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Página SIETE Domingo 2 de octubre de 2011 /17 Viaje Viaje al al CORAZÓN CORAZÓN BOLIVIA BOLIVIA BOLIVIA Viaje Viaje al al CORAZÓN CORAZÓN L A R E V I S T A de de de de 14 Los primer os primeros tr os trenes enes que llegar que llegaron a Bolivia on a Bolivia se e se exhiben en la en xhiben en la en- tr trada de Pulaca ada de Pulacayo. o. La mina de plata tuv a mina de plata tuvo su apogeo a principios del siglo XX, o su apogeo a principios del siglo XX, cuando contaba con más de 5.000 obr cuando contaba con más de 5.000 obr er er os. Ho os. Hoy, en esta , en esta población andina sólo viv población andina sólo viven 600 per en 600 per sonas y sus r sonas y sus r ecuer ecuer dos. dos. Pulacay Pulacay o, o, el el pueblo museo pueblo museo 17 02-10-11 MIRADAS20111002DOM

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Página SIETE Domingo 2 de octubre de 2 011 /17

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BOLIVIABOLIVIABOLIVIAViajeViaje alal CORAZÓNCORAZÓN L A R E V I S T A

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LLos primeros primeros tros trenesenesque llegarque llegaron a Boliviaon a Boliviase ese exhiben en la enxhiben en la en--trtrada de Pulacaada de Pulacayyo.o.

LLa mina de plata tuva mina de plata tuvo su apogeo a principios del siglo XX,o su apogeo a principios del siglo XX,cuando contaba con más de 5.000 obrcuando contaba con más de 5.000 obrereros. Hoos. Hoyy, en esta, en estapoblación andina sólo vivpoblación andina sólo viven 600 peren 600 personas y sus rsonas y sus recuerecuerdos.dos.

P u l a c ayP u l a c ayo , o , elelpueblo museopueblo museo

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Domingo 2 de octubre de 2 011Página SIETE18 M I R A DA S 19Domingo 2 de octubre de 2 011 M I R A DA SPágina SIETEVIAJE AL CORAZÓN DE BOLIVIA VIAJE AL CORAZÓN DE BOLIVIA

Página SieteD I R E C TO R : Raúl Peñaranda UndurragaJefe de Redacción: Cándido Tancara CastilloJefe de Informaciones: Martín Zelaya Sánchez

R ev i s t a M i ra d a sE d i to r : Marco Zelaya.Re d a c to ra : Amancaya Finkel.Diseño: Edmundo Morales, Erika Aguilera y Marcelo Mamani.

Con lacolaboración de:

BOLIVIAViajeViaje alal CORAZÓNCORAZÓN

BOLIVIABOLIVIAViajeViaje alal CORAZÓNCORAZÓN

dededede

Viaje al corazón de Bolivia es unproyecto conjunto de Página Siete y

Naciones Unidas.NNUUBolivia

Álex Ayala Ugarte, periodistaJuan Gabriel Estellano, fo t ó g rafoDaniel Platt, investigador social

La tragedia personal de Lu-cía Flores Medina (de 73años) es que ninguno de susdiez hijos vive en Pulacayo.Estoy con ella en un patioen penumbras, mirando através de una ventana sucialas cunitas en las que pusie-

ron a sus recién nacidos hace ya mucho. Es-tán intactas, en un cuartito donde tambiénhay una incubadora que se vislumbra ahora

como un mueble inservible. La puerta estácerrada con candado.

—Mis hijos se fueron porque aquí no ha-bía empleo— dice Lucía.

—Antes, éste era un hospital bien equipa-do. Pero ya nada es lo mismo— a ñ a d e.

Lucía tiene labios gruesos y ojos rasga-dos, luce unos aretes elegantes y un anilloque parece de casada que se confunde conlas arrugas de uno de sus dedos. Cubre sucuello con una bufanda y los hombros conuna mantilla azul marino. Un delantal acuadros cae hasta sus rodillas. Y me cuentaque acaba de dejar a sus nietos en una guar-dería que funciona en una habitación deestas instalaciones.

—Yo me ocupo de ellos porque su padre,un peruano, escapó con otra mujer y mi hija,su madre, se vio obligada a buscar trabajo.De aquí harta gente se ha ido.

Harta es una palabra que cobra un espe-cial significado cuando se pronuncia en Pu-lacayo. Hasta 1958 con los habitantes —másde 20.000—de la que fue la segunda ciudadmás importante de Bolivia se podría haberllenado más de la mitad del actual estadiopaceño Hernando Siles. Hoy, los 600 quehay no llenarían ni una curva.

Inés Ramírez (53 años), lentes gruesísi-mos, gorro playero para el sol, piel oscura,tenis blancos, chompa remangada, miradaperdida, se hace cargo de la guardería y co-noce lo que fue el antiguo hospital como lapalma de su mano.

—Éste era el pabellón de los tuberculo-sos y de los que llegaban con el mal de mina—dice mientras señala hacia otra ventanasucia—. Aquello de más allá era la morgue.Y allá funcionaba la lavandería. Antes mu-chos mineros se accidentaban tratando desacar la plata del interior del cerro. Graveera. Algunos salían del socavón quemados.Otros, sin manos o sin piernas. Pero aquíbien siempre se les atendía. Había unosmédicos gringos, altos y rubios, y todas lasespecialidades: odontología, cirugía… H a-bía enfermeras, cocineras, hasta mucamahabía pues.

—En esto otro (apunta hacia un hornovertical) yo creo que quemaban a los muer-titos, ¿no ve? Y más allá están el pabellón demujeres y la sala de operaciones.

Más allá, el entorno es tétrico: un pasillomal iluminado, material quirúrgico desfa-

sado, muchos vidrios rotos, camas vacías,un quirófano paralizado, frascos opacosdonde se guardaban los remedios. Y todoslos ambientes están cerrados.

—¿Las llaves? ¡Quién las tendrá pues! As a b e r—me dice Inés. Y vuelve a la guarderíaen silencio, como un fantasma, atravesandoun par de puertas abiertas.

Al salir, da la sensación de que una extra-ña enfermedad lo hubiera arrasado todo.Esa extraña enfermedad aquí en Pulacayotiene un nombre: el tiempo.

PACIENCIA MARAVILLA:AMA DE CASA

Para Gilberto Rodríguez (83 años), la se-ñal más clara del paso del tiempo es su pro-minente calva, un pequeño desierto colorcarne rodeado de un aureola de pelos blan-cos que acaba de mostrarme quitándoseuna vieja gorra Nike con un rápido movi-miento de su mano derecha y una genufle-xión muy vaga de todo su cuerpo.

—En esa foto de ahí atrás tengo 20 años—dice apuntando hacia la pared tras sus es-paldas. Entonces tenía cabello. Pero ahorahe quedado así (se ríe).

Pulacayo también ha quedado así, llenode calvas, de viviendas destripadas color

tierra, de edificios inhabitados, canchas sinfutbolistas y clubes sin socios.

La casa de don Gilberto es grande y biencuidada. Para entrar hay que llamar a uncurioso timbre semi escondido, situado enel marco de una ventana que conecta conuna tienda de abarrotes. Y una vez dentro,el anciano recibe a las visitas en un livingdespoblado, pintado con un estridenteamarillo brilloso.

—Esta construcción es antigua— me ex-plica, como las de alrededor, pero en lasotras no vive casi nadie. Esto ahora está tris-te. Pero antes no, liiiiiiindo era.

Antes, dice Gilberto, el cerro se explotabadía y noche, feriados incluso. El dinero al-canzaba para comer y vestir bien. Cada cin-co minutos, entraban 12 carros metaleros alsocavón. Los mineros iban a trabajar de tra-je y corbata porque en la mina tenían dondecambiarse y duchas; y después salían direc-to a la fiesta.

—Y se tomaba, claro que se tomaba. Pri-mero, alcohol puro. Y luego llegó un gringo,un alemán, que nos enseñó a tomar cerveza.De dos sorbos se acababa él una grande. Ylos carnavales, los carnavales liiiiiindoseran. Venían orquestas de La Paz, Sucre, Po-tosí. Había dos hermanos cieguitos que ca- CONTINÚA EN L A PÁGINA 20

P u l a c ayo ,el campamentoe r ra n t e

La que fue en su día lasegunda ciudad másimportante de Bolivia,gracias a la plata, ha vi-vido dos grandes éxo-dos en su historia. Elprimero en 1958, cuan-do se nacionalizaronlos socavones. El se-gundo en la década delos 90, cuando se ce-rraron sus industrias.Hoy, este antiguo asen-tamiento minero so-brevive apenas y se haconvertido en un pue-blo-museo.

Los mineros iban a trabajar de traje ycorbata porque en la mina tenían dondecambiarse y duchas; y después salíandirecto a la fiesta.“

Un militarre s g u a rd ala seguri-dad en unode los sec-tores de lapoblación.

Placa de la extinta URSS en una de las máquinas.

pos eran para tocar pues. Y también para es-to (don Gilberto se gira y hace el gesto deempinar el codo).

—¿Y quiere que le cuente algo bonito? Elfútbol. El fútbol liiiiiindo era. Aquí habíamuchos equipos, con sus seguidores, consu banda; y le diré más: salimos campeonesde Bolivia en Cochabamba con un arqueroal que le faltaban dedos.

Por aquel entonces —hablamos de la dé-cada de los 40—había muchos extranjerosen Pulacayo: chefs, técnicos, administra-dores. Y según los registros policiales aquívivió hasta una filipina (mujer de un inge-niero) llamada Paciencia Maravilla. Su fi-cha la describe como una morena de 1,60nacida en 1908; de boca regular, nariz cha-ta y ojos pardos. “De profesión: labores delhogar”, indica.

SUBIDAS Y BAJADASHoy en este lugar no radica ningún ex-

tranjero. Y los únicos forasteros evidentesse los encuentra uno nada más entrar: sonlos soldaditos imberbes que resguardan laentrada, una chapa de metal en mitad de unsólido muro de piedra. Se cruza el umbral yentonces Pulacayo se descubre como lo queahora es: un pueblo-museo, un pueblo-ves-tigio que ha crecido trepando las lomas ca-prichosas que lo rodean.

A estas horas, tan de mañana, el sol es om-nipresente. Es un sol que aquí, a 4.160 me-tros, calienta apenas, pero que ilumina losrestos de las locomotoras que dan la bienve-nida a los extraños. Se trata de las primerasmáquinas que llegaron al país a finales del

Esta locomotora, conocida como la número uno, es la primera que pasó por dentro del socavón.

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siglo XIX para unir el pueblo con Antofogasta(Chile), desde donde se exportaba la plata. Yluego vienen los rieles abandonados, unasuerte de rastro que conecta con uno de losrasgos que mejor definen a Pulacayo: las su-bidas y las bajadas. Para el que llega, el pue-blo sube. Para el que se marcha, baja.

De subida hay una hilandería en la que an-tes se procesaba lana de alpaca y que fue, ensus orígenes, una pulpería en la que dicenque uno podía comprar vinos europeosfran-ceses, zapatos italianos y hasta polvo dearroz para el maquillaje de las damas.

De subida está el Sindicato de Trabajado-res Mineros, de donde surgió en 1946 la fa-mosa “Tesis de Pulacayo”, un documento re-volucionario para su época que demandabael control obrero sobre la producción, queexigía a los dueños de las minas una escalamóvil de los salarios y la reducción de la jor-nada de trabajo, y que ayudó también —se -gún algunas versiones— a propagar las ideascomunistas.

De subida hay además una agencia del ex-tinto periódico P re s e n c i a y un cine-teatrodonde se proyectaban las películas de JohnWayne y Charles Chaplin; y muy cerca de ahíestán los exquisitos clubes sociales, en losque cuentan que se bailaba hasta la madruga-da y se jugaba b o w l i ng y billar en compañía delos mejores tragos.

Todos estos locales, sin embargo, estáncerrados. Y me es imposible hallar a los cus-todios. Uno de ellos, me comentan, ha via-jado a Potosí. Otro tampoco está, lo que vie-ne a ser lo mismo. Para hacer un poco de me-moria quedan únicamente las placas de me-tal en las paredes. “Sociedad Maestranza

de Beneficencia Deportiva”, dice una. “F e-deración Provincial de Ex Combatientes dela Guerra del Chaco”, aclara otra. Y ensegui-da surge una pregunta: ¿en qué momento sejodió Pulacayo?

El declive comenzó en 1952, cuando se na-cionalizaron las minas y la Corporación Mi-nera de Bolivia (Comibol) se hizo con el con-trol del asentamiento. Seis años después sedejó de trabajar el socavón y vino el primeréxodo: los vecinos salían de aquí comoquien escapa de un campo de batalla y la po-blación quedó reducida a 3.000 personas.En 1962, para evitar una debacle, el presi-dente Víctor Paz Estenssoro revitalizó lamaestranza como proveedora de repuestos,instaló una fábrica de clavos y fundó la hi-landería. Y con eso se mantuvo a Pulacayohasta los años 90, hasta que el Gobierno deGonzalo Sánchez de Lozada decretó la clau-sura de todas estas iniciativas y se produjootro inevitable éxodo. Entonces los jóvenesse fueron y el pueblo se llenó de ausencias,de esas ausencias que no hacen bulto.

LA TECNOLOGÍA MATAÁngel Rivera (55 años) es petiso, tiene un

bigote menudo y el pelo revuelto. Es profesorde matemáticas en el colegio, ex locutor de

radio, experto en historia y guía de turismo.Y también uno de los que mejor descifra lascicatrices del pueblo.

—¿Ves esas casas casi caídas? —me dice; yseñala hacia una quebrada.

—Son de las primeras que se levantaron enPulacayo para los mineros, con su dormitorioy su cocinita. De tapial: una mezcla de barro yp i e d ra .

—¿Y ves aquellas otras de pura tierra?—Eran de comerciantes y artesanos: zapa-

terías, relojerías, sombrererías, panaderías.Y donde los mineros conseguían su coquita,su cigarro, sus velitas.

—Y allá, más abajo, estaba La Casa de losLocos, una especie de hostería donde losmineros solteros hacían sus fiestas, sust ra v e s u ra s .

Según Ángel, la mina vivió su momento degloria a principios del siglo XX, cuando es-taba en manos privadas de la hoy denostadaGran Minería y eran más de 5.000 los quedescendían cada jornada 800 metros pararescatar las vetas de plata a 45 grados detemperatura, cuando eran tantos los que vi-vían en Pulacayo que se chocaban por la ca-lle, cuando la sirena de entrada y salida deltrabajo era la que marcaba los ritmos.

Ahora la sirena sigue sonando, pero son

otros los latidos; y muchos menos los obreros.Un año atrás, la Comibol volvió a abrir lamaestranza y la fundición y ya se están fabri-cando nuevamente repuestos. Lo interesanteacá es la mezcolanza dentro del galpón —m a-quinaria vieja (inglesa, rusa, checoslovaca)junto a otra más moderna—; y que ya se estánhaciendo, por ejemplo, tanques para almace-nar el litio del salar de Uyuni y carros metale-ros de alto tonelaje para otras minas.

Afuera, sin embargo, una de las bocaminasmás emblemáticas de Bolivia —decorada condos pilares y un capitel neoclásico e inaugura-da en 1890— está con la reja puesta. A pesar deque Apogee Silver, una empresa de capitalescanadienses, lleva más de un lustro haciendoexploraciones en coordinación con los mine-ros cooperativistas para volver a reactivarla.

Por la noche, Rivera me dirá que Apogee noes muy querida entre los vecinos; que en febre-ro se inundó parte del pueblo por sus opera-ciones y que nadie se hizo responsable; queapenas da empleo a los lugareños; que a vecesla tecnología mata; que piensan traer una granperforadora que vaciará el cerro en menos de20 años.

—¿Y entonces qué? —se preguntará luego.

PLANOS DE TRAPOCuando Jaime Machicado (50 años), admi-

nistrador de la actual planta industrial de Co-mibol en Pulacayo, llegó aquí hace dos años ymedio, le pareció un campamento en ruinas,con techos casi caídos y polvo por todo lado; yechó de menos la comida.

“ La mina tuvo su apogeo a principios delsiglo XX, cuando estaba en manos pri-vadas y eran más de 5.000 obreros losque explotaban sus vetas de plata...

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VIENE DE L A PÁGINA 19O b re ro de Apogee Silver para trabajos en la bocamina.

Las casas en el pueblo son en su gran mayoría de adobe, del color de la tierra.

Ángel Rive-ra, p rofe s o r.Quiere revi-talizar elpueblo conel desarro-llo de ofer-tas para losturistas.

El centro minero es un pueblo pol-voriento lleno de vestigios de unaépoca esplendorosa.

Departamento: POTOSÍ

UYUNI

Fuente: PNUD / Página Siete

Según el Ministerio de Salud y Deportes, cinco de cada diez niños menores de cinco años que tuvieron enfermedades diarreicas agudas (54,7%) fueron atendidos por personal de salud en el municipio en 2009.

En Uyuni, sólo tres de cada diez niños menores de un año que enferma-ron de neumonía (34%) fueron atendidos por personal de salud.

Cinco de cada diez niños menores de cinco años que sufrieron enfermedades diarreicas agudas no fueron atendidos por personal de salud en Uyuni.

Siete de cada diez niños menores de un año que enfermaron de neumonía, no fueron atendidos por personal de salud en Uyuni.

Proporción de niños con enfermedades en Uyuni (2009)

Salud infantil

Personas con enfermedades

No fueron atendidos

Fueron atendidos

No fueron atendidos

Fueron atendidos

Chuq

uisa

Tarij

aPOTOSÍ

UYUNI

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Domingo 2 de octubre de 2 011Página SIETE22 M I R A DA S 23Domingo 2 de octubre de 2 011 M I R A DA SPágina SIETE

A l exAya l a ,periodista.

JuanGabrielEstellano,fo t ó g rafo .

DanielPlatt,i nve s t i g a -dor social.

Benjamín Chávez,escritor y periodista.Manuel Seoane,fo t ó gra fo .Robin Mamani,investigador social.

Liliana Carrillo,p e r i o d i sta .Noelia Zelaya,fo t ó gra f a .Tania Sossa,investigadora social.

Ro j o

Ve rd e

Azul

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“Arce fue el que trajo el ferrocarril desdeChile a Pulacayo. Contra viento y mareaademás, porque sus opositores califica-ron la obra como un “caballo de Troyapara la invasión chilena”.

VIENE DE L A PÁGINA 21

La maestranza de Pulacayo cuando todas las máquinas estaban conectadas entre sí por poleas.

Cuaderno de viajeLa distancia que separa a Uyuni de Pula-

cayo es mínima: 22 kilómetros. Pero no haymovilidad a toda hora para viajar hasta allí.Y menos, los domingos, día de nuestra par-tida. Por eso tuvimos que esperar hasta lasseis de la tarde para continuar nuestro pe-riplo por Bolivia. Esa escasez de transportese debe en parte a que Pulacayo ya no es loque era: uno de los centros mineros másimportantes del país.

Los autobuses que se animan a acer-carse a este pueblo apartado son los quesalen de los alrededores del mercado deUyuni hacia Potosí; y tardan en llegar po-

co más de media hora. El camino es untanto agreste: una sucesión de bachesy cuestas empinadas que malogra losvehículos que no tienen una amorti-guación en condiciones. Y la llegada,surrealista. Porque se entra a la Pula-cayo como a esos sitios que pareceque dejaron a de existir hace muchotiempo. Me explico: muchas puertascerradas, mucha construcción que seha caído, poca gente en la calle y esosvientos difíciles que soplan como siestuvieran arrastrando lo poco vivoque queda.

La casa delex presiden-te AnicetoArce, uno delos dueñosde la mina, aprincipiosdel siglo XX.

—No existían pensiones como tal. Habíasólo dos sitios donde comer, pero puro sán-dwich. Y usted sabe que cuando uno comemal no se concentra— me dice.

—Pero ya ha mejorado un poco todo es-to— prosigue. Ya ha vuelto alguna gente.Llegan incluso carros de Uyuni y Potosí avender arroz, gas, verduras y fideo. Hay porlo menos unas diez tienditas y es más fácilconseguir un almuercito.

Para Jaime, parece claro, un signo eviden-te de recuperación es que ahora puede tenerel estómago contento; y quizás tiene que verel hecho de que su oficina está en la que fueuna de las mansiones mejor abastecidas detodo Pulacayo: la Casa Gerencia, otrora al-guna vez residencia del ex presidente Ani-ceto Arce.

Arce fue el que trajo el ferrocarril desdeChile a Pulacayo. Contra viento y mareaademás, porque sus opositores calificaronla obra como un “caballo de Troya para la in-vasión chilena”. También fue el que instalóel telégrafo en Potosí, el responsable decrear una normativa bancaria avanzada y unhábil negociador a la hora de atraer la inver-sión de foránea. Murió pobre. O al menoseso dicen; porque parece todo lo contrariocuando uno se pasea por los pasillos de laCasa Gerencia.

—Aquí, en la planta baja, están resguar-dados los primeros planos de la mina— ex -plica Machicado. Algunos de ellos, hechosen tela, dibujados sobre trapos.

También hay una sala equipada con bar,piano y una radio de las de antes; mobiliariocon más de 100 años; un cuadro en el que seve a un joven Simón Bolívar; dormitorios yuna mesa de ping-pong para divertimentode los empleados.

Y había más: lámparas, sofás y otros deta-lles más chicos que, se rumorea, los que pa-saron por acá se fueron llevando, a pesar deque un papel firmado por el ex presidenteJaime Paz Zamora prohíbe que de Pulacayose saque un solo tornillo.

JUBILADOS Y RENTISTASCarmela Serrudo (50 años) tiene el pelo

claro, los ojos verdes y la cara cansada. Vivíaantes en La Paz y dice que volvió al pueblo yahace años para cuidar de su madre enferma.Dice además que, cuando todo se cerró, lopasaron muy mal; que cortaron la electrici-dad; que no había de qué vivir; que por esomuchos se fueron.

—Si usted se fija, los que vivimos aún acásomos en su mayoría jubilados y rentistas.Hasta las p a ll i r i s que siguen rescatando mine-ral son señoras mayores. Y en muchos casoslos niños se ven obligados a criarse con susabuelos. Porque sus padres no están. Porquesalieron a ganarse la vida en otros lados.

Carmela se gana la suya atendiendo elúnico punto telefónico del pueblo (que que-da en su misma casa), pero sólo a ratos:cuando puede despegarse unos minutos desu madre o cuando llega algún cliente; y losclientes ya no son tantos.

—A mí me han fregado los celulares—se la-menta.

—Ahora más llaman los de fuera, los pu-lacaleños que radican en Italia o Argenti-na. Entonces, tengo que buscar a la perso-na que solicitan y hacer cita para una horamás tarde. Y son haaaaartos los que estánfuera. Ni se imagina.

A mitad de la conversación, su madre,Teófila Laura (89 años), se levanta de la ca-ma y se acerca con ayuda de su hija hasta unabanca.

—La vejez, la vejez será que le hace olvidar auna— se queja.

Su voz es frágil. Está hecha como de hebras.Y se hace difícil entenderla. Pero algo logra re-cordar. Recuerda que comenzó a trabajar a losnueve años; que solía cargar una pesada pala;que pasó parte de su vida en la CompañíaHuanchaca, de Arce.

Huanchaca fue un enclave minero a 14 ki-lómetros de aquí que se fundó en el siglo

XIX y que fue en su día como Pulacayo;Huanchaca fue un lugar idílico, en el que de-cían que todos, hasta los más pobres, teníanlingotes de plata; Huanchaca salía antesnombrada en las enciclopedias europeas;Huanchaca era un hogar hasta que su fundi-ción cerró; y ahora es sólo un recuerdo deTeófila Laura, un espejismo en el tiempo.

Téofila ya no sale de casa. Le cansa cami-nar. La cansa estar parada. Le cansa hablar.Le cansa escuchar porque ya casi no oye. Lecanso yo; y por eso se retira.

C e rc a deesta vía, an-tes de 1952, teníantiendas losartesanos yc o m e rc i a n -tes.

En su me-jor momen-to, habían u m e ro s a scanchasd e p o r t i va s .Hoy mu-chas estánabandona-das.

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El recorrido hasta ahoraEl recorrido hasta ahoraBolpebraINICIO

YungasLLEGADA

Puerto Gonzalo Moreno

San Ignacio de Moxos

Rurre

naba

que

UrubicháPuesto Fernández

Villa Tunari

ReferenciaTramo recorrido

Tramo por recorrer

SANTA CRUZ

CHUQUISACAQ

TARIJA

LAPA

Z

La Paz

BENI

Curahuarade Carangas

Villamontes

Valle de Concepción

Pulacayo

Tupiza

Uyuni

BetanzosTarabucoPocoata

Chipaya

Luribay

Aiquile

Camiri

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Domingo 2 de octubre de 2 011Página SIETE24 M I R A DA S VIAJE AL CORAZÓN DE BOLIVIA

Teófila Laura, 89 años. Trabajó desde sus nueve años.

Un operario de Apogee Silver, que invirtió en Pulacayo.

Carmela Serrudo , 50 años. Cuida a su madre enferma .

Lo quequeda de

una silla dedentista, en

el antiguohospital de

la pobación.

Los orígenesEn la región en la que se asienta Pu-

lacayo se comenzó a extraer plata enla época precolombina. El testigo lotomaron luego los incas, quienes sa-caban el mineral con la ayuda de ani-males de carga. Durante la Colonia, elvasco Manuel Tardío se hizo con elcontrol de los socavones de la zona.En 1833, a 14 kilómetros de Pulacayo—cuando el pueblo aún no existía—,nació la Sociedad MineralógicaHuanchaca, con el español MarianoRamírez a la cabeza. Y poco despuésRamírez abrió la mina que posibilitóque Pulacayo se convirtiera con eltiempo en un gran centro habitado.

Cuenta la leyenda que una mula quevenía renqueando de Huanchaca fuela que dio origen al centro minero. Lamula, parece ser, resbaló en una pen-diente y al caer dejó al descubiertouna roca de plata. Cuando le pregun-taron al responsable de la caravanadónde la había hallado, él, cansado,simplemente respondió: “donde lamula cayó”. Y desde ese instante estastierras pasaron a ser un tesoro codi-ciado.

La inscripción recuerda al primer dueñode la célebre mina Huanchaca.

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