Poesía Narrativa

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III CERTAMEN DE POESÍA Y NARRACIÓN PARA PADRES

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III CERTAMEN DE POESÍA Y NARRACIÓN PARA PADRES

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PREMIADOS

NARRACIÓN1º MAURO NAVARRO GINÉS

“A la entrada del tunel”ACCESIT : Mª VICTORIA ARENAS VELA

“paciencia y recompensa”

POESÍA1º PILAR GRACIA CAÑAVERAS

“A MI Canción”ACCESIT: FELISA LAGUNA DE NOVA

“a mi madre”

A LA ENTRADA DEL TUNELSiento pasión por la lectura. A lo largo de mi existencia, que empieza a tener un extenso recorrido, he sido un devora libros impenitente, asiduo lector de cuantos ejemplares llegaban a mis manos. De niño, mi pasión eran los tebeos, leía con fruición las patrióticas aventuras de los héroes hispanos y El Guerrero del Antifaz, Capitán Trueno y Jabato pasaron

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a formar parte de mi soñado mundo de aventuras irrealizables; las novelas de Marcial Lafuente Estefanía, llenas de buenos y malos que paseaban sus desavenencias por el salvaje oeste americano, fueron junto a los libros de Enid Blyton dedicados a los cinco y los de un cura, que después dejó de serlo, llamado José Luis Martin Vigil el germen de la semilla que plantó en mí una pasión desaforada por la lectura. Por el contrario, siempre carecí de la necesaria memoria que me hiciera recordar citas, nombres y todo aquello que de su lectura podía aprender y jamás me preocupó que pasado un tiempo todo el recuerdo que me quedara de un relato leído fuese si había sido de mi agrado o por el contrario era un tostón considerable que había de ser enterrado en el baúl del olvido; con ello quedaba satisfecho y me bastaba.

Durante años fui comprando y acumulé todos aquellos ejemplares que mi exigua economía podía permitirme y los estantes de la dependencia de la casa dedicada a biblioteca se fueron llenando sin prisa y sin pausa, con la ilusión preconcebida de que, llegado el momento de abandonar la rutina del cotidiano trabajo para disfrutar de una merecida jubilación, fuese uno de mis ansiados placeres el de dedicar todo el tiempo del mundo a saciar mi voracidad por la lectura. Jamás pensé que tal vez llegado ese día, el poder de mis ojos ya no sería el mismo y menos aun el nivel de retentiva en mi memoria, que como ya he dicho anteriormente no ha gozado de plenitud ni en su época de bonanza y juventud. Ahora que veo acercarse lentamente ese momento he de admitir que conseguí cumplir con antelación tan anhelado deseo puesto que ya he devorado una ingente cantidad de los libros clasificados con exquisito primor y orden en cada estante según su género y temario. Mas no es esto lo que actualmente me importa; el problema que me acucia es el de los períodos oscuros, esos en los que no recuerdo lo que hace poco leí y que me hacen volver repetidamente una vez tras otra al principio del mismo capítulo, al párrafo que acaba de ser leído y no logro asimilar. También es cierto que cada vez con más asiduidad olvido cosas elementales y rutinarias como donde deje las zapatillas de andar por casa o cual es el cepillo con el que a diario lavo mi dentadura, donde quedó olvidado el pijama y naderías de este estilo que no tendrían mayor importancia de no ser porque pasó lo que me temía que habría de pasar. Laura, mi esposa y compañera desde hace más de treinta años, fue percibiendo estos detalles sin importancia y a pesar de mi enconada oposición a decidido que debo visitar al médico de cabecera y presta a pedido con premura la cita correspondiente y yo, que siento alergia crónica a los matasanos tengo un enfado de mil demonios, mas no hay posible solución ya que si ella a dispuesto que así sea, así habrá de ser a pesar de mis quejas y lamentos.

Cuando retomo el curso de este relato deben haber pasado días, semanas o tal vez

meses, no lo recuerdo con exactitud, pero tampoco tiene excesiva importancia. La

primera visita médica fue al galeno de cabecera, que después de preguntar multitud

de obviedades, optó por recomendar que era de vital importancia acudir a un

especialista en la materia. Para acelerar el proceso y evitar engrosar listas de espera

interminables, Laura estaba preocupada en exceso, optamos por acudir a una clínica

privada donde un señor de poblada barba agilizó los trámites necesarios para ser

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tratado, ironías de la vida, por el mismo en su consulta del hospital dependiente de la

seguridad social.

A partir de este momento evitaré entrar en minuciosos detalles, ya que no quiero cansar en demasía a quien a bien tenga detenerse a leer este pobre testimonio, por ello seré escueto en la exposición y tan solo diré que después de pasar por un maremágnum de analíticas, pruebas y diagnósticos, me encontré al fin sentado, frente a frente, con aquel que había de decirme si en verdad ocurría algo en las remotas cavernas de mi cerebro. Comenzó su disertación de la manera más obvia, relatando que después de evaluar todos los informes que sobre su mesa tenía, había llegado a la certera conclusión de que algo estaba ocurriendo que afectaba a mi lucidez y que sin tenerlo del todo claro podía asegurar que se trataba de algún tipo de deterioro cognitivo. Le miré a los ojos, esbocé una mueca por sonrisa y le conminé a que dijese la verdad sin tapujos, más como aun así el buen hombre no se decidía a dictaminar su veredicto, yo pronuncié la sentencia: ¿Alzheimer doctor?, a lo que contesto con una abrumadora afirmación, mientras Laura clavaba su mirada en la mía y podía apreciar como el vacio proclamado en sus ojos denotaba el velo de incertidumbre y desolación que acababa de apoderarse de su ser.

Vuelven a discurrir días, tal vez semanas, hasta que torno a desgranar palabras

ante el papel, para continuar escribiendo. Laura sigue como ausente y es evidente que

le cuesta sobremanera asimilar este varapalo y no sé de qué manera hacerle

entender que todo aquello que discurre a lo largo de nuestras vidas tiene que ser

necesariamente asumible. Está milimétricamente pendiente de todo lo que acontece a

mí alrededor y son muchas las veces que con la mejor de sus intenciones se puede

tornar difícilmente soportable. Comidas a la hora exacta, ingredientes medidos y

precisados, tomas de medicamentos y demás menjunjes, horarios y días de consulta y

rehabilitación, todo medido y calculado para que en esta “nueva vida” cada cosa este

dispuesta a su debido momento.

Me siento incapaz de demostrarle cuanto le agradezco su apoyo y dedicación porque no dudo de que inevitablemente las lagrimas correrán por sus mejillas surcando las incipientes arrugas de su semblante cual ríos de sal descontrolada y sus ojos hermosos y azulados quedaran velados por la niebla del llanto. Por ello he decidido escribirle unas palabras, dedicarle una ofrenda a tanto tiempo compartido y al que, sin duda, nos queda por compartir.

Amada mía:

A través de los cristales de la ventana contemplo el nacimiento de un nuevo día. Las primeras luces de la alborada iluminan tenuemente el jardín donde como un sarpullido de vida, las flores de los cerezos retallan comenzando a aflorar impetuosas. Observo en la lejanía la ermita de San Roque y pienso los avatares y sucesos que habrán contemplado sus añejas murallas. Una nueva primavera nace ante nuestros ojos, preñando

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de vida todo lo que nos rodea, inundando el cielo de pájaros, los arboles de hojas y el discurrir cotidiano fluye como sangre renovada por las venas.

Y pensando, pienso y discurro cuantas serán las primaveras que hemos compartido a lo largo de los años transcurridos y adivino que deben haber pasado con creces la cuarentena. Remontándome en el tiempo, recuerdo nuestros primeros escarceos amorosos, aquellas citas compartidas en el más estricto secreto y en el amor que pausadamente fluyó como manantial en el desierto. Después todo fue sencillo y vital; la vida que tanto nos ofrece .alfombró nuestro camino para que juntos lo anduviésemos de la mano, disfrutando de los buenos momentos y compartiendo los que de dolor a veces inundaron nuestros días. Por ello, a tus pies arrodillado, pido mil veces perdón por las veces que te hice sufrir con mi manera de actuar intransigente, azuzada por la cólera del fuego que fluye de mis entrañas y a la vez te conmino a que comprendas que difícilmente se puede cambiar a estas alturas. Gracias, por todo lo que compartido, guardado quedó en el baúl de los aconteceres, por los hijos que cobijados en tu vientre vieron la vida, por la luz que diste a mi existencia en los días llenos de nubes negras, por tu dedicación desinteresada, por las flores con que adornaste los jarrones de mis oscuros rincones.

Por último asegurarte que no es esta una carta de despedida, como de su lectura

pudiera desprenderse, sino un canto de amor y reconocimiento cuando el camino a

recorrer se va acortando y los días por vivir disminuyen inmisericordes, aunque tengo

la certeza y convicción de que cada amanecida es una buena noticia que hay que

compartir y exprimir hasta la última gota. Por ello, al destierro mando cuantos

pájaros negros aniden en nuestra morada y la puerta abro a cuanto bueno este por

venir.

Por todo cuanto me diste, para siempre y por siempre.

Acompañé la carta con dos billetes de avión con destino a Praga y la deposité en un buzón cercano a casa; quería que en estos tiempos en que nadie utiliza el correo convencional para comunicarse, la llegada de un escrito a la vieja usanza fuese toda una sorpresa para Laura.

Han pasado tres largos años desde que hicimos realidad el mencionado viaje a la

capital checa y aun lo llevamos grabado a fuego en la memoria. Era una ilusión

compartida; siempre habíamos sentido el anhelo de visitar esta encantadora ciudad y

es lógico que en nada decepcionase nuestras preconcebidas ilusiones. Paseamos

como jóvenes enamorados por las orillas del Moldava y por el barrio de Mala Strana

después de cruzar el majestuoso Puente de Carlos, sucumbimos al encanto de la

belleza que salpica las angostas callejuelas que conducen a la Plaza de la Ciudad

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Vieja, mientras la música de los trovadores callejeros nos hacía viajar en nubes de

felicidad.

Como dije anteriormente, el tiempo inexorable ha ido transcurriendo desde entonces; con sus idas y venidas, consigo mantener el tipo y sigo luchando contra la adversidad. Los galenos que vigilan con presteza mi estado mental no logran explicarse el porqué del retardo en el fatal progreso de mi enfermedad. A veces les digo que el motivo es tan sencillo como querer vivir, exprimir cada momento acontecido, no inhalar el aire como mecánica función de los pulmones, sino mas bien comerlo, masticarlo y olerlo, matizar cada aroma y sentir en cada poro de la piel como penetra la vida, agradeciendo a Dios, supremo hacedor de todo cuanto nos rodea, el disfrute gratuito, sin tasa ni medida de tanta maravilla terrena.

PACIENCIA Y RECOMPENSA

La niña miraba una y otra vez aquella caja que no pesaba apenas. La destapaba con sumo cuidado, miraba dentro y decía de nuevo: - ¡Mamaaaaaa! ¿Es que no piensan salir nunca? Jooooo…. Estoy cansada de esperar…-. Luego la volvía a colocar en el alféizar de la ventana y se ponía a jugar con los puzzles hasta que otra vez se acordaba y hacía el mismo ritual.

Su madre que estaba planchando, dejó de hacerlo por un momento y le dijo:- Mira, Clara, no se puede ser tan impaciente en la vida; cada cosa necesita su tiempo y los gusanos de seda no están preparados para nacer. Todavía hace frío y si nacieran ya, no les podríamos alimentar porque los árboles no tienen hojas.- A escasos metros de una silla llena de ropa recién planchada se encontraba la pequeña Clara que decía entre dientes que eso no era verdad porque los pinos y otros árboles estaban tan bonitos como en primavera. Y fue corriendo una vez más a mirar su caja.

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En el interior de la caja sólo se podían ver unos diminutos puntitos grises de los que, a su debido tiempo, saldrían unos gusanos casi microscópicos que poco a poco irían creciendo hasta completar, una vez más, el ciclo de las crisálidas.

El año anterior la niña había estado encantada de tener esos bichillos tan “monos” y observarlos en todos los aspectos posibles: como comían y dejaban sólo los nervios de las hojas peladitos, cómo se subían por las paredes… vamos, que le gustaba ver hasta cuando hacían sus caquitas. Pero lo que ella encontraba más interesante era cuando empezaban a trabajar y a fabricar esos capullos tan amarillos y, al final de la obra, tan duros. ¿Cómo se puede hacer algo tan fuerte con esos hilillos tan finillos?

Era como un gran misterio todo lo que rodeaba a esos gusanillos. Ni que decir tiene que todavía le encontraba menos explicación al fenómeno de la metamorfosis. Su pequeña mente no podía entender ese cambio tan radical de gusanillo atontado y lisito a ese pedazo de mariposa gorda, fea y peluda, con esas antenas que más parecían unos cuernos y esa cara de malvada que le daba esa expresión tan inquietante.

Una amiga de Clara que también había tenido gusanos hacía unos años, le dijo que un gusano que ella tenía no hizo capullo y que pudo verlo “todo”. Ésta amiga le contó cómo el gusano se puso cada vez más gordo y más corto. Mientras eso sucedía, fue poniéndose más y más marrón hasta perder todo parecido con lo que era. Después de unos días descubrió que ese color marrón era una especie de funda por la que el nuevo ser pudo hacer un agujerito y salir con su forma de malévola mariposa.

La verdad es que esta información despejó bastante sus incógnitas: ¡por fin, sabía lo que pasaba dentro del capullo! Lo demás, como pasaba por delante de sus ojos no era tan espectacular. Primero, algunas de las mariposas aletean muy deprisa como diciendo ¡mira lo que hago! Pero sin intentar volar, era como una especie de baile. Luego se iban juntando de dos en dos, después se separan y ponían los diminutos huevos grises. Y ya, como todo estaba hecho, morían.

Pasaron los días y Clara ya, cansada y desanimada, pensaba que esos huevos no valían para nada, que estaban vacíos y los dejó de mirar pasando así de la impaciencia al derrotismo. Pero su madre seguía estando pendiente y cada día que hacía un poco de calorcillo miraba la caja sin que Clara se diera cuenta. Cuando por fin, los árboles de hoja caduca empezaron a tomar el vigor que les

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da los rayos del sol y volvieron a vestirse de verde otra vez, la mamá de Clara llamó a la niña.

Cuando Clara llegó dónde estaba su madre, ésta tenía en las manos una vieja caja de zapatos con la tapa agujereada . Se agachó hasta ponerse a su altura y la destapó. Clara, curiosa y excitada, miró atentamente al interior de la caja y los ojos le brillaron.

A MI MADRE

A esa persona tan cercana a mi,

tan unida a mi,

que me llevó en su vientre

que arriesgó su vida

para que yo viniera al mundo,

que me amamantó,

que me enseñó a hablar y caminar.

La primera persona que me enseñó

lo que son los abrazos y las sonrisas,

la que me llevó al colegio

todos los días cogida de la mano,

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y me compró mis primeros vestidos.

Quién sufría cuando me ponía malita

aún siendo solo un dolorcito de tripa.

A esa persona

que se le complace tan simple

como regalarle besos y abrazos,

y que en alguna festividad

se le regalan joyas

o un ramo de flores.

Esa persona “mi madre”

La que me ofrece palabras de aliento

en mis momentos tristes

con su mirada tranquila

torbellino de cosas buenas.

La que ofrece sus rezos a Dios

para que nada me falte,

si se tratara de dar la vida

no teme a nada por un hijo.

En la adolescencia me aconsejaba,

me corregía,

tu amor no tiene medida

siempre das todo para que tus hijos

sean felices.

Si te rechazo me perdonas,

si me equivoco me acoges

si me enfado me abres la puerta

si estoy feliz celebras conmigo.

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Luego abandonamos el hogar

donde nos hemos criado

y según ellas dicen que “vuelas”

porque te vas a otro hogar.

Pasa el tiempo

y le regalas a sus nietos

que los miman hasta la saciedad,

porque son parte de ella,

de su propia persona

sangre de su sangre.

Y los nietos la adoran tanto

que sientes una pizca de envidia

por tanto amor que le profesan.

Y de alguna forma

Indiscriminadamente,

algún día la vida nos la arrebatará

quizá y deseando sea muy lejano.

Y a esa persona queda por decir:

GRACIAS

Gracias por darme la vida,

Gracias por educarme,

Gracias por hacer de mi, la mujer que hoy soy,

y GRACIAS,

Gracias por ser “MI MADRE”

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A MI CANCIÓN

La letra de mi canción

suena a una feliz niñez

al pasar la barca por mi calle de siempre

cuando la inocencia y simplicidad de los años

estaba escrita en la frente.

Suena a juegos en el patio de mi casa

compartidos con los amigos de la infancia

o a esa muñeca vestida de azul,

recuerdos imborrables

que hoy desde la madurez ven de nuevo la luz.

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Canta tú esas canciones

porque así yo revivo “mis veinte”

cuando en fiestas y tardes de invierno

la letra de esas baladas

se apodera del alma

haciéndolas suyas para siempre.

Canta tú cantautor

de esas casas colgadas

porque ¿en cuántas ocasiones no me acompañas?

estás conmigo cuando enamoraba

estás conmigo cuando le extrañaba

estás conmigo cuando la tristeza ciertos días empaña.

Canta ese nieto del minero

canta pensando en su pueblo

en sus rudos mozos y patronos

y le canta cómo no a su abuelo.

Mi canción me trae la imagen

de un marido enamorado

de un hijo “a sus catorce” apasionado.

Me trae un momento relajado y tranquilo

no podría precisar si gracias a Benedetti o Neruda

pero al unísono mi hija abrazaba a su guitarra allá en su rincón favorito

ella hizo que las letras flotaran

y que letra-música por el mismo sendero caminaran.

La letra invisible de mi canción

rima con esa música

a la que acompañan los sentimientos

que nacen del corazón.

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Así le pongo letra a mi tristeza

Así le pongo letra a mi alegría

Así le pongo letra a mi dolor

Así le pongo letra a mi amor.