Poder, Revolucion y Construccion de un Estado-Nacion Moderno: La Encrucijada de China en la Primera...
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Ponencia presentada en el I Congreso Latinoamericano de Estudios Chinos.
Organizado por el Instituto Confucio de la UNLP, y la Universidad
Nacional de La Plata.
10 y 11 de noviembre de 2011. Universidad Nacional de La Plata (UNLP),
La Plata, Argentina.
“PODER, REVOLUCIÓN Y CONSTRUCCIÓN DE UN ESTADO-
NACIÓN MODERNO: LA ENCRUCIJADA DE CHINA EN LA
PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX”
Pablo I. Ampuero Ruiz.
Licenciado en Historia con mención en Ciencia Política
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (Chile).
Currículum.
Pablo Ampuero Ruiz es Licenciado en Historia con mención en Ciencia
Política de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Sus
investigaciones se han centrado en la historia, política y cultura moderna
de China, además de la historia de los contactos entre China y Occidente.
Su labor académica se ha manifestado en la investigación, publicación y
presentación de ponencias en distintos congresos, además de colaborar
regularmente con el Instituto Confucio de la Universidad Santo Tomás y la
agencia informativa latinoamericana en China, China-Files.
1
INTRODUCCIÓN
La historia contemporánea de China está cruzada por cambios profundos, por violencia, dolor,
traumas, pero también por desarrollo, bienestar y supervivencia. Ha sido un devenir difícil para
aquellos comunes y corrientes que, incluso en una misma generación, han podido ser súbditos,
ciudadanos, camaradas y -quién sabe si no- hasta “emprendedores con características chinas”.
Este esfuerzo de millones de seres humanos se originó como respuesta a una crisis terminal del
sistema hegemónico de los Qing, que fue incapaz de sobreponerse al abuso de las potencias
extranjeras. Claramente, la persistencia del pensamiento y la técnica tradicional frente al desarrollo
del salvaje capitalismo euro-americano, que lograba imponerse con fuerza desde el siglo XVI como
el moderno sistema mundial, superaba con creces las posibilidades de autodefensa y protección de
China. En consecuencia, el Imperialismo impuso su política del garrote para abrir el gran mercado
que significaba Asia en general, y China en particular. La violación de la dignidad, la ruptura del
orden, la imposición de la racionalidad capitalista occidental, la pérdida del control sobre el futuro,
sumado a un gobierno de una minoría étnica del norte, represivo, injusto y arbitrario, pusieron a
China en una encrucijada, sobre la pregunta por el pasado, el presente y el futuro.
¿Ya no bastaba con la absorción cultural de la amenaza, tal como se había hecho en tantas
oportunidades? ¿Había llegado la hora de cambiar? ¿Y de ser así, en qué sentido? Eran las
preguntas que surgían, y frente a ellas, las respuestas comenzaban a surcar las bases sociales del
poder, emergiendo nuevos grupos intelectuales, políticos y sociales con algo que decir.
El presente artículo aborda la pregunta sobre la China moderna, ese complejo momento de la
transición entre una sociedad tradicional y la adopción de la modernidad y con ello, la disputa por
distintos proyectos de modernización. Puntualmente la pregunta es ¿cómo se funda un Estado-
nación moderno en China? Frente a esto, se sostiene que el periodo 1890-1949 está cruzado por la
polémica de las elites en torno a la modernización y supervivencia de China, desde las monarquistas
hasta las más liberales, cuya incapacidad de sostener un proyecto de modernización fue saldado por
una nueva elite, que surgió y se apoyó en las grandes masas campesinas, logrando así dar una
respuesta plausible al complejo problema de la transición.
Se busca conocer los proyectos de modernización que se presentaron en China como medidas
necesarias para hacer frente al Imperialismo y la profunda crisis del poder despótico. Es en el
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momento de la agonía terminal del sistema de centro hegemónico Qing que surgen propuestas que
apuntan a la reconfiguración total del conjunto de relaciones sociales, en hacerse cargo de las
limitaciones de la tradición y del pensamiento político chino, todo en función de sacar a China de su
letargo imperial y detener la humillación de la que era objeto. La supervivencia de la civilización
era lo que estaba en juego.
En consecuencia, se estudian los distintos proyectos de modernización que se pusieron a
prueba, desde la reforma Qing hasta la revolución comunista, y se contrastan con las categorías de
análisis del poder, la disyuntiva reforma/revolución, la concepción de Estado y la formación de la
nación. El objetivo es poder comprender de mejor manera una discusión bastante añeja, no por ello
menos importante, que es el problema de la transición, esta vez aplicado al contexto chino, y desde
aquí, proponer una interpretación de un periodo particularmente poco estudiado, que es la China
Republicana (1911-1949)
Esta investigación se enmarca en el trabajo de titulación para la obtención del grado de
Licenciado en Historia con mención en Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de
Valparaíso, titulado: “Poder, Revolución y Construcción de un Estado-nación moderno en China,
1911-1949”, y es fruto del trabajo de 4 años de investigación, y que propone una interpretación
fresca sobre los orígenes de la China moderna.
I. FULGOR Y MUERTE DEL TIANMING1
La dinastía Qing (1644-1911) fue una de las más fructíferas de China. A pesar de corresponder
a una etnia de las provincias del noreste, los manchúes, fueron capaces de articular su dominación
arguyendo la legítima herencia de la dinastía Ming (1368-1644) y la adopción de la forma de
gobernar y las normas chinas. Sin perjuicio de lo anterior, también impusieron su sello particular de
dominación política, social y cultural, por ejemplo, a través de la obligación del peinado manchú
(con la frente afeitada y el pelo recogido en una larga trenza, o coleta, en la parte de atrás). Apoyó
el ejercicio del poder en los guanli (funcionarios-eruditos) y continuaron la ortodoxia confuciana,
llegando incluso a restaurar los exámenes imperiales en 1646 y fomentar el establecimiento de
1 El tianming es un concepto tradicional, la teoría política del Imperio Chino, según el cual las dinastías gobiernan según la voluntad del cielo, y que el cielo mandata a gobernar en un sentido particular, un mandato que sería inevitablemente perdido -pero sin un tiempo preciso. De acuerdo a la teoría del mandato, cada dinastía pasó por un ciclo de florecimiento y expansión, que dio paso al declive y colapso. Los signos de una dinastía tambaleante incluían mal gobierno, desastres naturales, inundaciones del Río Amarillo, corrupción oficial, y extraños fenómenos naturales (como un pájaro de nueve cabezas, por ejemplo). El cambio del tianming se denomina geming, palabra que también se emplea para denominar “revolución”. (Lary, 2006: 15)
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academias confucianas (shuyuan).
El auge de los Qing se manifiesta en la gran expansión territorial alcanzada en 1760, bajo el
reinado de Qianlong. Mongolia, Tíbet, Xinjiang se integraron al mapa, y Corea, Vietnam, Nepal y
Siam reconocieron la superioridad del imperio celeste, cumpliendo regularmente con misiones
“tributarias”. La clave de la estabilidad política y social, de la unidad del Reino (guo) en torno a su
Centro (zhong), “hay que verla en la capacidad de los gobernantes de esta dinastía para llegar a
sus distintos grupos étnicos y religiosos partidarios” (Bailey, 2002:27–8), y de esa forma asegurar
la armonía.
Fue una era de prosperidad: mejoró la técnica agrícola y la artesanía, se logró una expansión
territorial y comercial sin precedentes, lo que motivó la explosión demográfica, alcanzando los 200
millones de habitantes hacia 1762 (Gernet, 2005:430–4). Todo parecía bien, no obstante, bajo la
superficie de la estabilidad, se manifestaban los rasgos de la decadencia: “invasión extranjera,
rebeliones campesinas, sectarismo religioso, corrupción oficial, inundación del Río Amarillo -en la
teoría política tradicional china estos eran algunos signos de la inevitable decadencia dinástica,
signos de que el Mandato del Cielo [tianming] se estaba retirando y la dinastía perdía su derecho a
gobernar” (Lary 2006:14).
Bastante cierto es que la euforia que electrizó a China durante la mayor parte del siglo XVIII
acabó teniendo a la larga efectos nefastos, tal como asegura Jacques Gernet, “todo parece indicar
que el mismo crecimiento demográfico que había impulsado la notable expansión del siglo XVIII
provoca el efecto inverso sobre la economía de China en la primera mitad del siglo XIX” (Gernet,
2005:472)
Paralelamente, la intervención de potencias extranjeras -particularmente de Gran Bretaña- en el
territorio sur del imperio, comenzaba a afectar la estabilidad política y social, agudizando los
problemas. Las dimensiones del mercado chino eran de gran interés para una industria en
expansión, como lo era la inglesa hacia fines del siglo XVIII. En 1793 y nuevamente en 1816, los
ingleses enviaron misiones oficiales con el objeto de negociar mejores condiciones de
comercialización y de vida de los súbditos británicos en China. La respuesta fue elocuente, tratando
a los emisarios como portadores de tributos, considerando a Inglaterra como un estado satélite más,
indiferentes a la distancia que separaba a ambos.
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Entretanto, para 1729 aquellos “demonios extranjeros” (yang guizi) ya estaban importando
-ilegalmente- opio, lo que debilitó fuertemente al imperio chino. Gernet es claro en este punto al
señalar que “independiente de los estragos fisicos e intelectuales que el uso de la droga conlleva
para sus adeptos -pequeños funcionarios locales y empleados de los yamen en su mayoría-, el
contrabando del opio tiene efectos graves sobre la moral, la política y la economía” (Gernet
2005:474). A partir de aquí se justifica la misión de Lin Zexu, en búsqueda de frenar el tráfico del
opio en Guangdong -el punto más crítico-. La escalada del conflicto terminó en dos cruentas
“Guerras del Opio”, la primera contra Inglaterra entre 1839 y 1842; y la segunda contra Inglaterra y
Francia entre 1856 y 1860.
La derrota de China frente a las potencias extranjeras marcó el punto más bajo del poder de los
Qing. Se tensionaron los conflictos fronterizos con Rusia, se cortaron los flujos tributarios de los
estados-satélites y hacia fines del siglo XIX se desencadenó la Guerra Sino-Japonesa (1894-5), lo
que arruinó la economía y la estabilidad política del Imperio. El periodo está cruzado por una
seguidilla de tratados desiguales que no eran más que imposiciones de beneficio unilateral con el fin
de repartir el “China pie” (Véase imagen n° 1), episodio que en China se conoce como la “época de
la humillación”.
A nivel interno, la crisis se manifestó con el incremento de sociedades secretas y movimientos
reivindicativos. Cabe destacar la Gran Rebelión Celestial Taiping (1850-1864) y el movimiento
Yihetuan (1899-1901) -también conocido como Rebelión de los Bóxers-, que articularon respuestas,
desde el campo popular, ante una crisis generalizada. En el caso del primero, fue un movimiento de
inspiración cristiana, liderado por Hong Xiuquan, quien difundió las ideas de igualdad entre todos y
de adoración a Dios. El movimiento se planteaba luchar contra la corte Qing, que era símbolo de
ineficiencia y opresión. Logró gran éxito en las costas centro-sur de China, y se expandió sangrienta
y rápidamente. Su poder era tal, que la única forma de destruirlo fue a través de la acción conjunta
de tropas manchúes y occidentales en el momento de la disputa interna por el poder del movimiento
( 国务院侨务办公室 & 国家汉语国际推广领导小组办公室, 2006:179).
En el caso del movimiento Yihetuan, surge como respuesta a la derrota en las Guerras del Opio
y la imposición de los tratados desiguales. Fue una agrupación campesina de Shandong noroeste,
que combinaba dos tradiciones del sector: la técnicas de las artes marciales o “boxeo” -representada
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en óperas y narraciones y apreciable hoy en películas de combate kungfu-, y la práctica de la
posesión espiritual o chamanismo (Fairbank, 1996:282). Si bien, en un primer momento el
movimiento Yihetuan fue reprimido por las fuerzas manchúes, la emperatriz Cixi no tardó en
vislumbrar la oportunidad de aprovechar el movimiento en contra de las potencias imperialistas.
Esto catalizó el crecimiento y poder de los Yihetuan, que lograron complicar a los extranjeros, sin
embargo, su derrota era inminente. La lucha era del puño limpio contra un batallón de hombres
armados, del espíritu chino contra la conquista de la técnica de Occidente.
Ambas respuestas a la presión foránea surgieron desde las entrañas de las sociedad china, desde
los campesinos, y fueron silenciadas crudamente por la elite política (manchúes) y/o las fuerzas
extranjeras con intereses comprometidos. No obstante, la crisis empeoraba, y la elite política
también presentó sus propuestas. Según Mario Rodríguez, “la respuesta de la corte Qing al
imperialismo fue similar a la manifestada por otras civilizaciones, oscilando entre la aceptación
entusiasta y acrítica de los valores extranjeros y la xenofobia más absoluta, demonizando todo”
(Rodríguez, 2007:19). En este sentido, el problema percibido por la clase dominante fue el de
mantener el poder frente a preservar la cultura y la tradición.
¿Qué hacer? Es la pregunta inevitable antes de cualquier cambio, lo que para los regentes
manchúes era un gran dolor de cabeza. El debate giraba (y aún gira) en torno a la mejor vía de
modernización y el tipo de relación con el mundo a fin de asegurar prosperidad y seguridad a
China. Dentro de esta controversia -coincidiendo con Rodríguez- hay tres propuestas: los nativistas,
los pragmáticos y los antinativistas.
En el periodo 1840-1860, en el contexto de la prepotencia y arrogancia de las potencias
imperialistas, predominaron los postulados nativistas, respaldados por la corte, las elites
tradicionales y la población rural. Culpaban a las potencias extranjeras del declive de China, en
consecuencia, defendían el aislacionismo, a fin de evadir la presión foránea y erradicar cualquier
influencia exterior como estrategia revitalizadora del Reino del Centro. Esto indujo un
reforzamiento del confucianismo, como ideología de control social y de la prevalencia de la
tradición.
A partir de 1863 hasta 1875 se llevó a cabo la Restauración Tongzhi, que se fundaba en el
planteamiento pragmático. Se consideraba la necesidad de cambios para fortalecer a China, por lo
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que se decidió tomar prestada tecnología occidental para mejorar las milicias y la productividad.
Bajo la consigna zhongxue wei ti, xixue wei yong (“conocimiento chino para la esencia,
conocimiento occidental para el uso práctico”) planteada por Zhang Zhidong, se construyeron
puertos y arsenales, se trajeron expertos extranjeros, se prepararon traductores, e, incluso, se
enviaron estudiantes al extranjero (Lary 2006:16). No obstante, la Restauración Tongzhi se vio
frenada por una elite no modernizadora y más bien xenófoba, en consecuencia, hacia 1890 el
debilitamiento del Estado chino era evidente: la economía rural se deshacía debido al peso
demográfico. Como balance final, el pragmatismo no logró mayor impacto, y rápidamente cambió
la política.
Finalmente, el antinativismo identificaba a la cultural tradicional como el principal responsable
de la debilidad de China y buscaba en Occidente modelos económicos, sociales, políticos y
culturales con los cuales modernizar el país. Sus partidarios eran la emergente nueva burguesía de
las costas del sur, dispuestos a negociar con los extranjeros, y algunos intelectuales. El
planteamiento exigía cambios mayores a nivel social, por lo que la elite política no se aventuró a
promocionar sus postulados.
Nada parecía funcionar. En las postrimerías del fin de siglo, China se seguía debilitando,
continuaba siendo humillada. En este difícil contexto aparece la propuesta reformista de Kang
Youwei y Liang Qichao, que en 1898 proponen un programa de transformaciones inspirado en el
modelo japonés y ruso, modernizando los exámenes imperiales, la administración, la publicación
del presupuesto del estado y la creación de un ministerio de economía. Ganaron el apoyo del
emperador Guangxu, quien impulsó una serie de 40 edictos de reforma, “que podrían haber
convertido a China en algo cercano a una monarquía constitucional” (Lary, 2006:23). Los 103 días
de reforma (de ahí su conocido nombre de “Cien días de reforma”) terminaron abruptamente con la
intervención de la Emperatriz Viuda Cixi, quien mandó a encarcelar a Guangxu y a matar a Kang y
Liang -que lograron escapar al extranjero-, dando fin al proceso transformador en septiembre de
1898.
La estrategia imperial no tardó en llegar, y en enero de 1901 la emperatriz Cixi promulgó su
propio programa reformista, conocido como el Edicto de la Nueva Política. Buscaba consolidar un
régimen autoritario y centralizado con capacidad para dirigir una profunda modernización de la
economía y el ejército. El proceso acabó con la caída del Imperio en 1911, y logró el cambio del
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sistema educacional tradicional por uno moderno y el fin de los exámenes imperiales en 1905;
además de la publicación de una constitución en 1906.
Tal como afirma Mario Rodríguez, “pese a haber experimentado con las tres estrategias de
desarrollo, la dinastía Qing seguía mostrándose incapaz de hacer frente a la presión de las grandes
potencias de su tiempo” (Rodríguez, 2007:21). Ante ellas capituló y perdió territorios, redes
comerciales y riqueza, pero por sobre todo, se perdieron millones de vida y se hundió la dignidad.
Es en este contexto en donde comienza a cultivarse el paso del localismo al nacionalismo en China
(Rodríguez, 2007:22).
Ahora bien, cabe señalar que la configuración de una comunidad imaginada de chinos se
“potencia en la dicotomía conquistado/conquistador, donde los sujetos “subalternizados”, o más
bien, desterrados de su dignidad o condición identitaria, toman consciencia de sí y para sí,
permitiendo aunar sus esfuerzos libertarios” (Ampuero, 2010:26), en este momento, en oposición
al alter foráneo.
Es en este marco bajo el cual emergieron organizaciones con retórica patriota, como la
Asociación para la Redención de la Deuda Nacional (guojia zhaiwu changhuan xiehui), o el
llamado de los diarios más importantes de la época, como en jingzhong ribao o el shen bao,
criticando la debilidad del gobierno y llamando al pueblo a resistir. Sobre este último punto, Bryna
Goodman, ha argumentado -siguiendo a Arif Dirlik- en torno al importante rol de la prensa en la
creación de una “globalización” del nacionalismo chino, asumiendo el concepto de
“transnacionalismo” en contraste con el de Estado-nación (Goodman, 2004:5). Esto es un elemento
clave, ya que la construcción del nacionalismo chino no es posible de ser enclaustrada
territorialmente, sino más bien requiere ser proyectada hacia las comunidades de chinos de ultramar,
que jugaron un rol fundamental en la desestabilización del régimen despótico, financiando y
protegiendo la revolución.
A partir de la propia interacción transnacional es posible comprender la aparición de la idea de
poner fin al sistema imperial y realizar una reconfiguración total del conjunto de relaciones sociales.
Es decir, construir un Estado-nación moderno en China. Fue una nueva lectura de aquel principio (y
final) del san guo yanyi (“Romance de los Tres Reinos”) de Luo Guanzhong, que ha plasmado en el
pensamiento político popular chino la sentencia: “tianxia da shi, fen jiu bi he, he jiu bi fen”, que
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literalmente significa: “el gran shi bajo el cielo, estando por largo tiempo dividido; debe unirse;
estando por largo tiempo unido, debe dividirse”, lo que se traduce en la interpretación de Brewitt-
Taylor como “los imperios crecen y decaen; los estados se escindirán en mil pedazos y se unirán”
(Moody Jr., 1975:181) .
En el contexto de un creciente distanciamiento de la aristocracia y los comerciantes de la
dinastía y el descontento popular frente a las molestas reformas del gobierno, surgió un movimiento
republicano anti-Qing entre los exiliados, los emigrados y los estudiantes chinos en el extranjero
(Bailey, 2002:69). La principal figura asociada a este movimiento fue Sun Zhongshan, y bajo sus
principios e influencia, se llevó a cabo la Revolución de Xinhai (xinhai geming) en octubre de 1911
-de la cual este año, con bombos y platillos, se conmemora su centenario- y que fue el punto de
inflexión entre el tianming que dio forma a un imperio de 4.000 años hacia el dominio de la geming,
el tiempo del cambio. Lo cual queda claramente expresado en la Proclamación de Abdicación de los
Manchúes (1912):
“Todo el país se inclina hacia una forma republicana de gobierno. Esta es la Voluntad del Cielo, y es cierto que
nosotros no podemos negarnos a los deseos del pueblo por la conveniencia del honor y la gloria de una sola
familia. Nosotros, el Emperador, entregamos la soberanía al pueblo. Nosotros decidimos que la forma de
gobierno sea una república constitucional. En este tiempo de transición, con el afán de unir el Sur y el Norte,
designamos a Yuan Shi-kai para organizar un gobierno provisional, consultando al ejército popular para
asegurar la unidad de los cinco pueblos: manchues, chinos, mongoles, mahometanos y tibetanos. Estos pueblos
juntos constituyen el gran Estado de la República de China. Nos retiramos a una vida pacífica y disfrutaremos
del trato respetuoso de la nación” (Tappan, 1914:261).
De esta forma quedan sentadas las bases del Estado-nación moderno en China, dando justa
razón a Charles Taylor, utilizando la herramienta del nacionalismo -o transnacionalismo como se ha
planteado aquí- para justificar la construcción del Estado, y a través de este último construir la
nación. A continuación nos adentraremos en los 3 proyectos de modernización puestos a prueba en
el periodo 1911-1949, a fin de comprender este problema y, al final, evaluar las razones de su
fracaso.
2. LA CONSTRUCCIÓN DE UN ESTADO-NACIÓN MODERNO.
Este primer periodo -fundacional-, al igual que la dinastía Qing en sus últimos años y los
distintos regímenes que se sucedieron durante el período republicano, estaba cruzado por la
preocupación de los revolucionarios por intentar aumenta lo más rápidamente posible la capacidad
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institucional del gobierno una vez alcanzado el poder, impulsando la reunificación territorial del
país y la centralización militar, administrativa y fiscal. En efecto, “la creación de un Estado fuerte
-y, añadiríamos, centralizado- era un tema recurrente en los orígenes del nacionalismo chino”
(Rodríguez, 2007:23).
El descontento de amplios sectores de la sociedad generó el movimiento revolucionario, que, al
triunfar en el sur en 1911 y fortalecerse, llegó a proclamar de República de China. Se pretendía
acabar al mismo tiempo con los que eran considerados dos de los principales responsables de la
decadencia china y a la vez aliados entre sí: la monarquía imperial y el imperialismo occidental. De
este modo, para 1911 se enfrentan dos proyectos de modernización, uno creía en la fuerza militar
-Yuan Shikai- y el otro, depositaba sus esperanzas en el despertar de las masas populares -Sun
Zhongshan2- (Sun, 1985:viii).
Sun Zhongshan (1866-1925) nació en el distrito de Xiangshan (hoy en día llamado Zhongshan),
en la provincia de Guangdong, en el seno de una familia campesina. Desde niño fue admirador de
Hong Xiuquan, líder del movimiento Taiping, quien fue capaz de erigir un movimiento anti-Qing y
construir un nuevo Estado. A los 12 años llegó a Hawaii, donde adquirió los conocimiento
científicos y la carga cultural de Occidente. Se fascinó con la lectura de George Washington y
Abraham Lincoln, adoptando la convicción de la democracia liberal americana, de un gobierno “del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Entre 1884 y 1886 estudió medicina occidental en hong
Kong, y después de graduarse ejerció brevemente en Macao. Encontró su camino como activista
político, y en 1894, nutrido del espíritu transcultural del ser chino, fundó en Honolulu la
Xingzhonghui (Sociedad de Florecimiento de China), una agrupación revolucionaria contra la
dinastía Qing. En 1905, en Japón, fundó la Zhongguo Tongmenghui (Liga de China), que formó la
base del posterior Guomindang (1912).
Sun Zhongshan asimiló la necesidad de reestructurar el conjunto de relaciones sociales -a
diferencia de los reformistas como Kang Youwei- en el sentido de un nuevo Estado republicano que
fuera fruto de la revolución social. Desde entonces, como dice en su autobiografía: “yo usé la
escuela como un lugar para propaganda, y la medicina como un medio para entrar en el mundo,
esto es, con el propósito de acabar con la dinastía manchú” (Li, 1956:172).
2 Sun Zhongshan es la transcripción en chino mandarín del sonido cantonés Sun Yat-sen.
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Sus esfuerzos iniciales no fueron fructíferos. No obstante, la experiencia política de la
Tongmenghui fue nutrida con un cuerpo teórico y programático que le dio un mayor impulso y
amplió las bases de apoyo. Esta filosofía fue conocida como los Tres Principios del Pueblo, que en
breves palabras son:
1. Principio del nacionalismo (Minzu), que es la respuesta estratégica al problema de la
unidad en el sentido de modernizar la sociedad y el Estado. Plantea la expulsión de los
manchúes y una rearticulación de las nacionalidades en torno a la mayoría han, a fin de
crear un corpus oponible al imperialismo. En palabras del propio Sun Zhongshan: “Si
nosotros, los chinos, podemos hallar en el futuro, algún medio de resucitar nuestro
espíritu nacional, si llegamos a descubrir otra vara de bambú, entonces podremos
sacudir el yugo de las fuerzas políticas y económicas que nos oprimen y estaremos en
condiciones de sobrevivir a través de las edades” (Sun, 1985:22).
2. Principio de la democracia (Minzhu), que era la respuesta política al problema de la
modernización. Sostiene que el gobierno es algo del pueblo y por el pueblo, siendo el
encargado de dirigir los asuntos de la totalidad del pueblo. Aludía a los principios de
soberanía política, con el fin de instaurar una República. En una metáfora del propio
autor: “El pueblo tiene que poseer soberanía, mientras que la maquinaria tiene que
disponer de capacidad y de poder. La maquinaria moderna, eficaz y potente, está en
manos de hombres que pueden ponerla en marcha o pararla según su deseo” (Sun,
1985:157).
3. Principio de la subsistencia (Minsheng), que es la respuesta económica al problema de la
modernización. Se contrapone al concepto de socialismo, a pesar de haberse traducido
como tal mientras la URSS apoyó el movimiento de Sun Zhongshan. Este principio daba
forma a un programa que buscaba mejorar la productividad y permitir la subsistencia del
pueblo chino. Es así como se planteaban dos medios para ponerlo en práctica: “El
primero es la igualación de la propiedad de la tierra, y el segundo, la restricción del
capital” (Sun, 1985:194). Estas transformaciones apuntaban al cambio social y el
desarrollo capitalista, la industrialización y mejoramiento de la conectividad.
En síntesis, el pensamiento de Sun Zhongshan reúne los principios del nacionalismo chino, el
pensamiento republicano occidental y el capitalismo, todos cubiertos por el poderoso manto del
confucianismo y el pensamiento tradicional chino. De hecho, Sun Zhongshan aseguraba que
“cuando el pueblo participa en todo lo referente al Estado, entonces habremos alcanzado de
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verdad la meta del Principio Min-sheng, que es lo que Confucio esperaba de 'la Gran
Comunidad'” (Sun, 1985:209). Asimismo, la filosofía de la historia que nutría su teoría de las fases
de desarrollo del Estado, desde el paternalismo autoritario hasta la democracia, estaba cargada de
premisas evolucionistas. En este sentido, Gregor y Hsia Chang han concluido, que gran parte de la
influencia que alcanzó el pensamiento de Sun Zhongshan entre la intelectualidad china se debió a su
propuesta sintética, capaz de tomar planteamientos plenamente occidentales y mezclarlos con los
núcleos intelectuales de la tradición china como Confucio y el pensamiento neo-confuciano de
Wang Yang-ming. En sus palabras: “Sun ha hecho un doble compromiso emocional e intelectual
con el confucianismo. Para Sun, su teoría no era la sombra del confucianismo -él invocó su
substancia. En esa empresa, Sun hizo más que simplemente tomar prestados principios de los
antiguos” (Gregor &Hsia Chang, 1980:403).
El proyecto de Sun era una propuesta coherente y bien articulada, no obstante, sus problemas
estaban en la posibilidad de aplicación. Solo las fuerzas del sur habían declarado su independencia
respecto a la dinastía, y las milicias republicanas eran muy reducidas. Entonces, se buscó el apoyo
de Yuan Shikai, quien controlaba el ejército más importante del país. Yuan se sumó a los
revolucionarios, en cuanto se comprometió la presidencia de la República. De esta forma se logró el
colapso de la dinastía el 12 de febrero de 1912.
Yuan era un señor de la guerra, y se confiaba en su capacidad de establecer un gobierno fuerte
que se opusiera a las potencias imperialistas. No obstante, tras la renuncia de Sun Zhongshan, Yuan
pretendió convertir la aspiración republicana en una monarquía constitucional donde él fuese el
fundador de una nueva dinastía. Este “retroceso” frente a las fuerzas revolucionarias, impidió
acelerar la institucionalización del nuevo orden, y condujo a un desgaste de las fuerzas en la lucha
contra el nuevo jerarca y sus aliados militaristas. El poder de Yuan Shikai era tal, que solo su muerte
en 1916 logró terminar con el conflicto. Esto acarreó un grave problema, ya que la posición de Yuan
como señor de la guerra permitió aglutinar a los poderes locales, pero debido a su fracaso el poder
político se atomizó, otorgando un mayor protagonismo a la elites locales.
En este contexto, el escenario político se dividió en dos flancos: los partidarios del centralismo
frente a los defensores del federalismo. Entre los primeros estaban el Guomindang (fundado en
1912) y el Partido Comunista (fundado en 1921); frente a los señores de la guerra y las elites locales
(Rodríguez, 2007:25).
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Si bien el Guomindang y el Partido Comunista trabajaron de forma conjunta en diversas
expediciones que tenían por fin extender la soberanía de la Nueva República, ambos se
caracterizaron -más allá de las diferencias ideológicas- por apoyarse en distintas bases. El
Guomindang logró apoyo fundamentalmente urbano, entre las elites provinciales y la burguesía,
mientras que el Partido Comunista constituyó sus bases -bajo la tutela soviética- entre el incipiente
proletariado urbano, pero bajo el liderazgo de Mao, fundamentalmente en los sectores campesinos.
Esto llevo a que el periodo de transición del poder, el Guomindang persistiera en la lógica del poder
despótico, es decir, mantuvo el “abanico de acciones que la élite tiene facultad de emprender sin
negociación rutinaria, institucional, con grupos de la sociedad civil”(Mann, 2006:90); mientras
que el Partido Comunista logró controlar las bases rurales, y con ello el poder infraestructural, es
decir, “la capacidad del Estado para penetrar realmente la sociedad civil y poner en ejecución
logísticamente las decisiones políticas por todo el país” (Mann, 2006:91). Esta polémica fue
trascendente, ya que, como aquí se evidencia, determinó el éxito de uno u otro proyecto.
La polémica entre poder global y poderes locales fue dirimida cruentamente en una serie de
campañas militares contra los señores de la guerra, que se extendió desde 1916 hasta 1927. El
ímpetu de construir un Estado centralizado se debía a que tanto nacionalistas como comunistas
consideraban que era la única forma de detener la presión extranjera sobre China, a la vez que era la
vía más eficaz para terminar con el apoyo logístico que las potencias imperialistas otorgaban a
muchos señores de la guerra con el fin de mantener una China dividida y vulnerable.
En el intersticio, se hizo necesario la modernización del Partido. Es así como en 1923 Sun
Zhongshan aceptó ofertas de asistencia y dirección del gobierno soviético e invitó a un grupo de
consejeros rusos para que ayudaran a reorganizar el Guomindang y a instruir a sus tropas. Durante
1924, el Partido fue completamente reorganizado bajo el patrón del Partido Comunista Ruso, y en
Whampoa se estableció una escuela militar auspiciada por los soviéticos. El presidente de esta
academia militar era Jiang Jieshi (Chiang Kai-shek), quien, desde entonces, desempeñó un papel
decisivo en el Partido y en el gobierno. En el primer congreso del Guomindang (1924) se aceptó la
admisión de miembros del Partido Comunista sobre una base individual. Todos estos cambios, que
había sido aconsejado por los miembros de la izquierda del Partido nacionalista, fueron fuertemente
objetados por la derecha (C. Chai & W. Chai, 1963:220).
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Con el éxito continuado de la Expedición del Norte, Jiang Jieshi tuvo que hacer frente a una
trascendental disyuntiva: ¿Se permitiría a la izquierda tomar la delantera y que los capitalistas y
terratenientes fueran expropiados, o debería prevalecer la derecha y hacer una alianza con la clase
media acomodada? La decisión fue vital para el desarrollo político posterior. Jiang dio un vuelco
anticomunista con una masacre en Shanghai. Desde entonces, debió dividir sus fuerzas para lograr
la unificación y combatir a los comunistas.
Tras varios años de combates esta expedición dio los frutos deseados y los nacionalistas se
hicieron con el control del gobierno central en junio de 1928, aunque algunos señores de la guerra
siguieron jugando un papel político fundamental hasta la proclamación de la República Popular de
China en 1949.
El régimen de Jiang configuró un régimen centralizado y autoritario. La llamada década de
Nanjing (1927-1937) estuvo marcada por la represión a la sociedad civil, la promoción del
adoctrinamiento político de los nuevos ciudadanos y la intrusión del Estado en la esfera privada.
Rápidamente el Guomindang, ya en el poder, perdió su misión revolucionaria y se convirtió en un
ala de la burocracia. Jiang Jieshi admiraba el fascismo italiano y el militarismo japonés. Creó
asociaciones políticas de tipo fascista, como los Camisas Azules y promovió un Movimiento de la
Nueva Vida.
El Movimiento se planteaba como oposición al marxismo y estaba impregnado de ideología
fascista, de elementos cristianos y, sobre todo, de reminiscencias confucianas. Restableció el culto a
Confucio, revalorizó las virtudes tradicionales criticadas por el “movimiento del 4 de mayo” y
propuso remedios de orden moral o espiritual para los problemas económicos y sociales. Para el
Generalísimo, “el chino de nuestros días parece haber olvidado la antigua fuente de la grandeza de
China, en su afán por conseguir algún beneficio material; pero, naturalmente, si se desea hacer
resurgir el espíritu nacional, deberá recurrirse a bases estables” (“Madame” Chiang Kai-chek
1935). Estas bases estables eran las cuatro virtudes de propiedad, rectitud, integridad y consciencia,
las cuales eran fundamentales para el desarrollo de la moralidad.
No obstante, las potencialidades del gobierno nacionalista fueron prontamente anuladas por el
militarismo japonés, que en 1931 logró apoderarse del Manzhuguo, y en 1932 invadió Shanghai.
Entre 1937 y 1945 el conflicto escaló hasta una invasión generalizada. Una vez más, entre 1930 y
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1940, la intromisión japonesa impidió institucionalizar el poder y lograr consolidar las bases de
apoyo popular. Además, la guerra trajo consigo serias complicaciones económicas, miseria, muerte
y dolor.
La particularidad del liderazgo de Jiang Jieshi en esta etapa nada ayudó para mejorar la
situación. Su estilo autoritario y cercano al fascismo no hizo más que generar rechazo entre los
sectores movilizados urbanos, que desde el movimiento del 4 de mayo de 1919 venían discutiendo
sobre el espíritu del liberalismo y las posibilidades de tener un gobierno democrático y republicano.
El Guomindang comenzó a desvincularse del esfuerzo revolucionario. El oportunismo corrupto y la
administración ineficiente acompañaron la represión y la censura. El ideal constitucionalista de
cinco poderes defendido por Sun Zhongshan no logró prosperar en el gobierno de Nanjing. El poder
ejecutivo opacó al legislativo, y, de hecho, la Comisión de Asunto Militares, encabezada por Jiang
Jieshi, tenía el mismo peso que los cinco Yuan (ministerios) del gobierno civil juntos; dicho
organismo consumió la mayor parte de los ingresos del gobierno de Nanjing y estableció un
gobierno militar de facto por su cuenta.
En resumidas cuentas, “Chiang resultó heredero de la tradición de la clase dirigente china: su
liderazgo moral se expresaba en términos confucianos, mientras que el estilo de trabajo de su
administración manifestaba los antiguos males de la ineficiencia” (Fairbank, 1996:354).
Mientras el gobierno de Nanjing se preocupaba de resistir la guerra contra Japón y de mantener
constante el flujo de capital para asegurar su existencia, las bases campesinas, muy inquietas con la
situación, vieron en el Partido Comunista una alternativa válida para mejorar sus condiciones de
existencia. Particularmente porque los comunistas estaban allí, a su lado, nadando como peces en el
agua, mientras que el Guomindang se diluía en la corrupción, el abuso y el descontrol.
Jiang Jieshi, a la vez que perdía terreno frente a Japón, contra quienes mantuvo por largo
tiempo una política acomodaticia, reconociendo la debilidad de sus fuerzas frente al poderío nipón,
decidió concentrar sus esfuerzos en la lucha anticomunista. Su estrategia de cerco y aniquilamiento
se basaba en el control de las grandes ciudades, mientras que los comunistas emplearon la táctica de
guerra de guerrillas, constituyendo focos de lucha armada que ponían en jaque la táctica
nacionalista. El periodo 1937-1949 estuvo marcado por la ampliación de las bases populares del
Partido Comunista en el campo, que le permitieron rodear a las ciudades y cortar las extensas líneas
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de abastecimiento del Guomindang.
A la postre, la exitosa estrategia militar comunista, gestada por líderes militares excepcionales,
logró sobreponerse a la astucia táctica que caracterizaba al Generalísimo. Además, el Ejército
Popular de Liberación era autosuficiente, capaz de vivir de sus propios esfuerzos y producción,
mientras que los nacionalistas dependían del abastecimiento, que a su vez, dependía del flujo
económico, cada vez más difícil de obtener. Además, el Guomindang llegó a perder incluso el
apoyo de la burguesía nacional, su principal bastión de soporte en el triunfo contra los señores de la
guerra, ya que nunca le proporcionó seguridad necesaria para su actividad comercial, y, de hecho,
minó sus posibilidades de desarrollo con la impronta del militarismo y el alto control estatal.
En consecuencia, el Guomindang debió retroceder, hasta posesionarse de Taiwan, donde Jiang
Jieshi logró estabilizar su gobierno y repeler la agresión de los continentales, apoyado por los
Estados Unidos. El gobierno de Nanjing estaba tan militarizado que nunca fue capaz de lograr
institucionalizar un gobierno al servicio de la gente, además, en su seno se contraponían dos
espíritus: una tendencia modernizadora y otra reaccionaria, lo que limitaba profundamente las
posibilidades de cambio que China necesitaba.
De esta forma, el Partido Comunista funda la República Popular de China, y abre un nuevo
capítulo en la historia del mundo, apoyado en una nueva elite que emergió desde el seno del
campesinado. Logra cerrar la transición desde el Estado Imperial despótico hacia el Estado-nación
moderno, comenzando la ardua -y aun inconclusa- tarea de la consolidación.
REFLEXIONES FINALES.
En el presente artículo se ha buscado reflexionar en torno a la construcción del Estado-nación
moderno en China. La propuesta ha puesto a contraluz los proyectos de modernización
experimentados por el gigante asiático desde fines del periodo dinástico hasta la fundación de la
República Popular de China. Lo cual ha permitido llegar a la conclusión de que el debate
fundamental de las elites chinas en los albores del siglo XX giró en torno a la cuestión de la
modernidad y la supervivencia de China frente a la agresión imperialista.
El periodo 1890-1911, de la crisis de la última dinastía, se enfrentó a la humillación del
imperialismo, lo que debilitó sus bases sociales, políticas y económicas, poniendo en amenaza la
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estabilidad del Imperio. Es así como surgieron tres proyectos: los nativistas, los pragmáticos y los
antinativistas. Los primeros abogaban por cerrar las puertas del país en tanto que los culpables de la
crisis eran los extranjeros. Los segundos, vieron en el ejemplo Meiji una estrategia válida de
transformación, aceptando la técnica extranjera pero manteniendo el conocimiento chino como
fundamento. Y los terceros veían en la cultura tradicional china las razones de la crisis, por lo que
aspiraban a buscar en occidente modelos eficientes de modernización. Los tres se pusieron a prueba,
mas ninguno logró mejorar la situación. Es así como empieza a construirse la comunidad
imaginada de los chinos, en oposición al imperialismo foráneo, con el fin de lograr la unidad
necesaria para hacer frente a la agresión. Este sentimiento comenzó a ampliarse entre los sectores
populares, permitiendo el surgimiento de movimientos de base con espíritu patriótico, que se
oponían tanto a la dinastía manchú como a los occidentales. Entre estos destacan el Movimiento del
Reino Celestial Taiping y el Movimiento Yihetuan.
Estas alternativas fueron silenciadas, el primero, por el esfuerzo conjunto de los Qing y los
extranjeros; y el segundo, que fue apoyado por la monarquía, fue baleado a muerte por las potencias
imperialistas. Pocas posibilidades de rescatar a una monarquía, cada vez más impopular a nivel
interno, y más presionada a nivel externo quedaban. Las últimas posibilidades de rescate
impulsadas por la elite tradicional, como fueron las reformas de la década de 1890 y el Edicto de la
Nueva Política de 1901 quedaron en nada.
La monarquía llega a su fin en 1912, a pesar que el año anterior ya se fundaba la República de
China entre las provincias del sur. En este periodo se suceden una serie de gobiernos que no logran
consolidar el nuevo poder. El periodo de transición sufre un primer traspié bajo el liderazgo de Yuan
Shikai, quien en 1912 es declarado presidente y establece una dictadura con afanes de poder
personal. Su propuesta es formar una monarquía constitucional donde él era el fundador de una
nueva dinastía. Yuan acumulaba un gran poder, por lo que los esfuerzos de los revolucionarios
republicanos por consolidar las nuevas instituciones fueron imposibilitados por su hegemonía.
Tras la muerte de Yuan Shikai en 1916, se perdió la frágil unidad política, ganando
protagonismo las elites locales y los señores de la guerra. En consecuencia, el Guomindang debió
arrojarse a la tarea de la reunificación y la extensión de la soberanía de la Nueva República. Hasta
1925, el desarrollo político es relativamente estable, en torno a la importante figura y pensamiento
de Sun Zhongshan, quien logra articular todas las fuerzas que buscaban la unidad del país, en contra
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de aquellos que apostaban por el federalismo y el fortalecimiento del poder local.
Sun Zhongshan logra modernizar el Partido, profesionalizar el ejército y colaborar con el
Partido Comunista, gracias al apoyo soviético. No obstante, esto tensiona las relaciones al interior
de su propia agrupación política. Sun muere en 1925, mientras nacionalistas y comunistas avanzan
con la unificación nacional hacia el norte. En 1927, el nuevo liderazgo de Jiang Jieshi logra
consolidar la soberanía republicana ante los señores de la guerra, y da un vuelco anticomunista.
Esto lleva a disgregar sus fuerzas entre la lucha contra los comunistas y la estabilidad del Gobierno
de Nanjing.
Jiang Jieshi plantea un proyecto modernizador cercano al fascismo. Si bien emplea el discurso
liberal de Sun Zhongshan, su liderazgo rápidamente se militariza, y concentra en él todo el poder.
La dictadura de Jiang Jieshi comenzó a perder apoyo popular, a la vez que se viciaba la
institucionalidad y se deshacía su legitimidad en la corrupción. En 1931 asedia la invasión japonesa,
la cual se extiende hasta 1945. Jiang no presenta mayor resistencia, buscando una salida pacífica al
conflicto, y concentra sus esfuerzos contra el Partido Comunista. El rápido avance nipón lleva a que
amplios sectores de la sociedad se vuelvan opositores del Guomindang, y amplían la base de apoyo
del Partido Comunista. Al final, la exitosa estrategia militar y socio-política del comunismo chino
logran imponerse al Guomindang, obligando a Jiang Jieshi a radicar su gobierno en la isla de
Taiwán, donde logró estabilizarse gracias al apoyo estadounidense.
En conclusión, las respuestas republicano-nacionalistas al problema de la transición no
pudieron consolidarse debido a:
1) No lograron constituir bases de apoyo en los sectores campesinos que pudieran asegurar el
poder infraestructural, y con ello, impulsar la construcción del Estado desde abajo, como lo
hicieron los comunistas. De hecho, el Guomindang se constituyó en los centros urbanos y
entre la burguesía nacional, bases que Jiang Jieshi no logró mantener con su propuesta
autoritaria y militarizada.
2) La imposibilidad de establecer y proyectar un aparato institucional eficaz y que respondiese
a las expectativas de estabilidad y seguridad de amplios sectores del pueblo chino. El
Guomindang, en términos estrictos, no logra sobreponerse al imperialismo, es más, asume
una política pasiva frente a la invasión japonesa, lo que minó su apoyo. En consecuencia, su
respuesta es insuficiente ante el principal dilema del problema de la transición.
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3) Complicaciones del control de la economía, que se pierde críticamente con la mayor
escalada de la invasión japonesa. El Guomindang dependía del apoyo de la burguesía y del
flujo de capitales, los cuales al limitarse, mermaron las posibilidades de acción de su ejército
en la lucha contra el imperialismo y la revolución comunista. Esto contrasta con los
principios de autosuficiencia del Ejército Popular de Liberación, que era capaz de sobrevivir
a partir de sus propios esfuerzos y conocimientos en producción agraria y artesanal, lo cual
les permitía gran autonomía, versatilidad y, culturalmente hablando, apoyo popular.
4) Dificultades para capitalizar el emergente nacionalismo, o transnacionalismo como aquí se
ha empleado. El Guomindang, si bien hace voz de un esfuerzo nacionalista, y logra capturar
gran parte de estas fuerzas bajo el liderazgo de Sun Zhongshan, posteriormente, con Jiang
Jieshi se produce un fenómeno paulatino de traslación del centro transnacionalista desde el
Guomindang hacia el Partido Comunista, particularmente porque este último logra agrupar
centrípetamente las fuerzas metaétnicas por la paz, la seguridad y la estabilidad de China
después de un complejo período de guerras. Tal como señala Francisco Haro sobre la
construcción de las identidades chinas: “la política y la cultura son más importantes que la
genética y el territorio. Se ha evidenciado que, por siglos, tanto la creación como la
invención de las identidades chinas han sido parte de un proceso de cuatro ejes: la
imposición de un sistema de escritura como un proceso metaétnico, su sistema tributario,
clases sociales, así como la disminución y ampliación de la población” (Haro 2004:91),
como sí logra hacerlo el Partido Comunista.
Como se evidencia, la construcción del Estado-nación moderno en China sufre de la profunda
complicación por consolidar un proyecto modernizador. Y no es sino la emergencia de un nuevo
actor en el escenario político, el campesinado agrupado en torno al Partido Comunista, que logra
proyectar un programa a la vez nacionalista e internacionalista, pero que, por sobre todo, da
respuestas certeras a los principales problemas planteados con la caída de los Qing: cómo vencer al
imperialismo y de qué manera asegurar la estabilidad política y social después del Imperio.
Podríamos aventurarnos y decir que Jiang Jieshi tuvo la oportunidad de consolidar el proyecto
modernizador republicano-nacionalista, no obstante su afán militarista y filo-fascista no encontró
apoyo entre la sociedad china y de hecho, fue rechazado, impulsando la radicalización de la opinión
pública en el sentido opuesto. Ahora bien, evaluar las consecuencias y dimensiones de este periodo
seguirá siendo complicado, ya que, tal como respondió Zhou Enlai cuando fue preguntado por
Henri Kissinger sobre las implicaciones de la Revolución Francesa para el mundo moderno, “es
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muy pronto para sacar conclusiones”.
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ANEXOS
Imagen n°1. Ilustración de Henri Meyer en “Le Petit Journal”, 16 de Enero de 1898.
Licencia: Pública.
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