Palabras de la sombra · Web viewLevántase despacio de su noche, y en la ventana escribe el nombre...

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colección de poesía nos queda la palabra _________________ ISBN – 84 -85548-06-x Depósito legal : M-7.144-1979 Impreso en Casaló, A. G. Sanz Raso, 5 – Madrid (18) España _________________ 1

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colección de poesíanos queda la palabra

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ISBN – 84 -85548-06-xDepósito legal : M-7.144-1979

Impreso en Casaló, A. G.Sanz Raso, 5 – Madrid (18) España

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I E L P A N Y L A N A V A J A

«La cólera del pobretiene un aceite contra dos vinagres»

CÉSAR VALLEJO

I

¡Tan bueno como el pan el pobre hombre, qué lejano amanece esta mañana! Levántase despacio de su noche, y en la ventana escribe el nombre lento de los hijos con altas letras claras y su ausente apellido.

¡Tan hondo en soledad el pobre hombre, qué lacrimal se palpa sus vacíos profundos! Sombra a sombra álzase con su cuerpo en madrugada y en tanto desamparo, que no podrá tenerse en los zapatos hasta que se acostumbre su esqueleto.

En realidad, el hombre desolado posiblemente invoque por testigos las purísimas manos de los hijos o la espalda curvada del abuelo, y recordando llore sus rodillas, donde crecía en dulces horas lentas.

Y es posible que nada ya recuerde y se ponga a buscar por los cristales los nombres que dejamos en un amanecer de humana lluvia.

II

Recordarán su muerte y la muerte de su perro, acostado fielmente cerca de su chaqueta y su merienda, dentro de su costumbre.

Recordarán sus manos, con las que sembró el trigo y en alta madrugada segó con la guadaña, hizo el pan tierno

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de cada día, lo partió con navaja entre el perro y los suyos diciendo: «tomad y comed hasta saciaros».

¿Recordarán su muerte los vecinos, y a su perro fiel en soledad de sepultura, que andaba con respeto a sus zapatos?

III

Mucho pedazo tuyo dejaste por la vida, por los caminos que previamente te marcaran, tanto trozo perdido a la orilla de tus sendas,jirones que el viento aupaba hasta las ramas sin hojas, ya el otoño bien entrado.

Memoria triste de ti, sin lágrimas ni aplausos; ninguna mano en el camino te había dicho adiós; hablabas de brocales malvadamente con soga y sin caldero.

Los otros te marcaron las horas de descanso; sobre asépticas mesas frías hicieron cálculos, pusieron datos objetivos, tales como el viento que te rasgaba la memoria de los tuyos, o bien el silencio en los tímpanos del alma, o bien la tristeza curvada de tu espalda.

Pusieron número a tus soles, número a tus lunas, desde mucho atrás comprobaron el minuto de llegada. Y nadie vino a desatar las sandalias de tu costumbre. Nadie se agachó a mirar por las gateras de su casa. Nadie perdón pidió por tu camino largo o por la chaqueta lenta de tus hombros, de tus hombros abiertos al viento del invierno.

IV

El perro de la casa, flacamente triste, esquivamente lamíame la mano. Detrás, los otros a pedradas lo tundían. Y a mí también, sin saber por qué, como un niño que ató la lata al rabo y no sigue al perro por las calles estrechas y tiene miedo de estar a solas en el campo, soledades me buscan. Me buscan soledades, me plantean silencios que no entiendo, silbando miedos, corriendo miedos, terrores orinando, mojando pantalones de la angustia.

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Detrás los otros, exorcistas, hisopean, amenazan cristianamente con sus gritos. El perro se conduele de mis huesos. Y luego, el polvo. y más abajo, donde el llanto y el crujir a dentelladas, escasa claridad para mi vida arrebujada por caminos perdidos por los siglos.

Detrás los otros, que lo pueden todo, me empujan a sus sillas:

—No sobornes al césar, al césar no lo engañes, no barajes ideas. Cumple sus mandamientos.

Conmigo a palos, capataces que mamaron gran parte de mi leche, la que correspondiera por la historia, por el trabajo ingrato de mis madres, por la demografía del momento, me dejaron desnudo y sin pan y sin navaja.

—Es muy simple el trabajo. Engrasa la carreta.

Y así, señores, sigo; su carreta engraso y acepto agradecido sus dineros.

V

Torvas pupilas, vendavales del alma que unas turbias pupilas volteaban. Detrás de mí, en impávida presencia, cualquier dios, me borra torvamente las espaldas, mientras le grito no me importa nada, no me importa nada, que le devuelvo el tiempo que me diera; y no podrá arrebatarme lo vivido, y no podrá devolverme las rocas despeñadas, ni las horas felices desgajar de mis días.

Un dios me insulta, me devuelve las piedras que lancé contra su templo; me borra, polvo me hace los silencios que yo guardo. Después vuelvo a los gritos, a los gritos, a los gritos, a los gritos: te proclamo mi vida con sombra en la garganta.

Nadie, nadie podrá lavar tus culpas, nadie, cuando universal tapiabas mis ventanas, universalmente absoluto;

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cuando a barro y paja taponabas las rendijas de mi casa.

Quédate en tu templo, bébete tu vino, declama tu teatro, ensáyate tus ecos, aprende nuevas muecas solemnes, que a mí ya no me asustas.

VI

Hoy tiene la ciudad tanta tristeza que las gentes caminan sin su cara y ándanse con cuidado por su invierno y se ponen en máscara y gritan por las calles: —¿Me conoces? No me conoces, no. Por las ventanas mira la madre y no recuerda al hijo, y sale hasta la esquina en soledad.

—No te conozco, no; no te conozco. Luego cristiana- mente cruza las manos de su espera y en su rosario suma a los que pasan.—No me conoces, no; no me conoces.

Ya en la noche, la llevan a su casa de la mano. —No te conozco, no.

¿Y cómo conocer, si hasta los nombres caen de su memoria cuando llama y pide por favor a las vecinas pan y laurel y sal de vecindad?

VII

Vuelve la cabeza, verás por encima de los hombros tu pequeña historia: los huecos, las sillas que ocupaste, las preguntas que te hicieron repetidas y nunca respondiste.

Recuerda: llenabas muchos ceniceros cada día, en torno a tus mesas se sentaban compañeros, en torno a tus puños agrupados. Y sobre todo predecías, señalabas el ritmo y el rumbo de la historia.

Mas hoy te quedan pocas cosas. No eres desde hace tiempo

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profeta entre los tuyos. Empieza a desatarte los zapatos, por la gatera de tu puerta podrás contar los cadáveres que pasan hasta que llegue el turno.

VIII

No es justo que los jueces vendan sogas. Ellos quisieron quebrantar mi osamenta de siempre, que iba rodando por solares alquilados, con pájaros roncos en la garganta en sombra.

Y el viento la empujaba arrancando las hojas de su otoño.

Yo buscaba las sillas que ponía la abuela junto al fuego, donde tejía la bufanda; siempre sin rincones, roncamente sola la garganta, buscaba tus cobijos, empujado a pedradas por la nuca y los hombros.

IX

Diciembre del otoño y del invierno. Un hombre acuclillado junto al fuego. Se mueren los raíles de trenes olvidados. Corre el viento en los campos de La Mancha, caminos y caminos que he corrido.

Ocaña —torres y torres y casas apretadas—, por tu cementerio gimen aún los muertos. Noblejas —un hombre arrea el burro y otro da con un palo a su mujer—. Villarrubia, asomada hacia el Tajo. Santa Cruz de la Zarza —a una cabra la ataban a un almendro—.

Tarancón —un hombre lleva al hombro su carga de sarmientos—.

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Mintieron los augures y los dioses impíos: la señal no era el humo, ni era señal la fruta podrida en los pomares, ni el último sollozo discreto del anciano, ni tampoco era un grito terrible en madrugada.

Fue la señal un cielo desolado, sin alas, sin pájaros despiertos, después que un dios prohibiera las manzanas.Y ahora, desde esta piedra, acecho los caminos.

No encontrará la puerta de la casa el que salió temprano y vuelve tarde y no sabe hasta dónde regresar. Y hay un padre que lleva en su diestra la mano de su hijo; la soledad restante, en el doble vacío de sus hombros y en las hondas ausencias de su pecho.

XI

Viviendo siempre en vilo y sin embargo —nunca olvidéis— le he parado los pies a tantas sombras, a tanta agua corrompida he abierto cauce, a tanto carro detenido he puesto el hombro, que nunca podríais negarme el pan, la luz, el agua.

A veces se me cansan los zapatos; lloro a veces y me lavo los huesos. Os amo a unos; ya otros, para amaros, os odio. A todos entrego mis versos.

A veces estoy solo. Me rechazáis la mano. Yo no tengo la culpa. Estoy seguro. Si me perdéis, buscad me por el lado donde las gentes huyen de la noche. Si me odiáis, devolvedme los pasos que di, las lunas, soles que gasté, y tantas otras cosas por buscaros.

Quedaremos en paz, y podré descansarme los zapatos.

XII

«LOS HOMBROS, DONDE MUCHO A TUS HIJOS AUPABAS»

«Por ellos va mi corazón a pie»

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CÉSAR VALLE]O

Póngase la chaqueta por los hombros, siéntese el hombre viejo en una silla y convoque a los suyos. Que llore el hombre viejo por la historia que recuerda, solloce por el pan que no pudo pagar para sus hijos.

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Siéntese el hombre viejo en una piedra, que implore a los vecinos y les deje las señas de la tumba por si vuelven los hijos.

Póngase el hombre viejo en una lágrima, póngase la cabeza por las manos, póngase en un sollozo sin zapatos.

Larga paz a sus hombros.

2

Abrígate los huesos.

Ayer que ya era otoñola tristeza mojaba los cristales del mundo.Se perdió la rodera que llevaba a tus trigosy el pan que tú sembrabas no lo comen los tuyos.

Descánsate los ojos. Sueña el pobre futuroque te resta y arrópate los hombros, donde muchoa tus hijos aupabas. Desde allí descubrieronatónitos el mundofraternal cuando daban los vecinos la pazen hermosos saludos.

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Larga paz a los hombres de padre por la leña, por el fuego, a las manos de madre en la mañana reciente por el pan;

y a sus cuatro rodillas deshabitadas yapor siempre de nosotros.

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XIII

Había tanto sol en los tejados que abrieron las ventanas las vecinasy, mano sobre mano en la cayada, los viejos en sus sillas se sentaron delante de las puertas.

Al que de pie se ponga ante sus sillas y les quite este sol de su diciembre, el diablo se lo lleve.

Que se lleven los diablos al que cogió la limpia cayada de mi abuelo y le daba con ella en la cabeza,

y al que tiraba piedras a su espalda,

y al que le hizo contar en cuentas de rosario los vacíos minutos de su tiempo después de la merienda.

La merienda en que estuvo delante de su pan y su navaja, al lado de la jarra con el vino. Y nadie desplegó la servilleta en sus rodillas, ni dijo buen provecho.

Nadie dijo salud cuando bebía.

I I C R I S T A L E S R O J O S

ILlamó un día a la puertael muerto que olvidamos en sus huesos.El pobre muerto de hambre y sed y vida traía sus vacíos, su miedo por los hombros.

Buscóse los rincones preferidos,

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y le mostré lo poco que quedaba de su historia en la casa.

Porque no se durmiera, por no velar sus hoscos sueños blancos sin árboles ni ríos, le lavé las mejillas, puse en marcha su tiempo en minutos precisos, y aventé cuanto pude el polvo de sus ojos.

II

Cantaron aquel día por la tarde los pájaros del alba en primavera. Devolvieron los dioses su rocío a los tejados, y la niebla lenta- mente habitó en el bosque de abedules.

No supo abril que estaba en primaveray regresó la saviaa las hondas raíces de la tierra.No pudo abril librarse de su invierno,y anduvo el caminante perdido por las sendas.Los viejos, que ya estaban a los pechosde las madres, volvieron con tristezaa su espalda de ancianos.

No supo abril que estaba en primavera.

III

Si oyes cantar los pájaros del alba, sacúdete las sombras de la noche, que un mundo nuevo rueda para todos tras los cristales rojos y un camino republicanamente nos convoca.

Llevaos de la mano, y hasta los hombros alce el padre al hijo; al lado de su perro el campesino camine sin cansancio; y los amantes amanezcan recientes a la orilla de su aliento recíproco; y salgan los amantes al camino.

Si oís cantar los pájaros del alba.

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IV

IN MEMORIAM

(A Puig Antich)

Tan largo tiempo sin saberte hermano, tu nombre nos reúne y reconcilia. Apartados tus huesos de nosotros, repasamos la huella de tus días breves. La sombra limpia de tus puños se agiganta y empuja la carreta de los bueyes cansados de la historia. Tu palabra, sin carne, nos alienta; nos hace madrugar por el camino, repletas las alforjas de tus cosas; nos avienta los párpados de miedo.

La orden fue precisa:te cercaron sentado —¿Pudiste descansarte las rodillas?—.

Llegada ya la sombra hasta los ojos, no pudieron lavarte tus hermanas, ni arreglarte las manos por el pecho,

hermano nuestro de tan duros días.

V

Era tarde y estaba recordando las calles anegadas en abril, panza arriba un lagarto junto al niño. Yo sabía los nombres de los perros. Flotaba un burro muerto por el río. Me preguntan la hora por el amor de Dios; me detienen, por dentro me registran el cuerpo y su esqueleto, debajo de las venas...

Pero llaman a la puerta, llaman, llaman. Me escondo debajo de la cama, debajo de las manos, como el llanto de un niño; alguien abre y dice que sí estoy, que no soy un cadáver todavía. Me levanto despacio, les doy vino, me encienden un pitillo, les digo cuánto tiempo, respiro de sus humos, sus sonrisas,

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me ponen sus cartas panza arriba; a ratos comprueban mi esqueleto por los hombros, enciendo sus pitillos, cruzan las piernas, cruzo las piernas, se pasan la mano por el cráneo, me rasco la cabeza. Hablan, yo escucho, escucho, escucho, me recuerdan mi vida, ponen nombres y nombres encima de la mesa,me los cuentan con los dedos, los recuentan, nos ponemos de acuerdo en muchas cosas. Cuando marchan, me golpean los ojos con la puerta.

VI

ÁRBOL COMÚN

Planta de nuevo el árbol que arrancaste.

Te convocará el cojo que quitaba las piedras de la senda.La sombra era de todos. Tirará, si no acudes, las piedras a tu puerta.

Te convocará el perro que meaba. El tronco era de todos. Meará, si no acudes, en tu puerta.

Te convocará el hombre que en diciembre podaba. La leña era de todos. Si no acudes, hará astillas de tu puerta.

VII

Tantos mediodías hablando con los muertos,soplando el olvido de sus ojos,y hoy ya solo,desquiciado en la casa del tiempo.

Veloces horas ruedan, se agrupan en instantes,jadean hacia los últimos sótanos del alma;carcajadas martillos machácanmelas tibias, los nudillos, las canillas.El viento sin permiso,sin se puede, el viento pasa, no me avisa;

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le entrego la chaqueta sembrada de agujeros,le entrego la camisa que sudo cada día.

La sangre me salpica silencio a borbotones.

Y es raro: los muertos tienen prisa; querían olvidar, y me dejaron sin pañuelos ondulados por el viento.Lleváronse su vino y su tabaco y el polvo de los ojos.

VIII

Con hermosos saludos republicanamente viva el niño.

Y el que va y no sabe adónde y vuélvese de pronto repasando los pasos que ya diera, republicanamente diga adiós —su madre, acuclillada junto al fuego, espera despedirse—.

Que piensen los ancianos en la madre, cuando absortos mamaban de sus pechos, y no se queden fríos: no vaya a sorprenderles hoy alguna de sus muertes vecinas. Saluden los ancianos republicanamente con el niño.

Que al abuelo le lleve de la mano el nieto y que le enseñe sus apellidos nuevos y le desacostumbre de la muerte y le regrese a su cartilla vieja, como cuando decía: «me ama mi mamá».

¡Republicanamente vivan todos!

IX

Es verdad que un tiempo sin esquinas, redondo, de sí mismo se desgaja y se derrumba por las tristes laderas de la historia, que el viento de los siglos modelara, y un hombre a contratiempo trepa, le enmienda la plana a lo que pisa.

Y es cierta y repetidamente comprobada

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la chochez de los dioses, que ruedan con el tiempo;los dioses, que confunden los datos biográficos,se equivocan, no sabenpor ejemplo que al anciano se le curva la espalda de tristezao que el vientre terso de la virgenno será para siempre luz redonda.

Que no olviden los dioses que el polvo los convoca —decían por las plazas sus profetas—. Y la peste llegaba hasta las aras, en tanto que brotaban las yemas de los chopos.

Pero aún cobran los diezmos sus guardianesy, a tropeles los niños, el hambre nos acecha.

Que sepan los dioses que nos quedan, que sepan hasta siempre que es breve el hombre, mas sin fin los hijos que le siguen.

X

«Hoy, jueves, que proso estos versos» CÉSAR VALLEJO

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¿ De dónde dolor tan grande cansándome los huesos, curvándome?

Siglos hay en que me duelen las gentes, hay milenios en que me escalofrían los pobres. ¿Por dónde esta pena trizándome, calando el esqueleto? —¡Tan calahuesos el frío de estas calles!, sonrójame la estufa de mi casa—.

Jueves hay que me empapan de lluvia de tristeza. ¿Hasta dónde tanto niño triste de las madres, erosionando la alegría de los ojos?

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Estos jueves me visto de tristeza mirando soledad en los tejados.

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Tal vez naciera en jueves —no recuerdo—o me maten en jueves —no han avisado—.

Nadie me escribe en jueves. Se aburre mi chaqueta del cansancio de tanto y tanto jueves. Y hasta olvido qué parlan esos pájaros que visitan mi calle en tardes del verano.

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Ya que es jueves,César Vallejo, dejaque ausculte tus húmeros cansados.¿Quién apaleaba, hermano,tu espalda dolorida?

Sostenías a España, que cayó. Niños la buscan, están los niños llorando por el mundo.

¡Descánsate los huesos, César Vallejo, sin jueves ya!

XI

El que reza a la puerta de los templos y llama con nudillos, por si alguien le responde, ignora que los templos son túneles sombríos donde gotean las aguas del silencio.

No es tranquila esta tierra; detrás de cada tapia un perro está ladrando. ¿Por qué formaron ellos marcialmente a los niños en filas ordenados, y les dieron tambores los domingos y corpus y fiestas de guardar?

El que se sienta al borde de la vía y saca su pañuelo, por si alguien le saluda, ignora que los trenes son ríos de nostalgia donde llora la gente en soledad.

No encontrará la puerta de su casa, y no sabe hasta dónde regresar,

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el que salió con niebla y en la noche, cuando madre dormía junto al fuego y padre cavilaba entre sus hombros.

La virgen que pedía en orfandadtrabajo por las puertas y el pan que nos sobraba, no supo que por siempre quedaríasu vientre desolado.

Cercado estaba un hombre; nadie acechó detrás de las esquinas. Cuando cayó en el suelo, largamente orinaron en sus ojos. Nadie desde sus manos dijo nada ni salió de la casa con agua en el botijo.

Y otro hombre está sentado, la espalda contra el muro de la iglesia, y lentamente parte con la navaja el pan, que su perro comulga; y más tarde predica con su mano derecha, y no le pone nadie monedas en la izquierda.

I I I N O C H E C L A R A D E T U C U E R P O

A Carmina

I

Para amarte y recordar más allá de la noche tus lentos ojos, el tiempo tuyo tenso de temores, la luz herida de tus pechos, anoto los minutos locos de palabras,los silencios hondos, amontono sílabas agrias, busco lágrimas, gritos, en fila pongo versos roncos.

Y me hablas, me circundas, das rodeos dulces, repetidos,cambias el giro, lo corriges

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en tus cinco sentidos corporales.

Y vuelves a tus puntos vírgenes, como cuando partías, cuando el viento me empujaba por la espalda y te abría los ojos.

Y más tarde regresas, atropellando amaneceres perezosos, me alejas de mis centros, gravitas mi esqueleto. Y te vas finalmente —¿hasta cuándo?—, por la niebla te hundes, sin tus cinco sentidos corporales, por valles de la niebla, por bosques de la niebla, lenta caminas con tus ojos claros.

II

¿Será tu gran secreto esta noche tan lenta de tu cuerpo,reciente de tristeza?

Hoy un latir cercano golpea los cristales de la casa, donde nunca amanece.

¿Será tu soledad esta curvada espalda de la noche que acoge mis preguntascomo el pozo sin agua la piedra que lo explora ?

Sobre la noche clara de tu cuerpo levanto las hogueras de mi noche, recorro las orillas de la ausenciay la tristeza palpo de tu nombre.

III

Es hoy la lluvia de la noche un sauce de soledad sobre el radiante río de tu sueño, por donde estoy llamando a gritos y nadie me contesta,

y un álamo sin pájaros

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de donde van cayendo las hojas ateridas, a la orilla derecha de tu vientre en remanso, donde arrojo las lentas piedras de la tristeza.

IV

Si me pongo al borde de tu aliento, si recorro las orillas tristes de tus ojos, tan profunda tu noche cerraría por siempre.

De par en par al llanto tu rostro, sin tejados, sin cobijos, abierto a la lluvia, a la luz mojada de las piedras del olvido rodando hacia los valles.

Si cuentas con los dedos los días que vivimos sin pan, sin luz, sin fuego en la cocina, pienso en la tristeza de los muertos, a manos llenas repartida por los ojos, a bocajarro disparada, inmovilizando risas, cantos, carcajadas, amorosos murmullos.

V

Es verdad que tú de pozos y pozos me has sacado con piedras en el cuello, con agua hasta las manos arriba y sombras en los ojos. Y hoy no sé cómo huele la luz, yo que de ti sabía tantas cosas ayer, el brillo, por ejemplo, del aliento.

Las brumosas orillas de tu vidase esparcen sin retorno; ni siquiera te abarco el corazón, por donde tanto llanto como un agua sombría nos calaba.

VI

Hoy repaso tu vida —¡tan maduro tu tiempo!—. Hoy recorro tu cuerpo como un campo

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de trigo para el fuego.

No podrán alejarte del mundo que te dieron, ni hundirte, ni olvidarte, ni apagarte el viento que resuella por tus huesos.

Hoy palpo suave en la memoria lenta la mano que recuerdo, la lluvia sin aurora en Guadarrama; un tren perdido en túneles de tiempo buscaba la ciudad bajo la parda manta del invierno.

VII

Noches son que transcurren llanto a llanto con vieja luz purísima en tus sienes;

y se remansan hondas al borde de una aurora en los cristales rojamente ateridos de algún mundo con señas imprecisas.

Espesa soledad hoy nos envuelve y cerramos la casa —¿contra quién?—. Y el tiempo sin relojes se despliega por los largos pasillos de tu llanto.

Y hubo noches de risas clamorosas, con palabras ardientes en los labios, sin paz para tus prisas, sin tregua en tu clarísima cintura, donde hoy bebo soledad

por los hondos cristales de tu seno.

VIII

Era cuando los dioses cerraban ya sus templos y se sentaba el hombre delante de la lumbre y con el perro compartía su pan y todo su silencio; a la hora en que tú los hombros preparabas al misterio y cerrabas los ojos para la noche clara de tu cuerpo.

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Yo erraba por los valles de la niebla, perdido en los senderos de la niebla, buscándote en la noche lenta, en el agrio latido del tiempo.

Gran tristeza de un dios goteaba en los helechos.

IX

1

Llamó toda la noche la lluvia a los cristales de la casa. Rodábamos nosotros por el sueño hacia los hondos valles de la vida.

2

Por las dulces laderas de tu noche, llovía soledad cuando bajé a buscarte en la sombra profunda de tu sexo.

3

Lluvia caía a un mundo en primavera por las altas laderas de tu risa, cuando subí a buscarte en las tibias alturas de tus pechos.

4

La mañana del hombre subióse a los tejados, y ascendimos cantando a nuestro abril con árboles y pájaros y brisa en las ventanasmientras marzo esparcía las flores del almendro.

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S U M A R I O

I.- EL PAN Y LA NAVAJA

Tan bueno como el pan el pobre hombreRecordarán su muerte

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Mucho pedazo tuyo dejaste por la vida El perro de la casa, flacamente tristeTorvas pupilasHoy tiene la ciudad tanta tristezaVuelve la cabezaNo es justo que los jueces vendan sogasDiciembre del otoño y del invierno Mintieron los augures y los dioses impíosViviendo siempre en viloLOS HOMBROS, DONDE MUCHO A TUS HIJOS AUPABASHabía tanto sol en los tejados

II.-CRISTALES ROJOS

Llamó un día a la puerta Cantaron aquel día por la tarde Si oyes cantar los pájaros del alba IN MEMORIAM Era tarde y estaba recordando Á RBOL COMÚN Tantos mediodías hablando con los muertos Con hermosos saludos Es verdad que un tiempo sin esquinasDe dónde dolor tan grandeEl que reza a la puerta de los templos

III.-NOCHE CLARA DE TU CUERPO

Para amarte y recordar Será tu gran secreto Es hoy la lluvia de la noche un sauceSi me pongo al borde de tu alientoEs verdad que tú Hoy repaso tu vida Noches son que transcurren llanto a llanto Era cuando los dioses Llamó toda la noche

_________________________________se terminó de imprimir este libro

en el mes de junio de 1979en los talleres gráficos

casalo, de madrid

CONTRACUBIERTA

Francisco Álvarez Velasco nace en 1940, en Cimanes del Tejar (León). A los dieciocho años se traslada a Madrid, donde estudia Filosofía y Letras y trabaja como traductor. Después ejercerá como profesional de la docencia en Ocaña y Tarancón, y actualmente en Asturias. Tiempo de maldición es su primer libro publicado. Se ha asomado anteriormente con alguno de sus poemas a revistas como «Claraboya», «Nos queda la palabra», «Kurpi1» y «Camp de l' Arpa».

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ediciones taranto

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