Organo mensual de la Liga Española - Geoismo

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El Impuesto Unico año ¡i. Organo mensual de la Liga Española Gerente: ANTONI© aLBENOÍN Nútn. 3. Suscrición anual, 1*25 I.0 Febrero, 1912. Precio, 10 cents. Venga á nos el tu reino. (@onclusi<Vn) El obstáculo de laSgricnltura. (eonclusidn) Para el periódico .«Tierra y Libertad,, La lucha contra la tuberculosis. Confusiones morales acerca de la riqueza. Noticias del movimiento. Información del extranjero. Nuestro objeto. Los folletos publicados de la Liga. Los libros de Henry George. Periódicos georgistas. Venga i nos el tu reino por Henry George Traducido por O. Francisco Hmaya Rubio (CO^CLÜSÍÓN) El da, pues, sus dones á toda la raza humana. Y sin embargo, ¿qué es lo que vemos todos en los países más civilizados? Que unos cuantos hombres se han apropiado esas oportunidades, esos elementos para el ejercicio del trabajo, llamándolos suyos, mientras la inmensa mayoría no tiene derecho legal, para aplicar su trabajo á los depó- sitos de la naturaleza, y vivir de la bondad del Creador Y así acontece, que sobre el mundo civilizado, la clase que es llamada peculiarmente la clase trabaj dora, es la clase más pobre, y la clase que no trabaja, la que se jacta de no haber trabajado nunca y de descender de padres y abuelos, que jamás en su vida supieron lo que fuese el trabajo, nadan en la abundancia de las cosas, precisamen- te, producidas por el trabajo. Mr. Abner Thomas de Nueva York, un ortodoxo presbiteriano é hijo de aquel doctor Thomas, famoso en América si no aqní, pastor de una iglesia presbiteriana en Filadelfla y autor de un comentario sobre la Biblia, que es todavía una obra maestra, escribió, hace poco tiempo, una alegoría titulada Un sueño. Dormitando en su silla, imaginó que era conducido á través del Río do la Muerte hasta llegar á un estrecho y áspero camino, que le con- dujo á las puertas del Cielo. Un elegante y estirado ángel abrió la puerta, y después de preguntar su nombre le de- pasar, no sin antes advertirle que proouraso, al buscar amistades, el no echarse por amigos á los ángeles de mal pelagc- ¡Cómo!—dijo el recién llegado, con asombro,— ¿no estoy quizás en el Cielo? Sí—le respondió el guardián—pero aún aquí hay sn buena parte de ángeles vagabundos. ¿Cómo puede ser eso?—dijo Mr. Thomas en su sueño —yo opinaba que todo el mundo nadaba en la abundan- cia en los Cielos, Así ocurría hace algún tiempo—dijo el guardián.—Y si alguno quería tener un harpa pulimentada y brillante ó las alas elegantemente peinadas, tenía que hacérselo él mismo. Pero las cosas han cambiado, desde que nosotros hemos adoptado aquí el mismo régimen de propiedad privada que vosotros tenéis en la tierra, en los países ci- vilizados, y hemos visto que ha sido un gran progreso sobre todo, para la clase distinguida. Entonces el guardián dijo también al nuevo compa. ñero, si él había decidido donde iría á alojarse. A lo que respondió Mr. Thomas:—Yo no quiero alo- jarme en ninguna parte. Yo me iré á aquella colina es- maltada de verde follaje que se aparece no muy lejos y allí me quedaré. Yo le aconsejo que no haga eso—respondió el guar- dián.—El ángel dueño de esa colina, que decís, no suele ser blando con los que abusan de sus derechos. Hace al- gunos siglos, como ya os he dicho, que nosotros introdu- jimos el sistema de propiedad privada con respecto al te- rreno del Cielo. Así es que dividimos el suelo y todo hoy pertenece á sus legítimos dueños. ¿Pero yo habré sido considerado en esa división?— Dijo Mr. Thomas. No.—Le respondió el guardián.—Pero si queréis tra- bajar y haceros propietario, no tenéis sino afanaros en un par de siglos, y así podréis fácilmente adquirir un buen pedazo de terreno. Tendréis un par de alas, que se os darán gratis, conforme lleguéis al sitio que se os seña- le; sin dificultad podréis hipotecarlas para manteneros unos cuantos días, mientras encontréis trabajo. Pero os advierto que os deis prisa, porque nuestra población au- menta sin cesar y cada vez hay mayores dificultades para hallar trabajo. ¿En qué podré yo ocuparme?—dijo Mr. Thomas. Nuestras industrias principales—respondió el ángel— son la fabricación de arpas y coronas y el cultivo de los jardines. Pero en lo que hay mejor probabilidad de ad- quirir pronta colocación, es en el servicio doméstico. Yo prefiero la ocupación de los jardineros — dijo Mr, Thomas—.Me iré pues, á trabajar, para criar muy be- llas flores y poder vivir de ellas. Ahí hay una extensión muy apropiada para ello, y parece que nadie la usa. Me iré á ese pedazo de tierra y la cultivaré con esmero. Siento deciros—respondió el guardián—que no os es dado hacer como decís. Esa extensión es propiedad de uno de nuestros más elovados ángeles, que se ha enrique- oido iniu-lio por rl ¡ru-,roinonto del valor del terreno, y ahora ím esfiOgMo 'óaa pedazo para aprovecharse del alza

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El Impuesto Unico año ¡i.

Organo mensual de la Liga Española Gerente: ANTONI© aLBENOÍN N ú t n . 3 .

Suscrición anual, 1*25 I.0 Febrero, 1912. Precio, 10 cents.

V e n g a á nos el tu r e i n o . (@onclusi<Vn) E l o b s t á c u l o de l a S g r i c n l t u r a . ( e o n c l u s i d n ) P a r a el p e r i ó d i c o . « T i e r r a y L i b e r t a d , , L a lucha c o n t r a la t u b e r c u l o s i s . Confus iones m o r a l e s a c e r c a de la r i q u e z a . N o t i c i a s del movimiento . I n f o r m a c i ó n del e x t r a n j e r o . Nuestro objeto.

L o s folletos p u b l i c a d o s de l a L i g a . L o s l i b r o s de H e n r y G e o r g e . P e r i ó d i c o s g e o r g i s t a s .

Venga i nos el tu reino por Henry George

T r a d u c i d o por O . F r a n c i s c o H m a y a R u b i o

(CO^CLÜSÍÓN)

E l da, pues, sus dones á toda la raza humana. Y sin embargo, ¿qué es lo que vemos todos en los países m á s civilizados? Que unos cuantos hombres se han apropiado esas oportunidades, esos elementos para el ejercicio del trabajo, l lamándolos suyos, mientras la inmensa mayor í a no tiene derecho legal, para aplicar su trabajo á los depó­sitos de la naturaleza, y v i v i r de la bondad del Creador Y así acontece, que sobre el mundo civilizado, la clase que es llamada peculiarmente la clase trabaj dora, es la clase más pobre, y la clase que no trabaja, la que se jacta de no haber trabajado nunca y de descender de padres y abuelos, que j a m á s en su vida supieron lo que fuese el trabajo, nadan en la abundancia de las cosas, precisamen­te, producidas por el trabajo.

Mr. Abner Thomas de Nueva York , un ortodoxo presbiteriano é hijo de aquel doctor Thomas, famoso en América si no aqní, pastor de una iglesia presbiteriana en Filadelfla y autor de un comentario sobre la Biblia, que es todavía una obra maestra, escribió, hace poco tiempo, una alegoría titulada Un s u e ñ o . Dormitando en su silla, imaginó que era conducido á t ravés del Río do la Muerte hasta llegar á un estrecho y áspero camino, que le con­dujo á las puertas del Cielo. Un elegante y estirado ángel abr ió la puerta, y después de preguntar su nombre le de­jó pasar, no sin antes advertirle que proouraso, al buscar amistades, el no echarse por amigos á los ángeles de mal pelagc-

¡Cómo!—dijo el recién llegado, con asombro,— ¿no estoy quizás en el Cielo?

Sí—le respondió el guard ián—pero a ú n a q u í hay sn buena parte de ángeles vagabundos.

¿Cómo puede ser eso?—dijo Mr. Thomas en su sueño —yo opinaba que todo el mundo nadaba en la abundan­cia en los Cielos,

Así ocur r í a hace a lgún tiempo—dijo el gua rd i án .—Y si alguno quer ía tener un harpa pulimentada y brillante ó las alas elegantemente peinadas, tenía que hacérselo él mismo. Pero las cosas han cambiado, desde que nosotros hemos adoptado aquí el mismo rég imen de propiedad privada que vosotros tenéis en la tierra, en los países c i ­vilizados, y hemos visto que ha sido u n gran progreso sobre todo, para la clase distinguida.

Entonces el gua rd ián di jo t ambién al nuevo compa. ñero , si él hab ía decidido donde iría á alojarse.

A lo que respondió Mr. Thomas:—Yo no quiero alo­jarme en ninguna parte. Yo me iré á aquella colina es­maltada de verde follaje que se aparece no muy lejos y allí me queda ré .

Yo le aconsejo que no haga eso—respondió el guar­dián.—El ángel dueño de esa colina, que decís, no suele ser blando con los que abusan de sus derechos. Hace al­gunos siglos, como ya os he dicho, que nosotros in t rodu­j imos el sistema de propiedad privada con respecto al te­rreno del Cielo. Así es que dividimos el suelo y todo hoy pertenece á sus legít imos dueños .

¿Pero yo habré sido considerado en esa división?— Dijo Mr. Thomas.

No.—Le respondió el gua rd i án .—Pero si queréis tra­bajar y haceros propietario, no tenéis sino afanaros en un par de siglos, y as í podréis fácilmente adquirir un buen pedazo de terreno. Tendré is un par de alas, que se os da rán gratis, conforme lleguéis al sitio que se os seña­le; sin dificultad podréis hipotecarlas para manteneros unos cuantos días , mientras encontréis trabajo. Pero os advierto que os deis prisa, porque nuestra población au­menta sin cesar y cada vez hay mayores dificultades para hallar trabajo.

¿En qué podré yo ocuparme?—dijo Mr. Thomas. Nuestras industrias pr incipales—respondió el ángel—

son la fabricación de arpas y coronas y el cult ivo de los jardines. Pero en lo que hay mejor probabilidad de ad­q u i r i r pronta colocación, es en el servicio doméstico.

Yo prefiero la ocupación de los jardineros — dijo Mr, Thomas—.Me iré pues, á trabajar, para criar muy be­llas flores y poder v i v i r de ellas. Ahí hay una extens ión muy apropiada para ello, y parece que nadie la usa. Me iré á ese pedazo de tierra y la cul t ivaré con esmero.

Siento deciros—respondió el gua rd i án—que no os es dado hacer como decís. Esa extensión es propiedad de uno de nuestros más elovados ángeles, que se ha enrique-oido iniu-lio por r l ¡ru-,roinonto del valor del terreno, y ahora ím esfiOgMo 'óaa pedazo para aprovecharse del alza

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WJÍ impuesto Unico

que con el tiempo ha de tener. Para trabajar en él, necesi­taríais ó comprarlo ó tomarlo en arrendamiento y hoy no contáis con recursos para ello

Y así transcurre el cuento, decribiendo como los cami­nos de los Cielos y las calles de la Eterna Je rusa lén esta­ban invadidas por inconsolables y vagabundos ángeles, que hab ían empañado sus alas, y estaban caldos en el mismo Cielo.

Os reís , porque esto os parece r id ículo . Pero hay un fondo moral en ello, digno en verdad de ser considerado Pues ¿por qué nos ha de parecer r idículo el imaginar que se apliquen, en el Cielo de Dios, las reglas que lian presi­dido á la división de la t iena del mismo Dios, sobre todo cuando cotidianamente rogamos que la Divina Voluntad se haga en la t i e r r a como en el Cielo?

Pensando rectamente, es claro, que es imposible ima­ginar el Cielo regido como está regida la tierra. Pero si lo suponemos así, veremos sin esfuerzo alguno, que no importa cuan puro fuese su aire, que no importa cuán expléndida fuese su vegetación, para que allí mismo exis­tiese el sufrimiento y la miseria, si los Cielos se hubiesen dividido como se ha dividido la tierra. Y recíprocamente , si los hombres obrasen en la tierra, como es de suponer que se obra en los Cielos. ¿No sería entonces la tierra una fiel imagen del Cielo? Venga á nos el tu re ino. Ninguno podrá imaginar lo que significa este reino, sin percibir que debe ser un reino de justicia y de igualdad, no cierta­mente de condición ó naturaleza, sino igualdad do opor­tunidades para satisfacer las necesidades de la vida. Y ninguno tampoco acertará á alcanzar lo que significa este reino, sin que vea inmediatamente que el reino de Dios vendr í a sobre la tierra, si los hombres se afanasen por ha­cer reinar la justicia, si los hombres reconociesen sin d i ­ficultad el principio fundamentol del cristianismo, de no hacer á los d e m á s sino lo que nosotros q u i s i é r a m o s que se nos hiciese á nosotros mismos, si los hombres re­conociesen que todos somos hijos de u n solo Padre, igual­mente facultados para participar de sus bondades, é igual­mente posesores del mismo derecho para v i v i r plenamen­te nuestras vidas y desenvolver nuestras facultades por la aplicación del trabajo sobre el material desnudo, que E l solo ha producido. ¡Ah! Cuando un hombre ha concebi­do esto, entonces puede albergar la esperanza de la venida de ese reino, que introdujo en la an t igüedad el Evangelio á t ravés de las calles de Roma, que se paseó sobre las tie­rras de paganismo y la hizo ser, á pesar de las persecucio­nes más tremendas, la religión dominante en el mundo.

E l p r imi t ivo cristianismo no quer ía dar á entender, en su tierna plegaria por la venida del reino de Dios, que ese reino] fuese el de los Cielos, sino un reino sobre la tierra. Si Cristo se hubiese limitado á los Cielos, no ha­b r í a sido entonces perseguido por los fariseos, n i los sol­dados de Roma lo hubiesen clavado en una infamante cruz. ¿Por qué fué perseguido el cristianismo? ¿Por qué sus primit ivos fieles fueron arrojado á las bestias fero­ces, quemados vivos para servir de antorchas en los ja r ­dines de los tiranos, cazados, torturados, condenados á muerte, por los más crueles procedimientos que su inge­nio diabólico pudiera sugerir? No ciertamente porque era una rel igión nueva que dir igía sus miras solo á lo porve­n i r . Roma era en extremo tolerante con todas las religio­nes. Su mayor t imbre fué siempre, que todos los dioses de los pueblos sometidos á su soberanía, tuviesen un l u ­gar en su/>a//,/,eoM. Su mayor complacencia íuó cu todo tiempo, que tío liubiese conllictos con las religiones de

los pueblos que conquistara. Lo que fué perseguido no era otra cosa que el gigantesco movimiento, que engen­dró en pró de la reforma social, el Evangelio d é l a j u s t i ­cia, escuchado la vez primera por rudos pescadores con alegría, y llevado después por el clamor de los trabajado­res y esclavos al corazón de la ciudad imperial .

La revelación cristiana era la doctrina de la igualdad humana, de la paternidad de Dios, de la paternidad de los hombres. Ella atacó los cimientos del tirano que entonces opr imía al mundo civilizado; ella romp ió las cadenas de la oautivida i y las ligaduras de los oprimidos; ella mos­t ró á la faz del mundo entero la monstruosa injusticia que permi t ía á una clase v i v i r á expensas del trabajo, mien­tras la clase trabajadora apenas tenía que llevar á su bo ca. Esta es la verdadera causa de por qué el cristianismo fué perseguido.

Y cuando se vió que no podía ahogársele, entonces las clases privilegiadas lo adoptaron y pervirtieron la ver­dadera fé, é hicieron de su tr iunfo, no el t r iunfo de la re­l igión pr imit iva , sino de un cristianismo adulterado, que aunque mucho m á s extendido, no fué sino el esclavo dé­las clases privilegiadas. Y en lugar de predicar la esencia paternidad de Dios y la universal paternidad de los hom­bres, sus más altos representantes ingertaron sobre la pu­reza del Evangelio la blasfemante doctrina de que ei p a . dre c o m ú n era considerador de personas, y que por su voluntad y mandato, reinaba sobre la tierra la monstruo sa injusticia que condenaba á la inmensa masa de la h u . manidad á la dureza de su trabajo sin recompensa. No ha sido pues, culpa del cristianismo el que se en t ron íce l a iniquidad, sino culpa del cristianismo bastardo, que se en­señó después de su triunfo oficial.

Nada es m á s claro que si todos somos hijos de Dios, todos tenemos idénticos derechos á sus dones. Nadie se atreve á negarlo. Pero hay hombres que ahogan la voz que pugna por salir de su corazón, diciendo: S i , es ver­dad; pe -o no es posible l levar esa verdad á efecto. So­berbia manera de discurrir .

Este es el mundo de Dios. Y todavía hay hombre que confiesan que en el mundo de Dios no hay manéra de llevar la voluntad de Dios á efecto. ¡Cuán monstruoso absurdo y cuán monstruosa blasfemia! Si Dios en efecto, es el rey de toda la creación si sus leyes son los leyes no solo del universo físico, sino del universo moral, debe haber a lgún modo de llevar su voluntad á efecto, debe existir a lgún medio para asegurar iguales derechos á todas sus criaturas. i

Y así es en efecto. Los hombres que niegan que exis­te a lgún modo practicable de llevar á efecto la percepción de que todos los seres humanos son hijos iguales de Dios, cierran sus ojos ante un camino llano y patente. E s , por supuesto imposible en una civilización, como' la nuestra, div id i r la tierra en partes iguales.

Tal sistema se pudo seguir en uii estado social pri mitivo, tal como aquel en que se p romulgó la ley mo-Sáifia. r , ' i .L'Ht.'r (TU 'd' 'It'l/U» t'Jki' 5/Mi v

Nosotros hemos progresado en civilización de nn mo­do tan grosero, que no hemos adelantado' Un paso, ó no hemos podido adelantarlo, con arreglo á los disertos deda divina Providencia. Existe un medio de asegurar iguale» derechos á todos los hombres, no dividiendo la tierra en partes iguales, sino tomamlo para uso de todos el valor inluíi ente á ella, no como resultado del trabajo individual ('¡cicido sobre la misma, sino el total del valor del suelo como resultado del iuciviucnlo de población, del y pro-

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greso d« la sociedad. De este modo todos ios súbdi tos de un Estado es ta r ían

igualmente interesado en la tierra de supaís . Si alguno quisiese usar una extensión de Tnás valor que la de su ve­cino, debe pagar un impuesto ó renta mayor. Si alguien no quisiera usar directamente de la tierra, no por eso de­jar ía de estar igualmente interesado ó no dejaría de tener su participación en la renta proveniente de ella.

He aqu í el simple medio Y medio de tal naturaleza que imprime al hombre que percibe su belleza, una idea de la beneficencia de la Providencia, m á s grande y más viva que la que pueda inspirarle todo lo que existe en el mundo.

. Diríjase una mirada en torno de la naturaleza. Ora se consideren las estrellas con el auxil io poderoso del te­lescopio, ora el microscopio nos revela esas maravillas encerradas en nno gota de agua ó mirando al cuerpo hu­mano observemos su compleja const i tución, ó dirigiendo nuestras miras á los reinos del mundo orgánico, sorpren­damos ese asombroso enlace de unos con otros, nos vemos forzados á admitir la existencia do un inventor y ordena­dor supremo y de que existe una intención determinada, un fin.

Tan grande es este sentimiento, tan natural para nuestras almas, que aún cuando muchos nieguen la exis­tencia de u n creador, se ven obligados, no obstante, á ha­blar de fines y de intentos.

Las extremidades de un animal son acomodadas para correr sobre la tierra, las de otro, para deslizarse sobre las aguas Pero aunque, observando lo naturaleza, encon­tremos la obra de la inteligencia, no hallamos de un mo­do tan fácil resplandecer la beneficencia. Pero en el gran hecho social de que al crecer la población y avanzar el progreso y la civilización la única cosa que crece constan, tómente en valor es la tierra, podremos hallar la prueba de la benefteeneia del Creador.

Porque considerad lo que este hecho significa. E l vie­ne á probar que las leyes sociales es tán adaptadas al pro­greso del hombre. En un estado pr imi t ivo de la sociedad en donde no hay necesidad de hacer gastos para servicios públicos, allí no existe valor alguno para la tierra. Las únicas cosas que tienen valor, son por el contrario, las producidas por el trabajo. Pero á medida que la civiliza­ción avanza, tan pronto como aparece la división del tra­bajo y los liombres se congregan en grandes masas de población, así van creciendo las necesidades públ icas de un modo gradual, y así, por consiguiente, se va elevafido Ja renta ó fondo para satisfacer esas necesidades.

Y así, en ese valor de la tierra, con cuya creación para nada interviene la acción individual , sino que es el resul­tado de la densidad de población, podremos ver la p r o v i ­s ión acordada,—ÜBÍ lo podemos decir con bastante segu­ridad—para hacer frente á las necesidades sociales.

Tan pronto como la sociedad se desarrolla, le va si­guiendo en su desenvolvimiento el valor inherente á la tierra, el f on Lo providencia l con cuyo auxilio las neeesi -dades públicas quedan atendidas.

He aqu í el valor que debe ser tomado sin necesidad de quebrantar el derecho de propiedad, nin necesidad de arrancar nada al productor, sin necesidad de aminorar la natural recompensa de la industria y del trabajo. Sí, ese es el valor que debe de usarse, si es que se quiere acabar con el más monstruoso de todos los monopolios.

¿Y (jué es lo que esto significa en definitiva? Esto aig-niíica que en el vasto plan de la creación, el desarrollo dé

la civilización tiende Cada vez más á la igualdad de tod os los hombres en vez de propender más y m á s á una des­igualdad monstruosa.

¡Venga á nos el t u reino! Tal vez nosotros no lo vea­mos, más el hombre que haga por ello lo que pueda, el hombre que trabajó sin descanso para hacer existir el reino de Dios sobre la tierra, siempre t e n d r á , aunque no vea este reino, una recompensa sin igual. La recompensa de haber experimentado que él, aunque tan p e q u e ñ o é i n ­significante como se quiera, contribuye á hacer venir ese reino, coopera para hacer reconocer ese poder bondadoso que se nos revela á través de la naturaleza entera, suma sus esfuerzos al empuje total para arrancar el mundo de las garras del demonio y hacer un hecho sobre la tierra» la existencia del reinado de la justicia.

Y aunque j a m á s llegara, todavía quien luche por que llegue, sent i rá en el fondo de su corazón que ese reino debe existir en alguna parte, él perc ib i rá que en a l g ú n sitio y alguna vez, quien se esfuerce por hacer venir es0 reino, seríale dada la bienvenida, y entonces para él, aun­que fuera solo para é!, el Rey Eterno tendrá preparado su Reino al decirle: Nada temas, siervo bondadoso y fiel, en­tra en el gozo de tu Señor.

£i obstáculo de la Rpíuñun Ponencia leída ante el X I Congreso de Agricultura

de Madrid

(CONTINUACIÓN)

I I I O b s t á c u l o s que se oponen á (a i n t e n s i f i c a c i ó n

del cu l t ivo f o r r a j e r o , de l a e s t a b u l a c i ó n y de l a m e j o r a del ganado .

Todo el que con buena fé se proponga estudiar cualquier aspecto del problema agrícola, especialmente en todo el Cen­tro y Sur de la Península, ha de tropezar inmediatamente con el obstáculo que, á nuestro entender, estorba todo progreso^ hace imposible el más pequeño avance, enrarece la población y limita los recursos de todo género, en beneficio primero, del hombre, y, como consecuencia, de toda la población de ani­males domésticos.

Este obstáculo es el derecho de propiedad en su aspecto más condenable y repulsivo, que es el j u s abutendi , que ha convertido al pobre colono en un ser más digno de lástima y conmiseración que el antiguo siervo de la gleba. Estrujado materialmente por la renta para no dejarle ni aún lo indispen­sable para una frugal alimentación; amenazado, á cada nuevo contrato, con un mayor aumento; sometido á un régimen pre­cario tan opuesto á todo intento de mejora, con la seguridad de no resarcirse de ninguna manera, ni por la continuación en la finca, ni por la devolución del coste de las mejoras que aco­metiera con carácter permanente en la propiedad, es indudable que, bajo este régimen, todo intento de transformación, venta­josa para todos, resulta un sueño ó una locura.

Un escritor, de fama por sus genialidades, ha repetido diferentes veces que en una de las provincias más ricas de Castilla se mataban los hombres para criar vacas, y, á nuestro juicio, había confundido el efecto con la causa, porque el sa­crificar el alimento del hombre por el de la vaca en estado na­tural, esto es, salvaje, no depende más que de la preferencia del prupictario por el despoblado, como lo ha demostrado en vBrias ocasiones destruyendo los pequeños núcleos de pobla-

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JEÍ Impuesto Unico

ción en sus fincas, prohibiendo el cultivo y arrendando á un Solo colono ganadero el aprovechamiento de los frutos natir rales, porque en en esta forma e l jus abutendi sé saborea en toda su plenitud.

El aumento que fatalmente adquieren los productos de la tierra con el aumento de población por los arriendos de cortísimo plazo, que no consiente siquiera el estudio de la finca, pone en sus manos el medio de aprovecharse en todo momento de todas las ventajas, sin poner en las mejoras debi­das á l a sociedad ni en la producción, capital ni trabajo.

Este y no otro es el problema, puede decirse universal á la sazón, pero que en nuestro país, por sü mayor atraso y por la falta de tiempo y tranquilidad con que se llevó á cabo nues­tra única revolución económica, la desamortización, reviste un carácter más duro y más manifiesto, por no haberlo sua­vizado con Leyes como la llamada de las tres FFF, en Ingla­terra, que hiciera más equitativa la distribución de los produc­tos de la tierra, y diera estabilidad y libertad al colono para emprender toda clase de mejoras, con el fin de aumentar la producción.

Solo así puede explicarse que en un país escasamente po­blado, en donde, por lo tanto, hay mucha tierra sin cultivar por lo general la mejor, que es la acaparada siempre, el hom­bre trabajador tenga que emigrar á países desconocidos y le­janos en busca de alimento.

Sin la previa reforma y limitación del derecho de propie­dad, hasta conseguir los fines apuntados, reputamos ineficaces todos los demás medios que se propongan. Lo primero es emancipar al labrador de la servidumbre en que se consume, é incompatible con todo progreso.

Resulta que, por no haber atendido nunca á la mejora de las praderas, cultivo, abonado y resiembra,ni casi conocerlos cultivos forrajeros, no hay Centros especiales dedicados ex­clusivamente á este estudio en las diferentes regiones de la Península, en las que ni siquiera está estudiada la flora pra­tense, trabajo que urge realizar en el Imás breve tiempo posi­ble, al propio tiempo que en Centros apropiados, con todos los medios necesarios, se estudie todo lo referente á esta mate-fia, buscando el medio de mejorar, primero, todos los patiza-les, estableciendo praderas permanentes y temporales con di­ferentes clases de semillas y para distintos fines y clases de ganado, vistiendo páramos y laderas; en síntesis, Centros de­dicados exclusivamente al estudio de todas estas materias. Sólo por este medio, con personal idóneo trabajando á con­ciencia durante algunos años, se podrá conseguir establecer las modificaciones en función de clima y tierra más convenien­tes, inspirándose en el magnífico trabajo de Stebler, en Suiza, y en la compendiada y rica enseñanza de Weinziert, Director de la Estación de Semillas de Viena, traducida por nuestro compañero D. José Hurtado de Mendoza. • Este trabajo puede decirse que en nuestro país, ni está co­menzado, ni casi sentida su necesidad, pues apenas comienzan las demandas de semillas pratenses y de las instruciones para su empleo y siembra, á tal extremo que es difícil hallar semi­llas de estas en la cantidad necesaria á una regular explota­ción en las Casas dedicadas á este comercio. Sólo la alfalfa, ^on el 50 por 100 de impurezas, es la semilla pratense que tie-pe alguna importancia su comercio. No conocemos ningún es­tablecimiento que se dedique á la producción en cantidad de estas semillas para prados, y menos aún,por lo tanto, que haya iptentado la selección de las mismas, aunque sea lamecánica.

El agricultor ganadero se encuentra en nuestro país sin se­millas y sin instrucción admiada para desarrollar esta rama de la producción.

Por último: importa mucho modificar los Reglamentos y prácticas de los Mataderos, con el fin de estimular el consu­mo de ganado cebado en todos los períodos de su vida, porque será el medio mejor de despertar el interés para cosechar fo­rrajes en abundancia y mejorar el ganado para que el consu­mo de aquéllos resulte lo más lucrativo posible.

Con una diferencia grande, y con esacsa ó ninguna acepta­ción del ganado flaco y desmedrado en los centros de contra­tación y consumo, quedaría el margen necesario para dedicar­se al cebo del ganado, obteniendo la remuneración suficiente en carne y estiércol. Con un valor igual por unidad de peso ex ganado flaco y desmedrado y cebado no hay ni puede haben aliciente para cebar.

Tales son, en síntesis, los estorbos y dificultades que hay que orillar para que los procedimientos reseñados puedan to­mar algún desarrollo en beneficio de la ganadería, y, como consecuencia, de la riqueza en general. Las conclusiones que se derivan de esta exposición puede decirse que están ya for­muladas, y son las siguientes:

CONCLUSIONES

1. a Modificación del derecho de propiedad en forma que tienda á fundir en uno solo, propietario y agricultor, dándole en todo caso á éste estabilidad, libertad, inalterabilidad en la renta durante largos períodos y reintegrándole las sumas in­vertidas en mejoras permanentes.

2. a Instalación de Centros especiales, por regiones, dedi cados al estudio de todo lo concerniente á l a explotacfón de praderas, cultivos forrajeros y alimentacíótl animal, sirviendo de intermediarios para la adquisición de semillas garantidas.

3. a Variación de los Reglamentos de Mataderos y Centros de contratación, hasta prohibir que se sacrifiquen las reses en tal estado de demacración, como acontece, que pueden ser hasta perjudiciales para la salud pública.

JOSE GASCON Ingeniero Director de la Granja-Escuela práctica de Agricultura de Falencia

L<> que pepsignen las comisiones qne «ron tanta insistencia solicitan del Gobierno el aumento del arancel de aduanas para los trig-os es^ ni m á s ni menos, que un aumento de renta de sus t ierras.

Para el periódico "Tierra y Libertad,, E n su n ú m e r o de l 10 de E n e r o nos dedica u n

extenso a r t í c u l o en el que se d ispone á real izar u n minuc io so e x á m e n de nuestra t e o r í a p a r a que -no puedan const i tuir en n i n g u n a ocas ión u n lamentahle e n g a ñ o p a r a los trabajadores harto escarmentados ya , ó. para evitar que Lo que es en esencia u n a s imple re­fo rma , siempre en la esfei a del pr ivi legio^ sea adop­tada como remedio ú n i c o y efectivo p a r a los males que aquejan á la h u m a n i d a d .

A c o n t i n u a c i ó n a f i rma que nues t ro manif iesto e s t á plagado de con t rad icc iones y cont iene mucha^ enonnidades . C la ro e s t á que n o lo prueba n i es po­s ib le p roba r lo .

Parte del p r i n c i p i o de que el progreso intelec­tua l t iende al a t e í s m o y le parece e x t r a ñ o que haya

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todíiví« reformadores da la humanidad que no sean ateos. Saca á relucir las teorías de Laplace New­ton y Darvin, como si estas dijeran algo de las cau­sas primeras ó finales lo que nos mueve á sospechar que habla de ellas sin conocerlas á fondo.

Porque si las conociera vería que no tienen na­da que ver con la negoción de la existencia de Dios ninguna de las citadas teorías. Ni esas teorías ni nin­guna teoría intenta ni puedn intentar la explicación de las causas primeras ó finales.

Pero precisamente todas estas teorías que se ci­tan como negativas están probando que todo en es­te mundo está sujeto á una ley natural y si todo es­tá sujeto á leyes naturales y no al capricho y al caos, necesariamente tenemos que asumir que hay un au­tor de todas estas leyes, tan armónicas, bellas y per­fectas. Y precisamente nuestro tema es que la vida de las sociedades tiene también su ley natural que á Henry George le ha cabido la gloria de descubrir.

En su tratado «La Ciencia de la Eoonomia po-ítica» tenem>3 su teoría completa y todo hombre que presuma de progreso intelectual debe citarla al lado de las de Laplace, Newton y Darwin ó mejor dicho muy por encima de ellas.

Y veamos ahora donde empiezan nuestras con-tradiceioaeá: Nos pregunta ¿con qué lógica se le conceden al hambre facultades para donar, vender ó legar la tierra de que ha tomado posesión si no puede tener la propiedad de ella? Con la lógica de que, pagando á la Comunidad el valor de esta tierra que á la Comanidad pertenece y el precio del privilegio de que goza con su exclusiva pose­sión no hay ningún inconveniente en concederle esas facultades. Tememos la sustancia y dejémosle la eáseara. Que tome la Comunidad la renta y deje­mos á los actuales propietarios sustituios de pro­piedad. Esto hasta un niño lo entiende.

E l principio es el mismo que en el caso en que sin padre deja á sus hijos una propiedad, algunas de cuyas partes no pueden ser de uso común ó de es­pecífica división. Estas partes se asignarían á algu­nos de los hijos pero bajo la condición de que siem • pre sea mantenida la igualdad de beneficios para todos.

En el más rudo estado social en que la indus­tria conáiste en la caza, pesca y recolección do los frutos expontáneos de la tierra, no es necesaria la posesión privada de la tierra. Pero á medida que el hombre empieza á cultivar la tierra y á gastar tra­bajo en mejoras permanentes, se hace necesaria la posesión privada de la tierra en la que así se ha em­pleado el trabajo para asegurar el derecho de la pro­piedad en los productos del trabajo. Porque ¿quién sembraría si no estaba asegurado de la privada po­sesión necesaria para recoger ¡a cosecha? ¿Quién ha­ría costosas obras sobre un suelo sin tal exclusiva posesión del suelo que le permitiera asegurar los beneficios?

Este derecho de privada posesión de cosas crea­

das por Dios es, sin embargo, muy diferente del de recho de privada propiedad de cosas producidas por el trabajo.

E l uno es limitado, el otro ilimitado, salvo en los casos en que los dictados de la propia conserva­ción anulan los demás derechos. E l propósito del uno, el de la exclusiva posesión de la tierra es me­ramente asegurar el otro, el de la exclusiva propie­dad de los productos del trabajo y en manera algu­na puede llevarse tan lejos que desprecie ó niegue este derecho. Cualquiera puede tener exclusiva po­sesión de tierra en tanto no intervenga en los igua­les derechos de otros. Su posesión exclusiva no pue­de ir más allá legítimamente.

Después nos dice que como con nuestra refor­ma no queda abolido el salario nos encontraremos de nuevo en el lastimoso estado de desigualdad ac­tual.

Es el mismo argumento que D. Pablo Iglesias opuso á nuestro correligionario D. Baldomero A r ­gente en la sesión del Congreso de los Diputados celebrada el 9 de Diciembre de 1910. He aquí sus palabras: «Con el, sistema que S. S. establece siempre « e x i s t i r á el salario, y mientras haya salar io , Sr . A r ~ «gen te , yo creo y creen conmigo otros que saben i n ~ «f in i t amente m á s que yo, que no hay mane ra de que «el hombre pueda ser completamente l i b r e , h a b r á de « t e n e r siempre cierta dependencia))

La idea del salario va invariablemente unida en los que así piensan á la idea de la competencia unilateral ó sea la de la competencia entre los obre­ros para obtener un salario. Pero como nuestras doctrinas demuestran, una vez implantado el I m ­puesto Unico la competencia será bilateral^ es decir tanto de los obreros por un salario como de los pa­tronos por un obrero.

Hoy hay millones de obreros parados sin en­contrar colocación. Una vez establecida nuestra re­forma jamás volvería á verse esta monstruosidad, causa de los bajos salarios y de la competencia uni­lateral cruel y encarnizada.

E l tipo mínimo del salario sería lo que el obre­ro sacase de la tierra libre de renta. Porque no hay que olvidar que con nuestro sistema toda la tierra que no tiene valor quedaría libre de todo impuesto y por consiguiente libre de toda renta. E l producto de estas tierras sería íntegro para el productor y marcaría el tipo mínimo de los salarios y es evidens te que nadie trabajaría para un patrono por meno-de lo que pudiese obtener empleando su trabajo en esas tierras,

Pero dejemos la palabra al maestro que colma­rá las medidas de nuestros contradictores y con lo que vamos á transcribir quedarán ampliamente con­testadas cuantas objeciones y dudas se le han ocu­rrido á nuestro impugnador.

«Más allá del problema de la vida social está el problema de la vida individual. La creencia en otra vida es natural y profunda; más para la mayoría de

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El Impuesto 1tIÍSCO

los hombres en los cuajes la ha perdido su apoyo les parece una vana y pueril esperanza. Las ideas que así destruyen la esperanza de una vida futura tienen su origen en aquellas doctrinas de la ciencia política y social que enseñan que hay una tendencia natural á producir más seres de los que pueden ser mantenidos; que el vicio y la miseria son resultado de leyes naturales y los medios por los que el pro greso avanza y que la humanidad progresa merced á un lento desarrollo de raza. Hemos afrontado es­tas doctrinas y al ver su falacia hemos destruido la pesadilla que iba desvaneciendo del mundo moder­no la creencia en una vida futura. Todas las dificul­tades no han desaparecido puesto que por muchas vueltas que le demos siempre iremos á parar á lo que está fuera de nuestro alcance; pero se han qui­tado dificultades que parecían concluyentes é insu­perables. Y |así la esperanza renace, la esperanza que es la médula de todas las religiones.

Los poetas la han cantado, los vates lo han pre. dicho y en sus íntimas pulsaciones el corazón hu­mano palpita de acuerdo con esta verdad».

«Las leyes divinas son inmutables. Aunque sus aplicaciones se alteren cuando se alteran las condi­ciones, los mismos principios de justicia é injusticia se maijtíenen cuando ios hombres son pocos y la in­dustria es ruda que cuando la población es numero­sa y la industria compleja.

E n nuestras ciudades de millones de alma y en nuestros estados de multitud de millones, en una civilización en que la división del trabajo se ha lle­vado al punto de que nn gran número de personas han perdido la noción de que son usadpres de tie­rra, sigue siendo verdad que todos somos animales terrestres y únicamente de la tierra podemos vivir, sigue siendo verdad que la tierra es la gracia de Dios para todos, de la cual no puede privarse á na­die sin asesinarle y por la cual nadie puede ser com-pelido á pagar á otro sin que por este mismo hecho sea robado. Pero aún en este mismo estado de la sociedad en que la elaboración de la industria y el incremento de las mejoras permanentes hacen ne­cesaria la posesión privada de la tierra, no hay nin­guna dificultad en hacer compatibles la individual posesión con los iguales derechos de todos al uso de la tierra.

«En la primitiva condición donde el Estado no tiene necesidades no existen los valores de la tie­rra. Los productos del trabajo tienen un valor pero estando la población desparramada la tierra no tie­ne ningún valor. Pero á medida que la creciente densidad de población y la creciente elaboración de la industria necesita una organización del Esta­do con sus necesidades de caudales, empieza á desa­rrollarse un valor en la tierra. A medida que con­tinua creciendo la población y la industria es más intrincada crece al mismo compás la necesidad de públicos caudales. Y al mismo tiempo y por las mis­mas causas aumenta el valor de la tierra. Esta coner

xión es invariable. E l valor de las cosas producidas por el trabajo tiende á declinar á medida que avan­za el desarrollo social puesto que la producción en mayor escala y los adelantos en procedimiento tienden rápidamente á reducir el coste. Pero el va­lor de la tierra en la que se acumula población su­be y sube sin cesar. Consideremos el enorme valor de la tierra en ciudades c MU o Roma, París, Lon­dres, Nueva-York ó Melbourne comparado con el valor de la tierra en otras partes menos pobladas de los mismos países. ¿A qué es debido?

¿No es debido á la densidad y actividad de las poblaciones de esas ciudades, á las mismas causas que requieren grandes gastos para calles, alcanta­rillas, edificios públicos y toda la multitud de cosas necesarias para la salud, conveniencia y seguridad de tan grandes ciudades? Ved como á medida que crecen tales ciudades lo que rápidamente • aumenta de valor es la tierra; como la apertura de vias, la construcción de ferrocarriles, toda clase de obras públicas no hacen más queanmentar el valor de la tierra.

He aquí una ley natural en virtud de la cual á medida que la sociedad adelanta lo que aumenta de valor es ia tierra, una ley natural en virtud de la cual todo aumento de población, todo adelanto en las artes, toda mejora general de la clase que sea no hace sino añadir á un caudal que tanto por los man­datos de la justicia como por los dictados de ia con­veniencia nos están invitando á tomarlo para los usos comunes de la sociedad. Ahora bien, puesto que el aumento en el caudal destinado á los usos comunes de la sociedad es aumento en el beneficio que va por partes iguales á cada miembro de la so­ciedad ¿no está claro que la ley por la cual aumenta el valor de la tierra á medida que la sociedad ade-r lanta mientras que no aumenta el de los productos del trabajo, tiende (á medida que avanza la civiliza­ción) á hacer la parte que en igualdad yá á parar á cada miembro de la sociedad más yimás importan­te comparada con la que recibe como ganancia de su individual trabajo haciendo que así el avance d© la civilización aminore, relativamente, las diferen­cias que deben de existir en un estado rudo de la sociedad entre el fuerte y el débil, el afortunado y el infortunado? a

«El que el valor que toma la tierra con el creci­miento de poblacición está destinado á las necesi dades sociales lo demuestra la prueba imal.

<'Las tinieblesen la luz, la debilidad, en la fuer­za, la pobreza en medio de las riquezas, el descon­tento latente base de las luchas sociales que carac­terizan nuestra actual civilización son los naturales, los inevitables resultados de nuestra repulsa de la-beneficencia de Dios, de nuestra ignorancia de su voluntad. ,. , ;

«Si por el contrario siguiéramos su clara y aiin pie regla de justicia dejando escrupulosamente al individuo todo cuanto el individua produce y

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V A liii|iiiesto |Tiii<'o

touiKH'l'» pí11"51 la coin,lnic,a(^ el valor que toma la ii«ri-a por ei creciiniento üe ia cotnanidad misma, iv» solamente aboliríamos los malos modos de obte­ner rentas públicas sino que todos los hombres ven­drían á ser colocados á igual nivel de ocasiones en ¿úanto á ja gracia de su Creador; á igual nivel de ocasiones para ejercer su labor y disfrutar de sus productos.

«Y entonces sin coercitivas ni rectritivas dispo-si o n es cesaría el secuestro de tierra. Porque enton­ces la posesión de tierra no signiñearia mas que la seguridad en la permanencia de su uso y para na­die tendría objeto el adquirir ó tener tierras que no fuéran á usar; ni tampoco la posesión de una tierra mej'OS4 que otra le conferiría ninguna injusta ven-tá|a ó injusta privación para los otros desde el mo­mento en qué la equivalencia de esa ventaja sería tomada por el Estado para el beneficio de todos.

«Así vemos que la ley de justicia, la ley «que hagas á los d e m á s lo que quieras que los d e m á s te ha- • yan á tí,» no es un mero consejo de perfección sino, ciertamente la ley de la vida social. Vemos que con solamente observarla habría trabajo para todos, ocio pará todos y abundancia para todos; y que la civilización tendería á dar al más pobre no sola, mente lo necesario, sino que también todas las co­modidades y lujos razonables.»

En nuestro número próximo continuaremos transcribiendo hermosas joyas de Henry George.

Estamos dispuestos á contestar á cuantas dudas y objeciones se opongan á estas inmortales doctri-nas.

Todos los efectos atfibui<l«»s á la t é o r m <K- Vl ilthus, los pr*oíUiee la ins­t i tuc ión fie la pcopieíl;«<l pcivada de la tiecca.

f a locha contra la tuberculosis Trabajo prescntaOo al 111 Confreso M é ó k o por el doctor

En el periódico de medicina «The Lanceta el Profesor Kobert Koch pnblicó el 26 de Mayo del año pasado— ]90(> — una conferencia sobre el estado actual de la lucha contra ia tuberculosis. Después de haber hecho notar que el deseut'iiiniento del bacilo contr ibuyó á difundir — no «in muchos obstáculos — la idea de que esta enfermedad es infecciosa, habla de la actividad despleglada en todas par­tes para contrarrestar la invas ión de este terrible morbo que destruye todavía tantas vidas cuando ellas empiezan á ser ó son titiles á sí mismas y á la sociedad. Se han hecho y se hacen publicaciones instructivas; se erigieron sanato­rios á indicación de Brehmer, que tanto éxito obtuvo con el tratamiento higiénico y dietético de las enfermedades pul­monares, y estos sanatorios fueron seguidos por inst í tucio-tíéi para eouvalescientes, hoapitalos en las orillas del mar, iijH|.eiiRaiios y otras obran análogas. Se desarrolló en todos

los paises una actividad encomiable; se iniciaron y siguen iniciándose, congresos internacionales; se obligó á denun­ciar á los enfermos, y en muchos estados y ciudades se san­cionaron leyes para desterrar la tuberculosis; y Roberto Koch se declara muy Satisfecho de los ataques enérgicos y universales contra este enemigo, aunque todos estos esfuer­zos no hayan sido iguales en carácter ó en resultado.

No habr ía más que dos factores de infección: uno por el bacilo que emana directamente de seres humanos tuber­culosos y otro por el bacilo contenido en la carne y leche de las vacns. Una larga serie de investigaciones practicadas con Schutu nos autoriza, dice Koch, para eliminar este se­gundo factor, ó por lo menos, darle muy poca importancia cuando se le compara con el primero. Las investigaciones repetidas con mucho cuidado en el Instituto Imperial de Higiene de Berlín, y las inoculaciones de tuberculosis bo­vina por Spengler y Klenperer sobre seres humanos, no dejarían, según él, duda de que la tuberculosis bovina es inocua y que por tanto hay que tener en cuenta solamen­te la del bacilo que emana de seres humanos.

La tuberculosis tiene dos formas — (me refiero siem­pre á la conferencia Koch): la «abierta» y la «cerrada». Es temible, pties, solamente la del pu lmón y laringe, porque producen una cantidad enorme de bacilos y los esparcen en el ambiente no solamente con los esputos, s inó con aque­llas minut í s imas gotas de flema que según los estudios de Flugge, los enfermos suelen lanzar al aire cuando tosen y aún cuando hablan.

Limitándose á las medidas tomadas en Alemania, que es el pais que Koch más conoce, dice que el punto de par­tida (¿de una lucha eficaz?) para combatir cualquier peste, está en la «denuncia ó notificación», porque sin ésta mu­chísimos casos serían desconocidos. Para estar seguros de que las denuncias son exactas, habría que establecer insti­tuciones en las que pudieran examinarse los esputos, y ape­nas conocidos los tuberculosos, enviarlos á hospitales adap­tados, donde la tuberculosis podría aislarse. Desgraciada­mente — añade — eso no parece posible, porque en Alema nia ¡ictualmente hay más de 200.000 tuberculosos y para esta formidable cifra no hay lugar ú hospitales suficientes» Pero podrían enviarse — insiste él — los más peligrosos y se reduciría entoces la cifra de los enfermos, á semejanza de lo que se practica en Noruega con los leprosos; donde había más de 3.000 leprosos en 1850 y hoy no habrá n i 500.

Para el celebre Koch es un motivo de satisfacción el que en Berlin donde se desplega tanta actividad y tanta be­neficencia, más del 40 por ciento de los tuberculosos mue­ren en los hospitales; y con esta muerte tan satisfactoria para el ilustre bacteriólogo, los enfermos se colocan en cir­cunstancia de no difundir la peste. Y por este mismo mo­tivo dice que en Inglaterra la tuberculosis ha ido disminu­yendo desde hace 40 años, aunque tal disminución no se ve­rifique ni en Irlanda ni en Escocia. En Prusia mueren 20.000 individuos menos que en años anteriores, mientras que en Austria y Hungr ía lati8;8 pulmonar conserva su cifra alta, siendo para el ilustre alemán, muy difícil darse cuenta de la diferencia de conducta de la tuberculosis. Pero él atribu­ye una grandísima importancia al hecho de ccolocar á Ion tuberculosos en establecimientos adecuados» y evitar que mueran en sus domicilios, donde, adeimiH, están mal nu t r i ­dos y pésimamente atendidos, por la escasé/, de medios. En una palabra, — lo que él no menciona — por la pobreza,

o im raédida dlácütldá por el Ilustre bacteriólogo es la «le IOH NiUiatorios. Los resu 1 t:ulos obtenidos SOD varios. A l

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^ ¿10 — •íl Impuesto Unico

ganos, dicen haber conseguido un 70 por ciento de curacio­nes; otros, en cambio, n ingún resultado favorable. E l i n ­conveniente, sin embargo, está en que pocos enfermoo tie­nen la perseverancia de prolongar el tratamiento hasta sa­l i r completamente curados. En Alemania hay casi 30.000 tuberculosos que se asisten en los sanatorios. Hay una cla­se que no puede i r á ellos, por la distancia (i) , según el Profesor Koch, y son los que tienen que trabajar y, por tan­to, tienen que v i v i r en sus domicilios. Para estos, que for­man el punto débil en la línea de batalla contra la tubercu­

losis, están los dipensarios cuya idpa es debida á Calmette; y en Alemania no se l imitan solo á tratar los enfermos; v i ­sitan t ambién los domicilios; y, evitando conflctos con los médicos que se gana la vida con esos enfermos, dán conse­jos, enseñanza y dinero. Para Koch estas es el arma más potente contra la tuberculosis.

En resúmen, las medidas discutidas y realizadas, con. sisten en las denuncias, hospitales, sanatorios, y dispensa­rios — armas potent ís imas. Arma de menor importancia, pero bien contundente, es la de «instruir al pueblo sobre los peligros de la tuberculosis», con conferencias, con pu­blicaciones, exhibiciones, etc.

Las asociaciones de beneficenci ayudan mucho, por­que en el fondo, agrega Koch, no hay que «cerrar los ojos» antes la cuestión poderosísima, la cuestión del dinero y que este dinero sea bien -gastado.

Este famoso bacteriólogo cree que el Estado no puede realizar más de lo que él indica, y que solo puede llevar á la práctica lo que han hecho algunas naciones civilizadas: «haciendo las denuncias obligatorias». Algunos piden como base legal el aislamiento obligatorio del enfermo; pero esta le parece una medida mny dura; porque con las medidas indicadas anteriormente podremos conseguir «lo que ne­cesitamos». Sin embargo, el Estado podría prestar una ayu da de ut i l idad extraordinaria, «mejorando las desfavorables condiciones del domicilio». Y para esto el Estado, según Koch, tendría que hacer leyes convenientes. Concluye d i ­ciendo que la batalla está empeñada y con el entusiasmo de los combatientes afirma que «con estas medidas la victoria será segura».

He extractado un resúmen de lo que dice el más famo­so bacteriólogo de la época moderna; como el que conoce muy bien que en otras naciones no se han dictado mejores medidas, salvo algunas que no son más que variaciones de las ya enumeradas: es decir que conociendo que hay nece­sidad de dinero, se ha dado vuelta á los diversos colores del kaleldoscopio de la beneficencia pública y privada para recolectar fondos. En Alemania hay todavía una part ícula , ridad y es que habiendo hecho en muchos casos obligatorio el seguro de vida de los obreros y empleados, las compa­ñías han edificado y dotado sanatorios para el tratamiento de tuberculosos y de las víct imas en general de los acciden­tes del trabajo. No obstante todas esas buenas medidas puestas en práctica, el número de tuberculosos notificados, y para quienes Koch no sabe qué hacer porque no hay don de alojarlos, ascienden á la friolera de más de 200.000, y qnien sabe el «mas» hasta qué cifra se extiende.

En una de las tantas noches que he concurrido á las sesiones de la Academia de Medicina de New York, se pre­sentaban y pe disciniaQ medios para combatir la difusión de la tuberculosis. Un cuadro estadístico estaba colocado en la pared de la tribuna; y en éste se leía: «Los enfermos de tuberculosis denunciados hasta hoy en la isla de Manhattan, Bolamente, ascienden á (80.000) trninta mil.» Si á estos se

añaden los enfermos con tuberculosis cerrada, los enfermo» con tuberculosis incipiente todavía no reconocido^ los que no se denuncian por los médicos por indolencia. Ó'por per­juicio, podríamos hacer subir la cifra á casi 90.000. Pero para evitar que se me acuse de pesimista, me conformo con una cifra que divide la diferencia, y fija el número de tu­berculosos en 50.000. La isla Manhattan constituye la ver­dadera ciudad de New York, con 38 á 39 millas cuadrada» de superficie y con una población en aquella época — 1900 — de menos de dos millones de habitantes. Y más de 150.000 habitantes de los Estados Unidos mueien todos los años de tuberculosis pulmonar, tanto que por analogía el pueblo la ha bautizado con el nombre de «Peste blanca».

Hace muchos años que la denuncia es una obligación del médico y de los inspectores sanitarios y todos saben que en cumplimiento de su deber cada uno respeta esta ley con bastante escrupulosidad, á excepción de los médicos extrangeros que deben luchar contra los perjuicios de los connacion des. Desde New York hasta la última aldea se ha impuesto una fueite multa para quienes escupan en el piso de un edificio público, de un tren ó de otro vehículo; pero con o sin castigo el pueblo en general, y hasta los extran­geros, no escupen tampoco en las veredas. Aprovechando la mayor difusión de la educación y de la instrucción de las masaSj no se ahorra dinero en literatura higiénica po­pular, en conferencias al aire libre, eu exhibición dé los cuadros más sujestivos. Si todos los hospitales y sanatorios de la sola ciudad de New York se pusieran en fila como pa­ra formar una gran avenida, ésta resultarla de un largo de­más de veinte millas, sin contar otras instituciones de be­neficencia, casas de corrección, etc. En la aldea mas peque, ña hay bibliotecas, escuelas é iglesias en las que se desa­rrollan no solamente temas religiosos, sino temas educati­vos. En las escuelas, en el ejército, en los colegios, en to­dos los servicios burocrát icos hay médicos que separan lós tuberculosos de los sanos. Para provocar dádivas expléndi-das no hay necesidad de mendigarlas con fiestas donde al sentimiento noble de la beneficencia hay que unir el estí" mulo de una vanidad chocante. Figuraos que en seis años de donaciones, ascienden estas á la enorme cifra de 942 millones— un término medio de 157 millones por año, en que la beneficencia americana ha vertido su coiriente cons­tante en los años buenos y malos, en les meses buenos y malos. Y si á todo lo que se conoce pudieran añadirse las donaciones desconocidas, la suma ascendería á más de 400 millones por año, todavía excluyendo lo que se dá en casos extraordinarios, como el incendio de Chicago, el desastre de San Francisco, la inundación de Johnstown y el hura­cán de Galveston. Haciendo un cálculo somero de estas dá divas sería casi superfino enumerar las riquezas de un país que parece mágico. Por ejemplo, los bancos de descuento ó de l iquidación de 96 ciudades han liquidado en 1906 la for­midable suma de 158.823.847.914. libras esterlinas.

La prosperidad de que han disfrutado los Estados Unidos durante los úl t imos cinco años no tiene procedente en la historia conocida. La población ha aumentado, pero no en relación al aumento de producción y de riques», de modo que no es el caso de escarbar la estupides: psei do-científica de Malthus. En el último decenio)esa República ha llegado á ser la n a c i ó n m á s productora, la más grande en las manufacturas, la máf afortunada en relaciones co­merciales con el mundo. Sus ferrocarriles exceden en longi­tud los de dos ó tres naciones juntas; el tonelaje de expor-taclón ''; importación es asombroso; minutrascon un Upo

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Kl Impuesto Unico

de confort mas alto que en cualquier otro país, puede pro­veer á una población que es la más grande de cualquier nación del Occidente, salvo Rusia. — Creo inút i l mencio­nar que los medios de desinfección más modernos se apli­can con profusión, que se construyen jardines para niños débiles, parques para la gente pobre. Pero quiero recordar algunos detalles de la filantropía qne se pretende ejercer; con método científico, en todas sus modalidades.

La Sociedad por la Organización de la Caridad en New York está constituida como una especie de Banco de des­cuento, para que los que están dispuestos á donar sepan, con un cuadro sinóptico qué donar y cómo donar, ü n Co­mité para la plantación de árboles se preocupa de plantar espesas filas de grandes árboles en los distritos de los po­bres. Mr. Carnegie ha establecido una comisión llamada «la Comisión de los Héroes», dotándola de un fondo de cinco millones de dollars para premiar con medallas á los héroes, ó dar una pensión á las familias de los héroes que mueren ó quedan inutilizados para el trabajo. Mr. Henry Fhipps, socio de Carnegie, fundó casas de inquilinato para obreros, percibiendo un interés módico . Algunas socieda des se han constituido para que los pobres honestos puedan hacer sus préstamos á interés más bajo que el legal. Las camas de los hospitales están todos los días recibiendo su dote para la asistencia de enfermos y miles de otras co­sas se inventan, más ó menos buenas, á medida que vá su-geriéndolas la ciencia de la filantropía.

A pesar de todo, la «peste blanca» cunde. Más de 150.000 muertos anuales son debidas á ella y más de 60.000 tuberculosos languidecen esperando su fin más ó menos temprano en la isla de Manhattan; lo que quiere decir 50.000 focos de infección, si es verdad, romo no puede ne­garse, que la tuberculosis se difunde principalmente de seres humanos á seres humanos.

I I Salvo algunas h 'pótesis más Ó menos ingeniosas, la

etiología de la tuberculosis está todavía envuelta en tinie­blas. (1) Lo que es indudable — y vaya un descubrimiento — es qne se necesita el agente, ó bacilo, y la predisposi­ción por parte del organismo.

Primero, cuáles son las fuentes principales hoy cono­cidas de donde emana el bacilo? Koch ha mencionado dos factores; pero, como él elimina el peligro de la carne y de la leche de los animales bovinos, y está contra él tendida una linea formidable de médicos, bacteriólogos y veterina. rios con Behring á la cabeza, creo que vale la pena estudiar un poco este factor de difusión ó de contagio. Comer carne y tomar leche con el miedo de que los pulmones tengan que formar el marco á dos cavernas es una preocupación que absorbe gran parte de nueitros cuidados, por tanto, creo que la cuestión es digna de un poco de estudio para saber si tenemos que aumentar ciertas precauciones ó aban­donarlas para no luchar inú t i lmente contra un vehículo inocente.

Cierto es que repugna pensar, que un «roastbeef» más ó menos suculento, pertenezca á un animal enfermo, cual­quiera sea su enfermedad, no solamente de tuberculosis — y además está en el interés de los mismos ganaderos ó agri­cultores la eliminación de una vaca enferma.

En Julio de 1901, en el Congreso médico de Londres,

(l) Hoy M sstá nrMen1»ndo 1% tan^Lade que l a tuberculosis mit ra raAs por l a v í a intestinal qtlé por las v í a s respiratorias. E s t o i 'u i i l i car ía la imiti l idai l de las modiilas contra lo« espntoa; y por ^1 n i ü m e u t o no hurla ríníis qne avmeii tar la ooafapioh sobre los vehl-Qnloiíy v í a s ilti la IjKfedoióat

Koch declaró que la tuberculosis humana es absolutamente diferente de la bovina. Von Behring en el Congreso de cien­cias naturales en Cassel — Septiembre de 1904 — afirmó que la leche tomada por los niños, es el factor principal del desarrollo de la tuberculosis, y que la tuberculosis huma­na es idént ica á la bovina.

Pocos habrá que no conocerán á Kitasato, el bacterió­logo japonés, uno de los más originales de nuestra época; el primero que consiguió cultivar el bacilus del té tano; uno de les primeros en investigar las antitoxinas como trata­miento en las infecciones; el que descubrió el bacilo de la peste; hijo de aquel país que durante la guerra con Rusia hacía proceder por bacteriólogos todas las divisiones de su enorme ejército, conociendo que en todas las guerras, al lado de un soldado puesto fuera de combate por el fusil ó el cañón hay cuatro ó cinco que las epidemias de la campa­ña mi l i ta r inut i l izan completamente. En el Congreso de artes y ciencias de la Exposición de Saint Louis — Sep­tiembre 22 de 1904 — leyó un trabajo cuyas conclusiones merecen ser recordadas.

De la estadíst ica de Japón se deduce que durante los años 1899 y 1900 murieron 1.842 831 personas, de las cua­les 139.380 murieron de tuberculosis. En ocho ciudades, en esos dos años, 19,659 habitantes murieron por tubercu­losis general y 1569 de tuberculosis meníngea, y según la estadística de la señorita Tamaya Ogive, bajo la dirección del Prof. Sata, la tuberculosis intestinal no es rara.

El ganado japonés es refractario á la tuberculosis, mientras el ganado vacuno importado, puro ó mestizo, con­trae la tuberculosis. Hay dos distritos: Mikata y Osaka que poseen solamente ganado indígena y, por lo tanto re­fractario á la tuberculosis. Allí las muertes por esta enfer­medad ascienden al 13 por ciento en 1903 respecto á la to­talidad Je muertos. En más de cuarenta ciudades la leche de vaca es relativamente poco usada, y experimentos He, vados á cabo, las vacas japonesas presentan una gran resis­tencia contra la tuberculosis. Omitiendo la descripción de los experimentos — porque sería demasiado larga para es­te trabajo - - traduzco las conclusiones á que llega ese ilus­tre bacteriólogo.

1 .a La tuberculosis humana es tan frecuente en el J a p ó n como en las naciones civilizadas de Europa y de América.

2.a La tuberculosis intestinal pr imaría es relativa­mente común en los adultos y en los niños, aunque la le­che de vaca no se emplea para alimentar n iños .

8.a Hay grandes distritos en el Japón donde á pesar de la existencia de la tuberculosis humana, el ganado es completamente inmune de la enfermedad.

4. a Esta es una prueba importante del hecho que en las condiciones ordinarias, la tuberculosis humana no es infecciosa para los animales bovinos, no faltando opor tuni dades para la infección.

5. a Entre los japoneses en general se usa muy poca leche de vaca, y casi nunca se emplea en la dieta de los niños.

6. a En las condiciones naturales los animales indíge­nas presentan muy poca susceptibilidad para la tuberculo­sis. Si se les inyecta una gran dósis de bacilos, por v í a i n , travenosa ó peritoneal, se vuelven tuberculosos hasta cier­to grado; y parece que no son nada susceptibles á las ino­culaciones subcutáneas .

7. a Las razas importadas ó mestizadas son muy sus­ceptibles.

H.ft La tuberculoBis humana no es infecciosa para las razan indígenas y las mestizas.

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IO VÁ Impuerto tínico

En el Japón no se alimenta nunca á un niño con leche de vaca, recurriéndope s iemprí á una nodriza si la leche de la madre no alcanza. De importancia decisiva es el hecho que hay distritos donde no hay una vaca tuberculosa, á pe­sar del contacto bien ín t imo de seres humanos tubérculo sos, que ofrecen constantemente á sus animales domésticos la oportunidad de infecturse. Katasato, por supuesto, se ad­hiere á todas las conclusiones de Koch. No hay que des­cuidar, no obstante, los argumentos contrarios.

Recuerdo todavía la indignación de aquel médico fran­cés, cuj'o nombre no tengo presente, que descargó toda cía" se de improperios contra Koch, acusándolo de la venalidad más deshonrosa. No recuerdo tampoco qué resultado dió la prueba á la cual se sometió, inoculándose directamente material tuberculoso de una vaca. Otros bacteriólogos me­nos apasionados, contestaban con experimentos de labora­torio: Macfedyean del Royal Veterinary College de Londres; Salmón, Jefe del Burean de Industria animal en Washing­ton; a c m p a ñ a d o s por Ravenel, Repp, Delepine, Holton, etc., refiriendo cada uuo de ellos de cinco á veinte casos de transmit-ión de tuberculosis por la leche de vaca.

Existe además la referencia de M. Ollivier y M. Boutet que narraron un hecho digno de llamar la atención; hecho acaecido en una casa de pensiones donde se desarrollaron seis casos de tuberculosis: En el establo de aquel instituto había uní» vaca lechera tubercula. (Arloing — Tuberculosis etc., 1692, pág. 348).

Para los que han seguido la patología comparada, en los últ imos diez años, los casos citados por esos experimen­tadores, son ya familiares, formando los ejemplos clásicos citados en casi todos los libros de texto. Wood Hutchinson, ex-profesor de patología comparada en Buffalo, hizo una estadística de todos estos casos, que sumaban en total á 37.

Como este problema se está estudiando desde hace más de 25 años por los veterinarios, resultaría que 37 ejemplos, es decir, 37 casos de esta modalidad de contagio — mu­chos de los cuales son dudosos — habrían minado la c i v i -lización y la vida humana. Así que concedido que todus fueran válidos, la tuberculosis humana de origen bovina es más rara que la lepra, contituyendo así un factor que cuenta menos de dos víct imas por año. tQué peligro para la humanidad! Dos infecciones anuales por la tuberculosis bovina! Y queda todavía una pequeña rectificación que ha­cer; Koch refirió, que después de una investigación prol i ­ja, de los hechos narrados por Ollivier, en los que se afir­ma que cinco niños de un instituto murieron de tubercu­losis y una de las vacas que suministraban leche fué encon­trada tuberculosa, se puso en claro que «ni un poco de le­che de la vaca enferma había sido tomada por los pupilos»; la leche esta, al contrario, fué empleada siempre para los Sirvientes, ninguno de los cuales presentó s íntomas de tu­berculosis.

A estos 37 casos de infección por medio de la leche hay que añadir 17 casos de contagio del tubérculo bovino por heridas de la piel, acaecidos sobretodo en veterinarios, carniceros y lecheros. En doce de estos 17 casos se obtuvie­ron solamente síntomas locales ó cutáneos. En nueve se-produ jeron un nódulo ó una masa tuuerculosa en el punto de la herida, sin ninguna infección general y que curaron completamente con la excisión. En otras palabras, una sim­ple tiiiHplantiu'.ión de microbios bastante familiar en los laboratorios, En tres otros se reprodujo un lupus más ó menos •xténso qu« cedió al curetaje local. Solamente en cuntid de Ion i7 se produjo la tuberculosis pulmonar se­

guida por la muerte. De suerte que la tuberculosis bovina ha sido fatal en cuatro casos — en 20 años; es decir, una víct ima cada cinco años. ¡Que susto para los que soiñOs aficionados al suculento asado criollo!

En la casa real de Windsor se apercibieron un día que en una vaca Abderneys que alimentaba más de 20 personas, inclusos diez niños, se estaba manifestando una tos que llamó la atención del Mayordomo. Este, la hizo matar, y fué encontrada en un estado avanzadísimo de tuberculosis, con una tota enferma donde pululaban un númern enorme de bacilos que pasaban á la leche. Glifford Al lbut t cuenta el caso con un terror que fácilmente se explica, aunque, como él dice, ninguno de los que tomaron la leche haya sufrido siquiera un poco de tos.

Y como es imposible pretender que ninguno se someta á la prueba de la inoculación de la tuberculosis bovina, no está de más mencionar los experimentos de Baumgarten.

Más de veinte años hace, él era asistente de Rokitans-ky, antiguo maestro de patología, y se discutía en aquella época la teoría de que habla antagonismo entre los procesos tuberculosos y los^ procesos cancerosos. Baumgarten, de acuerdo con su profesor, practicó inyecciones á un número de enfermos desahuciados por carcinoma avanzado, y para evitar posibles complicaciones por infección de tubérculo -sis humana, inoculó virus de proveniencia bovina. A seis enfermos se inocularon grandes dósis de virus ya cerca los tumores, ya en otras regiones, y varias veces. Como no se vió ningún resultado sobre el aumento de los tumores, el procedimiento fué abandonado. En ninguno de los seis en­fermos se desarrollaron síntomas de tuberculosis local ó general. A pesar de que seis casos son pocos para una con­clusión, sin embargo no es posil. le encontrar sujetos mejor preparados para el desarrollo de la tuberculosis, ó un te­rreno más propicio que el que presentaban esos desgracia­dos, débiles, casi moribundos y sin ninguna resistencia por carcinoma avanzadís imo.

Por no ser más extenso dejo la discusión sobre la tu ­berculosis llevada, por la leche y cito solamente una esta­dística que el doctor,Bouvard de New York recogió de los casos de tuberculosis Intestinal en los niños. En Alemania el 4 por 100 de la forma intestinal En Francia Comby (ma-ladies de l'enfance) no la encontró nunca sola, sinó secun­daria á la pulmonar; En Norte América el 1 por 100 y sola­mente en Inglaterra donde la confundieron con la «tabes mesentérica» se encuentra la cifra del 18 por 100. Es decir que en todos los países, menos Inglaterra, la tuberculosis intestinal de los niños es una de las formas generalmente raras; á pesar de que — si realmente la cifra fuera más alta

la lesión intestinal no probaría nada, porque el órgano ofendido no indica que fuera esa la puerta de entrada. i \ i me permito extenderme en examinar las teorías de Metch-nikoff, Pischel y Hueppe, que consideran el bacilo no como un bacilo en el sentido estricto de la acepción, sinó como un periodo de desarrollo de un molde pleoinórfico. Ni las de Moller, Lnbarsch» Petri, etc, que buscaban la afinidad del B. tuberculoso con algunos bacilos de ácidos resisten­tes, de forma y de desarrollo casi iguales. Pero ese estudio no dejaría de ser interesante, porque nuestros conocimien­tos, sobre el proceso exacto y las v ías precisas de infección en la tuberculosis humana, son tan imperfectos y tan poco satisfactorios.

Conocomos que la introducción de un caso en una co munidad, i n s t i l u c i o n ó familia, es probablemente seguido por otros: pero el p e r í o d o de incubación, la puerta de en

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trada, el vehículo del contagio, el procaso de invasión de la víctima más próxima están completamente envueltos, como he dicho antes, en las tinieblas. Algunas veces nece­sita años, otros veces necesita meses: en n ingún caso se co­noce con precisión cuál ha sido el vehículo ; si la lleva un mosquito como la malaria ó la fiebre amarilla, si las ratas como en la peste bubónica ó si tiene que pasar por el estado saprofitico fuera del organismo humano antes de atacarlo.

Los datos recogidos sobre los casos de tuberculosis transmitida de marido á mujer y vice versa, por la Asocia­ción médica inglesa (158), por la de Berlín (40) y por la de los hospitales de París (107) ascienden á un total de 305. Pasando por alto la crítica de la exactitud estadística y de la época en que uno de los contagiados empezó á presentar los síntomas de la tuberculosis sabemos que este morbo corre en las familias sin que podamos precisar si los miem­bros de ella han heredado la misma escasez de resistencia y hasta qué punto el contacto con los tuberculosos predis­pone al contagio. Solo un hecho queda evidente no desmen­tido por n ingún clínico, p^r n ingún médico práctico—y es que mientras es necesario el material infectivo, el factor mas potente para el desarrollo de la enfermedad lo cons­tituye el terreno sobre el que debe sembrarse ese material infectivo — es decir «poder de resistencia y ambiente». De modo que este factor se descompone en tres partes. 1.a habitación con luz, ventilación y esp íe lo c úbico. 2.a alimen tación y 3.a ocupación.

Desinfectemos, inspeccionemos la leche y la carne, de­nunciemos los casos de enfermedad, destruyamos los espu­tos, prohibamos la espectoración en público, que por lome-nos indicará cierta decencia y cierto respeto á las enseñan­zas higiénicas, y todo esto puede ser de cierto valor para la salud pública. Pero, el, ejemplo de los Estados Unidos y de sus ciudades mas ricas, mas educadas, y más pobladas, demuestran que ese criterio es insuficientísimo, si creemos desarraigar l a tuberculosis sin saber como se provée de

-aire, de luz y de buena alimentación y desahogo en el tra­bajo á esos seres humanos que queremos salvar de la tu" berculosis. Cornet dió una estadíst ica de los enfermos de las salas de tuberculosos de los hosp itales de Par ís . Pero desgraciadamente no sentía el hedor de aquellas salas su­cias ni se fijó en el exceso de trabajo de los enfermeros, n i ¡ge preocupó de la pésima al imentación que los sustenta­ba. Mientras que si hubiese visitado el gran Hospital Brampton en Londres, y hubiese hojeado la estadíst ica, no hubiera visto un solo enfermero muerto de tuberculosis en 60 años. En Goersberg,, Falkestein y en Lago Sanitarium de Lredon. no habría leído uno sola defunción por tuber­culosis de los enfermeros que por más de 25 años asistieron exclusivamente tuberculosos.

(Se c o n t i n u a r á . )

Confusiones morales acerua de la riqueza De U E¡!@mmi& púUtia» do Mmif §mg@

Donde se demuestra, como el rico y el pobre son cosas correlativas y por qué Cristo simpatizó con los pobres.

L a legitimidad de la riqueza y la disposición pa­ra consiilerarla como cosa grosera y baja. E l real­mente rico y el realmente pobre. Cómo son cosas correlativas. E l verdadero sentido de la doctrina de Jesús.

Eu c u í i u t o a l t l c soo de riqueza, en el concepto político-f f i n m i i i i c o que yo lo he descrito antes, nada hay en él de bajo ni de gvüswot ¡ÍA rlqueaa por el contrariu, <ÍS m i ob

jeto perfectamemte legí t imo de los deseos y esfuerzos del hombre. Obtenerla es simplemente aumentar el poder del individuo sobre la Naturaleza y en ello, el hombre es i m ­pulsado por el mismo noble deseo, que le impele á ensan­char la esfera de sus conocimientos y facultades, ó á ele­varse sobre el nivel de los meros animales, de los cuales se distingue; en tanto que conviene no perder de vista, que nadie puede acreeentar su propia riqueza, en el senti­do general de acrecentar valor por medio de la producción, sin que al mismo i lempo contribuye á que los demás tam­bién la acrecienten.

¿Cómo es, pues, que la riqueza es frecuentemente con­siderada con malos ojos por nuestras ideas morales; que se nos dice que no debemos de afanarnos por adquirirla y que dificultosísimamente la usaríamos bien; que la más alta y profunda expresión de nuestros conocimientos la mira con cierto desprecio, si no con repugnancia, y que la Economía polít ica, que es la ciencia de la naturaleza, producción y cambio de la riqueza, se la considera como una ciencia cruel y egoísta?

A l dilucidar esta cuestión, nosotros debemos de i r más allá de lo que se ha dicho hasta ahora.

Hay nna dist inción de la que puede sacar mucho auxilio nuestra disertación; la dist inción que comunmente se haca entre el pobre y el rico. Entendemos por rico el hombre que posee cosas de valor, es decir, mucha riqueza, ó mucho poder de exigir riqueza y servicios de los otros hombres. Y por pobre, el que no tiene sino muy pocas ó ningunas cosas de valor, ¿Más como trazar la línea diviso­ria entre el rico y el pobre? Es indudable que no existe esa línea perfectamente reconocida por todos; y un mismo hombre puede ser considerado como rico ó como pobre se­gún el té rmino medio de comodidad existente en la Socie­dad en que vive, ó mejor según la gradación de la socie­dad en que se formule el ju ic io . Entre los rústicos de Con-nenara, según la leyenda, una mujer poseedora de tres va cas puede llamarse dea; mientras que entre los Esquima, les, según la historia de Mark Twain. el que tiene unos cuantos anzuelos es considerado como rico, como la gran copia de diamantea de la mujer de nuestra buena socie dad es la prueba de riqueza para un millonario americano. Existen esferas de la vida humana en la ciudad de Nueva York , en las que un hómbre no se juzgaría pobre, con ta l que encontrara donde dormir por la noche y con que al­morzar por la mañana; y existen otras esferas, en las que un Vandervit dir ía que un hombre que poseyese un mil lón de duros podría v i v i r con relativa comodidad, y economi­zando podría pasar por rico.

¿Pero no existe, en verdad, una línea de división cuyo reconocimiento pudiera servir pura determinar con preci­sión científica cuando uno es rico 6 es pobre; una l ínea ó término medio de posesión que nos dijera ó nos permitiera distinguir entre el rico y el pobre, en todos los grados y condiciones de la sociedad; una l ínea de la natural, media, ó normal posesión, más abajo de la cual, en diversos gra dos, se mantiene la pobreza, y más arriba de ella, t ambiéu en escala ascendente, la riqueza? A mí me parece que debe existir esa l ínea. Y si nos paramos á meditar un poco, ve­remos muy pronto que esa línea existe.

Si prescindimos por un momento del estricto signifi­cado del término servicio, mediante el cual el servicio di recto se distingue perfectamente del indirecto inherente á la riquiwu, podremos resolver ó incluir lodaH las oosaa que indirectamente sutisfacon los deseos humanos dentro

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1 9 ttl Impuesto llnieo

del término servicio, de un modo análogo ó como redu­ciríamos las fraciones á un denominador común.

Ahora bien, ¿no existe una línea natural ó normal de posesión ó goce de servicios? Claro que existe. Ella es la de la igualdad entre el dar y el recibir ó disfrutar. Este es el equilibrio que Confucio manifestó en las pági­nas doradas de su admirable doctrina y que nosotros ex­presaremos por medio de la palabra reciprocidad. Natu­ralmente, los servicios que un miembro de la sociedad hu­mana tiene derecho a recibir de los otros miembros, son equivalentes n los que él presta á los demás . He aquí la línea normal de donde parten lo que nosotros llamamos riqueza y lo que denominamos pobreza. E l que pueda demandar más servicios de los que él presta ó de los que es necesario que preste, es rico. Y es pobre el-que no puede demandar servicios equivalentes á los que él puede ó quiere prestar.

En nuestra actual civilización podremos observar el hecho monstruoso de que hombres que quieren trabajar no encuentran siempre oportunidad para ejercitar su tra­bajo. Unos tienen más de lo que deben tener, y otros me­nos de lo que realmente necesitan. Ricos y pobres son de este modo correlativos. La existencia de una clase envuel­ve necesariamente la existencia de la otra; y la anormal abundancia de riqueza de una parte y la anormal privación de otra tienden á guardar una relación de necesaria conse­cuencia.

Poniendo, pues, esta relación dentro de los términos de la moral, el rico es un ladrón puesto que él es partici­pante en los procesos de la expoliación y el pobre es la v íc t ima ó el robado.

Esta es la causa, de por qué Cristo, que .no era cierta­mente un hombre de tan pobre discurso, como muchos cristianos han opinado, siempre manifestó sus simpatías hacia los pobres y experimentó repugnancia hacia los ricos. En su filosofía sentaba mejor la condición del robado que la nota de ladrón ó robador. En el reino de la rectitud que él predicó, ricos y pobres serían imposibles, porque ricos y pobres en el verdadero significado de estos conceptos son el resultado de la injusticia y la s inrazón.

Y cuando Cristo dijo: «Es más fácil á un camello colar por el ojo de una aguja que á un rico entrar en el reino de los cielos», no hizo otra cosa que poner bajo la forma enfática de la metáfora oriental una verdad de hecho tan antigua, como el que dos líneas paralelas no pueden en­contrarse nunca.

La injusticia no puede prevalecer donde la justicia r i ja , y aún cuando el hombre pudiese zafarse de su acción, su riqueza esto es su poder de demandar servicios sin prestar otros equivalentes, tendría por necesidad que ir disminuyendo cada vez más. Si no puede haber pobres en el reino de los Cielos, es evidente que ello es porque no puede tampoco haber ricos.

Y así es absolutamente imposible en este como en otro cualquier mundo imaginable, el abolir la pobreza injusta, sin abolir al mismo tiempo, la posesión i legí t ima.

Esto parecerá quizá demasiado duro para los tiernos y s i m p á t i c o s filántropos quienes, hablando metafóricamente se complacen en ponerse de parte de Dios, pero sin dis­gustar al diablo. Pero ello no es más que la pura verdad, sin embargo.

L a earKlad luiMiida en la inj i i s t ie ía no haee m á s que daño.

| ^ ü t i r i a 0 M m o b i m t m í o

Según recientes referencias, los señores adheridos en Madrid comenzarán en breve las reuniones para ir organizando la Asamblea ge­neral, que probablemente se celebrará en el pró­ximo mes de Mayo, donde se ha de elegir el Con­sejo central, Comité ejecutivo. Presidente, Secre­tario y Tesorero de la Liga .

Hasta entonces no se podrán recaudar las cuotas anuales ofrecidas por cada socio.

Rogamos á todos los señores socios de la L i ­ga nos env íen sus opiniones sobre el modo y fe­cha de celebración de la Asamblea general.

Añaden sus firmas al Manifiesto los siguien­tes señores:

M i g u e l Cabeza, J u a n C a m i l a , L u i s Her re ra , f r a n ­cisco I r l a , J o s é Mingo t Shelly, L u i s S á n c h e z Cuervo.

Hemos recibido los siguientes folletos: B o l e t í n del Museo social , Urgel 187, Barcelona. L a fuerza del ideal , Primera conferencia en Buenos.

Aires, de Mr. Jean Jaurés, editado por L a Vangua rd ia de­Buenos Aires.

E l problema corchero, por D. Eladio Caro, Ingeniero de montes.

Agradecemos vivamente á nuestros colegas, las felicitaciones y votos por el éx i to de nuestra propaganda. Correspondemos cordialmente á su saludo é igualmente les deseamos el más comple­to éx i to en nuestra gran causa.

Se está organizando en Tarifa la primera sociedad afiliada á nuestra L i g a . Con el titulo de Liga popular pro-patria, se están redactando sus estatutos que en breve se someterán á la apro­bación del Gobernador civil de la provincia de Cádiz.

E l apartado 8.° del artículo I de estos esta­tutos dice así:

«Esta Liga desde el instante de su constitu­ción, gest ionará su ingreso en la L iqa española para el Impuesto único.*

Cuenta y a con nueve concejales en el Muni­cipio y se espera confiadamente que para las próx imas elecciones alcanzará gran mayoría, con lo que dicho municipio estará en excelente dis­pos ic ión para ir implantando las reformas fisca­les que las leyes permitan-

Yox Foptd i , órgano semanal de dicha socie­dad publica en su número del 6 de Enero, nues­tro manifiesto y estatutos.

Felicitamos efusivamente á D Luís Herrero por el éx i to conseguido y los que se ven en lon­tananza.

L a segunda sociedad afiliada á nuestra Liga es la de Agricultores de Santiago de Gresande (Lalin-Pontevedra) donde nuestras ideas han despertado gran entusiasmo habiéndose suscrito la directiva y las seis delegaciones más próximas .

Nuestra enhorabuena á dichas sociedades por cuya prosperidad hacemos votos.

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Kl Impuesto tínico

Nuestro entusiasta y activo correligionario D. Juan Díaz Caneja nos anuncia que á fines del presente mes dará sendas conferencias en la Universidad de Oviedo y en la sociedad «El Si­tio» de Bilbao, donde tratará de nuestra propa­ganda y de nuestra Liga. Esperamos muy bue­nos frutos de tan excelente campaña .

Nuestro no menos activo correligionario» D. Manuel Marracó también piensa hacer las oportunas gestiones para organizar una confe­rencia en el Ateneo de Madrid^ en lo que le de­seamos el éx i to más completo.

L a gran prensa, salvo contadas y valiosas excepciones, no ha tenido á bien dar cuenta de nuestra existencia á pesar de haber sido invita­da cortesmente á publicar nuestro Manifiesto que según se Vé, es para ella menos importante que el de la LiqOi de los amigos del árbol . L a con­fabulación del silencio es universal.

Una de las excepciones á que antes aludimos es la del importante diario republicano E l Fa is que además de haber dado cuenta de nuestro Manifiesto nos ha sorprendido agradablemente con una nueva sección en su texto, que lleva por título «Las ideas de Henry George».

Y a lleva publicados 8 artículos en dicha sec­ción, donde divulga nuestras doctrinas.

Hacemos votos porque la haga diaria y le envia­mos nuestra cordial felicitación y agradecimiento por haber roto la confabulación del silencio.

Con la autorización galantemente concedida por el autor Mr. James Dundas Whito, miembro del Parlamento inglés , hemos traducido y publi­cado su excelente folleto «El A. B. C. de la Cues­t ión de la tierra» que tan gran obra de propa­ganda está realizando. Hemos enviado buen nú­mero de ejemplares á Buenos-Aires y á Los An­geles (California).

Parece ser que nuestros folletos circularán masen América que en la Penínsu la á juzgar por lo ocurrido hasta ahora.

E l Sr. Moret en la conferencia dada en la Asociación de Agricultores al cerrar la Semana agrícola ponderó el adelanto agrícola y la orga­nización de los labradores en Dinamarca.

Pero no dijo una palabra (al menos no la hemos encontrado en los relatos de la Prensa) de que estas asociaciones de labradores han acor­dado hace 2 años fomentar el movimiento geor-gista y no cesan de pedir á los Poderes públ icos la abol ic ión de todos los impuestos para susti­tuirlos por el territorial.

¿Es que lo ignora ó que no le parece digno de mencionarse tan transcendental movimiento?

¿Cuando terminarán en estas conferencias y discursos los castillos de fuegos artificiales para entrar resueltamente en la médula de las cues­tiones? Hora es ya de ir pensando que pasaron los tiempos de la Retórica y han llegado los de la Economíai política.

Información del extranjero _ I N G L a T E R R a _

E n la reunión general celebrada en los salones del Comité Unido (Bread Sanctuary Chambers.—11 Tothill Street Londres) el 8 de Enero pasado se aprobó la siguiente resolución;

«Este Comité se congratula de que el Ministro de Hacienda haya afirmado, en la Cámara de los Comunes en la sesión celebrada el 13 de Diciembre de 1911, que es necesaria una encuesta en lo refe­rente al progreso de la evaluación con el propósito de simplificar las dificultades originadas por haber hecho ciertas concesiones á las oposiciones y apre­mia para que esta encuesta se haga lo antes po­sible».

E l Ayuntamiento de Glasgow en una de sus úl­timas seciones acordó contribuir con 25 libras es­terlinas á los gastos originados por la Conferencia celebrada el 11 y 12 de Septiembre y de que ya di­mos cuenta á nuestros lectores.

E l Ayuntamiento de Glasgow tomará pronto la iniciativa en resucitar la agitación, entre los demás ayuntamientos hasta conseguir la facultad de sacar sus arbitrios del valor de la tiera.

Es muy interesante resumir la historia de la participación del Ayuntamiento de Glasgow en el avance del movimiento hacia el Impuesto Unico. Esta cuestión se puso á discusión en el Ayuntamien­to por primera vez en 1890 cuando Mr. Pedro Burt, que entró en la corporación en el mes de Noviem­bre anterior, logró hacer aprobar una proposición que expresaba el general descontento respecto al sistema de obtener contribuciones existente y en la que se daban reglas para el nombramiento de un Comité encargado de dar cuenta en una memoria del resultado de sus estudios sobre esta cuestión.

Este Comité después de varias reuniones ad­quirió la evidencia del remedio y escribió una me­moria en favor de la cooperación de todos los orga­nismo de evaluación de Escocia para pedir al Parla­mento la autorización para el impuesto sobre el va lor de la tierra.

E n Marzo de 1891 el Ayuntamiento discutió es­ta memoria y acordó por mayoría de 15 votos de­volver la minuta al subcomité para nuevo estudio é informe. En Noviembre de 1893 fué elegido conce­jal Mr. John Fergusson y durante los dos siguien­tes años trabajó incesantemente en traer á la orden del día por diversos modos la cuestión del impues­to sobre el valor de la tierra.

E n Junio de 1895 el Concejo, á propuesta de Mr. Burt decidió por gran mayoría aceptar la pri­mera resolución conviniendo en ponerse de acuerd'o con las diversas autoridades fiscales de Escocia para pedir al Parlamento la autorización para el nuevo impuesto. E n Octubre de 189() el Concejo se resol­vió á presentar la petición y en Marzo de 1897 se

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1 4 ¥ Á Impuesto IJiiieo

aprobó una moción en favor de un proyecto de Ley para el impuesto sobre el valor de la tierra, proyec­to que recibió el nombre de «La ley de Glasgow» y con este nombre se le conoce desde entonces.

Al otro Concejo se decidió unirse con la liga Escocesa para el Impuesto Unico para convocar una Conferencia nacional para promover dicho impues­to. Esta Conferencia se celebró en Octubre de 1899. Asistieron 216 representantes y 116 autoridades fis­cales de todas partes del Reino Unido.

E n Abril de 1902 se aprobó una proposición para organizar una reunión de autoridades fiscales la cual se celebró en Londres en Octubre siguiente. E n esta reunión se nombró un Comité para la Con­ferencia de municipios para que fuera estudiando la sucesiva marcha. Este Comité preparó la redac­ción de proyectos de ley que habian de ser aplica­dos á Inglaterra y Escocia. Celebraron varias asam­bleas en Londres y en Manchester.

Como resultado de esta acción del Ayuntamien­to de Glasgow se montó una oficina especial que se dedicó por mucho tiempo (desde 1895 á 1906) á la agitación de los municipios en favor de la reforma fiscal.

E l proyecto de la ley para Inglaterra fué pre­sentado por Mr. P. Trevelyan en 1902 y fué derro­tado por 71 votos de mayoría. En 1903 un similar proyecto fué desechado por 13 votos de mayoría. E n 1904 Mr. Trevelyan presentó de nuevo su pro­yecto de ley y esta vez obtuvo una mayoría de 67 votos con gran asombro de la Cámara y el país. E n 1905 Mr. Trevelyan presentó de nuevo su proyecto y en segunda lectura fué aprobado por 90 votos de mayoría.

Inútil recordar que en cuanto estos proyectos pasaban á la Cámara de los lores eran indefectible­mente echados abajo, lo que motivó el que fueran envueltos en los célebres é históricos presupuestos de Lloyd George en 1909 y cuya oposición brutal ó insensata ha causado la ruina de dicha Cámara que ha perdido para siempre sus privilegios.

E l proyecto de Ley para Escocia debido á la iniciativa del Ayuntamiento de Glasgow se presentó también á la Cámara de los Comunes en Mayo de 1,905 donde fué aprobado por mayoría de 20 votos. Esto p r )yecto fué presentado por M r , Pinsworth diputado por Argyllshire.

No nos habíamos equivocado al predecir el si­lencio de la prensa respecto á la Conferencia cele­brada en Chicago. La confabulación del silencio es universal; pero pronto quedará rota.

E n esta Conferencia se pasó revista al progreso del movimiento en todos los Estados de la Unión y según nos escribe Mr. José Fels fué la reunión más numerosa é importante de las que se han celebrado en América para el Impuesto Unico y la más satis­factoria porque demostró que el pueblo americano va

avanzando para pedi r j ics l ic in y l iber tad económicas según palabras de nuestro enérgico comunicante y distinguido amigo quien termina su carta con las siguientes palabras:

«No cabe duda de que nuestro movimiento está á punto de ser la cuestión del día en América. Fsto me tiene abrumado de trabajo pero no lo siento porque la satisfacción es inmensa».

'Mrs. Fels y yo permaneceremos en América hasta Marzo en que retornaremos á Londres. Des­pués es muy problable que vayamos á Buenos Aires».

La impresión general en la Conferencia fué que en todo el corriente año el triunfo en las pró­ximas elecciones generales para la implantación de la reforma flsual en los Estados de Missouri y, Ore-gon es casi seguro. Estos dos estados mostraran en breve al mundo entero la eficacia y la práctica del Impuesto Unico.

A esta importantísima Conferencia asistieron 12 delegados del Canadá.

En la ciudad de Nueva York pronto comenzará la reforma fiscal. Ya están presentados á las Cáma­ras legisladoras del estado de Nueva York los opor­tunos proyectos de ley que facultarán á las autori dades locales para reducir en un 50 por 100 el gra­vamen sobre los edifiicios y demás mejoras de la tierra. Estos proyectos de ley llevan el entusiasta apoyo de los partidos obreros y toda clase de socie­dades reformistas.

Las importantes ciudades de Boston y Pittsbur-go siguen la misma marcha.

Recientemente el alcalde de Berkeley (Califor­nia) Mr. Stitt Wilson declaró en un discurso lo si­guiente:

«Nos disponemos á hacer de Berkeley el centro del movimiento conducente á la enmienda de la Constituciona del Estado en lo que se refiere á de­jar en libertad á los municipios para que recauden sus impuestos como mejor lo entiendan y principal, mente sobre el valor de la tierra. Este principio del impuesto sobre el valor de la tierra ha pasado hace mucho tiempo del periodo de mera experimenta­ción».

L a ciudad de Tsingtau está prosperando enor­memente desde que entró en operación el impuesto único.

Tsingtau es un puerto de mar en la costa de Shantung en el territorio de Kiou-Chau hecho co­lonia alemana después de la guerra chino-japone­sa y donde el Imperio Alemán ha hecho un primero y satisfactorio experimento del impuesto merced á los trabajos de la Liga Bodenreformer.

Las casas en Tsingtau son mejores que en las demás partes de China, L a ciudad puede equiparar­se en comodidades, en mejoras municipales, sani­dad etc. á cualquiera de sus similares de América.

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ICI Iitifiue^to Unico 1 5

Tsingtau es prácticamente una ciudad moderna y de las más adelantadas y muestra como aún en China las ideas de Henry George pueden llevarse á la práctica con el éxito consiguiente.

E l Ministro de Instrucción pública Mr. George Fowlds ha presentado recientemente la dimisión de su cargo por no estar conforme con la marcha pro­teccionista del Gabinete. Está plenamente conven­cido de que por ahora puede mejor servir á nuestra causi fuera del Gobierno que dentro de él.

Esta determinación ha causado impresión en toda la colonia donde se considera á Mr. Fowlds co­mo el adadid del Impuesto Unico.

Mr. Fowlds no empezará la campaña de agita­ción en estas elecciones por no tener ya tiempo pa- i ra ello. Sin embargo no dejará de exponer en bre­ve pnblicamente lo que entiende debe ser el pro­grama del partido liberal en el que debe incluirse un aumento de un penique por libra esterlina en e impuesto de la tierra y llevar hasta el último ex­tremo la abolición de los impuestos sobre las cosas necesarias para la vida.

E n el presente año emprenderá un viage al an­tiguo Continente y á su vuelta se dedicará con alma y vida á la propaganda del Impuesto Unico en todo el territorio de Nueva Zelandia.

E n la Cámara legisladora de la provincia de Alberta ha sido presentado por el Ministro Sifton un proyecto de ley estipulando que en el término de 7 años se ha de observar el principio del Im­puesto único en todas las municipalidades ya exis­tentes y que ha de ser obligatorio desde su funda­ción para las que en lo sucesivo se establezcan en la referida provincia.

Comentándolo el periódico «La libre prensa de Winnipeg» dice: «este es uno de los proyectos más radicales que se hayan presentado por ningún Go­bierno liberal».

E l proyecto en su conjunto es un modelo de constitución para las municipalidades ya creadas ó por crear en la provincia. Contiene 377 secciones en las que quiere el Gobierno incluir todas las con­sideraciones que entran en la administración de un municipio.

P R A N e i A

Continúan con el mayor éxito las conferencias sobre la filosofia de Henry George en l ' Ecole des Hautes Etudes Sociales Rué de la Sorbonne 16, el primero y tercer jueves de cada més á las 8 y media de la noche.

A la conferencia del 7 de Diciembre pasado asistió nuestro colega del Comité Unido de Lon­dres Mr. A. W. Madsen quien explicó á la numerosa concurrencia como se han implantado y desarrolla­do las idea.s de Henry George en la Gran Ilretaña y

como ya no hay nada que detenga su marcha victo­riosa. Mr. Madsen fué calurosamente aplaudido á la terminación de su discurzo.

E l 12 de Noviembre del pasado año se formó en Cristianía la Sociedad para el Impuesto sobre el valor de la tierra.

Esta sociedad publicará en breve un periódico intitulado Retfaerd (Justicia).

Su objeao es promover agitación para la refor­ma de los impuestos sustituyéndolos por el territo­rial de modo que asegure el acceso fácii á las natu. rales ocasiones acabando con la especulación en los terrenos y asegurando para la comunidad los valo­res de creación social distinguiéndolos de los que son debidos al individual esfuerzo del pueblo.

E n Berna se ha fundado también recientemen­te una Liga para el Impuesto Unico cuyo presidente el Dr Lauterburg convencido de la grandiosidad y justicia de nuestras ideas, ha pensado que el mejor instrumento do propaganda es la novela y con este fin acaba de publicar una que lleva por título H i m -mel auf Erden {El cielo y la tierra) y que está desti­nada á un gran éxito.

L a Single tax Review viene publicando la tra­ducción de otra obra notabilísima de propaganda debida á la pluma de Gustav Kuscher (Limmat Strasse 77 Zurich) titulada «La abolición de la mise­ria.»

Todo hace suponer que Suiza dará en breve un gran paso en la organización de la propaganda.

Nuestro objeto El Impuesto único no es una contribución so­

bre la tierra sino sobre su valor. Así es que no gravará toda la tierra sino solo la que tenga valor y aún en esta no recaería en proporción del uso á que esté destinada sino en proporción de este va­lor. Por consiguiente no es un impuesto sobre el uso ó las mejoras de la tierra sino sobre la mera propiedad y tomará todo lo que recibe el propieta­rio en concepto de amo dejándole íntegro lo que recibe en concepto de usador de la tierra.

Al evaluar el territorio para la implantación del Impuesto único se deduciría del valor de cada finca todo el valor creado por el uso individual, así como toda mejora debida al capital y el único valor que figurará será el valor de la tierra desnu­da de mejoras ó sea el valor adquirido por su si­tuación, obras públicas, urbanización, etc., etc. De este modo el labrador no tendrá que pagar más contribución que el especulador que conserva una parecida tierra baldía, ni el hombre que construye un costoso edificio en un solar pagaría más con­tribución que el especulador que conserva vacante un parecido solar.

En una palabra, el Impuesto único obligaría á

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¥ Á Impuesto tínico

pagar la misma contribución por tener tierras va­cantes que por tenerlas en el uso más productivo.

Por consiguiente, el efecto del Impuesto único sería:

I.0 Trasladar el peso de la contribución, de los distritos rurales donde la tierra desnuda de mejoras apenas tiene valor á las villas y ciudades donde la tierra desnuda de mejoras alcanza un va­lor de cientos de miles de pesetas por hectárea.

2. ° Abolir la variedad de impuestos y aca­bar con la caterva de inspectores, comisionados y recaudadores de impuestos, simplificando la admi­nistración y reduciendo su coste.

3. ° Abolir las multas y castigos que hoy se imponen á todo el que mejora un campo, edifica una casa, instala una máquina ó se ocupa de cual­quier modo en producir riqueza y emplear trabajo.

4. ° Dejar á todos en libertad de aplicar traba­jo ó gastar capital en la producción ó él tráfico sin ninguna clases de multas ni restricciones con lo que cada cual recogería el producto íntegro de su trabajo, sea manual ó intelectual.

Finalmente, al tomar para el uso público todo el valor que adquiere la tierra por el crecimiento y progreso de la comunidad sería imposible seguir conservando tierra fuera de uso y únicamente aprovecharía su propiedad al que lo usara. Así se acabaría para los especuladores y monopolistas el secuestro de las ocasiones naturales (tales como tierras con valor) y el mantenerlas vacantes ó á medio uso.

Con esto quedaría abierto al trabajo todo el campo de empleos que la tierra está ofreciendo al hombre.

A D H E S I O l s r E S Las adhesiones puede i remitirse á las siguientes

señas: E n B a r c e l o n a , á D. José M.a de Sucre.—Torrente

de las Flores, 112.—Torre Salud de Gracia. E n Z a r a g o z a , á D. Manuel Marracó, Fabricante. E n M á l a g a , á D. Antonio Albendín, Méndez-Núñez,

21, R o n d a . E n e ó r d o b a , á D. Arturo Molina, abogado.—Ba­

rroso, 4. E n 6 á d ¡ z , D. Guillermo Igaravídez, abogado.—Sa-

gasta, 30. E n F a l e n c i a , á D. Juan Díaz-Caneja, abogado.—Ma­

yor, 24. E n S a l a m a n c a , á D. Cándido R. Fínilla, publicista.

Rúa, 61.

Folletos de propaganda para la U f a Española Traducidos y arreciados por Antonio Albendín

"Del modo de hacerse rico sin trabajar. 25 cents. "Los fisiócratas modernos„ 50 „ "Extracto de «Progreso y Miseria,, 25 "El Credo del Georgismo 50 "El A B C de la Cuestión de la Tierra,,. 50 "Extracto de la Ciencia de la Economía

política., l peseta. Pedidos: Méndez Núñez, 21.—Ronda.

L O S L I B R O S DE H E N R Y G E O R G E « P r o g r e s o y misrria .» «La c u e s t i ó n de la t ierra.» «Probleniíns soc ia les .» « ¿ P r o t e c c i ó n ó l ibre cambio*? «La propiedad privada de la t ierra.» «La c o n d i c i ó n del trabajo.» «Ln f i lósofo perplejo.» «La ciencia de la E c o n o m í a polít ica»

Traducciones españolas Casa Setnperey Com­pañía (Valencia).

^Progreso y miseria,, 2 tomos, 2 pesetas "Problemas sociales,, 1 „ 1 "La Condición del trabajo,, 1 „ 1

Casa "La España Moderna,,. "¿Protección ó libre cambio? 1 tomo 9 pesetas. "Problemas sociales,, 1 „ 5

Periódicos ^eor^is taN cuya s u s c r i c i ó n recomendamos á nuestros lectores

«Land Valúes,» órgano del Comité unido para el Impuesto único.

20 Tothill Street, Londres. Bodenreformer Ber l ín . . . Alemania. The American Idea l . . . CincinnatiOhío. Estados ü . The Chancellor Nebraska. . . ídem Fairhope Courier Fairhope Alabama. ídem Free trade Broadside... Boston. . . . ídem The Public Chicago . . . ídem Single tax Review New York . . ídem Star S. Francisco California. ídem The Mirror St. Louis . . . ídem Liberator.. Aukland . Nueva Zelanda. Progress Melbourne . Australia. Standard Sydney. Nuev Soud Wales. SquareDeal Toranto . . Canadá^ Ret (Justicia) Copenague . Dinamarca. Revue de Timpot únique París. . . . Francia. E l Mensajero Stockolm . . . Suecia.

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I M P R E N T A R O N D E Ñ A . — P L A Z A D E L A Y U N T A M I E N T O . RONDA