe s ís ima d e pimentón . No estaban agradables , n i mucho menos ; perº con un esfuerzo de vº
luntad eran cas i cºmestibles .
¿Hay algún pajar? — preguntó d espués Ossº rioal posadero .
No hay pajar .Entºnces , ¿dónde se puede dormir?Aqu í se duerme en l a cama ?
Y en tºdas partes ; pero cºmo en e ste puebloparece que nº hay nada , cre ía que nº habría camatampoco .
Pues hay d º s . Ah í enfrente está e l cuartº .
Fernandº entró e n él . Era un cuartº ancho , negro ,cº n una
*
cama d e tablas y un cºlchón muy delgadº .
CAM INO DE PERFECCIÓN
Osso rio se tendió vesti dº , y no pudº dormir u nmºmento : ve ía caminºs que se alargaban hasta e l
i nfi ni tº , y él lo s seguía y los seguía , y s iempre e s
taba en e l mismº s it iº . De vez en cuando se d e s
p e rtaban sus sentidºs ; escuchaba avizorado p º r untemor sin causa , y º ía afuera , en el s i le nc iº de lanºche , el cantº d e lº s ru iseñore s .
Después de un rato cortº d e amodorrami ento ,Ossor iº s e despertó d e madrugada c º n sºbresal to ;saltó d e la dura cama , abrió una ve ntanuca y se
a sºmó a el la . E ra un amanece r e spléndi dº y alegre :despertaba la Natural eza cº n una sºnri sa tímid a ;cantaban los gallºs , chil laban las gºlºndri nas ; el
a ire e staba l imp io , saturadº d e ºl or a ti erra húmedaCuando Oss º riº iba a sal i r s e encºntró cº n la
puerta cerrada pº r fuera . Llamó vari as v eces , has ta
que º yó la voz d e l dueñº .
—
¡Voy , voy !—¿E s que ten ía usted miedo de que me marchara
S in pagar? — l e dij o Fernandº .
— No ; perº tºdº podía se r.
Ossorio n º qui sº reñ ir; pagó la cuenta , qu e sub íaa un peseta , y sal ió d el pueb lº .
El cas ti l lo , con la l uz de la mañana , no era , ni
64 Píº BAROJA
muchº menºs , lº que d e nºche hab ía parecidº a
Fernandº ; lo que tenía era una buena pºsición : e s
taba colocado admirablemente , dºminando el va lle .
Sería en ºtros tiempos más bien lugar d e recreºque otra cºsa; lºs señores de la corte irían all í a lanr ear lº s tºrºs , y en lºs bancºs d e piedra de las torre s , próximos a las ventanas , contemplarían las s e
ñoras las hazañas d e lºs castellanos .
Prontº Ossº rio perd ió de vista e l cas ti l lejo y cº
menzó a bordear dehesas , en las cuales pastabantorºs blancºs y negrºs que le miraban atentamente .
Algunos pastºres famélicos , suciºs , desgreñados ,le cº ntemplaban con la misma indiferencia que lostºrºs . Un zagal tºcaba en e l caramillo una canciónprimi tiva , que rºmpía el aire si lenciºsº d e la mañana .
El cie lo iba pºniéndose negruzco , plomizo , violado por algunos s i ti ºs ; una gran nube obscuraavanzaba . Empezó a l lºver, y Ossorio apresuró sumarcha . Iba acercándose a un bosquecil lo frondosºde álamºs , de un verde bri l lante . Ocultábase entreaquel bosqueci llo una aldehuela de pºcas cas as ,con su iglesia de torre p iramidal terminada por unenorme nido de cigii eñas . Tocaban las campanas amisa. E ra dºmingº .
Fernando entró en la igles ia , que se hallaba ruinosa, cºn las paredes recubiertas d e cal , l lenas deroñas y d escº nchad uras.
Al entrar no se percib ía mas que unas cuantasluces en el suelo , cºlºcadas sobre cuad rº s de telab lanca; después se iban viendº el altar mayºr , elcura con su casulla bordada cºn fl ores rojas y verdes ; luego se percib ían contornos de mujeres arrod illad as , cº n manti llas negras echadas sobre la
CAMINO DE PERFECCIÓN
frente , caras duras , denegridas , tº stadas por e l sol ,rezando cºn un ademán de fe rviente mistici smº ; yen la parte de atrás de la igles i a , debaj o d e l cºro ,p º r una ventana cº n cristales emp º lvad os , entrabauna claridad p lateada que iluminaba las cabezas delos hombres , s entados en fi la en un bancº largº .
El cura , desde e l altar , cantaba la misa cº n una
vºz cascada que parecía un bal ido ; el órgano sonaba en el cºrº cº n una voz también de v i ej º . La
misa e staba al cºnclu ir; e l cura , que era un viej ºde cara tºs tada y d e cabellos blancºs , alto , forn ido ,cº n aspecto de cabeci ll a carl i s ta , d ió la bendic ión al
pueblº .
Las muj eres apagarpn las luces , y las guardarºncºn el pañº b lanco en los cesti llo s ; se acercarºn ala pi la de agua bendita y fuerºn sal i endº .
Y la igles i a quedó negra,vac ía ,
Fernandº sal ió también,se sentó en un banco de
la plaza , debajo de un álamº grande y frºndºsº ,frente al pórtico de la iglesia
,y contempló la gente
que iba d ispersánd º se pºr lºs caminos y senderºsen cuesta .
Eran tipºs cl ás icºs : vi ejas vestidas de negro , cº nmantones verdosos
,tornasolados ; las man ti l las , con
guarn iciºne s de terciopelº roñoso,prendidas al
moño . Las caras terrosas ; las miradas de través ,h º scas y pérfi das . Sal i eron tºdas las muj ere s , vi e
j as y jóven es al atrio , y fuerºn bajandº las cuesta sdel pueblº , hablandº y murmurando en tre ellas .En derredor de la torre chi llaban y revoloteaban
los negrºsFernandº salió de la plaza
,y después
,del pueblo ,
s igu ie ndº una vereda . Hab ía cesadº de llover; trozºs de nubes blancas algodonosas se rºmpían y
Piº BAROJA
quedaban hechºs j 1rº ne s al pasar pºr entre lº s picachos de un mºnte formado pºr pedruscos
,si n
árboles ni vege tación alguna .
Cruzó cerrºs ll enos de matas de tºmillo violadas,
campos esmaltados p º r las flºres blancas d e las j áras y cºn las amari l las bri l lantes de retama . Pº r
en tre el boscaj e y las zarzas d e ambºs lados d e l cam inº l evan taba su vuelo alguna urraca negra ; unabandada d e cuervos pasaba graznand º p º r e l aire .
A la s cuatro º cinco hºras de sali r d e Manzanares ,Fernandº estaba a pºca d istancia de ºtra aldea .
El caminº, a l acercarse al_ pueb lo aquél , trazaba
una curva bºrdeandº un barrancº .
En el fºndº cºrría un arroyo de agua espumosaentre grandes álamos y enºrmes peñas cubie rtas d emusgº , y en lo más bajº hab ía un mºlinº . Enfren tese recortaban y se contº rneaban en e l cielº , unº a
uno ,los ri scºs de un mºn te . Llegó Ossº riº al pu e
blo , dió una vuelta por él y en la posada esperó a
que l e d ieran d e cºmer , sentándose e n un banco quehab ía al ladº d e l pºrtal .Juntº a una tapia d e adobe cºlºr d e t ierra juga
ban lºs chiquil lºs en un carro de bueyes ; un burrotumbado en e l suelº , patas arriba , coceaba alegremente . En e l umbral de la casa frºntera , de miserable aspecto , una viej a con refajo de bayeta encar
nada , puestº como mantº sºbre la cabeza , e spulgabaa un chiqui l lº dormidº en sus p iernas , que llevabauna falda también d e bayeta amari llen ta . Era una
mancha de cºlor tan viva y armónica , que Fernand ºse sintió pintºr y hubiera querido tener li enzo y pinceles para poner a prueba su habi l idad .
Le llamaron para cºmer, y entró en una sala cº n
e l techº bajo cruzadº d e vigas , las paredes p inta
68 Píº BAROJA
Siguiendº las i nstrucciºnes que le dierºn , Fernand º alquiló un caballº y se dirigió a buscar lacarretera de Francia . El cabal lo era un vi ejº roc íncansado de arrastrar di l igencias , que ten ía encimad e lº s ojos unos agujerºs en dºnde podrían entrarlºs puñºs . Las ancas le sal ian cºmo si l e fueran acortar la piel . Su pasº era lentº y torpe , y cuandºOssº rio quería hacerle andar más de pri sa , tropezaba el animal y tºmaba un trºte que , al sufri rloel j ine te , parecía cºmº si l e estremecieran las entrañas .
A pasº de andadura llegó al mediºdía a un pueblecillº pequeño cºn unas cuantas casuchas cerrad as ; sobre l º s tejados terreros sobresalían las có n icas chimeneas . Llamó en una puerta .
Comº n º l e contestaba nadie , ató el caballº por labrida a una herradura incrustada en la pared , y entró en un zaguán mise rable , en dºnde una vieja , conun refajo amarillº , hacía ple ita .
— Buenos d ías — dijo Fernando ¿No hay po
sada?
¿Pºsada? — preguntó cº n asºmbrº la vieja .
Si , pºsada o taberna .
Aquí nº hay posada ni taberna .
¿Nº pºdría usted venderme pan ?— No vendemos pan .
CAMINO DE PERFECCIÓN
—¿Hay algún s i tio en donde lo vendan ?Aquí cada unº hace el pan para su casa .
Si . S erá verdad ; pero yº no lo puedº hacer . ¿Nome puede u sted vender un pedazº ?La vi ej a , sin cºntestar , entró en un cuartuchº y
v ino cº n un trozo de pan seco .
—¿Cuántos d ías ti ene? — preguntó Fernando .
— Catº rce .
—¿Y qué vale ?
— Nada , nada . Es una l imº sna .
Y la v iej a se s entó, s in hacer casº de Fernando .
Aquella l imºsna le prºdujo un efecto dulce y dolº rº so al mismº ti empº . Subió en e l j am elgo : fué cába lgand o hasta el anochecer , en que se acercó a unpueblo . Una chiqu illa l e i nd icó la pºsada; entró enel zagu án y se sentó a tºmar un vasº de agua .
En un cuartº , cuya puerta daba al zaguán , habíaalgunºs hombres de mala catadura beb i endº vino yhablandº a vºces de pºl ítica . Se hab ían verifi cadºele cciºnes en el pueblº .
En esto l legó un joven alto y afe i tadº , montadº a
caballo ; a tó el caballº a la rej a , entró e n el zaguán ,h izº restallar el látigo y miró a Fernandº desde ñosam ente .
Unº de los que estaban en e l cuartº sal ió al pasodel j aque y le h izº una observación respectº a
Ossº riº : el j ºven entºnces , haciendo un mohín dedesprecio , sacó una navaj a d e l bolsi l lo i nteri or d ela americana y se puso a l imp i arse las uñas con
el la .
Al pºcº ratº entró en el zaguán un hombre deunºs ci ncuenta añºs , chatº , de cara ceñud a , cetrino ,cas i e legante , cº n
'
una cadena de reloj , de º rº , enel chalecº . El hº mbre , d irigiéndºse al tabernero ,
PÍO BAR O IA
preguntó en vºz alta , señalando con e l índice a Ossorio .
¿Quién es ése ?No sé .
Fernandº , i nmediatamente , l lamó al tabern ero , lep idió una botella de cerveza , y , señalandº con eldedo al de la cadena d e relºj , preguntó
— Diga usted , ¿quién e s e se chatº ?El tabernero quedó l ívido ; el hombre arrºjº una
mirada d e desaf íº a Fernandº , que le cºntestó cº n
ºtra d e de5precio . El chatº aquel entró en el cuartodonde estaban reunidºs lºs demás . Hablaban tºdosa la vez, en tºno unas veces amenazador y otrasi rón icº .
— Y si nº se gana la e lección , hay puñaladas .
Fernandº se ºlvidó d e que e ra demócrata , y mal
d ij o cº n tºda su alma a l imbéci l legislador quehabía ºtorgadº el su fragiº a aquella gentuza innobley miserable , só lº capaz de fechºrías cºbardes .
Hallábase Ossoriº embebido en estºs pensam ientº s, cuando e l jºven jaque , seguidº de tres o cuatrº ,sal io al zaguán ; primeramente se acercó al caballºque había tra ídº Fernando , y comenzó a hacer de éluna serie de elºgiºs burlones ; después , viendo queesto nº le alteraba al fºras terº , cºgió una cuerda yempezó a saltar comº lºs chicos , amagando dar c º nella a Fernandº . E ste , que nºtó la i ntención , pal ideció prºfundamen te y cambió d e s itiº ; entonces elj ºven , creyendº que Ossori º nº sabr ía defenderse ,hizº cºmº que l e empujaban , y pisó a Fernando .
Lanzó Ossori º un gritº de dolºr; se levantó , y ,con e l puñº cerrado , d i º un golpe temi ble en lacara de su cºntrario . El jaque t i ró de cuchil lo ; perº ,al mismº tiempº , Fernandº , que estaba lívid º d e
CAMINO DE PERFECCIÓN
miedº y de asco , sacó e l revólver y d ij º cº n vozsorda :
— Al que se acerque , lº matº . Cºmº hay Diºs , quelº matº .
— Mientras lº s demás suj etaban al j oven , e l tabernero le rºgó a Fernandº que sal i era . El pagó , y cº n
la bri da de l cabal lº en una manº y en la otra e l revó lver, s e acercó a un guardi a civi l que estabatºmando e l fres cº en l a puerta de su casa , y le cº ntó lº que había pasadº .
— Lo que debe usted hacer es sali r inme d iatam en
te d e aqu í . Ese jºven con el que se ha pegado uste de s muy mala cabeza , y cºmo su padre tiene much ainfl uencia , e s capaz de cualqui er cºsa .
Ossº rio s iguió e l consej o que l e daban , y sal iº delpueblº .
A las once d e la nºche l legó al inmediatº , y , s incenar , se fué a dormir.En el cuarto que la desti narºn hab ía cºlgadas en
la pared una escºpeta y una gui tarra ; encima , uncromo del Sagradº Corazón de Jesús .
An te aquellºs s ímbºlos de la brutal idad naciºnalcºmenzó a dºrm irse , cuandº oyó una rondalla degu itarras y bandurrias que debía de pasar por delante de la casa . Oyó cantar una j ºta , y después ºtray ºtra , a cual más estúpidas y más bárbaras , en lascuale s celebraban a un señor que hab ía deb ido sal irdiputado , y que vivía en frente . Cuandº cºncluyerºnde cantar y se preparaba Ossº riº dormirse , oyó
murmullos en la calle , s i lb i dºs , fueras , y después ,cri stale s rºtºs en la casa vecina .
Era encantadºr; al pºcº rato vºlvía la rondalla .
Desesperado Fernandº , se levantó y se asºmó a
l a ventana. Preci samente en aquel mºmento pasa
72 PÍO BAROJA
ban por la calle , mon tados a caballo , el j ºven jaqued e la riña del d ía anterior
, cº n dºs amigos .
Fernandº avisó al posadero de que s i pregun taban por é l d ij ese que nº es taba all í; y cuando elgrupo d e los tres , después d e preguntar en la p º sad a , entrarºn en º tra calle , Fernando se escabulló ,y , vºlviendo grupas , echó a trotar , alej ándose delcaminº real hasta internarse en el mºn te .
Después de algunas horas de andar a caballo s eencºn tró e n Rascafría , un pueblo que l e pareció muyagradable , cºn arroyºs espumosos que lo cruzabanpor todos s itiºs .
Luego de echar un vistazo p º r e l pueblº tºmó elcam ino d e l Paular , que pasaba en tre pradºs fl ore c id o s ll enos d e margaritas amarillas y blancas y regatos cubiertºs de berros que parec ían islillas verdesen el agua limpia y bull idora .
Al pocº ratº llegó a la alameda d e l Paular , abandonada , cºn grandes árboles frondºsºs d e retorcidºtrºncº .
A un ladº se extendía muy alta la tapia de lahuerta d el mºnasteriº ; al ºtrº saltaba e l r íº clarº y
'
cristal inº sobre un lechº de guijarros .
Llegó al abandºnado mºnasteriº,_y en la pºrtería
le hospedaron . Ossorio creyó aquel lugar muy pro
p iº para e l descanso .
Se sentía al l í en aquellºs patiºs desiertºs un re
CAM INO DE PERFECCIÓN
posº absoluto . Sºbre todo , e l cementeriº del cº nventº era de una gran poesía . Era huerto tranqui lo ,reposado , venerable . Un patiº cº n arrayanes y cipreses en donde palp itaba un recºgimi en tº solemne , un si lenciº sólº i nte rrumpido por el murmullode una fuente que cantaba invari able y mºnótºna sueterna canción nº cºmprendida .
Las paredes que circundaban al huertº eran degran ito azulado , ásper º , de granº grueso ; ten ían góticas ventanas al claustrº tap i adas a medias con lad rillos y a medias cºn tablas carcomidas pº r la humedad , negruzcas y l le nas de mu sgº .
Entre ventana y ventana se elevaban desde e lsuelº hasta e l tej ado robustos cºntrafuerte s de p ied ra terminadºs en lº altº en canecillº s monstruosº s : fantásticas fi guras asomadas a los aleros paramirar al huertº , aplastadas por el pesº de lº s cha
p ite le s , toscos , desmoronados , desgastadºs , rotos .Encima de algunas ventanas se veían clavadas cruce s de madera carcomida. Masas s imétricas de vie
j º s y amari l lentos arrayanes , adºrnadas en lº s ahgulos p º r bolas de recortado follaj e , dividían e l cementeriº e n cuadrºs de parcelas sin cultivar , bº rd ead as pºr l a s aven i das , cubiertas d e grandeslápidas .
En mediº de l huerto hab ía un aéreº pabellón conventanas y puertas º j ivale s , y en el i n terior una pi laredºnda cºn una gran cº pa de p i edra , de dºndebrotaban pº r los cañºs chºrrºs bri ll ante s de aguaque parecían de plata .
A un lado,med i o oculta por los arrayanes , s e
ve ía la tumba de granitº de un ºbi spº de Segºvia ,muerto en el cenob ium y enterradº all í por ser éstasu voluntad .
“
PÍO BAROJA
¡Qué hermºso poema el del cadáver del ºb i sp oen aquel camp º _
tranquilo l Estaría al lá abajº cº n su
mitra y sus ºrnamentºs y su báculº , arrullado porel murmullº de la fuente . Primerº , cuandº lº enterraram, empezaría a pudri rse pºco a pocº : h º y se l enublar ia un oj º , y empezarían a nadar lº s gusanºspor los jugºs vítreos ; luego el cerebrº se le i ría re
bland eciend o , los humores cº rrerían de una partede l cuerpº a ºtra y lºs gases harían reventar en llagas la p iel : y en aquellas carnes podridas y deshechas cº rre rían las larvasUn d ía cºmenzaría a fi l trarse la l luvia y .a llevar
con ella substancia ºrgánica , y a l pasar pº r l a ti erraaquella substancia s e l impiaría , Se purificaría, nacerían junto a la tumba hierbas verdes , frescas , y el
pus de las úlceras bri llaría en las blancas corolas delas fl ºres .
Otrº d ía esas hierbas frescas , esas corolas blancas darían su substancia al aire y se evapº raría és tapara depºsi tarse en una
¡Qué hermoso pºema e l del cadáver del ob ispo e n
e l campº tranqui lo ! ¡Qué alegría la d e los átomos alrºmper la forma que les aprisiº naba , al fundirse conj úbilº en la nebulºsa del infinitº , e n la senda d e lmisterio donde todº se pi erde !
PÍO BAROJA
d as , cubiertas de losas de granito , donde descansaban las viej as cenizas de los cartuj º s ,muertº s en lapaz del claustrº , crecían altas hierbas y musgºsamaril len tos y verdosos . En mediº del huertº , en
e l aéreo pabellón cºn puertas y ventanas oj iva le s ,caían los chorrºs de agua en la p i la redºnda y cantaba la fuente su larga canción misteriosa .
El extranj ero , si n abandonar su pºsición , dijº quese l lamaba Max Schultze , que era de Nuremberg yque estaba en España pº r la simpatía y curiºsidad
que experimentaba por e l pa ís .
Fernando también se presentó a s í mi smº .
Cambiaron entre los d os algunas palabras .
Cuando el sº l estaba en el cenit, el alemán d ijº— Es hºra de comer . Vámºnºs .
Se levantaron los d os , y andando lentamentecºmo bueyes cansinos , fueron a la pºrtería del cº nven tº , en dºnde cºmierºn .
Ahºra echaremos una s iesta — d ijo Schultze .
¿Otra?Si; yº pºr lº menºs , s í .
Se tendierºn en e l mismº sitiº , y cºmº la reverberac ió n del c ielo e ra grande , se echarºn e l ala delo s sºmbrerºs sobre lº s ojos .
— No es natural dormir tanto — murmuro Ossorio .
— No impºrta — repl icó el alemán c º n voz confusa Yº no sé por qué hablan todºs los fi lósofos deque hay que obrar cºnforme a la Naturaleza .
—¡Pchs !
— murmuró Ossº ri º yo creº que serápara que el mundº , lºs hombres , las cºsas , evolu
cionen progres ivamente .
— Y ese prºgresº, ¿para qué? ¿Qué ºbj etº tiene ?
Mire us ted qué nube más hermºsa — dijo inte rrum
piénd º se el alemán es digna de Júp i ter.
CAMINO DE PERFECCIÓN
Hubº un momentº de s i len ci o .
—¿Dec ía usted — preguntó Ossoriº que para
qué servía e l prºgreso?— S í; ti ene usted buena memºria . Es indudable
que el mundº ha de desaparecer; p º r lº menºs ensu cal idad de mundo . S í ; su materi a nº desaparecerá , cambiará de fºrma . Algunºs de nuestros alemanes º ptim istas creen que cºmo la materi a evº luc iº
na , asci ende y se purifi ca , y cºmº esta materi a no s eha de perder , pºdrá uti l izarse por s ere s de otromundº , después de la desapari ción de la Ti erra .
Pero , ¿y si e l mundº en donde se aprºvecha esta materi a está tan adelantadº , que lo más altº y refi nadºde la m ateri a terrestre
,e l pen samientº de hombres
comº Sha! esp eare º Gºethe , n º s irve mas qu e paramºver mºl i nºs de chºcolate ?
— A m i tºdº estº me prºduce miedº ; cuandºp iensº en las cºsas desconºcidas , en la fuerza quehay en una planta de éstas , me entra verdaderº horrº r , cºmo s i me faltara el sue lo para poner lºs p ies .
— No parece usted español — dij o el alemánlº s españole s han resueltº todºs esos problemas metafís icos y mºrales que nos preºcupan a nosotrºs ,lº s del Norte , en el fºndº mucho menºs civi l izadºsque ustedes . Los han resuelto , negándolos ; e s laúnica manera de re sºlverlºs .
— Yo nº lºs he resue ltº — murmuró Ossº riºCada día tengo mºtivos nuevºs d e hºrrºr; mi cabeza e s una guarida de pensamientºs vagos , que nosé de dónde brºtan .
— Para e sa m isticid ad — repuso Schultze el mejor remed i º es el ej ercic iº . Yo tuve una s º breexcitación nerviºsa , y me la curé andandº muchº y le
yendo a Nie tzsche . ¿Lº cºnoce us ted ?
78 Píº BAROJA
Nº . He o ídº decir que su dºctrina es la glº rificación del egoísmº .
—¡Cómº se engaña usted , amigo ! Crea us ted que
es difíci l de representarse un hºmbre de naturalezamás éti ca que él ; d iñci lís imo hallar un hºmbre máspurº y del icadº , más i rreprochable en su cºnducta .
Es un márti r .— Al oírle a usted , se diría que es Budha o que e s
Cri sto .
—¡Oh ! Nº compare usted a Nietzsche con esos
miserable s que prºdujeron la decadencia de la Human i
|
d ad .
Fernandº se incºrpºró para mirar r
a l aleman , VIO
cºn asºmbro que hablaba en serio , y volvió a tenderse en el suelo .
Cºmenzó a anochecer;e l viento s ilbaba d ulcemen
te por en tre lo s árbºles . Un perfume acre , adusto , sedesprend ía de los arrayanes y de lºs cipre ses ; nopiaban los pájaros , ni cacareaban lo s y se
gu ía cantando la fuente , i nvariable y mºnótona , sueterna canción no
—¿Conque sube usted a ese monte o no ? — l e d l ! 0
el alemán Creº que l e conviene a usted castigarel cuerpº
,para que las malas ideas se vayan .
—¿Perº p iensa usted pasar la noche allá arriba?
— Sí ; ¿por qué nº ?Hará frío .
CAMINO DE PERFECCIÓN
— E so no importa. Encenderemos fuegº , y llevaremos mantas .
B i en . Perº yo le“
adv ie rto a usted que cuandºme ca nse me ti rº al suelo y nº s igº .
— Es natural Yº haré lo mismo . Conque vam os .
a comer y en segu ida , ¡ arriba !Comieron , prepararºn algunas viandas , para el
d ia siguiente , y cada uno cº n su manta al hºmbro yla e scº pe ta terciada s e encaminaron hacia un pinarde la falda de Peñalara .
El alemán se sentía moved izo y jpvial; hab ía hechº indudablemente provi s ión de energía mientraspasaba los d ías tend idº en el suelo .
Al llegar al p inar , la cuesta se h izº tan pendienteque se resbalaban lºs p i es . Fernand º tenía que pararse a cada mºmentº fatigadº . Schul tze le animabagesticulando , gri tando , cantandº a vº z en grito , conentusiasmº irón ico , una canción patri ótica que ten íapºr e stri bi llº :Deutschla nd , d eutsc/zla nd uber p leí ¿ d &g
Fernando sentía una debil idad como no la habíasentidº nunca , y tuvº que hacer largas paradas .
Schultze se de ten ía juntº a él de pi e , y charlabanun ratº .
De prontº oyeron un ladrido lej ano , más agudoque e l de un perrº .
“
¿Será algún lobº ? — preguntó Ossº riº .
—¡Cal Es un zº rrº .
El gañido d el an imal se o ía cerca , º l ej ºs .
Vº y a ver s i lo encuentrº; e sté usted preparado pºr s i acaso vi ene por aquí — dij o Schultze , ycargó la escºpeta con grandes pºstas y desapareció
por en tre la maleza . Pºcº después se oyerºn dos
Píº BAROJA
Fernandº se sentó en el troncº d e un árbol .Al pocº rato ºyó rui dº pºr entre los árboles . Pre
paró la escºpeta , y al terminar de hacer e s to , vió adiez º doce pasos e l zºrrº , altº , amari l lo , cº n suhermosa cºla cºmo un plumerº . Sin saber por quéno se determinó a di spa rar, y el zºrro huyó cº rr ien
d o y se pe rd ió en la espe sura .
Al llegar Schultze le d i jo que hab ía vi sto al zorrº .
¿Pºr qué nº ha d i sparadº usted ?— Me ha parecidº la distancia larga y cre í que no
le dar ía .
— Sin embargº , se d ispara . Dice Tº urgene ff quehay tres clases de cazadºres : unºs que ven la pieza ,di sparan en segu ida , antes de tiempº , y nº le d an ;ºtrºs , apuntan , piensan qué mºmentº será el m e
j or , d ISparan , y tampoco le dan , y , p º r últimº , haylº s que ti ran a tiempº . Usted es de la segunda cla
se de cazadores , y yº , d e la primera .
Charlando iban subiendº el mºnte , se internabanpor entre selvas de carrascas espesas con claros enmediº . A veces cruzaban pº r bºsques , entre grandes árboles secºs , ca ídos , de colºr bl anco , cuyasretorcidas ramas parecían brazos de un atormentad o 0 tentáculos de un pulpº . Comenzaba a caer latarde . Rendidos , se tendierºn en el suelº . A su ladocºrría un tºrrente , saltandº , cayendº desde grand es alturas cºmº cinta de plata . Pasaban nubesblancas p º r e l cielº , y se agrupaban formando mon
tes coronados de nieve y de púrpura; a lo lejºs , nubes grises e inmóviles parec ían I slas perdidas en elmar del espaciº con sus playas desi ertas . Lºs mon
tes que enfren te cerraban el valle ten ían un colºrvioláceo con manchas verdes de las praderas ; porencima de ellºs brotaban nubes cº n encendidos nú
CAMINO DE PERFECCIÓN
cle º s fundidos por el sol al roj º blanco . De las laderas subían haci a las cumbres , trepandº , escalando los ri scºs , j i rones d e espesa n iebla que camb iaban de fºrma , y al encºntrar una oquedad hacíanall í su n ido y se amontonaban unos sºbre ºtros .
— A mí , esos mºntes — murmuró Oss º rio no me
d an i dea de que sean verdad ; me parece que estánpintados , que e sº e s una decoración de teatrº .
— No creº esº de usted .
— Pues , s i; créalo usted .
— Para m i esos montes — d 1j º Schultze sº n Dios .
Cºmenzó a anochecer.—
¿Qué hacemos ? ¿Sub imºs más? ¿Vamos a ver siencontramºs esa laguna?
— Vamos .
Anocheci do l legarºn a la laguna y anduvierºnrecºnºci endº los alrededores pº r tºdas parte s a ver
si encontraban alguna cueva o socavón donde meterse . E ra aquello un verdadero páramº , ll enº dep iedras , desabrigado ; el vi en tº , muy fríº , azotaba all ícon viºlencia . Como nº encontrarºn n i un aguj erº ,se cº bij aron en la oqued ad que formaban d º s peñas ,y Fernando trató de cerrar una de las aberturasamontonando pedruscos , lo que no pudº conseguir.
Yº voy pº r l e ña — d ijo Schultze S i n fuegoaquí nº s vamos a helar .Se marchó el alemán , y Ossº riº quedó allá eh
vuelto en la manta , cºntemplando el pai saj e a lavaga luz de las estrellas . Era un pa isaj e extrañº , unpaisaj e cósmicº , algº cºmº un lugar de planeta inhab itado , de la Tierra en las edades geºlógicas delicth iº sauros y ple s iº sauros . En la superfi ci e de lalaguna larga y estrecha nº se movía n i una ºnda ;en su seno , obscuro , i nsºndable , bri llaban d º rm i
6
82 PÍO BAROJA
das miles d e e strellas . La ori l la , quebrada! e irregular, no ten ía a sus lados ni arbustºs n i matas ; es taba desnuda .
En la cima d e un mºnte lej anº se columbraba laluz d e la hºguera d e algunos pastºres .
Hasta que l legó Schul tze,Fernandº tuvº tiempo
de desesperarse .
Tardó más d e media hºra , y vinº c º n Su mantal lena de ramas suj eta en la cabeza .
Llegó sudandº .
— Hay que andar muchº para encontrar algº cº mbustible — dij o Schultze Hemos subido demas iad o . A esta al tura no hay mas que pi edras .
Tiró la manta, en dºnde tra ía ramas verdes d e es
p ino , de retama y de endrino . El encenderlas cºstóun trabaj º ímprobº : ard ían y se vºlvían a apagar almºmentº .
Cuando después de muchos ensayos pudº hacerse una mediana hoguera , ya nº quedaban más ra
mas que quemar, y a medida que avanzaba la nochehacía más fr íº ; e l ci elo estaba lechoso , cuajadº d e
estrellas . Fernando se sentía aterido , perº dulcemen te , s in molestia .
— Vamos a traer más l eña — d 1j º Schultze .
—¿Para qué? — murmuró vagamente Fe rnand º
Yo estºy muy bi en .
Schultze vió que Ossº riº estaba tiri tando y quetenía las manºs heladas .
—¡Vamos ! ¡A l evantarse ! — gritó afgarránd º le del
brazº .
Ossº rio h izo un esfuerzº y se levantó . Inmediatamente empezó a temblar.
— Tome us ted mi manta — d 1j º el alemán yahºra , andandº a buscar leña .
84. PÍO BAROJA
Después d e admirar e l espectáculº de la aurºra sedecidierºn lº s d os a subir a la cumbre de l mºnte .
Fernandº se detuvo en el caminº , al pie de unº
d e lº s picachos .
Desde allá se ve ían lº s bºsques de El Espinar,La Granja , que parec ía un cuartel , y más lejºs Segº via , en una i nmensa llanura amaril la , a trechosmanchada pºr lºs pinares . Nº
'
se advertía ningúnºtro pueblo e n la llanura extens ís ima .
Por la mañana , Schultze y Fernandº se internaronen lo más ásperº de la sierra
,sin dirección fij a ; dur
m ieron y almorzaron en la cabaña de un cabr'
ero , e lcua l les i ndicó comº pueblo más cercanº el de Cercedil la; y al divi sar los tejados rojºs de éste , cºmonº tenían gana de l legar prontº , tend iérº nse en elsuelo en una pradera que e n el claro de un pinar sehaUaba .
Hacía all í un calºr terrible ; la tarde estaba pesada ,de viento sur .Con los ºj os en tornados por la reverberación de
las nubes blancas , ve ían e l suelº llenº d e hierba ,salpicado de margari tas blancas y amari llas , depeon ias de malsano aspecto y tulipanes d e purpúreacºrºla .
Una ingente montaña , cubie rta en su falda de re
tamares y jarales fl orecidos , se l evan taba frente a
el lºs ; bro taba sºla , s eparada de otras muchas , desdee l fºndº de una cóncava hondonada , y al subir yascender enhiesta , las plantas iban e scaseand º en susuperfi cie , y terminaba en su parte alta aquella mºlede grani to comº mural la l i sa o peñón taj ad ó y desnudo , cºrºnadº en la cumbre por multitud de ri scºs ,de afi ladas ari stas , de pedruscos rotºs y de agujasdelgadas cºmº chapite le s de una catedral .
CAMINO DE PERFE CCIÓN
En lo hondº del valle , al p ie de la mºntaña ,Ve íanse pº r tºdas partes grandes pi edras esparcidasy rºtas , cºmº s i hubieran sido raj adas a mart i l lazºs ;lº s ti tanes , cºnstructore s de aquel paredón ciclóp eo ,habían dejadº abandºnados en la ti erra los blºquesque n º l e s s irvierºn .
Sólº algunºs pinºs escalaban , bordeandº tº rre n
teras y barrancºs , l a cima de la mºntaña .
Po r encima de el la,nubes algodonosas , de una
blancura deslumbrante , pasaban cºn rapidez .
A Fernandº le recordaba aquel paisaj e algunº delºs sugestivos e irreales pai sajes de Patin ir .
Dandº la espalda a la mon taña se veía una llanura azulada , y la carretera , cruzándola en ziszás , serp enteando d espués entre obscuros cerros hasta perders e en la cima de un colladº .
La parte cercana de la llanura estaba en sombra ;una nube p lomiza le imped ía refl ej ar el sol ; la partelej ana , i lumi nada perfectamente , se alejaba hastacºnfundi rs e con la s i erra de Gredºs , faja obscurade mºntañas , ºculta a trºzºs por nubec i llas grises yroj izas .
Aquella ti erra le jana e i nundada de sºl daba las ensación d e un mar espeso y turbio ; y un mar también , perº mar azul y transparente
,parecía e l c i elº ,
y sus blancas nubes eran blancas espumas agi tadasen inquie to i r y ven ir: tan prºnto escuadrón salvaj e ,cºmo manada de tritones m e lenud º s y rampante s .
Cºn lºs cambiºs de luz , el paisa je se transformaba . Algunºs mon tes parecían cºrtadºs en d º s ; rºjºsen las alturas , negrºs en las faldas , cºnfundi endº sucolor en el colºr negruzco de l suelº . A veces , al pasar
'
los rayºs p º r una nube plomiza , cºrría una p incelada de oro pº r la parte en sºmbra de la llanura y
Piº BARO ¡A
d e l bosque , y bañaba con luz anaranjada las cºpasredondas de los pinos . Otras veces , en mediº d e ltup idº follaj e , se fi ltraba un rayº de sol , talad rándolo tºdo a su pasº , coloreando las hojas en su ca
mino , arrancándolas refl ejºs de cobre y de orº .
Fué anocheci endo . Se levantó un vie nte cillo sua
ve que pasaba pºr la p i el cºmº una caricia . Lºscantue sos perfumaron e l ai re t ibiº de un arºmadulce , campesinº . Piaron lo s pajarºs , ch irriaron los
gri l lºs , rumºr cºnfusº de esquilas re sº nó a lº lejos .
E ra una sinfon ía volup tuosa de cºlores , de ºlºres yd e sºn idos .
Bri l laban a intervalºs lºs pedruscos de la altamuralla , enrºjecidºs de pronto por los postreros re s
pland ore s d e l so l, cºmo s i ard ie ran por un fuegoin teriºr; a i nterva los también , al nublarse , aquellasrocas erguidas , de fºrmas extrañas , parec ían gigantescos centinelas mudºs º mºns truosos paj arraco sd e la noche , preparadºs para l evan tar e l vuelº .
De prºntº , p º r encima de un p icach º , comenzarona aparecer nubes de un cºlºr cenicientº y roj izo queincend iaron e l cielo y lo anegaron en un mar de san
gre . Sºbre aquel los rojºs s in i estrºs se cº ntº rneaban
lºs montes ceñud º s , impenetrabl es .E ra la vi sión algo de sueño , algo apocal ípti co ;
todº se enrojecía como po r el resp landºr de una luzinfernal ; las piedras , las matas de enebrº y de jabinº , las hºjas verdes de lºs majuelos , las blancas fl ºre s de jara y las amari llas de la retama , todº se en
rº j ecía con un fulgºr malsano . Se experimentabahºrrºr , recºgimi ento , como s i en aquel instante fueraa cumpli rse la prºfecía tétri ca d e algún agorero delmi lenariº .
Graznó una corneja; l a locomotºra de un tren
CAMINO DE PERFECCIÓN
cruzó a lº lej os cºn estertor fatigoso . Ll egaban ráfa
gas d e n iebla pºr entre las quebrad uras de los m º n
tes ; pºco después empezó a llºver .Fernandº y el alemán bajaron al pueblo . Se había
levantadº la luna sºbre lº s ri scºs de un monte ,roj a , enºrme , cºmº un so l en fermizº
,e iba aseen
d iend º por el cielº . La vaga luz del crepúsculº , m ez
clad a con la de la luna , i luminaba el val le y su scampºs , violáceos , gri se s , envueltºs en la blanca e sfumació n de la n i ebla .
Por delante de la luna l lena pasaban nubec illas
blancas , y e l astro d e la nºche parec ía atravesar susgasas y correr vertiginºsamente po r e l c ielº .
Al d ía s igu iente , Schultze volvi ó al Paular; Fernand º se desp id ió de él , y en un carrº salió paraSegovi a .
Llegó a Segovia cºn un calor bºchornosº . E l ci elºe staba anubarrado , desped ía un calor aplastan te ;sobre lº s campºs , abrasados y secos , se agitaba un agasa espesa de la cal in a .
Se paró e l carrº e n l a pºsada d e l Potrº , en dºndeentraban y sal ían arriero s y chalane s .
Llamó Osso ri º a la dueña de la casa , una mujergruesa , la cual le d ijº que allá nº daban de cºmer ,que cada unº cºmía lo que ll evaba .
88 Píº BAROJA
Era cºstumbre ésta añeja de mesºnes y pºsadasdel siglo XVI I.Le llevaron a su cuartº y se tendió en la cama . A
las doce fué a la fºnda de Caballerºs , a cºmer , y después sal ió a dar una vuelta por el pueblº , que nºconocía.
Paseó por dentro de la catedral , grande , hermºsa ,pero sin suma de detalles que regocijase el contem
plarlº s ; vió la igles ia románica d e San Esteban , queestaban restaurandº ; después se acercó al Alcázar.Desde allá
,cerca d e la verja del jard ín del Alcázar,
se ve ían a lº l ejos lomas y tierras amaril las y roj izas ; Zamarramala sobre una ladera , unas cuantascasas mugri entas apiñadas y una torre , y la carretera blanca que sub ía el cºllado ; a la derecha , latºrre de la Lastri l la , y abajº
,juntº al ríº , en una
gran hondonada llena de árboles macizºs de fºllaj eapretadº , el ruinoso mºnasteriº del Parral . Se leºcurrió a Fernandº verlº; bajó p º r un caminº , ydespués pºr sendas y vericuetos ll egó a la carretera ,que ten ía a ambos lados álamºs altísimos . Pasó elrío pºr un puente que hab ía cerca d e una presa y deuna fábrica de hari nas .
Al ladº d e ésta , en un remansº del r ío , se bañaban unºs cuantos chicos . Se acercó al mºnas teri o ;el pórticº es taba hecho trizas , sólo quedaba su partebaja . En el patiº crec ían vici ºsas hierbas , ºrtigas yyezgº s en fl ºr.Hac ía un calor pegajºsº ; rezº ngueaban lº s mos
cardones y las abejas ; algunºs lagartºs amari llo s corrían por entre las p iedras .
De ! claustrº , pºr un pas i llo , a un patio con
corredºres de una casa que d eb ía estar adºsada al
mºnasteriº ; unas cuantas viejas negruzcas charla
CAMINO DE PERFECCIÓN
ban sentadas en el suelº ; dos º tre s dormían cº n la
boca ab i erta . Sal i ó del monasteriº y bajó a una
alamed a de la ºril la derecha del río . El suelo al l íe staba cubie rtº de h i erba verde , fl orecida ; el fºllaj ede lº s árboles era
_
tan espesº , que ºcultaba e l cielº .
El río se des l izaba con rap idez ; lº s álamos en flºrde las márgenes dejaban cae r sobre é l un pºlvil loalgodonoso que cºrría pº r la superfi ci e l i sa , verde yn egruzca del agua en copºs blancos .
Fernandº se sentó en la alameda .
Enfrente , sobre la cintura de follaj e verde de losárbºles que rodeaban la ciudad , aparecían lo s has
tiº ne s de la mural la , y encima las casas , de parede sobscuras y grises , y las espad añas de las iglesi as .Como la cºrola sºbre e l cál iz verde , ve íase e l pueblo ,soberbia flºración de pi edra , y sus torres y sus pináeulos se destacaban
, p erfi lánd º se en el azul i ntensoy luminºsº del horizonte .
Se oían las campanas de la catedral , que retum
baban , l l amandº a vísperas .Empezó a l lºver; Fernandº se encaminó haci a el
pueblo ; cruzó un puente , y tºmando una s enda , fuéhas ta pasar cerca de una igle s i a gótica cº n una portada decadente . Llegó a la plaza ; había dej adº del lºver. Se sentó en un café. A su ladº , en otra mesa ,había una tertulia de gente tri ste , vi ej os cº n carasmelancól icas y expresi ón apagada , echandº e l euer
po hacia adelante , apoyados en los bastºnes ; señori tillº s de pueblo que cantaban canciones de zar
zue la madri l eñ a , con lº s oj ºs vacíº s , s in expres iónni pensamientº ; caras hoscas p º r costumbre , gentede mirada s in iestra y hablar dulce .
En aqu e l lºs tipos se cº mprend ía la enºrm e decadencia de una raza que nº guardaba de su antigua
PÍO BAROJA
energía mas que gestºs y ademanes , el cascarón dela gallardía y d e la fuerza .
Se respiraba all í un pesado aburrimiento; lashºras parec ían más largas que en ninguna parte .
Fernandº se l evantó presa d e una i nvencibl e tri steza
, y comenzó a andar sin d irección fi ja . El pueblº ,ancho , s i l encioso , s in
“ habi tan tes , parecía muerto .
En una calle que desembocaba en la plaza vió unaigles ia románica cºn un claustrº exteriºr . Estaba p intada d e amari l lº ; e l pórti cº ten ía a lºs lados d º s imágenes bizan tinas , de esas figuras alargadas , e5pi rituale s que admiran y hacen sºnre ír al mismº ti em
po , cºmo s i e n su hieráti ca pos tura y en su ademánpetrifi cado hubiese tantº de exal tación m íst ica comod e alegría y d e candidez .
El in terior de la iglesia estaba revocadº cº n una
torpeza e ignºrancia repul sivas .
Mºlduras d e tºdas clases,aj edrezadas y lº sanj ea
d as ; ñ ligranas de los capi teles , grecas y _
ad ornos h a
b ían quedadº ºcultºs bajº una capa de yesº .
Estaban d e sesterand o la igle sia; re inaba en ellaun desºrden ex travagan te . Encima de un sepulcrode alabastrº se ve ía un mºntón d e si l las y d e palºs ;sºbre la mesa d e l altar hab ían dejado un fardo dealfombras arrº llad as . Oss orio salió al claus trº y seen tretuvo en contemplar lºs capiteles rºmán icos :aqu í se veían guerreros con espadas en lamano , haciendo una matanza d e chicºs ; allá , luchas entrehombres y animales fantást icºs ; en ºtro ladº , laperd iz cºn cabeza humana
,de tan extraña leyenda
arqueºlógica .
Comº ya no l lovía , Fernando volvió a sal i r endirecc ión a las afueras d e l pueblº pºr un camino encuesta que ba jaba hacia e l barrancº p º r dºnde
Piº E ARO IA
cº n sus p inác ulos ennegrecid º s ; rºdeada de casas
pard uzcas , más abajº cºrría la almenad a mural la ,desde el acueducto , que se ve ía únicamente por suparte al ta , hasta un risco fron te ro , a aquel en el cualse levantaba e l Alcázar. Se o ía el ru idº del arrºyºque murmuraba en el fondº del barrancº .
Se nublaba; de vez en cuando sal ía el sº l e ilum inaba tºdo con una luz de oro pál ido .
Ossº riº se levantó d el suelo ; a medida que andaba ve ía el barranco más macizº de fºllaje ; e l Alcá
za r, s in e l aspectº d e repintado que ten ía al sºl , seensombrec ía : semejaba un casti l lº de la EdadMedia.
El arrºyº d e los Clamores , al acercarse al ríº ,re sº naba con mugido más poderºso .
En una hendedura del mºnte , unas mujeres an
d raj o sas charlaban sentadas en el suelo ; una deellas , barbuda , de ºjºs encarnados , ten ía una sarténsobre una hºguera de asti llas , que echaba un humoirrespirable .
Fernandº pasó un puente ; s igu iº pº r una carretera , próxima a un cºnventº , y subió al descampadºd e una iglesia que le sal ió al camino , en dºnde había una cruz de p iedra . Se sen tó e n el escalón deésta .
La igles ia , que ten ía en la puerta , en azulejos , e scri fo <Capilla de la Veracruz » , era románica y deb íade ser muy antigua ; tenía adosada una torre cuadrada . y en la parte d e atrás , tres ábsides pequeñºs .
Para Fernando , ºfrec ía más encanto que la cº n
templació n de la cap illa la vista del pueblº , que sedestacaba sºbre la masa verde d e fºllaj e , cº ntº r
neánd º se , recortándose en el cielº gri s d e acero yde ópalo .
CAMINO DE PERFECCIÓN
Había en aquel verdºr , que servía de pedestal ala ciudad , una infin ita gradación de matices : e l »verde esmeralda de los á lamºs , el de sus ramas nuevas , más claro y más frescº , e l sºmbr íº de algunºsp inºs l ejanºs , y el amari ll ento de las lºmas cubier
tas de césped .
E ra una sinfon ía de tºnºs suaves , dulces ; una
gradación finís ima que se perd ía y termi naba en lafaj a azulada del hºrizºnte .E l pueblo entero parecía brotar de un bºsque ,
con sus casas amari llentas , ictéricas , de maderaj eal descubie rtº , de tej ado s viej os , roñosos cºmºmanchas de sangre coagulada , y sus casas nuevascon blancºs paredones de mampostería , pers ianasverdes y tej ados roj izos de cº lºr de ladri l lº rec i énhechº .
Ve íanse a e spaldas de l pueblo lomas calvas , baj as col i nas , blancas , de º cre , v ioláceas , de si ena…alguna que ºtra mancha rºja .
El caminº , d e un color violeta , sub ía hacia Zamarramala ; pasaban por él hºmbres y muj eres ,ellas con e l re fagº de cºlºr sºbre la cabeza , e llosl levando del rº nzal las caballe rías .A la pues ta del so l , el cie lo se despejo ; nubes
fundi das al rºj o blanco aparec ie rºn en el pon iente .
Sobre la incand escencia de las nube s he ri das pº rel sº l , se alargaban otras de plomo , inmóvi le s , extrañas. E ra un cie lo heroicº; hac ia el ladº de la noche el hºrizonte ten ía un mati z verde espl éndido .
Lº s p ináculos de la catedral parecían c ipreses dealgún cementeriº .
Obscureció más ; comenzarºn a brillar los farolesen el pueblo .
El verde de los chopos y de lº s á lamºs se hizo
PÍO BAR OJA
negruzco ; e l de las lºmas , cubiertas d e césped , se
matizó de un tºnº rºj izº al refl ejar las nubes incend íadas d e l hºrizonte ; las lºmas , rapadas y calvas ,tºmarºn un tin te blanquecino , cadavérico .
Sonaron campanas en una igles ia ; le cºntestarºnal poco tiempº las de la catedral con el retumbar d elas suyas .
Era la hºra d e l Angelus .
El Alcázar parec ía , sobre su risco afi ladº , el cast i l lo d e prºa de un barcoPº r la noche , en la puerta de la pºsada d e l Po
tro , un arriero jºven cantaba malagueñas , acompa
ñánd º se con la gui tarra
Cuandº yº era criminalen lo s mºn tes d e Toledº ,10 primerº que rºbéfueron unos ºjºs negros .
Y al rasguear de la gui tarra se oían cancioneslángu idas , d e muerte , de una tri steza enfermiza , º
j otas bru tales , sangrientas , repuls ivas , cºmº la hojabri llante de una navaja .
XV I I
A la mañana s igui ente , d e madrugada , sal iº Fernand º de casa. Había en el aire matinal del pueblº ,además de su frescura , un o lº rcillº a pajar muyagradable . Pasó por la call e de San Franci scº a
CAMINO DE PERFECCIÓN
preguntar en la posada de Vizca ínº s pº r un arriero ,l lamado Polenti nos , que i ba a Madrid en su carrº ;y cºmº la pºsada d e Vizca ínº s estuvi ese cerrada ,s iguió andandº hasta la p laza de l Azoguej º .
Volvió al pocº rato cal le arriba , en tró en la pºsada y preguntó p º r Polen ti nos . Estaba ya preparando el carrº para sal i r .Nicolás Polentinos era un hombre bajº , forn ido ,
d e cara ancha , c º n un cuel lo cºmo un tºrº , los ºjosgri se s , l ºs labiºs gruesºs , bel fos . Llevaba un som
bre rº charro de tela,de esºs sºmbreros que , pues
tos sºbre una cabeza redºnda , parecen el planetaSaturnº rodeado de su a n i llº . Vestía traj e pardº ybºtas hasta medi a p i erna .
—¿ E s usted e l señor Polen ti nos?
— Para servi rle .
— Me han dichº en la pºsada del Pº trº que va
usted a Madrid e n carrº .
S i , señor.
¿Qui ere us ted l levarme ?
¿Y por qué nº ? ¿Es un caprichº ?
Si .— Pues nº hay incºnven i en te . Yº salgº ahºra
mismº .
Buenº . Ya arreglaremos lº del prec iº .
— Cuand º usted qui e ra .
¿Pºr dónde i remºs ?Pues de aqu í á La Granj a , y por la ven ta d e
Navacerrada a sali r hacia Tº rre lod ones , y de allá ,pasandº pºr Las Rºzas y Aravaca , a Madrid . Esposible que yº n º en tre en Madrid — añadió Polentinos tengo que i r a I l lescas a ver a una hija .
—¿Y por qué no va usted en tren?
—¿Para qué ? Nº tengº prisa .
PÍO BAROJA
¿Cuán tas leguas tenemºs de aqu í a Madrid ?Trece o catºrce .
¿Y de Marid a Illeséas?Unas seis leguas .
Pusieron unas tablas en el carrº , y , sentado enellas Fernandº , cº n lº s pies dentrº de la bolsa d e lcarrº , y Polentinos en el varal , bajaron por la cal led e San Franci scº has ta tomar la carretera.
Va a hacer mucho calor — dij o Polentinos .
¿Si?
¡Vaya !Mald itº
”
sea . Y esº será malº para el cam
po , ¿eh ?— E n
'
e sta épºca , pues , ya nº le hace dañº alcampo .
— Y la cºsecha , ¿qué ta l e s ? — preguntó Fernando
p º r entrar en conversación .
— Por aquí nº es como pensábamos en el m e s demayo y hasta med iadºs de j unio , p º r causa de lasmuchas lluvias y fuertes vi entºs , que nº s tumbó e l
pan cri adº en tierra fuerte antes de sal ir l a espiga ,y no ha podido criarse el granº ; y a lo que no le hasucedido estº , los aires lº han arrebatado .
E ra el hablar de Polentinos cachazudo y sentencioso .
Parecía un hºmbre que no se pod ía extrañar denada .
A pºcº de salir vi erºn una cuadri l la de segadoresque venían por un caminº entre las mieses .
¿Estos serán gallegos? — preguntó Ossorio .
S í .
! ué vida más horri ble la de esta gente.
¡Bah ! Tºdas las vidas sº n malas — dijo Pº lentinos .
CAMINO DE PERFECCIÓN
Perº la del que sufre es peor que la del que gºza .
¡Gozar ! ¿Y quién es el que gºza en la vida?
Mucha gente . Creº
¿Usted loYº , sí . ¿Usted n º ?
Le di ré a usted . Y nº es que yo qu iera enseñarle a usted nada , porque usted ha estudi adº y yosoy un rústicº ; perº , tamb i én a m i modº , he vis tºy observado a lgº
,y creo
,la verdad , que cuan to más
se ti ene más se de sea. y nunca se encuentra unosati sfecho .
— Sí , esº es ciertº .
— Es que la vida — prosiguió e l señºr Nicºlásdespués de todo , nº es
_
nad a . A ! fi n y al cabo , lomismo d e ser pºbre que ser ricº ; ¿qui én sabe? , puedeser que valga más ser pobre .
—¿Cree usted ? — pregun tó cº n suave i ron ía O sso
ri º,y se tend ió sºbre las maderas d e l carro , apoyó
la cabeza en un saco y se pusº a cºntemplar el fondº d e l tºldº .
— Pues qué , ¿los ri cºs nº t i enen penas ? Yº , algunas vece s , cuandº vengº a Segovia de Sepúlveda ,que es dºnde vivº , y vº y al teatrº , arriba , al para ísº , suelo pensar : Y qué bien deben de encontrars elas señoras y lº s caba llerº s de lº s palcºs ; y d e s
pués se me ocurre que también el los ti enen sus penas cºmº nosotros .
— Pero , por si acasº , tºdo el mundº quiere se r
r icº , buen amigº .
— S í , es verdad , porque todo e l mundº quieregºzar de lº s placeres , y siempre se desea algº . A m i
me pasó lo mi smº ; hasta los veintic incº años fuipastºr, y en mi pequeñez y en mi mi seria , pue s yave usted , viv ía bien . De vez en cuandº ten ía tres o
98 PÍO BAROJA
cuatro duros para gastarlos ; pero se me metro enla cabeza que había de hacer dinero , y empecé acºmprar ganado aquí y a venderlo allá ; primero enSepúlveda y en Segºvia , después en Valencia , en
Sevi l la y en Barcelona , y ahºra mi hijº vende ganadº ya en Francia; tengº mi casa y algunºs miles d eduros ahorrados , y nº crea usted qu e sºy más fel i z que antes . Hay muchos disgustºs y muchas tri stezas .
— S í , ¿eh ?— Vaya . Mire usted , cuandº se casar on mis hijas
m e hice yº este cargo . Si le s dºy su parte e s posibl e que se olviden de m í; pero s i no se la d oy e s
pºs ibl e que lleguen a encºn trar que tardo en mo
rirm e . Hice las reparticiºnes , y a cada h ija su parte . Bueno , pues p º r unas cercas que entraron e n la
repartición , y pºrque a un arrendador le perdonaba
yº veinticincº º cuaren ta reales al añº , este yernºde I lle scas, ¿ sabe usted lo que hace ? , pues nada :despi de al que estaba en la cerca , a un viejo queera un buen pagadºr y amigº m íº , y pone all í aunº que quisº ser verdugo y ha sidº carcelero en
l a vi lla de Santa María de Nieva . Figúrese ustedqué hºmbre será el tal , que . e l vi ejo al tener quedejar la cerca le advierte que e l fruto d e lo s huertec illº s , unas jud ías y unas patatas sºn suyos , comola burra que dejó en el corral , y el hombre que quiso ser verdugº le arranca toda la fruta y todas lashortal izas . Le escrib º estº a mi yernº , y dice élque ti ene razón , y mi h ija se pone a su favºr en estacuestión y en todas . Y la otra hija , lo mismo . Des
pués de haber hechº lº que he podido por e llas . Laúnica que me qui ere es la menor , perº la pºbre e s
desgraciada .
PIO BAROJA
XV I I I
Llegarºn antes d e l mediod ia a La Granja y comicron lºs dºs en una casa d e cºmidas . Pº r la tardefueron a ver los jardines , que en el fi losófi cº arrieronº hicieron impresión alguna .
A Fernandº , tºdas aque l las fuentes de gustº francés ; aquellas estatuas de bronce de lº s Padres ríos ,cº n las barbas rizadas ; aquellas imi taciºnes de Grecia , pasadas pºr el fi l tro d e Versal les ; aquellas esfi nge s de cinc blanqueadº , peinadas a lo Mad . Pom
pad our , le parecieron completamente repulsivas , deun gusto barrocº , antipático y si n gracia .
Sal ieron de La Granja y pº r la nºche l legaron aun pueblº ; durmieron en la pºsada , y a la mañanas igui ente , antes de que se hici ese de día , aparej arº nlas mulas , las engancharon y sal ierºn d e l pueblo .
La luz eléctrica bri llaba en los alerºs de las casuchas negruzcas , débi l y descolorida ; la luna i luminaba el valle y plateaba el vaho que salía de lat i erra húmeda .
En e l campº obscuro rebri llaban como el azoguecharcºs y regueros que corrían cºmo culebri l las .
En un redi l ve íase un rebañº de ºvejas blanqu inegras , y cubiertºs cº n una gran manta lºs pastores ,a qui enes se ve ía rebull i r debajºEl camino trazaba una curva . Desde lejºs se ve ía
e l pueblo cº n sus casas e n mºn tón y las paredesblancas pºr la luna .
CAMINO DE PERFECCIÓN
Pasando pº r Torrelºdones y Las Rºzas , l l egarona Aravaca por la tarde , y de aqu í , pº r la Puerta deHierro , decidi erºn segui r por e l paseº de los Melancól icos , que pasa pº r entre e l Campº del Mºrº y laCasa d e Campº , s i n parar en Madrid .
El d ía era domingº . A la caída de la tarde , entredos luces , l legarºn a la Puerta de H i errº . Hacía uncalºr sofocante .En el cie lo , haci a el Pardº , se ve ía una faja rºj iza
de cº lºr de cºbre .En la Casa de Campo , por encima de la tap i a
blanca , aparecían masas de fºllaj e , que en sus bord es se destacaban sºbre el ci elo con las ram itas d elos árboles cºmo las fi ligranas esculp idas en las pi ed ras de una catedral .En e l ríº , s i n agua , cº n d º s º tres hilillº s negruz
cº s , s e ve ían casetas h echas de esparto y se le
vantaba de all í una peste del ci eno impºs ible d eaguantar .En lºs merenderos de la Bombil l a se nºtaba un
mºv imientº y una algarab ía grandes .
El cam inº estaba ll enº de polvº . Cuando llegaronen e l carrº , cerca de la Estación del Nºrte , habíaanochecido .
Nº se veía Madrid , envuelto cºmo estaba en una
nube de polvº . A largºs trechos bri l laban los farole srºdeadºs de un nimbo luminoso .
La gente tºrnaba de pasear , de d ivertirs e , d ecreer, por lº menos , que se había diverti do , pasand o la tarde apri s i onado en un traj e de dºmi ngº ,bailando al cºmpás de las notas ch illonas de un o r
gan illº .
En“
los tranvías , hºmbres , mujeres y chicºs , sudorosos , l l enºs de polvº , luchaban a empujones , a bra
102 Píº BAROJA
zº partidº , para entrar y ºcupar el interiºr º las
plataformas d e lºs cºches , y cuandº és tºs se pºn íanen mºvimientº , rebºsan tes de carne , se perd ían d e
vi sta pronto en la gasa de calºr y de pºlvº que l lenaba e l aire .
La atmósfera estaba encalmada , asfix iante ; la multitud se atropellaba , gri taba , se inj uriaba , qu 12a sm
tiendo lºs nerviºs irri tados pºr e l calºr .Aquel anochecer , l lenº de vaho , de pºlvº , de gri
to s , d e ma l olºr; con e l cielº bajº , pesado , asfixiante , vagamen te rºj izo ; aquel la atmósfera , que se mas
caba al resp i rar; aquella gen te endomingada , quesub ía e n grupºs hacia e l pueblº , daba una sensac iónabrumadºra , aplastan te , de mºlestia desesperada , d emalestar, de verdadera repuls ión .
¿Es I l lescas ? — preguntó Fernandº .
S i , e s Ill escas ? — contes tó Polen ti nos .
Se ve ía desde lejºs e l Hospital de la Cari dad y laalta torre d e la Asunción , recortándose sobre el ci elºazul blanquecinº luminºsº , y a los pies d e la tºrreun montón pardusco de tejadºs .
Un caminº polvori ento , con álamºs raqu ít icos ,subía hacia la igles ia .
Tºmaron por la alameda y fuerºn acercándºse alpueblo , que parecía dormido profundamente bajo un
I o4 PÍO BAROJA
Fernandº se acercº a la gran verj a cen tral , pin _
tarraj ead a , plateresca , que dividía e l templo , y vióen e l fondº unas vie jas vestidas de negrº que andaban d e un ladº a otro . Salió de allá, y en el pat iºse encºntró cº n Polentinos .
Entraron a cºmer en la confi tería , que era al mismo tiempº fºnda . El cºmedºr era un cuartuch º em
papelad o con papel amaril lo , cºn unas banque tas dep ercalina roja.
Pº r entre las cºrtinas se ve ía un trºzº de tapi ablanca que reverberaba pº r e l sºl . Una nube de mo scas revoloteaban en e l aire y se depositaban en masas negras sobre la mesa .
Polentinos hablaba con tri s teza de su h lj a la jorobad ita , ¡que e ra más buena laLa i nfel iz comprendía que nº se pºdría casar, y
todo su ideal e ra i r a Segovia y pºner allí una_
c_á;
charrería . Se despidierºn afectuosamente Polen tinosy Fernando .
¿Qué va usted a hacer — l e dijo Polentinos .
Me voy a Tºledo .
— Tiene usted más de treinta ! i lómetrºs desde
— No me impºrta .
¿Perº va usted a i r a pie ?
Sal ió a e so d e las cuatrº .
El pai saj e de lºs alrededºres era tri ste ,“
llanº . E s
taban en lº s campºs tri llando y aven tando . Saliód e l pueblo pºr una alameda raqu íti ca de árboless ecºs .
Al acercarse a la estacion VIO pasar e l tren ; e n lº sandenes nº hab ía nadie .
C ºmenzó a andar; se ve ían lºmas blancas , triga
CAMINO DE PERFECCIÓN
le s rºj izºs , ºl ivos polvorientos ; el suelº se unía cone l hºrizºnte por una l ínea recta .
Bajº el ci elº de un azul i ntensº , turbado pºr vá
pº res blancºs comº sal idos de un horno , se ensan
chaba la tierra , una ti erra blanca calci nada p º r e l
sol , y luegº , campos de trigº , y campºs de trigo deuna entºnación gri s pardusca , que se extendíanhasta el l ími te del horizonte ; a lº lej ºs , alguna tºrrese l evan taba juntº a un pueblº; se ve ían lº s ol ivose n los cerros , al i neados cºmo soldados en fº rma
ción , l lenºs de pºlvº ; algunº que ºtrº chaparrº , a l
gunº que ºtrº viñedº polvor iento .
Y a medida que avanzaba la tard e calurºsa , e lciclo i ba quedándºse más blancº .
Se ntíase all í una solid iñcació n del repºsº , algoi nconmovible , que nº pudiera admiti r n i la pº s ib ilid ad del movimientº . En lº altº de una lºma , unarecua de mulas tri stes , cansadas , pasaban a lo l ej oslevantandº nubes de pºlvo ; el arriero , montado ene ima d e una de las caballe rías , s e destacaba agrandad o en e l ci elo roj izo del crepúsculo , cºmo gigante deedad preh istórica que cabalgara sºbre un megaterio .
El aire era cada vez más p esadº , más quietº .
En algunas partes estaban segando .
Eran de una melancolía terrible aquel las lomasamari l las , d e una amari llez cruda calcárea , y la ohd ulac ión de los altos trigºs .
Pensar que un hombre tenía que ir segando todºaquello con un sº l de plano , daba ganas , sólo pore sº , de hu ir de una tie rra en dºnde el sº l cegaba ,en dºnde lºs ojºs no pºd ían descansar un momentºcºntemplando algo verde , algo jugºsº , en donde latierra era blanca y blancos también y po lvori entoslos ºl ivºs y las
Piº BAROJA
Fernando se acercó a un pueblo rºdeado de lºmasy hº nd onad as amaril las , ya segad as .
En uno d e aquellos campºs pastaban toros blancos y negros .
El pueblº se destacaba cº n su iglesia de ladri l lo yunas cuantas tap ias y casas blancas que parec íanhuesºs calcinados por un sol de fuegº .
Ve íanse las eras cubiertas de parvas doradas ; trillaban , subidos sºbre lo s tril los arrastrados pºr caballejos , lº s chicos , derechos , s in cae rse , gallardoscomº romanºs e n un carrº guerrero , haciendº evo
luc iº nar sus caballºs cº n mil vueltas ; a los ladºs delas eras se amon tonaban la s gavi llas en las hacinas ,y , a lº lejºs , se secaba e l trigº en lº s amari llentostre sna le s .
Pº r las sendas , entre rastrºjºs , pasaban s iluetasde hombres y de mujeres denegridos ; ven ían pºr e l
caminº carretas cargadas hasta e l tºpe de pajacortada .
Nubes d e polvº formaban torbell inos en el aire encalmado , i nmóvi l , que vibraba en lº s o ídos p º r e l
calºr.Las piedras blanquecinas , las ti erras grises , casi
incoloras , vomitaban fuegº .
Fernandº , con lº s ºjos doloridos y turbados porla luz , miraba entornando lº s párpados . Le parec íae l paisaj e un lugar de supl iciº , quemadº pºr un sº lde infi ernº .
Le picaban lº s º jos , estornudaba con el ºlºr dela paja seca , y se le l lenaba de lágrimas la cara .
Un rebañº de ovejas gri ses , también polvºrientas ,se desparramaba p º r unos rastrºj ºs .
Fué º bscurec iend º .
Fernando dejó atrás e l pueblº .
Píº BAROJA
suelo recubierto d e cascajo , conducía a un patiºgrande , l impio y bien blanqueadº , cº n techumbre decristaleria en forma d e l i nterna .
En el patio se abrían varias puertas : la de lascuadras , la de la cºcina , y ºtras , y desde él subía laescalera para lº s pisºs altºs d e la casa . Era e l patiºe l cen tro de la posada : all í estaba la artesa para lavar la rºpa, el alj ibe cº n su pila para que bebiese elganado ; all í aparej aban los arrieros lº s caballºs ylas mulas , y all í se hacía la tertul ia en e l veranº al'
anochecer.En aquella hºra , : el pati o estaba desie rto ; llamº
Ossorio varias veces , y apareció e l posadero , hombre bajº y regordete
,que abrió una de las puertas ,
la d e l cºmedor, e hizº pasar a Fernando a un cuarto largo , estrechº , cº n una mesa también larga enmed io , d º s pequeña s a lº s lados , y en el fondo d º sarmarios grandes y pe sad º tes , l lenºs de vaj i l la pintarraj ead a de Talavera .
De sayunó se Fernando , y sal iº a Zº cº d º ver .
La luz d e l sºl le produjº un efectº d e dºlºr en lº sºjºs , y , algo mareado , se sen tó e n un banco .
Una turba de chiqui llos famélicos se acercó a él .—¿Quiere usted Ver la Cate d rai , San Juan de lº s
Reyes , la S inagºga?— No , no quierº ver nada .
Una buena fºnda; un intérpre te .
No , nada .
.M urz'
ú, muszu,deme usted un 3 12 — gri taban
ºtrºs chiquil lºs .
Fernandº vo lv10 a la posada y se acostó pron to .
A ! d ía s igui ente se encºntró cºn que nº pºd ía abri rlos ojos de inflamados que nuevamente lº s ten ía , yse quedó en la cama .
CAMINO DE PERFECCIÓN
La gente del mesón le dej aba solº , s in cu idarsemás que de l levarle la cºmida .
En aquel estado era un flujº de pen samientos e lque l legaba a su cerebro .
De ºptimi sta pensaba que aquella enfermedad ,lº s d ías hºrrib les que estaba pasando , podían s er
d irigidºs para él pºr e l de stino , con un móvi l bueno ,a fi n de que se mejorase su espíritu . Después , cº mono admitía una voluntad superiºr que dirigiera losdesti nºs de l ºs hºmbres , pensaba que , aunque lasdesgracias y las enfermedades en s i nº tuviesen unºbjeto mºral , e l i ndividuº pºd ía dárselos , puestº quelos acontecim ientos no ti enen más valºr que aque l
que s e l es qu iere conceder.O tras veces hubiera desead o dormir. Pasar tºda la
vida durmiendº con un sueño agradable , ¡qué fel icidad ! ¡Y s i el sueño no tuvi era ensueñº s ! E ntonce r
aun fel icidad mayor. Pero comº el sueño está prenad o de vida , pºrque en las hºnduras de e sa …muerted iaria se vive s in cºnciencia de que se vive, al despertar Ossº riº y al no hacer gastº de su energ ía n i
de su fuerza , e sta energ ía se transformaba en su ce
rebro en un i r y veni r de ideas , de pensamien tºs , d eproyectos , en un continuº ºleaj e de cuestiones , quesalían enredadas cºmº las cerezas , cuando se ti radel rabito de una de ellas .
Decía , por ej emplº , incº nscien temente , en voz
alta , quejándose :—¡Ay , qué vida ésta !
Y el cerebrº , automáticamente , hacía e l comentariº .
—¿Qué e s la vida? ¿ ! ué e s vivi r? ¿Moverse , ver, o
el movimiento an ímico que prºduce el senti r? Indud ablemente , es estº : una huella en el alma , una es
I 10 Píº BAROJA
tela en el espíri tu , y , entºnces , ¿qué importa que lascausas de es ta huella , de esta estela , vengan delmundo de aden trº º del mundo d e afuera? Además ,e l mundº de afuera no exi ste ; tiene la real idad que
yo le quiero dar. Y , sin embargo , ¡qué vida ésta másasquerºsa !
X X I
Cuando comenzó a sentirs e mejº r , c ºmpró unasan tiparras negras , que le tapaban por cºmpleto losoj os , y cºn ellas pues tas paseaba todºs los d ías enZoco d º ve r , a la sºmbra , entre empleados , cadetes ycomercian tes de la ciudad ; ve ia a los chiquillºs quel legaban pºr e l Miradero , voceando lº s periódicosd e Madrid , y , comº nº le in teresaban abso lutame n
te nada las nºt icias que pudieran tener, nº lº s cº mpraba .
El primer d ía que se encontró ya bi en , decid iomarcharse de la posada e i r a la casa de huéspedes
que le hab ía recºmendadº e l hombre en cºmpañ íad e l cual fué a Tºledo . Se levantó de madrugada ,comº cas i todºs los d ías , s e desayunó con un bartº lillo que cºmpró en una ti enda de all í cerca , sal ióa Zº cod over , y , callejeando , l legó a la plaza de lasCapuchinas , cerca de la cual le hab ían indicadº quese hallaba la casa de huéspedes ; la encºn tró , perºestaba cerrada . Volvió de aquí para allá , . a fi n de
I ¡ 2 Píº BAROJA
za; cogieron mujeres y chicºs los cántarºs en laacera de la calleju ela , y se acercarºn con ellº s a lafuenteDespués de cºntemplar el espectáculº , pensó Fer
nando que estar ía ya abie rta la casa .
A pesar de que sabía que estaba cerca de las Cápuchina5 , d e l a cal l e de las Te nd illas y de ºtra quepasa pºr San ta Leocadia y Santo Dºmingo e l antiguo , se perdió a pºcºs metrºs de di s tancia , y tuvoque dar muchas vueltas para encºn trarla .
Entró Fernandº en el ºbscuro zaguán , llamó lacampani lla , y ,
abierta la puerta,pasó a un pat io , nº
muy grande , cºn el suelo d e baldºsa encarnada .
En el centro había unºs cuantºs evonymus , y enun ángulo un alj ibe . En unº de lo s ladºs es taba lapuerta d e l pisº bajº , que daba a una galería estrecha 0 pasil lº cº n ventanas , en una de las cuales sesuj etaba la cuerda , que al t i rar de ella abría la puerta d e l zaguán ; d e l pasi l lo partía la escalera , que e raclara , con una gran l interna d e cristales en el techo ,que dejaba pasar la claridad del sºl .En e l pisº altº vivía la patrona; e l bajº lº tenía
alquiladº a otra familia .
La casa era grande y bastan te ºbscura , pues aun
que daba a una calle y ten ía un patio en mediº , estaba rodeada de casas más al ta s que nº la dejabanrecibi r e l sºl .Desde que se entraba
, olíase a una planta rústica ,quemada , que recordaba lº s olºres de las sacristías .
Fernandº preguntó en el piso bajº pºr la casa dedºña Antºnia , y le indicarºn que subiera al principal .All í se encºntró con la patrona , una mujer grue
sa , frescota , d e unos tre inta y cinco a cuaren ta añºs ,
CAM INO DE PERFECCIÓN I I 3
de cara redºnda y pál ida , ojºs negrºs , voluptuosos ,y modº de hablar un tantº l ibre .
Su marido era empleado e n el Ayuntamientº , unhombre baj itº
,charlatán y moved izo , al que vió sá
l i r Fernandº para i r a la ºfi cina .
Nº tuvi erºn que discuti r n i cºndic iones n i preci o ,
porque a Ossº riº le pareció todº muy barato ; y pº rla tarde abandºnó la posada y fué a i nstalarse en lacasa nueva .
El cuarto que ºcupó Fernandº era un cuarto lar
gº , para entrar en el cual hab ía que subir unºs e sca lone s ; e s taba blanqueadº y ten ía más altº el techºque las demás habi taci ºne s de la casa . El balcón , degran sal ien te , daba a una callejuela e s tre ch ís ima , yparec ía que se podía d ar la manº cº n e l vecinº deenfrente , un cura vi ejo , al to y escuál ido , que pº r lastardes sal ía a una azºtea pequeña , y paseandode un lado a ºtrº y rezandº , s e pasaba las horasmuertas .
En el cuartº había una cómºda grande , y sobreel la , en mediº , una Virgen del Pi lar de yesº , y a lº sladºs , fanales de cris ta l , y dentrº de ellos , rami lle teshechos de conchitas pequeñas , pegadas unas a ºtras ,imi tando margaritas , rºsas , s i emprevivas , ab i ertas ºen capullº , en mediº d e un follaj e espeso , fºrmadopor hojas de papel verde , descoloridas pº r la acciónd e l ti empº .
El cuartº de Fernandº estaba fren te a una e scalera d e ladri l lº que conducía a la cºcina y a ºtrºs
cuartos grandes , y que segu ía después hastaun terrado .
a e ra de varias tablas sºsten idas pº r d º sntad º s de verde .
blem e nte , dºña Antºn i a , viendº a Fernan
8
1 14 PÍO BAROJA
do tan preocupado y distra ídº , le hab ía puestº en
el peºr cuarto d e la casa .
Cº m ía Ossº riº casi s iempre sºlº , muchº más tem
pranº que lºs demás huéspedes .En aquellas horas nº solía haber en el comedºr
mas que una vieja , ci ega y chocha , que tenía un as
pecto de bruja d e Goya , cºn la cara l lena de arru
gas y la barba d e pelºs , que hac ía muecas y se reíahablando a un niñº recién nacid º que l levaba enbrazºs ; la vi eja sºl ía venir cº n una muchachi ta , hij ad e la casa , d e aspecto m onj il , aunque muy sºnriente ,que muchas veces le serv ía la cºmida a Fernando .
Se sentaba la abueli ta en una s illa , la muchachatra ía el niñº , se lº en tregaba a la vi eja , y ésta pasabahºras y hºras cºn él .
¡Qué de cºsas se d irían s in hablarse aquellas dosalmas ! — pensaba Fernando y si , efectivamente ,l as almas primitivas sº n las que mejor pueden cº .
mun icarse si n la palabra , ¡qué de cosas no se diríanaquéHas !
Un día , mientras estaba comiendo , Fernandº hablócon la vieja :
—¿E s usted d e Tºledº ? — l e preguntó .
— No . Sº y de Sºnseca .
—¿Pero vive usted aqu í?
— Unas veces aqu í, cº n mi hijº ; ºtras , c º n mi hija ,
en Sºnseca .
— E sa criatura , ¿es su nietº?— S í, señºr.Entró la muchachita
,la h ij a de la patrºna , que
serv ía algunas veces la mesa , y , dirigi éndºse a laanciana, murmuró
— Abuela, ¡a ver s i no pºne usted as í al chicº , quelº va usted a tirar al suelº !
I I 6 PÍO BAROJA
tº ? — Y miró a Fernandº con una expre sron de ale
gría , d e dulzura , de seren idad .
Para la muchacha aquella , lo ún icº impºrtantepara casarse e ra saber el arreglo d e la casa .
Era interesante la niña; sobre tº d º , ¿nuy mºna . Se
l lamaba Ad ela .
A primera vi sta, nº parecía una precios idad ; perofij ándose b ien en ella , iban notándose perfecciones .
Su cabeza rubia , de tez muy blanca , hubiera pºdidºs e r d e un ángel de Rubens , algº anémico .
El cuerpº , a través d el vestid o , d aba la impresión d ese r blandº , l in fát ico , perezºsº en sus mºvimientºs .
E ra la chica hacendosa por gus to , y se pasaba e l
d ía haciendº trabajºs y di l igencias,pºrque nº le
gustaba estar s in hacer nada .
Nº cºnºcía las calle s de Toledº . Se había pasadºla vida sin sali r de casa .
La mayor parte de los d ías , de las Capuchinas acasa , y de casa a las Capuchinas , era su únicº paseº .
De vez en cuando , algún d ía de fi esta iba cº n supadre por el caminº d e la Fábrica , bajaban por cerca d e la Dipu tación , tºmaban pº r el presidiº antiguº ,a sal ir al paseº de Merchan , y vºlvían a ca sa . Estae ra su vid a .
Quizá aquel ai slamientº le permi tía tener un carácter alegre .
Fernando , que hab ía nºtadº que cºmiendo tem
pranº le servía la comida Adela , pºrque la criadavieja sol ía estar ocupada , iba a casa antes de la sdoce . En la comida hablaba cº n la abuela de Sº nseca y c º n Adela , y para dis imularse el p lacer queesto le daba , se dec ía a sí mismº seriamente :
— Aprendo en las palabras de la vi eja y de laniña la senci l lez y la p iedad .
CAM INO DE PERFECCIÓN
X X I !
A las dºs a tres semanas de es tar en casa d e
doña Anton ia, cºmenzó Fernandº a cºnocer y a in t imar cº n lºs demás huéspedes .
Había d os curas en la casa,un muchachº te n ie n
te y un regi strador de un pueblº i nmed iatº , cº n sumadre .
De los d os curas , el unº , dºn Manuel , ten ía una
cara ce ñud a y sombría , abultada ,d e torpes faccio
nes . Era hombre de unos cuarenta y cinco añºs,de
cuerpo al to y rºbustº,de pocas palabras
,y és tas
con frecuencia acres y malhumoradas ; parecía esta rd i straídº s i empre .
La patrºna , en e l senº de la confi anza , supºn íaque estaba enamºradº . Quizá estaba enamºradº dealgui en º d e algº , pºrque se hallaba cont i nuamentefuera d e la real idad . Sin embargº , no ten ía nada demísticº .
Se contaba e n la casa que , aunque cumpl ía s i empre su misión escrupulºsamen te , no e ra muy celºsº .
Además , nº cºnfesaba nunca .
Un d ía me tiene us ted que cºnfesar, dºn Manuel — l e d ij o la patrona .
No , señºra — l e cºnt estó d on Manuel cº n vio
le nc ia no tengº ganas d e e nsuc iarme e l almaEl otrº cura , d on Pedro Nuñº , e ra tºdo lº cº n
trario de d on Manuel : amable , sºnriente , afi cionadºa la arqueolog ía , perº a fi ciºnadº con verdaderºfurºr.
PÍO BAROJA
Ossorio fué a vi s i ta r una vez a este cura , y viendoque le acogía muy bien , de5pue
'
s de comer echabacon él un p árrafo , tocando de paso todos lo s puntoshumanos y divinos de la rel igión y de la ciencia .
El despacho de don Pedro Nuño daba por dosventanas a la calle , y e ra e l mejor de la casa .
El suelo era de una combinación de ladri l los en
carnad os y blancos ; en las paredes había un zócalod e azulej os árabes.Guardaba don Pedro en su gabinete un monetario
completo de monedas romanas que hab ía cole ccio
nado en Tarragona , y una porción d e l ibros viejosencuadernados en pergamino .
A pesar de su afición por las cosas art isticas , ten ía una noción clara , aunque un tanto d e sd eñosa ,
d e las actuales . S in darse cuenta , e ra un volteriano.
La idea de arte había substituid o en él toda ideareligi osa .
Si le dejaba hablar, y hablaba con mucha gracia ,con acento andaluz , duro , aspirando mucho las haches
,s e deslizaba hasta considerar la Iglesi a como la
gran i nst itución protectora de las artes y de lasci encias
,y se perm itía bromas sobre las cosas más
santas . Si se trataba de atacar las ideas religiosas ,que él d eb ía tener , aunque no las tenía , entonces sel e hubiera tomado por un fanático completo .
Más que la irreligios id ad — que en algunos no lemolestaba por completo , e l Dz
'
ccz'
onan'
o F i losófico ,d e Voltaire , lo citaba mucho en sus escri tos le in
dignaban algunas cosas nuevas ; e l neocri stianismo
de Tolstoi , por ejemplo , d el cual tenía noti ci as poralgunas criticas de revistas , le sacaban de quici o .
Para él , aquel noble señor ruso era un infatuadoy un vanidoso que ten ia talento , él no lo negaba ,
PÍO BAROJA
ad emás con la criada de su casa, y como ésta quedara embarazada , quiso que su hijo se casaracon ella .
Don Teodoro protestó , y con su madre se fué aMadrid , hizo oposiciones y las ganó .
Muchos d e es tos detalles le contaban a Fernando
por la tarde en el cuarto e n donde cos ían las muj eres d e la casa , i ncluso la vieja criada .
De aquellas conversaciones comprendía Ossorioclaramen te que Toledo no era ya la ciudad m ísticasoñada por él , sino un pueblo secularizado , s in am
b iente d e mist icismo alguno .
Só lo por e l aspecto art ís t ico de la ciudad pod iacolegirse una fe que en las conciencias ya no existía .
Los caciques , dedicados al chanchullo ; los”
com e r
e íante s , al robo ; los Curas , la mayoría de ellos con
sus barraganas , pasando la vida desde la igles ia alcafé , jugando al mon te , lamen tándose con tinuam ente d e su poco sueldo ; la inmoralidad , reinando ; la fe ,
aus ente , y para apaciguar a Dios , unos cuantos ca
nó nigos cantando a voz en gri to en e l coro , mientrashacían la digest ión d e la comida abundante , servida
por alguna buena hembra .
XX I I I
Comenzó a andar sin rumbo por las call ejuelas encuesta .
Se hab ía nublado ; e l ci elo , d e color plomizo , am e
nazaba tormenta . Aunque Fernando conocía Toledo
CAMINO DE PE RF E CCIÓN
por haber e stado vari as veces en él , no podía ori entarse nunca; asi que fué sin saber el encontrarse ce rca de Santo Tomé , y una casualidad hallar la igles iaab i erta . Sal ían en aquel momento unos i nglese s . Laigle sia es taba obscura . Fernando entró . En la capi lla ,
baj o la cúpula blanca , en donde se encuen tra E l enter7*am z
'
en to d el cond e d e Orgaz ,apenas se ve ía ;
una luz débi l s eñalaba vagamen te las fi guras d e l
cuadro . Ossorio completaba con su imaginación 10
que no pod ía percib i r con lo s Oj os . Allá en el cen t ¡ odel cuadro veia a San Esteban , protomárt i r, con su
áurea capa de diácono , y e n e lla , bordada la escenade su lap id ac ió n , y San Agust ín , el santo ob ispo d eHipona , con su barba de patriarca blanca y ligeracomo humo d e i nci enso , que rozaba la mej il la d e lmuerto .
Reves ti dos con todas sus pompas l itúrgicas , dabansepul tura a l conde d e O rgaz y contemplaban la m ilagrosa escena , monj es , sacerdotes y caballeros .
En e l ambiente obscuro d e la capi lla e l cu adroaquel parec ía una oquedad lóbrega , tenebrosa , hab itad a po r fantasmas i nqu ietos , i nmóvi les, pensativos .
Las llamaradas cárd cnas de los blandone s flotaban vagamente en el aire , dolorosas como almasen pena .
De la gloria , abierta al rompers e por e l Angel d ela Guarda las nubes macizas que separan el ci e lo d ela t i erra , no se ve ian mas que manchones negros ,confusos .
De pronto , lo s cri stal es de la cúpu la de la cap illafueron heridos por el sol , y en tró un torrente de luzdorada e n la igl esia . Las fi guras d e l Cuadro sal ie ronde su cueva .
1 22 PÍO BAROJA
Bri l ló la mitra obispal de San Agustín con todossus bordados , con todas sus pedrerías ; resaltó sobrela capa pluvial del santo obispo de Hipona la cabeza dolorida d e l de Orgaz , y su cuerpo , recub iertode repujada coraza mi lanesa , sus brazaletes y guard abrazos , sus manoplas , que empuñaron e l fe n
diente .
En hilera colocados , sobre las rizadas gorgue rasespañolas , apareci eron severos personaj es , almasd e sombra , almas duras y enérgicas , rodeadas d eun nimbo de pensamien to y d e dolorosas angustias .
El misterio y la duda se cern ían sobre las pál idafrentes .
Algo aterrado d e la impres i ó n que le producíaaquello
,Fernando levantó los ojos , y en la gloria
abierta por e l ángel d e grandes alas , sintió deseansar sus ojos y descansar su alma en las al turas d onde mora la Madre rodeada d e eucarística blancura e ne l fondo de la Luz Eterna .
Fernando sintió como un lat igazo en sus nervios ,y salió d e l a iglesia .
XX IV
Un domingo por la mañana , al levantarse , vi o
Fernando en casa a la o tra hija de su patrona y henmana de Adela .Jba Teresa la educanda del Colegi ode Doncellas Noble s
,todos los domingos a pasar e l
d ía con sus padre s .
I 24 PÍO BAROJA'
Teresa con tó lo que pasaba e n e l Colegio .
La superiora e ra perrís ima; la rectora también ten ía más ma l genio . Entre las mayores hab ía una quedirigía la cocina¿ otras , las labores.
— Pero ¿viven ustedes todas juntas , o en cuartos ?—Cada una e n su cuarto , y no nos reunimos m as
que para comer y rezar. ¡Es más Cadacuatro jóvenes t i enen una mayor que las di rige , a la
que l lamamos t ía .
— Y usted , ¿qué p i ensa hacer? ¿Sali r d e l colegio ,para casarse o meterse monja?
S í , monja … d e tres en celda — repl icó Adela ,creyendo que la frase deb ía d e tener mucha malicia .
— Yo quis iera casarme — dijo Teresa con unhombre muy rico . A mi me entusiasman las ba tas d ecolor d e rosa , y las perlas y los brillantes Luego ,ri éndose , añadió :— ¡Ya sé que no m e casará sino conun pobre tó n l ¡Que le s zurzan a los ricos con hi lon egro !
— Pues yo —manifestó Adela quisiera una ca
s i ta en un cigarra ! y un marido que m e quisiera mu
ch ís im o , y que yo l e qui siera much ísimo , y—Hija , qué pe rrísima ere s —repuso la colegiala ,
y rodeó el cuello de Adela con su brazo y la atrajohacia s í.
— Déjame , muchacha .
— No qui ero,de castigo .
—¿A que no puede usted con ella? — preguntó
Fernando a Teresa , señalando a su hermana .
—¿ ! ue no ? ¡Vaya ! Y la estrechó entre sus bra
zos , sujetándola y be suque ánd ola .
E ra aquella Adel ita muy decidida y muy valien
te , no callaba nada d e lo que la pasaba por la ima
CAMINO DE PERFECCIÓN
ginac ¡ on . Volvi eron a hablar Teresa y Adela de novios y d e amoríos .
—¿Pero qué? — d ijo Fernando ¿d os muchachas
tan_bonitas como ustedes no ti enen ya sus re specti
vos galanes algún gallardo to ledano; alguno d eSonseca? …
—¿Los de Son más cazue los —con
testó Teresa .
Durante todo el d ía oyó Fernando la charla d e lasdos
,i nterrumpida por carreras que daban por los
pas i llos de la casa, y por no pocas di scu siones yri ñas . Sobre todo , Adela , aquella muchacha tan va
l ien te y decid ida , era muy agradable y s impáti ca .
— Yo no he estado en Madrid — l e decía a Fernando antes de marcharse al colegio , con los oj osverdes bri l lantes ¡Debe ser más bon i to ! - añad ia
juntando las manos y sonri endo .
X X V
A los d os meses de estar e n Toledo , Fernando seencontraba más excitado que en Madrid .
En él infl uían de un modo profundo las vibracio
nes largas de las campanas , el s i l en cio y la sol edadque iba a buscar por todas partes .
En la igle si a , en algunos momentos , sentía que sel e ll enaba n los ojos de lágrimas ; en otros seguíamurmurando por lo bajo , con e l pueblo , la sarta delati nes de una letan ía o las oraciones d e la misa .
1 26 PÍO BAROJA
El no cre ía n i dejaba de creer . El hubiese queridoque aquella rel igión tan grandiosa , tan art ística , hubiera ocultado sus dogmas
,sus creencias , y no se
hubiera manifestado en e l l enguaj e vulgar y frío delos hombres , s ino en perfumes d e i nci enso , en murmullos d e l órgano , en soledad , en poes ía , en s i l encio . Y as í , los hombres , que no pueden comprenderla divinidad , la sen tirían en su alma , vaga , lej ana ,dulce , s in amenazas , brisa ligera de la tarde que refresca el d ía ardoroso y cál ido .
Y , después , pensaba que qu iza esta idea era deun gran sensualismo
,y que en e l fondo de una re
ligión as í , como él la señalaba , no hab ía mas que e lculto de los sentidos . Pero , ¿por qué los sentidos hab ian de considerarse como algo bajo , s iendo fuentesde la idea , medios de comunicación del alma d e lhombre con e l alma del mundo?Muchas veces , al estar en la iglesia , le entraban
grandes ganas de l lorar, y lloraba .
—¡Ohl Ya es toy purifi cado de mis dudas
dec ía a sí mismo Ha venido la fe a mi alma.
Pero , al sali r de la igles ia a la calle , se encontraba sin un átomo de fe en la cabeza . La religión prod ucía en él el mismo efecto que la música : le hac íallorar , le emocionaba con los altares e5plénd id amente i luminados , con l os rumores del órgano , con el sileucio ll eno de misterio , con los borbotones de humoperfumado que sale de los i ncensarios .Pero que no le expl i caran , que no le dij eran que
todo aquello se hacía para no ir al i nfi erno y no quemarse en lagos de azufre l íquido y calderas de pezderretida ; que no le hablasen , que no le razonasen ,porque la palabra e s el enemigo del sentimiento; queno trataran de imbuírle un dogma; que no le d ijeran
PÍO BAROJA
desde al lá, por la Vega Baja , haci a la puerta V l
Sagra .
E ra una mañana de octubre . El paisaj e allí , con
los árboles desnudos d e hojas , ten ía una s implic ¡
d ad mís tica . A la derecha veía las viejas murallasde la antigua Toledo ; a la izqu ierda , a lo lejos , e l
río con sus aguas d e color d e l imo; más lej os , lali la d e árboles que l o denunciaban , y algunas casasblancas y algunos mol inos de ori ll as d e l Tajo . E n
fren te , lomas desnudas , algo como un desi erto m isti co; a -un lado , e l hospi tal d e Afuera , y , part i endod e aquí , una larga fi la d e cipreses , que dibujabauna mancha alargada y negruzca en el horizonte . E l
suelo de la Vega estaba cubierto de roc ío . De algunos montones d e hoj as encendidas sal ían bocanadasd e humo negro , que pasaban rasando e l suelo .
Un torbell ino d e ideas melancólicas giraba en e l
cerebro d e Ossorio , i nformes , i ndefi nidas . Se fué
acercando al hospi tal de Afuera , y e n uno d e lo s
bancos d e la Vega se sentó a descansar. Desde alláse veía Toledo , la imperial Toledo , envuel ta en n ie
blas , que se iban di sipando lentamente , con sus torre s y sus e spad añas y sus paredones blancos .
Fernando no conocía de aquellas torres mas quela d e la catedral ; las demás las confund ía; no pod íasuponer d e dónde eran .
Acababan de abrir la puerta del hosp ital deAfuera .
Fernando recordaba que allí dentro hab ía algo ,aunque no sab ía qué .
Atravesó e l zaguán y pasó a un patio con galer íassostenidas por columnas a los lados , l leno d e si lencio , de majestad , de tranqui lo y venerable reposo .
Estaba el patio soli tario ; sonaban las p isadas en las
CAMINO DE PERFECCIÓN 1 29
losas , claras y huecas . Enfrente hab ía una puertaabierta , que daba acceso a la igles ia . Era ésta grandey fría . En medio , cerca del presbi terio , se destacaba lamesa d e mármol blanco de un sepulcro . A un ladodel altar mayor , una hermana de la Caridad , sub idaen una escaleril la , arreglaba una lámpara de cristalroj o . Su cuerpo , pequeño , delgado , cubierto de háb ito azul , apenas se ve ía ; en cambio , la toca , grande ,blanca , almidonada , parecía las alas blancas e i nmaculad as de un cisne .
A la derecha d e l altar mayor , en uno de lo s colaterale s , había un Cuadro d e l Greco , resquebrajado ;las figuras , todas alargadas , extrañas , con las p iernas torc idas .
A Fernando le l lamó la atenc ion ; pero estaba másimpres ionado por e l sepulcro , que le parecía una
concepción de lo más genial y val iente .
La cara d e l muerto , que no pod ía verse mas quede perfi l , produc ía verdadera angusti a . Estaba , i ndud ablem ente , sacada de un vaciado hecho en el cad áver; tenía la nariz curva y delgada; el l abio superior,hinchado ; e l i nferior , hundido ; e l párpado cubría amedias e l oj o , que daba la sensación de ser vidrioso .
La hermana de la Caridad se le acercó , y con
acento francés le dijo :— Es e l sepulcro del cardenal Tavera . Ah í está e l
retrato del mismo , hecho por el Greco .
Fernando entró en el presbi te ri o .
Al lado d erecho d e l altar mayor e staba : e ra unmarco pequeño que encerraba un espectro , de expres ión terrible , de color terroso , de frente estrecha ,pómulos sal ientes
,mandíbula afi lada y prognata .
Vestía muceta roja , manga blanca debajo ; la manoderecha , extendida junto al birre te cardenalici o ; l a
9
PÍO .BAROJA
izquierda,apoyada d e5pó t icam ente en un libro . Sa
lió Fernando de la igles ia y se sentó en un bancodel paseo . El sol sal ía del seno de las nubes , que loocultaban .
Ve íase la ciudad destacarse lentamente sobre lacol ina en e l azul puro d e l ci elo , con sus torres , suscampanarios
,sus cúpulas
,sus largos y blancos li en
zos de pared de los conventos , l lenos de celos ías , sustejados roj izos
,todo calcinado , dorado por e l sol d e
los siglos y d e los siglos ; parec ía una ciudad d e cristal en aquella atmósfera tan l impia y pura . Fernandosoñaba y o ía el campaneo de las igle sias que llamaban a misa .
El sol ascend ía en el cielo ; las ventanas de lascasas parecían llenarse de l lamas . Toledo se destacóen el ci elo lleno d e nubes las colinasamari llearon y se d oraron ,
las láp idas d e l antiguocamposanto lanzaron destellos al Volvió Fe rnando hacia e l pueblo , pasó por la puerta Visagra ydespués por la del Sol . Desde la cuesta del Miraderose veía la l ínea vali ente formada por la igles ia mudej ar de Santiago d e l Arrabal , dorada por el so l ;luego , la puerta Visagra , con sus dos torres , y al ult imo , e l hospital de Afuera .
XXV I
Aquella m isma tarde , en una l i brería religiosa dela calle d el Comercio , compró Fernando los ej erciciosd e San Ignac io de Loyola .
PÍO BAROJA
que he tenido no eran un aviso de la Providencia .
Debo ser un esp íri tu rel igioso . Por eso , quizá , no me
he podido adaptar a la vida . Busquemos el d e scubrir lo que hay en e l fondo del alma ; debajo de laspreocupaciones ; debajo d e los pensamientos ; másallá del dominio d e las ideas .
Y a medida que iban pasando los d ías tenía neces idad d e sent i r la fe que le atravesara el corazóncomo con una espada d e oro .
Ten ía , también , la neces idad de humillarse , de desahogar su pecho llorando , d e suplicar a un poder sobre natural , a algo que pudiera o írle , aunque no fuera personal izado .
XXV I I
Un d ía que Fernando paseaba en el Zoco d ove r ,vió ven i r hacia él un muchacho teniente , amigo suyo ,que se le acercó , le alargó la mano y se la apretóco n e fusión .
— Fernando , ¿tú por aqu í?Ossorio conoc ía desde niño al teniente Arévalo ,
pero no con gran intimidad .
Se pusi eron a charlar, y al i rse para casa Fem ando dij o al teniente
— No te convido a comer, porque aquí se comebastante mal .
—Hombre , no importa; vamos allá .
CAMINO DE PERFECC IÓN I
A Fernando le molestaba Arévalo , porque pensaba que querría darse tono en tre la gente bonachona y si lenciosa de la casa d e huéspedes . Se sentarona la
'
mesa. El ten i ente habló de la vida de Toledo ;de los juegos d e aj edrez en el café Imperial ; de lospaseos por la Vega. En e l teatro de Rojas no se sostenían las compañías .
Había ido una que echaba dos dramas por func ión ; pus ieron e l p recio de la butaca a se i s reale s yno fué nadi e .
Sólo los sábados y los domingos había una buenaentrada en e l teatro . En el pueblo no había soci edad ,la gente no s e reun ía, las muchachas se pasaban lavida en su casa .
S e interrump 10 el ten i en te para hacer una pregunta de doble i n tención a Adela , la hija de la casa , quele contestó s in mal i cia alguna .
Dej a ya a la muchacha — l e d ijo irri tado Fernando .
¡Ah ! vamos . Te gusta y no qu ieres que otro lad iga nad a . Bueno , hombre , bueno ; por e so no re ñ i
remos — y e l teni ente s igu ió hablando d e la vida deToledo con verdadera rabia .
Sal i eron Arévalo y Ossorio a pas ear . Arévaloquería l levar a Fernando a cualquier café y pasarseall í la tarde jugando al dominó . Fueron bajando hacia la Puerta del Sol . Junto a ésta había una casi tapequeña de color de salmón , con las ventanas cerrad as , y el
"
ten iente propuso entrar all í a Fernando .
—¿Qué casa es és ta ? — d i jo Ossorio .
— Es una casa d e muchachas alegres . La casa d ela S ixta . Una mujer que bai la la danza d e l vientreque es una maravi lla . ¿Vamos ?
PIO BAR OJA
¿Has hecho voto de castidad?
¿Por qué no?— Chico , tú no estás como antes — murmuró el te
niente Has vari ado mucho .
— Es posible .
—
¿Y quieres que pasemos la tarde andando po rcallejuelas en cuesta? Pues e s un porvenir , ch ico .
Fernando es tuvo por deci rl e que le dejara y sefuese ; pero se cal ló , porque Arévalo cre ía que e ra
una obligación suya impedi r que Fernando se abu
rriera .
—¡Hombre ! — d ijo e l teniente tengo un proyec
to ; vamos al Gobi erno c iv i l.—¿A qué?
— Veremos al gobernador . Es un hombre muybarbian .
Fernando trató d e oponerse , pero Arévalo no diósu brazo a torcer. Habían de ir donde decía él o s ino se incomod aba .
Se fueron acercando a l Gobi erno civi l . Atrave saron un corredor que daba la vuelta a un patio ; su
bieron por una escalera rui nosa y preguntaron por elgobernador .No se hab ía l evan tado aún .
— Sigue madri leño — murmuró e l teni ente sonHendo .
Podían pasar al despacho ; Arévalo hizo algunasconsideraciones humorísticas acerca de aquel gobernador reñnad o ,
'
am ígo de placeres , gran señor e n
sus hábitos y costumbres , que dorm ía a pie rna suelta en el enorme y destartalado palacio a las tres d ela tarde .
El despacho del gobernador e ra un salón grande ,tapizado de roj o , con d os balcones . En el testero
PÍO BAROJA
En esto entró e l gobernadº r, vestido d e negro .
E ra un hombre d e mediana estatura , de barbanegra , ojos tri stes , morunos , boca son ri ente y voz
gruesa .
Saludó a Arévalo y al otro señor , cambió unascuan tas frases amables con Fernando , se sentó a la
mesa , hizo sonar un timbre , y al conserj e que sepresentó l e dijo
— Que vengan a la fi rma .
Se presen taron unos cuantos señores , con unmontón d e exped ientes debajo d e l brazo , y e l gobernador empezó a fi rmar vertiginosamen te .
—¿Ve usted ese retrato de Al fonso XI I? — d ijo a
Fernando e l pedagogo Pues es todo un s ímbolod e nue stra España .
—¡Hombre ! Y ¿cómo es e so ?
— Es un retrato que ti ene su his toria . Fué primitivam ente retrato de Amadeo , ves tido d e capi tángeneral ; vino la Repúbl ica , se arrincon ó e l cuadro ysirvió d e mampara en una chimenea; l legó la Restaurac ió n , y e l gobernador de aquel la época mandóborrar la cabeza de Amadeo y substi tuírla por la d eAlfonso . Es pos ible que ésta d e ahora sea substi tu ída por alguna o tra cabeza . Es el s ímbolo d e la E spaña .
No hab ía acabado de deci r esto , cuando entró e l
secre tario e n la sala y habló al o ído del gobernador .
! ue esperen un poco , y cuando concluya d efi rmar que pasen — dijo és te .
Se retiraron los empleados con sus mamotretosdebajo del brazo , y entraron en la sala los ind ividuos d e una comisión d el Ayuntamiento d e un pueblo que ven ían a quejars e del cura de la local idad .
El gobernador, volteriano en sus ideas , engrosó la
CAM INO DE PERFECCIÓN
voz y les d ijo que é l no pod ía hacer nada en aque lasunto .
¿Cre ian que el cura hab ía faltado ? Pues le procesaban , i n stru ían expediente y le llevaban a pres id io .
Los del Ayu ntamiento , que comprendían que
nada de aquel lo s e podía hace r, marcharon cabizba
j os y cariacontecid 05 .
Al sal ir éstos , entró un señor grueso , baj i to , muyelegante , con botas de charol y chaleco blanco , quehabló a med ia voz y riéndose con el gobernador.Concluyó dici endo— Usted hace lo qu e quiera ; a m i me los han ré
comendado las monj as .
El gobernador hiz'
o sonar e l ttmbre , entró su se
cre tario y le dij o— Diga usted a esos señores que pasen .
Aparecieron dos curas en la puer ta y saludaron atodos haciendo grandes za l emas .
—¿Cómo es tá su excelenci a?
No me den ustede s tra tamiento — d ijo el gobernador , después de es trechar las manos a lo s dosVamos aqu í .Y se fué a hablar con e llos al hueco de uno de los
balcones .
E l grupo d el ten iente Aré valo , e l pedagogo yFernando s e había engrosado con e l señor gordo ded e las botas de charol y d el chaleco blanco .
Ossorio , interrogado por e l pedagogo , contó la impres ión que le había producido un convento al amane ce r.
El señor baj o y gordo , que d ij o que e ra méd ico ,a l o ír que Ossorio cre ía en la e spiri tual idad d e lasm onjas , dijo con una voz impregnada de iron ía :
¡Las monjas ! S i ; son cas i todas zafi as y si n
I 3 8 PÍO BAROJA
educación alguna . Ya no hay señoritas ricas y educadas en los cony entos .
— S í . Son mujeres que no tienen e l valor de hace rse lavanderas — afi rmó e l pedagogo y vienen alos conventos a vivi r s in trabajar .
— Yo las i nsto — conti nuó el señor grueso para
que coman carne . ¡Ca ! Pues no lo hacen . Mueren lamar; como chinch es . Luego ya no tienen n i di nero ,
ni ren tas ; viven diez o doce en caserones grandescomo cuarteles , en unas celdas estrechas , mal ol i ente s , con e l piso d e piedra , si n que tengan n i una éste ri lla , ni nada que resguarde los pies de la frialdad .
— A m í m e gustaría verlas — dijo el tenienteDebe d e haber algunas guapas .
— No , no lo crea usted . Si no estuviéramos en
Adviento — repl ico el médico yo les l levaría a uste d e s ; pero ya no ti ene i nterés .
De pronto se oyó la voz d e uno de los curas que ,en tono de predicador decía : — Todo el mundo tienederecho a se r l ibre menos la Iglesia , y ¿e sa es la l ibe rtad tan decantada?E l gobernador le dijo que hiciera lo que quisiese ,
que él no hab ía de tomar cartas en el asunto , y lesacompañó a los d os curas hasta la puerta .
El teniente y Fernando se despidi eron d e l gobernador; y éste les i nv i tó a comer con él , dos d íasdespués .
PÍO BAROJA
Uno dec ía que era un hereje , otro que un modern ista . Arévalo se encogió d e hombros : él cre ía quee l cadernal arzobispo era un majadero; se aseguraba
que cre ía en la suges tión a distancia y en el hipnotismo , y que deseaba que el clero español estudiaray se instruyese .
Con este obj eto enviaba a algunos curas jovenesal extranj eroHab ía tenido la idea de fundar un gran period ico
demócrata y cató l ico al mismo t i empo ; pero n inguno d e lo s obi spos y arzobispos le secundó , y e l deSevi lla dij o que aquél e ra el camino de la herej ía .
Se empezaron a contar anécdotas d e l arzobispo .
A uno l e había dicho :
¡R íase usted de los masones ! Eso es un espantago que i nven tan los reaccionarios .
A un canónigo muy i lustrado le d ijº , en confi an
za , que , entre San —Pablo y San Pedro , él hubieraelegido a San Pablo .
E ra un hombre demócrata que hablaba con lasmujeres de la call e . Arévalo segu ía encogi éndos e d ehombros y creyendo que e ra un majadero .
El pedagogo dijo que el an terior arzobispo , conociendo los in stintos ambiciosos del actual , decía :
Si é l es L aga r lg'
j o, yo soy F ra scuelo .
Se celebró la anécdota tanto como la exposiciond e la base social .
En tiempo d e agitacxon— concluyó diciendo e l
médico este arzobi spo sería capaz de hacer independiente de Roma la Igles ia española y erigirsePapa .
Se habló d e las ventajas que esto tendría paraToledo , y después se di scu tió si esta ciudad te n íaverdadero carácter m ístico .
CAMINO DE PERFECCIÓN
El gobernador aseguró que el pueblo castel lano noe ra
'
un pueblo arti s ta .
Decía que Toledo , lo mi smo q ue está puesto en
medio de la Mancha , podía estar en medio de Ma
rruecos , repleto de obras art ís ti cas de maestros alemanes
,i tal i anos , gri egos , o discípulos de és tos , si n
que e l pueblo las admi rase , provin i endo aquel arted e l instinto
'
d e luj o de los cabi ldos .
Así , en Toledo se advertía un arte d e aluwon , s inra íz en la ti e rra manchega , adusta , s eca , anti artística .
Arévalo no veía en Toledo mas que una ciudadaburrida , una de las muchas cap itales de provinciaespañola donde no se puede vivi r.El pedagogo la l lamaba la ciudad de la muerte :
era e l título que , según él , mejor cuadraba a Toledo .
Después se ci tó a l Greco . A lguién contó que d o spintores impres ioni stas , uno catalán y el otro vas
congad o , hab ían ido a ver e l E ntierro d e! cond e d eOrgaz de noche , a la luz de los ci rios .
—¿Vamos nosotros , a ver qué efecto hace? — d 1j o
Arévalo .
— Vamos — repuso e l gobernador Que le avisen al sacri stán para que nos abra .
H izo sonar el timbre , dió recado a un portero , s el evantaron todos de la mesa y se pusi eron los gabanes .
Fernando se estremeció s i n saber por qué . Le párec ia una i rreverencia monstruosa i r a ve r aquel cuad ro con e l cerebro en turbiado por los vapores d e lvino . Pensaba en aquella ciudad de sus sueños
,l lena
de recuerdos y de tradiciones , poblada por la burgue s ía estúpida , gobernada espiri tualmente por uncardenal baud elerereo y un gobernador volteriano .
142 PÍO BAROJA
Al sal ir d e l Gobierno era de noche . Se dirigi eron
por las calle juelas tortuosas hacia San to Tomé .
La puerta d e la igle sia es taba entornada; fueronen trando todos . El sacristán tenía encendidos los d osc iriale s , y , entre él y su hijo , los l evantaron hasta laaltura d el cuadro .
Fuera por exci tación d e su cerebro o porque lasllamaradas de los cirios i luminaban de una maneratétrica las fi guras d e l cuad ro , Ossor io sin t ió una impresión terrible , y tuvo que sentarse en la obscuri
d ad , en un banco , y cerrar los ojos .
Sali eron de allá; fueron al Gobierno civi l , y en lapuerta se despidieron .
Fernando ten ía la seguridad de que no podríadormirse , y comenzó a d ar vueltas y vueltas por e l
pueblo . Se encontró en los alrededores de la cárcel .Bo rd e ó el Tajo por un camino alto . En el fondo deambas oril las bri llaba el río como una cin ta de acero a la luz vaga del anochecer, unida a la luz de l aluna .
A l segui r andando se veía ensancharse e l río y sedivisaban las casitas blancas d e los molinos ; después , cerca d e las presas , las ori l las d e l Tajo se éstrechaban entre paredones amari l lentos cortados apico .
Se hizo d e noche , y la luna se l evantó en e l cielo,
i luminando los taludes pedregosos d e las ori l las , eh izo bri l lar con un resplandor d e azoge al río e strecho , encajonado en una angos ta garganta , y queluego se ve ía extenderse por la vega .
Fernando sent ía el vértigo al mirar para abajo a l
fondo d e l barranco , en donde e l río parec ía ir l imand o los cimien tos de Toledo .
Siguió hacia e l puente de Alcántara . El agua sal
1 44 PÍO BAROJA
Fernando expresó su deseo .
Se lo pregun taré a la madre superiora — con
testó la monja .
Mien tras esperaba , Fernando paseó por e l zaguán ,
e n donde sonaban sus pisadas como en hueco .
Por el montan te de una puerta se ve ía parte d e ljard ín d e l convento .
Al poco t i empo se oyó la voz d e la monja , quepreguntaba
—¿Está usted ah í?
— S í , he rmana .
— La madre superiora dice que puede usted pasar , s iempre que entre en la iglesia con el respe to d ebid o y haga todas las reverencias ante e l Sant ísimoSacramento .
— Descuide usted , hermana , las haré .Se separó del torno al decir esto ; advirtió a la por
tera la respuesta afi rmat iva de la monja ; tomó éstauna l lave grande , y le dijo a Fernando :
— Bueno , vámonos .
Sal ieron a dar la vuelta al convento .
—
¿Cuántas monj as hay aqu í? — preguntó Fernando .
— No hay mas que trece desde hace much ís imotiemp º .
—¿ E s que no viene n inguna nueva a profesar?
— S í , han venido varias , pero ha dado la casualid ad d e que , cuando se han reunido catorce , ha muerto alguna , y han vuelto a ser trece .
— Es ex traño .
Dieron vuelta al convento , hasta l legar a la plaza ,en la cual estaba colocada la igl esia .
Fernando tomó el agua bendita , y se arrodi lló delan te d e l al tar .
CAM INO DE PERFECCIÓN
Fué mirando los cuadros .
En el re tab lo mayor , tallado y esculpido por e l
Gre co , en el i nte rcolumnio , se ve ía , medio ocultopor un a ltarce te de mal gus to , un cuadro del Greco ,
con fi guras de más de tamaño natural , fi rm ado enlatín .
Recordó que le hab ían dicho que aquel cuadro noe ra d el Greco , s i no la cop ia de otro que hab ía estad o en aquel lugar , y que se lo hab ía l levado , con elasentimiento de las monjas , un infante de España .
Admiró después,en lo s re tablos colaterale s , d os
cuadros que l e pareci eron maravillosos : una R esar reecz
'
ón y un Nacim iento , y se acercó al púlpi tode la igles ia a ver una Vero
'
m'
ca pi n tada al blancoy negro .
A l acercars e al púlp i to v ió frente al altar mayor ,e n la parte de atrás de la iglesi a , d os rej as de pocaa ltu ra , y , a través de e l las , el coro , con una s i lleríad e madera tallada y e l . techo l l eno de artesonadosadmirables .
En el ambi ente obscuro se veían tres monjas arrod i llad as , con el manto blanco como el p lumaje deuna paloma y la toca negra sobre la cabeza . A laluz tamizada y dulce que entraba cern ida por lasgrandes cortinas del coro , aquellas fi gura s ten ían las imetría y el contraste fuerte de claro—obscuro de unCuadro impres ion is ta .
Haci endo como que contemp laba el cuadro de laVerón ica , Ossorio se fué acercando a una de las re
j as di stra ídamente , y , cuando estaba cerca , miró hacia e l i nterior del coro .
Las tres monj as le lanzaron una oj eada escruta
dora .
La abadesa tuvo una mirada de de sdén observa
1 46—PI
'
O BAROJA
dor ; otra d e las monjas miró con curiosidad , y la te rcera lanzó a Fernand o una mirada con sus ojos ne
gros llenos d e pasión , d e tri steza y de orgullo . Nofué mas que un momento , pero Fernando s intióaquel la mirada en lo más íntimo d e su a lma .
La superiora se l evan tó d e su si l lón y extendiólos brazos para colocar bi en su hábi to , como un pájaro blanco que ext iende las alas ; las o tras d os mon
j as la s igui eron sin volver el rostro .
Después , en los d ías posteriores , iba Fernando ,por la mañana temprano , a o ír la misa d e l convento .
En la iglesia , que sol ía oler a cerrado , no hab íamas que algunas viejas enlutadas y algunos an
cianos .
Fernando o ía la misa , se colocaba cerca de ladobl e reja d e l coro , y ve ía a la monja a poca dista nc ia suya , rezando , con la toca negra , que servía demarco a una cara delgada , fi na , d e ojos bri llantes ,val ientes y orgullosos . Sus manos eran huesudas ,con los dedos largos , delgados , que , a l cruzarse losde una mano con la otra para rezar
, formaban comoun montón blanco de huesos .
Un d ía Fernando se decidió a escri bir a la monja .
Lo hizo as í, y fué a la portería del convento a convencer a la portera para que entregase la carta a lamonja .
Por la conversación que tuvo con la portera , comprendió que no haría nunca lo que él deseaba .
Lo único que averiguó fué que la monja pálida ,de ojos negros , al ta y delgada, se llamaba la hermana Desamparados , y que era la que tocaba el órganoy e l armonium en las fi estas .
Todos los días Ossorio iba dispuesto a entregarle
148 PIO BARO IA
Días después , Fernando buscó por todas partes alteni ente Arévalo , has ta que lo encon tró .
— Chico — le dijo necesito de t i . Tengo unaburrimiento mortal . Llévame a alguna parte que túconozcas .
— Veo que vuelves al buen camino . Comeremoshoy en casa de Granullaque plato s regionales , nadamás que platos regionales . Te presentaré d os muchachas que conozco muy amables . S i quieres , las convid amos a comer, ¿eh ?
— Sí.— Bueno . Entonces yo preparo todo , y tú me é s
peras en tu'
casa , adonde iré a recoge 1t e .
A las tres de la mañana se retiraron los dosamigos .
Al otro día se l evan tó Fernando a las doce , y nopudo asi stir , como acostumbraba , a la mi sa del convento .
Se encon traba débi l , turbado , sin fuerzas .
Apenas pudo comer , y después de levantarse dela mesa se dirigió en seguida al convento por vers i la iglesi a e staba abierta , como domingo ; pero ,vi endo que no lo estaba , comenzó a pasearse por lascallejuelas próximas .
Cerca había una plaza tri ste , soli taria , a la cualse l legaba recorri endo d os estrechos pasadizos , obseuros y tortuosos .
A un lado de la plaza. se veía la fachada de una
CAMINO DE PERFECCIÓN
igles i a con pórtico ba jo , sos ten ido por columnas dep iedra y cub ie rto con te chumbres de te jas ll enas demusgos .
En los otros lados , altas pare des de ladri l lo , conuna fi la d e celos ías junto al a lero , puertas hurañas ,ve ntanucas con rejas carcomidas en la parte baja …
Un si lencio d e campo rei naba en la plazoleta ; e l
gri to de algún ni ño o las p isadas d e l caballo d e al
gún aguador , que otras veces turbaban el cal ladoreposo
, no sonaban en e l a i re tranqu ilo d e aquel latarde dominguera , plácid a y tri ste . El ci elo e stabaazul
,l impio , sereno ; de vez en cuando llegaba d e
lejos e l murmullo del río , e l cacareo estri dente d ealgún gallo .
Mecánicamente Osso r io volv ía hacia e l conventoy le daba vueltas . Una de las veces advi rtió un ru
mo r a rezo que sal ía de las celos ías , y d e spués e l
t i nti neo d e una campan i lla .
Una impres ión d e tri s teza y d e nostalgia acometió su espíri tu , y escuchó d uran te algún ti empoaquel los suaves murmullos d e otra vida .
Inquieto e i ntranqui lo,s i n saber po r qué , con e l
corazón encogido por una tri steza si n causa , s in t ióuna gran agon ía en e l esp íri tu a l o ír las vibracioneslargas d e las campanas de la cated ral , y hac ía lasan ta igles ia encam inó sus pasos .
E ra la hora d e vísperas . La gran nave es taba ne
gra y silenciosa . Fernando se arrod il ló j unto a unacolumna . Sonó una hora e n e l gran y comenzaron a sal i r curas y canón igos de la sacri s t ía y adirigi rse a l coro .
Re sonó e l órgano ; se vieron bri l lar e n la obscur i
dad , por debajo d e los arcos d e la s i l lería , tal lados
po r Berruguete , luce s y más luces .
1 50 PÍO BAROJA
Después,precedi dos por un p ertiguero con peluca
blanca,calzón corto y la pértiga en la mano , que
re sonaba de un modo metál ico en las losas , sal ieronvari os canónigos con largas capas negras , acompa
ñand o a un cura reves tido d e capa pluvial .A los lados iban los monaguillos ; en e l ai re obs
curo de la iglesia se les ve ía avanzar a todos comofantasmas , y las nubes d e i ncienso sub ían al aire .
Toda la comitiva entró en la capilla mayor; searrodi llaron frente al altar, y e l que estaba reves ti docon la capa pluvial , de l íneas rígidas como las delas imágenes d e la s viejas p inturas bizant inas , tomóe l i ncen sario e i ncensó var ias veces e l al tar.Luego se dirigieron todos a la sacri st ía; d e sapa
re c ie ron en el la , y al poco rato volvieron a sali rpara en trar e n e l coro . Y empezaron los cán ticos
,
tristes , terribles , No hab ía nadie enla igl esia ; só lo de vez en cuando pasaba algunanegra y tortuosa sombra .
A l sali r Ossor io a la calle recorrió callejuelasbuscando en e l si lencio , l leno de misterio , d e lasigles ias emoción tan dulce que hac ía l legar las lágrimas a lo s ojos , y no la encontró .
Callej eando apareció en la puerta d e l Cambró n ,
después d e pasar po r cerca de Santa María la B lanca
,y desde allá , por la Vega , fué a la puerta Visa
gra,y paseó por la explanada d e l hosp ital d e Afue
ra . Al anochecer, desde allá , aparecía Toledo ,
severo , majes tuoso ; desde la cuesta del Miraderotomaba e l paisaj e d e los alrededore s un tono amarillo , cobrizo , como e l d e algunos cuadros del Greco ,que terminaba a l caer la tarde en un ti nte calcáreo ycad avéñ co .
En un café descansó un momento ; pero impulsa
PÍO BAROJA
Al pasar d e l cono de luz que daban las lámparasincandescentes , bri llaban la cruz y las l i stas doradasde la caja de una manera s iniestra
,y al en trar en la
zona de sombra , la caj a y el hombre se fundían e n
e n una si lueta confusa y negra. El hombre corríadando vueltas rápidamente a las esquinas .
Fernando pensaba :— Este hombre empieza a comprender que le s igo .
E s indudable .
Y dec ía después :Ah í van a enterrar una niña . Habrá muerto dul
cem e nte , soñando e n un ci elo que no exis te . ¿Y quéimporta? Ha s ido feliz
,más feliz que nosotros que
vivimos .
Y e l hombre segu ía corriendo con su ataúd alhombro , y Fernando detrás .
Después de una correría larga, desesperada , enque se i ban sucediendo a ambos lados tapias bajasblanqueadas , caserones grandes , obscuros , con losportales i luminados por una luz de la escalera , puertas claveteadas , grandes escudos , balcones y ventanas floridas
, e l hombre se dirigió a una casa blancaque hab ía a la derecha , que ten ía unos escalones enla puerta; y mientras esperaba , bajó e l ataúd desdesu hombro hasta apoyarlo derecho en uno de los e scalone s , e n donde sonó a hueco .
Llamó, se vió que se abría la madera de una ven
tana , dejando al abrirse un cuadro de luz , en dondeapareció una cabeza d e mujer.
—¿E s para aqu í esta caj i ta? — preguntó e l hombre .
—No ; e s más abajo : e n la casa de los e scalon e s — le contestaron .
Cog ió e l ataúd , lo colocó en e l hombro y sigu ioandando de prisa .
CAMINO DE PERFECCIÓN
—¡Qué impresi ón más tremenda habrá s ido la Ó
d eesta muj er a l ver la caja — pen só Fernando .
El hombre con su ataúd miraba vaci lando a unlado y a otro , hasta que vió próxima a un arco unacasa blanca con la puerta abi erta vagamente i lum inada . Se di rigió a ella y bajó la caja s i n hacer rui do .
Do s muj eres vi ejas sal i eron de un portal y se acercaron al hombre .
—¿E s para aquí e sa caja ?Sí debe ser. Es para una chiqui l la de s e i s a s i e
te años .
Si , en tonces e s aquí . Se conoce que se ha muerto la mayor . ¡ Pobrec ita l ¡Tan bon ita como era !Se escabul leron las viej as . El hombre llamó con
lo s dedos en la puerta y pregun tó con voz al ta :—
¿E s pa ra aquí una caj ita de muerto , de una
n iña?De den tro debie ron de con testarle que s í . El hom
bre fue subi endo la caj a , que , d e vez en cuando , ald ar un go lpe , _
hac ía un ruido a hueco terrib le . Fe r
nando se acercó al portal . No se oía adentro n i unavoz n i un l loro .
De pronto , el misteri o y la sombra parecieron arrojarse sobre su alma , y un e scalofrío recorrió su é s
palda y echó a correr,hacia e l p ueblo . Se sentía
loco , completamen te loco ; veía sombras por todaspartes . Se detuvo . Debajo de un farol es taba viendoe l fantasma d e un gigan te en la misma postura delas es tatuas yacentes de los en terramientos de l a cátedral , la e spad a ceñida a un lado y en la vaina , lavi sera alzada , las manos juntas sobre el pecho enacti tud humilde y supl icante , como corre spondía a
un guerrero muerto y vencido en e l campo de batalla . Desde aquel momento ya no Sup o lo que veía
río BAROJA
las paredes de las casas se alargaban , se achicaban ;en los portones en traban y salían sombras ; el vi entocantaba , gemía , cuchicheaba . Todas las locuras s e
hab ían desencadenado en las calles d e Toledo . Dispues to a luchar a brazo partido con aquella ola d e
sombras,d e fan tasmas , d e cosas extrañas que iban
a tragarle , a d evo rarle , se apoyó en un muro y espero A lo lejos oyó e l rumor d e un piano ; sal ía d euna d e aquellas casas solariegas ; prestó atención :tocaban Lo in d u Ba l .
Rendido , sin al i en to , entró a descansar en un cafégrande , tri s te , sol itario . Alrededor d e una estufa delcen tro s e calentaban d os mozos . Hablaban de quee n aquellos d ías iba a i r al teatro de Rojas una com
pañ ía d e teatro .
El café , grande , con sus p inturas dé testables y yacarcomidas
,y sus espejos d e marcos pobres , daba
una impresión de tri steza desoladora .
XXX I
Y usted , ¿dónde duerme ? — preguntó Ossorio aAdela .
En e l segundo piso .
—¿Sola , en su cuarto ?Sí .
¿Y no tiene us ted miedo ?
p ío E AR OJA
Fernando salió a la calle abrumado por deseos agud o s ; no encontraba ninguna idea moral en la cabezaque le hici ese des is ti r d e su proyecto .
— La muchacha e ra suya — pensaba él Es indudable. ¡Afuera escrúpulos ! La moral e s una estu
pi d ez. Satis facer un ansia , dejarse llevar po r un inst i nto , és más moral que contrariarlo .
El aire frío d e la noche , e n vez d e calmar su ex
citación , la agrandaba . Parecía que ten ía e l corazónhinchado .
— Es la vida — dec ía él que quiere seguir sucurso . ¿Quién soy yo para detener su corriente ? Hund ám onos en la i nconsci encia . En e l fondo e s ri d ícula ,e s vanidosa la virtud . Yo s iento un impulso que m e
l leva a e lla , como ella s ien te hoy impulso que laempuja hacia m i . Ni ella n i yo hemos creado esteimpulso . ¿Po r qué vamos a Oponernos a él ?Recorría , mientrastanto , las calles obscuras , los
La noche estaba fresca y húmeda .
— Es verdad que puede haber consecuencias parael la que para m í no exi sten . Estas consecuenciaspueden truncar la vida a e sa pobre muchacha de aspecto m onj il . ¿Y qué ? Nada , nada . Hay que cegarse .
Esta preocupación po r otro es una cobard ía . Esperaré e n un café .
Estuvo más d e una hora all í , s in poder coordinarsus pensamientos
,has ta que se levantó , decid ido .
Voy a casa — murmuró y salga lo que salga .
Se acercó a la plaza d e las Capuchinas,abrió la
puerta , subió las escaleras , entró e n su cuarto y apa
gó la luz .
E l corazón le lat ía con fuerza ; s e agitaban e n sucerebro , en una ebull ición loca
,pensamientos em
CAM INO DE PERPECCIÓN
brionario s , id eas co nfusas de un ideal i smo exaltado ,y recuerdos i ntensos gráfi cos de una pornografíamon struos a y repugnante .
Oyó c ómo se cerraban las puertas de los cuartos ;vió que se apagaba la luz.Al poco rato , Adela pasó por e l corredor a su
cuarto . Luego de esto , Fernando , si n zapatos , sal iód e su alcoba . Recorrió e l pas il lo , l l egó a la coc ina yempezó a sub ir la escalera .
Llegó al d e scans illo del cuarto de la muchacha .
La alcoba era muy pequeña , y tenía un ventan illoalto , que daba a la escalera .
Por él vi ó Fernando a la muchacha , que se pe rs ignaba y rezaba ante un altarillo formado por una
virgen de yeso , puesta sobre una columna , encima deuna cómoda grande y antigua . Fernando , que en su
turbación d iscurría con fri aldad , pensó :— Reza con fe . Esperemos .
La muchacha comenzó a desnudarse , mirando d evez en cuando hacía l a puerta . Se veía que estabain tranqui la . A veces miraba al vacío .
De pron to , la mi rada de los d os deb ió cruzarse .
Fernando , s i n pensar ya en nada , se acercó a la
puerta y empujó . Estaba cerrada .
—¿Quién ? — dij o el la , con voz ahogada.
— Yo ; abre — con testó Fernando .
La puerta ced ió .
Ossorio entró en el cuarto , cogió a la muchachaen sus brazos , la e strujó y la besó en la boca . La
l evantó en el ai re para dejarla en la cama , y al mirarla la vió pál ida , con una pal idez de muerto , quedoblaba la cabeza como un lirio tronchad o .
Entonces Fernando sintió un estremec im iento convulsivo , y le temblaron las pi ernas y le castañetea
l 58 p io BAROJA
ron los di en tes . Vió ráfagas d e luz , c írculos luminosos y espadas d e fuego . Temblando como un enfermo d e la medula , salió d e l cuarto , cerró la puerta ybajó a la cocina; d e al lí sal ió a l pasi l lo y entró en sualcoba . Se puso la s bo tas y sal ió a la calle , s iempretemblando , con las pi ernas vacilan tes .
La noche estaba fría , bri l laban las es tre llas en e l
cielo . Trataba d e coordinar sus movimien tos , y susmiembros no respond ían a su voluntad . Empezaba asen ti r un verdadero placer por no haberse dejadollevar por sus ins tin tos . No ; no e ra sólo el animal
que cumple una ley orgánica : e ra un esp íri tu , e ra una
conci encia .
¿Qué hubiese hecho la pobre muchacha , tan buena ,
tan apacible , tan sonriente?El hubiera podido casarse con ella , pero hubiesen
sido desgraciados los d os .
En aquel momento se acordó d e una muchachad e Yécora , a qui en hab ía seducido , aunque en susrelaciones n i cariño ni nad a semej an te hubo .
Nunca se hab ía acordado d e ella con tanta intens idad como entonces . Lo que no comprend ía es
cómo estuvo tanto ti empo sin que e l recuerdo deaquella muchacha le viniese a la mente .
Al pensar en la otra , la fi gura de Ad ela se perd ía ,y , en cambio , se grababa con una gran fuerza laimagen d e la muchacha d e Yécora .
Recordaba , como nunca li 5€t5'
éñ tonces la hubierarecordado , a Ascensión , la hija d e Tozenaque . Cuand o comenzó a pretend e rla es taba en una
época de furor sexual .A ella , que e ra bastan te boni ta , le gustaba coque
tear con los muchachos .
Duran te un período d e vacaciones , la persigu1o
1 60 PÍO BAROJA
Se hizo de noche; pasaban por delante de la ven
tan illa sombras de árboles , pedruscos de la pared d euna tri nchera.
Sali ó la luna en menguante . De vez en cuando , alpasar cerca de alguna estación , se ve ía vagamenteun molino de vien to que , con sus aspas al ai re , párec ia es ta r p idi endo socorro .
! terca de A lbacete entró un labriego con una niña ,a la que dejó tendida en un banco . La niña se durmió en seguida.
Su padre se puso a hablar con un aldeano . De
vez en cuando la ni ña abría los ojos , sonreía ylla
mada a su mamá .
— Ahora viene — l e dec ía Fernando , y la chiquil la volvía a dormirs e otra vez.El vagón presentaba un aspecto extraño : hombres
envueltos hasta la cabeza en mantas blancas y ama
rillas , aldeanos con sombrero ancho y calzón corto ;cestas , l íos , jaulas ; viej as , dormidas , con el refajopuesto por encima de la todo envuelto enuna atmósfera brumosa empañada por el humo d e ltabaco .
Sólo en un comportamiento en donde iban unasmuchachas se hablaba y se re ía .
Llegó e l tren al apeadero en donde Fernandoten ía que baj ar . Cogió su lío de ropa y saltó del coche . La estación estaba completamente des i erta ,i luminada por d os faroles clavados en una tapiablanca .
—¡Eh , el bi l l ete ! — gri tó un hombre envuelto e n
un capote . Ossorio l e dió el bi llete .
—¿Por dónde se sale de la e stamon ? — le pre
guntó .
—¿Vá usted a Yécora?
CAM INO DE PERFECCIÓN
— S í .— Ahí ti en e usted los coches .
Pasó Fernando por l a pue rta de la tapia blanc a auna plazole ta que hab ía delante de la estación , yvió una di ligencia casi ocupada y una tartana . Sedecidió por la tartana .
Hallábase ésta alumbrada por una l i n terna quedaba más humo que luz . Sub ió Ossorio en e l carricoche . De los d os cri s tales de delante , uno estaba roto , yen su lugar había un trapo sucio y l leno de aguj eros .
'
Cerraban por detrás la tartana tres faj as de lona ;el in teri or del coche estaba ocupado por u nas cuantas maletas , d os o tres fardos , una perdiz en su j aula , y enc ima d e l montón que formaban es tas cosas ,d os hermosos ramos de fl ore s de papel .
— Aquí vi ene alguna muchacha bon ita — pen sóFernando , y no había acabado de pensarlo cuandoapareció un hombre con trazas de salte ador de c á
minos envuelto hasta l a cabeza,como s i sal i e ra del
baño , en una manta a cuadros que no dejaba verm as que d os oj os amenazadores
, una nariz agui leñay un bigotazo de carab i nero .
E l hombre subió a la tartana , se s entó s i n dar lasbuenas noches , y se puso a observar a Fernandocon una mirada inquis itorial . E ste , viendo que persistía en mirarle , cerró los ojos p id ié ndose a si mismo paciencia para só portar a aquel imbéci l .
—¿Pero no sal imos ? — dijo Fernando como di ri
giénd ose a una terce ra persona .
Creyó que al decir e sto su compañero de viaj e lean iquilaha con sus ojos s i n ies tros
,y todas las
i deas humildes de Ossorio se l e marcharo n al ve r lai ns i stencia del hombre e n obse rvarle ; estuvo por d edecirle algo , pero se contuvo .
PÍO BAROJA
Poco después , una voz d e tip le sal ió de entre losbigotes formidables :
Vamos , Frasquito , echar a andar.S i Fernando no hubiera es tado seguro de la p ro
ce d e nc ia de la voz, hubiese cre ído que era una broma . Estudió con una curios idad imperti nente d e
arriba a bajo y de abajo arriba a hombre d e aspec
to tan fi ero y d e voz tan rid ícula .
El de la manta contestó mirándole con una muecad e desdén . Fué aquello un duelo d e miradas a la luzde una l interna .
El cochero , a quien e l hombre de la manta hab íal lamado Frasquito , no hizo ningún caso d e la ad ver
tencia ; si n duda no ten ía pri sa y no se apresurabaa arrancar; pero en cambio hablaba con una volub i
l idad extraordinaria , y por lo que oyó Fernando ,de safi aba al cochero de la dil igencia a ver quién llegaba antes a Yécora ; as í que sólo cuando vió queel otro s e sub ía al pescante montó él para que lascondiciones fuesen iguales y sali eran los coches a lavez; ya arriba Fra squi to , azotó los caballos , quearrancaron , hacia un lad o , y la tartana sal ió bo
tando , dando tumbos y más tumbos,y a poco
estuvo que no se hici era pedazos e n una tapia .
El carricoch e avanzaba y tomaba ventaj a a la dil igencia .
Por la ventana sin cristales empezó a entrar unvien to helado que cortaba como un cuchi llo , y a l
mismo tiempo hinchaba e l trapo lleno de agujeros ,
puesto para remediar la falta d e l cristal , como una
vela.
—¿Por qué no ll eva far ó , Fr aguz
'
to? — preguntóe l d e la manta sacando la cabeza por la ventana sincri stale s .
p io BARO IA
La dil igencia , en tanto , i ba ganando terren o , ale
j á nd ose , alejándose cada vez más . El ai re entraba
por l a ventan i lla y dejaba a los viaj eros ate ridos .
Fernando trataba de suj etar el trapo que cerraba laventana s in cristal , y vi endo que no lo podía co nsegui r, se ponía la capa por encima del sombre ro .
Y mientras tanto la di ligencia iba alej ándose cadavez más , y en la revuelta de una carretera se perdióde vi s ta . Al poco rato e l carricoch e s e de tuvo .
—¿Qué te pasa , F raqui lo .
º — preguntó e l d e laman ta .
— Na , que se m e ha per d io e l látigo .
Bajó Frasqu i to del pescan te,volvió a subi r breve
t i empo después , y la tartana siguió dando tumbos ytumbos , sigu ie ndo las vueltas d e la carretera sol i tar ia . La l interna se apagó y se quedaron en e l i n terior d e l ca rricoche a obscuras .
Se ve ía as í más claramente el campo , los cerrosnegruzcos bombeados , las estre llas que ib an pal ideciendo con la vaga e incierta luz del alba . El frío e t acada vez más intenso ; Ossorio comenzó a d ar taconazos en e l suelo d e l coche y notó que e l piso sehundía bajo sus pies ; el suelo de la tartana era detabl il las unidas con esparto , encima de las Cualeshabía una estera de paja . Con los golpes de Ossorio ,
una de las tabli l las se había roto , y por el aguj eroentraba más frío aún .
De pronto Frasquito volv10 a parar el coche , sebajó de l pescante y echó a correr hacia atrás . Se lehabía caído nuevamente el lát igo . Era para matarlo .
Pasó tiempo y más ti empo. Frasquito no parec ía ;de improviso sonó en el interior de la tartana e se
ru ido característico que hacen las navajas de muelleal abri rse .
CAMINO DE PERFECCIÓN
Al o írlo Fernando s e e s tremeció . Pensó que e l co
chero les hab ía dejado al l á inte nc ionad am ente . Eltío de la voz atipl ada se iba a vengar de las miradasd e sd cñosas de Fernando .
— No va a encontrar e l l átigo — d t e l d e la manta al poco ra to Aquí le h e cortado yo una cuerda .
Ossorio resp iró . Al cabo d e un cuarto d e horavi no Frasquito sudando a mares s in e l látigo . Ató lacuerda que l e dió e l d e la manta a un sa rmi en to quecogió de una viña , se sub ió al pescante y echó latartana a andar de nuevo .
El ci elo iba blanqueando ; a un lado , al ras d e lsuelo , sobre unas col inas redondas , se ve ía una faj aroj o anaranjada , e n la que se destacaban , negros yre torcidos , algunos ol ivos centenari os y pinos achaparrados .
Poco a poco la tierra fué aclarand ose : primeroapareció como una cosa gri s , i ndefi nida ; luego yamás distin ta bon matas d e berceo y de retama; fueron apareci endo a lo l ejo s formas con fusas de árboles y de casas . Comenzaban a pasar por la carretera hombres atezados envuel to s en capote s pardos ;otros , con anguarinas d e capucha , que i ban bro
meando s igui endo a las cabal le rías cargadas de l eña ,y mujeres vestidas con re fagos de bayeta arreando asus borriquillos .
La luz fué l legando l entamente , bri llaba en los
campos verdes , centel leaba con blancura deslumbradora en las casas de labores
,enjalbegadas con ca l .
El pueblo iba apare ci endo a lo l ej os con su caser ío agrupado en la s estribaciones d e un cerro d e snudo , con sus torre s y su cúpula redonda
,de tejas azu
les y blancas .La tartana se iba acercando al pueblo .
1 66 Pio BAR OJA
Apareci eron en el camino una caseta d e peón ca
minero , una huerta cerrada , unEl carricoche entró en e l pueblo levantando nube s
d e polvo .
El sol arrancaba destel los a . los cristal es d e lasventanas ; parec ían las casas presas de un incendioque se corría por todos los cri stales y vidrieras d eaquel lugarón .
Cacareaban los gallos , l adraban los perros ; alguna
que otra beata cruzaba la sol i taria cal le; despertabala ciudad manchega para volverse a dormir en se
guida ale targada por e l
XXX I I I
Yécora es un pueblo terri ble ; no e s de esas negr isimas ciudades españolas , mon tones de casas viejas ,amari llentas , derrengadas , con aleros enormes sostenidos por monstruosos cane ci llos , arcos apuntadose n las puertas y aj imeces con airosos parteluces ; noson sus calles estrechas y tortuosas como obscurasgalerías , n i en sus plazas soli tarias crece la hierbaverde y lus trosa.
No hay en Yécora la torre Oj 1val o románica endonde hici eron hace muchos años su nido de ramaslas cigii eñas , n i e l torreón d e homenaje del noblecasti llo , n i e l grueso muro derrumbado con su oj ivao su arco d e herradura e n l a puerta .
No hay a l lá los m ísticos retablos de los grandes
PÍO BAROJA
No se nota en parte alguna la preocupacron por lacomodidad . ni la preocupación por e l adorno . La
gente no sonríe .
No se ven por las cal les muchachas adornadascon flores en la cabeza , ni d e noche los mozos p elando la pava en las esqu inas . El hombre se empareja con la mu jer con la obscuridad en e l alma , me »
d roso ,como si e l sexo fuera una ve rgií enza o un cri
m en , y la mujer, i ndi ferente , sin deseo de agradar ,recibe a l hombre sobre su cuerpo y engendra hijossin amor y sin placer , pensando quizá en las penasd e l infi erno con que le ha amenazado e l sacerdote ,legando al germen que nace su mismo bárbaro sentim iento d el pecado .
Todo all í , e n Yécora , es claro , recortado , nuevo ,s in matiz , frío . Hasta las imágene s d e las hornacinas
que se ven sobre los portales están pintad as hace
po co s años .
XXX IV
La casa d e l admini strador d e la familia Ossorioe ra espaciosa; estaba situada en una d e las principa
le s calles d e la ciudadSe entraba por el zaguán a un vest íbulo estuca
d o , con las paredes l lenas d e malos cuadros . De l
vestíbulo , en donde hab ía una chimenea con el hueco d e más altura que la d e un hombre , se pasaba
CAMINO DE PERFECCIÓN
por un corredor a un patio muy chico , con una gra
deria en su fondo , en la cual se veían en hi lerasfi las de ti e stos con plantas muertas por los hi elo s delpasado invierno .
De un extremo del patio , cerca de la pared , unaescalera daba acceso a la parte alta de la grad ería ,que era una ancha plataforma enladri l lada , en uno
de cuyos rincones se veía un alj ibe recub i erto de caladonde iba a d ar el agua de todas las cañerías de ltejado . Desde la plataforma aquel la se pasaba po runa puerta , embadurnada de azul , a cuartos obscuros , bajos d e techo , l le nos de gavi l las y de haces d esarmi entos y de leña de vid .
Al recorrer la casa , Fernando recordó con place ralguno que otro ri ncón ; el gab inete , la alcoba suya ,la coci na , el despacho del admin is trador le h ici eronel mi smo efecto de antipatía que cuando era muchacho . Estaba todo dispuesto y arreglado de u n modoinsoportable ; los malos cuadros de igl esi a abundaban ; e l pi ano de la sala ten ía una funda de h i lo crudo con
'
ribetes roj os ; las s il las y s i l lones se hal labanenvueltos en idén tica envoltura gri s . En las puertasd e cada cuarto , cruzándolas , hab ía gruesas cadena sde h ierro .
Después d e descansar d el viaj e , la primera ideaque tuvo Fernando fué i r a casa d e Tozenaque . Sa
l ió a la cal l e y se dirigi ó por una alameda polvor ie nta , y luego cruzando unos vi ñ edos , haci a la casa delabor en donde antes vivía la muchacha . Ll egadoall í , contempló largo rato desde muy lejos e l paraj e ,y a un hombre que se cruzó en e l camino le preguntó por la fami l i a d e Ascensión .
Hacía mucho ti empo que s e hab ía marchado , led ijº . Se fueron primeramente a v ivi r a las Cuevas ,
Pio BAROJA
porque andaban al parecer mal de dinero ; despuésemigraron todos a Argel , excepto una de las chicas
que casó en el pueblo .
Fernando preguntó cuál d e las h ijas era la que se
había casado e n Yécora; e l hombre no le supo darrazón . Cruzó Ossorio por los viñedos y en la a lamed a se sentó sobre un r ibazo , al borde d e l polvorien tocamino .
¡Qué si lencio por todas partes !De aquella enorme ciudad no bro taba mas que e l
can to es tride 'n te d e los gallos , que se interrumpíanunos a otros desde lejos . El cielo estaba azul , d e unazul profundo , y sobre él s e des tacaba , escueto y pclado , un monte pedregoso con una ermita en lo alto .
Ossorio pensaba e n Ascens ión , sin poder separard e la muchacha su recuerdo . ¿Qué sería d e ella ?
¿Cómo sería antes ? Porque no hab ía llegado a for
marse una idea d e s i e ra buena o mala , i nteligenteo no . Nunca se preocupó de esto .
Si en aquella época él hubiera sospechado las d ee spolones , las tri stezas d e la vida , quizá se hubierecasado con Ascens ión ; ¿por qué no ? Pero , ¿cómo en
aquel lugaró n a trasado , hosti l a todo lo que fuesepi edad , caridad , simpatía humana? Allí no s e pod ian tener mas que ideas mezquinas , bajas , ideasesencialmente católicas . Allí , d e muchacho , le hab íanenseñado , al mismo tiempo que la doctrina , a cons i
d e rar gracioso y li sto al hombre que engaña , a d e spreciar a la mujer engañada y a reírse d e l maridoburlado .
El no hab ía podido sus traerse a las i deas tradic ionales d e un pueblo tan hipócri ta como bes ti al .Hab ía conseguido a la muchacha en un momento d eabandono ; no se paró a pensar s i en ella estaría su
p io BAROJA
con su número escrito con tinta obscura; eran aquellas puertas las entradas de las cuevas excavadas ene l mon te , ten ían una chimenea que brotaba al rasd el suelo y alguna un corral i l lo con un par de h igueras blancas .Fernando se detuvo en una cueva que e ra al m is
mo tiempo cantina , p idió una copa , se sen tó e n unbanco y , gradualmente , fué l levando la conversacióncon la mujer del mostrador hacia lo que a él l e inte resaba.
Tozenaque e l Manej e ro y toda su familia se habíanmarchad o a Argel ia , le dijo la mujer , excepto unad e las chicas casada en e l pueblo y que vivía ene l Pulp illo , en la misma labor que antes tuvo supadre .
—¿Y por qué vino aquí el Manej ero , cuando ten ía
su casa y sus tierras? .
¡Pues ah í verá usted ! Que resultaron que no
eran suyas ; que las ten ía hipotecadas — repuso latabernera Además , sabe usted , e l hermano le en
gañó y le sacó muchos miles de pesetas .
— Y aqu í , en las cuevas , ¿ el hombre marchaba ?— No . Acostumbrad os a otra manera d e vivir, pues ,
no podía . Luego , la cueva suya , el Ayuntamiento lamandó t irar, y entonces fué cuando e l Manej e ro se
decidió a irs e .
Y, ¿cuál d e l as muchachas se casó ?
Pues no sé deci rl e a usted . E ra una rubita ; as í,pequeña d e cuerpo , garbosa .
Sal ió Ossorio d e l tabernucho , y fué subiendo pore l camino haci a la ermi ta de la cumbre . Se ve ía e l
pueblo desde allí a vi sta de pájaro,enorme , con sus
tejados e n hi lera , s imétri cos como las casi l las d e untablero de aj edrez , todos de un ti nte pardo negruzco ,
CAMINO DE PERFECCIÓN
y sus casas blancas unas , otras amari l lentas de colord e barro , y sus caminos blancos cubiertos de una
e spesa capa de polvo , con algunos árbole s escasos ,lángu idos y s in follaj e .
Alrededor del pueblo se extend ía la huerta comoun gran lago s iempre verde , cruzad o por la l ínea d eplata ondulante de la carretera . Más lejos , cerrandola vallada , montes ped regosos,
"plom izos, se destaca
ban con valentía en e l cie lo azul de Prus ia, ardiente ,i n tenso como la plegari a de un m ís tico . Y , en aquels i lencio de la ciudad y de la huerta , sólo se oía e l
estri dente cacareo d e los gallos,que se con testaban
desde lejos .
Sal ían delgadas y perezosas columnas de humo delas chimeneas de las cuevas y de las casas . Resonaha el s i lencio . De pronto , Fernando oyó el murmullode un rezo o canción y se asomó a ver lo que era .
Ven ían de d os en d os , en fi la , las muchachas deun colegio o de un as i lo , uniformad as con un traj ede color de chocolate ; de trás de el la s iban dos monj as , y cantaban las asi ladas una triste y dolorosa
X XXV I
Al día s igu iente , Fernando se levantó muy tem
prano : e staba amaneci endo ; por la ventana de sucuarto entraba la luz fría , mate , s i n bri llo , la luz deslustrada del amanecer.Sal i ó a la call e . Hallábase e l pueblo si l encioso ; las
casas gri ses , amari l l entas , de color de adobe , pare
174 PÍO BAROJA
cian dormir con sus p ersianas y sus cort i nas tendid as . El cielo estaba gri s , como un manto de plomo ;alguna que otra luz moribunda parpadeaba sin fuerza ante … e l san to guardado en la hornaci na de unportal . Corr ía un viento frío , penetrante .
Ossorio fué sal iendo d e l pueblo hacia el campo ,re corrió la alameda y comenzó a cruzar viñedos .
Hab ía aparecido ya e l sol; bri l laban los bancale sverdes de trigo y alcacel , como trozos de mar , pla
tead o s por e l roc ío . E l ci e lo e staba azul , claro ypuro , de una clari d a d dulce y suave .A la hora se halló Fernando en e l Pulpillo . Todo
estaba igual que an tes . Se acercó a la casa y se as o
mó a la ventana de la coci na . Cerca del fuego estaba el la , Ascensión , con un pañuelo de color en lacabeza , i ncl inada sobre la cuna de un n iño .
Fernando dió la vuelta a la alquería y entró e n la
coci na . Saludó con una voz ahogada por l a emo
ción . Al verle , ella pal ideci ó ; é l se quedó admirado ,al encontrarla tan demacrada y tan vieja .
—¿Qué quieres aqu í? ¿A qué vienes? — preguntó
ella .
Fe rnando no supo qué cº ntestar.
¡Vete ! — gri tó la mujer con un gesto enérgico ,señalánd o le la puerta .
—¿No está tu marido?
— No . Sab ía que estabas en el pueblo , pero no
creí que te atreverías a veni r.Me porté mal contigo , pero h as tenido suerte ,
más suerte que yo — murmuró Fernando .
¡Vete ! No quiero o írte .
¿Por qué? De los d os quizá soy yo el más des
graciad o .
—
¡Tú desgraciado ! ¿Entonces yo?
I 6 PÍO BAROJA
XXXV I I
— A ver si s ien ta ya la cabeza — d t el ad m in istrad or al saber que Fernando se quedaba en e l
pueblo .
Ossorio quería permanecer algún ti empo en Yécora ; esp eraba que all í su voluntad desmayada se réhelase y buscara una vida enérgica , o concluyera depostrarse aceptando definitivamente una existenciamonótona y vulgar.Le pareció que si podía resi sti r y afi cionarse al
pueblo aquel y senti rse religioso en Yécora , a pesarde las i deas sórd idas y mezquinas de la tal ciudad ,
e ra porque su alma se encontraba en un estado d epostración y decadencia absolutos .
Los d ías s iguientes de su llegada se suced ieroncon una gran monoton ía . Por las tardes , Fernandopaseaba con algunos condi scípulos que hab ían id oa su casa a renovar con él su ami stad . .
Aquella tarde , después del paseo , entraron Fe rnando y dos amigos que le acompañaban en la sacristía de una iglesia destartalada del pueblo . Sesentaron los tre s en una banqueta negra que ha
b ía debajo de un cuadro grande y obscuro de lasAnimas .
En las paredes de la sacristía colgaban mugrientos carteles amari l los , escritos e n lat ín con le tras capitales rojas . En traba la luz por una ventana pequeña e i luminaba el cuart o ; a un lado se veía
'
e l arma
CAMINO DE PERFECCIÓN
rio , roñoso y carcom i do , donde se guardaban casullas y ornamentos ; encima de él , un busto de unasanta 0 de una monja , en madera p intada , que teníauna peana con vestigio s de haber s ido dorada y unaguj ero el íptico en e l pecho , que antes debi ó de servi r para guardar las rel i quias de la santa 0 monj a
que representaba la escultura .
En e l cuarto iba y venía un sacri stán vi ej o concara de bandido . Comenzó a sonar una campana .
A poco entró un cura joven en la sacri stía, un muchacho fuerte y rol lizo que parecía un toro ; saludó alos d os amigos de Fernando y a és te tambi én , timidamente .
—¿No te acuerdas d e él ? — preguntó uno d e los
amigos a Ossorio , señalánd ole al cura S í , hombre ; Pepico , un muchacho muy gordo , con cara debru to . hij o d el sastre . E s mas joven que
— S í , algo recuerdo .
— Pues e s éste ; aqu í lo tienes , hecho un padre dealmas .
— Oye , Pep ico— l e preguntó e l otro de los amigo s
a l cura joven ¿cuándo te van a hacer más grandeesa moneda que llevá i s en la cabeza?
— Cuando me ordene en mayores .
—¿De modo que ahora estás en cuarto menguante ?
El cura joven hizo un movimiento de hombros ,como i ndicando que a él le ten ían si n cuidado aquellas i rreverencias . El amigo de Fernando volvió a lacarga .
— Y oye , ese redondel tendrá un tamaño fijo ,¿verdad?
— No . Es mi lz'
bz'
tum .
— Nada ; hasta que no hab la is latín no esta is satisfechos los curas .
1 78 PÍO BAROJA
E l muchacho volvió a hacer otro gesto de ind iferencia y s iguió paseando a lo largo d e la sacristía .
Comenzó a sonar de nuevo la campana d e la igle—Ks ia . Entró poco después un cura delgado , moren illo ,de ojos negros y sonrisa irón ica , que saludó a Fernando y a sus amigos d e una manera exageradamente mundana. El cura joven fué a decir la novenaa la iglesia , en donde se habían reunido unas cuantas viej as ; el otro , e l moren illo , ofrec ió cigarros , encend ió uno y se puso a fumar con e l manteo d esabrochado y las manos en los bolsi l los del pantalón .
— Y usted , ¿no tiene trabajo hoy ? — l e preguntaron .
— Sí; yo estoy aquí para e l capeo .
— E s que tiene que predicar — murmuró uno delos amigos al oído de Fernando .
Se habló después de capellan ias , de plei tos , demujeres ; luego , Ossorio y sus amigos sali eron de laiglesia .
—¿Quién es este cura?
— Es un perd io, que vive con d os sobr inas y seacuesta con las d os . ¿Qué hacemos ahora? ¿Vamosal colegio de escolapios ?
— Vamos .
Fernando se dejo llevar; ten ía una idea muy vagad e aquel caserón , en donde había pasado dos añosd e su vida . Se acercaron al colegio , una especi e decuartel grande , y entraron por la senda central deun patin illo a un ancho zaguán que conducía a uncorredor bajo de techo , adornado con cuadros y letreros . Fernando , al entrar, recordó de repente todoel colegio con todos sus detalles , como si le quitaranuna venda de los ojos ; reconoc ía uno a uno los ma
pas , los cuadros de las paredes , con medidas d e ca
río BAROJA
nas i luminadas por la claridad blanca y fría delamanecer !Al d irigi rse a las clases comenzaba el terror, pen
sando en las lecciones , no aprendidas aún ; y en laclase se l eían y re le ían con desesperación páginas ypáginas de los l ibros , que pasaban por la memoriacomo la luz por un cri s tal ; un aluvión de palabrasque no dej aban n i rastro .
Y el tormento de d ar la l eccion uno a uno se alargaba , y cuando éste daba una tregua , comenzaba e l
fastid io , que a Fernando se le metía en e l alma d euna manera aguda , dolorosa . i nsoportab le .
Después de comer en el re fectorio , que ten ía largasmesas de mármol blanco , tri stes , heladas , se volvíade nuevo al trabajo; lento supl icio , i nterrumpido porlas horas de recreo , en las que se j ugaba a la pelotaen un si tio cercado por paredes al tas , que mas quelugar d e e sparcimiento parecia patio de presidi o .
Pero de de noche era horroroso . Al subi r después de cenar, a las nueve , desde e l re fectorio , frío y tri ste , al pasi llo donde desembocaban lasceldas , al arrodil larse para rezar las oraciones de lanoche y al encerrarse luego en el cuarto , -entonces ses entía más que nunca la tri steza d e aquel presidio .
Por las hendeduras de la pers iana , cuyo objeto e ra
espiar a los muchachos , se veía e l corredor , apenasi luminado por un quinqué de petró leo ; ya dentro dela cama , de cuando en cuando se oían sonar los pasos d e l guardián; del pueblo no llegaba ni un murmullo; sólo rompía e l si lencio de las noches cal ladas e l golpear d e l martillo del reloj d e la torre , quecontaba los cuartos d e hora , las medias horas , lashoras , que pasaban lentas , muy lentas , en la seri einterminable del tiempo .
CAMINO DE PERFECCIÓN
¡ ! ué vida ! ¡Qué horrorosa vida ! ¡E star sometidoa ser máqu ina de e stud iar, a l levar como un pres id iario un número marcado en la ropa , a no ver cas inunca el sol !
¡Qué comienzo de vida estar encerrado all í , enaquel od ioso cuartel
,en donde todas las malas pa
s iones ten ían su as iento ; en donde lo s vicios sol i tarios brotaban con l a pujanza de las flore s malsanas !
¡Qué vida ! ¡Qué horroros a vidal Cuando más s esufre , cuando los sentim iento s son má s intensos , sel e encerraba al n iño , y se le sometía a una torturadiari a , h ipertrofiánd o le la memoria , obscureciénd ole
l a intel igencia , matando todos los i n stinto s natural es , hud iénd olo en la obscuridad de la superstición ,atemorizando su esp íritu con las penas eternas .
De allí hab ía brotado la anemia moral d e Yécora ;de all í hab ía salido aquel mundo de pequeño s caciques , de curas vic iosos , de usureros ; toda aquel lacáfi la de hombres que se pasaban la vida beb iendoy fumando en la sala de un casino .
E ra el Colegio , con su aspecto de gran cuartel , unlugar de tortura ; era la gran prensa laminad ora d ecerebros , la que arrancaba los sentimi entos levantad os de los corazones , la que cog ía los hombre s j ó venes , ya debi l i tados por la herencia de una raza en
ferm iza y triste , y los volvía a la vida conveni entemente id iotizados , fanatizados , embrutecido s ; losbuenos , t ímidos , cobardes , torpes ; los malos , hipócri tas , embusteros , un iendo a la natural maldad laad qui rida perfidia , y todos , buenos y malos , sobre
cogidos con la idea aplastante del pecado,que se ce r
n ia sobre el los como una gran mariposa negra .
1 8 2 Piº BAR OJA
XXXV I I I
El teatro estaba l leno; verdad que era muy chico .
Sólo e l sábado se ocupaban las local idades . Representaban cuatro zarzuelas madri l eñas , de esas con
sentimental ismos , celos y demás zarandajas .
En e l palco del Ayuntamiento estaban el alcalde ,pariente d el admini strador de Ossorio , Fernando yd os concejales jóvenes de los que acompañaban ala lcalde , por ser de fami lias adineradas d e l pueblo .
El antepalco era muy grande ; e l teatro , frío ; e l al
calde , un dictad or a quien se l e obedec ía como a unrey , hab ía mand ado que pusieran all í un brasero . E l
alcalde asombraba a los d os concejales asegurando
que aquellas obras que s e represen taban en Yécoralas hab ía visto en Madrid , e n Apolo , nada menos .
—
¡ ! ué diferencia , ch i — le dec ía a Fernando . Esteescuchaba indiferen te
,aburri do
, la representac ión ,
mirando a una parte y a otra .
El alcalde señaló a Ossorio en la sala algunas muchachas casaderas , ricas , con las que pod ía intentarun matrimonio ventaj oso . De pronto , el hombre s e
calló y se puso a mirar con los gemelos al escenario .
Lolita Sánchez había sal ido a escena ; era la primeraactriz y tra ía revuelto todo Yécora … Cuando termi nóe l acto , e l alcalde invi tó a Fernando a bajar a las tablas . Aquella Lol ita Sánchez era cosa suya .
Fueron a los bastidores ; e l escenario e ra muy pequeno; los cuartos de los cómicos , más pequeños to
1 84 PÍO BAROJA
Abrió una que le salto al paso , entró pensando sidaría al pasi llo d e salida , y se encontró en un cuarto pequeño a d os o tres cómicos , a l a característicay al de la taquilla , que estaban sentados alrededorde una mesa d e svencij ad a , de esas l lenas de dorad os , que sirven en las decoraciones de palacios parasos tener d os copas d e latón , con las cuales se envenenan e l galán y la dama . Entonces sosten ía unabotella de vino y un vaso . Ossorio trató inmediatamente de sal i r de all í , después de haberse excusado ;pero el gracioso , un hombre d e nariz muy larga ques in duda le había vi sto con e l alcalde , le i nvi tó a tomar un poco d e vino . Fernando dió las gracias .
—¿Nos va usted a desai rar porque somos unos
pobre s cómicos ?Ossorio tomó e l vaso que—le ofrecían y lo beb 10 .
—¿No se s ienta usted ? — continuó e l gracioso
Si , hombre , precisamente estamos riñendo y no sabeusted lo chuscas que son estas ri ñas en tre cómicostronad os . Bueno . Cuando no hay bofetadas y golpes ,que d e todo suele haber. Luego comenzó a presentara los que estaban al l í.
— Gómez Manrique , primer actor, un cómico , ah íd oncie lo ve usted , que s i no fuera tan soberbio ytan amanerado podría ser con e l tiempo algo .
El aludido , que parec ía un hombre que estababajo e l peso de una terrible catástrofe , lanzó una
mirada d e desdén al gracioso a través de sus lentes ;luego se atusó la melena , mostrando la manga ra ídad e su chaqueta , y después l levó la mano al bigote ytrató d e retorcerlo; pero como haría só lo diez oquince d ías que dejaba de afe i tarse , no pudo .
— De la señora — añadió el de la nariz larga m os
trand o a la característica nada puedo deci r; no
CAMINO DE PERFECCIÓN
l a he conoc ido mas que en su decadenc ia. En su
— E n m i ti empo — gritó la vi ej a no se las tragaban como puños , como ahora en Madri d y en todaspartes . pateta ! S i n o hay cómicos ya .
— Eso es cierto — repuso con voz borrosa un o delos que se hallaban sentados a la mesa .
— Este señor que ha hablado , o que ha mugido ,no se sabe lo que hace — pros iguió el de la nariz lar
ga e s d on Di on is e l Crepuscular, nuestro taqui llero , nuestro contador, nue stro admin istrador , un
hombre que no nos roba mas que todo lo quepuede .
Y ustedes , ¿qué hacen ? — preguntó don D ioni s .
Advertencia . Le l lamamos e l Crepuscular poresa voz tan agradable que ti en e , como habrá ustedpod ido notar. Yo soy Cabeza de Vaca , de apel l ido ,
bastante buen cómico .
— S i no fueras tan borracho — inte rrump10 d on
Dion i s .
— Ahora , j oven yecorano — sigu 10 Cabeza de Vacad iriénd ose a Osso rio no creo que tend rá usted inconveni ente en pagam os una botella .
— Hombre , n inguno . ¿Quiere usted que al sal i r yomi smo la encargue ?
No . El mozo i rá por ella .
— Bueno . Y usted hará el favor de enseñarmedónd e está la puerta .
— S í , señor, con mucho gusto . Po r aqu í , por aqu í .Adiós .
1 86 PÍO BAROJA
XXX IX
Ya que te aburres en Yécora , vente a Mari5par
za — le dijo un amigo .
—¿Qué es eso de Marisparza?
— Una casa de labor que tengo ah í en e l monte .
Te advierto que te vas a aburrir.—¡Bahl No tengas cuidado .
A la mañana siguiente , después d e comer, un d íade fi esta , llegó e l amigo en un carricoche , tirado po run caballej o peludo , a la puerta de la casa del administrad or de Ossorio . Fernando montó y se acomodósobre unos sacos ; e l amigo se sentó en el varaly echaron a andar.El camino estaba lleno de carri le s hondos , que
hab ían dejado las ruedas de los carros al pasar yrepasar po r el mismo sit io . E l pai saj e no ten ía nadade bello . Iban por entre campos desolados , tierrasroj izas de vi ña con alguna que otra mancha verdenegruzca de los p inos
,cruzando ramblas y cauces
de ríos secos , descampados l lenos de matorrales d ebrezo y de retama .
Al anochecer llegaron a Marisparza . La casa é s
taba aislad a en medio de un ped rizal; hallábase unida a otra más baja y pequeña . E ra de color de barro , amari llenta , cubierta de una capa de arci lla y depaja; ten ía grandes ventanas , con rotas y desteñidaspersianas verdes . Una chimenea alta , gruesa , cuad rad a , parecía aplasta r al tej ado pardusco ; encima
1 88 PIO BAROJA
saron Fernando y su amigo has ta muy tarde. S eacostaron , y toda la noche estuvo el viento gim ie nd ºy s ilband o .
El día s iguiente era domingo. Fernando se levantó temprano y sal ió de la casa . Su amigo se hab ía marchado antes a ver un cortijo de las inme d iaciones .
Los alrededores de Mari sparza eran desnudos ,parajes de una adustez tétrica , con cerros sin vege
tación y canchales rotos en pe d rizas , l lenos de bendeduras y de cuevas .
En e l raso desnudo , en dºnde estaban las dos viviend as reunidas , había un alj ibe encalado , con supuerta azul y e l cubo , que colgaba por un estropajode la garrucha ; un poco más lejos , en los prim e i os
taludes d e l monte , se veía una balsa derru ida ycuadrada , en cuyo fondo brillaba e l agua muerta ,negruzca , l lena de musgos verdes .Eran los alrededore s de Mari sparza de una deso
lación absoluta y completa . Desde el monte avanzaban primero l as lomas yermas , calva s ; luego , ti errasarenosas , blanquecinas , como si fueran aguas de untorrente solid ifi cado , ll enas de nódulos , d e mame lo
nes áridos , sin una mata , s in una h ie1becilla , plagadas de grandes hormigueros ro jos . Nada tan seco ,
CAMINO DE PERFECCIÓN
tan ardi e nte , tan huraño como aquella tierra; lo smontes , los cerrº s, las largas paredes de adobe delos corrales , las tap ias de los cortijos , los portil los deriego , los encalados alj ibes , parec ían ruinas abandonadas en un des ierto , calc inadas por un so l
imp lacabl e , cub i e rtas d e polvo , olv idadas por lo shombres .Bajo las p iedras brotaban los e scorpiones , en
los vallados y en las cercas corrían las lagartijas .
Los grandes l agartos gri ses y amarilloverd osos s eachicharraban inmóvi le s al so l. Unicamente en lashond onad as hab ía campos de verdura ; grandes pantanos claros , con i s las de h ierbas ll enos de tran5parenc ias luminosas , en cuyo fondo se ve ían las imagenes invertidas de los árbole s y el c i elo azul cruzado por nubes b lancas . En las al turas , la ti erra eraárida ; sólo crecían algunos mátorros de berceo y deretama .
Aquel d ía , Fernando , después de d ar una vue lta yesp erar a su amigo , entró en la coc ina de la casacontigua . Como dom ingo , el labrador y su mujerhab ían ido a misa a un poblado próximo . No quedaba en casa mas que el abuelo y tres muchachascasi de la mi sma edad , atav iadas con pañuelos b lancos en la cabeza .
La coci na era grande , encalada , con una ch imenea que ocupaba la mitad d e l cuarto . De algunasp erchas d e madera colgaban arreos para los caballosy las mulas ; en un rincón hab ía un area y sobre unvasar una caja de alhelíe s .
Fernando estuvo charlando con el v iej o y con lasmozas ; después se puso a j ugar a la bola con d osmuchachos de la casa , y cuando se cansó sub ió a su
cuarto a distraerse con sus prop ias medi tac iones .
PÍO BAROJA
Al mediod ía volvió el amigo d e Fernando .
— Míra — le di jo a éste yo aqu í he terminado loque ten ía que hacer. Me voy ; pero s i
' tú qui eres e star , te quedas e l ti empo que te dé la gana .
— Pues me quedo .
— Wuy bien .
Comieron , y e l amigo se marchó e n seguida decomer en su carricoche .
Fernando,al verse solo , s in saber qué hacer , se
tendió en la cama . Desde allí , por l a ven tana abier
ta , ve ía los cres tones d e l monte , destacándose contodas sus aristas e n e l ci elo ; a un lado y a o tro lasverti entes parecían sembradas de piedras ; más abajos e destacaban algunos ol ivos en hi leras s imétricas ,algunos viñedos y después e l camino blanco , l lenod e polvo , que se alejaba hasta e l i nfi nito , en mediod e aquella desolación adus ta , d e aquel si lencioaplanador .Al caer d e la tarde , Fernando se levantó d e la
cama y se fué a jugar otra vez a la bola con los d osmuchachos , y cuando obscureció entró con el los enla coci na . El labrador y su padre , ambos sentadose n e l banco de piedra , hablaban ; la mujer hacía med ia ; las mocitas jugueteaban .
El abuelo contó a Fernando las hazañas de Roche , un bandido generoso , como todos lo s bandidosespañoles , y después describió las maravi las de unacueva del monte cercano , en la cual , según viejastradiciones , se hab ían refugiado los moros . Se entraba en la cueva
,decía el vi ejo , y a poco andar topa
ba uno con una puerta ferrada , que a los lados ten ía hombres de piedra con grandes mazas ; s i algunotrataba de acercarse a ellos , l evantaban las mazas ylas dejaban caer sobre el importuno vi s i tante .
_
1 92 PÍO BAROJA
Por las mañanas , Fernando se levantaba temprano , sub ía a los montes d e los alrededores y se te n
d ía debajo d e algún pino .
Iba s in tiendo por días una gran lax itud , un olvidode todas sus preocupaciones , un profundo cansanc io y sueño a tº d as horas . Tenía que hacer un verdadero esfuerzo para pensar o recordar algo .
— Como las lagartijas echan cola nueva — se decía yo debo de estar echando cerebro nuevo .
Si después de hacer un gran esfuerzo imaginativorecordaba , el recuerdo le era i ndi ferente y no quedaba nada como resultado d e él ; sentía la poca cons istencia de sus antiguas preocupaciones . Todo loque se había excitado en Madrid y e n Toledo ibaremi ti endo en Marisparza . Al poners e en contactocon la tierra , ésta le hac ía entrar en la real idad .
Por d ías iba s inti éndose más fuerte , más amigod e andar y d e correr , menos di spuesto a un trabajocerebra l . Se hab ía hecho en e l monte compañerod e l guarda d e caza , un hombre viejo , chiqu itín ,
con
pati llas , alegre , que hab ía estado en Orán y Argel ia ,y contaba si empre h istorias d e moros . Gaspar , as íse l lamaba el guarda , gastaba alpargatas de esparto ,pantalón d e pana, blusa azul , pañuelo encarnadoen la cabeza y encima de éste un sombrero ancho .
Gaspar ten ia una escopeta d e pistón,viej a , atada
con bramantes , y no se pod ía comprender cómo
CAMINO D E PER FECCIÓN
di sparaba y cazaba con aquello . Sol ía acompañar alguarda un perrillo de lanas muy chico , que , s egúndecía su dueño , no hab ía otro como é l para levantarla caza .
En los paseos que daban e l guarda y Fernando,
hablaban de todo y resolvían entre lo s dos,de una
manera generalmen te radical , los más arduos problemas de la soc iología , de la pol itica y de lo queconstituye la vida de lo s pueblos y de los individuos .O tras veces
,Gaspar se const i tu ía en maes tro d e Fer
nando , l e contaba una porc ión de hi stori as y le ex
plicaba las virtudes curativas de las h i erbas y algunos secretos médicos que sabía .
— Mi re usted la verónica — l e d ij º una vez ¿Us
ted sabe por qué e sa planta no ti ene raíz?— No , señor .— Pues le d iré a usted : un d ía fué el di ablo y
arrancó l a mata d e l suelo y la ti ró ; pasó por al lá SanB las , y , viendo la planta ti rada , la puso otra vez enti erra
,y as í sigu ió vivi endo , aunque si n raíz .
—¿Pero e so es h istórico? — l e preguntó Fernando .
— Pues no ha de serlo . Comº que ahora es de día ;lo mismo .
—¿Usted cree en el diablo ?
— Hombre . Aquí , en el monte , y de d ía , no Creo …
en nada; pero en mi casa , y de ya es otracosa .
Fernando , s in contestarle , ti ró de una de las plantas de verón ica
,y,quizá por casual idad , sal ió l lena
d e raíces , y se la enseñó a Gaspar .— Usted s i que es el diablo — l e dij o e l guarda ,
ri éndose .
Muchas veces , andando por el monte , o tend i doscon la pipa en la boca entre los matorros de brezos
194 PÍO BAROJA
de romeros y de jaras , se olvidaban de la hora , yen tonces , cuando tardaban mucho , sol ían avisarlesdesde Mari sparza llamándoles con un caracol demar que produc ía un ruido bronco y triste .
Las tardes de los domingos , como Ga5par semarchaba a hacer recados al pueblo , Fernando laspasaba jugando en compañ ía d e lo s d os chicos de lacasa , con una bola d e hierro , arrojándola lo más le
j os posible . Cuando se cansaba , sen tábase en unpoyo de la puerta . Las gall inas picoteaban en el rasod e la casa; los carromatos ven ían po r s l camino dela parte d e Alicante hacia la Mancha alta , gri ses ,l lenos de polvo , de un color que se confund ía con e l
d e l suelo .
X L I I
Como todos los d e la alquería iban a Yécora a verlas fi e stas , fué también Fernando con ellos a casad e l admini strador.Le recib ieron all í fríamen te .
Por la noche d e l M iércolas Santo , los d el pueblosub ían al casti l lo por un camino e n ziszás , que te
n ía a trechos capillas pequeñas d e forma redond a,
en cuyo fondo ve íanse pasos p intados . Gente desharrapad a y sucia sub ía a lo alto
,tocando tambores y
bocinas , en cuadri llas , deteni éndose en cada paso ,Subiendo y bajando al monte .
196 PI'
O BAROJA
amenaza d e una relig ion muerta que , al revivi r unmomento y al vesti rse con sus galas , mostraba el
puñº a la vida .
El pueblo, a los lados d e la calle , se arrodi llaba
fervoro samente . Hab ía un s i lencio grave , só lo turbad o por e l tañido d e una campana .
De vez en cuando , algún hombre d e l pueblo apa
rec ía en la proces ión , descalzo , llevando atada a l
p ie una cadena y,sob i e los hombros
,una pesada
cruz.
A l úl t imo ya ,al fi nal de todos , cerrando la mar
cha , aparec ieron d o s fi las larguís imas d e d isc ipli
nan tes , ves tidos d e negro , que llevaban un anchoc inturón y un gran escapu lario , amarillos , y un cirio ,también amaril lo
,apoyado por e l extremo en la cin
tura . E ra e l'
colm o d e lo tétrico , de lo lúgubre , de lomalsano .
Fernando , que se hab ía incl i nado al pasar losotros grupos d e cofrades , se i rguió , con in tencione sde protestar d e aquella horribl e mascarada . Vió las
miradas i racundas que le dirigían los discipli nantes ,al ver su acto de i rreverencia
,los ojos negros l lenos
de amenazador bri l lo a través de los an ti faces , y sintió e l odio ; cubrió su cabeza , ya que no pod ía hacermás en contra , y volviendo la espalda a la proces ión , se escabul lo por una call ejuela .
La gente rebull ía por todas partes ; pasaban comosombras labriegos envueltos en capotes de capuchaparda , mujere s con m an te llinas de otra época , gentede rostro denegrido y mirar amenazador y bril lante .
De noche era costumbre vi si tar las igles ias , Fer
pando entró en una . En e l ámbi to anchuroso y negro s e ve ía e l al tar i luminado por unas cuantas velas que bri l laban en la obscuridad ; e l órgano , des
CAM INO DE PERFECCIÓN
pues'd e sol lozar po r la agon ía de Cri s to , hab ía en
mud ec id o por compl eto . Un si lenci o l leno de horrores resonaba en la negrura i nsondable d e las na
ve s . En los ri n cones , sombras negras d e mujer ,s entadas en e l suelo , incl inaba n la cabeza parti cipando con toda su alma d e las angustias y supl ic iosl ege ndari os d e l Cru ci fi cado .
Al en trar y sal i r , hombres y muj eres se arrodi ll aban ante un Nazanero con faldas moradas , i luminad o por una lámpara ; después se abalanzaban Sº bre
él y besaban sus pies , con un beso que resonaba e n
e l si lencio . Ponían los lab ios unos donde los habíanpue sto los otros .Delante de los confesionari os se amontonaban
vi ejas con mante llinas sobre la frente , y plañ ian ylanzaban en e l ai re mudo , frío, º paco , de la igles ia ,hondo s y dolorosos suwiros .
X L I I I
Fué , quizá , al ve r la pers i stencia d e Fernando e n
i r a la igles ia , por lo que la famil ia d e l admin i strador creyó que era e l momento d e catequ izarle .
Un escolap io joven , pro fesor , que ten ia fama detale ntud o , comenzó a i r con más frecuencia a casad el admin is trador y a acompañar después en suspaseos a Fernando . Este , que estaba asi sti endo als i lencioso proceso de su alma , que arrojaba le nta
198 PÍO BAROJA
mente todas las locuras mi steriosas que la hab íanenturbiado , no sol ía tener muchas ganas d e hablar ,ni de di scutir; pero e l escolapio forzaba las conversaciones para l levarlas al punto que él quería , e i nm ediatamente pla n tear una discusión metafísica . A
Ossorio , a quien la discusión p erturbaba la corrien teinteri or d e su pensamiento , no l e agradaba discuti r ;y , unas veces , enmud ecía ; otras , murmuraba vagasobj eciones en tono displ icente .
Hubo ocasión en que l legaron , no a discuti r, s inoa i ncomodarse . Fué una tarde que sal i eron juntos ;hacía un calor terrible ; e l ai re vibraba en l os oídos ;no se agitaba ni una ráfaga de viento en la atmó s
fera encalmada,bajo e l cielo asfi xiante .
Fernando iba , malhumorado , pensando en la i dea
que tendrían de él aquel los admin is tradores paraponerle un ayo , y en la que tendría e l curi ta d e s ím i smo y d e sus condiciones de persuasión . Callabapara no ocuparse mas que d e l cambio que por mo
mentos iba sufriendo su espíri tu ; e l escolapio l e míraba en tre las cejas , como si qui si era arrancarle e l
pensamiento. Con l enti tud y sin gran maña , despuésd e mil rodeos y vueltas
,e l cura llevó la conversación
,
más bi en monólogo , pues Fernando apenas si contestaba con monos ílabos , a un asunto entre social yrel igioso : la autoridad que debía de tener la Iglesiadentro d e l Poder civi l .
— Si tuviera más en España d e la que ti ene , yoemigraría — murmuró Ossorio .
¿Por qué ?Porqu e m e repugna la clerec ía .
El escolapio no se dió por ofendido; dió varias
vueltas y pases al Poder civi l y al rel igioso,y ya
,
como seguro en sus posiciones , dijo
200 p io BAROJA
—¿Qué quiere usted decir con eso?
Muy sencillo . S i Dios no e s razón de todo , y si
todo no ha venido de Dios , hay otro pri ncip io en e lmundo .
—¿Otro princip io?
— Sí; porque , oyéndole hablar a us ted , parece quehay d os : Dios , uno , y la materia , otro .
— No . . Dios creó la materia de la nada . E so lo saben hasta los chicos .
— Es igual , son d os principi os : Dios y una nadad e dond e se puede sacar a lgo .
— Dios sostiene la materi a con su voluntad . El d íaque no la sostuviera , quedaría aniqui lada .
—¿Usted cree que una cosa se puede aniqui lar?
— S í .Físicamente es imposible ; químicamen te , tam
—¿Y eso qué importa?Nada ; que no queda mas que un an iqui lam ien
to teológico , y a e se yo me sometería s in miedo .
Se“ i ban acercando a Yécora; s e ve ía el i nmensolugaron , con sus casas agrupadas y sus tejados pard os y sus chimeneas humeantes .
— Es orgullo lo que le hace pensar de e se modod ijº e l escolapio .
— E u m i , que no afi rmo nada , porque creo que nopuedo llegar a conocer nada , es orgullo — repl icóOssorio con voz i rritada y en usted , que afi rmatodo , que ha ordenado el mundo , que , según parece ,su Dios lo dejó en desorden , e s humildad .
El escolap io no contestó ; después , volviendo a lacarga , dijo :
—¿De modo que usted cree que la materia exi ste
también en Dios ?
CAMINO DE PER FECCIÓN
¿Creer? Creer me parecería demas iado . Hay unacreencia que es afi rmación ; hay otra que e s supos ición . Supongo ; creo , pero no afi rmo que Dios es l arazón de todo , la causa d e todo .
— Entonces , es usted pante ísta .
— No me importa e l mo te . Yo , como l e decía ante s , supongo o creo que hay en todas las cosas , —ene sa hi erba , en ese pájaro , en e se monte , en el ci e lo ,algo i nvariable , i nmutable , que no se pued e camb i ar,que no se puede No … En lo in timo creoque todo es fij o e i nmutable . Y e sto que es fijo , llámesel e substancia , espíri tu , materia , cualqu ie r cosa ,equi s , que a nuestros ojos , por l o menos a los míos ,e s i nfi nito ; yo supongo , a veces , cuando estoy debuenhumor , que se reconoce a s í mi smo y que ti en econci enci a de que es …
— Se explica usted bien — d ij o el escolap iosarcás ti camente Ti ene usted ideas muy pere
grinas .
— No me choca que le parezcan peregri nas y ab
surdas , ni me preocupa e sa opin ión . Yo lo veo así .
Si hay un Alma Suprema de las cosas , esa debe serl a razón de todo .
—
¿Hasta del mal?— Hasta del mal , s i . El mal e s la sombra . La som
bra es la necesidad de la luz.
— Nada , nada : dice unas cosas verdaderamenteY oiga usted , con esas teorías suyas , ¿qué
fi n l e asigna usted al hombre ?Yo creo que nada tiene fi n; n i lo que s e
l lama materia , n i lo que se llama e 5p íritu . He pensado a mi modo en esto , y con re laci ón a l a naturaleza , fin y principi o me parecen palabras vacías . Elprincip io de una transformación e s al mismo tiempo
202 r io BARO! A
fi n de una , es tado intermedio de otra y e l fi n e s , a suvez, principi o y estado i ntermedio .
—¿Y la muerte?
— La Muerte no existe , e s el manantial d e la vida ,e s como e l mal , una sombra , una noche preñada deuna aurora .
— Bueno , concre temos — d ijo e l escolap io , con
sonrisa sati sfecha De modo que e se Dios que us
te d supone , ¿no ti ene infl uenci a sobre los hombres ?—¿Infl uencia? Toda … o ninguna . Como le parezca
a usted mejor .— B i en . ¿No premia n i castiga?— No sé . Supongo que no . Además , ¿para qué
iba a castiga r n i a premiar a la gente de un pobreplaneta como el nuestro , regido por leyes inmutable s?Ni las fechorías de lo s hombres son tan terri bles , nisus bondades son tan i nmensas para que merezcanun castigo o un premio , y mucho menos un cas tigoo un premio eternos .
¡Vaya si lo merecen ! Cuando e l hombre abusad e la l ibertad que Dios le ha dado y con el d on deDios s e opone a los design ios d e su Creador , ¿nomerece una pena eterna?
—¡Bah ! ¡Abusar d e la l ibertad que Dios l e h
d ado ! Una libertad dada por Dios , creada por Dios ,que t i ene su corazón también en Dios , que Dios alo torgarla sabe su cal idad y conoce con su omn is
ci encia e l uso que ha de hacer e l hombre con ella ,¿qué l ibertad e s esa ?
— No ; Dios no conoce e l uso que e l hombre ha d ehacer d e su l ibertad ; para e so le pone en el mundo ,a prueba .
—¿Pero E l no sabe y prevé e l porven ir del hombre ?
— S í.
204 PIO BAROJA
De todas maneras .
No . F ísicamente , obje t ivamente , todo e s irrevo
cable . La piedra que ha ca ído , ha caído i rrevocablem ente , no podrá nunca haber dejado d e caer; e lhombre que ha cometido una mala acción , por pe
que ña que sea , no podrá nunca haber dejad o d e co
meterla . En el mundo físico todo es i rrevocable ; enel mundo moral , al contrario , todo e s revocable .
— No se puede discutir con usted .
Habían llegado al pueblo . Fernando s e despidiód e l cura , se fué a casa , y de noche , aburrido , despuésd e cenar, en tró en e l Casi no y se sentó en e l rincónd e una sala grande y destartalada , en la que se réunían algunos compañeros de colegio . Le hab ían vi sto los amigos di scu ti endo con e l escolapi o y le pre
guntaron s i trataba de catequizarle .
— Eso parece — respondió Ossorio .
— Pues ten cuidado — dijo uno te advierto quees un mozo l i sto .
— Sí , ¿eh?Vaya.
No ti ene más — añadió otro que e s un calavera . Ahora anda con l a viuda e sa
No , se recataba con l a mujer de Andrés , el za
patero . Yo , que vivo enfrente'
de Andrés , he visto a
la zapatera sentada en las rodillas d e l escolapio .
Fernando se alegró d e la noti cia; dada su fal ta d eresolución , aquello era un arma e n contra de las pretensiones irri tantes d e l escolapio .
CAMINO DE PERFECCIÓN
X L I V
A los d os o tres d ías , la d iscusmn se entabló denuevo ; pero ya no fué a solas
,s ino en pre sencia de l
admin i strador, de su esposa , de la hij a y d e l yerno .
Fué la batalla fi l osófi ca y hasta l iteraria ; primeros e cambiaron argumentos expresados en forma sua
ve ; luego pasaron a razones , s i n o más duras , expuestas con mayor crudeza . Fernando tem ía exasperarse d iscuti endo ; pero lo que decía el escolapio e ra
una conti nua provocación ; l legó a hacerle alusi onessobre los desórdenes d e su vida , y entonces Fernando ya no se pudo r eprimir, y se desató en improperios y en bes ti al idad es en contra del cura y de suadmin i strador .El escolap io , que comprendió que desde aquel mo
mento ten ía la partida ganada , reconoc ió que e ra unpecador q ue lo sabía …
Fernando no qui so o írl e , y , bru scamente , aband onó el cuarto , bajó las escal eras y sal i ó a la calle .
E l i nmenso poblachó n estaba s i le nc ioso , mudo .
Hacía luna l lena ; l os faroles de la cal l e , por este motivo , se hal laban s i n encender. El pueblo , i luminadofuertemente por la claridad blanca d e la luna , apa
rec ia extraño , fantás tico , con —la mitad de las cal le sa la sombra y la otra mitad blanco—azulada . En lazona de sombra , encima de algunos portal es , veíanse escintilar y balanc earse vagam ente farol i llos en
206 r io BAROJA
ce nd id os , que i luminaban los santos de las hornacinas . Ossorio , i ndignado con ideas rencorosas , subióhacia la plaza ; en e l suelo se proyectaba , a la luz dela luna , obl icuamente , la sombra de la torre . Fe r
nando comenzó a subi r e l Castil lo por la calzada .
A un lado se ve ían las puertas azules de las cue
vas empotradas en e l monte . Fué subiendo hasta loal to ; hab ía algunos s i tio s e n donde se l evantabanextraños p eñascales laberín t icos d e fantásticas formas , unos de aspecto humano , tétricos , sombríos ,con aguj eros negros que parec ían ojos , al ser sombreados por las zarzas ; otros , afi lados como cuchi llosagudos , como botareles d e iglesi a gótica , de ari stassali en tes
,que marcaban y p erfi laban en e l suelo y a
la luz de la luna su sombra dente llada .
Al llegar Ossorio a una peña grande y sal i ente ,avanzó po r ell a y se sentó en e l borde . Desde alláse veía e l lugaró n , i luminado por la luna , envueltoen u na n iebla plateada , con los tej ados blanquecínos y grise s , húmedos por el roc ío , que se extend íany se alargaban como s i n o tuvieran fi n , s imétricos ,como si todo e l pueblo fuera un gran tablero - de aj ed rez. Cerca se destacaban , con una crudeza fo tográfi ca , las p i edras y los peñascos del monte .
Al sentarse Fernando en aquella roca , vió muyabajo su s i lueta , que s e refl ejaba sobre la sombrag igantesca d e la peña y que ca ía encima d e un tejad o . Alguna que otra luz sali d a d e las casas d el pueblo bri llaba y parpadeaba confi dencialmente .
Un perro comenzó a lad rarle .
Sin sabe r por qué , aquello reavivó sus tras. Elhubiese deseado que la peña donde se sentaba , quetodo el monte , fuera proa de barco gigantesco o rejade inmenso arado , que hub ies e id o avanzando so
PIO BAROJA
Con leche y pan , s i puede ser , ¿eh?— Bueno .
Pues , s í; se d isolv10 la Compan ia , porque donDion is arramblaba con los cuartos y nosotros ¡ 72 a l
Luego , a Yáñez de la Barbuda le mandó buscarsu madre , y nos quedamos aqu í parados . GómezManrique, aquel hombre negruzco de lentes , se marchó ; no sé a quién l e sacaría e l dinero ; el d irectord e orquesta y las tres cori stas se fueron contratadosa un café cantante d e Alcoy y no s quedamos la característica y sus d os hijas
,y el maquini sta
,que está
arreglado con la Lol i ta .
—¿S í , eh ? S i lo hubiera sab ido mi primo el al
calde .
—
¡Ah ! ¿Pero e l alcalde es primo de usted?Si .
Po r muchos años .
¡Psch l Es un animal .Cabeza de Vaca hizo un gui ño expresivo .
— Yo creo — dijo agarrando la taza de café con lasdos manos y bebiendo con ansia señor d on nosé cómo es su nombre de usted .
— Fernando .
— Pues , bien , d on Fernando , creo que me engañécon respecto a usted ; en el escenario , e l d ía que levi , l e traté como un perdone usted .
— No vale la pena . Y diga usted , ¿qué han hechoustedes en es te ti empo , la característica , sus hijas yusted ?
— Ellas muy bien ; cabritean d o las pobre c illas . Lo
l i ta , sobre todo , ha sido la salvación d e la fami lia .
Usted sabe; todos es tos s eñores d e la ciudad en
viand o cañ as y alcahuetas que van , y alcahue ta s quevi enen , y visi tas d e señores seri os y d e curas que
CAMIN0 DE PERFECCIÓN
sal ían de noche embozados hasta la nariz en la capa .
Las muj eres tienen esas ventaj as — añadió Cabezad e Vaca , c ínicamentc :
— Al pri ncipi o , a m i Mencía me prestó algún d inero ; pero desde que se enteró el maquin i sta , el am i
go de la Loli ta , que e s un bruto ,
*
an imal , que se emborracha a todas horas
,ya nada . He tenido que vivi r
como los camaleones ; aqu í un café , allá una¿Y qué va us ted a hacer?Pues no sé .
—¿Y ellas , se fueron?Hoy quizá salgan de la estac ión i nmediata .
Pues yo también me marcho .
¿Pero cuándo ?Ahora mismo .
¿De veras se va usted ? ¿Pero ahora , de noche?Si .
¿No le d a a usted miedo ?Miedo , ¿de qué?
¡Qué sé yo ! S i tuvi era d i n ero para l l egar a Vál e ncia , me iría con usted .
¿Cues ta mucho el bi l lete ?No ; unas pesetas .
Yo se las daré .
Vamos,entonces , don otro café no
creo que estaría mal , ¿eh ?
Bueno , pero de pri sa .
Tomaron el café ; sal i eron de l Cas ino , y despuésd el pueb lo . Comenzaba a l loviznar; hacía frío ; nohallaron a nad ie ; la noche e staba negra; el caminoobscuro . A las tres horas , e staban Fernando y Cabeza de Vaca en la estac ión del pueblo inmediato ;lo primero que se encon traron al l í fué la característi ca y a sus d os h ijas , que andaban embozadas en
2 10 PÍO BAROJA
las toqu il las , por el andén ; el maquinista dorm ía enun banco d e la sala de espera .
Fernando se dirigió a la cantina , y por la influenc ia d e un mozo d e la estación , antiguo conocidosuyo , consigu ió que le abri eran la taberna. Entraronallá la caracterís tica y sus hij as , Cabeza de Vaca yOssorio . No hab ía mas que unas rosqui llas con sa
bor de acei te y aguardiente , p ero n i las tres cóm icas n i e l gracioso h icieron ascos y se atrasaron derosqu illas y de am ílico .
Cuando llegó e l tren y entraron todos en el vagónde tercera , las mej i llas estaban rojas y las miradasbri llantes ; el maquinista , i ndignado porque no leavisaron , se tendió en un banco a dormir.Mientras el tren iba en marcha , la vieja caracte
rística , que se'
encontraba alegre , empezó a cantartrozos de ?
'
uga r con fuego y de Marina ; s iguió Cábeza de Vaca con canciones d e l género chico , y después Menc ía se arrancó con unas soleares y tientosque quitaban e l sentido .
¡Si tuviéramos una guitarra ! — se l amentó Cabeza de Vaca .
¡Ahí va una ! — d ijo un hombre del * mismo va
gó n , pero d e otro compartimiento , que iba envu eltoen una gran manta listada .
Entonces ya la cosa se generalizó : Cabeza deVaca tocó la guitarra; la vi ej a y Loli ta l l evaban laspalmas y Mencía cantaba canciones gitanas , sentimentales , que hacían saltar lágrimas .
Cuando querrá la Virgedel Mayó Doló
q'
esos pe liyo rub iote lo p eine yo .
2 I 2 r io BAROJA
Fernando . Este la cog io de la cintura y la suj etó s inque el la ofreci era gran resistencia.
—jAnd e usted con ella ! — vociferaban de todos
los compartimientos .
Ella se volvió a mirar a Fernando , y en voz baj a
—¡Guasónl
XLV
— Es extraño — pensaba Ossorio cómo se d e s
enmascara el hombre en algunas ocas iones ; e l s ácarlo de su lugar , de su centro , pone claramente enevidencia sus inclinaciones , su modo de ser. Un va
gó n de un tren es una escuela de ego ísmo .
El si tio en que Ossorio ñ losofaba , era la sala deuna estación manchega , don de se cambiaba el trenpara dirigirse a Valencia .
Los viaj eros d e primera y segunda , unos habíanpasado al café; la mayoría de los de tercera quedaban en los bancos de la sala , durmiendo . Los cóm i
cos habían entrado en el café con la s eguridad de
que Fernando pagar ía , y Loli ta , sentada junto a él ,con pretexto de que tenía frío , se l e iba echando en
cima , hasta que i ncl inó l a cabeza sobre su hombro ,y se durmió . Fernando no se sentía románti co ; co
gió entre sus manos la cabeza de la muchacha y laap oyó en e l hombro de la característica , a quien le
CAMINO DE PERFECCIÓN
d ij º que iba a d ar una vu elta , que podían dormir;él le s avi saría cuando llegara e l tre n . Pagó el gas toy sal i ó al andén .
Entró en la sala de espera , convert i da en dormitori o . Un mechero de gas , en una li ra de hi erro ,tembl aba , i luminando con su luz roj a y vacilantelas paredes suc i as , l l enas de cartel e s de ferias yanuncios , l o s hombres dormidos embozados en lasmantas . Alguno s iban y ven ían , y taconeaban con
furia de frío ; otro s , más tranqu i los , hablaban recos
tad os en las paredes ; no faltaba la labri ega de rostro atezado , vesti da de negro , que con la cara i ndife re nte y dura , y la mi rada vacía , s e preparaba ae s p e rar sentada e n el banco media noche , con lamano apoyada en la cesta , sin moverse n i pestañears iqu iera .
En un r incón , un hombre vestido d e negro , cep il lado , l impi o , con e l tipo del empleado decente quese muere de hambre , su muj e r y una niña de s i etea ocho años , que asomaba su cara aterida y pál idapor encima del embozo de un mantón raído , miraban atentamente lo s movimientos de unos y otros ,e ncogidos los tres como s i tuvi eran m iedo de ocu.par más s it io que el preci so .
Fernando sal ió al andén .
En uno de lo s bancos Vi o tend ido a un hombreembozado en la capa , que roncaba como un p ipº rro .
Hab ía co lgado su male ta,por las correas , de un fa
ro l y apoyaba la cabeza en ella . Encima del ba ncoen donde s e hab ía pue stº ,
e staba la campana paras eñalar las sal idas de los trenes . Además de la m a
le ta , el hombre l levaba como equipaj e d os jaulas ,al tas como las de las perd ice s , pero mucho másgrandes , y dentro , en cada una , un gal lo .
2 I 4 PÍO BAROJA
Silhó un tren . Un mozo hizo sonar varias veces lac ampana.
'
El hombre de los gallos , entonces , se incorporó , bostezó , se arregló la bufanda , cogió susdos j aulas , y entró en un vagón de tercera .
Fernando preguntó adónde iba aquel tren que ll egaba ; l e dij eron que a A li cante ; pensó que lo másfáci l para escaparse de los cómicos sería meterseall í; cogió su maleta , y cuando e l tren comenzaba sumarcha , s e sub ió al estribo .
XLV I
¿Fué manuscri to o colecc ion de cartas ? No sé ;después de todo , ¿ qué importa? En el cuaderno dedonde yo copio esto , la narración continúa , só lo queel narrador parece ser
,en las páginas s igu ientes , e l
mismo personaj e .
Ya no podía vivir al l í. Tomé el tren , y he bajadoe n la primera estación que me ha parecido : en la
estación de un pueblo encan tador . Como aqu í nohay más posada que una , que está cerca de la e s
tación , y deseo no o ír ru ido d e trenes y de máquinas , h é preguntado en d os o tres s i tios dónde pod rían hospedarme , y me han i ndicado una casa delabor de fuera d e l pueblo , en el camino r eal , y aqu íestoy .
2 16 r io BAROJA
partes ; las mariposas , pintadas de espléndidos colores , se agitan temblando sobre los sembrados verd e s ; las a ltas hi erbas vivaces brotan lángid as , hol
gazanas , en los ribazos; p ían , gri tan los gorrionesen los árboles ; revolotean en algarab ía chil lona golondrinas y vencejos ; corren como fl echas las aéreasl ibélulas de alas de tul verde y dorado ; los mosquitos zumban en nube ; pasan como balas los grandesi nsectos d e j caparazones negros , bril lantes ; rezongucan las abejas y los moscones , curioseand o porlos huecos de tapias y paredes , y el gran sol , padrede la vida , e l gran sol , bondadoso , sonríe en loscampos verdes y claros de alcacel , i nce ndia las ro
cas d e l monte , con su luz vivísima, y va rebri llan
do en el agua turbia y veloz d e las acequ ias quese desliza con rápido tumul to , y ríe con gorj eo smi steriosos por las praderas fl orecidas y llenas derojas amapolas .
¡Oh ,qué primaveral ¡Qué hermosa primavera !
Nunca he sen t ido, cºmo ahora , el despertar pro fun
d o d e todas m is en ergias , el latido fuerte y pod e roso d e l a sangre en las arteri as . Como si en mi almahubi ese un río interi or detenido por una presa , y , alromperse e l obstáculo
,corriera e l agua alegremente
,
as í mi esp íritu , que ha roto e l dique que le apris ionaba , dique d e tri steza y de aton ía , corre y se d e sl iza cantando con júbi lo su canción d e gloria , sucanción d e vida ; nota humi lde , pero armónica en elgran coro d e la Naturaleza Madre .
Por las mañanas m e l evanto temprano , y la cabeza al aire , los pies en e l roc ío , marcho al monte , endonde e l viento l lega aromati zado con el olor balsámico d e los pinos .Nunca
,nunca h a sido para mis oj os el ci elo tan
CAMIN0 DE PERFECCIÓN
azul , tan puro , tan sonriente ; nunca he sentido enmi alma este desbordamiento de energía y de vida .
Como la savia h incha las hojas de las p iteras , l l oraen los troncos d e l as vides y las parras podadas ,l l ena de—floreci llas azules los vallados del mo nte yparece emborracharse de sangre en las roj as corolasd e los purpurinos geran ios , as í e sa corri ente de vidaen m i alma le hace reír y llorar y embri agarse enuna atmósfera de esperanzas , de sueños y locuras .
Por las tardes , recorro la alm azara y el lagar, obscuros , s i lenc io sos , y cuando por alguna rendij a delas ventanas entra un rayo de sol como un dardo d efuego o una vara de meta l fundido hasta el blancodorado , e n donde nadan las partículas de polvo ,s i ento una i n exp l icable alegría .
Estos ri ncones de la casa de labor, estas cosasprim i t ivas y toscas , la zafra donde se fritura la ace ituna , e l moló n de p i edra grande y cón ico , las tina
j as de barro , que parecen gigantes hundidos en e lsuelo , todo me sugiere pensamientos de algo que nohe visto jamás y me produce un recuerdo de sensaciones quizá l l egadas a m í por herencia .
Suelo comer y cenar en el zaguán , en una mesapequeña
,cerca de los hombre s que vuelven d el tra
bajo del campo . Estos lo hacen por orden : los mayorales de mula y muleros , sentados ; los chicos quel laman burreros , de p ie . Rezamos todo s al empezary al conclu ir de comer.No pinto
,no escri bo , no hago n ada , afortunada
mente . De noche oigo e l canto tranqui lo , fi losófi co deun cuco y el grito burlón y extraño d e un pavo realque s iempre está en el tej ado .
¡Cuánta vid a y cuánta vida en germen se ocultaráen estas noches ! — se me ocurre pensar. Los pájaro s
PÍO BAROJA
reposarán en las ramas , las abejas en sus colmenas ;las hormigas , las arañas , los insectos todos , en susagujeros . Y mi entras éstos reposan , el sapo , d e Sp ie rto , lanzará su nota afl autada y dulce en el espacio ;el cuco , su voz apacible y tranquila; el rui señor, sucanto regio ; y en tanto la ti erra , para los ojos de loshombres , obscura y sin vida , se agitará , estremec iénd o se en continua germinación , y en l as aguaspantanosas d e las balsas y en las aguas veloces delas . acequ ias brotarán y se multipl icarán m iriad as
'
d e seres .
. Y , al mismo tiempo de esta germm acwn eterna ,¡qué terri ble mortandad ! ¡Qué bárbara lucha por lavida! ¿Pero para qué pensar en ella? Si la muerte esdepós ito , fuente , manantial de vida , ¿a qué lamentarla ex i stencia de la muerte? No , no hay que lamentarnada . Vivir y esa e s la cuestión
X LV I I
Por más que hago , no he desechado todavía elp ruri to d e anal izarme , y , aunque me encuentro tran
qui lo y sati sfecho , anal izo mi bienestar.¿Es una idea sana que ha en trado en mi cerebro
la que me ha proporcionado e l equil ibrio — me pregunto o e s que he hall ado la paz inconscientemente en mis paseos por la montaña , en e l aire puroy limpio?
p ío BAROJA
XLV I I I
He tomado e l tren al amanecer. A eso de las diezde la mañana e staba llamando en casa de mi tío .
El pueblo e s grande . Cuando llegué , las calles é staban inundadas d e sol , reverberaban vívida claridadlas casas blancas , amari llas , azules , continuadas portap ias y paredones que l im itan huertas y corrales .
A lo lejos veía el mar y una carretera blanca , polvorien ta , entre árbol es altos que termina en e l puerto .
Se sen tía en todo el pueblo u n enorme si lencio ,i nterrumpido solamente por el cacareo de algún gal lo .
El tartane ro ,a qui en dij e adonde me dirigía , paró la
tartana en una callejuela que tiene a ambos ladoscasas blancas , rebosantes de luz . Llamó , y entré ene l zaguán .
Mi tío sal io a rec ibirme , me conoc io , me d i o l amano , pagó al tartane ro e hizo que una muchachasubi ese la maleta al piso de arri ba . Mi tío ten ía quehacer una vi sita , y me ha dejado solo en la sala . Hesal ido al balcón ; el pueblo e stá si lencioso ; las casas ,con sus pers ianas verdes , sus ventanas y puertascerradas , parecen abstra ídas en perezosas meditaciones . De vez en cuando pasan algunas palomas ,haciendo zumbar e l aire l igeramen te con sus alas .
Ha ven ido la criada,y,l lamándome señoret , me
h a dicho que las señoras hab ían venido de la igles ia ,que la comida es taba en la mesa . He bajado las es
CAMINO DE PERFECCIÓN
caleras y he en trado en el comedor , con la sonrisade un hombre que qui ere hacerse amable . Me ha
pre sen tado mi tío a su muj er; l a he hecho un salud o ceremonioso ; he dado un apretón de manos aDolore s , la hij a mayor; un beso a B lanca , una ch iqui l la muy graciosa; he acaric iado a un ni ño de doso tres años ; hemos empezado la comida , y , por másesfuerzos que he hecho para animar la conversación ,la frialdad ha rei nado en la mesa .
Despu és de comer, B lanca , que es una chiqu ill amuy trav ie sa y comunicativa , me ha enseñado lacasa
,que no tiene nada de particular , p ero que es
muy cómoda . En el p iso bajo están el comedor , elde spacho del padre , la cocina , la despensa y un patio que conduce a un corral ; en e l p iso de arribahay la sa l a grande con d os balcones a la calle , y lasalcobas .
Ha debido de ser cuestión de bas tante ti empo elarreglarm e el cuarto ; yo , para d ejar l ibe rtad , me heido al Cas i no . Al volver me han enseñado m i cuarto . E s un gabi nete gran de , hermoso , enjalbegado decal , con el suelo de azulejos azules y blancos
,relu
c iente s ; ti ene un sofá , varias s il l a s azul e s , un e5pejo , un lavabo y una cama de madera de l imoncil lo ,esta última , muy coque tona , muy baj a , con corti na sazules de seda .
E l balcón del gabinete da a un terrad ito ,en cues
ta , he cho sobre un tej ad il lo del p iso baj o de la casa .
En un rincón nace una parra que sube por la pared ;ya con las hoj as crecidas , del tamaño del ala de unmurci é lago , y en la pared también hay unos cuantos alambre s cruzados , de los que cuelgan ñlamentos de enredaderas secas . En el sue l o
,en graderías
verdes , hay algunas mace tas .
Piº BARO ! A
Estoy ahora aquí , sentado . ¡Qué s itio más agradable ! Enfrente , por encima de las tejas , veo la torre deun convento , torcida, con su veleta
”adornada , conun grifo largo y
'
e scuálid o que ti ene un aspecto có
m icam éñ te tri ste . Me ha parecido conveniente hacerle una salutación , y le he di rigido la palabra : ¡Yo tesaludo
,pobre grifo jovial y bondadoso — l e h e di
cho yo sé que , a pesar de tu actitud fi era y ram
pante , no eres n i mucho menos un monstruo ; sé quetu lengua b ífi da no ti ene nada de venenosa como lade los hombres , y que no te si rve mas que paramarcar suces ivamente , y no con mucha exacti tud ,la direcciónde los vientos ! ¡Pobre grifo jovial y bond ad oso , yo te saludo y reclamo tu protección ! Aloírme invocarle asi , e l grifo ha cambiado de posturagracias a un golpe de viento , y le he visto con la cábeza apoyada en la mano ,
En esta casa me tratan con gran cons ideración ,! p ero con un despego abs oluto . A mi tío le escueceaún el poco aprecio que hici eron de él los pari entesd e su difunta esposa , y, de rechazo , no m e puede vera m i tampoco . Su mujer cree que soy un aristó cra
ta; se conoce que le ha oído hablar a su marido d emis tías , como si fueran princesas , y se figura que ,
224 PÍO BAROJA
nebrosos , con largas pestañas; las caderas redondas ,y la ci ntura muy fl ex ible .
He esperado a que B lanca sali ese del terrado porun momento para hablar a Dolores .
— Han hecho ustedes mal en darme este cuartotan bonito . S i hubi era sab ido que era e l de us ted , nolo hubiera aceptado .
No he concluid o la frase y he visto a la muchacha
que se ponía roja como una amapola . Me he quedad o yo también azorado al ver la turbación suya , —yno he sab ido qué decir; afortunadamente ha entradoB lanca y se han puesto a hablar las dos .
Hago mi ! supos iciones para expl icarme su azoramiento . ¿Por qué se ha turbado d e tal manera? ¿Hacre ído que ten ía i ntenciones de mortificarla? Me d ecido a volver a hablarla .
Después de cenar, en un momento en que su pád re há sal ido del comedor y su madre ha quedadodormida , la he dicho :— Esta tarde me parec ió que le hab ía molestado
a usted lo que dij e ; no sé lo que pude decir , peroc reo que interpretó usted mal m is palabras ,
—¿Qué qui ere usted ? Soy muy torpe .
— Si alguna inconveniencia se m e escapó , pe rd óneme usted ; fué i nadvertidamente .
— Está us ted perdonado .
—¿E so qui ere decir que estuve inconveni ente , y
que , además , le mol esté a usted?No ha contestado nada .
Me he levantado de la mesa incomodado por unaestupidez tal . Indudablemente , España es e l pa ís másimbéci l d e l orbe ; en o tras partes se comprende quiéne s el que tra ta de ofender y quién no ; en España nossentimos todos tan mezquinos , que creemos , siem
CAMINO DE PERFECCIÓN 22
pre en los demás i ntenciones de ofensa. Estoy indignado . He decid ido encontrar un pretexto y lar
garme de aquí.
Hoy me he levantado con la intenmon de marcharme . Como el tren sale del pueb lo a la noche , mehe puesto por la tarde a meter e n mi maleta algunaropa . En esta op eración me ha visto mi prima Dolores al pasar a regar sus ti estos .
—¿Pero , qué? ¿Está usted haci endo la male ta?
— S í; tengo que marcharme ; una notic ia impre
Como no tengo cos tumbre de mentir, ni ten íapara qué, no he d icho más .
— Vamos , que ya se ha aburrido . usted de es tarcon nosotros — há dicho e l la , sonri endo .
— No — h é conte s tado secamente ustedes son
los que se han aburrido de m i.—¡Nosotrosl
— S í .— Hablando y discutiendo , no ha p od ido menos
Dolores de comprend e r la verdad , que yo me mar
chaba por ellos , porque veía que mole staba . El la haprotestado calurosame nte .
— No , no — le he dicho comprenderá usted queno ,e s, cosa de estar en una casa en donde uno mo
15
226
lesta , en donde se cree que uno se burla de la hosp italid ad que recibe .
— Espere usted siquiera una s emana .
Tras de la explicación hemos llegado a una buena i nte l igencia con Dolores y a la amis tad cariñosacon B lanca .
He exigi do que me muden de cuarto , y ahoraduermo en una alcoba obscura del fondo de la casa .
Me he empeñado en conquistar a la famil ia. La
mamá está casi conquistada , pero el padre es terrible ; no hay medio de desarrugar su ceño .
Por la tarde , la mamá y las dos muchachas cosenen el gabine te ; esta deb ía de ser la costumbre de lacasa; yo entro y salgo e n e l cuarto y hablamos porlo s codos . Se ha roto el hi elo , al menos en lo que sere fi ere al elemento femenino de la casa. Yo les hablo de París , de Suiza y de Alemania , y les tengomuy entretenidos .
De lante de su padre me guardaría muy bien dehacerlo , porque aprovecharía la ocasión para decira lguna cosa desagradable , como , por ejemplo , quelo s que ti enen dinero para viaj ar son los que no si rven para nada, y ni ap renden n i sacan jugo de loque ven .
Mi tío es especialista en vulg aridades d emocráticas. Mi tío e s republ icano . Yo no sé si hay algunacosa más estúp ida que ser republi cano ; creo que nola hay, a no se r el ser social is ta y demócrata .
Ni mi t ía , ni m is primas son republ i canas . Esasson autoritari as y reaccionari as , ¿ omo tod a s las muj eres ; p ero su autoritari smo no les hace ser tan d es
pó ticas como su democracia y su li bertad a m i republicano t ío .
Al anochecer, las d os muchachas de j an e l tra
228 PÍO BAROJA
He comenzado a hacer e l re trato de Dolores , y hatranscurrido el di a de la marcha y me he quedado .
¡Me encuentro tan bienEl retrato lo estoy haciendo en e l terrado al poner
se e l sol . Dolores se cansa en seguida de estar quieta . El primer d ía vino con la cara más empolvad a
que nunca.
Yo l e dij e que tan blanca me parecía u n payaso ,y después estuve hablando mal de las mujeres quese p intan o se ll enan la cara de polvos de arroz. Ellaquiso demostrar que una cosa es dis ti n ta de otra; yoafi rmé rotund amenle que era igual .Desde el segundo d ía de ses ión viene s in po lvos de
arroz, pero se preocupa mucho por lo negra que está .
E l retrato no me sale por más que trabajo , y podria ser una cosa bonita . La fi gura esbel ta de Dolores , vestida de negro , se destaca admirablemente sº »
bre la tap ia verde , picotead a de puntos blancos , ll enade manchas obscuras de las goteras .
He recurrido a un expediente , dentro del arte ,vergonzoso; l e he pedido a mi amigo el fotógrafo lamáquina y he hecho dos retratos : uno de Dolores yotro de su madre , y un grupo de toda la famil ia .
Después los he i luminado con una mezcla de barn izy de p intura al ó leo . Un verdadero crimen de lesoarte .Han parecido mis retratos verdaderas maravi llas .
CAMINO DE PERFECCIÓN
Lo que he hecho con gusto ha si do un apunte queme ha resultado bastante b i en : el suelo , de ladri l lo srojos ; las gradas , verdes ; las manchas rojas de losgeranios en fl or sobre la tapi a , y encima de ésta e lc ie lo azu l con estrías doradas , y la espadaña mediocaída y ru inosa . Hay en este a punte algo de tran
quilid ad , de descanso .
No me pod ía figurar el reposo , la dulzura de estos .
crepú s cu los . Se oye el murmullo de la gente de lpue blo que a esa hora empieza a vivi r
;las golond ri
gas ch i l lan dando vueltas alrededor de la to rre , ylas campanas de la igles ia suen an enc ima de nosotros .Después de la se ston , cuando Dolores deja de pa
sear y se ded ica a la costura , d iscutimos acerca demuchas cosas , de arte , i nclus ive .No comprende que se puedan p intar fi guras feas ,
de c osas tri s tes ; no le gusta nada torturado , n i obscuro .
El la , s i sup iera p intar, dice que p intaría mujeresh ermosas y rub ias ; a Dolore s l a rubicund ez l e parece una superioridad i nmensa; p intaría tamb ién e s
cenas de caza con c iervos y caballos , bosques , jardines , lagos con su correspondiente barca; cosasclaras y sonrientes .
No se la convence de que puede haber bel leza ,s entim iento , en otras cosas . Es una muchacha quetie ne una fij eza de ideas que a mí me asombra , y ,so bre todo , un sentimiento de justi ci a y de equ idadextraño en una muj er , que yo ataco con paradojas .El mad ri leñ ismo mío , más fi ngido que otra cosa ,
porque yo nunca tuve entusiasm º por Madr id , l e indigna .
— Después de todo — le digo yo crea usted que
2 30 p io BAROJA
es lógico que la gente d el pueblo , l a gente o rdinari a , trabaje pa ra nosotros los elegido s , porque asi
se forma una casta superi or di rectora, que pued e ded icarse al arte , a la l i teratura .
— Vamos , que vivan los zánganos y que trabajenlas abej as .
— Usted no debe decir eso .
—¿Por qué? ¿Cre e usted que soy zángana? Pues
soy abeja .
El fotógrafo , que trata de convence rme de la superiorid ad de todo hombre que haya naci do entre lasVisti l las y el H ipódromo , ti ene razón . Dolores me vagustando cada vez más . A medida que pasan d ías ,encuentro en mi prima mayores encantos.Tiene unos ojos que antes no me había fi j ado en
ellos ; unos ojos , que parece que van a romper a háblar a cada momento , sombreados por las pestañasque se l e acercan a las cejas , y le d an una expres iónde pájaro nocturno . Luego , bajo la apariencia demuchacha traviesa , hay en ella una i ngenui dad yuna candidez asombrosa , s in asomo de fi ngimie
'
nto.
El otro d ía estaban de vi si ta unas amigas de Dolo res . A l ver una lámina de un peri ódico i lus trado
,
en donde venía el retrato de Liane de Pougy, se com enzó a hablar de estas beteras cé le bres . Me pre
2 32 p io BARO! A
La noticia fué para mí terrible . Me d ij eron queDolores ten ía novio . En el Casino me aseguraronque recibía cartas de Pascual Nebot , e l hijo de unode los prop ie tarios importantes del pueblo . La nochepasada fuí al Casino por conocerle .
Es un hombre alto , fornido , rubio , de cara juanetuda y barba larga , dorada . No sé si notó algo enm i; probablemente me conocería; me pareció que mem iraba
_
con una atención d esd eñosa. Es tipo de hombre guapo , pero ti ene e sa i ronía antipática y amargade los levantinos , que ofende y no d ivierte , una ironías in gracia , que niega s iempre , s in bondad alguna .
Este Nebot ti ene fama de republ icano y de anticlerical , y goza de un gran prestigio entre la gentedel pueblo . Es también federal o medio regionalista ,y hace alarde .de hablar s iempre en valenciano . Sel e tiene por un Tenorío de mucha fortuna.
A pesar de su fach end a , me parece que no ha deconquistar a mi prima . Yo estoy decidido a ahandonar mi ind olencia y a tener una voluntad d e hierro .
Me voy a encontrar gracioso e chánd om e las de hombre fuerte .Anteayer acompañé a Dolores a las fl ores de Ma
ría . Como la madre no puede ir, fué el la acompañad a de la señora Mercedes , una vieja criada de la fámilia , más negra y más curtida que un salvaje .
CAMINO DE PERFECCIÓN
Dolores estaba preciosa; indudab l emente no pudores isti r la tentac ión de darse algunos polvos de arrozen la cara; me pareció muy b lanca , verdad que su
cabeza estaba rodeada de negro : el p elo , la manti lla ,e l ves ti do; luego , para que s e destacara más la graciade su talle y de su ros tro , l l evaba a la señora Merced e s al l ado , que parec ía el monstruo fami l iar ; una dueña fi e l y e spantable que iba acompañando a su ama .
Se lo dij e así a Dolores y se echó a re ír; la fuiacompañando , verdaderamente orgul loso de ir cone l la , echamos por el cam ino más largo , por entre callej ue las . Me pareció que causábamos sensación ene l pueb lo .
A l l legar a la puerta de la igle sia , un arco gótico ,en cuyo fondo negro bri l laban mi l luces de c irios ,nos detuvimos .
—¿Vas a entrar? — me preguntó ella .
— S í. E ntraré : te e5peraré a la sal ida.En la igle si a el a ire es taba tib io , saturado de un
olor voluptuoso d e inci enso y de cera . E l al tar brillaba con las luces , ll eno de fl ores blancas y floresrojas , entre los adornos bri l lantes deHoy he acompañado a la madre y a las d os hij as
a m isa mayor. Con el traje negro y la manti l la , Dolores estaba guap ís ima . Pasamos al i r a la igles iapor un grupo en donde se encontraba Pascual Nebot entre sus amigos . Pascual me miró con rab ia;Dolores no quiso apartar sus ojos de los míos .Terminó la misa , y al volver de la igles ia a casa
estaba lloviendo . En el terrado suenan las gruesasgota s de agua al chocar en las hojas de las hortens ias y dej an en el suelo manchas grandes y redond as , que al evaporarse —e l agua en los ladri l los cal
d ead os desaparecen en segu ida . Can tan los gallos
2 34 Piº BAROJA
hoy más que otros d ías . Sobre el fondo negro de latorrecil la del convento se ve correr en líneas te nuesy brillantes el agua que cae . El cie lo está gri s , conuna reve rbe ración luminosa , tan grande , que no se
le pue de mirar s in que ofenda lo s ojos .Dolore s , despu és de mudarse de traj e , ha e ntrado
en el terrad ito y traído las plantas que están en lasala para que les dé el agua . Ha venido una vi sita ycon ella está la madre d e Dolores , charlando en e lcomedor.
— Oye , Dolores — le he d icho yo .
—¿Qué?
— Te tengo que hab lar.— Habla todo lo que quieras.— Oye .
—¿Qué?
— Te es tás mojand o .
— No e s n ada .
—¿Sabe s que estás muy guapa hoy?
Y me ha mirado con sus ojos negros tan bri llantes , que me han dado ganas de estruj arla e ntre m isbrazos .
— Oye .—¿Qué?
—¿E s verdad que Pascual Nebot te pretende?
—¿Y a ti qué te importa?
—¡Que no me importa ! Tú contéstame . ¿E s ver
dad o no?—¿Pero a ti qué te impo rta , hombre?
— No , tú no me contestas — l e he dicho yo tóntamente .
— Claro que no te contesto . ¿Por qué te voy a contestar?
236 r ío E AROJA
formal . Cree que soy un Tenorio que abandono a
las mujeres después de seducirlas ; yo me h e d efendido de tal supos ición cóm icamente , demostrandoque n i lo soy ni lo he sido , aunque en otrás
_ocasio
nes , no por falta de ganas . En este momento en que
p eroraba ha entrado Dolores . Ha habido expl icac ió nentre los tres .Ahora estoy pendiente del fallo de mi tío , que dirá
probablemente alguna gansad a .
Según me ha dicho Dolores , al comunicarle mipetición ha refunfuñado de mal humor.
Pascual Nebot ha averiguado , no sé cómo , la vidaque yo hice en Madrid , que tuve algu nos l íos , y ,además , ha dicho , y esto probablemente es inven
ción suya , que he estado para profesar en un convento ; por el pueblo me llama el f rare.
Me parece que Nebot y yo vamos a concluir mal;yo no le provocaré ; pero el d ía que observe en él laseñal más i nsignifi cante de burla , me echo sobre élcomo un lobo .
Alguna amiga ha ten ido la piadosa idea de con
tarle a Dolores las i nvenciones de Nebot , y he encontrad o a mi novia adusta y de malhumor . Yo mepreguntaba : ¿qué le pasará?Teníamos que ir a un huerto de la abuela de Do
CAMINO DE PERFECCIÓN
lores . Salíamos a las tres o tre s y media de casa . Po r
delante íbamos : Dolores , B l anca , una amiga de lasd os hermanas y yo , acompañándolas ; detrás , m i futura suegra , la madre de la amiguita y m i tío .
Dolores , esquivando mi conversació n_y alejándos e
intencionad amente de mi lado . Ll egamos la casade la abuela por un camino que cruza por entre naranj ales l l enos de azahar, que todavía tienen naran
j as roj izas . Dolores echa a correr, y las otras d os hacen lo mi smo .
— Nada , me pers igue la mala suerte — murmuro ,y me pongo a con templar la casa fi losófi camente .
Esta e s de pi so bajo 5010, p intada de azul , y se hallacas i al borde de la carretera . En el centro tiene unapuerta qu e conduce al zaguán , y a los lados , ventanas enrej adas .
El zaguán , que ocupa todo lo ancho de la casa ,termina por la parte de atrás en una hermosa galería , cubierta por un parral por arri ba y limitada a lolargo por una vall a, en la que se tejen y en tretejenlas enredaderas , las h iedras y las pas ionari as , formando un muro verde ll eno de fl ores y de campánu las .De la galería se baja por una escalera al huerto
,y
el cam ino que de aquí parte concluye en un cenador, un tinglado de maderas y de pal itroques sobrelos cuale s se sosti enen gruesos trozos de un rosals i lves tre l le no de hojas , que derrama un turb ión desencillísimas fl ores blancas y amari l lentas .
A la entrada d el ecuad or , sobre pedestales deladri l lo , hay dos e statuas , de Flora y Pomona; en e lcentro , debajo de la co rtina verde del rosal s i lvestre ,una mesa rúst ica y bancos de madera . Nos sen tamos . Todos hab laban , menos Dolores , que parecía
ensimismada es tudi ando las fi guras de los azul ej osde la pared .
—¿Qué represe ntan? — le pregunté yo , para d eci r
— E s Sa nto Tomás de Vi l lanueva — contestóB lanca es tá vestid o de obispo con un bácu loen la mano , y un negro y una negra rezan a sulado .
— El p intor comprend10 la grandeza del santo — le
d ij e a Dolores El negro y la negra no le ll egan nia la rodil l a.Dolores me miró severamente ; habl ó con su her
mana y con la amiga , y las tre s, cruzando e l ja rd ín ,subieron a la galería y desaparec ieron . Di un pretexto para sal ir del ecuador, entré en la ca sa, anduvebuscando a Dolore s y no la encontré . Volvía a reunirme con mi tío , cuando oí ri sas arri ba; levanté lacabeza : Blanca y la amiga estaban en la azo tea.
Subí por una escaleri l la de caracol . Dolo res , con
la actitud que toma cuando se . enfada, se apoyabaen un j arrón tº sco de barro que ti ene el barandadode la azotea, mirando atentamente , con los ojos mástenebrosos que nunca , las avispas que revoloteabancerca de sus avisperos .A los lados del: huerto , se veían marj ales di vid i
d idos en cuadros por anchas y profundas acequias ,en cuyo fondo verdeaba el agua .
Por la carretera , cubie rta de - po lvo , i ban pas ando ,camino del puerto , carros cargados … d e naranja ; alguna canción triste y monótona llegaba has ta nosotros .
Me senté al lado de Dolores .
En un momento que vi muy ocupad as a Blanca ya la . amiga en llamar a uno que pasaba por la ca»
240 PÍO BAROJA
vida con el corazón vacío y el cerebro lleno de lo
—¡ Poó ret!
— me d ij º , con una mezcla de ironía ymatern idad ; y no sé por qué entonces me sentí n iñoy tuve que bajar la cabeza para que no me vi ese llorar. Entonces ella , agarrándome de la barba , hizo quelevantara la cara , sentí el gusto salado de las lágr imas en la boca , y , mirándome a los ojos , murmuró :
— Pero qué tonto eres .
Yo besé su mano vari as veces con verdadera hum ild ad , hasta que vi que B lanca y la amiga nos miraban en el colmo del asombroDolores estaba azorada y comenzó a hablar y a
hablar tratando de disimular su turbación . Yo la éscuchaba como en un sueño .
Anochec ía; un anochecer de primavera e5plénd i
d o . Se veían por todas partes huertos verdes denaranjos , y en medio se destacaban las casas blancas y las barracas , también blancas , de techo negruzco .
Cerca , un bosqueci l lo frondoso de altos . álamosse perfi laba del icadamente en el c ie lo azul obscuro ,recortándose en curvas redondeadas . La l lanura seextend ía hacia un lado muda , i nmensa, hasta perderse de vista
, con algunos puebleci llos lejanos , consus erguidas torres envueltas en la niebla; hacia otraparte limitaba el l lano una si erra azulada , cadenade montañas altas , negruzcas , con p edruscos de formas fantásticas en las cumbres .
Enfrente se extendía el Mediterráneo , cuya masaazul cortaba el cielo pál ido en una l ínea recta . Bor
d eand o la costa se ve ía la mancha alargada , obsonra y estrecha de un p inar, que parecía algún inm en
ro rep til dormido sobre el agua .
CAMINO DE PERFECCIÓN
A espaldas ve íase la c iudad . Bajo las nubes fund idas s e ocultaba e l sol envuelto en rojas incand escencias , co mo un gran brasero que incend iara e l
c ielo hero ico en una hoguera rad iante , en la glori ade una apoteosis de luz y de co lº res . Absortos , contemplábamos el campo , la tarde que pasaba , losrojos resplandores del horizonte . Bri l laba el agua consangr i ento tono en las acequ ias de los marj ale s; elterra! ven ía blando , suave , cargado de olor d eazahar; por e l camino , en tre nubes de polvo , segu ían p asando los carros cargados deFu é obscurec iendo ; sonaron a lo lejos las campa
nadas del Angelus, ú ltimos susp iros de la tarde .
Hacia poni ente quedó en el ci e lo una gran i rradi ac ión lum inosa de un color verde , purísimo , de nácar.El cielo se l lenaba l e n tamen te de estrel l as ; envol
vía la ti erra en su cúpula azul , obscura , como enmanto regio cuajado de diamantes , y a medida queobscurecía , el mar iba tiñénd ose de negro .
Sobre las hi erbas , sobre las hojas de los árboles ,se depos i taba el húmedo rocío de la noche ; temblaba e l agua con br i l lo p lateado en las charcas y e nlas acequ ias ; el vi ento , c read o po r e l aroma delazahar, hacía es tremecer con sus ráfagas frescas elfo llaje de los álamos y pro ducía al ag itar las masastup idas y verde s de los bancales visos extraños ylum inosos .
La frescura p enetrante de los huertos sub ía a laazotea; mil murmul lo s vagos , i ndefi n idos , susp irosde los árboles , resonar l ej ano de
'
las olas , susurrode las ráfagas de vi en to en las fl or es tas , repercutíanen e l campo ya obscuro , y en e l recogim iento de lanoche armon iosa , alumbrada por la luz eterna! dede las estrellas , bajo la augus ta y ;solemne serenidad
16
242 PÍO BAROJA
del ci elo y el reposo profundo de los huertos , com enzó a cantar un ruiseñor tímidamente .
Obscureció aún más ; en el cielo brotaron nuevasestrel las , en la ti erra bri llaron gusanos de luz en lasenramadas , y la noche se pobló de misterios .
Pascual Nebot no cej a en su empeño; le ha ese rito a Dolores; en la carta debe hablar de m í desdeñosamente ; en el Cas ino oí que dec ían unos amigos deNebot, al pasar junto a e llos :
— Y si no fuera pari ente de la chica , me pareceque se ganaba unos palo s .
Además de esto , mi t ío favorece a Pascual ; es correligionario , de influencia en la pero yono e stoy di spuesto a dejarme arrebatar la dicha . Hehablado a Dolores y estoy tranqui lo . Cuando la heexpresado mi temor de que pudieran torcer su voluntad , ha dicho sonri endo :
— No tengas cuidado .
He sabido que , efectivamente , en la carta quePascual escrib ió a Dolores hablaba de mí en tonode lástima.
He buscado a Nebot esta tarde en el Cas ino . E s
taba en el b i l lar jugando a carambolas .
Le h e advertido que no quiero armar un escánd alo; pero que no estoy dispuesto a permitir qu e nadi e
244 r ío BAROJA
M i rival está ya curado del garrotazo que le pégué . Por nuestra riña se ha d ividido la gente jovendel pu eblo en d os bandos : neboti stas y ossº ristas ;lo s forasteros y los mil itare s están conmigo y medefi enden a capa y a espada.
Como estoy dispuesto a tener energía, he ido a
casa de mi tío a ped irle la mano d e Dolores . Inme
d iatamente , a l verme , ha empezado a recriminarme
por m i d i sputa con Pascual ; yo le he enviado a páseo de mala manera . Me ha dicho que Nebot está enfurecid o y que me desafi ará en c uanto se encuentrebueno .
— Que lo h aga; le meteré med i a vara de hierro ene l cuerpo — le he dicho .
M i tío se ha escandalizado; ha creído que soy une Spad ach ín, y ha hablado de los holgazanes queaprenden la esgrima para insultar y escarnecer im
punemente a las personas honradas . Yo le he d i choque era tan honrado como Pascual Nebot y como él ,y menos y orgulloso y menos déspota que él , quellamándose republicano y liberal , y otra porción demotos bon itos , tiranizaba a su famil ia y trataba deviol entar la voluntad de Dolores .
— Muy republ icanos y muy liberal es en la call eto dos ustedes — conclu í diciendo pero en casatan dé5potas como los demás , tan intrans igentes
CAM INO DE PERFECCIÓN
como los demás, con la m isma sangre d e fra i le quelos demás .
Y , ¡habrá estup idez humana ! El hombre a qu ie nqu izá no hubiera conmovido con un río de lágrimas , se ha p icado al o írme ; ha l lamado a s u muj e ry a su h ija, y les ha expue sto mis pre tens iones . Delante de mí le ha d icho a Dolores los ri esgos que corría casándose conmigo .
— Fernando — con re ti ntín nervioso no es d enuestra clase : es un aristócrata; está aco stumbra doa una v ida d e lujos , de v icio s , de comod idade s . Paraé l , corivéncete , e res una much acha tosca , si n maneras elegantes , sin mundo … ¡Pien sa lo que haces ,Dolores!
— No , papá ; ya lo h e pensado — ha d icho el la …
LV I I
S e casaron y fueron a pasar un mes al Collado ,una casa de labor de la fami l i a .
Fernando sentía ampl io y fuerte , como la corriente de u n río caudaloso y sereno , el deseo de amor,de su eSpíritu y de su cuerpo .
Algunas veces , la misma placidez y tranqu i l idadde su alma le i nducía a anal izars e , y al ocurrírse le
que el origen de aquella corri ente de su v i da y amorse p erd ía en la inconsc iencia , pensaba que é l era
246 río BAROJA
como un surtidor de la Naturaleza que se refl ej abaen s í mismo , y Dolore s e l gran río adond e afluía é l .Si; ella era el gran río de la Naturaleza , poderosa ,fuerte; Fernando comprendía entonces , como no hábía comprendido nunca , la grandeza i nmensa de lamuj er, y al besar a Dolores , cre ía que e ra e l mismoDios el que se lo mandaba; el Dios i nci erto y doloroso , que hace nacer las semillas y remueve eternamente la materi a con e stremecim ientos de vida .
Llegaba a senti r respeto por Dolores como anteu n misterio sagrado ; en su alma y en su cuerpo , ensu seno y en sus brazos redondos , cre ía Fernandoque había más ciencia de la vi da que en todos losl ibros , y en el corazón cándido y sano de su mujersentía lati r los sentimientos grandes y vagos : Dios ,la fe , el sacrifi cio , todo,Y llevaban los dos una vid a sencillísima . Por las
mañanas iban a pasear al monte; ella , l igera , trepaba como un ch ico por entre los peñascale s; él lasegu ía , y al abrazarla, notaba en sus ropas y en sucuerpo el olor de las hierbas del campo . No era unafel icidad la suya sofocante ; no e ra una pasión llenade inqu i etudes y de zozobras . Se _
entend ían , quizá ,porque ne trataron nunca de e ntenders e .
Fernando sentía un desbordamiento de ternurapor todo : por e l sol bondadoso que acariciaba con
su dulce calor el campo , por los árboles , por la ti e
rra, s iempre generosa y si empre fecunda.
A veces iban a algún pueblo cercano a pi e y vol
v ian de noche por la carretera i luminada por la luzde las estrellas . Dolores se cogía al brazo de Fernando y cerraba los ojos .
— Tú me llevas — sol ía deci r.— Pero me guías tú — replicaba él .
248 PÍO BAROJA
los ojos bri llantes , en el aire turbi o apenas i luminadopor el candi l de aceite , hacían temblar el pavimentocon las p isadas , mientras la voz chillona , si n dej ars evencer por el ruido y la algarabía , se levantaba con
más puj anza en el aire .E ra aquel bai le una brutalidad que sacaba a flote
en el alma los sanos instintos naturales y bárbaros ,una emancipación de energ ía que bastaba para olvid ar toda clase de locuras mística s y d e sfalleci
'
entes .
LV I I I
Dejaron el Collado . Fernando trató de enseñar asu mujer Madrid y Par ís ; Dolores no quiso . Habíande hacer co¿no todos los recién casados del pueblo :i r a Barcelana.
En el fondo temía las veleidades de Fernando .
— Bueno , i remos a Barcelona — dijo Ossorio .
Fueron en un tren correo , completamente solosen el vagón . Sal ieron a d e sp ed irles todos los de lafamilia .
Comenzó a andar el tren ; hacía una noche templada . E l cielo estaba cubierto de negros nubarrones ;l lovía .
Al pasar por una estacion d ij º Dolores— Mira , ahí en un convento de ese pueblo decía
Pascual Nebot que tú te querías meter fraile .— Antes , no me hub i era costado mucho trabajo .
CAMINO DE PERFECCIÓN
¿Por qué?— Porque no te conocía a ti .Hubo un momento de si lencio .
— Mira , mira e l mar — dij o Dolores con entusias
mo , asomándose a la ventan i lla .
Algunas veces e l tren se acercaba tanto a la playa , que se veían a pocos pasos las olas , que avanzaban e n masas negras y plomizas , se hi nchabancon una l ínea bri l lante de e spuma , s e incorporabancomo para mirar algo y des aparecían después e n e labi smo s in co lor y si n forma . E ra una impres ión devértigo lo que producía el mar, v i sto a los pi es ,como una i nmens idad negra , confund ida con e l ci elo gri s por el i ntermedio de una ancha faja de brumay de sombra .
A veces , en aquel manto obscuro b ro taba y cabrilleaba un punto blanco y pá l i do de espuma, comos i algún argentado tri tón sal i ese del fondo del mar acontemplar la noche . De la ti erra húmeda venía unaire acre con e l gu sto de marisco .
Sal ió la luna del seno de una nube , y rieló en lasaguas . Como en un plano topográfi co se d ibujó lal ínea de la costa , con sus promonto rios y sus entrad as de m ar y sus l enguas de tierra largas y estrechas que parecían negros peces monstruosos dorm id os sobre las olas .A veces la luna vertía por debajo de una nube
una luz que dej aba al mar plateado , y entonce s seveían sus olas redondas , sombreadas de negro , agitadas en continuo movimiento , en eterna violenciade i r y veni r , en un perpe tuo cambio de forma .
O tras veces , al sal i r y mostrars e claramente la luna ,bri llaba en e l mar una gran masa b lanca , como undi sco de metal derretido , movible , que se alargara en
250 p io BAROIA
l íneas de espuma , en cintas de plata, grecas y meand ros luminosos que nacían junto a la ori ll a y ribe ¿teaban la i nsondable masa de agua salobre .De pronto penetró el tren en un túnel . A la sal ida
se vió la noche negra; se hab ía ocultado la luna . Eltren pareció apresurar su marcha .
— Mira , mira — dijo Dolores mostrando un faroy sobre él , una como polvareda luminosa . El farodió l a vuelta; i luminó e l tren de l leno con una luzblanca , que se fué enroj eciend o y se hizo roja alúltimo .
Produc ía verdadero terror aquella gran pupi laroja bri l lando sobre un sº porte negro e iluminandocon su cono de luz sangrienta e l mar y los negruz
cos nubarrones del c i elo .
Llegaron a Tarragona y se hospedaron en un hotel que estaba próximo a una iglesia . Lo s primerosd ías pasearon a oril las del mar; el Medi terráneoazul venía a romper las Olas llenas de espuma a susp ies .
Luego se dedicaron a visitar la ciudad . Fernandocumpl ía sus deberes de cicerone con satisfacción infantil; el la le escuchaba aquel d ía sonriendo melancó licamente . En algunas callejuelas por donde pasaban las mujeres , sentadas en los portales , le s mira
252 rio BAROJA
el aire . Se comenzó a o ír la música del órgano , quel legaba blandamente , seguid a del rumor de los rézos y de los cánticos . Cesaba e l rumor de los rezos ,cesaba el rumor de los cán ticos , cesaba la músicadel órgano , y parecía que los pájaros piaban másfuerte y que los gallos cantaban a lo l ejos con vozmás chillona . Y al momento estos murmullos tom aban a ocultarse entre las voces de la sombría plegaria que los sacerdotes en el coro entonaban al Diosvengador.E ra una réplica que el huerto d i rigía a la
iglesi a y una contestación terrible d e la iglesia al
huerto .
En el coro , los lamentos del órgano , los salmosde los sacerdotes , lanzaban un formidable anatemade execración y de odio contra la vi da; en el huerto , la vida celebraba su plácido triunfo , su eternotriunfo.
El agua caía a inte rvalos , tib ia , sobre las hojaslustrosas y bri l lantes ; por el suelo las lagartij as corrían por las abandonadas sendas del j ard ín
, cubier
tas de parás i tas h ierbecillas silve ltres.
Fernando sent ia deseos de entrar en la iglesi a yd e rezar; Dolores estaba muy tri ste .
—¿Qué te pasa? — l e preguntó su marido .
—¡Oh , nada ! ¡Soy tan fel iz ! — y d os lagrimones
grandes corri eron por sus mej il las .
Fernando la miró con inquietud . Sal ieron de laiglesi a. En la plaza , el secreto fué comunicado . Do
lores ten ia la seguridad . Una vida nueva brotaba ensu seno; Fernando pal ideció por la emoc ión .
Volvieron al Collado . A los sei s o s i ete meses ,Dolores d ió a luz una niña que murió a las pocashoras. Fernando se s intió entristec ido . Al contem
CAMINO DE PERFECCIÓN
plar aquella pobre n iña engendrada por él , se ac
'
u
saba a s í m ismo de haberle dado Una v i da tan m iserable y tan corta.
Dos años después, en una alcoba b lanca , cercad e la cuna de un ni ño recién nac ido, Fernando Ossorio pensaba. En una cama de madera, grande , quese ve ía en el fondo
'
d el cuarto , Dolores descansabacº n los ojos en treabiertos , el cabel lo en de sorden ,que caía a los lados d e su cara pá l ida , de rasgosmás pronunciados y sal ientes , mientras erraba unalángu ida sonrisa en sus labios .La abuel a d el n i ño , con los anteojos puestos , co
sia en s i lenci o , cerca d e la ventana , ante una canastilla l lena de gorritas y de ropas d iminu tas .Por los cr istale s se veían los campos rec ién la
brados , los árbole s desnudos d e hojas , el c ie lo azulpálido .
E l d ía era de fi nal d e o toño; los vend im iadoreshacía “
tiempo que hab ían term inado sus faenas ; lacasa d e l abor parec ía des i erta; el vi e nto soplaba confuerza; bandadas d e cuervos cruzaban graznand o“
por el a i re .Fernan do m i raba a su mujer , a su h ijo; de vez
en cuando tend ía la mirada por aquellas heredadessuyas recién s embradas unas , otras en donde ardían
254 r ío BAROIA
montones de rastroj os y de hojas secas , y pensaba .
Recordaba su vida , la in d ignac10n que le ocasionó 1a carta irón ica d e Laura , en la cual le fel icitabapor su cambio de ex i s tencia ; sus deseos y vele id a
d es por volve r_a la corte , l entamente la costumbre
adquirida de vivi r en el campo , el amor a la tierra ,la aparición en érgica del deseo de poseer y poco a
poco la rei ntegrac ión vigorosa de todos los instintos , naturales , salvajes .Y como coronando su fo rtal eza , el n iño . aque l
sonrosado, fuerte, que dormía en la cuna con los
ojos cerrados y los puños tamb ién cerrados , comoun pequeño luchador que se aprestaba para la pelea .
Estaba robustamente con stituído; as i hab ía d ichosu abuelo el médico ; así deb ía Ser, pensaba Fernando . El e stab a pu rifi cado por el trabajo y la vida delcampo . Entonces más que nunca sentía un a ternura que se desbordaba en su pecho por Dolores
, a
quien debía su salud y la prolº ngació n de su vidaen la de su hijo .
Y pensaba que había de tener cu idado con él,
apartánd ole de ideas perturbadoras , tétr icas , de artey de religión .
El ya no podía arroj ar de su alma por completoaquella tendencia mística p or lo desconoc ido , y losobrenatural , n i aquel culto y atracción por la belleza de la forma; pero e speraba sentirse fuerte yaba ndonarlas en su hijo .
El le dej aría viv ir en e l seno de la Naturaleza; élle dejaría saborear el jugo del placer y de la fuerzaen la ubre repleta de la vida, la vida que para su
hijo no tendría m isterios dolorosos , s ino serenidadesinefables .