Operación Sol Poniente
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Colección de cuentos: «LA OSA MAYOR»
cubierta OPERACIO?N SOL PONIENTE:CUBIERTA Paseantes 13/4/10 12:12 Página 100
J. MANUEL PARRILLAIlustrado por Goyo Rodríguez
OPERACIÓNSOL PONIENTE
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© del texto: José Manuel Parrilla
© de las ilustraciones: Goyo Rodríguez
© de esta edición: Diputación de Valladolid
Edita: Diputación Provincial de Valladolid
Imprime: Gráf. Andrés Martín, S. L.Paraíso, 8 - Valladolid
Depósito Legal: VA. 289.–2010
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenadao transmitida por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, óptico,de grabación o de fotocopia, sin permiso previo de los autores.
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La colección «La Osa Mayor» se inicióen el año 1993 por la DiputaciónProvincial de Valladolid, con el libro«La Grajilla» del eminente escritorMiguel Delibes, para conmemorar elDía Universal del Libro, 23 de abril, fecha del fallecimiento del inmortalMiguel de Cervantes y del genio de la literatura William Shakespeare. A pesarde la controversia, la coincidencia de lafecha de 23 de abril de 1616 fue acepta-da formalmente por la UNESCO comohito conmemorativo de la muerte de ambos escritores.
La Diputación Provincial de Valladolid,año tras año se une gozosamente a estagloriosa efeméride, con una pequeñaedición no venal de nuestros mejores escritores, que es repartida a los esco-lares de la provincia para el fomento dela lectura. Un año más cumplimos coneste ritual literario.
RAMIRO F. RUIZ MEDRANOPresidente de la Diputación de Valladolid
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La guerra de los Balcanes se cobrómás de diez mil niños entre muertos ydesaparecidos.
«Y tú, hijo del hombre, ¿no juzgarása la ciudad sanguinaria echándole a lacara todas sus abominaciones?».
(Ezequiel. 22.2.)
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odos los días, al amanecer, cuandolos blancos gallos madrugadores es-
pantan las sombras, Vania, el niño croatade ojos azules y piel de aceituna, espiabatembloroso el vuelo de aquel pájaro deacero hacia donde muere el sol. Duranteun tiempo el chiquillo lo seguía con lamirada, persiguiendo su blanca estela,que como un reguero de leche y lunapartía el cristal azul del cielo en direc-ción a Poniente.
Vania permanecía así tiempo, fas-cinado, hasta que el perro flaco deAndrovic venía a saludarle con sus ladri-dos y su hambre. Entonces, Vania aban-donaba la ciudad y subía a la colina, hasta que el sol como una moneda de oro
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caía vertical sobre Dubrovnik, arrojandotoda su lumbre sobre las aguas frías delAdriático.
A sus pies, bajo el fuego de la artille-ría de costa y el repeluzno de las explo-siones agonizaba la ciudad mártir, laperla del Adriático, la antigua Ragusa deNapoleón, estrangulada por sus impo-nentes murallas.
El palacio Sponza, la sinagoga ma-yor, el hotel Split, el monasterio de SanBlas, todos los edificios de la ciudad vie-ja temblaban sacudidos, estremecidos yatormentados, mientras sus espantadoshabitantes, presos del pánico se refugia-ban como topos en las trincheras de hor-migón abiertas en el vientre de la tierra.
A Vania le daban miedo los sótanos,las catacumbas, los fríos subterráneos.Prefería morir así, a la intemperie, vien-do el sol, oliendo el perfume de las flores del campo y acariciando con susmanos el vuelo de las mariposas. Habíavisto a demasiados padres arrodilladosbajo el fuego y la metralla, besando la
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frente y los miembros destrozados desus hijos. No, no quería que las lágrimasde su madre cayeran sobre él. Por eso, alcomenzar los bombardeos huía siempreal campo, regresando a casa cuando todohabía acabado, mientras oía cantar alviento y veía dormirse a los pájaros.
Vania volvía rezando a su Dios, enmedio de las mariposas que jugaban aesconder sus bellos colores en el mantonegro de la noche, mientras la muertehundía sus calzas de luto en la ciudadvieja. Así sentía sobre su rubia cabeza elaliento protector de su padre muerto enla última batalla y de todos sus antepasa-dos, que aguardaban allá arriba, tras lasbrillantes estrellas, hundidos en el silen-cio y participando de la comida azul detodos los inmortales y del Gran Sabio.
Durante esos momentos, Vania, el ni-ño croata de ojos azules y piel de aceitu-na, se olvidaba de aquella tierra llena depus, de ampollas rojas y amarillas. Y delhumo. Y de las explosiones. Y del fuego.Y del hambre.Y de los hombres muertos.
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así un día. Y otro. Y otro. Hastaaquel cuatro de noviembre, en
que unos hombres muy altos, con cas-cos azules y una mujer con ojos de por-celana y una bella sonrisa vinieron abuscarle a su casa cuando más olían losmembrillos. Aquella extranjera hablócon su madre durante media hora, haciéndose entender con mucha difi-cultad, mientras el perro flaco deAndrovic les miraba fijamente.
Al final de aquella conversación, sumadre le abrazó llorando, al tiempo quese secaba los ojos con la punta del de-lantal y le dijo que para huir de la gue-rra tenía que ir con aquellos hombres,que lo llevarían al otro lado del mar, a
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un lugar donde se acababa Europa, a España, una tierra donde había paz,brillaba el sol y los niños podían ir felices a la escuela.
Vania miró a su madre, a los milita-res de cascos azules, a la mujer de ojos de porcelana, al perro flaco deAndrovic y le entraron unas tremendasganas de llorar. Apretó los dientes y sehizo sangre en los labios.
El perro flaco de Androvic aulló las-timero, como si protestase por su mar-cha. Vania desvió la vista y a través delos cristales de la ventana columbró la torre de la iglesia de la BuenaEsperanza donde una cigüeña madre yun par de cigüeños crotoraban. Depronto, en lo alto, en un trozo de cielo lepareció vislumbrar el rostro compla-ciente de su padre. Fue un momento,sólo un momento. Una nube de algodónnubló aquel fantástico espejismo. El ni-ño croata pensó que su padre le sonreíay le animaba desde el más allá, rodeadode los inmortales y del Gran Sabio.
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Entonces, su madre le abrazó muyfuerte y le habló muy bajo, Lanzó unsuspiro que le salió de la entraña y le dijo que era la voluntad del cielo y quesu partida colmaría de gozo el espíritude sus antepasados. Le aseguró que todo era por su bien y el de los otros ni-ños que le acompañarían: niños croatas,niños serbios y niños bosnios.
Asimismo, le contó que en aquellatierra lejana, que tenía un rey muy altoencontraría la felicidad hasta que el hu-racán de la guerra dejase de soplar so-bre la santa tierra de Croacia, habitadatemporalmente por los malos espíritus.
Vania no entendía nada, pero comobuen hijo decía a todo que sí, pues sumadre era sabia. Había alcanzado lagloriosa edad y desde la muerte de supadre el niño le debía reverencia.
El niño croata se despidió de Marco,el niño bosnio, su mejor amigo. Y deMara. Y de Fran. Y de Kate. Su madreceremoniosamente cortó una ramita delÁrbol de la Familia y se la entregó a los
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militares de cascos azules. Dijo que elagua corre hacia abajo y no hacia arribay de igual manera el cariño de su hijoiría hacia otros árboles y otros seres.
El perro flaco de Androvic aullabalastimero. Vania se abrazó a él y le besóen el morro. Su madre apretó contra sucuerpo escalofriado al perro y al niño.Con los ojos arrasados de lágrimas, dijoque durante cierto tiempo tendría otrafamilia y que sus antepasados, que esta-ban arreglando en el cielo los negociosdel Gran Sabio, se alegrarían de su mar-cha y le protegerían con su aliento.
Pasada la puerta del jardín, dondelos largos vientos del otoño jugaban yhacían remolinos con las hojas caídasde los árboles, su madre le besó por última vez. Y volvió a repetir queaquella era la voluntad del cielo.
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ania emocionado subió con loshombres de cascos azules y la mu-
jer de ojos de porcelana a un camiónque tenía la piel a manchas verdes yblancas como los álamos del río.
Nacía el sol entre la algarabía de lospájaros. El camión como un inmensolagarto trepaba por las montañas, atra-vesaba campos de maíz, llenos de aguay de tristeza.
El río Nerova no se había helado todavía. Los pájaros chillaban enfebre-cidos por miedo a las armas de las mi-licias serbias que ladraban en la leja-nía. Los niños cantaban sobre la cajadel camión. Se cruzaron con millaresde refugiados, que portaban en sus
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ojos el llanto y la soledad del cercanoinvierno.
«¡España! ¡España!». ¿Cómo seríaaquella tierra donde según su madresiempre brillaba el sol?
Ante la asombrada mirada de Vaniadesfilaban árboles descuartizados porel rayo de la guerra y la metralla.Cerezos y manzanos abrasados por lasllamas. Casas derruidas. Cadáveres sinenterrar. Tanques y camiones hundidosentre los arrozales y las ciénagas.
El mar tampoco se libraba de la can-ción infernal del odio y de la guerra.Las negras lanchas cañoneras empuja-ban a la muerte en las aguas frías delAdriático. Granados, naranjos y limo-neros temblaban de miedo en los claus-tros sin tiempo de los viejos monaste-rios de Dubrovnik. Hierba y fango. Ycolumnas de humo negro y retorcido,que se levantaban una y otra vez de ma-nera siniestra como tirabuzones desdela tierra hasta el cielo.
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ania se imaginó el mar lleno depeces asustados y de ocultas cara-
colas llenas de sueño. El niño recordólas palabras de su madre: «Es la vo-luntad del cielo. Tu afecto, hijo mío, correrá hacia otros árboles y haciaotros seres».
Un pájaro de fuego cantaba sobre el campanario desmochado de un vie-jo cementerio abandonado en mitaddel campo.
«Es la voluntad del cielo».Vania, sin entender nada, se alejaba
de su madre. De Mara, de Kate, deFran, del perro flaco de Androvic, quedurante meses aullaría desconsolado alsol, a la luna y a las estrellas.
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Ruth, una niña de ojos de carameloapretó su mano y le consoló diciendo:
No estés triste, Vania. Vamos a unsitio mejor. Ya verás como la guerra no dura mucho.
Vania, entre las lágrimas, se lo agradeció con una sonrisa.
¿Y tú cómo sabes lo que durará laguerra?
Me lo dice el corazón.Algo parecido a lo de Ruth le había
dicho su madre. Su madre era sabia y había alcanzado la gloriosa edad.Distinguía con los ojos cerrados el per-fume del día y de la noche, el alientodel invierno y los sofocos del verano, lamamá Tirena adivinaba cuando iba allover y cuando comenzaba a nevar.Además había cortado una ramita verdedel Árbol de la Vida de sus antepasadospara golpear las puertas del cielo y de labuena suerte.
«¡España! ¡España!».¡Qué bien sonaba aquella palabra!«Una tierra con un rey muy alto,
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donde los niños no conocían el miedo yla guerra».
¿Habría perros famélicos como elde Androvic en las tierras doradas deEspaña?
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legaron al aeropuerto. Vania vio elgran pájaro muy de cerca. Más que
pájaro parecía un inmenso pez agoni-zante bajo el sol de mediodía. Estabaquieto, parado en el hangar, rodeado demilitares con cascos azules. En un barracón de madera y aluminio espera-ban más de doscientos niños y niñasque cantaban agitando sus banderitas decolores. ¿Cómo era posible que tantosniños entraran en un avión?
A Vania le despojaron de sus botas y le calzaron otras nuevas, que olían aunto de gallina y tenían el mismo colorque el tronco de los sauces antes de lalluvia. Cambiaron sus ropas despelleja-das y le pusieron otras nuevas. Luego
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una mujer bella como la diosa de la lunales besó en la frente y entregó a todoslos niños caramelos de colores. Los había de plata, de oro, de menta y deverde limón. La voluntad del cielo se estaba cumpliendo. Se sentían muy felices y empezaban a reír.
El avión se deslizó majestuoso porla pista. Desaceleró, paró a la mitad ydos militares acoplaron una escalerilla.A una señal los niños corrieron hacia el aparato, empujándose unos a otros.La bella mujer les fue prendiendo conmimo en el pecho una tarjetita con labanderita española y una inscripciónque rezaba: «OPERACIÓN SOL PONIENTE». Los niños acariciaban el cartoncito como si se tratase de unamoneda de plata.
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lo lejos doblaban las viejascampanas de Dubrovnik. Sus
lenguas de bronce dejaban caer sobre la calle Stradum, de mar a mar, escalofria-dos mensajes de muerte y soledad. Unanovia besaba a un soldado croata frentea la puerta del hotel Split, lleno de refugiados y vacío de turistas.
Dubrovnik, la perla del Adriático,ciudad patrimonio de la Humanidad, sedesmoronaba como un gigantesco quesobajo la niebla. Aquella mujer a la que todos los niños miraban, bella como ladiosa de la luna sujetó los flexibles cin-turones de los asientos a aquellas barri-guitas temblorosas por el hambre y laemoción del despegue. «Los niños de la
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guerra evitarán así una muerte segura»,había declarado un día antes MisoKlacar, portavoz humanitario de laEmbajada de Niños y Refugiados.Como si los hombres, por muy podero-sos que fuesen tuviesen en sus manos eldominio de la vida y de la muerte. «Losniños de la guerra de los Balcanes evita-rán así una muerte segura». Y hasta lasblancas gaviotas huían de la viejaDubrovnik asustadas por las explosio-nes de la guerra.
«¡Arriba! ¡Arriba!».Ascendían y ascendían como un
sueño de piedra. El gran pájaro de acerocon su panza llena de niños asombradosse mecía entre nubes de algodón. A lolejos, muy abajo quedaba la ciudadmártir de Dubrovnik: los campanarios,los minaretes, las impresionantes mura-llas. Un mundo de mármol y muerte. Lamadre tierra, con sus estremecimientos,con su costra abierta y dolorida, llenade fuego y metralla, de hombres muer-tos y ratas que huyen de la luz.
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«¡Arriba! ¡Arriba!».El avión supersónico flotaba en un
cielo azul donde nunca llegaría el fuegode cañones, ametralladoras y morterosdel Ejército Federal Yugoslavo.
¡Adiós, Kate! ¡Adiós, Marco!¡Adiós, Fran! ¡Adiós, Mara! A Vania lepareció oír al perro flaco de Androvicladrando desesperado a las nubes.
«No os preocupéis, amigos –habíadicho la radio– la Guardia NacionalCroata, un ejército de reservistas ycampesinos defenderá con sus armas ycanciones las ciclópeas murallas de lavieja Dubrovnik, patrimonio de laHumanidad».
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odo ello se cumplió. Fue unmomento. Sólo un momento. La
Canción del Trueno sopló sobre elfuselaje del gran pájaro. Un rayo azulpartió en dos el soberbio avión como sifuese de mantequilla. Lo zarandeóbrutalmente entre dos nubes y un rosi-cler. Lo deshizo en mil pedazos. Unángel descalzo, saltando de estrella enestrella fue recogiendo amorosamenteuno a uno los cuerpos de los niños croatas, serbios y bosnios de la«OPERACIÓN SOL PONIENTE».Los subió a la grupa de doscientoscaballos celestes, llevándoles a galopetendido hasta el Jardín de los Cerezosdel Creador del firmamento, donde los
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inmortales y el Gran Callado se ocu-pan de los negocios del cielo, mientrasel perro flaco de Androvic ladrabaquién sabe dónde.
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OPERACIÓN SOL PONIENTE del escritor J. Manuel Parrilla, ilustrado por Goyo
Rodríguez, hace el número 13 de la colección «La Osa Mayor»,
y se terminó de imprimir en el mes de abril
de 2010.
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Colección de cuentos «LA OSA MAYOR»
Títulos publicados
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BALAAMRosa Chacel
TOM. OJOS AZULESJosé Jiménez Lozano
DRINA Y GORAnastasio Fernández San José
LA CIUDAD DE GULÚJosé González Torices
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OLAS BAJO LA CIUDADElena Santiago
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HISTORIA DE PIZCA Y MABÚFélix Antonio González
EL PINGÜINO INSATISFECHO Luis Miravalles
PASEANTESJosé Delfín Val
QUIJ GALAXIO Y SU ESCUDERO PAN-ZRamón García Domínguez
OPERACIÓN SOL PONIENTEJosé Manuel Parrilla
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Colección de cuentos: «LA OSA MAYOR»
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