Orden Sacerdotal
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INSTITUCION EDUCATIVA SECUNDARIA
“CHONGOYAPE”
“Libertad, Justicia, Amor y Trabajo”
DECRETO DEL CONCILIO VATICANO II
PRESBITERORUM ORDINIS
Sobre el ministerio y la vida de los Presbíteros
Funciones de los Presbíteros
Ministros de la palabra de Dios
El Pueblo de Dios se reúne, ante todo, por la palabra de Dios vivo, que con todo derecho hay que esperar
de la boca de los sacerdotes. Pues como nadie puede salvarse si antes no cree, los presbíteros, como
cooperadores de los Obispos, tienen como obligación principal al anunciar a todos el Evangelio de Cristo,
para constituir e incrementar el Pueblo de Dios, cumpliendo el mandato del Señor "Id por todo el mundo
y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc., 16,15).
Porque con la palabra de salvación se suscita la fe en el corazón de los no creyentes y se robustece en el
de los creyentes, y con la fe empieza y se desarrolla la congregación de los fieles, según la sentencia del
Apóstol "La fe viene por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo" (Rom., 10,17).
Los presbíteros, pues, se deben a todos en cuanto que a todos deben comunicar la verdad del Evangelio,
que poseen en el Señor.
Por tanto, ya lleven a las gentes a glorificar a Dios, observando entre ellos una conducta ejemplar; ya
anuncien a los no creyentes el misterio de Cristo, predicándoles abiertamente; ya enseñen el catecismo
cristiano o expongan la doctrina de la Iglesia; ya procuren tratar los problemas actuales a la luz de Cristo,
es siempre su deber enseñar no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitar indistintamente a
todos a la conversión y a la santidad.
Pero la predicación sacerdotal, difícil con frecuencia, en las actuales circunstancias del mundo, para
mover mejor a las almas de los oyentes, debe exponer la palabra de Dios no sólo de una forma general y
abstracta, sino aplicando a circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio. Con ello
se desarrolla el ministerio de la palabra de muchos modos, según las diversas necesidades de los oyentes
y los carismas de los predicadores.
En las regiones o núcleos no cristianos, los hombres son atraídos a la fe y a los sacramentos de la
salvación por el mensaje evangélico; pero en la comunidad cristiana, atendiendo, sobre todo, a aquellos
que comprenden o creen poco lo que celebran, se requiere la predicación de la palabra para el ministerio
de los sacramentos, puesto que son sacramentos de fe, que procede de la palabra y de ella se nutre.
Esto se aplica especialmente a la liturgia de la palabra en la celebración de la Misa en que el anuncio de la
muerte y de la resurrección del Señor, y la respuesta del pueblo que escucha se unen inseparablemente
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con la oblación misma con la que Cristo, confirmó en su sangre la Nueva Alianza, oblación a la que se
unen los fieles con el deseo o con la recepción del sacramento.
Los presbíteros, ministros de los sacramentos y de la Eucaristía
Dios, que es el solo Santo y Santificador, quiso tener a los hombres como socios y colaboradores suyos, a
fin de que le sirvan humildemente en la obra de la santificación. Por esto consagra Dios a los presbíteros,
por ministerio de los Obispos, para que participando de una forma especial del Sacerdocio de Cristo, en la
celebración de las cosas sagradas, obren como ministros de quien por medio de su Espíritu efectúa
continuamente por nosotros su oficio sacerdotal en la liturgia. Por el Bautismo introducen a los hombres
en el Pueblo de Dios; por el Sacramento de la Penitencia reconcilian a los pecadores con Dios y con la
Iglesia; con la Unción de los enfermos alivian a los enfermos; con la celebración, sobre todo, de la Misa
ofrecen sacramentalmente el Sacrificio de Cristo.
En la administración de todos los sacramentos, como atestigua San Ignacio Mártir, ya en los primeros
tiempos de la Iglesia, los presbíteros se unen jerárquicamente con el Obispo, y así lo hacen presente, en
cierto modo, en cada una de las asambleas de los fieles. Pero los demás sacramentos, al igual que todos
los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se
ordenan. Pues en la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en
persona, nuestra Pascual y pan vivo, que por su Carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da
vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismo, sus trabajos y
todas las cosas creadas juntamente con El. Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda
evangelización, al introducirse, poco a poco, los catecúmenos en la participación de la Eucaristía, y los
fieles, marcados ya por el sagrado Bautismo y la Confirmación, se injertan cumplidamente en el Cuerpo
de Cristo por la recepción de la Eucaristía.
Es, pues, la celebración eucarística el centro de la congregación de los fieles que preside el presbítero.
Los presbíteros enseñan a los fieles a ofrecer al Padre en el sacrificio de la Misa la Víctima divina y a
ofrendar la propia vida juntamente con ella; los instruyen según el ejemplo de Cristo Pastor, para que
sometan sus pecados con corazón contrito a las llaves de la Iglesia en el Sacramento de la Penitencia, de
manera que se conviertan cada día más hacia el Señor, acordándose de sus palabras "Arrepentíos, porque
se acerca el Reino de los cielos" (Mt., 4,17).
Les enseñan, igualmente, a participar en la celebración de la sagrada Liturgia de modo que exciten
también en ellos una oración sincera; los llevan como de la mano al espíritu de oración cada vez más
perfecto, que han de actualizar durante toda la vida, en conformidad con las gracias y necesidades de cada
uno; llevan a todos al cumplimiento del propio estado e introducen a los más fervorosos hacia los
consejos evangélicos, que cada uno ha de practicar de una forma adecuada.
Enseñan, por tanto, a los fieles a cantar al Señor en sus corazones himnos y cánticos espirituales, dado
siempre gracias por todo a Dios Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Las alabanzas y acciones
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de gracias que elevan en la celebración de la Eucaristía los presbíteros, las continúan por las diversas
horas del día en el rezo del Oficio divino, con que, en nombre de la Iglesia piden a Dios por todo el
pueblo a ellos confiado o, por mejor decir, por todo el mundo. La casa de oración en que se celebra y se
guarda la Sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y consuelo de los
fieles la presencia del hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el altar del sacrificio, debe
estar limpia y dispuesta para la oración y para las funciones sagradas.
En ella son invitados los pastores y los fieles a responder con gratitud a la dádiva de quien por su
Humanidad infunde continuamente la vida divina en los miembros de su Cuerpo. Procuren los presbíteros
cultivar convenientemente la ciencia y, sobre todo, las prácticas litúrgicas, a fin de que por su ministerio
litúrgico las comunidades cristianas que se les han encomendado alaben cada día con más perfección a
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Los presbíteros, rectores del Pueblo de Dios
Los presbíteros, ejerciendo, según su parte de autoridad, el oficio de Cristo Cabeza y Pastor, reúnen, en
nombre del Obispo, a la familia de Dios, con una fraternidad alentada unánimemente, y la conducen a
Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu. Mas para el ejercicio de este ministerio, lo mismo que para
las otras funciones del presbítero, se le confiere la potestad espiritual, que, ciertamente, se da para la
edificación. En la edificación de la Iglesia, los presbíteros deben vivir con todos con exquisita delicadeza,
a ejemplo del Señor. Deben comportarse no según el beneplácito de los hombres, sino conforme a las
exigencias de la doctrina y de la vida cristiana, enseñándoles y amonestándoles como a hijos amadísimos,
según las palabras del Apóstol "Insiste a tiempo y a destiempo, arguye, enseña, exhorta con toda
longanimidad y doctrina" (2 Tim., 4,2).
Por lo cual, atañe a los sacerdotes, en cuando educadores en la fe, procurar personalmente, o por medio de
otros, que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el
Evangelio, a la caridad sincera y diligente y a la libertad con que Cristo nos liberó. De poco servirán las
ceremonias, por hermosas que sean, o las asociaciones, aunque florecientes, si no se ordenan a formar a
los hombres para que consigan la madurez cristiana. En su consecución les ayudarán los presbíteros para
poder averiguar qué hay que hacer o cuál sea la voluntad de Dios en los mismos acontecimientos, grandes
o pequeños. Enséñese también a los cristianos a no vivir sólo para sí, sino que, según las exigencias de la
nueva ley de la caridad, pongan cada uno al servicio del otro el don que recibió y cumplan así todos
cristianamente su deber en la comunidad humana.
Aunque se deban a todos, los presbíteros tienen encomendados a sí de una manera especial a los pobres y
a los más débiles, a quienes el Señor prefiere, y cuya evangelización se da como prueba de la obra
mesiánica.
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También se atenderá con diligencia especial a los jóvenes y a los cónyuges y padres de familia. Es de
desear que éstos se reúnan en grupos amistosos para ayudarse mutuamente a vivir con más facilidad y
plenitud su vida cristiana, dificultosa en muchas ocasiones. No olviden los presbíteros que todos los
religiosos, hombres y mujeres, por ser la porción selecta en la casa del Señor, merecen un cuidado
especial para su progreso espiritual en bien de toda la Iglesia. Atiendan, por fin, con toda solicitud a los
enfermos y agonizantes, visitándolos y confortándolos en el Señor. Pero el deber del pastor no se limita al
cuidado particular de los fieles, sino que se extiende también a la formación de la auténtica comunidad
cristiana.
Mas, para atender debidamente al espíritu de comunidad, debe abarcar no sólo la Iglesia local, sino la
Iglesia universal. La comunidad local no debe atender solamente a sus fieles, sino que, imbuida también
por el celo misionero, debe preparar a todos los hombres el camino hacia Cristo. Siente, con todo, una
obligación especial para con los catecúmenos y neófitos que hay que formar gradualmente en el
conocimiento y práctica de la vida cristiana. No se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como
raíz y quicio la celebración de la Sagrada Eucaristía; por ella, pues, hay que empezar toda la formación
para el espíritu de comunidad.
Esta celebración, para que sea sincera y cabal, debe conducir lo mismo a las obras de caridad y de mutua
ayuda que a la acción misional y a las varias formas del testimonio cristiano. Además, la comunidad
eclesial ejerce por la caridad, por la oración, por el ejemplo y por las obras de penitencia una verdadera
maternidad respecto a las almas que debe llevar a Cristo. porque ella es un instrumento eficaz que indica
o allana el camino hacia Cristo y su Iglesia a los que, todavía no creen, que anima también a los fieles, los
alimenta y fortalece para la lucha espiritual. En la estructuración de la comunidad cristiana, los
presbíteros no favorecen a ninguna ideología ni partido humano, sino que, como heraldos del Evangelio y
pastores de la Iglesia, empeñan toda su labor en conseguir el incremento espiritual del Cuerpo de Cristo.
APLICO LO APRENDIDO
1. ¿Por qué los sacerdotes son considerados los ministros de la Palabra de Dios?
2. ¿Cómo se relacionan los sacramentos con el sacerdote?
3. ¿Cuál es el centro de la congregación de los fieles que preside el presbítero? ¿Por qué?
4. ¿En qué sentido los presbíteros son considerados los rectores del Pueblo de Dios?
5. Después de leer esta información ¿Qué consejos darías a los sacerdotes?