Olmo Enciso (L), Castro Priego (M.)_La Época Visigoda a Través de La Arqueología (711. Entre Dos...

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Histoire, archéologie

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  • L a u r o O l m o E n c i s o

    U n i v e r s i d a d d e A l c a l

    M a n u e l C a s t r o P r i e g o

    U n i v e r s i d a d d e A l c a l

    La poca visigoda a travs de la arqueologa

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  • Bote o arqueta de la Vega Baja (Toledo) (detalle)

    Museo de Santa Cruz. Foto: Rosa M Zaba

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  • I ntroduccinLa interpretacin tradicional ha analizado el periodo visigodo como consecuencia del predominio

    de un grupo tnico con una base territorial sobre el resto de la Pennsula Ibrica. En la actua -

    l idad, la renovacin terica que la arqueologa ha experimentado en los ltimos aos, as como

    la proli feracin de excavaciones y estudios sobre la poca visigoda, ha supuesto un cambio im-

    portante en una investigacin que se ha visto notablemente beneficiada, y que plantea un pa-

    norama interpretativo mucho ms complejo y enriquecedor. Todo el lo ha supuesto la crisis del

    paradigma que protagoniz la interpretacin del periodo durante el pasado siglo X X.

    La construccin del paradigma: los visigodos y sus necrpolis

    El proceso de institucionalizacin y profesionalizacin de la arqueologa espaola, favoreci

    que, a partir de los aos veinte del pasado siglo , surgiera un nuevo mbito de investigacin

    denominado, siguiendo las teoras dominantes en aquel momento, arqueologa de los pueblos

    germnicos en la poca de las grandes emigraciones (Martnez Santa-Olal la, 1933: 178) y al

    que la investigacin espaola se incorpor a travs de los proyectos de excavacin que promovi

    la Junta Superior de Excavaciones y Antigedades.

    Esta construccin sobre la arqueologa de los pueblos germnicos fue un producto del histo-

    ricismo alemn, de la segunda mitad del siglo XIX, que investigaba el redescubrimiento del pueblo,

    rastreando el origen y desarrollo de una comunidad cultural y lingstica en el espacio y en el

    tiempo. Dentro de esta lnea interpretativa se inscribi la valoracin del Goticismo, corriente

    que defenda una identidad goda, basndose para ello en la presencia de los Godos en gran parte

    de Europa. Este marco interpretativo impregn todas las actividades de la investigacin histrica,

    y en especial a la arqueologa que jug un papel esencial en el proceso de construccin de la

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  • iden tidad germana. Este aspecto hizo que la arqueologa se configurara como un precioso mbito

    de investigacin para identificar la presencia de un pueblo en un determinado espacio y todo ello

    a travs de la definicin de culturas arqueolgicas, identificadas cada una por poseer su propio

    y distintivo conjunto de materiales. Esta escuela, denominada de los Crculos Culturales fue im-

    pulsada por G. Kossina y defenda una interpretacin del pueblo como un grupo racial y cultu-

    ralmente homogneo que comparte una descendencia y un destino comunes, vive dentro de un

    Estado, y debe ser analizado como factor de continuidad y sujeto real de la historia (Pohl, 1991:

    39). Asimismo, Kossina crea que la continuidad cultural indicaba permanencia tnica e identific

    sus variaciones y rasgos culturales con diferencias raciales y, como consecuencia, interpret los

    fenmenos de cambio como resultado de la migracin (Trigger, 1989: 165). Este fue el marco

    terico que influy en la arqueologa espaola de la poca y que posibilit la interpretacin de

    los visigodos basada en su cohesin y predominio como grupo tnico. La arqueologa vena as a

    refrendar una visin del periodo como un momento de cambio producido por la migracin del

    pueblo visigodo y el impacto e influencia de ste sobre la sociedad peninsular.

    Los estudios arqueolgicos s istemticos se inician en la c itada dcada de los aos veinte, ya

    que hasta entonces, s i se descuentan las c lasi f icaciones efectuadas de la orfebrera por Gtze

    y Aberg en 1907 y 1922, esta poca haba sido estudiada basndose sustancialmente en sus

    aspectos documentales y artst icos. En este momento se asist ir al inic io de las excavaciones

    metdicas en necrpol is emprendidas por la Junta Superior de Excavaciones y Antigedades

    en diferentes provincias del centro peninsular. As en Soria, Blas Taracena excavar Suella-

    cabras, Taine y Deza; en Toledo, Cayetano de Mergel ina iniciar las excavaciones de Carpio

    de Tajo; en Madrid, S.F. Godn y J. Prez de Barradas descubrirn la de Daganzo de Arriba

    y en Palencia J. Martnez Santa-Olal la investigar la de Herrera del Pisuerga (Zeiss , 1936:

    142) . Estas excavaciones fueron vistas e integradas dentro de una corriente que incorporaba

    a la invest igacin arqueolgica al anl is is de un periodo que hasta e l momento haba s ido

    objeto de anlis is por historiadores del arte y arquelogos travs del estudio de las iglesias

    del periodo, desde la reivindicacin de la exclusividad para estas investigaciones de los pre-

    historiadores y arquelogos (Martnez Santa-Olalla, 1934: 140). La arqueologa de las necrpolis

    que en algunos casos incorpor una metodologa arqueolgica ms precisa (Santa-Olalla) pudo

    tambin mostrar los vnculos existentes entre el positivismo y la teora evolucionista, aunque

    la hegemona la ostent la interpretacin histrico-cultural .

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  • Los fundamentos de todo este aparato interpretativo quedaron definidos por J. Martnez Santa-

    Olalla quien fij las diferentes etapas del proceso de asentamiento de los visigodos en la Pennsula

    a travs de una tipologa de materiales objetos de indumentaria, procedentes de las citadas

    necrpolis (Martnez Santa-Olalla, 1934a y 1934b). Asimismo, el investigador austriaco Reinhart

    estableci posteriormente las pautas generales de esta ocupacin (Reinhart, 1945: 124-139) y

    su marco geogrfico, identificando la meseta central como el rea de concentracin del poblamiento

    germnico. Sin embargo, a partir de 1944, se asiste a un abandono, relativo, de las teoras ger-

    mnicas en favor de una visin ms integradora del mundo visigodo peninsular, que coincidir

    con la derrota nazi y de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial, y el cambio de

    orientacin ideolgica del rgimen franquista (Olmo Enciso, 1991: 186-189). Momento ste en

    que la arqueologa visigoda entra en crisis, tras casi dos dcadas de esplendor, si bien el marco

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    M A T E R I A L E S D E L A N E C R P O L I S D E D U R A T N ( S E G O V I A ) , T U M B A 5 2 6F o t o : G i s e l a R i p o l l

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  • interpretativo sobre las necrpolis formulado por Martnez Santa-Olalla y Reinhart, permanecer

    prcticamente inalterado hasta la dcada de los aos ochenta del pasado siglo, l imitndose a

    presentar las caractersticas tipolgicas de los enterramientos y ajuares y alejado de una visin

    conjunta con los asentamientos y la interrelacin con stos. Este sera el caso de los trabajos

    realizados, entre los aos cuarenta-cincuenta, sobre las necrpolis segovianas de Duratn, Ma-

    drona, Espirdo-Veladiez, efectuadas por A. Molinero (1948; 1971).

    Sin embargo, ya en los aos c incuenta emerger la f igura y las invest igaciones de Pere de

    Palol , que establecer un nuevo marco interpretativo integrador de los elementos godos, his-

    panorromanos y bizantinos, como constitutivos del periodo visigodo peninsular. Este investi -

    gador, aunque aceptando la existencia de un grupo etnogrfico cuyo ref le jo seran estas

    necrpol is, comienza a defender la presencia de un fuerte sustrato hispanorromano y la ne-

    cesidad de hablar de mundo hispanovisigodo, frente al entonces uti l izado de visigodo que

    l levaba implc ita una superioridad cultural germnica que histricamente no poda probarse

    (Palol , 1950: 240-242; 1956: 3-64; 1966: 5-67; 1970: 32-33) . Estas investigaciones t ienen gran

    inters ya que el autor plante una propuesta que aunaba los datos de carcter demogrfico ,

    poblacional, as como la propia dispersin de yacimientos, marcando la diferencia con el grueso

    de los trabajos de ese perodo (Olmo Enciso, 1991: 156-161) .

    N E C R P O L I S D E E S P I R D O - V E L A D I E Z ( S E G O V I A ) M u s e o d e S e g o v i a

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    El estudio de las necrpol is de poca visigoda permaneci , no obstante, al margen del debate

    desarrollado, especialmente en mbitos centroeuropeos, a partir de los aos sesenta del pasado

    siglo inf luido por el concepto de etnognesis , enfocado a la deteccin y anlis is de elementos

    de aculturacin y simbiosis , superando el c itado paradigma que haba sido dominante hasta

    1945 y, por tanto, obviando el reduccionismo biolgico o identificativo de carcter tnico (Pohl,

    1997 y 1998) . La etnognesis defenda una estructurada interpretacin sobre el carcter po-

    l itnico de los pueblos godos, desde la perspectiva de la diversidad y la negacin de un pre-

    tendido carcter endogmico. Aunque esta corriente no ha estado carente de crt icas por un

    uso extremo de las fuentes escritas, es indudable que permite obtener una imagen compleja

    de carcter social . Al margen de la identi f icacin tnica es indudable que determinados indi-

    viduos se enterraron con un conjunto de adornos y ajuares que los dist inguan de otros, por

    tanto ind icando una c ier ta j erarquizac in soc ia l , o , a l menos , la neces idad de d is t inc in ,

    incluso despus de muertos.

    No ser hasta los aos ochenta, cuando se haga, a cargo de Gisela Ripol l , una relectura de

    algunas necrpolis, especialmente la de Carpio de Tajo. En ella se reinterpret el sitio a partir

    del planteamiento de una estratigrafa horizontal (Ripoll, 1985), y se dise una amplia crono-

    tipologa de los ajuares, actualizada en una nueva revisin de la toretica (Ripoll, 1998). Esta

    investigadora, influida por el marco explicativo de la etnognesis, plante (1991) cmo un anlisis

    de los elementos presentes en las necrpolis podra identificar a grupos dirigentes de la sociedad.

    Asimismo desarroll una investigacin sobre las pautas de organizacin social y jerarquizacin

    espacial, presentes en estas necrpolis, aunque todava deudora de parte de los postulados del

    paradigma visigodo, al definirlas como las nicas evidencias seguras sobre la presencia visigoda

    en la Pennsula (Ripoll, 1998: 162). Ser en un trabajo ms reciente donde la autora desarrolle

    el aporte conceptual de la etnognesis como mbito para interpretar la realidad que presentan

    dichas necrpolis cuestionndose su carcter visigodo (Ripoll, 2007: 64-66).

    Uno de nosotros (Olmo Enciso , 1992) , ya haba sealado a pr inc ip ios de los aos noventa ,

    cmo la caracterst ica principal de esas invest igaciones sobre las necrpol is vis igodas es

    que estudiaban nicamente los materiales identificados como visigodos descontextualizndolos

    de la realidad arqueolgica en la que fueron hallados, lo cual supuso una premeditada omisin

    del resto de materiales representativos de un contexto de tradicin bajoimperial . A partir de

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    esta crtica se present, con escaso impacto en la investigacin peninsular, una reinterpretacin

    de estas necrpol is que, frente al paradigma de un asentamiento di ferenciado basado en una

    dual idad entre vis igodos e indgenas, planteaba cmo dichos cementerios eran e jemplos de

    una organizacin social comn a ambos grupos desde los inicios del proceso de formacin del

    Reino de Toledo. La convivencia de materiales , la estructuracin de las necrpol is , su vincu-

    lacin con las anteriores tardorromanas, su relacin con asentamientos de origen bajoimperial,

    constituan datos que indicaban la insercin de los visigodos dentro de una estructura social

    peninsular que, adems, se interpretaba, a partir de la evidencia arqueolgica, desde la pers-

    pectiva de la diversidad cultural (Olmo Enciso, 1992: 187-188) .

    A pesar de que todava sigue siendo frecuente encontrar interpretaciones apegadas al para-

    digma godo, como en el caso del estudio de la necrpol is de Cacera de las Ranas en Aranjez

    (Madrid) (Ardanaz, 2000) , en la actualidad ya se dispone de estudios crt icos que demuestran

    cmo se inscriben en un marco temporal no coincidente con la cronologa que sobre el asenta-

    miento visigodo se ha construido a partir de la interpretacin de estas necrpol is , as como

    la relacin de algunos de estos materiales con zonas europeas no caracterizadas por la presencia

    de poblacin goda (Sasse, 2000; Jepure, 2004; 2009) .

    En la actualidad, la renovacin terica que la arqueologa ha experimentado en los lt imos

    aos, as como la prol i feracin de excavaciones e investigaciones sobre la poca visigoda ha

    supuesto un cambio importante en una investigacin que se ha visto notablemente beneficiada

    y que plantea un panorama interpretativo mucho ms complejo y enriquecedor.

    La formacin de un nuevo paisaje

    El panorama del paisaje de la Pennsula Ibrica durante el s iglo V I estuvo def inido por la he-

    terogeneidad y un proceso de cambios. Las transformaciones que se haban iniciado a f inales

    del s iglo V , supusieron la metamorfosis de la organizacin social con el consiguiente ref le jo

    en la art iculacin del espacio peninsular transformacin urbana, abandono de las vil lae ,

    aparicin de aldeas, etc.. Todo ello tuvo como consecuencia la formacin de un nuevo paisaje,

    en el mbito urbano y rural , que se consol id a lo largo de la segunda mitad del s iglo V I d.C.

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    En este contexto de cambios la c iudad de la poca presenta una diversidad de situaciones que

    caracteriza su paisaje . Por tanto, esta real idad urbana es ref le jo de ese panorama complejo e

    interrelacionado (Olmo Enciso, 2006) . A partir de esa premisa y en funcin de las evidencias

    arqueolgicas obtenidas por las investigaciones estratigrf icas de los lt imos aos podemos

    definir , por el momento, tres s ituaciones que def inen ese panorama heterogneo de la c iudad

    del periodo:

    1. Ciudades desestructuradas de origen romano , act ivas hasta el s iglo V , pero que a

    partir del s iglo V I van a presentar un paisaje desarticulado sin regularidad urbanstica.

    ste ser el grupo mayoritario a lo largo de la poca visigoda, y en l, se incluyen ciudades

    episcopales.

    2. Ciudades episcopales que presentan un fenmeno de revital izacin urbana entre la

    segunda mitad del s iglo V I y primera mitad del V I I . Al igual que las del s iguiente grupo,

    la actividad edi l ic ia impulsada en el las por la jerarqua eclesistica se relaciona con la

    consol idacin de una estructura f iscal .

    3. Nuevas fundaciones y desarrol los urbanos promovidos por la autoridad estatal , que

    se inscriben dentro del fenmeno de revitalizacin urbanstica, que se da entre la segunda

    mitad del V I y pr imera mitad del V I I , y que const i tuyeron la mater ia l izac in del xi to

    inicial del Estado visigodo.

    Un paisaje heterogneo en el mbito urbano de este periodo en el que, al igual que en otras

    zonas peninsulares y mediterrneas, conviven, por tanto, junto a ciudades dinmicas, hasta al

    menos mediados del siglo VII, otras desestructuradas urbansticamente. Dentro de estas ltimas,

    haba sedes episcopales, como Complutum , Segbriga, Ercvica y Valeria, que ya en el siglo VI

    se caracterizaban por un hbitat disperso, estructurado en pequeos ncleos con construcciones

    en madera o tapial, similares a las de los poblados y aldeas de la poca y donde los nuevos es-

    pacios de poder eclesisticos se situaban fuera del permetro que haba definido al anterior ur-

    banismo bajoimperial (Olmo Enciso, 2006: 254-255 y 260-262). Todo ello, sin que se produjese

    una consolidacin de nuevos elementos administrativos o religiosos en los antiguos conjuntos

    pblicos. Sin embargo, es el carcter de centros episcopales el que sirvi para mantener y co-

    hesionar un hbitat fragmentado fruto del ya citado proceso de desestructuracin urbanstica

    iniciado en el siglo V, que en algunos casos no finaliz con la desaparicin del mbito urbano.

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  • Sin embargo, entre mediados del siglo V I y primeras dcadas del V I I la documentacin, tanto

    arqueolgica como escrita, documenta una importante actividad edilicia por parte de la Iglesia

    Catlica en alguna de las ciudades ms importantes de Hispania . La investigacin arqueolgica

    ratifica esta actividad a travs del descubrimiento de complejos episcopales y otros de carcter

    religioso que muestran el dinamismo de la actividad urbanstica de la Iglesia en este periodo.

    Actividad que debe ponerse en relacin en varias de las ciudades con un proceso de transfor-

    maciones y cambios que afectan a su paisaje configurando nuevos centros de poder as como

    una reestructuracin y reduccin del espacio urbano. De este proceso son reflejo los ejemplos

    de Barcelona (Beltrn de Heredia, 2001 y 2008) , Valencia (Ribera y Rosel l , 2009) , Mrida

    (Alba y Mateos, 2008), Tarragona (Macas, 2008), Ello -Tolmo de Minateda (Hell n, Albacete)

    (Gutirrez Lloret y Cnovas, 2009). La mayor parte de el las, al igual que Recpolis (Zorita de

    los Canes, Guadalajara) y Toledo, fueron centros econmicos y bases del sistema fiscal, acuando

    moneda, al contrario de otras sedes episcopales ya c itadas, como es el caso de Complutum ,

    V A L E N C I A E N P O C A V I S I G O D A S I A M . A y u n t a m i e n t o d e V a l e n c i a

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    Se gbriga, Ercvica o Valeria (Olmo Enciso, 2006: 252 y 260-262; idem , 2008: 59-60). Creemos

    que esta caracterstica de centros econmicos es la que ayuda a entender el dinamismo de al-

    gunas de estas ciudades peninsulares, y por tanto su anlisis debe ser incluido e interpretado

    en contexto con las manifestaciones topogrficas sobre el carcter episcopal o estatal de ellas.

    Una de las caractersticas de las ciudades de los siglos VI-VII d.C., es el impacto de los conjuntos

    eclesisticos, y especialmente episcopales. Su situacin dentro de la topografa de la c iudad

    fue var iando a lo largo de l per iodo de anl is i s . In ic ia lmente sig lo I V d .C. tendieron a

    ocupar un rea marginal o prxima a las murallas, para situarse a lo largo de la centuria si -

    guiente en las reas centrales de la ciudad, coincidiendo con la desaparicin y desarticulacin

    de los complejos administrativos tardoantiguos, que adems sirvieron de aprovisionamiento

    de material constructivo (Macas, 2008). A partir de ellas, a mediados del siglo VI se ampliaron

    dichos conjuntos o se edif icaron ex novo, siendo objeto de modif icaciones y engrandecimientos

    hasta mediados del s iglo V I I .

    Una perspectiva diferente merece la cristianizacin de las reas suburbanas, en muchas oca-

    siones mediante la construccin de grandes edif icios in memoriae , para recordar la presencia

    de algn mrtir , en torno al cual se enterrarn tambin los principales cargos eclesisticos y

    a partir de un momento avanzado del siglo I V d.C. , importantes personajes de la aristocracia,

    prximos a los templos ad santos . La mayor parte de estas edificaciones se situarn en las cer-

    canas de las principales vas de comunicacin. Sin embargo, en torno a ellas surgieron complejos

    conmemorativos: oratorios, termas, pero tambin edif icios asistenciales (xenodochia) , coinci-

    diendo con la peregrinacin a las tumbas martiriales. Ejemplo de el lo son los datos que han

    aportado las excavaciones de Santa Eulalia en Mrida, de la que conocemos culto desde el siglo

    I V d.C. (Mateos, 1999), a los que se suman en las proximidades, dentro del proceso de dinami-

    zacin urbanstica emprendida por la jerarqua eclesistica, un hospital de peregrinos levantado

    en el siglo V I d.C. (Mateos, 1995 y 2003), bajo la iniciativa del obispo Masona (573-587).

    El complejo suburbano de Tarragona, s ituado a algo ms de medio ki lmetro de la muralla,

    se superpuso a un rea de produccin y almacenamiento fechable en el siglo I I I d.C. , en la que

    se extendi una amplia necrpol is que comenz a ser monumentalizada a principios del s iglo

    V d.C. , y a la que se sum una bas l ica y baptisterio . Frente a el lo , en el interior de la c iudad

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  • comienzan a exist ir indicios de local izacin de la residencia episcopal , tal vez, en las proxi-

    midades de la capil la de Santa Tecla la Vieja (Chavarra, 2010) . La fragmentacin en dos n-

    c l eos de l e spac io urbano que hab a de f in ido la c iudad ba jo imper ia l , l a prd ida de su

    preeminencia como centro urbano de mayor importancia en el noreste peninsular a favor de

    Barcelona, son factores que podran incluirla dentro del grupo de c iudades desestructuradas.

    Sin embargo, la vital idad como centro comercial de recepcin de productos de mbito medite-

    rrneo, el hecho de poseer la ceca que emite el mayor volumen de moneda de toda la Tarraco-

    nense , as como presentar aspectos de renovac in urbanst i ca en su zona portuar ia con la

    presencia de una residencia aristocrtica, nica hasta el momento en las ciudades de la poca

    (Mar y Guidi-Snchez, 2010: 178-182) , son elementos que matizan en este caso el fenmeno

    de desestructuracin y ayudan a entender la heterogeneidad de la ciudad peninsular as como

    la generacin de un nuevo paisaje urbano.

    Ms di f c i l de ident i f i car esta aparente dicotoma resulta en otras c iudades como Crdoba

    (Marfi l , 2000), y en aqullas con un grado de desarrollo menor, como es el caso de Complutum

    (Snchez Montes y Rascn, 2006) . Faltan por def inir las transformaciones de los complejos

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    L a u r o O l m o E n c i s o y M a n u e l C a s t r o P r i e g o

    R E C R E A C I N D E L R E A S U B U R B A N A D E M R I D A C O N L A I G L E S I A D E S A N T A E U L A L I AY E L X E N O D O Q U I O . P r o p u e s t a d e P e d r o M a t e o s

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  • urbanos del sur costero peninsular, en los que comenzamos a tener los primeros datos fechables

    en el s iglo V I I d.C. , que parecen sugerir la continuidad de las c iudades, pero con escasez de

    nuevas iniciativas urbansticas, tras la ocupacin visigoda def init iva en el primer tercio de

    la centuria (Bernal , 2008; Vizcano, 2010) . Tambin en Toledo comenzamos a conocer pautas

    similares, con un suburbio ms densi f icado entre la segunda mitad del s iglo V I y mediados

    del V I I d.C. (Olmo Enciso, 2010: 90-98) .

    Este fenmeno urbano hasta aqu analizado muestra la consol idacin de la c iudad episcopal

    como transmisora del mensaje ideolgico de la ciudad cristiana (Gurt y Snchez Ramos, 2010).

    Sin embargo, y como comprobaremos a continuacin, tambin se manif iesta a partir de la se-

    gunda mitad del s ig lo V I , una c iudad impulsada desde la in ic iat iva estatal y transmisora ,

    igualmente, de un mensaje ideolgico. La interaccin entre ambos paisajes urbanos y sus de-

    sarrollos diacrnicos es uno de los elementos esenciales, junto a la consideracin de los menos

    dinmicos, t picos de las c iudades desestructuradas, para entender el modelo de c iudad y sus

    variables, que se def ine en este periodo.

    L A P O C A V I S I G O D A A T R A V S D E L A A R Q U E O L O G A

    F O T O A R E A D E R E C P O L I S , Z O R I T A D E L O S C A N E S ( G U A D A L A J A R A ) U n i v e r s i d a d d e A l c a l

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  • Sin duda, la mxima expresin de la idea urbanstica de poca visigoda se alcanza en el centro

    peninsular, rea de mxima manifestacin del poder regio, unida en su origen a una articulada

    fiscal idad. Ejemplo de el lo sern los nuevos desarrol los urbanos de Toledo en los s iglos V I y

    V I I d.C. y la fundacin en el 578 de Recpol is , que constituyen los e jemplos ms patentes de

    un nuevo paisaje que se consol ida a f inales del s iglo V I d.C. , muy unido a la organizacin y

    xito inicial del Estado visigodo. En ambos casos, se plasmaron estas concepciones que, in-

    fluidas desde Bizancio, ofrecieron una nueva topografa del poder reflejo de la propia naturaleza

    del Estado y ejemplos de una arquitectura civi l que no haba generado conjuntos tan notables

    desde haca casi dos siglos. El nuevo desarrollo urbano en la Vega Baja toledana y la fundacin

    de Recpol is , formaron parte de todo un programa de aemulatio imperii constatable en otros

    aspectos desde el momento de consolidacin del Estado visigodo por Leovigildo acuaciones,

    fundac in de c iudades , in f luenc ia de la topograf a constant inopol i tana en estas c iudades ,

    V I S T A A R E A D E L A Z O N A A R Q U E O L G I C A D E V E G A B A J A . A L F O N D O C E N T R O H I S T R I C O D E T O L E D O

    T o l e t u m V i s i g o d o

    L a u r o O l m o E n c i s o y M a n u e l C a s t r o P r i e g o

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  • L A P O C A V I S I G O D A A T R A V S D E L A A R Q U E O L O G A

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    adopcin del sol io y vestimentas di ferenciadas que avalan la importancia de la recepcin

    de la inf luencia bizantina.

    Es evidente que este impulso y dinamismo urbano de una parte de las ciudades peninsulares du-

    rante la segunda mitad del VI y primera mitad del VII , protagonizado tanto por el Estado como

    por la Iglesia, se realiza durante la fase de formacin y consolidacin del Estado y debe por tanto

    interpretarse como un ejemplo del xito inicial de ste. Para esta poca poseemos noticias de

    otra serie de centros urbanos que, fundados o rehabilitados y ampliados a lo largo de esta fase,

    situada entre la segunda mitad del siglo VI y primeras dcadas del VII , ofrecen la prueba de la

    necesidad, por parte del Estado, de contar con una red de ciudades que estructurarn el territorio.

    De ello ofrece testimonio la documentacin escrita al reflejar durante el reinado de Leovigildo

    la fundacin en el ao 581 de la ciudad de Victoriaco , y la restauracin en el 583 de las murallas

    de Itlica (Santiponce, Sevilla), o ya en poca del rey Suintila de la fundacin de Ologicus , iden-

    tificado como Olite. Es sin embargo, la investigacin arqueolgica la que est ofreciendo datos

    recientes sobre la fundacin de nuevos centros que se situaran en zonas estratgicas para la

    implantacin del Estado Visigodo. Este fue el caso de la nueva fundacin de Ello-El Tolmo de

    Minateda, acometida por el Estado para ser cabeza de un obispado que administrara los territorios

    bajo control visigodo, que hasta ese momento estaban adscritos a la bizantina dicesis de Illici

    (La Alcudia, Elche, Alicante), y que transmite la voluntad del Reino de Toledo por controlar de

    forma efectiva territorios cercanos a los bizantinos (Abad, Gutirrez Lloret y Gamo, 2008).

    A partir de mediados del siglo VII , se asiste a la crisis del conjunto de ciudades caracterizadas

    por su dinamismo en la fase anterior. Se produce en esta poca un fenmeno de desestructuracin

    y cese de la actividad urbanstica, testimoniada por las fuentes escritas, pero sobre todo patente

    en la investigacin arqueolgica que documenta el cese del esfuerzo edilicio de la Iglesia en la

    ciudad que no en el mbito rural, y de los espacios l igados a las estructuras de poder, la

    prdida de la regularidad urbana, la sensible disminucin de las reas comerciales, as como

    un empeoramiento y simplificacin de las tcnicas constructivas (Olmo Enciso, 1998; 2006: 261-

    262; Olmo Enciso, 2007a: 194-196; idem , 2008: 58-60). Todo ello ha sido puesto en relacin con

    la crisis del Estado visigodo como causa fundamental para analizar el proceso de decrecimiento

    de este grupo de ciudades. Un factor que ayuda a entender el debilitamiento del Estado y de su

    capacidad recaudatoria, se produce a lo largo de la segunda mitad del siglo VII cuando el valor

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  • L a u r o O l m o E n c i s o y M a n u e l C a s t r o P r i e g o

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    medio de los tremises pasar de poseer un 80% de oro a poco menos de un 30% a comienzos del

    siglo VIII, as como un descenso del peso con unas magnitudes similares a la bajada del contenido

    en oro y, por tanto, con un sistema monetario en crisis (Retamero, 2000: 101; Castro, 2008: 139

    y 140; Castro, 2010) que afecta notablemente a una estructura tributaria debilitada en favor

    de un ascendente proceso de feudalizacin que se produce en la segunda mitad del VII d.C.

    El proceso de crisis descrito para los centros urbanos ms dinmicos de la fase anterior , tuvo

    como consecuencia una homogeneizacin del paisaje urbano peninsular, caracterizado a partir

    de ahora por las semejanzas entre estas c iudades y las que desde haca varias dcadas pre-

    sentaban una trama urbana fragmentada y desestructurada. Valgan como ejemplo la mayor

    uniformidad edif icatoria, con tcnicas constructivas en las que, exceptuando las presentes en

    los espacios de poder y murallas, imperan las construcciones en tapial con zcalos de mam-

    postera, o en madera, la pavimentacin de cal les con t ierra apisonada a veces mezclada con

    mortero de cal , e l s istema de c isternas, etc . A este respecto hay que recordar cmo esta ho-

    mogeneizacin constructiva se produce tambin con el mbito rural , y sus di ferentes t ipos de

    asentamientos, con la presencia de tcnicas en tapial o en madera y modelos de viviendas si -

    milares a los , que analizados desde un perspectiva diacrnica def inen un periodo de mayor

    uniformidad edil ic ia (Olmo Enciso, 1992: 189 y 195; Olmo Enciso, 1995: 217; idem , 2000: 390;

    2006: 261-262) . La ciudad haba entrado en un periodo de cris is , al igual que en el resto del

    occ idente europeo , donde e l proceso de des integrac in de la urbs bajo imper ia l haba dado

    lugar a nuevas real idades , desestructuradas espacialmente (Verhulst , 1999: 24 ; Wickham,

    2005: 652-654, 665-667; Francovich, 2007: 139 y 150; Henning, 2007: 3) . Todo el lo motivado

    por las transformaciones sociales que dieron lugar a la emergencia de la sociedad feudal con

    e l cons iguiente deb i l i tamiento de l Estado y la apar i c in , ahora ya en e l mbito rura l , de

    nuevos centros de poder eclesisticos y seoriales. Estas ciudades en crisis fueron las que en-

    contraron los rabes a su l legada a la Pennsula en el 711.

    El proceso de cambios que generaron un nuevo paisaje urbano tuvo su correspondencia en el

    mbito rural de una forma quizs ms determinante, con el f in de la vil la (Chavarra, 2007)

    como t ipo de asentamiento y de la tradicin romana de paisaje rural . Cambio que, como bien

    ha sido argumentado, afect a las relaciones de poder existentes en este mbito (Wickham,

    2005: 481) y que, como sugiri Francovich (2007: 142 y 147) , produjo un proceso de transicin

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  • L A P O C A V I S I G O D A A T R A V S D E L A A R Q U E O L O G A

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    de un sistema de posessores , cuyo poder se basaba en la posesin de territorios a otro en el

    que el poder de los posessores se basaba en la posesin de f incas. Lo que es evidente es que

    todo lo que hasta aqu estamos analizando marca el inexorable proceso de abandono de la es-

    tructura de asentamiento romana (Francovich, 2007: 141 y 150) y la formacin de un paisaje

    constituido mayoritariamente por nuevos poblados y aldeas, as como por algunos centros mo-

    nsticos, iglesias rurales y otros conjuntos posiblemente ligados a posesiones de la aristocracia,

    y que, por tanto, debe ser interpretado, junto a la nueva real idad urbana, como el momento

    de formacin del paisaje altomedieval .

    Las diversas investigaciones def ienden que entre los s iglos V y V I d.C. se produce la inuti l i -

    zacin de las antiguas vi l las construidas a lo largo del Bajo Imperio romano, como residencia

    seorial . Las transformaciones en algunos casos muy profundas conllevaron la alteracin de

    amplios espacios de representacin por reas productivas o de almacenamiento. Pero tambin

    un nuevo t ipo de hbitat en el que destacan las estructuras domsticas, algunas en material

    perecedero (Chavarra, 1996 y 2005) , junto a asentamientos ms complejos en su morfologa

    como es el caso del Bovalar (Sers, Lrida) o Puig Rom (Rosas, Gerona) (Palol , 2004) . No se

    detecta necesariamente una crisis, un abandono de amplias reas del paisaje, multiplicndose

    en algunos casos la ocupacin sobre ste, mediante la aparicin de yacimientos de pequea

    entidad, aunque organizados en algunas ocasiones en torno a las antiguas vil lae con las que

    mantienen una relacin de dependencia o cierta jerarquizacin, a pesar de las profundas trans-

    formaciones de stas (Ario, et al i i , 2000; Rodrguez Hernndez, 1997) .

    Desde finales del siglo V d.C., tambin se detectan nuevas unidades habitacionales, aglomeradas

    y con naturaleza propia, no slo como comunidad, s ino tambin frente a otras unidades del

    territorio circundante que algunos investigadores han identif icado con aldeas. Bien conocidas

    en el centro peninsular (Gzquez de Arriba, El Pelcano, ambas en Madrid), todas ellas tienen,

    sin embargo patrones comunes: existencia de estructuras semienterradas con cubierta de ma-

    dera o en material perecedero, asociadas en algunos casos con zcalos de mampuestos y un

    urbanismo poco definido. Los anlisis faunsticos parecen subrayar la relacin de estos hbitats

    con la explotacin agrcola inmediata (cereal , o l ivo) , y con la produccin de ganado equino.

    Muchas de ellas superarn ampliamente el siglo VIII d.C., e incluso tendrn un origen posterior,

    como se est observando para el noreste peninsular, ya entre los s iglos I X-X d.C. (Azkrate,

    CATALOGO 711_2_Maquetacin 1 14/11/11 19:22 Pgina 63

  • 2001; Quirs y Vigi l -Escalera, 2011) . Suelen tener una estructura comn, con un rea de al -

    macenamiento prxima al ncleo de viviendas, un espacio productivo, en algunos casos con

    cierta del imitacin topogrfica, orientado a la produccin vincola y fabricacin de pan, y en

    otros unido a las cabaas o espacios domsticos, junto a una necrpol is prxima, tal como re-

    f lejan los resultados de la intervencin de la Plaa Major de Castellar del Valls (Roig, 2009).

    Estos poblados sustituirn a las vi l las bajoimperiales en la continuidad de la explotacin del

    medio rural inmediato, con una base econmica y de produccin similar, pero ms modesta,

    ref le jo del predominio del autoconsumo. As lo demuestra la cultura material de estos asen-

    tamientos, formada mayoritariamente por conjuntos cermicos muy homogneos, en los que

    predomina la funcin de cocina y almacenaje, realizados a torno y torneta, aunque en algunos

    casos, es frecuente tambin la aparicin de vaj i l la de vidrio , como es el caso de Can Gambs

    I (Sabadell , Barcelona) y Mallols (Cerdanyola, Barcelona) (Roig, 2009: 212-216) . Tambin es

    un paisaje de pequeas granjas, o espacios con un nmero de individuos muy l imitado, y no

    siempre asociado a reas cementeriales , con ncleos domsticos reducidos.

    Del nuevo panorama que comienza a consolidarse a f inales del siglo V I d.C. destacan tambin,

    los castra , asentamientos fort i f icados en alto , bien documentados en el val le del Duero, y con

    una funcin f iscal regional (Martn Viso, 2011) que anan funciones de representacin aris-

    tocrticas, pero tambin militares y de cobijo del campesinado. Ejemplos de este tipo de hbitat

    Z O N A D E A L M A C E N A J E D E U N A A L D E A ( A R R O Y O C U L E B R O , L E G A N S , M A D R I D ) A r t r a , S . L .

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  • son tambin Cancho del Confesionario (Manzanares el Real) , Cerro de la Cabeza (La Cabrera,

    Madrid) , Carabaa (Madrid) , Raso de Candeleda (vi la) , que conf iguran un nuevo espacio

    bien conocido en la zona occidental de la submeseta norte (Caballero y Megas, 1977; Yaez,

    Lpez, Ripoll , Serrano y Consuegra, 1994: 259-287; Rascn, 2000: 219; Balmaseda, 2006: 240).

    Pero tambin son un nuevo t ipo de hbitat en el que destacan las estructuras domsticas, al -

    gunas en material perecedero (Chavarra, 1996 y 2005), junto a asentamientos ms complejos

    en su morfologa como es el caso del Bovalar o Puig Rom (Palol , 2004) .

    P L A N T A Y R E C O N S T R U C C I N D E P L A D E N A D A L ( R I B A R R O J A , V A L E N C I A )S e g n J u a n y L e r m a , 2 0 0 0

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  • L a u r o O l m o E n c i s o y M a n u e l C a s t r o P r i e g o

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    Igualmente, en esta nueva articulacin del mbito rural hay que incluir la presencia de con-

    juntos monsticos, como seran en la zona central peninsular, Melque (San Martn de Mon-

    talbn, Toledo) , San Pedro de la Mata (Sonseca, Toledo) (Caballero y Muril lo , 2005: 258-268;

    Caballero, 2007: 94-99) , o residencias aristocrticas, s i bien es verdad que de estas lt imas

    poseemos contados ejemplos, y exceptuando el caso de Pla de Nadal (Ribarroja de Turia, Va-

    lenc ia ) , la invest igac in se mueve en e l campo de las h iptes is . Ta l vez haya que rev isar

    algunos yacimientos asociados a la Iglesia, ya que pudieran tratarse en real idad de centros

    de este t ipo, como en el caso sugerido recientemente del conjunto de Los Hitos en Arisgotas

    (Orgaz-Toledo) (Moreno, 2008) .

    Del conjunto de anlis is pal inolgicos efectuados en los lt imos aos, muy unidos al estudio

    del paisaje entre los s iglos V-V I I I d .C. , tenemos una informacin fragmentaria, reducida prin-

    cipalmente al norte de Catalua, el rea central de la Meseta castel lana y el val le del Gua-

    diana. Todas el las, son coincidentes principalmente en varias variables: un incremento de la

    deforestacin y un retroceso de las especies vinculadas a la agricultura, posiblemente muy

    unidas a la extensin de nuevas prcticas ganaderas o a la trashumancia, junto a la erosin

    y colmatacin de los espacios en l lano o cuencas f luviales (Ario et al i i , 2004: 185-191) . Sin

    embargo no debemos suponer una alteracin radical de la explotacin del medio. Los asenta-

    mientos rurales demuestran la existencia de un panorama de consumo basado en el policultivo.

    Los textos recogidos en las pizarras (Velzquez, 2005) nos describen centros agrcolas dedicados

    al cultivo de las especies tradicionales (cereal, vid y olivo), tambin presentes en asentamientos

    rurales como Gzquez en el que se ha detectado el cult ivo olecola prximo (Quirs y Vigi l ,

    2011) , con un paisaje forestal no muy diferente del actual , salvo por la mayor presencia del

    roble, detectado tanto en Catalua, como en el rea central peninsular (Olmo Enciso, 1995) .

    Estructura econmica y productiva. Testimonio de un nuevo marco

    de relaciones sociales

    El Estado visigodo fue capaz de generar una estructura administrativa y fiscal que le permiti,

    en la segunda mitad del s iglo V I y la primera mitad del s iglo V I I , imponerse territorialmente

    en el conjunto de la Pennsula, antes de comenzar un periodo de cris is en el que se unieron

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  • L A P O C A V I S I G O D A A T R A V S D E L A A R Q U E O L O G A

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    diversos factores. Parte de esta situacin, ref le jo de tensiones de orden social y econmico,

    es posible observarla en la evolucin del s istema monetario a lo largo del s iglo V I I . Tradicio-

    nalmente se ha considerado que la moneda de poca visigoda a partir del 621 sufre de manera

    intensa var ios fenmenos que durante las dos pr imeras dcadas de ese s ig lo ya se haban

    apuntado: la paulatina prdida de peso, la disminucin de la proporcin aurfera, y la reduccin

    de la masa de tremisses circulantes.

    Este proceso, que a grandes rasgos se muestra unido a la cada vez ms clara desarticulacin

    del Estado, ha sido profusamente analizado en los lt imos cincuenta aos desde los trabajos

    iniciales de Miles (1952) , Grierson (1953) , y Barcel (1977 y 1981) . El grueso de los estudios

    recientes, algunos muy signif icativos, dentro de un anlisis del fenmeno monetario (Pl iego,

    2009) , s iguen sin embargo sin ofrecer un panorama de hallazgos y su relacin con contextos

    estratigrficos que permitan resolver algunas de las cuestiones que comenzamos a vislumbrar

    y que afectan al c ircuito recorrido por los tremisses (Retamero, 2000) , y su integracin con

    los procesos de transformacin f iscal . Nos referimos con el lo a quines tenan acceso a la mo-

    neda y para qu era necesaria, ya que el Estado visigodo slo emite piezas fuertes o de alto

    valor , y en cambio no acua ejemplares que permitan pequeas transacciones, lo que indica

    una monetizacin socialmente restringida. T. Marot (2001) ya plante hace algunos aos la

    intensidad de los fenmenos de perduracin de moneda romana de los s iglos I V e incluso I I I

    en contextos de los siglos VI-VII como forma de abastecimiento de piezas de poco valor acuadas

    marginalmente por la monarqua visigoda, y que comienzan a observarse su relacin en se-

    cuencias del centro peninsular (Castro, 2008) .

    En los lt imos aos se ha producido tambin una multipl icacin de estudios metalogrficos

    (Gomes Marques et al i i , 1995; Canto et al i i , 2002, Vico et al i i , 2004, entre otros) que han su-

    brayado la intensa crisis que sufre la amonedacin y las constantes prdidas de metal aurfero

    a finales del siglo VII e inicios del VIII , resultado de un sistema monetario con escasa capacidad

    para aumentar su volumen productivo, y sometido a constantes alteraciones. Su relacin con

    contextos arqueolgicos , empieza a dar un resultado di ferente del obtenido hasta ahora en

    los cuadros o planteamientos de dispersin clsicos (Barral , 1976) . No tanto por el volumen

    de piezas , s ino por la re i terac in de los hal lazgos en espacios urbanos (Toledo , Recpol is ,

    Ello -Tolmo de Minateda) que inciden en su estrecha relacin con centros de transformacin y

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  • L a u r o O l m o E n c i s o y M a n u e l C a s t r o P r i e g o

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    recaudacin f iscal (Castro, 2010) . Son el los , tambin, los que emitirn y acuarn el grueso

    de los tremisses de oro. Aunque la organizacin monetaria visigoda se ver acompaada de

    cecas de segundo orden en espacios rurales, vinculadas a la conversin de la renta agrcola

    en una unidad f iscal y monetaria contable.

    En poca v i s igoda se mantuvo un ac t ivo comerc io con d is t intos puntos de l Medi terrneo ,

    aunque el grueso de ste alcanz la franja costera levantina y, de manera puntual, los grandes

    centros urbanos interiores. El debate sobre la intensidad en la l legada a la Pennsula de ma-

    ter ia les cermicos entre los s ig los V - V I I I d .C . , resul tado de l comerc io mediterrneo , no es

    nuevo. A mediados de la dcada de los ochenta, qued demostrada la relacin de Hispania y

    la l l egada de t ipos f o rneos (Ba leares , L par i , L igur ia , Pante l l e r a , Mar Egeo y Prx imo

    Oriente) , aunque todava era dif ci l integrar gran parte de estos resultados con la explicacin

    tradicional que sostena la marginalidad del comercio mediterrneo. Pero, sin duda, las nuevas

    intervenciones de f inales de los ochenta y pr incipios de los noventa dir ig idas por Ramallo

    para e l caso de Cartagena (Ramal lo e t a l i i , 1996) , y l os resu l tados en Tarraco (Mac as y

    Remol, 2004) , permitieron ampliar las reas de di fusin. A el lo debemos sumar la costa le-

    vantina de la Betica y puntos algo ms interiores como Ello -Tolmo de Minateda (Gutirrez

    Lloret et al i i , 2003) . Los estudios de la dcada de los noventa subrayaron la l legada de mate-

    riales cermicos importados, muy vinculados al trasporte de vino y aceite, a centros de la me-

    seta como Recpolis (Bernal y Bonifay, 2008) pero tambin cermicas comunes, panorama que

    se extiende recientemente a Toledo (Olmo Enciso, 2010) .

    Esta aparente diferenciacin entre asentamientos costeros e interiores (Caballero, Mateos y

    Retuerce, 2003), todava ofrece un cuadro incompleto, al que debe sumarse una aparente opo-

    sicin entre centros urbanos y rurales en el interior de la Pennsula, que parece sugerir la l le-

    gada de productos forneos slo a los primeros y con escasa redistribucin desde all a mercados

    locales. El conjunto cermico de formas comunes o de cocina, tambin es un elemento diferen-

    ciador. Aunque tipolgicamente se repiten en el grueso de los yacimientos, se detecta sin em-

    bargo, una mayor presencia de formas a torno y de produccin industrial en centros urbanos,

    que demuestra la existencia de centros artesanales, capaces de producir amplias series, frente

    a espacios en los que parte de estos materiales se elaboran de manera reducida, y orientados

    al autoconsumo. La amplia deteccin de formas a torneta o torno lento, en los mbitos de aldeas

    CATALOGO 711_2_Maquetacin 1 14/11/11 19:23 Pgina 68

  • y granjas, parece ser un proceso progresivamente en aumento en el siglo VII , que contrasta con

    la escasez de stas en entornos urbanos, salvo lugares concretos como Ello -Tolmo de Minateda

    (Gutirrez Lloret et alii , 2003) o Mrida (Alba, 2003) correspondiendo en estos casos, ms a

    variables de tipo regional que al colapso del sistema urbano productor o circuitos de comercio

    en descomposicin. Sin embargo, es innegable la intensif icacin de una serie de pautas a lo

    largo del siglo VI I con una disminucin del repertorio formal, aumento de cermicas de uso do-

    mstico (Vigil -Escalera, 2006a y 2006b) o para transporte de agua, tratamiento ms tosco de

    las superficies, pero en el que tambin de manera inequvoca se observan producciones indus-

    triales tradicionales.

    Se trata, s in embargo, de un fenmeno todava no sufic ientemente bien explicado en el que

    la cultura material de determinados asentamientos rurales, en algunos casos de un tamao

    superior a las 2-3 hectreas, se muestra ntidamente diferenciada de los asentamientos urbanos

    C A N C E L D E R E C P O L I S M u s e o A r q u e o l g i c o N a c i o n a l , M a d r i d

    L A P O C A V I S I G O D A A T R A V S D E L A A R Q U E O L O G A

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  • L a u r o O l m o E n c i s o y M a n u e l C a s t r o P r i e g o

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    situados en algunas ocasiones a una distancia inferior a 75 kilmetros. Es posible que todava

    no hayamos sido capaces de culminar la visualizacin del paisaje con asentamientos de t ipo

    medio para el caso del val le del Tajo, e jemplos de ncleos habitacionales como el de Ca-

    rabaa (Madrid), a lgunos inc luso fort i f i cados , que responden a una real idad intermedia

    bien detectada en el val le del Duero y con una funcin vertebradora del territorio y de enlace

    con la organizacin administrativa visigoda, especialmente en el plano f iscal .

    La orfebrera de poca visigoda, y especialmente el estudio de los principales objetos que se

    conocen de ella, el Tesoro de Guarrazar y el de Torredonjimeno, han merecido anlisis recientes

    que han permitido observar estos conjuntos desde su totalidad, estableciendo puntos comunes

    en su fabricacin, pero tambin el empleo particular en el segundo de cruces laminares l isas,

    cruces tabicadas, colgantes esfricos y cadenera de hoja f i l i forme (Perea [ed. ] , 2001 y 2009) .

    De las investigaciones se concluye la existencia de dos talleres de orfebres diferenciados, pero

    con recursos tecnolgicos y manufacturas comunes en muchos aspectos, lo que demuestra un

    similar bagaje tcnico. Sorprendente es la di ferenciacin metl ica entre ambos, habindose

    empleado profusamente la plata en el btico, a di ferencia de lo que se ha defendido hasta mo-

    mentos recientes. En ambos casos se sigue interpretando que ambos conjuntos se encontraban

    originalmente en templos urbanos. Toledo, en el caso de Guarrazar y Sevi l la , en el de Torre-

    donjimeno (Garca Moreno, 2009; Salvatierra, 2009) .

    El estudio del vidrio de poca visigoda aporta todava un panorama fragmentario y muy dife-

    rente del que podemos contemplar en espacios bien conocidos del Mediterrneo occidental , de

    gran influencia en el anlisis de los contextos de este periodo en la Pennsula, como es el caso

    de Ital ia y Francia (Sagui , 2007; Foy et al i i , 2003) . El hal lazgo de un complejo conjunto de

    produccin artesana en Recpol is , en el que se dist inguen varios aspectos del proceso de ma-

    nufactura, as como reas de acumulacin de material para su reutilizacin y frecuentes restos,

    recortes y deshechos, que alcanzan los 30 ki los , sealan la importancia del uso del vidrio a

    lo largo del s iglo V I I d.C. en contextos urbanos, y su estrecha relacin con procesos de trans-

    formacin y manufactura organizados. Gran parte del conjunto de formas y tipos comunes que

    se han recuperado presentan s imi l i tudes con o tros ha l lazgos a l o largo de l Medi terrneo

    (Castro y Gmez de la Torre-Verdejo, 2008). Al menos, as es posible suponerlo en una primera

    aproximacin, en la que todava son extraas la presentacin de secuencias que incluyan este

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    material , que tambin est siendo local izado en un volumen signif icativo en el yacimiento de

    Vega Baja (Gallego et alii, 2009: 132-136). No es posible afirmar, por otra parte, su inexistencia

    en contextos no urbanos, aunque con una presencia mucho menos numerosa, tal como detec-

    tamos en la actual Catalua (Roig, 2009: 212-216) y el rea central peninsular (Gmez Gan-

    dullo , 2006; Penedo et al i i , 2006) .

    La escultura y su integracin en los complejos arquitectnicos a partir de trabajos ya clsicos

    en el rea emeritense como los de M Cruz Vil laln (Vil laln, 1985 y 2003) , suponen una con-

    t inuacin de los afrontados por Palol , Schlunk y el Instituto Arqueolgico Alemn, a lo largo

    de la dcada de los sesenta-setenta. La contextualizacin arqueolgica de parte de los conjuntos

    escultricos (Caballero y Arce, 2007) , est permitiendo obtener un panorama ms complejo

    que el existente a principios de los noventa, reducido entonces a Mrida y algunos ncleos,

    en los que el grueso de la escultura decorativa apareca descontextualizada y sometida a un

    estudio mayoritariamente esti l st ico. Todo el lo , est permitiendo conocer no slo las reas de

    influencia de los diversos tal leres y tcnicas, s ino la identi f icacin de grupos de artesanos,

    tal como demuestran los conjuntos meridionales o del sureste, con influencias tanto del centro

    peninsular (Segbriga, Recpol is) como de la actual provincia de Jan (La Guardia) , junto a

    otras reas nt idamente di ferenciadas como la valenciana (Gutirrez Lloret y Sarabia, 2007:

    336-337) , vis lumbrndose la convivencia de dist intos esti los en un mismo grupo de maestros

    o canteros (Caballero y Arce, 2007: 273) . Especialmente esclarecedoras en este sentido estn

    siendo las excavaciones o hallazgos del xenodoquium (hospital de peregrinos) emeritense (Ma-

    teos, 2003) . La aparicin de pi lastras y tambin de fragmentos de inscripciones crist ianas de

    una necrpolis del siglo V reutilizada en un edificio del VI , demuestra la intensidad del expolio

    de conjuntos anteriores, y cmo se reuti l izan sistemticamente materiales escultricos que

    no pueden ser empleados ya como fsi les-directores cronolgicos.

    La escultura ha obl igado tambin, desde criterios principalmente esti l st icos, a una intensa

    revisin de dataciones y contextualizaciones que se consideraban seguras a principios de los

    noventa. Nos referimos a la labor afrontada por L. Caballero en la identificacin de los influjos

    or ientales en la escultura y arquitectura tradic ionalmente consideradas de poca vis igoda

    (Caballero, 1995) y que ha permitido una profunda revisin de un conjunto de iglesias rurales

    Santa Luca de l Trampal (Alcuescar , Cceres ) , e l monaster io de Melque (San Mart n de

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    Mon talbn, Toledo), El Gatillo (Cceres) (Caballero y Sez, 1999), con continuidad a lo largo

    del siglo VIII y IX d.C., aunque sin que haya sido resuelto suficientemente el marco de relaciones

    sociales que mantienen con su territorio inmediato.

    Uno de los testimonios epigrficos ms singulares de poca visigoda, son las pizarras halladas

    principalmente en el rea central de la Meseta Norte (provincias de Salamanca y vila) , Ex-

    tremadura (Cceres) y Toledo. Se trata de epgrafes que reproducen aspectos desconocidos de

    la vida cotidiana (Velzquez, 2005) aportando una considerable informacin onomstica, l in-

    gstica, de hbitos y costumbres, actividades agrcolas, jurdicas, rel igiosa, pero tambin de

    relaciones sociales y econmicas. Sin ambages describen vnculos de dependencia, procesos

    de cult ivo y recogida de las cosechas. Tambin subrayan aspectos di f c i lmente perceptibles ,

    como la estructura de la propiedad de la t ierra, e l alcance de la c irculacin monetaria y la

    general izacin de las transacciones econmicas en especie en el mundo rural . No menos im-

    portante es el test imonio que aportan sobre el aprendizaje en la escuela, o su uso como in-

    ventarios f iscales (Martn Viso, 2008) .

    Todo lo hasta aqu analizado forma parte de la desaparicin def init iva del paisaje de poca

    romana, frente a la constitucin de un panorama diverso (Francovich, 2007: 141 y 150) . Se

    observa la formacin de un nuevo horizonte constituido mayoritariamente por c iudades, po-

    blados, aldeas, centros monsticos, iglesias rurales y otros conjuntos posiblemente l igados a

    posesiones de la aristocracia, junto con todo un nuevo marco de relaciones econmicas y pro-

    ductivas, que debe ser interpretado como el momento de formacin del paisaje altomedieval .

    Por tanto, la contextualizacin de todos los hallazgos de poca visigoda en un marco espacial ,

    permite comprender la construccin de ste y cmo en l se manif iestan diferencias notables

    respecto al anterior bajoimperial . Cambios que transmiten cmo ya en la segunda mitad del

    siglo V I est consol idado un nuevo paisaje , esto es , un nuevo espacio socialmente concebido.

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