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Patria y libertad Los vascos y las Guerras de Independencia de Cuba (1868-1898) Serie de historia dirigida por Emilio Majuelo

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Patria y libertadLos vascos y las Guerras de Independencia de Cuba

(1868-1898)

Serie de historia dirigida por Emilio Majuelo

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patria y libertadlos vascos y las guerras de independencia de cuba

(1868-1898)

Alexander Ugalde Zubiri (Coord.)Cecilia Arrozarena

Félix Julio Alfonso LópezJoseba Agirreazkuenaga Zigorraga

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primera edición de txalapartaTafalla, octubre de 2012

© de la edición:© del texto:© Alexander Ugalde Zubiri© Cecilia Arrozarena© Félix Julio Alfonso López© Joseba Agirreazkuenaga

editorial txalaparta, s.l.l.San Isidro 35, 1. ACódigo Postal 7831300 Tafalla nafarroaTel. 948 703 934Faxa 948 704 [email protected]

depósito legalna. 1.856-2012

isbn978-84-15313-30-4

diseño de colección y cubiertaEsteban Montorio

maquetaciónMonti

impresióngráficas lizarra s.l.Tafallako bidea, 1 km.31132 Villatuerta - Nafarroa

txalaparta

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índice

presentaciónAlexander Ugalde Zubiri (coordinador) ....................................................................................................... 9

los vascos en las guerras de independencia de cuba(glosas a una historia por escribir)

Cecilia Arrozarena ............................................................................................................................................15

la poesía oral vasca ante la revolución de independencia cubana (1895-1898)Félix Julio Alfonso López ............................................................................................................................. 161

el primer nacionalismo vasco ante la independencia de cubaAlexander Ugalde Zubiri ............................................................................................................................. 187

las instituciones representativas vascas frente a la insurrección de cuba en 1868:la formación del «tercio de voluntarios vascongados» o «legión vasca»por las diputaciones forales de araba, bizkaia y gipuzkoa

Joseba Agirreazkuenaga Zigorraga ........................................................................................................... 285

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presentación

la obra colectiva que ahora publicamos , Patria y libertad. Los vascos y las Gue-rras de Independencia de Cuba (1868-1898), es el resultado de varias investigacio-nes llevadas a cabo por cuatro autores: dos de Cuba y dos del País Vasco.

Antes de referirnos al contenido de las mismas, nos parece adecuado dar una breve explicación sobre el título dado a este libro, pues el subtítulo no nece-sita ninguna aclaración por responder fi elmente a su contenido. Hemos elegido Patria y Libertad por ser un lema martiano, más exactamente fue el título de una pequeña pieza de teatro: Patria y libertad (drama indio) . José Martí la escribió en 1877 estando en Guatemala por encargo del Gobierno de este país. Fue publicada por primera vez íntegramente en 1961 en Cuba, tras la Revolución.

Pese a su pequeña extensión –fue escrita en cinco días– es, a decir de las y los estudiosos de las obras martianas, una de sus contribuciones más acusadas en cuanto a reivindicar el legado independentista de los pueblos americanos. Según Mercedes Santos Moray, quien fuera prestigiosa historiadora y escritora cubana, se refl ejan elementos de proyección política como «la legitimidad de la rebelión popular ante el despotismo» y «la irrenunciable voluntad de libertad del pueblo». Además, «La voluntad de unir las revoluciones anticolonialistas, sus alusiones a Bolívar y también al legado aborigen, desde el heroísmo de Cuathe-moc y de Hatuey, permiten a Martí confi gurar una pieza que trasciende el hecho de la independencia guatemalteca, para trasladar el mensaje a todo el horizonte de Nuestra América». Para la también escritora de origen cubano Maricel Mayor Marsán, según valoró en una ponencia presentada en 2006 en un congreso habi-do en la Universidad de Miami, Martí «establece en esta obra una marcada rela-ción entre el derecho a la independencia de los pueblos y el deber que tienen los hombres a luchar por ella».

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El principal protagonista, Martino, es para una parte de las personas inter-vinientes un «subversivo» y un «charlatán», que tiene «teorías absurdas y alma negra» (Doña Casta); y, para otras, «un valiente y un patriota» (Coana). La pieza concluye con las siguientes palabras de Martino:

«Libres, libres como el quetzal!Libertad santa!Patria libre, Coana, esposa mía,La inmensa procesión que se levanta,Marca la feliz ruta del futuro.Ya veo el porvenir que se agiganta,Ya veo el porvenir amplio y seguro.Hombres libres serán los descendientesDe tu amor y del mío.Y, Patria y Libertad honren valientesDe Cuauhtémoc y Hatuey, con noble brío.A sostener por siempre independientes,Con las manos, las uñas y los dientes,Contra el yugo opresor de las Españas,Nuestros dos continentes;La libertad impere en mis montañas,Y la proclamen con sus murmuríos,Las aguas cristalinas de mis fuentes,Y las ondas sonoras de mis ríos!».

Valga señalar que el lema ha sido muy utilizado en distintas partes del mundo, incluso, como conocen sobradamente muchos y muchas lectoras, en Euskal Herria. Dos referencias. Una, el médico y escritor nacionalista vasco Francisco de Ulacia y Beitia (por cierto, nacido en 1863 en Santa Clara, provincia de Villa Clara, Cuba), impulsor del Partido Nacionalista Liberal Vasco (1910) y Partido Republicano Nacionalista Vasco (1911), denominó al semanario de esta organización Askatasuna. Patria y Libertad. Y dos, el partido de izquierdas Eusko Abertzale Ekintza/Acción Nacionalista Vasca (fundado en 1930) retomó el lema Aberri ta Askatasuna/Patria y Libertad , concretado, como gustaban de recordar los aeneuvistas históricos –estoy acordándome de Seber Ormaza– en la frase «Patria libre con hombres libres».

Resumiendo, en un libro que se refi era a la presencia vasca en las luchas liberadoras cubanas del xix entendemos que está plenamente justifi cado recupe-rar esa veta histórica que asocia la patria, o las patrias para quienes tienen dobles y hasta triples identidades –pienso en tantos vasco-cubanos que están, por diver-

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sos avatares, allá en la Isla, y en tantos cubano-vascos venidos al País Vasco–, con la libertad, o las libertades, individuales y colectivas.

Entrando ya a nuestras aportaciones hay que adelantar que son cuatro traba-jos sobre temáticas distintas, elaborados con diversas metodologías y con estilos heterogéneos, sin duda refl ejando las trayectorias propias de cada fi rmante. Sin embargo, están ligados por una perspectiva común: profundizar en el conoci-miento de las actitudes y comportamientos, dicho en plural pues los posiciona-mientos fueron variopintos, que los vascos –ya los que vivían en Euskal Herria, ya los que estaban afi ncados en la isla– y los vasco-cubanos –entendiendo por éstos aquellos nacidos en Cuba de descendientes vascos y las personas que por diversas circunstancias habían adoptado de alguna manera una doble identidad de pertenencia–, mantuvieron ante los acontecimientos cardinales habidos en el siglo xix en la Gran Antilla: es decir, el proceso independentista a través de varias fases y guerras.

Cabe señalar que en las últimas décadas hemos asistido en el ámbito acadé-mico e investigador a un incremento de los estudios sobre la presencia vasca en América y en torno a las relaciones del pueblo vasco con los pueblos americanos. Sin duda se ha avanzado… pero subsisten numerosas dimensiones por ser ana-lizadas. Ya quedó superado el tiempo de las lecturas plagadas de tópicos estilo «gestas vascongadas», la renovación historiográfi ca habida desde los años seten-ta –marcando un antes y un después la ya clásica Amerikanuak: Basques in the New World de William A. Douglass y Jon Bilbao– y ochenta del siglo xx permitió emplear nuevas metodologías, ampliar las temáticas objeto de atención, replan-tearse las hipótesis manejadas, dar importancia a los aspectos de índole econó-mico, social y político y subrayando las actuaciones colectivas, evitar la simplifi -cación de los complejos procesos históricos, acudir a archivos y fondos anterior-mente poco o nada utilizados, efectuar valoraciones más equilibradas, posibilitar los intercambios y las discusiones a través de congresos, comenzar a rescatar materiales y publicaciones periódicas mediante la digitalización, y combinar las averiguaciones llevadas a cabo desde diversas disciplinas, entre otros elementos.

No obstante, todavía queda mucho por averiguar. Es el caso, en nuestra opi-nión, de las relaciones pasadas y presentes vasco-cubanas en sus múltiples face-tas. De hecho, los autores y autoras reunidos en este libro seguimos cada uno por nuestra parte involucrados en el examen de aspectos derivados de la citada temá-tica. Asimismo, sabemos que otros compañeros universitarios, investigadores cubanos y vascos y de otras procedencias, están encarando investigaciones desde diversos prismas. De forma que lejos de agotarse estas temáticas que afectan a los vínculos Cuba-País Vasco, estamos seguros que en los próximos años vamos a contar con nuevos trabajos, ya sean tesis doctorales e investigaciones de enver-gadura o aportaciones y artículos puntuales, que enriquecerán y completarán la visión que ya tenemos hasta ahora. Observando la bibliografía que citaremos

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se puede apreciar el camino avanzado y, como se dice en el ámbito científi co, el estado de la cuestión.

Refi riéndonos ya al presente libro, se abre con una aportación de Cecilia Arrozarena, escritora cubana, que en 2003 nos brindó su sugerente obra El roble y la Ceiba. Historia de los vascos en Cuba , publicada en esta misma editorial. Siguiendo aquella estela, ahora contribuye con su ensayo «Los vascos en las guerras de Cuba: glosas a una historia por escribir». Partiendo de la escasez de monografías sobre el asunto de los vascos en la historia cubana, como ya hemos apuntado más arriba, su intención es la de dar a conocer «las historias» que se contienen en aquella. Su pretensión no es la de confeccionar una indagación detallada y en profundidad, con un cuño académico, diríamos que con unas hipótesis comprobadas, sino la de esbozar una serie de hechos, acontecimientos, comportamiento de personajes, situaciones y hasta curiosas anécdotas –desde algunas trágicas por sus consecuencia humanas hasta otras de un corte humorís-tico–, que en su relato van entrelazándose y componiendo una suerte de puzzle histórico. Lo referido por la autora, acorde con su intención, no queda agotado, sino que constituye una auténtica propuesta de temáticas, biografías, aspectos particulares, etc., que bien pudieran ser objeto de futuras investigaciones. En defi nitiva, como se desprende del título de su ensayo, se trata de un conjunto de glosas, notas o comentarios a una historia, conformada de pequeñas historias, que todavía no se ha escrito en toda su profundidad.

Félix Julio Alfonso López (Santa Clara, Cuba), investigador y profesor uni-versitario, con una larga trayectoria trabajando en la Ofi cina del Historiador de la Ciudad de La Habana y actualmente vicedecano docente del Colegio Universi-tario de San Gerónimo de La Habana, no es la primera vez que incursiona en los lazos vasco-cubanos. En 2006 mencionó algunas referencias a la cuestión en su artículo «La Ceiba y el Templete: historia de una polémica», dado a conocer en la revista digital Euskonews&Media, editada por Eusko Ikaskuntza (Sociedad de Estudios Vascos), y en Cuba por la también publicación electrónica La Jiribilla . Ahora ha elaborado el trabajo «La poesía anónima vasca ante la revolución de independencia cubana (1895-1898)», comentando la producción de los bertsola-ris de la época, que tanto tienen en común con los decimistas y repentistas cuba-nos, tomando como fuente documental la recopilación efectuada en su momento por Antonio Zavala en su libro Kuba’ko Gerra. Para muchos y muchas, sobre todo si han seguido la historia del bertsolarismo, este fenómeno es sabido. Ahora bien, siempre ha sido analizado desde la perspectiva que, para entendernos, pudiéra-mos llamar vasca. Consideramos que esta es la primera vez que un historiador cubano –ayudado en esta ocasión por el también historiador vasco José Miguel Arrugaeta en la tarea de las traducciones– acomete un examen desde el prisma de la «otra parte». Nos referimos a que entendemos como novedoso que la his-toriografía cubana contemple la literatura oral del entonces considerado «ene-

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migo» como fuente documental. Además, aunque esto sea conocido en Euskal Herria, puede constituir una cierta sorpresa para los lectores y lectoras cubanas acercarse a los versos orales compuestos en euskera (lengua vasca) con ocasión de las luchas de la independencia cubana y las consiguientes guerras habidas en el xix.

Alexander Ugalde, profesor de Relaciones Internacionales en la Universi-dad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea ( upv/ehu), quien suscribe esta presentación, es el autor de la investigación referida a «El primer nacionalismo vasco ante la independencia de Cuba». La pretensión era continuar indagando en un aspecto muy concreto ya mencionado hace algunos años en mi Tesis Doctoral La acción exterior del nacionalismo vasco (1890-1939): historia, pensamiento y relaciones internacionales (publicada por el Instituto Vasco de Administración Pública en 1996). Y, a la vez, dar continuidad a una de mis líneas de investiga-ción algunos de cuyos resultados divulgué en la ponencia «Las relaciones políti-cas, económicas y sociales entre Cuba y el País Vasco», presentada en la ix Con-ferencia Internacional del Centro de Estudios Europeos (La Habana, octubre de 2001); el capítulo «Los vascos ante las guerras de independencia de Cuba», publi-cado en la obra colectiva Los vascos en las independencias americanas (Ed. Oveja Negra y Fundación Centro Vasco Euskal Etxea, Bogotá, 2010); y un artículo sobre el mismo tema en la revista cubana Calibán. En el trabajo insertado en el pre-sente libro estudio cuál fue la percepción que tuvo el nacionalismo vasco de los acontecimientos habidos en Cuba; evalúo la posición anticolonialista adoptada si bien manteniendo un cierto distanciamiento de la causa emancipadora, aunque observándose algunos gestos de satisfacción por el éxito de la misma; trato de averiguar los posibles contactos habidos entre nacionalistas vascos y dirigentes del movimiento liberador isleño; y valoro la incidencia que para un nacionalismo emergente, como era el vasco, tuvo la llamada «crisis del 98» en un contexto de creciente debilidad del Estado español.

Joseba Agirreazkuenaga, catedrático de Historia Contemporánea en la Univer-sidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea ( upv/ehu), divulga la segunda parte de una investigación sostenida básicamente en informaciones extraídas de varios archivos históricos. La primera parte, titulada «Los vascos y la insurrec-ción de Cuba en 1868», fue dada a conocer en la revista de la upv/ehu Historia Contemporánea (núm. 2, 1989). Ahora tenemos la oportunidad de profundizar en dicha cuestión con su estudio acerca de «Las instituciones representativas vascas frente a la insurrección de Cuba en 1868: la formación del “Tercio de voluntarios vascongados” o “Legión vasca” por las Diputaciones forales de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa». Valga apuntar, sobre todo para el lector y lectora cubana, que si la fecha de 1868 es clave en el devenir de la isla, también supuso para el País Vasco una encrucijada por coincidir con el momento fi nal de la prolongada crisis del Antiguo Régimen en el Estado español con consecuencias notables para el enton-

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ces status de cierto autogobierno y régimen foral, cada vez más recortado a lo largo del xix, de los territorios vascos. En ese contexto, además de otros factores y condicionantes políticos, económicos, sociales... analizados por Agirreazkuena-ga, las administraciones públicas de los territorios vascos –es decir las Diputacio-nes forales de cada provincia–, por razones que también son valoradas, procedie-ron utilizando sus presupuestos fi nancieros a la constitución de dos compañías destinadas a contribuir al empeño del Gobierno central español dirigido a sofocar la insurrección cubana. Esas fuerzas militares vascas puestas al servicio y bajo el mando del Ejército español se denominaron los «Tercios de voluntarios vas-congados». Esta iniciativa no era novedosa, unos años antes, en 1859-60, ya se habían estructurado unas unidades militares muy similares para la denominada Guerra de África.

Los textos van acompañados de una serie de ilustraciones, dibujos, fotogra-fías, etc., obtenidos de la bibliografía cubana; obras relacionadas con las temáti-cas tratadas (en el Álbum Vascongado. Relación de los festejos públicos hechos por la Ciudad de La Habana en los días 2, 3 y 4 de Junio de 1869 con ocasión de llegar a ella los tercios voluntarios enviados a combatir la insurrección de la isla por las M. N. y M. L. provincias de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya , editado en 1869 en La Habana, se observan varias litografías del dibujante y caricaturista vasco afi nca-do en la isla Víctor Patricio de Landaluze); prensa vasco-americana (especialmen-te de la revista La Vasconia de Buenos Aires, que publicitó numerosos retratos de los vascos que ostentaron cargos políticos y militares en la Cuba del xix); revistas de la época; y documentación solicitada para su reproducción (cedida por el Abertzaletasunaren Agiritegia/Archivo del Nacionalismo Vasco de la Fundación Sabino Arana Fundazioa).

alexander ugalde zubiri Coordinador del libro

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Cecilia Arrozarena

Los vascos en las guerras de independencia de Cuba

(glosas a una historia por escribir)

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Grabado con los dirigentes insurrectos de 1868

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las guerras cubanas por la separación política de españa se prolongan de 1868 a 1898, unos límites cronológicos irrefutables que, sin embargo, hay que mati-zar, porque existió en la isla lucha independentista desde mucho antes del 68 y porque la intervención de los Estados Unidos frustraría, en el año 98, la construc-ción de un Estado independiente en la isla.

Las Guerras de Independencia o Guerra de los Treinta Años se dividen en tres periodos:

1) 1868-1878, a partir de la insurrección del 68, es el periodo de la Guerra Grande o Guerra de los Diez Años, que se clausura con el Pacto de Zanjón.

2) 1878-1895 es un periodo interguerras que la historiografía cubana, toman-do palabras de José Martí, denomina Reposo Turbulento o Tregua Fecun-da. A pesar de haberse fi rmado la paz, se producen intentos de reanudar la guerra con la Protesta de Baraguá en 1878, la Guerra Chiquita en 1879 y 1880, y diversos desembarcos como por ejemplo el de Ramón Leocadio Bonachea en 1884.

3) 1895-1898, a partir del alzamiento independentista del 24 de febrero del 95, concebido por José Martí.

En plena guerra por la independencia, en abril de 1898, se produce la inter-vención de los Estados Unidos y se desata lo que se ha llamado Guerra Hispano-Norteamericana y que, más acertadamente, podría llamarse Guerra Hispano-Cubano-Estadounidense, que puede considerarse una cuarta etapa de la guerra.

la larga guerra por la independencia

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El himno de la insurrección

A partir del 10 de octubre de 1868, con el acto insurreccional de La Demajagua, la escaramuza de Yara, el alzamiento en diversos puntos de Oriente y la toma de Jiguaní, Baire y otros lugares, la guerra se extendió como un incendio por los cañaverales. Carlos Manuel de Céspedes marchó sobre Barrancas y atacó Baya-mo, que fue ocupada por los insurrectos al rendirse el gobernador, coronel Julián Udaeta.

El himno de la insurrección había sido compuesto, en agosto de 1867, a semejanza de La Marsellesa por Perucho Figueredo. Se cuenta que en cierta oca-sión, habiendo escuchado aquella música, aunque cantada con una letra popular, el gobernador de Bayamo comentó: «Suena a himno de guerra...».

Más tarde, Julián Udaeta Arechavala, rendido gobernador de la villa, prisio-nero de los insurrectos, escuchó el himno cantado con la letra correspondiente y comprendió que había acertado en aquella intuición.

Francisco Lersundi

Francisco Lersundi y Ormaechea, nació en 1817, en Valencia según algunos, y a bordo de un buque entre las borrascosas olas del Cantábrico según otros. Hijo de un general que se distinguió en las gue-rras contra los franceses, pasó su infancia en Deva y estudiaba en el Seminario de Vergara cuando, al iniciarse en 1833 la primera contienda carlista, se integró a un batallón de chapelgorris organizado por la Diputación de Guipúzcoa. A partir de 1835 se distinguió en sangrientos com-bates como los de Garbera, Oriamendi y Andoain, siendo herido repetidamente y acabando la campaña como teniente coro-nel. En 1851, después de haber servido a la corona reprimiendo sublevaciones en

diversos puntos del Estado, fue nombrado ministro de la Guerra. En 1853 formó Gobierno, ocupando, además de la presidencia del Consejo, las carteras de Gue-rra y de Estado, pero su gobierno cayó enseguida. En 1866, Leopoldo O’Donnell,

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quizá por temor a verse desplazado de la presidencia por Francisco Lersundi, destinó a este a Cuba como capitán general de la isla.

De mayo a noviembre de 1866, su política en Cuba fue dura y desacertada, bien recibida por el integrismo español, solo sirvió para enardecer a los separa-tistas. Volvió a la capitanía general de la isla en diciembre de 1867 con la misión de mejorar la maltrecha hacienda de la colonia y controlar el orden público. Se le acusó de favorecer la trata de esclavos, prohibió la lectura en las tabaquerías, sos-tuvo hostiles relaciones con el obispo de La Habana, Jacinto María Martínez, fue incapaz a la hora de abortar la insurrección independentista que lo sorprendió en el 68, y muy torpe a la hora de negociar un empréstito de Norteamérica o Inglate-rra con la garantía de los bienes de Cuba.

Cuando estalló la revolución liberal del 19 de septiembre de 1868 en España, todas las corrientes políticas se dieron prisa por agenciarse apoyo en la isla. Los revolucionarios trataron de enganchar al capitán general Francisco Lersundi, respaldándolo como jefe de la isla. La destronada reina Isabel ii, que había sido sorprendida por la revolución mientras descansaba con su familia en Lequeitio, le telegrafi ó rogándole y ordenándole que evitara pronunciamientos en la isla. Pero también recibió el mensaje del pretendiente carlista al trono Carlos de Bor-bón, quien considerándose genuino rey de España, pretendió nombrar Virrey de las Antillas a Lersundi y concederle una autonomía política a la isla. Carlos de Borbón llegó a nombrar gobernador civil a Miguel Aldama, con la evidente inten-ción de atraer apoyos criollos. Pero Lersundi se mantuvo defi nitivamente leal a Isabel ii, creyendo que la revolución de septiembre sería un movimiento pasa-jero1. En cuanto a la insurrección cubana, reaccionó combatiendo con la mayor dureza no solo militarmente contra los alzados en Oriente sino reprimiendo des-piadadamente cualquier vestigio de independentismo o incluso de reformismo.

Disponiendo de pocos hombres en el Ejército de Cuba, unos 7.000 de los 22.000 presupuestados, movilizó fuerzas de voluntarios locales que pronto llega-ría a sumar 35.000 efectivos. Los voluntarios, reclutados mayoritariamente entre la población de origen peninsular, adquirieron un poder extraordinario y actua-rían de una manera extremadamente reaccionaria e implacable a lo largo de toda la guerra, constituyendo una fuerza enfrentada a la insurrección, pero también a cualquier política liberal o moderada.

En cuanto al ejército regular, Lersundi lo puso en manos de su segundo cabo y jefe de operaciones en Oriente, el conde de Valmaseda, que actuó siguiendo sus directrices de guerra a muerte, convirtiendo la contienda en crudelísima desde sus inicios.

1.- Pirala, Antonio: Anales de la Guerra de Cuba, (editor Felipe González Rojas), Madrid, 1895, t. i. En las pági-nas 308-311 se recogen los telegramas y cartas que el general Francisco Lersundi recibió por este motivo.

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Francisco Lersundi fue sustituido por el general Domingo Dulce el 4 de enero de 1869, dejando todavía en el salón del trono de su Palacio de Gobierno un retrato de Isabel ii. Vuelto a la península, conspiró para promover al trono a Alfonso de Borbón, hijo de Isabel ii. Ya casi retirado de la vida pública, aún quiso desbaratar el plan carlista en 1872, favoreciendo en Vitoria la causa de Alfonso xii; después se apartó defi nitivamente de la política. A causa de los achaques que le producían las antiguas heridas sufridas en la Primera Guerra Carlista, murió en Bayona el 17 de noviembre de 1874.

La Sociedad Vascongada de Matanzas

El desencadenamiento de la revolución de 1868 coincide en el tiempo con la efímera constitución de la primera asociación vasca de la que se tenga noticia en Cuba. En el fondo de asociaciones del Archivo Histórico Provincial de Matanzas se encuentra el expediente relativo a la Sociedad Vascongada de Matanzas , cons-tituida en 1868, una década antes de que se creara la Asociación Vasco-Navarra de Benefi cencia de La Habana.

La Sociedad Vascongada de Matanzas duró solo un año, y con autorización vigilada, pues debía reunirse en presencia del jefe de la policía de la ciudad, pre-vio permiso del Gobernador Provincial. La asociación acabó por disolverse en abril de 1869.

Los indianos

A la hora de hablar de los vascos en Cuba hay que hablar de los indianos. Se llamaba indianos a hombres que habían ido a América o a Filipinas a enriquecer-se y, habiéndolo conseguido, regresaban a la tierra natal, para vivir de las rentas, manteniendo sus propiedades en las colonias o bien vendiendo sus propiedades de ultramar para invertir el dinero en la península.

A partir de 1868, con la Guerra de Independencia encendida, muchos hacen-dados y comerciantes vendieron sus propiedades y volvieron a la península para realizar allí grandes inversiones. De Cataluña se dice que fueron precisamente esos capitales repatriados de Cuba los que facilitaron el crecimiento económico industrial y comercial que se produjo en esos años sobre todo en Barcelona 2. Del

2.- Maluquer de Motes, Jordi: «La burguesía catalana y la esclavitud en Cuba», Revista de la Biblioteca Nacional José Martí , La Habana, mayo-agosto 1976. Para un análisis más general del tema es interesante el libro: Fontana, Josep: Cambios económicos y actitudes políticas en la España del siglo xix, Editorial Ariel, Barce-lona, 1973.

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País Vasco, y del área de Bilbao especialmente, podría afi rmarse lo mismo, y no debe ser casualidad que Manuel Calvo Aguirre fuera de Portugalete.

Los indianos mantenían sus industrias y sus comercios vinculados a las colonias, y tenían gran infl uencia sobre las decisiones políticas que se tomaban en relación a ese ámbito. Una de sus líneas de actuación consistió en lograr que los productos peninsulares pudieran colocarse libres de impuestos en Cuba, y lograron que se implantaran los aranceles de 1882, en contra del librecambio que preferían los productores cubanos. Gracias a estas medidas, las exportaciones españolas a Cuba crecieron en un 60% en 1885 y en un 122% en 1886. Ese crite-rio arancelario que tanto le favorecía a la burguesía peninsular explica su radical oposición, no solo a la independencia de la isla sino a cualquier reforma de signo autonomista.

Evidentemente, los intereses de la burguesía, en pleno ascenso, se vincula-ban a la política. Buscaron infatigablemente la más efi ciente manera de acomo-dar la política a la defensa de sus propios intereses. En Cuba, la burguesía espa-ñola se benefi ció no solo del régimen colonial en tiempo de paz sino incluso de la propia guerra. La industria algodonera catalana se benefi ció de la demanda de telas para los uniformes de los soldados que venían a combatir contra la insurrec-ción. La Compañía Trasatlántica de Antonio López y Manuel Calvo, por su parte, se enriqueció con el transporte de tropas. Ni siquiera la derrota en la guerra evito que se siguieran lucrando, sino al contrario, pues la Trasatlántica obtuvo benefi -cios millonarios de la repatriación de militares y civiles españoles. Entre los vas-cos: Julián Zulueta, Manuel Calvo...

Julián de Zulueta

Julián de Zulueta y Amondo nació en Anúcita, Araba, en 1814. Se educó en Vitoria y en 1832 emigró a Cuba para practicar el comercio. En 1842 contrajo matrimonio con Francisca Samá, hija de una potentada familia catalana que for-maba parte de la oligarquía esclavista. Pronto acumuló una gran fortuna median-te diversos negocios, entre los que no se excluía el tráfi co de personas.

Los Zulueta gozaron de la fama de ser los más destacados comerciantes clan-destinos de esclavos del siglo xix3. Hay que señalar que de 1815 a 1865 habían llegado más de medio millón de esclavos a Cuba, y todavía en 1871 se embarca-

3.- Fue famoso el proceso que se le siguió a Pedro de Zulueta a partir de 1843 en Londres, juicio que se dio a conocer en un libro titulado Trial of Pedro Zulueta, Jun, on a charge of Slave Trading. Julián de Zulueta, por su parte, recibía el califi cativo de «notorious slave dealer» en los informes ingleses sobre tráfi co de esclavos de 1853, y llegó a ser expulsado de Cuba a la península por el capitán general Valentín Cañedo «por sus excesivas actividades esclavistas».

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ban esclavos bozales para los porfi ados negreros de La Habana. Julián de Zulueta fue, además, uno de los promotores de la importación de mano de obra china: entre 1847 y 1874 llegarían a Cuba 124.813 chinos.

Era también un pujante industrial, propietario de tres grandísimas hacien-das, una de ellas muy extensa, llamada Álava, fundada en 1845, con 600 esclavos, 12 máquinas de vapor, 3 trenes Derosne y una producción anual de 20.000 cajas de azúcar en 1855. Álava era una de las haciendas de mayor productividad, con más de 33 cajas por esclavo. Las otras dos haciendas también eran considerables, se llamaban La Habana y Vizcaya. Este patrimonio se vio considerablemente incrementado gracias a las difi cultades que ocasionaron la supresión del Privi-legio de Ingenios y la crisis económica de 1866. Como miembro de la Junta de la Deuda del Tesoro, Julián de Zulueta estuvo muy al tanto de los embargos que se decretaron y acrecentaron sus propiedades azucareras adquiriendo ingenios como los llamados España o Zaza. Después de la Revolución de Yara en 1868, y prevista la abolición de la esclavitud con el avance de la industrialización, Julián de Zulueta fue uno de los promotores de la transformación técnico mecánica de la producción azucarera.

Se dice que fue consultado por Blas de Villate, el Conde de Valmaseda, y res-pondió: «A los cubanos conviene darles todo, todo menos la independencia». En esa línea suscribió, en 1869, la Memoria que Antonio Bachiller y Morales leyera en la reunión sostenida entre integristas y reformistas en la residencia del Mar-qués de Campo Florido, considerando que los habitantes de las colonias deben autogobernarse pues «esa autonomía colonial es tanto más provechosa para la metrópoli que para la misma colonia...».

Llegó a convertirse en portavoz de los intereses de la burguesía industrial-comercial española en Cuba. Fue miembro de la Junta General de Hacendados y presidente del Círculo de Hacendados de la Isla de Cuba, constituido en 1878, «para el adelantamiento de la riqueza pública y privada y mejoramiento de la agri-cultura y fabricación del azúcar, así como para la representación de los grandes intereses de la comunidad de hacendados, en los casos de interés general», según se lee en escrito fi rmado por el propio Julián de Zulueta y Francisco F. Ibáñez.

Sus intereses eran tan generales que en el inventario de bienes que Julián de Zulueta realizó en 1864, en ocasión de su segundo matrimonio, reveló una fortu-na ascendente a 104.298.643 reales. Más comprensible es, una cifra más humana, el número de sus esclavos, que eran 1.475 en 1857, y superaron los 2.000 en varios censos. Como político, ocupó muy diversos y altos cargos en el gobierno de La Habana, pero también fue electo a las Cortes de 1876 por Araba. Y como premio seguramente a su poder económico y político, fue condecorado con las cruces de Isabel la Católica y de Carlos iii, además de concedérsele títulos como marqués de Álava y vizconde de Casablanca.

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Murió en 1878, en Colón, según Francisco Calcagno, cerca del cruce de las calles Adriani (actual José Martí) y Real (actual Gonzalo de Quesada), al caerse de su caballo; y en La Habana, según la versión de Levi Marrero, después de haber sido «coceado por una mula». Calcagno comentó así su muerte: «Sobrio, longáni-mo, laborioso, metódico, debió vivir largos años, pero una caída de caballo cuan-do acudía á urgencias del servicio público, vino á abreviar su meritoria vida».

Julián de Zulueta fue uno de los promotores del derribo de las vetustas murallas que separaban La Habana antigua de la nueva, de manera que pudo incluso especular en urbanismo, dando lugar a que una calle de la ciudad recibie-ra su apellido. En la provincia de Las Villas, el ilustre negrero no solo fi nanció la construcción del tren de Placetas a Caibarién, sino que promovió una población que, en esa ruta ferroviaria, erigida sobre antiguos barracones de esclavos, aún hoy lleva también su nombre.

Salustiano Olozaga

Salustiano Olozaga Almandoz aparece en la historia ofi cial española como político liberal y progresista, pero su comportamiento es un refl ejo de las desa-bridas contradicciones que ha arrastrado el liberalismo español a lo largo de su historia. Nació en Oyón, Araba, en 1805. Estudió en Zaragoza y Madrid y ejerció la abogacía en Logroño. En 1831 fue encarcelado y huyó a Francia, para volver a la muerte de Fernando vii, asumiendo diversas responsabilidades en nombre del Partido Liberal. En 1840 fue nombrado embajador en París, al año siguiente regresó y encabezó la oposición progresista contra Espartero, logrando la caída del general en 1843. Entonces subió al poder la coalición progresista-moderada, siendo elegido presidente del Congreso. Decidió conseguir el poder para un gobierno puramente progresista y, derrotado en las Cortes, obtuvo de la reina Isabel ii, de solo catorce años de edad, un decreto de disolución de las mismas.

Fue acusado de haber consegui-do el decreto mediante presión a la reina y fue desterrado. Volvió a la península en 1848. Duran-te el Bienio Progresista ocupa el puesto de embajador en París, y forma parte de las Cortes Consti-tuyentes, siendo además ponente constitucional, teniendo una muy activa participación en la vida política española hasta que fallece en 1873.

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Fue uno de los oradores más elocuentes, convincentes y acerados de su tiempo. Son también memorables algunos de sus escritos, como su Juicio sobre los fueros vascos y sus Cartas dirigidas a S. M. la Reina doña María Cristina de Borbón , sobre la situación política en el País Vasco, escritas en 1839 y 1841 respectivamente.

En relación con Cuba, es de señalar que fue presidente de la Sociedad Aboli-cionista Española. A pesar de su liberalismo, Salustiano Olozaga estaba vincula-do a los intereses de la burguesía esclavista en Cuba, y mantenía relaciones con gente como Domingo de Aldama. Y la Sociedad Abolicionista Española se sintió traicionada cuando él, en un mitin abolicionista en septiembre de 1868, propuso la libertad para los esclavos nacidos después del 29 de septiembre de ese año. Esa proposición le costó, lógicamente, la presidencia de la sociedad.

Uno de los temas que llama agudamente la atención en aquel tiempo es el del comportamiento del liberalismo español con respecto al sistema esclavista, tan acosado ya por el abolicionismo inglés. El liberalismo español fue, a pesar de los discursos, impasiblemente codicioso al avalar la continuidad de la esclavitud en sus colonias.

Antonio Dorregaray

Antonio Dorregaray, teniente coronel del Ejército español y luego general carlista fue nombrado teniente gobernador de Colón, el 14 de enero de 1868. Muy católico, apenas tomó posesión de su cargo, y viendo paralizada la construc-ción de la iglesia, se fue a la capital de la isla a ver a su paisano Francisco Lersun-di y pedirle dinero para la obra.

Pronto tuvo que abandonar la tenencia de gobierno y la comandancia militar del lugar por disposición superior y se marchó a la península, en donde, según Pelayo Villanueva en su Historia de Colón , «su ferviente ardor religioso y la infl uencia de su origen vizcaíno, lo hicieron abandonar su puesto en el ejército regular español, para unirse al carlismo».

Domingo Dulce y Garay

Domingo Dulce había venido a Cuba como representante de la revolución de septiembre, llamada La Gloriosa, y pretendía hacer reformas. En su mando ante-rior Domingo Dulce y Garay se había ganado ya la animadversión de los grandes hacendados al perseguir el tráfi co clandestino de esclavos, pues esa decisión suya de acabar con el trafi co de negros chocó frontalmente con los intereses de gente como Julián Zulueta, y hubo una gran campaña tanto en Madrid como en Cuba en contra de sus reformas.

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Domingo Dulce se empeñó ahora en eliminar la insurrección independentista con métodos con-ciliatorios. No solo fracasó a la hora de frustrar la revolución con propuestas pacifi cadoras, sino que se ganó la hostilidad de los volun-tarios, que lo juzgaban demasiado benévolo y componedor. Los bata-llones voluntarios, que habían sido reorganizados por Francisco de Lersundi y a cuyo frente se encon-traban personajes como los acau-dalados Julián de Zulueta, Manuel

Calvo y Julio Apezteguía, protagonizaron violentas escenas de devastación, como los sucesos del Teatro Villanueva, en que atacaron una representación teatral que ellos consideraron que hería el honor de España, para después atacar el Café El Louvre, centro frecuentado por la juventud criolla, y las casas de Leonardo Del-monte y Miguel Aldama. Pues a este, hijo de Domingo de Aldama, lo considera-ban cabecilla del reformismo.

«Aquella noche vi con pena y amargura que tenía el deber y la necesidad de combatir dos insurrecciones; una armada en el campo, contra la integridad del territorio, y otra dentro de la ciudad, guarecida en la impunidad de sus fusiles, contra la marcha política del Gobierno...».

Domingo Dulce, quien escribiría después esas palabras, contaba con 97 soldados de caballería y 187 guardias civiles, y los voluntarios reunían 5.000 hombres. El 25 de mayo los voluntarios del comercio lo tomaron preso y en la madrugada del 2 de junio de 1869 lo obligaron a dimitir. Enfermo de cáncer y sin fuerzas para resistir, se plegó a las exigencias de los españoles intransigentes, pero no sin dejar caer estas premonitorias palabras: «Está bien, voy a renunciar, pero registrad esta data. Hoy empieza España a perder la isla de Cuba».

El Comité Español

En octubre de 1868, ante los avances del abolicionismo y temerosa de que sus privilegios fueran inhabilitados, la elite azucarera creó en Madrid la Junta Cubana, presidida por José Joaquín Arrieta, propietario de uno de los mayores y mejores ingenios de la isla, el Flor de Cuba, y tratante de negros y de chinos. Los elementos más poderosos de la oligarquía azucarera estaban organizados en el Comité Español. Pero los comerciantes españoles, que no se sentían representa-

Orquesta lajera que tocaba en el Teatro Villanueva

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dos por aquellos, preocupados por el rumbo de las cosas organizaron en marzo de 1869 el Casino Español, que se convertiría pronto en el grupo de presión más reaccionario e intransigente de la isla, instrumentalizando como fuerza de cho-que al Cuerpo de Voluntarios.

Organizado por el general Manuel Gutiérrez de la Concha, el Cuerpo de Voluntarios o Nobles Vecinos fue revitalizado apresuradamente por el capitán general Francisco Lersundi en 1868. Integrado mayoritariamente por empleados y dependientes de casas comerciales españoles, recién venidos e incultos muchos de ellos, pero con la arrogancia de saberse representantes de la metrópoli y con la aspiración de convertirse algún día en propietarios y grandes comerciantes, pasando de la trastienda a la dirección de algún negocio, como lo habían hecho anteriormente sus patrones. El sentimiento de superioridad con respecto a los criollos se mezclaba con el de inferioridad frente a los cubanos ilustrados, a los que miraban con infi nito desprecio. El Cuerpo de Voluntarios cometería las mayores abusos de poder y atrocidades, sobre todo en La Habana, donde se con-centraba la mayor parte de la población peninsular.

Todos los que tenían algo que perder si Cuba dejaba de ser española se vin-cularon a los Casinos Españoles que se fundaron no para diversión y entreteni-miento sino con objetivos políticos puntuales. Y en la península, para el mismo fi n crearon los llamados Círculos Hispano-Ultramarinos 4. Para defender sus inte-reses políticos en la península eligieron a Manuel Calvo, un hombre «de irresisti-ble infl uencia», según se decía.

Manuel Calvo Aguirre

Manuel Calvo fue el mandatario orgánico oculto de la burguesía colonial 5, continuando de alguna manera del papel de Julián de Zulueta, aunque prefi rió siempre mover sus hilos desde la sombra. Se puede considerar a aquel como heredero de este en sentido general, pero no solo en sentido abstracto, pues al morir Zulueta en mayo de 1878 al menos dos de los hijos de su primer matrimo-nio dieron un poder a Calvo para «administrar, dirigir y gobernar sus bienes».

Manuel Calvo Aguirre nació en Portugalete en 1817, llegó a Cuba en 1831 y, según se dice, tuvo que empezar muy joven en trabajos duros y esforzados. En 1839 estaba vinculado ya a los hermanos Antonio y Claudio López en el comer-cio de productos coloniales en Santiago de Cuba, pero en 1843 ya se hallaba

4.- Justiz y del Valle, Tomás: Los centros hispano-ultramarinos, El siglo xx, La Habana, 1943.

5.- María del Carmen Barcia Zequeira ha estudiado el papel de Manuel Calvo Aguirre en los grupos de presión integrista en el libro Élites y grupos de presión: Cuba 1868-1898 , Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1998.

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inscrito como comerciante en La Haba-na. En 1848 fundó con Antonio López y Patricio Satrústegui la Compañía de Navegación Transatlántica, que navega-ba con barcos veleros. En 1850 tenía ya un gran capital en la Empresa de Fomen-to de la Costa Sur, con almacenes en la costa sur occidental, con dos buques de vapor, una goleta, cinco botes y diversos terrenos y edifi cios. Invirtió en la indus-tria azucarera y en los ferrocarriles y su capital y sus propiedades fueron incre-mentándose aceleradamente.

A partir de 1868 Calvo, una eminen-cia gris capaz de proceder en las situa-ciones más adversas, se convirtió en el defensor a ultranza en Madrid de los intereses económicos, sociales y políti-cos de los sectores más españolistas y

reaccionarios, intereses que incluían el mantenimiento de la esclavitud y el envío masivo de tropas a la isla. Para ejercer su presión, Manuel Calvo se relaciona-ba con gente tan disímil como Emilio Castelar, Francisco Pi i Margall, Antonio Cánovas del Castillo, Práxedes Mateo Sagasta, Francisco Serrano, Manuel Bece-rra, Juan Bautista Topete y demás, aunque eludiendo cualquier tipo de publici-dad. Dispuso de grandes caudales para sus encubiertas gestiones personales y para fundar en 1870 la revista La integridad española , que más tarde se llamaría Cuba española . En 1873 y 1874, cuando el dominio republicano puso en riesgo los intereses de los integristas españoles en Cuba, para apoyar el envío de tropas y posponer la ejecución de las reformas.

Efectivamente, logró que cualquier reforma sociopolítica fuera aplazada mientras durase la insurrección anticolonial en la isla, es decir, retrasó la abo-lición de la esclavitud, y también logró que se incrementara el envío de tropas. Era, sin embargo, un hombre realista, un hombre que al menos se preguntaba: «¿Conviene hoy al Partido Español Cubano sostener un principio como principio indefendible y manifestarse a los ojos del mundo, esclavista incondicional?».

El envío de tropas a la isla era muy importante para el sector integrista, pues garantizaba el dominio sobre la isla, y no contradecía los intereses personales de Manuel Calvo, pues este formaba parte del negocio de los vapores-correo que trasladaban a Cuba a los desdichados quintos. En noviembre de 1869 se encon-traba en Cádiz gestionando el embarque de 36.000 soldados, la mayoría de los cuales serían trasladados en vapores de la compañía de su viejo socio Antonio

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López y Cía. En septiembre de 1870 declaraba haber embarcado para la isla a cerca de 90.000 peninsulares. Logró articular, mediante dinero procedente de Cuba, una amplia red de defensa de los intereses integristas.

Cuando regresó a Cuba, Manuel Calvo fue recibido calurosamente por los miem-bros del Casino Español y del Cuerpo de Voluntarios. La revista El moro Muza publicó unos versos en los que aseveraba que Manuel Calvo tenía pelo y ninguno de tonto, pues había puesto a salvo el honor de la colonia y de la enseña española.

Emiliano Izaguirre

El 13 de octubre de 1868 el padre Jerónimo Emiliano Izaguirre bendijo la bandera y las armas de Cuba en la pequeña población de Barrancas, cerca de Bayamo, para acto seguido cerrar su iglesia y unirse a la insurrección. Así desapa-reció en las llamas de la guerra.

Federico Muguruza

Tomada Jiguaní por los insurrectos, el teniente gobernador de la población, capitán Federico Muguruza Lersundi, fue hecho prisionero junto con sus solda-dos y, posteriormente, puesto en libertad.

Juan Daniel Araoz

El 1 de marzo de 1869 fue fusilado en la villa de Sagua la Grande, detrás de la cárcel, junto a un árbol, Juan Daniel Araoz, miembro de la partida del general Adolfo Cavada.

El joven Juan Daniel Araoz demostró mucha entereza hasta en sus últimos instan-tes, pues llegando al lugar de la ejecución y habiéndosele ordenado que se pusiera de espaldas para que se cumpliese la senten-cia dictada por el Consejo de Guerra, dijo con fi rmeza al fi scal de la causa: «¡No tengo que volverme de espalda, porque no soy trai-dor!». Inmediatamente sonó la descarga y cayó muerto el joven, primera víctima de la insurrección en Sagua. Dicen que fue un día

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muy triste en la zona, con tangible sentimiento y duelo incluso en las familias de origen peninsular.

Miguel Ibargaray

Los insurrectos cubanos se encontraron divididos ya desde el principio de la guerra entre negociadores e intransigentes, como los propios españoles. Augusto Arango, sustituido ya como jefe de Camaguey, se mostraba favorable a entre-vistarse con comisionados de Domingo Dulce. Cuando el 18 de enero de 1869 el Comité Camagueyano se negó a discutir sobre ninguna otra cosa que no fuera la independencia, Augusto Arango no cedió en su iniciativa y, contando con un salvoconducto que le facilitó el Teniente Gobernador de Nuevitas, el 26 de enero llegó a la ciudad de Puerto Príncipe para abrir negociaciones con los mandos españoles. Iba Augusto Arango acompañado por otra persona, y ambos desar-mados, siendo detenidos a la entrada de la ciudad, en el Casino Campestre, por varios agentes de policía. Allí mismo fueron asesinados por Miguel Ibargaray, comisario de policía, y sus ensangrentados cadáveres fueron paseados por las calles de la ciudad.

Jacinto María Martínez

El 27 de octubre de 1865 llegó a Cuba como nuevo obispo de la Dióce-sis de La Habana Jacinto María Martí-nez y Sáenz.

Había nacido en Peñacerrada, Araba, en 1812. Militó bajo la bande-ra del carlismo y se cuenta que había sido herido, conservando como conse-cuencia un defecto en el andar que le provocaría un apodo burlesco. Profesor de Teología en Toledo y Roma, fraile capuchino, a partir de 1843 fray Jacinto María Martínez había andado como misionero por México y Venezuela, y llegó a Cuba por primera vez en 1847 para permanecer ininterrumpidamen-

te hasta 1858, siendo capellán del Hospital de Coléricos de La Habana y párroco de San Carlos en Matanzas, de manera que conocía bien la isla.

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Al hacerse cargo de la Diócesis Episcopal de La Habana en 1865 realizó una visita pastoral, poniendo un extraordinario empeño en la construcción o recons-trucción de iglesias, pues los templos cubanos eran en general de una sola nave y él proponía edifi cios de tres naves para irradiar solemnidad y hacer así más honor al Altísimo. Otro de los grandes proyectos en los que se enfrascó fue la construcción del nuevo cementerio, pues ya no cabían más cadáveres en el de Espada.

Cuando Francisco de Lersundi, investido capitán general por segunda vez, organizó una gira a lo largo de la isla, Martínez prohibió a los párrocos que se tocaran las campanas de las iglesias a la entrada del gobernador a las poblacio-nes, «por ser honor ridículo que ni a sus majestades se dispensaba, y debía sólo reservarse al diocesano» 6. La disputa entre autoridades políticas y religiosas se prolongó y llegó al punto de que en Sancti Spíritus Lersundi ordenó el arresto de un cura que se había negado terminantemente a hacer resonar las campanas. Lla-mado a rectifi car por el propio capitán general, el obispo prescribió a sus párro-cos que hicieran repicar las campanas cuando el capitán general lo ordenara, lo que enfadó aún más a Francisco Lersundi. Este preparó un buque para deportar al obispo a Puerto Rico, pero el gobierno de la metrópoli sustituyó esa medida por la del regreso del prelado a la península.

Con la insurrección, la disputa entre Lersundi y Martínez adquirió tintes más atropellados. Volvió el obispo a la isla una vez iniciada la guerra y desen-cadenada la represión. Las detenciones y los fusilamientos sumarios estaban a la orden del día, el párroco de San Cristóbal, por ejemplo, Pedro Nolasco Albe-rre, fue detenido a pesar de sus 82 años de edad y encerrado en La Cabaña. El párroco de Cumanayagua, Francisco Esquembre, había sido fusilado por rebelde. Jacinto María Martínez intentó aplacar los ánimos y proponer concordias, pro-puestas que podían más que traer su propia desgracia. Dirigió esta carta al capi-tán general:

«Exmo. Señor: Tengo la honra de poner en manos de V. E. la adjunta exposi-ción que le dirijo, suplicándole que mire con piedad a los desgraciados habitantes de mi Diócesis que han tenido la desdicha de implicarse en asuntos políticos y salen uno de estos días para Fernando Poo.

Es seguro, Exmo. Señor, que estos desdichados van a morir todos, y quizás antes de llegar a aquel país mortífero fallecerá más de uno en el trayecto que tie-nen que hacer desde Canarias a Cabo Verde hasta Fernando Poo.

Yo me permito insinuar a V. E. que la medida de deportación de tantos individuos de buena familia a una isla africana cuyas condiciones mortíferas son conocidas de toda Europa y de los Estados Unidos, puede dar ocasión a que los

6.- Zaragoza, Justo: Las insurrecciones en Cuba, Madrid, 1873, 2 tomos, p. 202 del primer tomo.

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pueblos civilizados arrojen sobre España el negro estigma de la dureza de cora-zón y del oscurantismo y de otras cosas con que nos regalan, aún cuando no hay motivos, los extranjeros del Viejo y del Nuevo Mundo.

Una vera de gloria adquiriría V. E. si al llegar a Canarias el buque de guerra donde van los deportados, encontrasen allá una amnistía, relativa a lo menos, como digo a V. E. en mi exposición, disponiendo que, en vez de ir a Fernando Poo, se queden en Canarias o pasasen a las Baleares.

Arduo negocio es este de las deportaciones Exmo. Señor; y si hay peligro en que esos hombres que han conspirado se queden en esta, creo que mayores y más trascendentales en política van a suscitarse con la deportación a un paraje donde es bien sabido de todos que sólo se va a morir. Bien comprende V. E. que estas líneas últimas están dictadas por consideraciones de honra a la Nación, aña-diéndolas como incidente a lo que me propongo conseguir y suplico como padre de mis fi eles; pero soy español, y es justo que abogue también por el buen nom-bre de mi patria. –Dios guarde a V. E. –Habana 15 de marzo de 1869. –Fr. Jacinto Martínez, Obispo de La Habana».

Escribió varias cartas como esta, cartas sencillas, humanamente piadosas y políticamente previsoras. Sin embargo, haber criticado el fusilamiento y la depor-tación de civiles a enclaves españoles de África sirvió para acusar al obispo de connivencia con los revolucionarios.

Jacinto María Martínez no era en realidad lo que se dice un revolucionario. Al contrario, en sus cartas pastorales desacreditaba abiertamente la insurrección cubana: «Estáis sufriendo, muy amados hijos, los males de una guerra injusta, promovida por hombres extraños á nuestra nacionalidad, á nuestra lengua, á nuestras tradiciones, y quizás á nuestra fé, quienes han alucinado á algunos de nuestros hermanos, arrojándolos a un combate, en el cual, faltos de justicia y de derecho, no podrán encontrar sino su propia ruina y la destrucción de sus fami-lias». Además, daba una sexta parte de su renta para mantener a los voluntarios. Paradójicamente, fue acusado por estos de colaborar económicamente con la insurrección independentista. «Se ha descubierto que el obispo de La Habana está en connivencia con los insurrectos, y que les envía cada mes seis mil pesos», imputaba calumniosamente un diario madrileño, convirtiéndose en uno de los objetos de la belicosa furia integrista, a la que contribuyeron líbelos habaneros como El Moro Muza y Juan Palomo con las más groseras caricaturas.

En abril de 1869 recibió la orden de embarcar en el apremiante plazo de tres días, teniendo que abandonar la isla el 15 de abril de 1869. Además de mal español, las autoridades coloniales lo acusaron de llevar grandes sumas de dinero pertenecientes a la diócesis, dinero que pretendía supuestamente regalar al Papa. Habiendo el barco hecho escala en Cádiz, fue detenido y remitido a Madrid, donde fue encarcelado en la celda de un convento, incomunicado mientras

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abrían y registraban sus baúles de equipaje, donde no hallaron ningún tesoro. Seis días duró su incomunicación hasta que fue puesto en libertad.

Jacinto María Martínez participó en el Concilio Vaticano i, brillando por su dominio de idiomas y por su elocuencia, por sus conocimientos teológicos y por su reconocimiento de la realidad. Terminado aquel Concilio, pretendió regresar a Cuba a través de Nueva York y recuperar su sitial de obispo, arribando de incóg-nito al puerto de La Habana en el vapor Missouri el 12 de abril de 1871.

Desde Nueva York había telegrafi ado al provisor de la diócesis avisando su próximo arribo. Cuando el barco fondeó, el litoral estaba abarrotado de gente, pero no en actitud de afectuosa bienvenida. Su telegrama había sido publicado, no por el provisor, y una muchedumbre de hostiles voluntarios le cerraba el des-embarco.

Mientras algunos sacerdotes subieron a borde a cumplimentarlo, un enviado del capitán general le notifi có la orden superior de que no podía descender del barco. Jacinto María Martínez protestó. Se telegrafi ó el caso al capitán general, el Conde de Valmaseda, quien se encontraba a la sazón por Las Villas, y este respondió telegráfi camente: «Siento la situación en que se encuentra el prelado. Reúna Vd. los Jefes de voluntarios: si opinan por el desembarco, que se verifi que. De no, manifi este V. E. al prelado las circunstancias en que me encuentro».

El Conde de Valmaseda sabía lo que iban a decidir los voluntarios, que en cualquier caso eran la autoridad real en la isla. Parece que le ofrecieron una fra-gata de guerra para volver a la península, pero Martínez prefi rió regresar a los Estados Unidos en el mismo vapor.

Así se alejó de Cuba en el vapor Missouri, ante la alegría de los congregados en el muelle, el triste obispo Jacinto María Martínez. Antes de irse, reiteró sus poderes al provisor y le entregó una arquilla que contenía 385.735 pesos en valo-res, que al marcharse en 1869 había puesto en manos de la priora de Santa Tere-sa, y esta había custodiado desde entonces fi elmente. Eran los fondos que habían motivado el arresto del obispo en Cádiz y el registro de su equipaje.

Siguió protestando contra las autoridades coloniales en Cuba y escribió un libro sobre su propio caso: Los voluntarios de Cuba y el Obispo de La Habana o historia de hechos, sucesos que deben referirse ahora y no después (Madrid, Imprenta de H. Pérez Dubrull, 1871). Ese mismo año fue elegido senador carlista por Araba. En 1873 Carlos vii le nombró su representante en Madrid junto con Cándido Nocedal. Pero murió ese mismo año en una pobre celda de un convento de capuchinos en Roma, con tanta añoranza que escribió en su testamento que deseaba ser enterrado fi nalmente en la Catedral de La Habana.

Un obispo de La Habana quiso, años después, satisfacer aquel último deseo y gestionó el traslado de los restos. Pero era imposible, porque los capuchinos señalan las tumbas con un simple trozo de carbón, que pronto deshace el tiempo,

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y los huesos de Jacinto María Martínez se encontraban ya confundidos con los de sus hermanos en el osario de sus hermanos en Roma.

El Conde de Valmaseda

Blas de Villate era natural de Sestao, donde nació en 1824. Ingresó al Colegio General Militar como cadete a los 13 años y participó en la defensa del Alcá-zar de Segovia cuando fue atacado por los generales carlistas Zaratiegui y Elio. Blas de Villate estuvo en Cuba en 1840 con el regimiento de Lanceros de Rey en las guarniciones de La Habana, Sancti Spíritus y Villa Clara. Volvió a la isla en 1844, para participar en el aplastamiento de una rebelión de esclavos en Matanzas. En 1852 participó en el alzamiento libe-ral del general Leopoldo O’Donell, quien lo nombró coronel. En 1859 se destacó en la guerra de África. En 1860 desem-

barcó de nuevo en Cuba, para ser gobernador militar de Trinidad primero y, a partir de 1862, gobernador civil de Puerto Príncipe. Nada más asumir este cargo dictó dos bandos singulares, mediante uno prohibía el uso del bigote a los hom-bres de color y mediante el otro prohibía las reuniones de más de tres individuos en la calle. A partir de 1866 fue nombrado segundo cabo de la Capitanía General de la isla de Cuba, y fue gobernador interino entre el fallecimiento de Joaquín del Manzano y la asunción de la Capitanía General por Francisco de Lersundi.

El capitán general Lersundi lo nombró jefe de operaciones en el territorio insurreccionado. Villate embarcó en Batabanó y llegó a Manzanillo, luego pasó a Camaguey, desde donde escribió a Lersundi que hasta el aire que se respiraba era insurrecto. A partir de enero de 1869, agrupó tropas y organizó una marcha implacable hacia las riveras del Cauto con más de 3.000 hombres que no dejaban monte sin escrutar ni labranza sin destruir.

Blas de Villate derrotó a los mambises de Donato Marmol en la batalla de El Saladillo y tomó Bayamo. El 4 de abril de 1869, mandó publicar un decreto que decía literalmente:

«Habitantes de los campos: Los refuerzos de tropa que yo esperaba han lle-gado ya; con ellos voy a dar protección a los buenos y castigar prontamente a los que aún permanezcan rebeldes al Gobierno de la Metrópoli.

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Sabéis que he perdonado a los que nos han combatido con las armas: sabéis que vuestras esposas, madres y hermanas han encontrado en mí una protección negada por vosotros y admirada por ellas: sabéis también que muchos de los perdonados se han vuelto contra mí. Ante esos desafueros, ante tanta ingratitud, ante tanta villanía ya no es posible que yo sea el hombre de ayer; ya no cabe la neutralidad mentida; el que no está conmigo está contra mí, y para que mis sol-dados sepan distinguiros, oíd las órdenes que llevan.

Todo hombre, desde la edad de 15 años en adelante, que se encuentre fuera de su fi nca, como no acredite un motivo justifi cado para haberlo hecho, será pasado por las armas.

Todo caserío que no esté habitado será incendiado por las tropas.Todo caserío donde no ondee un lienzo blanco en forma de bandera, para

acreditar que sus moradores desean la paz, será reducido a cenizas.Las mujeres que no estén en sus respectivas fi ncas o viviendas o en casa de

sus parientes, se reconcentrarán en los pueblos de Jiguaní o Bayamo, donde se proveerá a su manutención; las que así no lo hicieren serán conducidas por la fuerza.

Estas determinaciones, empezarán a tener lugar desde el 14 del presente mes.Bayamo, 4 de Abril de 1869. Firmado: El Conde de Valmaseda».Era un bando que, en realidad, hacía meses que estaba en ejecución. El Tigre de Zarragoitia le llamaban al Conde de Valmaseda, pues se había

establecido en la Torre Zarragoitia en el Bayamo cubierto de escombros y ceni-zas. Y al avance masivo y aplastante de las columnas españolas se le llamó La creciente de Valmaseda , comparándola con las desalmadas e inevitables cre-cientes del río Cauto, pues poderosos batallones de centenares de soldados, complementados con voluntarios y prácticos, se extendían con simultaneidad por las riveras del Cauto. La abrumadora masa armada del Conde de Valmaseda se expandió después por Manzanillo, Jiguaní, Santiago de Cuba, Holguín y Las Tunas, manteniendo Oriente bajo control.

Nombrado capitán general gracias a la presión de los voluntarios, mantuvo su sobresaliente aplicación para la crueldad. Fue el Conde de Valmaseda quien dio, por ejemplo, la aprobación para el fusilamiento del poeta Juan Clemente Zenea. Fracasando en su promesa de concluir en 21 días la guerra, que continua-ba encarnizadamente, y dejando una estela de ruina y desgracia, el 10 de julio de 1872 dimitió de su cargo.

El 29 de diciembre de 1874, el Conde de Valmaseda se pronunció en Ciudad Real, mientras Arsenio Martínez Campos lo hacía en Sagunto, para proclamar la restauración de la monarquía borbónica y elevar al trono a Alfonxo xii. El 8 de marzo de 1875, el Conde de Valmaseda, quien según los carlistas pesaba en ese tiempo 450 libras, ocupó por tercera vez la Capitanía General de Cuba, donde esta vez fue glacialmente recibido por los voluntarios. Asumió la jefatura del

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Ejército, que volvió a dirigir in situ, personal y ferozmente, dictando nuevos ban-dos como los que lo habían hecho célebre. Finalmente, volvió a presentar la dimi-sión y el 25 de diciembre de 1875 embarcó en el vapor correo Santander rumbo a la península, desavenido con el Casino Español y odiado por los cubanos.

Estos últimos le habían dado muchos sobrenombres y títulos, enlazando humor con odio, además del de Tigre de Zarragoitia , que recibió al principio de la guerra. Por su crueldad le llamaron Tiburón Valmaseda , Conde Tiburón y Apocalipsis del Crimen . Por su obesidad le llamaban Conde Panza , Conde Tonel , Elefante Blanco, Su Excelencia Esférica, Su Insolencia Don Blas de Panza, Su Pesti-lencia, La Foca de la Quinta . Pero también sus paisanos lo llamaban, más simple-mente, El Gordo.

Murió en Madrid en 1882. Diez años después, en 1892, Máximo Gómez valo-ró de esta manera el papel del Conde de Valmaseda en su relato El viejo Eduá : «Valmaseda, a mi juicio, no nos hizo daño en cierto sentido. Ayudó al afi anza-miento de la idea. A lo verdaderamente defi nitivo de la Revolución, el diente por diente de las revoluciones que son buenas porque son implacables con sus enemigos; de otro modo, es decir, cuando demasiado sensibles y generosos, los pueblos no les cantan himnos como la Marsellesa ni les levantan altares como la guillotina. Entonces tal parece que los pueblos no tienen plena conciencia de sus derechos y anda escasa en ellos la dignidad».

El gobierno colonial contra los estudios superiores

El gobierno colonial no se interesó por el desarrollo de la imprenta y de los estudios superiores en la isla, sino muy irregular y tardíamente. Los intentos de la Sociedad Patriótica de La Habana de promover los estudios universitarios, apoyados por Luis de las Casas, y por el obispo Espada, fueron siempre tardíos e insufi cientes. Los altos estudios quedaron en manos de la Iglesia, mientras la metrópoli se preocupaba más porque los jovenes cubanos no estudiaran en los Estados Unidos o en Francia, o porque se evitara la reforma de los estudios uni-versitarios, temiendo que cualquier reforma condujera a la juventud a la senda revolucionaria. La Universidad fue secularizada en 1842, pasando de manos de los dominicos a las del Estado, ampliándose las materias de estudio, y adecuán-dose las condiciones de funcionamiento de la institución. Mientras tanto, la con-ciencia cubana iba desarrollándose y la Universidad se convertía en uno de los objetos de desconfi anza del poder colonial, sobre todo cuando gobiernos liberales como los de Domingo Dulce eran sustituidos por gobiernos reaccionarios como los de Francisco Lersundi.

Habiendo acudido a la apertura del curso académico 1866-67, después de escuchar el discurso inaugural pronunciado por el profesor de Farmacia, Fernando

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Valdés Aguirre, y sin esperar el siguiente discurso, Francisco Lersundi llamó al rector y a los decanos a una sala conti-gua para reprocharles que en el discurso inaugural no se hubiera hecho ninguna mención a España, ni a la reina, ni a su propio gobierno. En realidad, no se había escuchado ningún término subver-sivo, pero Lersundi intuía que el silencio con respecto a España, a Isabel ii o al gobierno de la isla encubría sentimientos de hostilidad.

El capitán de voluntarios Ramón López de Ayala, que dirigió el piquete de fusilamiento de los siete estudiantes de Medicina, justo al día siguiente, el 28 de noviembre de 1871, escribió en carta a Madrid dirigida a su hermano Adelardo López de Ayala: «La Univer-sidad de La Habana nunca ha sido otra cosa que más que un criadero de víboras eternamente dispuestas a revolverse contra sus mismos padres. En la Universidad de La Habana se presentó hace ya años como plano topográfi co de la Península el bosquejo de un burro...».

Añadía que en dicha universidad se había provocado sedición colectiva contra la asignatura de Historia de España, cuyas cátedras tenían los estudiantes a gloria mirar constantemente desiertas, y que de la Universidad de la Habana habían salido para los campos los jóvenes insurrectos, que desaparecían de sus casas de la noche a la mañana, dejando como memoria groseros escritos denos-tando a España.

También el Conde de Valmaseda había pensado que Cuba no era sufi ciente-mente leal y había que españolizarla cuando llegó a gobernar la isla en diciembre de 1870 «por méritos de guerra». Pensaba que la Universidad era un «foco de laborantismo y de insurrección». De manera que el 10 de octubre de 1871 dictó un sombrío decreto que, entre otras medidas, amputaba estudios universitarios, suprimiendo los doctorados en Derecho, Medicina y Farmacia, que habrían de cursarse en España. En adelante, en la Universidad de La Habana solo se otorga-rían títulos de Doctor en Teología.

La redacción del nuevo plan de estudios fue encargada a Ramón María de Araiztegui, secretario del gobierno. De este personaje, el vicecónsul inglés en La Habana John V. Crawford escribía: «Araiztegui es uno de los españoles más fanáticos sin razón que pueda existir, y si pudiera revivir la Inquisición y volver

Guerrilleros cubanos

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el régimen del siglo quince lo haría mañana mismo. Sus propios compañeros lo desprecian...».

En el preámbulo del decreto, Araiztegui se refería al plan de estudios prece-dente, «a cuyos vicios se ha atribuido en gran parte el origen de la insurrección de Yara», y a las reformas necesarias «para que en lo adelante ese elemento social, corresponda a los fi nes de moralizar y españolizar en cuanto sea posi-ble las generaciones venideras, asegurando la dominación de España en las Antillas»7.

Ramón María de Araiztegui

En 1868 se había publicado en Navarra un libro cuyo título pudiera conside-rarse adivinatorio en relación al estallido de la guerra si el autor no formara parte de los que la provocaban: Ramón María de Araiztegui, Disertaciones sobre fi loso-fía y progreso en la guerra, Imprenta Provincial, Iruñea, 1868.

Al año siguiente, Araiztegui publicó un folleto 8 que, aunque el autor lo nega-se, era contestación a Votos de un cubano de Nicolás de Azcárate, en el que este sostenía que el gobierno liberal tenía que combatir en Cuba, en realidad, dos insurrecciones: una, la bayamesa; y, la otra, la de los enemigos de la revolución de septiembre.

Defendiendo la política integrista e intransigente de Francisco Lersundi, Ramón María de Araiztegui replicaba que en Cuba estaban unidos todos los espa-ñoles:

«No hacemos política de partido: no nos ocupamos mas que de la causa nacional. Los que están conformes con la revolución de Setiembre, lo mismo que los disencientes de ella, prescindimos de toda política en bien de la Unión, en que ha consistido hasta ahora y debe consistir en adelante nuestra fuerza. Nues-tra regla de conducta, sean cualquiera nuestras opiniones políticas, es obedecer á la autoridad constituida, al Gobierno nacional y obedecemos y obedeceremos al actual y á los que le sucedan, como hemos obedecido á los precedentes, de todos matices. Ni preguntamos, más que por curiosidad, cuál es el programa del parti-do que gobierna...».

Araiztegui aceptaba cualquier cosa mientras se mantuviera la fuerza españo-la sobre Cuba y no se transplantase a «esta Isla» ninguna libertad política. Al año siguiente insistió en sus escritos, esta vez bajo seudónimo: Grazián de Mora y

7.- Pichardo, Hortensia: «El gobierno colonial contra los estudios superiores en Cuba», Revista de la Universidad de La Habana, nº 195, 1972, pp. 64-81.

8.- Araiztegui, Ramón María de: Votos de un español, Imprenta de Manuel Minuesa, Madrid, 1869.

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Maurieta, ¿Qué quiere Cuba? Epístola a mi madre España , Imprenta del Gobierno y Capitanía General, La Habana, 1870.

Disfrazado de pobre estudiante, de humilde bachiller sin representación política ni fi nanciera, el muy infl uyente Araiztegui publicó en la imprenta del gobierno colonial, después de redactarla en su despacho en octubre de 1869, una patéticamente patriótica carta de un cubano a España, carta que acumulando fal-seamientos comienza así:

«Mi Querida Madre Patria: Vá para un año que oigo á usted preguntar ansio-sa, á consecuencia de la rebelión que dió el grito en Yara el 10 de Octubre del año pasado «qué quiere Cuba de mí?» y como sigue usted preguntando y pregun-tando, se me pasa por las mientes, que nadie la ha dicho la verdad francamente, ó al menos toda la verdad, quizá por no lastimar su amor de madre; porque si no ¿á qué preguntar de Cuba, cuando no es Cuba la que se ha desmandado con-tra usted? Y aunque sea yo el menor de sus hijos por mi insignifi cancia, como hombre que no tengo ninguna representación ni en el mundo político, ni en el fi nanciero, me he decidido á contestarla, toda vez que otros de más valía no la dan respuesta cumplida según deduzco de lo que dicen los papeles públicos, que alguna vez vienen á visitarme en mi pobre chiribil de estudiante...».

Y continua las falsedades sosteniendo que no es Cuba la que se ha alzado contra España, sino unos erráticos fi libusteros al grito de «antes africanos que españoles», fi libusteros que no pueden ser cubanos porque no quieren ser espa-ñoles, y argumentando que él mismo es cubano, por ser español en Cuba, y no se ha alzado, sino todo lo contrario...

La defensa de los ingenios

Las plantaciones azucareras se habían expandido a principios de siglo alrede-dor de La Habana por la costa norte, entre Mariel y Matanzas, penetrando hacia el interior hasta Güines. La expansión de la industria azucarera había continuado al sur de la bahía de Matanzas por la zona de Bolondrón y Unión de Reyes y, a partir de 1840, la llanura de Colón se había llenado de centrales, grandes inge-nios que se benefi ciaban de centenares de esclavos. Se considera que entre 1840 y 1870 Colón era la zona más rica de Cuba, con una población en 1865 de 62.801 habitantes y 126 ingenios, 13 cafetales, 18 haciendas de ganado, 1.004 sitios de labranza, y un sistema ferroviario que unía esta jurisdicción con el puerto de Cár-denas.

El desarrollo de la industria azucarera capitalista creaba una peculiar com-posición de la población en la zona. Un 60% de la población era negra esclava, un 5% de la población era de origen asiático o yucateco en situación servil, otro 5% negra o mulata pero libre y solo un 30% eran blancos. Muchos de estos eran

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de origen peninsular y, tanto entre blancos como entre negros, la proporción de población masculina era muy superior a la femenina. Por otra parte, los hacen-dados eran casi siempre absentistas, es decir, residían en la capital y dejaban sus ingenios en manos de administradores, mayorales y contramayorales. La realidad demográfi ca y las sublevaciones de esclavos de las décadas precedentes, aplasta-das cruelmente por las autoridades coloniales, hacían que la población blanca, con un profundo miedo al negro , aunque estuviera descontenta con el régimen colonial, rechazara en general cualquier veleidad separatista o revolucionaria.

Muchos de los dueños de los ingenios de Colón eran vascos: el Achuri era de José Martiartu, el Vitoria de José María Ugarriza y compañía, el Santa Ana de Ignacio Camiruaga, el Elizalde de Federico Elizalde, el Santa Catalina de Antonio Mariategui, el España, el Habana y el Vizcaya de Julián de Zulueta, el Álava esta-ba a nombre de Ignacio Mendiola, el Recompensa de Fidel Zuaznabar, el Urumea de Benito Zuaznabar, y todos ellos tenían centenares de esclavos. Solo en la juris-dicción de Colón se producían en 1860, con 3.436 caballerías de tierra cultivada con caña, 323.120 cajas de azúcar y más de 46.618 bocoyes de mascobado, pro-ducción que fue creciendo durante la guerra.

En 1875 Máximo Gómez invadió con ímpetu el territorio de Las Villas, con la decisión de quemar la colmena, es decir: «...entregar a las llamas todos los ingenios azucareros de Las Villas y Occidente y reducir a escombros y cenizas el comedero de nuestros enemigos, el elemento que representa su titánico poder, y en que se apoya su bárbara dominación. Persistimos en hacernos libres, no tan solo por medio del plomo, sino también por medio de la tea y del machete». Era la colmena que defendían los chapelgorris de Guamutas.

Los chapelgorris de Guamutas

Los llamados chapelgorris de Guamutas tuvieron un papel relevante en el enfrentamiento contra la insurrección en las jurisdicciones de Cárdenas, Colón y Matanzas. El regimiento de voluntarios se había creado en 1855, pero se formó de nuevo en 1868, poco antes de estallar la insurrección.

El 10 de febrero de 1869, cuando una partida de un centenar de insurrectos encabezados por Gabriel García Menocal, administrador del central Australia, se apoderó de Jagüey Grande durante tres horas en lo que se conoció como alzamien-to de Monte Corojo, los chapelgorris derrotaron a los alzados con copioso verti-miento de sangre. Lograron pacifi car su territorio en un tiempo de quince días.

El batallón de chapelgorris que derrotó a los sublevados estaba dirigido por Claudio Herrero, natural de Pamplona y administrador del ingenio El Líbano. Este Claudio Herrero sería después, en 1897, alcalde corregidor de Colón, y el historiador Pelayo Villanueva en su Historia de Colón , publicada en 1934, discul-

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paría las acciones tempranas de Herre-ro de esta manera: «Aquella actividad guerrera había desaparecido al mismo tiempo que los brios juveniles... Quizás en el tiempo que él desempeñó el cargo cívico militar de autoridad omnímoda por algunos subalternos y especialmen-te por la guerrilla de triste memoria se cometieron algunos actos inhumanos y hasta criminales».

Otro chapelgorri renombrado fue Francisco Petrirena, llamado Tigre de Macagua, «que se hizo famoso en esa zona por las depredaciones que llevó a cabo, al frente de una horda de ver-daderos facinerosos, que mataban por capricho y por instinto» 9. Había llegado

a Cuba pobre y enfermo, pero prosperó y en 1868 tenía en sociedad una tienda

mixta que había en la estación de Macagua. Hecho teniente de chapelgorris, par-ticipó en muchas acciones, como cuando una veintena de chapelgorris tomaron el ingenio La Colmena y uno de sus subordinados, Bautista Ameztoy, asesinó a un campesino de un lanzazo; como cuando extorsionó al cubano Julio del Pozo, administrador del ingenio Santa Rosalía, exigiéndole 9.000 pesos y obligándole de hecho a huir, para tomar el cargo de administrador él mismo; como cuan-do, todo en 1869, con su sección de chapelgorris asesinó en el ingenio Antón al negro José, a un mayoral, a dos campesinos, y se apropió de un mulatico, de quien dispuso como un esclavo durante varios años, hasta que el amo enfermó y el joven pudo recuperar su libertad; como cuando en el potrero La Culebra dis-puso liquidar a un negro para dar escarmiento y luego se dirigieron a Laguna del Monte a buscar a un campesino que se encontraba en su casa enfermo, separán-dolo de su mujer y de sus 4 niños, llevándolo al potrero La Culebra para matarlo; como cuando, por orden de Francisco Petrirena, los chapelgorris Raimundo Amé-zaga y Francisco Aramburu, a quien llamaban Axeria, asesinaron a machetazos cerca del ingenio Arango, a Manuel Conde, que había estado preso en La Habana pero había sido puesto en libertad por falta de pruebas en tiempo del capitán general Domingo Dulce; como cuando le trituraron los dedos en un tornillo de herrería a un negro y luego lo asesinaron porque no quiso decir su nombre...

9.- Se han hecho varias ediciones del libro de Pelayo Villanueva sobre la Historia de Colón.

Claudio Herrero, coronel de un batallón de chapelgorris

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El gobierno, agradecido por sus servicios, ascendió a Francisco Petrirena a comandante de voluntarios en 1872, de manera que siguió operando al frente de una veintena de vasconavarros, pero como escaseaban los verdaderos insurrectos en la zona, tenían que actuar contra muchos inermes pacífi cos. Mandó robar de la fi nca del cubano José Germán Cabrera 150 vacas madres para adquirir armas para su recién creado batallón. Luego vendió las vacas y pidió al gobierno las armas que necesitaba. Nombró capitán al cubano Guillermo Hamili y al vasco Martín Iraizoz, teniente al catalán Joaquín Furret, alfereces al gallego Pastoriza y a los cubanos Antonio Duarte y Cirilo Rodríguez, todos cómplices de fechorías. Des-pués de asesinar a cerca de 79 personas, se fue a vivir a Cárdenas, donde murió enfermo. Y todavía en el lecho de muerte dicen que se lamentaba de no haber matado a su paisano Juan Domezain, «por ser más insurrecto que Céspedes».

Otro notorio chapelgorri fue Manuel Lavin. Ascendido a teniente junto con Francisco Petrirena por el teniente gobernador de Colón en 1869, contribuyó a la organización del escuadrón Guías de la muerte o Tiradores de la Muerte. A fi nes de 1869, con 28 voluntarios, participó en la ejecución de una decena de campesinos en el ingenio Aguedita, acción en la que también participaron Francisco Petrirena y el administrador de ese ingenio, de apellido Inurritegui. A principios de 1871, como un campesino compró una arroba de sal en la tienda que Manuel Lavin tenía en Macagua, sospechoso de aprovisionar a los rebeldes, el campesino fue asesinado por un sobrino de Manuel Lavin en los cañaverales del ingenio Agüica.

Sin formación de causa ni formalidades asesinaban y abandonaban los cadá-veres en el campo «sembrando café», locución que se hizo trágicamente popular entonces. La relación de los crímenes de aquellos chapelgorris se puede estirar indefi nidamente, basten unos cuantos ejemplos más. El 19 de octubre de 1869 asesinaron en Bemba (hoy Jovellanos) a varios hacendados de El Roque. En la misma época, en Caimito de la Hanábana, el alférez chapelgorri Juan Muñagorri asesinó a dos hombres sospechando que fueran desafectos a España. Raimundo Amézaga y Pedro Aramburu, vizcaínos, ya aludidos, junto con los hermanos Manuel y Nicolás Ramos, cubanos, asesinaron a un andaluz de apellido Botigier sospechando que simpatizara con la insurrección; después, Raimundo Amézaga le abrió el vientre, tratando de recuperar, infructuosamente, un billete de 500 pesos del Banco de La Habana que la víctima había tragado. En enero de 1870, cerca del ingenio Arango, el chapelgorri Martín Atorrasagasti decapitó de un machetazo a un niño que huía10.

José Joaquín Ribó, en su historia de los voluntarios hace esta referencia a los chapelgorris de Guamutas: «Sería innumerable tarea enumerar todas las salidas

10.- La mayoría de estos datos se recogen de una denuncia publicada en México por un criollo que fi rmó con las iniciales A.D.R. Apuntes para la Historia de la guerra de Cuba, Imprenta de Eduardo Dublán, México, 1896.

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practicadas por este regimiento que tan bien sentado tiene el nombre de valor y lealtad: basta decir que en todas las operaciones que en distintos partidos han practicado, ha desalojado á los insurrectos de todas sus posiciones y librado al país de infames traidores. Los Voluntarios Chapelgorris de Guamutas se hacen acreedores á que les tributemos de paso el testimonio de nuestra más profunda consideración y respeto, lamentándonos hoy más que nunca, de no poder escri-bir la historia circunstanciada de una institución cuyos hechos servirán de ejem-plo á las sucesivas generaciones»11.

Lo cierto es que el terror sembrado por los chapelgorris contribuyó a contro-lar la insurrección localmente, evitando el avance de la tea incendiaria y el posi-ble alzamiento de los esclavos, y a que, de momento, se mantuviera el régimen colonial español en general. Los independentistas no pudieron quemar la col-mena, es decir, cumplir su objetivo de destruir las fuentes de riqueza en que se sustentaba el poder español. En 1874 había en la jurisdicción de Colón 150 inge-nios, 25 más que en 1862. En 1875 el municipio recaudaba 373.215 pesos como impuesto de guerra. Sin embargo, también es cierto que, mirando las cosas a más largo plazo, y también a esto contribuyeron los chapelgorris, en 1878 había muchos más cubanos aborreciendo el dominio español que en 1868.

Los Tercios Vascongados

Al amanecer del 2 de junio de 1869 llegó el vapor correo Guipúzcoa a la boca del puerto de La Habana, trayendo a bordo a los Tercios Vascongados. Señalada la hora de las dos de la tarde para que el vapor entrara a la bahía y la de las cua-tro para que los expedicionarios pusieran pie en tierra, cuatro vapores salieron del puerto con comisiones para recibir y dar la bienvenida a los tercios: en un vapor iban los señores Julián de Zulueta, Ramón María de Araiztegui, Juan María Eleicegui y otros, en otros buques iban bandas de música, coros y chapelgorris de Guamutas, Colón y Cárdenas, llegados a La Habana para recibir a sus paisanos. Los miembros de la Comisión de recibimiento llevaban en el ojal de la levita una roseta con cintas de los colores nacionales y dos caídas blancas con estas inscrip-ciones: « Euscaldunac ondo etorriac izan zaiteztela Habanaco uri eder onetara. Comisioac ugarte gucionen icenean eguiten ditzute ongui etorria. Osasuna».

La ceremonia se concentró en el Templete, alfombrado y engalanado con vistosos cortinajes y banderas, al lado de la ceiba que quizás en Cuba les hacía recordar a aquellos soldados al árbol de Guernica. Los tercios fueron vitoreados,

11.- Ribó, José Joaquín: Historia de los voluntarios cubanos , Imprenta y librería de N. González, Madrid, 1872-1874, dos tomos, t. i, p. 451.

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hubo discursos patrióticos, en que se hacía referencia a las hazañas de la historia vasca como contribución a la gloriosa nacional española, hazañas que los tercios supuestamente venían a continuar.

El comerciante Juan María Eleicegui, que llevaba 43 años residiendo en Cuba y era comandante del Estado Mayor General de Voluntarios, los arengó en vas-cuence:

«Osasuna, euscaldun gazteriari.Poces beteric arquitcen dira, egun eder onetan, zuen erritarrac eta beste

Provintzi Ezpañiacoen seme prestu ta leialac, elduceratelaco zorionarequin Uri onen portura, eta bereistaturic Batzar bat edo dala Comisioa, datoz bera-requin zuei eguitera ondo etorria: bideonez eta gucien icenean, nic ematendi-zutet ongui etorria, biotzeco naitasunarequin, otsare gozoz beteric.

Atozte, bai, atozte, Euscal-errico tercio portitzac, Cubaco Ugarte español one-tara, zuen anaiari laguntcera, lembailen bucaera emateco guda caltarquitsuari eta etsai dollor orri.

Dembora gucietan Euscal-errico semeac izan dirade ala ichasoz nola lurrez, gaiñ gañeco gudari leialac, portitzac, ernaiac, alaiac, galantac eta prestuac, jaquin izandutenac Ezpañiaco bandera garbia ifi ncen garailari chit goitua, ala mundu zarrean nola berrian, baita ere ichasoco ontzietan, beren eguinde gogoangarriaquin.

Euscaldun arguidotar oien icenac daude chit aguirian jarriac condairan ta orregatic eztitut icendatcen.

Zuec, oroituaz ceratela oien sustraietatic zatozten semeac, eguingodezute aleguiña, bicia galdu arteraño, iduquitceco Ugarte guci au Ezpaiñiaren mem-pean, cergatic dan beraren ondra eta orrena da gurea, eta iduquibeardegu Ceruraño jasoa, español bat bacarrac daucan artean bicia...».En ese momento, los tercios interrumpieron la conferencia gritando: « Ill

arte! Ill arte! Ill arte!».Juan María Elicegui continuó:

«Bandera eder ori izango da zuen biotzac indarrez betetceco eta erru aundiarequin etsaiari jazartceco eta garaitua utcitceco, obiaturic mendi sasi tartean edo aitz zuloetan: orduan emangodio-tzute Españiari eta bere seme on guciai, beste egun eder bat, ceña izangoda oroipengarria beren bio-tzetan.

Eta orain oju indartsuarequin esanzagun. ¡¡Viva España!!».

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A los jefes y ofi ciales se les ofrecieron banquetes, brindis y espectáculos, con más discursos y más arengas patrioteras en español y en vascuence.

Todo aquello sería pronto recogido en un enfático libro: Álbum Vascongado. Relación de los festejos públicos hechos por la Ciudad de La Habana en los días 2, 3 y 4 de Junio de 1869 con ocasión de llegar a ella los tercios voluntarios enviados a combatir la insurrección de la isla por las M. N. y M. L. provincias de Álava, Gui-púzcoa y Vizcaya (Imprenta de J. M. Eleizegui, La Habana, 1869).

Otro recibimiento muy distinto les sería dispensado a los Tercios Vascon-gados por los mambises y por el trópico. En agosto de 1869, el general mambí Adolfo Cavada, que anteriormente había combatido en la guerra de secesión nor-teamericana con las tropas nordistas, derrotó en combate a los chapelgorris de Francisco Iruretagoyena, que dejaron en el campo de batalla 50 hombres muer-tos, entre ellos el propio comandante.

Habían llegado, además, en plena estación de canícula y de lluvias. Las fi e-bres atacaron pronto a los vascongados. Mientras los mambises, cubiertos de sombreros de yarey, aunque descalzos, se apostaban en la vegetación de la mani-gua para hostilizar machete en mano a los soldados, estos eran atacados por la más cruel de las naturalezas:

«...la temible anemia palúdica. Amarillentos, con la piel apergaminada pega-da a la osamenta, sin un mal mosquitero que los protegiera de la reiterada perse-cución de enjambres de anopheles y aedes egipty, y desazonados por las picadu-ras de las niguas en pies y manos. Sin un mal bohío donde poder cobijarse, lejos de la metrópoli, morían de consunción no pocos de ellos, envolviéndolos como sudario el polvo o el barro de las ciénagas y pantanos, sobre la mortaja de rayadi-llo azul, cuando no enguasimados en los árboles».

La génesis de los Tercios Vascongados

Hemos glosado el celebrado arribo de los Tercios Vascongados a La Habana, pero conviene analizar por qué y cómo se formaron los Tercios Vascongados, un cuerpo expedicionario bien peculiar.

Llama la atención, en primer lugar, que no fueran las propias diputaciones forales provinciales las que dieran los primeros pasos para enviar batallones de voluntarios para combatir la insurrección cubana, sino una entidad privada: la Junta de Comercio de Bilbao. Esta entidad privada, pero de gran infl uencia, pro-movió a fi nales 1868 y principios de 1869 diversas propuestas a la Diputación de Bizkaia para que esta contribuyera a la resolución del confl icto cubano a favor de los intereses españoles. La propia Junta distribuyó en febrero de 1969 manifi es-tos en los que invocaba la defensa de los intereses generales vizcaínos en Cuba:

«La alarmante situación en que se encuentra aquella rica Antilla reclama con vivo empeño los auxilios de la madre patria; y Vizcaya que tantos hijos tiene en

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Cuba y que tan interesada se halla en su porvenir, no dejará de responder segura-mente con ardoroso entusiasmo al llamamiento de aquellos que en mejores tiem-pos para la Isla han enviado pródigamente sus dádivas á este pueblo que por sus virtudes se distingue entre los demás.

Todas las clases del Señorío se hallan gravemente interesadas en la pacifi ca-ción de Cuba, la propiedad, la agricultura, la industria, el comercio y las artes, pues que á tan fundamentales intereses afecta el malestar de aquella preciosa región, y lo que es más, importa a la honra nacional que está sobre todos los intereses»12.

Al margen de la honra nacional, es probable que los intereses no fueran en realidad tan generales para los paisanos del Señorío. Aquellos manifi estos fueron promovidos por grandes navieros, banqueros y comerciantes de aquella Bizkaia que se encontraba en pleno proceso de crecimiento industrial. Las colonias no eran ajenas a los intereses oligárquicos, y los acaudalados vascos en Cuba estaban entre los mayores inversores en muchos proyectos.

La Diputación Foral asumió pronto las solicitudes de la Junta de Comercio de Bilbao. La propuesta, que en principio se refería a Bizkaia, se extendió a la Diputación de Gipuzkoa, que también mantenía intereses marítimos con Cuba, y a la de Araba, aunque no tuviera «interés material tan directo», porque pronto se comprendieron las implicaciones forales del proyecto.

La cuestión foral, la articulación del País Vasco en el Estado español, era un tema candente e incierto. Al principio del siglo xix los vascos contaban con tres prerrogativas forales importantes: la exención del servicio de armas salvo en caso de guerra defensiva, la exención de impuestos y el pase foral, es decir, la posibilidad de evitar la aplicación de leyes estatales que se consideren contrarias al fuero. Aunque los fueros iban siendo erosionados por el poder central, sobre todo a partir de la derrota carlista, y de que en 1841 fue eliminado el pase foral y las aduanas fueron defi nitivamente trasladadas a la frontera con Francia, y Nava-rra negoció por su parte la Ley Paccionada, aún se mantenía en vigor en 1869 la exención de contribuir a las quintas del Ejército, exención que era muy estimada por la población vasca. La clase política española trató insistentemente de elimi-nar los fueros vascos, sobre todo en la cuestión de la exención del servicio mili-tar, y los vascos eran plenamente conscientes de la vulnerabilidad de derechos como ese, sobre todo en tiempo de guerra. Además, el hecho de que los vascos participaran masivamente en la insurrección carlista, en fl agrante contradicción

12.- «Manifi esto de la Junta de Comercio de Vizcaya», Bilbao, 27 de febrero de 1869. Este tema de los Tercios Vascongados en la Guerra de Cuba ha sido analizado por Óscar Álvarez Gila y José María Tápiz Fernández en dos artículos muy interesantes: «La formación de los Tercios Vascongados para la Guerra Grande de Cuba (1869)», en el volumen colectivo Cuba y Puerto Rico en torno al 98 , Universidad de Valladolid, Valla-dolid, 1998; y «Propaganda y actitudes ante la independencia cubana: los Tercios Vascongados (1869)», en De súbditos del Rey a ciudadanos de la nación (Actas del i Congreso Internacional Nueva España y Las Antillas), Universitat Jaume, Castelló de la Plana, 2000.

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con la exención de armas de la que gozaban, guerra civil de la que además salie-ron derrotados, era un argumento fatal a favor de la abolición foral que tendría lugar fi nalmente en 1876.

Si las tres diputaciones exentas asumieron la organización de los Tercios para Cuba en 1869, fue precisamente para proteger su sistema foral. Ya se habían encontrado en la misma situación diez años antes, cuando España decla-ró la guerra a Marruecos, ocasión en que las diputaciones se pusieron a discutir sobre la conveniencia de hacer algo, pero su contribución había resultado muy tardía y pobre. Ante aquella tardanza y aquellas dudas, y entre solicitudes de abolición total de los fueros, el Gobierno reaccionó prohibiendo en 1860 que las diputaciones se reunieran sin la autorización de los gobernadores provinciales.

Al estallar la guerra de Cuba, y ante la solicitud de la Junta de Comercio de Bilbao, las diputaciones vascongadas se dieron prisa para actuar de una manera signifi cativa y ostensible. En principio pensaron en una contribución económica, pero hubiera sido insufi ciente, cuando Cataluña enviaba un contingente arma-do a Cuba, como diez años antes había hecho a Marruecos. Las diputaciones, temiendo que el Gobierno central aprovechara el ambiente bélico para liquidar por vía de urgencia la exención de quintas, decidieron adelantarse a la situación y decidieron enviar un contingente de tropas a Cuba.

El reclutamiento proyectado era contraforal, porque debían combatir fuera del territorio vasco, pero se solventó el obstáculo alegando excepcionalidad. Se pensaba alistar unos mil hombres en el conjunto de las tres provincias. A fi nales de febrero se abrió la suscripción auspiciada por la Junta de Comercio para fi nan-ciar la formación de los Tercios, mientras las diputaciones solicitaron la colabora-ción de los ayuntamientos tanto en dinero como en búsqueda de voluntarios. En

Manzanillo

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la campaña de propaganda que se hizo para reclutarlos se aducían argumentos de encendido patriotismo así como de la ventajosa recompensa económica que recibirían los voluntarios. Es muy signifi cativo, como señalan Óscar Álvarez y José María Tápiz, que en esa propaganda se mantuvieran ocultas las verdaderas razones que subyacían en la movilización: las económicas de una minoría oligár-quica y las políticas de protección de las instituciones forales.

Todos los voluntarios debían ser vascos de nacimiento, para evitar que mozos de otras provincias sujetas a quintas eludieran el reclutamiento forzoso y se presentaran como voluntarios remunerados en las provincias vascongadas.

El primer Tercio que se formó y se envió a la isla estaba compuesto por 500 hombres, la mitad de los que se pretendieron enviar en un primer momento. Navarra, por su parte, envío 400 hombres al año siguiente. Un segundo Tercio Vascongado de las tres provincias estaba formado ya a fi nes de 1869. Debieron ir a Cuba cerca de 1.500 hombres.

La partida y la llegada a Cuba de los Tercios Vascongados estuvo acompa-ñada por ostensibles ceremonias, y hasta por libros de homenaje como el citado anteriormente, de acuerdo con la campaña de imagen que pretendían las diputa-ciones forales.

Luego volvió la insurrección carlista y la guerra civil entre 1872 y 1876. Los Tercios Vascongados estaban disueltos hacia 1873.

Fabio Arana

En noviembre de 1869 llegó a La Habana Fabio Arana Echevarria, nacido en Bilbao el 12 de septiembre de 1840, mandando una compañía del Tercio Vascon-gado.

Anteriormente había combatido en África, donde obtuvo grado de teniente y luego de capitán. Hizo campaña en Cuba hasta 1875, en que regresó a la penínsu-la. Sus meritos y su ilustración hicieron que se le nombrase jefe de estudios de la Academia de Cadetes de La Habana. Escribió el libro Armas de fuego.

En 1897, cuando a la nueva guerra de Cuba se le aumentaba la de Filipinas, Fabio Arana trabajaba en Madrid como ayudante del ministro de la Guerra Azca-rraga, y era ascendido a general de división.

José Fernández Goizueta

También José Fernández Goizueta, natural de Vitoria, llegó a Cuba en 1869 afi liado al Tercio Vascongado, y combatió durante tres años, hasta regresar a la península enfermo. En 1876 regresó a la isla.

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En 1895 fue nombrado comisario de Guerra, mientras fungía como teniente alcalde de La Habana su hermano político Marcelino Irurzun. Pertenecería a la directiva del Casino Español y sería secretario de la Asociación Vasco Navarra. Falleció en el verano de 1897, según informó la prensa vascongada, «en la inhos-pitalaria isla de Cuba».

No poder hacer hijos españoles

La contradicción colonia-metrópoli no era la única que se daba en Cuba. Exis-tía una prolongada discrepancia económica y política entre la isla y la península desde antes de que se iniciase la guerra, pues la metrópoli quería controlar y de hecho frenaba el desarrollo capitalista de la colonia, mientras clases pudientes criollas preferían asumir su propia administración. La esclavitud representaba otra contradicción específi ca y con diversas facetas, pues habría que examinar no solo la disparidad entre amo y esclavo, o los intereses sacarócratas versus aboli-cionismo, sino la difusa barrera de prejuicios que diferenciaba a blancos y negros. Fueron hacendados criollos los que tomaron la iniciativa a la hora de desatar la guerra contra España, y a ella se incorporaron después las masas de esclavos, los campesinos y, en general, la mayoría de los cubanos.

En el aspecto cultural, se estaba formando la nacionalidad cubana, una nueva identidad nacional. Esta contradicción identitaria tenía su expresión doméstica y cotidiana entre el padre español y el hijo criollo. La inmigración peninsular era muy cuantiosa, y los inmigrantes se afi liaban generalmente al bando del integrismo peninsular, reforzando sociológicamente el poder español. Pero, los españoles podían hacer cualquier cosa en Cuba, menos hijos españoles.

Ya en 1872, Eugenio María de Hostos lo atestiguó de esta manera en su artí-culo Puerto Rico y Cuba : «Han hecho en Cuba todos los males, los que proceden del horror, los que nacen de la pasión desenfrenada, los que generan una voluntad mal dirigida, no han podido hacer el único mal que hubiera condenado a Cuba al horror eterno de ser española: ¡no han podido hacer hijos españoles! Se mezclaron con las indias, y salieron cubanos; con las negras, y salieron cubanos; con extranje-ras, y nacieron cubanos; con españoles, y hasta la española procreó cubanos...».

Eugenio María de Hostos, que proclamaba la independencia de Puerto Rico, continuaba: «Les instruyeron el fanatismo del Dios español, del rey español, de la grandeza española, y fueron cubanos en su fanatismo contra todos los fana-tismos españoles. Los mandaron a España a olvidar a Cuba, y volvieron a Cuba maldiciendo a España»13.

13.- Hostos, Eugenio María de: Obras, Casa de las Américas, La Habana, 1976, p. 335.

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Hasta el mismo Ramón María de Araiztegui, replicando a un periódico cuba-no que había escrito que los hijos de Pelayo habían hecho muchas cosas en Cuba pero no habían logrado hacer un hijo español, reconocía el hecho: «Esto no es cierto en absoluto; pero en cuanto á la mayoría de nuestros hijos es verdad...».

La inmensa pesadumbre

En una carta fechada el 15 de abril de 1869 en La Habana y que se transcri-bió en el periódico Irurac bat el 6 de mayo, se explicaba lo siguiente:

«Hace dos días se suicidó en esta un caballero muy conocido, hijo de Bilbao según mis noticias, y padre de dos jóvenes a quienes conocisteis que se educaron el Colegio de Bizkaia. La causa de este acto de desesperación parece ser la inmen-sa pesadumbre que experimentaba el pobre padre de ver a sus amados hijos en la fi las de la insurrección»14.

Domingo Goicuria

Hijo de Valentín de Goicuria, vascongado, Domingo Goicuria nació en La Habana el 23 de junio de 1805. Se le consideraba uno de los mejores ingenieros de entonces. Llevaba más de treinta años luchando por la separación de España,

aunque simpatizaba con la idea de anexar Cuba a los territorios meridiona-les de los Estados Unidos. Fue miembro del ejército loco de William Walker que ocupó tierras e inclu-so países como Nicara-gua. Era, según la Voz de Cuba, «el más constante, el más irreconciliable de los enemigos de España».

Domingo Goicuria estaba en Estados Unidos cuando supo que su hijo

14.- Aguirreazkuenaga, Joseba: «Los vascos y la insurrección cubana en 1868», Historia Contemporánea , nº 2, 1989.

Captura de Domingo Goicouria, condenado a morir en el garrote vil

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Valentín había muerto en combate en la isla. Desembarcó en Cuba en el buque Lilian en febrero de 1870. En el mismo año, hallándose en cayo Guanaja, cerca de la costa, para salir rumbo a Nassau con una misión del Gobierno, fue apresa-do por un cañonero español. Lo trasladaron a La Habana, donde tenía una causa pendiente desde 1851. Rehusó nombrar abogado defensor y el señalado de ofi cio pidió para su amparado la pena de muerte, aunque solicitando que no se le apli-case el garrote vil sino que fuese pasado por las armas.

Condenado a morir en el garrote, Antonio Pirala, el historiador peninsular, en sus Anales de la Guerra de Cuba narró así sus últimos momentos, en mayo de 1870:

«Convicto y confeso de cuanto se le atribuía, mostróse digno y entero, sin alardes inconvenientes, oyó sin inmutarse la fatal sentencia del consejo y trasla-dado en la madrugada del 7 al Castillo del Príncipe, en cuyo campo oeste se había levantado en patíbulo, pasó el resto de la noche, en capilla, inmóvil y tranquilo. Pidió confesarse al amanecer, en cuyo acto lloró, así como al recordar a su hijo y a su familia; escuchó devotamente la misa; volvió a gozar tranquilidad su espíri-tu, confortada su alma con el sentimiento religioso; tomó a las siete una taza de café; parecióle depresivo vestir la hopa blanca que le presentó el verdugo, pero pudo más la resignación cristiana que la vanidad mundana; marchó con paso fi rme, mirada serena y la cabeza erguida, y subió hasta con velocidad las escale-ras del cadalso en el que fué agarrotado, sin habérsele permitido, como deseaba, hablar al público. Sus últimas palabras fueron estas: Muere un hombre, pero nace un pueblo».

Luis Miguel Ayestarán

Luis Miguel Ayestarán, nacido en La Habana en 1846, era descendiente de un vizcaíno dueño del ingenio Amistad de Güines. La posición familiar propició que estudiara en New York y se inició en su profesión de abogado en el bufete de José Morales Lemus, nido de conspiradores.

En diciembre de 1868 marchó a los campos de Camaguey y fue «soldado antes que representante». Luego se dedicó al trabajo legislativo. Enviado a una misión secreta a los Estados Unidos, cayó en manos de los españoles el 18 de agosto de 1870.

Fue ejecutado el 24 de septiembre en el Castillo del Príncipe. El periódico La Quincena, mordaz enemigo del separatismo, lo contó de esta manera: «Luis Ayes-tarán y Moliner, joven de 24 años de edad, perteneciente a una de las principales familias de La Habana, se dirigió en noviembre de 1868 al campo rebelde en unión de otros jóvenes de la capital. Ejerciendo distintos cargos, y entre ellos el de miembro de la Cámara de Representantes de la república de Céspedes, perma-

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neció con los insurrectos hasta la primavera de 1870, en que se trasladó a Nassau y Nueva York. El 17 de septiembre se embarcó en Nassau a bordo del balandro insurrecto Guanahaní, y al distinguirlo el 18, uno de nuestros buques de guerra cuando navegaba el fi libustero cerca de las costas de Cuba, abordaron los insu-rrectos a Cayo Romano, abandonando la embarcación. Preso Ayestarán, fue con-ducido a la Habana en el cañonero Centinela el día 23, donde desembarcó por la mañana, fue puesto en capilla a las doce de la noche y ejecutado al día siguiente. En un principio se resistió a que los ministros del catolicismo le auxiliaran, por-que él era protestante, según dijo; pero exhortado por individuos de la familia, volvió al seno de la religión en que había nacido. Ayestarán fue al cadalso con completa resignación y conformidad y sufrió el irrevocable fallo de la ley con valor, mas sin ridícula jactancia».

José María Aurrecoechea

José María Aurrecoechea e Irigoyen nació en Caracas, Venezuela, hacia 1842. Era hijo de Fernando Aurrecoechea y estaba emparentado seguramente con él José María Aurrecoechea, bermeano, hombre de ciencia que hizo un viaje de exploración por la América Central y, como resultado, publicó su Memoria geo-gráfi ca, económica y política de la región de Venezuela.

José María Aurrecoechea participó desde joven en las luchas políticas y gue-rras civiles que sacudieron Venezuela en aquella época. Tuvo que exiliarse, se estableció en Cuba y hacia 1865 se vinculó a los grupos independentistas cubanos. Trabajó en los Ferrocarriles del

Oeste y, después, en Remedios, donde se encontraba al iniciarse la Guerra de los Diez Años. Desde allí fue enviado a La Habana para hacerse cargo de la jefatura de las fuerzas rebeldes en Vuelta Abajo. Salió de La Habana el 3 de febrero de 1869 y se dirigió con una docena de hombres hacia Soroa, en los montes de Candelaria. Allí debía encontrarse con tropas, pero sus compañeros de conspira-ción habían sido arrestados. Tras breves escaramuzas con las tropas españolas, regresó hacia La Habana y, ante la imposibilidad de la sublevación, embarcó a Nueva York. Regresó el 11 de mayo al frente del contingente que venía en el

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Perrit, desembarcó en Nipe, y participó con el grado de general de brigada en numerosos combates.

Los éxitos militares de José María Aurrecoechea se refl ejan en el poema Cuba Libre de Julio Calcaño y en su nombramiento como jefe de la División de Holguín, donde, según escribiera Máximo Gómez, mantuvo «a los españoles en gran aprieto».

Finalmente, fue hecho prisionero por las tropas colonialistas en los montes de La Faja el 9 de diciembre de 1870, tras recibir un culatazo en la cabeza. Con-ducido a Holguín y sometido a Consejo de Guerra Verbal, fue condenado a muer-te y fusilado «en el lugar de costumbre» el 11 de diciembre a las 4 de la tarde. Comentando la ejecución, el periódico de Holguín El periquero, fechado el 15 de diciembre, contó que era «de simpático aspecto, de fi nos modales, y demostró hasta el último momento serenidad sin cínicos alardes».

También su hermano Enrique Aurrecoechea perdió la vida por la indepen-dencia de Cuba. Muy joven aún, embarcó en la expedición del Virginius, que partió de las costas de Venezuela en junio de 1871. Carlos Manual de Céspedes lo tomó como ayudante, pero enfermó de una ulcera y tuvo que quedarse en Cama-güey, donde falleció posteriormente a consecuencia de «fi ebres de mal carácter».

Con fecha de 21 de julio de 1873 Carlos Manuel de Céspedes escribió una carta al padre de ambos revolucionarios afi rmándole que habían caído «por ser-vir generosamente la causa de un pueblo hermano que en los días de su prosperi-dad indudablemente no echará en olvido su abnegación y sus servicios».

Andrés Arana

A fi nes de abril de 1871, según la Gaceta de La Habana del 30 de mayo de 1871, tropas españolas encabezadas por José Bergel mataron a 10 hombres e hicieron prisioneros a 12 en la zona de Morón. De esos 12 prisioneros fusilaron después a 6, entre ellos a Don Andrés Arana Arista, califi cado proveedor de los mambises a quien se le habían ocupado armas de fuego, armas blancas, carteras con municiones, zapatos y varios caballos y monturas.

El capitán Fructuoso Larrieta

El 7 de octubre de 1871 el teniente mambí Fructuoso Larrieta, peninsular, participó en el rescate de Julio Sanguily a las ordenes de Ignacio Agramonte y Loynaz. También estaba allí el coronel Antonio L. Iraola, médico.

El 11 de junio de 1873 por la mañana, el capitán Fructuoso Larrieta fue uno de los mambises que tomaron parte en el fuerte combate que ensangrentó la

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hacienda Yucatán, entre la ciudad de Puerto Príncipe y Cubitas. Más de un cente-nar de insurrectos al mando del teniente coronel Henry Reeve, habían acampado en la hacienda para descansar, había colocado una guardia sobre los escombros de una casa y estaban quitando monturas, cuando supieron que el enemigo llega-ba por la sabana.

Los mambises cargaron contra los soldados españoles machete en mano. El capitán mambí Larrieta, según Jorge Juárez Cano en sus Apuntes de Camagüey , «recibió en aquella primera y única descarga un balazo en la boca, que le fracturó el hueso. El plomo que le hirió de rebote, estaba frío, por lo cual el Capitán, chas-queando la lengua, pudo arrojarlo diciendo: así escupo las balas, como saliva...». La pelea continuó con sables y machetes resultando pronto una carnicería. Fina-lizada la batalla, El inglesito recorrió el campo reconociendo muertos un coman-dante, 6 ofi ciales y 55 soldados españoles.

Miguel de Aldama

Miguel de Aldama nació en La Habana el 8 de mayo de 1820, hijo de Domin-go de Aldama y Arechaga, uno de los más opulentos hacendados del país, nacido en Bizkaia en 1779 y que moriría en Nueva York en 1870. Miguel Aldama Alfon-so estudió en Alemania, Inglaterra y Francia. Atendió negocios familiares, fundó el Banco Territorial, introdujo el arado de vapor y participó en otras muchas empresas mercantiles de la época.

Miguel Aldama hizo también un intento de montar un gran ingenio sin esclavos, con mano de obra blanca, traída específi camente de Bizkaia, «mis viz-caínos» los llamaba, en un proceso que se llamaría de colonización. Sus intentos no tuvieron éxito, pues parece que sus vizcaínos no se avenían a las ínfi mas con-diciones que se les ofrecían15.

En los albores de la primera guerra independentista fue importante el papel desempeñado por Aldama, reconocido como líder del grupo anexionista-reformista que trató de capitalizar y controlar la revolución, mientras esperaba prometidas reformas de Madrid. El aldamismo, que se oponía a la línea esclavista e integrista de un Julián de Zulueta, tampoco coincidía con el abolicionismo y el independentismo radical de Carlos Manuel de Céspedes.

Al estallar la guerra era dueño de cinco ingenios, así como de varias compa-ñías de ferrocarriles y vapores, pero tuvo que abandonarlo casi todo y refugiarse en Estados Unidos. Obligado al exilio, sus bienes fueron destrozados por los voluntarios o embargados por el gobierno. A partir de entonces dedicó los bienes

15.- Moreno Fraginals, Manuel: El ingenio, Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1978, t. i, p. 303.

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que le quedaban a la causa separatista a través de la Junta Revolucionaria de New York. No pudo conseguir, como quería, que las autoridades de Estados Unidos reconocieran ofi cialmente a la República en Armas establecida en la manigua. En 1884 regresó a Cuba, para morir indigente y abatido en su ciudad natal.

Rafael María de Mendive, maestro de José Martí

Rafael María de Mendive nació en La Habana en 1821. Hijo de Mariano de Mendi-ve y Menchaca, natural de Bilbao, y María de los Dolores Daumy y del Corral, natural de La Habana. Estudió Derecho y Filosofía en la Universidad de La Habana y luego viajó por Europa. Miembro de la Sociedad de Amigos del País, abogado, escritor y educador, fue pre-ceptor de José Martí, a quien educó como a un hijo.

Envuelto en los sucesos del Teatro Villa-nueva, fue encarcelado y deportado a España, después viajó a Nueva York y, después de la Paz de Zanjón, regresó a Cuba. Su residencia

volvió a ser centro de reuniones literarias y políticas hasta fallecer en La Habana en 1886. Fundó, redactó y dirigió diversas publicaciones. Traductor de Víctor Hugo y Lord Byron, dejó una amplia obra poética y teatral, así como un sinnúme-ro de otros escritos.

José María Izaguirre

José María Izaguirre e Izaguirre nació en Bayamo, en 1828. Hijo de José María Izaguirre y Manuela Izaguirre. Era profesor en Bayamo cuando Carlos Manuel de Céspedes se alzó en armas contra el colonialismo español y se incor-poró rápidamente a las fuerzas libertadoras. Fue diputado representante de Jigua-ní a la Asamblea de Guáimaro, donde se promulgó la Constitución de la Repúbli-ca el 10 de abril de 1869. Posteriormente viajó al extranjero con diversas misio-nes para el Gobierno en Armas. Después de fi rmarse la Paz de Zanjón, residió en Guatemala, ejerciendo de nuevo la docencia, y allí fundó y dirigió la Escuela Normal. En 1877 dio trabajo en dicha Escuela a José Martí y se hicieron grandes amigos. En 1894, al solicitarle este último colaboración económica para el Parti-do Revolucionario Cubano, contribuyó con una cantidad generosa y durante la

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Guerra de Independencia fue representante de la Delegación de Nueva York en Guatemala. Al morir en 1905, en La Habana, dejó diversas publicaciones.

Prisioneros de guerra

En el combate de Palo Seco, cuando Máximo Gómez destrozó una columna española, encontró en la cartera del comandante español Vicente Martitegui, tomado prisionero en la acción, esta nota del coronel Manuel Armiñán:

«3ra Brigada. Reservado. El Comandante Gral. de la División en telegra-ma enviado que acabo de recibir me dice lo siguiente: –Dígame que servicios prestaron prisioneros para apreciar su mérito y si son dignos o no de que se les tenga consideración; haciendo uso de la clave si cree conveniente, en lo sucesivo no haga prisioneros, y si los hace fusílelos y de parte de muertos, a menos que nos prometan grandes resultados que dejará para utilizarlos, pero que si no cumple su promesa sufrirá igual suerte que los demás.

Lo traslado a V. para su cumplimiento en la parte que le toca sirviéndose informarme por telégrafo los servicios que han prestado los prisioneros de guerra que V. tiene en esa para con conocimiento de ello informar a S.S. si son o no dignos de consideración. Dios guarde & San Miguel, septiembre 10 de 1873.

(Firmado) El Corl. Jefe –Manuel Arminán. –Sr. Comte. Jefe de las Guerri-llas, D. Vicente Martiategui».

Felipe Elexalde

El 7 de diciembre de 1874 en Colón murió violentamente Felipe Elexalde Elexalde, quien según comunicación del juez presentaba desprendidas del cuerpo la cabeza y la mano derecha.

Los prisioneros carlistas

La hacienda española en Cuba contribuyó ampliamente a la fi nanciación de los liberales en sus guerras contra los carlistas, sobre todo durante la primera gue-rra entre 1833 y 1839 y en las escaramuzas que cundieron entre 1844 y 1860.

La Segunda Guerra Carlista, entre 1872 y 1876, coincidió ya con la guerra de Cuba. En abril de 1872 se produjo una intentona de insurrección en el País Vasco, pero el levantamiento carlista fracasó. En Oroquieta 700 hombres desarmados fueron hechos prisioneros por las tropas constitucionales, pues se habían concen-

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trado en aquel lugar precisamente para tomar las armas. Aquellos 700 voluntarios carlistas fueron atados, trasladados a Pamplona y, de allí, llevados a Cuba.

La guerra sí se generalizó en territorio vasco a partir de febrero de 1873, cuando más de 40.000 paisanos al mando de Antonio Dorregarai, actuando en forma de guerra de guerrillas, establecieron su preponderancia en las cuatro pro-vincias. Los vascos mantuvieron su insurrección durante tres años tanto contra la república como contra la monarquía españolas. Cuando en febrero de 1876, derrotados los carlistas, el pretendiente Carlos abandonó Navarra por Valcarlos, muchos de sus partidarios eligieron el exilio y cruzaron también la frontera para emigrar a América.

Los prisioneros carlistas de aquella segunda guerra sufrieron un destino semejante al de los exiliados, pero más cruel. El Boletín Ofi cial de Navarra, nº 127 del 5 de mayo de 1876, publicaba una orden del Ministerio de la Guerra desti-nando a servir en el Ejército de Cuba en clase de soldados a todos los prisioneros carlistas comprendidos entre los 18 y los 40 años.

Lo dice también Nicolás Ormaechea Orixe en su Santa Kruz apaiza : «Gara-garrillaren azkenerako, karlisten mutil-saldorik geienak itzali ziran: gazte asko il, beste asko preso atxitu ta Kubara bialdu ere bai ». (Para fi nes de julio, la mayoría de las tropas carlistas languidecieron, muchos jóvenes murieron, muchos otros quedaron presos, y a muchos de estos los enviaron a Cuba).

La moral combativa de los prisioneros carlistas en Cuba no debió ser, lógi-camente, la mejor. Mientras los soldados regulares españoles hacían alarde de valentía y tenacidad, y los quintos hacían lo que podían para mantenerse vivos y volver a su tierra natal, las tropas formadas por prisioneros carlistas «tan pron-to podían desertaban tomando algunos el camino de la revolución, y buscando otros la vía de regresar a España»16.

Los vascos de Cuba y los fueros

El 22 de febrero de 1876, un numeroso grupo de vascos de Cuba dirigieron una carta abierta al Diario de Barcelona para agradecer a su director Juan Muñé y Flaquer la defensa que había hecho de los fueros 17. Muñé y Flaquer había escrito un artículo titulado Maquiavelismo revolucionario, una encendida defensa de los fueros vasconavarros, sabiendo que había fuerzas en Madrid que aprovecharían la derrota del carlismo para abolir las viejas instituciones.

16.- González Barrios, René; y Esplugas Valdés, Héctor: El Ejército Español en Cuba (1868-1878) , Ediciones Verde Olivo, La Habana, 2000, p. 159.

17.- Juan Mañé y Flaquer (1832-1901), periodista y director del Diario de Barcelona , publicó unos años después el libro El oasis: viaje al país de los fueros, Imprenta de Jaime Jesús Roviralta, Barcelona, 1879.

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«Los vascongados y navarros residentes en la isla de Cuba, pequeña parte del pueblo Euskaro entero» se llamaban a sí mismos, y reivindicaban encendidamen-te las instituciones a cuya sombra habían nacido, considerando que el pueblo vasco había sido el baluarte de la independencia española desde los tiempos más antiguos. Afi rmaban que hay un lema que siempre haría vibrar de entusiasmo todo corazón vasco: Dios y fueros. Y que quienes atacaban a los fueros se movían por ignorancia y por envidia, porque era ignorancia atribuir el arranque de la guerra civil a la existencia de los fueros...

Firmaban la carta Joaquín Calvetón, Ramón María Araiztegui, Manuel Maru-ri, Segundo Rigal, Antonio C. Tellería, Félix López de la Calle, Gabriel Amenabar, Francisco Durañona, Fermín Calvetón, Baltasar Otamendi, Narciso N. Barbier y Maruri, Claudio Delgado, Pascual Goicoechea, José Albizu, Quintín Torre, Fran-cisco Aristizabal, Javier Unanue, Benito Goicoechea, Anastasio Zabala, Manuel Gorordo, Manuel Otermin, Pablo de Tapia, Andrés de Eguileor, José María de Zubiaga, Martín Goicoechea, Ignacio de Careaga, Juan Uriarte, José de Calza-da, José María Zarraluqui, V. Lejarcegui Ondarza, Pablo Gámiz, José Hurtado, Manuel Izaguirre, Estanislao Hermoso, Manuel Lámbarri, Prudencio Otañez, Miguel de Belaunde, José Achutegui Zunzunegui, Eusebio Lopategui y otros.

La lógica fuerista era, al parecer, un sentido común para carlistas y liberales vascos. Pero muy distinta era la lógica de los militares españoles: «Los Fueros de las provincias vascas dejaron de existir desde el momento en que sirvieron de tacos para cargar los fusiles contra los soldados de la patria».

En el número 778 de El Correo Militar se califi caba a la mayoría de los vasco-navarros de carlistas fanáticos, egoístas e intransigentes, poniendo en duda inclu-so que fueran realmente españoles: «Las provincias vasco-navarras, ¿Son o no españolas? En el primer caso no deben repugnar el ser regidas por las mismas leyes que las demás, no deben insistir en la conservación de privilegios siempre odiosos. En el segundo, si prefi eren ser antes vascas que españolas, quédense enhorabuena con sus Fueros; pero formen estado aparte, prohíbase que ningun natural de allí desempeñe cargo alguno en ningún ramo, póngase estrecho sitio a sus fronteras y evítese, en fi n, que usando, de una vulgar acepción, estén cual hoy a las maduras y no a las duras»18.

Y Alfonso xii corroboraba la lógica militar cuando en marzo de 1876 en Somorrostro agradecía al Ejército su victoria sobre los carlistas y la pacifi cación de los territorios vascos, y les manifestaba a los soldados: «Fundada por vuestro heroísmo la unidad constitucional de España, hasta las más remotas generacio-nes llegará el fruto y las bendiciones de vuestras victorias».

18.- Estos y otros muchos interesantes documentos de aquel tiempo se recogen en el libro de Alberto Ciaurriz Belzunegui: La abolición de los fueros vascos a través de la prensa , Auñamendi, Donostia-San Sebastián, 1976.

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Y el 20 de mayo Antonio Cánovas del Castillo, en el contexto de una rebo-sante campaña de prensa contra los fueros, presentó en las Cortes un proyecto de ley mediante el que se ampliaban los deberes constitucionales a las provincias exentas. Y el 21 de julio de 1876 los fueros vascos fueron abolidos defi nitivamen-te. El primer artículo del decreto de abolición se decía: «Los deberes que la cons-titución política ha impuesto siempre a todos los españoles de acudir al servicio de las armas cuando la ley los llama, y de contribuir en proporción de sus habe-res a los gastos del Estado, se extenderán, como los derechos constitucionales se extienden, a los habitantes de las provincias de Vizcaya y Guipúzcoa y Álava, del mismo modo que a las demás de la Nación».

Esta supresión remataba las restricciones impuestas como consecuencia de la Primera Guerra Carlista y la Ley Paccionada que se había establecido en Nava-rra en 1841. No solo los carlistas, también los liberales vascos defendían sus fue-ros, pero la prensa española les respondió con resuelto desprecio, recalcando que no habían sido los liberales vascos quienes habían derrotado la insurrección sino las bayonetas del Ejército español. La cuestión del servicio militar fue la más rei-terada por la prensa española, que subrayaba la pereza de las cuatro diputaciones vascas a la hora de aportar soldados para las guerras de África y Cuba, mientras que para combatir a los españoles habían presentado un formidable ejército en unos pocos días. El Correo Militar observaba: «Curioso país euskaro donde no se acepta ninguna contribución de sangre y para combatir al Ejercito nacional a cualquier hora encuentra soldados».

Este periódico, portavoz de los militares, insistía en la idea de mantener 5.000 soldados españoles destacados en las cuatro provincias vascas de forma permanente: «Cuando un país se muestra tan belicoso es muy justo que se le gobierne militarmente».

Apareció incluso un libro acusando a los vascos de ser profundamente des-leales, aportando listas de apellidos vascos que habían contribuido a la indepen-dencia de las repúblicas de Ultramar19.

19.- Uno de los pocos políticos lucidos en relación con el tema vasco, como en relación al cubano, fue el republi-cano Francisco Pi i Margall, el autor de Las Nacionalidades, quien en 1876 escribió: «Vencidos los vascos, se trata actualmente, no de arrancarles sus fueros, pero sí de quitarles la exención del servicio militar y de los tributos. ¿Serán, por que se les quiten, más españoles? ¿Participarán más de nuestras ideas y de nues-tros sentimientos? ¿No será resultado natural de la diversidad de razas ese antagonismo que entre ellos y nosotros existe? A poco que se combinen según los diversos criterios por la teoría de las nacionalidades, tengo para mí que se había de estar por la independencia de los vascos».

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Fermín Calvetón

Fermín Cándido Calvetón, nacido en Donostia en 1853, se licenció en Dere-cho en Madrid en 1877 y desempeñó la cátedra de Hacienda Pública y Derecho Político Comparado en la Universidad de La Habana hasta 1887.

En 1884 había sido elegido diputado por Matanzas. En 1887 fue diputado por Donostia, en 1898 senador por Gipuzkoa y en 1910 fue nombrado ministro de Fomento con el Gobierno de José Canalejas. También fue embajador ante el Vaticano con Pío x. En su discurso de ingreso a la Academia de Ciencias Morales y Políticas condenó las ideas económicas y políticas liberales y se preocupó por la previsión social.

Al morir, en febrero de 1919, el Ayuntamiento de Donostia decidió dar su nombre a una calle que hasta entonces se había llamado Puyuelo.

Víctor Patricio Landaluze y su paradoja

Víctor Patricio Landaluze y Uriarte nació en la villa de Bilbao. Estudió pintura y llegó a Cuba hacia 1850, cuando las tro-pas de Narciso López desembarcaban con ideas de anexionar Cuba a Estados Unidos. A partir de aquellos incidentes ingresó en el Cuerpo de Voluntarios y en las Milicias de Infantería.

Instalado en La Habana, inició una larga trayectoria en el periodismo como dibujante, caricaturista y escritor. Colaboró en nume-rosas publicaciones periódicas de la época, conformándose su inclinación hacia el cos-tumbrismo y a la sátira y convirtiéndose en alerta observador de las clases populares.

La Habana era una ciudad importante, era centro de los acaudalados productores de azúcar, la bahía recibía anualmente más de

8.500 buques mercantes y sus manufacturas de tabaco exportaban puros habanos a los más

exclusivos consumidores europeos en preciosos envases de cedro con láminas litografi adas. La ciudad contaba con ferrocarril, antes que Madrid, estrenaba un moderno acueducto, y se ufanaba de tener alumbrado de gas, servicio telegráfi co, residencias lujosas que atrapaban la brisa y fi ltraban el candente sol del trópi-

Caricatura de V.P. Landaluze (1873). Ironiza El grito de Yara

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co, así como grandes alamedas y paseos a donde concurrían, en sus quitrines y volantas, elegantes damas vestidas a la moda de París. Había vida cultural y tanto la alta sociedad como las clases medias se caracterizaban por un gran refi namien-to en sus costumbres. En el mismo tiempo y lugar, el lado negro hacía contraste radical con el lado blanco, y abundaban las calles insalubres, inhóspitas chozas de barro, epidemias, corrupción y pobreza. La Habana era una ciudad bulliciosa por sus pregones y sus fi estas y, sin embargo, arrastraba, como base de la eco-nomía azucarera, como fuente de su fuente de su propio desarrollo, el lastre del régimen esclavista y su descomposición social.

En 1852 colaboró en el álbum titulado Los cubanos pintados por sí mismos . Estos dibujos de tipos populares constituyeron para él un primer acercamiento a lo que sería después su obra costumbrista. Sus fi guras humanas mantienen toda-vía cierta rigidez en las poses, y el carácter satírico de las representaciones era bastante evidente.

En 1857 aparece la primera publicación humorística cubana, La Charanga , con Juan Martínez Villergas y Víctor Patricio Landaluze, que se presenta a sí misma de esta manera: «Periódico literario, loco, serio y casi sentimental, muy pródigo en bromas pero no pesadas y de cuentos pero no de chismes. Muy abun-dante en sátiras y otras cosas capaces de arrancar lágrimas a una vidriera».

Landaluze colaboró en diversos medios. Del punto de vista técnico pronto llegó al dominio de su ofi cio de dibujante. Su imagen era precisa, el detalle minu-cioso, y el tratamiento de la fi gura humana, a la que con frecuencia agrandaba la cabeza, lleno de expresividad. Del punto de vista político, se caracterizaba por su

Vista del Teatro Tacón y Hotel Louvre, La Habana

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constante irrespetuosidad y hostilidad hacia todo elemento de la emergente y ya rebelde nacionalidad cubana.

En 1869 trabajó en otra publicación humorística importante: Juan Palomo , que se anunciaba con la divisa de «Liberales en principios hasta la pared de enfrente, y en Cuba al lado de la Autoridad». Se ocupó en satirizar las razas y su mestizaje: «leche de botija» es la raza blanca, «café con leche muy cargado» es la mulata, «café de bodega» es la negra. Siguió representando tipos del país, la mayoría negros, con diálogos que complementaban la caricatura. En el tea-tro bufo de esta época el negro había ya dejado de ser bozal y había surgido el «negro catedrático». Otro tipo presentado fue el del chino, en momentos en que al irse aboliendo la esclavitud los chinos eran introducidos en la isla en grandes cantidades como mano de obra barata para los ingenios azucareros y las obras de infraestructura.

El academicismo imperó en la pintura cubana hasta bien entrado el siglo xx, debido a lo reducido del sector social a que iba dirigida la pintura. Esta limi-tada y selecta clientela mantuvo a la pintura cautiva de los moldes europeos, del gusto de la clase dominante. Víctor Patricio Landaluze, en cambio, vivió en la calle, leyó a Cirilo Villaverde y conoció el teatro bufo. En 1881 se publicó Tipos y Costumbres de la Isla de Cuba , que es la mejor y más importante de sus obras impresas. Richard Neumann, en su estudio sobre Landaluze, al analizar Tipos y Costumbres de la Isla de Cuba considera que «su contribución personal e incomparable, es su penetración del alma criolla, la captación de la luz tropical, la reproducción inspirada de toda la alegría, de las pasiones y astucias, de las cos-tumbres y burlas de los prejuicios y supersticiones de los cubanos genuinos, sean blancos o negros. Basta la comparación con cualquier otro costumbrista para ave-riguar la enorme superioridad en realismo y emoción...».

Las aguadas de Landaluze resumían muchos años de observación del medio y acercamiento a las clases populares. Su mirada es inteligente y sensible, su dibujo minucioso en los detalles y elegante, sus personajes están llenos de vida y de expresividad. Los negros, las negras y los guajiros desfi lan engalanados a través de sus cuadros, como si su vida transcurriera en plena sonrisa. El esclavo, por ejemplo, viste el vistoso atuendo del calesero. Es evidente que el pintor pre-fería obviar al hombre sojuzgado, al barracón, al esclavo, al cañaveral. Cuando en algún momento intentaba acercarse a ese mundo tenebroso, como en su grabado La caza del negro cimarrón, lo hacía de un modo frío e imparcial.

Su costumbrismo no era crítico, sino más bien externo y pintoresquista, y a veces satirizante, pero sus pinturas, e incluso sus caricaturas, resultaron como espejos en que los cubanos habían de reconocerse en su heterogeneidad como un pueblo en sí, distinto al español.

En su vida social, Landaluze fue un furibundo antiseparatista. Nunca modifi -có sus convicciones políticas, aunque a partir de 1871 se suavizaron un poco sus

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actitudes. Aquel año sucedieron diversas tragedias que seguramente infl uyeron en él, como el fusilamiento de los estudiantes de medicina y el de su amigo el poeta Juan Clemente Zenea. Compró una casa en Guanabacoa y, a partir de 1881, se casó y tuvo varios hijos. Murió en Guanabacoa el 7 de junio de 1889, víctima de una tuberculosis que lo afectó durante los últimos años de su vida.

Las consecuencias de los actos de uno son a veces extrañamente opuestas a las propias intenciones. Aquel furibundo voluntario antiseparatista contribuyó, paradójicamente, a construir lo que tanto odió, fustigó y combatió. Víctor Patri-cio Landaluze, aquel enemigo mortal de cualquier idea de independencia, parti-cipó, sin embargo, en la elaboración de ciertas imágenes mediante las cuales los cubanos se reconocerían a sí mismos en su nacionalidad liberada.

Nicolás Gamboa

Nicolás Gamboa Gorostiaga fue director del Diario de Cienfuegos a partir de 1874, además de miembro del Ayuntamiento desde 1878 hasta 1895. En 1874 publicó un plano topográfi co de la zona de Cienfuegos y en 1879 un libro para uso pedagógico ofi cial: Nociones de Agricultura para uso de de las Escuelas de Instrucción Primaria de la Isla de Cuba.

Isabel Oyarzabal

La noche del 30 de septiembre al 1 de octubre de 1876, Cecilio González y su partida insurrecta atacaron Calimete, incendiando una tienda, un aserradero y haciendo cuatro muertos entre quienes defendían la población.

Los periódicos relatarían después que una mujer, Isabel Oyarzabal, había evitado la muerte de su esposo Gregorio Irigoyen, perdiendo cuatro dedos de la mano derecha en la feroz lucha que para ello sostuvo.

Arsenio Martínez Campos, el pacifi cador

Arsenio Martínez Campos logró poner fi n a la guerra en Cuba con los mis-mos procedimientos que utilizó para acabar con la última guerra carlista en el País Vasco: con ejercicios de seducción y, junto con operaciones militares efecti-vas, mediante la humanización de la guerra.

El cese de la guerra a muerte fue una puerta abierta para que muchos revolu-cionarios cansados y vacilantes pudieran abandonar la lucha. Además, el Ejército Libertador, agotado después de diez años de combate, no pudo encarar los refuerzos

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bien pertrechados y experimentados que le llegaron a la isla al Ejército español una vez derrotados los carlistas vascos. Combinando, pues, humanismo con contundencia militar, Martínez Campos revalidó en Cuba el título de Pacifi cador que había ganado en tierras vascas.

Por parte cubana, el fracaso en la crea-ción de un Estado propio, motivado por diver-sos factores, pero sobre todo por falta de uni-dad y escasez de recursos, dejó sin embargo elementos positivos para el futuro. Sobre todo tres: la inevitabilidad de la abolición de la esclavitud; una valiosa experiencia de comba-te; y una conciencia nacional –fraguada en la guerra– diferente y opuesta a la española.

El Pacto de Zanjón y el consiguiente fi n de la guerra fueron, de todas maneras, bastante inciertos. Tregua llamó José Martí al periodo que se abrió en aquel pacto, tregua fecunda ,

en el sentido de que serviría para engendrar las condiciones para una nueva guerra necesaria y defi nitiva para lograr la independencia de la isla. Aún así, la paz estuvo salpicada de muchos incidentes y pequeñas guerras ahogadas en sangre.

La protesta de Ramón Leocadio Bonachea

El Pacto del Zanjón, aceptado por la mayoría de los jefes civiles, rendidos a la política de entendimiento de Arsenio Martínez Campos, fue impugnado en marzo de 1878 por el general Antonio Maceo y muchos miembros del Ejército Libertador en la célebre Protesta de Baraguá.

Otro combatiente que no aceptó el Pacto de Zanjón fue Ramón Leocadio Bonachea, coronel independentista que se mantuvo en armas hasta 1879. Su pro-testa tuvo lugar en El Jarao, Sancti Spíritus20.

Era descendiente de José Bonachea y Goicoechea, joven guipuzcoano que llegó a Las Villas a principios del siglo xviii a laborar como recaudador de diez-mos para la Iglesia en todo el Departamento Oriental. Tres generaciones median-tes, Ramón Leocadio Bonachea nació el 9 de diciembre de 1845 en Villaclara, una población de 8.000 habitantes entonces.

20.- Casasús, Juan J. E de: Ramón Leocadio Bonachea, el jefe de la vanguardia, Librería Martí, La Habana, 1955.

José Martí en el presidio

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Después de su oposición al Pacto de Zanjón, Ramón Leocadio Bonachea salió de Cuba y recorrió Estados Unidos y otros países de América reuniendo fondos y gente para organizar otra expedición armada a la isla. Obtuvo pocos apoyos en el fragmentado exilio cubano, consiguió algunos miles de pesos y armas en Pana-má y luego se apropió, en Jamaica, de armas destinadas por exiliados en Estados Unidos para otros planes. Estaba decidido a alzarse, pero el sistema de informa-ción secreta español funcionó. Cuando venía navegando desde Jamaica hacia el Oriente de Cuba, pues pretendía desembarcar en Manzanillo, fue capturado por las autoridades españolas y fusilado en el castillo de El Morro de Santiago de Cuba el 6 de marzo de 1885.

La guerra chiquita

En marzo de 1879 se fundó el Club Central Revolucionario Cubano de La Habana presidido por Ignacio Zarragoitia. En él se destacó el joven José Martí, que había sufrido prisión en Cuba y destierro en España durante la Guerra de los Diez Años y había regresado con título de abogado. Dirigía el club revolucionario de La Habana junto con el periodista negro Juan Gualberto Gómez. Los clubes independentistas no lograron organizarse, la red de espionaje española se infi ltró entre los patriotas revolucionarios y la actuación policial desarticuló el intento de insurrección. El 17 de septiembre de 1879 José Martí fue detenido y deportado nuevamente a la península.

El correo Alfonso XII, empleado en el segundo destierro de José Martí (1879)

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José Maceo en Pamplona

Insurreccionado en Santiago de Cuba, José Maceo había confi ado en la pala-bra de honor de los militares españoles, que le prometieron, mediante cónsules extranjeros, que si deponía las armas se le permitiría salir al lugar que él quisiera. José Maceo eligió la República Haitiana, pensando que podría salir al exilio como antes lo había hecho, con Arsenio Martínez Campos, su hermano Antonio. Pero el que controlaba la situación era ahora Camilo Polavieja 21, quien hizo transbor-dar en alta mar a José Maceo y sus compañeros a un buque de guerra español, para llevarlos prisioneros a las Chafarinas y, luego, a Ceuta.

Al pasar por Cádiz, José Maceo y otros se fugaron audazmente y llegaron a Tánger. De allí alcanzaron Gibraltar, pensando que las autoridades británicas les darían hospitalidad. Sin embargo, el gobernador inglés del peñón los entregó enseguida al Gobierno español, de manera que los fugitivos fueron encerrados en el castillo de Pamplona.

La entrega causó un escándalo en Inglaterra y el Gobierno inglés, que no logró la libertad de José Maceo, sí consiguió que se le dulcifi cara un poco el cau-tiverio, de manera que fue trasladado a Mahón. De Mahón huyó nuevamente, esta vez hacia Argelia. España solicitó su extradición, pero la justicia francesa dio razón y fi nalmente el insurrecto cubano quedó en libertad.

Los hacendados vascos

Durante la Guerra de los Diez Años, paradójicamente, se elevó considerable-mente la producción de azúcar, al mismo tiempo que subieron los precios en el mercado internacional, de manera que los ingresos de los hacendados aumenta-ron de manera cuantiosa.

La familia Zuaznábar era propietaria del ingenio Urumea, mecanizado ya en 1855 y dotado con 400 esclavos negros que producían 10.000 cajas, a razón de 25 cajas por esclavo. Martín Felipe de Apezteguía se casó con una rica viuda cubana, cuyo hijo, ennoblecido con el título de marqués de Apezteguía, formaría la poten-te hacienda azucarera La Constancia. José M. Cortina poseía en 1860 un ingenio llamado Algorta y en 1878 otro más llamado Enriqueta. Juan Aguirre era propie-tario de un ingenio mecanizado llamado Manuelita, en Guanajay. Los hermanos Ayestarán tenían otro llamado Amistad en Guines.

21.- Camilo García de Polavieja, marqués de Polavieja, fue posteriormente capitán general de Filipinas, época en la que decretó la ejecución del dirigente independentista José Rizal (diciembre de 1896).

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Entre los socios del Círculo de Hacendados de Cuba, presidido por Julián de Zulueta, inscritos durante el año de su fundación, 1878, se leen otros muchos apellidos vascos: Luis Díez de Ulzurrun, Pascual de Goicoechea, Joaquín Martí-nez Elizarán, Pablo Aranguren, Matias Galarraga, Francisco Setién y hermanos, Vicente Garciarena, Ignacio de Larrondo, herederos de Pedro Elósegui, Juan Bau-tista Elizalde, José Antonio Galarraga, José Vergara, Juan S. Aguirre, José Zabala, Juan A. Amezaga...

Sebastián Ulacia y su frenética prosperidad

En la década de los 70 se plantea como una necesidad la reforma del sistema de producción azucarero y la reconstrucción de las fi ncas sobre nuevas bases. En la Revista Económica se lee en 1877: «Abocado como está el país á que dentro de pocos años concluya la esclavitud, y previendo lo difícil que será reemplazar á esos trabajadores, si no se varía el sistema acostumbrado...».

Sebastián Ulacia pretendió instalar una central en Aguada de Pasajeros, en una fi nca destruida durante la Guerra de los Diez Años. Manifestó que deseaba proporcionar trabajo a los «presentados», por lo que solicitaba los benefi cios del Decreto del Gobierno General del 3 de noviembre de 1877, que concedía exen-ción del pago de impuestos durante cinco años.

En 1860 no tenía ingenios, en 1878 tenía 4 y en 1884 tendría 13: Bagaez, Favorito, Girafa, Tito Tivo, San Francisco, Helvetia, Primavera, Amistad, Arango, Capitolio, Carolina, Vera y Josefi ta. No se sabe cómo se hizo con tantas propie-dades. Es probable que fuera uno de los especuladores que se enriquecieron durante la guerra. Y se sabe, además, que era representante de los intereses de los jesuitas en Cuba.

En 1880 presentó una solicitud para convertir el ingenio Santísima Trinidad en central, en Nueva Paz. El batey estaba situado a un kilómetro del paradero de Palos, del ferrocarril de La Habana. Calculaba una producción entre 600.000 y 700.000 arrobas de azúcar. Pedía que se le mantuviera durante ocho años la cuota de impuestos que tenía en ese momento, demandaba autorización para construir un pequeño tramo de ferrocarril por su cuenta entre el central y el paradero de Palos, así como diversas líneas entre sus ingenios y sus propiedades, como el potrero La Navarra, para el acarreo de caña.

Las ansias expansivas de Sebastián Ulacia chocaban con los cultivadores de Nueva Paz y del municipio Cabezas, quienes se quejaban de que el ingenio era «desgraciadamente» propiedad de aquel: «Este nuevo Creso que surge mitológi-camente de las esferas de lo desconocido, no se detiene ante los más sacrosantí-simos derechos, para desenvolver sus planes ambiciosos y pretende el cierre de aquellas vías de comunicación tan antiguas como indispensables. Su objetivo es

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encerrar en un círculo de hierro á los sitieros que por aquellas inmediaciones se dedican al cultivo de la caña, á fi n de que solo á él puedan venderla en el precio que mejor le parezca». No parece que Sebastián Ulacia fuera muy popular en Nueva Paz.

Bandolerismo

En el prolongado periodo interbélico, de reposo turbulento o tregua fecunda como se le ha llamado, el bandolerismo adquirió un extraordinario protagonis-mo. El fenómeno del bandolerismo fue expresión del descontento social y se vin-culó estrechamente a la lucha insurreccional.

En el diario de operaciones de Carlos Aguero, vinculado a la Junta Revolu-cionaria de Nueva York, que fue muerto por agentes secretos de la Guardia Civil el 2 de marzo de 1885, se lee en páginas correspondientes a febrero de ese año: «El 4 me dice el alférez Jerónimo Artiaga haber batido fuerzas en el ingenio San Andrés sufriendo la pérdida de un hombre muerto. El 17 batí fuerzas en el potre-ro de Echavarría perdiendo un hombre muerto y dos caballos heridos. El 18 cogí un rifl e de un voluntario poniéndolo en completa libertad. El mismo día capturé al Sr. José Belaunzaran exigiéndole la suma de tres mil pesos oro español para la causa de la libertad, la que recibí el día veinte poniéndolo en libertad...».

Pascual Goicoechea

El 14 de noviembre de 1890, desde el ingenio Providencia, entre Güines y Melena del Sur, el hacendado Pascual Goicoechea informaba al capitán general Camilo de Polavieja de que Manuel García había sido visto por esa zona unos ocho días antes, «y marchaban vestidos de azul, con vueltas rojas, sombreros de jipijapa y Manuel García llevaba puestas insignias de teniente».

Pero los informes que Camilo Polavieja disponía sobre antecedentes de Pas-cual Goicoechea eran bastante desconcertantes. Dueño del ingenio Providencia, Pascual Goicoechea entregó a la partida de Manuel García 400 balas de rifl e. Ofre-ció al general José Chinchilla y Diez de Oñate la entrega del bandolero por medio de dos de sus monteros, pero cuando un comandante del ejército acudió para cumplir lo dicho, descompuso el plan aduciendo que la idea había fracasado por falta de tacto del enviado. Tres días después fue visto conversando con Manuel García y dos de su partida en terrenos de su fi nca junto con Mariano de la Torre, por lo que precipitó su viaje a la península...

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La Asociación Vasco-Navarra de Benefi cencia

Proliferó en Cuba durante el último cuarto de siglo la fundación de asocia-ciones diversas «para los fi nes de la vida humana». La sociedad sufrió una fi ebre organizativa y surgieron grupos de interés de todas clases, desde corporaciones destinadas a incrementar los bienes propios hasta sociedades para el socorro mutuo encargadas de proteger a individuos de menores recursos.

En 1878 se fundó el Círculo de Hacendados. Pero también surgieron cír-culos de trabajadores. En 1880 se fundó la Unión de Fabricantes de Tabaco y, asimismo, el Centro de los Cocheros. También los negros bozales se agrupaban en cofradías o cabildos de nación. El Centro Gallego se fundó en 1879, el Centro Catalán en 1884, el Centro Canario en 1887, el Centro Asturiano en 1886...

En el año 1877 se fundó en La Habana la Asociación Benéfi ca Vasconavarra, que pretendía auxiliar a los impedidos, ancianos, viudas, huérfanos y demás nece-sitados vasconavarros, garantizar los entierros y fi nanciar los regresos al país natal.

En 1887, presidida por el alavés Manuel Maturana, la asociación contaba con 365 socios en La Habana y 228 en el resto del país, en pueblos como Güines, Aguacate, Jovellanos, Cárdenas, Matanzas, Cienfuegos, Caibarién, Santa Clara, Ciego de Ávila y Manzanillo. Según la provincia de origen, 362 eran vizcaínos, 174 guipuzcoanos, 135 navarros y 75 alaveses22.

Los confl ictos de identidad

Como hemos señalado anteriormente, lo decía Eugenio María de Hostos y lo reconocía Ramón María de Araíztegui y hasta el mismo Camilo de Polavieja, la tragedia de la nación española en Cuba consistió es que no podía hacer hijos españoles. Los españoles se mezclaban con indias y salían cubanos; con negras y salían cubanos; con extranjeras y nacían cubanos; con españoles y hasta la espa-ñola procreaba cubanos...

Se podría entender la proliferación de sociedades étnicas y culturales de benefi cencia y ayuda mutua como un fenómeno natural vinculado a los intereses socioeconómicos de los inmigrantes y a su necesidad de mantener las relaciones de origen, la identidad cultural y la lengua propia. Pero no hay que olvidar que existió una estrategia ofi cial de hispanización de la sociedad cubana, particular-mente en las ciudades y sobre todo en La Habana, cuyo objetivo declarado con-sistía en oponerse al nacionalismo cubano.

22.- Los archivos documentales de la Asociación Vasco-Navarra de Benefi cencia han sido organizados y su catalogo publicado: Iturria Savón, Miguel: Memoria documental de los vascos en Cuba , Centro Cultural de España, La Habana, 1999.

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