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PRESENTACIÓN
“El recuerdo de nuestra historia permanece infecundo si no trasciende el pasado. Sólo cuando ilumina y empuja con fuerza viva el presente y proyecta hacia el futuro, es cuando da fruto abundante (…). El carisma que nos legó Santo Domingo, su vida, es un desafío que nos compromete a construir el Reino de Dios en nuestra sociedad. La memoria de nuestro origen como dominicos es un reto para el presente y el futuro de nuestra misión” (Damian Byrne,O.P. maestro general de la Orden.)
Con mucha frecuencia se ha afirmado que los dominicos hemos sido poco prolijos en dar a
conocer lo específicamente nuestro. Santo Domingo de Guzmán, ese gran hombre castellano del siglo
XIII apasionado por Dios y por la humanidad de su tiempo, no es un santo conocido en su toda su
riqueza.
Por otra parte, creemos que volver a las fuentes que nutren nuestra vida es algo fundamental y
que no podemos, en modo alguno, olvidar. Asomarnos con alma sencilla y espíritu contemplativo a cuanto
supuso para aquel momento de la historia de la Iglesia la rica personalidad humana y espiritual de
Domingo de Guzmán, puede ayudarnos a vivir más plenamente nuestra vocación de cristianos, de
seguidores de Jesús según el carisma que él nos dejó como preciosa herencia.
Eso es lo que hemos tenido en nuestro horizonte, en nuestro corazón y pensamiento al elaborar
este sencillo trabajo. Todo ha surgido de la inquietud por conocer mejor y con mayor profundidad nuestro
carisma dominicano, su gestación, allá en el siglo XIII, su vigencia en el momento actual, su proyección
de futuro.
Las páginas que siguen no son, en modo alguno (tampoco ha sido nuestra pretensión), un estudio
completo de la figura y misión de Domingo de Guzmán. (Existe una muy amplia y muy buena bibliografía
sobre el tema que ha sido nuestra compañera de trabajo).
Ofrecemos unas sencillas pinceladas de este gran santo, elaboradas con el único deseo de
compartir el entusiasmo que suscita descubrir su gran personalidad humana, su talante espiritual, la
fuerza de su vida de predicador apostólico encarnado en la sociedad en la que le tocó vivir, su fidelidad a
Dios, a la Iglesia y a los hombres y mujeres de su tiempo.
Nos ha resultado difícil sintetizar en pocas páginas tanta riqueza. Es nuestro deseo que pueda ser
útil para una primera aproximación, para un primer contacto con nuestros orígenes como dominicos.
También ofrecemos la bibliografía que nos ha guiado en la elaboración del presente trabajo.
Deseamos que la riqueza y vigencia del carisma que Domingo nos dio como herencia impregne
nuestra vida y misión y seamos dóciles al Espíritu para hacerlo vivo y actual para el servicio del Reino de
Dios.
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1.- CONTEXTO HISTÓRICO DE LA ÉPOCA QUE VIVIÓ DOMINGO DE GUZMÁN
1.1. LA SOCIEDAD EN LA QUE VIVIÓ DOMINGO
1.1.I. Una sociedad que crece vertiginosamente y provoca el nacimiento del mundo urbanoDomingo de Guzmán nace en Caleruega, una pequeña población enclavada en el interior de las
tierras castellanas, en pleno siglo XII, época en la que Europa experimenta el punto más álgido de
explosión demográfica. Testimonio de este aumento considerable de la población es la reconstrucción, de
muchas iglesias de pueblos y ciudades por haberse quedo pequeñas, así como la aparición de grandes y
bellas catedrales. Parece ser que entre los años 1150 y 1250, Europa aumenta unos 20 millones de
personas, debido sobretodo al alargamiento de la esperanza de vida. Pero otros factores, no menos
importantes, serán la mayor seguridad de las fronteras y la mejora de las técnicas agrícolas para la
explotación de la tierra que ayudarán, sin duda alguna, a la mejoría notable de la nutrición de la
población. Así y todo, las epidemias y el hambre continúan devastando zonas concretas del continente
como ocurre en España. En cuanto al medio de vida de la población, el centro neurálgico de la sociedad se desplaza del
campo hacia la ciudad gracias, sobretodo, al renacimiento del sistema urbano de la Roma imperial. Así
pues, pobladores del mundo rural se establecen alrededor de las antiguas ruinas romanas construyendo
nuevos barrios que engrandecen las ciudades naciendo, al mismo tiempo, diversas actividades
económicas como las dedicadas al avituallamiento de la población, o las destinadas a embellecer casas y
espacios con arte y artesanía, entre otras. De este modo, pues, en las ciudades empiezan a vivir de sus
beneficios económicos los “burgueses”, una nueva clase social de buen estatus económico, que rivalizará
con la nobleza reclamando libertades, franquicias y privilegios. El régimen feudal, aunque no se encuentre
aún cuestionado, debe empezar a adaptarse a estas nuevas realidades sociales, y persiste por dar
flexibilidad a sus antiguas estructuras. Así y todo, la vida de la ciudad y la del campo no son antagónicas,
sino que establecen una relación de necesidad vital: la ciudad necesita el abastecimiento alimenticio del
campo, y éste consigue beneficios de aquella.
Con Domingo el mundo urbano será lugar de evangelización por encontrar allí un nuevo equilibrio
duradero gracias al comercio y, según las ciudades, a la universidad. Es por esto que las Órdenes
mendicantes se consolidan en este medio, y Domingo quiere que sus frailes se dirijan a todas las mujeres
hombres sin importar la condición o estado social, estén donde estén sin excepción.
1.1.II. Una sociedad eminentemente pobreHasta entrado el siglo XII, la miseria se cebaba en el campesino que, a causa de desgracias o
infortunios, intentaba subsistir gracias a la acción solidaria de los familiares o de la parroquia. La mayoría
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de la población del campo participaba, en diferente grado, en la prosperidad o escasez de las cosechas,
sin olvidarse que las guerras y las numerosas enfermedades establecían la pobreza sin miramientos.
Con la aparición del mundo urbano, los pobres se exilian a la ciudad para vagabundear o delinquir,
siendo marginados por el resto de sus conciudadanos. Y en la Europa del siglo XIII la pobreza va
empezando a ser más dura por la aparición, cada vez más acentuada, de las desigualdades sociales
provocadas por el hambre, la peste, la guerra y, más adelante, por la subida del precio del trigo y el
endeudamiento con los usureros.
Con esto nace un contraste entre la opulencia urbana y las privaciones que son visibles a las
puertas de las ciudades. E incluso en el interior del tejido urbano las desigualdades entre ricos y pobres
son, cada vez, más insalvables. El cliente rico se vuelve más exigente en los precios o cantidades. Los
oficios más modestos empiezan a pagar las consecuencias.
En este contexto, Domingo se encontró con todas estas formas de pobreza, y percibía
constantemente la bienaventuranza de los pobres y el despojo de Cristo reflejado en el Evangelio.
Domingo empezará a hablar de la pobreza evangélica y seguirá el precepto de la mendicidad. Y esta
pobreza será cristológica, porque según un fraile de la época: “¿no fue Cristo un pobre predicador?”.
1.2. LA IGLESIA EN LA QUE DOMINGO DESARROLLÓ SU APOSTOLADO
La Iglesia en la Edad Media vivió bajo un régimen de cristiandad. Las invasiones bárbaras la
situaron frente a la tarea urgente de evangelizar los pueblos paganos y colaborar con el poder civil en la
reorganización de Europa.
El ideal de esta evangelización es realizado por monjes destacados, con el apoyo de emperadores
y obispos. Sucesivamente se van convirtiendo al cristianismo los francos, los lombardos, los habitantes de
Italia, de los Países Bajos, de las Islas Británicas y de Alemania, entre otros.
Con la reorganización del continente se abrirá una pugna continua entre Iglesia y sociedad civil
para conseguir la soberanía de las tierras y los estados europeos bajo un régimen de cristiandad. Esta
lucha sin tregua monopolizará la política de la Edad Media. Papas y emperadores buscando,
agresivamente, el control político, harán que la Iglesia viva uno de los capítulos más turbios de su historia:
el papado se ve involucrado en actuaciones políticas y bélicas favorecidas por Carlomagno a quien el
Papa corona.
El nuevo emperador se declara protector y defensor de la Iglesia, y poco a poco irá dirigiendo,
también, los asuntos eclesiásticos. Esta falsa “comunión” entre Iglesia e Imperio desemboca en una
oscura época eclesial con infinidad de papas ocupando, vertiginosamente, la silla del apóstol Pedro
(papas puestos y depuestos por la fuerza política, desterrados, asesinados…), convirtiéndose la
institución en instrumento de poder político y llevándola al máximo detrimento espiritual y moral. Tanto es
así que, por ejemplo, gente sin vocación accedía a los cargos eclesiásticos, los cuales eran comprados y
revendidos con intereses meramente económicos; de esta forma se dio paso a la simonía, que unida al
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nicolaísmo se convierten en el principal obstáculo para la evangelización al dejar a la Iglesia en una total
postración moral.
Papas como Clemente II, Dámaso II o Víctor II realizaron varios intentos de reforma deseosos de
volver a la pureza de la Iglesia antigua, como único camino de de renovación cristiana eclesial, apuntando
su actividad reformadora hacia el campo de la moral, sobre todo con el propósito de erradicar la simonía y
el nicolaísmo del clero.
La verdadera reforma llega con el Papa Gregorio VII en el año 1073. Se propuso, entre
otras acciones, imponer el celibato a los clérigos, desterrar la simonía y despojar a los príncipes del
derecho a nombrar autoridades eclesiásticas. Puso a los obispos y abades bajo la única dependencia del
Papa.
Desde el punto específicamente evangelizador, la Iglesia tiene varios frentes a los que ha de
atender, más allá de la lucha política entre el sacerdocio y el imperio: un mundo pagano de
evangelización, el mundo musulmán y las cruzadas, el mundo de las herejías y la renovación evangélica
de la comunidad cristiana.
La misión evangelizadora del mundo ha ocupado los mejores esfuerzos de la Iglesia desde las
invasiones bárbaras, pero en los siglos XII y XIII es todavía una tarea inconclusa. Domingo será testigo, a
través de sus viajes, de un mundo pagano no evangelizado aún. Aquí germina básicamente su ideal
misionero, un ideal que se dirige sobre todo al mundo pagano y que nunca pudo realizar personalmente.
La fundación de la Orden de Predicadores tiene en la mira, también, la misión evangelizadora del mundo
pagano.
La evangelización de los cumanos será casi una obsesión de Domingo, el cual no parecía haberse
interesado especialmente por la empresa de las cruzadas. Se mantuvo al margen de éstas, interesándole
únicamente la evangelización.
La secta herética que Domingo encontró en auge fue la de los cátaros o albigenses. La escasa
formación de los laicos del momento no les permitía un discernimiento adecuado a nivel teologal. Ellos
quedaban más impresionados con el anuncio del evangelio cátaro que con la pompa y el esplendor de
los legados pontificios, a los cuales el Papa Inocencio III les encomienda la “misión de la Predicación” con
el título oficial de “Predicación de Jesucristo”, todo para frenar el avance de la herejía cátara. Domingo
denunciará este hecho vehemente, estando seguro que ése era el motivo del fracaso de la misión
pontificia.
Debemos situar la misión evangelizadora de Domingo dentro de este escenario histórico, y se
entenderá su personalidad de apóstol y la génesis de su nueva orden de Predicadores: urge predicar la
Palabra de Dios con una verdadera vida evangélica como ejemplo, y con un verdadero fundamento
doctrinal. Así entenderemos el proyecto fundacional de la orden dominicana.
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1.3. LA HEREJÍA CÁTARA
1.3.I. El catarismoEl catarismo fue una religión cristiana fundamentada en la interpretación dualista de las Sagradas
Escrituras. La Biblia cátara, libro sagrado que los predicadores itinerantes llevaban siempre consigo y que
era la base de sus enseñanzas, era un Nuevo Testamento completo que incluía los cuatro Evangelios, los
Hechos de los Apóstoles, las Cartas Canónicas y los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Los
cátaros rechazaban el Antiguo Testamento, por considerarlo una crónica de la creación del bajo mundo
por un falso Dios en el cual veían la expresión del principio del mal. La doctrina cátara estaba basada en
el principio de dualidad entre el bien y el mal, lo espiritual y lo material. En este sentido, creían que las
almas estaban creadas por un Dios bueno, mientras que el cuerpo humano y todo lo material que lo
rodeaba eran obra del Dios Malo.
1.3.II. La práctica religiosa de los cátarosLos cátaros se denominaban a sí mismos Buenos/as Hombres/Mujeres o Buenos/as Cristianos/as,
y tenían casas de predicación en las calles de las ciudades, donde la gente podía ver y escuchar a los
perfectos, que eran como se denominaban los predicadores de esta religión.
Los grandes principios de la vida de un cátaro eran los siguientes:
no poseer nada
no matar
no comer carne
vivir humildemente
practicar la castidad.
Los cátaros, llamados también albigenses (nombre referido a la ciudad occitana de Albi, aunque
realmente el centro de la cultura cátara estaba en Toulouse y en los distritos vecinos), aparecieron en el
siglo XII. Llevaban una vida austera y predicaban en la lengua del pueblo. Desdeñaban al mundo, como
los clérigos, pero proponían explicaciones satisfactorias para la gente. La administración del llamado
consolament (imposición de manos o “consuelo”) a la hora de la muerte limpiaba, según ellos, toda
impureza. La mujer consolada era igual de pura que el hombre.
Para los cátaros, Cristo sería el enviado de Dios para indicar el camino de salvación. No
reconocían la naturaleza física de Jesucristo, ni veneraban la cruz donde murió, puesto que para ellos era
solamente un instrumento de suplicio. La vía de salvación se centraba, sobre todo, en el rechazo a la
violencia y a la mentira. El único sacramento que consideraban fundado en el Antiguo Testamento era el
de la imposición de manos. Los seguidores del catarismo rezaban el Padrenuestro y compartían el pan en
memoria de Cristo, pero sin considerar que allí se encarnara.
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La imposición de manos era a su vez bautismo, penitencia, ordenación y extremaunción. El
sacramento de la ordenación debía ser administrado, en principio, por un obispo, pero la unción de los
enfermos y el perdón de los pecados podían también administrarlo las llamadas Buenas Mujeres.
2.- VIDA DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN
Nació Domingo en Caleruega, tierras de Castilla y actual provincia de Burgos, siendo sus padres
Félix de Guzmán y Juana de Aza.
Los cronistas nos presentan a la familia Guzmán-Aza como de sangre noble y con una elevada
situación social: personas ricas en lo material pero también en lo espiritual. La madre Juana tuvo una vida
cristiana ejemplar siendo beatificada por el Papa León XII el día 1 de octubre de 1821.
El nacimiento de Domingo se sitúa entre los años 1173 y 1175. Parece ser que su llegada al
mundo se vio acompañada de algunos signos y hechos extraordinarios. La madre vio en sueños llevar, en
su útero, un perro con una tea encendida intentando incendiar el mundo. Su madrina vio en la frente del niño
la luminosidad de una estrella. Estos hechos, poco probados por una parte, no dejan de tener razón y
sentido, y presagian la gran obra que el aún bebé consolidará en el futuro en pro de la evangelización: el
perro simboliza la fidelidad de Domingo incendiando con su tea (Evangelio de Cristo) todo el mundo; la
estrella en su frente presagiará la luz de su predicación.
Doña Juana tenía interés en que su hijo dirigiese sus pasos hacia la formación clerical, y fue por
esto que hacia los seis años de edad Domingo se trasladó a la población vecina de Gumiel de Izán donde
recibió su primera instrucción, a cargo de su tío arcipreste.
Aún adolescente, con catorce años, sus padres le enviaron a Palencia, a la escuela episcopal,
donde recibió una sólida formación intelectual cursando artes liberales y ciencias teológicas. La hambruna
que azotaba Europa, sobretodo en el año 1196, le hizo comprender lo que significaba ser pobre y la
miseria que trae consigo la pobreza. En Castilla este hambre se recrudeció a causa de la violenta derrota
de las tropas cristianas frente las musulmanas en la población de Alarcos. Los mozárabes fueron
sometidos a una implacable persecución, emigrando muchos de ellos a la cristiana Castilla. El hambre y
la esclavitud se convirtieron en las pesadillas de los castellanos. Y fue en esta época cuando se recuerda
un gesto de Domingo lleno de simbolismo y humanidad: vendió sus valiosos pergaminos en los que tenía
su Biblia y sus notas de clase personales para remediar el hambre en la medida de lo que le era posible.
Domingo, en su radicalidad para mejorar el sufrimiento de las personas, llegó a ofrecerse como esclavo
para libertar a un cautivo.
Fueron muchos los personajes que se fijaron en el joven Domingo por ser un estudiante serio y
ejemplar, y también por su piedad y su dedicación al prójimo. Uno de ellos fue el prior de la catedral de
Osma, Diego de Acebes, quien le ofreció un puesto entre ellos. El obispo de la diócesis, Don Martín de
Bazán, había encargado a Diego el reclutamiento de jóvenes valientes y con decisión, que estuvieran
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dispuestos a ser sacerdotes y colaborar en la reforma del clero que promovía el Papa Inocencio III.
Domingo aceptó y se trasladó a Osma, donde se ejercitó en el silencio, la oración, y la celebración
litúrgica, sin abandonar su decidida preocupación por el prójimo.
En compañía de Diego, que había sido nombrado obispo tras la muerte de Don Martín, Domingo
atravesó el sur de Francia en un viaje diplomático a las Marcas (Dinamarca) ordenado por el rey Alfonso
VIII. Era el año 1203, y allí fue donde encontró a los legados papales que llevaban años tratando de
convencer a los ya conocidos seguidores del catarismo sin grandes resultados. Ante los alardes de
ostentación externa que mostraban los legados del Papa, Diego y Domingo se reunieron con ellos y les
propusieron la forma de predicación apostólica, en pobreza evangélica, con austeridad de medios, y
acentuando la fuerza del ejemplo. Y no sólo lo aconsejaron sino que comenzaron, ambos, a practicarlo,
mendigando su propio sustento y renunciando a cualquier signo de poder externo.
El viaje a las Marcas fue una experiencia determinante para su vida, porque aunque Diego volvió a
Castilla, Domingo decidió quedarse en aquel país durante nueve años para predicar el Evangelio de
Cristo. Aquí fue donde Domingo se fraguó como predicador y como fundador.
Con un grupo de mujeres conversas de la herejía cátara por su predicación, Domingo fundó el
convento de las monjas en la población francesa de Prulla el año 1206. Aunque fueron de clausura, su
convento se llamaba “casa de predicación”. Pronto se multiplicaron los monasterios de monjas dominicas
que rezaban día y noche para que la predicación del Evangelio moviera los corazones.
El IV Concilio de Letrán (1215-1216), convocado por el papa Inocencio III por la fe y la moral,
aunque la mayoría de historiadores apuntan a los intereses políticos y económicos del reino de Francia y
del Papado, sobre todo en la condena de las herejías de los albigenses o cátaros y de los valdenses,
había prohibido fundar nuevas órdenes religiosas. Pero Domingo, ayudado por su obispo Fulco de Tolosa
y varios hombres que le habían seguido, insiste el Papa para fundar una nueva Orden. Éstos no serán
monjes, como los cistercienses, que vivían en abadías llevando una vida de contemplación y trabajo
manual; ni párrocos, que permanecían fijos en un lugar; ni tampoco canónigos regulares, que formaban
parte del presbiterium de los obispos; serán apóstoles consagrados exclusivamente a la predicación y
vivirán en comunidad.
Con esta idea Domingo va a Roma, pero Inocencio III le sugiere escoger como base una regla de
vida religiosa ya existente, a la cual añadir un estatuto particular y volver a Roma para su aprobación.
Domingo y sus frailes escogieron la regla de San Agustín que estaba inspirada en la vida de los apóstoles
después de Pentecostés. Consideraron que era la que mejor correspondía a su intuición porque ponía en
su sitio la vida apostólica, un modo de vida que imitaba la vida de la Comunidad primitiva de Jerusalén:
“Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan, y a las
oraciones”.
De esta manera nació la Orden de Predicadores y que fue confirmada el Papa Honorio III el 22 de
diciembre de 1216. Y el 21 de enero de 1217 el Papa confirma el nombre de la orden y su misión de
Predicadores. El 15 de agosto del mismo año, ante la sorpresa de todos, Domingo dispersa a los
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primeros dieciséis frailes, seguramente desde Prulla, extendiendo de esta forma la orden por todo el
mundo: siete fueron a París, dándoles por superior a fray Mateo de Francia, y poniendo, además, su
propio hermano; a España envió cuatro; tres los dejó en Tolosa, y los otros dos se quedaron en Prulla
donde, además de las monjas, habían comenzado a congregarse hacía algunos años un grupito de
discípulos. Poco tiempo más tarde envió también religiosos a Bolonia, al lado de la otra universidad de
fama mundial que entonces brillaba.
En 1219 visitó Domingo su comunidad de París, que tenía ya más de treinta dominicos, varios de
ellos ingresados en la Orden con el título de doctor. De este modo, no sólo tenían derecho a enseñar,
sino que podían hacerlo en su propia casa, que ya entonces estaba establecida en lo que fue después, y
vuelve a ser hoy, famosísimo convento de Saint Jacques. En Bolonia le sucedió una cosa parecida, pues
en 1220, por la acción del Beato Reginaldo, doctor también de París, y otros varios, que por él habían
ingresado en la Orden, la universidad se encontraba en las más íntimas relaciones con los dominicos.
Podemos decir que tanto el convento de París como el de Bolonia comenzaron a ser desde el principio
una especie de Colegio Mayor, o, aún más, una sección de la misma universidad, incorporada a ella
totalmente.
El día 28 de julio de 1220, por la noche, llegó a su convento de Bolonia enfermo. Pero tal como era
su costumbre, después de predicar a los novicios, se fue a la iglesia a pasar la noche en oración. El 1 de
agosto no pudo levantarse del suelo ni tenerse en pie.
Llegado el día 6 de agosto, Domingo, exhausto, pronunció el sermón a los frailes y novicios y que
será recordado como el más admirable de su vida apostólica. Hizo confesión general y pidió ser enterrado
bajo los pies de sus hermanos. Como despedida les prometió: «Os seré más útil y provechoso después
de muerto que lo fui en vida». Como veía Domingo que llegaban sus últimos suspiros, hizo señas para
que comenzase la recomendación del alma. Al llegar a las palabras: «Llegad, santos de Dios; corred,
ángeles del Señor, para recibir su alma y presentarla ante la mirada del Altísimo», un gesto casi
imperceptible, un alzar las manos a lo alto y dejarlas caer fue la señal: Domingo había muerto.
Fue declarado santo por el Papa Gregorio IX el año 1234 con las palabras: "De la santidad de este
hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo".
Una de las monjas admitida por él en el convento de San Sixto, de Roma, hace de Domingo la
siguiente descripción, confirmada por el dictamen técnico que sobre su esqueleto se dio en 1945, al abrir
su sepultura, por temor de que fuese Bolonia bombardeada durante la II Guerra Mundial: «De estatura
media, cuerpo delgado, rostro hermoso y ligeramente sonrosado, cabellos y barba tirando a rubios, ojos
bellos. De su frente y cejas irradiaba una especie de claridad que atraía el respeto y la simpatía de todos.
Se le veía siempre sonriente y alegre, a no ser cuando alguna aflicción del prójimo le impresionaba. Tenía
las manos largas y bellas. Y una voz grave, bella y sonora. No estuvo nunca calvo, sino que tenía su
corona de pelo bien completa, entreverada con algunos hilos blancos.»
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3.- CÓMO NACE EN DOMINGO DE GUZMÁN SU VOCACIÓN DE VIDA APOSTÓLICA
3.1. EN EL SENO DE UNA REALIDAD SOCIAL Y ECLESIAL CONCRETALa vocación de Domingo de Guzmán, como toda vocación en el seno de la Iglesia, es un don de
Dios, es una llamada del Espíritu al corazón del ser humano que le lanza a construir el Reino en el
momento y realidad que le toca vivir. Quien experimenta esta llamada lo es para “ser para el Señor”.
Luego, cada persona vivirá la respuesta en una realidad concreta, en una historia concreta y de una
manera concreta.
Para entender cómo se fue fraguando la vocación de Domingo de Guzmán, es preciso tener en
cuenta la realidad social y eclesiástica que caracterizó la Edad Media.
Un dinamismo transformador sacudió la historia de finales del siglo XII y comienzos del XIII. La
cultura y el pensamiento se van alejando de los monasterios para instalarse en las nacientes
universidades. La sociedad rural va dando paso a las ciudades en las que se van constituyendo los
gremios y corporaciones. Se pasa del arte románico a la corriente gótica. Y en la cima de la estructura
social, con un casi dominio de todo, se asienta la jerarquía eclesiástica, cuya principal preocupación era la
administración de sus bienes y la defensa de sus posiciones, más mundanas que evangélicas.
El acceso al estudio y conocimiento de la Biblia se reduce, casi totalmente, al ámbito monacal.
Se advierte en la Iglesia de este tiempo una distancia notable del ideal de vida que fue marcado
por las primeras comunidades del siglo primero de nuestra era. La Iglesia se ve sumergida en un clima de
demasiada ambición por tener poder y riqueza que le aleja de forma progresiva del estilo de vida acorde
con el Evangelio de Jesús. Se constata un deterioro moral en el clero y un rasgo que destaca por encima
de todos es el abandono de la predicación del mensaje, de la Palabra de Dios y si se hace lo es de
manera inadecuada. No es posible entender la idea fundacional de Domingo de Guzmán si no se tiene
bien presente esta situación tan dolorosa de la Iglesia de finales del siglo XII. Él tuvo un conocimiento
vivencial profundo de esta realidad social y eclesiástica ya desde sus años en Osma y Palencia y llegó a
su cumbre en el contacto con la misma en el sur de Francia.
Los obispos, a quienes se les había confiado el ministerio de la predicación, del anuncio de la
Palabra de Dios, salvo excepciones muy valiosas, haabían descuidado su misión. Brotan en este
ambiente numerosos movimientos en contra de la comunión eclesial, de carácter laico y antijerárquico.
Proclaman un radicalismo evangélico, centrado en la pobreza y la predicación al estilo de las primeras
comunidades apostólicas.
Es en este ambiente histórico en el que Domingo experimenta la llamada del Espíritu a ser
anunciador del mensaje de Jesús, en comunión con la Iglesia, en fidelidad a Dios, en servicio a la
sociedad de su tiempo. No tiene vocación de reformador apocalíptico de la realidad que le toca vivir.
Domingo es consciente de que la raiz de todo el caos en que vive la Iglesia de su tiempo es un
anuncio ausente o deficiente de la Palabra de Dios. O no se predica o si se hace, con frecuencia se niega
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lo que se dice con una vida sin coherencia con el Evangelio anunciado. Aquí ve Domingo el éxito de la
herejía y el fracaso de la reforma eclesial.
La intuición profética de Domingo, hecha vida y compromiso, fue sencilla y clara: optó por una
comunidad dentro de la Iglesia, enraizada con vigor en la savia del Evangelio; optó por la radicalidad en el
seguimiento de Jesús sin romper la comunión eclesial y desde ahí experimentó la urgente necesidad de
ofrecer a los hombres y mujeres de su tiempo la luz del Evangelio.
Esta experiencia histórica y la oración contemplativa van haciendo más fuerte en Domingo de
Guzmán su fidelidad a los hombres, fidelidad a Dios y fidelidad a la Iglesia.
3.2 DESDE UNA PROFUNDA SENSIBILIDAD Y ATENCIÓN A LA REALIDAD SOCIAL, CULTURAL Y RELIGIOSA DE SU TIEMPOLa personalidad humana de Domingo de Guzmán hunde sus raíces en estratos bien profundos.
Para asomarnos a su vocación de vida apostólica hemos de acercarnos a su profunda personalidad
interior.
El perfil humano de Santo Domingo está sustentado por el suelo evangélico que da armonía y
coherencia a toda su vida y persona. En él lo humano y lo evangélico caminan juntos. Su vida es
conducida por la experiencia de encarnación, presencia en el mundo que le toca vivir, conducido por la
experiencia de Dios. Su vida es una encarnación con discernimiento a la luz de su fe profunda y
comprometida.
El núcleo del perfil espiritual y evangélico de Domingo de Guzmán es la experiencia de Dios a
través de una contemplación permanente de Jesús en su misión de salvador de la persona humana, de
toda la creación y, al mismo tiempo, del contacto con una sociedad doliente necesitada de liberación, de
salvación. Esta experiencia de Dios se hace más intensa en el silencio y en la oración contemplativa; se
hace operativa en su vida y compromiso de predicación del Evangelio siguiendo el modelo de vida de los
primeros apóstoles. Siempre fue su sueño vivir al estilo de las comunidades primitivas, las que nacen
directamente del contacto con los primeros discípulos de Jesús. En su camino de fe, de seguimiento de
Jesús, siempre tuvo como maestro a San Pablo.
Tuvo siempre presente que Dios se manifiesta a través de la historia de la humanidad. Toda
experiencia de Dios pasa a través, de alguna manera, por contacto con las personas. Santo Domingo hizo
de su contacto con la gente una fuente inagotable de experiencia de fe y de una manera especial cuando
este contacto tenía lugar con la humanidad doliente. Es ahí donde su experiencia de Dios se hace más
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viva y profunda y donde se da el clima y la tierra adecuada para que nazca su vocación de vida según el
Evangelio. Y es este carácter profundamente histórico de la experiencia de Dios en él lo que hace de su
espiritualidad una vida densa y profunda y realmente encarnada.
Nace y crece en un mundo feudal que le permite entrar en contacto con aquella sociedad de
clases y especialmente con la gente depauperada (recordemos el suceso de Palencia en que vende sus
libros para ayudar a la gente hambrienta). Ya fuera de España, en su viaje a las Marcas con el obispo de
Osma, conoce, en el sur de Francia y muy de cerca, la herejía de los albigenses y comienza a sentir la
necesidad de la evangelización y, al mismo tiempo, experimenta en su interior la necesidad, la urgencia
de una oración contemplativa y de intercesión por gente tan necesitada. Es en esta experiencia de
encarnación en el mundo de su tiempo y en ese contacto permanente con Dios, donde se fragua su
vocación de hombre apostólico, donde él descubre su misión en aquel momento de la historia. “No se
puede ser predicador sin sentirse herido” (Timothy Radcliffe, O.P.). Es el contacto con el Cristo herido en
los hombres y mujeres de su tiempo el que transforma a Santo Domingo en predicador. Tenemos
palabras de esperanza y misericordia porque nosotros mismos las hemos necesitado. Ser predicador es
ser enviado por Dios. Domingo de Guzmán experimenta en lo más hondo de su corazón que es enviado.
3.3 DENTRO DE LA IGLESIA Y EN COMUNIÓN PROFUNDA CON ELLADomingo ama a la Iglesia y le acompaña en su sufrimiento. Descubre cómo su experiencia de Dios
va brotando al contacto con situaciones históricas de dolor, de herejía, de pobreza, de desconcierto en la
misma Iglesia a la que ama apasionadamente. El amor a Jesús y a los hombres y mujeres de su tiempo
crecen en Domingo de Guzmán de manera simultánea. En el contacto con la gente Domingo ve
acrecentar su experiencia de Dios que se hace más profunda en la oración y en la contemplación. Su
talante de alma contemplativa tiene su origen en su historia personal. Dios se manifiesta en la historia de
cada uno y la persona creyente discierne estas manifestaciones históricas de Dios en el silencio de la
oración. Esta manera de vivir se inicia en Domingo en la infancia, en su propia familia, en Caleruega;
crece en Osma y se hace más intensa a medida que crece su compromiso, su vocación de vida
apostólica. Oración, contemplación y compromiso apostólico, en él, van medularmente unidos. La oración
y la predicación atraviesan su vida. “Tenía por costumbre hablar siempre de Dios o con Dios, en casa,
fuera de casa y en el camino” (Proceso de Canonización Bolonia n. VII). “Dedicaba el día a los demás y la
noche a Dios, sabiendo que en el día Dios manda su misericordia y en la noche su cántico” (B. Jordán de
Sajonia n. 59).
Él es, esencialmente, un hombre de Iglesia. Ante el pecado de la Iglesia no adopta una postura de
denuncia agria. Quiere que la Orden que funda sea un grupo de personas al servicio del Evangelio, de la
Iglesia y de la sociedad. Y porque ama profundamente a la Iglesia, su vocación de predicador le lleva a
comprometerse en su construcción desde el seguimiento fiel a la llamada de Dios.
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3.4 CON SENTIDO COMUNITARIOOtro rasgo muy importante de cómo entiende Domingo su vocación es la necesidad de vivir en
grupo esta experiencia: vivir la comunidad. La vida de predicación le remite constantemente al silencio, a
la oración y ésta le lanza a la comunidad, a la humanidad, al servicio de la predicación del Evangelio de
Jesús. La vida cristiana solamente se entiende desde la experiencia de vida profunda de comunión con
los demás. Dios hace alianza con cada persona humana en el seno de la comunidad.
Somos congregados en comunidad y enviados en misión. Domingo quiere que su frailes, sus
compañeros sean dispersados como predicadores a anunciar a la salvación, pero manteniendo la unidad
de la comunidad. No podría predicarse el Reino de Dios y estar divididos.
Domingo da una fuerza nueva a la oración y vivencia comunitaria y podemos descubrir en su vida
que esta oración fue especialmente intensa en momentos cumbres de su vida personal, de su vida
apostólica, de su historia de fundador. Por esa razón sus decisiones son firmes (“Yo sé lo que me hago”)
porque nacen del discernimiento, de la firmeza y seguridad que dan la oración, el contacto con Dios y con
la gente.
Santo Domingo comprendió que no hay experiencia humana más cruel de desesperación que la
de una soledad absoluta, la de una persona introvertida, encerrada en si misma. El individualismo radical
empequeñece la persona y la anula, hasta dejarla al margen de todo crecimiento. El anuncio de la
Palabra de Dios es más significativo cuando se hace desde la comunidad, como los apóstoles a quienes
Jesús envió de dos en dos a proclamar la proximidad del Reino. Solamente juntos, en comunidad,
podremos atrevernos a esperar un mundo nuevo, un mundo más acorde con los criterios del Evangelio.
3.5 EN FIDELIDAD AL EVANGELIOEl conocimiento de la herejía en tierra de los cátaros despierta en él la necesidad que tiene la
Iglesia, bastante feudalizada, de predicar el mensaje de Jesús desde una vida de pobreza evangélica, en
un momento histórico en que la riqueza es el principal pecado de esta Iglesia. Esta vida de pobreza es
otro de los rasgos que destacan en el talante de Domingo de Guzmán. El comienza por vivir ese ideal de
pobreza, de sencillez evangélica para hacer así más creíble su predicación del mensaje de Jesús.
Renuncia a su tierra, a su patria, a su patrimonio familiar para vivir en la ITINERANCIA como testigo y
mensajero del Evangelio. Recorre los caminos ligero de equipaje: lleva consigo, como único tesoro y
permanentemente, el evangelio de San Mateo y las cartas de san Pablo y funda la Orden bajo el signo de
la itinerancia y la mendicancia apostólicas. La motivación última de la pobreza en Santo Domingo es la
urgencia de la predicación. Convierte la pobreza en una escuela de aprendizaje de fraternidad. “No quiero
estudiar sobre pieles muertas mientras hay hombres que mueren de hambre” (Proc. Can. Bol. 7). En el
contexto de una Iglesia poderosa y rica, encuentra Domingo la inspiración de su ideal de pobreza: la
búsqueda de la libertad evangélica frente a los bienes materiales en función del ministerio apostólico.
Esta libertad es esencial para quien es llamado a ser mensajero del Evangelio de Jesús. No olvida
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Domingo que la pobreza es un medio. Debe dar la libertad para ir y predicar en cualquier lado. Honorio III
escribía así de Domingo en 1217: “Con el fervor del espíritu que les animaba, despojándose del peso de
las riqueza de este mundo y estando revestidos con el celo de propagar el evangelio, decidieron ejercer el
oficio de predicar en el humilde estado de pobreza voluntaria, exponiéndose a sí mismos a sufrimientos y
peligros sin número por la salvación de los otros”.
La pobreza nos da la libertad en vistas a la predicación, pero siempre ordenada al amor que es la
misma vida de Dios. Para Domingo de Guzmán tiene sentido la pobreza abrazada voluntariamente
porque le permite superar las fronteras que separan a los seres humanos entre sí, estar presente entre
ellos. ¿Cómo predicar a un Cristo que se puso totalmente en nuestras manos si nosotros no somos
capaces de ponernos en el lugar doliente que ocupan nuestros hermanos?.Una de las exigencias de la
pobreza, tal como la entiende Domingo, es vivir sencillamente para poder ver el mundo desde una
perspectiva diferente que le acerque a la visión del Dios de la gratuidad. Jordán de Sajonia decía que
Domingo era “un verdadero amante de la pobreza”, quizás no por la pobreza en si misma sino porque ella
le liberaba de sus más profundos deseos de ambición y de poder.
Un rasgo que destaca en la vocación apostólica de Domingo de Guzmán es el amor. Se decía de
él que “como amaba a todos, de todos era amado” (J. de Sajonia). Sólo puede hablar del Amor de Dios si
se vive en este misterio. Sólo nos dejó como testamento: “Tened caridad, guardad la humildad y abrazad
la pobreza voluntaria”. Su amor se alimenta en la escuela del seguimiento de Cristo: la compasión.
Compasión que es “sentir con”, con los otros, es compartir la suerte del otro, es ponerse en su piel, es
encarnarse, para así poder acompañarle en su caminar. Por eso se ha afirmado que la compasión en
Santo Domingo va asociada a su espiritualidad de encarnación, que implica asumir la condición humana,
para ayudar a dignificarla, a liberarla. Significa revestirse, como Jesús, de entrañas de misericordia.
La vocación apostólica de Domingo de Guzmán queda definida por dos grandes fidelidades:
fidelidad a Dios y fidelidad a los hombres y mujeres de su tiempo. Quiere predicar el Evangelio de Jesús
con la sola fuerza de la Palabra y con la autoridad de su vida evangélica. La pobreza absoluta y la
mendicancia son para Domingo de Guzmán camino de libertad en la misión, en el anuncio de la Palabra
de Dios. Su dedicación al anuncio de mensaje de Jesús, la predicación, es permanente, a tiempo y a
destiempo, porque cualquier tiempo es bueno para anunciar la salvación que Dios quiere para todo ser
humano.
El rasgo más característico de la predicación de Domingo de Guzmán es que el testimonio de su
palabra es coherente esencialmente con su vida. El anuncio del Evangelio solamente se hace creíble
cuando va acompañado por una vida en consonancia con lo que se predica. Por esa misma razón los
herejes de entonces se hacían creíbles.
Su testimonio de vida evangélica dedicada a la misión de anunciar a Jesús mueve a otros a unirse
a su forma de vida. Con ello se cumple otro rasgo esencial de la predicación apostólica: la comunidad,
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que en el caso de Santo Domingo hunde sus raíces en las primeras comunidades nacidas al calor del
grupo de los Apóstoles de Jesús.
Su vocación de fundador será el total cumplimiento de su vocación apostólica. La fundación de la
Orden de Predicadores, dominicos, es el mejor fruto y el más fecundo de su vocación. Él ha entendido
que la vida en comunidad es ya un anuncio del Evangelio de manera viva y práctica. La comunidad
dominicana es llamada ya desde sus primeros tiempos: domus praedicationis, casa de predicación.
En el origen de su vocación no podemos olvidar a ciertas personas que dejaron su impronta en el
corazón y en la vida de Domingo de Guzmán. Son Diego de Acebes, obispo de Osma, que fue para él
como su padre espiritual; Fulco, obispo de Toulouse, que dio su apoyo incondicional a la misión de
Domingo y sus compañeros en su diócesis; el papa Inocencio III, incansable luchador por renovar la
misión de predicar en la Iglesia y el papa Honorio III, continuador de su predecesor en esta maravillosa
empresa.
Algo nuevo comenzaba a nacer en la Iglesia de comienzos del siglo XIII. El Espíritu de Jesús
soplaba fuerte como en un nuevo Pentecostés. La vida de las primeras comunidades cristianas y el coraje
evangelizador de los Apóstoles comenzaba a sazonar e iluminar la vida de la Iglesia. Domingo de
Guzmán, acudió a la llamada de Dios y se lanzó a la aventura de ser SAL y LUZ. En su camino, una sola
actitud: FIDELIDAD. Fiel a su tiempo, se metió en el corazón de su historia, la de su gente. Fiel al
Evangelio personificado en Jesús de Nazaret. Dios y el hombre son la gran pasión de Domingo de
Guzmán y esos son o han de ser la pasión de cuantos formamos la gran familia dominicana. Fiel a la
Iglesia de Jesús, aunque herida por la ambición y el poder. Cercanía a los hombres desde Dios e
intimidad con Dios desde los hombres.
Su vocación de predicador apostólico nace de la llamada del Espíritu que él descubre en el
contacto con la realidad humana y eclesial de aquel entonces y en la contemplación del misterio de Cristo
en sus largas horas de oración y de silencio.
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4.- ELEMENTOS FUNDAMENTALES DEL CARISMA DE DOMINGO DE GUZMÁN
Dios concede a la Iglesia, en cada momento de su historia, el don de personas capaces de
encarnar el estilo de vida, que en esa coyuntura histórica, mejor se adecua a las necesidades de la
humanidad, para hacer viva y presente la salvación que Jesús nos ganó con su misterio pascual. La
impronta fundacional, el carisma es, por encima de todo, algo que atañe al ámbito de lo gratuito; es un
don de Dios para el bien de la Iglesia, para el servicio del Evangelio, para bien de la humanidad; se ofrece
a toda persona que se sienta atraída por ese ideal de vida.
Domingo de Guzmán, fiel a la llamada, al don del Espíritu y fiel a la sociedad de su tiempo, fue
descubriendo, en el contacto con Dios y con la gente, el tipo de vida que quería para él mismo y para sus
compañeros, para la Orden que más tarde fundaría.
Ante todo, habían de ser personas “para la predicación” de la Palabra de Dios; personas
dedicadas a buscar y a trabajar en la salvación del ser humano, creyente o no y de una manera especial
la salvación de los pobres (pecadores, herejes…).
En sus largas jornadas de predicación por el sur de Francia, la tierra de los cátaros, de los
albigenses, y consciente de la deficiente manera de anunciar el mensaje de Jesús de los enviados
pontificios, Domingo descubrió el carisma de su vocación: dedicarse, de por vida, al ministerio de la predicación, al estilo de los apóstoles elegidos por Jesús, tal y como narran los Hechos. Es decir,
para Domingo de Guzmán somos llamados a vivir la vida de los apóstoles, a ser predicadores de la
Palabra, primera y fundamentalmente con la propia vida y, a la vez y de manera inseparable, con el
anuncio del Evangelio de Jesús. “Id humildemente, enseñando y actuando, viajando a pie sin plata ni oro,
imitando en todo la vida de los apóstoles”. Para Santo Domingo, ser apóstol significa tener una manera
especial de ser y de vivir, y no simplemente una tarea. Ser predicador, en dominicano, no es tanto lo que
hacemos con este fin, cuanto lo que somos.
“La vida apostólica es una vocación que es la sustancia de mi vida y de mi ser” (Yves Congar
O.P.). Domingo fue un predicador con todo su ser. Ser predicador, en su pensamiento, no significa
solamente hablar de Dios a la gente, sino asumir en nuestra vida la distancia que hay entre la vida de
Dios y la vida más alienada y herida en los otros. No tendremos palabras de compasión a no ser que
vivamos en cierta manera el dolor y el fracaso, las dudas de nuestros hermanos. Es así como entendió la
predicación Domingo de Guzmán.
Por tanto, en la base, en la raíz, en lo más profundo de su novedad, el carisma que nos transmitió
santo Domingo es la predicación de la Palabra. Todo lo demás gira en torno a esta realidad. El núcleo del
carisma dominicano es la Predicación de la Palabra de Dios, la predicación desde una experiencia de
vida y en la vida misma, una vida en fidelidad al Evangelio; una vida de seguimiento del Señor Jesús; una
vida encarnada en el momento histórico que nos toca vivir. Domingo de Guzmán quiere a los miembros
de la Orden, frailes, monjas y laicos viviendo en comunidades según el modelo de las primeras
comunidades cristianas como aparecen relatadas en los Hechos de los Apóstoles: comunidades que
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comparten vida, oración, bienes, predicación; comunidades fieles a la profesión de los consejos
evangélicos, perseverantes en la celebración común de la liturgia, especialmente de la Eucaristía y en la
oración contemplativa, asiduos en el estudio, dedicados de por vida al anuncio de la Palabra.
La predicación es, para la orden de Predicadores, una urgencia, una necesidad. Predicar el
Evangelio es testimoniarlo, mostrarlo vivo y actualizado. “La espiritualidad de Domingo de Guzmán fue
una réplica al maniqueísmo reinante en los ambientes heréticos del momento. Se trata de una vida
contemplativa en medio del mundo, nacida de la contemplación de la historia humana, pertrechada de la
contemplación y estudio de la Palabra de Dios y destinada a alimentar el anuncio de esa Palabra”
(Felicísimo Martínez, Espiritualidad dominicana, pág. 69).
Esta predicación ha de ser mendicante e itinerante, acompañada de un estilo de vida apostólico y
en pobreza y desde un profundo amor a Jesucristo y a la persona humana y desde la comunión con la
Iglesia y en su nombre. Itinerancia que invita a responder a las llamadas más urgentes, más cruciales, en
la escuela de Domingo, abierto a la miseria material y espiritual de su tiempo. Su profunda vocación
eclesial inspira el modelo de predicación de la Orden por él fundada. La predicación ha de ser
kerigmática, cristocéntrica, positiva y no tanto una predicación moral y de conversión; esta vendrá
después. Ha de ser el anuncio de la salvación que Jesús nos trae con su misterio pascual (muerte y
resurrección, kerigma), que es el núcleo de la predicación de los Apóstoles. La predicación que vive la
Orden está profundamente relacionada con la contemplación y el estudio. Santo Domingo quiere que los
frailes se preparen para la predicación mediante la contemplación asidua y el estudio constante,
especialmente de la Sagrada Escritura.
La vida cristiana se fundamenta y se construye sobre el anuncio de la Buena Noticia de la
salvación y sobre una experiencia de fe.
La predicación ha de ser profética. Desde la mirada a la humanidad y a la Iglesia, a su presente
histórico, para poder interpretarlo e iluminarlo desde la contemplación y desde la luz que da la Palabra de
Dios. Es una predicación que nace en lo más profundo de la realidad histórica del presente y desde él
discierne y anuncia la salvación que Dios quiere para esa realidad humana concreta. Es una predicación
que discierne y anuncia la voluntad salvadora de Dios interpretando los signos de los tiempos y la historia
de la persona. La fidelidad a Dios y la fidelidad a los hombres y mujeres de cada momento de la historia
constituyen el eje profético de la predicación dominicana.
Es una predicación multiforme. Todas las formas de predicación y anuncio de la Palabra de Dios
forman parte de la genuina predicación dominicana. Dedicada a todo tipo de personas, pero
esencialmente una predicación de fronteras, culturales y teológicas. Paganos, herejes y pecadores son
las personas preferidas de Domingo de Guzmán y de la predicación dominicana. Y como predicación de
fronteras, se sitúa en la nueva sociedad que está naciendo en el siglo XIII: la sociedad urbana y el
ambiente universitario. Por esa razón sitúa sus conventos en los centros urbanos donde se fragua la vida
intelectual y la nueva cultura y no en parajes aislados o recoletos.
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Para que esta predicación sea realmente una predicación evangélica, Santo Domingo organiza la
Orden sobre unos pilares fundamentales:
- la oración y la vida contemplativa
- la vida intelectual y el estudio de la verdad sagrada
- la vida comunitaria y apostólica.
4.1. ORACIÓN Y VIDA CONTEMPLATIVA“Es la oración contemplativa el primer fundamento básico de la vida dominicana. Es la oración el reto que
se encuentra en el centro y corazón de nuestra vida” ( J.A. Solórzano, Por qué la luz no dobla las
esquinas, pág. 90). Un dominico sin talante orante, contemplativo, padece de “insuficiencia cardiaca”.
Nuestra oración tiene un denominador común: la contemplación: dar a los de más el fruto de lo
contemplado. El “contemplata aliis tradere”, sigue hoy vigente.
“Es necesario que nuestra predicación y nuestra enseñanza broten de la abundancia y plenitud de
la contemplación, a ejemplo de nuestro padre Santo Domingo, el cual no hablaba sino con Dios o de Dios
para la salvación de las almas” (Constituciones de los frailes 1932)
Contemplar en dominicano y tal como nos lo legó Santo Domingo, es llevar a la oración los
temores, las angustias, el dolor de todos los hombres y mujeres, es volver a ellos con el don de la
compasión de Dios, es llevarles la salvación merecida por Jesús. Es hablar de Dios a los hombres y
hablar de los hombres a Dios.
Contemplar es la inmersión en la Palabra de Dios dirigida a nosotros. No leemos la Palabra para
buscar información. La estudiamos, la meditamos, vivimos con ella, la comemos y la bebemos. Esta
palabra de Dios contemplada, nos transforma, nos hace más humanos, nos da vida, como escribía el
beato Jordán de Sajonia a Diana: “Esta Palabra léela en tu corazón, rúmiala en tu mente y que ella ponga
tu boca dulce como la miel. Que permanezca en ti y habite siempre contigo”
Cuando santo Domingo oraba, disfrutaba de la Palabra de Dios, “saboreándola en su boca, tal y
como era, y gozaba recitándola para sí mismo” (Quinto modo de orar).
Fray Vicente de Couesnongle habla de la “contemplación de la calle”. Para Santo Domingo, los
afligidos y oprimidos forman parte de la contemplación; el dolor de los hombres y mujeres abren su
corazón y su mente a la contemplación, permitiéndole experimentar la salvación que Dios nos ofrece. Por
esa misma razón la viva contemplativa, de oración, está en el centro de toda búsqueda de un mundo
justo.
Domingo quiso para su Orden comunidades de oración. “Debemos crear un entorno en el que
podamos hablar, escuchar, alegrarnos y estar en silencio. Este es el ecosistema que necesitamos si
queremos florecer”. (T. Radcliffe). Estamos llamados a “alabar, bendecir y predicar”. Santo Domingo era
exuberante en su oración. Usaba todo su cuerpo, extendiendo los brazos, postrándose en tierra… Todo el
cuerpo está salvado por la gracia de Dios y por eso ora.
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El maestro Eckhart escribió que “el mejor y más noble logro en esta vida consiste en estar en
silencio y dejar que el Señor actúe y hable dentro de nosotros”. No hay amistad sin silencio. Aprender a
pararnos, a estar en silencio, a escuchar al otro. En este silencio contemplativo aprenderemos el arte
maravilloso y liberador que es el contacto con el Dios que nos habita. Es el silencio de los discípulos de
Emaús que les hizo proclamar “¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el
camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32)
Es en este silencio contemplativo donde los dominicos y dominicas aprendemos a dejarnos
sorprender por la novedad del Dios de las sorpresas. Es este silencio contemplativo el que prepara el
camino de la predicación, del anuncio del mensaje de Jesús. Ignacio de Antioquia decía que la Palabra
vino desde el silencio del Padre.
Para vivir este silencio contemplativo necesitamos la ayuda mutua. Santo Domingo quiso que las
comunidades de la Orden fuesen lugares de encuentro que nos ayuden a progresar en este silencio
tranquilo y que nos encamina hacia el interior, donde Dios mora. Centro de esta vida de oración
comunitaria es la celebración de la Eucaristía y el rezo del oficio divino.
Esta oración contemplativa, vivida personal y comunitariamente, nos prepara para la
comunicación, para la predicación de la salvación.
4.2. ESTUDIO“Dedicarse al estudio, de modo que de día y de noche, en casa y de camino, siempre lean o
mediten algo y procuren aprenderlo de memoria, y cuando les llegue su tiempo, deberán ser fervientes en
la predicación” (Constituciones primitivas de la Orden).
Otro de los elementos fundamentales del carisma de la Orden de Predicadores es el estudio
asiduo, permanente y sistemático, de la verdad revelada y de todo cuanto ayude a su mejor comprensión
y anuncio. Desde la misma fundación de la Orden ya se insiste en la necesidad del estudio científico pero
con una finalidad apostólica, siempre mirando a la santa predicación. Para nosotros, los dominicos,
resulta casi imposible la predicación si no estudiamos.
Santo Domingo incluyó en el ideal de la Orden el estudio ordenado siempre al ministerio de la
salvación de los hombres y mujeres, a la predicación. En el contexto de frontera en que vivió, herejía de
los cátaros, comprendió que el estudio científico era un instrumento indispensable para la misión de sus
frailes en la crisis profunda de la Iglesia de su tiempo. Él mismo llevaba siempre consigo el evangelio de
San Mateo y las cartas de San Pablo y las estudiaba y las glosaba, como testifica su compañero Fray
Juan de Navarra.
En el carisma dominicano es difícil separar oración contemplativa y estudio. Existe con frecuencia
una simbiosis entre oración y estudio en orden a una verdadera contemplación de cara al anuncio del
Evangelio. Santo Domingo quería que sus frailes estuviesen dedicados al estudio y a la oración, o, si no,
a la predicación.
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El estudio es un momento de fertilidad. “Nuestro estudio de la Palabra de Dios debería hacer
brotar la fuente de nuestra fertilidad, debería llevarnos a hacer nacer a Cristo en nuestro mundo”. (T.
Radcliffe). Estudiar es aprender a escuchar. Es aprender a ser receptivos, es estar en silencio esperando
que la Palabra de Dios venga sobre nosotros y nos haga fecundos. Recordemos la pintura de F. Angélico
de Santo Domingo, leyendo a los pies de la cruz. ¿Estudiaba o rezaba?.
“Todas las disciplinas: literatura, poesía, filosofía, física…que intentan dar un sentido a nuestro
mundo son nuestras aliadas en nuestra búsqueda de Dios, tiene que ser posible encontrar a Dios en la
complejidad de la experiencia humana”. (T. Radcliffe).
El estudio debería ser para nosotros un placer, la pura delicia de descubrir que todo tiene sentido,
a pesar de las evidencias de todo lo contrario, en nuestra vida, en la historia humana, en un texto
concreto de la Sagrada Escritura. Estudiar debería ser para los dominicos y dominicas como el aire que
respiramos.
El estudio, la investigación de la verdad están más ligados de lo que parece a un “estilo de vida”.
“Para los frailes predicadores, para todos los miembros de la familia dominicana, hay un pacto entre
estudio y pobreza, entre estudio y fraternidad, entre estudio y esperanzas y angustias de este mundo”. (V.
de Couesnongle). Hemos de aprender a ser “mendigos de la Palabra de Dios”, no solamente en el estudio
asiduo de la Biblia y en la oración incesante, sino también en nuestro encuentro con los hombres y
mujeres de nuestro tiempo. Nuestro estudio ha de mantener un diálogo permanente con las culturas.
Hablar “a los” hombres y “con” ellos y abrirnos a recibir de ellos.
En la Orden, el trabajo intelectual nos abre a la oración y a la contemplación. No podemos separar
estudio y contemplación. Ser capaces de responder a las llamadas más urgentes, más cruciales para
descubrir espacios nuevos donde se juega el futuro del mundo: ambientes descristianizados, universos
culturales nuevos e incluso marginales, justicia social y paz, medios de comunicación, defensa de la
creación… para así integrarlos en la predicación de la Palabra de Dios.
Se nos pide, a todos los que somos miembros de la Orden, desde la fidelidad al carisma de Santo
Domingo, tener una voluntad firme de búsqueda de la Verdad en el hoy de la historia de la humanidad. Se
nos exige una constante apertura para la búsqueda de caminos que hagan más comprensible y cercano
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el mensaje de Jesús. La Orden tiene que estar en lugares de frontera, también en el estudio, para ser fiel
a su misión en la Iglesia, a su carisma.
4.3. VIDA COMUNITARIA Y APOSTÓLICASanto Domingo pone como fundamento y base de la misión apostólica de sus frailes y monjas la
vida comunitaria y la pobreza. De nuevo encontramos que lo que inspira el proyecto fundacional de la
Orden es el ideal evangélico y el modelo de comunidad apostólica de los Hechos de los Apóstoles. “La
comunidad de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32). Él ha vivido este
modelo en Osma, bajo la inspiración de la regla de San Agustín donde queda bien patente que somos
llamados a vivir, con un solo corazón y una sola alma. La comunión de fe se expresa en la comunicación
de bienes, en un compartir fraterno de la oración, en la escucha de la palabra, la comunión y la fracción
del pan. Esta es la regla que Santo Domingo y sus compañeros escogen como piedra angular de la nueva
fundación. Por tanto, el elemento comunitario en la vida religiosa no es novedad dominicana. La novedad
radica en su matiz de comunidad apostólica, es decir, inspirada directamente en la comunidad de los
Hechos, orientada plenamente a la santa predicación.
La vida comunitaria dominicana, de la misma manera que la contemplación y el estudio, está al
servicio de la predicación de la Palabra de Dios. Ambos elementos, vida comunitaria y predicación están
esencialmente vinculados y ninguno subsiste sin el otro.
Los miembros de cada comunidad, en dominicano, están dedicados con fuerza y tesón al
ministerio de la predicación que arranca del corazón de la comunidad, que es la comunión entre todos.
Esta vida de comunión fraterna es ya un anuncio del mensaje de Jesús, en el pensamiento y vida de
Santo Domingo y lo ha de ser siempre. La experiencia cristiana es una experiencia de comunión fraterna
en Cristo Jesús. “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre”. ( Ef 4,5-6).
Esta comunión no es una mera uniformidad exterior de carácter solamente disciplinar. Ha de ser,
por encima de todo, una comunidad de vida, una experiencia de fraternidad compartida en el seguimiento
de Jesús, en nuestra común consagración por los votos de obediencia pobreza y castidad. Unidad en la
diversidad, es una de las características de nuestra vida comunitaria.
La comunidad dominicana, como la pensó Santo Domingo, implica una comunicación de bienes
materiales, en que no cabe la propiedad privada. Implica, así mismo, una comunión en la oración. La
oración en común es un elemento esencial en nuestra vida. Implica la reflexión y el estudio común de la
Palabra de Dios. Pero por encima de todo, la comunidad dominicana es una comunidad fraterna. El amor
mutuo es el núcleo fundamental de la comunión entre todos. “Acudían asiduamente a la enseñanza de los
Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones…todos los creyentes vivían unidos y
tenían todo en común…alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hech 2,42 ss). La
comunicación de bienes, la oración, la reflexión comunitaria de la Palabra, la celebración del perdón y la
reconciliación son los pilares básicos de la comunidad dominicana y siempre mirando a la predicación, al
anuncio del mensaje de salvación.
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Santo Domingo insiste en la unidad dentro de la pluralidad. Él concibe la organización de la
comunidad de forma democrática. Él quiere para sus frailes un profundo sentido de libertad evangélica
que potencia la comunión y la participación y enriquece la vida comunitaria. Pero es consciente que la
comunidad está formada por personas vulnerables y que, aunque se fundamente en la vida según los
consejos evangélicos, necesita una organización e institucionalización. Ha de haber una autoridad, unas
normas u observancias comunes: silencio, estudio, comida, formación, encuentros comunitarios…Todo
como un medio funcional, ni rígido ni inflexible. Introduce algo novedoso en su ideal comunitario: la
dispensa de estas observancias en función del estudio y la predicación. “Tenga el prior en su convento la
facultad de dispensar a los frailes en todo aquello que pareciere impedir el estudio, la predicación ya que
nuestra Orden fue instituida especialmente desde el principio para la predicación” (Libro de las
costumbres de la Orden, prólogo).
Unida de forma esencial a la vida comunitaria, Santo Domingo quiere para su Orden la libertad
evangélica que proporciona la pobreza vivida en radicalidad. El ideal de pobreza se fragua en el ambiente
histórico que él vivió como réplica a una Iglesia que lo había olvidado en buena parte. Es una pobreza
que estaba en crisis en aquel tiempo. Es al interior de la comunidad fraterna donde se aprende a vivir en
pobreza y en escasez. “Comunión fraterna, pobreza apostólica i libertad evangélica son los tres pilares
fundamentales de la predicación dominicana” (F. Martínez, Domingo de Guzmán, evangelio viviente. Pág
271)
La vida comunitaria nos sitúa, ciertamente y de una manera privilegiada, en el corazón del “amor
hacia el otro”. Hoy, como en el siglo XIII “en la vida de los dominicos y dominicas la comunidad ha sido
desde siempre, lo que ha sostenido su predicación, su consagración, su estudio, su trabajo diferenciado”
(J. A. Solórzano, Por qué la luz no dobla las esquinas, pág 135). En el carisma dominicano todo hace
referencia a la vida común como misión y vuelve a la vida comunitaria como fruto de la evangelización. La
vida comunitaria, como ideal, es algo maravilloso, pero hemos de reconocer que es lo más arduo de la
vida religiosa. “La vida comunitaria se ha de construir cada amanecer y demostrarla un poco al atardecer”
(O.C. pág 138).
“Quien esté interesado en traspasar el umbral de nuestra vida (dominicana) ha de fundamentar la
suya en una fe profunda en Dios, en una esperanza firme en la causa del Evangelio, en un amor servicial
y desinteresado por los demás. Jesús repetía a sus amigos: No tengáis miedo, hombres de poca fe. Yo
estaré todos los días con vosotros. Pero tampoco les ocultaba las asperezas – ‘¿Estáis dispuestos a
beber el cáliz que yo he de beber?’ - que la adhesión a El y su mensaje requería” (O.C. pág 139).
La comunidad es un ideal de vida que tiene como fundamento nuestra consagración, nuestro
seguimiento de Jesús; que se construye en el día a día; que tiene que ser la primera forma de anunciar el
Evangelio y que nos lanza a ser predicadores, testigos de la Palabra de Dios en el mundo que nos toca
vivir. Y, al mismo tiempo, ha de ser el hábitat donde nutrimos nuestro corazón, nuestra vida, al compartir
con los demás miembros de la comunidad nuestros gozos y nuestros posibles fracasos; nuestra fe,
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nuestra oración…todo, pero en un respeto absoluto de la propia individualidad (que no individualismo),
para construir la unidad en el Espíritu, que es la única que permanece.
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5.- LOS MODOS DE ORAR DE SANTO DOMINGO
Domingo es predicador, pero su vocación nace como respuesta de su intensa vida de
contemplación. Se puede afirmar que no valora la contemplación como un elemento útil a su predicación,
sino que su vocación al anuncio de la Palabra surge de una profunda vivencia de su contemplación y
como consecuencia de la misma.
Todo él era oración. Las nueve maneras de orar que nos han llegado a través del Codex
Rossinianus nos muestra que era un hombre que oraba con todo lo que era.
Su cuerpo, su sensibilidad, su lectura y conocimiento de la Biblia, su capacidad de entrega y amor, su
solidaridad, todo absolutamente todo estaba al servicio de la oración.
Pero al mismo tiempo una lectura atenta del “Codex “nos llevará a descubrir que Domingo de
Guzmán más que orar, es un hombre de profunda vida de oración. No era una actividad sólo… era toda
una vida. Domingo es contemplativo, toda su vida es oración:
“De día hablaba de Dios y de noche hablaba con Dios”
“Sólo hablaba con Dios o de Dios…” nos dicen otros testigos del proceso de Canonización.
La oración de Domingo es, ante todo, escucha. Se sintió llamado a escuchar. Pero la escucha
contemplativa de Domingo era una entrega total y plena, un abandono en las manos del Padre, en la
persona de Jesús: ”…pensemos en el Señor Jesús, nuestro Salvador”.
La escucha contemplativa de fr. Domingo, en su triple perspectiva, escucha de sí mismo o
interiorización; escucha del hermano o cercanía; y escucha del Señor, Palabra del Padre, se funden en
una sola palabra Amor. Y tiene una dimensión necesaria: la misericordia y la compasión.
A partir de esta profunda actitud orante, la predicación de Domingo se convierte en transparencia.
Domingo, como predicador, es un profeta de Dios, un testigo del Señor que vive en él. Esta transparencia
nace de la pobreza y sencillez, que son fruto, de una purificación a la que llega sólo quien ha sido capaz
de renunciar a su amor propio.
Los testimonios de su canonización afirmaron el gran espíritu de oración con que estaba adornado
el Santo Padre Domingo. “la asiduidad en la oración superaba a todo lo demás y era una viva experiencia
personal de profundidad contemplativa, de la que todo su ser irradiaba una luz de origen divino, expresión
y reflejo de la presencia de Dios y de su unión profunda con Él. La oración de Santo Domingo se
manifestaba no solamente en palabras salidas de su corazón sino en gestos y actitudes.” (Constantino de
Orvieto).
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En esta oración fruto del silencio y Don del Espíritu fray Domingo comprende las auténticas
dimensiones de su vida de entrega.
Para comprender esta dimensión orante es imprescindible conocer las nueve formas de orar de
Santo domingo. Estos modos de autor desconocido (c. 1260-1288) se conservan en el manuscrito Codex
Rossianus con ilustraciones en color que se conserva en la Biblioteca Vaticana.
Primer modo de orar
El primer modo de orar consiste en humillarse ante el altar como si Cristo representado en él
estuviera real y verdaderamente y no en forma de símbolo. Hacía esto según el pasaje de Judit: Te
agrada siempre la oración de los mansos y humildes (Jdt, 9,16). Se inspiraba en los textos (Mt, 15,21-28)
y lo mismo del hijo pródigo (Lc 15, 21-28). También se inspiraba en estas palabras: “Yo no soy digno de
que entres en mi casa” ( Mt, 8,8).
Santo Domingo, manteniendo el cuerpo erguido, inclinaba la cabeza, y mirando humildemente al
Cristo, le reverenciaba con todo su ser, considerando su condición de siervo. Lo enseñaba así a los frailes
cuando pasaban delante del crucifijo. Mandaba también a los frailes que se humillaran de este modo ante
el misterio de la Santísima Trinidad, cuando se cantara el “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.
Este modo de hablar inclinando profundamente la cabeza, como se muestra en el grabado, era el punto
de partida de su oración.
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Segundo modo de orar
Oraba también con frecuencia Santo Domingo postrado completamente, rostro en tierra apoyado
sobre su cabeza, compungido en su corazón y reprendiéndose a sí mismo exclamando en voz alta para
que le oyesen, aquellas palabras del Evangelio:¡ “Oh Dios, ten compasión de mí que soy un gran
pecador!” ( Lc 18,13) y con piedad y reverencia recordaba las palabras de David que decían: He cometido
un grave pecado perdona la falta de tu siervo. Lloraba y gemía pidiendo perdón por sus pecados y
repitiendo numerosos versículos de salmos.
Algunas veces, queriendo enseñar a los frailes con cuánta reverencia debían orar, les recordaba
el pasaje de los Magos (Mt 2, 11) y les animaba a que si no podían llorar por sus pecados lo
hicieran pensando en los numerosos pecadores que podían salvar por la misericordia y el amor
de Dios.
Tercer modo de orar
Después, motivado Santo Domingo por todo cuanto precede, se levantaba del suelo y con una cadena de
hierro se disciplinaba diciendo: “Tu diestra me sostiene, multiplicaste tus cuidados conmigo” (Sal 17,35);
por esta razón se estableció la costumbre de que todos los hermanos , en memoria del ejemplo de Santo
Domingo, los días feriales, después de Completas, recibiesen las disciplinas sobre las espaldas desnudas
con varas de mimbre, al mismo tiempo que recitaban el “Miserere” o el salmo “De Profundis”. Esta
penitencia era por expiación de las propias culpas o por los benefactores con cuyas limosnas eran
sustentados.
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Cuarto modo de orar
A continuación, Santo Domingo, ante el altar de la Iglesia o en el Capítulo, fijaba su mirada en el
crucifijo y arrodillándose dos o más veces, lo contemplaba con suma atención. Sucedía que desde
Completas hasta media noche ora se levantaba, ora se arrodillaba a imitación del apóstol Santiago o el
leproso del evangelio que de rodillas imploraba “Señor, si tu quieres puedes limpiarme” (Lc 5,12).
Aparecía entonces en Santo Domingo una confianza en la misericordia de Dios para consigo mismo, para
todos los pecadores y para la protección de los frailes jóvenes que él acostumbraba a mandar a
predicar.”A Ti, Señor te invoco, roca mía, no seas sordo a mi voz” (Sal 27,1) y decía otros versículos de la
escritura.
A menudo hablaba con su corazón y la voz apenas se percibía, quedaba así por largo tiempo
como absorto. Otras veces su rostro transparentaba una inmensa alegría. Su vivacidad y fervor ardían,
como se podía ver por la rapidez de sus movimientos conservando siempre su compostura. Estaba tan
acostumbrado a arrodillarse que en los viajes, en las posadas después de las fatigas del día y del camino,
mientras los hermanos dormían y se entregaban al descanso él volvía a sus genuflexiones como a su
propio ejercicio y peculiar ministerio. Así con el ejemplo enseñaba a orar a los hermanos de la misma
manera.
Quinto modo de orar
Cuando se hallaba en el convento, Domingo, algunas veces se ponía delante del altar, en pie, erguido sin
apoyarse ni sostenerse en ninguna parte con las manos delante del pecho a modo de libro abierto.
Mientras oraba con gran devoción, meditaba las palabras como si estuviese leyendo en la presencia de
Dios. Mientras oraba se las iba repitiendo dulcemente a sí mismo.
Otras veces entrelazaba las manos, cerrándolas estrechamente a la altura de los ojos,
recogiéndose a sí mismo. A veces levantaba las manos a la altura de los hombros, como cuando hace el
sacerdote cuando celebra la misa, como si quisiera abrir los oídos a alguna palabra que viene de lo alto.
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Cuando iba de viaje, casi sin que nadie se diese cuenta, solía robar tiempo para hacer oración,
recogiéndose en sí mismo y elevando la mente al cielo. Esta forma de orar conmovía mucho a los
hermanos que contemplaban a Santo Domingo como su Maestro y aprendían a decir esta oración: ”Como
están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, como está la esclava fija en las manos
de su señora, así están nuestros ojos en el Señor” (Sal 122,2)
Sexto modo de orar
Se veía a Santo Domingo orar con los brazos y las manos extendidas en forma de cruz mientras
permanecía en pie. Muchos milagros se produjeron mediante su oración. Según asegura Sor Cecilia
estando presente junto a otras personas fue visto elevarse de la tierra durante la celebración de la misa.
Esta forma de orar no era frecuente en Santo Domingo. Él oraba así cuando sabía por inspiración
divina, que debía de suceder algo grande y admirable. Las palabras que solía repetir era : “Señor Dios
mío, de día te pido auxilio, de noche grito en tu presencia” (Sal 87,2).
Parecía por esta forma de orar que era transportado hacia Dios por medio de la oración o más bien
sintiéndose movido por la inspiración de Dios.
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Séptimo modo de orar
Con frecuencia durante la oración se le veía dirigido por completo hacia el cielo. Oraba con las
manos levantadas sobre su cabeza, ora unidas ora abiertas, como si fuese a recibir algo del cielo. Se
cree que entonces se le aumentaba la gracia, tal era su fervor. Su rostro era transformado como si el
Espíritu Santo penetrara en él y le invadiese la dicha de las Bienaventuranzas. Pedía para sí y para todos
los frailes para que se mantuvieran alegres y devotos en la más estricta pobreza, en las persecuciones en
la búsqueda de la justicia y de la misericordia, pedía también que los frailes y todas las personas devotas
consiguiesen la felicidad al cumplir los consejos evangélicos.
Después de esta oración era como un profeta en el reprender, en el gobernar, en el predicar. En
este modo de orar no duraba mucho, volvía en sí como si viniese de muy lejos con la expresión y
comportamiento de un peregrino. A menudo, los frailes le oían pronunciar las palabras del profeta:
“Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario.” (Sal 27,2)
Octavo modo de orar
Santo Domingo tenía otro modo de orar, devoto y muy hermoso. Después del rezo de las horas
canónicas y tras de la acción de gracias que se hace después de las comidas, él, tan sobrio en el comer
y embebido del espíritu de devoción que había asimilado de la Palabra de Dios que se cantaba en el coro
o se recitaba en el refectorio, se retiraba a un lugar solitario, en la habitación o en otro sitio para leer u
orar, permaneciendo consigo y con Dios.
Se sentaba tranquilo, abría el libro y hecha la señal de la cruz leía prestando atención como
si oyese hablar al Señor según dice el salmo: “Voy a escuchar lo que dice el Señor” (Sal 84,9).Otras
veces parecía como si discutiese con algún compañero hablando en voz baja riendo y llorando al mismo
tiempo. Cuando leía en silencio, veneraba al libro, se inclinaba hacia él, lo besaba sobretodo si se trataba
del Evangelio porque entonces leía las palabras de Cristo.
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A veces se cubría el rostro con la capa también con las manos, cubriéndose la cabeza con la
capucha, llorando. Después se levantaba, daba gracias a Dios, hacía una reverencia inclinando la cabeza
y muy tranquilo continuaba la lectura.
Noveno modo de orar
Tenía su modo de orar cuando viajaba de un pueblo a otro, especialmente cuando se encontraba
en un lugar solitario. Todo su afán era dedicarse a la meditación y a la contemplación y mientras
caminaba decía a su compañero de viaje: Está escrito en Oseas: “La llevaré al desierto y le hablaré al
corazón” (Os 2,14).
Algunas veces se apartaba de su compañero, caminando delante o quedándose rezagado orando.
Durante esta meditación hacía muchas veces la señal de la cruz.
Los frailes pensaban que el santo, con este modo de orar, había alcanzado la plenitud del
conocimiento de la Sagrada Escritura, el poder ferviente de la predicación y la secreta familiaridad con
Espíritu Santo en el conocimiento de las cosas.
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6.- ACTUALIDAD DEL CARISMA DE SANTO DOMINGO: CÓMO ENCARNA HOY EL CARISMA EL LAICO DOMINICO.
6.1. DESCUBRIR LA VOCACIÓN DE “LAICO”En torno a la “vocación”: Dice Marañón que vocación “es la voz que nos llama hacia la profesión y
el ejercicio de una determinada actividad”. Y distingue dos clases de vocaciones: “vocaciones de amor” y
“vocaciones de querer”. Las primeras, genuinas, ideales, son las que tienen las características propias
del amor: exclusividad en el objeto amado e interés en servirlo; las vocaciones de amor son para Marañón
la del artista para crear belleza, la del científico para buscar la verdad y la del maestro para enseñar a
otros la verdad y la belleza conocidas y el modo de buscar las ignoradas. Las segundas, las vocaciones
de “querer” son todas las demás vocaciones humanas: la gente dice “quiero ser… abogado, médico etc.
no para servir a la abogacía, la medicina etc. sino para que ellas le sirvan. Estas vocaciones no saben de
de dolor, de renuncia, de exigencia, ascesis, constancia, soledad… componentes indispensables de las
vocaciones de amor.
Rof Carballo afirma que “la vocación es un tesoro oculto en vasija de barro”. Lo primero que hay
que hacer es BUSCARLO; sin angustia ni obsesión…en actitud de encuentro con algo, con alguien y
sobre todo, hay que dejarse encontrar. En segundo lugar se necesita TIEMPO; encontrar un tesoro
requiere tiempo, paciencia, enorme paciencia. Es necesario también para encontrar un tesoro
DESCIFRAR SEÑALES que nos pueden conducir a él.
La vocación ¿es simplemente un tesoro? Es también UNA LLAMADA Y UN SERVICIO: Una
llamada a quien puede ser llamado y es necesitado. Llamada a alguien con capacidad de responder y
sacar a flote el tesoro personal y social que plenificará toda su existencia.
Cuando se descubre el qué ser, la persona queda prendada. Una persona llamada para ser
“alguien distinto” de lo que hasta ahora era y responde a esa llamada más allá del instante en la novedad
de cada día… esa persona transmite seguridad, alegría, confianza, veracidad. Esa persona encontrará
recursos, sacará fuerzas para superar los obstáculos nuevos que se le presentarán para ser fiel a su
vocación.
Y la vocación es servicio para humanizar el entorno, hacer el mundo más habitable y bello.
Una vez hechas estas reflexiones acerca de “la vocación”, en general, conviene detenerse en “la
vocación de laico”; conviene reflexionar acerca del papel del laico en la Iglesia y de la propia postura ante
tal realidad. Daremos aquí tan sólo unas breves pinceladas pues no es éste el objeto del presente
documento:
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El hoy que estamos viviendo es el resultado de todo un pasado muy rico. El camino que vemos en
la actualidad nos hace interrogarnos: ¿Cómo han sido antes las relaciones con los laicos?. La historia la
vamos a dividir en cinco etapas o momentos:
a) Primera etapa al principio de la historia del cristianismo existían los laicos en la Iglesia. Lo esencial y
fundamental eran los laicos. Por el Bautismo pasamos a formar parte del pueblo de Dios (Vat.
II constitución dogmática sobre la Iglesia “Lumen Gentium”). Cristo es la cabeza. Todos
tenemos la misma dignidad y libertad de hijos de Dios, por ley: el mandamiento del amor
Nuestra primera y principal dignidad es la de ser hijos de Dios, ser laico, pertenecer al
pueblo de Dios. Cristiano y laico son la misma cosa. En la primitiva Iglesia no era preciso
definir qué era el laico. La conciencia eclesial no necesitó definirlo. Los bautizados eran los
cristianos y eso era lo importante. La primera definición de “laico” no aparece hasta el siglo III.
b) Segunda etapaLos religiosos llegan después (siglo IV). Vienen después de los laicos, y proceden de ellos. La
terminología empleada en la Iglesia no ha sido muy acertada en este campo. Se ha hablado de
diferentes miembros de la Iglesia:
clérigos (reciben alguna ordenación)
no clérigos (del laico se habla en sentido de negación: el no sacerdote, el no ordenado)
Más tarde se dio otra clasificación:
- clérigos
- no clérigos
- religiosos
En esta segunda etapa ganan en importancia los religiosos
c) Tercera etapa Cobra fuerza en la Iglesia la forma de vivir como religiosos. Hombres y mujeres que tratan
de encarnar de forma radical el seguimiento de Cristo. Comprende un largo periodo que
comienza con el monaquismo
Lo esencial en ellos es el SEGUIR a Jesús
Buscan ayudar a la humanidad, a la sociedad de su tiempo
Con frecuencia en esta etapa se ha presentado la vida religiosa como “superior” a la vida
laical. Ha sido una forma de no entender en su raíz más profunda la vida cristiana
Los religiosos se han considerado autosuficientes. Los laicos han sido colaboradores, pero
más en el ámbito profesional y menos en lo pastoral
Como consecuencia los laicos caen en una posición de pasividad
d) Cuarta etapa (etapa preconcilio Vaticano II)
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los religiosos comienzan a volver su mirada hacia los laicos.
Primeramente es una mirada un poco interesada. Requerimos de ellos algo de lo que
carecemos los religiosos y religiosas: ámbito familiar, profesional, manejo de la economía,
mundo sindical…
Poco a poco la relación va ganando en profundidad: apostolado. Pero aún no se habla de
la misión del laico en la Iglesia
Empiezan lentamente a vivirse compromisos comunes laicos y religiosos
Se tiene ya la preocupación, al interior de la vida religiosa, de formar y orientar a los laicos
Pese a todo lo anterior, antes del concilio Vaticano II, sigue prevaleciendo la supeditación
de los laicos a los religiosos
En la vida de la Iglesia preconciliar fue providencial y un don de Dios la llegada del papa
Juan XXIII (tuvo tres geniales ideas: el sínodo de Roma, la reforma del Derecho Canónico y la
convocatoria del concilio Vaticano II). El papa Juan XXIII afirmó que había que abrir las
ventanas de la Iglesia, había que airear la Iglesia
e) Quinta etapa (Etapa concilio Vaticano II) se toma conciencia de la identidad de los laicos correlativa a la de los religiosos. El laico
tiene su misión, sus derechos propios dentro de la Iglesia
se llega al convencimiento de que solamente habrá futuro en la Iglesia si se da la
colaboración profunda entre laicos y religiosos; si se vive la comunión y el estímulo
carismático; si son dos grupos en mutua relación.
Estas conclusiones son el resultado de la suma de diferentes elementos que se dan en
esos momentos en la vida de la Iglesia:
- reflexión sobre la vida religiosa
- renovación de la teología del laicado (muchos teólogos ya habían escrito con
anterioridad sobre ella, como el gran teólogo dominico Congar)
- estudio de las diferentes vocaciones laicales en el s. XX (segunda mitad)
Importancia de la eclesiología de comunión y de intercambio de dones. Esto es algo
esencial en este proceso, ya no se habla de unos sin hacer referencia explícita a los otros
(religiosos y laicos). La Iglesia es concebida no ya piramidal; es otra forma de “estar en el
mundo”: es un MISTERIO, es el pueblo de Dios. En esta etapa estamos en los albores de un
futuro nuevo para la Iglesia
Se concibe ya que el “carisma” de cada orden o congregación religiosa es un DON de Dios
a la Iglesia y no a un grupo de personas particular. Ya no tiene sentido hablar de “nuestro
carisma” con un sentido de propiedad exclusiva. Tenemos que vivir con la conciencia clara de
que son muchos los llamados a vivir nuestro carisma, desde la vida laical o la religiosa
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f) La situación actual Un momento de gran trascendencia en la Iglesia fue el sínodo de los obispos de 1994
sobre la vida religiosa. En el documento de trabajo “Instrumentum laboris”, del papa Juan
Pablo II previo a la celebración del sínodo, aparece este párrafo:
“Estamos ante una realidad que va en aumento. Se trata de unas formas que ofrecen la
posibilidad de crear lugares de encuentro para compartir, para expresar la fe, para el apoyo de
una misión común, que se vive de manera diversa, pero que se realiza siempre con un mismo
espíritu. Es muy importante que no se ponga freno a estas nuevas experiencias y dejar que se
exploren caminos nuevos”.
“Aprendan los institutos de vida consagrada a discernir cuidadosamente las vocaciones al
servicio gratuito, asociándolas no sólo a sus propias obras, sino también a su propia misión y a
su carisma, respetando lógicamente el carácter secular y espiritual de los laicos”.
En la exhortación apostólica “Vita consecrata” de Juan Pablo II, en el nº 54 podemos leer
lo que es el inicio de este camino que estamos vislumbrando y que queremos vivir laicos y
hermanas:
“Debido a las nuevas situaciones, no pocos Institutos han llegado a la convicción de que su
carisma puede ser compartido por los laicos. Estos son invitados por tanto a participar de
manera más intensa en la espiritualidad y en la misión del Instituto mismo […] se puede decir
que se ha comenzado un nuevo capítulo, rico de esperanzas, en la historia de las relaciones
entre personas consagradas y el laicado”.
g) la novedadNovedades que trae la situación actual a la vida religiosa:
Este tipo de experiencias que se van dando sirven para constatar el grado de atracción que
tiene el propio carisma
A través de este hecho, un instituto de vida religiosa tiene la oportunidad y la capacidad de vivir
como Iglesia-comunión y realizar de esta manera una nueva alianza entre las diversas
vocaciones que encarnan el seguimiento de Jesús
No podemos dejar pasar de largo esta gracia de Dios que es la incorporación de los laicos al
carisma de la vida consagrada. Así leemos en el documento “Vita consecrata” nº 55
“Estos nuevos caminos de comunión y de colaboración merecen ser alentados por diversos
motivos […]. Otra consecuencia positiva podrá consistir también en el aunar esfuerzos entre
personas consagradas y laicos en orden a la misión: movidos por el ejemplo de santidad de las
personas consagradas, los laicos serán introducidos en la experiencia directa del espíritu de
los consejos evangélicos y animados a vivir y testimoniar el espíritu de las bienaventuranzas
para transformar el mundo según el corazón de Dios”
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Hay un nuevo fenómeno en la Iglesia y nosotros queremos sentirnos implicados en él y vivirlo de
cara al futuro.
Cada persona de vida no consagrada debe preguntarse, pues, si “se siente laico”, si tiene esa
vocación, que implica al mismo tiempo dignidad y responsabilidad, es decir Compromiso.
Y el siguiente paso debe ser discernir qué carisma va a guiar la particular forma de vivir el
seguimiento de Jesús puesto que ya hemos visto que cristiano y laico son la misma cosa. En nuestro
caso concreto, se trata de discernir si el carisma de Domingo de Guzmán es el que dará sentido a nuestra
vivencia cristiana. Y éste es un camino puramente personal. Partimos de la base de que ya “conocemos”
los rasgos de este carisma por tanto lo que sigue es tan sólo una reflexión acerca de los rasgos que
deberían distinguir al laico dominico para terminar concretando cómo es el mundo actual y qué actitud y
acción se espera de quien viva el cristianismo al estilo de Santo Domingo de Guzmán.
6.2. EL LAICO DOMINICO DEBE SER…
Predicador. Anunciador del Evangelio, del Reino. Sólo así la predicación tiene sentido.
Evangelizar hoy ¿a quién?... En primer lugar a los creyentes pues la comunidad cristiana sólo se
alimenta con el anuncio constante del Reino. En segundo lugar a los que se encuentran fuera de la Iglesia: herejes y paganos.¿Quiénes son los herejes de hoy? Son dos grupos: la religiosidad popular y el sector secularizado.
Los primeros porque su experiencia cristiana ha quedado secuestrada en los estrechos límites del
culto y de la moral pero no es experiencia de encuentro con el Señor en la vida. Hay que predicar que
no está el hombre en función de la ley sino la ley en función del hombre, no están los hombres en
función de los bienes materiales sino los bienes en función del hombre.
Los segundos, el sector secularizado, lo constituyen aquellas grandes masas alejadas de la fe
aunque inmersas en sociedades cristianas. Ahora bien, la actitud de predicación debe ser la de
Domingo de Guzmán con los herejes: el discernimiento. El actual secularismo conduce a una
interpretación autárquica e idolátrica del mundo y de las realidades terrenas; excluye todo lo
trascendente. Pero la respuesta no puede ser el mero anatema y la simple condena sino la autocrítica honesta de los creyentes y el diálogo humilde.
Como predicadores, estamos enviados por Dios pero no todos somos enviados de la misma
manera; enviados no siempre quiere decir “viajeros”: nuestra misión a veces consiste en permanecer
donde estamos y ser allí una Palabra de Vida. Predicamos en todo lo que somos, no sólo en lo que
decimos.
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Buscador de la Verdad. La predicación dominicana ha querido siempre situarse en el corazón de la Verdad. Todo lo que se
construye fuera de la verdad es falso y no puede durar. El primer objetivo frente a la Verdad es buscarla, descubrirla, contemplarla y transmitirla; he aquí la postura de un dominico hoy como
siempre. Pero hoy la gran dificultad para lograrlo es que el hombre actual es tercamente pragmático.
Una sociedad tecnológica ha generado una mentalidad positivista; por eso todo conocimiento
abstracto queda fuera de las preocupaciones del hombre actual.
Ante esto, la comunidad cristiana adquiere conciencia de que su meta no es conocer teóricamente
la Verdad del mensaje cristiano sino hacer históricamente esa verdad. El objetivo de la evangelización
no es un conocimiento sobre el Reino, sino un conocimiento del Reino que conduce a la conversión al
Reino; no un conocimiento sobre Jesús sino DE Jesús que conduce a un seguimiento a su persona.
Jesús se presenta a sí mismo como LA VERDAD.
No olvidemos que Santo Domingo sabía que cualquier predicación de la Verdad no valía, sólo la
que estuviera enraizada en la propia vida. En Domingo de Guzmán lo humano y lo evangélico
caminan juntos: ni la fuga del mundo ni la identificación indiscriminada con el mundo; sólo una
presencia en el mundo conducida por la experiencia de Dios. Y estaba convencido de que para que
esto se pudiera lograr debía rumiar y contemplar la Palabra, la Verdad, antes de anunciarla. Por eso
en su búsqueda de la Verdad y en su predicación era fundamental el ESTUDIO.
No menos importante resultaba para él el diálogo, el convencimiento de que hay que buscar la
Verdad “venga de donde venga”.
Fundamentado en la oración.Para Santo Domingo la experiencia de Dios conoce momentos privilegiados en el silencio, en la
soledad, en los momentos fuertes de oración y contemplación. Ya hemos visto con anterioridad las
características de la oración de Santo Domingo; recordemos tan sólo que si queremos rezar “a su
estilo” nuestra oración debe ser Apostólica, Comunitaria (Fraterna) y llena de Confianza.
Enraizado en la Comunidad.En la persona y la vida de Jesús se manifiesta el sentido comunitario y fraternal de la existencia;
desde el punto de vista divino, Jesús es la expresión humana de la fusión de Amor provocada por
Dios Padre que vierte todo su amor en su hijo Jesús y que lo prolonga a la humanidad a través de su
Espíritu .Y en el sentido humano Jesús viene al mundo a “hacerse uno de tantos”.
La Comunidad, pues, fue esencial para Santo Domingo…tendrá que serlo igualmente para
quienes queremos vivir según su carisma. La comunidad verdaderamente dominicana ha de tener
estos rasgos: oración y experiencia de Dios compartidas, comunicación de bienes y servicios,
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reflexión teológica y estudio comunitario, un proyecto apostólico común. Además ha de ser comunidad
profética: capacidad para ver y escuchar el presente histórico a la luz de la Palabra de Dios.
La Comunidad dominicana ha de ser un lugar donde las personas puedan redescubrir el sentido
profundo de lo que significa “ser humano”; ser eso que en nuestra más profunda identidad somos
unos para otros.
Como predicadores, no podemos ser nunca personas solitarias comprometidas sólo en su propia
misión sino con responsabilidad compartida.
Transmisor de EsperanzaEl laico dominico es predicador de la Buena Nueva y ésta significa ESPERANZA; Esperanza en
que la Paz, la Justicia, la Fraternidad...es posible. En definitiva, que llegada del Reino es posible. Y esta
transmisión no ha de cejar aunque en muchos momentos de nuestra propia vida se nos haga
especialmente difícil realizarla.
Sólo tendremos una palabra de esperanza si vislumbramos desde dentro las penas y
desesperanzas de aquellos a los que predicamos. No tendremos palabras de compasión a no ser que
vivamos en cierto modo sus fracasos y tentaciones como nuestros.
Luchador por la JusticiaTanto la pobreza física como la social (los dos tipos se dan hoy) tienen una sola causa: La
Injusticia generalizada. Las estructuras políticas, sociales, económicas son injustas. Pero las
estructuras las generamos los hombres así que la causa última de la pobreza es el pecado del
hombre de replegarse egoístamente sobre sí mismo negándose a compartir los bienes con los
hermanos, cerrado al amor de Dios en los hermanos. Un cristiano dominico hoy debe entender la
pobreza como clara opción por los pobres.
6.3. EL LAICO DOMINICO HOY.Como conclusión planteamos a modo de breves pinceladas los rasgos que quienes nos rodean
“deberían percibir” en quienes hayamos decidido vivir el cristianismo al estilo de Santo Domingo:
En un mundo lleno de interrogantes, nosotros queremos estar en él por ser el lugar
teológico a través del cual el espíritu de Dios habla pues aunque no sepamos responder a
todas las cuestiones, lo importante es conocer los anhelos y preguntas de los hombres de
nuestro tiempo y compartir juntos la búsqueda. Queremos también enriquecer, dinamizar y elevar a su plena belleza este mundo con su carga de fealdad y miseria.
Debemos ser núcleos de alegría y esperanza en un mundo de pesimismo dominante.
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Cuando los hombres y mujeres de hoy se hacen más autónomos, separados y egoístas…,
nosotros creyentes en Dios queremos ser vigías y escuchas del momento para hacer a las gentes la oferta de las bienaventuranzas de Jesús para decirles que Jesús fue un
laico como ellos y que quizá por ello, fue el más sacerdote de todos, el mayor y mejor
mediador y que nosotros, participando de ese sacerdocio de Jesús, queremos ser
colaboradores en la laicicidad para construir la Iglesia al unísono.
En un mundo que arruina su belleza natural, en un mundo positivista y amargo, nosotros “especialistas en humanidad”, queremos ofrecer un espíritu nuevo .Nosotros, con
sincera humildad, podemos y debemos ser testigos de la fe en un mundo poblado de agnósticos e indiferentes y que además hacen gala de ello. Estos eran los predilectos, junto con los pobres y enfermos, de Jesús: los conflictivos, los pecadores, los que se resistían. Los herejes eran los preferidos de Domingo de Guzmán. Debemos, pues, correr los riesgos necesarios para ser testigos y portadores de
la luz en los lugares más sospechosos y resbaladizos.
Debemos ser instancia crítica, oferta de verdad, modelo de desafecto por tanto bienestar
demoledor y esclavizante, núcleo de libertad, depósito de fidelidad y reserva de disfrute y amor por lo pequeño e insignificante.
En un mundo crispado, agresivo, destructor de personas y naturaleza…
Nosotros con honda sensibilidad humana y cristiana somos voz que clama y denuncia; somos o debemos ser solidarios con los hombres y las causas que reclaman una pronta solución de justicia; somos, queremos ser instrumentos de paz frente a tanta sangre, guerra y desamparo.
En un mundo sin relaciones profundas y personales, Santo Domingo dice que LA ORACIÓN es una necesidad básica para llegar a ser personas en plenitud.
En una sociedad llena de violencias, terrorismos, fundamentalismos, racismos…Domingo propone ser personas fraternas, evangélicas y solidarias.
En una sociedad que tiene por lema el “todo vale”, “todo da igual”, “todo está permitido”…
Domingo de Guzmán propone el encuentro diario con la Palabra de Dios que sea la luz que ilumine nuestras opciones.
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En una sociedad pasota y despreocupada de lo que le pase al hermano…Domingo propone LA COMPASIÓN, entendida como padecer con y vivir apasionadamente.
En definitiva: la actualidad del carisma dominicano radica en su profunda humanidad; plenifica al HOMBRE.
Hoy, religiosos dominicos y laicos compartimos una misma responsabilidad en la comunidad cristiana.
* El lugar específico de encuentro entre los dominicos y los laicos es exactamente el carisma y el
ministerio de la predicación.
* Esto conlleva en la práctica:
Oración compartida
Nuevos modelos de Formación compartida
Corresponsabilidad en los proyectos apostólicos.
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BILIOGRAFIA POR APARTADOS
La sociedad en la que vivió Domingo
BEDOULLE, Guy: La fuerza de la Palabra – Domingo de Guzmán. Ed. San Esteban, Salamanca 1987
GALMES, Lorenzo y GÓMEZ, Vito: Santo Domingo de Guzmán. Fuentes para su conocimiento. B.A.C.
Editorial Católica, S.A. Madrid, 1987.
GELABERT, Miguel y MILAGRO, José María: Santo Domingo de Guzmán. Su vida. Su orden. Sus
escritos. B.A.C. Editorial Católica, S.A. Madrid, 1966.
MARTÍNEZ, Felicísimo: Domingo de Guzmán. Evangelio viviente. Ed. San Esteban, Salamanca 1991
La Iglesia en la que Domingo desarrolló su apostolado
GALMES, Lorenzo y GÓMEZ, Vito: Santo Domingo de Guzmán. Fuentes para su conocimiento. B.A.C.
Editorial Católica, S.A. Madrid, 1987.
GELABERT, Miguel y MILAGRO, José María: Santo Domingo de Guzmán. Su vida. Su orden. Sus
escritos. B.A.C. Editorial Católica, S.A. Madrid, 1966.
MARTÍNEZ, Felicísimo: Domingo de Guzmán. Evangelio viviente. Ed. San Esteban, Salamanca 1991
La herejía cátara
QUILICI, Alain, 15 días con Domingo de Guzmán, Ed. Ciudad Nueva, [2006]
NN, Quién eres tú Domingo de Guzmán. (Cuadernillos de PJ).
MENÉNDEZ-REIGADA, Albino, O.P., Santo Domingo de Guzmán, Año Cristiano, Tomo III, Madrid, Ed.
Católica (BAC 185), 1959, pp. 310-323.
Vida de Santo Domingo de Guzmán
QUILICI, Alain, 15 días con Domingo de Guzmán, Ed. Ciudad Nueva, [2006]
NN, Quién eres tú Domingo de Guzmán. (Cuadernillos de PJ).
MENÉNDEZ-REIGADA, Albino, O.P., Santo Domingo de Guzmán, Año Cristiano, Tomo III, Madrid, Ed.
Católica (BAC 185), 1959, pp. 310-323.
Vocación de Santo Domingo, rasgos del carisma, modos de orar y el carisma hoy
BLANCO, fray Pedro O.P., 1992: Los nueve modos de orar de Santo Domingo, Roma
BLANCO, fray Pedro O.P., 2000: Los modos de orar de Santo Domingo según el beato Angélico,
Salamanca, Ed. San Esteban
CONSTITUCIONES de la Orden de Predicadores, Ed. O.P. 1969
GONZÁLEZ FUENTE, Antolín. 1994: El carisma de la vida dominicana, Salamanca, Ed. San Esteban.
40
GUY BEDOUELLE, 1987: La fuerza de la palabra, Domingo de Guzmán, Salamanca, Ed. San Esteban
LACORDAIRE, 1989, Santo Domingo y su Orden, Salamanca, Ed. San Esteban
MARTÍNEZ DÍEZ, Felicísimo. : Domingo de Guzmán, evangelio viviente, Salamanca, Ed. San
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RADCLIFFE, Timothy. 1999: El manantial de la esperanza, Salamanca, Ed. San Esteban.
SOLÓRZANO, José Antonio. 1991: Por qué la luz no dobla las esquinas, Salamanca, Ed. San Esteban.
VARIOS. 1986: Domingo de Guzmán, corazón de Dios, corazón de hombre, Colección: Vocaciones
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Cartas del Maestro General de la Orden: V. de Couesnongle; Damian Byrne; Timothy Radcliffe; Carlos
Aspíroz.
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ÍNDICE
PRESENTACIÓN ....................................................................................................................... 2
1.- CONTEXTO HISTÓRICO DE LA ÉPOCA QUE VIVIÓ DOMINGO DE GUZMÁN ..................... 3
1.1. LA SOCIEDAD EN LA QUE VIVIÓ DOMINGO ................................................................. 3
1.1.I. Una sociedad que crece vertiginosamente y provoca el nacimiento
del mundo urbano ..................................................................................................... 3
1.II. Una sociedad eminentemente pobre .......................................................................... 3
1.2. LA IGLESIA EN LA QUE DOMINGO DESARROLLÓ SU APOSTOLADO ..................... 4
1.3. LA HEREJÍA CÁTARA ....................................................................................... 61.3.I. El catarismo ............................................................................................................. 6
1.3.II. La práctica religiosa de los cátaros ........................................................................ 6
2.- VIDA DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN .......................................................................... 7
3.- CÓMO NACE EN DOMINGO DE GUZMÁN SU VOCACIÓN DE VIDA APOSTÓLICA ....... 10
3.1 . EN EL SENO DE UNA REALIDAD SOCIAL Y ECLESIAL CONCRETA .......................
10
3..2. DESDE UNA PROFUNDA SENSIBILIDAD Y ATENCIÓN A LA REALIDAD SOCIAL,
CULTURAL Y RELIGIOSA DE SU TIEMPO ……………………………………………. 11
3.3. DENTRO DE LA IGLESIA Y EN COMUNIÓN PROFUNDA CON ELLA ………………. 12
3.4. CON SENTIDO COMUNITARIO …………………………………………………………… 13
3.5. EN FIDELIDAD AL EVANGELIO ……………………………………………………………. 13
4.- ELEMENTOS FUNDAMENTALES DEL CARISMA DE DOMINGO DE GUZMÁN ………… 16
4.1. ORACIÓN Y VIDA CONTEMPLATIVA ……………………………………………………... 18
4.2. ESTUDIO ……………………………………………………………………………………. . 19
4.3. VIDA COMUNITARIA Y APOSTÓLICA ……………………………………………………. 21
5.- LOS MODOS DE ORAR DE SANTO DOMINGO …………………………………………….. 24
6.- ACTUALIDAD DEL CARISMA DE SANTO DOMINGO: CÓMO ENCARNA HOY EL CARISMA EL LAICO DOMINICO ………………………………………………..……….. 31
6.1. DESCUBRIR LA VOCACIÓN DE “LAICO” ………………………………………………. 31
6.2. EL LAICO DOMINICO DEBE SER ……………………………………………………….. 35
6.3. EL LAICO DOMINICO HOY ………………………………………………………………… 37
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BIBLIOGRAFÍA ……………………………………………………………………………………. 40
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