Pendulo21 74
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CRÍTICA/IDENTIDAD Y PATRIMONIO CULTURAL
• PÉNDULO21/UNO/MARZO 2013 •
El mundo contemporáneo es un mundo global, basta
con encender el televisor, entrar a la red, hojear
alguna revista para reconocer que vivimos en un
mundo en el que las distancias geográficas y culturales
ya no son un impedimento para conocer (aunque sea
superficialmente) lugares, costumbres y rasgos de otras
naciones. En la era global es posible que en cualquier
parte del mundo se pueda degustar comida china, ser
un seguidor del cine italiano o practicar capoeira. Así
los gustos, costumbres y actividades que distinguían
a las personas que componían a una nación parecen
diluirse ante un mundo en el que las identidades co-
lectivas cerradas se difuminan. ¿Bajo este contexto es
aún posible hablar de identidad cultural?, o ¿será que
estamos frente al surgimiento de una cultura planetaria?
Yo me inclino a pensar que ambas, la identidad cultural
y la planetaria, van de la mano.
Es necesario desmitificar ciertas creencias que
suponen que las identidades culturales deben corres-
ponder exclusivamente a sus manifestaciones internas,
es decir, continuar y preservar la tradición. Pero también
desmentir que una cultura planetaria es aquella que
uniforma la diversidad cultural a los estándares del
mercado y acorde con los estilos de vida occidental. La
primera postura busca preservar los rasgos primigenios
de una nación aferrándose a su pasado; la segunda,
pretende eliminar la singularidad de formas de vida
colectiva para que se sumen a un modelo hegemónico.
Ambas resultan insostenibles porque son unilaterales,
no hay conciliación, se preserva la diferencia cultural o
se renuncia a ella.
La pertenencia a una cultura concreta no se opo-
ne a la conformación de una identidad universal que
incluya a toda la humanidad. No obstante, lo universal
no debe estar centrado en una cultura particular que
pretenda ser la portadora de los valores, creencias y
costumbres que deben ser asumidos por el resto de las
naciones. Este falso universalismo lleva a la expansión
colonialista, a la imposición violenta e ideológica de un
pueblo sobre otros. Y a la inversa, la vida de un pueblo
que busca mantener su integridad negándose al contagio
exterior también se convierte en ideológica y violenta
porque a nombre de la unidad nacional se fomenta la
xenofobia e incluso las diferencias y las disidencias al
interior se aniquilan.
La vida de un pueblo es dinámica porque los indivi-
duos que la conforman hacen una historia colectiva que
necesariamente parte de la tradición, mas se actualiza
y se transforma. Para el filósofo mexicano Luis Villoro
la identidad cultural tiene cuatro condiciones: “1) co-
munidad de cultura; 2) conciencia de pertenencia; 3)
proyecto común; 4) relación con un territorio.”1 Veamos
estas condiciones con detenimiento:
Una comunidad de cultura es una forma de vida
compartida por un conjunto de personas (maneras de
ver, sentir y actuar en el mundo). Aunque las naciones
no son entidades aisladas y las demarcaciones entre
una y otra pueden ser imprecisas hay rasgos que hacen
posible distinguir una comunidad de cultura de otra.
En cada identidad colectiva existen ciertas creencias
básicas que conforman un marco para comprender el
mundo, en el que cabe incluso las oposiciones a ciertas
creencias morales.
La segunda condición, sentido de pertenencia,
significa ser parte de una nación; se adquiere inicial-
mente a través de los lazos de sangre, pero no es una
pertenencia definitiva o auténtica porque ser parte de
una nación es identificarse con una historia colectiva
y asumir una forma de vida, lo cual no depende de
los lazos consanguíneos, ni del lugar de nacimiento o
preferencia sobre un sistema político. Pertenecer a una
cultura es integrarse a una identidad cultural de forma
libre y genuina.
1 Cfr. Villoro, Luis, Estado plural, pluralidad de culturas, México, UNAM- Paidós, 1998, p. 13.
Walkiria Torres Soto
CONTENIDO: DIVERSAS IDENTIDADES, UNA MISMA HUMANIDAD. Walkiria Torres Soto • LA IDENTIDAD OFICIAL, EL PATRIMONIO Y LAS VOCES SUBALTERNAS. Carlos Guerrero
Velázquez • PARA HABLAR DE IDENTIDAD, LA VISTA PUESTA EN LO LOCAL. Gabriela Itzagueri Mendoza Sánchez
La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, Mé xico OCTUBRE 2010/ Añ o 2 N o. 20La Jornada Aguascalientes/ Aguascalientes, México MARZO 2013/ Año 3 No. 74
Diversas identidades, una misma humanidad
Escuchen mi palabra del corazón (…)
En este mundo, digo, iguales son
los cuerpos hermanos somos todos
de una humanidad.
Hay blancos y morenos
bambaras, chinos, indios hermanos
somos todos de una humanidad.
Poema tojolabal
• PÉNDULO21/DOS/MARZO 2013 •
Carlos Guerrero Velázquez
La identidad oficial, el patrimonio y las voces subalternas
En el departamento de Antioquia, Colombia, se celebra cada año un evento de gran importancia a nivel regional y nacional llamado La Feria de las
Flores. El acontecimiento principal de esta fiesta es el Desfile de silleteros, en el que artesanos del sector de la región de Santa Elena caminan por la principales avenidas de la colindante ciudad de Medellín, capital del departamento, llevando a cuestas armazones que cargan sobre la espalda llamados “silletas”. En éstas han dibujado previamente con una gran variedad de flores toda suerte de imágenes con diversos motivos, como advocaciones religiosas, paisajes o frases que denotan valores morales de la región. La parada es sumamente aplaudida por la multitud que observa complacida un espectáculo que destaca no sólo por su belleza, sino por el contraste que hace su colorida parafernalia con la pobreza y la violencia de una ciudad que continúa siendo una de las más peligrosas del mundo.
El Desfile de silleteros ha sido elevado a la categoría de patrimonio nacional en Colombia, país que desde hace más de 50 años enfrenta un estado de conflicto armado constante, con la guerrilla más antigua de Latinoamérica que aún se encuentra activa, altas tasas de delincuencia común y el estigma de haber tenido la ciudad más peligrosa del mundo durante los años ochenta del siglo pasado. Las bombas de Pablo Escobar, uno de los capos más grandes de la mafia de la cocaína, dejaron en la ciudad Medellín
una memoria oscura que se entrelaza peligrosamente con la adoración que muchos tienen aún por este ex congresista de la república, a causa del dinero, las dádivas y las casas que repartió en los sectores más desprotegidos de la sociedad, a cambio de protección, complicidad y trabajos sucios. Escobar construyó más de un barrio para personas de escasos recursos; pero el legado del capo no está hecho sólo de ladrillo y cemento: la fama de sus sicarios, sus excentricidades y su poder, aún son recordados en todo tipo de manifestaciones culturales. Pocos héroes de este país y de cualquier otro, pueden presumir de tener corridos y ballenatos hechos en su memoria, haber sido plasmados por el pintor Fernando Botero, o ser inspiración y personaje principal de una exitosa telenovela, además de un gran número de libros y documentales.
Escobar es sólo un hilo de la gran telaraña de procesos que se conocen bajo el nombre de “conflicto colombiano”, pero es también una cara de la moneda que se oculta mientras esplende la reluciente faz de La Feria de las Flores, atrayendo la
atención de locales y extranjeros para que no eleven
su vista a la pobreza de las comunas (barrios) o la
corrupción de sus gobernantes al fuego incesante
de la selva. El Desfile de silleteros juega un papel muy
importante como atracción turística, no sólo por la
exuberancia de su exhibición, sino por el discurso que
permea al evento, reflejo y escuela de esta región,
famosa por su orgullo de pertenencia.
El tercer rasgo, proyecto común, es
una elección de fines y valores que
dan sentido y unidad a una iden-
tidad colectiva. Aunque una
nación se conforme de una
historia y una tradición es
necesaria la emergencia
de una proyección diná-
mica hacia el porvenir.
El cuarto rasgo
hace referencia a la
pertenecía a un terri-
torio, pues si una nación
es la continuidad en el
tiempo, lo es también con
respecto al espacio. El lugar
no tiene que estar delimitado
geográficamente o estar ocu-
pado por el pueblo en cuestión,
más bien, es un lugar de referencia
e incluso simbólico.
La identidad cultural es una constante
renovación que corre a cargo de sus miembros. Todo
ser humano nace ya dentro de una comunidad humana, ésta
le proporciona un mundo con sentido, un lenguaje, una continuidad
histórica y un referente territorial. Este legado queda en manos de
los integrantes de esa comunidad que viven en el presente, pueden
reafirmar su pasado, apoyarse en él o transformarse a partir de otras
influencias distintas a esa realidad que los recibió al nacer. En cambio
la pérdida de la identidad se da cuando se asume acríticamente esa
tradición, se ignora o se rechaza porque pesa más la mirada ajena
que ha señalado que esa cultura es inferior o atrasada.
La conciencia de pertenencia es un componente de la identidad
porque significa congruencia, cada miembro de un pueblo se sabe
parte de una comunidad y dentro de ella ejerce su plan de vida y
contribuye a la realización de un proyecto colectivo. Por lo que no
significa homogeneidad sino el ejercicio de la libertad y de la autode-
terminación. Hoy las distintas culturas humanas enfrentan un mundo
global, pero no nos engañemos la identidad de un pueblo no significa
que el encuentro con otras sea una pérdida. La falsa identidad se da
cuando se niega la pluralidad o se asume una postura acrítica e irre-
flexiva con nuestra tradición o con las expresiones de otros pueblos.
El encuentro libre entre las distintas naciones en la era global
puede enriquecer la vida individual y de las distintas colectividades.
Pero esto sólo es posible si estamos dispuestos a asumir que la
humanidad se expresa en su diversidad y que la identidad para ser
auténtica conlleva una constante trasformación.
A Paula Guisao, de cuya investigación e inspiración
se nutre por completo este pequeño texto
• PÉNDULO21/TRES/MARZO 2013 •
La Muñeca investigadora asegura que el si-lletero es, más que un individuo, un personaje que encarna los valores que se ha adjudicado el departa-mento de Antioquia y que juegan un papel muy im-portante en la narración identitaria de una gran parte de sus habitantes. En un video de la gobernación de Antioquia se sostiene que “cuando pasa un silletero, es Antioquia la que pasa”. A pesar de que no todos se identifican con el epíteto, una gran parte de los antio-queños se autodefinen como “paisas”, concibiéndose a sí mismos como una población diferenciada del res-to del país (afirman tener ascendencia casi exclusiva-mente blanca y europea, refiriéndose a sí mismos en ocasiones como una “raza”), altamente trabajadora, profundamente católica, con grandes habilidades para el comercio y avispados, cuyos orígenes se re-montan a la “colonización antioqueña”, una especie de gesta heroica en la que los ascendientes ocuparon los terrenos fértiles y poblados de vegetación nativa y comunidades indígenas del área, para convertirla a fuerza de hacha en el terreno de explotación agraria exhaustiva, cría ganadera y monocultivo que es hoy.
Este discurso, ampliamente difundido por el gobierno afincado en Medellín, desconoce una mul-tiplicidad de rasgos que poseen otros habitantes de la periferia del departamento, quienes no se identifi-can con la “cultura paisa”, fomentando así el orgullo que ha desembocado en el regionalismo y el racismo propio de muchos de los habitantes de esta parte del país. Tampoco concuerda mucho con el clima de vio-lencia y pobreza que abunda en la región, aunque si bien es cierto que el catolicismo sigue imperando, al menos en cifras que esta iglesia proporciona.
El caso colombiano es solamente un ejemplo del uso que les dan a las manifestaciones culturales los organismos oficiales para legitimar y destacar ciertos rasgos característicos en detrimento de otros al momento de configurar un discurso identitario. El Desfile de los silleteros pretende mostrar una idea de región y proyectar así un pasado que merece ser re-cordado, una leyenda mítica de personajes que con-cuerdan con los valores morales y religiosos con los cuales pueda ser identificado. Pero es también un in-tento por alejar la vista de otras características, otros pasados y otras realidades. El espectáculo se muestra para hacer invisible aquello de lo que se quiere desviar la atención.
Paul Ricoeur exploró las profundidades del concepto de identidad desde las nociones de mismi-dad e ipseidad, conceptos claves en su pensamiento. Ambas pretenden explicar la percepción que tene-mos de nosotros mismos y de otros. Existe una parte que entendemos como permanente: nombre, cuerpo, conciencia; pero también una porción que se recon-figura constantemente, haciéndonos diferentes cada día y, sin embargo, los mismos. Mientras que mismi-dad se adhiere a lo estable, lo idéntico, lo inmutable; la ipseidad abre el sentido de la palabra identidad a la idea de algo no acabado. Uno está siempre preso en esta dialéctica entre lo que le es propio y extra-ño a sí mismo. En el papel de lo propio se inserta la historia de vida y el sentido histórico de pertenencia a un relato global o comunitario, lo que supone que nuestra identidad se sostenga tanto de la forma en
que nos entendemos en el tiempo como de la manera en que nos concebimos dentro de un relato histórico más grande.
¿Qué conlleva la imposición de la historia y memoria oficial en tanto selección de un relato es-pecífico? ¿Hasta dónde puede resultar positiva la se-lección de un pasado con el interés de proyectar una cara a sí mismo y al mundo? Es claro que todo poder procura hacer un recorte y una lectura específica del pasado para configurar la presentación que habrá de hacer de sí mismo ante los otros, pero también es ne-cesario señalar que las otras historias, las que quedan
al margen, forman parte de ese rostro, aunque sea como sombras que oscurecen la sonrisa fingida con que se muestra. Normalmente nos parece lógico que ciudades como Medellín quieran sobreponerse a sus memorias trágicas para mostrarse al mundo como triunfadoras ante la adversidad, pero no olvidemos que todo maquillaje refleja una negación. ¿De qué manera esta negación repercute en la configuración de la identidad de un pueblo?
Dice Eric Hobsbawm que las tradiciones in-ventadas aparecen en momentos en que una socie-dad debilitada se transforma de forma rápida o en que destruye sus viejas estructuras dominantes, ya que sirven para legitimar el estatus de los grupos de poder, activar la cohesión social o inculcar creencias y valores relacionados con el comportamiento. Al in-ventar una tradición se toma o crea un fenómeno que goce de popularidad para inyectar el discurso que se debe imponer y se le dota de orígenes míticos en un pasado remoto. Tampoco es raro que este fenómeno se quiera elevar rápidamente a la categoría de patri-monial, para defenderlo y consolidarlo, a fin de que se establezca como la parte firme y estable (una mis-midad comunitaria, si se me permite), volviéndose así un relato ideal en el que las personas pueden en-
tenderse como parte de una colectividad, insertando
su relato personal dentro de la narración colectiva e
identificarse con los valores que la tradición exhibe.
Pero a los márgenes de esta entronización de un rela-
to, quedan un sinnúmero de historias que componen
también el tejido social y que permanecen como me-
morias alternativas que se transmiten por otras vías.
Lo ocurrido en Medellín, Colombia, es un
caso que se puede trasladar a muchas otras partes del
mundo. ¿Será oportuno preguntarse por las implica-
ciones que tiene el Festival de las Calaveras surgiera
en 1995, en Aguascalientes, durante una de las crisis
mexicanas más severas de la historia reciente que co-
menzó con la devaluación de 1994? ¿Será casual que
la Feria de San Marcos naciera en un periodo en que
la villa se esforzaba por consolidarse como indepen-
diente de los estados ahora vecinos, en torno a una
festividad religiosa y con marcadas características re-
gionalistas?
Pero no olvidemos que hay también una serie
de relatos que en el pasado y ahora, todos los días,
configuran los discursos identitarios de una sociedad,
y aunque no siempre son recibidos para formar parte
dentro de la historia y memoria oficiales, componen
un coro de voces subalternas que cada vez es más di-
fícil canalizar dentro de un discurso único (en parte
por la facilidad al acceso a las nuevas tecnologías de
la información) y que le dan a la historia los matices
y semitonos que necesita para no cubrirse de un co-
lor uniforme. La naturaleza dual de la identidad, es-
table y cambiante, recoge también esas voces, que
van tomando su lugar en el concierto que conforma
la siempre inestable e indefinible impronta cultural de
un pueblo.
• PÉNDULO21/CUATRO/MARZO 2013 •
Tratar de hablar de identidad cultural
en la actualidad conlleva la dificul-
tad de pensar la globalidad, por esto,
como ancla para intentar acercarnos al con-
cepto de identidad como aquel que nos da
cohesión, nos sirve la relación que tiene con
la idea de bienes culturales, anteriormente
denominados patrimonio histórico. De ma-
nera particular abordemos el problema de los
bienes culturales tangibles, como son nues-
tros edificios históricos, y a partir de aquí pre-
guntarnos ¿qué tanto nos identificamos con
ellos?, ¿nos hemos hecho lo suficientemente
cómplices de su conservación?
Esta ciudad de Aguascalientes ha tra-
bajado en la preservación y restauración de
sus edificios históricos e incluso les ha dado
un nuevo sentido, acorde a las necesidades y
exigencias de la sociedad contemporánea, tal
como el caso de la Universidad de las Artes
del Instituto Cultural y su Biblioteca Central
Bicentenario. Al igual que en otros estados
del país se hacen esfuerzos para la recons-
trucción de complejos conventuales y capi-
llas, como en Oaxaca, quizá porque en aquel
lugar ante tal diversidad de grupos étnicos lo
que los une son los encuentros de carácter
religioso; en Nuevo León, de diferentes edifi-
cios e instalaciones vinculados con su pasado
industrial porque también finca su identidad
en esta clase de patrimonio. Como éstos,
existen otros modelos y ejemplos afortuna-
dos que se pueden seguir y que se deben res-
guardar y gestionar.
En contraste, tenemos sucesos ines-
perados, mas no de índole natural, que no
sólo deterioran sino que acaban con parte de
este patrimonio histórico con el que conta-
mos; sucesos que tienen causas específicas y
responsables.
Nuestro país cuenta con instituciones
y legislaciones que señalan la obligación de
los estados hacia la conservación y el resguar-
do de dichos bienes, sin embargo hemos sido
testigos de cómo puede suceder lo contrario
y caer en olvidos y negligencias cuando las so-
luciones no llegan. Ahora, más allá de la muy
cuestionable respuesta de las instituciones,
la pregunta la dirigimos hacia la indiferencia
de la ciudadanía respecto a la necesidad de
señalar y reclamar el cuidado y restauración
de tales bienes, será que estamos tan afecta-
dos por los conflictos sociales que dejamos de
lado el deseo de construir con base en nues-
tra realidad sociohistórica y nuestra existen-
cia se reduce a seguir la puesta en escena que
los medios con sus espectáculos nos otorgan,
tal como lo señala Néstor García Canclini en
Consumidores y ciudadanos;1 si bien, como el
mismo autor advierte “La identidad es teatro
y es política, es actuación y acción”, no olvi-
demos entonces el derecho que tenemos a
dirigir nuestras representaciones, a exigir la
restauración, el mantenimiento y el acceso
a los sitios que conforman nuestra herencia
cultural.
Rompamos con esa sentencia que hi-
ciera Claude Levi-Strauss en su primer viaje
a México en 1955: “Aquí todo parece que
aún está en construcción y ya es ruina”, frase
que a la fecha se cita en la pluma de diferen-
tes críticos europeos2 y que nos sitúa todavía
como una colonia. México tiene identidad y
bienes propios, requiere la contundencia de
ver sus proyectos terminados en función de
las necesidades que hoy se nos presentan y
en consecuencia a lo heredado, a los bienes
culturales heredados. Y entonces se cumpla
el anhelo: ¡Que pronto en la localidad dejen
de parecer ruinas lo que apenas se construye
y nos hagan el teatro de reconstruir lo que los
accidentes en estado gaseoso se llevaron!
1 Vid. Néstor García Canclini, “Las identidades como espectáculo mul-timedia” en Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización, Debolsillo/Random House Mondadori, México, 2009, p.p. 123-132.
Gabriela Itzagueri Mendoza Sánchez
EDITOREnrique Luján Salazar
DISEÑOClaudia Macías Guerra
Para hablar de identidad, la vista puesta en lo local
La Jornada AguascalientesPÉNDULO 21
Publicación QuincenalMarzo 2013. Año 3, No. 74
COMITÉ EDITORIALIgnacio Ruelas OlveraJosé de Lira BautistaRaquel Mercado SalasRamón López Rodríguez
COLABORACIONESWalkiria Torres Soto
Gabriela Itzagueri Mendoza Sánchez Carlos Guerrero Velázquez