PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN 2002 - 2007 · Iglesia diocesana de Vitoria anuncie con valentía...
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PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN
2002 - 2007
AL PUEBLO DE DIOS DE LA DIOCESIS DE VITORIA
Os presento este proyecto pastoral que, contando con la asistencia del Espíritu Santo y
gracias la colaboración de muchos cristianos –sacerdotes, religiosos y laicos-, hemos
confeccionado para impulsar la evangelización en nuestra sociedad alavesa, junto con las zonas
de Orduña y Treviño. Le hemos dado el título PLAN DIOCESANO DE
EVANGELIZACIÓN y su vigencia comprenderá el quinquenio 2002-2007.
Fueron algunos grupos de sacerdotes, en el primer año de mi ministerio episcopal entre
vosotros, quienes me expresaron la conveniencia de contar con un proyecto pastoral para la
diócesis. Valoré la propuesta y la impulsé entre los diversos organismos diocesanos.
Nuestro proyecto pastoral tiene sus raíces en la “Asamblea Diocesana: para abrir nuevos
caminos”. Aquel gran encuentro diocesano ha dado abundantes frutos de renovación pastoral en
las parroquias y en diversos ámbitos diocesanos. Ahora muchos de sus temas aparecen
concretizados, adaptados a las nuevas situaciones y enriquecidos en perspectivas, en el Plan
Diocesano de Evangelización.
El cambio social y cultural que se está operando en nuestra sociedad ha motivado la
realización de este proyecto pastoral. La sociedad actual ha visto satisfechas muchas
necesidades y ha crecido un bienestar generalizado que trata de colmar los deseos humanos. Al
mismo tiempo aparecen los límites de una búsqueda de bienes materiales que cierran el
horizonte de la persona y le hacen sentir con fuerza la falta de esperanza, de razones para vivir.
En el País Vasco, además, sentimos profundamente la violencia presente y la falta de libertad y
respeto a los derechos humanos, singularmente el derecho a la vida.
Nuestra sociedad presenta retos a la fe cristiana. También las sociedades del Tercer Mundo y
la globalización excluyente que se está imponiendo presentan profundos retos a nuestra fe. No
es posible vivir la fe cristiana de personas adultas y conscientes ignorando los problemas de
nuestra sociedad. La fe adulta interroga, cuestiona, busca respuestas y traza caminos nuevos
para vivir la fe en nuestro siglo XXI.
Este proyecto pastoral ofrece cauces para dar respuesta a las inquietudes personales y a los
retos sociales. Una fe personalizada y comprometida es un valor fundamental para el cristiano
actual. El sentido comunitario es requisito esencial para crecer en la fe. Hacer que nuestra
Iglesia diocesana de Vitoria anuncie con valentía a Jesucristo en nuestra sociedad es cumplir el
precepto misionero que Él nos dio.
El PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN ha sido respaldado por el Consejo
Pastoral Diocesano y por el Consejo Presbiteral. Hoy le doy mi aprobación definitiva y os lo
presento para su conocimiento y realización. Si tantos han colaborado en su elaboración, a todos
os lo propongo –en comunión eclesial- para llevarlo a la práctica y evaluarlo posteriormente.
2
Lleva la fecha de la festividad de San Prudencio, Patrono de la Diócesis de Vitoria. A su
protección lo confío: que obtenga de Dios abundantes bendiciones, para que haga crecer la fe
adulta, la esperanza cristiana y el amor fiel y operante en nuestra sociedad e Iglesia.
En Vitoria-Gasteiz, 28 de abril de 2002
Fiesta de San Prudencio, Obispo.
+ MIGUEL ASURMENDI
Obispo de Vitoria
Proceso de elaboración del
Plan Diocesano de Evangelización
El primer paso en la elaboración de este PLAN DIOCESANO DE
EVANGELIZACIÓN fue la recogida -a través del Consejo Pastoral
Diocesano, el Consejo Presbiteral y los Servicios pastorales diocesanos- de
las respuestas a tres amplios cuestionarios de trabajo:
1. Para una aproximación a nuestro entorno socio-cultural.
2. Para una aproximación a nuestra acción evangelizadora en los ambientes.
3. Para una aproximación a la pastoral evangelizadora de nuestra Iglesia
Efectuamos de ese modo un análisis de la realidad social y eclesial que nos ayudó a
formular un “Proyecto” que atendía especialmente a los aspectos de la realidad más
destacados en las aportaciones recibidas e incorporaba las sugerencias, apuntadas en
ellas, para una respuesta evangelizadora.
El segundo paso ha sido ofrecer ese PROYECTO del PLAN DIOCESANO DE
EVANGELIZACIÓN, para su valoración y propuesta de enmiendas, a los
miembros del Consejo Pastoral Diocesano, del Consejo Presbiteral, y también
a los Consejos parroquiales de Pastoral, Movimientos y Comunidades.
A partir de la valoración positiva del PROYECTO, manifestada en la gran mayoría
de las aportaciones recibidas, y analizando las numerosas enmiendas que han sido
propuestas se ha formulado este BORRADOR del PLAN DIOCESANO DE
EVANGELIZACION que ahora presentamos.
Próximamente se presentará, como complemento,el proyecto operativo del PLAN
DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN incorporando los programas de acción de los
distintos servicios diocesanos de pastoral.Será la respuesta a una demanda
ampliamente apoyada por las aportaciones presentadas en la última consulta realizada.
Este PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACION se presenta ahora como
BORRADOR, para su estudio y valoración, a los Consejos diocesanos
Pastoral y Presbiteral antes de que finalmente, con la aprobación del Obispo,
sea ofrecido a toda la Iglesia diocesana de Vitoria para su desarrollo y
evaluación en los próximos años.
3
Significado del
Plan Diocesano de Evangelización
Nuestro PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN es un instrumento
pastoral para ayudar a la Iglesia diocesana de Vitoria a tomar conciencia de su
responsabilidad evangelizadora en los comienzos del siglo XXI. Profundizando en la
fidelidad al Evangelio de Jesucristo y a los hombres y mujeres de nuestro pueblo.
Renovando las acciones pastorales de la comunidad cristiana y despertando un nuevo
impulso misionero al servicio de las personas y la sociedad de nuestro tiempo.
Es un medio para concienciar a todos los miembros de la comunidad de su
propia función y responsabilidad, para ayudar a integrar en la tarea común los
diversos ministerios y carismas, para orientar la vida y los servicios de las
comunidades con sentido misionero, para coordinar las acciones de las distintas
plataformas de evangelización en la unidad de la Iglesia diocesana.
Es un Plan:
Un proceso de reflexión que intenta descubrir el modo más adecuado de
hacer presente en nuestro mundo de hoy el Evangelio de Jesucristo.
Apunta las opciones fundamentales a impulsar en la Iglesia diocesana para
ofrecer un mejor servicio evangelizador a los hombres y mujeres de este
pueblo.
Destaca los rasgos y actitudes básicos que hemos de potenciar en nuestro
compromiso personal y comunitario como creyentes.
No refleja todas las tareas eclesiales que venimos haciendo y habrá que
seguir desarrollando.
Centra su interés en aquellos aspectos de la vida social y de la misión de
nuestra Iglesia que reclaman hoy una atención especial.
Es un proceso inacabado y dinámico que no concluye en su planteamiento, ni
termina en su formulación más o menos acertada, sino que arranca de ahí para
impulsar la vida y la acción de la Iglesia diocesana. Es un proceso de participación e
implicación de personas y comunidades tanto en su elaboración y preparación como en
su posterior aplicación, desarrollo y evaluación.
Es una propuesta de referencia para las diversas plataformas de evangelización,
para las distintas unidades pastorales y las comunidades cristianas de la diócesis, de
modo que puedan diseñar y desarrollar sus propios proyectos o programas teniendo en
cuenta la realidad más inmediata de su entorno humano y su propia situación y
posibilidades.
4
PLAN DIOCESANO DE
EVANGELIZACIÓN
Nuestra Iglesia diocesana, que ha recibido el Evangelio de
Jesucristo, tiene la misión de ponerlo al servicio del mundo. Debe
dejarse transformar interiormente por aquello que ha conocido
para, a su vez, poder anunciarlo en esta sociedad con hechos y
palabras. Y es que la Iglesia existe para evangelizar, para hacer
presente en el mundo -en cada tiempo y lugar- la Buena Noticia de
Jesucristo. Para la Iglesia la evangelización no es una opción, es su
identidad más profunda. La Iglesia ha de revivir hoy el sentimiento
apremiante del apóstol que exclamaba: !ay de mi si no anuncio el
Evangelio¡ (I Cor. 9,16).
“Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera,
que no podrá ser delegada a unos pocos „especialistas‟, sino que
acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del
Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no
puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo. Es necesario un nuevo
impulso apostólico que sea vivido, como compromiso cotidiano de
las comunidades y de los grupos cristianos”1
La evangelización reclama a la Iglesia diocesana de Vitoria
una doble relación de fidelidad. Fidelidad al Señor que es quien la
envía a comunicar la Buena Nueva y fidelidad a los hombres y
mujeres concretos a quienes ha de ofrecer el servicio del Evangelio.
Nuestra Iglesia ha de ser constantemente renovada por el
Evangelio, dejándose guiar por el Espíritu que la anima y la
impulsa, y le sale al paso en los signos de los tiempos. El Espíritu
imprime a la Iglesia un constante dinamismo para poder comunicar
a los hombres y mujeres de cada época y cada cultura de modo
actualizado y significativo el valor permanente y universal de la
Buena Noticia de Jesucristo. “El cristianismo del tercer milenio
debe responder cada vez mejor a esta exigencia de inculturación”2
La Iglesia es enviada por Cristo para cumplir a lo largo de los
tiempos su misión en el mundo. Esa misión corresponde
básicamente por igual a todos los miembros del Pueblo de Dios,
aunque de modo diverso según los servicios o ministerios que
asume cada uno. Laicos, religiosos y sacerdotes son
conjuntamente responsables de toda la misión de la Iglesia, cada
uno según su función. Y es que todo cristiano por el hecho de
pertenecer al Pueblo de Dios está comprometido en su misión.
Toda la Iglesia -la Iglesia entera- tiene que responder de la misión
que le ha sido confiada por Jesús.
1 N.M.I. n.40
2 N.M.I. n.40
La Iglesia existe
para evangelizar
es misión de todo
el Pueblo de Dios
atento al Espíritu
en los signos de
los tiempos
en servicios y
ministerios
diferentes
5
Nuestra fe nos ayuda y compromete a vivir en comunión con el
Dios de Jesucristo, por la acción del Espíritu Santo, y también en
comunión con todos los creyentes, que animados por el mismo
Espíritu somos miembros de la Iglesia. De este misterio de
comunión nace nuestra corresponsabilidad, porque todos somos y
hacemos la Iglesia como Pueblo de Dios vertebrado en diversos
ministerios y servicios, donde cada miembro tiene su tarea y todos
participamos en la única misión de hacer llegar al mundo la
salvación de Jesús. La Iglesia somos todos, la Iglesia es de todos,
todos participamos de su misión. Todos los miembros de la Iglesia
deben ser corresponsables de la misión; la corresponsabilidad es
una forma de decir que la Iglesia y su misión “es nuestra”. “Es
necesario, pues, que la Iglesia del tercer milenio impulse a todos
los bautizados y confirmados a tomar conciencia de la propia
responsabilidad activa en la vida eclesial”3
El apostolado, la participación y corresponsabilidad de todos los
miembros del Pueblo de Dios, tienen su fundamento en el mismo
Espíritu y en la unidad-diversidad de dones o carismas necesarios
para la edificación y misión de la Iglesia. “Es la recepción de estos
carismas…la que confiere a cada creyente el derecho y el deber de
ejercitarlos para bien de la humanidad y la edificación de la
Iglesia”4
En la vida y misión de la Iglesia diocesana todos los miembros
somos necesarios, todos hemos de ser activos, todos hemos
recibido diversos carismas y ejercemos distintos ministerios o
servicios, todos somos corresponsables.
La corresponsabilidad no significa transferencia de
responsabilidades, sino distribución de las mismas dentro de la
tarea común. Requiere un clima de unidad; implica asumir y
coordinar eficazmente la propia responsabilidad con la de los
demás; se contrapone a la pasividad y la indiferencia, también al
acaparamiento y a la imposición de tareas.
La corresponsabilidad nace del interés por la comunidad y se
desarrolla desde la colaboración. Exige capacidad de diálogo y
compromiso en tareas comunes. Integra los ministerios ordenados y
los laicales; fomenta el respeto a los carismas, el compromiso y la
creatividad; articula la fidelidad a Jesucristo y a las necesidades
concretas de la vida.
La corresponsabilidad implica “estar con” y “trabajar con” otros
por eso exige: saber escuchar y dialogar, reconocer la
responsabilidad de los demás, colaborar y trabajar en equipo. Todo
ello supone sentido de verdadera fraternidad, apertura y acogida de
3 N.M.I. n.46
4 A.A. 3; Cfr. L.G. 12
en comunión y
corresponsabilidad
con diversos
dones y carismas
Todos somos
necesarios
desde la propia
responsabilidad
en colaboración
y con
creatividad
confiando en los
6
los otros; capacidad de asumir y mantener los propios compromisos
con gratuidad en el servicio; confianza en los demás y
especialmente confianza en el Espíritu.
La corresponsabilidad es una praxis de comunión y de misión
compartida. Supone releer juntos el Evangelio -en nuestras
circunstancias concretas y actuales- aplicándolo a nuestras vidas
con coherencia y ponernos juntos al servicio del mundo para
evangelizarlo. “En las Iglesias locales es donde se pueden
establecer aquellas indicaciones programáticas concretas –objetivos
y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y
la búsqueda de los medios necesarios- que permiten que el anuncio
de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida
profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos
en la sociedad y en la cultura”.5
En la Iglesia diocesana de Vitoria, con la participación de
laicos, religiosos y presbíteros, hemos contemplado detenidamente
nuestra realidad social y eclesial. Y a partir de las constataciones
sobre esa situación -iluminada por la Palabra de Dios y el
magisterio teológico y pastoral de la Iglesia- hemos buscado juntos
las respuestas evangelizadoras que es necesario promover. El
conjunto de esas constataciones, unido a las referencias
teológicas y pastorales y los objetivos a desarrollar en nuestra
acción son el contenido de este PLAN DIOCESANO DE
EVANGELIZACIÓN. Este es el resultado de un laborioso proceso
que en su misma elaboración es ya un fruto incipiente de la
corresponsabilidad –subrayada insistentemente por cuantos han
participado en los trabajos preparatorios de este Plan- que como
clave fundamental de la misión de la Iglesia articula el conjunto de
los objetivos seleccionados.
Como impulso del ejercicio de la corresponsabilidad de
todos los miembros del Pueblo de Dios en la vida comunitaria
de nuestra Iglesia diocesana y en su misión evangelizadora al
servicio de los hombres y mujeres de nuestra sociedad…
… nos proponemos los siguientes objetivos:
5 N.M.I. n.29
en la comunión
y misión de la
Iglesia local
Hemos elaborado
un Plan Diocesano
de Evangelización
en el ejercicio de la
corresponsabilidad
eclesial
y para
el desarrollo de la
corresponsabilidad
en la misión.
confiando en
los demás y
sobre todo en
el Espíritu
Santo
7
I. Favorecer en los creyentes el desarrollo de una experiencia personal de la fe, que nos haga capaces de
asumir la responsabilidad evangelizadora de su vocación cristiana.
Sólo unos creyentes maduros en su experiencia de fe y comprometidos con ella,
pueden llegar a sumir activamente junto a los demás, su propia y personal
responsabilidad en la vida de la comunidad y en su misión evangelizadora.
II. Reconocer y potenciar la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad como
elemento fundamental en la evangelización misionera.
La misión propia de laicado en la vida de la comunidad cristiana y especialmente en
su compromiso en los ambientes sociales de los que participan, es insustituible y
necesaria para la evangelización del mundo contemporaneo.
III. Impulsar el desarrollo del sentido comunitario en los diversos ámbitos de la vida
de la Iglesia diocesana.
Comunidad y misión son dos realidades inseparables. En la perspectiva comunitaria
de la vida cristiana es donde se descubre la complementariedad de la misión de cada
uno de sus miembros y donde se articula el ejercicio de la corresponsabilidad común.
IV. Proponer el anuncio del Evangelio de Jesucristo, de modo significativo, a los
hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Anunciar abiertamente a Jesucristo forma parte esencial de la evangelización. Es
una tarea común a todos los creyentes mediante el testimonio en el compromiso de vida
cristiana y dando oportunamente “razón de su esperanza”.
V. Hacer realidad en nuestras comunidades cristianas, por fidelidad al Evangelio, la
opción preferencial por los pobres.
Por fidelidad al Evangelio la vida cristiana exige en todos los creyentes una opción
preferencial por los pobres. Es un servicio evangelizador necesario ante las situaciones
de exclusión que genera la sociedad del “bienestar” de la que formamos parte. No
podemos delegarlo en otros, todos somos corresponsables de la caridad cristiana.
VI. Participar activamente en la construcción de la paz, desde las exigencias y
motivaciones del Evangelio y en corresponsabilidad con otros grupos sociales.
La comunidad cristiana no puede sentirse ajena al esfuerzo social por construir
una paz basada en la libertad y la justicia. Nuestra participación activa, junto a otros
ciudadanos y grupos, ha de incorporar a este proceso la sal y la luz del Evangelio para
alcanzar la meta de una auténtica reconciliación social. Somos corresponsables con
toda la sociedad en la tarea de abrir y avanzar por caminos de paz.
8
1. Hacia una fe personalizada
“Es Cristo quien vive en mi” (Gal. 2, 20)
I.- CONSTATACIONES
Vivimos inmersos en profundos cambios sociales y culturales que afectan a la
mayor parte de la dimensiones de la vida humana, también a la vida religiosa de los
creyentes. En las últimas décadas hemos asistido al cambio de una situación social que
algunos denominaban de cristiandad a otra nueva en la que predomina la indiferencia
religiosa y la cultura de la increencia. No resulta extraño descubrir la gran dificultad que
este ambiente representa para vivir y proponer hoy y aquí la fe.
Esa transformación del ambiente es asumida por algunos creyentes como una
oportunidad de purificar la propia fe de adherencias o deformaciones sociológicas, un
reto que ayuda a madurar la adhesión personal a los valores del Evangelio y la apertura
confiada al misterio del Dios de Jesucristo. Ya no es posible hoy para el creyente vivir
de una fe entendida como adhesión a fórmulas aprendidas y la práctica de ritos
heredados sin una experiencia de lo que significa vivir una fe personalizada.
Pero también hoy se perciben en la vida de muchos bautizados signos de
fragmentación de la fe. No es extraña para algunos una fe “light”, de consumo selectivo,
a la carta, adaptable a la conveniencia de la situación. Con frecuencia entre creyentes y
no creyentes se diluye toda diferencia en su forma de vivir, la existencia de unos y otros
transcurre de modo superficial instalada en lo más inmediato, saturada de
convencionalismos sociales en los que se mezcla y hasta se confunde la creencia con la
credulidad o el formalismo.
No pocos viven la nueva situación con preocupación pero sin capacidad para
reaccionar; desbordados por los cambios culturales añoran y esperan tiempos más
favorables con la misma pasividad con que han recibido y vivido antes su fe, pero no se
sienten llamados ni preparados para construirlos. Lo religioso queda recluido en el
ámbito de la intimidad personal, muchos han desconectado de las relaciones de su vida
cotidiana las exigencias del compromiso de la fe.
Hoy más que nunca los creyentes, por la coherencia entre nuestra forma de vivir y
nuestras creencias, necesitamos dejar ver que nuestra adhesión a los valores del Reino
satisface las aspiraciones a la libertad, la justicia y la solidaridad que buscamos junto a
los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Acogiendo en nuestra vida diaria el
Evangelio de Jesús experimentamos una respuesta válida a las inquietudes y
necesidades humanas más profundas, y lo manifestamos con respeto en actitud
dialogante con los demás.
Comprobamos que sólo una fe hecha experiencia personal, encarnada en la vivencia
cotidiana del creyente, es capaz de mantenerse contra corriente en la cultura dominante
y a través del testimonio de valores alternativos despertar nuevas preguntas.
Verificamos que sólo una vida cristiana asumida como vocación personal al
seguimiento de Jesús hace al creyente capaz de dar razón de su esperanza a todo el que
la pida.
9
II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES.
La Biblia narra la Historia de la Salvación como la relación entre Dios y su
pueblo. Dios se abre y se comunica con palabras y acciones. Los creyentes, hombres y
mujeres, lo escuchan y lo acogen en su vida y en su historia. De esta forma, la fe forma
parte de la experiencia vital de un pueblo, de unos hombres y mujeres que viven su
acontecer histórico y personal desde la fe en un Dios que les acompaña y les libera.
El N.T. se escribió por el interés y la preocupación de los primeros creyentes en
plasmar y comunicar su experiencia y su praxis de fe, personal y comunitaria, en el
Resucitado y su mensaje. Los apóstoles y los discípulos conocen a Jesús y ese
acontecimiento marca definitivamente su vida. San Pablo describe esta realidad con
expresiones como "es Cristo quien vive en mi" (Gal 2, 20), "para mi, vivir es Cristo"
(Fil 1, 21).
La fe cristiana es fe en una Persona, que vive y da Vida. El creyente encuentra
en Cristo la respuesta a su personal pregunta por el sentido y la meta de la existencia
humana. La verdad de la fe pasa a ser también la verdad del creyente.6
La fe no es simplemente afirmar a Dios. Es conocerle personalmente y acogerle
como Dios de nuestra vida. Es reconocer vital y gozosamente a Dios, revelado en
Jesucristo, como origen, guía y meta. Significa, además, colaborar, humilde y
responsablemente, en su acción salvadora y liberadora en la vida concreta de los
hombres.7
El anuncio cristiano adquiere su plenitud cuando es escuchado, asimilado y
aceptado; es decir, cuando encuentra una acogida y una adhesión personal en el
corazón del creyente. La fe se traduce en una experiencia personal profunda y en una
adhesión al programa de vida y acción de Cristo, a su Reino y su Justicia, al "mundo
nuevo", a la nueva manera de ser y de vivir juntos que inaugura la Buena Noticia de
Jesús.8 La fe y la evangelización se completan en la recíproca interacción entre el
Evangelio y la vida concreta, personal y social, de los creyentes.9
El crecimiento y la maduración de la fe personal transcurre por la confrontación
con las preguntas sobre la propia existencia, por la depuración de la duda y por el
diálogo con otros creyentes. De esta manera, la fe se va constituyendo y forjando en una
vivencia personal y comunitariamente acogida, discernida, celebrada y practicada. De lo
contrario, sería una fe anquilosada y mortecina, ajena a la vida y a los demás.
La fe personal y personalizada se forja en el tiempo concreto, allí donde los
creyentes viven. A nosotros nos toca vivirla en tiempos de increencia por lo que sus
rasgos son:10
- La fe, personalizada y que "hace vivir", como eje y centro de la vida; 6 Cf. Fides et ratio, 24-35
7 Cf. Obispos de Pamplona-Tudela, San Sebastián, Bilbao y Vitoria, Creer hoy en el Dios de Jesucristo.
Cuaresma-Pascua de Resurrección, 1986, n. 9-10. 8 Cf. EN 23.
9 Cf. EN 29.
10 Cf. Obispos de Pamplona-Tudela, San Sebastián, Bilbao y Vitoria, Creer en tiempos de increencia.
Cuaresma-Pascua de Resurrección, 1988; n. 54-65.
10
- Fe vivida y experimentada que cree en Jesucristo, y acoge al Dios gratuito;
- Fe compartida y celebrada en comunidad;
- Fe encarnada, activa y confesante en el mundo;
- Fe que incita al creyente a anunciar a otros, personal y eclesialmente, al Señor Jesús.
III.- OBJETIVO
Renovar los procesos catequéticos y catecumenales y revisar el proceso de
iniciación cristiana para que, teniendo en cuenta la cultura de nuestro tiempo,
contribuyan más eficazmente al desarrollo de la experiencia personal de la fe.
Mejorar con creatividad la calidad de las celebraciones de la fe como expresión
de la experiencia de vida cristiana y fomentar espacios de oración, escucha de la
Palabra, reflexión y comunicación personal .. que ayuden a crecer en la fe.
Promover la acogida, la cercanía, la escucha, el diálogo ... -que facilitan la
comunicación y la personalización de la fe- en las diversas acciones pastorales de
la comunidad cristiana.
Ayudar a la vivencia de una fe encarnada en la vida cotidiana y acompañar a
quienes viven el compromiso de la fe en la acción transformadora, en los
ambientes y en la vida pública.
Impulsar una pastoral que potencie a la familia como ámbito donde se puede
compartir y transmitir de modo más cercano y personal la experiencia de la fe.
Favorecer en los creyentes el desarrollo de una
experiencia personal de la fe, que nos haga capaces de
asumir la responsabilidad evangelizadora de su
vocación cristiana
1
11
2. La misión de los laicos
“Todo lo que de palabra u obra realicéis, sea todo en nombre del Señor” (Col. 3,17)
I.- CONSTATACIONES
Entre nosotros, frecuentemente, la imagen social de la Iglesia se reduce y
confunde con la de la jerarquía eclesiástica. Y es que la mayor parte de los miembros de
la Iglesia, los laicos, no es percibida como parte integrante y activa de la misma Iglesia.
Esa percepción no es ajena a los propios creyentes ya que muchos de ellos se
contemplan a sí mismos más como destinatarios de la acción eclesial que como agentes
responsables de su misión.
Sin duda la preponderancia del clero ha contribuido a sostener esa infravaloración
eclesial del laicado. Al mismo tiempo el mantenimiento de una pastoral de cristiandad,
al no impulsar adecuadamente la conciencia y acción evangelizadora de la Iglesia en el
mundo, desdibujaba la misión propia de los laicos.
Existe un cierto número de laicos, hombres y mujeres, que viven activamente su
compromiso militante tanto en la Iglesia como en la sociedad. Pero reconocemos que,
en nuestra Iglesia diocesana, es muy reducida la realidad de los movimientos y
asociaciones laicales y es bastante débil la presencia y el compromiso evangelizador de
los laicos cristianos en los ambientes y en la vida pública. Aquellos que, por coherencia
con el Evangelio, asumen un compromiso cristiano en la vida social, política o laboral,
no encuentran fácilmente espacios eclesiales donde alimentar esa expresión de su
identidad creyente. Y, tal vez como consecuencia de ello, en no pocos casos las
mediaciones necesarias para encauzar el compromiso transformador de la sociedad
acaban siendo más vinculantes para quienes lo asumen que la misma raiz evangélica
que fue su primer impulso.
Se ha incrementado la participación de los laicos, especialmente de las mujeres,
en tareas intraeclesiales, pero en la mayoría de los casos como meros colaboradores de
la acción de los presbíteros. De hecho es significativo el escaso desarrollo de los
ministerios laicales tanto en la vida comunitaria como en la acción evangelizadora de
nuestra Iglesia. La falta de formación del laicado es la justificación y/o excusa más
frecuente para no confiar ni asumir responsabilidades laicales con mayor autonomía.
La creación de Consejos de Pastoral en distintos ámbitos ha promovido la
incorporación del laicado a estos órganos de corresponsabilidad en los que se perfilan
las orientaciones prácticas para la acción evangelizadora de la comunidad. Tenemos
clara conciencia de la necesidad de prestar mayor atención a la aportación que realizan
los laicos, desde su sensibilidad y experiencia, para hacer presentes en la Iglesia las
necesidades, las inquietudes y los valores de los hombres y mujeres de hoy, de la
sociedad y la cultura actual.
La necesidad de una nueva acción misionera en nuestra sociedad es el contexto
en el que debe situarse la promoción y formación del laicado en la Iglesia diocesana. La
relación entre los presbíteros y los laicos ha de resituarse de un modo nuevo al servicio
12
de una acción evangelizadora corresponsable que articule la unidad de misión en la
diversidad de funciones y tareas propias de cada uno.
II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES.
La emergencia eclesial del laicado no es un fenómeno coyuntural, ni una
concesión ni una suplencia debido a circunstancias eclesiales contingentes. Es un
verdadero signo (eclesial) de nuestro tiempo.11
Es una manifestación de la acción del
Espíritu para el bien de la Iglesia y su acción evangelizadora. Es la llamada del
Espíritu, en este tiempo, hacia un presente y un futuro eclesial de mayor protagonismo y
corresponsabilidad laical. La Buena Noticia de Cristo no puede extenderse y penetrar en
las personas, ambientes y estructuras sin la presencia activa de los laicos.12
La vocación de los laicos es vocación a la santidad. Significa una toma de
conciencia de su experiencia personal y eclesial de fe y una coherente profundización en
las implicaciones personales, comunitarias y sociales de la fe y el seguimiento de
Cristo.13
La escucha atenta de la Palabra de Dios, la contemplación, la solidaridad
efectiva por los pobres y desfavorecidos, la encarnación del espíritu y la letra de las
Bienaventuranzas en su vida son ingredientes necesarios de su personalidad cristiana, y
los hitos que orientan su espiritualidad en el seguimiento de Jesús en medio del
mundo.14
Por vocación propia, les pertenece, personal y asociativamente, buscar el Reino
de Dios dentro de la actividad del mundo, en sus ambientes y estructuras, en las
condiciones ordinarias de la vida social. Su principal responsabilidad es la
transformación del mundo desde dentro, a modo de fermento con un estilo
específicamente cristiano.15
Su presencia en el mundo ha de estar impregnada de un
inequívoco compromiso transformador según los valores, personales y sociales, del
Evangelio. Su vida y su presencia ha de ser un eficaz signo evangelizador.16
Es imprescindible que los laicos lleven a las comunidades cristianas y a la
Iglesia particular propia las ilusiones, gozos, esperanzas y preocupaciones de su estilo
laical de vida y de su presencia creyente en el mundo. Su vida y su preocupación,
responsable y evangelizadora, en el mundo enriquece la vida de la comunidad eclesial
y orienta su acción misionera. Su inquietud y sus experiencias de diálogo y acción en
el mundo se convierten en "ley de toda evangelización".17
La acción evangelizadora de los laicos se realiza también por medio de
asociaciones o movimientos. Junto al testimonio y al compromiso personal de los
laicos, las diversas formas de apostolado asociado y organizado constituyen una
11
Cf. ChL 9 y 12. 12
Cf. AG 21 13
Cf. LG 40; ChL 16-17; NMI, 31. 14
Cf. Obispos de Pamplona-Tudela, San Sebastián, Bilbao y Vitoria, El laicado: identidad cristiana y
misión eclesial, 1996, nn. 42-46. 15
Cf. LG 31; NMI 52. 16
Cf. Obispos de Pamplona-Tudela..., El laicado..., n. 50. 17
Id., 50
13
expresión y un testimonio de primer orden de la experiencia comunitaria de fe y de su
dimensión evangelizadora. Este tipo de apostolado responde adecuadamente a las
exigencias humanas y cristianas de los fieles y es, al mismo tiempo, signo de la
comunión, de la corresponsabilidad y de la unidad de la Iglesia en Cristo.
Pueden sentirse llamados a colaborar en el servicio de la comunidad eclesial
para la vida y crecimiento de ésta, a través del ejercicio de ministerios y actividades
apostólicas conforme a los carismas que el Espíritu reparte.18
En consecuencia, las
iglesias particulares pueden configurar estas formas ministeriales de servicio, de
acuerdo con sus necesidades. La vida litúrgica, la transmisión de la fe y su cultivo, las
estructuras pastorales, el servicio de la Caridad y de promoción social, son algunos de
los campos que están demandando el impulso y el reconocimiento de ministerios de
carácter netamente laica.19
III.- OBJETIVO
Animar y apoyar la acción evangelizadora de los laicos en el ámbito de la vida
familiar, la educación y la cultura, el trabajo y el tiempo libre, la economía y la
política...
Impulsar el asociacionismo laical (movimientos, asociaciones, grupos..) para
cultivar la identidad cristiana y apoyar el compromiso transformador de los laicos
en los ambientes y en la vida pública.
Promover activamente la incorporación de laicos a responsabilidades y servicios
pastorales. Instituir o reconocer los ministerios laicales necesarios en las diversas
acciones pastorales de la Iglesia diocesana.
Incorporar a los proyectos y orientaciones pastorales de la comunidad cristiana la
experiencia y la sensibilidad que los laicos aportan desde su vivencia de las
realidades humanas: familia, trabajo, economía, política,.. con especial atención a
la emergencia y protagonismo social de la mujer.
Establecer cauces específicos de formación del laicado que atiendan al desarrollo
de su identidad cristiana, su compromiso social y sus responsabilidades eclesiales.
18
Cf. EN 73 19
Cf. Obispos de Pamplona-Tudela..., El laicado..., n. 53.
Reconocer y potenciar la misión de los laicos en la Iglesia y
en la sociedad, como elemento fundamental en la
evangelización misionera. 2
14
3. Una Iglesia diocesana más comunitaria
“Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2,5)
I.- CONSTATACIONES
Los miembros de la Iglesia participamos de la tensión que vive la cultura de
nuestro tiempo entre el individualismo y la solidaridad social. Con frecuencia
experimentamos esa misma tensión en nuestra vida religiosa pues nos debatimos entre
la tentación de una vida de fe replegada a la intimidad personal de la conciencia y la
necesidad de alimentarla y exteriorizarla en la vida de la comunidad cristiana. En
muchas ocasiones no acertamos a descubrir que una vivencia auténtica del Evangelio de
Jesucristo sólo es posible en la apertura a los demás, en el encuentro y la comunicación
interpersonal.
Nuestra Iglesia es deficitaria en espacios comunitarios que ayuden a los
creyentes a compartir, en grupos de talla humana, la experiencia personal de la fe y del
compromiso cristiano encarnado en la vida cotidiana. Entre la realidad amplia y abierta
de las celebraciones y servicios de nuestras parroquias y la situación particular de cada
individuo creyente no existen en la mayoría de los casos suficientes grupos intermedios
en los que desarrollar de forma más activa y participativa una experiencia de comunidad
cristiana cercana y significativa. Tal vez, por eso la Iglesia se percibe más como una
realidad lejana y difusa a la que se recurre ocasionalmente en demanda de servicios
según las necesidades individuales que como una auténtica comunidad de creyentes.
Con frecuencia los grupos de diverso tipo que se van constituyendo en torno a
distintas acciones eclesiales tienden a cerrarse sobre sí mismos. Son espacios cálidos y
seguros para sus miembros pero aislados de otros, aun cuando puedan tener las mismas
metas o parecidos planteamientos.
Ciertamente se percibe hoy en muchos creyentes la aspiración a una mayor
comunicación entre las personas, entre los laicos y los presbíteros, y entre los grupos
eclesiales, la necesidad de referencias y proyectos pastorales comunes y compartidos, el
deseo de cultivar las exigencias comunitarias de la fe. Crece la conciencia de que la
acogida, la austeridad, la comunicación de bienes, la igualdad radical de todos los
creyentes tienen para nuestro tiempo el valor de un auténtico testimonio del Evangelio y
ofrecen un nuevo rostro de la Iglesia.
Sabemos que construir la comunión desde la diversidad de las personas y grupos
creyentes, por encima de opciones y adscripciones humanas, es no sólo una necesidad
de cohesión interna de nuestra Iglesia diocesana, sino también una exigencia de nuestra
misión en el mundo ante el que hemos de manifestar con hechos que la Iglesia es
sacramento no sólo de la unión del hombre con Dios sino también de la unidad que es
posible realizar entre todos los hombres y mujeres, entre todos los grupos sociales y
entre todos los pueblos de la tierra.
15
II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES.
La vida de la primera comunidad cristiana, descrita en el Libro de los Hechos de
los Apóstoles (2,42-47), constituye un modelo de referencia para la Iglesia de todos los
tiempos: los creyentes pensaban y sentían lo mismo, tenían en común todas las cosas,
todos gozaban de gran estima y, con gran empeño, daban testimonio de la resurrección
de Jesús. (Cf Hch. 4, 32-33).
Las cartas que San Pablo escribió a las diversas comunidades insisten
reiteradamente en el misterio de la Iglesia como comunidad, como Cuerpo Místico de
Cristo en el que todos somos miembros necesarios, aunque diferentes, y recibimos de un
mismo Espíritu diversos dones para el bien común. El apóstol recomienda la forma de
vivir una vida nueva en Cristo: sois elegidos de Dios; por encima de todo, revestíos
del amor; estad siempre alegres; orad en todo momento; dad gracias por todo;
perdonaos cuando alguno tenga motivos de queja contra otro. No apaguéis la fuerza del
Espíritu (Cf Rm. 12,4-6; I Cor. 12,4-7, 27-28; Ef. 4,11-13; I Tes. 5,16-19; Col.3,12-15).
Como mejor se autocomprende hoy la Iglesia es a través de imágenes y
conceptos de claras resonancias comunitarias. Cuerpo de Cristo, Comunidad y
Sacramento de Salvación, Comunidad de fe, esperanza y caridad, Comunidad
fraterna120
en la que todos deben ayudarse mutuamente según la variedad de dones,21
Pueblo de Dios... definen y describen la naturaleza y la verdad profunda de la Iglesia.
La comunión es seña de identidad y, al mismo tiempo, tarea a desarrollar.
Para el testimonio evangélico y misionero en el mundo es preciso que las
Iglesias particulares tomen en serio e incorporen a sus programas pastorales la
atención a la comunión, de forma que cada Iglesia local sea "la casa y la escuela de la
comunión" donde se promueva una “espiritualidad de la comunión”: la capacidad de
sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo de Cristo, como "alguien que
me pertenece", para compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y
atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda fraternidad.22
Nuestros Obispos en varias ocasiones se refieren a la naturaleza comunitaria de
la vida eclesial, y subrayan sus consecuencias prácticas y pastorales:23
- La Iglesia es comunitaria para evangelizar; el sujeto que evangeliza es la
comunidad. El término de la evangelización es la vinculación del evangelizado a
la comunidad para revitalizarla.
- La Iglesia es señal e instrumento de la unidad de los hombres entre sí. Mediante
su propia vida comunitaria significa la vocación de toda la familia humana a
vivir unida, a pesar de todo lo que divide y enfrenta a los humanos.
20
Cf. LG 7 y 9. 21
Cf. GS 32. 22
Cf. NMI 42. 23
Cf. Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria La Iglesia
comunidad evangelizadora, nn. 28, 41, 47 y 67.
16
- Dar testimonio de comunidad requiere establecer en los grupos eclesiales una
corriente de participación corresponsable que asocie a los participantes en el
proceso de gestación de las iniciativas y acciones eclesiales, y no sólo en su
ejecución; al mismo tiempo, es preciso inducir en los que colaboran una
preocupación por la totalidad de las acciones eclesiales, no sólo por la parcela de
acción que cada uno realiza.
- Nuestro futuro cristiano se juega en nuestro ser comunitario. Seremos
evangelizadores si nuestras comunidades son factor de convivencia y vida más
humana. Si son lugares donde se vive y se promueve, hacia adentro y hacia
afuera, la solidaridad, la búsqueda de paz, la sana austeridad, la ayuda al
necesitado, el diálogo, el perdón, la oración, la esperanza de vida eterna y tantos
valores y actitudes que parecen olvidarse en la sociedad actual.
III.- OBJETIVO
Promover, en las actividades y servicios pastorales, el conocimiento mutuo, la
relación interpersonal entre los agentes de pastoral y los miembros de nuestras
comunidades de modo que estimulen su motivación y su sentido de pertenencia
eclesial.
Impulsar la comunicación y coordinación entre las distintas comunidades y
grupos de la Iglesia diocesana favoreciendo encuentros, acciones comunes y otras
formas de relación.
Crear y fortalecer grupos comunitarios -auténticas comunidades vivas y plurales-
donde puedan cultivarse y compartirse todas las dimensiones de la vida y el
compromiso cristiano de sus miembros, que ofrezcan un nuevo rostro de la
Iglesia.
Desarrollar cauces de corresponsabilidad eclesial mediante la participación más
activa de todos los miembros de la comunidad; impulsar los Consejos Pastorales
en las parroquias y otros ámbitos de la Iglesia diocesana.
Elaborar y desarrollar – cuidando una amplia participación- proyectos y
programas al servicio de una pastoral de conjunto, integradora de las acciones
básicas de la comunidad: profética, litúrgica y de caridad.
Impulsar el desarrollo del sentido comunitario en
los diversos ámbitos de la vida de la Iglesia
diocesana. 3
17
4. El anuncio del Evangelio
“¿Cómo van a creer en Él si no les ha sido anunciado?” (Rom. 10,14)
I.- CONSTATACIONES
Hoy muchos hombres y mujeres parecen “estar de vuelta” en relación con la fe
cristiana, creen conocer el contenido del Evangelio de Jesucristo pero no han llegado a
experimentarlo como “buena nueva”. Han recibido por diversos cauces algunos
conocimientos o normas de conducta cristiana, pero no han descubierto en su vida la
presencia cercana del Dios de Jesucristo. Por ello resulta especialmente difícil
proponerles como nuevo lo que ya creen saber.
La imagen de Dios que muchos arrinconan no es ciertamente la de aquel en quien
nosotros confiamos, sino una visión deforme que es necesario desenmascarar. Pero
también otros se cierran indiferentes a la fe en Jesucristo resucitado e ignoran el rostro
de Dios que él nos ha revelado como Padre. También son bastantes los que reconocen
como dignos de tenerse en cuenta por su profundo sentido humano algunos valores
evangélicos, aunque no llegan a asumirlos en su dimensión religiosa y creyente.
Somos conscientes de la necesidad de un nuevo y permanente anuncio del
Evangelio, que resulte comprensible y significativo para la mentalidad y sensibilidad
actual. En medio del pluralismo existente necesitamos ofrecer respetuosamente, sin
imposiciones ni dogmatismos, nuestra experiencia personal y comunitaria del Evangelio
en su verdad y sencillez esencial. Sabemos que el testimonio de una vida servicial y
cercana a los demás prepara y hace más eficaz el diálogo explícito sobre el contenido de
nuestra fe en el Dios de Jesucristo.
Cuando compartimos con otros experiencias de especial densidad humana, en las
que se nos hacen presentes cuestiones fundamentales, sentimos la necesidad de
actualizar nuestra capacidad de comunicar de forma inteligible la vivencia del
Evangelio en el lenguaje cotidiano. Queremos encontrar en la vida de la comunidad
cristiana formas de expresión religiosa más vivas y actuales, mejor adaptadas para la
comunicación personal del Evangelio en nuestros días.
Necesitamos renovar constantemente nuestra adhesión al Evangelio de Jesucristo
para hallar nuevas formas y cauces de vivirlo y comunicarlo. Debemos descubrir los
signos de los tiempos y alentar los valores del Reino que ya están presentes y activos en
la vida de las personas y los grupos sociales.
La increencia tiene hoy unas fronteras muy difusas en nuestra sociedad y, con
frecuencia, los que llamamos alejados de la fe están muy cerca de nosotros
compartiendo nuestra vida diaria. Por ello el anuncio misionero del Evangelio puede
tener lugar en el ámbito de la convivencia familiar, en el marco de los contactos
laborales o profesionales, en las relaciones vecinales, en las actividades culturales y de
tiempo libre, en el compromiso político o social.
También, en relación con la cultura actual, descubrimos la importancia y al mismo
tiempo la dificultad de hacer presentes los valores del hecho religioso y el significado
social del compromiso con el Evangelio en el mundo de los medios de comunicación.
18
II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES
En el N.T., fe y envío evangelizador son dimensiones de una misma
realidad. Así lo pone de manifiesto la llamada (vocación) y el envío de los Apóstoles y
discípulos (Cf. Mt 10, 1-10; 28 19-20; Mc 3, 13-14). Lo mismo le ocurrió a San Pablo:
conversión, vocación y envío son elementos escalonados de un mismo acontecimiento,
de la misma experiencia de encuentro y de fe en Cristo (Cf 1Cor 1,17; 9, 14-16). El
creyente, sintiéndose enviado, pone de manifiesto a Cristo ante los otros mediante el
testimonio de su vida y sus palabras, irradiando fe, esperanza y caridad sobre todas las
realidades de la existencia humana (Cf. 1Jn 1, 1-4).
Para cumplir su misión, la Iglesia y los creyentes escrutan los signos de su
tiempo para leerlos e interpretarlos "a la luz del Evangelio y de la experiencia
humana". El Evangelio busca hacerse vida en los hombres y mujeres de todo tiempo y
cultura y en toda circunstancia humana.
Inculturación significa encarnación de la vida y del mensaje cristianos en los
ámbitos culturales concretos, tanto en los llamados "países de misión" como en los
"países de antigua evangelización", donde se hace necesaria una nueva evangelización,
o mejor una evangelización de formas nuevas. La experiencia cristiana se expresa con
los elementos propios de cada cultura y, a la vez, se convierte en principio
transformador de la misma. Así mostrará el rostro y la riqueza de los pueblos y de las
culturas en que el Evangelio ha sido acogido, inculturado y arraigado.24
Los contenidos esenciales del anuncio evangelizador son:
- el amor del Padre, la Salvación de Jesucristo y la Gracia del Espíritu;
- el mensaje de liberación evangélica:
. que afecta a toda la vida personal, comunitaria y social;
. que se centra en Reino de Dios y su justicia;
. que se basa en una visión evangélica del hombre, y
. que, bajo el signo de la esperanza, reclama una constante conversión .25
Junto a los contenidos del anuncio, es importante formular las orientaciones
pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad. Las Iglesias locales
pueden establecer los objetivos y los métodos de trabajo, la formación de los agentes y
la búsqueda de los medios necesarios para que el anuncio llegue a las personas, modele
las comunidades e impregne la sociedad y la cultura de los valores evangélicos.26
Algunos aspectos urgentes del anuncio evangelizador:27
- Anuncio explícito con fuerza testimonial: “El hombre de hoy está necesitado del
anuncio claro y explícito de Jesucristo. Tal vez más que nunca. Al „silencio de Dios‟ en
la sociedad moderna no podemos responder con el silencio los que creemos en el."
24
Cf. GS 4ss; RM 52; NMI 40. 25
Cf. EN 25-39. 26
Cf. NMI 29. 27
Cf. Obispos de Pamplona-Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria, Evangelizar en tiempos de
increencia, 1994, nn. 58; 91-92.
19
- La evangelización de los jóvenes: “La pastoral evangelizadora tiene que
dirigirse también a las nuevas generaciones, sin dar por supuesto que son
cristianas o que pueden iniciarse por sí mismas a la fe. Si no logramos llevar el
anuncio cristiano hasta esos jóvenes, muchos de ellos quedarán siempre sin
Evangelio.” .
- El anuncio a los alejados: “Hemos de ir aprendiendo y experimentando poco a
poco encuentros con personas alejadas donde sea posible una presentación
explícita, sencilla, testimonial de la fe cristiana.”
III.- OBJETIVO
Proponer el anuncio del Evangelio de Jesucristo,
de modo significativo, a los hombres y mujeres de
nuestro tiempo.
Promover en la Iglesia diocesana el conocimiento y análisis de la realidad humana
de nuestro tiempo para facilitar una adecuada inculturación del Evangelio.
Expresar de modo sencillo el mensaje nuclear que ha de proponerse como primer
anuncio del Evangelio. Ofrecer –mediante el testimonio y la palabra- una
experiencia del Dios de Jesucristo significativa para los hombres y mujeres de
nuestro tiempo y nuestro pueblo.
Actualizar –en catequesis, celebraciones, homilías,..- las formas de comunicación
y el lenguaje atendiendo a las diversas situaciones de fe de los destinatarios del
anuncio del Evangelio.
Mantener con audacia y libertad el espíritu profético de denuncia –con signos y
palabras- coherente con el anuncio del Evangelio.
Incorporar al anuncio evangelizador -en la Iglesia y en la sociedad- el uso
adecuado de los medios de comunicación social y las nuevas técnicas de difusión.
4
20
5. La opción por los pobres
“¿No eligió Dios a los pobres para hacerlos herederos del Reino?”(St. 2,5)
I.- CONSTATACIONES
Inmersos en una sociedad que llamamos “del bienestar” nos cuesta percibir que
no todos llegan a participar de él, pues además de que existen entre nosotros amplias
bolsas de pobreza muchos otros pueblos de la tierra están todavía excluidos del
progreso. Si no llegamos a identificar con claridad las situaciones de pobreza y
exclusión social mucho menos lo hacemos con relación a las causas que las originan.
Sin embargo, está creciendo en nuestro tiempo una sensibilidad social por detectar y
reparar las situaciones de injusticia y marginación existentes, denunciando y
combatiendo sus causas.
Los cristianos encontramos en el Evangelio una llamada permanente de Jesús a
reconocerlo presente en la persona del pobre, sea cual sea el rostro concreto de su
pobreza. Tenemos pues un motivo especial para despertar nuestra sensibilidad ante las
nuevas formas de pobreza y exclusión social. Esta perspectiva en vez de separarnos de
los no creyentes en el empeño por superar las injusticias que generan la pobreza nos
ofrece un punto de encuentro con ellos para acreditar la autenticidad de nuestra fe. Y es
que, en la actualidad, son muchos los que reclaman a los creyentes un signo de
coherencia evangélica en este compromiso liberador de la lucha contra la pobreza.
Tenemos conciencia de las debilidades y limitaciones de nuestro compromiso de
servicio a los pobres. En muchos casos nuestra preocupación hacia ellos tiene, todavía
hoy, un carácter asistencial, sin llegar a incidir en el empeño por regenerar
integralmente la situación social. Acogemos la demanda que los grupos y
organizaciones al servicio de la caridad nos dirigen en nombre los pobres y excluidos
sin llegar a interesarnos activamente por los proyectos de inserción social que
promueven. Nuestra colaboración se reduce a la aportación económica que ofrecemos
sin que casi nunca nos afecte en nuestra forma de vivir; cómodamente delegamos en
otros nuestra responsabilidad ante los pobres.
Vemos también crecer en un sector de la Iglesia una actitud más activa, de mayor
implicación personal en el compromiso de la caridad y la justicia. Aumenta el número
de voluntarios que entregan parte de su tiempo en organizaciones eclesiales y civiles. Se
toma conciencia de la necesidad de un estilo de vida más austero y solidario. Es cada
vez mayor el respeto a la dignidad, a la libertad y al protagonismo de las personas o
grupos socialmente excluidos en su propio proceso de inserción. En este camino, en el
que aún hay un largo trecho por recorrer, reconocemos la función de concienciación y
formación que vienen desarrollando –con sus acciones y denuncias- las organizaciones
que encauzan nuestra solidaridad con los pobres de aquí y del tercer mundo.
Todavía es necesario dar nuevos pasos que impliquen más activamente a la
mayoría de los miembros de la comunidad cristiana, con una mayor colaboración y
coordinación en la lucha contra la pobreza y la exclusión combatiendo sus causas.
Necesitamos desarrollar un estilo de vida cristiana más austero y sencillo no sólo para
poder compartir más, sino también para acoger mejor a los pobres –como en su casa- y
ofrecerles además de los bienes materiales que poseemos la buena noticia de Jesucristo.
21
II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES
La Palabra de Dios es clara y constante en su referencia a los pobres y
excluídos. Yahvé oye su gemido y actúa en su favor (Cf. Ex 6, 5-8). Su situación y su
causa es preocupación constante en los Profetas. Los evangelios atestiguan la cercanía,
la dedicación de Jesús por ellos (Cf. Lc 4; Mt 25 etc). Ocupan el primer lugar entre sus
Bienaventurados (Cf. Lc 6, 20-22) y, de alguna forma, son Cristo mismo (Cf Mt 25, 31-
45). Una de las más intensas preocupaciones de la Comunidad de Jerusalen es atender
sus necesidades (Cf. Act 6, 1-6). Son, además, los herederos del Reino que Dios
prometió a los que le aman (St 2, 5).
La opción cristiana por los pobres tiene su origen en Jesús: en el programa de
las bienaventuranzas, en sus parábolas (Cf. Lc 10, 29-37; 16, 19-31; Mt 25, 31-45), en
sus palabras y acciones en favor de los despreciados y de los "más pequeños"... Las
palabras y acciones salvíficas de Jesús se conjugan mal con la exclusión, la
marginación, la opresión... "La caridad de las obras corrobora la caridad de las
palabras".28
La preocupación por los pobres y por las causas de su situación se inscribe en el
proceso de Evangelización. El testimonio del amor de Dios y el anuncio explícito de la
Salvación de Jesucristo contienen, como uno de sus elementos constitutivos, el mensaje
de la justicia, de la liberación del hombre y la conexión necesaria con la promoción
humana. Lo contrario es ignorar la doctrina del Evangelio acerca del prójimo que
sufre.29
La opción de Jesús por los pobres sostiene la conciencia de "Iglesia de los
pobres". No basta la ayuda. Hay, además, que estar con ellos desde su situación y sus
condiciones de vida. Esto nos lleva a una más plena comprensión de lo que ha de ser la
acción evangelizadora en nuestra Iglesia y en las Misiones Diocesanas. Los pobres son
tanto destinatarios como agentes privilegiados de evangelización.30
Las situaciones de pobreza revisten hoy dimensiones masivas y responden a
causas tanto personales (actitudes) como socio-estructurales ("estructuras de pecado").
Estas pueden vencerse y propiciar el cambio social mediante actitudes personales y
estructuras sociales basadas en la caridad y en la solidaridad debidamente asentadas en
los ámbitos socio-políticos y estructurales.
La opción preferencial por los pobres no es particularista ni excluyente. Es una
forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana que debe aplicarse a las
responsabilidades personales y sociales, al estilo personal de vivir y a las decisiones de
la vida política, económica, social....31
28
NMI 50. 29
Cf. EN 26-32. 30
Cf. Hacia la actualización del compromiso misionero en Misiones Diocesanas. Documento de los
Obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria. 30.X.1999. 31
Cf. SRS 38-42.
22
La llamada que Cristo dirige desde el mundo de la pobreza y desde las "nuevas
pobrezas" promueve en los creyentes una nueva "imaginación de la caridad" que
estimula no sólo la eficacia de las ayudas, sino la capacidad de hacerse cercano y
solidario a su situación. Este amor concreto y activo da credibilidad y caracteriza la vida
cristiana, el estilo eclesial y la programación pastoral.32
III.- OBJETIVO
Desarrollar la dimensión política de la caridad en la práctica de la solidaridad, la
lucha por la justicia, el servicio a los más débiles y en la transformación de las
estructuras que generan y sostienen la pobreza y la exclusión.
Impulsar un estilo de vida personal y comunitario más evangélico: austero,
solidario y fraterno.
Comprometer activamente a toda la comunidad cristiana en la acogida e inserción
de los pobres y excluidos, con especial atención a las nuevas formas de pobreza
que surgen en nuestra sociedad.
Promover la vocación al voluntariado y la formación de agentes capacitados para
ejercer el servicio de la caridad de modo eficaz y respetuoso con la dignidad
personal de los pobres.
Coordinar las iniciativas y proyectos de las comunidades y grupos eclesiales en el
servicio de la caridad y cooperar con otras organizaciones en la lucha contra la
pobreza y la exclusión.
32
Cf NMI 49-50.
Hacer realidad en nuestras comunidades cristianas, por
fidelidad al Evangelio, la opción preferencial por los pobres. 5
23
6. La construcción de la Paz
“Buscad afanosamente la paz con todos”(Heb. 12,14)
I.- CONSTATACIONES
El anhelo de la paz es una meta que compartimos con la inmensa mayoría de
nuestros conciudadanos. Junto a muchos de ellos experimentamos las secuelas de
profundo sufrimiento que la violencia siembra en nuestra sociedad. Como creyentes no
podemos permanecer indiferentes ni pasivos ante el reto de construir entre todos la paz,
pues además de ser una condición necesaria para la convivencia social y política es un
signo del avance del Reino de Dios en la historia humana.
Es preciso que nos sintamos encarnados en el conflicto, no con una actitud de
neutralidad, sino a favor de la justicia. Necesitamos erradicar toda forma de violencia
que destruye o amenaza la vida de las personas o atenta contra su libertad, integridad y
dignidad. Pero buscamos, más allá de acabar con las acciones violentas, una forma de
convivencia que desde el pluralismo desarrolle, garantice y armonice, los derechos
individuales y colectivos de las personas y grupos sociales. Sabemos que la tolerancia y
el diálogo entre las diversas opciones políticas e identidades sociales es el camino que
hemos de recorrer todos juntos en la búsqueda de un bien común en el que nadie puede
quedar excluido.
Desde hace bastantes años nuestra Iglesia clama públicamente por el respeto a los
derechos fundamentales de la persona y denuncia sus reiteradas violaciones, reclama un
esfuerzo en la búsqueda de caminos para la paz, promueve entre los creyentes un
compromiso activo por la reconciliación social, ora insistente y confiadamente al Dios
de la paz; y, sin duda, todavía es necesario continuar con esas tareas. Además muchos
creyentes concretan su compromiso cristiano en favor de la paz con ayuda de diversas
mediaciones sociales participando en sus organizaciones o apoyando sus acciones y
campañas.
En la comunidad cristiana nos encontramos hombres y mujeres con diferentes
opciones y adscripciones políticas. Cuando dialogamos entre nosotros sobre las
cuestiones candentes de nuestra convivencia social, experimentamos la dificultad de
asumir nuestras diferencias. Pero también tenemos experiencias valiosas que nos
muestran cómo podemos avanzar buscando juntos, a la luz de las exigencias del
Evangelio, los caminos para construir la paz. El mismo Espíritu que nos une en la
diversidad se muestra así más fuerte que las diferencias que nos separan.
Queremos acercarnos más, con respeto y discreción, a todos los que directamente
sufren las consecuencias de la violencia en nuestra sociedad. Deseamos abrir en
nuestras comunidades nuevos espacios de diálogo que nos adiestren para construir más
activamente la paz. Debemos continuar impulsando experiencias en el camino del
perdón y la reconciliación. Buscamos ampliar nuestra participación en campañas y
organizaciones que trabajan por la paz. Debemos continuar orando juntos para vivir con
un talante pacífico y pacificador
24
Los creyentes y la Iglesia hemos de mantener, por encima de presiones y
conveniencias, una palabra de libertad que, fiel al Evangelio de la paz, contribuya a
encontrar una salida a los conflictos que vive nuestro pueblo. Pero atentos a la situación
de lo más próximo no podemos permanecer indiferentes o pasivos ante las guerras y
contiendas que sufren hombres y mujeres de otros países más lejanos.
II.- ALGUNAS REFERENCIAS TEOLÓGICAS Y PASTORALES
Uno de los títulos con que la comunidad y la tradición cristiana ha reconocido a
Cristo es Príncipe de la Paz: El es el enviado por el Padre para "anunciar la buena
noticia de la paz" (Act 10, 36), para "guiar nuestros pasos por el camino de la paz" (Lc
1, 79). El es nuestra paz, y vino a "anunciar la paz a los que estábais lejos y a los que
estaban cerca" (Ef 2, 14-16). Su muerte y su resurrección son fuente de reconciliación y
de paz, que El da acompañada con el don del Espíritu (Cf Jn 20, 19-23). Los que le
siguen son igualmente trabajadores y artífices de la paz (Cf Mt 5, 9), y caminan por la
vida "calzados con el Evangelio de la Paz" (Ef 5, 15).
La paz se asienta en el bien de las personas, por lo que es imprescindible el
respeto a personas y colectivos, así como el reconocimiento explícito y eficaz de su
dignidad. Para los cristianos la paz es tarea de caridad y apasionada fraternidad.33
No es
posible alcanzar la paz mientras los sentimientos de hostilidad, de menosprecio y de
desconfianza, los odios y las ideologías dividan a los hombres y los enfrenten entre si.
Es de suma importancia proceder a una conversión personal y colectiva.34
La violencia y el crimen nunca son camino de liberación. La violencia es fuente
de más y mayores violencias. Es, sobre todo, un atentado contra la vida humana, don de
Dios. Cuando una ideología recurre a la violencia, manifiesta con ello su propia
insuficiencia y debilidad para construir la convivencia y el bien de las personas y
pueblos.35
Los conflictos humanos no tienen solución estable y duradera sin la presencia
activa del perdón y la reconciliación. Con frecuencia, son considerados factores de
debilidad o de engaño ante la realidad, por unos, o utopía inalcanzable por otros.36
Sin embargo, la capacidad de perdonar y de ser perdonado está ligada a la
capacidad de comprender al otro. Dios nos perdona plenamente porque nos comprende.
Así, el perdón despierta energías dormidas en quien perdona y en quien es perdonado.
Ennoblece al que perdona y al que acepta el perdón. Nos reconcilia con el otro, y
también con nosotros mismos. Por eso produce paz y engendra fraternidad.37
En particular, el perdón y la reconciliación se hacen necesarios allí donde
las heridas son más profundas. El perdón de Dios y su llamada a practicar el perdón, a
pedirlo y a darlo, forman parte de la identidad misericordiosa de los hombres:“Sed
misericordiosos como Dios es misericordioso. Perdonad y seréis perdonados” (Cf. Lc
33
Cf. GS 78. 34
Cf. GS 82. 35
Cf. Puebla 532. 36
Cf. RP 3. 37
Cf. Conflictos humanos y reconciliación cristiana. Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y
Tudela, Bilbao, San Sebastián y Vitoria. Cuaresma-Pascua, 7.3.1984.
25
6, 27-38; Mt 18, 21-22). Excluyendo venganzas y enfrentamientos, superando odios y
resentimientos, los senderos de la verdad y de la justicia son el camino donde el perdón
y la reconciliación garantizan una convivencia social en paz, digna y fraterna. De lo
contrario, podría repetirse el pasado que se desea superar.38
La paz es "don de Dios y tarea de los hombres". Las comunidades cristianas
están llamadas a desempeñar un importante trabajo: ser lugares privilegiados de acogida
y compromiso generoso con la paz, contribuir a remover obstáculos, a derribar muros, a
favorecer iniciativas y proyectos en colaboración y diálogo con tantas personas y grupos
interesados en alcanzarla.39
III.- OBJETIVO
Colaborar desde la función propia de la Iglesia en la construcción de la paz,
reivindicando la defensa y el respeto de la vida y la dignidad de cada persona.
Promover en la comunidad eclesial espacios de diálogo, experiencias de reflexión
y de oración, que contribuyan a la búsqueda de la paz y la reconciliación desde la
pluralidad de opciones.
Proponer abiertamente las exigencias del Evangelio en relación con los principios
éticos fundamentales de la convivencia social, integrando la llamada a la
reconcialición y la fuerza regeneradora del perdón en los procesos de
construcción de la paz.
Impulsar un clima de solidaridad con todos los que sufren y ofrecer signos
concretos de acompañamiento y cercanía a las vísctimas de la violencia, en sus
diversas expresiones, y a sus familiares.
Promover la educación para la paz en los distintos procesos y ámbitos de
formación cristiana (catequesis, E.R.E., catecumenados, grupos de educación en
el tiempo libre,..).
38
Cf. Haz memoria de Jesucristo (2 Tim 2, 8). Carta Pastoral del Obispo de Vitoria. Cuaresma-Pascua,
2000; nº 17.
39
Cf. Mensaje del Papa Juan Pablo II al Encuentro Interdiocesano por la Paz,13.I.2001.
Participar activamente en la construcción de la paz,
desde las exigencias y motivaciones del Evangelio y en
corresponsabilidad con otros grupos sociales. 6