Padrenuestro h christian andersen

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Cuento del Padre nuestro de Hans Cristian Andersen

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Las cosas que vio la lunaNoche XXXIII

El padrenuestroHans Christian Andersen

Anderse, H. (1966). Cuentos. Edit. Cumbre, México.pp

225-226.

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-Me gustan mucho los niños- dijo la Luna-. ¡Los más chiquitos sobre todo son tan divertidos!.

A menudo los miro a través de las cortinas, cuando menos se lo imaginan.

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¡Me divierte tanto verlos esforzarse para quitarse los vestidos!

Primero sale de la bata un pequeño hombro desnudo y redondo; después un brazo de desliza fuera.

O bien, veo que tiran de una media y dejan ver una piernecita con hoyitos, firme y redonda, y después un piececito hacho para ser besado, y yo lo beso –siguió diciendo la Luna-.

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He de contarte lo que he visto esta noche.

Miraba por una ventana cuya cortina no estaba bajada del todo, porque no hay vecinos enfrente. Y veo un grupo de pequeños hermanos y hermanas.

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Hay una niña muy pequeña (sólo tiene cuatro años), pero que sabe el Padre Nuestro tan bien como cualquiera de los demás.

Su madre se sienta cada noche junto a su cama para oírla. Después la besa y se queda a su lado hasta que ella se duerme, cosa que generalmente sucede en cuanto cierra los ojos.

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Esta noche los dos niños mayores estaban muy alborotados. Uno de ellos saltaba a la pata coja, de un lado a otro del cuarto, en su larga camisa de dormir toda blanca. El segundo estaba sobre una silla con los vestidos de todos los demás amontonados encima. Dijo que aquello era un acertijo y que tenían que adivinar lo que significaba.

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El tercero y el cuarto guardaban cuidadosamente sus juguetes en un cajón; y, claro, esto es algo que se debe hacer, pero su madre les dijo que chitón, porque la pequeña iba a rezar su plegaria.

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Miré por el lado de la lámpara –dijo la Luna-.

La pequeñuela de cuatro años se encontraba en la cama, en medio de la fina blancura del lino; sus manitas estaban juntas y tenía el rostro serio y grave.

-Padrenuestro – empezó en voz alta.

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- Pero ¿qué es esto? –preguntó su madre, interrumpiéndola-.

Cuando decías “el pan nuestro de cada día danos, Señor”, has añadido algo que no he podido oír bien. ¿Qué decías? Vamos, dímelo.

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La pequeña vacilaba, mirando temerosa a su madre.

-¿Qué dijiste después de “el

pan nuestro de cada día danos, Señor”?

-No te enojes mamita querida

–contestó la pequeña-.

Dije: “Con mucha mermelada,

por favor”.