Periodismo narrativo en tiempo real

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Periodismo narrativo en tiempo real (#CómoCubrirUnaTragediaEnTuPropioBarrio)

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Periodismo narrativo en tiempo real

(#CómoCubrirUnaTragediaEnTuPropioBarrio)

9.38

#PackBásicoDeCronista

#PeriodismoDeAnticipación

“A principios del siglo XXI, el impacto mediático se mide con la vara del terrorismo”, según Jean-François Fogel y Bruno Patiño contratados por Le Monde los atentados ocurridos en Nueva York, Madrid y Londres a principios de milenio quedarán en la historia del periodismo –entre otras cosas- como indicadores del consumo que realizaron las audiencias. De todos modos, el atentado perpetrado el 11 de septiembre de 2001 al World Trade Center demostró que la prensa digital aún no estaba preparada para soportar semejante tráfico de visitas ya que colapsaron los sitios de prensa.

#ElBarrioDeLosVidriosRotos

#LasPrimerasFotos

#UnaTragediaDemasiadoGrande#ParaUnEncuadreTanPequeño

#ElHombreQueSeDespertóAlBordeDelPrecipicio

El sabor de la muerte

“Poco a poco, la realidad recuperó nitidez. Me sorprendió que tanta gente usara pijama. Pensaba que se trataba de una prenda en desuso. Un grupo de voluntarios volvimos al hotel por pantuflas. No podíamos revisar la estructura, pero podíamos evitar que se enfriaran los pies”.

Juan Villoro

La madre y la novia de Franco se mueven con el impulso que empuja la desesperación. Van y avanzan entre los cables cortados, los vidrios rotos, lo ecos de un estruendo inaugural. Eugenia, la madre, es médica y logra sobreponerse a los improvisados controles que el protocolo de la urgencia requiere. Florencia la sigue. Llegan hasta un estacionamiento de un supermercado del bulevar Oroño y desde allí divisan el séptimo piso donde vive Franco, el novio, el hijo. Y el panorama es desolador. No hay paredes en la espalda del departamento, solo techo y derrumbe. Hay gritos, desesperación y confusión. Ellas, aseguran haber visto a Franco por TV, vivo, gritando "estoy bien". Ellas quieren verlo.

Los periodistas buscamos un número. El número de muertos que nos de la magnitud real de ocaso. Dicen 20, 30 o 40 como si la tragedia fuera una lotería. Los familiares que corren hasta Salta y Oroño quieren ver, tocar y abrazar a sus seres queridos. Florencia y Eugenia no quieren que Franco esté en la lista que buscamos los periodistas. Franco sale al borde de un balcón que no existe. Franco grita que está vivo. Vive. En la lotería de la vida, Franco sólo tiene un manchón de sangre.

A las 9 de la mañana sonó el despertador, pero el futuro ingeniero químico de 33 años que está desocupado no puede levantarse. El despertador sigue sonando, pero el ruido que moviliza al muchacho es un pitido constante, llamativo, alarmante. Franco dice que estaba soñando. Entre el sueño y la ensoñación piensa en un escape de gas, pero sigue durmiendo. Acto seguido, el fuego, el ruido y el pavor. El joven aparece de golpe en el borde del abismo. En su departamento de siete pisos ya no hay paredes: sólo techo y piso.

Franco esperó casi cuatro horas para ser rescatado. Desde abajo, su novia y su madre seguían con nerviosismo la acción, en medio del caos, las corridas y la esperanza. Distinguió entre los escombros la heladera y la cocina de su vecina. Empezó a gritar: "¡Norma! ¡Norma!".

Tras eso, llegó hasta su departamento sin entrar por ninguna puerta. Norma estaba debajo de los escombros. Franco estuvo casi una hora quitándolos para sacar a su vecina que se salvó gracias a que una madera de gran porte estaba sobre su cabeza. Norma estaba inmovilizada. Franco, además de salvarse, salvó a una vecina.

El joven no vio muertos pero escuchaba que los gritos llegaban de todos lados. Franco Járiton encontró antes de ser rescatado sus documentos y su celular. Tenía más de 40 llamadas perdidas. El hombre que no murió se despertó al borde del precipicio suspira profundamente "¡Ay Dios!". Se abraza con Florencia y Eugenia, las mujeres que no tuvieron que leer la lista negra que buscamos los periodistas en la mayor tragedia que ocurrió en Rosario.

Julio estaba en su auto muy cerca de los Tribunales de Rosario cuando ocurrió la explosión. Él llamó a su esposa y volvió rápidamente a su casa, que está a dos cuadras de la tragedia. Guardó el auto y corrió al lugar. "Era un desborde de gente que iba y venía", cuenta a LA NACION. Aún no había ni vallas ni noticias trágicas, sólo el caos propio de los primeros minutos. Así entró en el hall del complejo que tenía tres alas y llegó hasta lo que parecía un patio interno. Había casi dos metros de escombros, una pila inmensa donde, a primera vista, no se distinguían personas. Caminó entre las piedras hasta que advirtió que había dos camas, una arriba de otra, tapadas con vigas, con lo que quedó de la torre derrumbada. Julio sólo veía sus cabezas, sus cráneos. Empezó a hablarles hasta que obtuvo respuesta de una mujer joven, quien no había perdido el conocimiento a pesar de haber caído desde el cuarto piso.

La joven que había caído al vacío se llama Gisele, es estudiante de arquitectura y estaba enviando un mensaje de texto en el momento de la explosión a sus compañeros de facultad. Julio estaba trabajando junto a un grupo de cuatro rescatistas sacando la mampostería de arriba para poder liberar a la universitaria oriunda de la localidad de Fuentes. Ella gritaba y pedía que la saquen. La sacaron en una camilla, de ahí fue en una ambulancia hasta el Hospital Centenario. Según Julio, la joven de 23 años, fue la primera en ingresar al centro de salud. Mientras iban en camino, le dijo su nombre completo, Julio le avisó a su esposa por teléfono y así pudieron localizar a sus familiares vía Facebook.

La cuadra de Salta entre Balcarce y Oroño es la que más caminé en toda mi vida rosarina. La mudanza desde la pensión de Dorrego 353 al departamento de Salta 2108 en julio del 92 significó mucho más que un salto de categoría. No sólo me iba desde una pensión colectiva a un departamento con privacidad sino que tiraba mi primer ancla al barrio del Comedor Balcarce, los ravioles de Bona Pasta, los cafés de El Reloj y la rotisería que vendías tres pizzas por diez pesos. Durante cinco años mis pasos universitarios anduvieron por esa esquina. En el primer piso 'E' se pergeñaron sueños y deseos de periodista, ahí practiqué intensamente con una Olivetti verde para escribir algún día en algún medio, estudié la lingüística de Sausurre y la sociología de Weber, me desayuné con el fin de la historia de Fukuyama, entendí lo que era el zapping de la mano de Landi y Sirvén, no me perdí jamás un programa de Fabián Polosecki en un viejo Philco modelo 79 que sólo enganchaba los canales de aire: el 3, el 5 y ATC.

¿Por dónde empezar? ¿A quién preguntar algo? ¿Qué testimonio recoger? En mis años de productor televisivo tenía un jefe que a los periodistas quejosos por cubrir notas de pequeño porte les decía: "No vas a tener una AMIA todos los días - en alusión al atentado sufrido en el 94 en la Asociación Mutual Israelita Argentina-. Esas son las notas fáciles de hacer, donde encuadrás tenés una historia". Mientras me acercaba más y más al lugar del desastre recordé esa frase. En cada rostro había una historia por contar. Esa adrenalina extraña que segregamos los periodistas en momentos extremos me generó contradicciones. El ocaso estaba en mi barrio. Mis vecinos eran los protagonistas. Mi ex jefe me hubiera dicho: "¡Ahí tenés tu AMIA!".

Pero yo no deseo contar tragedias.

La planificación que sobreviene al caos pretende contrarrestar el peso de la tragedia. La luz del amanecer, el silencio durante las búsquedas y la esperanza de vida debajo de los escombros son tres características propias del inicio del nuevo día. Las calles están limpias, el perímetro que rodea a la zona del desastre es un espacio ascético donde conviven las fuerzas de seguridad, los trabajadores de la salud, los funcionarios, los voluntarios, los rescatistas, los religiosos, los periodistas. Ya no hay vidrios rotos. Nadie corre, los movimientos son dosificados, la gente se cruza y se saluda porque el tiempo transcurrido hace que los rostros se reconozcan. El bulevar Oroño de Rosario es una gran sala de espera de un consultorio a cielo abierto. Los diálogos son conversaciones de ascensor, sólo sirven para probar el canal, para completar el silencio: "Todo es muy terrible", "¿Cómo sigue todo esto?", "¡Cuánta solidaridad!", "¿Se derrumbará el otro edificio?", "Ojalá que haya alguien con vida", "¿Cuántos muertos serán en total?".

#ElRastroDeLasHistorias

#ElChatDeFacebook#UnaEntrevistaImprovisada

23:55 Juan Mascardi: ¿Tuvieron que sacar muchos escombros?

23:55 Gisel Patroni Arimany: si en realidad sacaron de todo. Tmb tenía hierros y carpinterías clavadas en mi colchon. Fueron de a poco destrabando todo, desp vino más gente. El médico y el jefe de bomberos estaban ahí tmb. para sacarme el último pie tuvieron q agujerear el colchón y sacarme a presión. 2 hs y media me dijo Mansilla que estuvieron para sacarme

23:57 Juan Mascardi: ¿Quién es Mansilla?

23:58 Gisel Patroni Arimany: Mansilla es el jefe de bomberos. Julio le pegaba piñas a los ladrillos huecos para romperlos, no le importaba nada.

Crónicas audiovisuales

Narrar en vivo una experiencia.

La repercusión alcanzó niveles insospechados. Por ejemplo, la publicación donde se reflejaban los lugares donde se recibían ayudas o donaciones fue compartida 2406 veces y tuvo un alcance de 87.872 usuarios de Facebook. Otras publicaciones que fueron muy compartidas fueron la información de cómo actuar (624 veces), el requerimiento de dadores de sangre (403 veces), una galería de fotos (220 veces), el listado de personas hospitalizadas (177 veces), la actualización a cinco personas fallecidas (414 veces) y la información de la detención del gasista (108 veces), entre otros. Además, se buscó traccionar todo ese cúmulo de información desde Facebook a la web. Más de mil personas hicieron click en “me gusta” en la Página Oficial de Canal Cinco en Facebook. El alcance en esta red social se septuplicó. Se pasó de un promedio de 68 mil a 453 mil usuarios.

#ExplosiónEnRosario

#Multimedia

#ServicioSocial+Historias

#videoperiodismo

- Mamá, tengo miedo.. Me parece que es el edificio de papá.

-No, hija. No creo, habiendo tantos edificios..

Así habló Agustina, de 21 años, con Marcela, su madre, la mañana del 6 de agosto de 2013, cuando las noticias de último momento acaparaban todos los medios de comunicación. Las primeras informaciones referían a la explosión en la esquina de Salta y Oroño, en Rosario. Marcela Nissoria, profesora de educación física, que desde aquel día no pudo volver a trabajar, primero dudó, luego sospechó y, por último, se desesperó en una búsqueda frenética.

La noche del 5 de agosto Marcela y Hugo cenaron juntos. Ellos no estaban conviviendo. "Íbamos y veníamos, nos veíamos todos los días, compartíamos la crianza de nuestra hija, las reuniones familiares", recuerda Marcela. Desde julio Hugo se quejaba por la poca presión de gas que había en el edificio de Salta 2141. "No puedo calentar el agua ni para un mate", había dicho. Hugo trabajaba en un servicio de ambulancias y un compañero le cambió la guardia. Ese cambio de horario hizo que la explosión lo encontrara en el departamento del 8° piso aquel 6 de agosto.

Cada historia pide ser narrada de una manera

Los límites narrativos de un formato son las posibilidades de otro

No elegir antes de llegar y de sentir

Decidir en función del valor agregado de nuestra propia mirada

El detalle puede sumar, siempre que sea paradigmático de un colectivo

La noticia no tiene lugar ni hora es un tópico

El 6 de agosto de 2013 el lugar común fue concreto, exagerado.

Nunca estamos preparados hasta que ocurra.

Pero puede ocurrir, aquí y ahora.

Lean y manipulen la tecnología. Aprendan y discutan.

La buenas ideas siempre preceden a las aplicaciones.